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NO QUEDA TIEMPO PA EL TIEMPO PERDIDO Juan Madd E 1 otro día, un tipo que sonreía con el costado de la boca me preguntó, en la radio, por qué no escribía yo otras no- velas. -Todos esos personajes cutres -me dijo. No supe bien qué contestarle. Era un chico listo y educado, de esos que piden trabajar en la sección de libros. -Estoy escribiendo una novela -me confesó-. Llevo tres años perfilándola. -Eso está muy bien -contesté yo-. Me figuro que será una gran novela. -Sí -dijo muy serio. -Muy bien -dije yo. -Creo, sinceramente, que tú podrías hacer una buena novela. -lSí? -Siempre que te propongas hacerla. Que tra- bajes el lenguaje, la estructura, los puntos de vista, la densidad del texto. Tus novelas tienen un aire de cilidad que... -lQué? -...bueno, que desarman. Quiero decir que ese realismo tan lineal ya está pasado de moda y los temas policíacos... bueno, yo estoy interesa- do, literariamente, en la crisis de la novela. lNo te has dado cuenta de que la novela ya está muerta? Fíjate en Ferlosio... También me inte- resa el tiempo, lo inexorable del tiempo, por un lado, y, por otro, la cantidad de tiempos que existen. Cada uno de nosotros tiene un tiempo determinado y cada instante posee, también, un tiempo distinto. No sé si me entiendes. -Sí, lo he entendido. Que la novela ha muer- to y que lea a Ferlosio. -Poco más o menos -volvió a su sonrisa tor- cida-. Creo, sinceramente, que tienes madera de escritor. Pero te lta algo. -Sí. -Escribes como un periodista. Y eso no pue- de ser. Un escritor es un escritor. lNo te das cuenta? -Creo que sí. No era un mal muchacho. Le agradecí el que me hubiera elegido a mí para su entrevista se- manal y me marché a casa. En el taxi i pensan- do en lo que me había dicho. Para eso sirven los viajes largos en taxi desde la Casa de la Radio. Dan tiempo para pensar. El taxista se despidió de mí en la puerta de mi casa. No le firmé el papel, de ese modo metería de clavo quinientas pesetas de más en la ctura. 69 Yo vivo en un buen lugar. En la calle de la Palma, ente a Bodegas Rivas, que tiene el me- jor vermú a granel que se puede beber en Ma- drid. Cerca, hay un ambulatorio de la Seguridad Social, una tienda de ultramarinos, una pelu- quería de señoras, otra de caballeros, un bar que no cierra durante la noche, una huevería-polle- ría, una mercería y el sindicato de uteros. También hay una serie de hostales de mala nota y un club para meres donde no dejan entrar a los hombres. Es un bonito barrio, alegre y relativamente limpio, donde se puede pasear y tomar buen ca- fé. Paco el Soviético o Paco el Pión, el adminis- trador de fincas urbanas, dice que de día es dife- rente a por la noche. Que antes se podía jugar al ajedrez en los bares. Hace poco, un atracador con el mono entró en el oscuro piso donde tiene el despacho y mató de un tiro a su empleada. Yo nada más tuve que bajar de mi piso, cruzar la ca- lle y acompañar a Paco a la comisaría a prestar declaración. Paco e llorando. El atracador lle- vaba un revólver del treinta y ocho y gafas ne- gras. Era moreno, delgado y de alrededor de veinte años, quizá menos. Hay otra cosa buena en mi barrio y es que en primavera y verano se puede tomar el sol en sus plazas. El ayuntamiento ha puesto bancos de madera y da gusto sentarse allí a no hacer nada o a leer o a echarse un cigarrito. Yo suelo com- prar un par de Parias de La Coruña y con un li- bro bajo el brazo, me siento en el quiosco de Pa- co en la Plaza del Dos de Mayo. Pido un solo y una copita de anís, mitad dulce, mitad seco y me pongo a leer. Llevo, dispuesta, una moneda de una libra para Rael Pardo, alias Chamber, un viejo carterista, que siempre vistió fino y que tiene mucha labia. El delirium tremens acabó con él y con su habilidad con las manos. Ahora ven- de jeringuillas a los yonquis y se lamenta de su suerte. Allí estaba, esperándome, un sujeto llamado Paco el Donald, nadie sabe por qué. Paco el Do- nald se dedica al despaame, esto es, a entrar en los pisos con la brava, pata de cabra o palanque- ta. Todo hay que decirlo, en su especialidad, Pa- co el Donald es un artista. El Benvenutto Cellini del dearrame. -Mira, Paco, no volvais a intentar entrar en mi casa. No hay nada. No hay colorao, dinero, ni video, ni bandejas de plata, ni cubertería, ni can- delabros. Entrar en mi casa es una pérdida de tiempo. Lo único que te puedes encontrar son libros. Tengo unos cuatro mil. lQué vas a hacer tú con los libros, Paco? -lLibros? Con eso no se puede hacer nada. -Por eso te lo digo, Paco, porque eso va a ser lo único que te vas a encontrar. Eso, si no me pi- llas dentro y me da un pronto y te suelto un tiro. lTe das cuenta? -Ya. -Apréndete el cuento, Paco. lHace un café?

