libro proporcionado por el equipodescargar.lelibros.online/thomas mann/la montana magica...

739

Upload: haanh

Post on 15-Oct-2018

231 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

  • Libro proporcionado por el equipo

    Le Libros

    Visite nuestro sitio y descarga esto y otros miles de libros

    http://LeLibros.org/

    Descargar Libros Gratis, Libros PDF, Libros Online

    http://LeLibros.org/http://LeLibros.org/http://LeLibros.org/http://LeLibros.org/
  • El protagonista de la novela, Hans Castorp, un joven de 22 aos, estudiantede ingeniera y de familia adinerada, va a visitar a su primo al hospital detuberculosos de Davos, en donde su estancia, originariamente planeada paratres semanas, se convierte en una estada de siete aos. Pronto comprendeque la lgica que rige en el hospital, situado a 1530 m de altitud, es distintaa la que gobierna el mundo de los de abajo el mundo de los sanos. Elhospital de Davos, reino de la enfermedad y la muerte, pero tambin de laociosidad y la seduccin, transforman profundamente al protagonista.

    La montaa mgica es tambin una descripcin de la situacin social eintelectual europea, que registra los acontecimientos filosficos, sociales ypolticos de Europa que provocaron la Primera Guerra Mundial.

  • Thomas Mann

    La montaa mgica(Trad. Isabel Garca Adnez)

  • Intenciones del autor

    Queremos contar la historia de Hans Castorp, no por l mismo (pues el lector yallegar a conocerle y ver que es un joven sencillo aunque simptico), sinoporque su historia, por ella misma, nos parece muy digna de ser contada (aunqueen favor del muchacho recordaremos que sta es su historia, su peripecia, y queno cualquier historia le ocurre a cualquiera). Esta historia se remonta a un tiempomuy lejano; por as decirlo, ya est completamente cubierta de una preciosaptina, y, por lo tanto, es necesario contarla bajo la forma del pasado ms remoto.

    Esto, en principio, no es un inconveniente sino ms bien una ventaja, pues paracontar una historia es necesario que haya pasado; y podemos decir que, cuantoms tiempo hace que pas, ms adecuada resulta para ser contada y para elnarrador, esa voz que, murmurando, evoca lo que rase una vez sucedi. Sinembargo, ocurre con ella lo mismo que ocurre hoy en da con los hombres, y porsupuesto tambin con los narradores de historias: es mucho ms antigua que laedad que tiene; es ms, su edad no puede medirse por das, como tampoco eltiempo que pesa sobre ella puede medirse por las veces que la Tierra ha giradoalrededor del Sol desde entonces. En una palabra, en realidad no debe su gradode antigedad al tiempo; y sta es una observacin que pretende aludir y sealarla extraa dualidad natural de este elemento.

    Pero para no oscurecer artificialmente una situacin que de por s est clara,debemos sealar que la extrema antigedad de nuestra historia se debe a que sedesarrolla antes del gran vuelco, del gran cambio que hizo tambalearse hasta loscimientos de nuestra vida y de nuestra conciencia Se desarrolla o, para evitarsistemticamente el presente: se desarroll en otro tiempo, en el pasado, antao,en el mundo anterior a la Gran Guerra, con cuyo estallido comenzaron muchascosas que, en el fondo, todava no han dejado de comenzar. Esta historia sedesarrolla, como decimos, antes de todo eso, aunque quiz no mucho antes. Pero,acaso no es tanto ms profundo y ms perfecto el carcter legendario de unahistoria cuanto ms cerca del antao se desarrolla? Adems, tambin podra serque esta nuestra historia, por su propia naturaleza, incluso tuviera ciertas cosas encomn con los cuentos.

    La contaremos en detalle, exacta y minuciosamente; pues cundo hadependido lo amena o lo larga que se nos hiciera una historia del tiempo que

  • requiere contarla? Al contrario, sin temor al reproche de haber sido meticulososen exceso, nos inclinamos a pensar que slo es verdaderamente ameno lo que hasido narrado con absoluta meticulosidad.

