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LIFE & STYLE SEpTIEmbrE 2007 126 LIFE & STYLE SEpTIEmbrE 2007 127 CREDITOS El nuevo racismo en Sudáfrica Por Témoris Grecko / JohannesburGo NO Incluso los afectados evitan hablar del tema en público, es políticamente incorrecto, pero en las escuelas, oficinas y fábricas del país que eliminó el apartheid resulta cada vez más evidente que la discriminación originada por el color de la piel vuelve a ser una realidad cotidiana… aunque esta vez de signo opuesto. se admiten BLANCOS fOTO: GETTy ImaGES / NaTIONal GEOGRaphIC

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Disputas etnicas en la Sudafrica democratica. Reportaje de Temoris Grecko. Publicado en LS en 2007.

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El nuevo racismo en Sudáfrica Por Témoris Grecko / JohannesburGo

NoIncluso los afectados evitan hablar del tema en público, es políticamente incorrecto, pero en las escuelas, oficinas y fábricas del país que eliminó el apartheid resulta cada vez más evidente que la discriminación originada por el color de la piel vuelve a ser una realidad cotidiana… aunque esta vez de signo opuesto.

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estaba empezando a sentir que la cerveza se me subía. Era buena y variada porque Henk van der Berg quería darme un paseo degus-tativo por la producción de su país. Al verlo a él, con su barba rubia y su enorme sonrisa, y a los demás parroquianos, todos blancos, resultaba fácil imaginar que estábamos en un bar de Ámsterdam y no en uno de Centurion, una ciudad cerca de Johannesburgo, Su-dáfrica. Pensé que esa sensación de ebriedad nórdica sería todo lo que me llevaría esa noche, pues aunque Henk sabía bien qué tema era el que me interesaba abordar, con bromas y gracejadas evadía el asunto. Hasta que de pronto soltó: “El país estaría mejor sin los jodidos negros racistas”.

Me quedé con la boca abierta. El silencio de la gente de las mesas cercanas me hizo saber que habían escuchado. Henk señaló a varios de ellos, vecinos de muchos años, y dijo que habían perdido sus em-pleos a causa del gobierno negro, que habían sido desplazados por gente con conocimientos inferiores, que sus hijos no querían estu-diar porque, de todos modos, nunca iban a obtener un buen trabajo ni a poder emigrar a otro país porque, como afrikáners, cuyos an-tecesores holandeses y franceses llegaron hace 350 años, no tienen padres o abuelos que les traspasen una nacionalidad europea.

Los aludidos asintieron con sonrisas de compromiso y saluda-ron antes de regresar a sus conversaciones en afrikaans, su idio-ma de origen neerlandés. Henk continuó. Su padre fue cartero y él empezó en lo mismo, pero tras la llegada de la democracia y el primer gobierno negro, en 1994, los empleados públicos blancos fueron presionados de una u otra forma para marcharse y dejarles el puesto a los negros. Desde entonces, Henk ha sobrevivido ha-ciendo cualquier cosa, “pero todos los blancos nos pusimos a ven-der seguros. Y los jodidos negros no compran seguros”.

Pa P e l e s in v e r T id o sLa Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, es la más importante del África subsahariana. Algunos de sus alumnos estu-vieron entre los primeros blancos en apoyar la lucha en contra del apartheid, el sistema racista que sometió a decenas de millones de negros, mestizos e indios (descendientes de trabajadores que inmi-graron de India) a un régimen infame de abuso y explotación. Se exi-gía terminar con las diferenciaciones con base en la raza.

Hoy, la mayoría de los estudiantes son negros. Dos semanas an-tes de que yo llegara, en la clase de sociología del profesor Devan Pillay, una alumna recordó aquellas demandas al oponerse a que se usaran categorías raciales en clase. “Yo no veo la raza y me nie-go a ser forzada a verla”. Varios de sus compañeros la acusaron, indignados, de hacer una maniobra de distracción para que se ol-vide que siguen habiendo privilegios determinados por la raza, y dijeron que ella era una de esas personas que de un día para otro se habían enamorado de un “no racialismo”.

