los deslices etnicos del oscar cine premios e identidades - mauricio sanchez alvarez
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Los deslices étnicos del óscar: cine, premios e identidades
Los deslices étnicos del óscar:cine, premios e identidades
RESEÑADO POR MAURICIO SÁNCHEZ ÁLVAREZ
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Los premios siempre tienen algo dearbitrario, y cuando se trata de losóscares hollywoodenses tambiénun tinte superfluo. Después de todo,¿qué seriedad merece una acade-mia cinematográfica que no hayareconocido la labor de directorescomo Stanley Kubrick, Robert Alt-man, Alfred Hitchcock y MartinScorsese? (Bueno, para el caso, algosemejante puede decirse de la Aca-demia de Letras Sueca que nuncagalardonó con el Nobel a Borges, nia Kafka ni a Proust, ni a Joyce ni aYourcenar.) De modo que aquí nome ocuparé de la idoneidad del ós-car, sino de algunos posibles signi-ficados que, desde mi punto de vis-ta, subyacen al premio en su ediciónmás reciente, y que están relaciona-dos con situaciones de carácterétnico.
Para empezar, quisiera remon-tarme a la entrega anterior, a la delaño 2002. Me llamó la atención quelos premios de actuación protagó-nica (llamados al “mejor actor” y ala “mejor actriz”) y el llamado óscarhonorario (que se entrega por tra-yectoria) fueron otorgados a afroa-mericanos, respectivamente, DenzelWashington, Halle Berry y SidneyPoitier. Vi las actuaciones de los pri-meros dos, y en verdad no las sentímemorables. Peor aún, si las consi-deramos como expresiones arque-típicas (o sea de roles sociales),
ambas eran un poco denigrantes.Washington hizo de policía torpe-mente corrupto (violento y chan-tajista), y Berry de ama de casa,deprimida y seductora. Y no soy elúnico en pensar así. En una entre-vista de la revista Newsweek conla actriz Angela Basset, ella revelóque precisamente por eso había des-cartado el papel que posteriormenteaceptaría Berry.
Pero, dejando de lado si lo me-recían o no, creo que se pueden des-prender algunos significados iden-titarios, para la sociedad estadouni-dense, de la adscripción étnica deambos, algo que subrayó, por cier-to, el premio a Poitier, quien ejerceun poder carismático sobre el pú-blico de ese país. Se considera quePoitier fue el primero en romper lasbarreras interraciales en el cine endos sentidos: interpretando pape-les protagónicos, con lo que logróel “sueño estadounidense” (esto es,ser exitoso, próspero y aceptado,con lo que se consigue, luchando,el estado de igualdad social); y, através de esos papeles, cuestionandode diversas maneras la situación delas relaciones raciales en la socie-dad norteamericana del siglo XX.En los años cincuenta encarnó alreo prófugo, compañero de TonyCurtis, en The defiant ones de Stan-ley Kramer. Y en los años sesentarepresentó al único amigo de una
chica blanca ciega en A patch ofblue, el prospecto de marido de otrachica blanca en Adivina quién vienea cenar, y el policía perspicaz queresuelve un crimen en pleno sur enAl calor de la noche. De esta manera,Hollywood premiaba a un auténticopionero. Gracias a Poitier, supues-tamente, vinieron los Eddie Murphy,los Spike Lee, y las Angela Bassett.
Si bien tener distintas lógicas(comerciales, cosméticas y demás)subyace a los óscares, creo que enel caso de estos tres, Hollywoodtrató de llegar a términos con unode los sectores estratégicos de la so-ciedad estadounidense en un mo-mento crucial para el país. Unoscuantos meses antes había ocurri-do el atentado contra el Centro Mun-dial del Comercio en Nueva York(no hay que olvidar que la pre-miación de los óscares de 2002 laabrió Woody Allen, quien no acos-tumbraba asistir a la ceremonia).Me parece muy plausible, entonces,que una de las razones por las quese premió a estos tres actores, fuerapara mandar una señal acerca dela importancia de la unidad y la co-hesión interna del país, en el quehay muchos negros musulmanes(uno de los cuales, Cassius Clay, senegó, décadas atrás a servir al paíscomo soldado en Vietnam).
Aunque este año se regresó a lohabitual, premiando a actores cau-cásicos (Adrien Brody y Nicole Kid-man), se pudo advertir nuevamenteun sesgo étnico en los galardones.Me refiero particularmente a doscintas: El pianista (mejor actor,mejor director, mejor guión original)y En un lugar de África (mejor pe-lícula extranjera). Ambas son his-torias acerca de judíos en la Segun-da Guerra Mundial, y la segunda,además, incorpora el tema de las re-laciones entre europeos y africanos.
