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“Me lo Contaron Mis Viejos”MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

“Me lo Contaron Mis Viejos”

Pág.AMOR MINERONicole Rodríguez Sepúlveda

CAMINO A LA FERIADelmira Melgarejo Aguilera

DEL AMOR A LA LOCURAReinaldo Montoya Arce

EL ÁNIMA DE JAVIERCésar González Pino

EL ÁRBOL ENCANTADO DE CARAMPANGUEFabián Sánchez Pino

EL ÁRBOL HECHO SANTODiego Bustos Almendra

EL PEQUEÑO HÉROE DE LA MINACamila Soto AzócarESTA ES LA HISTORIA DE JOSÉ CHICHARRÓNRichard Valencia Jara

JUAN EL MINEROFernanda Palacios Mercado

LA CAPA MISTERIOSASofía Muñoz Rubio

LA NIÑA DEL MARMaritza Salazar Navarrete

LAMENTOS DE UN ÚLTIMO ABRAZOJuan Acosta PrietoMI ABUELO, UN VERDADERO HÉROEJaviera Bustos Campos

NUNCA DEBE DARSE POR VENCIDOSebastián Pezo González

SE PAGA CON LA MISMA MONEDAEduardo Paredes Carriel

UNA MUJER LLORA DENTRO DE LA MINA DEL CARBÓNCamila Cofre MuñozZORRÓNDelmira Melgarejo Aguilera

SELECCIONADOS PARA PUBLICAR

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Índice 5965

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Una vez más, y con el mayor agrado, me corresponde presentar el resultado de un concurso literario organizado por la Fundación Cepas. En esta oportunidad, el 4º Concurso de Cuentos “Me lo Contaron mis Viejos”, noble y notable iniciativa que estimula, difunde y premia el interés por la escritura y la lectura y, además, nos permite descubrir nuevos valores literarios que, al relatar vivencias, mitos y realidades de su entorno, nos dan a conocer con singularidad algo que les es propio y que está en la base de una construcción de identidad. Por otra parte, la escritura también es memoria individual y colectiva, memoria histórica que preserva hechos, formas de ser, situa-ciones, en fin, todo un patrimonio que encierra pasado, presente y tiempo por venir. Porvenir: lo que vendrá. Parafraseando al poeta Gabriel Celaya, podemos decir que la palabra es un instrumen-to, “un arma cargada de futuro”.

“Me lo Contaron mis Viejos”, reza el lema de esta convocatoria literaria, feliz expresión que encierra una amable y querida forma de decir, una afectiva y efectiva relación que cuenta, en su esencia, un sentido de la oralidad más genuina: la que se relata en el entorno familiar, en la mesa, de abuelos a nietos, de padres a hijos, a la hora del sueño o en el silencio cordial de una caricia.

La aventura de leer sorprende siempre que nos internamos por esos laberintos mágicos (sorpresivos e inteligentes) de la escritura creativa, aquélla que nos entrega un mundo plasmado a través de la lengua, nuestra morada o casa de lo que somos, queremos y soñamos, como bien podría haber dicho Heigddeger. Habitamos el lenguaje y en él somos lo que somos o podríamos ser: “Yo soy en español. En otras lenguas/ me siento fatalmente como un tonto”, expresa en un poema, nuestro poeta Fernando González-Urízar (1922-2003), Premio Regional de Artes Litera-rias Baldomero Lillo (2002).

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha tenido la necesidad de comunicar, de

por Tulio Mendoza BelioPresidente del Jurado

Academia Chilena de la LenguaPremio Municipal de Arte de Concepción

(2009)

ME LO CONTARON MIS VIEJOSO EL PODER DE LA MEMORIA

entrar en diálogo con el otro, de contar algo, de narrar historias (reales e inventadas en un cruce de verdades y mentiras). El ya clásico circuito de la palabra en el cual alguien cuenta algo a alguien (emisor-mensaje-receptor), tiene en el cuento a uno de los géneros más populares y difundidos. Desde niños hemos asistido a la narración de historias, de cuentos, de breves relatos, de canciones que nos transmiten diversos mensajes que despiertan nuestra curiosidad, avivan nuestros senti-dos y nos transportan a mundos mágicos, misteriosos y fantásticos o nos cuentan la realidad del mundo así, en frío, a secas. Siempre andamos diciendo, hablando, construyendo historias, incluso, contando el cuento (ya vemos cómo nuestro idioma tiene una expresión que juega, precisamente, con la fantasía y la capacidad de imaginación ya sea para bien, pero también para mal: la lengua es poder en una doble significación: como sustantivo y como verbo. Así es “Dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo; fuerza, vigor, capacidad, posibilidad, poderío” y, además, “Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo”, como nos señala el Diccionario de la Real Academia de la Lengua). Y el lema de nuestra Academia Chile-na, es “Unir por la palabra”. Y podríamos agregar crecer por la palabra: unidos y reunidos por la lengua, nuestra bella lengua española, crecemos cuando leemos, crecemos cuando utilizamos la lengua, cuando la cuidamos, cultivamos y difundimos, para decir lo que nos dicta el corazón y la inteligencia.

Leyendo los trabajos enviados a este concurso, sentimos, como jurado, la grata sorpresa de estar frente a textos que querían contarnos algo y todos trataban de hacerlo de la mejor forma, lo cual implicaba poner en juego una serie de recursos y estrategias que estuvieran al servicio de poner en marcha un mecanismo particular que sirviera para que la historia contada nos llegara adecuadamente, es decir, con una forma que fuera la emoción misma, la risa, el llanto, el dolor, lo humorístico y un sinfín de sustantivos más, ya que un cuento nos seduce por la forma en que se nos cuenta.

En el caso del primer lugar, “El chaca chapato”, de Elizabeth Aguilera Novoa, ya a partir del título, de carácter familiar-afectivo-coloquial, nos situamos en una historia minera llena de humor, gracia y cercanía, con un buen desarrollo en su exacta brevedad y un manejo de la lengua familiar que le da un especial toque a la equivocación que es el mecanismo central del cuento, el cual nos informa y muestra simultáneamente varias realidades que dialogan entre sí mostrando un conjunto armónico y eficaz.

El segundo lugar correspondió a “Un instante en la oscuridad”, de Fernanda Hernández Carrasco. Resulta interesante el modo cómo la narradora va actualizando, siempre en presente, lo que describe en relación al protagonista de la historia, Alejandro, su abuelo minero, desde que parte de la casa para ir al trabajo hasta el sorpresivo final: “Me está sonriendo, me mira con ter-nura, pareciera que no le importa estar a kilómetros de profundidad bajo tierra, es normal para él trabajar en túneles oscuros…”

“Emergencia en Piques Nuevos”, el relato que obtuvo el tercer lugar, de Paula Sandoval Carrillo, nos cuenta, casi como una premonición, la organización, la travesía (“que duraría más de siete horas y recorrido más de 12 kilómetros de galerías para evacuar a todo el personal del primer turno de ese día lunes de invierno…”) y el rescate de un grupo de mineros en 1985.

A propósito de este relato y de la reciente tragedia minera pensamos, de inmediato, en toda esa literatura que nos es tan familiar y que tiene que ver con un realismo costumbrista que, desde hace tiempo, nos ha descrito y nos ha hecho sentir, las miserias que padecen y han padecido miles de seres humanos en las entrañas de la tierra para extraer algún codiciado material que luego se traduce en dinero. Más en dinero para los malos empresarios que para los nobles trabajadores. Y aquí mismo, en nuestra Región del Bío-Bío, surge la poderosa voz de Baldomero Lillo, un hom-bre que con su escritura hizo un retrato fidedigno de toda una época en las minas de carbón, en Lota, pero que son y representan el esforzado y casi siempre inhumano trabajo de los mineros del mundo. Para el escritor Carlos Droguett, Baldomero Lillo es “el primer minero, el que señaló el derrotero y encontró la veta, el que descendió al infierno, el que cavó más hondo.” Cómo no pen-sar en estas palabras cuando vimos por televisión las faenas de rescate de los 33 mineros del norte. “Sub terra”, “Sub sole”, con sus inolvidables héroes, nos muestran para qué sirve la literatura. No suenan, entonces, trasnochadas las palabras que leemos en el cuento “El chiflón del Diablo”: “¡Cuántas veces en esos instantes de recogimiento había pensado, sin acertar a explicárselo, en el porqué de aquellas odiosas desigualdades humanas que condenaba a los pobres, al mayor número, a sudar sangre para sostener el fausto de la inútil existencia de unos pocos!”

Me congratulo, entonces, de haber tenido la oportunidad de leer y valorar cada uno de los cuentos enviados a esta cuarta versión del concurso “Me lo contaron mis viejos”. En nombre del jurado y de los organizadores, felicito e invito a todos los que han concursado y a los que aún guar

dan pudorosamente tantas historias interesantes que contar, que se atrevan, que entren en el infinito y fascinante mundo de la literatura y recuerden que, como escribió el poeta religioso germano-polaco, Angelus Silesius (1624-1677): “Die Rose ist ohne warum; Sie blühet, weil Sie blühet... La rosa es sin porqué, florece porque florece...”

Lota, 2010.

Primer Lugar

El Chaca ChapatoAutor: Elízabeth Aguilera Novoa

Seudónimo: Isabel Novoa

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

Expresión popular que significa “dejarse parte del dinero que se recibe”. Sección de interior mina Supervisor

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Cuentan las malas lenguas, que por estos lados abundan, que en unos de esos días en que los mineros recibían la ‘cancelación’, o sea su sueldo de fin de mes, acostumbraban a ‘sacarle una alita’1 al pago para ir a compartir un trago con los amigos. Aparte del buen pipeño, salían unos camarones o pescaditas secas, todo para hacer sed, total había con que apagarla.

Así nomás lo hizo ese día el minerito Peyo. Sa-lió de su casa bien cacharpeado, su buena pinta, buenos zapatos y se despidió de su mujer con el típico: ¡¡¡Voy y vuelvo!!!

¡Mmmmh… Dios sabe cómo! Le respondió la mujer, a lo que él contestó con una gran riso-tada.

Ella no se rió, al contrario, sabía lo que le espe-raba. Lo más probable es que apareciera muerto de borracho y le tendría que sacar la ropa para acostarlo, como siempre. Menos mal que ella era una mujer alta, fuerte y él por su parte era bajito y delgadito, así es que en

último caso lo agarraba del cinturón y lo arras-traba escaleras arriba hasta tirarlo, en calidad de bulto, a la cama. Lo bueno es que llegaba tranquilo y nunca le levantó la mano, en todo caso a él le hubiera tocado la peor parte.

Todavía sonriendo, caminó por la bajada de las cenizas en Lota Alto, contento como siem-pre, y se las echó rumbo a las bodegas de la feria. En realidad no tenía decidido donde se iba a quedar: ‘donde primero encuentre un co-nocido’, pensó.

Mientras tanto hacía como que vitrineaba, miraba los precios de la fruta haciéndose el desentendido, como que andaba en otra cosa. El estaba seguro que nadie adivinaba sus in-tenciones, pero en realidad todo el que lo viera sabía que andaba en la búsqueda de alguien que lo acompañara a tomarse un trago, porque no hay nada más fome que tomarse el trago solo, con compañía y buena conversa sabe mejor, aunque lo más seguro es que la conver-sación fuera de pura mina.

Primer Lugar: El Chaca ChapatoAutor: Elízabeth Aguilera NovoaSeudónimo: Isabel Novoa

- Por donde anda usted compañerito?

- En las generales2 … Y a usted no lo he visto en este turno…

- Me cambiaron al tercero, con el mayor3 Ja-rita…

- ¡¡No, yo ando con ‘boca e´ saco’… putah el gallo pa’ fregao, iñor!!! Que no hable nada como la gente, a uno lo sube y lo baja a puras chuchas.

- Bueno, y es cierto que estuvieron paraos dos horas sin que corriera el corte?- Sí, lo que pasa es que el ‘cerro pegó una car-gá4 y tuvimos que rajar5 hasta que volvieron a reforzar los postes. El jefe no nos dejó seguir, tuvimos que esperar un rato hasta que llegó el superintendente con otros ‘cascos blancos6 y aseguraron que el peligro había pasado.

- Bueno... ¡salud compañerito!

- ¡Salud…!

- Así con la cosa. Pedimos la otra compañe-ro…?

- ¡Claaaro, pongámosle no más...!

Y así pasó la tarde. Después de un rato se fue-ron a otras bodegas como turisteando y se en-contraron con otros grupos de mineros que, al igual que ellos, andaban en son de descanso y distracción de la rutina diaria pero que, para-dójicamente, siempre terminaban hablando de la mina, de la pega, de los jefes o de algún lío de faldas.

Se vino la noche. Al Peyo también ya le em-pezaron a temblequear las piernas y se le bo-rraban las caras de sus contertulios. Le costaba seguir la conversación, se le enredaba la lengua y al final optaba por no hablar, lo que hacía que sus compañeros se molestaran; es más, lo ha-cían callar cada vez que quería intervenir. En ese momento comprendió que era hora de irse a su casa.

- ¡Me voy compañeeee….wggua sido un pla-aaaazzzzer!

- ¡Chao no mas compañerito…Ta’ puro hue-viando!

Y enfiló rumbo a su casa. Le esperaba un largo camino y debía recorrerlo solo porque ningu-no

Movimiento de tierra con amenaza de derrumbeCorrerJefes

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de los que estaba con él vivía en el mismo pabe-llón. Con la poca lucidez que le quedaba, a esas alturas, optó por seguir el camino de la línea del tren hasta llegar al Estadio, tomar la subida que daba al pabellón 55 y así llegar más rápido. En todo caso ese camino ya lo había hecho antes y en esas mismas condiciones.

Pero ese día se le pasó la mano más que de cos-tumbre y le costaba avanzar un paso tras otro. No veía casi nada, sólo sombras, el cuerpo no le respondía, trastabilló en reiteradas ocasiones, perdido, inconsciente, sólo guiado por el instin-to de los borrachos, que al parecer funciona me-jor que radar de aeropuerto.

De pronto sintió algo blandito a sus pies, respiró contento y se acostó. Por fin estaba en su ca-mita, pensó, se acomodó y se dispuso a dormir arrolladito en posición fetal, esperando que su mujer lo llegara a tapar.

Lo que el Peyo no sabía es que un par de ‘pa-tos malos’ lo habían seguido desde que salió de la bodega para cogotearlo7 y al verlo acostado durmiendo en el pasto se acercaron, seguros que ya el minerito no colocaba resistencia y podían saquearle su plata y su ropa

Se acercaron lentamente y lo movieron con sigilo para escarbar en los bolsillos del pobre hombre. En eso como que despierta y sin abrir los ojos, comienza a hablarles, feliz de estar en su camita y que la camará8 le estaba sacando la ropa.

- ¡¡¡Chaca chapato!!!

Se miraron extrañados y, confundidos, proce-dieron a sacarle los zapatos. En todo caso es-taban casi nuevos, igual podían conseguir unos pesos por ellos.

- ¡¡¡Chaca cachetín!!!... Le sacaron los calce-tines.

- ¡¡¡Chaca pantanón!!!... Le sacaron el panta-lón.

- ¡¡¡Chaca cobata!!!... Le sacaron la corbata. Nunca habían asaltado a alguien que entregara con tanto cariño sus cosas.

- ¡¡¡Mame becho!!!... y estiró la trompa para que su señora le diera un besito.

Hasta ahí no mas le llegó al minerito. No le lle-gó ningún bechito, lo que le cayó fue una anda-nada de combos y patadas que hicieron

Asaltarlo Señora, mujer de minero

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que se le pasara la mona en el acto. Los asal-tantes, después de quitarle la ropa y darle una buena pateadura, salieron arrancando y ahí re-cién despertó Juancho, medio inconsciente, sin saber si era por curado o por la golpiza.

Se enderezó como pudo, miró a su alrededor, trató de ubicarse y lo primero que reconoció fueron los árboles del estadio. Ahí se dio cuen-ta que no estaba en su casa, que se había que-dado dormido en el pasto y que estaba pilucho y adolorido por la pateadura.

Como pudo llegó a su casa, afortunadamente estaba oscuro y ningún vecino lo vio. Al otro día, ya más repuesto, se encontró a la entrada del pique con los mismos compañeros con los

que había estado tomando en las bodegas. Al verlo tan magullado le preguntaron, sonrien-do:

- ¡Que le pasó compañero…! ¿Se cayó a una mata de zarza o a una mata de combos?

- ¡No sabe na’ lo que me pasó compañero, re-sulta…!

Y ahí mismo no mas les contó su desgracia, ellos me la contaron a mí y yo se la cuento a ustedes. En mala hora porque, a partir de ese día, cada vez que el pobre aparecía por el pi-que o en la corrida de carros que lo llevaban a los laboreos, más de alguien le gritaba ¡Chaca Chapatooo!!!

Ya nadie recordó más su nombre. Todos le gri-taban y hasta la fecha lo recuerdan con humor y picardía como el ‘Chacachapato’.

Segundo Lugar

Un Instante en la Oscuridad

Autor: Fernanda Hernández CarrascoSeudónimo: La Cariñosita

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

Transcurría el invierno, lluvioso y barroso, en este lugar enclavado en el sur y como de costumbre Alejandro, mi abuelo, se prepara para ir al trabajo. Son las cinco de la madrugada, está listo el manche y la charra con agua de hierba, sólo falta echarlo al bolso y caminar a esperar el bus que lo llevaría hacia la mina de Lota. Sus pies se llenan de ba-rro rojo y la lluvia sigue cayendo como cascada por el camino hacia abajo, su cabeza mojada, sus ropas estilan, las manos están frías, pero lo único que piensa es en llegar al refugio temporal, un pa-radero donde esperaba el transporte que lo llevará hasta el frente de trabajo. Por fin llega el vehículo, un bus grande y frío, sube y muchos otros obreros van callados, como dormitando o tal vez pensan-do por algún rato, qué difícil saber lo que está en sus mentes. Mientras tanto, los goterones de lluvia golpean las latas del bus y se confunden con el rui-do del motor. Mi abuelo se friega las manos, debe tener frío, tal vez sus pies están mojados, sus ojos tiernos parecen vidriosos, seguramente está pen-sando en su familia. Llega a la compañía minera, se baja y apura los pasos, lo veo difuso, se me pier-de entre tantos hombres, sus ropas de mezclillas se confunden, lo veo ansioso, a pesar de los años de experiencia pareciera que fuera su primer medio de trabajo. Sube a la jaula y comienza el descenso estrepitoso, por fin llega junto a su amiga la pico-

ta, las luces de sus cascos son verdaderas estrellas que saturan la oscuridad y destellan por todas partes, parece una constelación, y la claridad que avanza hace el retroceso a la oscuridad. Mi abuelo, de as-pecto rudo, toma la picota y la golpea una y otra vez con una fuerza que me sorprende y pareciera que, aunque se agoten sus fuerzas, su único objetivo es derribar el manto negro y brillante del mineral. Sólo escucho el múltiple golpeo de la picota, siento la presión; el calor es intenso, mi abuelo suda, su cara ya tiene el color negro, es como si se confun-diera con el carbón, sólo veo sus dientes blancos, me está sonriendo, me mira con ternura, pareciera que no le importa estar a kilómetros de profundidad bajo tierra, es normal para él trabajar en túneles os-curos, lugares pequeños, con mas compañeros a su alrededor que sufren, luchan y pelean a diario contra el mineral, único sustento de vida. No hay opción, es esto o nada. Son tiempos difíciles, hay que alimentar a los hijos, nada importa, sólo golpear y golpear con fuerza aunque se le vaya la vida en esto.

