los privilegios de la vista de octavio paz

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LIBROS LOS PRIVILEGIOS DE LA VISTA DE O CTAVIO P AZ P OR DAMíAN BA Y ÓN l México en la obra de Octavio Paz, tomo III, México, Fondo de Cultura Económica, 1987; 490 pp. C UANDO UN AUTOR recibe el tratamiento editorial que en estos últimos años merece Octavio Paz en México, España y el resto del mundo, no cabe duda de que -en vida- se ha convertido ya en un clásico. Es pues pa- ra mí un honor y un desafío resumir por escrito la opinión que me merecen los textos que componen la recopilación de todo lo que el escritor ha publicado sobre arte mexicano. Desde 1974 en mi libro Aventura plástica de Hispanoamérica (que va ya por la segunda edición) había yo reivin- dicado en México a dos figuras litera- rias que se ocupan de arte en el más alto nivel: Luis Cardoza y Aragón y Oc- tavio Paz, de los que decía (p. 195 de la primera edición): “En fin, queda por úl- timo la rara auis: el escritor -pensador que aventura teorías, defiende causas que considera justas sin dejar por eso de escribir admirablemente. A esa es- pecie pertenecen, en México, Cardoza y Aragón y Octavio Paz. Sí, en mi in- teligencia, en mi sensibilidad, en mi bi- blioteca siempre hay un ‘apartado’ Cardoza y un ‘apartado’ Paz.” No he cambiado de opinión, aun en estos momentos en que me siento es- candalizado ante una situación latinoa- mericana que no se da en Europa ni en los EE.UU.: la de la rivalidad que re- presentan ciertos literatos desaprensi- vos que escriben de arte, frente a los profesionales de la historia y de la crí- tica. La circunstancia es grave y la de- nuncio porque supone un caso de verdadero “ejercicio ilegal” de una fun- ción específica que debería quedar re- servada a los del oficio: ya sean profe- sores o aquellas personas que han he- cho de la historia y la crítica su terreno de acción. Me parece muy peligroso entre nues- tros intelectuales el actual giro que pa- rece privilegiar a los practicantes del fiee lance en el campo específico de la plástica, frente al profesionalismo de los que hemos consumido nuestras vi- das enseñando o escribiendo ensayos y libros sobre el tema. Que nadie olvide que figuras tan ilustres como las de Venturi, Panofsky, Francastel, Argan, Gombrich -por citar algunos de mis favoritos- fueron todos ellos profeso- res universitarios y escribieron ciertas obras clave. El cliché del profesor abu- rrido y académico no es más que eso: un lugar común. Después de haber roto esa lanza, pro- sigo con Octavio Paz. Para insistir en que el caso que acabo de denunciar no es el del gran escritor mexicano: ensa- yista luminoso cuyo libro El arco y la lira aporta -entre otras- una idea re- volucionaria que me es cara: la de que la poesía conquistadora, comenzando quizá con Apollinaire, supone -como una sombra que la acompaña- la equi- valente crítica que debe resultar su exégesis y su justificación. En cuanto a mí, me he permitido siempre extender esta noción al cam- po entero del arte contemporáneo, pos- tulando la necesidad de un cuerpo de doctrina coherente capaz de apoyar las distintas actitudes estéticas y sus re- sultados concretos encarnados en las obras. La presente recopilación ha sido orientada siguiendo el criterio de los “temas”, así como pudo haberlo sido, por ejemplo, según el criterio crono- lógico, mediante el cual se hubiera po- dido explorar las variaciones del ensa- yista sobre ciertos tópicos recurrentes. El método adoptado presenta, en cam- bio, la ventaja de encontrar reunidos textos escritos en diferentes momentos pero centrados todos sobre un núme- ro limitado de argumentos. El Índice general los registra así: “Arte preco- lombino” (agrego yo: con algunas refe- rencias coloniales), “Arte moderno”, “Pintura mural”, “Rufino Tamayo”, “Arte contemporáneo”, para concluir con unos “Tributos” (poemas en prosa o verso) que quizá estén un tanto fuera de lugar en un libro en que, delibera- damente, priman las ideas sobre cual- quier otra consideración. Vayamos por partes: a cada una de esas secciones corresponde un enfoque distinto, según se trate de comenta- rios de circunstancias (presentaciones o prólogos de exposiciones) y de ensa- yos que rehuyendo la actitud global se demoran en el detalle de un artista, una obra o todo un movimiento como el muralismo. Lo que tiene Octavio Paz que decir del arte precolombino se inscribe den- tro de la línea de la comprensión total del problema que quiere ofrecer al lec- tor. Es decir, para nuestro placer este hombre de cultura universal aplica en este caso complejo toda su potencia de síntesis para ofrecernos in nuce una in- terpretación que puede ser justa o equi- Vuelta 144 41 Noviembre de 1988

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Page 1: Los Privilegios de La Vista de Octavio Paz

LIBROSLOS PRIVILEGIOS DE LA VISTA

D E O C T A V I O P A Z

P OR DAMíAN BA Y ÓN

l México en la obra de Octavio Paz, tomo III, México, Fondo de Cultura Económica, 1987; 490 pp.