Lo curioso es que la chica es blanca, y sus críticos, negros que creían que ella les estaba negando el derecho a estar orgullosos de su negritud y a beneficiarse de las políticas gubernamentales en pro de los negros. “Te vas a encontrar con estas contradiccio-nes por todo tu camino; es la marca de Sudáfrica”, auguró el pro-

fesor Pillay, que las describe como una “inversión de acti-tudes”, pues si du-rante el apartheid los blancos eran los que imponían las ba-rreras raciales para mantener su predo-minio, ahora la raza los perjudica. Y los negros, en cambio, están interesados en reivindicarla.

Hace 12 años, cuando el gobier-

no racista se derrumbó y Nelson Mandela fue el primer presi-dente negro de Sudáfrica, la población no blanca (90%) estaba empobrecida, no tenía formación profesional o era analfabeta, y se amontonaba en apenas 13% del territorio. Los blancos eran los dueños de los negocios y la tierra, ocupaban casi todos los puestos en los sectores público y privado, y sus hijos, bien ali-mentados y educados en las mejores escuelas, estaban en mejo-res condiciones para competir que los de los negros que, con suerte, habían terminado la secundaria.

Una de las primeras metas que se impuso el nuevo gobierno fue la desaparición de esas barreras, e impulsó políticas de lo que se conoce como acción afirmativa: favorecer a los grupos marginados garantizándoles lugares en la educación y el empleo. El problema fue que las plazas en los trabajos y las escuelas crecieron poco, y para cumplir hubo que quitárselas a otros. Las cuatro categorías raciales del apartheid no fueron eliminadas, sino reducidas a dos: negros, mestizos e indios fueron considerados en general como “negros” o “personas previamente desaventajadas”, y beneficiarios de la acción afirmativa; mientras que a los blancos, ahora, les tocó ser los perjudicados. Fueron reemplazados en las instituciones y empresas públicas, como en correos.

Esto pareció insuficiente, sin embargo, y el sucesor de Mande-la, Thabo Mbeki (electo en 1999 y reelecto con 70% de los votos en 2004) se propuso llevar las reformas al sector privado, con la idea de que no sólo había que darles empleos a los negros, sino que había que hacer que los blancos compartieran el poder

Lo más preciado es una mujer negra, pues vale el doble en la puntuación del bee.

YaEn una especie de vendetta racial, la sociedad sudafricana se invirtió por completo: hoy los negros tienen acceso a un mundo antes ocupado sólo por los blancos.

El granjero Fanie Botha, como muchos otros, decidió vivir “fuera” de la actual Sudáfrica, regida por un gobierno negro.

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económico, colocando negros en los puestos de dirección y pro-piedad de las empresas. Ese proyecto oficial se llama bee (Black Economic Empowerment).

l o s c uaT r o fa b ul o s o sJohannesburgo es una de las ciudades con mayor criminalidad en el mundo. La segunda vez que fui al centro me acompañó un fran-cés, Antoine, quien, como yo, se había aventurado una vez por ahí, solo, y se le había ido el tiempo en protegerse y mirar con recelo a todo el que se le acercaba. Juntos nos sentimos más seguros y capa-ces de disfrutar el ambiente.

Así nos dimos cuenta de que los grandes rascacielos están va-cíos. Las aseguradoras, los bancos, la bolsa de valores… sólo los edificios públicos y algunos periódicos permanecen ahí. Sus re-porteros cuentan cómo todos han sufrido al menos un asalto en los alrededores. Al caminar por ahí —un hormiguero de gente que trapichea comida, camisetas o aparatos electrónicos en humildes puestos callejeros, como en México o Bogotá—, uno piensa que está en una ciudad 100% negra; no se ve un solo blanco por la calle.

A fines de los ochenta, cuando caía la tarde, era al revés: no se permitía la presencia de negros. El sistema fracasó y los blancos escaparon a Sandton, un lujoso suburbio 10 kilómetros al norte. Sus elegantes avenidas están pensadas para coches grandes, las aceras son estrechas y están ocupadas por pocos trabajadores ne-gros y muchos guardias con perros agresivos.