Al rato, de entre la oscuridad, veo correr unos roedo-res y un hombre grita ¡¡¡Gas Grisú!!! Y como su eco retumbaba sin fin, se repite grisú, grisú... Hombres corren, siento miedo, me

Segundo Lugar: Un Instante en la OscuridadAutor: Fernanda Hernández CarrascoSeudónimo: La Cariñosita

Inunda la angustia, no veo a mi abuelito y antes que me de cuenta se oye un estruendo, una explo-sión inmensa. Sólo escucho gritar de dolor, gemi-dos y de repente un silencio, quietud y oscuridad. No veo nada, tiemblo, tengo mucho frío. Sólo cierro mis ojos y aprieto mis parpados, mientras en mi mente está la imagen de mi abuelo y su son-risa, y cuando decido abrirlos estoy en mi cama, miro el cielo blanco y me doy cuenta que estoy en mi dormitorio. Sólo era un sueño, o tal vez fui transportada a aquel tiempo donde mi abuelito Alejandro vivió, para conocer el sacrificio y es-fuerzo de una generación de hombres que luchó por su familia en las minas de Lota

“Me lo Contaron Mis Viejos”

Tercer Lugar: Emergencia en Piques NuevosAutor: Paula Sandoval CarrilloSeudónimo: Shiqa

Un lunes de invierno, por el año 1985, in-gresamos cerca de 2.000 trabajadores a las fae-nas del primer turno, que se iniciaba a las siete de la madrugada, a cumplir una vez más con nuestra jornada diaria de trabajo. Se trataba de un día más de labor después de trasladarnos en las jaulas (ascensores) hacia fondo Pique, a una profundidad de 480 metros; nos inter-namos en los correspondiente convoyes, mas conocidos como corrida del personal, con des-tino a nuestros distintos distritos -Nivel 650, Esperanza, Victoria y Laraquete-, recorrido que duraba aproximadamente 25 minutos por las extensas galerías del tráfico principal.

Luego de entregar a nuestros mayordo-mos la tarjeta de control de asistencia en las afueras de las oficinas auxiliares, éstos, junto a los disparadores, nos señalaban las órdenes y tareas programadas a cumplir en los distintos laboreos que se encontraban en explotación o preparación. Yo me desempeñaba como apir junto a un centenar de compañeros en el frente mecanizado del laboreo 1044, en una veta de potencia (altura) no superior a los 80 centíme-tros. Mientras desarrollábamos nuestra labor cotidiana en condiciones muy difíciles, cerca de las 10 de la mañana se paralizan

de un solo golpe todas las maquinarias utili-zadas de apoyo a la producción, situación que ocurría con cierta frecuencia, por lo que co-rrespondía esperar algunos minutos en el lugar de trabajo, mientras se recuperaba la energía o se conociera la causa de la caída de corriente. Después de 15 minutos de espera, la energía no se recuperaba y el aire en el laboreo cada vez se ponía mas pesado por la falta de ven-tilación. Fue entonces cuando el mayordomo Aguilera recibe instrucciones superiores, or-denando de inmediato la evacuación rápida de todo el personal del laboreo, dirigiéndo-lo hacia el tráfico principal, acto que debería cumplirse en sólo 20 minutos y esperar en este lugar nuevas instrucciones. El desconcierto se apoderaba de nosotros al no conocer la causa ni el origen que provocaba la emergencia.

De pronto sale desde la oficina auxiliar el jefe de distrito, más conocido como el ‘Tatara-ta Flores’, ingeniero a cargo del distrito Lara-quete, junto al mayordomo Bahamonde, de so-brenombre ‘canasto con queso’, quien con voz firme y entrecortada informa que toda la mina se encuentra paralizada, incluidos los dos ven-tiladores principales que dejaron de funcionar hace un par de oras atrás, sin señalar la causa, por lo que ordena iniciar la evacuación de todo el personal, en forma

inmediata, hacia la superficie a través de la única salida de emergencia habilitada por el sector de Pique Grande, trayecto que podría demorar en caminata más de 6 horas. Enton-ces nos reunimos algunos de los más cono-cidos, entre ellos ‘el Puma’, ‘Chueco Tano’, ‘Pan con Huevo’, ‘Hilito el pañolero’ y el contratista ‘Topo Yiyo’, para iniciar esta tra-vesía con destino incierto; nos aligeramos de ropa y acomodamos nuestros guamecos, de los cuales sólo algunos disponían de restos del manche y agua de perra que conservábamos en las charras y que utilizaríamos en el trayec-to, para saciar la sed durante la marcha.

Iniciamos la marcha desde el distrito Laraque-te, a paso firme, en una larga columna de tra-bajadores en cuyo trayecto se escucharon una serie de comentarios y tallas típicas. Avanzado ya varios kilómetros, cerca del nivel 650, ‘Pan con Huevo’ dice: “paremos un poco para re-frescarnos con agüita pues, compadre Hilito”. “Ya nomás, sirvámonos agua”, dice ‘Hilito’. Cuando, al revisar el guameco, ‘Pan con Hue-vo’ se da cuenta que su charra se encontraba seca, dado que a primera hora la había vacia-do por la sequedad de su organismo al bajar ese día lunes con la caña vivita. Entonces, más atrás aparece el finao ‘Erices’, barretero, de una estatura imponente, quien además era reconocido por su generosidad y solidaridad, a ofrecerle de su agua que transportaba en una gran charra de aluminio, quien le dice: “sírva-se, compañero Salazar, que ésta alcanza para

todos”. ‘El Puma’ a su vez reflexionaba y decía “esta caminata me recuerda, compañero Carri-llo, a la gran e histórica marcha del año 1960, cuando recorrimos mas de 40 kilómetros hacia Concepción, junto a nuestras familias, en busca de respuestas a las demandas a nuestro pliego de peticiones presentado a las autoridades de la Compañía y al gobierno de Jorge Alessandri -conflicto y lucha sindical que terminaría a cau-sa del terremoto del año 1960-, personaje que visitaría nuevamente la zona a fines de los ´60 en calidad de candidato de la derecha y fuera recibido por la gente con fuertes protestas y re-chazo, lo que le obligó a alejarse inmediatamen-te de la comuna, sin antes señalar la siguiente frase y amenaza: ‘Piedras me tiraron, piedras comerán’.”

Luego que ‘Hilito’, el pañolero y apir más ra-quítico de la mina por su marcada figura y del-gadez, se tomara algunos sorbos de jugo Yupi que el mismo se preparaba, reiniciamos el largo camino sin conocer, a esa altura, aún las verda-deras razones de la emergencia.

Al llegar al sector de la 480, lugar donde el per-sonal de la brigada de salvamento y algunos aforistas dirigirían a la gran columna de trabaja-dores por las revueltas generales depique Gran-de, éstos nos informaban que el tramo siguiente sería el mas difiícil por qe gran parte

nuestro lento avance y caminar. En este nuevo escenario comienzan a aparecer, en los compa-ñeros de mayor edad y gordura en exceso, los síntomas de agotamiento total. De inmediato se organiza la improvisada atención y apoyo por parte de los propios compañeros y luego por personal especializado de la brigada de salvamento, quienes disponían de equipos de rescate. Esta situación, obligó a los superviso-res y jefatura de la mina a organizar de mejor manera el último tramo de esta larga y agota-dora caminata.

Al llegar al último tramo, que concluía con esta galería siempre en pendiente, alcanzamos la recta final de esta larga caminata hasta llegar al sector conocido como la Chimenea de Pique Grande, que era el espacio más amplio de la galería y al frente una alta muralla vertical de fuerte pendiente uno en uno, de unos 100 me-tros de altura, la que debíamos escalar para al-canzar la salida a la superficie. En este lugar se encontraba un equipo de paramédicos con más brigadistas para atender a los más desfallecidos e instruir al resto la forma de escalar la Chime-nea, de la cual sólo colgaban unos cinco maci-zos cordeles que servirían de apoyo al ascenso. Luego de un breve descanso y de recomendar-nos volver a abrigarnos, comenzamos el ascen-so en forma individual, que requería de mucha concentración y fuerza aplicada por nuestros propios brazos. Superada esta hazaña,

de este trayecto deberíamos realizarlo a tra-vés de los principales corrientes, denominados Uno Sur y Uno Central, ambos con fuertes pendientes. Ingresamos a la revuelta principal, de inmediato se sintió el cambio de aire y hu-medad, características comunes de este tipo de galerías; el aire se sentía mas sofocante y con mayores temperaturas, creo superior a los 25º, lo que nos obligó a desprendernos de nuestras camisetas y continuar este tramo con el torso desnudo. Internados un par de kilómetros en las galería de revueltas, por las cuales hubo que cruzar algunos tramos con mucha precaución señalizados como zona de derrumbes, dado el abandono y falta de mantención de este sector de la mina, entre el cansancio y agotamiento acumulado por el largo recorrido, se escucha el comentario de algunos compañeros más an-tiguos, de sus andanzas por estos lugares. Ve-nían de la voz de un par de barreteros que seña-laban “¡te acordáis Perico cuando trabajamos por aquí, en los antiguos laboreos del distrito San Juan, Central Bajo y Fortuna!” “Claro que me acuerdo, pues Manta de Saco”, le contes-to Perico, “pucha que eran bonitas las vetas, compadre, y seguras, igual ganamos buena plata por aquí”. Continuamos avanzando por el corriente cada vez mas empinado donde corría un gran caudal de agua por los costados de las galerías, provenientes de más de alguna napa subterránea o de antiguos laboreos que fueron explotados y posteriormente abandonados, és-tas aguas generaban mucho barro y humedad, cuestión que hacía más dificultoso y agotador

cruzamos las tres compuertas que regula-ban la salida de aire en un tramo de veinte metros hasta, finalmente, lograr pisar sue-lo firme y ver el oscuro cielo acompañado de fuertes ráfagas de viento. Mientras en superficie existía toda una organización para apoyar el retorno final a nuestros ho-gares, personal de apoyo nos cubría con frazadas desde la salida de la última com-puerta hasta los buses que nos trasladarían a los baños colectivos de Piques Nuevos. Ya instalados en el bus se nos repartió un delicioso café bien cargado, para superar el terrible frío. Viento y lluvia encontrado en superficie, transformado en un gran tempo-ral de invierno que azotaba nuestra zona, había provocado el corte general de ener-gía eléctrica en toda la zona minera, por más de veinticuatro horas. Los compañeros más afectados y con compromiso de salud eran trasladados en forma inmediata hasta el hospital de Enacar, donde se había ha-bilitado una sala especial para su oportuna atención y

recuperación. Mientras la gran mayoría de los trabajadores, en el sector de los baños, tomábamos una larga, refrescante y rela-jante ducha, para ser posteriormente trasla-dados a nuestros hogares, lugar donde nos esperaba un cálido y hermoso abrazo fami-liar. En tanto, tu abuela Olga, arrodillada en su dormitorio, agradecía a dios porque uno de sus hijos retornaba al hogar sanito y salvo.

La organización y rescate, que duraría más de siete horas y recorrido más de 12 kiló-metros de galerías para evacuar a todo el personal del primer turno de ese día lu-nes de invierno, nos dejó una gran lección y aprendizaje, lo que obligó incluso a la Compañía a invertir importantes recursos económicos en equipos de emergencia (grupos electrógenos) que garantizarían oportuna atención a futuras emergencias y que permitirían evacuaciones del personal a través de los piques 1 y 2, ubicados en Piques Nuevos.

El MantaAutor: Elsa Riquelme Riquelme

Seudónimo: Azazel Raser

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

Acudiendo a ella a pasos lentos, por si hubiese estado alguien y no se espantara… para decirle que no debía estar a tantas horas de la noche en un sitio privado y sin que nadie le hubiese concedido el permiso para ingresar.

Llegó a la entrada de la casa sacando las llaves de su bolsillo, silenciosamente abrió la puerta, subió las escaleras cautelosamente, de pun-tillas, llegando al descanso de ésta se dirigió a una mesa en dónde estaba aquella luz que alumbraba la habitación, era una vela que es-taba a punto de desvanecerse por el viento que entraba por esa ventana.

Aterradamente observó que no se encontraba nadie, en ese instante tuvo un escalofrío que le erizó la piel, recordando al amigo que no veía hace mucho más de cuatro años, al Man-ta; pero sin darle mucha importancia a éste presentimiento, se asomó a apagar la vela con mucho cuidado, cuando siente una mano en su hombro deteniéndolo a apagarla. Se voltea de inmediato y era el rostro tenebroso, pero a la vez demostraba decir ¡he vuelto Era el “Man-ta”... su amigo.

asombrado de este encuentro inesperado, le

En una noche de Julio del año 2006, en ple-no invierno, don Juan Valdebenito, un hombre muy trabajador, con barba larga que le tapaba sus mejillas y un par de ojos verdes brillosos que a cualquiera le entregaban confianza, sen-cillo y humilde, cumplía su labor de esos años en la guardia de la antigua caleta de Lota.

Comúnmente hacía su recorrido alrededor de las once de la noche, pero comenzó más tarde esa vez. Sin ningún alma que lo acompañase empezó a caminar, acostumbrado a este rumbo de vida y trabajo, porque uno que otro hombre se había marchado por el ambiente que tenía el lugar: tenebroso, oscuro y desconfiado.

Esa misma noche se abrigó y cubrió de lleno su rostro con su manta y un sombrero que le ha-bía obsequiado un ‘viejo amigo’. Así, sin prisa, alumbrando las olas y las huellas en la arena, por las afueras de una casa abandonada, a los pies de ésta, comenzó su escalofriante recorri-do por el entorno de la caleta. Cuando ya se alejaba de los lugares que recurría a menudo, se asombró al ver una luz que se reflejaba en la ventana del segundo pisoe la casa... Siendo ya cerca de las dos de la madrugada.

Mención Honrosa: El MantaAutor: Elsa Riquelme RiquelmeSeudónimo: Azazel Raser

do cansado, como si hubiese ido a una corrida de muchos kilómetros para poder llegar a una meta, pero reflexionando a la vez las palabras de su amigo. Dándole muchas vueltas en su ca-beza, se pregunta: “¿Realmente qué le habrá pasado? ¿Por qué viene ahora sin avisar?...”

Quedando muy asustado, preocupado por lo sucedido y arrepentido de no haber podido al-canzar al viejo amigo, decide ir a visitarlo a la casa, para poder tener un poco más clara la situación.

A la mañana siguiente se tomó el día libre para ir a dónde le tenían que dar una explicación, llegando a los viejos pabellones, cerca de la Mina El Chiflón. Golpeó de una manera urgen-te una de las puertas de las viviendas para que le abrieran y preguntar en dónde estaba vivien-do la madre de su amigo.

En la puerta dos mil trescientos seis le abre una vieja anciana con muchas arrugas y usando un bastón le pregunta, con la voz tiritona por la edad: “¿Qué desea caballero o en qué puedo ayudarlo? Hace años que no me vienen a vi-sitar”, poniendo una cara de amargura con la vida, se respondió. Él la reconoció de inmedia-to por la voz de aquella y le dice: “ Doña Car-men , soy yo, Juan Valdebenito, amigo de.

pregunta: “Juan ¿Qué haces aquí?... Tantos años sin saber de ti y te apareces como si nada”. Manta se acercó a abrazarlo y Juan lo esquivó.

Por la reacción que tuvo su amigo, triste y con la voz angustiada le responde: “Amigo Juan, vine a despedirme de ti ya que tendré un viaje muy largo en dónde podré estar mejor y salir de éste hundimiento de vida que he llevado du-rante muchos años. Viejo, como le decía a don Juan, sé que fue mucho tiempo sin tener noti-cias el uno del otro, pero te pido que me entien-das”. Cayéndole algunas lágrimas, continúa: “pasé por muchas pruebas difíciles en mi vida, en la condición que me encontraba hubiese de-cidido esto antes pero seguí adelante, tampoco recurrí ni pensé en nadie que me pudiese ayu-dar, ni siquiera en mi familia… pero ya basta, para que nadie sienta culpa, me marcharé y no regresaré jamás.”Apagándose de golpe la luz de la vela.

Inmediatamente Juan baja corriendo las esca-leras, gritándole que lo esperase para que le siguiera contando y decirle que igual entendía la posición en la que se encontraba y que lo entendiera también a él, pero ya era demasiado tarde, se había ido sin dejar rastro alguno. Y murmurando… ¡Qué diablos pasa!...

Así, bajando desconcertado a las orillas del mar y sintiendo la misma sensación de escalofríos de aquellos hombres que se habían marchado por el ambiente del lugar, se sienta, demasia-

cargarás también con los problemas de él.” Con voz sublime le dice: “Lo echamos de menos, pero entiéndelo… Lo mismo me dijo él esa noche… Juan, sólo te dejó una foto de cuando eran unos pequeños traviesos amigos, hasta que la muerte los separó…”Sin nada más que agregar, Juan se despide y le agradece a Carmen por la explicación que la había dado por lo que sucedió…

- Adiós mijito, cuídese, él siempre estará con nosotros.

Dando suspiros recorrió el barrio en donde jugaban y los lugares en donde se escondían para poder bajar a la mina, pero siempre los sorprendía el celador.

Ese día, después de haber sabido todo lo que había sucedido con el Manta, se fue para la pega al turno de noche y no deja de ver la vela, en el segundo piso de la casa, que se apaga con un fuerte soplón de viento. Cerca de las dos de la madrugada, en los pabellones en donde vivía aquel hombre, se escuchan los llantos angus-tiados… suplicando disculpas.

El alma en pena del Manta recorre todos los lugares que acudía con su amigo, el Juan.

Nadie se explica nada. En la tarde la madre, después de haber relatado la historia de la muerte de su hijo, pierde la vida en un ahogo

José… ¿Me recuerda? ¿No me reconoce?”