    As pues, el narrador no podr terminar la historia de Hans Castorp en un abriry cerrar de ojos. Los siete das de una semana no sern suficientes, y tampoco lebastarn siete meses. Lo mejor ser que no se pregunte de antemano cuntotiempo transcurrir sobre la Tierra mientras la historia le mantiene aprisionado ensu red. Dios mo, tal vez sean incluso ms de siete aos!

    Y, dicho esto, comencemos.

  • Captulo I

  • La llegada

    Un modesto joven se diriga en pleno verano desde Hamburgo, su ciudad natal, aDavos Platz, en el cantn de los Grisones. Iba all a hacer una visita de tressemanas.

    Pero desde Hamburgo hasta aquellas alturas, el viaje es largo; demasiadolargo, en verdad, con relacin a la brevedad de la estancia proyectada. Se pasapor diferentes comarcas, subiendo y bajando desde lo alto de la meseta de laAlemania meridional hasta la ribera del mar suabo, y luego, en buque, sobre lasolas saltarinas, por encima de abismos que en otro tiempo se considerabaninsondables.

    Pero el viaje, que durante tanto tiempo transcurre con facilidad y en lnearecta, comienza de pronto a complicarse. Hay paradas y contratiempos. EnRorschach, en territorio suizo, se vuelve a tomar el ferrocarril; pero slo seconsigue llegar hasta Landquart, pequea estacin alpina donde hay que cambiarde tren. Es un tren de va estrecha, que obliga a una espera prolongada a laintemperie, en una comarca bastante desprovista de encantos; y desde el instanteen que la mquina, pequea pero obviamente de una traccin excepcional, sepone en movimiento, comienza la parte realmente arriesgada del viaje, iniciandouna subida brusca y ardua que parece no ha de tener fin. Pues Landquart an sehalla situado a una altura relativamente moderada; aqu comienza el verdaderoascenso a la alta montaa, por un camino pedregoso salvaje y amenazador.

    Hans Castorp ste es el nombre del joven se encontraba solo, con sumaletn de piel de cocodrilo, regalo de su to y tutor, el cnsul Tienappel parallamar por su nombre ya tambin a ste, su capa de invierno, que sebalanceaba colgada de un gancho, y su manta de viaje enrollada, en un pequeodepartamento tapizado de gris. Estaba sentado junto a la ventanilla abierta y,como en aquella tarde el fro era cada vez ms intenso, y l era un jovendelicado y consentido, se haba subido el cuello de su sobretodo de verano, decorte amplio y forrado de seda, segn la moda. Junto a l, sobre el asiento,reposaba un libro encuadernado, titulado: Ocean Steamships, que haba abierto devez en cuando al principio del viaje; ahora, en cambio, estaba ah abandonado, yel resuello anhelante de la locomotora salpicaba su cubierta de motitas de carbn.

    Dos jornadas de viaje alejan al hombre y con mucha ms razn al joven

  • cuyas dbiles races no han profundizado an en la existencia de su universocotidiano, de todo lo que l consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones yesperanzas; le alejan infinitamente ms de lo que pudo imaginar en el coche quele conduca a la estacin. El espacio que, girando y huyendo, se interpone entrel y su punto de procedencia, desarrolla fuerzas que se cree reservadas altiempo. Hora tras hora, el espacio crea transformaciones interiores muysemejantes a las que provoca el tiempo, pero que, de alguna manera, superan astas.

    Al igual que el tiempo, el espacio trae consigo el olvido; aunque lo hacedesprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a unestado de libertad originaria; incluso del pedante y el burgus hace, de un sologolpe, una especie de vagabundo. El tiempo, segn dicen, es Lete, el olvido; perotambin el aire de la distancia es un bebedizo semejante, y si bien su efecto esmenos radical, cierto es que es mucho ms rpido.

