miceli, sergio - vanguardias literarias y artísticas en el brasil y en la argentina un ensayo...
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Historia de los intelectuales en América LatinaCARLOS A L T A M I R A N O ( d i r e c t o r )II. Los avatares de la "ciudad letrada" en el siglo XX
CARLOS A L T A M I R A N O ( e d i t o r d e l v o l u m e n )
conocimiento
katz
Prim era edición, 2010
© Katz Editores Charlone 216 C1427BXF-Buenos Aires Calle del Barco NQ 40, 3<> D 28004 Madrid w w w .k atzed ito res.co m
© Carlos Altamirano
ISBN Argentina: 978-987-1566-22-8 ISBN España: 978-84-92946-05-1
1. Historia del Pensamiento Latinoamericano. I. Título. CDD 306.42
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índice
9 Introducción al volumen IIÉlites culturales en el siglo x x latinoamericano
Carlos Altam irano
I. INTELECTUALES Y PODER REVOLUCIONARIO
31 Los intelectuales y la Revolución M exicana
Javier Garciadiego
45 Anatomía del entusiasmo. Cultura y Revolución en Cuba
(1959-1971)Rafael Rojas
II. TRAYECTOS Y REDES INTELECTUALES
65 Pedro Ilenríquez Ureña y las tradiciones
intelectuales caribeñas
Arcadio Díaz Quiñones
82 E l intelectual-diplomático: Alfonso Reyes, sustantivo
Jorge Myers
98 Letras y diplomacia en el Brasil: una aproximación
en tres tiempos
Fernanda Arêas Peixoto
1*9 América Latina como práctica. Modos de sociabilidad
intelectual de los reformistas universitarios (1918-1930)
M artín Bergel y Ricardo M artínez Mazzola
146 Huellas, redes y prácticas del exilio intelectual
aprista en Chile Ricardo Melgar Bao
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III. REVISTAS
Amauta: vanguardia y revolución
Oscar Terán
Sur. Una m inoría cosmopolita en la periferia occidental
M aría Teresa Gram uglio
Marcha del Uruguay: hacia Am erica Latinapor el Río de la Plata
Xim ena Espeche
Cuadernos Am ericanos: la política editorial
como política cultural
Liliana Weinberg
La Revista M exicana de Literatura: territorio
de la nueva élite intelectual (1955-1965)
Ricardo Pozas Horcasitas
Casa de las Am éricas (1960-1971): u n e sp len d o r
en dos tiem p o s
Claudia Gilm an
IV. ENTRE LA ACCIÓN CULTURAL Y LA ACCIÓN POLITICA
La desmesura revolucionaria. Prácticas intelectuales
y cu ltu ra v ita lista en los o ríg en es d e l a p r a p e r u a n o
(1921-1930)M artín Bergel
E l modernismo y la form ación del intelectual católico
en el Brasil
Fernando Antonio Pinheiro FilhoLos proyectos de un grupo de intelectuales católicos
argentinos entre las dos guerras
Fernando J. Devoto
Artistas e intelectuales brasileños en las décadas
de i960 y 1970: cultura y revolución
Marcelo Ridenti
Los intelectuales y la izquierda en la Argentina
(1955-1975)José Luis de Diego
V. LA SUSTANCIA DE LA NACIÓN!
INTELECTUALES Y DISCURSO INDIGENISTA
M anuel Gamio y el indigenismo de la Revolución Mexicana
Emilio Kourí
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Indigenismo, nación y política en el Perú
(1904-1930)O sm ar Gonzales
Arguedas: los peruanos somos un "noble torbellino
de espíritus diferentes”
Luis Millones
VI. VANGUARDIAS
Vanguardismo pictórico y vanguardia política
en la construcción del Estado nacional revolucionario
mexicano
Alicia Azuela de la Cueva
Vanguardias literarias y artísticas en el Brasil
y en la Argentina: un ensayo comparativo
Sergio Miceli
V II. EMPRESAS EDITORIALES: ESTRATEGIAS
COMERCIALES Y PROYECTOS CULTURALES
Los editores españoles en la Argentina:
redes comerciales, políticas y culturales entre España
y la Argentina (1892-1938)
Fabio EspositoM isión de la edición para una cultura en crisis.
E l Fondo de Cultura Económica y el americanismo
en Tierra Firm e
Gustavo SoráEditoriales y círculos intelectuales eti Chile (1930-1930)
Bernardo Subercaseaux
V III. LA IN TELLIGEN TSIA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales
en México (1920-1940)
Guillerm o Palacios
Ciencias sociales en el Cono Sur y la génesis de una nueva élite intelectual (1940-1963)
Alejandro Blanco
Generaciones pioneras de las ciencias sociales brasileñas
Luiz Carlos JacksonPasajes: Albert O. Hirschman en América Latina
Jeremy Adelman
Material protegido por derechos de autor
IX . TENDENCIAS Y DEBATES
685 Los intelectuales de la literatura: cambio social y narrativas
de identidad
Gonzalo Aguilar
712 La élite itinerante del boom : seducciones transnacionales
en los escritores latinoamericanos (1960-197$)
Nora Catelli
733 Campo intelectual, crítica literaria y género (1920-1968)
Heloisa Pontes
759 Intelectuales y medios de comunicación
M irta Varela
783 Colaboradores
791 índice de nombres
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Vanguardias literarias y artísticas en el Brasil y en la Argentina: un ensayo comparativo*Sergio Miceli
Las vanguardias literarias y artísticas brasileña y argentina de la década de
1920 permiten un cotejo de los rasgos estructurales derivados del surgi
miento del cam po intelectual en esos países “ nuevos” de la periferia capi
talista. Debido a im posiciones externas a la actividad creativa -q u e nunca obtuvo el peso de la autonomía conquistada por las figuras pioneras del
“escritor” y del “ artista” europeos, com o Baudelaire, Flaubert o M anet-,
el escenario cultural que por entonces se constituía en nuestro continente
se basó en un ordenam iento radicalm ente distinto en lo que respecta a
los lazos entre condicionantes sociales y rasgos singulares del cam po en
gestación. Esa experiencia histórica afectó totalmente al im aginario crea
tivo plasm ado por la reinvención característica del trabajo intelectual
desarrollado por los líderes de aquellos movimientos.
E l examen de las condiciones estructurales de emergencia de esos cam
pos sui generis de producción intelectual no puede eludir la inversión en
el posicionam iento de las sociedades sudamericanas en relación con España y Portugal, ex potencias colonizadoras ahora declinantes e inm ersas en
una gravísim a crisis política y cultural. Tam poco puede dejar de consi
derar la postura dependiente respecto de la hegem onía europea, sobre todo de París, por entonces la meca sim bólica de la élite sudam ericana.
M ás allá de las considerables diferencias en la influencia que ejercieron
los m odelos español y portugués en sus antiguas áreas cautivas de A m é
rica Latina, el debilitamiento del vigor cultural de esas ex m etrópolis como
exportadoras de paradigmas, estilos y lenguajes instigó el despertar de una
conciencia nativista por parte de los sectores cultos de los grupos locales dom inantes.
* Traducido por Ada Solari.
