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PRIMERA PARTE 1135-1136

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  • PRIMERA PARTE

    1135-1136

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    CAPTULO I

    1

    Tom estaba construyendo una casa en un gran valle, alpie de la empinada ladera de una colina y junto a un bur-bujeante y lmpido arroyo.

    Los muros alcanzaban un metro de altura y seguansubiendo rpidamente. Los dos albailes que Tom habacontratado trabajaban sin prisa aunque sin pausa de sol asol, con sus paletas, mientras el pen que los acompaabasudaba bajo el peso de los grandes bloques de piedra.Alfred, el hijo de Tom, estaba mezclando argamasa, can-tando en voz alta al tiempo que arrojaba paletadas de are-na en un piln. Junto a Tom haba tambin un carpintero,que en su banco de trabajo tallaba cuidadosamente un tro-zo de abedul con una azuela.

    Alfred tena catorce aos y era alto como Tom. stesuperaba en una cabeza a la mayora de los hombres yAlfred slo meda unos cinco centmetros menos y seguacreciendo. Fsicamente tambin eran parecidos. Ambostenan el pelo castao claro y los ojos verdosos con motascolor marrn. La gente deca que los dos eran bien pare-cidos. Lo que ms los diferenciaba era la barba. La de Tomera castaa y rizada, mientras que Alfred slo poda pre-sumir de una hermosa pelusa rubia. Tom recordaba concario que haba habido un tiempo en que su hijo tena elpelo de ese mismo color. Ahora Alfred estaba convirtin-

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    dose en un hombre, y Tom hubiera deseado que se toma-ra algo ms de inters por el trabajo, porque an tenamucho que aprender para ser albail como su padre. Perohasta el momento los principios de la construccin sloparecan aburrir y confundir al muchacho.

    Cuando la casa estuviera terminada sera la ms lujo-sa en muchos kilmetros a la redonda. La planta baja seutilizara como almacn, y su techo abovedado evitara elpeligro de incendio. La gran sala, que en realidad era dondela gente haca su vida, estara encima y se accedera a ellapor una escalera exterior. La altura hara que resultasedifcil atacar la casa y en cambio muy fcil defenderla.Adosada al muro de la sala habra una chimenea que expul-sara el humo del hogar. Se trataba de una innovacin im-presionante. Tom slo haba visto una casa con chimenea,pero le haba parecido una idea tan excelente que de inme-diato se sinti dispuesto a copiarla. En un extremo de lacasa, encima de la sala, habra un pequeo dormitorio,porque eso era lo que ahora exigan las hijas de los condes,demasiado delicadas para dormir en la sala con los hom-bres, las mozas de la servidumbre y los perros de caza. Lacocina la construira aparte, pues ms tarde o ms tempra-no todas se incendiaban y el nico remedio era que estu-viesen alejadas y conformarse con que la comida llegaratibia a la mesa.

    Tom estaba haciendo la puerta de entrada. Las jambasdeban ser redondas para que diesen la impresin de co-lumnas, un toque de distincin para los nobles recincasados que habitaran la casa. Sin apartar la vista de laplantilla de madera modelada, Tom coloc su cincel en po-sicin oblicua contra la piedra y lo golpe suavemente conel gran martillo de madera. De la superficie se desprendie-ron unos pequeos fragmentos. Repiti la operacin. Lasuperficie estaba quedando tan redondeada y lisa como lade una catedral.

    En otro tiempo Tom haba trabajado precisamente enuna catedral, la de Exeter. Al principio lo hizo como si setratara de un trabajo ms, y se sinti molesto y resentido

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    cuando el maestro constructor le advirti que su trabajo nose ajustaba del todo a las exigencias requeridas, ya que ltena el convencimiento de que era bastante ms cuidado-so que la mayora de los albailes. Sin embargo, prontocomprendi que no bastaba que los muros de una catedralestuvieran bien construidos. Tenan que ser perfectos,porque una catedral era para Dios y tambin porque sien-do un edificio tan grande la ms leve inclinacin de losmuros, la ms insignificante variacin en el nivel podadebilitar la estructura de forma fatal. El resentimiento deTom se transform en fascinacin. La combinacin deun edificio enormemente ambicioso con la ms estrictaatencin al ms nfimo detalle, le abri los ojos a la mara-villa de su oficio. Del maestro de Exeter aprendi lo im-portante de la proporcin, el simbolismo de diversos n-meros y las frmulas casi mgicas para lograr el grosorexacto de un muro o el ngulo de un peldao en una esca-lera de caracol. Todas esas cosas le cautivaban. Y quedverdaderamente sorprendido al enterarse de que muchosalbailes las encontraban incomprensibles.