    As habra de experimentarlo Hans Castorp. No tena la intencin de tomareste viaje particularmente en serio, de dejar que afectase a su vida interior. Msbien pensaba realizarlo rpidamente, hacerlo porque era preciso, regresar a sucasa siendo el mismo que haba partido y reanudar su vida exactamente en elmismo punto en que haba tenido que abandonarla por un instante. Ayer anestaba absorbido por completo por el curso ordinario de sus pensamientos,ocupado en el pasado ms reciente su examen, y en el porvenir inmediato: elcomienzo de sus prcticas en la empresa Tunder & Wilms (astilleros y talleresde maquinaria y calderera), y haba lanzado su mirada ms all, de las tressemanas siguientes, con toda la impaciencia que su carcter le permita. Sinembargo, tena la sensacin de que las circunstancias exigan su plena atencin yque no era admisible tomarlas a la ligera. Sentirse transportado a regiones dondeno haba respirado jams y donde, como ya saba, reinaban condiciones de vidaabsolutamente inusuales, peculiarmente sobrias y frugales, comenz a agitarle,produciendo en l cierta inquietud. La patria y el orden haban quedado no slomuy lejos, sino que bsicamente se encontraban a muchas toesas debajo de l, yel ascenso continuaba, agrandando el abismo cada vez ms. En el aire, entre esascosas y lo desconocido se preguntaba lo que sera de l all arriba. No seraimprudente y malsano que l, que haba nacido y estaba habituado a respirar atan slo unos metros sobre el nivel del mar, se dejara llevar a esas regionesextremas sin pasar al menos unos pocos das en un lugar intermedio? Deseaballegar, pues pensaba que, una vez arriba, se vivira como en todas partes y nadale recordara, como ahora en aquella atroz subida, en qu esferas impropias seencontraba. Mir por la ventanilla. El tren serpenteaba sinuoso por un estrechodesfiladero; se vean los primeros vagones, y la mquina, que de tan duroesfuerzo vomitaba masas oscuras de humo, verdes y negras, que se llevaba elviento. A la derecha, el agua murmuraba en las profundidades; a la izquierda,

  • entre bloques de rocas, oscuros abetos se dibujaban contra un cielo gris ptreo.Despus venan varios tneles negros como pozos y, al hacerse de nuevo la luz, seabrieron profundsimos abismos con pequeas aldeas en el fondo. Volvan acerrarse y aparecan nuevos desfiladeros con restos de nieve en sus grietas yhendiduras. Se detuvieron ante pequeas y miserables casetas de estacin, enterminales que el tren abandonaba en sentido inverso, lo cual produca unaenorme confusin, pues ya no era posible saber en qu direccin se iba nirecordar los puntos cardinales. Surgan grandiosas perspectivas del universo depicos y cordilleras de la alta montaa que all se alzaba y se desplegaba, sagradoy fantasmagrico; y, ante la mirada de veneracin del viajero que se acercaba yadentraba en l, se abran y volvan a perderse tras un recodo del camino. HansCastorp se dijo que, si no se equivocaba, deba de haber dejado atrs la zona delos rboles frondosos, y tambin la de los pjaros cantores; y esta idea de final,de empobrecimiento, hizo que, presa de un ligero vrtigo y mareo, se cubriese lacara con las manos durante dos segundos. Enseguida se le pas. Comprendi quela subida haba terminado, y que haban superado el desfiladero. En medio de unvalle, el tren rodaba ahora ms fcilmente.

    Eran aproximadamente las ocho; an haba luz. En la lejana del paisajeapareci un lago: el agua era gris y los negros y espesos bosques de abetosbordeaban sus orillas y se extendan por las laderas de las montaas,esparcindose, perdindose paulatinamente y dejando tras ellos una masa rocosay desnuda cubierta de bruma. Se detuvieron cerca de una pequea estacin; erael pueblo de Davos, segn oy Hans que se anunciaba. Faltaba muy poco parallegar al final de su viaje. De pronto, oy junto a l el campechano acento deHamburgo, la voz de su primo Joachim Ziemssen que deca:

    Muy buenas! No vas a bajar?Y al mirar por la ventanilla, vio en el andn a Joachim en persona, con un

    capote oscuro, sin sombrero y con un aspecto tan saludable como no lo habatenido nunca. Joachim se ech a rer y dijo:

    Baja de una vez! No seas tmido!Pero si an no he llegado! exclam Hans Castorp, perplejo y sin

    moverse de su asiento.Claro que has llegado. ste es el pueblo de Davos. El sanatorio est ms

    cerca desde aqu. He trado un coche. Anda, dame tus cosas.Y, riendo, confuso por la agitacin de la llegada y por volver a ver a su primo,

    Hans Castorp le tendi por la ventana su bolso de viaje y su abrigo de invierno, sumanta de viaje junto con el bastn y el paraguas, y finalmente tambin el OceanSteamships. Luego atraves corriendo el estrecho pasillo y salt al andn parasaludar propiamente a su primo, o por as decirlo saludarlo en directo; sinexcesos, como era habitual entre personas de costumbres fras y bruscas.Aunque parezca extrao, siempre haban evitado llamarse por sus nombres por

  • mero temor a una excesiva cordialidad. Como tampoco era adecuado llamarsepor sus apellidos, se limitaban al t . Era una costumbre establecida entreprimos.