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CRISIS IBERICA
El universo cultural hispanoam ericano poseía algunos rasgos que atenua
ron el descenso gradual de la autoridad cultural española. Los factores
decisivos de ese reordenam iento de las relaciones de dependencia en el
plano cultural derivaban de la cartografía intelectual del nuevo continente»
de la variedad de expresiones lingüísticas, de los brotes de creatividad his
panoam ericana y del rescoldo de los intereses comerciales y doctrinarios
de la m etrópoli en el m ercado del Nuevo M undo. La diversidad exube
rante de dialectos locales del castellano se refleja en la m ultiplicidad de
experiencias letradas insólitas» como las de ciertos casos del Caribe (Cuba,
Puerto Rico, etc.) (Díaz Quiñones, 2006), así com o las de naciones y capi
tales latinoam ericanas en com petencia -e n especial, M éxico y Buenos
A ires-. El surgim iento de innovadores notables de la creación literaria
autóctona en pequeños reductos -e l nicaragüense Rubén Darío, el chi
leno Vicente H uidobro, el peruano César V alle jo -, así com o el tránsito de las obras de esos “ nom otetas” en Am érica Latina e incluso en Europa
señalan el germ en de las rupturas subsiguientes y configuran un estadio
incipiente de unificación del cam po literario hispanoam ericano. El res
guardo de la parcela del mercado en constitución como plazas bajo el control de editores españoles, la m oda castiza insuflada por la m ilitancia
culturalista de la Generación de 1898, la derrota española ante los Esta
dos Unidos en Cuba, marcan retrocesos y resistencias de aquellos que hasta
entonces habían dictado los rum bos de la avanzada cultural.
La conjunción de esos factores rediseñó las esferas de influencia que la
intelectualidad española ejercía sobre las nuevas generaciones de escrito
res hispanoam ericanos. La crisis española se extendió a lo largo de todo el siglo XIX y alcanzó su cima en 1898, con la pérdida de las últimas colonias.
En esa coyuntura se llevaron a cabo diversas iniciativas con el propósito de
trasm utar la derrota política en una revitalización de la influencia cultu
ral, orientada por diagnósticos hispanistas de tinte consolador. Por otro lado, el efecto evidente del ultraísmo español sobre el grupo “ m artinfie-
rrista” fue, en gran medida, compensado por el impacto expresivo que pro
dujo la obra poética de las figuras emblemáticas del m odernism o litera
rio hispanoam ericano, como Rubén Darío, fulm inado por el “galicism o
m ental” (Casanova, 1999), cuya legitim idad afrancesada traspasó las fronteras de América Latina e irrum pió con fuerza incluso en España, así como
por la dicción pom posa y centelleante de Leopoldo Lugones.
La pérdida del Brasil, el m arasm o económ ico, la fuerte dependencia
del mercado colonial, la elevada tasa de analfabetismo, el sentimiento gene-
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ralizado de crisis y decadencia por parte de la élite intelectual, el incómodo
protectorado impuesto por Inglaterra, tales fueron algunos de los princi
pales indicadores de la larga agonía del régimen m onárquico portugués,
que culminó con el asesinato del rey Carlos y de su primogénito Luis Felipe
en 1908. La instauración de la república portuguesa (1910) no logró poner
freno a las sucesivas insurrecciones militares y a los golpes de Estado, que
abrieron el camino para los experim entos dictatoriales (19 15 ,19 17), abor
tados de manera sangrienta, que llevaron al país al desastre en medio de
la guerra en Europa. Entre 1919 y 1925, la lucha política llegó al paroxismo,
con la caída de veintiocho gobiernos.
El prim er m odernism o portugués -encarnado por la tríada poética de
Fernando Pessoa, M ário de Sá-Carneiro y Almada Negreiros, en torno de
las revistas Orfeu (1915), Portugal Futurista (1915) y Contemporánea (1922)-
surgió en plena crisis política y no logró imponerse más allá de un círculo
lim itado de pares. La recepción e incluso una parte significativa de la
edición de las obras de esos escritores, com enzando por las de Fernando Pessoa, que sólo publicó un libro en vida, se debió a la divulgación crí
tica que realizaron los grandes ensayistas del segundo m odernism o por
tugués, José Régio, João Gaspar Simões y Adolfo Casais M onteiro, crea
dores de la revista Presença (1926) en Coim bra. A pesar de la popularidad
de num erosos escritores portugueses -C am ilo Castelo Branco, Antero de
Quental, Eça de Queirós, Antonio Nobre (Candido, 2004: 85)- entre los
intelectuales brasileños, la prim era generación m odernista sostuvo una
postura decididam ente antilusitana. En el rechazo del estilo idiom ático
practicado en la antigua m etrópoli en favor de una dicción autóctona -en
el vocabulario y en el ritm o, en la entonación y en la sin tax is- se ponía
de m anifiesto la búsqueda voluntariosa de una lengua portuguesa abra-
sileñada (Franca, 1991, 2004).
En contraste con el caso brasileño, en el caso argentino hubo un flujo
incesante de intercambios transatlánticos: intelectuales españoles de visita
en la Argentina, escritores argentinos en viajes de placer o de estudios a Europa, el seguim iento de la producción intelectual española en las sec
ciones literarias de diarios y periódicos argentinos. Ese intercambio desi
gual revela de manera indiscutible un tipo de relación asimétrica que marcó
profundamente los experimentos vanguardistas en la Argentina, pues per
m itió cierta confluencia entre, por un lado, la recuperación entusiasta de una identidad hispanista en la producción cultural y en el fraseado del
idioma y, por otro lado, la apropiación cada vez más audaz de las tem áti
cas y las tradiciones criollistas, como se desprende de la expresión poética
de los líderes de la vanguardia argentina (Arrieta, 1957:171; Colom bi, 2004).
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Si se com para con el predom inio indiscutible de la lengua española y
de sus baluartes -editores radicados en la m etrópoli, mentores “externos”
(U nam uno, Baroja, A zorín), “ internos” (D arío , Lugones) y “ v ia jeros”
(Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña) de la nueva generación-, la uni
ficación lingüística brasileña se im puso a través del eje Río de Janeiro-
San Pablo, en torno del cual se m ovían, en brotes espasmódicos de creati
vidad, los núcleos regionales con peso político y cultural (Porto Alegre,
Belo Horizonte, Recife, Salvador, los de mayor envergadura). La literatura
regionalista brasileña nunca mereció el lugar de honra que sí se le conce
dió a la literatura gauchesca argentina, ni tampoco logró entronizar per
sonajes como el de Jeca Tatú5* en el panteón mítico de la nacionalidad, tal
como sucedió con el héroe-desertor Martín Fierro, recuperado y exaltado
por Lugones, Gálvez y Borges.
En aquella coyuntura, el hecho de que el español y el portugués hayan
sido los idiomas expresivos de esas vanguardias periféricas im pidió la difu
sión internacional de sus autores y sus obras y, al mismo tiempo, dilató los márgenes de explosión creativa en la medida en que los préstamos tom a
dos de los modelos europeos eran sometidos a reajustes y reciclajes. En otras
palabras, el mercado confinado por los idiomas ibéricos revirtió en un triunfo,
para nada despreciable, al alcance de los vanguardistas, es decir, en un tri
buto que permitía preservar cierto tono de riesgos y osadías constructivos,
que hoy son el fundamento indiscutible de un avanzado mercado de bienes
culturales. Las lenguas de la colonización sirvieron de fundamento para una
historia singular, materia prima de los acervos circulantes en mercados que
se han expandido a un ritmo más veloz que el configurado por idiomas euro
peos hasta hace poco dominantes, como el francés y el italiano, hoyen retro
ceso tanto en términos de hablantes como de público consumidor.
