movimientos barriales en cuba

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Movimientos comunitarios en Cuba: un análisis comparativo Armando Fernández Soriano Haroldo Dilla Alfonso Margarita Castro Flores ESTE ARTÍCULO ES EL RESULTADO de una investigación de campo de varios meses de duración, en tres comunidades cubanas donde se habían desarrolla- do organizaciones barriales que, con agendas diversas, pretendían crear for- mas nuevas de organización de la vida cotidiana de sus pobladores. No son casos paradigmáticos, pero tampoco experiencias aisladas. Son sencillamente tres casos que ilustran las particularidades de este fenómeno social en Cuba. Por su naturaleza, este estudio es el primero de su tipo desarrollado en el país, y por ello sus propuestas se benefician al ser novedosas y son afectadas negativamente por la carencia de estudios precedentes. Queda al lector juz- gar el balance de estas ventajas y desventajas. 1 Los nuevos movimientos comunitarios: ¿continuidad o ruptura? Las comunidades habitacionales cubanas han sido desde hace casi cuatro décadas, un campo muy intenso de acción y participación popular. En la dé- cada de los años sesenta, se crearon organizaciones sectoriales y de masas, con asiento barrial, como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), que desempeñaron un papel vital en la movilización popular en torno a las metas revolucionarias y sirvieron 1 Los autores desean expresar su agradecimiento a la fundación alemana Bunststift y a la Fundación para el Desarrollo de El Salvador (Funde) por sus invaluables apoyos para esta investigación. En particular desean agradecer la cálida cooperación de Karin Urschel y Alfon- so Goitia. 857

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movimientos populares de origenes locales

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  • Movimientos comunitarios en Cuba: un anlisis comparativo

    A r m a n d o Fernndez Soriano H a r o l d o D i l l a Alfonso

    M a r g a r i t a Castro F l o r e s

    E S T E A R T C U L O ES E L RESULTADO de una investigacin de campo de varios meses de duracin, en tres comunidades cubanas donde se haban desarrolla-do organizaciones barriales que, con agendas diversas, pretendan crear for-mas nuevas de organizacin de la vida cotidiana de sus pobladores. No son casos paradigmticos, pero tampoco experiencias aisladas. Son sencillamente tres casos que ilustran las particularidades de este fenmeno social en Cuba. Por su naturaleza, este estudio es el primero de su tipo desarrollado en el pas, y por ello sus propuestas se benefician al ser novedosas y son afectadas negativamente por la carencia de estudios precedentes. Queda al lector juz-gar el balance de estas ventajas y desventajas.1

    Los nuevos movimientos comunitarios: continuidad o ruptura?

    Las comunidades habitacionales cubanas han sido desde hace casi cuatro dcadas, un campo muy intenso de accin y participacin popular. En la d-cada de los aos sesenta, se crearon organizaciones sectoriales y de masas, con asiento barrial, como los Comits de Defensa de la Revolucin (CDR) y la Federacin de Mujeres Cubanas (FMC), que desempearon un papel vital en la movilizacin popular en torno a las metas revolucionarias y sirvieron

    1 Los autores desean expresar su agradecimiento a la fundacin alemana Bunststift y a la Fundacin para el Desarrollo de El Salvador (Funde) por sus invaluables apoyos para esta investigacin. En particular desean agradecer la clida cooperacin de Karin Urschel y Alfon-so Goitia.

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    de vehculos para la aplicacin de planes sociales diversos, particularmente en salud y educacin.

    En 1976, con la creacin y desarrollo del actual sistema municipal, el proceso de participacin adopt un carcter ms institucionalizado. Desde las circunscripciones (unidades electorales), los vecinos fueron capacitados para elegir directamente a sus representantes (delegados) a las Asambleas Municipales (consideradas las mximas autoridades estatales en cada munici-pio), as como para participar en reuniones peridicas encaminadas a fiscali-zar la accin del gobierno, expresar demandas y debatir los problemas loca-les. A partir de 1998, con la creacin paulatina de los consejos populares (agrupaciones de circunscripciones con un presidente elegido por los dele-gados), los barrios se fortalecieron como unidades polticas.

    A pesar de la importancia de este sistema municipal (Dilla et a l , 1993), no hay que perder de vista que su funcionamiento estaba apoyado en un esquema de participacin paternalista y subordinado a un orden poltico ver-tical y poco descentralizado. No haba aqu espacio para proyectos de voca-cin autogestiva.

    L a aparicin de movimientos barriales externos a estas estructuras pol-tico-administrativas representa slo parcialmente una continuidad respecto a los procesos de participacin precedentes. De ellos heredan una tradicin de compromiso, elementos de una cultura poltica participativa y un liderazgo local, honesto y capaz. En ocasiones, como se observar ms adelante, se produce una interaccin fructfera entre las nuevas organizaciones y las ins-tituciones preexistentes. De igual manera, partiendo de un entramado polti-co de vocacin socialista, estos movimientos tienden a una identificacin sistmica que no excluye contradicciones y conflictos.

    Se trata de organizaciones nuevas, cuyas acciones buscan llenar espa-cios de coordinacin y gestionar a partir de nuevas agendas o simplemente cubrir necesidades que el Estado ya no puede satisfacer con eficacia. En el orden normativo y de procedimiento, existen varias caractersticas que dis-tinguen a los movimientos barriales emergentes:

    1 ) Son movimientos no conectados entre s, por lo que poseen eminente-mente un sentido local. No se trata simplemente de una carencia (los ma-gros mecanismos de informacin y coordinacin con sus homlogos), sino de un rasgo muy definido. La experiencia indica que cuando varios de estos movimientos entran en contacto, la principal preocupacin de sus lderes y activistas es evitar copias mecnicas de otras experiencias y sal-vaguardar la singularidad.

    2 ) Exhiben una vocacin autogestiva, que se expresa inmediatamente en el

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    trazado de polticas sociales y, posteriormente, en el logro de espacios econmicos propios.

    3 ) A diferencia de las organizaciones populares formales, estos movimien-tos se proponen metas de transformacin integral de las comunidades a partir de consideraciones socioculturales. Aun cuando sus agendas es-tn inicialmente limitadas a temas especficos, a la larga tienden a sobre-pasarlas.

    4 ) Se apoyan en ejercicios "difusos" de los liderazgos y los activismos, dife-rentes del concepto habitual de dirigentes y miembros.

    Tres comunidades en busca de su futuro

    Santa F e

    Santa Fe, ubicado en el extremo occidental de la ciudad de La Habana, es un poblado costero con una historia propia que la distingue del resto de la ciu-dad. Sus construcciones, modo de vida e idiosincrasia, indican un sello pecu-liar en la conformacin histrica del poblado. La historia de Santa Fe parece remontarse a finales del siglo XVIII, cuando se ubicaba en el lugar un pequeo grupo de pescadores con pocos vnculos con la ciudad de La Habana, enton-ces distante varias decenas de kilmetros y sin vas efectivas de comunica-cin. No es sino hasta la dcada de los aos treinta del siglo X X , cuando se construye la primera carretera que lo uni con la capital, lo que tuvo un efecto social inmediato: el arribo de sectores de clase media en busca de un lu-gar retirado para los placeres del verano. Aunque estos grupos no influyeron decisivamente en la psicologa social del lugar, s dejaron su huella en la arquitectura y en la formacin de lo que hoy se denomina Nuevo Santa Fe, ubicado al sur (y separado por la carretera) del poblado original. Dado que la mayor parte de estos pobladores emigraron durante los aos sesenta, Nuevo Santa Fe se vio repoblado, principalmente, por personas de origen campesi-no (usualmente vinculadas a las Fuerzas Armadas, dada la presencia en las cercanas de algunas instalaciones militares). Desde los aos cincuenta, pero sobre todo a partir de los setenta, Santa Fe vio complicarse ms su caracteriza-cin demogrfica cuando se produjo el asentamiento de migrantes de otras zonas del pas, en las mrgenes de un terreno cenagoso, al extremo oeste del poblado, lo que dio lugar a un barrio conocido como Bajos de Santana (Fernndez y Otazo, 1996).

    Esta evolucin histrica marca a Santa Fe con un sello contradictorio. Por un lado, se trata de una comunidad que histricamente preserva un sen-

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    tido de pertenencia y que se asume como distinta respecto a otras comunida-des cercanas y al propio municipio en que est enclavada, pero, por otro lado, la yuxtaposicin de grupos poblacionales diferentes, portadores de tra-diciones y rasgos culturales propios, ha configurado un espacio local en el que habitan ms de 21 000 personas marcadas por una diversidad de modos de vida y aspiraciones, a la que no ha podido sustraerse la prctica poltica en la zona, ni el propio Movimiento de Horticultores en estudio. Santa Fe est organizada como un Consejo Popular dentro del municipio Playa.