    Un hombre de librea y gorra con galones observaba cmo se estrechaban lamano repetidamente el joven Ziemssen en una postura militar un pococohibidos; luego se aproxim para pedir el taln del equipaje de Hans Castorp,pues era el conserje del Sanatorio Internacional Berghof y se mostr dispuesto air a recoger la maleta grande del visitante a la estacin de Davos Platz, y a que losseores iran en el coche directamente a cenar. Como el hombre cojeabavisiblemente, lo primero que Hans pregunt a Joachim fue:

    Es un veterano de guerra? Por qu cojea de ese modo?sa s que es buena! contest Joachim con cierta amargura.

    Veterano de guerra! Est mal de la rodilla, o mejor dicho estaba, porque leextirparon la rtula.

    Hans Castorp reaccion lo ms deprisa que pudo.Ah, es eso! exclam alzando la cabeza y volvindose disimuladamente

    mientras andaba. No pretenders hacerme creer que tambin t sigues mal!Cualquiera dira que an llevas la espada puesta y acabas de regresar del campode maniobras! Y mir de reojo a su primo.

    Joachim era ms ancho y alto que l; un modelo de fuerza juvenil quepareca hecho para el uniforme. Era uno de esos tipos muy morenos que su rubiapatria tambin produce no pocas veces, y su piel, oscura de por s, habaadquirido por el aire y el sol un color casi broncneo. Con sus grandes ojos negrosy el pequeo bigote sobre unos labios carnosos y bien perfilados, se hubiera dichoque era realmente guapo de no tener las orejas de soplillo. Esas orejas habansido su nica preocupacin, el nico gran dolor de su vida, hasta cierto momento.Ahora tena otros problemas. Hans Castorp sigui hablando:

    Supongo que regresars conmigo enseguida. No veo ningn impedimento.Regresar contigo enseguida? pregunt el primo, y volvi hacia Castorp

    sus grandes ojos, que siempre haban sido dulces pero que durante los ltimoscinco meses haban adquirido una expresin cansina, casi triste. Qu quieresdecir con enseguida?

    Pues dentro de tres semanas.Ah, crees que vas a volver a casa enseguida! contest Joachim.

    Espera un poco, acabas de llegar. Tres semanas no son prcticamente nada paranosotros, los de aqu arriba; claro que para ti, que ests de visita y slo vas aquedarte tres semanas, son mucho tiempo. Comienza, pues, por aclimatarte; noes tan fcil, y a te dars cuenta. Adems, el clima no es lo nico peculiar entrenosotros. Vers cosas nuevas de todas clases, sabes? Respecto a lo que dicessobre m, no voy tan deprisa; lo de regreso dentro de tres semanas es una ideade all abajo. Es verdad que estoy moreno, pero se debe a la reverberacin del

  • sol en la nieve, y esto no significa nada, como Behrens siempre dice. En la ltimarevisin me anunci que como poco tena para unos seis meses.

    Seis meses? Ests loco! exclam Hans Castorp.Acababan de subir al coche amarillo que les esperaba en una plaza pedregosa

    delante de la estacin, que era poco ms que un cobertizo, y mientras los doscaballos bay os comenzaban a tirar, Hans Castorp, indignado, se agitaba sobre elduro coj n del asiento.

    Seis meses? Si y a llevas aqu casi seis meses! Nadie dispone de tantotiempo

    Oh, el tiempo! exclam Joachim, y movi la cabeza de arriba abajovarias veces, sin preocuparse de la sincera indignacin de su primo. No puedesni imaginar cmo abusan aqu del tiempo de los hombres. Tres meses son paraellos como un da. Ya lo vers. Ya te dars cuenta. Y aadi: Aqu le cambiaa uno el concepto de las cosas.