GÉNESIS DEL NACIONALISMO LITERARIO
El legado histórico de estos países sudamericanos -desde la época colonial,
pasando por las guerras y los m ovim ientos de la independencia, por el
agrupam iento algo tardío de la dirección política y cultural en torno de
las capitales (en especial, de Buenos Aires), hasta la época de consolidación
* Personaje de un cuento de Monteiro Lobato, Jeca-Tatu pasó a ser el nombre y el símbolo del caipira (pequeño propietario o campesino pobre) del interior del Brasil. [N. de la T.]
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de los regímenes republicanos- modeló, de manera decisiva, los rasgos que
caracterizaron a los brotes de renovación literaria y artística en las tres pri
meras décadas del siglo pasado. Com o bien lo muestra la experiencia de
las generaciones romántica y realista, en el Brasil, y la de las hom ologas
generaciones romántica, modernista y del Centenario en la Argentina, la
actividad literaria sólo pudo germ inar al amparo de las dádivas y las pro
tecciones concedidas por los grupos poseedores del poder económ ico y
político (Halperin Donghi: 1985,2004,2005; Sevcenko, 1983; M iceli, 2001).
Así como no es posible disociar los textos de Sarmiento, Alberdi, Mitre y
Hernández de las aflicciones del exilio, de los diagnósticos conflictivos acerca
del régimen de Rosas, de los proyectos de reforma del país - lo que culminó
con el triunfo personal de los que sobrevivieron a la intemperie política-,
tampoco pueden desvincularse los escritos de Alencar, Nabuco y Oliveira
Lima de los desafíos y los impasses que debieron enfrentar en el desempeño
de sus funciones públicas, desde el régimen m onárquico hasta el período
republicano. Las realizaciones intelectuales modélicas de Machado de Assis o de Leopoldo Lugones, más allá de las diferencias de lenguaje y de género,
parecían valerse de las energías que suscitaba el despegue de una activi
dad autoral m ás osada en medio de la m araña de vínculos que envolvía a
los diferentes círculos y fracciones de la clase dirigente.
En estos países, los practicantes de la actividad literaria o artística nunca
lograron desprenderse del dom inio estructural que ejercían los grupos
políticos dominantes: o bien fueron acogidos por los dispositivos oligár
quicos de los estados o por el Estado central, como ocurrió en el Brasil, o
bien se mantuvieron al abrigo de empresarios o fueron financiados por el
patrim onio familiar, como sucedió en el caso argentino. En rigor, la dife
rencia radicó en los tipos de mediadores políticos dispuestos a dar sostén
material e institucional a la vida cultural: los mandamases y los proceres
políticos en el Brasil, que operaban como jefes de redes burocráticas en el
interior de los poderes constituidos; los m agnates y los jefes de la gran
prensa porteña, toda ella aferrada a las banderas partidarias y a las pala
bras de orden de las coaliciones de gobierno. El brasileño Oswald de Andrade (1890-1954) y los argentinos Oliverio Girondo (1891-1967) y Ricardo Güi-
raldes (1886-1927) son ejemplos conspicuos de escritores cuyas audacias
creativas estaban bien ancladas en una situación de privilegio debida a su
fortuna personal.Tanto en el caso de la tutela ejercida por el mecenazgo imperial brasi
leño com o en el del enfrentam iento entre el régimen de Rosas y la élite
letrada argentina, esos m ediadores controlaban las actividades intelec
tuales, que alternaban m om entos de sujeción a las dem andas políticas
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con aquellas circunstancias y con los hechos en los que lograban afirm ar
su autonom ía. Esta camada intelectual, empleada en la política, se hallaba
com prim ida entre el azote del trabajo por encargo y el desafío de una
obra expresiva autóctona. Por consiguiente, todos los avances en materia
de autonom ía y de capacidad de invención dependieron de recursos de
las entidades públicas con inserción estratégica en el ámbito cultural-com o,
por ejemplo, la universidad, el principal sostén de la actividad intelectual
en el Brasil desde mediados del siglo x x (Pontes, 1998; Schwartzman, 1979)-,
o del éxito alcanzado en el m ercado de bienes culturales, com o ocurrió
en el caso del boom de la novela latinoam ericana.
En estos países, los experimentos vanguardistas deben ser com prendi
dos mediante la conjunción de factores estructurales modeladores de la acti
vidad intelectual: las condiciones del ejercicio del mecenazgo, la m orfolo
gía social de los integrantes de esos m ovimientos y las vinculaciones de esos
escritores con los mentores, los modelos y los paradigmas vigentes en las
m etrópolis europeas. Los contrastes más elocuentes que surgen de la com paración entre la vida intelectual brasileña y las condiciones de estructura
y de funcionamiento del campo literario y artístico en la Argentina, en las
décadas de 1910 y 1920, se relacionan con el im pacto desigual del legado
del período colonial y de la postindependencia en la configuración de un acervo de obras y modelos de excelencia en el dom inio cultural. Hasta el
momento de eclosión de las vanguardias, las sucesivas generaciones de inte
lectuales repartían sus esfuerzos entre la escritura y la actividad política, a
veces limitada a la colaboración en la prensa, y al mismo tiempo reaccio
naban ante los cambios y las propuestas que surgían en la m etrópoli euro
pea. Las diferencias son acentuadas y perceptibles en el campo de las artes
visuales, en cuyo ámbito los frutos acumulados por sus practicantes en el Brasil y en el Plata se muestran bastante desacompasados.
La historia cultural de la era de Rosas y la llegada tardía de un arreglo
político satisfactorio, que se tradujo en la federalización de Buenos Aires,
divergió claramente de las políticas culturales centralizadoras subvencionadas por el erario m onárquico brasileño (Malosetti Costa, 2001; Balda-
sarre, 2006; Batticuore, Gallo y Myers (eds.), 2005; Schvvarcz, 1998:125; Levy,
1990). El arbitrio m onárquico subsidió la M isión Artística Francesa de 1816,
la Academia Im perial de Bellas Artes en 1828 y las Exposiciones Generales
en el período 1840-1889 -in iciativas que se afirm aron en el régimen republicano-, así como las actividades de enseñanza a cargo de la Escuela Nacio
nal de Bellas Artes y el otorgamiento de premios, que desde 1894 fue pre
rrogativa del Salón Nacional de Bellas Artes. Este largo ciclo de enseñanza
artística y la tradición ininterrumpida de los salones nacionales dieron base
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institucional a una práctica académica dentro de los géneros entroniza
dos por la escuela de David: la com posición histórica, el retrato, el pai
saje, la naturaleza muerta, la pintura de género. Ninguna entidad de este
tipo tuvo presencia en suelo argentino, donde tampoco arraigó un género
como la pintura paisajística. En el Brasil, la continuidad de esa tradición
académica se afirm ó mediante un linaje de maestros, que actuaron como
modelos de excelencia y líderes de venta en una plaza reducida como era
por entonces Río de Janeiro y, más adelante, también en San Pablo. El mece
nazgo que ejercieron el poder público y las familias de la élite funcionó, a
veces, como remedo de un mercado del arte.