    E l Movimiento de Horticultores es la asociacin ms prominente de las muchas que agrupan a cientos de personas de la localidad, y que ha recibido un fuerte estmulo por parte de las autoridades polticas y gubernamentales de la comunidad, particularmente del Consejo Popular y de su presidente, quien ejerce un activo liderazgo y ha sido reelegido en ese cargo desde su establecimiento en 1991.

    Los orgenes del Movimiento de Horticultores se enlazan con varios factores, por un lado, una tradicin de cultivadores que habitan en el poblado (particularmente en Nuevo Santa Fe), ya sea en los patios de las casas o en terrenos baldos que haban sido paulatinamente ocupados por los vecinos para estos fines. Esta vocacin fue impulsada desde 1991 por la poltica nacional, trazada para el otorgamiento de terrenos disponibles en zonas ur-banas, en calidad de usufructo, a aquellas entidades colectivas (empresas, grupos de vecinos, escuelas, etc.) o individuos que estuvieran en condicio-nes de producir alimentos. Dada la abundancia de terrenos baldos en su territorio, los habitantes de Santa Fe pudieron beneficiarse considerablemente de esta medida. Por ltimo, habra que considerar un hecho tan especfico como trascendente: la designacin en ese lugar, por el Ministerio de la Agri-cultura, de un ingeniero agrnomo (en calidad de su representante en el terri-torio), crecientemente interesado tanto en el desarrollo de la agricultura or-gnica como en la organizacin de estructuras asociativas y participativas en la comunidad, y que se convirti en el ms activo promotor de la asociacin de los horticultores.

    Esta organizacin fue estructurndose poco a poco en clubes, cada uno con un presidente, un tesorero y dos vocales, y posteriormente en la eleccin de una junta directiva de la que formaban parte los presidentes de cada club. La pertenencia a un club implicaba beneficios no slo por la asistencia tcni-ca que provee el Consultorio Agrcola Veterinario (CAV), sino tambin por el acceso privilegiado a recursos provenientes de donaciones externas. Impli-caba, adems, deberes como el pago de cuotas monetarias para las activida-des colectivas y la entrega de algunas de las cosechas para el consumo social en escuelas, crculos infantiles, etctera.

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    Es difcil calcular el nmero exacto de personas inscritas en este movi-miento. En este poblado, el total de horticultores se elevaba a 1 2 1 5 perso-nas, todos los cuales se beneficiaban o podan ser beneficiarios de los servi-cios tcnicos del C A V . Pero no todos estaban afiliados a clubes. Segn otras fuentes, el nmero de clubes ascenda a 17, y el de afiliados a 3 0 2 personas, pero tampoco esto implica que todos ellos tengan una participacin activa. E l sentido de "membresa" se flexibiliza, y excepto un ncleo de algo ms de un centenar de horticultores, el resto pudiera ser una suerte de participantes eventuales, de acuerdo con sus necesidades especficas.

    En trminos de satisfaccin personal, la mayora de los encuestados con-fes haber encontrado en esta actividad una forma de realizacin personal que rebasaba el plano econmico y haber ganado mayor sensibilidad en cuanto a la preservacin y desarrollo del medio ambiente. De ellos, 9 2 % evaluaba como democrtica la estructura organizativa creada y perciba que sus pun-tos de vista eran tomados en cuenta siempre o regularmente.

    Atars

    Atars, ubicado en el municipio Cerro, uno de los municipios centrales de la ciudad de La Habana, ha sido histricamente un barrio popular. Aunque sus primeros habitantes debieron asentarse all desde el siglo xvm, el barrio fue reconocido como tal en 1856, cuando contaba con algo ms de 3 0 0 0 habi-tantes. Las principales actividades econmicas del barrio eran los oficios menores y el comercio. Estos rasgos fueron evolucionando con el paso de los aos. Hacia 1931 el barrio haba llegado a saturarse demogrficamente al contar con 12 0 0 0 habitantes, prcticamente la misma cantidad que en la actualidad. Por entonces, la actividad econmica del lugar era muy intensa dada la cercana del puerto de La Habana, del Mercado General de Abastos y Consumo y de algunas zonas comerciales minoritarias. A l mismo tiempo, esto produca una considerable poblacin flotante y la consiguiente prolife-racin de actividades como la prostitucin, los juegos de azar y el robo. A partir de la cuarta dcada del siglo, Atars comenz a experimentar un pro-ceso de empobrecimiento como resultado del crecimiento de la ciudad, y el traslado o decadencia de los focos econmicos que haban marcado su rela-tiva prosperidad.

    E l triunfo de la Revolucin contribuy decisivamente a cambiar la fiso-noma del barrio en varios sentidos. En un primer plano, la poblacin pobre del lugar, mayoritariamente negra y mestiza, pudo beneficiarse de las medi-das de equidad social y del proceso de movilidad social ascendente. En se-gundo lugar, la erradicacin de los pequeos negocios cambi por completo

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    la conformacin socioclasista del barrio. Por ltimo, la inexistencia de pro-yectos de remodelacin y mantenimiento de viviendas, as como las dificul-tades para ejecutar este tipo de acciones de manera individual, condujo a un deterioro acentuado de la planta fsica del barrio, compuesta fundamental-mente por viviendas individuales de una sola planta y cuarteras.

    Un censo realizado en 1990 registraba 10 591 residentes fijos y una poblacin flotante de cerca de 2 000 personas. 52% de los residentes fijos eran trabajadores, 11% jubilados, 4% pensionados, 21% estudiantes y 11% desempleados, cifra esta ltima muy alta en comparacin con el estndar nacional de la poca. Estas personas habitaban en 3 088 viviendas, 70% en construcciones en mal estado. Del total de viviendas mencionadas, 1 382 estaban ubicadas en 110 ciudadelas o cuarteras, donde vivan cerca de 5 000 personas. Los 12 500 habitantes de Atars ocupan un espacio de 28 hect-reas, lo que supondra una alta densidad poblacional de 45 000 habitantes por kilmetro cuadrado.2

    L a larga existencia de Atars como un barrio capitalino pobre, con ras-gos de marginalidad, ha reforzado el sentido de pertenencia expresado en rituales, smbolos y jerarquas informales, buena parte provenientes de las religiones afrocubanas (santera, palo monte, abakku), y de una intensa vida cultural. Atars es, entre las tres comunidades estudiadas, la que expresa una cohesin mayor y una extensin ms acentuada de las relaciones primarias. En la divisin poltico-administrativa, Atars est enclavado en el municipio Cerro, y forma parte, junto con el barrio aledao de E l Pilar (8 000 habitan-tes), de un Consejo Popular.

    E l surgimiento en 1988 del proyecto comunitario de Atars (formal-mente conocido como Taller de Transformacin Integral de Atars), fue inducido directamente por el Grupo de Desarrollo Integral de la capital, ins-titucin estatal multidisciplinaria encargada de formular propuestas y aseso-rar en la planificacin estratgica de la ciudad de La Habana.

    En sus inicios, el Taller dirigi sus acciones hacia la construccin y rehabilitacin de viviendas, la necesidad ms visible en el barrio, lo que estaba previsto como un primer paso efectivo para la legitimacin del Taller y para el incremento de su capacidad de convocatoria en aras de una mayor participacin popular en un trabajo integral de transformacin sociocultural. Simultneamente, esta orientacin era alentada por las polticas oficiales pre-valecientes entre 1986 y 1990, encaminadas a agilizar la construccin de viviendas y obras sociales, particularmente en La Habana.

    2 Datos suministrados por la lder comunitaria Mara Regla Barbn.

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    Como consecuencia, la actividad del Taller, al menos hasta 1991, se orient hacia la formacin y puesta en marcha de tres microbrigadas sociales (unidades constructoras formadas por los vecinos y provistas de recursos proporcionados por el Estado), y a la realizacin de un censo que permitiera sobre todo calibrar las necesidades reales en esta zona y establecer las prio-ridades.

    Tambin fue constituido un grupo de ocho personas, que inclua di-ferentes especialidades que incidan en la actividad de la construccin y en el trabajo social, para actuar como promotor de la transformacin del barrio.

    Muchos actores recuerdan este periodo como la poca de oro del pro-yecto. Las expectativas generadas entre la poblacin produjo un alza de la movilizacin en torno al Taller, que tuvo su expresin ms evidente en cien-tos de personas, en buena parte mujeres, que se inscribieron como trabajado-ras en las microbrigadas sociales. Pero los resultados fueron mucho ms dis-cretos que las motivaciones, y la crisis puso fin al entusiasmo cuando se hizo manifiesto que no existan los recursos para afrontar las necesidades acumu-ladas durante dcadas.

    A partir de 1992, y coincidente con un cambio de direccin en el grupo promotor, el Taller comenz a reorientar su actividad en el barrio. Por un lado, emprendi acciones para conseguir financiamientos externos que le permitie-ran dar alguna respuesta al problema clave de la vivienda. Por otro, y posible-mente esto sea lo ms significativo, se reorient hacia el trabajo sociocultural, a la promocin en sectores especficos de la poblacin (bsicamente nios, ado-lescentes y mujeres), y al impulso de tareas comunitarias que, a un menor costo, repercutieran en las condiciones de vida de los pobladores.