    Hans Castorp no dejaba de mirarle de reojo.Pero si te has recuperado de un modo magnfico! dijo, meneando la

    cabeza.S? Eso crees? respondi Joachim. A que s? Yo tambin lo creo

    aadi, y se incorpor en el asiento, aunque enseguida volvi a relajarse hacia unlado. Es verdad que me siento mejor explic, pero a pesar de todo, noestoy completamente bien. Aqu arriba, a la izquierda, donde antes se oa unaespecie de estertor, ahora slo suena una especie de soplo ronco; eso no es nadagrave, pero en la parte inferior el soplo es an muy fuerte, y en el segundoespacio intercostal tambin se oyen ruidos.

    Ests hecho un erudito en la materia! dijo Hans Castorp.S, y bien sabe Dios que el saber no ocupa lugar; aunque y a me gustara

    haberlo olvidado volviendo al servicio activo contest Joachim. Pero todavaexpectoro aadi, y encogindose de hombros con gesto dejado a la vez quebrusco, mostr a su primo un objeto que sac a medias del bolsillo interior de suabrigo y que se apresur a guardar de inmediato: era una botellita plana decantos redondeados de cristal azul con tapn de metal.

    La mayora de nosotros, los de aqu arriba, lo tomamos dijo. Incluso lollamamos por un nombre especial, una especie de apodo, bastante acertado, porcierto. Vas viendo el paisaje?

    Era lo que Hans Castorp haca y afirm:Grandioso!Te parece? pregunt Joachim.Haban seguido un trecho del camino labrado de manera irregular que

    transcurra en paralelo a la va del tren, en direccin al valle; luego haban giradoa la izquierda y cruzado la estrecha va, atravesando un curso de agua, y ahoratraqueteaban por un camino en ligera pendiente hacia las laderas boscosas de la

  • montaa; hacia el lugar donde, en una meseta ligeramente saliente y cubierta dehierba, en un edificio alargado con la fachada principal orientada hacia elsudoeste y una torre en forma de cpula, el cual, de tantos balcones como tena,de lejos pareca agujereado y poroso como una esponja, acababan deencenderse las primeras luces. Anocheca rpidamente. El suave manto roj izodel crepsculo, que por un momento haba dado vida al cielo cubierto, habapalidecido de nuevo, y en la naturaleza reinaba ese estado de transicindescolorido, inanimado y triste, que precede directamente a la entrada definitivade la noche. En el valle habitado, muy extendido y un tanto serpenteante, seencendan luces por todas partes, tanto en el fondo como aqu y all en ambasladeras, sobre todo en la de la derecha, que se ensanchaba y sobre la cual sevean diversas construcciones formando bancales. A la izquierda algunossenderos suban a travs de los prados y se perdan en la oscuridad musgosa delos bosques de conferas. El decorado de las montaas ms lejanas, al fondo, enla salida del valle, a partir de donde ste se estrechaba, era de un azul sobrio, depizarra. Como se haba levantado el viento, se empez a sentir el fresco de lanoche.

    No, francamente no me parece que esto sea tan formidable dijo HansCastorp. Dnde estn los glaciares, las cimas blancas y los imponentesgigantes de la montaa? Me parece que, despus de todo, estas montaas no sonmuy altas.

    S lo son contest Joachim. En casi todas partes, se ve el lmite de losrboles; se perfila con una nitidez sorprendente; donde se acaban los abetos, seacaba todo; tras ellos no hay nada, pura roca, como ves. Al otro lado, a laderecha del Schwarzhorn, ese pico de ah, se distingue incluso un glaciar. Ves elcolor azul? No es muy grande, pero es un glaciar autntico, el glaciar de laScaletta. El Pic Michel y el Tinzenhorn, en aquella grieta (no puedes verlos desdeaqu), permanecen todo el ao cubiertos de nieve.

    Nieves perpetuas dijo Hans Castorp.S, perpetuas, si quieres. Sin duda, todo esto est a gran altura, y nosotros

    mismos nos hallamos a una altura espantosa. Nada menos que mil seiscientosmetros sobre el nivel del mar. En estos niveles, las alturas de las montaas ya nose perciben.