Entablando una conversación llena de pregun-tas, le dice: “He pasado mucho tiempo encerra-da aquí, ya no siento ni percibo el giro de las llaves en la chapa de la puerta, cuando entraba mi hijo, -recalcando- ¡Mi único Hijo!” Lloran-do le responde: “Si me recuerdo de ti, joven-cito, cuando jugabas con José a la entrada de la mina y yo salía a buscarlos para que no ba-jaran a las entrañas de esa maldita y peligrosa oscuridad, quizás por tanto prohibirles desde pequeños, mi hijo quiso experimentar y bajó sin precaución alguna, nunca más volvió, ya ni siento su olor, sólo el olor a muerte…”

Juan, espantado de la historia que le había re-velado Doña Carmen, cae al sofá y le pregun-ta: “¿Cuándo sucedió esto?” “El tres de mayo hijo, hace dos meses”.

Con voz sorprendida: “Pero, ¡cómo! ayer es-tuvo conmigo, conversando, relatándome que ya no podía más… Que iría a un viaje y que escaparía de todo esto…”

“Mi hijo estaba arrepentido de muchas cosas, Juan, cosas que no le resultaban y más con la muerte de su esposa; de ti hablaba demasiado, pero no se atrevió a visitarte para que tú no car-garás también con los problemas de él.” Con voz sublime le dice: “Lo echamos de menos,

de llanto, muriendo tranquila en su casa. En aquel pabellón vela su alma, llorando por su hijo.

Juan se resignó a la compañía de José en las noches frías del invierno.

Esos días, cerca de las dos de la madrugada, se ve un hombre alto, con una manta roja mirando hacia el mar, llorando…

Hijo del CarbónAutor: Arnoldo Olave Guajardo

Seudónimo: Pelé

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

Quiero remontar esta historia a muchos años, pero muchos años atrás, en mi pueblo, mi ciu-dad llamada ‘Louta’, nombre que le dieron los mapuches, primeros habitantes de aquel entonces, dueños y señores de su tierra, la cual defendieron con mucha valentía, fuerza y valor ante la invasión española. ‘Louta’ en su lenguaje significa pequeño caserío, peque-ña casa o pequeño pueblo. Pero avancemos en el tiempo y remontémonos a la llegada de don Matías Cousiño, gran empresario, quien en el siglo XVIII descubrió el carbón, llamado tam-bién por Chile entero ‘Oro Negro’, y que le dio un impulso económico impresionante a nuestra zona y a nuestro país, importante combustible para abastecer a distintas industrias emergen-tes de esa época, incluso tuvo gran participa-ción en el abastecimiento de los barcos en la Segunda Guerra Mundial, también servía de combustible para los fogones que tenían los hogares de los mineros. El carbón llegó a ser el que más divisas entregaba al país y dio tra-bajo a miles de trabajadores; desde los montes, desde la cordillera bajaban campesinos a ver la novedad y poder trabajar en las minas de Lota, desde las caletas aparecieron los pescadores en busca de un nuevo trabajo, un nuevo estilo de vida, pensando quizás ‘este trabajo es menos peligroso que el mar’.

Desde Tres Pinos, a unos 50 kilómetros de Lota, pasando al lado Sur de Laraquete, en el año 1886 llega a Lota Juan Olave Velásquez, un joven que viene en busca de nuevos hori-zontes, trayendo en su mente y en su corazón la esperanza de un futuro mejor. Este joven era mi abuelo, quien trabajó más de 45 años en la mina El Chiflón de la cual se cuentan muchas historias, como por ejemplo: “la de un perro que arrastraba una cadena de fierro con unos inmensos eslabones, este perro caminaba por la galería 320, donde ningún minero quería ir a trabajar porque, según se cuenta, quien en rea-lidad arrastraba la cadena era el mismo diablo, por eso donde debía trabajar sólo una persona allí se mandaba a lo menos dos o tres trabaja-dores para poder evitar el miedo existente; sin embargo, cada día se hacía más frecuente y te-meroso poder trabajar. Vista esta situación, la jefatura de ese entonces decidió cerrar este la-boreo, igual se escuchaba al perro arrastrando la cadena pero ahora aullando y llorando todo el trayecto”.

Como ésta hay otras historias y los mineros de esta época le pusieron”el Chiflon del Diablo”,

que hasta hoy sigue con el mismo nombre. Cuando mi abuelo entró a trabajar al Chiflón ya era famoso por sus historias y no temiendo a esto igual ingresó a la Empresa, en ese enton-ces con el nombre de Compañía Carbonífera de Lota. Mi abuelo se casó con doña Grego-ria Poza Zenteno. Afortunadamente alcancé a conocerla ya que en sus últimos años vivió con nosotros en nuestro humilde hogar en Pa-bellón 39, casa 170, del barrio Matías Cousi-ño, en Lota Alto; pabellones que la empresa construyó para los trabajadores y sus familias. Aquí quiero detenerme un momento y hacer hincapié en lo que, en nuestra tierra y nuestro pueblo, era la discriminación por parte de la empresa, ya que para los empleados, antigua-mente llamados ficha cuadrada, habían pabe-llones completamente de material y para los obreros, de madera; incluso, había piscina para los hijos de obreros y piscina para hijos de em-pleados; como también casa de limpieza para los empleados, que se ubicaba al lado atrás del Hospital de la empresa de Lota Alto, y para los obreros, que se encontraba en el barrio Chiflón, calle principal para llegar al pique. Hay que agregar también que el carbón se entregaba de acuerdo a la antigüedad y cargas familia-res, además se entregaban por carretadas y una de éstas equivalía a 500 kilos de carbón; mi abuelo recibía 6 carretadas mensuales, ya que su familia era bastante grande, también tengo que decir que los empleados recibían carbón granado y los obreros carbón molido.

En su tiempo mi abuelo era un hombre alto, fornido, típico campesino criado con todo lo que la naturaleza le entregó en sus tiempos de niñez. Él nos contaba cómo había sido su in-fancia. Ahora su cuerpo ya está cansado por el trajín del tiempo. Nos juntaba a los ocho nietos, unos más grandes y otros más pequeños, y con-taba historias del campo donde él vivía. Que muy temprano, casi de madrugada, se levanta-ba para ordeñas las vacas para después irse a la escuela rural. Allí aprendió a leer y escribir a medias, nos decía que se aburría porque debía caminar mucho todos los días, dos horas para llegar y dos horas para regresar, junto a otros tres amigos; pero igual se esforzaba porque quería, a lo menos, saber leer y escribir. “Yo nunca conocí como ahora el zuncho, el trom-po, las bolitas, el volantín, eso para nosotros no existía; sólo me entretenía cazando lagar-tijas, matando pajaritos, jugando con algunos animales. En una oportunidad logré ver al león que bajaba de la montaña, en tiempo de escar-cha, hasta nuestro patio a comerse algunas aves y corderos que mi taita criaba.”

La historia que más nos gustaba y que mi abue-lo nos contaba, era cómo conoció a Gregoria, nuestra abuela. De eso ya han pasado como 37 años y yo tampoco recuerdo mucho de sus his-torias, pero lo que sí recorda

quería ganar y ganar dinero, sabía que tenía un compromiso que cumplir y me animé y fui a la mina como barretero, no me importaron las historias que ya conocía, esas terroríficas, que muchas veces hacían que algunos jóvenes no bajaran a la mina. Al tiempo volví al arroyo, nuevamente con mis dos jarros y mi perro, y ahí estaba y la invité, ahora con una sonrisa sí me aceptó. Fui el hombre más feliz, algo nació dentro de mí, estiré mi mano y la toqué, toqué su rostro por primera vez. Luego fuimos con mis papás y pedí su mano -nos decía-, no fue fácil ya que éramos muy jóvenes y yo debía traérmela a Lota. Pasaba el tiempo y debí via-jar varias veces para poder convencer a Don Wenceslao Poza, quien más tarde sería mi sue-gro y su tatarabuelo. Una vez teniendo su per-miso nos venimos a Lota.

Nos casamos, lo que más me recuerdo es que nunca la besé, sólo tomaba su mano con mucho respeto, cariño y cuidado, para no hacerle daño. Estando casado, tu abuela me comentaba en la cena después de llegar de mi trabajo, que era muy agotador ya que trabajábamos doce horas, que desde que vine a Lota, ella bajaba todos los días al arroyo y al mirar las aguas veía mi rostro reflejado en ellas. Como se pueden dar cuenta, a su abuela también la

mos con nuestros hermanos es que la conoció en un largo camino que estaba junto a un arro-yo, donde él bajaba junto a su enorme y hermo-so perro, a quien llamaba Tulipán Negro por una capa que tenía una tía, a quien no le simpa-tizaba mucho y siempre lo regañaba. Cuando iba a su casa, lo llamaba y le decía “pásame el tulipán” que era una enorme capa negra y, como su perro, el que le había regalado su amigo Panchito, era negrito, él le puso Tulipán Negro, con quien bajaba al arroyo, llevaba su jarro y su bolsa de harina tostada que mi tatara-buela le preparaba. Allí la conoció.

“En esos tiempos -nos decía- no se hablaba de amor, sólo las miradas y algunos gestos te demostraban que allí algo pasaba. Por lo me-nos yo tendría unos doce años y siempre la encontraba junto al arroyo. Un día llevé dos jarros para invitarla a tomar agua con harina, me miró y no aceptó, yo ya sabía que sería mi compañera para toda mi vida. Luego me vine a Lota y recuerdo que lo único que le hablé es que volvería a buscarla, que me esperara junto al arroyo, ni siquiera sabía cómo se lla-maba. Llegue a Lota, conocí a otras niñas, yo era alto para mi edad, ellas no me atraían, no me interesaban, escuché muchos comentarios desagradables hacia mí, pero mi pensamiento y mi corazón estaban allí, en mi tierra, en mi camino largo para llegar hasta Gregoria; por lo tanto, sólo me dediqué a trabajar, no tenía ni siquiera doce años. Primero fui mensajero, porque algo sabía leer, y luego fui tarjetero. Yo

había flechado cupido.”

Mi abuelo era choro, encachado, simpático y cariñoso. Cuando falleció, a la edad de noventa y seis años, dejó un gran vacío en nuestro hogar, en mis hermanos y en espe-cial un gran vacío en mi corazón, pero lo más importante es que dejó a mi papá, a quien amo y amare siempre. Mi papá tam-bién fue minero y lotino de corazón, y yo fui y seré siempre ‘Hijo del Carbón’.

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Autor: Octavio Fernández FloresSeudónimo: Toño Linares

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

Cuando la voz ronca del capataz nombró a Juan Carrasco, su padre, entre los mineros in-molados, ninguna lágrima se escapó y su cara permaneció inexpresiva. Se iniciaría una etapa nueva en su vida.

La Compañía Carbonífera se hizo cargo de los funerales y de un estipendio a la viuda por seis meses.

Las faenas de extracción de carbón tenían como ingredientes principales la pobreza, la ilegalidad, la tragedia y el desamparo. Todo en un marco de conflictos sociales emanados de bajos salarios y condiciones inseguras en los piques. Las viudas causadas por el grisú, la fi-brosis pulmonar y los accidentes laborales au-mentaban según pasaba el tiempo. Por fortuna, entre la población de los pabellones existía la solidaridad de los pobres. Cuando a una viuda le faltaba algo para comer, las vecinas le pro-porcionaban alimentos.

A Juan le faltaba un mes para cumplir los 15 años, se había convertido en el puntal de la

Juan estaba petrificado mirando la vagoneta que traía las víctimas del grisú. La ardua tarea de despejar la galería había concluido al día siguiente de la explosión. Entre esa masa de cuerpos deformes, ya sin vida, se encontraba su padre. La memoria del muchacho lo retroce-dió al día anterior cuando en el pilón su madre trataba de retirar lo negro de la cara y del dorso de su padre. Su piel nunca recuperó su color natural. El carbón se había apoderado de ella y se había introducido en su cuerpo. Recordaba las palabras de su abuelo cuando decía que a un minero, aparte de circular carbón por sus venas, lo respiraba y lo incorporaba a su alma. Mientras sus ojos continuaban ajenos a las ma-niobras del personal seguía pensando ahora en su madre, esa mujer morena, de ojos negros, pelo largo, menuda, que de sus antepasados araucanos había heredado la entereza y la ener-gía de un tractor. Lo había criado a él y a sus cuatro hermanos menores, guiando siempre el hogar. Preparaba cazuelas y sobre todo ese pan minero, ¡tan rico!, hecho en hornos colectivos con las vecinas del pabellón treinta y dos. El cine, la plaza, las fiestas del barrio, las rama-das; todo compartido con su madre, hermanos y vecinos. Su padre era una figura ausente en sus recuerdos, porque siempre se interponía el pique con su horario esclavizante.

Mención Honrosa: La Diosa del CarbónAutor: Octavio Fernández FloresSeudónimo: Toño Linares

familia. Con la ayuda de su padrino logró in-gresar a los piques, primero como ayudante de ‘apuntalador’, cortando maderos para los re-vestimientos y luego como cargador de vago-nes. Su cuerpo empezó a cambiar; su piel ya no era blanca, el carbón lo estaba transformando en un hombre moreno. Su madre lo lavaba con jabón gringo en el pilón, como lo había hecho con su padre. Nunca recuperó su color origi-nal.

Juan había hecho amistad en el pique con Eva-risto, un muchacho de unos diecisiete años que aparentaba treinta. Con él mantenían largas conversaciones. Su amigo era un conocedor de un sinnúmero de mitos. Nunca supo Juan si las historias las extraía de algún texto, de algún viejo minero o eran producto de su fabulosa imaginación, el caso era que él las escuchaba embobado y las creía a pie juntos. Un día le preguntó: “cuéntame ¿por qué a una mina no entran mujeres?” familia. Con la ayuda de su padrino logró in-gresar a los piques, primero como ayudante de ‘apuntalador’, cortando maderos para los re-vestimientos y luego como cargador de vago-nes. Su cuerpo empezó a cambiar; su piel ya no era blanca, el carbón lo estaba transformando en un hombre moreno. Su madre lo lavaba con jabón gringo en el pilón, como lo había hecho con su padre. Nunca recuperó su color origi-nal.

Juan había hecho amistad en el pique con Eva-risto, un muchacho de unos diecisiete años que aparentaba treinta. Con él mantenían largas conversaciones. Su amigo era un conocedor de un sinnúmero de mitos. Nunca supo Juan si las historias las extraía de algún texto, de algún viejo minero o eran producto de su fabulosa imaginación, el caso era que él las escuchaba embobado y las creía a pie juntos. Un día le preguntó: “cuéntame ¿por qué a una mina no entran mujeres?”

Le contestó Evaristo: “Por que la mina es una mujer y además ‘muy celosa’, no permite que ninguna fémina le arrebate a sus hombres, que ha hechizado y mantiene atrapados en su seno.

Existe una leyenda que la conocen muy pocas personas: ‘En cierta oportunidad, un minero introdujo a su amante al interior de una mina y cuando se encontraban en el fondo de una galería haciendo el amor, fueron interrumpi-dos por un estampido, acompañado de una her-mosa figura de azabache, con forma de mujer, que despedía fuego por los ojos; luego de dar un grito escalofriante se transforma en humo, envuelve a los amantes y los transforma en carbón. Dicen que hubo un testigo que perdió la razón y sólo repetía algo ininteligible sobre una diosa negra’.”

según Evaristo, cada vez que un minero veía a esta diosa le llegaba su turno de morir

alguna explosión y sólo el ruido de la picota sobre el carbón y la del lejano compresor de aire inundaba el ambiente; mientras, un trán-sito de lámparas circulaba sin parar en ambos sentidos por las galerías. Todo era tranquilidad bajo tierra. En cambio en su hogar pasaban cosas. María, su hermana de catorce años, era candidata a madre soltera, Francisco estudiaba en el Liceo y su madre vendía pan de mina en Coronel.

Juan había evadido los problemas de su fami-lia, tenía claro que su aporte económico era insuficiente. Ahora que Pedro, el hermano que le seguía, se había sumado a las faenas y traba-jaba como acarreador de carbón, la situación algo cambiaría.

Como barretero lo enviaban a otros piques y fue así como en un turno de noche, donde se encontraba trabajando junto a su cuadrilla en una galería, sintió algo helado sobre su espal-da. Retrocedió un par de metros y observó una filtración de agua que venía desde el techo del túnel. Dejó sus herramientas y fue a comuni-cárselo al capataz, éste lo miró y le dijo: “es natural lo del agua, la tenemos en abundancia en la superficie ¡Sigue con tu trabajo!”. Regre-saba cuando sintió un ruido ensordecedor, al enfocar con su linterna observó un caudaloso río de aguas negras que venía en su dirección, alcanzó a correr algunos metros cuando fue

Juan estaba muy impresionado con estas histo-rias y, cada vez que transitaba por las galerías, cualquier ruido lo hacía estremecer. Una vez, la luz de su linterna proyectó una sombra. ¡Verla y arrancar fue espontáneo! Las carcajadas del barretero, dueño de esa sombra, fueron ofensi-vas y dolorosas para él, ya nadie lo libraría de las bromas y pullas de sus colegas de faena.

Cinco años más tarde, Juan Carrasco fue as-cendido a barretero y trasladado al famoso yacimiento que inmortalizó el escritor Baldo-mero Lillo, con el nombre de ‘El Chiflón del Diablo’, en sus cuentos realistas de “Subterra”. Este socavón se introduce más de 800 metros bajo el nivel del mar. El trabajo de las minas abarcaba turnos de 12 horas: el primero desde las 7 de la mañana a las 7 de la tarde y el se-gundo de las 7 de la tarde a las 7 de la mañana. Turnos de 7 a 7, se decía. El horario se iniciaba cuando se estaba picando. El tiempo para en-trar y salir del pique no se pagaba y significaba a veces dos horas extras.

El acarreo de carbón ya no se hacía con caba-llos, ahora existían los vagones. La muerte de un canario para detectar el gas grisú era parte del pasado. A pesar de nuevas tecnologías, aún no lograban eliminar los riesgos, los accidentes continuaban.

Con Evaristo no se habían vuelto a ver, estaban en piques y turnos distintos, casi había olvida-do sus historias. Hacía tiempo que no ocurría

arrastrado por la corriente. Lo último que vio le hizo perder el conocimiento. La diosa negra lo venía a buscar.El derrumbe había provocado varias víctimas. Los pocos sobrevivientes fueron evacuados y llevados al Hospital de Lota. La Compañía cerró el pique y sus Relacionadores Públicos amortiguaron la difusión de la tragedia. Había que seguir produciendo.

Cuando Juan regresó de las tinieblas y abrió los ojos, a quien primero vio fue a la diosa negra y cayó de nuevo a la inconciencia.

“¡Esta volviendo del coma!”, comentó sonrien-do la morena enfermera, mientras le tomaba el pulso.