En el centro comercial del lugar sí que se ve una ciudad racialmen-te diversa y, además, integrada. Acompa-ñé a Cheryl, una maestra de bachi-llerato de ascenden-cia inglesa, a hacer la compra. En las ca-jas del súper, perso-nas negras y blancas se alternaban en la fila; en los salones de belleza, mujeres de to-das las razas se ale-targaban mientras les hacían peinados ela-boradísimos (las ne-gras han dejado muy atrás a las blancas en atrevimiento y elegan-cia); en el bar donde nos detuvimos a beber una cerveza de cinco dólares, jóvenes yuppies con el pelo engominado y coleta, unos ru-bios y otros morenos, discutían sobre ofertas públicas de adquisi-ción y del futuro del mercado de divisas.

Aquí se construyen los nuevos rascacielos, los más modernos de África, y las grandes fortunas del continente se concentran alre-dedor de una plaza que lleva el nombre del revolucionario que hace dos décadas era señalado como amenaza comunista, Nelson Man-dela. Aquí operan “The Fab Four” (los cuatro fabulosos), los nuevos tycoons negros del bee, cuya fortuna conjunta supera los 1,000 mi-llones de dólares, distribuidos en acciones en grandes empresas mi-neras, aseguradoras, financieras y los dos bancos más importantes, además de equipos de futbol y carreras de autos.

La estrategia del bee es que las empresas incorporen negros y mujeres en todos los niveles, desde los puestos bajos hasta las posiciones directivas, además de hacerlos copropietarios. Si una compañía quiere tener contratos del gobierno, debe ser consi-derada bee a través de ganar puntos hasta conseguir 100. Una oficina gubernamental asigna 20 puntos a los esfuerzos de la empresa por reducir las barreras de la pobreza (responsabilidad social corporativa, equidad en el empleo, creación de puestos de trabajo); otros 20 al rompimiento de las diferencias de formación (programas de capacitación para empleados negros); 30 a la su-presión de las barreras de oportunidades (una empresa bee debe asociarse, contratar o hacer negocios con otras empresas bee) y los últimos 30 a la participación de negros y mujeres en la direc-ción y la propiedad de la empresa.

En resumen, dicen los críticos, el gobierno asigna 60% de los puntos a dirección, propiedad, asociación y contratos de empresas bee, y sólo 40% a creación de empleo y capacitación: el énfasis de la estrategia del bee no está en el mejoramiento de una mayoría, sino en la creación de una cúpula negra.

l a s c uaT r o fá b ul a sEl sistema de transporte público sudafricano es un caos diseñado por los enemigos blancos de los usuarios negros. El gobierno de-mocrático no lo ha reformado. Para ir de Sandton a Melville, que está a cuatro kilómetros de distancia, tuve que viajar cinco hasta el centro, y luego dos de regreso, casi en la misma dirección. No hay rutas definidas, y llegar a tiempo a donde quieres depende sólo de la suerte.

La gente es muy amable y curiosa por el hecho insólito de que un blanco viaje con ellos, apretado en ese “taxi” (un vehículo tipo combi para 15 pasajeros). Lucy Dlamini, una mujer zulú de unos 50 años, que de alguna forma consigue espantar una y otra vez las arrugas de su traje sastre, dice con cierto cariño que un día vio a uno de los nuevos súper millonarios negros en Sandton desde la ventana de su oficina. Se expresa con orgullo: “¡Qué guapo se veía Macozoma, qué elegante, rodeado de blancos ricos! Y me acuerdo de él cuando salió de la cárcel; el gobierno racista lo tenía preso”.

Se refería a Saki Macozoma, que con Cyril Ramaphosa, Tokyo Sexwale y Patrice Motsepe forman “The Fab Four”. Ninguno de ellos es millonario de familia, sino que todos fueron militantes de la lucha de liberación vinculados al Congreso Nacional Africano (anc), el partido de Mandela que derrotó el apartheid y gobierna desde 1994. Macozoma y Sexwale fueron prisioneros políticos, uno responsable de prensa del anc y el otro jefe de su brazo gue-rrillero; Ramaphosa fue líder sindical y secretario general del anc, y Motsepe es cuñado de un ministro.