En la Argentina próspera y optimista de la década de 1920, se observa
la virtual ausencia de iniciativa gubernam ental o pública en m ateria de
apoyo a la producción cultural. Pero la pujante industria editorial conso
lidó inversiones y proyectos en todos los ram os, form atos y géneros -d ia
rios, periódicos, tabloides, revistas literarias, folletines, libros-, atendiendo
así a las demandas urgentes de las nuevas camadas de lectores, descendientes de la masa de inmigrantes europeos, en su mayoría italianos, recién ins
talados en el país (Sarlo, 1985,1988). Esta gran efervescencia cultural cimentó
la vida cultural, o, mejor, operó como brazo fírm e de un mecenazgo pri
vado, ejercido ya sea en clave personal por figuras prestigiosas de familias
cultivadas de la élite dom inante, ya sea por m edio de periodistas que se
lanzaron a empresas de riesgo -e n la producción de diarios de noticias,
revistas ilustradas, colecciones de libros-, o incluso por los portavoces de
organismos políticos (partidos) o confesionales (Iglesia católica). Ninguno
de esos mecenas se m ostró reacio a la colaboración política y partidaria,
lo que se hacía más visible durante las crisis políticas de sucesión o en las
campañas por las elecciones presidenciales (Saítta, 1998; Abós, 2001).Fortalecido por su presencia en numerosos frentes e iniciativas de la indus
tria cultural editorial, el mecenazgo privado am plió aun más su radio de
influencia debido al aumento fenomenal del público lector, cuyo proceso
de expansión ya había comenzado en las dos últimas décadas del siglo x ix a partir del éxito de la literatura criollista (Prieto, 2006: 23). El conjunto de
marcas institucionales instauradas por la prensa y por los emprendimien-
tos editoriales de punta, destinados a un círculo limitado de lectores cultos
y refinados, definió los contornos de un espacio literario escindido entre las
demandas de los grandes diarios y la producción de las revistas de los cenáculos y los grupos de letrados. Las revistas de la vanguardia argentina - Ini
cial, Valoraciones, Proa, Martín Fierro , etc - prolongaron las funciones y las
atribuciones que hasta entonces habían desempeñado las publicaciones canó
nicas, como Nosotros, al tiempo que hacían alarde de los programas estéti-
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V A N G U A R D I A S L I T E R A R I A S Y A R T Í S T I C A S E N E L B R A S I L Y E N L A A R G E N T I N A I 4 9 7
eos y de las pretensiones de liderazgo de sus mentores. Para decirlo con pala
bras de la jerga sociológica, los integrantes de la vanguardia argentina ope
raban, de manera concomitante, en un mercado comercial editorial y perio
dístico, orientado a un público masivo y recientemente escolarizado, y en
un campo de producción restringida, dirigida a los pares, divulgada en perió
dicos literarios subsidiados y en libros de tirada limitada con el sello de
editores audaces.
HISTORIA SOCIAL DE LOS ESCRITORES DE VANGUARDIA
Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges (1899-1986), Oliverio Girondo, Leo
poldo Marechal (1900-1970), entre otros, lograron articular debates e im po
ner su autoridad intelectual gracias al trabajo editorial y autoral desple
gado en aquellas iniciativas. Los esfuerzos por ganar un nom bre propio no les im pidieron continuar colaborando con regularidad en la gran prensa
porteña. Por ello, sería erróneo subrayar la veta autoral, tan alabada en las
revistas de circulación limitada, en detrimento de los escritos hechos por
encargo para los periódicos comerciales. Además, algunos de los trazos más
innovadores de las primeras ficciones de Borges, en la década de 1930, pro
curaban ajustarse a los moldes de la “ Revista M ulticolor de los Sábados”,
el suplemento literario (de 1933 a 1934) del diario Crítica (Louis, 1997). En
nuestros países, en efecto, la vida literaria sólo puede com prenderse a
partir de la conexión íntim a entre rebeliones autorales, dem andas de la
industria cultural y exigencias del ámbito político. Sin embargo, una parte
prestigiosa de los líderes del campo literario emergente dependía m uy poco
para su supervivencia de la participación en los proyectos editoriales. G ü i
raldes y G irondo, por ejem plo, eran herederos de fortunas fam iliares, y
ese privilegio daba form a a una sociabilidad adversa, en la práctica, a los
com prom isos profesionales propiam ente dichos.
En el Brasil, el despegue creativo de la prim era generación del m odernism o literario se debió, sobre todo en el comienzo, a las rivalidades y a
los enfrentamientos entre las fuerzas políticas representativas de las élites
regionales. En San Pablo, en M inas Gerais, en Rio Grande do Sul, la crisis
aguda del poder oligárquico en la década de 1920 en lucha con facciones disidentes, a lo que se sum aban las rebeliones de los oficiales m ilitares
descontentos, m odificó de manera drástica los m odos de colaboración de
la nueva generación de intelectuales con los dueños del poder político. En
los estados mencionados, la historia social de los jóvenes letrados se explica
rial protegido por derechos de autor
4 9 8 I V A N G U A R D I A S
por completo a partir de la inserción en la división regional del trabajo de
dom inación. Los escritores m odernistas com enzaron sus carreras como
cuadros de los partidos republicanos estaduales y de los respectivos órga
nos de prensa, lo que los hizo tributarios de las palabras de orden en las
que fueron socializados y, al m ismo tiempo, les proporcionó una sensibi
lidad aguda para percibir las oscilaciones en el prestigio de sus mentores
que podían afectar a su destino tem poral. Ninguna artim aña estetizante
será capaz de hacer descarrilar ese origen.
La competencia política entre los grupos dirigentes paulistas m otivó la
creación de un partido de oposición (el Partido Democrático), así como el
control del diario O Estado de $ . Paulo y de la Revista do Brasil por parte de
una fracción especializada de em presarios culturales, reunidos en torno
de la fam ilia Mesquita. En esa coyuntura de escisión político-partidaria,
cuyos efectos se hicieron sentir en todos los ámbitos de la vida cultural, tuvo
lugar la movilización de los integrantes del frente modernista paulista. En
Minas Gerais, el círculo m odernista, liderado desde el comienzo por Carlos D rum m ond de Andrade (1902-1987), floreció a la sombra del Partido
Republicano Mineiro. Algunos de los integrantes del círculo trabajaron en
la redacción del Diario de M inast órgano oficial de la agrupación partida
ria, en cuyas oficinas se hacía el periódico literario del grupot A Revista, edi
tado en la Imprenta Oficial del estado, sello de casi toda la literatura de la
época. Los modernistas de Minas Gerais pertenecían a una generación de
gente del interior proveniente del mismo estrato social de los “ hacendados
del aire” (“ fazendeiros do ar” ), según la expresión de Drummond de Andrade,
es decir de aquellos hacendados cuyas familias habían perdido sus tierras
y debieron reconvertir las expectativas de sus herederos hacia el trabajo inte
lectual. Por tanto, en esa “ciudad estancada y sofocante” como era por entonces Belo Horizonte, se mostraron receptivos a los intentos transform ado
res de la oligarquía regional (Dias, 1971).
Más allá de las cualidades personales del poeta, la cohesión del grupo
mineiro [de] estado de M inas Gerais] en torno del liderazgo de D rum m ond de Andrade reflejaba la merma de las alternativas profesionales en el ámbito
de la coalición dirigente del estado, así como los choques entre los círcu
los modernistas de San Pablo estaban vinculados a la confrontación entre
el situacionism o perrepista (del Partido Republicano Paulista, p r p ) y la
im pugnación democrática. Augusto Meyer (1902-1970), Raúl Bopp (1898- 1984) y otros escritores gauchos [del estado de Rio Grande do Sul) de esa
generación también procuraron com patibilizar el trabajo intelectual con
las ocupaciones de funcionarios graduados. Tras el período probatorio
de colaboración con los dirigentes oligárquicos en el ámbito estadual,gaú-
irial protegido por derechos de autor
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chos y mineiros fueron atraídos por el gobierno de Vargas, que les ofreció
posiciones destacadas en los altos escalones del servicio público federal.
