mario ortiz - cuadernos de lengua y literatura v

Al pie de la letra

Cuadernos de Lengua y Literatura V

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En la primera clase de Latn II en la universidad, no bien entr al aula, el viejo Camarero se par sobre la tarima y, sin saludar, busc una tiza. Casi todos ya lo habamos teni-do en Cultura Clsica. Era un espaol de Gerona, o sea, un cataln que pronunciaba las eses bastante pastosas; meda casi dos metros, usaba unos enormes anteojos recetados de cristales ahumados, y el pelo blanco de sus sienes ro-deaba una cabeza pelada y brillosa que a m siempre me pareci una especie de recipiente elstico sometido a alt-sima presin interna y a punto de estallar.

Lo primero que nos dijo fue que esa clase era una suerte de prlogo a la materia, y anot esa palabra en el pizarrn en el ngulo superior a la izquierda. Pro-logos, comenz a explicarnos, literalmente significa lo que est antes del dis-curso, del texto. Despus nos pidi que le dijsemos otros trminos que tuviesen ms o menos el mismo significado. Introduccin dijo alguno; el viejo lo anot y explic su eti-mologa. Prefacio, dijo otro despus de un rato; la palabra, obediente, se sum a la lista y al anlisis.

Cul otra?, pregunt. El silencio entre los bancos se prolongaba ms de la cuenta; entonces el viejo continu solo el ejercicio: proemio - prefacio - liminar - preliminar - prembulo


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Preliminar viene de praeliminaris; all est la raz liminaris que se origina en el sustantivo limen, liminis y significa en primer trmino el umbral de la puerta, y por extensin casa, morada. Entonces pre-liminar es algo o alguien que est a las puertas del texto. El Apocalipsis, comnmente asociado a los horrores de los ltimos das, tiene sin embargo una de las imgenes poticas ms con-movedoras por la humildad y esperanza, puestas en boca de Maestro: Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entrar a su casa y cenaremos jun-tos (Apoc. 3, 20).

Limen da tambin la palabra eliminar (ex-liminare), que implica la idea primaria de echar a alguien de la casa, y luego da a nuestro idioma suprimir, exterminar. El umbral es ciertamente un lmite entre el adentro y el afue-ra, pero no debe confundirse aquella palabra con limes, limitis (lmite), cuyo primer sentido es el de un camino o senda que atraviesa de una parte a otra. Sin embargo, es interesante observar que limen y limes provendran, segn algunos fillogos, de una misma raz que se encuentra en el adjetivo limus, a, um e implica la idea de algo que est torcido, atravesado. Por ello la expresin limi oculi, o bien limis oculis spectare es mirar a alguien con ojos torcidos, envidiarlo; los paisanos en el campo diran que est ojeado.

Cuando termin, haba pasado la mitad de la clase, y sobre el pizarrn estaban escritas ms de veinticinco o treinta palabras en una letra inclinada y de trazo rpido. Para muchos de mi generacin, escribir en Baha Blanca supone todo esto.

El capitalismo puro y crudo orden salvajes represio-nes en el Puerto de Ingeniero White. Los pescadores ar-tesanales aparecieron tirados en medio de la calle boca abajo, rodeados por agentes de la polica y la prefectura


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apuntndoles la cabeza; un charco de sangre que qued al pie del Crucifijo luego de que fueran a detener a los re-fugiados en Exaltacin de la Santa Cruz: estas imgenes quedan impresas a fuego en la retina. Y esto ocurri en la Nochebuena del ao 2009.

Lo mismo que en la dictadura.Lo mismo que en 1907. Y entonces, la necesidad de la filologa. Precisamente.

Filo-logos: amor a las palabras, lo que equivale a decir tambin pasin por las letras.

Pro-logos. Existe algo antes del logos?


Primera parte

La maestra Las primeras letras

(El yo)


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Hay un libro sobre el escritorio. No es gran cosa: ms bien delgado, de papel amarillento y le faltan las tapas. Un cuadernillo alargado a lo ancho, del tamao de un Patoruzito.

Su contenido no es complicado. No exige un esfuerzo de anlisis o deduccin lgica a partir de perodos conca-tenados para la exposicin de un argumento.

Nada ms alejado de lo abstruso. El librito es un muestrario de tipografas: un alfabeto

completo en maysculas y minsculas por cada pgina, y en cada pgina un estilo distinto.

Nada ms cercano a la simplicidad de una sola idea, sostenida desde la primera pgina hasta la ltima, exacta-mente como el cartel de la casa iuale.

El libro est sobre el escritorio; a su lado hay una can-tidad de hojas amarillentas con anotaciones.