C U A N D O U N A U T O R recibe e ltratamiento editorial que en estos

últimos años merece Octavio Paz enMéxico, España y el resto del mundo,no cabe duda de que -en vida- se haconvertido ya en un clásico. Es pues pa-ra mí un honor y un desafío resumirpor escrito la opinión que me merecenlos textos que componen la recopilaciónde todo lo que el escritor ha publicadosobre arte mexicano.

Desde 1974 en mi libro Aventuraplástica de Hispanoamérica (que va yapor la segunda edición) había yo reivin-dicado en México a dos figuras litera-rias que se ocupan de arte en el másalto nivel: Luis Cardoza y Aragón y Oc-tavio Paz, de los que decía (p. 195 de laprimera edición): “En fin, queda por úl-timo la rara auis: el escritor -pensadorque aventura teorías, defiende causasque considera justas sin dejar por esode escribir admirablemente. A esa es-pecie pertenecen, en México, Cardozay Aragón y Octavio Paz. Sí, en mi in-teligencia, en mi sensibilidad, en mi bi-blioteca siempre hay un ‘apartado’Cardoza y un ‘apartado’ Paz.”

No he cambiado de opinión, aun enestos momentos en que me siento es-candalizado ante una situación latinoa-mericana que no se da en Europa ni enlos EE.UU.: la de la rivalidad que re-presentan ciertos literatos desaprensi-vos que escriben de arte, frente a losprofesionales de la historia y de la crí-tica. La circunstancia es grave y la de-nuncio porque supone un caso deverdadero “ejercicio ilegal” de una fun-ción específica que debería quedar re-

servada a los del oficio: ya sean profe-sores o aquellas personas que han he-cho de la historia y la crítica su terrenode acción.

Me parece muy peligroso entre nues-tros intelectuales el actual giro que pa-rece privilegiar a los practicantes delfiee lance en el campo específico de laplástica, frente al profesionalismo delos que hemos consumido nuestras vi-das enseñando o escribiendo ensayos ylibros sobre el tema. Que nadie olvideque figuras tan ilustres como las deVenturi, Panofsky, Francastel, Argan,Gombrich -por citar algunos de misfavoritos- fueron todos ellos profeso-res universitarios y escribieron ciertasobras clave. El cliché del profesor abu-rrido y académico no es más que eso:un lugar común.

Después de haber roto esa lanza, pro-sigo con Octavio Paz. Para insistir enque el caso que acabo de denunciar noes el del gran escritor mexicano: ensa-yista luminoso cuyo libro El arco y lalira aporta -entre otras- una idea re-volucionaria que me es cara: la de quela poesía conquistadora, comenzandoquizá con Apollinaire, supone -comouna sombra que la acompaña- la equi-valente crítica que debe resultar suexégesis y su justificación.

En cuanto a mí, me he permitidosiempre extender esta noción al cam-po entero del arte contemporáneo, pos-tulando la necesidad de un cuerpo dedoctrina coherente capaz de apoyar lasdistintas actitudes estéticas y sus re-sultados concretos encarnados en lasobras.

La presente recopilación ha sidoorientada siguiendo el criterio de los“temas”, así como pudo haberlo sido,por ejemplo, según el criterio crono-lógico, mediante el cual se hubiera po-dido explorar las variaciones del ensa-yista sobre ciertos tópicos recurrentes.El método adoptado presenta, en cam-bio, la ventaja de encontrar reunidostextos escritos en diferentes momentospero centrados todos sobre un núme-ro limitado de argumentos. El Índicegeneral los registra así: “Arte preco-lombino” (agrego yo: con algunas refe-rencias coloniales), “Arte moderno”,“Pintura mural”, “Rufino Tamayo”,“Arte contemporáneo”, para concluircon unos “Tributos” (poemas en prosao verso) que quizá estén un tanto fuerade lugar en un libro en que, delibera-damente, priman las ideas sobre cual-quier otra consideración.