“Pero, ¿se fijó en la expresión de pánico que puso cuando la miró?”, acotó la auxiliar trigue-ña que la acompañaba.

La Mina se Llevó a Mi AbueloAutor: Javiera Aguirre Reyes

Seudónimo: Bongerica

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

ese fue Cerda en honor a un presidente, don Pedro Aguirre Cerda. Por el alcance de su pri-mer apellido, desde entonces se llamó Juan de Dios Aguirre Cerda.

Cuando ya hubo obtenido los requisitos se pre-sentó a trabajar y por su juventud le dieron el puesto de apir, cargo que consistía en ayudar al barretero a apalear el carbón, mientras éste sacaba el mineral de los yacimientos.

Ya estando establecido y con trabajo en el pe-riodo de un año, decidió ir en busca de la mujer que sería su compañera, la que se encontraba esperándolo en la ciudad de Temuco, con la que contrajo matrimonio en la localidad de Trogolhue.

Regresaron a Coronel donde comenzaron a formar su familia, en la población Granfelot, donde nacen tres de sus hijos: Juan Froilán, Rosa Inés y Edelmira del Carmen.

Luego de un tiempo el trabajo mejoró y el sueldo aumentó, con lo que pudo comprar un terreno en el que edificó lo que sería la casa propia, donde fue creciendo la familia con el nacimiento de dos niñas: Berta Elizabeth y

En el año 1960, en pleno apogeo de las mi-nas del carbón, muchos hombres y entre ellos algunos muy jóvenes, emigraron de los cam-pos para trabajar en las minas de carbón de la zona de Coronel y Lota, en busca de una mejor vida.

Entre ellos mi abuelo, don Juan de Dios Agui-rre Cerda, que vino a trabajar a las minas de Schwager, en donde la exigencia para entrar era saber leer y escribir y tener dos apellidos. El abuelo Juan llegó a Coronel, desde el inte-rior de Temuco, sin saber leer y escribir y sin conocer a nadie.

En Coronel habían casas en donde hospedaban a los afuerinos y mi abuelo tuvo la suerte de hospedarse en la casa en donde el dueño era profesor, quién le enseñó a leer y escribir en sólo dos días, por las ganas inmensas de entrar a trabajar a las minas.

Ya estaba listo para entrar, pero faltaba otro re-quisito importantísimo: tener los dos apellidos. Pero mi abuelo sólo tenía uno, el de su padre. No se sabe la razón de por qué tenía uno solo, por lo que se vio en la necesidad de agregarse el otro apellido él mismo. Y

Mención Honrosa: La Mina se Llevó a Mi AbueloAutor: Javiera Aguirre ReyesSeudónimo: Bongerica

María Angélica.

El trabajo en las minas era demasiado ries-goso, algo que mantenía siempre preocupada a su mujer y, porqué no decirlo, a todas las esposas de los mineros, las que no sabían si regresarían a sus hogares ya que siempre ocu-rrían tragedias y las cantidades de mineros accidentados eran considerables.

Hechos que eran demasiado desastrosos, por-que las familias quedaban en desamparo y porque casi todas eran numerosas.

El abuelo Juan era demasiado responsable en su trabajo, en ocasiones estando accidentado igual se presentaba a trabajar.

Mi abuelo también tenía sus tiempos libres. Le gustaba mucho el fútbol, lo practicaba junto a sus vecinos y amigos, la mayoría eran hinchas del Lota Schwager. Esto lo impulsó a formar un club de barrio, para mantener a los jóvenes y niños en actividad sana. Ese club se llamó ‘Club Deportivo Juan Aguirre Cerda’.

Este tiempo fue el más bonito para mi abue-lo ya que venía en camino su sexto hijo, al que esperaba con muchas ansias porque sería el último; además quería que fuese hombre. En la mina contaba lo feliz que se sentía arre-glando su casa para su último retoño.

Lamentablemente ocurrió lo que preocupaba a su mujer cuando él se iba a trabajar.

En la mañana del 15 de junio de 1968, como si presagiara la gran tragedia, antes de ir a su tra-bajo reunió a todos sus hijos y a su mujer para decirles que se cuidaran, que se mantuvieran siempre unidos y dirigiéndose al mayor de sus hijos, con sólo 9 años de edad, le dijo que prote-giera a su madre y a sus hermanos menores si él no volvía del trabajo y dándole un beso a cada uno se marchó hacia su trabajo.

En el transcurso del día, mientras su esposa se encontraba tejiendo ropa para el bebé que lle-vaba en su vientre con 6 meses de gestación, de pronto el sonido ensordecedor y desesperante de las sirenas, bomberos, ambulancias y el co-rrer de la gente, anunciaban que algo terrible sucedía.

Mi abuela encendió la radio y el locutor infor-maba, con gran desesperación, que en la mina de Schwager había ocurrido una tragedia, una explosión con gas grisú había dejado 14 vícti-mas fatales y otras heridas de gravedad, dentro de las cuales se encontraba mi abuelo, quien fa-llece a causa de graves quemaduras internas las que le causaron la muerte. Antes de morir, en su agonía, le dijo a uno de sus

compañeros que le comunicara a su esposa que la amaba con toda el alma, a sus hijos también y que el hijo que vendría iba a ser hombre.

La muerte de mi abuelo dejó desamparados a una mujer, 5 hijos vivos y uno por nacer, el cual es mi padre, al que amo con toda mi alma. Él nació el 26 de agosto de 1968, dos meses después de la tragedia.

Por otra parte mi abuela, con sentimien-tos encontrados, vio nacer y recibió en sus brazos a su pequeño hijo, con la alegría de traerlo sano a este mundo y con la tristeza de no poder mostrárselo a su amado espo-so y decirle: “éste es tu pequeño hijo”. Y con lágrimas que rodaron sin control por sus mejillas, con un beso lleno de amor y angustia, selló lo que sería un largo camino que seguir, sin la ayuda de él

Los Últimos Grandes Héroes

Autor: Ricardo Rodríguez QuilodránSeudónimo: Dante

“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

Con gran tristeza y pesar, los mineros empeza-ron a conocer la noticia del cierre de las minas. A Jacinto se le hizo un nudo en la garganta, tra-go saliva, intentaba comprender la situación, pensaba en su mujer, sus hijos y en su madre que dependían de él; su vieja, que había perdi-do a su marido en la mina, en una corrida.

Ahora él ¿qué haría para llevar el alimento a su hogar? Sus compañeros en un rincón hablaban precipitadamente, con angustia, con rabia e im-potencia. Ya nada se podía revertir, pues la cru-da realidad los azotaba sin contemplaciones. Su destino laboral era incierto y su educación era muy precaria como para pensar en lograr otro trabajo y eso lo hacía sentirse más desva-lido. Él había dado los mejores años de su vida a las labores mineras y en su cuerpo, delgado y encorvado, se notaba la fatiga, el cansancio; las enfermedades ya se habían hecho presentes y se hacían notar con esa tos que desde hacía tiempo lo aquejaba y que mostraba las secuelas del polvo del carbón, en esos lugares húmedos, donde sus espaldas se doblaban para extraer el preciado tesoro negro.

El roce de una mano en su hombro lo volvió en un instante a la realidad. Se volvió, intercam-bió una significativa mirada de mutuo y mudo entendimiento, del dolor que golpeaba sus co-

razones por la incertidumbre del porvenir, de su familia y de todas las familias.

De pronto, el hombre se vuelve y le dice, casi en secreto: “no te aflijas, que el capataz dice que unos contratistas escogerán algunos mine-ros para realizar algunos trabajos al interior de la mina, así que no te preocupes, pronto esta-remos dentro de la jaula otra vez, iluminando con nuestras lámparas las vetas y nuevamente traeremos el oro negro y así seamos nosotros los que cambiemos el tiempo y la suerte”.

Jacinto sonrió débilmente, tenía miedo de so-ñar ya que lo único que sabía hacer era extraer con su picota el inagotable mineral. El hambre y la miseria le daban el valor para seguir en su labor agotadora.

Con la ilusión de ese proyecto de trabajo, re-gresó a su hogar donde lo esperaba su familia. Se sentó junto al brasero y comió lo que la mu-jer le había preparado, mientras le contaba la noticia que su compañero le había dado y que lo hacía estar más tranquilo, ante la angustia y el temor del cierre de las minas, único trabajo que sabía desempeñar, en el que se había ini-ciado siendo muy niño, cuando su madre había enviudado y le ofrecieron reemplazar

Mención Honrosa: Los Últimos Grandes HéroesAutor: Ricardo Rodríguez QuilodránSeudónimo: Dante

a su padre en la labor de la mina y que, a pesar de lo duro y agotador y que cada día le restaba un poco más de sus fuerzas y su salud se sentía disminuida, él realizaba con verdadero afán y dedicación, sabiendo que la lucha de cada día era el sustento de su familia.

Quería educar a sus hijos, darles una oportuni-dad distinta a la que a él le había tocado vivir, que no se rompieran el lomo para ganar unos miserables pesos, que sus vidas fueran menos sacrificadas ¡Sólo, si él pudiera darles una me-jor educación…!

Con estos pensamientos logro irse a descansar, teniendo la esperanza de ser llamado por sus jefes a desempeñar nuevamente su trabajo en esas oscuras galerías que él conocía tan bien.Pasaron unos días y así como su compañero le había dicho, un grupo de trabajadores fue lla-mado para continuar las faenas mineras. Ante esta noticia había amanecido alegre, se había levantado lleno de optimismo y júbilo porque, a pesar de lo duro y sacrificado de su labor, de la lucha diaria y de lo agotador de su trabajo, él amaba las minas, esas oscuras galerías de las que se contaban tantas y tantas historias de las cuales, en ocasiones, él también había vivido; como en una ocasión en que creyó ver un perro mostrando sus colmillos brillantes que parecían oro y en actitud amenazante; o cuando, arras-trándose para llegar a una veta de carbón, veía moverse en la penumbra sombras que asocia-ba a los más siniestros personajes, que más de

una vez le habían provocado un gran espanto, que sólo dominaba aferrándose a una oración, que le hacía recobrar de nuevo la tranquilidad y el miedo desaparecía para seguir su fatigosa jornada.

El grupo de mineros reanudó nuevamente su afanosa labor, habían sido elegidos por su res-ponsabilidad y experiencia, ya que conocían en forma cabal cada rincón y siempre sabían en-contrar las mejores vetas. Día a día continua-ron bajando a cumplir con la tarea encomen-dada, era un grupo reducido, sabían lo que sus jefes esperaban de ellos y se sentían felices de haber sido elegidos para continuar la agotado-ra extracción del valioso mineral. Habían sido elegidos entre muchos otros que no tuvieron la suerte de ser llamados, que habían quedado sin trabajo y a los que les esperaba un incierto futuro.

Ese día de septiembre Jacinto se levantó in-quieto, no sabía a qué atribuir la desazón que lo embargaba. Se despidió de su madre, de su mujer y de sus hijos con más tristeza que de costumbre, recibiendo la bendición de esas dos mujeres que eran sus grandes amores y se fue a cumplir con su labor.

Como cada mañana saludó a sus compañeros, tomaron sus lámparas, ingresaron a la jaula, algunos cantando y otros conversando, hasta llegar al fondo de la mina.caminaron por galerías , pero de pronto al-guien

en forma despavorida gritó: Grisú, Grisú, atrás, atrás. Ya era tarde, una gran llamarada había iluminado el lugar, en forma veloz, rápi-damente. Jacinto trató de protegerse, su mente voló hacia sus seres queridos, a sus hijos, a su esposa, su madre; pero él y sus compañeros no lograron escapar de ese infierno, se habían quedado para siempre ahí, el fondo de la mina los había reclamado para ella, nadie más le quitaría su tesoro, esa era su venganza final.

Después… todo fue un profundo y absoluto silencio.

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“Me lo Contaron Mis Viejos”

MEMORIA POPULAR E HISTORIAS DE LA CUENCA DEL CARBÓN

El amor es más que amar, es un gran límite del que nadie sabe dónde se puede llegar.

Hace mucho tiempo, cuando la sureña ciudad de Lota se encontraba en sus mejores momen-tos debido a la minería, llegaba mucha gente para establecerse en la ciudad. Estas personas se caracterizaban por ser muy trabajadoras y de mucho esfuerzo y sacrificio.

Cierto día llegó una humilde y joven pareja buscando nuevas oportunidades. José y Andrea decidieron quedarse en Lota para establecer su hogar; a los pocos días a José lo contrataron en la mina de carbón. Él, muy alegre, le contó de su nuevo trabajo a su mujer, Andrea muy feliz le dijo que cada día de trabajo ella le iría a dejar el almuerzo a la mina.

Ellos eran muy felices a pesar de lo poco que tenían, ya que estaban muy enamorados; José era Andrea y Andrea era José, ambos se per-tenecían el uno al otro gracias al amor que se tenían.

Salió José a su primer día de trabajo, en la mina trabajaban muchos hombres de todas partes de Lota. A la hora de almuerzo, como se lo ha-bía dicho Andrea, ella le llevó el almuerzo a su

amor, de esa forma la amada de José iba todos los días a dejarle el almuerzo. Al poco tiempo los compañeros de trabajo de José comenzaron a mirar y halagar a Andrea por su gran belleza, lo que generó celos en el corazón de José; pero él sabía que Andrea lo amaba con el profundo amor de su alma, así que él no se amargaba y menos se enojaba con ella.

A los meses siguientes, durante una noche, decidieron formar una familia y tener hijos ya que la situación económica estaba muy bien para ellos; aquella noche hicieron el amor para que Andrea quedara embarazada. Pasaron las semanas y Andrea no sentía síntomas de em-barazo, José no se preocupó mucho y siguie-ron intentando... Llegó la primavera y su mujer como siempre dejándole el almuerzo a su ama-do cada día y, como era costumbre, siempre halagada por los compañeros de José.

Pasaron meses de trabajo y estabilidad en Lota, José fue contratado por la empresa minera, pero no todo podía estar bien. Andrea no podía quedar embarazada, tristemente José y Andrea aceptaron su desdicha. Pero José, sin darse cuenta, ya no sentía el mismo amor único por

Amor MineroAutor: Nicole Rodríguez SepúlvedaSeudónimo: Ángel Enamorado

Andrea, ella se pudo dar cuenta de que José ya no era el mismo de antes, el que la trataba con amor y dedicación.

Un día de primavera, Andrea quiso darle una sorpresa a su marido para olvidar la pena. Esta-ban en pleno trabajo en la mina, Andrea había preparado su comida favorita y entró a la mina sin saber que los mineros creían que las muje-res no pueden entrar a una mina porque puede ocurrir una desgracia; ella entró, buscó a José pero no lo encontró, así que decidió esperarlo fuera de la mina.

En ese instante, mientras que ella lo esperaba, algo salió mal en la mina y ocurrió una gran tragedia, la mina se derrumbó por completo, se destruyó en mil pedazos. Andrea, desesperada, gritaba ¡auxilio!!!, pidiendo ayuda; llegaron los otros mineros a ayudar, pero no había posibi-lidades porque la mina estaba completamente destruida. Andrea, con el alma en un hilo bus-caba a José, gritaba su nombre, pero ella no lo encontró, sólo escuchaba a las mujeres y niños gritando. José no apareció, murió dentro de la mina junto con todos los demás mineros.

Andrea, sin aceptar la muerte de José seguía yendo todos los días a la mina, como siempre a dejarle su almuerzo, lo esperaba afuera de la mina con su olla de comida y la charra para beber agua hasta el anochecer… pasaron me-ses así.

Luego la empresa minera decidió reconstruir una nueva mina en el mismo lugar, aún así An-drea iba a dejarle el almuerzo a José, esperán-dolo hasta las tantas de la noche y siempre se iba llorando para su casa, pensando que José la dejaba abandonada. Los nuevos mineros que no conocían lo que había pasado, le decían ‘la loca de la mina’. Andrea estuvo así varios me-ses después que construyeron la nueva mina, hasta que una noche se fue su casa y en su des-esperación y locura, tomó un cuchillo y se lo enterró en el vientre, diciendo “Dios, porqué soy tan desdichada y no pude darle un hijo a mi amado José”. Fue precisamente a medianoche que Andrea se quitó la vida.

Pasó mucho tiempo, nadie se preguntaba por ella ni nadie la echaba de menos. Terminan-do el mes de la primavera un minero llamado Mario, muy humilde, casado y con dos hijos, estaba trabajando en la mina del carbón duran-te la noche con sus compañeros y de entre las sombras de la mina apareció la figura de An-drea; llevaba un hermoso vestido y un escote muy provocador. El espíritu de Andrea miró a Mario y él quedó enloquecido con su belleza… Andrea tomó de la mano a Mario y lo llevó a un lugar alejado.

“Hazme tuya, quiero un bebé”, le dijo ella.

Mario, hipnotizado y fuera de sí, hizo lo que el espíritu le pidió... Luego de termi-nar, Andrea sólo con un soplo le quitó la vida a Mario, diciendo: “odio ser desdi-chada, seré así por el resto de la eterni-dad”.

Desde ese momento, se dice que el es-píritu de Andrea sacia su pena matando a todos los mineros que se dejan seducir por ella. Y es por eso que nunca ningún hombre entra a esa mina maldita, aunque sea la más rica en carbón de la zona.

El cierre de Enacar fue el 16 de Abril de 1997. El comercio sintió económicamente el desem-pleo de lotinos y los pueblos vecinos, con ello se ultimaron la labor y el ingreso de muchas personas, no sólo de mineros, también había empresas contratistas haciendo limpieza en la planta de lavados, auxiliares, locomoción y más. Otros que no fueron considerados son quienes recogían el carboncillo de la playa, los que recuperaban el carbón en ‘El Chambeque’, los negocios en los barrios y los ambulantes.

Doña Isabel tenía su propio kiosco, ubicado en el jardín de un familiar que le arrendaba en la bajada del Matías, frente al Casino de Ma-yordomos, camino a la mina; vendía cigarros, chicles, caramelos, galletas, jugos, bebidas, pan amasado, queso fresco y añejo. No faltaba quién le pedía un manche y como charra bien servía una bebida.

Cuando los mineros iban al pique en busca de algún dirigente que deambulaba cerca de los baños, hacían el trayecto a pié, especialmente los lunes por la falla del día en el primer turno; o cuando los dejaba el bus quedando en tierra, se veían obligados a caminar todo ese trayecto que les significaba 15 minutos a paso raudo, di-fícil era que otro vehículo los trasladara hacia

la entrada. Las mujeres muchas veces hubie-ron de hacer este trayecto a pié para dialogar con la Asistente Social, quien detenía parte del sueldo si era borracho o estaban separados, o las jovencitas, cuando eran madres solteras y el bribón no quería reconocer su carga, esta matrona las ayudaba a resolver estas penas tan comunes.

