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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS.

Las consecuencias y su situación jurídica

Fernando Suárez Bilbao

INTRODUCCIÓN

Las cruzadas son un tema histórico sugerente que ha dado lugar a

una abundante bibliografía, en donde se ponen de manifiesto las distin

tas tendencias históricas, que pretenden dar su propia explicación de este

fenómeno complejo. Autores de las primeras decadas del siglo pasado

como F. Wilken y G. Michaud, influidos por la tradición eclesiástica

católica, veían en las Cruzadas una manifestación de la profunda reli

giosidad de los pueblos de Europa Occidental en la Edad Media. Según

ellos las Cruzadas revelan el sincero deseo de los pueblos, llenos de es

píritu religioso, de arrebatar a los musulmanes la ciudad de Jerusalén,

con el Santo Sepulcro, y otros lugares sagrados de Palestina, donde ha

bía nacido Jesucristo, y donde había transcurrido su vida terrena.

Posteriormente, con la revelación de nuevos hechos, y mediante una

interpretación más crítica de los documentos históricos medievales, la

mayoría de los historiadores desecharon la ingenua e idealista explica

ción de las causas que originaron las Cruzadas. Los historiadores de la

segunda mitad del siglo XIX y de principios del XX, tras un análisis más

profundo de la enorme cantidad de documentos existentes sobre el tema,

se centraron en los diferentes fenómenos de la vida económico-social de

los siglos xi-xill, como los auténticos móviles de las Cruzadas: la difícil

situación de las masas populares de Europa Occidental, como señalan

H. Pruzt y T. Wolf; o los intereses comerciales de las ciudades del norte

de Italia, que participaron en las Cruzadas, como defiende W. Heyd.

Otros consideraban que el papado fue impulsado a organizar las Cru

zadas por razones políticas, así lo entienden L. Brayer, W. Stevenson o

W. Norden. O como la necesidad de elevar su prestigio en la lucha con

tra los Emperadores alemanes, y buscando además la reunificación con

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la Iglesia Ortodoxa de Oriente. Algunos historiadores positivistas fran

ceses, como P. Riant, N. De Vally, L. Brayer, A. Luchaire, F. Chalan-

don; o alemanes, como H. Siebel, H. Pruzt, B. Kügler, T. Wolf, el

austríaco R. Rericht o los rusos V.G. Vasilevski, F. I. Uspenski, P. Mitro-

fanov o D.N. Egorov; explicaban las Cruzadas desde el punto de vista

del análisis de los hechos económicos, sociales y políticos, pero mante

niendo siempre como eje principal del complejo fenómeno cruzado la

idea de choque entre las dos religiones: una lucha entre la Cruz y la

Media Luna, como dice H. Siebel.

Los historiadores occidentales más modernos volvieron sobre los

planteamientos de sus antecesores del siglo pasado, abandonando el po

sitivismo. Suponía un retorno del idealismo, y las explicaciones para

ellos estaban en la exaltación religiosa, que dominó en Occidente en el

siglo XI, debida a las reformas eclesiásticas, asi como en la guerra san

ta, que cobró importancia por esa exaltación, así lo expone por ejemplo

F. L. Ganshof.

Para Ivés le Frevre, uno de los más importantes historiadores france

ses, las Cruzadas fueron una lucha por el triunfo de la religión, y en

ellas se dilucidaba una sola cuestión: si sería la concepción cristiana o

la musulmana la que predominara en el mundo, y si dominarían los

Evangelios o el Corán. Estas explicaciones, aunque fundamentales, no

son seguramente suficientes para comprender este complejo proceso tan

dilatado en el tiempo. Precisamente por su dificultad otros autores han

renunciado a explicar el origen del problema, y se limitan a exponer los

hechos entendiendo que las Cruzadas fueron consecuencia del ideario de

aquel momento; así lo exponen P. Rousset, Lamont o A.S. Atiya.

Con el desarrollo de la historiografía marxista, y sobre todo con los

trabajos de los historiadores soviéticos, se dio otra visión del problema.

En esta línea E.A. Kosminski, N.P. Gratsianski, V.V. Stoklitski-Tereshko-

vich, B. N. Zakoder o N.A. Sidorova o incluso el propio M. Zaborov

buscan una explicación cientifísta y marxista-lcninista de las Cruzadas,

buscando la respuesta en cuestiones básicas de carácter social, o de una

especial concepción del fenómeno religioso del siglo XI.

Sin embargo, fueron los grandes maestros de nuestro siglo los que

han dado a este tema una versión definitiva. Rene Grousset en su «His-

toire des Croisades et du Royaume franc de Jerusalem»', fue el prime

ro en dar una monografía global sobre el tema, completada en obras

posteriores, como «La epopeya de las Cruzadas», o sobre todo en su

«L'Empire du Levant. Histoire de la question d'Orient»2, donde encua-

1 París 1934-1936, en tres vol.

2 París 1949.

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dra las Cruzadas dentro de un campo histórico más amplio, con crite

rios muy personales.

Los móviles religiosos fueron estudiados por P. Alphandery en su

«La cristiandad y su idea de Cruzada», dentro de la colección «La evo

lución de la Humanidad» y sobre todo fueron Pirenne y Runciman, los

que buscando un análisis global del problema, sobre las personas que

las vivieron en el primer caso, y los acontecimientos, esto es, el desa

rrollo político, el segundo, realizaron trabajos definitvos sobre el tema.

El sentido ideológico de la Cruzada ha sido estudiado por E. Delaruelle

en su «Essai sur la formation de I'idee de Croisade»3. Sobre las institu

ciones destacan G. Dodu en su «Historie des institutions monarchiques

dans le royaume latín de Jerusalem»4, así como la de C. Cahen «La

Syrie du Nord a l'époque des croisades et la principauté franque d'An-

tioche»5, y la obra más actual pero algo particular de J. Prawer. Sobre

el comercio sólo cabe destacar la anticuada obra de W. Heyd «Histoire

de Commerce du Levant au Moyen Age»6.

Toda esta bibliografía apenas si dedica a un grupo humano especial

mente vinculado a los acontecimientos de las Cruzadas: los judíos euro

peos y palestinianos. La historiografía más antigua obviaba el tema por

desconocido, los positivistas no veían en él una cuestión sustancial y

para los marxistas apenas era un aspecto sin interés dentro de la lucha

de clases. Fue dentro de la visión historiográfica más globalizadora

(Runciman, Prawer), donde tiene cabida la búsqueda de explicaciones

más concretas y el análisis de fenómenos particulares, como el de la

minoría judía en el desarrollo de las Cruzadas.

El cambio social y religioso que se venía produciendo desde los pri

meros años del siglo XI tienen desde luego un eje fundamental en el

hecho de las Cruzadas. La Primera Cruzada significaba transformar el

cristianismo en una religión combativa, adoptando la «guerra santa» de

los musulmanes. Lo cual iba radicalmente en contra de los principios de

la doctrina de la Iglesia.

Durante los siglo x y XI el cristianismo había pasado a convertirse

en la religión común de los pueblos de Europa. El paganismo, tan acen

drado sobre todo en la Europa Central y Oriental, después de siglos de

un esfuerzo misionero notable daba sus frutos y dejaba paso a una ver

dadera «Universitas Cristiana». Finalmente, en el siglo Xl se extiende

un movimiento muy heterogéneo: el peregrinaje a Jerusalén desde Euro-

1 En el Boletín de literatura eclesiástica de Instituto Católico de Toulouse. 1941-1944.

4 París 1894.

5 Paris 1940.

6 Una obra de 188S-86 en dos vols.

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pa Occidental. Sin duda alguna este movimiento desempeñó un papel

fundamental en la preparación de las Cruzadas 7.

Lo cierto es que en las peregrinaciones participaron grupos muy dis

tintos de personas, desde miembros de la nobleza, como los condes de

Tolosa, de Anjou, Conrado de Luxemburgo en 1085, Roberto de Flandes

en el 1088, los condes de Holanda, de Kente o de Normandía; hasta pe

queños campesinos e incluso siervos, buscando el perdón de sus pecados,

y naturalmente eclesiásticos. La peregrinación más importante fue la del

1064-65, cuando bajo la dirección del arzobispo Sigfrido de Maguncia y

el abad Ingulfo de Croyland unos siete mil peregrinos se dirigieron a Je-

rusalén, pereciendo la mayor parte de ellos en el camino8. Estas peregri

naciones eran fundamentales para el papado, y no podía desentenderse de

los problemas y dificultades crecientes que sufrían los peregrinos en las

expediciones, y consideró necesario tomar medidas políticas y militares.

Por otro lado es indiscutible la importancia que había tenido la re

forma monástica de Cluny. El benedictismo «descafeinado» y generali

zado, por el desarrollo de la sociedad feudal, se rejuvenecía por el im

pulso de una reforma religiosa que alcanzaba las más altas instancias de

la Iglesia, cuando los papas, primero Gregorio VII y luego Urbano II,

ambos procedentes del benedictismo clunieciense, decidieron aplicar a

toda la cristiandad, a toda la Iglesia, la reforma de su propia orden, en

frentándose a reyes y nobles para preservar la independencia moral e

incluso económica de la Iglesia.

