meneses, policía de papel y hueso

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    Contratapa | Lunes, 18 de abril de 2011

    Arte de ultimar

    Meneses, policía de papel y huesoPor Juan Sasturain

    Un día de semana a las seis de la tarde, en la primavera tibia y alfonsinista del ’84. Hace un par de meses quecomenzamos la aventura de Fierro, historietas para sobrevivientes, como apéndice de la revista Humor. Lastapas de Chichoni, la novedad de Moebius, de José Muñoz, de Altuna, de La Batalla de las Malvinas, de Piglia,de Enrique Breccia y Fontanarrosa, entre otros. Para el tercer número, de octubre –tapa con gorilas mecánicoscon el Obelisco al fondo– está programado el estreno de Evaristo, una historieta dibujada por Solano López conguión de Carlos Sampayo, inspirada libremente en la figura y la trayectoria del mítico comisario retirado EvaristoMeneses, de quien se supone era un duro, un pesado pero con códigos, de los que ya no quedan.

    Y entonces, surge la idea de buscar al personaje de carne y hueso para confrontar con el dibujado, contarle altemible Pardo, del que nada sabemos, al que ninguno de los que hacemos la revista conoce, que hay unahistorieta inspirada en él. Retirado de la cana hace veinte años, Meneses tiene una agencia por Tribunales, unaoficina de detective privado, lo más parecido a Marlowe que se puede encontrar en Buenos Aires. Lo localizamospor teléfono y allá vamos, con Carlos Sampayo, a encontrarnos con el mito.

    Córdoba al mil trescientos, planta baja B, un edifico antiguo. Estamos en la puerta con Carlos y el fotógrafo,seguramente infructuoso, lo sabemos. Es que acaso podamos hacer fotos, aunque el hombre nos hayaexplicado, por teléfono, que no quiere. Grabador, tampoco. Sólo la entrevista, la oportunidad de sondearnos,campanear de qué se trata.

    –¿Señor Meneses?

    –Sí.

    Traje oscuro, cuerpo sólido, rostro achinado pero de ojos claros, el Pardo Meneses es un hombre entero, bienplantado y recio, con los 67 calzados y ceñidos en el tórax, los riñones firmes que lo mantienen erguido. Esmenos gordo y menos alto que en el dibujo de Solano y nos lo señalará con leve coquetería después, adentro,mirando con displicente atención la historieta que le mostramos.

    La oficina es chica, llena de muebles viejos, empezando por el pesado escritorio, también la vitrina, los sillones.Un rótulo en la puerta: “Evaristo Meneses. Investigaciones privadas”. Parece mentira. Hay una antesala dondeuna Affie Perine porteña filtra clientes desesperados o esperanzados, cumple un papel, literario tal vez en San

    Francisco o en Los Angeles, burocráticamente real en Buenos Aires.Ahí está Meneses. Pausado, inquisitivo, serio, cordial. Peinado achatado, dirían los giles de la falsa alerta, a lamoda por entonces. El pelo entero, gris por zonas, adherido al cráneo sin esfuerzo ni tensiones, gardeliano, lequeda insustituible a la cara de hombre vivido en arrugas entrecerradas, el labio generoso y sarmientino. Sé queha sido boxeador –sesenta peleas como aficionado, campeón nacional en el Uruguay, semifinalista para ir a losPanamericanos de Los Angeles, explicará después– y eso me hace ver orejas golpeadas donde tal vez no lashay. Sé que ha recibido plomos y no precisamente en la espalda –dos veces, dirá al pasar–, pero no hay huellasni rengueras ostensibles. Lo que queda y se ve es la pinta brava.

    Hablamos. Prolijos y cuidadosos ante el león echado. Explicamos lo de la historieta. La escribe el que está a milado y la dibuja Solano, el de El Eternauta, que –me ha dicho– no lo conoce personalmente. Es una versión libreambientada en los alrededores del sesenta con un comisario porteño inspirado en él, en su leyenda de guapo e

    incorruptible. Aunque no usamos las palabras “guapo” e “incorruptible”, claro.

    –¿Y ahora qué quieren?

    –Hacerle una nota a usted. Presentar junto a la historieta al Meneses real, confrontarlos, aunque sea en elpapel, nomás.

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    No quiere grabador ni fotos, pero habla. Se nota, pese a las pausas y la reticencia, que el pasado –su pasado–está vivo y no solamente claro en la memoria que gusta de alardes, demostraciones. En el ejercicio de laprofesión –la vocación, mejor– fue un arma implacable a su favor: tenía un fichero acá, sobre las cejas, ademásde un prolijo inventario de malandras con todas sus modalidades de operación, tics y costumbres que encarpetóprimero y encanó después. Pero además tuvo y tiene memoria propia de narrador: sabe y le gusta contar unahistoria con parcos ademanes, voz sin altibajos. Con ese mismo lenguaje escribió –y se dejó, apenas y mal,corregir– un libro de relatos policiales reales y suyos que se llamó, más de veinte años atrás, Meneses contra elhampa. Los guiones de Sampayo y los dibujos de Solano no desentonarían intercalados como capítulos extradel libro del comisario, por entonces –hacia 1962—, un héroe de primeras planas cuya llama brillaba demasiado

    como para no apagarse rápido, la luz de un fósforo contra la oscuridad de la burocracia y la red de los suciosintereses.