Al clausurar las minas doña Isabel ya era cin-cuentona, con tres niñas estudiando en la se-cundaria y la menor ya estaba en octavo. Su humanidad de cien kilos hacía difícil cambiar de labor, los quince años de negociante se que-daron sentados en sus caderas.

Afligida por su pequeña empresa tocó varias puertas, conversó con todos los dirigentes y algunos jefazos pero ninguno resolvió a su fa-vor, al no pertenecer a la empresa directamente no tocó nada. Más aún, algunos olvidaron sus ‘fiaos’. Cuando se finiquitaron, olvidaron a la doña que les salvó del ayuno en más de una ocasión.

La señora Isabel, apodada por los mineros como ‘la enana’, cambió el modo de vender y

Camino a la FeriaAutor: Delmira Melgarejo AguileraSeudónimo: Dermy

salió por las calles a ofrecer pan amasado; no le fue bien, pues la mayoría hace su propio pan y los otros gustaban del pan de fábrica, como se le llamaba al de la panadería de Lota Bajo.

En el verano una comadre le enseñó a preparar humitas y desde Lota Bajo a Playa Blanca se iba en bus para vender su rico manjar, gritán-dolo cada cierto paso: “¡las ricas humiiiiitas!, ¡cuatro en mil, mis ricas humiiiiiitaas!” En di-ciembre y enero los choclos son económicos y es negocio lo de las humas, en febrero y mar-zo volvió al canasto con los quesos traídos de Arauco y en otro brazo con el pan amasado, insistiendo con un modelo más personal y con chicharrones. Cuando necesitaba cubrir algu-na deuda que la afligía, hacía dulces y los gri-taba por la feria: “¡a cien peeeesos mis ricos pajariiiiiitos!” Fue dándose a conocer con los feriantes establecidos, quienes estaban celosos de sus colegas minoristas, porque ellos pagan un impuesto a la Municipalidad y los ocasio-nales o ambulantes como ella no cancelaban, pero debía tener ojo con carabineros o los ins-pectores municipales.

Doña Isabel con su gran personalidad y su en-canto comercial, tenía conquistada a su clien-tela. Sus carcajadas resonaban a más de una cuadra, muy simpática alegaba de su mano de monja por los sabrosos manjares que vendía.

En la esquina de Monsalves con Cousiño se vive un desafinado concierto de ruidos y gritos:

“Mamita, falta uno a Lota Alto, ayudando con sus bolsos para el taxi”; “¡Lleve papas cañeti-nas, se las dejo en su casa, mi reina!”; “¡Quién va al Morro, falta uno p’al Morro!”

Un predicador se esfuerza por opacar el ruido destemplado, intenta distinguirse con su labia y con su inmenso amplificador, empaña algo las notas discordantes.

Los vehículos y los transeúntes hacen dificul-toso el tránsito vehicular en esa curva.

Las veredas están ocupadas con cajones de to-mates, lechugas y limones. En esta esquina hay dos líneas de colectivos, el desorden existente es un plato de tallarines. Los olores son diver-sos como los ruidos, las personas se acopian en la esquina a escuchar o esperar. Antes de entrar a la feria está la Challo con sus frutos secos que garantizan la baja del colesterol, como las nueces, pasas, maníes, aceitunas, almendras y otros. Al frente, están las cebollas y papas, los vendedores gritan y recalcan que son de Cañe-te por su rico sabor. Casi siempre están Óscar o El Cabildo quienes ayudan a armar o desarmar cuando la clientela se retira, más o menos a las 18 horas en verano y en invierno a las 16 ya se están guardando , en las tardes heladas

Siguiendo la misma vereda, por Cousiño so-bresale un quitasol azul y la voz gruesa de una mujer corpulenta, de melena rubia y con delan-tal azul, sentada en un minúsculo piso, invita a degustar su producto. Con un cigarrillo en sus gruesas manos de uñas pintadas, la señora Isabel exhibe un gran bol de plástico con su humeante producto , y a grito pela’o dice:

- “Lleve probadiiiitas mis ricas salchichitas.”

Julieta y Pedro eran una pareja muy joven que vivía en Schwager, ambos habitaban con sus padres. Pedro era un minero y Julieta era una costurera.

Como de costumbre, a la hora de colación de los mineros Julieta fue a dejarle comida al tra-bajo a Pedro, ella esperó que saliera y se sa-ludaron cariñosamente, ambos se veían muy enamorados. Sin embargo, había una mucha-cha conocida de Julieta la cuál le comentaba unos chismes acerca de Pedro; la joven le con-taba a Julieta que ella lo había visto en la plaza tomado de la mano con otra chica y que incluso se encontraban cuando Pedro salía temprano. Julieta no sabía qué hacer, si creer o no, pero comenzó a dudar de su pareja.

Desde ese día en adelante, Julieta comenzó a prestarle más atención al horario de llegada de Pedro, a cómo se comportaba e incluso le dijo a un amigo minero de ella que se fijara en Pedro, en lo que hacía, a donde iba y con quién iba.

Un día salieron todos los trabajadores tempra-no de las faenas de carbón, Julieta miraba a su amor entre el montón de trabajadores, se dio cuenta

que Pedro no apareció y fue ahí cuando Julie-ta comenzó a sospechar aún más de que Pedro la engañaba y tomó una drástica decisión. Fue rápidamente al ‘Cerro La Virgen’ donde había una mujer que todos le temían porque era bru-ja. Julieta le comentó a la bruja lo que le estaba pasando y quería saber a través de ella si era cierto que Pedro la engañaba. La bruja comen-zó a hacer un ritual y le dijo a Julieta:

- ¡Pedro no está en casa ahora, él está paseando por ‘Playas Negras’ con una mujer!

Aumentó más la furia de Julieta y le dijo a la bruja que quería hacer sufrir a Pedro, la mujer le dio un ritual a realizar en casa al frente de una foto de Pedro.

Ella llegó a casa y comenzó a hacer el ritual. Al día siguiente, Pedro comenzó a sentirse mal en la mina, notaba que su desempeño era in-suficiente y ese día tuvo una discusión con su jefe.

El hombre, al llegar a casa se acostó en la cama, cuando sonó la puerta y era Ju-lieta. Pedro trató de besarla pero ella co-rrió la cara, él preguntó qué le pasaba.

Del Amor a la LocuraAutor: Reinaldo Montoya ArceSeudónimo: Reiban

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Julieta furiosa dijo: “¡Crees que no sé que tienes una amante, que me has estado engañando todo este tiempo y que ayer te paseaste con ella por ‘Playas Negras’!”

A lo que Pedro respondió: “¡Me carga que me sigan y sí, es verdad, tengo otra mujer y sabes por qué, porque me cargan tus desconfianzas y tu forma tan desabrida en la que me entregas tu amor!”

Julieta le dijo: “Sabes Pedro, yo no te seguí, fui donde la bruja del cerro y ella me dijo donde andabas, también quiero que sepas que ya no te amo y quiero que te olvides de mi. ¡Pedro, amor!”

Julieta le dijo: “Sabes Pedro, yo no te seguí, fui donde la bruja del cerro y ella me dijo donde andabas, también quiero que sepas que ya no te amo y quiero que te olvides de mi. ¡Pedro, empieza a prepa-rarte, porque de aquí en adelante vivirás un infierno!” Pero Pedro no le hizo caso a esas palabras de Julieta.

Después de varios días, el individuo co-menzó a pasearse con su chica actual en frente de Julieta, sin importarle nada. Ju-lieta no aguantó más esto y en ataques de rabia y celos fue a la siga de Pedro cuando él iba al trabajo; la mujer se metió en la mina sin que nadie la viera, agarró una picota que estaba a la orilla del frente de carbón y comenzó a pegarle a Pedro hasta darle la muerte. De pronto comenzó a temblar la mina y caían las vigas, la joven dejó la picota y comenzó a correr hacia la superficie, pero una tosca de carbón le cayó en la cabeza dejándola inmóvil y cayéndole miles de piedras hasta matarla.

Ambos murieron en el fondo de la mina, sus cuerpos fueron sacados y enterrados juntos y desde ese día comenzó a decirse que cualquier mujer que entrara a la mina causaría derrumbes.

Actualmente comenta la gente que los ven deambular por los pabellones de Schwa-ger y que escuchan algunos ruidos y voces que se asemejan a las de ellos.

En las frías noches de invierno, cuando el vien-to implacable azota las humildes casas del sec-tor de Schwager, se puede oír el lamento de un niño y si se pone la debida atención, se puede escuchar claramente que llama a su madre pi-diéndole ayuda.

Según se comenta en el sector, hace unos 60 años aproximadamente, cuando comenzaba todo el apogeo de las grandes empresas car-boníferas donde muchos dejaron sus hogares y sus familias para unirse a esta gran aventu-ra que era la extracción del carbón, llegó un matrimonio joven: Elisa de 24 años, su marido Hernán de 30 años y su pequeño hijo Javier de tan sólo 4 años, dejando atrás una vida tran-quila pero poco próspera, con la ilusión de que este nuevo trabajo los ayudaría a surgir y dar una mejor vida a su hijo.

Los días para Elisa y su hijo pasaban lentos, entre el abandono que ella sentía por el exceso de trabajo de Hernán y lo difícil que era lograr cuidar a Javier, que era inquieto y no paraba de preguntar una y otra cosa.

Hernán llegaba agotado, con la picota todo el día, la pala y sumido en la oscuridad de la mina, sólo quería llegar a su casa y descansar,

sabiendo que al día siguiente una nueva jorna-da de sacrificio le esperaba.

Fue así que en sus largas jornadas de trabajo conoció a Rubén, otro extraño en el lugar, ya que venía de Santiago probando suerte en la nueva empresa; entre conversaciones salió que él estaba solo y que pagaba un cuartucho en una pequeña pensión del sector. Hernán, sien-do cortés lo invitó a su casa, donde compartie-ron, comieron y el niño se llevó muy bien con Rubén.

Rubén, encariñado con el niño, comenzó a fre-cuentar la casa de Hernán, a lo que Elisa no estaba de acuerdo ya que notaba algo raro en Rubén, pero no sabía descifrar bien lo que era; Hernán sólo sentía que encontró un buen ami-go.

El niño se sentía feliz con su tío Rubén, quien lo regaloneaba y cada vez que el bolsillo se lo permitía le llevaba uno que otro regalo. Todo era normal para Hernán pero Elisa insistía que algo no le gustaba de Rubén, pero como en aquellos tiempos las mujeres no tenían auto-ridad ni derechos, sino que primaba el machis-mo

El Ánima de JavierAutor: César González PinoSeudónimo: Thexcsr

y era el hombre de la casa quien disponía y or-denaba todo, Elisa no tenía más que acatar lo que su marido disponía, que era ley en su hogar ya que a la más mínima desobediencia o rebel-día por parte de ella, sería duramente castigada como acostumbraban todos los machistas, a golpes.

Fue en un día frío que Rubén le solicitó a Her-nán que lo dejara llevar al niño a la plaza que estaba a dos cuadras de su hogar, para que to-mara aire y jugara un rato con otros niños, que a las 5 de la tarde estarían de regreso para la merienda del niño.

Llegaron a las 5 a la casa, Rubén fue muy cum-plidor en el horario pero el niño llegó cansado, con los ojos llorosos y no quiso comer. Elisa preguntó por la actitud del niño, a lo que Rubén y era el hombre de la casa quien disponía y or-denaba todo, Elisa no tenía más que acatar lo que su marido disponía, que era ley en su hogar ya que a la más mínima desobediencia o rebel-día por parte de ella, sería duramente castigada como acostumbraban todos los machistas, a golpes.

Fue en un día frío que Rubén le solicitó a Her-nán que lo dejara llevar al niño a la plaza que estaba a dos cuadras de su hogar, para que to-mara aire y jugara un rato con otros niños, que a las 5 de la tarde estarían de regreso para la merienda del niño.Llegaron a las 5 a la casa, Rubén fue muy

cumplidor en el horario pero el niño llegó can-sado, con los ojos llorosos y no quiso comer. Elisa preguntó por la actitud del niño, a lo que Rubén respondió que otro niño lo había pasado a golpear cuando jugaban y por eso tenía los ojos llorosos, que si no comía era porque él le dio muchas golosinas y se disculpó.

Pero Elisa estaba intranquila y observaba aten-ta cada movimiento y gesto que Rubén tenía hacia su pequeño hijo; las salidas se hicieron mas frecuentes, Elisa se oponía pero Hernán decía que era el único momento de relajo que él tenía, ya que necesitaba descansar y muchas veces el niño no lo dejaba. El niño empezó a cambiar su forma de ser, estaba mas introver-tido, comenzó a orinarse y a manifestar recha-zo hacia los gestos de cariño (caricias, besos, abrazos, etc...).

Las señales estaban claras pero tanto Elisa como Hernán no las veían, sólo Elisa tenía un poco de distancia hacia Rubén, pero sólo eso, porque algo raro la hacía tomar esa distancia, pero eso no impedía ir en contra de su marido, evitando que el pequeño Javier siguiera pasan-do por el martirio y las vejaciones a las que Rubén lo sometía.

Javier, en su inocencia aceptaba los caprichos de Rubén. Bajo amenazas y engaños, Rubén lo sacaba de la seguridad de su hogar hacia ese

cuartucho que se había transformado en la peor pesadilla del niño.

Fue en una de esas salidas que todo cambió en el hogar de Elisa y Hernán. Eran las 3 de la tarde, estaba nublado y como siempre Rubén convenció a Hernán para salir con el peque-ño Javier; sus pasos lo encaminaron hacia la pequeña plaza, lo dejó jugar un rato con otros niños y luego argumentó que debían regresar a casa porque estaba por llover. El niño se dejó llevar hacia ese lugar en donde Rubén sacia-ba sus más bajos instintos, pero sin consumar aún la violación. El niño era tocado, besado, manoseado y obligado a realizar lo mismo a su agresor, esto hacía que el niño en su mente inocente asociara que todo gesto de cariño era sucio, inadecuado y malo.

Todo se dio para que este ser despreciable lo-grara su cometido.

Elisa pasó una mal día, tenía un fuerte dolor de estómago, necesitaba ir al hospital, así que apenas llegó Hernán le pidió que la llevara, dejando al niño encargado a la vecina ya que se encontraba dormido; fue cerca de las 11 de la noche que Rubén llegó a casa de su amigo, la vecina le informó lo acontecido y le pidió que se quedara unos minutos con el pequeño, mientras ella daba una vuelta a su casa.

Había comenzado a llover, hacía frío y el y el pequeño dormía plácidamente en su cama.

Rubén lo observaba y en su mente miles de aberraciones pasaban una y otra vez, como una cinta de video; fue así como tomó al niño y se fue a su cuarto, en donde llevó a cabo sus más bajas pasiones, violando al pequeño, quien en su llanto de dolor no podía comprender lo que el tío Rubén le hacía que le causaba tanto dolor. Consumada la aberración, el niño no de-jaba de llorar. Rubén, intranquilo y perturbado por lo que había hecho, pensaba cómo se lo ex-plicaría a su amigo, ¿qué diría cuando el niño contara todo?... Lo negaría, pero ¿le creerían?

Elisa regresó del hospital con su marido y en su casa estaba la vecina llorando, explicando que dejó el niño al cuidado del señor Rubén y que cuando regresó ya no estaban en la casa. Elisa desesperada le pedía a su marido que fuera por el niño, Hernán salió rápidamente pero cuando llegó a donde Rubén el pequeño cuarto estaba vacío. Llovía muy fuerte, el viento casi no de-jaba avanzar.

Hernán regresó a su casa, pensando que tal vez su amigo había llevado al niño de regreso; pero no había sido así, ni su amigo ni su pequeño hijo habían regresado. Comenzó la búsqueda, pero no había señales de ninguno de los dos, los gritos desesperados de los padres alertaron a los vecinos quienes se unieron a ayudar; eran minutos de angustia, de llanto, de lamentacio

nes. Elisa sólo quería a su niño, suplicaba para que nada le hubiese pasado, pero no sabía que el descuido de su vecina había ocasionado la desgracia del pequeño Javier.

Rubén no apareció. En su desesperación por callar al niño y evitar que se enteraran de lo que había hecho, lo llevó al sector de la mina en donde, sin compasión alguna, lo golpeó en la cabeza con una roca, lanzándolo luego a un pique abandonado y dejándolo ahí, en donde agonizó por horas hasta dar su último suspiro.

Nunca se encontró el cuerpo del niño, sólo se encontró en el cuarto rastros de lo sucedido y fue ahí donde Elisa comprendió porqué su re-chazo hacia ese hombre que le había quitado la vida a su hijo, violándolo y privándola a ella de su compañía.

Elisa y Hernán abandonaron el sector, regre-sando a su lugar de origen, en donde Elisa dice escuchar cada noche a su hijo llorar y pedirle ayuda; Hernán y Elisa se separaron; Elisa nun-ca perdonó a Hernán por dejar a su hijo con un extraño, con un amigo que casi no conocía, de quien no sabía nada, sólo lo que él contaba en el trabajo.

Es por eso que en las frías noches de invier-no, en los alrededores de la mina Schwager, se escucha el lamento y el incesante llanto de un niño llamando a su madre y suplicando ayuda; se dice además que todos los 20 de junio -fecha

en que el pequeño Javier cumplía años- un pi-que donde aseguran ver al niño saltar, se llena de flores blancas y muy perfumadas, que los lugareños perciben ese olor desde sus hogares y saben que es el pequeño Javier que cumplió un año mas.

Rubén se dejó llevar nuevamente por sus ba-jos instintos, fue apresado y fue en la cárcel donde pagó todo el daño y el horror que causó a Javier; fue golpeado y brutalmente violado, fueron los presos los que le hicieron sentir el mismo dolor y desesperación que él hizo sentir a ese niño inocente. Murió solo en su celda, sin recibir siquiera la ayuda de los guardias.de su compañía.

Elisa y Hernán abandonaron el sector, regre-sando a su lugar de origen, en donde Elisa dice escuchar cada noche a su hijo llorar y pedirle ayuda; Hernán y Elisa se separaron; Elisa nun-ca perdonó a Hernán por dejar a su hijo con un extraño, con un amigo que casi no conocía, de quien no sabía nada, sólo lo que él contaba en el trabajo.

Es por eso que en las frías noches de invier-no, en los alrededores de la mina Schwager, se escucha el lamento y el incesante llanto de un niño llamando a su madre y suplicando ayuda; se dice además que todos los 20 de junio -fecha en que el pequeño Javier cumplía años- un

pique donde aseguran ver al niño saltar, se lle-na de flores blancas y muy perfumadas, que los lugareños perciben ese olor desde sus hogares y saben que es el pequeño Javier que cumplió un año mas.