La transformación religiosa suponía transformar en valores cristianos,

los propios de la sociedad feudal, la guerra y el espíritu de la caballería.

El ascetismo monástico era posible aplicarlos a la guerra y al oficio de

caballero, regulando la guerra justa y limitando las causas y los tiem

pos de la violencia. El proceso se inicia precisamente en el propio con

cilio de Clermont del 1095, estableciéndose los días de paz y tregua, y

concluye en la asimilación de la vida monástica y la acción bélica con

la creación de las órdenes militares.

7 El movimento de las peregrinaciones ha sido visto desde distintos puntos de vista. Mien

tras que para S. Runciman era un movimiento exclusivamente religioso, y a su explicación

dedica el primero de los tres volúmenes de su obra «Historia de las Cruzadas», para Zavorov,

de la escuela soviética —para quien la religión, como realidad personal y humana, no tienen

sentido—, las peregrinaciones a Tierra Santa estaban motivadas por ansias de riqueza, de

poder y para poder comprar objetos suntuosos que sólo se adquieren en oriente, señalando

que junto a los grandes señores se unían muchos segundones dispuestos a mejorar su situa

ción. «En consecuencia hay motivos para ver en el peregrinaje de la gente popular una forma

de resistencia pasiva de la clase campesina frente a la opresión feudal». Zavorov, Historia de

las Cruzadas, p. 34.

8 Para I. Le Fevre, Fierre l'Ermite el la croisade, p. 55, esta peregrinación fue «el pró

logo de la Cruzada».

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Las Cruzadas trastornaron durante dos siglos la vida política, reli

giosa, cultural y socieconómica de Europa. Provocaron una permanente

tensión entre las nuevas vocaciones espirituales, que alternaban con el

interés material, y las ideas de mayor generosidad con el más terrible

oscurantismo9. La enorme circulación de materiales y hombres, ideas y

bienes creó una nueva Europa, modificó la relación entre las fuerzas

sociales e hizo nacer nuevas aspiraciones.

Estas tranformaciones alteraron trágicamente la vida y el destino de

los judíos, sobre todo cavaron un foso entre la civilización occidental y

los judíos, que nunca más se salvaría; son los orígenes del antisemitis

mo, es entonces cuando se inició una sistematización de hostilidad hacia

los judíos, con la exclusión moral y social y por consiguiente un cre

ciente fervor de los judíos por la ¡dea de retorno a Sion.

Como consecuencia, aunque no pretendida sí inevitable, se produjo

una mayor presión sobre los judíos, que habían vivido una época de paz

y tranquilidad en la Francia Carolingia. La difusión del cristianismo les

convertía en los últimos exponentes de una religión distinta a la umver

salmente aceptada, y aunque las autoridades cristianas mantenían ante

los cristianos que los judíos eran los custodios del Antiguo Testamento,

y que por ello contenían los misterios de la Verdad cristiana, como tes

tigos del cumplimiento de las promesas de Dios a los hombres, sin em

bargo, se inciaba una escalada de presión con un origen popular. Tenían

conocimientos y un superior nivel de formación, vivían en las ciudades

y sabían leer y escribir, la población cristiana no podía por menos que

considerar que era sólo su tozudez lo que les impedía aceptar la verdad,

no su ignorancia, pues conocían bien las promesas de las Sagradas Es

crituras.

Los pituym, los himnos hebreos de ese momento ponen de manifies

to las dificultades y presiones que sufrían, y reaccionaron con hostilidad

a través de las palabras. En «la luz del Exilio» el rabino Gersom realiza

un claro rechazo hacia el cristianismo «el mortal corrompido (Jesús),

que es un recién llegado, ¿que garantía me ofrece?».

Desde la destrucción del Templo y la diáspora judía, las comunida

des extendidas por Europa mantuvieron en Tierra Santa y sobre todo en

Jerusalén un punto de referencia obligada, que se manifestaba pública

mente todos los Seder al pronunciar dentro del ritual la expresión «el

año que viene en Jerusalén». Este punto de referencia fue más senti

mental que real en la mayor parte de los casos, pero establece un para

lelismo entre el cristianismo y el judaismo por el interés en aquellas tie

rras, y sobre todo en la Ciudad Sagrada y Mística de Jerusalén. Cuando

' ElSENBERG, J., Historia del pueblo judio. 1976. p. 239.

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las Cruzadas fracasaron la espiritualidad cristiana no se vio alterada, y

volvieron a sentir Jerusalém en el interior de los claustros de los mo

nasterios, como señalaba San Bernardo, y en los corazones, pero para el

judaismo se había iniciado un redescubrímiento de la fuerza mística de

la Eretz Israel.

Mientras los judíos en Oriente sufrían en los siglos vm-x los con

flictos internos entre las distintas yesibas y entre las jefaturas de los

gaones, los judíos de la diáspora occidental vivieron un período de

prosperidad, bien bajo el dominio musulmán que en la Península les fue

muy favorable, bien bajo la gran protección del Imperio de Carlomag-

no. Pero la crisis de ambos poderes y el desarrollo de la inestabilidad

en todo Occidente dieron paso a una nueva situación, mucho más gra

vosa para los judíos, y por tanto se recuperó en la conciencia judía la

importancia de la esperanza en el retorno, la aliya, y también de las

peregrinaciones. Son numerosos los viajeros judíos, como Benjamín de

Tudela, que describen sus peripecias en la peregrinación.

LOS JUDÍOS EUROPEOS EN LA PRIMERA CRUZADA

Las matanzas en Francia y Alemania

Una de las crónicas judías más famosa de la Edad Media se llama

«El valle de las lagrimas», y define muy bien lo que fue la historia de

los judíos de Europa entre el 1096, la Primera Cruzada, y la expulsión

de Castilla y Aragón en 1492. Comenzó con las Cruzadas un camino de

dolor que conducía a la degradación social y a la humillación como

hombres, y que dejó entre sus miembros huellas tan profundas que

durará hasta la Edad Moderna. Un largo camino de expulsiones y ma

tanzas.

La situación de los judíos europeos a mediados del siglo XI era no

tablemente inestable. En Francia o Alemania, no tenían ningún tipo de

derechos como subditos y dependían exclusivamente de la protección

especial de los reyes, con quienes mantenían a veces, una relación de

amistad, y de los grandes señores de las ciudades, en especial los obis

pos de Renania. Su condición de privilegio respecto a los otros subditos

y la necesidad de dedicarse a actividades económicas de préstamo favo

recían un clima que les hacía muy impopulares entre los campesinos e

incluso entre la pequeña nobleza.

Al comienzo de las Cruzadas muchos eran los que tenían deudas con

los judíos, y las Cruzadas, esto es el peregrinaje a Tierra Santa, se les

ofrecía como una liberación, no sólo de sus pecados sino también de

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sus obligaciones económicas. Al mismo tiempo hacían responsables a los

judíos de sus penurias personales, y por tanto de su imposibilidad de

obtener recursos para emprender la marcha: ¿era justo que el cruzado se

viese impedido en sus deberes cristianos por las obligaciones contraídas

con una raza impía? Por otro lado los pequeños barones, o hidalgos, se

vieron en la necesidad de endeudarse con los judíos para poder equipar

se para la Cruzada y ¿era justo que para marchar a luchar por la Cris

tiandad tuviesen que caer en las garras de los miembros de la raza que

había crucificado a Cristo? Se habían instalado las condiciones mentales

para la hostilidad popular y las matanzas Ul.

También en la Península Ibérica las circunstancias estaban cambian

do. Los judíos se habían integrado en el Estado musulmán y ahora que

éste se descomponía a manos de los reinos cristianos, éstos veían en los

judíos los colaboradores de sus enemigos, por eso hubo una tendencia

muy radical a hostigar y maltratar a los judíos. En tiempos de la con

quista de Barbastro, con motivo de los malos tratos a los judíos, el papa

Alejandro II escribió a los obispos de España para recordarles que exis

tía una gran diferencia entre los musulmanes y los judíos: «los primeros

eran enemigos irreconciliables de los cristianos, los últimos estaban dis

puestos a colaborar con éstos» ". Sin embargo, a partir de Alfonso VI

los judíos comenzaron a instalarse en los territorios del norte en unas

nuevas condiciones jurídicas, mucho más estables y protegidas de lo que

estaban en el resto de Europa, y sobre todo porque el integrismo islámi

co de los invasores africanos les obligaba a convertirse al Islam o aban

donar Al-Andalus 1:. Importantes grupos judíos llevaron a cabo desde la

Península peregrinaciones e incluso emigraciones a Tierra Santa.

