nosotros, maximiliano de habsburgo · nosotros, maximiliano de habsburgo y carlota de bélgica,...
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Nosotros, Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica,
prometimos cuidar de México. Firmamos y renunciamos
a todos nuestros derechos como príncipes europeos.
Antes de sa lir hacia México se mandaron hacer miles de copias
de nuestros retratos en fotografía. ¡No había tiempo que perder!
El pueblo mexicano quería conocernos antes de nuestra llegada.
Benito Juárez era el presidente de la República
cuando tropas francesas, enviadas por Napoleón 111,
invadieron el país en 1862.
Francia quería imponer una monarquía en México.
La patria mexicana, desgastada, no tenía recursos ni soldados
suficientes para hacer frente al poderoso ejército invasor.
Antes de que entraran las tropas extranjeras
a la Ciudad de México, mi esposo dispuso
que la ciudad de San Luis Potosí fuera
la capita l provisiona l de la República .
Así, el presidente Juárez, los miembros de su gabinete, mis hijos y yo, in iciamos el viaje hacia el norte del país
en una pesada y lenta diligencia . Mientras durara la intervención, Juárez pondría
a sa lvo la República y trasladaría su gobierno
cuantas veces fuera necesario.
El presidente había jurado combati r
sin descanso a los invasores extranjeros.
D ecía Francisco l. Madero
aliado de su cuadrilla :
" Ese don Porfirio Díaz
tiene que entregar la silla" .
Le dice Porfirio Díaz,
además de ser su ley:
"Yo la si ll a no la entrego,
yo quiero ascender a rey" .
digamos de corazón :
¡Viva Francisco l. Madero
y abajo la reelección!
En mil novecientos diez
en armas se levantó,
y por idea les sublimes
con esfuerzo batal ló.
1876: ¡Los me?(jcanos estrenan presidente!
1 general Porfirio Diaz toma las riendas de este pais cansado de tantos años
lucha . Promete orden y paz para que la nación pueda trabajar y progresar. ............._
¿Por qué nos peleamos contra los franceses?, preguntan los niños,
cuando los maqui llamos para el festejo. Por nuestra libertad, por defender
nuestro territorio de un emperador extranjero. Con el pretexto
de cobrarnos una deuda, los franceses rompieron los tratados
y mandaron ocho buques de guerra para invad imos.
A lbur ... ¿qué?, ¿quéquere qué? iAiburquerque!
Asi se llama el nuevo virrey que Su Majestad Felipe V,
rey de España, ha enviado para gobernarnos.
Y viene también su esposa la virreina y su hijita,
bautizada con 52 nombres,
todos, por cierto, muy célebres.
S eguro vienen hechos pinole:
tres meses en barco de España a Veracruz,
y un mes bamboleándose en carruaje
desde la costa hasta Chapultepec.
Bien se merecen unos días de descanso
antes de hacer su entrada pública
a la Muy Noble y Leal Ciudad de México.
E n altamar, de pronto, cambiaron los vientos y hubo rayos,
ll uv ia, tormenta . Le llaman "el norte".
Nuestro barco se tambaleaba como un borracho.
Se levantaban las olas embravecidas,
crujían las maderas y los pasajeros
se resbalaban, rodaban por cubierta.
La v ela del barco se rasgó
como una hoja de papel.
C on lentttud, nos f wmos acercando a la costa L has ta que Veracru z apareCIÓ 1 J
f rente a nuestros fatigados o¡os· ~
el contorno 1111l1tar de San Juan de U/tía
y la ciudad llena de g randes pájaros negros
llamados zopilotes . Se iniciaron los preparativos
para abandonar nues tra pris ión flotante.
A ntes de que vinieran los españo les,
cuando el so l todavía bri l laba,
cayó un gran cometa
anunciándonos su llegada.
N unca existió un pueblo
tan entregado a sus dioses.
Ofrecían a sus deidades
sacrificios humanos
y hasta les consagraban
su propia sangre,
punzando su cuerpo
con las espinas del maguey
como les enseñó su dios
Quetzalcóatl.
D urante todo el año
hacían grandes
fiestas a sus dioses
con solemnes cantos y bai les,
pues creían que de éstos
dependían tanto el orden
del universo como
la vida del hombre
P ero la fiesta de las fiestas
era para el dios Tezcatlipoca.
Escogían para la ocasión
a un joven
sin tacha en el cuerpo
y le enseñaban
a tocar la flauta .
U n vientecillo antiguo me ha llevado a mis primeros años.
A llá está el coleg io de San Ignacio de Loyola de la Ciudad de México.
En sus salones aprendí a leer y a escribir
con el silabario, a conocer los números, a rezar y a cantar.
Yo era rebelde y cur iosa, era de armas tomar,
a tal punto que la rectora del coleg io exclamaba:
¡Josefa, eres la estampa de la audacia '