Rubén se dejó llevar nuevamente por sus ba-jos instintos, fue apresado y fue en la cárcel donde pagó todo el daño y el horror que causó a Javier; fue golpeado y brutalmente violado, fueron los presos los que le hicieron sentir el mismo dolor y desesperación que él hizo sentir a ese niño inocente. Murió solo en su celda, sin recibir siquiera la ayuda de los guardias.

“Hace mucho tiempo, en un lugar cercano al río Carampangue, había un hermoso árbol de tronco y ramas firmes, que atraía la atención de los lugareños. Aquella mañana, un campesino huinca recién llegado salió a buscar leña para su casa y al verlo no resistió la tentación de partirlo. Fue difícil su trabajo, el árbol se resis-tía a ser derribado. Finalmente lo logró, pero se le había hecho tarde para trozarlo. Tomó su hacha y se fue a su casa, dispuesto a volver al otro día con una carreta para terminar con su faena.

Grande fue su sorpresa cuando regresó a trozar el árbol: lo encontró en pie y sin huella de su hacha en el tronco. Pensó que su memoria le estaba jugando una broma y se dispuso a de-rribar el árbol. Con gran sacrificio y sin parar, al mediodía cayó el poderoso árbol a tierra. Luego hizo leña del árbol caído y sin darse cuenta cayó la noche. La oscuridad le impedía cargar su carreta, por lo que decidió volver al

día siguiente. Se levantó temprano el tercer día y con mucha duda fue a buscar la leña. En efec-to, el estupor fue mayúsculo al ver el hermoso árbol entero en su sitio, sin corte en su tronco o ramas. El hombre volvió a su casa con las ma-nos vacías. Cuentan que los espíritus protec-tores del pueblo mapuche lo habían plantado una noche de luna llena, como un centinela que avisaba la presencia de los invasores españo-les. Hoy día se mantiene como un símbolo de la resistencia.”

La persona que me relató esta historia dice que tenía 20 años cuando a él se la contaron y aho-ra, a la edad de 89 años, aun se acuerda de esta leyenda de la provincia de Arauco.

Y los habitantes y familiares de Carampangue que tengo yo y que vieron ese testimonio, di-cen que aún ellos creen que eso sucedió….

El Árbol Encantado de CarampangueAutor: Fabián Sánchez PinoSeudónimo: El bifa Arellano

Una tarde de sábado, después de compartir un rico almuerzo en familia, sentimos un ex-traño ruido en el techo, yo me asusté mucho y pregunté: “¿Qué fue eso?” Mi abuelita me respondió: “¡debe haber sido un gato!”. Desde ese momento me dio mucha curiosidad saber sobre las antiguas leyendas que contaban, ella me empezó a nombrar unas como ‘La pisci-na de las monjas’ en Maule, ‘La taco alto’ de Schwager y ‘El santo del boldo’.

Luego nos quedamos un momento en silencio y en ese instante sentí interés por saber, con las palabras de mi abuela, la leyenda del ‘Santo del Boldo’.

Ella se quedó pensando, recordando aquella historia que había ocurrido hace muchos años atrás; luego, se levantó de la mesa y buscando el mate, la yerba y el agua caliente, volvió a sentarse a mi lado y poniendo su mirada fija-mente en la mía, dijo: “¡está bien, te la conta-ré!”

“Esta historia ocurrió camino a Maule donde, al costado del cerro, había un árbol de mediana altura llamado ‘Boldo’; sus hojas verdes, grue-sas y brillantes servían de medicina. La gente,

cuando iba hacia la playa, pasaba a arrancarle algunas hojas llevándolas a su hogar.

Era tanta la gente que pasaba por allí que les llamaba mucho la atención verlo. Entre tantas personas, también iban hombres a cortar leña para calentarse en su casa. De pronto apareció un hombre alto, moreno y de barba, el cual vestía ropa muy vieja y un gorro de lana, en su mano derecha llevaba un serrucho de dien-tes muy afilados. Al ver el árbol, subió hasta él y comenzó a cortar, sudando cada vez más. Al pasar un rato, sintió mucho miedo tras dar-se cuenta que el árbol se vestía de sangre, el hombre corrió asustado, perdiéndose entre los arbustos y dejando todo tirado. Al poco tiempo se supo que el hombre había tenido un grave accidente.

Finalmente esto llegó a oídos de un sacerdote, el cual lo declaró un lugar santo.

Hoy en día son muchos los fieles que van a pe-dirle que interceda por ellos, ya sea por enfer-medad, trabajo o estudios, encendiendo velas y dejando flores a sus pies.”

-”¡ Abuelita, Me gustó mucho escucharte!”

El Árbol Hecho SantoAutor: Diego Bustos AlmendraSeudónimo: DBBA

- “Sí, mi niño, pero ahora estoy muy can-sada y es hora de dormir, mañana te podré contar otra historia de aquellas leyendas que se cuentan. Buenas noches y no te olvides de rezar.”

Caía la tarde y como toda esposa minera, Marta comenzaba a preparar el rico pan amasado característico de la zona; sus pe-queñas hijas entusiastas le ayudaban, mien-tras solían entonar dulces melodías junto a su madre; mientras tanto Javier, el hijo mayor, esperaba la llegada de su padre, a quien quería y admiraba demasiado. Javier desde pequeño sentía temor de que algo pudiese sucederle a su padre en la mina, ya que aún recordaba lo que le había sucedido a su abuelo hace algunos años.

Tras el paso de unos minutos Campeón, el perrito de la familia, anunciaba la llegada de su amo ladrando, saltando y moviendo la cola. Javier fue corriendo a saludar a su padre, mientras Marta y las niñas prepara-ban la mesa para tomar once.

Cada tarde se vivía una alegría familiar en la mesa, Juan solía relatar aquellas leyen-das que caracterizaban a la zona. Sus hijos atentos, disfrutaban escuchando aquellas misteriosas pero divertidas historias lo-cales. A pesar de ser una familia modesta nunca les faltó nada, ya que el amor y la alegría familiar llenaban sus vidas.Como cada mañana, Juan y todos los mine-

ros abandonaban sus hogares acompañados de aquella característica brisa matinal, para adentrarse en aquel oscuro túnel de carbón donde emociones iban y venían.

Al interior de la mina, el tema que se co-mentaba últimamente era la entrada de Javier, el hijo de Juan, a la mina; todos comentaban que ya estaba en la edad para comenzar a trabajar y que seguro sería un gran minero como su padre; todos los trabajadores le tenían gran cariño a Juan, siempre destacaban su buena voluntad, su alegría y sus buenos consejos. “Era un ejemplo de persona” decían sus compañe-ros. Él sólo decía “no es para tanto”, entre risas y carcajadas. Así pasaban las horas junto a la mina del carbón que en cualquier momento podía traer hechos que opacaran el día. Gracias a Dios, en el último tiempo nada grave había acontecido. Llegaba la hora de retornar a casa, los mineros agota-dos y con sus ropas cubiertas de aquel os-curo polvo que también cubría sus rostros.

Al llegar a casa, Juan buscó a Javier para hablar sobre su inicio en la mina; le pre-guntó si se sentía preparado, Javier respon-dió de inme

El Pequeño Héroe de la MinaAutor: Camila Soto AzócarSeudónimo: Hayley

diato que si, pero igual expresó el temor que le daba. Juan comenzó a aconsejarlo como siem-pre lo hacía y así pasaron las horas y anoche-ció.

Tras el paso de una semana llegó aquella ma-ñana tan esperada, Javier se alistaba para em-prender un nuevo camino como minero, junto a su padre. Al llegar a la mina sintió el grato recibimiento de sus compañeros que lo salu-daban muy amablemente. Mientras trabajaban, Javier presintió que algo extraño iba a suceder en el lugar pero él no quiso avisar de esto. Pa-saron las horas y todo seguía normal hasta que sonó algo muy ruidoso, Javier sintió que algo le iba a ocurrir a su padre…

El niño vio que algo estaba a punto de caer so-bre Juan, su padre. Javier se aproximó a salvar-lo pero por tratar de salvarle la vida a su padre, el que murió fue él. Juan sintió qucorazón de su hijo ya no latía más, se sintió muy cul-pable ya que por tratar de salvarlo a él, Ja-vier perdió su vida.

Cuando la madre, Marta, se enteró de lo ocurrido no pudo dejar de llorar, apenas podía mantenerse en pie. El dolor que tenía en su corazón era inmenso, al igual que el del padre.

A los dos días después fue su funeral, to-dos los familiares, amigos y mineros que

trabajaban en la mina asistieron allí. Fue el momento más triste para Marta y Juan, la muerte de su hijo los afectó muchísimo.

Pasaron los años, Marta y Juan iban a visi-tar cada semana a Javier en el cementerio, le llevaban flores y le contaban las cosas que sucedían en la mina y en el pueblo. A pesar de que ya no estuviera junto a ellos físicamente, su presencia y el recuerdo de aquel pequeño, que con coraje se sacrificó por salvar a su padre, estará siempre en los corazones de sus seres queridos.

En las minas de Schwager trabajaba un mine-ro llamado José, el que todos conocían como José Chicharrón, ya que su mujer, apodada Sra. Rosa Panadera porque fabricaba y vendía pan en los hornos de Chollín, le enviaba de man-che todos los días pan con chicharrones, lo que aprovechaban sus compañeros para molestarlo y reírse de él, pues cada día le preguntaban a la hora de colación “¡oye, José! ¿Qué trajiste de manche?” A lo que él respondía “pancito con chicharrones”. Como esto se hizo habitual, los amigos lo apodaron José Chicharrón.

Cada día, José Chicharrón compartía su labor de minero disparador con sus amigos barrete-ros. Trabajando arduamente, tomaban agua de la charra y siempre había alguien que tiraba una broma a la que los otros contestaban, lo que hacía divertido el pesado trabajo que todos realizaban.

Un día el minero apodado Bam-Bam por sus dotes de futbolista, esperó que José Chicharrón fuera a un rincón a medir el gas grisú acumu-lado en el sector, para comerse su rico pan con chicharrones, el que disfrutó con sus demás compañeros entre risas y bromas. Al rato apa-reció José Chicharrón, con gran entusiasmo, invitando a sus compañeros a colación, pero

fue grande su sorpresa cuando vio que su pan no estaba en el guameco; entonces pensó que su mujer no se lo había echado, por lo que re-gañó de gran manera, mientras sus compañeros se reían y lo instaban a que siguiera regañando en contra de su mujer, diciéndole que ella no se preocupaba de él, que no lo quería, que lo en-gañaba, etc. Como fue demasiada la risa, José se dio cuenta que su esposa no era la culpable y acusó a sus compañeros de sacarle el pan, a lo que ellos respondieron que a lo mejor fue un ratón, de los que andaban en cantidades en la mina, el que le había comido su rico pan con chicharrones, por lo que ellos, como buenos amigos y compadres, le convidaron un trocito de manche para que su buen amigo pasara el mal rato y por supuesto el hambre, que a esa hora le invadía.

Un día de invierno, en que llovía a chuzos, José Chicharrón debía ir a trabajar al primer turno, que comenzaba a las 06:00 horas, por lo que se levantó muy temprano y desayunó el caldi-llo que le preparó su esposa Rosa. Se despidió de ella con un beso recibiendo su bendición ya que como sabemos el trabajo de la mina es

Esta es la Historia de José ChicharrónAutor: Richard Valencia JaraSeudónimo: Rivaja

extremadamente peligroso y sacrificado. José tomó el bus de la compañía, donde ya venían sus compañeros que lo recibieron con un gran ¡¡buenos días!! Alegres y talleros como todos los mineros, hicieron el recorrido a la mina de Schwager, pero en este día de lluvia, truenos y relámpagos se sentía algo raro en el ambiente y José Chicharrón tenía un mal presentimiento. Los mineros llegaron a la Empresa donde se cambiaron de ropa, tomaron sus lámparas y se embarcaron en la jaula que los llevaría al fondo de la mina. Al llegar sintieron que la tierra cru-jía, entonces advirtieron que estaba temblando y como buenos mineros, no se asustaron e hi-cieron bromas con esta situación. Continuaron su recorrido en carros hacia el sector de tra-bajo; los mineros cantaban, gritaban, hacían bromas, etc., con el fin de hacer de este trabajo sacrificado y peligroso, algo entretenido. Fue así que comenzaron su labor diaria en el frente de la mina donde extraían el carbón. Transcu-rrieron alrededor de tres horas de trabajo cuan-do José Chicharrón junto a sus compañeros de frente advirtieron algo extraño en el ambiente; es por esto que tomó su instrumento y midió el porcentaje de gas presente, el que estaba muy alto por lo que dio de inmediato la alarma para que todos los mineros evacuaran porque el gas grisú se había apoderado peligrosamente del lugar. Todos dejaron sus herramientas aban-donadas y corrieron desesperados, alejándose de este lugar. Tres mineros quedaron atrapados en una compuerta. Cuando José Chicharrón se dio cuenta de ésta situación, volvió a ayudarlos

rápidamente y con mucho esfuerzo despejó el lugar. Los mineros corrieron pero uno de ellos cayó en el camino, lo que fue fatal porque el gas grisú no espera. Ocurrió en ese instante una explosión que acabó con su vida dejando a los demás, incluido José, con graves quema-duras. Este día los equipos de rescate tuvieron un gran trabajo para rescatar a los sobrevivien-tes y fallecidos en esta tragedia, los llevaron al hospital de la Empresa, donde José Chicharrón murió y hoy es recordado como un héroe, por-que dio la vida por sus compañeros.

Su esposa, la Sra. Rosa Panadera, continúa vendiendo su pan con chicharrones en el centro de la ciudad, donde tiene sus fieles clientes.

Cuenta la leyenda que, hace muchos años atrás, existía un pueblito azotado por la pobreza. Hombres, mujeres y niños salían a recolectar mariscos cuando la marea bajaba, para poder venderlos y así llevar algo de dinero para poder comprar el pan, alimento que no podía faltar en la mesa de sus hogares.

Así transcurrían los días, los meses y los años. Juan, un hombre del pueblo, acostumbraba a caminar por los alrededores junto a sus dos pequeños y a su joven mujer, que llevaba en su vientre a un tercer hijo; les hablaba y los entretenía, cada vez que su imaginación lo lle-vaba a lugares extraños, para hacer más ameno el viaje de ida y regreso. Fue en uno de estos paseos cuando, de repente, vio la silueta de un hombre vestido de minero, lo que le pareció bastante raro pues no existía en el pueblo este tipo de actividad. Lleno de curiosidad se fue acercando, pero lo que era aún más extraño es que entre más cerca estaba, más nítida se hacía la silueta; hasta que llegó al lugar y cual sería su asombro al no encontrar a nadie, pero en el lugar había una ruma de carbón negro y brillan-te. Pasmado por tal hecho, Juan tomó su saco y comenzó a llenarlo, con la esperanza de poder vender el carbón y llevar dinero a su hogar. Sus

ojos negros brillaban ante la alegría. Pero este carbón tenía algo especial, el hombre llenaba su saco y la ruma quedaba tal cual. Juan gritaba y saltaba, diciéndole a su esposa: “¡Soy rico, mujer! Nunca más pasaremos hambre”.

Al llegar a su casa, les comentó a los vecinos de su hallazgo. En un principio, todos creían que Juan tenía un pacto con el diablo y no se explicaban cómo era posible que apareciera aquella ruma de carbón en un lugar en el que no existían las minas. Después de mucho co-mentar por todos lados lo ocurrido decidieron al fin arriesgarse, la necesidad los obligaba. Con temor fueron al lugar y llenaron sus sacos, regresando a casa felices, habían encontrado una nueva fuente de trabajo.Al otro día salieron temprano, antes de que cantara el gallo, y vieron otras pilas de carbón como si alguien las hubiese dejado ahí. Ellos empezaron a excavar con sus chuzos y donde excavaban una nueva veta aparecía. Sus muje-res los acompañaban para hacerles la comida, aunque no entraban a la zona minera ya que pensaban que esto les traería mala suerte. Co-menzaron a formarse las minas en aquel pue-blo, había más y más carbón y todo parecía surgir

Juan el MineroAutor: Fernanda Palacios MercadoSeudónimo: Fernie P. M.

Pronto se corrió la voz y llegaron afuerinos de distintos lugares, lo que hizo prosperar rápidamente la actividad. Se fueron que-dando ahí, el comercio fue creciendo, ha-bía nuevas oportunidades para una mejor calidad de vida, fueron formando familias y así se creó el pueblo que ahora es llama-do Coronel.

Juan siempre tuvo la idea que su último hijo venía con la marraqueta bajo el brazo.

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Hace unos cincuenta años atrás, más o menos, ocurrió una historia bastante especial, miste-riosa y un tanto extraña, por lo que me ha con-tado mi abuelita. Esto fue específicamente en los antiguos pabellones de Schwager.

Siempre su mamá le narraba historias entrete-nidas, que después se convirtieron en leyendas y que hoy en día son muy conocidas. Por lo general producían miedo.

La que yo voy a contar, se trata de un hom-bre que aparecía misteriosamente todas las noches y vestía una gran capa negra, un som-brero grande con alas y le brillaban los dientes. Recorría los pasillos angostos y oscuros todas las noches, provocando mucho miedo entre las personas que allí vivían. Lo más terrible es que se le aparecía, sobre todo, a las mujeres que eran más jóvenes.

Comenzó a correr la voz y todos decían que era el diablo que se aparecía todas las noches. Ade-más la luz era muy escasa, lo que hacía sentir más temor.

Desde entonces no se atrevían a salir tarde por-que podían encontrarse con este personaje.

Todos los que allí vivían eran de tradición mi-nera, vivían del trabajo de la mina y por lo tan-to eran muy sufridos y tímidos. Por los turnos que ellos hacían, muchas veces las mujeres y sus hijos pasaban las noches solos.

Como vivían en la pobreza no tenían baños al interior de sus casas, usaban pelelas y recipien-tes, que muchas veces lanzaban por la venta-na para no salir hacia afuera por el miedo que ellos sentían.

Cada día se hacía más frecuente el rumor que durante todas las noches rondaba el diablo y entonces comenzaron a hacerle la guardia, pero desaparecía misteriosamente y no se atrevían a perseguirlo por el terrible miedo que provoca-ba.

Pasaba y pasaba el tiempo y no podían descu-brir a este personaje misterioso, había dudas entre las personas.