    A pesar de haber reunido sumas notables para la rehabilitacin y sanea-miento de viviendas y cuarteras, el Taller no ha logrado resultados visibles.3

    E l porcentaje de obras terminadas es bajo y las obras en construccin han marchado a un ritmo muy lento, todo lo cual erosiona la credibilidad de los lderes comunitarios. Aunque de ello se hablar ms adelante. Es importante sealar que en este punto, el taller de Atars revela una profunda contradiccin entre la aspiracin de un proyecto de autogestin comunitaria y la rigidez nor-mativa e insuficiente autonoma que padecen las estructuras gubernamentales locales, particularmente en la capital. Esta contradiccin tambin se ha expre-sado crudamente en la frustracin de diferentes acciones encaminadas a fo-mentar espacios autnomos de economa barrial.

    3 Debe anotarse que las acciones constructivas y de rehabilitacin han sido ms efectivas en obras sociales como la Casa Comunitaria, el Centro Cultural Religioso y otros centros de educacin y salud. Hasta el momento, el Taller tiene varias obras sin concluir con un potencial de cerca de 400 beneficiarios.

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    E l Taller ha logrado poner en marcha varios programas dirigidos a nios y adolescentes, un taller femenino de autoestima (novedoso en el escenario nacional), as como revitalizar tradiciones culturales en proceso de extincin y centrar muchas actividades barriales en torno a la Casa Comunitaria y al Cen-tro Cultural Religioso. Tambin ha podido consolidar un grupo considerable de activistas voluntarios y coordinar acciones con las instancias gubernamenta-les de base, principalmente con el Consejo Popular. De igual manera, ha ensayado formas novedosas de compromiso popular en la produccin de diagnsticos y la propuesta de soluciones a los problemas del barrio, al crear las asambleas conocidas como Talleres de Ideas.

    Sin embargo, la accin del Taller an parece limitada a grupos especfi-cos y no ha logrado generar un proceso de participacin activa de la pobla-cin. Su direccin sigue residiendo en el grupo tcnico multidisciplinario (por lo dems inestable en su composicin), y aun cuando de su seno han emergido personas con alta ascendencia en la poblacin, lo cierto es que el movimiento no ha logrado articular un liderazgo colectivo distinto que el esta-blecido formalmente en el planeamiento tcnico del proyecto.

    E l C o n d a d o

    E l Condado tiene su origen en la migracin de poblacin rural, sobre todo de las zonas montaosas, hacia la ciudad de Santa Clara, hasta llegar a consti-tuir su barrio marginal ms conocido. Aunque los primeros poblamientos aparecieron hace ya varias dcadas, el crecimiento explosivo del barrio tuvo lugar a partir de los aos cincuenta, lo que hasta cierto punto lo caracteriza como un poblado joven. Aun cuando sus habitantes pudieron beneficiarse de numerosas medidas adoptadas por la Revolucin, nunca se practic un plan de desarrollo especfico que permitiera afrontar las condiciones particula-res del barrio. En la actualidad, E l Condado tiene unos 48 000 habitantes y ocupa un rea de aproximadamente 4 kilmetros cuadrados. Segn un censo levantado por los promotores del proyecto en 1992, de una muestra de 732 habitantes 24% tenan menos de 14 aos, y 58% se ubicaba entre 15 y 49. De la poblacin adulta, 17% estaba desempleada, ndice que ascenda a 30% entre la poblacin femenina. E l 41% de las viviendas estaba en mal estado. En cuanto a la educacin, 55% de la poblacin adulta tena 6 grados o me-nos, 31% entre 6 y 9 grados, 13% entre 9 y 12 grados y slo 1% tena nivel universitario.4 En trminos poltico-administrativos, est ubicado en el mu-

    4 Datos suministrados por el doctor Luis Fonticciella. Estos ndices son bajos en compa-racin con los niveles nacionales, pero al mismo tiempo tpicos de la zona. En una comunidad

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    nicipio de Santa Clara, capital de la provincia de Villaclara, y se divide en dos consejos populares: Norte y Sur.

    E l movimiento comunitario estudiado est ubicado en una de las cir-cunscripciones del Condado Sur, donde habitan aproximadamente unas 3 0 0 0 personas. E l proyecto Condado surge como iniciativa de varios actores so-ciales, principalmente de algunos expertos de la Universidad Central de las Villas y del gobierno municipal de Santa Clara, interesados en poner en prc-tica algunas acciones contra el deterioro fsico del lugar y las conductas antisociales suscitadas ah (delincuencia, reyertas frecuentes, alcoholismo, violencia familiar). A l principio se plantearon algunos proyectos de cons-truccin de viviendas y de prevencin social, pero resultaron poco efectivos al carecer de una perspectiva integral de transformacin del barrio.

    Es a fines de 1989 cuando se empieza a planificar un proyecto de mayor envergadura, para lo cual fue imprescindible el apoyo de tres partes. Por un lado, el del Grupo de Desarrollo Integral de la capital, que puso a disposi-cin de los actores locales los elementos metodolgicos necesarios, inclu-yendo el intercambio con experiencias en marcha, particularmente en el ba-rrio de Atars. Por otro lado, la voluntad del gobierno municipal de impulsar el proyecto, incluso al costo de concentrar los recursos disponibles en una sola circunscripcin (una de las que mostraba condiciones habitacionales ms deplorables), y obtener as un efecto de demostracin que irradiara la experiencia a otras zonas de la ciudad. Por ltimo, fue vital la capacidad de negociacin de la delegada de la circunscripcin para convencer a las auto-ridades locales de la pertinencia de realizar el proyecto en su barrio y obte-ner los recursos disponibles.

    E l proyecto de transformacin del barrio se inici en abril de 1990, y en enero de 1991 se form un grupo de trabajo compuesto por personas desta-cadas de la comunidad, capaces de movilizar a la poblacin en torno a las metas propuestas: el activista comunitario de la cultura, la santera ms influ-yente del barrio, el arquitecto a cargo de las construcciones en el lugar, el mdico de la familia, la delegada municipal y el jefe del sector de la polica. La columna vertebral del movimiento ha sido desde entonces la microbrigada social, compuesta por los propios habitantes del barrio y cuya primera tarea es la construccin de viviendas y otras obras sociales para la comunidad. Aun cuando esta microbrigada pertenece a una direccin municipal, es evi-dente que el proyecto posee un considerable poder de decisin sobre sus operaciones.

    cercana, Los Sirios, 52% de la poblacin tena 6 grados de enseanza o menos, 36% entre 6 y 9 grados, 10% desde 9 a 12 grados y slo 1% posea nivel universitario.

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    Sin lugar a dudas, este proyecto puede mostrar un nivel de realizacin envidiable. En sus seis aos de funcionamiento ha logrado la construc-cin de ms de 120 viviendas, adems de realizar algunas obras sociales como son un mercado, un hogar materno, un centro cultural y deportivo, una escue-la y un consultorio mdico. De igual manera, ha puesto en marcha un conjun-to de grupos culturales y de educacin popular que han incidido efectiva-mente en el desarrollo de prcticas solidarias y en el rescate de las races culturales de la comunidad. Se ha conseguido un mejoramiento sustancial en los ndices de salud, educacin y, en general, en la eliminacin de la delin-cuencia y otros males sociales. No menos significativa es la ampliacin a unas 30 personas de su grupo promotor, representantes de sectores o respon-sables de funciones, lo que les ha permitido avanzar en un programa con enfoque multisectorial del trabajo comunitario.

    A pesar de sus avances participativos, el proyecto an no ha logrado una participacin suficiente de la poblacin ni establecer con sta una comunica-cin fluida. De igual manera, las ventajas reportadas por el decidido apoyo del gobierno local se han traducido en una fuerte dependencia econmica en detrimento de formas propias de autofinanciamiento, a pesar de la volun-tad de sus lderes para impulsar acciones de esta naturaleza.

    Como podr observarse, hay puntos comunes y no menos diferencias entre estos tres proyectos. Y seran innumerables los espacios de compara-cin. De esta manera, nos parecera oportuno centrarnos en dos: en primer lugar, sobresale el siempre problemtico tema de la relacin entre Estado y movimientos sociales. Aqu, esta relacin ha sido muy intensa, con resulta-dos positivos y negativos, lo que ofrece un campo interesante de discusin. Pero, al mismo tiempo, vale la pena explorar sucintamente la relacin con un tercer mecanismo de asignacin de valores y recursos: el mercado. Por lti-mo analizaremos el carcter de los liderazgos emergentes, sus estilos de ges-tin y el lugar donde participan.