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Page 1: NO QUEDA TIEMPO PARA EL TIEMPONO QUEDA TIEMPO PARA EL TIEMPO PERDIDO Juan Madrid E1 otro día, un tipo que sonreía con el costado de la boca me preguntó, en la radio, por qué no

NO QUEDA TIEMPO PARA EL TIEMPO PERDIDO

Juan Madrid

E1 otro día, un tipo que sonreía con el costado de la boca me preguntó, en la radio, por qué no escribía yo otras no­velas.

-Todos esos personajes cutres -me dijo.No supe bien qué contestarle. Era un chico

listo y educado, de esos que piden trabajar en la sección de libros.

-Estoy escribiendo una novela -me confesó-.Llevo tres años perfilándola.

-Eso está muy bien -contesté yo-. Me figuroque será una gran novela.

-Sí -dijo muy serio.-Muy bien -dije yo.-Creo, sinceramente, que tú podrías hacer

una buena novela. -lSí?

-Siempre que te propongas hacerla. Que tra-bajes el lenguaje, la estructura, los puntos de vista, la densidad del texto. Tus novelas tienen un aire de facilidad que ...

-lQué?-... bueno, que desarman. Quiero decir que

ese realismo tan lineal ya está pasado de moda y los temas policíacos ... bueno, yo estoy interesa­do, literariamente, en la crisis de la novela. lNo

te has dado cuenta de que la novela ya está muerta? Fíjate en Ferlosio ... También me inte­resa el tiempo, lo inexorable del tiempo, por un lado, y, por otro, la cantidad de tiempos que existen. Cada uno de nosotros tiene un tiempo determinado y cada instante posee, también, un tiempo distinto. No sé si me entiendes.

-Sí, lo he entendido. Que la novela ha muer­to y que lea a Ferlosio.

-Poco más o menos -volvió a su sonrisa tor­cida-. Creo, sinceramente, que tienes madera de escritor. Pero te falta algo.

-Sí.-Escribes como un periodista. Y eso no pue-

de ser. Un escritor es un escritor. lNo te das cuenta?

-Creo que sí.No era un mal muchacho. Le agradecí el que

me hubiera elegido a mí para su entrevista se­manal y me marché a casa. En el taxi fui pensan­do en lo que me había dicho. Para eso sirven los viajes largos en taxi desde la Casa de la Radio. Dan tiempo para pensar.

El taxista se despidió de mí en la puerta de mi casa. No le firmé el papel, de ese modo metería de clavo quinientas pesetas de más en la factura.