Cuando se lanzó el bee, en 2000, lo primero fue hacer que los negros ocuparan posiciones en los sectores más importantes de la economía: bancos, mineras, aseguradoras, financieras. Estas em-presas, con enormes intereses que defender, se apresuraron a ganar puntos y buscaron siempre a las mismas personalidades negras con influencia política: les regalaron acciones o se las vendieron a precios muy favorables con financiamiento a muy bajo interés. A cambio, las compañías cumplían parte de sus requisitos bee aso-ciándose con gente bien conectada en el gobierno y vinculada con el creciente mercado negro. En 2004, por ejemplo, Macozoma y

“The Fab Four, los nuevos

black tycoons, poseen una fortuna de

más de 1,000 millones de

dólares”.

Oscar Dube trabaja para la empresa Ericsson. Su casa, con piscina y todas las comodidades, incluyendo un bmw en el garage, se ubica en un suburbio preponderantemente blanco.

Orania es, de alguna manera, la cuna del apartheid. Todavía hoy es una comunidad privada con acceso exclusivo a blancos.

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Ramaphosa compraron 1.8 y 1.2 por ciento, respectivamente, de las acciones del segun-do banco sudafricano, el Standard Bank, que pagaron con un crédito a muy bajo in-terés que otorgó la misma institución.

Cuando nos bajábamos del taxi colec-tivo, en el enorme y caótico paradero del centro, a Lucy ya se le había ido el cariño por Macozoma y de plano calificó a “Los Fabulosos Cuatro” como “las cuatro fábu-las” del bee, porque “son cigarras que no dejan de cantar mientras las hormigas se-guimos trabajando”.

En artículos y caricaturas la prensa reproduce la extendida visión popular de que estos ricos empresarios son la peor cara del bee, un Black Elite Enrichment (enriquecimiento de la élite negra). Los fla-mantes empresarios rechazan las críticas por provenir “de los blancos”, y las califi-can de racistas. En una entrevista con la edi-ción para África del semanario Time, Ma-cozoma justificó: “No apoyaría un sistema de libre empresa que tolerase la pobreza. Pero con cinco o seis de nosotros, reparti-dos a lo largo de la economía, podemos hacer una diferencia fundamental”. No le pareció necesario explicar cómo la riqueza de un puñado beneficiará a 30 millones de negros pobres.

Los esfuerzos del gobierno democráti-co por mejorar la situación general de los negros se han reflejado en la construcción de hogares, la dotación de servicios bási-cos a comunidades urbanas y rurales mar-ginadas, una reforma agraria (que tras 13 años sólo ha redistribuido 4% de las tie-rras cultivables) y la creación de fuentes de trabajo. A pesar de eso, y de que Sudáfrica es el único país subsa-hariano cuya economía ha crecido sin problemas durante la últi-ma década (a un ritmo de 5% anual), los que siguen sin ver los beneficios son millones y, con un desempleo que alcanza al me-nos a 27% de la población (ha aumentado en los últimos años), hay un ambiente de impaciencia entre gente que se pregunta: “Y a nosotros, ¿cuándo nos toca?”. Hasta el momento, los resulta-dos del bee siguen pareciendo menores. Los negros forman 90% de los habitantes, pero sólo 4% de las compañías de la bolsa de valores están controladas por personas negras. 27% está en ma-nos extranjeras y 69% en las de los blancos, que forman 10% de los habitantes del país.

Con la oscuridad en ciernes y mucha prisa, tras indicarme por dónde podría estar la combi que me debía llevar, Lucy recordó que lo ocurrido con “The Fab Four” ya lo había advertido Chris Hani. Se trata de uno de los líderes más queridos de la lucha de libera-ción, que poco antes de morir asesinado en 1992 dijo: “Lo que temo es que los liberadores se revelen a sí mismos como elitistas, que

conduzcan un Mercedes Benz y usen los recursos del país para vi-vir en palacios y acumular riqueza”.

l a c a z a de l ne Gr oGrahamstown es un pueblo bonito de la provincia de Eastern Cape, cuyo gancho turístico es que ha logrado conservar la heren-cia de sus fundadores, inmigrantes ingleses. Tiene una universi-dad importante y, al menos, una mala pizzería donde sirven buen vino sudafricano.