    Los movimientos comunitarios y el Estado

    Ninguno de los movimientos comunitarios estudiados puede definirse como contestatario frente al Estado. A l contrario, en todos ellos ha existido una voluntad de sus lderes y activistas para actuar complementariamente res-pecto a las polticas estatales en los territorios y por mantener relaciones cordiales con las autoridades locales, sus interlocutores estatales inmediatos. Ello es perfectamente comprensible si tenemos en consideracin la vocacin social del Estado cubano y su impacto en el desarrollo de los diferentes terri-

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    torios. A l mismo tiempo, el Estado posee una compleja organizacin muni-cipal que penetra hasta las bases poblacionales, involucrndolas en prcticas de participacin a las que no puede permanecer indiferente ningn movi-miento barrial. Las figuras ya mencionadas del delegado municipal o del Consejo Popular son piezas clave del funcionamiento comunitario en cual-quier lugar del pas y, de hecho, constituyen una suerte de lnea difusa entre el Estado y la sociedad civil.

    E l Estado ha sido un proveedor fundamental de recursos en el despegue y consolidacin de los tres movimientos estudiados.

    En primer lugar, ha sido el suministrador por excelencia de los recursos humanos vitales. E l proyecto de Santa Fe difcilmente hubiera podido alcan-zar sus niveles actuales de madurez sin la asignacin a ese territorio de un agrnomo experimentado capaz de inducir la aplicacin de tcnicas agrco-las adecuadas para alcanzar un resultado alentador. Todo el equipo dirigente en Atars es asalariado del Estado, como parte de la plantilla de una mi-crobrigada municipal. La situacin es idntica en E l Condado, donde buena parte de sus lderes el mdico del barrio, el activista cultural, el arquitecto, etc. son empleados de distintas dependencias estatales o de la microbrigada social. En este mismo sentido, el Estado acta como un difusor de "tecnolo-gas blandas", particularmente mediante grupos especializados provenientes de universidades y, sobre todo, del Grupo de Desarrollo Integral de la capi-tal, cuyas metodologas han sido un punto de partida para todas estas expe-riencias. Por ltimo, no puede perderse de vista que ha sido gracias a las polti-cas estatales como se ha logrado la maduracin de un sujeto social educado y entrenado en los asuntos pblicos, para el cual la idea de participar no resulta extraa, y que hoy constituye la base social de los movimientos.

    Segundo, ha sido un suministrador muy importante de recursos materia-les. E l Condado es un ejemplo por excelencia, lo cual merece un anlisis ms adelante. Pero tambin Santa Fe, cuyos horticultores en buena parte se bene-fician con tierras pblicas; o Atars, cuyo inicio se vincula a un malogrado intento inversionista de gran escala y cuya sede y centro principal de accio-nes, la Casa Comunitaria, es un inmueble estatal cedido para tales fines.

    Tercero, ha sido un actor insustituible dada su capacidad para reconocer a los movimientos como interlocutores. Ciertamente, ninguno de estos pro-yectos posee una titularidad legal, y el intento de algunos de ellos de conse-guir un status de asociacin civil ha fracasado, dadas las restricciones en la legislacin y en su aplicacin en el mbito nacional. Esto acta como una limitacin para el despliegue de acciones, como luego se ver. De cualquier manera, es un hecho que las instancias locales de gobierno reconocen a estos movimientos como actores vlidos y actan en consecuencia.

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    Nuevamente, el caso ms sobresaliente es E l Condado, donde las auto-ridades locales han entendido la necesidad de la autonoma para alcanzar un efecto a largo plazo, y los lderes comunitarios han sabido mantener sus es-pacios propios, en lo que denominaremos una situacin de "autonoma pac-tada".5 Pero incluso en Atars, donde las relaciones con las instancias loca-les han sido ms conflictivas, tanto el Consejo Popular como el municipio perciben al Taller como un mecanismo complementario para el desarrollo local y respetan sus perfiles especficos. Sin lugar a dudas, es una situacin en la que un movimiento tiene acceso a las reas de toma de decisiones y puede ejercer la representacin de sus intereses en un escenario, cuando menos, abierto a desarrollos positivos en el futuro.

    Nada de esto implica que las relaciones entre ambas instancias sean en todos los casos armnicas, como tampoco que incluso all donde pueda pre-dominar la armona, sta resulte en beneficio de los fines autogestivos y participativos de los movimientos. De hecho, el Estado cubano se encuentra inmerso en un proceso de reformas y cambios cuyo punto de partida fue un sistema de planificacin altamente centralizado que dejaba poco espacio a iniciativas ciudadanas en los mbitos descritos. En consecuencia, existe an no slo una legislacin restrictiva sino tambin una cultura poltica y un en-tramado burocrtico poco anuentes a permitir "competencias" de otros actores en su territorio. En ocasiones, la puerta de acceso a los corrillos del Estado exige un precio alto en trminos de subordinacin y manipulacin utilitaria, aun cuando sta sea ejercida con fines altruistas.

    Las vicisitudes de la economa popular

    Lo sealado en el prrafo anterior ha sido particularmente visible en el cam-po de la economa. Todos los movimientos estudiados han afrontado dificul-tades insuperables para desarrollar formas de economa propia que les per-mita un nivel aceptable de autofinanciamiento y, en los casos en que se han puesto en prctica, se ha tratado de acciones menores en precarios intersti-cios permisivos de las normas establecidas.

    5 El trmino "autonoma pactada", que utilizaremos aqu, parece ser el escenario ptimo que puede afrontar un movimiento comunitario en Cuba en las actuales condiciones. Describe una situacin en la que el movimiento posee capacidades decisorias fundamentales sobre los temas que afectan a la comunidad, pero no a partir de una titularidad legal, sino de una suerte de acuerdo con las autoridades po'ticas y gubernamentales. Por consiguiente, exige un proce-so de negociacin permanente pero en condiciones ms favorables para el movimiento. Tam-bin implica, necesariamente, contracciones y expansiones de los derechos pactados.

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 869

    E l Taller de Atars ha reconocido con objetividad espacios posibles de captacin de recursos, explotando la principal riqueza del barrio, su intensa vida cultural, mediante el turismo especializado, pero hasta el momento no ha conseguido el permiso legal. En 1990 comenzaron a realizar diferentes gestiones para instalar un pequeo taller de materiales de construccin de bajo costo, con uso intensivo de desechos y escombros. Su pleno funciona-miento les permitira facilitar a los vecinos insumos imprescindibles para la rehabilitacin de sus viviendas. Tras un periodo de funcionamiento, el taller de materiales tuvo que ser entregado a una microbrigada municipal, con el compromiso de recibir 20% de la produccin para uso del barrio.

    Santa Fe ofrece en esta lnea varios ejemplos ilustrativos, dado que aqu reside el nico de los movimientos estudiados cuyo eje es, precisamente, el desarrollo de actividades productivas. E l desarrollo de acciones econmicas propias no confront dificultades mientras se trat del cultivo de pequeas parcelas, con una productividad lo suficientemente modesta como para no rebasar el mbito del autoconsumo. Desde el momento en que se plante la existencia de un excedente, el tema entr en una agenda conflictiva. Debido a que los horticultores no posean la fuerza econmica suficiente como para afrontar los impuestos y tasas existentes, comenzaron a vender sus produc-ciones en los propios huertos, lo cual los colocaba como evasores del fisco. E l Consejo Popular intent resolver la situacin mediante ferias populares, lo que recibi una respuesta adversa de las autoridades municipales. En los momentos de escribir este informe, los horticultores y los dirigentes polti-cos locales estaban negociando una frmula novedosa planteada por los pri-meros: la vinculacin de los clubes con asociaciones de consumidores for-madas por los vecinos cercanos a los huertos.

    E l excedente agrcola siempre plantea el problema de su conservacin. En consecuencia, los horticultores consiguieron un financiamiento externo para instalar una pequea planta de procesamiento y envase de vegetales. E l proyecto estaba concebido como una propiedad cooperativa de un grupo de vecinos. Pero como no existe en el pas una legislacin que autorice la pro-piedad cooperativa urbana, las autoridades municipales mostraron su dis-posicin favorable slo si la pequea planta pasaba a ser administrada por una empresa estatal local, lo que era incompatible con las clusulas del proyec-to. Finalmente fue desechado. Una suerte parecida corri otro proyecto de igual naturaleza, destinado al montaje de una minscula empresa para la pre-paracin de piensos para las incipientes cras de animales en algunos huertos.

    En E l Condado, la situacin es aparentemente menos compleja, tenien-do en cuenta la voluntad de las diferentes instancias del gobierno local de apoyar materialmente al proyecto respetando su autonoma. En la prctica,

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    sin embargo, ello ha creado una dependencia excesiva de los fondos estata-les, no siempre disponibles en una economa de recursos escasos, y de cual-quier manera ha limitado la posibilidad del movimiento para expandir su agenda a otras esferas. Aun as, E l Condado resulta un caso no usual de vo-luntad poltica, poco probable, por ejemplo, en un municipio capitalino, y pudiera argumentarse que las peculiaridades de su xito tambin indican los lmites de su viabilidad a una escala mayor.