Vayamos por partes: a cada una deesas secciones corresponde un enfoquedistinto, según se trate de comenta-rios de circunstancias (presentacioneso prólogos de exposiciones) y de ensa-yos que rehuyendo la actitud global sedemoran en el detalle de un artista,una obra o todo un movimiento comoel muralismo.

Lo que tiene Octavio Paz que decirdel arte precolombino se inscribe den-tro de la línea de la comprensión totaldel problema que quiere ofrecer al lec-tor. Es decir, para nuestro placer estehombre de cultura universal aplica eneste caso complejo toda su potencia desíntesis para ofrecernos in nuce una in-terpretación que puede ser justa o equi-

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D AMIÁN B A Y Ó N

vocada -no soy yo quién para juzgar-la- pero que resulte siempre lúcida, co-herente y -sobre todo- verosímil. Estal la cantidad de pueblos, mitos, ritos,obras y actitudes - desde las artes po-pulares como la cerámica hasta la ar-quitectura y escultura monumenta-les- que sólo una mente como la suyaresulta capaz de redondear las ideasprincipales, jerarquizando al mismotiempo las distintas y heterogéneaspropuestas.

Es el caso de las dos introduccionesal arte mexicano que el autor dedicósucesivamente a una exposición en Ma-drid (1977), así como ya lo había hechoantes para otra más restringida en Pa-ris (1962). Tal vez sea en estos casos ele-vadamente “didácticos” donde O.P.alcance mayor poder de persuación,mediante su inconfundible estilo llenode giros atrevidos, juegos de palabrasy referencias cruzadas. Al menos yo, co-mo historiador, confieso haberme bene-ficiado de esa lección magistral, puestoque la exclusiva frecuentación de losarqueólogos puros (para quienes un“estrato” de la excavación vale tantocomo otro, puesto que la noción estéti-ca no entra casi en juego) suele llevar-me al total desconcierto, ya que mibrújula se orienta tercamente por losvalores trascendentes cuando ellos al-canzan una resonancia atemporal yuniversal.

Las cosas van a cambiar, sin embar-go, cuando la misma mano trace conotra pluma mas cálida el retrato esté-tico-psicológico de un pintor del pue-blo a fines del siglo XIX. He nombradoa Hermenegildo Bustos, milagro localmexicano que, hoy por hoy, nos inte-resa e intriga más que la legión de aca-démicos exangües cuando evocan elAntiguo testamento y la Historia, conmayúscula.

Soberbiamente escrita, toda la pri-mera parte de este ejercicio de estilo seconsagra a la minuciosa descripción deun hombre impar en un medio anodi-no, y hasta ese punto se trata de unverdaero fragmento de antología. Aun-que el impulso inicial parezca fatigar-se un tanto al llegar el momento de lasconclusiones. Por ejemplo, personal-mente no me convence mucho que di-gamos la comparación de los retratosde Bustos con los que ostentan al fren-te los sarcófagos egipcios de Fayún. Enrealidad no hay confrontación posible,cuanto mas una conciencia puramen-te formal y nunca de contenido. Pues-

to que no hay obra de arte absoluta enun empíreo fuera de su espacio y de sutiempo básicos.

Por lo tanto -para mí- las obras deBustos no pueden ser mejores (ni parael caso peores) que las de los anónimosartistas de Fayún. Por eso no estoy deacuerdo cuando O.P. afirma: “Los re-tratos de Fayún pertenecen más a lahistoria de la religión que a la del ar-te”, frase con la que parece desvalori-zarlos. Comprendo sí que las dichasimágenes se repiten o resultan estereo-tipadas como las de los iconos bizanti-nos; no obstante, la emoción estéticame gana, tanto ante los rostros fijos deesos egipcios que me miran por enci-ma de los siglos, como ante las actitu-des, ropas, caras de esos ignoradosprovincianos de México.

Cuando nos acerquemos a lo moder-no, el tono, una vez más cambiará parahacerse más polémico. Con el muralis-mo Octavio Paz ha cumplido, conscien-temente y a lo largo de los años, unafunción de saneamiento de la opiniónpública que él conoce a partir de la quefue experiencia propia. Estoy seguro deque debe haber pasado a través deltiempo por todos los avatares que vande la admiración al hartazgo para ter-minar denunciando -como otros obser-vadores no sólo mexicanos- la insufri-ble tiranía del muralismo cuando, a lamuerte de los grandes, los segundones-gracias a la connivencia del Estado-seguían encontrando paredes vírgenessobre las cuales desahogar su medio-cridad.