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Quien se dedica al estudio toma un objeto en sus ma-nos y lo coloca a prudente distancia de su vista y de su ce-rebro; desde ese momento, es su objeto de estudio.

El estudiante abre las compuertas de sus ideas y ofrece a su objeto un espacio abstracto durante todo el tiempo que ocupa su atencin; se ha consagrado a l, y la prueba es que lo deja suspendido en medio de un vaco celeste como la manzana del cuadro de Magritte, pura presencia que se impone y no remite a nada ms que a s misma, como si dijramos que antes de posarse de nuevo en el estante de la verdulera la manzana piensa en la manzana.

En un momento determinado de sus existencias, multitud de cosas y seres humanos de los ms variados orgenes en-tran, sin saberlo, en cierto estado de suspensin, y flotan sin darse cuenta porque tienen a un estudiante aplicado a ellos, y emiten reflejos como partculas de polvo en medio de la luz.

El sujeto y el objeto guardan equidistancia. El sujeto orbita alrededor del objeto; mis pupilas, al-

rededor de este libro de letras. El estudiante es un satlite que produce mareas a in-

tervalos regulares. La letra es el fruto ensimismado que atrae como causa

final.


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Los filsofos de la Antigedad crean que el desplaza-miento de los planetas y estrellas sobre sus rbitas crista-linas producan una vibracin que, al tomar contacto con el ter, emita un sonido determinado de la escala tonal, dependiendo del tamao del cuerpo celeste y de la ma-yor o menor distancia con respecto a la tierra: esa era la msica de las esferas. Hoy sabemos que tambin algunos objetos de este mundo, al ser sometidos a ese movimien-to, producen sonidos y narraciones. En la playa de Monte Hermoso, el nio Herdoto aplicaba el odo a la boca de un caracol y registraba historias de naufragios.

Una pupila girando en torno a un alfabeto genera un relato. Si cada rotacin supone una vuelta al punto de par-tida, acaso podra verse de nuevo el origen de las letras; no de las primitivas inscripciones sobre piedra o barro coci-do, sino algo ms prximo. Y s: la topografa de las ob-sesiones se confunde con la de lo entraable, y cuando el ojo llega a ese punto exacto luego de incesantes circunvo-luciones, imagina. En ese momento tiene la capacidad de crear imgenes porque el trazo caligrfico lo ha abducido al mundo de la interioridad. Topografa-tipografa.

Entonces, el sujeto comienza a escribir en primera persona un relato posible.


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Mi mirada se desprende de las hojas secas y se dirige a los otros juegos, al borde de la plaza, a la calle.

Un camin repartidor se sacude sobre las cuarteaduras del asfalto. Est cargado hasta el lmite de cajones de cer-veza. No hace mucho tiempo, durante el verano era difcil conseguir al menos una botella porque se daba prioridad a los autoservicios y bares de los balnearios. Pero ahora es un lunes a fines de abril, y el camin pasa de nuevo repleto, reponiendo lo que se bebi el fin de semana.

Digamos que el cielo est despejado. No solamente es posible: para nuestros fines es conveniente, y ahora el cielo ilumina las palmeras con una luz que parece no ve-nir de ningn lado; la maana est fresca, aunque no tanto como para ponerse campera. El otoo es la poca climtica ms estable. Durante la primavera, a los primeros calo-res de octubre o noviembre les pueden suceder tormentas repentinas, y luego un brusco descenso del termmetro, cuya lnea de mercurio puede llegar a niveles prximos a la helada. El otoo, en cambio, deja atrs esos cambios de humor casi adolescentes y, ya reposado, se siente maduro para una lenta marcha hacia el invierno.

Los ltimos racimos de uva que hayan quedado en el parral de la casa de mi padre deben estar fermentados o con-


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vertidos en pasas apenas aferradas a un cabo marrn apenas aferrado a la rama. Tens que venir a juntarlas, me dice el viejo cada vez que le hablo por telfono. S, viejo, ya voy a ir; aguantame porque estoy medio atorado de cosas. Las abejas dieron cuenta de las ltimas buenas que quedaban.

Vens maana a la tarde? Sabs que no me puedo subir a la escalera.

S, viejo, maana podra ser. Sentado abajo del parral, en esta poca, uno toma aire

y siente olor a vino fuerte, casi vinagre. Bueno, te espero; yo ya compr bolsas de consorcio

para sacar todo a la calle.