    Situaciones como las descritas no slo limitan el despliegue de los mo-vimientos, sino que tambin distorsionan sus ejecutorias. Un caso evidente de esta afirmacin es Atars. Como sealbamos anteriormente, este movi-miento produjo una reorientacin de sus acciones desde 1992, consistente en la bsqueda de apoyo externo para la rehabilitacin y reparacin de vivien-das, as como en poner un mayor nfasis en acciones sociales y culturales que motivaran la participacin popular. Entre 1994 y 1995 el Taller recibi un financiamiento considerable de varias organizaciones internacionales, lo que incidi en una reanimacin efectiva de los procesos constructivos dada, por un lado, la inexistencia de una estructura empresarial propia de la comu-nidad, y por otro, la poca capacidad del gobierno municipal para responder con sus empresas y microbrigadas a los programas trazados. Ello oblig a los dirigentes del Taller a asumir directamente gestiones administrativas, cuyo resultado no pudo ser otro que el desgaste de los primeros y el inevitable relegamiento de las acciones sociales y culturales previstas.

    E l breve recuento realizado indica claramente los obstculos que en-frentan los movimientos barriales para incidir en la dinamizacin de la eco-noma local, propsito bsico en proyectos que se plantean una transforma-cin integral de la calidad de la vida cotidiana de los pobladores. Pero ms all de estas consideraciones, pudiera argumentarse que coartar el fomento de formas de economa popular constituye una prdida de oportunidades histricas para incidir en la socializacin del mercado y contrarrestar sus efec-tos erosionadores de la solidaridad y la cooperacin. Las experiencias obser-vadas indican que las formas incipientes de economa popular, marcadas por principios asociacionistas de productores y consumidores sobre bases soli-darias, apuntan a nuevas formas de produccin, distribucin y consumo que no deben ser desdeadas por una sociedad que ha fijado sus metas estratgi-cas en un orden alternativo al capitalismo.

    En Santa Fe, algunos horticultores han acordado destinar parte de sus producciones para fines sociales, donndolas a centros escolares, guarderas infantiles, etc. No es inusual encontrar actos espontneos de ayuda a vecinos desvalidos. A l mismo tiempo, han ensayado relaciones directas con los consu-midores, sustituyendo parcialmente el pago monetario por su cooperacin

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 871

    en la vigilancia de los huertos, y otras acciones de mutuo beneficio. En cual-quier caso, una preocupacin permanente de los horticultores ha sido cmo vender sus producciones a la comunidad a precios menores que los del mer-cado privado formal. En E l Condado, los pocos trabajadores cuentapropistas han convenido en brindar sus servicios gratis o a muy bajo costo a personas sin capacidad econmica o que se hayan distinguido de alguna manera positi-va en funcin de la comunidad, como una forma de retribuir los beneficios que la misma les aporta. En Atars tambin se han producido experiencias de esta naturaleza. Ciertamente se trata de fenmenos muy reducidos, casi in-significantes, cuando nos remontamos al mundo de la gran economa. Pero todo reto de magnitudes histricas tiene que ser enfrentado con un primer paso.

    L a a g e n d a a m b i e n t a l en l o s m o v i m i e n t o s b a r r i a l e s

    E l tema ambiental en los tres casos estudiados resulta dismil, aunque en todos, en mayor o menor medida, se hayan adoptado acciones relacionadas con el mejoramiento ambiental de las comunidades. Sin lugar a dudas, este es un aspecto que an no se ha instalado de forma permanente en las agendas de los movimientos.

    Esto no quiere decir, por supuesto, que no est presente en el inters de algunos de sus lderes, como en el caso de Santa Fe y E l Condado, pero las prioridades otorgadas a otros asuntos que afectan al barrio o el tratamiento por sectores de "lo ambiental", separndolo de una visin y gestin integral y colocndolo como acciones aisladas, hace que este importante aspecto per-manezca, con todo su potencial movilizador, esperando una adecuada ubica-cin en la agenda comunitaria.

    Si observamos la experiencia de los horticultores de Santa Fe, encontrare-mos una concepcin ambientalista del manejo agrocultural entre los lderes y en una buena parte de los miembros del movimiento, la tendencia a esta-blecer una horticultura de bajos insumos energticos, sobre todo en los m-todos de riego, el uso creciente de abonos orgnicos (composta y lom-bricultura), la intencin de buscar un manejo integral de los recursos en los huertos mayores, con cras de animales de corral y espejos de agua para la piscicultura, la utilizacin de biopesticidas, etc., expresan esta voluntad. Pero ms all de este manejo agroecolgico, el proyecto ha logrado cierta reper-cusin en el saneamiento de la comunidad al eliminar los vertederos de resi-duos slidos en los solares yermos, mejorar la calidad de vida de los horticultores y sus familias, as como sus relaciones con otros sujetos sociales de la comu-nidad. L a creacin del Club de Amigos del Bosque, en el que participa un

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    grupo importante de nios y adolescentes para la recuperacin forestal, dota de una extensin interesante a este movimiento.

    Si esta es la realidad del Movimiento de Horticultores de Santa Fe, no resulta igual en la experiencia de Atars, un espacio urbano con alto grado de deterioro en las construcciones y con una realidad ambiental sumamente cr-tica. La frecuencia de derrumbes, la acumulacin de desechos slidos en las calles, el psimo estado de las redes sanitarias para el drenaje y la altsima densidad demogrfica del barrio, son slo algunos de los indicadores am-bientales problemticos de esta comunidad y que, sin lugar a dudas, rebasan la posibilidad de accin efectiva del proyecto del Taller.

    No obstante, algunos momentos del proyecto han logrado explorar di-mensiones interesantes de lo ambiental en el barrio: el microtaller de mate-riales de construccin, que reciclaba los ridos de los derrumbes para su aprovechamiento constructivo, fue una interesante experiencia que qued sin continuacin ni anlisis en su proyeccin ambiental, los repetidos esfuer-zos de acciones de saneamiento y manejo de desechos slidos han quedado como hitos aislados en el trabajo cotidiano del movimiento comunitario.

    Sin embargo, el Taller de Atars ha desarrollado una vertiente del trabajo comunitario que lo acerca de forma tangencial a los problemas ambientales y brinda una va de entrada como quiz no se presente en otros lugares. La relacin cultura-ambiente, mediante el rescate de las tradiciones culturales afrocubanas, permanece como una fuente de acciones educativas y partici-pativas por medio de la cual podra comenzar un programa de acciones des-de lo cultural-barrial hacia lo ambiental-comunitario, que aportara mucho a las experiencias existentes en este sentido, no slo en Cuba sino tambin en otras partes del continente.

    E l proyecto de E l Condado presenta una visin diferente respecto a los dos anteriores, debido en gran medida a su gnesis, a la dimensin espa-cial de la experiencia y al estilo de direccin del proyecto, as como por el nivel de prioridad que le ha otorgado el gobierno local al desarrollo del pro-yecto. E l hecho de que entre los lderes se encuentre el mdico de la familia, el promotor cultural y la delegada del poder popular, ha brindado, adems de la direccin colectiva, la posibilidad de accin mltiple que en cierta medi-da abre canales futuros para la percepcin ambiental integrada dentro del proyecto.

    Curiosamente, a pesar de las acciones descritas, el tema ambiental no ha sido desarrollado como tal en estos movimientos, quiz debido a la bsque-da de acciones inmediatas que reviertan reconocimiento y beneficio a corto plazo y al carcter ms estratgico de una visin ambiental, generado a partir de polticas pblicas, niveles de gestin y manejo ms integrado por parte de

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 873

    las visiones sectoriales de los problemas, tal y como se ha venido percibien-do hasta el momento.

    A pesar de ello, el tema ambiental permanece con todo su potencial para la accin de estos movimientos, ya que los coloca como un interlocutor vli-do entre los habitantes de las comunidades y los gobiernos locales, al carecer estos niveles de la presencia de otros actores que llenen este espacio. Para ello ser preciso que el problema ambiental se vea como una gestin integral y no sectorial, y como un programa a largo plazo que incluya en la gestin pblica la necesaria dimensin educativa y cultural.

    Comunidades, liderazgos y participacin

    De alguna manera, en las pginas anteriores hemos analizado las caractersti-cas de los liderazgos de los tres movimientos barriales en estudio, as como la repercusin que han tenido sobre la gente comn y su compromiso. No cabe duda de que estamos en presencia de lderes emergentes que han logrado, con honestidad y sacrificios personales, movilizar recursos y personas en torno a metas de desarrollo y transformacin social, y que han tratado de hacerlo me-diante mtodos incentivadores de la participacin popular. Tampoco puede dudarse de que ello se ha traducido en acciones innovadoras que han mejorado los estilos de vida, ayudado a promover a sectores sociales tradicionalmente subordinados, y difundido, con mayor o menor xito, una cultura participativa.

    Sin embargo, a pesar de la voluntad de sus promotores, los movimientos estudiados no han mostrado todava una capacidad para producir un lideraz-go colectivo y, en relacin con l, un proceso efectivo de participacin. Esto constituye, indudablemente, la principal limitante para un despliegue de es-tos movimientos.