    Al cabo de un tiempo se haba convertido en la manoderecha del maestro constructor, y fue entonces cuandoempez a darse cuenta de las limitaciones del maestro. Elhombre era un gran artesano, pero un organizador incom-petente. Se encontraba absolutamente desconcertado anteproblemas tales como el modo de conseguir la cantidad depiedra exacta para no romper el ritmo de los albailes, elasegurarse de que el herrero hiciera un nmero suficientede herramientas tiles, el quemar cal y acarrear arena paraquienes hacan la argamasa, el talar rboles para los carpin-teros y recaudar el suficiente dinero del cabildo de la ca-tedral para pagar por todo ello.

    De haber permanecido en Exeter hasta la muerte delmaestro constructor, era posible que hubiera llegado areemplazarlo en su puesto, pero el cabildo se qued sin di-nero, en parte a causa de la mala administracin de aqul,y los artesanos debieron irse a otra parte en busca de tra-bajo. El gobernador de Exeter le ofreci el puesto de cons-

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    tructor, para reparar y mejorar las fortificaciones de la ciu-dad. Sera un trabajo para toda la vida, salvo imprevistos,pero Tom lo rechaz porque quera participar en la cons-truccin de otra catedral.

    Agnes, su mujer, jams comprendi esa decisin. Po-dan haber tenido una buena casa de piedra, criados y es-tablos, y todas las noches habra carne sobre la mesa a lahora de la cena. Jams perdon a Tom que rechazara aqueltrabajo. No atinaba a comprender aquel terrible deseo porconstruir una catedral, provocado por la sorprendentecomplejidad de la organizacin, el desafo intelectual de losclculos, la imponente belleza y grandiosidad del edificioacabado. Una vez que Tom hubo paladeado ese vino, nun-ca ms pudo satisfacerle otro inferior.

    Desde entonces haban pasado diez aos y jams ha-ban permanecido por mucho tiempo en un mismo sitio.Tanto proyectaba una nueva sala capitular para un monas-terio como trabajaba uno o dos aos en un castillo o cons-trua una casa en la ciudad para algn rico mercader. Perotan pronto como ahorraba algn dinero se pona en mar-cha con su mujer y sus hijos en busca de otra catedral.

    Alz la vista que mantena fija en el banco y vio aAgnes en el linde del solar, con un cesto de comida en unamano y sujetando con la otra un gran cntaro que llevabaapoyado en la cadera. Era medioda. Tom la mir con ca-rio. Nadie dira nunca de ella que era bonita, pero surostro rebosaba fortaleza. Posea una frente ancha, grandesojos pardos, nariz recta y una mandbula vigorosa. Lleva-ba el cabello, oscuro y recio, recogido en la nuca. Era elalma gemela de Tom.

    Sirvi la cerveza para Tom y Alfred. Los tres perma-necieron all por un instante, bebiendo cerveza en tazas demadera. Y entonces, de entre los trigales, apareci saltan-do el cuarto miembro de la familia, Martha, bonita comoun narciso, pero un narciso al que le faltara un ptalo,porque tena un hueco entre los dientes de leche. Corrihacia Tom, le bes la polvorienta barba y le pidi un pe-queo sorbo de cerveza. l abraz su cuerpecillo huesudo.

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    No bebas mucho o te caers en una acequia le advir-ti. La nia avanz en crculo tambalendose, simulandoestar bebida.

    Todos se sentaron sobre un montn de lea. Agnes letendi a Tom un pedazo de pan de trigo, una gruesa taja-da de tocino hervido y una cebolla pequea. Tom dio unbocado al tocino y empez a pelar la cebolla. Despus deasegurarse de que sus hijos comieran, Agnes comenz adar cuenta de su racin. Tal vez fue una irresponsabilidadrechazar aquel aburrido trabajo en Exeter e irme en bus-ca de una catedral que construir, se dijo Tom, pero siem-pre he sido capaz de alimentarlos a todos pese a mi teme-ridad.