Pasan otros repartidores. El camin frigorfico baja dos medias reses en la carnicera. A veces dejo a los chicos ha-macndose y cruzo a comprar carne picada o bola de lomo. Pero en este momento estoy solo. Los chicos estn en la escuela. Yo tambin debera estar en la ma trabajando, pero falt porque anoche recib un llamado.

Te espero a las 10 en los bancos contra la calle Washing-ton, me deca. No me vas a fallar, no?

No, seora, no se preocupe.

Sentado en una hamaca, me balanceo lentamente, mien-tras trazo unos garabatos con las zapatillas sobre la tierra. Cuando levanto la vista, ya est parada al lado mo. Tiene los mismos lentes; el pelo entrecano y recogido hacia atrs con un rodete y un portafolios de cuero. Est exactamen-te igual que en la foto de primer grado. La vea vieja en ese momento; la veo vieja ahora. La llambamos seorita Sarita.

Cmo ands, hormiguita? As te haba bautizado por lo inquieto. Siempre movindote; no podas estar un minuto sentado. Pareca que tenas hormigas en el culo.


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Sigo igual, seorita. A veces siento un cosquilleo, algo recorre mi columna, especialmente cuando estoy nervio-so. Esas hormiguitas que invaden la mesada suben por mis manos cuando estoy cocinando; sus patitas me producen la misma sensacin. Hasta en la heladera las encuentro. Pero usted no lleva guardapolvo. Nunca la haba imagi-nado sin guardapolvo.

Me jubil, qu te cres? En algn momento te llega. Pasaron muchos aos desde que estuve en primer gra-

do, seo, ms de treinta.Treinta y ocho, exactamente, me dice.S, en 1972.

La maestra Sarita tiene para m solamente ese nombre, y en diminutivo; nunca supe su apellido. Esta es una bue-na ocasin para preguntrselo, pero prefiero no hacerlo, como tampoco preguntarle si todava sigue viva. Sera una indiscrecin innecesaria.

Vos vivs cerca, no es cierto?A una cuadra y media, le digo. Me mud hace dos aos.Entonces no tenamos por qu ir ms lejos. Para lo

que tengo que ensearte hoy, este barrio es apropiado. Aparte, esta plaza siempre me gust. Vamos a sentarnos en un banco. No; ese a la sombra me va a dar un poco de fro.

Nos sentamos cerca de las hamacas.

Le tus libros, hormiguita. Bueno, no es el tipo de poesa a la que estoy acostumbrada. Sin embargo, algunos fragmentos me gustaron; el ttulo, por ejemplo: Cua-dernos de Lengua y Literatura. Parece el nombre de un manual de secundario.


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Y sin embargo, seo, es ms bien al revs: son ejerci-cios de un alumno: no el poema como algo acabado, sino un momento provisorio del lenguaje. Algo de eso puse al principio del volumen II.

Es cierto.Ella arquea la espalda hacia atrs. Estira brazos y pier-

nas e inspira profundo, como si quisiese hacer circular por su interior entumecido ese aire mezclado con luminosidad.

Durante muchos aos trabaj en primer grado. Para esta poca, despus de la Pascua, ya empezaba de firme a ensear el abecedario. Claro, todo el mundo piensa que son solamente las 29 letras, si contamos la CH y la LL, pero en realidad para el nene son 116: la imprenta mayscula, la imprenta minscula, la manuscrita mays-cula y la manuscrita minscula. Quiz ahora no te acor-ds demasiado, pero eso lleva su tiempo. Al principio escriben palabras omitiendo letras, o bien las escriben al revs. Eso se llama espejo. Con los nmeros pasa lo mismo. Recin a fines de ao estn en condiciones de escribir de corrido.

Y las botellitas, seo? Tengo una vaga memoria de que nos enseaba a sumar pasando de un lado y de otro botellitas de vidrio de Coca Cola.

Ah, s! Esas cosas las inventaban las practicantes en fin. Te estars preguntando por qu te cit aqu. Te estars preguntando eso y otras cosas. Vamos por partes.

Ella pone su portafolios sobre sus piernas: para esta es-cena le doy el que usaba mi hermana, y despus yo mismo durante buena parte de la escuela primaria. Le va bien. Es enorme, de cuero marrn oscuro. Tiene dos correas ajus-tables con hebillas y al medio una presilla de metal donde se abre una pequea cerradura. Nunca tuve la llavecita que


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la trabase, si es que alguna vez existi. Ah deben caber casi todos los cuadernos de un curso. Y no, ese portafolios tampoco existe ms.

Busca un momento entre los compartimentos, y saca un recorte de revista. Lo pliega cuidadosamente, de modo que solo pueda verse el extremo superior de la pgina.