Creo que uno de los mitos defi-nitivos de nuestra época es la te-rrible persecución y posterior rei-vindicación de este pueblo, históri-
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Reseña
camente decisivo para Occidente(aquí no me referiré a la espantosatensión árabe-israelí, que es otroasunto). Debe haber cientos de pe-lículas y miles de trabajos que re-saltan esta situación, de modo quetambién debe haber pocas perso-nas que no sepan identificarlo, yjunto con algunos de sus símbolosmás reveladores, como la svásticanazi, de un lado, y la estrella de Da-vid por el otro. Y siempre está claroquién es el victimario y quién suvíctima (aunque los checos –bueno,los eslavos son distintos– mostra-ron en Mi querido enemigo una co-media de hace unos tres años ypostulada al premio de mejor pelí-cula extranjera, cuán relativo pue-de ser todo aquello, cuando se mez-clan las lealtades y los líos de faldas).
La negritud, pese a la opresiónde siglos en el Nuevo Mundo, parecehaber tenido una trayectoria distin-ta. Muy al estilo de su música gos-pel parece haber renacido de lascenizas de la humillación y de la ca-ricaturización boba (con la queingresó al cine). Proclamando supropia belleza (black is beautiful) alpromediar el siglo XX, es un caso degestación de orgullo, quizá de losprimeros entre los movimientos con-temporáneos (lo cual Poitier tam-bién encarna). Sin embargo, la ne-gritud que se reconoce en En unlugar de África no es ésa sino la pri-migenia: aquella que aún creemos(si hemos de creerle a nuestrospropios mitos) que subsiste en al-guna parte, intocada, libre, simple,ya no salvaje sino silvestre. Un re-conocimiento a los orígenes, y a suencuentro con una contempora-neidad conflictiva: el colonialismoeuropeo, la Segunda Guerra Mun-dial y el exilio de los judíos.
Me parece notable que RomanPolanski, un sobreviviente del guetode Varsovia, haya logrado en El pia-nista un retrato tan vital y gene-roso de lo que es, precisamente,sobrevivir. Quiero decir que hubie-ra podido realizar algo más renco-roso y lacerante (como su Macbeth,que realizó después del horrible ase-sinato de su esposa, Sharon Tate,a manos del diabólico grupo deCharles Manson a finales de losaños sesenta). Pero no. Optó poruna visión más fraternal y cálida (alresaltar un lazo de amistad entreun judío y un oficial alemán, y po-lacos católicos) y más crítica (almostrar que en el gueto hubo judíostanto heroicos como traidores). Ycon razón, la película acaparó nu-merosos premios a lo largo de 2002,empezando por la Palma de Oro enCannes y terminando con los cé-sares franceses y tres óscares. Setrata, en última instancia, no de unseñalamiento sino de una reflexiónacerca de lo cruento y fútil que re-sulta el conflicto humano en esaescala. No me extraña que los eu-ropeos se hayan opuesto mayori-tariamente a la intervención bélicade los Estados Unidos en Irak. A di-ferencia de su contraparte atlán-tica, ellos saben lo que es una gue-rra en su propio territorio; entiendenqué es destrucción y, sobre todo,fraticidio (un cantautor de nuestrotiempo, Sting, escribió “no hay talcosa como una guerra que sea ga-nable”).
Como su nombre parece indicarEn algún lugar de África transcurrelejos, por suerte, de la Europa enguerra. Más bien muestra el en-cuentro, nada fácil, entre una fami-lia de judíos alemanes inmigrantesa una colonia británica y toda una
gama de etnias europeas y africa-nas: británicos (muchos), alemanes(bastante menos) y, por supuesto,los grupos locales. Narrada prácti-camente a través de los ojos de unaniña (que crece allá) y su madre, lacinta le da profundidad al entendi-miento y la ayuda mutuas, al afectoque trasciende cualquier barrera,y le pone rienda corta a todos losconflictos (sexuales, raciales, nacio-nales) que pueden suscitarse. Unade las escenas finales, en que dosseres anónimos, de razas distin-tas, se toman de la mano por primeray única vez, lo dice casi todo. Al evi-tar la fácil polarización entre blan-cos y negros, más bien se resaltanlas diferencias entre los mismos eu-ropeos: el judío, errante y nostálgi-co; el inglés, colono y pedante; y elescocés, súbdito de este último y so-carrón. Lo africano se ve como pocasveces en la pantalla grande: ros-tros hermosísimos, dotados de hu-mor y con un profundo sentido ri-tual. Es, en efecto, un mundo aparte.
Volviendo al óscar, si esta inter-pretación es válida, en 2003 Holly-wood se decidió de nuevo por esasdos etnias que tanto parecen pesar-le a los Estados Unidos: los hijos deAbraham, y los nietos de sus anti-guos esclavos (pero vistos de lejos).Muy posiblemente lo hizo en sonde paz (de hecho, las numerosasexpresiones en favor de ésta duran-te la ceremonia fueron muy revela-doras). Es una peculiar, pero intere-sante, manera de compensar undifícil balance histórico. ¿Cuántotiempo habrá de pasar para que laindustria mitológica considere quelo indio o lo árabe (por sólo nom-brar a dos) son indispensables?
Mientras tanto, quizá valdría lapena ponerse a trabajar en ello.