    Del bolsillo delantero de su mandil sac un cuchillo,cort un trozo de cebolla y lo comi con un bocado depan. Palade el sabor dulce y picante a la vez.

    Vuelvo a estar preada anunci Agnes.Tom dej de masticar y la mir fijamente. Sinti un es-

    calofro de placer. Una sonrisa de azoramiento se dibuj ensu rostro, y no supo qu decir.

    Es sorprendente, no? aadi ella, ruborizndose.Tom la abraz.Bueno, bueno dijo sin dejar de sonrer. Otro beb

    para tirarme de la barba. Y yo que pensaba que el prxi-mo sera el de Alfred!

    No te las prometas tan felices todava le advirtiAgnes. Trae mala suerte nombrar a un nio antes de quenazca.

    Tom hizo un gesto de asentimiento. Agnes haba teni-do varios abortos, un nio que haba nacido muerto y otrachiquilla, Matilda, que slo haba vivido dos aos.

    Me gustara que fuera un nio, ahora que Alfred yaes mayor. Para cundo ser?

    Despus de Navidad.Tom empez a hacer clculos. La estructura de la casa

    estara acabada cuando llegasen las primeras heladas, yentonces habra que cubrir con paja toda la obra de piedrapara protegerla durante el invierno. Los albailes pasaran

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    los meses de fro cortando piedras para las ventanas y b-vedas, los marcos de las puertas y la chimenea, mientrasque el carpintero hara las tablas para el suelo, las puertasy las ventanas, y Tom se encargara del andamiaje para eltrabajo en la parte alta y pondran el tejado. Aquel traba-jo dara de comer a la familia hasta Pentecosts, y para en-tonces el beb tendra ya seis meses. Luego se pondran denuevo en marcha.

    Bueno dijo l, contento. Todo ir bien. Dio otrobocado a la cebolla.

    Soy demasiado vieja para seguir pariendo hijos sequej Agnes. ste tiene que ser el ltimo.

    Tom permaneci pensativo. No estaba seguro de cun-tos aos tena su esposa, pero muchas mujeres concebanhijos en esa poca de su vida, aunque era cierto que sufranms a medida que se hacan mayores y que los nios noeran tan fuertes. Sin duda, Agnes estaba en lo cierto, perocmo asegurarse de que no volvera a concebir? De inme-diato comprendi cmo poda evitarse, y su buen humordesapareci.

    Quiz consiga encontrar un buen trabajo en una ciu-dad dijo, intentando contentarla. Una catedral o un pa-lacio. Y entonces podremos tener una gran casa con sue-los de madera y una sirvienta para ayudarte con el beb.

    Es posible repuso ella con escepticismo, y sus faccio-nes se endurecieron. No le gustaba or hablar de catedra-les. Si Tom nunca hubiera trabajado en una, deca su cara,en aquellos momentos ella podra estar viviendo en unacasa de la ciudad, con dinero ahorrado y oculto bajo lachimenea y sin la menor preocupacin.

    Tom apart la mirada y dio otro mordisco al tocino.Tenan algo que celebrar, pero estaban en desacuerdo. Sesenta decepcionado. Sigui masticando durante un rato yluego oy los cascos de un caballo. Lade la cabeza paraescuchar mejor. El jinete se acercaba a travs de los r-boles desde el camino cogiendo un atajo y evitando elpueblo.

    Al cabo de un instante apareci un muchacho monta-

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    do en un poni. Pareca un escudero, una especie de apren-diz de caballero.

    Tu seor viene de camino anunci, apendose.Te refieres a lord Percy? Tom se puso de pie. Percy

    Hamleigh era uno de los hombres ms importantes delpas. Posea aquel valle y otros muchos, y era quien paga-ba la construccin de la casa.

    A su hijo puntualiz el escudero.El joven William. Era el hijo de Percy y quien haba

    de ocupar aquella casa despus de su matrimonio. Estabaprometido a lady Aliena, la hija del conde de Shiring.

    El mismo. El escudero asinti. Y est furioso.A Tom se le cay el mundo encima. En las mejores

    condiciones era difcil tratar con el propietario de una casaen construccin, pero con un propietario enfurecido resul-taba prcticamente imposible.