Ahí trabaja Belinda, una rubia risueña de 26 años y ojos ama-bles que tiene todo el encanto inocente de una provinciana. Está fascinada porque soy el primer latinoamericano que conoce, y pregunta qué hay de mexicano en la pizza que venden con ese nombre en su establecimiento. No mucho, salvo el tomate, y ése lo tienen todas las pizzas.

En general, los sudafricanos son un encanto, muy abiertos y amables. Belinda nos atendió con gracia y tiempo para platicar-nos que acabó diseño gráfico hace tres años, y su sueño es ir

Alex Shakone es un empresario minero que pertenece al grupo de “The Fab Four”.

Cyril Ramaphosa fue secretario general del anc y es un líder del Black Economic Empowerment.

Tokyo Sexwale, presidente de Mvelaphanda Holdings y ex jefe del brazo armado del anc.

Sakumzi Macozoma, director administrativo de South African Airways y ex jefe de prensa del anc.

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a trabajar a Johannesburgo. Todo este tiempo ha estado enviando currículos por internet a empresas de aquella ciudad.

Cuando nos dijo eso, mi acompañante y yo nos miramos con des-ánimo. ¿Con qué palabras decirle, para empezar, que una chica de provincia difícilmente podrá competir desde su pueblo con la gente de la feroz capital económica del país? ¿Que ella manda correos electrónicos mientras los solicitantes ejercen presión física en las largas filas de las oficinas de empleo? Y, sobre todo, sobre todo… ¿cómo explicarle que cualquier persona no blanca, y hay nueve no blancos por cada blanco, tendrá preferencia sobre ella incluso aun-que Belinda tenga mejores habilidades para el diseño? Ella sueña, sirve mala pizza, escancia buen vino, y sueña.

El que dejó de soñar es Michael Morris, historiador progresista y uno de los periodistas más experimentados del influyente Cape Times, de Ciudad del Cabo. Es un hombre afable, de unos 45 años, con gafas de arillo y cabello ondulado que empieza a encanecer. Quedamos en verlo en una esquina de Long Street, una famosa avenida llena de bares, y de inmediato nos metimos en uno para protegernos de los vientos revueltos del Cabo de Buena Esperan-za que, en tiempos antiguos, tenía un nombre más apropiado: Cabo de las Tormentas. Se trata de una ciudad antirracista, y hay cosas que no se pueden decir con el mismo desparpajo que en el conservador Centurion. Michael, de ascendencia inglesa, es tam-bién de un talante opuesto al que tiene el afrikáner Henk: educado,

reflexivo y liberal. Sin embargo, a pregunta directa, coincide: “Hay un racismo invertido”.

Por su trayectoria, Morris ya debería ser editor general del pe-riódico, pero “sé muy bien que no ocurrirá porque soy blanco”. Es así de claro. La empresa necesita llenar los puestos con no blan-cos para cumplir con el bee y sus compañeros morenos, mucho más jóvenes, tienen la ventaja. Belinda, tan novata e ingenua, y Michael, con toda su experiencia, comparten la misma desventa-ja: su color de piel.

A Sudáfrica regresó la cacería del negro. Pero en un sentido totalmente opuesto al que tuvo durante el apartheid: los caza-talentos y los jefes de personal de las compañías se desesperan buscando mestizos, indios y negros capacitados para ocupar todo tipo de posiciones. La pieza más preciada es una mujer negra, pues vale doble en la puntuación bee, y si como ventaja extra tiene buena cualificación profesional, es un sueño realizado.