Y comenzaron los primeros ataques, aunque aislados, algunos años

antes de las Cruzadas. En Otranto, al sur de Italia, el año 930 nos cuen

ta el cronista: «Cuando fueron obligados por esta persecución... Rabí

Yesaya se atravesó el cuello con un cuchillo y lo mataron como a un

cordero en el patio del templo, y rabí Menaiem cayó... en el pozo, y a

nuestro maestro lo estrangularon-»l3. En el 1007 hubo persecuciones en

Francia, y según la tradición la primera expulsión de los judíos de

Maguncia provocó una gran cantidad de conversiones en aquella ciudad.

Las persecuciones no eran continuas ni generales sino con carácter

esporádico y local. La Primera Cruzada afectó a los judíos alemanes, y

a los de Israel, pero vivieron en paz los de la Península; la tercera afec-

10 RUNCIMAN. Historia de ¡as Cruzadas, p. 137.

11 Carta en M.P.L. vol. CLXVI, col. 1387.

12 El famoso Maimónides decidió primero convertirse al Islam y permanecer como crip-

tojudío, y finalmente emigró a Oriente.

13 MANN, JACOB, ed. Texis and Studies. I, Cincinati 1931, p. 24.

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tó especialmente a los de Inglaterra pero no comprometió la seguridad

de los alemanes. E incluso entre estos periodos las comunidades pudie

ron reconstruirse y fortalecerse. Pero el camino iniciado era inexorable.

Frente a estas acciones, más o menos aisladas, el tono general se

guía siendo de reconocimiento del valor e importancia de los judíos para

la sociedad medieval, y por ello las autoridades municipales y eclesiás

ticas mantenían la protección expresa y les concedían a las comunidades

derechos especiales. El año 1084 el obispo de Spira dio a los judíos una

cédula detallada que indicaba claramente su deseo de atraerlos a la ciu

dad. A través de un documento judío sabemos que los que acudieron

eran sobre todo población procedente de Maguncia, que buscaban una

ciudad fortificada para conseguir cierta protección. El año 1090 el

emperador Enrique IV renovó la cédula de Spira y dio una similar a

Worms. Ambos documentos garantizaban a los judíos la libertad de co

mercio y el derecho a vivir de acuerdo a sus leyes religiosas y sus cos

tumbres propias. Hay que tener en cuenta que el obispo de Spira era un

apoyo fundamental en la política del emperador.

Hacia finales del siglo XI llegaron muchas noticias de Oriente que

relataban las desdichas de los peregrinos que viajaban a Palestina, y cau

saron una profunda impresión en las autoridades eclesiásticas europeas.

Sobre todo la noticia de que los musulmanes habían profanado y ultra

jado la tumba de Cristo y otros Santos Lugares l4. La respuesta fue el

llamamiento del papa Urbano II en Clermont Ferrant al finalizar el con

cilio allí convocado el 26 de noviembre de 1095 l5. La proclamación de

la cruzada no fue a los jefes de las comunidades cristianas, sino a los

caballeros y al pueblo. Y la invitación era a liberar Jerusalén, «el centro

de la Tierra y el segundo Paraíso», de manos infieles, y como premio

para los participantes se les perdonarían todos los pecados 16.

14 ZaBOROV, Historia..., recoge las opiniones de Cl. Cahen, «Notes sur l'hislorie des

Croisodes et de l'Orient latín». Boletín de la Facultad de Letras de Strarburgo 1950, núm. 2,

p. 121, op. cit., nota 31. Hay quien ha defendido que los nuevos dominadores de Palestina no

eran ni mucho menos agresores de los peregrinos, «carecían por completo del intolerante fa

natismo religioso y que la situación de la población cristiana de Siria Palestina y Asia Menor

conquistadas por los turcos en el aspecto religioso no empeoró... el único cambio fue que los

peregrinos tuvieron que sustituir la ruta terrestre por una nueva marítima, porque la anarquíareinante en Asia Menor dificultaba los viajes por tierra a Jcrusalen», p. 48.

15 El texto del llamamiento no se conserva íntegro, y ha sido objeto de muchas recons

trucciones a través de los cronistas e historiadores. Una de las reconstrucciones más comple

ta y rigurosa es la de D. C. Munro, «The speech of pope Urban II at Clermont , 1095» en

American Historical Review 1906, Vol. XI, núm 2.

'* ZABOROVM en Historia de las Cruzadas, p. 62, acusa al papa de «arrastrar con unamentira consciente a una difícil, y para los miseros campesinos desesperada, empresa a una

gran masa de personas sencillas» añadiendo que era sólo por motivos materiales. Es un ejem

plo claro de la manipulación histórica de la historiografía soviética.

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130 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

El cronista contemporáneo de las Cruzadas, Samuel ben Yehuda (Je-

huda) expresaba así de gráficamente el sentimiento judío ante el 1096 «y

se cernió sobre nosotros una densa oscuridad» I7, y otro posterior del si

glo XII aplicó a esta situación un versículo de los Proverbios «¿as langos

tas no tienen rey, pero van todas juntas en bandadas». Era la transposi

ción de la guerra santa musulmana al ideario cristiano para restablecer al

patrimonio de la Cristiandad la Tierra Santa. Pero al mismo tiempo era el

desarrollo de un sentimiento típicamente germano de la venganza de san

gre: La venganza de la sangre de Jesús. Era este un motivo muy próximo

a las poblaciones europeas que les impulsaba a ponerse en marcha, pero

que al mismo tiempo les ponía en contra de los judíos.

Por otro lado en la tradición alemana sobre el fin de los tiempos,

recogida por el ermitaño Albuino en el «Tratado del Anticristo de Ad-

son», se dice que el rey de los últimos dias reinará 112 años, durante

los cuales vencerá a los 22 reinos de Gog y Magog y bajo su reinado

los judíos serán convertidos al Señor. Y en otro lugar se dice que el

último de los principes del Imperio germánico irá a Jerusalén a deponer

su corona y su cetro sobre el Monte de los Olivos, la identidad estaba

muy clara: el descendiente de Carlomagno será el rey de los últimos

días. Pero precisamente uno de los mayores enemigos de los judíos, el

conde Emicho de Leisingen, se mostraba como el elegido de Dios, y a

quien se le ha «prometido» el trono del sur de Italia. Se presentará como

el rey de los últimos días. La Edad Media alemana era según la leyenda

el escenario del gran drama apocalíptico.

En la leyenda alemana Carlomagno saldrá de la montaña, y en el

Kyfhauser es donde Federico Barbaroja aguarda el día en que recobrará

el Imperio Sacro. La montaña es el refugio de los reyes de los últimos

días para esperar la hora de la profecía. También Emicho espera en su

montaña, pero una montaña infernal en la que expían sus pecados, junto

a la que duermen los emperadores, los soldados que habían actuado con

traición e iniquidad. Todas estas leyendas y tradiciones estaban plena

mente difundidas a fines del siglo Xl por toda Europa Central.

A principios del 1096 se reunió un gran ejercito de cruzados, pero

antes de que sus jefes —Godofredo de Bouillon o el duque Roberto de

Normandía— terminaran de equiparlo y prepararlo, unos grupos aisla

dos emprendieron su propia expedición y en la misma Francia comenza

ron su «guerra» particular contra los infieles, empezando por los judíos,

saqueando y asesinando sin tregua. La empresa según se acordó en el

propio concilio empezaría en agosto del 1096, pero ya en la primavera

las primeras multitudes de cruzados se habían puesto en marcha.

KELLER. Historia del Pueblo judío. Barcelona 1994. p. 243.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 131

El cronista judío del siglo XII (ben Yehuda) relata: «Cuando pasan

por pueblos donde había judíos decían entre ellos «Viajamos a tierras

lejanas para buscar la casa de los débiles y difuntos (el sepulcro) y to

mar venganza en los ismaelitas, pero aquí están viviendo entre nosotros

los judíos, cuyos antepasados lo mataron y crucificaron sin motivo. Pri

mero tomemos venganza en ellos destruyámoslos como pueblo para que

el nombre de Israel no se vuelva a recordar o de modo que sean igua

les a nosotros y se sometan al hijo de la lujuria (Jesús)»l8. El concepto

de «deicidio», que ya existía en el siglo IV, empezó a ejercer su influen

cia de manera fatal.

Las calamidades comenzaron en Rouen (Normandía). Los cruzados

arrastraron a los judíos a la iglesia y mataron a todos los que se nega

ron a ser bautizados. Pero aunque otras ciudades francesas sufrieron la

misma suerte, las matanzas no se propagaron por esa zona sino que se

desplazaron hacia el valle del Rhin, donde las comunidades estaban ad

vertidas de la convocatoria y expansión de los cruzados. En los prime

ros días de diciembre de 1095 los judíos de las comunidades francesas

les habían advertido de los preparativos de los cruzados, y les aconseja

ban ayunos y oraciones para apartar los males que les amenazaban l9.