    Desde luego. Menuda subida! Tena el corazn en un puo, te lo aseguro.Mil seiscientos metros! Son casi cinco mil pies, echando el clculo. En mi vidahaba estado tan arriba.

    Invadido por la curiosidad, Hans Castorp aspir una larga bocanada de eseaire desconocido para probarlo. Era fresco nada ms. Careca de aroma, desustancia y de humedad; se respiraba fcilmente y no le deca nada al alma.

    Magnfico! exclam cortsmente.S, este aire tiene buena reputacin. Por otra parte, el paisaje no presenta

  • esta noche su mejor cara. A veces tiene mejor aspecto, sobre todo cubierto denieve. Pero uno acaba por cansarse de verlo. Todos nosotros, los de aqu arriba,estamos indeciblemente cansados, puedes creerme dijo Joachim, y su boca secontrajo en una mueca de asco que pareca exagerada y mal contenida ynuevamente le afeaba.

    Hablas de una forma muy peculiar dijo Hans Castorp.Peculiar? pregunt Joachim con cierta inquietud volvindose hacia su

    primo.No, no, perdname; slo me ha dado esa impresin por un momento se

    apresur a decir Hans Castorp.Haba querido referirse a la expresin nosotros, los de aqu arriba , que

    Joachim haba empleado cuatro o cinco veces y que, por su manera de decirla,de algn modo le pareca angustiosa y extraa.

    Nuestro sanatorio est todava a ms altura que la aldea. Mira continudiciendo Joachim. Cincuenta metros. El prospecto asegura que hay cien, perono son ms que cincuenta. El sanatorio ms elevado es el de Schatzalp, al otrolado. Desde aqu no se ve. En invierno tienen que bajar sus cadveres en trineoporque los caminos no son practicables.

    Sus cadveres? Pero! Qu me dices! exclam Hans Castorp.Y, de pronto, se ech a rer, con una risa violenta e incontenible que sacudi

    su pecho y desencaj su rostro, un tanto reseco por el viento fro, en unacalladamente dolorosa mueca grotesca.

    En trineo! Y me lo dices as, tan tranquilo? En estos cinco meses te hasvuelto un cnico!

    No hay nada de cinismo replic Joachim encogindose de hombros.Por qu? A los cadveres no les importa Por otra parte, es muy posible queuno se vuelva cnico aqu arriba. El mismo Behrens tambin es un viejo cnico, yun tipo famoso, dicho sea de paso; antiguo miembro de una hermandadestudiantil y cirujano notable, segn parece; te caer bien. Despus tenemos aKrokovski, su ayudante, un especimen muy temido. En el prospecto se haceespecial hincapi en su actividad. Practica la diseccin psquica con losenfermos.

    Qu? Diseccin psquica? Eso es repugnante! exclam Hans Castorp,y ah ya la risa se apoder de l por completo.

    No poda contenerla; despus de todo lo que haba odo, lo de la diseccinpsquica fue la gota que colm el vaso, y rea tan fuerte que las lgrimas leresbalaban por la mano con que se cubra los ojos, inclinado hacia delante.Joachim tambin rea a gusto pareca sentarle bien, y as fue que los dosjvenes descendieron de excelente humor del coche que, al final, muy despacio,por un empinado y serpenteante camino de entrada les haba conducido hasta lapuerta del Sanatorio Internacional Berghof.

  • La nmero treinta y cuatro

    Nada ms entrar, a la derecha, entre el portn de entrada y la puertacortavientos, se encontraba la garita del portero, y de all, vestido con la mismalibrea gris que el hombre cojo de la estacin, sali a su encuentro un criado conaire francs que, hasta ese momento, haba estado leyendo peridicos sentadojunto al telfono; y los acompa a travs del vestbulo bien alumbrado, a laizquierda del cual se encontraban los salones. Al pasar, Hans Castorp lanz unamirada y vio que estaban vacos.

    Dnde estn los huspedes? pregunt a su primo.Hacen la cura de reposo respondi ste. Hoy me han dado permiso

    para salir, pues quera ir a recibirte. Normalmente tambin me echo un rato en laterraza despus de cenar.