Hace muy poco tiempo, no obstante, que desapareció el régi-men racista y las consecuencias siguen ahí; millones de sus víc-

timas siguen siendo analfabetas o hablan mal el idioma inglés. Por tanto, los pues-tos directivos se lle-nan con personas sin preparación, que deben consultar lo que tienen que ha-cer con sus subordi-nados blancos y me-jor capacitados. En otros casos, los due-ños blancos hacen trampa y ponen a su jardinero como eje-

cutivo en jefe, sin que el afortunado se entere jamás.El resultado sigue siendo muy limitado, si se mira por el

lado de los ingresos más altos: entre aquéllos que ganan más de 60,000 dólares anuales en el país, hay 100,000 blancos y 5,000 negros. Al grupo de los sueldos medios (entre 13,000 y 23,000 dólares al año), 300,000 negros se han incorporado en los últi-mos tres años. Pero esto no le sirve de consuelo a la mayoría de la población negra: el desempleo alcanza a 42% de la población económicamente activa.

Cuando fuimos al centro comercial de Sandton, Cheryl, la maestra de bachillerato, me platicó que sus alumnos blancos han dejado de trabajar porque piensan que los puestos están reserva-dos para los negros y que no tienen oportunidades. Esto también ha provocado que los jóvenes negros flojeen porque erróneamente dan por hecho que tienen la vida resuelta. Las muchachas, en cam-bio, están llenas de energía: las blancas porque saben que ser mu-jeres les abre una brecha para sobreponerse a la discriminación por su color: valen los mismos puntos que un trabajador negro. Pero menos que una de las chicas negras, que son las más diná-micas porque no se confían en que el bee les resuelva todo; saben que para cruzar las puertas que se les han abierto deben vencer los obstáculos de una cultura muy machista.

Hoy, las empresas buscan negros, mestizos e indios capacitados para contratarlos.

Un granjero de Orania con evidentes síntomas de desnutrición. Su trabajo le reditúa alrededor de 200 dólares al mes.

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Interrumpido por una puerta que se abría una y otra vez para dejar pasar el aire helado que proviene de la Antártida, le conté esta historia a Michael. Me miró con escepticismo. Para él no es consuelo enterarse de los esfuerzos de las chicas blancas. Tiene dos hijas de poco más de 20 años; una de ellas terminó la carrera, se fue a servir mesas en los restaurantes de Londres y amenaza con quedarse a vivir allá, como miles de jóvenes sudafricanos que por su origen inglés pueden reclamar la ciudadanía británica. La otra hija también quiere ir al Reino Unido, “sólo a visitar” a su hermana, aunque los padres creen que terminará quedándose allá. “No las puedo culpar”, dice el periodista, que sabe que Su-dáfrica les cierra las oportunidades. Él también ha pensado en marcharse para siempre, “pero soy de aquí y me gusta El Cabo, con todas sus tormentas”.

e l P ue b l o que P e r dió a d io s“Nosotros no tenemos a dónde ir”, me dijo Corné Mulder, un dipu-tado del Frente por la Libertad (fl), el partido de la derecha blanca afrikáner. Su fami-lia llegó al país hace más de tres siglos y rompió todos sus la-zos con Europa. “Los ‘ingleses’ se pueden ir cuando quieran a Londres, pero no-sotros no tenemos nada allá, somos de esta tierra, ¡la defen-demos porque so-mos africanos!”.

En un edificio co-lonial del complejo parlamentario en Ciudad del Cabo, la oficina de Mulder está llena de referencias históricas del pueblo afrikáner: libros escritos a mano, fotogra-fías antiguas, biblias, mapas y una bandera casi idéntica a la ho-landesa: tres bandas horizontales, una azul, una blanca y la últi-ma naranja, en lugar del rojo neerlandés.

Tenía mucha curiosidad por conocer a Mulder: la extrema dere-cha afrikáner se hizo famosa cuando su antiguo líder, Eugene Terre-blanche, se lanzó con un camión contra la sede de las conversaciones entre el gobierno blanco y la oposición, que dieron fin al apartheid. Con barba larga, sombrero texano, pistola al cinto y disfraz de niño explorador, Terreblanche anunció la guerra civil antes que ceder el poder a los negros. No cumplió, pero algunos de sus seguidores con-tinúan poniendo bombas de vez en cuando para matar civiles.