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Y o vivo en un buen lugar. En la calle de la Palma, frente a Bodegas Rivas, que tiene el me­jor vermú a granel que se puede beber en Ma­drid. Cerca, hay un ambulatorio de la Seguridad Social, una tienda de ultramarinos, una pelu­quería de señoras, otra de caballeros, un bar que no cierra durante la noche, una huevería-polle­ría, una mercería y el sindicato de fruteros. También hay una serie de hostales de mala nota y un club para mujeres donde no dejan entrar a los hombres.

Es un bonito barrio, alegre y relativamente limpio, donde se puede pasear y tomar buen ca­fé. Paco el Soviético o Paco el Pión, el adminis­trador de fincas urbanas, dice que de día es dife­rente a por la noche. Que antes se podía jugar al ajedrez en los bares. Hace poco, un atracador con el mono entró en el oscuro piso donde tiene el despacho y mató de un tiro a su empleada. Yo nada más tuve que bajar de mi piso, cruzar la ca­lle y acompañar a Paco a la comisaría a prestar declaración. Paco fue llorando. El atracador lle­vaba un revólver del treinta y ocho y gafas ne­gras. Era moreno, delgado y de alrededor de veinte años, quizá menos.

Hay otra cosa buena en mi barrio y es que en primavera y verano se puede tomar el sol en sus plazas. El ayuntamiento ha puesto bancos de madera y da gusto sentarse allí a no hacer nada o a leer o a echarse un cigarrito. Yo suelo com­prar un par de Parias de La Coruña y con un li­bro bajo el brazo, me siento en el quiosco de Pa­co en la Plaza del Dos de Mayo. Pido un solo yuna copita de anís, mitad dulce, mitad seco y mepongo a leer. Llevo, dispuesta, una moneda deuna libra para Rafael Pardo, alias Chamber, unviejo carterista, que siempre vistió fino y quetiene mucha labia. El delirium tremens acabó conél y con su habilidad con las manos. Ahora ven­de jeringuillas a los yonquis y se lamenta de susuerte.

Allí estaba, esperándome, un sujeto llamado Paco el Donald, nadie sabe por qué. Paco el Do­nald se dedica al desparrame, esto es, a entrar en los pisos con la brava, pata de cabra o palanque­ta. Todo hay que decirlo, en su especialidad, Pa­co el Donald es un artista. El Benvenutto Cellini del desparrame.

-Mira, Paco, no volvais a intentar entrar enmi casa. No hay nada. No hay colorao, dinero, ni video, ni bandejas de plata, ni cubertería, ni can­delabros. Entrar en mi casa es una pérdida de tiempo. Lo único que te puedes encontrar son libros. Tengo unos cuatro mil. lQué vas a hacer tú con los libros, Paco?

-lLibros? Con eso no se puede hacer nada.-Por eso te lo digo, Paco, porque eso va a ser

lo único que te vas a encontrar. Eso, si no me pi­llas dentro y me da un pronto y te suelto un tiro. lTe das cuenta?

-Ya.-Apréndete el cuento, Paco. lHace un café?

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-lDa igual una cervecita?-Sí, da_ lo mismo, Paco.-No se preocupe: Su casa, nada de nada.-Eso está muy bien. Tú y yo nos vamos a en-

tender. -lY me va a sacar usted en una novela?-Si eres buen chico, sí.-Sáqueme usted de la Mafia.-lEres de la Mafia, Paco?-Sí, señor. Soy de la Mafia.-lDe qué Mafia, Paco?-De una que hemos hecho.Paco se mete las manos en la boca y se vuelve

el belfo. Dentro hay tatuado un punto negro. -lLo ve usted? Esto es de la Mafia. Si tene­

mos que morir, moriremos. Antes de que nos pesque la Madera, moriremos matando. Es un juramento.