    En el caso de Santa Fe, aun cuando el movimiento ha logrado crear estructuras democrticas (dirigentes nominados y electos por las bases), ste sigue dependiendo en gran medida del promotor original. Los espacios de participacin estn limitados tanto como la agenda del movimiento, que slo incorpora de manera marginal otras acciones de inters comunitario. E l ele-mento tcnico, fuertemente representado en un proyecto productivo, tiende a sobreponerse sobre otras consideraciones, lo que induce a un tecnicismo fun-cional de la dinmica corporativa de los horticultores.

    En E l Condado, gracias a las habilidades de sus promotores, pero tam-bin al apoyo del gobierno local, se ha logrado articular una direccin colec-tiva compuesta por lderes formales e informales, altamente representativos y funcionales, aunque seleccionados por cooptacin del ncleo sin media-

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    ciones electorales, excepto en el caso de la delegada de la circunscripcin. Esto ha permitido refractar, desde la comunidad, las polticas sociales y cultura-les gubernamentales, lo que los lderes comunitarios llaman un "enfoque multi-sectorial" de las acciones. Sin embargo, an persiste un fuerte personalismo y los habitantes tienden a identificar las acciones con aquellos lderes ms din-micos o conocidos. Por otro lado, el xito de E l Condado en la construccin de viviendas y la realizacin de obras sociales as como de la transformacin del barrio ha legitimado al movimiento, pero no necesariamente se ha traducido en una participacin popular que desborde los intereses ms particulares, lo que pudiera indicar la reproduccin de las relaciones asistencialistas.

    En Atars los papeles de liderazgo han estado determinados desde 1988 por los status diseados en las plantillas del taller, lo que en algunos casos ha marcado a los primeros con un sello de formalidad poco efectiva. Segn se ha avanzado en los programas sociales y culturales de transformacin, el Taller se ha rodeado de activistas, algunos de los cuales son capaces de in-fluir socialmente, sea desde una autoridad tradicional o desde funciones que afectan a la comunidad o a parte de ella. Estos son los casos, por ejemplo, de jerarcas religiosos, activistas juveniles, promotores sociales diversos, etc. Pero en ningn momento se ha logrado consolidar este liderazgo en una institucin colegiada que supere el diseo tecnicista del grupo dirigente for-mal. Tampoco la participacin ha sido una cualidad del movimiento. Cierta-mente, desde 1994, el espectro de personas participantes en torno al Taller se ha ampliado y diversificado: grupos de jvenes, nios y mujeres, activis-tas culturales, etc. Pero no es aventurado afirmar que, si exceptuamos tanto a los beneficiarios pasivos como a los comprometidos eventuales en acciones ldico-culturales, el total de participantes en torno al Taller no excede de algunas decenas de personas.

    Qu determina un resultado semejante en proyectos que han tenido lugar en escenarios distantes, con actores dismiles y en algunos casos con agendas diferentes? Con seguridad no existe una respuesta inequvoca. Y buscarla puede conducir a engaos. En su lugar, es preferible explorar algu-nos factores que pudieran estar afectando negativamente la consecucin de un liderazgo ms dinmico y de una participacin cualitativamente superior, sin pretender con ello dar una solucin terica al asunto.

    E l t e j i d o s o c i o c u l t u r a l de l a s c o m u n i d a d e s

    Es usual encontrar en los estudios comunitarios la idea de que una mayor cohesin histrica comunitaria es un escenario ms favorable para el desa-rrollo de movimientos asociativos. Y puede ser as hasta cierto punto. En

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 875

    las tres comunidades estudiadas ha existido un precedente de sentido de identidad favorable a las acciones colectivas; sin embargo, una fuerte tra-dicin comunitaria tambin retarda el desarrollo de movimientos de esta na-turaleza.

    E l caso de Atars es paradigmtico al respecto. Como decamos antes, ninguno de los tres barrios muestra, como ste, una slida tradicin histrico-cultural propia. Santa Fe es un poblado ms extendido, con fragmentaciones espaciales visibles, y el propio movimiento de horticultores es una asocia-cin de afinidades construidas por una prctica. Aqu, la experiencia poltica y el nivel educativo de la poblacin parece haber sido un ingrediente ms activo que otras consideraciones histricas. E l Condado es una poblacin relativamente joven, en comparacin con Atars, y su propia identifica-cin tiene mucho que ver con el impacto positivo del proyecto, que ha levan-tado el orgullo de sus habitantes. Las relaciones tradicionales son difusas y poco consolidadas, y la nica santera del barrio, una mujer en la tercera edad con 12 grados de escolaridad, ha sido un factor clave en la conformacin de un liderazgo barrial.

    En cambio, Atars, desde los puntos de vista cultural, tnico, religioso, etc., es una unidad histrica de larga data. Pero ha construido una identifica-cin desde la marginalidad y la subordinacin a los poderes establecidos y, con frecuencia, definida en trminos antitticos respecto a otras comunidades. Sus rituales y smbolos expresan una inclusin condicionada a la aceptacin de valores de gueto y de jerarquas tradicionales, religiosas o seculares. Y por consiguiente, una exclusin explcita o implcita de todo lo "ajeno" que pon-ga en peligro este sistema de valores y jerarquas.

    La prevalencia de lazos tradicionales tambin ha incidido en la persis-tencia de una cultura clientelista, que se manifiesta desde dentro de la comu-nidad Gerarcas tradicionales-clientes), pero tambin en la visin de los po-bladores sobre sus relaciones de derechos y deberes respecto a los poderes pblicos.

    Todo hace pensar que en Atars, cualquier estrategia viable para alcan-zar los fines de transformacin social pasa inevitablemente por la coopta-cin de los lderes informales. Pero tampoco estos liderazgos se expresan de manera jerrquica piramidal como lo hace la poltica moderna. A l contrario, se trata de liderazgos informales fragmentados y, en ocasiones, contrapuestos entre s. En este sentido, la lnea de accin trazada por el Taller, de producir un acercamiento a los lderes religiosos afrocubanos (santeros, babalaos, paleros, abakkuas), y a las figuras culturales tradicionales, es correcta, siem-pre que se plantee de manera consistente el rescate de los rasgos positivos de estas tradiciones, y su arranque en funcin de fines sociales ms amplios que

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    amplios que los nichos confesionales. Tambin debe considerarse que una accin limitada a estos usuarios puede conducir al Taller a ser presa del corporativismo y el folclor. Un proyecto de transformacin en Atars impli-ca, inevitablemente, la competencia por las bases y el enarbolamiento de acciones liberadoras (contra el machismo, la violencia familiar, las prcticas delictivas) mediante un trabajo de educacin y prctica social. En este senti-do, la puesta en funcionamiento de talleres de autoestima femenina, de gru-pos juveniles y de crculos de nios, son pasos iniciales de un programa que debe continuar y extenderse.

    L o s p e l i g r o s de la l e g i t i m i d a d a c o r t o p l a z o

    Como se seal anteriormente, desde sus inicios estos proyectos aspiraron a ser eficaces a corto plazo, en aquellas reas identificadas por la poblacin como ms urgentemente necesitadas de atencin pblica. En E l Condado y Atars se le dio mayor importancia a la construccin de viviendas. En Santa Fe, aprovechando las condiciones fsicas del poblado, se dirigieron los es-fuerzos a la produccin de alimentos. Ciertamente, los diseadores de estos proyectos no limitaron su proyeccin a estas acciones, sino que las percibie-ron como un primer paso legitimador que desencadenara un proceso ms intenso e integral de transformacin social, en el que la participacin popu-lar tuviera un lugar privilegiado.

    Pero ms all de las aspiraciones, la dinmica impuesta en esos prime-ros momentos perme los proyectos de un sentido tecnicista y cortoplacista que, inevitablemente, releg la participacin a un segundo plano de priorida-des, excepto cuando se trataba de comprometer a las personas en la instru-mentacin de decisiones adoptadas por equipos tcnicos y burocrticos, lo cual, ciertamente, no era nada novedoso en Cuba.

    E l tiempo se encarg de demostrar que el xito de estos proyectos tecnicis-tas poda producir mejoras en la vida de la gente, as como legitimar a los propios movimientos y sus lderes. La experiencia de E l Condado es muy ilustrativa al respecto. Y si los planes constructivos en Atars hubieran teni-do un mejor destino, hoy la situacin del Taller sera ms halagea. Pero tambin demostr que el xito de corto plazo no conduca de manera espon-tnea ni a una participacin cualitativamente superior, ni a un liderazgo ca-paz de actuar en consecuencia, todo lo cual resultaba imprescindible de cara a las metas transformativas explcitas en los diseos. Tambin la experiencia de E l Condado es, en este sentido, significativa.