Otros prefirieron fundar el fl y luchar en el congreso, como Corné Mulder, cuya personalidad es todo lo contrario a la de Te-rreblanche: amistosa, cívica, conciliadora. Su misión es borrar la imagen de salvajismo racista, y todas las ocasiones en que habla de los negros, se cuida de anteponer “mis hermanos”.

Critica el enfoque del bee, que considera que las “personas pre-viamente desaventajadas” son todas las no blancas, “pero están suponiendo que esas personas son solamente negras, y eso es ra-cismo, porque se da por hecho que porque soy blanco debo haber

tenido privilegios en el pasado”. De acuerdo con Mulder, los ricos son los blancos de origen inglés, no los afrikáners, que según él constituyen sólo 5% de los blancos que controlan los negocios.

La división étnica de Sudáfrica es mucho más compleja que de-cir blancos y negros. Además de indios, chinos, árabes y nueve tri-bus negras, hay cuatro millones de blancos divididos entre los “in-gleses” (por su origen e idioma, 1.5 millones) y los afrikáners (2.5 millones, descendientes de los primeros colonizadores europeos, los holandeses y franceses protestantes que llegaron al Cabo de Buena Esperanza en 1652). Este último grupo desarrolló una len-gua propia (afrikaans, basado en el holandés), adoptó el funda-mentalismo religioso (el orgullo de uno de sus grandes héroes era no haber leído otro libro que la Biblia) y una filosofía ultraconser-vadora, y durante dos siglos sostuvo sangrientas guerras contra las tribus negras y los ingleses. Una victoria frente a los zulúes, la del Blood River, es considerada por ellos como la confirmación de que tienen un pacto con Dios mediante el cual él los tomó como pueblo elegido y les concedió las tierras del país.

El origen de la última guerra con los ingleses (la Guerra de los Bóers 1899-1902) se debió al descubrimiento y la explota-ción de yacimientos gigantes de oro y diamantes que atrajo a inversionistas británicos e inmigrantes negros e indios a tie-rras conquistadas por los afrikáners, y éstos respondieron con obstáculos que irritaron a Londres. Tres años de sangre dieron como resultado una repartición tácita: a los afrikáners se les permitió conservar el poder político —y desarrollaron el siste-ma del apartheid— siempre y cuando respetaran los negocios de los ingleses.

La consecuencia, al fracasar el régimen racista, es que los afrikáners constituyen el sector más vulnerable de la población blanca, el que no hizo dinero, el que dependía de los empleos pú-blicos que pasaron a manos de los negros, el que tuvo muy poca educación porque le bastaba la Biblia, el que no entiende por qué Dios no ha cumplido la promesa de Blood River y el que es seña-lado como culpable exclusivo del apartheid (como si las empresas de los ingleses no se hubieran beneficiado de la mano de obra ex-tremadamente barata que garantizaba el sistema racista).

A pesar del Black Economic Empowerment (bee), 42% de la población negra se encuentra en el desempleo. La bonanza toca a pocos.

Al fracasar el régimen racista, los

afrikáners son el sector más vulnerable de la población

blanca.

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¿Cuál es la alternativa según los afrikáners? ¿Perpetuar el es-tado de las cosas y que los negros tengan independencia política pero permanezcan bajo el dominio económico de los blancos? Corné Mulder insiste en la idea de que el mercado, por sí mismo, llevará a una nivelación. Es un dogma de fe que se ha puesto en práctica en otras tierras y para otros problemas, sin que los haya resuelto. La sensibilidad de Mulder resulta más convincente, sin embargo, cuando llega a su ámbito personal: “Tengo cuatro hijos pequeños. Ellos no saben del apartheid. Si su abuelo hizo bien o mal (el padre de Mulder fue ministro del régimen blanco), ¿por qué tienen que pagarlo ellos? ¿Por qué les resultará más difícil ir a la universidad o encontrar un empleo?”. La alternativa pragmáti-ca de Mulder es un corte de caja, que se diga, de aquí para arriba, todos iguales. A los que nacieron a partir de tal año, que se les den las mismas oportunidades. Pero, ¿tendrán las mismas oportuni-dades los nietos de los ministros, que crecieron en lujosas residen-cias y van en coche con chofer a la universidad, que los hijos de campesinos analfabetos que viven entre láminas y cartón en los

lejanos suburbios de negros y sufren cotidianamente el infierno del transporte público sudafricano?