En San Pablo, tanto los intelectuales vinculados al partido republicano
com o aquéllos identificados con las causas disidentes trabajaban en la
adm inistración estadual, en la prensa, en el sector editorial, en el Legis
lativo, y se m ovían, por tanto, entre los espacios culturales bajo la tutela
de magnates privados, líderes políticos, dirigentes partidarios y autori
dades gubernam entales.
En Río de Janeiro, la generación llamada “ m odernista” por amnesia de
la historia literaria constituía un grupo significativo de escritores que habían
debutado en clave simbolista o “ penumbrista”, algunos de ellos mucho antes
de 1922. R onald de C arvalho (1893-1935), G ilberto A m ado (1887-1969),
Manuel Bandeira (1886-1968), Prudente de Morais Neto (1904-1977), Murilo
Mendes (1901-1975), Alceu Amoroso Lima (1893-1983), entre otros, se movie
ron entre la actividad política, la carrera diplom ática, los encargos oficia
les, las entidades y los periódicos de la reacción católica (Gom es, 1999), en un m om ento en que toda la vida intelectual se hallaba bajo el dom inio
de la gran prensa, que era la instancia que brindaba la m ayor parte de las
gratificaciones y de las posiciones intelectuales (Miceli, 200 1:15).
La trayectoria intelectual y profesional de los jóvenes modernistas bra
sileños, incluida la de los más favorecidos, como Oswald de Andrade, se
fue moldeando en medio de una serie de circunstancias político-institu-
cionales regionales, en función del grado variable de diversificación y de
respiro dentro del m ando de las fuerzas oligárquicas. Estas mediaciones
locales perm iten estim ar los com plejos viveros de experiencias por los
que transitaron los m odernistas brasileños, quienes, en el pasaje de la
provincia a la capital del país, lograron consolidar a un m ismo tiempo una posición funcional y el reconocimiento literario, en la órbita de los círcu
los y anillos burocráticos controlados por sus protectores políticos.
Mientras que la mayoría de los modernistas brasileños continuó depen
diendo de las oportunidades de inserción en el servicio público, o bien en los equipos de trabajo de destacados líderes oligárquicos, y procuró, en la
medida de lo posible, resguardar la obra literaria de las imposiciones polí
ticas, una parte significativa de los escritores argentinos de la generación
vanguardista buscó abrigo institucional y apoyo financiero junto a las gran
des figuras del mecenazgo privado. Algunos pocos argentinos, en virtud de la autonom ía financiera de la que disponían, dieron alas a proyectos
audaces de creación literaria. Estas modalidades de inserción - lo s brasile
ños bajo el acicate de los proceres políticos, los argentinos bajo el sello de
los magnates de la prensa, o incluso, aquí y allí, algunos pocos con recur
rial protegido por derechos de autor
5 0 0 I V A N G U A R D I A S
sos p rop ios- enredaban la producción autoral en lazos extraintelectuales,
con lo que se redoblaba la fuerza de las constricciones alim entadas por
los vínculos de clase.
Este tipo de com padrazgo infundió cierta politización saturada a la
vida intelectual, en una m edida m ucho más significativa y tangible de lo
que suele ocurrir en campos intelectuales menos atravesados por im posi
ciones extraintelectuales, como en los casos ejemplares de Francia y de Ingla
terra a lo largo del siglo x ix . No es un hecho casual que los escritores más
inventivos fueran aquellos que dispusieron de sostén material y de capital
social para llevar adelante iniciativas ambiciosas que les permitieron reno
var las reglas del juego literario. El argentino Jorge Luis Borges y el brasi
leño M ário de Andrade (1893-1945) fueron beneficiarios privilegiados de
esa conjunción excepcional de triunfos familiares, refinada escolarización
autodidacta y libre circulación en las redes de sociabilidad de la élite nativa.
El retrato colectivo de la prom oción vanguardista de escritores argen
tinos permite rastrear ciertos rasgos sociales que infunden “esa especie de consanguinidad tem poral y retórica que une a los m iem bros de una gene
ración indiscutible” (Lanuza, 1962: 28). La principal línea divisoria separa
a los mentores veteranos - lo s líderes intelectuales del m ovimiento y de la
revista M artín F ierro - de los jóvenes provenientes del interior. Entre los
privilegiados, los de mayor edad solían tener título universitario, y dispo
nían de un patrim onio m aterial considerable y de un tránsito garanti
zado en los círculos de la élite. Girondo y Güiraldes no necesitaban suje
tarse a las rutinas del trabajo rem unerado y podían darse el lujo de llevar
a cabo iniciativas culturales, a pura pérdida, como parte de su esfuerzo por
realizar una obra literaria en los tiem pos libres de una agenda cargada de
com prom isos m undanos. A su vez, los escritores de extracción provinciana, como por ejemplo Eduardo Mallea (1903-1982) y Carlos Mastronardi
(1901-1976), eran hijos de profesionales liberales exitosos, jefes de familias
prestigiosas del interior, que se habían instalado en Buenos Aires para estudiar en la universidad.
Los escritores más jóvenes, sin títulos universitarios, debutaron en el
aprendizaje del oficio literario como autodidactas, en pasantías de prueba
en la gran prensa porteña. La subsistencia m aterial y el prestigio de estos
periodistas novatos letrados dependían del apoyo de los dirigentes y los
propietarios de los diarios más importantes de la capital, con lo que se daba continuidad a una tradición de sim biosis entre el artículo periodístico y
el texto literario, tan característica de la anterior generación de letrados,
en la que habían brillado los nombres de Gálvez, Payró, Rojas e Ingenie
ros (Altam irano y Sarlo, 1997:161). La generación del Centenario comenzó
rial protegido por derechos
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a “profesionalizar” la actividad del escritor, a dotarla de una identidad social
fuerte; y el hecho de que la subsistencia de m uchos de ellos dependiera
del trabajo periodístico no les im pidió lanzarse a una reflexión sobre su
práctica, a un punto tal que, en algunos casos, llegaron a plantear una
ruptura im aginaria entre el oficio literario y la función política.
El autodidactism o fue la marca de la generación vanguardista, ya sea
supliendo el aliento expresivo de los que carecían de capital cultural, ya sea
ungiendo a los jóvenes de buena fam ilia -B o rges, G irondo y Bernárdez
(1900-1987)-, que habían adquirido, por su entorno fam iliar y por la for
m ación escolar en el extranjero, los emblemas característicos del m anejo
cultural de la élite. Los primeros se vieron cercenados en términos de poten
cial creativo y fueron empujados a ejercer servicios literarios poco gratifi
cantes. En cam bio, los poseedores de un capital intelectual diferenciado
parecían estar predestinados a “ inventar” la figura depurada del escritor
nato, del hombre de letras consumado, del sumo pontífice de las reglas domi
nantes del juego literario, algo que Borges encarnó tan bien (Miceli, 2007). Si no me equivoco, los únicos “ m artinfierristas” en condiciones de pres
cindir de las luces providenciales de la prensa -e l verdadero apoyo de la vida
intelectual argentina- fueron escritores que se m antenían por medio de
las actividades en el servicio público, en el magisterio, en el sector privado, o bien aquellos pocos que podían valerse de su fortuna personal.
La mayoría de esos escritores provenía de familias relativamente alejadas
del polo cultivado de la élite argentina. Muchos de ellos desistieron de lle
var a cabo proyectos autorales propios y se contentaron con subsistir por
medio de los servicios prestados a la prensa o aceptando tareas subalternas
de la vida literaria, como la redacción de perfiles biográficos, reportajes y
entrevistas literarias, el trabajo como columnistas o críticos de arte, de teatro, de cine, en suma, como piezas de fácil reposición en la división del tra
bajo intelectual establecida por las necesidades de los medios periodísticos.