Éstos agradecieron la preocupación de sus hermanos, y, al mismo tiempo que rogaban por ellos, aseguraban llenos de confianza que por su

parte no tenían nada que temer. Pero no contaron con las dimensiones

que tomaron los acontecimientos, de forma que la protección del obispo

y el emperador fueron inútiles.

Corrió el rumor de que Godofredo de Bouillon, duque de Baja Lore-

na, había hecho voto, antes de partir para Tierra Santa, de vengar la

muerte de Cristo con la sangre de los judíos20. Los judíos de Renania

solicitaron al gran rabino de Maguncia, Kalonymos, que enviara mensa

jeros a su protector imperial, y señor natural de Godofredo, para pedir

ayuda. Enrique IV, que en aquel momento se encontraba en Italia, orde

nó que todos los nobles y obispos protegieran a los judíos. Pero desgra

ciadamente pronto se demostró que el Emperador no tenía poder para

controlar la situación, y sus palabras se perdieron en el aire.

18 HABERMAN, A. M. DE, La Crónica de Rabí Selomo bar Simson: Las matanzas de 1096.

Jerusalén 1946. p. 24. Según Keller, Historia..., pp. 243-244, el texto de la crónica es algo

diferente «Se levantó una gentuza implacable, feroz y desenfrenada, mezcla de franceses y

alemanes...Ai pasar por ciudades que albergaban un núcleo de población judía, se decían

unos a otros: ahora partimos para vengarnos de los ismaelitas, pero aquí ataquemos ya a

¡os judíos, cuyos antepasados crucificaron a nuestro Redentor ¡venguémonos pues primero

en ellos! ¡Que el nombre de Israel sea exterminado si no se hacen iguales a nosotros y no

quieren reconocer al Mesías, Jesucristo!».

" Alphandery y Dupront, Las primeras Cruzadas, p. 53.

20 Runciman, Historia, I, p. 138.

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132 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

Cuando las bandas de cruzados pasaron el Rhin a principios del año

1096, la desgracia se cernió sobre los judíos alemanes. Los «guerreros

de Cristo» asaltaron, saquearon y asesinaron durante tres meses. En los

meses de abril a junio de aquel 1096 se produjeron desórdenes en la

cuenca del Rhin. Los jefes de las comunidades ofrecieron importantes

sumas de dinero a sus potenciales protectores para conseguir lugares

fortificados y una defensa segura.

No se trataba de un ejército organizado y la única dirección acepta

da hasta entonces, la de Pedro el Ermitaño, se fue disolviendo21. Se tra

taba de bandas desorganizadas y aisladas, lo que hacía aún más difícil

su relación y las posibilidades de una negociación. Gauthier de Poissy y

su sobrino llamado «Sin Hacienda», se separaron de Pedro el Ermitaño

en Colonia, y estuvieron a punto de ser muertos por los búlgaros por

haberse apoderado de unos rebaños. A fines de abril de 1096, un tal

Volkmar, de origen desconocido, partió de Renania con unos 10.000

hombres para unirse a Pedro en Oliente, siguiendo el camino de Hun

gría 22. Poco después el sacerdote Gottschalk (Godescal), discípulo de

Pedro el Ermitaño, se quedó tras la marcha de éste para reclutar una

tropa renana :\ con la que se dedicó a todo tipo de violencias, y será

finalmente exterminado por los húngaros 24, sin ni siquiera acercarse a

Oriente.

Pero sobre todos ellos fue el conde Emicho de Leisingen, quien con

gregó una tropa más numerosa. Era un pequeño noble con experiencia

militar y con cierto carisma, que decía tener una cruz marcada en su

carne como signo de victoria en la Cruzada. El cronista Alberto de Aix

lo define como «hombre noble y poderoso». Se le unieron multitud de

sencillos peregrinos que le creían inspirado por Dios. Con el tiempo se

le incorporaron otros nobles franceses y alemanes: Zweibrücken, Slam,

Viernenberger, Hartmann de Dillingen, Drogo de Nesle, Clarambaldo de

Vendeuil, Tomas de la Fere y Guillermo, vizconde de Melun, llamado el

«carpintero» (Charpentier) por su enorme fuerza física25.

:i Para Zaborov. op. cit.. p. 68, fundamentalmente eran siervos deseosos de «despren

derse de las cadenas de la servidumbre».

22 RUNCIMAN, Historia, I, p. 138.

21 Según algunas crónicas alcanzaba el número de trescientos mil, que es nuturalmente

una exageración.

24 Pura GlBBON eran «lo más estúpido y salvaje de la bazofia del pueblo; entremezclaban

su devoción con brutales sentimientos de rapiña, prostitución y beodez», y añade «esta enor

me chusma asumió la primera y más fácil de las guerras... contra los judíos... en las ciudades

de mercaderes del Mosela y el Rhin... en Verdun. Treveris, Metz, Worms, muchos miles de

estas infelices gentes fueron saqueados y masacrados; nunca habían sufrido golpe más cruen

to desde que los asoló Adriano».

25 RUNCIMAN. Historia. 1. p. 139.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 133

Todos mostraban una violencia generalizada26, unos simplemente

para abastecerse sobre la marcha, pero otros desarrollaron una violencia

más especifica y de mayor importancia, esta vez de carácter religioso,

especialmente contra los judíos. Foucher de Orleans se cebó en los ju

díos de Salo (Praga). Otras bandas se centraron en Metz, en las ciuda

des renanas, en Suabia, Baviera y al final Bohemia. Y, sobre todo, los

del conde Emicho de Leisingen, que se manifestaron como los mayores

enemigos de los judíos; allí por donde pasaban sembraban la muerte y

la destrucción 27.

Estas bandas, no eran homogéneas, y las integraban fundamentalmen

te campesinos, y gentes de las ciudades por donde pasaban, y estaban

encabezadas por miembros de la baja nobleza que, liberados de cual

quier actividad, y sin expectativa de mejorar social o económicamente

se incorporaron a los cruzados. Era por tanto un movimiento laico y

popular en el que las gentes de iglesia estaban ausentes, y en algunos

casos eran precisamente los únicos defensores de los judíos, censurando

las crueldades y condenando los bautismos forzados. La miseria campe

sina de aquellos años favorecía las violencias. Los segundones se ha

bían dedicado al bandolerismo y el sueño de poder conseguir fortuna y

tierras en el Oriente les atraía a esta empresa.

Pero las ciudades abrieron sus puertas a los cruzados y los soldados

cristianos, y sus tropas, se negaban a defender a los infieles contra sus

hermanos constituidos en cruzados. Se justificaban al pensar que les

ofrecían la posibilidad de la conversión. En Spira o en Colonia los obis

pos se mantuvieron firmes y frenaron los tumultos. En Maguncia el ar

zobispo trató de defender a los judíos y tuvo que huir de los cruzados

para salvar la vida.

Spira había recibido recientemente del emperador un privilegio en

favor de los judíos, que suponía, en teoría, una garantía de protección,

pero a pesar de ello el 3 de mayo, sábado, los cruzados, a los que se

habían sumado gentes de la ciudad, atacaron a los judíos. Once hom

bres que se resistieron a ser bautizados fueron muertos, los judios se

refugiaron en la sinagoga y cuando la masa de asaltantes iba a entrar en

aquel recinto, las tropas del obispo de la ciudad, Juan, entraron en ac

ción y restablecieron el orden. Como castigo el obispo mandó cortar el

26 ALPHANDERY Y DUPRONT, Las primeras Cruzadas, p. 53.

27 Grousset. R., Histoire des croisades, Vol. I, París 1948. pp. 6-11. Tiene una visión

negativa de los cruzados campesinos diciendo que eran «vagabundos y criminales», «hom

bres sin conciencia», que lomaban la Cruz para camuflar su pillaje, «bandas» que empañaban

la idea de Cruzada, etc. El espíritu de estos juicios era muy subjetivo y entendía la Cruzada

como una revolución social que iba contra el orden establecido.

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134 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

brazo a algunos de los agitadores de la ciudad y a los judíos les ofrece

asilo y refugio en su propio palacio 28.

Las noticias de los sangrientos sucesos de Spira alertaron a los ju

díos de Worms, y un pequeño grupo se atrincheró en el palacio del obis

po Adalberto. El resto permaneció en sus casas confiando en las prome

sas de sus vecinos. Cuando los cruzados aparecieron un rumor se

extendió rápidamente: unos judíos habían asesinado a un cristiano. El

18 de mayo se desató una explosión de vandalismo, saqueando y asesi

nado a numerosos judíos. Familias enteras fueron asesinadas en sus ca

sas, y, entrando en la sinagoga, las bandas populares destruyeron los

rollos de la Tora. Según los cronistas fueron muy pocos los que se deja

ron bautizar a la fuerza. Muchos de ellos se dieron muerte a sí mismos,

y muchas madres prefirieron matar a sus hijos y luego suicidarse antes

que aceptar el bautismo. Por todas las calles de la judería resonaba en

tre llantos y lamentos la Shema «Escucha Israel, nuestro Dios es el Se

ñor, nuestro Dios es único».