Sin apearse de esa ecuanimidad queél mismo se ha impuesto en todo lo queescribe a lo largo de los anos, OctavioPaz trata siempre de clarificar los al-cances del primer muralismo -el único‘movimiento artístico latinoamericanode repercusión universal, agrego yoahora- que triunfó no sólo en Méxicosino también en los EE.UU. Entre susdistintos textos sobre ese complejo epi-sodio, hay uno, “Re/visiones: la pin-tura mural”, (1978), donde en 56 pági-nas del libro se explaya sobre el tema,en una fingida entrevista en que laspreguntas son tan pertinentes comoson aplomadas las respuestas.

No puedo decir hasta qué punto coin-cido con casi todas las opiniones verti-das por el autor en lo que respecta aeste espinoso problema. Como él yotambién prefiero a Orozco sobre Rive-ra, y dentro de la obra de éste últimoconsidero la capilla de Chapingo como

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su aporte más intenso y puro; aunquereconozco haber subestimado la figurade Siqueiros, cuyo personaje públicosiempre me ha irritado. Y fue justa-mente Octavio Paz -dicho sea en suelogio- quien me hizo comprender lacarga de novedad técnica (pintura consoplete, uso del duce y la masonite) yde violencia estética (múltiples puntosde fuga, escorzos exagerados al límite)que aportó ese pintor. Desafíos moder-nos que conocerían una prolongación,por ejemplo, en el aleatorio dripping deJackson Pollock cuando el norteame-ricano, huyendo de toda influenciaeuropea, lleva hasta sus últimas con-secuencias la libertad total que le ha-bía inculcado su maestro mexicano.

Es este del muralismo un apartadodemasiado extenso para tratarlo aquíen pocas líneas. Avanzando ahora enel libro vamos a encontrar aun una ac-titud diferente de las anteriores: lacelebratoria. Todos poseemos -10 sepa-mos o no- en lo más recóndito de nues-tra sensibilidad un espacio disponiblede adhesión y de admiración. Si hayuna obra mexicana que interpela a Oc-tavio Paz, es la de quien indudable-mente representa el mayor artista lati-noamericano actual: Rufino Tamayo.

Ese encuentro “astronómico” de dospotencias equivalentes en fuerza e irra-diación es raro por no decir. extraordi-nario. Y parece afortunado que pese ala diferencia de edad, de formación, dedestino esos dos espíritus se hayan en-contrado y complementado. Lo queO.P. haya podido escribir sobre Tama-yo me parece -de ahora en adelante-un punto obligatorio de referencia.

No puedo caer en lo mismo que elmonje que subrayaba la Imitación deCristo, de Kempis, y se encontró con to-do su ejemplar marcado desde el co-mienzo al fin. Sean estas líneas, pues,sólo una invitación a la lectura de laspáginas que Octavio Paz ha dedicadoal pintor (incluyendo su Tamayo (1958),libro que le está íntegramente consa-grado) a todo aquel que quiera profun-dizar en esa obra plástica y su ejemplarinterpretación.

Prosiguiendo el orden establecido lle-gamos ahora a la sección que versa so-bre arte contemporáneo: vemos aquí alautor en otra actitud -más prospec-tiva-, la del ensayista consciente que,como todos los del oficio, se siente másinseguro en el tembladera1 de lo quese está haciendo en el momento que es-cribe, y añora tal vez el terreno de lo

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LOS PRIVILEGIOS DE LA VISTA

pretérito sobre el que tenemos unaperspectiva histórica ya intelectual-mente trabajada.

Aquí, desde el principio, Octavio Pazquiere defenderse de la acusación quele han hecho algunos de sus compatrio-tas de ser “enemigo de la escuela me-xicana de pintura”. En el primer textode esta parte, “El precio y la significa-ción” (1963), Octavio Paz aprovecha pa-ra integrar en la marcha de los tiemposno ya el muralismo, que había queda-do exhausto de contenidos, sino pre-cisamente la reacción al muralismo,reacción encarnada por Mérida, ReyesFerreira, Lazo, Michel, Frida Kahlo yMaría Izquierdo. En su más puro esti-lo telegráfico el crítico-juez inscribe sudesafío: “¡Los muralistas no tuvierondiscípulos? Tuvieron algo mejor: con-tradictores”.