    Por qu est furioso?Su novia lo ha rechazado.La hija del conde? pregunt Tom, sorprendido. Le

    asalt el temor. Haca un momento que haba estado pen-sando en lo seguro que se presentaba el futuro. Pens quetodo estaba ya decidido.

    Eso creamos todos salvo, al parecer, lady Alienarespondi el escudero. Nada ms conocerlo declar queno se casara con l ni por todo el oro del mundo.

    Tom frunci el entrecejo, preocupado. Se negaba aadmitir que aquello fuera verdad.

    Pero creo recordar que el muchacho no es mal pare-cido.

    Como si eso importara en su posicin intervinoAgnes. Si se dejara a las hijas de los condes casarse conquienes quisieran, todos estaramos gobernados por jugla-res ambulantes o proscritos de ojos oscuros.

    Quiz la joven cambie de opinin musit Tom,esperanzado.

    Lo har si su madre la sacude con una buena vara deabedul dijo Agnes.

    Su madre ha muerto inform el escudero.

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    Agnes hizo un gesto de asentimiento.Eso explica el que no conozca la realidad de la vida;

    pero no veo por qu su padre no puede obligarla.Al parecer, en cierta ocasin hizo la promesa de que

    jams la obligara a casarse con alguien a quien aborrecie-ra les aclar el escudero.

    Una promesa necia coment Tom con irritacin.Cmo era posible que un hombre poderoso aceptara sinms el capricho de una muchacha? Su matrimonio podrainfluir en alianzas militares, finanzas baroniales, inclusoen la construccin de aquella casa.

    Tiene un hermano dijo el escudero, de manera queno es tan importante con quin pueda casarse ella.

    Aun asY el conde es un hombre inflexible prosigui el mu-

    chacho. No faltar a una promesa, ni siquiera a la quehaya hecho a una nia. Se encogi de hombros. Al me-nos eso es lo que dicen.

    Tom se qued mirando los bajos muros de piedra dela casa en construccin. Advirti con inquietud que toda-va no haba ahorrado el dinero suficiente para mantenera su familia durante el invierno.

    Tal vez el muchacho encuentre otra novia con la quecompartir esta casa. Tiene todo el condado para escoger.

    Por Dios! Creo que ah est anunci Alfred con suvoz quebrada de adolescente.

    Siguiendo su mirada, todos dirigieron la vista hacia elotro extremo del campo. Desde el pueblo llegaba un caba-llo a galope, levantando una nube de polvo por el sende-ro. La exclamacin de Alfred haba sido provocada tantopor el tamao como por la velocidad del caballo. Era enor-me. Tom ya haba visto animales como aqul, pero tal vezno fuera se el caso de Alfred. Se trataba de un caballo debatalla, tan alto de cruz que alcanzaba la barbilla de unhombre, y de anchura proporcional. En Inglaterra no secriaban semejantes caballos de guerra sino que procedande ultramar y eran extraordinariamente caros.

    Tom meti lo que le quedaba del pan en el bolsillo de

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    su mandil y luego, entornando los ojos para protegerse delsol, mir a travs del campo. El caballo tena las orejasamusgadas y los ollares palpitantes, pero a Tom le parecique llevaba la cabeza bien levantada, prueba de que ansegua bajo control. El jinete, seguro de s mismo, se echhacia atrs al acercarse, tirando de las riendas, y el animalpareci reducir algo la marcha. Tom poda sentir ya el re-doble de sus cascos en el suelo. Ech una mirada en derre-dor buscando a Martha, para recogerla y evitar que pudie-ran hacerle dao. A Agnes tambin se le haba ocurrido lamisma idea, pero no se vea a Martha por ninguna parte.

    En los trigales dijo Agnes. Tom, que ya haba pen-sado en ello, corra hacia el linde del campo. Escudrientre el ondulante trigo, con temor, pero no vio a la nia.

    Lo nico que se le ocurri fue intentar que el caballoredujera la marcha. Sali al sendero y empez a caminarhacia el corcel que avanzaba, agitando los brazos. El ani-mal lo vio, alz la cabeza y redujo la velocidad de maneraperceptible. Sin embargo, y ante el horror de Tom, el jinetelo espole.

    Maldito loco! exclam Tom aun cuando el jinete nopudo orle.