“El hecho de que los afrikáners practicaran su propia acción afirmativa durante muchos años ha sido olvidado por la mayor parte del público blanco”, me escribió por internet Posumqueen, una mujer blanca. “El que ahora lo practiquen los negros es des-afortunado para nosotros; digamos que quedamos en un mal mo-mento histórico, pero seguimos en una posición mucho mejor que la que hubiéramos tenido si este país hubiera caído en el caos”.

r a z a y c l a seDe regreso a Johannesburgo, Devan Pillay quiso conocer mis impresiones tras dos meses de viaje por su país. Nos vimos en Campus Square, un centro comercial cercano a la universidad. Fuimos a comprar unas revistas a una tienda donde una mujer

blanca discutía con un cajero negro que le había llamado la aten-ción a otro hombre negro que se había acercado “demasiado” a ella. El hombre era su esposo y la señora estaba indignada por la actitud racista del cajero, que no hallaba cómo disculparse. “No hay problema —dijo el marido para zanjar el asunto—. La verdad, estoy acostumbrado”.

Esta escena le sirvió a Devan para explicar que en Sudáfrica, aunque atenuado, el racismo sigue siendo el tradicional, blancos sobre negros, y que lo que se hace contra los blancos es discrimi-natorio, pero no racismo porque no hay una ideología que sostenga que los blancos son inferiores, sino una política que los penaliza por haberse beneficiado de privilegios injustos. En todo caso, el bee no está abordando las causas de la pobreza, pues supone que todos los negros son trabajadores, y todos los blancos, ricos. Si bien es cierto que casi todos los dueños del capital eran y siguen siendo blancos, la mayoría de la gente blanca siempre fue de cla-se media baja y trabajadora. La solución no es un “capitalismo re-racializado negro” que no va a enfrentar el problema nacional,

sino que simplemente cambiará la forma de la desigualdad. Muchos blancos y algunos negros serán ricos, pero el problema de la mayoría pobre multicolor seguirá igual, porque el conflicto fundamental continúan siendo la miseria y la desigualdad. “Ésta es la causa real de inestabilidad en todas las sociedades, y la raza solamente la agudiza”. La propuesta de Devan es que las políticas de acción afirmativa no se enfoquen sólo ha-cia los negros, sino hacia los sectores previa y actualmente desaventajados de cualquier color de piel. “¡No me digas que Sexwale, Macozoma y demás tycoons negros están en desventaja!”. La gran mayoría de los pobres son negros y ellos seguirán constituyendo el gran bloque de beneficiarios, pero los blan-cos no quedarán excluidos.

Dejé a Devan para ir corriendo a ver al buen Henk, que vino desde Centurion sólo para despedir a su “Mexican friend”. ¡Sorpresa!, venía vestido con un poncho y un sombrero, y me llevó a un restaurante

donde sirven “agava”, el aguardiente de agave azul trasplantado a Sudáfrica que trata de competir con el tequila. Siempre con un comentario gracioso en la boca, escuchó mis experiencias hasta que le hablé de Corné Mulder y Devan Pillay. Se le fueron la son-risa y el buen humor.

Para él, Corné es un traidor a la causa de la derecha y Devan a la de la izquierda. Los llamó “transas”, gente que tiene privilegios en el actual estado de cosas y que hará lo posible para evitar que cambien, a pesar de que no se puede seguir así porque los negros “están vengando el apartheid y la minoría blanca se va a tener que proteger”.

Dijo que mientras los “jodidos negros” sigan siendo racistas, no habrá solución pacífica. Y así, disfrazado de mexicano y con un va-sito de agava en alto, brindó por Eugene Terreblanche y los terro-ristas afrikáners: “¡Ésta es la tierra que nos prometió Dios!”.

Nelson Mandela, el primer presidente negro en la historia sudafricana, con Thabo Mbeki, actual mandatario, quien llevó las reformas estatales al sector privado con el Black Economic Empowerment.

fOTO

: afp