    Los lderes comunitarios supieron tomar nota de estos dficit. La evolu-cin posterior de los movimientos, la certeza de que era imposible obtener

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 877

    resultados a corto plazo con recursos cada vez ms escasos, el acercamiento de sus dirigentes a corrientes de pensamiento renovadoras (de educacin popular, feministas, ambientalistas, etc.), han dado un giro positivo desde este enfoque inicial tecnicista hacia otro de corte gestionador, ms interesa-do en contactos regulares con las bases y su participacin en los diagnsticos y programas de transformacin. Esta evolucin positiva enfrenta peligros de consideracin, dado el entorno sistmico en el que se desenvuelven estos movimientos, particularmente en lo que se refiere al acceso de poder y a los recursos.

    E l acceso a l p o d e r y l o s r e c u r s o s

    Como hemos visto, los lderes de estos proyectos han estado siempre ocupa-dos en negociaciones con actores diversos para acceder a cuotas de poder y a recursos que hagan viables sus programas, ms an cuando carecen de bases econmicas propias. Con mayor frecuencia, y casi exclusivamente en E l Condado, estos actores han sido el gobierno municipal y sus empresas y dependencias. Pero tambin han existido otros actores, en unos casos gu-bernamentales, como el Grupo de Desarrollo Integral de la Capital, y en otros casos organizaciones no gubernamentales (ONG) nacionales o extranje-ras. Hasta aqu la situacin descrita es normal.

    No es imaginable un movimiento social que acte en un territorio y no est obligado a negociar con otros actores.

    Lo particular de los movimientos aqu estudiados es que en todos los casos tienen que negociar sin un status legal lo suficientemente preciso en cuanto a sus atribuciones, lo que de cierta manera hace depender su acceso de variables oportunistas que no pueden controlar, y de un marco legal poco flexible y restrictivo.

    Esta precariedad formal ha afectado considerablemente la actuacin de los lderes, su tendencia a concentrar la autoridad y la manera como se pro-yectan hacia sus bases reales o potenciales.

    En el caso de Santa Fe, la existencia de un liderazgo electo no ha podido sustituir la figura central del ingeniero agrnomo que actu inicialmente como promotor. Dadas sus habilidades especiales para negociar con actores exter-nos, esta persona sigue siendo el emblema del proyecto, lo que en ocasiones produce fracciones con la dirigencia formal. A l mismo tiempo, los intentos ya descritos de expandir los perfiles econmicos del proyecto han producido severos choques tanto con las autoridades municipales como con la delega-cin municipal del Ministerio de la Agricultura, sin que existan espacios institucionalizados de discusin y negociacin.

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    Sin embargo, Santa Fe ofrece una experiencia interesante en cuanto al lugar del Consejo Popular en la gestin del desarrollo local y en la articula-cin de los diferentes intereses que concurren en esta meta. E l presidente de la Junta Directiva de los Horticultores es invitado frecuentemente a las sesiones del Consejo, lo que permite articular acciones conjuntas y resolver posibles desacuerdos. Un ejemplo de ello fue el uso del agua por los horticultores. Cuando se inici el movimiento, stos regaban sus pequeos sembrados con agua corriente, lo que motivaba frecuentes quejas de los ve-cinos dada la escasez de este recurso en el pueblo. Tras varias discusiones se lleg a un acuerdo satisfactorio para todos: la apertura de pozos para la ex-traccin manual o elica del agua del subsuelo, para lo cual se consigui ayuda tcnica y financiera de varias instituciones cubanas y extranjeras. Por esta misma va se ha logrado movilizar recursos de los horticultores para determinadas acciones de inters social.

    En Atars la situacin es ms crtica. Por un lado, es el barrio donde se manifiesta una mayor desproporcin entre las demandas acumuladas y la eficacia de las acciones adoptadas. Por otro lado, al estar ubicado en la capi-tal, el Taller enfrenta autoridades locales con menos atribuciones reales que en otras provincias del pas, de manera que los acuerdos que se adoptan estn sujetos a limitantes administrativas que, en determinadas circunstan-cias, pueden anular o paralizar las acciones en curso. Por ltimo, el munici-pio en que est ubicado ha sido afectado por renovaciones o sustituciones de dirigentes, lo que teniendo en cuenta el contexto anteriormente explicado, obliga a peridicas renegociaciones, cuyo resultado ms o menos auspicioso depende de factores diversos, incluyendo aqu la buena disposicin perso-nal de los cuadros locales.

    En este escenario de negociaciones continuas, fragmentadas y revoca-bles, el taller no tiene otra alternativa que mantener sus decisiones concen-tradas en muy pocas personas, aquellas que las autoridades locales reco-nocen como interlocutoras. No es casual que segn estudios realizados y nuestras propias observaciones, los habitantes del barrio desconocen con frecuencia la existencia del Taller, aunque pueden identificar a la lder de ste como una persona a cargo de acciones positivas en beneficio del barrio. Iden-tificacin, por lo dems, compatible con la cultura clientelista de la mayora de sus habitantes.

    En El Condado, a pesar de que la dependencia de los recursos del munici-pio es abrumadora, la autonoma pactada permite un proceso de negociacin ms seguro y con resultados ms previsibles. En primer lugar, ello ha facili-tado el desarrollo del liderazgo. Si bien en sus inicios la figura de la delegada de la circunscripcin fue vital en la obtencin de recursos, con el paso del

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 879

    tiempo la propia dinmica del proceso determin la emergencia de otros lderes; algunos, como el mdico de la comunidad, con una proyeccin ms general, y otros, como el activista de cultura y la santera, con reas ms espe-cficas de influencia.

    L a d e b i l i d a d de l o s enfoques s e c t o r i a l e s : el caso de la m u j e r

    Las tres comunidades estudiadas han tomado en cuenta la necesidad de aplicar enfoques especficos para sectores sociales que, como los nios, adolescen-tes, mujeres y ancianos, sufren algn grado de subordinacin. Estos enfo-ques, sin embargo, han sido insuficientes e incompletos, lo cual ha obstacu-lizado una convocatoria participativa de mayor claridad.

    E l movimiento de horticultores de Santa Fe ha dedicado una atencin especial al caso de nios y adolescentes, y ha destinado fondos para activida-des recreativas o promueve acciones de educacin ambiental. Sin embargo, es aqu donde podemos encontrar una representacin femenina ms pobre y sesgada por el patriarcalismo. En los huertos, las mujeres desempean un papel muy importante, sea "auxiliando" a los hombres en los cultivos o indi-cando cuales productos deben ser cosechados de acuerdo con las necesida-des de la economa familiar. Pero la titularidad de pertenencia a los clubes es ocupada por los hombres. Como decamos antes, slo 24% de los miembros de las juntas directivas de los clubes eran mujeres, y muy pocas presidan clubes, aunque el nmero de estas ltimas ha crecido. Regularmente el papel de las mujeres en las juntas era ocuparse de los controles rutinarios de corte burocrtico. 6

    Por sus perfiles sociolgicos y programticos, E l Condado y Atars guar-dan en este punto muchas similitudes. En ambos casos se trata de barriadas que han experimentado, o experimentan, altos niveles de machismo, con fre-cuencia reforzado por creencias religiosas discriminativas respecto a las mujeres; violencia familiar; altos porcentajes de poblacin femenina a cargo del sustento familiar, y una pobre proyeccin pblica de este sector. Un estu-dio realizado (Nez y Buscaron, 1988:37-46) a fines de los aos ochenta en Atars, indica que la poblacin masculina era renuente a participar en las tareas hogareas, lo que descargaba en las mujeres toda la responsabilidad. Segn este estudio, 55% de los hombres blancos, 48% de los mestizos y 83%

    6 Una de las experiencias ms interesantes detectadas en Santa Fe es el Club de Abuelos, que agrupa varios centenares de personas de la tercera edad y tiene un papel pblico destacado. Pero esta asociacin es externa al movimiento de horticultores, por lo que no fue objeto de estudio.

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    de los negros no participaban en las tareas del hogar. De acuerdo a los grados de educacin, no lo hacan 4 0 % de los universitarios, 6 0 % de los que tenan enseanza media y 7 7 % de los que slo haban alcanzado nivel primario. No hay razones para creer que el caso de E l Condado sea muy diferente.

    Aqu, es interesante observar cmo las transformaciones constructivas llevadas a cabo a partir del inicio del proyecto que nos ocupa y que han incluido a las mujeres, han incidido de manera llamativa en la transforma-cin conductual de gran cantidad de hombres y mujeres que intervienen en el mismo. Lo anterior se expresa, por ejemplo, en que uno de los obstculos iniciales lo constitua la escasez de fuerza de trabajo para acometer las obras, a pesar de las facilidades otorgadas a quienes mostraran disposicin para incorporarse a la microbrigada social.