Dicen que mi bisabuelita era bastante valien-te, a pesar de que era joven. Una noche salió a botar la pelela y la lanzó de la puerta hacia la ventana, sin darse cuenta que estaba este personaje y lo dejo todo mojado. este hombre gritó

La Capa MisteriosaAutor: Sofía Muñoz RubioSeudónimo: Socomuru

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se enojó mucho, diciéndole “¡qué estás haciendo, cabra de porquería!”. Y ella des-cubrió que el supuesto diablo que aparecía todas las noches, era nada menos que un sargento de carabineros que hacía guardia durante toda la noche y que acostumbraba a mirar por las ventanas. Ahí descubre que todas las características que se habían dado pertenecían a este hombre y, como las noches eran tan frías, se vestía con esa capa inmensa de ‘castilla’, con el cuello subido y un sombrero grande, lo que hacía imposible reconocerle la cara.Parecía que él gozaba con producir mie-do, además que se creía ‘amo y señor’ en aquel entonces. La reacción valiente de mi bisabuelita fue retarlo por todo el daño que estaba produciendo y, desde entonces, comienza a vivir la gente sin temor y cada vez que lo veían lo retaban.

Lo que me llama la atención es que aún hoy en día, sobre todo en los campos, todavía la gente cree que aparece el diablo por la noche, vestido con esta capa negra y dientes de oro que le brillan.

Hace unos años una niña de nombre Antonia, vivía con sus padres en las cercanías de Cale-ta Maule; era una niña normal, con sus cosas de adolescente y la vitalidad de alguien de su edad; dedicada a estudiar y ayudar a sus pa-dres; en la pequeña casa, su vida transcurría con normalidad.

Lo que hacía notar una diferencia en su diario vivir era cuando pasaba algún forastero por el lugar, a quien se atendía con cordialidad y se le proporcionaban regalos para el viaje (comida, agua).

No era raro ver a la niña husmeando cuando aparecía algún extraño por el lugar; oculta, observaba como sus padres compartían, cosa que ella tenía prohibido ya que por orden de su padre tenía que esconderse cuando esto acon-tecía. La desconfianza y el amor de este padre hacia su hija lo hacían ocultarla de cualquier posible peligro y la llegada de un extraño a su hogar, era considerado un peligro para él.

Por lo mismo, ocultaba a su hija, quien debía permanecer muchas veces horas escondida, siendo vigilada por la madre, quien le sumi-nistraba los alimentos en esos largos periodos de tiempo.

Nadie podía sospechar siquiera lo que estaba por venir. Amanecía y el galope de un caballo despertó a Don Mauro, quien se levantó presu-roso a ver quién se acercaba a su hogar. Era un mozo de unos 30 años, moreno, de cabellera oscura y el trabajo bruto se hacía notar al ver su cuerpo bien desarrollado.

Entre la prisa y la sorpresa, Don Mauro olvidó por completo a su hija y por lo mismo el ritual de ocultarla. Fue así como la niña, sin previo aviso, se presentó en el comedor ante la vista cautelosa del extraño, quien la observó de una manera minuciosa y comentó lo bella que era la niña, a la que el padre, presuroso, le ordenó volver a su cuarto.

“Déjela desayunar con nosotros”, dijo el extra-ño.

“No es adecuado que una niña de su edad esté escuchando la charla de los adultos”, argumen-tó don Mauro.

“¡A tu cuarto, niña! estás en camisón. Vístete y dedícate a tus labores”, le ordenó el padre.

La Niña del MarAutor: Maritza Salazar NavarreteSeudónimo: Mafi

La niña obedeció sin decir nada. El viajero, que se llamaba Fernando, sólo la observó alejarse, mirando fijamente esa delicada silueta que des-aparecía ante sus ojos.

Fue entonces cuando comentó que había com-prado un terreno cerca, que serían vecinos y que podían ayudarse y compartir como tales. Don Mauro no se alegró con la noticia. Vio en ese hombre un peligro para su niña, quien a sus 15 años aún no sabía nada del amor y nunca había siquiera fijado su atención en nadie.Los días transcurrían normales y una nueva vi-sita de Fernando llegó a inquietar la tranquila personalidad de don Mauro, quien a la distan-cia levantó su mano, saludando.

La niña ayudaba a su padre y una vez más su mirada se cruzó con la de aquel extraño, una mirada tierna, pura, inocente; mientras él veía en ella la oportunidad de una nueva aventura, de divertirse, sin pensar siquiera en el daño que esto podría causar.

Fue así como se inició esta furtiva y dramática historia de amor, entre una adolescente tímida e inexperta y un hombre aventurero y mujerie-go.

Sus encuentros fueron pocos, pero bastaron para que la niña se enamorara de Fernando, quien aprovechando esto hacía y disponía de

didas de su hogar y que mintiera a sus padres en su asistencia al colegio, tiempo que aprove-chaba Fernando para hacer realidad sus locuras con Antonia.

Pasaban los días y el padre de Antonia empezó a sospechar y a desconfiar de su hija, al punto de vigilar cada paso, cada mirada, entre ella y Fernando cuando éste los visitaba, ya que aho-ra eran vecinos y no había necesidad de ocultar a la niña; se veían cada vez que él los visitaba.

Fue así como una noche descubrió el amorío que había entre su hija y Fernando, sin com-prender cómo un hombre que le doblaba en edad podía seducir así a una niña, ¿con qué in-tención?, ¿qué lo impulsaba a aquello? Porque él estaba seguro que no era por amor.

Se enfrentó a aquel hombre, encarándole la maldad de su proceder. Mientras la niña decía estar enamorada y que no era una niña, que era mujer y merecía estar con el hombre que amaba. Fue en ese momento, cuando el padre decide ponerle término a esta aberración, se-gún él, y Fernando sólo explicó que la niña se le había insinuado y que él, como hombre, no podía quedar mal.

Producto de esto, el padre encerró en un cuarto a su hija, alejándola de todo contacto con el mundo exterior y así lograr, por fin, alejarla

para siempre de Fernando. Pero todo fue en vano, la niña seguía sufriendo por su amor y más aún al descubrir que en su vientre llevaba el fruto de aquel gran amor.

Los meses pasaban y Fernando, en busca de mejores frutos, vendió su granja y se fue del lugar, sin siquiera pensar en aquella niña y sin estar enterado que pronto sería padre.

Con esto, el padre liberó a la niña de su cau-tiverio y la dejó andar tranquilamente por el lugar; ella pudo continuar con sus paseos a la playa, mientras su bebé crecía en el vientre, sin ella saber que el término de su vida esta muy cercana.

Sus paseos a aquel lugar mágico en donde se sentía segura y tranquila, fueron diarios. Su llanto, su pena, su incesante pensar, la estaban llevando al fondo del abismo; nunca tuvo noti-cias de Fernando, sólo lo que su padre le dijo, que se marchó del lugar reconociendo que sólo había jugado con ella y que no era hombre de hogar como para asumir un compromiso.

Sin que sus padres lo notaran, la niña sintió la hora del parto y sola se fue de madrugada a orillas del mar, donde sus gritos y su llanto se mezclaban con los ruidos de los animales nocturnos que parecían estar más alborotados aquella noche. Nació un niño, que envolvió entre sus ropas y observó por largo tiempo, le canto, lo meció y lo arrulló entre sus brazos.

Fue en ese momento de tristeza que Fernando volvió a sus pensamientos y sin pensarlo entró a las frías aguas de aquel mar, con su hijo en los brazos, sin razonar, sin hacer súplica del llanto de ese niño, se fue adentrando más y más en las profundidades de esas aguas, hasta desaparecer totalmente.

Fue sólo en la mañana que los padres notaron su ausencia y comenzó la penosa búsqueda. Fueron dos largos días, hasta que por fin un lugareño encontró rastros de la terrible desgra-cia. A orillas de la playa estaban las vestiduras ensangrentadas de la joven y los restos de san-gre dieron a saber lo sucedido.

Los padres no pudieron soportar el dolor de la pérdida de su hija y se fueron del lugar, recor-dando siempre que su hija se fue por culpa de un hombre que no tenía corazón, un extraño, como le llamaban ellos. “Tanto protegerla -se decían- y terminó así.”

Se dice que en las noches se escucha el llanto de la madre y del niño a orillas de la playa y que todos los 11 de octubre, pasada la media-noche, se puede ver a Antonia a orillas de esa playa, acurrucando a su bebé y apenas empieza a amanecer, entra nuevamente a las profundas y frías aguas, sin dejar de llamar a su amado Fernando.

Fue así como, una vez más, un amor desenfrenado logró arrebatar dos vidas inocentes y destruir la tranquilidad de una familia.

Fernando fracasó en sus proyectos, perdió todo lo que había logrado, nunca se casó y terminó sus días solo en un asilo, murien-do en una noche fría en compañía de la soledad.

Mientras, en la localidad fue muy comen-tada esa desgracia, la que con el paso del tiempo se transformó en una leyenda del lugar que, según se dice, no se sabe si fue verdad o sólo una leyenda más del sector carbonífero, como tantas otras.

Según la más férrea tradición, las mujeres no bajan a las minas pues son consideradas ‘mala suerte’. La triste realidad es que la mala suerte no era más que una simple creencia de épocas pretéritas, por la cual a las mujeres se les tenía estrictamente prohibido el bajar a una mina ya que, según la leyenda, la madre tierra, atormen-tada de celos, liberaba el grisú, un gas malig-no invisible y cuyo olor no se percibía hasta el momento fatal, el cual se inflamaba y la mina explotaba.

En Lota vivía una pequeña familia, la cual estaba integrada por Antonio, un sacrificado trabajador minero, el cual había perdido a su esposa cuando sufrió una grave enfermedad al estómago; en tanto, de ella sólo quedaban sus hijas, Luisa y Marcela. Luisa era una joven de 15 años y Marcela, menor que su hermana, tenía 13 años. Vivían en el Pabellón 43, en la casa 4. Por las tardes, cuando su padre se iba al trabajo, ellas quedaban a cargo de los quehace-res de la casa; sus cortas edades no les eran im-pedimento para saber cocinar, ya que estaban acostumbradas a que cuando su padre llegaba le tenían la comida preparada.

Una tarde, Antonio fue a trabajar a la mina; era

un día jueves, estaba atormentado por un can-sancio que lo desanimaba, el cual hacía impo-sible la labor. Cuando por fin llegó a casa, Lui-sa y Marcela le tenían ya lista la comida como siempre, pero Antonio desistió de comer y les dijo: “hoy no comeré ya que he tenido un arduo trabajo, sólo quiero descansar” y se fue a acos-tar, esclavizado de cansancio. Luisa y Marcela se miraron estupefactas, ya que les impresionó que su padre haya rechazado la cena, ordena-ron la habitación y se fueron a dormir. En ese entonces Marcela no pudo conciliar el sueño, sólo pensaba en cómo podría ayudar a su pa-dre, ya que cada vez lo veía más débil, pensaba que el trabajo le estaba jugando sucio y que se le adelantaba la vejez. En eso, despertó a Luisa y le dijo: “Parece que el tiempo se le adelanta a papá, cada vez lo veo más cansado, pero esta vez el cansancio lo superó, me gustaría intentar ayudarlo a traer el pan a la casa”. Luisa res-pondió: “Ya le ayudamos con los quehaceres de la casa, le preparamos comida cuando él lle-ga, con eso ya le ayudamos bastante; a menos que quieras ir a la mina a picar carbón y luego venderlo a algún comerciante o algo por el es-tilo”. “¡Eso nunca se me había pasado por la mente!”, dijo Marcela; pero, con un

Lamentos de un Último AbrazoAutor: Juan Acosta PrietoSeudónimo: Daniel Acosby

sobresalto, Luisa se acomodó en la cama y le dijo: “ya el sueño te está dominando, no hables estupideces y duérmete”, y se quedaron dormi-das en instantes.

Cuando se levantaron al otro día, se dieron cuenta que su padre ya había partido a la fae-na y Marcela insistió en que debían hacer algo para ayudarlo, por lo cual salió sin avisarle a Luisa a dónde se dirigía.

Al terminar la faena, los mineros se dirigieron cada uno a sus casas. Marcela volvió también a casa, lo más pronto que pudo, para esperar a su padre al llegar a la casa. Tenía muchas ga-nas de decirle a su padre la idea de ayudarle a sacar carbón para luego venderlo a algún co-merciante ambulante. Cuando tocaron el tema en la mesa, la respuesta de su padre fue: “No meterás ni un pie en la mina, está estrictamente prohibido que las mujeres entren en la mina” y sin dar más explicaciones, se marchó a su habitación a descansar. Luisa, atónita, le dijo a Marcela: “Ves lo que logras, te dije que no insistieras en eso, sólo faltaba que abrieras la boca para que arruinaras las cosas”; pero Marcela, completamente convencida de ir a la mina, se puso una chaqueta y se marchó. Des-de la puerta, Luisa le preguntó a dónde iba y Marcela le respondió: “Me voy a la mina, no me importa lo que ese viejo desgastado me diga, tengo que ayudarlo y debo ir a ayudar-lo, mamá hubiera hecho lo mismo por él”. A Luisa le surgieron una serie de sentimientos,

al recordar a su madre, lo cual le hizo cambiar de parecer, siguiendo así a su hermana y en-caminándose en el peligroso trayecto hacia la mina. Apenas llegaron al lugar, Marcela le dijo a Luisa: “Tenemos suerte, la mina está abierta; hay cascos por ahí, toma uno y te lo pones; yo me ocuparé de la picota, seré la encargada de sacar el carbón”. Así, se internaron en la pro-fundidad de la mina y cuando llegaron a cierto nivel de profundidad Marcela se ocupó de sa-car carbón, tal y como lo había planteado. Fue ahí que escucharon un murmullo que venía de la oscuridad, era una voz de mujer, les parecía que las llamaba y en ese momento recordaron a su madre. Siguieron la misteriosa voz que llamaba desde la profundidad y, al cabo de un instante, la voz desapareció y se sintieron débi-les e incapaces de seguir adelante. Luisa calló de sueño y Marcela, que aún siendo menor que su hermana Luisa era mucho más fuerte que ella, esta vez no pudo contra el atrayente canto gas grisú y se desplomó, dejando caer la picota junto con ella, prendiendo así una chispa que inundó el lugar de fuego haciendo que la mina explotara. El ruido fue estrepitoso y a pesar de la lejanía que tenía con el pequeño pueblito, despertó a toda la población, quienes corrieron enseguida a la zona del accidente. Antonio, quien de inmediato se dirigió a la habitación de sus hijas para decirles que no se a sus para decirles que no se asustaran, no las encontró, lo que lo hizo recordar el comentario de Marcela sobre ir a la mina a buscar el “Me lo Contaron Mis Viejos”MEMORIA POPULAR E HISTO-

preciado oro negro, lo cual lo estremeció de dolor. Se dirigió al lugar y se encontró con el desastre, las voces confundían la mente de An-tonio.

Luego de recorrer la zona del desastre se diri-gió a lo que era la entrada de la mina y cerca de lo que había sido la puerta de la mina se encontraba la chaqueta de Marcela. En cuanto la vio predijo todo lo que había sucedido. Se estremeció en un dolor tan prominente, que le quitó la vida años después, que aún se escu-chan los gritos de dolor y desesperación de An-tonio, quien anda en busca de Marcela y Luisa, a quienes espera encontrar algún día para po-der abrazarlas por una última vez.

Mi abuelo siempre nos cuenta algunas de sus historias, pero a nosotros nos parecen inven-tadas y no le creemos. Él ya entró en edad y su voz casi no se escucha, pero esta historia nos pareció muy entretenida, ya que le salvó la vida a su amigo. Comenzó la historia diciendo así:

“En aquellos años del 1949 tuve que ir a tra-bajar por necesidad, para ayudar a mi familia, a la mina Chiflón del Diablo, donde pasé mu-cha frustración y miedo. Yo era un joven de 18 años y manipulaba una máquina circadora, que cortaba las vetas de carbón. Luego de trabajar un año, me trasladaron a la superficie, ya que era bueno para los deportes. Fue aquí, en ese entonces, que conocí a Patricio Manns, que tan sólo tenía 17 años.

Luego de unos años, me di cuenta que Patricio era un inexperto para trabajar. Él estaba muy frustrado. Tomó unos explosivos y se los col-gó en el cuello; yo, muy asustado, le dije que eran explosivos sensibles. Se puso nervioso, pero yo logré calmarlo y quitarle los explosi-

vos, ya que si chocaba con algo se partiría en mil pedazos. Desde entonces Patricio y yo nos volvimos muy amigos.

Luego de unos años, Patricio se dedicó a la música y fue muy conocido en la comuna de Lota. Pero luego se fue para Santiago y no nos volvimos a ver en muchos años.”

Nosotros no le creímos mucho esa historia. Pero en una ocasión en que Patricio Manns dio un concierto, un tío le preguntó si cono-cía a Heriberto Suazo (mi abuelito) y él le dijo: “Claro, si él es mi viejo amigo, quien me salvó la vida cuando era joven”.

Luego de esto, tuvieron un reencuentro. Al verse, se abrazaron y se emocionaron al estar juntos otra vez.

Mi Abuelo, un Verdadero HéroeAutor: Javiera Bustos CamposSeudónimo: Toty

Era de madrugada y como cada día se levanta-ba con gozo para ir a trabajar. Le gustaba mi-rar su pueblo desde lo alto del cerro Merquín. Mirar como despierta la ciudad, su gente, las chimeneas humeantes, el mar, los botes y sobre todo los barcos, cómo a la distancia se alejan y se ven tan pequeñitos.

Mirar como despierta Coronel, su pueblo que tanto ama, su gente, a quien admira por su empeño, esfuerzo, alegría, honradez y sobre todo por ser muy trabajadora. Juan era nacido y criado en la zona del carbón, coronelino de corazón y era un hombre muy orgulloso de sí mismo.

“Bueno, contaba Juan Soto, se levantó tempra-no como siempre, para ir a trabajar a la mina. Él estaba en el Pique Alberto, su trabajo con-sistía en picar las toscas que quedaban después del disparo, recogerlas y cargar carbón al ca-rrito. Era un trabajo duro, pero a él le gustaba porque era lo único que sabía hacer y era un le-gado que le habían dejado su papá y su abuelo paterno, quienes le habían enseñado el oficio a los quince años. Él ahora tenía 45 años y era de semblante rudo, tosco, pero con su familia era un padre y marido afable y cariñoso; lo único

que soñaba para sus hijos era que cortaran con esta tradición familiar, por eso cada día los ins-taba a estudiar y daba gracias que, por su traba-jo, podía darles una educación para que fueran profesionales, ya que el trabajo en las minas, por ser tan peligroso y de gran esfuerzo físico, a los hombres los avejentaba antes de tiempo y como buen padre no quería eso para ellos.

En la mañana su esposa, doña Lucía, arreglaba la lonchera con el manchi para don Juan, mien-tras él desayunaba un delicioso caldo de papas con harina tostada que ellos mismos hacían, tostando el trigo en una callana, caldo que se servía como si fuera el mejor manjar. Antes de irse a la mina se encomendaba a Dios, ya que era un hombre muy creyente.