    Y entonces fue cuando Martha sali de los trigalesy avanz hacia el sendero slo unos metros por delantede Tom.

    Por un instante Tom qued petrificado por el pnico.Luego ech a correr hacia su hija, gritando y agitando losbrazos. Pero aqul era un caballo de guerra adiestrado paracargar contra hordas vociferantes y no se inmut. Marthapermaneca en medio del angosto sendero, mirando comohipnotizada el enorme animal que se le vena encima. Porun instante Tom comprendi con desesperacin que nollegara hasta su hija antes que el caballo. Se hizo a un lado,rozando con un brazo el trigo alto, y en el ltimo instan-te el caballo se desvi hacia el otro lado. El estribo del ji-nete roz el hermoso pelo de Martha. Uno de los cascoshizo un profundo hoyo en la tierra junto al pie descalzo dela nia. Luego, el caballo se alej de ellos, cubriendo a

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    ambos de tierra y polvo. Tom abraz a la nia con fuerzacontra su pecho.

    Permaneci un momento inmvil jadeando aliviado,con las piernas y los brazos temblorosos y un nudo en elestmago. Pero de inmediato se sinti invadido por la iraante la incalificable temeridad de aquel estpido jinete.Levant furioso la mirada. Lord William estaba refrenandosu montura. El caballo se desvi para evitar el edificio enconstruccin. Sacudi violentamente la cabeza y se puso demanos, pero William permaneci firme. Le hizo ir a mediogalope y, luego al trote, formando un amplio crculo.

    Martha estaba llorando. Tom se la dio a Agnes y espe-r a William. El joven lord era un muchacho alto y corpu-lento, de unos veinte aos, pelo rubio y ojos tan rasgadosque daba la impresin de tenerlos entornados por el sol.Vesta una tnica corta y negra con unas calzas negras yzapatos de cuero con correas que se entrecruzaban hastalas rodillas. Se mantena erguido sobre el caballo y no pa-reca en modo alguno afectado por lo ocurrido. Ese est-pido ni siquiera sabe lo que ha hecho, pens Tom conamargura. Me gustara retorcerle el pescuezo.

    William detuvo el caballo ante el montn de lea y, di-rigindose a la familia de constructores, pregunt:

    Quin est a cargo de esto?Tom senta deseos de decirle: Si hubieras hecho dao

    a mi pequea te habra matado, pero dominando a duraspenas la ira, se acerc al caballo y lo sujet por la brida.

    Soy el maestro constructor repuso lacnico. Mellamo Tom.

    Esta casa ya no se necesita dijo William. Despide atus hombres.

    Aquello era lo que Tom haba temido, pero an tenala esperanza de que William estuviera actuando impelidopor su enfado y de que lograra persuadirlo para que cam-biara de opinin. Hizo un esfuerzo para hablar con tonocordial y razonable.

    Se ha trabajado mucho dijo. Por qu dilapidar loque habis gastado? Algn da necesitaris la casa.

  • 41

    No me expliques cmo tengo que manejar mis asun-tos, Tom Builder replic William. Estis todos despedi-dos. Sacudi una rienda, pero Tom segua sujetando labrida. Suelta esa rienda aadi con tono amenazador.

    Tom trag saliva. En un instante William hara levan-tar la cabeza al caballo. Tom se meti la mano en el bolsi-llo del mandil y sac el trozo de pan que le haba sobradode la comida. Se lo tendi al caballo, que baj la cabeza ylo tom entre los dientes.

    Debo agregar algo antes de que os vayis, mi seordijo con tono tranquilo.

    Suelta el caballo o te cortar la cabeza.Tom lo mir directamente a los ojos tratando de ocul-

    tar su miedo. l era ms corpulento que William, pero depoco le servira si el joven lord sacaba su espada.

    Haz lo que te dice el seor musit Agnes, temerosa.Se produjo un silencio mortal. Los dems trabajadores

    permanecan inmviles, observando. Tom saba que lo pru-dente era ceder, pero William haba estado a punto de pisotearcon su caballo a su pequea, y ello lo haba puesto furioso.

    Tenis que pagarnos dijo con el corazn desbocado.William tir de las riendas, pero Tom sigui sujetn-

    dolas con firmeza mientras el caballo hurgaba con el ho-cico en el bolsillo del mandil de Tom en busca de mscomida.