La primera generación de modernistas brasileños no tuvo ninguna mujer
en la condición de autora con nombre propio, al contrario de lo que sucedía en el campo de la pintura modernista, en el que figuras femeninas nota
bles -A n ita M alfatti (1889-1964) y Tarsila do A m aral (1886-1973), entre
o tras- actuaron como pioneras de un trabajo artístico pautado por los len
guajes y los estilos de las vanguardias europeas. En cambio, la vanguardia
argentina no sólo recibió el impacto de los trabajos de una escritora profesional com o Alfonsina Storni (1892-1938) que, en el auge de su actividad
creativa, tuvo gran repercusión en el periodism o de la década de 1920, sino
que también se m ostró receptiva a la colaboración de mujeres escritoras.
Borges hizo una reseña elogiosa de una antología poética de Nydia Lamar-
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que (1906-1982) y escribió el prefacio de la prim era obra de Norah Lange
(1905-1972), amiga y antigua pasión de juventud, con la que además estaba
emparentado. Norah Lange pasó a ser una escritora reconocida por los
pares y más tarde se casó con Oliverio Girondo. En definitiva, las experien
cias suscitadas por la identidad sexual y de género proporcionaron mate
riales expresivos a las artistas brasileñas y a las escritoras argentinas de esa
generación.
Pero más importante que el estatus ocupacional paterno, el prestigio
familiar o el volumen de capital cultural, sobre todo al lidiar con intelec
tuales ávidos de estabilidad profesional, parece ser el grado de participación
de los escritores en la experiencia de la inm igración. Ninguno de ellos, ni
siquiera los más convencidos acerca del “carácter criollo”, com o Borges,
pudo esquivar el impacto avasallador de la inm igración en las transforma
ciones que atravesaba la estructura social del país desde fines del siglo xix.
La primera generación de m odernistas brasileños no sintió este aguijón
con la misma fuerza y el mismo apremio, si bien las vivencias de los inmi
grantes fueron tratadas en los cuentos de los paulistas Alcântara Machado
(1875-1941) y Mário de Andrade. En San Pablo, con excepción de Menotti
Del Picchia (1892-1988) -e l “patito feo” del llam ado “grupo de los cinco”
modernistas, el único que era hijo de inmigrantes, periodista exitoso, cuyas
novelas y poemas nativistas, pese a ser bien recibidos por el público, fue
ron objeto de burla por parte de sus pares (M iceli, 2003)-, los demás inte
grantes pertenecían a familias con apellidos ilustres, en etapas variables de
declinación económica y social, y que se vieron sumergidas por los cam
bios en la estructura social que desencadenaba el aluvión inmigratorio.
La fisonomía de las alas “cosm opolita” y “provinciana” del movimiento
literario modernista en San Pablo provino de las características económi
cas, sociales y culturales de sus familias, de las especies y los montos de
capital acumulado, de la procedencia geográfica, así com o de la antigüe
dad del linaje y de los modos de inserción en el espacio de la clase dirigente
(Miceli, 2004:167). Guilherme de Almeida (1890-1969), Alcântara Machado
y Cândido Motta Filho (1897-1977) pertenecían a clanes enquistados, desde
mucho tiempo atrás, en corporaciones especializadas en el trabajo político
-magistratura, magisterio superior-, casi siempre residentes en la capital
y cuyos herederos eran educados y socializados en una convivencia íntima
con los círculos de juristas y catedráticos del derecho. Cassiano Ricardo (1895-1974), Plínio Salgado (1895-1975) y Menotti Del Picchia provenían de familias arraigadas en pequeñas ciudades y en haciendas del interior del estado, lo que por cierto implicó una merma en los horizontes de su formación escolar, determinó tanto las ocupaciones iniciales como su primer
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casamiento y, en suma, definió la herencia de un habitus conformista, de
repertorios y lenguajes del pasado, de filiaciones doctrinarias y políticas
retrógradas, lo que condujo a la construcción de un universo provinciano
de creación literaria. En términos de postura política y doctrinaria, el con
servadorism o im pregnó, con diversos matices, la posición dom inante de
casi todos, e incluso los más carentes de capital cultural adhirieron a los
m ovimientos de derecha de la época y, luego, a la coalición ejecutiva que
estuvo a la cabeza del dictatorial Estado Novo de Vargas.
La única experiencia que com partieron todos los m iem bros de ambos
grupos - lo s letrados provenientes del interior y los de la capital-, con la
significativa excepción de M ário de Andrade, fue el pasaje por la Facultad
de Derecho de San Pablo, lo que necesariam ente lleva a interpretar sus
composiciones de juventud como lances en el fuego cruzado de las rivali
dades académicas. Las contribuciones proporcionales del capital familiar,
por un lado, y de la nivelación de las expectativas de éxito profesional que
brindaba la carrera jurídica, por otro, determ inaban las oportunidades de esos jóvenes respecto del casamiento, la profesión, las pretensiones eco
nóm icas y la actividad intelectual. Con exclusión del soltero M ário de
Andrade y del bohem io Oswald de Andrade, cuyas elecciones amorosas
dependían, en desigual m edida, de la m agnitud de la pulsión intelectual
o del despilfarro material, el prim er casam iento de diversos integrantes
de las dos alas del m odernism o paulista fue resultado de estrategias de
alianza familiar.
Al igual que en el caso de sus hom ólogos argentinos, las primeras acti
vidades profesionales de los modernistas paulistas se desarrollaron en la
prensa, el único espacio capaz de garantizar empleos y honorarios adecua
dos a cam bio de una producción literaria autoral, cuyos temas y estilos
no podían eludir por completo la hechura periodística. M ientras que la
vivencia periodística de los escritores argentinos, reclutados en un momento
de apogeo de la industria cultural de m ateriales im presos, im pregnó la
materia prim a e incluso ciertas rasgos narrativos de Borges, Roberto Arlt
(1900-1942) y Roberto M ariani (1893-1946), entre otros, los modernistas brasileños procuraron separar las incursiones en la prensa de los hechos
literarios. Los argentinos reciclaban los faits-divers policiales como asunto
ficcional o elaboraban relatos estrafalarios para entretenimiento del lec
tor; los brasileños, en cambio, escribían crónicas en las que suavizaban el tratamiento literario de temas favoritos.
En ambos países, la declinación m aterial y política de fam ilias ilustres
constituyó el piso social de las ramas empobrecidas de la élite nativa de la
que brotaron algunas de las más importantes “ vocaciones” literarias, entre
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ellas las de Borges y M ario de Andrade. Con una composición social mucho
más diversificada que la del m odernism o literario brasileño, la vanguardia
porteña reunió a jóvenes de familias ilustres, algunos incluso adinerados,
en grados variables de decadencia económica, y a hijos de familias de ori
gen inmigrante. Este patrón de reclutamiento daba continuidad a la absor
ción de descendientes de inmigrantes que había tenido lugar en la genera
ción del Centenario, en la que se mezclaban escritores de cepa criolla, como
Gálvez y Rojas, y jóvenes sin conexiones con los círculos m ás elevados,
como Roberto Giusti o Alfredo Bianchi, fundadores y dirigentes del perió
dico literario Nosotros. Así, el perfil intelectual y político de la vanguardia
argentina -m óviles de competencia, filiaciones estéticas, panteón,“opcio
nes” de género literario, temáticas, estilos expresivos, posicionam ientos
artísticos y doctrinarios- se fue configurando en respuesta a la presencia
de hijos de inmigrantes entre sus practicantes, y, más aun, por la im plo
sión de las experiencias de vida de ese contingente como materia prima
insoslayable de reflexión y de expresión, incluso por parte de aquellos intelectuales criollos hostiles e incóm odos por el modo en que esas vivencias
se reflejaban en el registro de la lengua hablada y escrita.