El 20 de mayo llegó también la hora a los refugiados en el palacio

episcopal. Cuando los cruzados acamparon, amenazadores, ante el pala

cio, el obispo habló a los judíos e intentó convencerles para que se de

jaran bautizar, ante el riesgo que corría su vida. Los judíos pidieron

tiempo para pensarlo. Transcurrido el plazo concedido, el obispo mandó

abrir las puertas de la sala donde se habían refugiado, y vieron un es

pectáculo dantesco. No había ni uno solo con vida, todos los judíos se

habían suicidado. Así lo cuenta el cronista Salomón bar Simson «El día

25 del mes de lyar, el terror se abatió sobre los que se albergan en el

palacio del obispo. Los enemigos los mataron como a los primeros y

los pasaron a cuchillo. Se fortalecían gracias al ejemplo de sus herma

nos, se dejaban matar y santificaban el Nombre ... cumplían la palabra

del profeta: "Las madres yacen sobre sus niños, el padre cayó sobre

sus hijos". Éste mataba a su hermano, aquél a sus padres, a su esposaa sus hijos; los novios a sus novias, las madres a sus hijos. Todos acep

taban de buena gana el veredicto divino, encomendando sus almas al

Eterno, gritaban "Escucha, Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno

es único"...» 29. Pero los cruzados no respetaron ni a los muertos, y se

gún la crónica «los sacaron afuera desnudos, los cortaron a pedazos y

dispersaron sus restos; no dejaron uno vivo excepto uno al que bautiza

ron a la fuerza. En esos dos días fueron muertos unos ochocientos; a

todos los echaron desnudos en la fosa...»30. A uno que habían bautizado

28 Los dalos son lodos de crónicas judías y por tanto no son contrastables los recoge Ke-

LLER, Historia... p. 244.

19 POLIAKOV, De Cristo a ¡os judíos de Corle, p. 51.

M Keller, ídem, p. 246.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 135

a la fuerza, el joven Simcha Kohen, se vengó sacando un cuchillo e hi

riendo a tres de los asaltantes, y la multitud le hizo pedazos.

Después fue Maguncia. Acaudillados por el conde Emicho (Emerico)

de Leisingen, otras bandas de cruzados se dirigieron hacia Maguncia.

No era la «Cruzada de los señores» sino que pertenecían a la baja no

bleza o incluso soldados de fortuna sin distinción alguna, y llevaban

bandas armadas fáciles de fanatizar, animadas más por la pasión del pi

llaje que por el fervor religioso. Los miembros de la importante comu

nidad de esta ciudad pidieron ayuda al arzobispo Rutardo, y obtuvieron

de él el permiso de refugiarse en su residencia hasta que el peligro hu

biese pasado. Más de mil judíos se juntaron en el patio protegido por la

guardia episcopal y en la azotea del amplio edificio, después de haber

entregado a Rutardo todo lo que poseían de valor. No obstante, cuando

Emicho apareció con sus huestes el 27 de mayo y exigió la entrega de

los judíos, la guardia episcopal dejó a sus protegidos en la estacada y el

obispo desapareció súbitamente.

Según el cronista Alberto de Aix por un momento los judíos inten

taron defenderse con las armas: «Tras celebrar consejo al alba Emicho

y todos los de su banda, atacaron a los judíos armados con picos y

lanzas... Después de romper las cerraduras y hundir las puertas los al

canzaron, y mataron a setecientos que en vano intentaron defenderse

contra fuerzas demasiado superiores; las mujeres fueron igualmente ex

terminadas, y los jóvenes, sin distinción de sexo, también fueron pasa

dos a cuchillo. Los judíos, al ver a los cristianos armarse contra ellos

y sus hijos sin ningún respeto por la debilidad de la edad, se armaron

por su parte contra sí mismos, su correligionarios, sus esposas, sus hi

jos, sus madres y sus hermanas, y se exterminaron mutuamente. ¡Horror

causa el contarlo!; las madres tomaban el arma degollaban a los pe

queños que amamantaban, prefiriendo destruirse con sus propias manos

a sucumbir bajo los golpes de los incircuncisos. Sólo un pequeño núme

ro de judíos escapó a esta cruel matanza, y algunos recibieron el bau

tismo más por temor a la muerte que por amor a la fe cristiana»3I.

La matanza de Maguncia fue presenciada por el cronista Rabi Selo-

mo bar Simson, uno de los pocos supervivientes de la matanza y dejó

su relato de los acontecimientos: «Cuando los hijos de la Sagrada Alian

za vieron venir las numerosas bandas, empezaron a prepararse y arma

ron a todos grandes y pequeños; los dirigía Kalonymos ben Meschu-

llam. Pero debido a las muchas desgracias y ayunos que habían sufrido

se habían debilitado de tal forma que no podían resistir al enemigo...

El día de la nueva luna de Siwan, llegó el conde Emicho, enemigo de

" POLIAKOV, De Cristo.... p. 52.

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todos los judíos, con su gran ejército, y acampó con los cruzados y el

pueblo (de los peregrinos) fuera de la ciudad, bajo unas tiendas; por

que a su llegada habían cerrado... Fue el más terrible de todos nues

tros opresores; no perdonaba ni a ancianos ni a muchachas y no tenía

compasión ni por el sufrimiento, ni por el dolor, ni por la debilidad, ni

por la enfermedad... Se situaron a la puerta de la entrada del palacio

episcopal para detener a los vagabundos y ciudadanos y se entabló una

lucha. Pero no estaban en condiciones de enfrentarse con el enemigo y

el patio fue asaltado. Cuando vieron que su suerte estaba echada... se

animaban unos a otros diciendo: suframos con paciencia y valor todo

lo que nuestra sagrada religión haga recaer sobre nosotros... Pronto nos

darán muerte nuestros enemigos... pero qué nos importa si nuestras al

mas entran puras en la luz eterna. Bienaventurado el que sufre de buen

grado la muerte por el nombre de Dios único...Entonces exclamaron to

dos a coro. No hay tiempo que perder. El enemigo se acerca ¡ofrezca

mos sin demora nuestras vidas para gloria de Dios!... A los ojos de los

enemigos, que ya habían entrado, se ofreció el siguiente espectáculo.

Los piadosos hombres, junto con nuestro rabino Isaac ben Moisés, esta

ban sentados en el centro del patio, envueltos en sus mantos de ora

ción; el rabino fue el primero en presentar su cuello, y pronto su cabe

za cortada cayó al suelo; mientras tanto, los demás estaban sentados

en el centro del patio dispuestos a cumplir la voluntad de su Creador.

Los enemigos les atacaron con piedras y con flechas, pero los nuestros

no se movieron del sitio y murieron todos. A la vista de tal carnicería,

los que se encontraban en los aposentos interiores decidieron que era

preferible darse muerte por su propia mano... El padre sacrificaba a su

hijo, el hermano a la hermana, la madre a la hija, el vecino a su veci

no y el novio a su prometida. Todos mataban para en seguida ser muer

tos ellos mismos. Y la sangre de los padres se mezclaba con la de los

hijos, la de ¡os hermanos con la de las hermanas, la de los maestros

con la de sus discípulos, la de los que iban a desposarse y la de los

niños de pecho con sus nodrizas...¿Quien oyó o vio algo parecido?...»32.

Los heridos pedían agua, pero se negaban a aceptarla cuando eran

requeridos para que recibieran al mismo tiempo el agua del bautismo ".

Cuenta un caso concreto el cronista Rabí Selomo bar Simson, el de un

joven «que santificó el nombre de Dios e hizo ¡o que no había hecho el

resto de la congregación, matando a tres de los incircuncisos con su

cuchillo» M.

M Keller, ¡dem. p. 246.

*•' Haberman, La crónica de Rabí Selomo bar Simson.... p. 39.

" Haberman, ídem, p. 97.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 137

El cronista destaca la actuación de un grupo de mujeres judías refu

giadas en el castillo episcopal de Maguncia: se «presenta la valerosa

vanguardia que denostó a ¡os que habían atacado a su Dios y despa

rramaron dinero entre ellos para retardar la acción y ganar tiempo y

poder así completar el suicidio colectivo, realizado en aras del quidus

hasem». Las mujeres les tiraban piedras y recibían golpes de las hondas

que eran dirigidos a sus caras, y eran magulladas y lastimadas3S.

Existe una gran similitud en la actitud de ambas crónicas, cristiana y

judía, la indignación del cronista cristiano casi es semejante a la violen

cia narrativa del cronista judío.

Emicho mató a todos los judíos que no se habían suicidado y quemó

todo el barrio judío. En los días que siguieron se sacaron mil trescientos

cadáveres del palacio del arzobispo, cargados en carros fueron llevados

a las afueras de la ciudad. Sesenta judíos que se habían escondido en la

catedral consiguieron huir, de momento, pues poco después se les des

cubrió y también fueron muertos. Dos de los pocos que habían aceptado

el bautismo, fueron presos de la desesperación: Isaac ben David, uno de

los jefes de la comunidad —que había cedido a bautizarse para salvar la

vida de su madre— y Uri ben Joseph, prendieron fuego a sus propias

casas, después penetraron en la sinagoga y le prendieron fuego también,

y ambos murieron entre las llamas. El incendio se extendió y redujo a

cenizas buena parte de la ciudad.