A ver, empecemos con esto, dice cuando repasa con el pulgar y el ndice el ltimo doblez. Decime, hormiguita, qu les en ese ttulo?

Un fruto mgico: el limn, digo en voz alta.Muy bien. Aunque, por cierto, considero bastante dis-

cutible que el limn sea la panacea para todas las enferme-dades. Pero no les nada ms?, pregunta remarcando estas ltimas palabras.

No s, seo. No veo nada particular en estas frases, por otra parte bastante sencillas; ni siquiera irona o do-ble sentido.

Es lo que me supona, y vos sos profesor de letras, como dice la solapa de tu libro? Mir bien ahora insis-te, no lo que dice, sino mediante qu lo dice. Esas letras, cmo son?

Son letras de imprenta minsculas.Aj, bien, algo que te llame la atencin en su diseo?Es bastante peculiar. Yo dira que se basa en una des-

proporcin bien calculada: cada letra tiene un cuerpo de-masiado grueso y compacto con relacin a determinadas lneas de sus remates, sumamente finos. En esta letra r, por ejemplo. El trazo superior que casi siempre termina en un pequeo bucle, aqu es un enorme crculo negro pendiente de una delgada telaraa, a punto de caer; parece una uva apenas aferrada a su cabo.

Puede ser. Ahora, contestame lo siguiente, esta clase de letras ya la conocas?


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S, claro.Y te parece que la pods encontrar en alguna revista

actual, en alguna publicidad de esas porqueras descrema-das que consumen ahora?

En este punto de la escena, es lgico pensar que me pongo un poco inquieto: a dnde va todo esto? Pero los ojos de mi maestra estn llenos de dulzura y esperan anhelantes la respuesta de un alumno bastante lento. En lo alto, los ramos de las palmeras se agitan apenas; fibrilan sus hojitas al paso de un viento aqu abajo imperceptible.

Dira que no, contino. Este diseo me trae imgenes de revistas ms viejas. Ese tipo de letras podra estar en cualquiera de las que mi madre compraba en la Casa de las Revistas cuando yo era chico.

El enorme negocio de don Bienvenido Gmez, agre-ga ella. Ocupaba toda la esquina de Soler y Alsina. Tena un enorme perro de caza que lo acostumbr a una dieta vegetariana.

Despliega el recorte y me lo entrega: lo saqu de una revista que tena en mi casa. Es de abril de 1972, me con-fiesa, y en su mirada hay cierto brillo de picarda.

Ven, hormiguita, vamos a caminar un poco. Si fueras un caballero, me llevaras el portafolios. Est un poco pesado.

El sol trepa hacia el medioda, apenas filtrado por ho-jas a punto de caer. Ella camina aferrada a mi brazo. Aho-ra me doy cuenta de que renguea levemente en su pierna izquierda. En algunos canteros de la vereda ya hay un li-gero colchn, crocante y amarillo. No s la hora; en poco rato ms la combi recoger a los chicos en la escuela, y los traer de vuelta a casa.


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Nos detenemos ante un negocio tambin antiguo. Su frente tiene la distribucin tpica: la puerta de acceso al medio y las dos vidrieras que la flanquean.

Mir hacia arriba, me indica.A pocos centmetros por encima de la vidriera, so-

bresale a todo lo largo del frente una cornisa lo suficien-temente ancha para que se extienda sobre ella una hilera de letras no muy grandes, de algn material como cemento o metal pintado de un rosa medio descascarado; forman la frase panaderia y confiteria la primavera.

No se trata de un cartel: es una lnea de letras adheridas al borde, sobre el vaco. La maestra debi sentir un afloja-miento en mis msculos, algn ligero temblor, y se aferra a mi brazo con ms fuerza. Siento la presin de sus dedos; me dice algo, acaso trata de retenerme, pero ya es tarde: acabo de terminar el caf con leche y tengo acumulada a un costado de la mesa la pila de ladrillitos de plstico. Se llaman Rasti. Al lado, el paquete de galletitas desayuno.

Terminaste los deberes?, me pregunta mam desde la habitacin de costura. Corro las migas de galletita con el


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canto de la mano; algunas quedan adheridas y las sacudo contra el pantaln. Puedo armar una casa de rastis y una escalerita sobre la pared exterior, que llegue hasta el techo. Hay ladrillos de color gris, finos y alargados que sirven para vigas. Es fcil hacer un buen techo, pero ya hice mu-chas casas, y estoy un poco aburrido.

Te pregunt si terminaste los deberes, despus a ltimo momento te acords de que te falta hacer algo.