    Dirigos a mi padre para cobrar lo que se os debe!exclam William, furioso.

    As lo haremos, mi seor. Os estamos muy agradeci-dos dijo el carpintero con voz aterrada.

    Maldito cobarde!, pens Tom, aunque l mismo esta-ba temblando.

    Si queris despedirnos tenis que pagarnos de acuer-do con la costumbre se forz a decir pese a todo. La casade vuestro padre est a dos das de viaje, y para cuandolleguemos es posible que l ya no se encuentre all.

    Muchos hombres han muerto por menos que estole advirti William, que tena las mejillas enrojecidas porla ira.

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    Con el rabillo del ojo Tom vio al joven lord llevar lamano sobre la empuadura de su espada. Saba que haballegado el momento de ceder y presentar excusas, peroestaba enfadado, a pesar del miedo que senta no se resig-naba a soltar las bridas.

    Pagadnos primero y luego matadme dijo con teme-ridad. Tal vez os cuelguen o tal vez no, pero ms tarde oms temprano moriris, y entonces yo estar en el cielo yvos en el infierno.

    William palideci y su sonrisa de desprecio se convirtien una mueca. Tom estaba sorprendido. Qu era lo quehaba asustado al muchacho? Con toda seguridad no habasido la mencin del ahorcamiento. En realidad no era nadaprobable que ahorcaran a un lord por la muerte de un arte-sano. Acaso le aterraba el infierno?

    Por unos breves instantes permanecieron mirndose fi-jamente. Tom observ con asombro y alivio cmo la ex-presin de furia y desdn de William daba paso a otra deansiedad y terror. Finalmente, William cogi una bolsade cuero que llevaba en el cinturn y se la arroj.

    Pgales le dijo.Tom tent su suerte y sigui sin soltar las riendas

    cuando William tir de stas y el caballo alz la cabeza yavanz de lado.

    La costumbre es que cuando se despide a un artesanohay que pagar una semana completa de salario dijo. De-trs de l oy a Agnes dar un resoplido, y supo que loconsideraba un loco por prolongar aquel enfrentamiento,pero pese a ello continu, impasible: De manera que se-rn seis peniques para el pen, doce para el carpintero ycada uno de los albailes y veinticuatro para m. En total,sesenta y seis peniques.

    No conoca a nadie que fuera capaz de sumar peniquescon tanta rapidez como l.

    El escudero miraba a su amo con gesto interrogativo.Muy bien dijo William, airado.Tom solt las riendas y dio un paso atrs.William oblig al caballo a volverse espolendolo con

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    fuerza, y avanz desde el sendero a travs de los trigales.De repente, Tom se dej caer sobre el montn de lea.

    Se preguntaba qu demonios le haba pasado. Haba sidouna locura desafiar de aquella manera a lord William. Seconsideraba afortunado de estar con vida.

    El resonar de los cascos del corcel de William fue per-dindose en la lejana. Tom vaci la bolsa sobre una tablay sinti una oleada de triunfo mientras escuchaba el tinti-neo de los peniques de plata al caer bajo la luz del sol.Haba sido una locura, pero dio resultado. Haba logradoun pago justo tanto para l como para los hombres que tra-bajaban a sus rdenes.

    Incluso los seores han de actuar segn las costum-bres susurr casi para s.

    Confiemos en que nunca tengas que pedir trabajo alord William dijo Agnes.

    Tom la mir y sonri. Era perfectamente consciente deque el mal humor de su esposa se deba a que haba pasa-do mucho miedo.

    No frunzas tanto el entrecejo o cuando nazca el nioslo tendrs leche agria en los pechos.

    No podremos comer a menos que encuentres traba-jo para el invierno.

    An falta mucho para que llegue el invierno repu-so Tom.

    2

    Pasaron el verano en el pueblo. Ms adelante conside-raran la decisin terriblemente equivocada, pero en aquelmomento les pareci la ms acertada, porque tanto Tomcomo Agnes y Alfred podan ganarse un penique diariocada uno trabajando en los campos durante la cosecha.Cuando al llegar el otoo se pusieron en marcha, poseanuna pesada bolsa llena de peniques de plata y un cerdo biencebado.

    La primera noche la pasaron en el porche de la iglesia