El gran rabino Kalonymos, con unos cincuenta correligionarios, ha

bían huido de la ciudad hacia Rudesheim, pidiendo ayuda al arzobispo

que se encontraba en su finca campestre. El arzobispo viendo el terror

de los visitantes, le pareció el momento oportuno para lograr su conver

sión. Kalonymos no lo pudo soportar, y empuñando un cuchillo se aba

lanzó sobre el señor del lugar, la guardia intervino impidiendo que con

sumara su acción, y el rabino y sus compañeros fueron ejecutados 36.

La matanza de Maguncia influyó poderosamente en la mentalidad de

los judíos contemporáneos y de épocas posteriores. Para el cronista Bar

Simson lo que hubo fue un combate y los judíos lucharon con fuerza y

valor para defender Israel y santificar el nombre de Dios. Lo que más

lamenta es que la derrota se produjo frente a los gentiles, cuando «gran

des y chicos vistieron coraza y tomaron armas de guerra» en una lucha

desigual entre los guerreros de amplia experiencia y los judíos que sólo

tenían experiencia en «rezos y preces»37.

Rabí Selomó, que sufrió en sus propias carnes la matanza de Ma-

" HABERMAN. idem, p. 33.

34 RUNCIMAN. Historia, I, p. 140.

" Ben Sasson, Historia del Pueblo Judío, p. 492.

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138 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

guncia, atribuyó la derrota de los judíos de su ciudad al cansancio físi

co, provocado por ia piedad y el ascetismo de la comunidad: «Por la

gran cantidad de trastornos soportados y los ayunos que cumplían no

tenían fuerza para oponerse al enemigo»M. Estos relatos del siglo XII

establecen una cierta equiparación entre los combatientes judíos y los

cruzados, el combatiente judío es como un intrépido caballero que ataca

al enemigo y desafía a la muerte cuando ve que sus hermanos «son

matados, arrojados a un lado y pisoteados como inmundicia en la ca

lle», salvándose solamente aquéllos que abandonaban la fe.

Se recogieron en las crónicas relatos que ejemplificaban el valor de

los «combatientes» judíos: el piadoso señor David, el «ordenanza», «se

burla de la muchedumbre cruzada hasta el fin. Invita a los malvados

y... a los ciudadanos... a que vayan todos a él. Los cristianos creen que

el judío está por someterse. La multitud se reúne jubilosamente «a mi

llares» rodeando la casa del judío; entonces el piadoso luchador sale,

denuncia la religión cristiana y declara su completa creencia en la re

dención de su alma como judío».

«Cuando oyen las palabras del piadoso se sienten enfurecidos, por

que el hombre les hace reproches y les señala su vergüenza; y alzando

sus estandartes... comienzan a gritar y dar voces en nombre del crucifi

cado, y se lanzan sobre él y lo matan... Allí cayó el justo juntamente

con su familia»39. Era una incitación a la muchedumbre cristiana que le

costó la vida al hombre de fe que los había provocado. La purificación

por el suicidio.

Los judíos trataron de defenderse por todos los medios. En algunas

ciudades salieron a las puertas para defenderse, pero no podían hacer

frente a un ejército entrenado y revestido de armadura, y cayeron a

«millares»4". La Guerra Santa en el sentido cruzado prendió también

entre los judíos pero en el sentido de purificación interior, de defensa

de la propia fe.

Emicho llegó a Colonia hacia el primero de junio, domingo de Pen

tecostés, pero como ya había habido algunos tumultos antijudíos en

abril, los judíos se dispersaron por las localidades cercanas, y en la pro-

38 Haberman, op. cii., p. 30.

" Haberman, op. cit, p. 36.

40 Ben Sasson, op. cit., p. 491, establece valoraciones subjetivas e incomrastadas sobre

números y condiciones de los combatientes, dando por buenas las expresiones de las cróni

cas. Es evidente que las bajas fueron numerosas, pero las poblaciones eran muy reducidas en

aquella época y por tanto el término millares debe tomerse con un carácter genérico. Y en

tender que el ejército de Pedro el ermitaño, primero, y de Balduino o incluso Emicho, des

pués, estaban bien entrenados es algo exagerado. Esto no es óbice para entender que se trata

ba de una lucha tremendamente desigual, no tanto en lo ffsico, que lo era, al ser hombres de

guerra los que mandaban a los cruzados, como en lo moral.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 139

pia ciudad los judíos encontraron protección: muchos cristianos escon

dían a familias judías en sus casas. El obispo Hermán III los distribuyó

en grupos por los pueblos y lugares de las cercanías de la ciudad que

eran propiedad suya. Cuando a principios de junio una banda de cruza

dos entró en la ciudad se encontró con que las casas de la comunidad

judía estaban vacías, y una pareja de judíos que permanecían en la ciu

dad, se negaron a apostatar y fueron muertos. Encolerizados lo destru

yeron todo, y también la sinagoga quemando la Torah.

Tres semanas más tarde Emicho y su gente habían ya descubierto

los lugares en donde se refugiaron los judíos de Colonia. Los que esta

ban escondidos en Neuss, Welfinghofen y Xanten, Moers, Geldern y

Alternahr sufrieron el mismo destino que los demás, y también muchos

escogieron el suicidio. Muchas familias se echaron al Rhin y el número

de los que se dieron muerte a sí mismos fue muy elevado. Con una fuer

za de espíritu rayando en lo sobrenatural, los judíos resistieron a la ten

tación de salvar sus vidas a cambio del bautismo y sufrieron el martirio

por su fe4I. Después de lo de Colonia, Emicho decidió que su labor en

Renania había terminado, y a principios de junio con una gran tropa se

dirigió hacia Hungría. Una parte de sus seguidores se quedaron y deci

dieron expurgar de judíos el valle del Mosela. Unos días más tarde esta

ban ya en Treveris.

Sólo en Treveris y luego en Ratsibona, consiguieron los cruzados el

bautismo en masa de la comunidad. La mayoría de los judíos de la

comunidad habían sido puestos a salvo en el palacio del arzobispo, pero

según se acercaban los cruzados, y las noticias de sus matanzas en otros

lugares, algunos judíos, presa del pánico, empezaron a luchar entre sí,

mientras otros se arrojaban al Mosela ahogándose. «Cuando se acerca

ron a Treveris...» cuenta un cronista «algunos judíos que vivían allí...

tomaron a sus hijos y ¡es hundieron un cuchillo en el vientre diciendo

que debían enviarlos al seno de Abraham a fin de que no se convirtie

ran en una pelota en manos de los maniacos cristianos. Algunas de las

mujeres se llenaron las mangas y los corpinos con piedras y se echa

ron al río desde el puente. Los demás que todavía tenían algún interés

por la vida amontonaron todos sus bienes y huyeron al palacio donde

precisamente en aquellos días se encontraba el arzobispo Eguilberto

y, con lágrimas en los ojos, le suplicaron que les concediera su pro

tección. El arzobispo aprovechó la ocasión para amonestarlos a que

se bautizaran... Terminada ¡a amonestación, un rabino llamado Micha

se adelantó y rogó al arzobispo que les enseñara, cosa que él hizo,

explicándoles el contenido de la religión católica. Entonces exclamó

41 KELLER. op. «/.. p. 247.

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140 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

Micha: Pongo a Dios por testigo de que yo creo lo que tú acabas de

exponer y de que apostato del judaismo; cuando los tiempos serán más

tranquilos lo estudiaré con más detalle. Ahora bautízanos rápidamente

a fin de que podamos escapar de nuestros enemigos. Lo mismo dijeron

todos los demás judíos. Entonces el arzobispo le bautizó y le dio su

nombre, y los sacerdotes que se encontraban allí bautizaron a los de

más. Éstos últimos abandonaron la fe católica al año siguiente, pero elrabino permaneció fiel al arzobispo y a su nueva religión»n. Para con

vencer a sus correligionarios el rabino Micha (Miqueas) utilizó un ar

gumento de peso «era preferible ser cristiano que temer por la vida

día y noche».

En Metz, donde perecieron veintidós judíos, también se llevaron a

cabo bautismos en masa. En Ratisbona (actual Regensburg) los cruzados

y algunos ciudadanos cristianos echaron a las familias judías al Danu

bio, colocando una cruz de madera sobre las aguas del río y les obliga

ron a que se hundieran por debajo de ella para bautizarlos. Se produjo

el caso insólito de que toda una comunidad judía recibiese el bautismo

de pie, en el Danubio.