    Fueron principalmente las mujeres de las familias quienes se incorpora-ron para transformar sus condiciones de vida, hecho coherente con la tradi-cional prevalencia de la mujer en el mbito de l o p r i v a d o . Sin embargo, esta incorporacin trajo aparejadas algunas variaciones que, de un modo u otro, le dieron cierta particularidad al proyecto, a la vez que influyeron en la vida familiar y de la comunidad en aspectos como la invasin en la esfera pblica de quienes antes slo actuaban en el mbito familiar, con el consiguiente efecto en el incremento de la autoestima, cambios en la apariencia personal de las mujeres, un mayor efecto de socializacin, etc. Simultneamente, las mujeres comenzaron a tener un papel significativo en la aportacin econ-mica hogarea, aun cuando ello ha sido el costo de un incremento de la can-tidad de trabajo de cada mujer, al no descargarlas de las responsabilidades de la vida hogarea.

    Es interesante anotar que la incorporacin laboral de las mujeres en E l Condado produjo en ellas la necesidad de dar continuidad a un proyecto de vida no experimentado anteriormente, y de ah que ms de 8 0 % de las muje-res incorporadas a la microbrigada decidieran seguir vinculadas como traba-jadoras al concluir la construccin de sus viviendas. La fuerte presencia fe-menina en la construccin de viviendas, la mdula del proyecto, indujo a los lderes comunitarios a adoptar decisiones especficamente dirigidas a faci-litar sus vidas cotidianas, como la extensin de los horarios de servicios, lo que ha afectado positivamente al resto de las mujeres y contribuido a la interiorizacin de sus status genricos.

    E l movimiento de Atars ha logrado avances en otros sentidos al elabo-rar una agenda especfica para las mujeres, lo cual est, sin lugar a dudas, l i -gado a que la mayora de los promotores y activistas del barrio son mujeres. En enero de 1996 inici sus labores un taller de autoestima, en el que participan regularmente alrededor de 2 5 mujeres y que sesiona mensualmente. E l acer-

  • FERNNDEZ, DILLA Y CASTRO: MOVIMIENTOS COMUNITARIOS EN C U B A 881

    camiento realizado indica que existe inters en las mujeres incorporadas al mismo, lo que se expresa en su presencia constante en las actividades a las que se convoca.

    Sin embargo, en la indagacin efectuada constatamos que todava el taller de autoestima no ha logrado abordar los problemas esenciales de nivel social que afectan a la poblacin femenina del barrio. Esto puede tener rela-cin con el hecho de que sus participantes no son precisamente las mujeres que en mayor medida reflejan dichos problemas. En este taller participan mujeres cuyas edades oscilan entre 16 y 60 aos (aunque la mayora se ubica en la cuarta dcada de vida), con un nivel educativo elevado, relaciones fa-miliares estables (casadas o acompaadas) y cuyos problemas principales se localizan en el rea de la conflictividad laboral o espiritual.

    L o s s o l a p a m i e n t o s de a c t o r e s en e l b a r r i o

    En los barrio existen numerosos actores que organizan a una parte de la po-blacin e intentan movilizarla para fines especficos. Estos actores pueden ser informales (a los cuales ya nos hemos referido) o formales. Los ltimos pueden ser estatales (los componentes del sistema del Poder Popular u otras agencias estatales ubicadas en los territorios) o no estatales (CDR y F M C , entreoirs).

    Las observaciones indican que cuando estos actores han podido ser sumados a los movimientos comunitarios, aun conservando sus perfiles pro-pios, ha resultado altamente provechoso para todos. Este es, por ejemplo, el caso de E l Condado y el papel de la delegada, inicialmente como promotora principal del movimiento y luego sumada a una direccin colectiva. Pero en realidad este comportamiento parece poco comn.

    Usualmente no existen conexiones entre los delegados y las organiza-ciones de masas y sectoriales por un lado, y los movimientos comunitarios por el otro, a pesar de que los activistas de los movimientos son "cederistas" o "federadas" en el caso de las mujeres. Slo se establecen conexiones cuando se trata de coordinaciones para actos muy especficos. As, los movimientos utilizan las reuniones de rendicin de cuenta (que se celebran en las circuns-cripciones dos veces al ao, y donde los electores tienen la oportunidad de presentar demandas al gobierno local) como una va de informacin acerca de las necesidades y el estado de nimo de la poblacin. Cuando se trata de acciones con un perfil sectorial muy marcado, los movimientos tienden a buscar el apoyo o al menos la anuencia de las organizaciones.

    Las causas de estos solapamientos son diversas. Por un lado, las organi-zaciones sociales y de masa con asiento barrial han llegado a tal grado de

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    formalizacin de sus agendas que les impide comprometerse en otras accio-nes, aun cuando stas incidan en sus membresas o contribuyan a sus fines declarados. Por otro lado, todas estas organizaciones, estatales o no, han estado adecuadas a un funcionamiento verticalista que ha permeado la cultu-ra poltica de muchas personas, incluyendo a las que ejercen funciones de direccin. Enfrentar en el territorio de su jurisdiccin un proyecto de organi-zacin diferente puede provocar ms de una desavenencia aun cuando se compartan sus propsitos generales.

    En este punto cabe una ltima observacin. En algunos lugares los con-sejos populares parecen haber adoptado iniciativas asociacionistas que sobre-pasan el papel protector de Santa Fe, y lo han hecho con notable xito, te-niendo en cuenta su autoridad para convocar a los diferentes actores sociales y polticos en sus jurisdicciones.

    Un caso de esta naturaleza fue detectado en el Consejo Popular "Her-manos Cruz", en la occidental provincia de Pinar del Ro. All, con el apoyo de un Instituto Pedaggico, ha sido puesto en prctica un proyecto de educa-cin popular y participacin comunitaria.

    Otro caso muy exitoso ha sido la experiencia del Consejo Popular " L i -bertad", en la capital, donde a iniciativa de los pobladores y con el impulso de la presidente, una mujer carismtica con nivel universitario, y de los de-legados, se ha producido un rico entramado de espacios participativos que abarcan temas ambientalistas, culturales y de promocin de sectores socia-les, entre otros. En la medida en que sus promotores fueron ganando expe-riencias y habilidades gracias al contacto con O N G , grupos acadmicos, etc., estos proyectos han madurado y profundizado sus objetivos.

    Aunque estos casos distan mucho de ser la generalidad, tampoco son raras excepciones, y hablan de la potencialidad de los consejos en relacin con el desarrollo de movimientos comunitarios en el pas.

    Hay un futuro para los movimientos barriales?

    Cualquiera de los movimientos barriales estudiados puede mostrar un lista-do de xitos. Gracias a sus gestiones, las condiciones de vida material y espiritual de la gente comn ha mejorado. En la medida en que ello se ha logrado mediante captacin de personas, tambin han contribuido al desa-rrollo de la autoestima, particularmente entre sectores que, como las muje-res, los jvenes y los nios, tienden a ser marginados por los patrones de dominacin patriarcal prevalecientes. Han incidido positivamente en la difu-sin de formas solidarias y asociacionistas sobre nuevas bases ticas y edu-

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    cativas. De sus ncleos han brotado decenas de activistas y colaboradores que han aprendido a dialogar, a negociar y pensar la alteridad de manera constructiva. Los tres barrios son ahora sencillamente mejores que antes de co-menzar a actuar en ellos los movimientos estudiados.

    Los xitos alcanzados, sin embargo, no garantizan per se la continuidad de ninguno de ellos, como tampoco garantizan su evolucin hacia niveles su-periores de organizacin y accin participativas. Como hemos visto, to-dos carecen de un status legal propio, dependen excesivamente de los fondos estatales o externos, no poseen la capacidad para avanzar hacia el autofinan-ciamiento mediante la promocin de formas de economa popular, y han sido incapaces de generar una base social propia o slo lo han hecho de manera in-cipiente. Esta serie de indefiniciones legales y limitaciones burocrticas si-tan a los movimientos en una suerte de "tierra de nadie" institucional, que facilita a otros actores territoriales mejor implantados, tanto ignorarlos como manipularlos, aun cuando sea persiguiendo fines altruistas.

    Pudiera pensarse, sin embargo, que este listado de dificultades slo res-ponde a una situacin coyuntural. En ltima instancia, todos estos movi-mientos son jvenes ninguno llega al decenio y los sistemas econmico y poltico cubanos se encuentran en proceso de cambios y redefiniciones que pudieran resolver en el futuro algunas o todas estas incomodidades. Y no hay razones para creer que los dirigentes estatales villaclareos que han impulsa-do a E l Condado sean seres nicos o irrepetibles.

    Pero, entonces, los movimientos barriales cubanos tendrn que enfren-tar retos mayores, tales como evitar el enclaustramiento parroquial y la con-quista de espacios pblicos propios como componentes quin sabe cun modestos o trascendentes de un genuino poder popular. De lo contra-rio, sern slo motivacin para antroplogos sociales, o para politlogos encantados con el mito de una sociedad civil despolitizada, o para polticos interesados en llenar con algo los espacios asistencialistas cada vez ms in-compatibles con la lgica del mercado en esta proclamada era de la glo-balizacin.

    Recibido y revisado en febrero de 1998

    Correspondencia: Centro Flix Vrela/Calles 5ta. y lOma./Vedado, Plaza/La Habana, Cuba/fax 537 33 33 28

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