Al justificarse amplía al mismo tiem-po el círculo de su demostración: Gus-ton, Noguchi, Luisa Nevelson traba-jaron con Siqueiros o con Rivera. Demanera más indirecta, otros pintoresnorteamericanos impulsados por Roo-sevelt empezaron a decorar edificiospúblicos “a la mexicana”. Entre ellos:Gorky, De Kooning, Davis. Hasta lle-ga a encontrar Octavio Paz huellas vi-sibles de Orozco en Tobey, en Kline; enfin, siempre para él, si Milton Avery“vio” a Matisse lo hizo a través de Ri-vera... confieso que me pierdo un tantoen esta reivindicación multidimen-sional.

Más adelante la lección desborda elcampo plástico para invadir franca-mente el literario y así vemos cómo elpuntual cronista -¡hace ya veinticin-co años!- iba incorporando los nom-bres, poco conocidos entonces, dequienes serían sus futuros amigos: dis-cípulos de un profesor sin cátedra... Lascuatro últimas páginas del ensayo nosólo son luminosas sino que resultanpremonitorias: “La noción de valía seconvierte en la del precio. Al juicio delos entendidos, que nunca fue justo pe-ro fue humano, se sustituye ahora laetiqueta: tener éxito. El cliente y el me-cenas antiguo han desaparecido: elcomprador es el público anónimo... Elverdadero amo se llama mercado. Notiene rostro y su marca o tatuaje es elprecio”.

Vienen luego los homenajes detalla-dos, sensibles: a cada artista le corres-ponde una entrañable caracterizacióny, a partir de ella, un no menos inspi-rado elogio: Luis Barragán, WolfgangPaalen, Juan Soriano, Gunther Gerz-so, Pedro Coronel, Alberto Gironella,Manuel Felguérez, José Luis Cuevas,Rodolfo Nieto y muchos otros que, siapenas pasan por sus páginas, no lo ha-cen anónimamente, ya que cada uno estratado como una individualidad de laque este ávido descubridor de talentospodrá un día ocuparse.

¿Me perdonará Octavio Paz si nocomparto -no he compartido nunca-su entusiasmo por las fantasías de Re-

medios Varo y de Leonora Carrington?Sin duda de corazón más duro, yo juz-go -exclusivamente- con base en losvalores plásticos que se me proponen.Entonces no me importa que la obrasea antigua o moderna, abstracta o fi-gurativa, naturalista o surrealista. Meimporta la jerarquía de la aventura enque quieren embarcarme, la posibili-dad de enriquecimiento visual, simbó-lico, espiritual que yo pueda extraer deesa misma aventura.

Todo esto quede dicho fugazmente so-bre lo que despierta en mí el conteni-do de Los privilegios de la vista, unlibro ya indispensable en toda biblio-grafía latinoamericana. En mi entu-siasmo, sin embargo, iba a correr elriesgo de olvidar un imprescindible co-rolario.

¿Por qué lee la gente a O.P.? Porquesiempre tiene cosas inteligentes oarriesgadas que decir, porque la suyaes una mente en perpetua acción y “na-da de lo humano le es ajeno”.

Hay además otra razón mayor, quelos del oficio sabemos que resulta so-berana: porque escribe bien y, a pesarde la riqueza de su inconfundible pro-sa, el pensamiento que quiere transmi-tir queda clara, tersamente expresado.Secomprende, en fin, que la conjunciónde las ideas originales y su transcrip-ción en un estilo nunca rebuscado niinútilmente oscuro, constituyan su me-jor pasaporte para la fama.

CRÓNICA DE NARRATIVA

LA RESTAURACIÓN DE LA UTOPÍA

P OR CHRISTOPHER D O M í N G U E Z M IC H A E L

l Leonardo Da Jandra, Entrecrurarnientos, Joaquín Mortiz. México, 1986, 321 pp.

l Leonardo Da Jandra, Entrecruzarnientos. II, Joaquín Mortiz, México, 1988, 369 pp.

L A APARICIÓN DE las dos pri- pereza de los reseñistas de cara a las herente de las virtudes del escritor y lameras novelas del ciclo Entrecruza- obras que superan la temperatura am- manera poco soportable en que éstas se

mientos -pues se anuncia una tercera biente de nuestra narrativa. Es claro manifiestan. Una extravagante multi-y última parte- ha sido recibida por que Leonardo Da Jandra (Pichucalco, plicación parece la única alternativauna indiferencia casi generalizada en- Chiapas, 1951) es un escritor que pro- que Da Jandra concede a sus críticos.tre la crítica mexicana. En este caso las voca una reacción contradictoria, pues Los libros de Leonardo Da Jandrarazones van más allá de la habitual no parece fácil realizar una suma CO- forman parte, grosso modo, de esa res-

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