Durante tres meses, hasta la vuelta de Enrique IV, la muerte y el

terror se cernieron sobre las comunidades del Rhin bañándolas en san

gre. «En el tercer día del tercer mes» dice un canto judío «los lamentos

no tenían fin... Cubriré con torrentes de lágrimas los cadáveres de Spi-

ra... y me lamentaré amargamente por la comunidad de Worms... Y mis

gritos de dolor resonarán también por las víctimas de Maguncia». En

las provincias del Rhin fueron muertos unos doce mil judíos desde el

mes de mayo al mes de julio del año 1096.

Cuando los cruzados continuaron su marcha en el verano del 1096

la mayoría de los judíos del Rhin habían sido asesinados u obligados a

la conversión. Continuaron su camino y nuevas ciudades fueron objeto

de saqueos y matanzas, así fue el caso ya mencionado de Ratisbona y

luego de Bohemia, en concreto la ciudad de Selo (puede ser Praga).

Volkmar y sus seguidores llegaron a Praga a fines de mayo. El 30 de

junio empezaron las matanzas de judíos. Las autoridades fueron incapa

ces de contener a los cruzados y los judíos de Praga fueron obligados al

bautismo; los que se resistieron fueron muertos. El obispo Kosmas cla

mó en vano contra los bautismos forzosos. Cuando los neófitos de la

comunidad de Praga empezaron a emigrar a Polonia y a Hungría para

poder practicar abiertamente su religión, el príncipe Vratislav II ordenó

que fuesen desposeídos de todos sus bienes. Justificó esta medida di

ciendo que «Ciertamente, no trajisteis ninguna riqueza de vuestra Jeru-

n KELLER. op. cil., p. 247.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 141

salen cuando vinisteis a Bohemia; llegasteis desnudos a este país y des

nudos tenéis que salir de él»Ai.

Ninguna de las bandas irregulares de cruzados que sembraron el te

rror llegó a su destino: Tierra Santa. Por el camino fueron dispersadas y

destruidas: «Después de las crueldades que habían cometido» escribe el

cronista cristiano Alberto de Aquisgrán, «y cargados con el botín obte

nido de los judíos, esta gentuza insoportable compuesta por hombres y

mujeres continuó su viaje a Jerusalén y pasaron por Hungría...» Las

tropas del rey húngaro Kolomán les aniquilaron cuando empezaron a

devastar el país. Y añade Alberto de Aquisgrán «todo esto era obra de

Dios contra los peregrinos que ante su rostro habían pecado de impure

za y depravación y que habían asesinado a los judíos apatridas que, si

bien son enemigos de Cristo, habían sido sus víctimas más por codicia

que por la causa de Dios»44.

El conde Emicho a la cabeza de su ejército teutónico no llegó nunca

a Jerusalén; después del asedio de Wieselburgo, en Hungría, y una de

rrota casi completa de sus tropas tuvo que volverse por donde había

venido muriendo en el regreso. Según la leyenda vive aún en una mon

taña próxima a Worms con otros hombres armados que salen por la

noche y vuelven a ella a hora de nona: son las almas de los soldados

que en vida habían cometido terribles crímenes. El día de su muerte,

hacia 1117, numerosas estrellas cayeron del cielo en forma de gotas de

sangre.

El emperador y el papa condenaron severamente los excesos de los

cruzados. Enrique IV regreso de Italia, encolerizado y lleno de horror

por las crueldades sucedidas en su ausencia, a petición de Moisés ben

Jukutiel, de Spira, otorgó oficialmente el permiso para que todos los ju

díos que hubiesen sido obligados por la fuerza a bautizarse pudieran,

sin incurrir en delito, abrazar de nuevo públicamente el judaismo. Los

que se convirtieron en un momento de debilidad retornaron en cuanto

pasó el peligro al judaismo. La actitud sin precedentes de Enrique IV al

permitirles volver al judaismo provocó la reacción del papado. Clemen

te III escribió al obispo de Bamberg: «Hemos oído que se ha permitido

a los judíos bautizados desertar de la Iglesia. Tal cosa es increíble y

pecaminosa, y Nos exigimos de ti y de todos nuestros hermanos que se

preocupen de que el Sacramento de la Iglesia no sea profanado a cau

sa de los judíos».

Pero el emperador continuó firme en su decisión. Ordenó una inves

tigación minuciosa del asesinato de judíos, a consecuencia de la cual el

41 Keller, op. cit., p. 248.

44 ElSENBERG, Historia, p. 249.

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142 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

arzobispo Rutardo y su corte fueron castigados por haberse enriquecido

a costa de los bienes de los judíos de Maguncia. En 1103 se proclamó

una tregua que benefició a los judíos. El retorno al judaismo se realizó

mediante el pago de un canon, y los bienes de las víctimas sin herede

ros fueron confiscados en beneficio del tesoro real. El 1104 se recons

truyó la sinagoga de Maguncia, lo que demuestra claramente la vitali

dad de los judíos alemanes sólo ocho años después de las malanzas de

la primera Cruzada, y su confianza en el futuro.

Los asaltos de los cruzados el 1096 podían haber sido sólo un epi

sodio aislado, y así se lo parecía a los contemporáneos, pero el cambio

en la mentalidad europea era ya inevitable. En sus efectos inmediatos la

primera Cruzada no entorpeció el desarrollo del judaismo45 en Europa,

pero cavó entre judíos y cristianos una zanja que se fue ensanchando en

el transcurso de los siglos siguientes, hasta la casi desaparición de los

judíos de la Europa occidental46.

La consecuencia más destacada de los acontecimientos del 1096 fue

el golpe que recibió el clima de tolerancia en el que vivían hasta enton

ces los judíos. Hasta la primera Cruzada, y aun en el siglo XII, los ju

díos no eran considerados como seres apartados. La Cruzada abrió una

primera brecha en su situción jurídica, social y moral. Presentaba a los

judíos como intrusos, como indeseables, como fuera de la ley. Se podía

pensar en despojarlos o matarlos impunemente. Es cierto que sólo era

en principio un sentimiento popular, y no había una opinión pública for

mada, contando con el rechazo de los grupos dirigentes, y al que se

opuso la Iglesia y las autoridades civiles. Pero fue el principio de un

sentimiento que se institucionalizó, y formó parte de la conciencia co

lectiva en la que se desarrollaba la sociedad y la legislación medieval.

Las matanzas de judíos europeos en las otras Cruzadas

La paz duró casi medio siglo. Hasta que el Reino latino de Jerusa-

lén, amenazado por los guerreros musulmanes de Siria, se vio en peli

gro de desaparecer. El año 1146 el papa Eugenio III y el abad de Clair-

vaux, Bernardo, realizaron el llamamiento a la Cruzada. En esta ocasión

45 POLIAKOV, De Cristo..., p. 53. Establece una comparación muy expresiva que ejempli

fica la fortaleza del judaismo europeo «al igual que una hoja de acero incandescente brusca

mente sumergida en agua helada adquiere una elasticidad y una solidez a toda prueba, así

también la brusca prueba del verano de 1096, semejante a un estallido atronador en un cielo

azul, sirvió para forjar la capacidad de resistencia que desde entonces han demostrado tener

los judíos europeos».

46 ElSENBERG, Historia, p. 242.

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 143

también el emperador Conrado III se manifestó partidario de participar

en la empresa y tomar la cruz.

Una bula pontificia, nuevamente, trató de motivar la participación en

la Cruzada y en virtud de ella los que tomaran parte en la empresa que

darían libres del pago de deudas a sus acreedores. El papa proclamó una

moratoria para los intereses que debían los cruzados. Por primera vez se

utilizó el término «judaizar» para referirse al préstamo a interés; San

Bernardo al referirse a los prestamistas cristianos que abusaban de la

situación señalaba: «donde no hay judíos, los prestamistas cristianos de

dinero judaizan de una manera todavía peor» y añadió algo aún más

interesante, «íí es que corresponde calificarlos de cristianos y no de

judíos bautizados». Sin quererlo el abad de Clairvaux abría una peligro

sa puerta al antijudaísmo.

El abad de Cluny, Pedro el Venerable, uno de los más ardorosos pro

pagandistas de la Cruzada, comenzó una campaña de agitación contra

los judíos, y en una carta al rey de Francia decía47: «¿Para qué tene

mos que ir a buscar a ¡os enemigos de Cristo a lejanos países, si los

sacrilegos judíos, que son mucho peores que los sarracenos, viven entre

nosotros y profanan impunemente a Cristo y a su Iglesia?... Yo no pido

que esta gente, sobre ¡a que pesa la maldición, sean reos de muerte,

pues está escrito: ¡no matarás! Dios no quiere que sean exterminados;

mas bien, igual que el /raticida Caín, deben continuar existiendo para

que sufran grandes tormentos y gran vergüenza y a fin de que la vida

les sea más amarga que la muerte misma. Son miserables, sometidos,

oprimidos, temerosos, y así deben continuar hasta que se hayan diri

gido hacia el camino de salvación. No debes matarlos sino castigarlos

de una forma adecuada a su bajeza». Estaba proponiendo en el fondo

la posibilidad de confiscar los bienes de los judíos para financiar la Cru

zada.