POÉTICAS DEL NUEVO MUNDO
En ambos casos, los m ovimientos de vanguardia lograron im poner cierto
reordenamiento en el cuadro de los valores estéticos prevalecientes y, en
la práctica, condenaron al ostracism o y a la desvalorización a autores y
obras de generaciones intelectuales decisivas en la vertebración del escenario cultural. En la Argentina, Lugones fue erigido como el gran villano
del continuismo m odernista, objeto de brom as por parte de los “ m artin-
fierristas”, y las consignas de orden de proscripción sim bólica se extendieron a las figuras de Benito Lynch, Gálvez y Quiroga. El papel de héroes
de la vanguardia porteña recayó en el esporádico escritor M acedonio Fer
nández (1874-1952), mezcla de aristócrata y mistagogo, cuyas excentrici
dades de rentista ilustrado e imaginativo estaban en la raíz de su leyenda,
y en el poeta Evaristo Carriego (1883-1912), bardo de la modesta vida coti
diana de los suburbios, donde arraigaban los ornam entos de la sensibilidad del criollism o urbano, el tango y el coraje viril. En el Brasil, el m oder
nismo paulista execró a los poetas parnasianos y sim bolistas, detractó la
retórica bachilleresca y el legado entero del arte académico, en favor del
enaltecimiento del barroco y de la cultura popular.
rial protegido por derechos
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Borges y M ário de Andrade buscaron infundir una fisonom ía nacio
nalista, incluso nativista, a la producción poética y ensayística, lo que
también los ayudó a disim ular las marcas de clase, el rechazo de los inm i
grantes y de las disonancias culturales derivadas de su presencia, difumi-
nar así cierta nostalgia elitista, tan vibrante en el bagaje expresivo de las
fracciones arruinadas, e incluso el arraigado conservadorismo social y polí
tico. La consecución de objetivos en apariencia tan contradictorios fue
posible, en parte, por el alarde en torno de la adopción de form as, lengua
jes y estilos im portados de los repertorios vigentes en las m etrópolis euro
peas. Esta leyenda m odernizadora engendró el relato triunfal de la histo
riografía literaria.
El desgaste de los modelos nativistas de legitimidad legados por los m ovi
mientos de vanguardia permite apreciar el sentido doctrinario de sus tomas
de posición y, al mismo tiempo, contrastar el tono efectivo de innovación
estética con las constricciones de su práctica social y política. Con una
fórm ula algo brutal, se podría decir que los vanguardistas argentinos y brasileños eran tributarios, aun cuando no tuviesen plena conciencia de ello,
de un pujante m ovim iento de reacción oligárquica que les perm itió adop
tar, en sintonía con los m óviles de lucha cultural de esos grupos amena
zados, una postura estética renovadora como fachada productiva de una práctica política regresiva. El program a de innovaciones formales y temá
ticas pareció contribuir a velar, filtrar y revigorizar las energías rem anen
tes de la derrota política oligárquica.
En la Argentina, la poética y el ensayismo borgeanos de la década de 1920
derivan de esa ansia por tomar, del interior de un universo de tradiciones
culturales en riesgo inminente de devaluación, las peculiaridades de una
condición social y política amenazada. El examen riguroso de los versos de Borges de esa década permite rastrear los rasgos de su acentuada iden
tificación con las reivindicaciones más sentidas y vividas de cierto revi
sionism o histórico criollista. La representación sim bólica de la nación reitera la pulsación de energías contenidas por el pasado criollo, cuyas figu
ras emblemáticas, en especial el caudillo Rosas, son elogiadas y contrapues
tas a los héroes de la generación de Sarm iento, M itre y A lberdi, todos
ellos aparentemente m inados por el liberalismo disolvente.
Por su parte, el m odernism o brasileño entonó el canto de cisne de la
cultura oligárquica, el soplo renovador en las vísperas de la derrota política en 1930, que tomaría un rum bo de revancha constructiva tras el duro
golpe que sufrieron las élites paulistas en 1932. El aliento expresivo del esta
llido m odernista, en el m om ento de arranque del redescubrim iento del
país, no debe em pañar el servicio político que la m ayoría de sus integran
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tes prestó para la construcción de un cinturón de defensa cultural, apo
yado en emprendim ientos y en iniciativas a lo largo de la década de 1930.
M ientras que M ario de Andrade se desdoblaba en los múltiples frentes de
la eclosión cultural en la capital paulista, asumiendo encargos y desafíos
de construcción institucional, D rum m ond de Andrade se afirm aba como
portavoz de la experiencia existencial, intelectual y política de toda una
generación de escritores educada y crecida en los estertores de la repú
blica oligárquica, con fibra y recursos suficientes para hacer el pasaje desde
ese enclave regional sin brillo hacia un destino m ixto de subordinación
política y liderazgo cultural. La acogida de estos intelectuales en el inte
rior de los eslabones burocráticos del régimen de Vargas les garantizó los
recursos políticos indispensables para la reinvención de la mística nacio
nalista, que dio im pulso a políticas sustantivas en áreas diversificadas de
la actividad cultural.
Las figuras modélicas de Jorge Luis Borges y M ário de Andrade perm i
ten ponderar el valor inventivo de los experimentos de vanguardia. Más allá de cierta hom ología estructural en lo que concierne a su inserción social
en círculos cultivados de ramas empobrecidas de la oligarquía, el rasgo deci
sivo del audaz proyecto cultural de ambos líderes se condensó en el voltaje
de su ambición, en el empeño por transitar con ingenio y desenvoltura en
la práctica de géneros diversos, en la pretensión de hacerse oír en los idio
mas nativos de la verdad y la belleza. Com ponían versos de un nativismo
apasionado, al m ismo tiem po que escribían ensayos críticos y páginas de
estética, en los que daban testimonio, con vehemencia, de las aspiraciones
de un patriotism o candente y exhibían el triunfo de una sorprendente
erudición capaz de desentrañar las querellas de la cultura nacional.
En Paulicéia desvairada (1922) y en Fervor de Buenos Aires (1923), M ário
de Andrade y Jorge Luis Borges enuncian las razones que convirtieron a
sus ciudades en teatro de operaciones de los movimientos de vanguardia.
En esos poemas del comienzo de sus carreras, es posible apreciar los im pre
vistos de sus susceptibilidades, los meandros de sus afinidades estéticas y
sus inclinaciones políticas, sus representaciones del entramado social urbano.La tercera parte de los poemas de Borges se refiere al Buenos Aires de la
zona de Palermo, el barrio de la casa paterna, alejado del puerto y de los agi
tados paseos públicos del centro comercial. Borges prefiere m irar las calles
tranquilas de los arrabales apartados, donde el cam po aún se resiste al avance de la ciudad. Esa predilección por una Buenos Aires del descam
pado, de las cuadras rectilíneas, de las casas bajas, es el reverso del m undo
de los negocios, de los carteles lum inosos, de los edificios altos. El poeta
debutante m iró a Buenos Aires desde la óptica de su casa y del barrio de
rial protegido por derechos
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Palermo, una zona apartada del centro, entrecortada por plazas vacías,
cuyas casas de una planta mostraban los elementos arquitectónicos y deco
rativos característicos de la vida criolla: zaguanes, balaustradas, balcones,
aleros, patios y aljibes.