-Eres un romántico, Paco.-No, romántico no. A mí me van las jais.-Ya.-No me ponga de romántico. Póngame de la

Mafia. -Paco, voy a ponerte de la Mafia. Pierde cui­

dado. -lHa escrito usted alguna novela donde salga

la Mafia? -Me parece que no.-Entonces no deben ser buenas. A mí me

gustan las que sale la Mafia. -La próxima que escriba, saldrá la Mafia.-Me avisa, eh.-Te aviso.-Y me la regala.-Sí.-Y o soy Paco, Paco el Dona Id.

-lEntonces, tan amigos?-Su casa es sagrada. Una Iglesia.Paco el Donald me estrechó la mano y se be­

bió el botellín de cerveza con tres Reipnholes. Se fue con los ojos brillantes y marcando el pa­so. Se cruzó con la Rudi, que tiene quince años y, según dicen, el culo más bonito del barrio. La Rudi se busca la vida como puede.

Estaba en el suelo agitando las piernas y dan­do voces. Me fui para allá. Ya había un grupo de gente viéndola.

No llevaba ropa interior. Eso fue lo primero que me di cuenta. Después, que echaba espu­marajos por la boca y que torcía los ojos. Levan­taba mucho polvo en la tierra de la Plaza.

Tenía clavada una aguja en la vena del brazo derecho y le salía sangre. Paco el Donald no se la podía sacar porque la chica se movía mucho. El personal le miraba a la Rudi la entrepierna más salvaje que se haya visto en circunstancias pare­cidas.

Recuerdo que me dijo un día la Rudi: -Yo siempre lo hago de espaldas. A los tíos le

gusta mucho. -lEs una manía, Rudi?

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-No, es que me da asco. Me quieren besar yme sueltan babas.

-Claro.-Y o soy muy cuidada.-lY cómo te va?-Ya ves.Ahora ya parecía calmarse. Paco el Donald ha­

bía conseguido sacarle la aguja con mi ayuda. Le empezó a dar guantazos.

-Paco, la vas a matar.-Y a le ha pasado otras veces.La Rudi se calmó. Empezó a respirar dando

silbidos y se sentó en el suelo. -En el Caballo no hay más que mierda -dijo

el Paco Donald. -Eso debe ser -dije yo.La Rudi se puso en pie.-iQué mal rato! -dijo.-lTe encuentras bien?-Sí.-lTe tomas un café?-Un caldito me voy a tomar en el Maragato.

No tomo café. -No sabía que no tomaras café.-Me pone nerviosa.-lMe puedes dejar dos mil pesetas? -dijo un

sujeto apodado El Jumeini.

-lEstás loco, Jumeini?

-Es para buscar trabajo. Para maquearmebien. Si no, nasti de plasti.

-Lo siento, Jumeini. Te puedo dejar una libra.

Hoy no ha venido el Chamber. -Vale con una libra.

La Rudi se fue a tomarse una tacita de caldo.Paco el Donald a sus quehaceres. Y o volví a mi casa. Me habían robado el libro, la Parias y se habían bebido la copita de anís.

Luego, en mi casa, pensé que en cuanto con­siguiera dinero suficiente me podría ir a vivir a un chalecito adosado de esos, plantar manzanos en el patio y mirar por la ventana todos los días hasta que florecieran. Debe dar gozo ver flore­cer a esos árboles. A lo mejor compraba unas cuantas gallinitas y las colocaba en el jardín en una jaula a que me pongan huevos. Podría escri­bir sobre los manzanos floreciendo, el tiempo que fluye inexorable, la soledad del personal de a pie y de a caballo, un par de amores imposi­bles, en plan monólogo interior, y a forrarme.

Cuando llegó mi señora, me dijo: -iA ver cuando nos vamos de este asqueroso

barrio! iDos policías me han colocado de cara a la pared con los brazos en alto y me han pedido el carné!

-lPor qué no les has dicho que eras mimujer?

-Eso he dicho. Me han contestado �que te metes mucho con la policía en .,. tus malditas noveluchas. �