En el Rhin, nuevamente se extendió la hostilidad. Un monje llamado

Radolfo fue de ciudad en ciudad predicando la conversión o el extermi

nio de los judíos «Véngaos primero de los enemigos de Cristo que viven

entre nosotros y marchad luego a luchar contra los turcos». Y como

consecuencia en agosto de 1146 se produjeron en esta región tumultos y

ataques. La multitud exaltada asesinó a varios judíos en los alrededores

de Colonia y Spira.

Incluso la propia jerarquía eclesiástica se encontraba indefensa ante

tales agresiones. En Maguncia, donde el arzobispo Enrique I había dado

asilo a algunos perseguidos, el populacho entró en la residencia del ar

zobispo y los asesinó ante sus propios ojos. San Bernardo, en un escrito

47 Keller, op. cit., p. 249.

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que mandó difundir por Francia y Alemania, se opuso enérgicamente a

las violencias contra los judíos y en concreto a las predicaciones de

Radolfo, y advertía expresamente de la obligación de respetar a los ju

díos: «no se debe perseguir , matar ni expulsar a los judíos», que era

remarcar nuevamente la doctrina de la Iglesia, y explicando de nuevo la

vigencia del principio de pueblo testigo: la conservación de los judíos

es necesaria para estimular la conciencia de los cristianos: «son símbo

los vivientes para nosotros poruqe recuerdan sin cesar la pasión de

Nuestro Señor. Por eso están dispersados por todos los países, para que,

mientras expían ese crimen tan grande, sean al mismo tiempo los testi

gos vivientes de nuestra redención». Llegó incluso a visitar a Radolfo

en Alemania para convencerle de que suspendiera sus predicaciones.

Pero las pasiones y la hostilidad se había ya desatado. Era difícil que

las masas populares comprendieran un razonamiento tan sutil en el que

al mismo tiempo que acusaba a los judíos del más horrible de los crí

menes pedía que se les perdonara.

En Halle y en Magdeburgo se echó a las familias judías de la ciu

dad poniéndolos literalmente en las puertas de la ciudad. En Wüzburgo

un grupo de cruzados asaltó la judería en febrero del año 1147, y más

de veinte judíos encontraron la muerte, entre ellos el rabino Isaac ben

Eliakim. Los restantes debieron el favor de conservar sus vidas al obis

po de la ciudad, que les concedió asilo y protección en su palacio forti

ficado. En la primavera del año 1147 las persecuciones se extendieron

al Norte de Francia y muchos judíos perdieron sus vidas en Ham, Sully

y Carentan. El 8 de mayo bandas de cruzados atacaron las comunidades

de Ramerupt, asaltaron la casa del célebre rabino Jacobo Tam, cabeza

de las comunidades de los judíos franceses, lo saquearon todo y destro

zaron la Torah. Sólo la enérgica intervención de un caballero impidió

que fuese asesinado.

La situación para los judíos hubiese sido todavía peor si no hubiesen

disfrutado de la protección del emperador Conrado III y de algunos prín

cipes de la Iglesia. El obispo cardenal Amoldo de Colonia les cedió la

fortaleza de Wolkenburg, cerca de Konigswinter, «la más fuerte de toda

Lorena», e incluso les permitió que se armaran. El emperador ordenó

que se acogieran refugiados judíos en Nuremberg y en otras ciudades

fortificadas. Sin embargo, en los caminos ningún judío estaba seguro.

No volvió la paz hasta que los Cruzados franceses y alemanes se retira

ron, y los judíos pudieron respirar de nuevo, ya era agosto de 1147.

Con la tercera Cruzada (1189-1193) la desgracia cayó también sobre

los judíos de Inglaterra. Habían llegado por primera vez a este país con

los conquistadores normandos después del año 1066, estableciendo al

gunas comunidades en las ciudades de la costa sur. En Londres se desa-

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LOS JUDÍOS Y LAS CRUZADAS 145

tó la primera tempestad durante las fiestas de la coronación de Ricardo

Corazón de León en la abadía de Westminster. Este acto había congre

gado una gran expectación, no sólo por el hecho mismo del acto políti

co, sino también porque Ricardo se había comprometido a emprender

inmediatamente después la Cruzada, lo que le daba un contenido reli

gioso al acontecimiento.

El domingo 3 de setiembre de 1189, una muchedumbre de gente de

seosa de espectáculo, tanto habitantes de Londres como cruzados, se

apiñaban ante la abadía. Empezaron a llegar delegaciones para acatar al

nuevo monarca, y entre ellos había también representates de los judíos

ingleses. Al llegar a pocos pasos del lugar de la coronación, se les detu

vo. Dos de ellos que se habían abierto camino entre la multitud hacia el

patio, fueron azotados por la guardia y echados de allí. Entre los pre

sentes corrió el rumor de que el propio rey había ordenado que se des

pidiera a los representantes judíos. Se produjo un tumulto que degeneró

en una cruenta persecución. En todo Londres la muchedumbre se ensa

ñó contra los judíos, que fueron asesinados y sus casas saqueadas e in

cendiadas. Muchos jefes de comunidades judías que habían llegado para

la coronación fueron muertos, entre ellos el rabino Jacobo de Orleans,

sabio talmudista.

El rey no tuvo noticia de los sangrientos sucesos hasta la celebra

ción del banquete. Envió inmediatamente mensajeros para que pacifica

ran al pueblo. Pero hasta el día siguiente no pudo restablecerse la tran

quilidad. Durante toda la noche continuó la matanza a la luz de las

llamas que devoraban las casas y sinagogas. Indignado, Ricardo Cora

zón de León ordenó que se procediera enérgicamente contra los culpa

bles, pero curiosamente no se pudo encontrar ninguno.

De nada sirvió ya que el rey hiciera proclamar por todo el país que

debía protegerse a los judíos. Lo que había sucedido en la ciudad londi

nense se repitió en toda la provincia. En Norwich, Bury, Stanford, Duns-

table, Lynn y en otras ciudades, donde bandas de cruzados y habitantes

del lugar se juntaron para atacar a las comunidades judías. En toda In

glaterra se había extendido un estado de ánimo desfavorable para los

judíos. El fanatismo había arraigado en amplios círculos de la población.

Apenas había abandonado el rey el reino para incorporarse al ejér

cito de cruzados, a principios de 1190, cuando en York se produjo una

nueva oleada de persecuciones. Al empezar los ataques en la capital, los

judíos, sabedores de lo acaecido en Londres, se refugiaron en el palacio

real donde el comandante les había concedido asilo. Cruzados y ciuda

danos sitiaron el palacio real, y esperaron hasta que a los refugiados se

les hubieron terminado las últimas provisiones. Entonces los ancianos de

la comunidad hablaron de lo que podía hacerse en aquella situación sin

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146 FERNANDO SUÁREZ BILBAO

esperanza. El rabino Yom Tov ben Isaac de Joigny dijo a su comunidad

«Está claro que la voluntad del Dios de nuestros padres es que perda

mos la vida por nuestra sagrada religión. Tenemos ya ¡a muerte ante

nosotros y sólo nos falta meditar de qué forma debemos abandonar la

vida con mayor dignidad. Si caemos en manos de nuestros enemigos,

nuestra muerte no sólo será horrible sino también deshonrosa. No sólo

nos martirizarán sino que además nos humillarán y deshonrarán. Por

todo ello éste es mi consejo: el Creador nos ha dado la vida, así que

devolvámosla al Creador por nuestra propia mano. Muchos hombres

valientes y comunidades enteras nos han precedido con su ejemplo»**.

El 17 de marzo de 1190, en la noche del Seder, víspera de la Pas

cua, «el gran sábado», el rabino y la mayoría de los miembros de la

comunidad se suicidaron. Los padres mataban a sus mujeres e hijos y

luego se mataban a sí mismos. A la mañana siguiente cuando los asal

tantes abrieron las puertas, un silencio mortal envolvía el palacio. No

quedó ni un alma con vida. Longchamp, el canciller y regente, que ha

bía solicitado ayuda para evitar la catástrofe sin éxito, ordenó que se

hiciera una minuciosa investigación, Fue infructuosa, pues los cabecillas

de la agitación y los cruzados culpables habían desaparecido.

Entre 1189 y 1190 fueron saquedas con inusitada violencia las co

munidades de Londres, Norwich, Burg, Lynn, Dunstable y Stanford, ade

más del suicidio de York. El judaismo de Inglaterra nunca se repuso

completamente de las pérdidas que sufrió. El Occidente cristiano que

había aceptado en un principio a los judíos, y les había dado un lugar

donde vivir y properar se mostraba claramente hostil. Después de la se

gunda Cruzada se formó en la conciencia de los judíos la sensación de

inseguridad crónica.

(Concluirá)

48 Keller. op. di., p. 251.