Ese día llegó como de costumbre a la mina, donde se encontró con todos sus compañeros y el capataz, para bajar al lugar de trabajo. Su cua-drilla era de siete trabajadores, no eran amigos pues todos eran de carácter y principios muy diferentes. Por ejemplo, a don Pedro le gustaba salir de parranda con otros compañeros y llegar a su casa borracho, dando problemas en su ho-gar, lo cual Juan no com partía y le

Nunca Debe Darse por VencidoAutor: Sebastián Pezo GonzálezSeudónimo: Sebas

aconsejaba para que cambiara su manera de vivir.

Estaban trabajando y faltaban alrededor de quince minutos para que sonara la sirena que da a conocer el mediodía. Cuando de repente sintieron un gran estruendo, ruidos inmensos y el polvo inundó el lugar. No se veía nada a pesar de la poca luz que tenían, porque el pol-villo del carbón envolvió el lugar, se veía y se respiraba solamente carbón. Ellos pensaron que era su final, que hasta ahí había llegado su vida. Sentía gemidos de dolor de los golpes que habían recibido por la explosión y de la incertidumbre que reinaba, ya que no sabían hasta cuándo les iba a durar el aire o si alguno estaba mal herido. Cuando se disipó un poco el polvillo miraron a su alrededor, vieron grandes rocas por ambos lados y notaron que queda-ron atrapados en un espacio no mayor a tres metros. Para poder respirar se pusieron los pa-ñuelos o fallamanes en la boca, para poder pu-rificar su aire. Don Juan recordó el lugar donde estaban en el túnel, ya que era como su segun-da casa, conocía cada rincón, cada centímetro, y de repente se le alumbró que si cavaban por una dirección hacia arriba y por la orilla del lugar en que estaban, podían llegar a otro túnel que estaba en paralelo. Entonces incentivó a sus compañeros a cavar con toda sus fuerzas, les dijo que las máquinas no podían entrar a socorrerlos porque podían hacer un derrumbe mayor y quedar sepultados. Entonces, con la esperanza que tiene un moribundo por la vida,

cavaron con mucho tesón, pero ellos no sabían que los compañeros de las otras cuadrillas tam-bién cavaban de afuera para poder socorrerlos. Así pasó la mañana del 10 de septiembre y ter-minó el primer turno, llegó el segundo turno pero, en honor al compañerismo, ningún mine-ro del primer turno se fue y siguieron ayudan-do en su rescate.

Cuando estaba por anochecer, llegaron cavan-do a un punto en que entró luz, el agujero se agrandaba; al ver ellos el rostro de sus compa-ñeros, no lo podían creer. Para ellos era como haber resucitado, era un renacer, pensaban en la amargura en que debían estar sometidas to-das las familias y en la dicha de volver a salir. Al juntarse con sus camaradas, los abrazos en-tre salvadores y salvados inundaban el lugar y las lágrimas que caían de sus ojos quemaban sus negras mejillas.”

Don Juan Soto ahora es jubilado, rodeados de sus nietos cuenta esta historia a quien quiera escuchar, donde él enseña que uno nunca de-ben darse por vencido, cualquiera fuera la di-ficultad, porque uno todo lo puede superar con la ayuda de Dios. La fe y el deseo de salir ade-lante siempre lo debemos tener.

Tal vez la experiencia avala a un ser de histo-rias y conoce ya el territorio al cual él pertene-ce, es por esto mismo que todos no corren la misma suerte a la hora de trabajar en la mina, por ello son muchos los hechos que han suce-dido en ésta.

Un día, un joven de mediana estatura, obligado a trabajar por el bien de su familia, llegaba por primera vez a trabajar a la mina Chiflón Pucho-co, ubicada en Schwager, al frente del mar en aquellos años. No tenía idea del nuevo mundo al cual ya pertenecía, pero sus antecesores vi-vieron de esto, sustentaron a su familia y ahora era el turno de este joven llamado Juan José Mella.

Su padre y su abuelo vivieron de esto, pero am-bos rodeados de tragedias. Fue así como ambos hombres murieron aplastados en las profundi-dades de las minas. En algunas personas ron-daba la idea de que, tal vez, esta familia estaría siendo atacada por algún ser extraño, allanado en las profundidades de las minas. Es por esto que, entre algunas personas de la mina, retaron a un duelo a Juan José.

Como siempre hay progenitor de toda idea, este fue el capataz, que ya conocía la mina al revés y al derecho, debido a los años de servi-

cio que ya ha prestado al Chiflón. Para com-probar si era verdad aquel mito que rondaba por las mentes de algunos trabajadores, el ca-pataz encargado de la sección donde trabajaba Juan José, le dijo: “como tú sabes, tu padre y tu abuelo murieron en esta mina y está la in-quietud aquí de que algún ser extraño, tal vez el mismo diablo, tiene algo en contra de tu fa-milia. Es por esto que te quiero encargar una misión para comprobar aquel hecho que ronda por varias cabezas, además probaremos tu va-lentía, tu coraje y habilidad. Quiero que vayas hasta el último piso, por denominarlo así, y que aguardes allí una hora para ver qué sucede. Si no llegas luego de tres horas, un tiempo nece-sario para que bajes y luego subas, este hecho será comprobado.”

Juan José aceptó la propuesta del capataz, dijo que no tenía miedo a nada de lo que pasara allá abajo y que si era por el bien de su familia, más valor tenía aún para enfrentarlo.

Acordaron juntarse a las diez de la mañana en la entrada del pique en cual trabajaban ambos, el capataz y el joven.

Los trabajadores alentaban a Juan José. La hora

Se Paga con la Misma MonedaAutor: Eduardo Paredes CarrielSeudónimo: El Ingeniero

ya se acercaba. Nadie sabía lo que pasaba por la mente de Juan José en aquel momento, sólo sabían que por fin comprobarían si era verdad lo que ellos estaban afirmando.

“Juan José, llegó la hora”, le dijo el capataz.

Juan José, sin arrepentimientos, se internó len-tamente en la mina, con la esperanza de poder volver con vida y ver a su familia, que era lo que más quería en aquel momento.Faltaba poco recorrido para llegar al lugar de los hechos, na-die trabajaba a esa hora, estaba completamente solo o tal vez no. Todos esperaban a la entrada del pique por si salía Juan José.De pronto, Juan José se vio atormentado por una espesa neblina negra que se aproximaba de a poco hacia él. Luego, le comenzó a faltar el oxígeno, ya no tenía fuerzas para continuar cuando de pronto escucha unos pasos, que cada vez se acercaban más y más. Volteó para ver si venía algo cuando… ¡zas! Juan José cae sobre el piso sin remedio alguno. Era el mismísimo diablo que rondaba por aquella zona y ya era su tercera víctima en la familia Mella: primero el abuelo, luego su padre y ahora él. Esto ya era una pesadilla.

Comenzaron a pasar los minutos, el tiempo se agotaba. Los trabajadores, atónitos, esperaban en la entrada del chiflón.

¡Sólo quedan diez minutos!... gritaban algu-nos.

El capataz pensaba, pensaba y pensaba “¿ven-drá por ahí?” Cuando de pronto un trabajador gritó “¡Se acabó el tiempo, capataz!, ya no lle-gó.”

La idea que rondaba por algunas cabezas se ha-bía cumplido. Todos por fin podían comprobar que era verdad lo que afirmaban y lo primero que hicieron fue darle la noticia a su madre, que todos los días lo esperaba con una rica sopa de huevo, pero lo que no sabía era que ya no sería necesario esperarlo nunca más.

Un hombre robusto golpeó la puerta donde vi-vía el joven. La madre con mucho gusto fue a abrir la puerta pensando que era su hijo, pero lamentablemente no era éste sino que un com-pañero de trabajo que iba con la misión de co-municarle que su hijo había fallecido.

Al conocer la noticia, la señora se entristeció en gran manera, reventando en llanto, atónita, sin poder creer la noticia que le estaban contando. La señora quiso saber quién era responsable de aquel macabro hecho y el joven robusto res-pondió: “fue el capataz, él fue el de la idea.”

El hombre se marchó y la señora, muy triste, maldijo todas las veces que pudo a aquel hom-bre responsable, el capataz.

Lo que no sabía este pobre hombre, que traba-jaba de capataz en la mina, era que la maldi-ción ahora caería sobre él, siendo ahora él la víctima de todo lo que causó.

Pero Juan José aún tenía una misión antes de partir, quizás a donde; era vengar su muerte, que por culpa de un simple hombre había per-dido.

Al día siguiente todo parecía normal, pero no todo era así. Aquel hombre culpable de hace morir a un noble joven, había muerto. Nadie sabe cómo fue, sólo saben que pudo ser obra de aquel joven trabajador que aceptó una mísera propuesta, perdiendo así su vida.

El alma de este joven se perderá y su cuerpo descansará en las profundidades de la mina, pero no en una mina cualquiera, sino que en la cual los hechos macabros abundarán por toda la eternidad.

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Se ha dicho que hace muchos años, una mujer llamada Ana María vivía cerca de la mina del carbón, con su esposo e hijo. Su esposo tra-bajaba en la mina y le iba muy bien. Eran una familia muy unida, eran felices. Ella trabajaba vendiendo dulces con su hijo. Ella tenía mu-cho miedo de que le pasara algo a su esposo porque anteriormente en la mina había muerto un joven aplastado por unas rocas y, desde ese momento, Ana María no quiere que su marido trabaje ahí, pero como no hay más trabajo su esposo tiene que quedarse allí a trabajar. Siem-pre cuando se va a su trabajo, Ana María se preocupa mucho de su esposo y no se queda tranquila hasta que regresa. Cuando veía a su marido desde la puerta, ella ya estaba mejor, se ponía muy contenta e iba a abrazarlo.

Pronto se venía la navidad. Ana María y su es-poso armaron el árbol de navidad pero no sa-bían qué regalarle a su hijo, que ya tenía 10 años, así que tuvieron que ir a comprar algo que a él le gustara para regalárselo. Pasaron una buena navidad los tres solos, cuando llegó el momento de abrir los regalos Ana María y su esposo le pasaron el regalo a su hijo y a él le gustó. Al otro día, salieron a ver a su fami-lia que vivía en Maule. Allí estuvieron toda la

tarde junto a su familia, se divirtieron. Llegó la noche y se fueron a su casa, llegaron muy cansados y se fueron a dormir. Al otro día se dieron cuenta que faltaba poco para el año nue-vo. Su esposo tuvo que ir a trabajar y dejó so-los a su esposa e hijo. Cuando llegó a casa, el marido de Ana María le contó que no estaba muy bueno el trabajo, pero ella no le dio ma-yor importancia y le dijo que todo iba a estar bien. El marido de ella se tranquilizó y creyó en Ana María, pero la situación no fue así. Su marido empezó a traer menos dinero a su casa, se dieron cuenta que la situación empeoraba y faltaba poco para el año nuevo. Ellos no sabían qué hacer con esta situación.

Al otro día, su esposo se fue a trabajar y pre-guntó si podía traer a su hijo de 10 años a traba-jar y le dijeron que sí, que no había problema. Cuando llegó a su casa le dijo a Ana María que llevaría a su hijo a trabajar para tener más plata. Ella no quería que su hijo fuera a trabajar tan pequeño, que todavía le quedaba mucho por estudiar. Comenzó a llorar y mucho, no paraba de llorar, le decía a su esposo que no lo llevara, que ella no quería que su hijo fuera a trabajar, le rogó para que no

Una Mujer Llora Dentro de la Mina del CarbónAutor: Camila Cofre MuñozSeudónimo: Bloods thirsty dream

lo llevara, que era muy peligroso que él estu-viera en la mina trabajando. Su marido le dijo que al otro día iban a conversar, cuando ella estuviera más tranquila. Se fueron a dormir.

Al otro día, antes que su marido e hijo se fue-ran a trabajar, Ana María y su esposo conversa-ron y ella no quería que fuera, pero al final ella le dijo que sí, que lo llevara, con el dolor de su corazón, a trabajar en la mina. Todas las maña-nas, cuando se iban, Ana María se preocupaba mucho; o sea, el doble de lo que se preocupaba antes. Cada vez que los veía llegar, ella salía a corriendo y se tranquilizaba.

Llegó el día de año nuevo. Su esposo e hijo fueron a trabajar. Ana María estaba nuevamen-te preocupaba por ellos, tenía el presentimiento de que algo había pasado. Llegó la noche y su esposo e hijo no llegaban a casa. Ella sintió las sirenas de la policía que iban hacia la mina, fue rápidamente hacia allá, preguntó qué pasaba y se enteró que su hijo y esposo habían muer-to aplastados por una roca. Ella no sabía qué hacer, comenzó a llorar. Los carabineros se la llevaron a su casa, la tranquilizaron un poco y se fueron. Ella no podía creerlo, no podía so-portar que su hijo y esposo hubieran muerto. Al día siguiente, ella se mató porque quería estar con su hijo y esposo.

Desde ese día, en la mina se escucha el llanto de una mujer que dice que anda en busca de su hijo y esposo. La gente que ha entrado en la

mina dice que ve una sombra de una mujer que anda dando vueltas, que no para de llorar y de llamar a su hijo y a su esposo, porque quiere verlos nuevamente, que los necesita y quiere estar con ellos para siempre.

Dice la leyenda que cuenta toda la gente, que si una niña o cualquier persona que tenga un hermano menor o hijo pequeño entra a la mina o se acerca, ella los sigue hasta su casa para llevarse al niño, porque piensa que es su hijo y comienza a decir que no quiere que se lo qui-ten, que no quiere que su marido lo lleve a la mina a trabajar, que no se lo lleve porque es muy pequeño para ir a la mina a trabajar como él... pero sólo es un mito.

En cada pueblo hay un personaje que todos co-nocen e identifican.

Sin tener nombre ni apellido, el seudónimo basta para entornar una sonrisa a la nueva tra-vesura del protagonista.

Por el año ´85, bajo el régimen militar, Lota recibió al General Pinochet con un fuerte con-tingente militar.

Una de las tareas de los carabineros, de todos los trabajos que como institución tenía, era ‘limpiar las calles’. El mismo día de la visita, una patrulla recogió a nuestro ‘hombre perro’, también llamado Zorrón.

Zorrón era tranquilo, pacífico, sin vicios. Vivía su propio mundo. Caminaba por las calles ex-plorando tachos de basura en busca de comida. Vestía con andrajos y por mucho abrigo que llevara no ocultaba sus particularidades mas-culinas. No había dudas respecto a su virilidad, que era motivo de burla entre miradas soca-rronas. Si las féminas de burdeles concluían ebrias, éstas le buscaban para experimentar placer en algún rincón de la feria, satisfaciendo

su hambre con este hombre silencioso.

La compañía de sus seis u ocho perros era vis-ta desde lejos, la comunicación entre ellos era innegable; fieles a su amo, se perdían por un instante para llevar en el hocico un manjar que todos compartían.

Ubicar a Zorrón en el móvil policial no fue una tarea difícil, respetaba el uniforme.

Lo primero, cuando fue ubicado en el patio in-terior, era manguerearlo, fueron tres los cha-perones que se dieron a esta tarea quitándole los andrajos. Había que hacer tratamiento com-pleto, primero remojar, luego bañarlo de pies a cabeza. La tarea no era fácil, porque para describir su olor fétido no había vocablo en el diccionario español. Descubrieron su melena fusionada a la barba con piojos blancos, al afei-tar y cortar el pelo aparecieron unos ojos claros de mirada ausente. Zorrón no discutía, a ratos tiritaba pero se dejaba hacer, como un infante.

Un médico de la institución lo examinó deteni-damente sin encontrar dificultad en los pulmo-nes, tenía los ojos sanos y buen color de piel,

ZorrónAutor: Delmira Melgarejo AguileraSeudónimo: Dermy

tenía sus dientes cariados, le faltaban algunas piezas pero estaba en su totalidad saludable.

No hubo problema para encontrarle ropa inte-rior, camisa y pantalón; la dificultad existió en hallarle zapatos, el hombre calzaba número 45, con los mormones consiguieron unos mocasi-nes café. Después de la ducha y cambio de ropa surgió un individuo alto, ojos intensamente verdes, cabellera castaño claro, nariz aguileña.A las quince horas lo pusieron en libertad. El cabo encargado, despidiéndole dice: cuide su ropa, se ve ‘encachado’, la gente no huirá. Ade-más, no debía acercarse a la plaza hasta que fuera de noche, iba bien comido y no necesita-ba hurguetear los basureros. Con esos consejos quedó un tanto tranquilo y confiado en que su nuevo amigo no se acercaría por el centro.

Caminó lento escalinatas abajo, desaparecien-do de la vista de carabineros que en su totalidad habían salido a despedirse. Cuando llegó bajo el túnel de ‘Los Tilos’, Zorrón se perdió sobre los durmientes y caminando detrás de la feria, poco a poco, se fue quitando las ropas.

Cerca de la estación, el hombre guapo de ojos verdes era un pordiosero más, en algún charco se había enlodado dejando ver su trasera barro-sa. Mirado frontalmente, pantalones rasgados de la cintura y sujetos por las bastillas, lucía su gran humanidad que aún estaba limpia. En un montículo al sol, con su dorso cubierto por una camisa sin manga, se le podía ver engullendo

un pescado crudo.

La visita especial que tenía Lota estaba en la Plaza de Armas. Desde el kiosco discursaba ofreciendo la doble para el minero que se re-tirara.

Tres perros no pararon de ladrar a los pies de la escalinata, los milicos a culatazos con los ca-nes que se defendían mostrando sus colmillos. Uno arremetió contra un milico tomándolo de un tobillo y rompiendo el pantalón. Una red cayó sobre ellos y amarrados los sacaron del lugar en vehículo militar, las miradas siguieron hasta que el furgón se perdió por calle Matta.

Poco a poco se fue dando oídos a un aullido, después le siguieron otros haciéndose más fuerte hasta que todo el perraje de Lota, al uní-sono, aullaba de forma lastimera y larga. Unos muchachos cerca de la estación quisieron saber con certeza de dónde era el perro que lastimo-samente lloraba, no consiguieron su objetivo por que de todas las casas los quiltros llora-ban.

Ya cuando la tarde oscurece, del mar emergió

un quiltro rengueando, adolorido, goteando sangre, con el hocico y un ojo hinchado. Todo a mal traer llegó hasta donde su amo, con dóci-les ladridos, junto al Zorrón, quién con aullido feroz y largo le acogió y en un abrazo eterno se adormiló.

Desde entonces, cuando la jauría de perros llo-ra sin saber un porqué, se comenta que Zorrón, caminando con sus amigos por Lota, les llama