M ário de Andrade recrea una ciudad de San Pablo donde resuena la pre
sencia avasalladora del inmigrante italiano y, al m ismo tiempo, elige como
lugar privilegiado la zona del centro histórico, en la que se concentran las
oficinas de los grandes bancos y las empresas industriales, el edificio de la
Bolsa de Valores, el Club Com ercial, los viaductos, evocando así los pila
res de las transformaciones en marcha.
Mientras que el personaje principal de los versos argentinos es el m ismo
poeta como un andariego alerta, provisto con lentes potentes para captar
su universo social íntim o, la oda andradina al burgués juega con la figura
síntesis de la prosperidad paulista - lo s propietarios y los nuevos ricos de
origen inm igrante-, cuyas pretensiones de hidalguía son objeto de burla.
Las comunidades de las etnias “comerciales” -jud íos, sirios, libaneses, armen io s- se extienden a lo largo de un cinturón que rodea el vértice financiero
-e l Braz y la M oóca de los italianos, el Bom Retiro de los ju d íos-, en con
traste con los nuevos reductos residenciales de la aristocracia agraria y de
los petulantes capitanes de la industria, la crema emergente con sus m an
siones edificadas en los barrios de Higienópolis y en la avenida Paulista.
En su obsesión por los crepúsculos fantasmagóricos tan bien evocados
en el libro, el vagabundeo borgeano descarta los espacios por los que tran
sitaban los trabajadores inmigrantes. El paseo lírico de M ário se basa en una
secuencia de paisajes que recuperan una cartografía vibrante del tejido
urbano en expansión: la calle Marechal Deodoro, la Plaza de Arouche, la
Plaza de la República, la avenida São João, Anhangabaú, Santa Ifigênia, la calle São Bento -u n eje que va del margen del río Tietê al centro finan
ciero; Pacaembu, Santa Cecilia, Higienópolis, la calle de la Consolação, la
avenida Paulista-, que constituyen el frente de especulación inm obiliaria que empuja a la ciudad adinerada hacia la zona en ascenso de Jardim Am é
rica; los barrios de Cam buci y de Ipiranga, en los bajos al pie del centro
histórico, lugares de concentración de la actividad fabril; la estación ferro
viaria donde se ve el brillo y el estertor de la prosperidad que llega del café.
El lenguaje poético de Borges está repleto de argentinismos, el de M ário
de Andrade hace la misma profesión de fe, sin dejar de replicar lenguajes y expresiones característicos de los inmigrantes. La escritura criolla de B or
ges se constituye sobre un entrecruzamiento de nostalgias y decepciones,
reminiscencias embargadas de un tiempo y de una sociabilidad que ya han
sido abolidos por los nuevos inquilinos extranjerizados. La brasileñidad
rial protegido por derechos de autor
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de M ário de Andrade amplifica el vocerío de los personajes recién llega
dos, empresarios, obreros, costureras; alude a las formas nacientes de socia
bilidad, como el fútbol, los desfiles de carruajes, las sesiones de cine y aque
llos géneros étnicos de entretenimiento, como la ópera italiana, objeto de
resistencia y de escarnio por parte del poeta.
La figura sólida del criollo de buena fam ilia que encarna Borges, iden
tificado por completo con el universo de valores del clan fam iliar y de su
clase, y herido por el desfasaje entre las promesas de un futuro inviable y
las obligaciones del oficio intelectual, contrasta con el autorretrato de Mário
de Andrade, celoso de las privaciones que separan al mulato feúcho de las
prerrogativas recién conquistadas por el inmigrante blanco y rubio de sus
versos, basadas en el dinero y en los negocios lucrativos.
VANGUARDIAS EN LA RETAGUARDIA
Aun cuando no sea posible captar la singularidad de esos proyectos nacio
nalistas a la luz de esquemas norm ativos derivados de experiencias extran
jeras, su estruendosa innovación y su estética sorprendente revelan hasta
qué punto su peso sim bólico es indisociable de cierta figura intelectual,
en la que la veta poética luminosa se liga con la agudeza del ensayista alerta,
deseoso de concatenar sintonías y disonancias entre el rescoldo del m ode
lado europeo y el aguijón de las voces del nuevo mundo.
Más allá de las peculiaridades nacionales, las vanguardias argentina y
brasileña, fervientes y deseosas de novedades en la década de 1920, y ya en
retroceso estético y político en la década siguiente, configuraron m ovimientos de reacción intelectual a la recom posición de los grupos dirigen
tes. El nuevo ordenamiento político-partidario que se produjo en los prin
cipales estados brasileños, en especial en el caso paulista, se llevó a cabo en m edio de transformaciones de peso en el m ontaje de un sistema local
de producción cultural, que comenzó desde aquel m om ento a competir
con la capital federal. En cam bio, Buenos Aires m onopolizaba en la prác
tica los poderes concesivos del renombre literario y artístico, en un vol
taje centralizador que había liquidado cualquier tipo de pretensión regio
nal de empuje cultural.
Estos m ovim ientos de renovación literaria y artística nunca lograron
desembarazarse de los círculos de la élite, cuyo gusto literario y artístico
era bastante anticuado. El lector de hoy podrá com probar esa traba al leer
los versos de la mayoría de los poetas argentinos de esa generación y los
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ensayos de los modernistas brasileños ligados a la reacción católica. La circulación de varios escritores llamados vanguardistas en las redes de la élite contribuyó a viabilizar proyectos autorales y configuró el patrón rebajado de una actividad cultural impregnada por los dictámenes de sus protectores-clientes. En el momento aún incipiente de maduración de un campo literario autónomo, a veces los propios escritores, por lo general los mejor provistos de capital económico, financiaban ellos mismos iniciativas a pura pérdida, o a veces quedaban rehenes de las oportunidades abiertas por los nuevos frentes de la industria cultural de materiales impresos.
Los escritores de vanguardia se empeñaron en aprender a internalizar las
directrices nacientes de la estética moderna -e l ultraísmo español, el futu
rismo italiano, el cubismo francés- en dosis atemperadas de acuerdo con el
voltaje de riesgo y de osadía que, según juzgaban, se ajustaba a los patrones
de gusto eclécticos y convencionales de la élite local. Por lo tanto, la explica
ción de los límites estéticos y políticos de las vanguardias argentina y brasi
leña más bien corre por cuenta de los impedimentos de todo orden que debió
enfrentar esa generación de escritores, cuyas veleidades fueron, en buena
medida, menguadas por los guardianes del orden político y cultural.
En 1930, el golpe de Uriburu en la Argentina y la revolución de la Alianza
Liberal en el Brasil marcan la coyuntura clave de recomposición de las fuer
zas oligárquicas y el umbral de supervivencia cultural al que se vieron con
finados los intelectuales renovadores. El rescoldo de la década de 1930 impuso
rumbos políticos conservadores y obras de hechura amanerada. Así como
Borges tuvo que amoldarse a los horizontes doctrinarios disciplinados y a
la postura política escapista del grupo reunido por Victoria Ocampo en torno
de la revista Sur (King, 1989:47), el fracaso de Mario de Andrade en la imple-
mentación de una política cultural democrática lo obligó a reorientar las
expectativas de influencia hacia la órbita clientelista de la gestión de Capa-
nrma. las condiciones de emergencia de las vanguardias no resistieron al
cambio drástico de las circunstancias políticas dirigidas por la coalición
conservadora victoriosa en el Río de la Plata y en Río de laneiro.
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