    Con fama bien ganada de duro e incorruptible, Meneses jodía. Trataba de llegar hasta el final y le gustaba ir alfrente. Entonces lo pararon: cuando es el candidato clavado para ser designado Comisario General, primero lopostergan y, después de pasarlo de la explosiva división Robos y Hurtos a la de Delitos y Vigilancia en el ’63, alaño siguiente es adscripto a la Dirección de Investigaciones y en diciembre del ’64 le dan el olivo. Así de simple.Se rebela, quiere quedarse –“Qué tarao que soy, ¿se da cuenta? Pedir por favor ir a joderme, a seguirme

    jodiendo”– pero no hay caso. Tipos que “nunca saltaron una pared o encanaron a un chorro” son sus jueces, lodescalifican.

    Remontamos en lo personal hasta el General Cerri natal, entonces Cuatreros, pegado a Bahía Blanca. Oncehermanos y un viejo hacendado, pero no de los grandes, claro. A la salida de la adolescencia, los 18 y el viaje a

    Montevideo, donde el padre tiene representaciones de maquinaria agrícola. Ahí las historias de broncas ydesafíos que lo hacen despuntar boxeador. Enseguida la colimba en la Marina y a los 22, la definitiva vocaciónpolicial. Para siempre. Porque Meneses –dice y se siente– es policía entero, duro con la ley en la mano, sesiente custodio de la sociedad, se sabe necesario: “Siempre me gustó la limpieza”, precisa. Limpiar y ser limpio.Eso es.

    Tiene un hermano maestro, otro arquitecto, tuvo mujer y no hijos. Enviudó a mediados de los setenta y sientedura la soledad: “No es bueno que el hombre quede (esté, ande) solo”. El anduvo mucho, a los tiros detrás delos chorros, por el barro, por los techos, pateando la puerta, no tirando primero sino entrando primero.

    Si en medio de la charla uno le pregunta ingenuamente “cuántas muertes” dice “de eso no se habla”. Si semenciona la consabida picana, las formas oscuras del apriete, se explayará en anécdotas sobre su poder depersuasión, su autoridad personal sobre el malandraje: cachetadas a veces o –si no– el lápiz... “Mi picana era ellápiz: los asustaba haciéndoles cosquillas con la punta del lápiz. Lo que ellos temían era la condena. Sabíanque conmigo no había arreglo.”

    Meneses tenía hinchada, admiradores, y no sólo en su Flores barrial. Y las minas –aunque él no hable de eso–siempre lo vieron como tipo recio, natural ganador. Porque era nochero, le gustaba recorrer el ambiente de lanoche –boliches y bailongos–, aunque crea necesario aclarar “por motivos profesionales”, para semblantear elambiente, respirarlo. Todo eso ha contribuido a redondear el mito, junto con la cacería del pistolero Hidalgo, elhallazgo del oro de Ezeiza o las capturas del Loco Prieto o de Villarino, el rey del boleto.

    Aparecerán en la charla pasiones encubiertas o asordinadas. El mismo Meneses que quiso ser boxeador yfrecuentó toda su vida el ambiente y los alrededores del Luna Park, pinta. Pinta cuadros. Ha ganado distincionesen concursos de la institución y un segundo premio en el Fondo Nacional de las Artes, hace apenas unos años.

    Además, confiesa, “me gustaría escribir bien”. Porque lee mucho –de los policiales “un poco de Agatha Christie,porque es breve, directa y sencilla, y me gusta que en la trama haya ingenio y actividad”– y no deja de escribir.

    Cuando salimos, es de noche. Me llevo un texto que en su escueto estilo –de escribir y de ofrecer– me pusoMeneses en la mano: “El asalto al Ministerio de Salud Pública”. Me aclara, antes de despedirnos: “Ahí está eldebut de Villarino”.

    Han pasado veintisiete años de aquella tarde. Publiqué el texto que esa tarde me confió, he escrito un par deveces sobre él, pero nunca más volví a ver al Pardo Meneses, que se murió, modestamente, en 1992. En estosdías se cumplen cincuenta años del esclarecimiento del robo del oro de Ezeiza –acaso su momento de mayorgloria– y también en estos días, en la tapa de los diarios, un ex policía torturador y asesino es noticia por habersido condenado a cadena perpetua. Pienso que, visto en perspectiva, Meneses –como Gardel– supo retirarse atiempo.

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