S, mami.Lo que termin recin en la tele es Viaje al fondo del

mar, y entonces desparramo sobre la mesa el juego de le-tras de plstico. Algunos bordes se rompieron. No las jun-ts nunca del piso, y despus uno sin querer las aplasta, me dice mam. Est cosiendo algo en la mquina a pedal. Mientras, el viejo tambin se instal en la sala de costura, al lado de mam, y teclea en la Remington. No s muy bien qu hacen uno y otro. Alguna ropa para nosotros. Trabajo en papel membretado. Los ruidos se superponen y por momentos forman un continuo que se expande por toda la casa, mezclados con el olor a querosn de la estu-fita. Ms tarde pondrn una salamandra porque a la vieja la sofoca ese olor, que intenta disimular poniendo una lata de duraznos con agua y hojas de eucalipto arriba de la es-tufa. El vapor perfumado rivaliza con el tufo y el holln del combustible, pero en algn momento equilibran sus fuerzas y terminan tambin ellos mezclados en otro con-tinuo que poda extenderse, ya debilitado, hasta las mis-mas habitaciones y el living de entrada en donde alguien familiarizado con nuestros movimientos, al ingresar, con solo recibir esa amalgama de ruidos y aromas sabra que es la tarde de un da de semana.

Las letras son de tres colores, pero las letras no son rojas; no son azules, no son amarillas. Habrn sido, pero


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ms de una vez quedaron al sol, y ahora son celestes, rosa-das y amarillentas. Se han marchitado; sin embargo resisten. El viejo escribe. Ms de una vez abr sus carpetas y espi esos papeles. Son Escrituras, me explic. Trabajos de escri-bana. Comienzan siempre del mismo modo. Me gusta se-parar las letras por colores; no me gusta formar palabras de tonos combinados. En la ciudad de Baha Blanca, Partido del mismo nombre, Provincia de Buenos Aires, a catorce das del mes de agosto de mil novecientos setenta y tres, ante m, notario hbil Pero no termino de entender.

Las letras que no son rojas sino ligeramente rosadas empiezan a alinearse. Ahora me doy cuenta de que me pa-recen iguales a otras. En algn momento vi a sus hermanas gemelas. Si raspo los bordes de plstico sobre la mesa de frmica hacen un chirrido desagradable, como de ua sobre pizarrn. No lo hago ms.

Levanto los ojos; las hermanas gemelas estn delante de m, en el paquete de galletitas. Son las mismas que forman la marca desayuno. Pero la leche que se toma a la tarde no se llama merienda?

Hay galletitas merienda? Con las gemelas rosadas formo la palabra saloon.

Aparece en todas las pelculas de cowboy. Y es el tecleo. Como tienen cierto grosor, las puedo poner de pie, pero nunca puedo formar de esa manera una palabra que ten-ga la letra F. Y es el pedaleo. Pero las de saloon quedan juiciosamente paradas, una al lado de otra, al borde de la mesa. Solo hay que cuidar que la S no se balancee, no baile, porque los aromas producen msica. Lo que es ligeramen-te rosado contra el borde blanco.

Me agacho para ver las letritas como si estuviesen ali-neadas en una cornisa. No, mejor me tiro panza abajo en el piso y levanto la cabeza.


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Lo que es ligeramente rosado asoma sobre el borde blanco.

Ms ac, est el vaco. Y debajo, yo.Al pie de la letra. La fascinacin impide la mirada porque el ojo se ha

convertido en el objeto mirado.

Un ligero parpadeo y las letras crocantes se desdoblan, cada una vuelve a su lugar, al recuerdo unas, a la cornisa las otras.

Bajo la cabeza. La maestra sale de la panadera.Tom, me dice ofrecindome un sobre de papel ma-

dera abultado. Una docena de facturas para tus hijos. Y adems te compr medio kilo de felipes. Me pareci que estaban pintones.

Gracias, seo.Volvemos a la plaza?, y su voz se ha vuelto comple-

tamente dulce.

Ahora la escena cambia ligeramente. El movimiento de autos es ms denso. Cruzan la plaza grupos de chicos con guardapolvos y mochilas en la espalda o arrastrndolas en esos soportes metlicos que tienen un par de ruedas chi-cas y producen sobre las baldosas acanaladas un estrpito de ametralladora. La 505 pasa repleta. Nos sentamos en el mismo banco.

Bueno, hormiguita, terminamos.Una hilera de hormigas negras acarrean las ltimas ho-

jitas antes de los fros fuertes. Tendrn el hormiguero bien aprovisionado, si antes no las extermina un empleado mu-nicipal.


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