    Falt poco para que la risa se apoderara de nuevo de Hans Castorp.Cmo! En plena noche os tumbis en la terraza? pregunt con voz

    titubeante.S, as nos lo ordenan. De ocho a diez. Pero ahora ven a ver tu cuarto y a

    lavarte las manos.Entraron en el ascensor, cuyo mecanismo elctrico accion el criado

    francs. Mientras suban, Hans Castorp se enjugaba los ojos.Estoy roto y agotado de tanto rer dijo respirando por la boca. Me has

    contado tantos disparates! Tu historia de la diseccin psquica ha sido demasiado,no debas haberme dicho eso. Adems, sin duda, estoy un poco fatigado por elviaje. No tienes los pies fros? Al mismo tiempo noto que el rostro me arde; esdesagradable. Cenaremos enseguida, verdad? Creo que tengo hambre. Se comedecentemente aqu arriba?

    Caminaban sin hacer ruido por la alfombra de coco del estrecho pasillo. Laspantallas de vidrio lechoso del techo difundan una luz blanquecina. Las paredesbrillaban, blancas y duras, recubiertas de una pintura al aceite parecida a la laca.Vieron pasar a una enfermera, con cofia blanca y un binculo sujeto en la narizcuy o cordn se haba pasado por detrs de la oreja. Al parecer, era una monjaprotestante, sin verdadera vocacin por su oficio, curiosa y tan alterada comoagobiada por el aburrimiento. En dos puntos del pasillo, en el suelo, ante laspuertas lacadas de blanco y numeradas haba unos grandes recipientes en forma

  • de globo, panzudos y de cuello corto, sobre cuyo significado Hans Castorp olvidpreguntar en aquel momento.

    Aqu est tu habitacin! dijo Joachim. Nmero 34. A la derecha estmi cuarto y a la izquierda hay un matrimonio ruso, un poco desastrado y ruidoso,eso hay que reconocerlo, pero, en fin, lo siento, no ha sido posible arreglarlo deotro modo. Bien! Qu te parece?

    La puerta era doble, con perchas en la pared del hueco interior. Joachimhaba encendido la lmpara del techo y, a su luz temblorosa, la habitacin daba lasensacin de ser alegre y tranquila, con sus muebles blancos y funcionales, supapel de la pared tambin blanco, fuerte y lavable, su suelo de linleo limpio ybrillante y sus cortinas de lino adornadas con bordados sencillos y agradables, degusto moderno. La puerta del balcn estaba abierta, se vean las luces del valle yse escuchaba una lejana msica de baile. El buen Joachim haba colocado unasflores en un pequeo bcaro sobre la cmoda; las que buenamente habaencontrado en la segunda floracin de la hierba: un poco de aquilea y algunascampnulas, cogidas por l mismo en la ladera.

    Qu encantador por tu parte! exclam Hans Castorp. Qu habitacinms alegre! Con mucho gusto me quedar aqu algunas semanas

    Anteayer muri en ella una americana dijo Joachim. Behrens asegurenseguida que la habitacin estara lista antes de que t llegaras y que, por tanto,podras disponer de ella. Su prometido estaba con ella; un oficial de la marinainglesa, aunque no demostr mucho valor. A cada momento sala al pasillo allorar, como si fuera un chiquillo. Luego se frotaba las mejillas con cold-cream,porque iba afeitado y las lgrimas le quemaban la piel. Anteayer por la noche laamericana tuvo dos hemorragias de primer orden y ah se acab todo. Pero yase la llevaron ayer por la maana, y despus, naturalmente, hicieron unafumigacin a fondo con formol, sabes? Por lo visto es excelente en estos casos.

    Hans Castorp registr este relato sin prestar atencin pero excitado. Con lacamisa remangada, de pie ante el amplio lavabo, cuy os grifos niqueladosbrillaban bajo la luz elctrica, apenas lanz una mirada fugaz a la cama de metalblanco, puesta de limpio.

    Fumigaciones? De eso se habla mucho ahora respondi locuaz y untanto fuera de lugar mientras se lavaba y secaba las manos. S, metilaldehdo;ni las bacterias ms resistentes lo aguantan H2CO2. Pero escuece la nariz, no?Evidentemente, la limpieza ms rigurosa ha de darse por sentado.

    Dijo sentado articulando muy bien la terminacin, mientras que su primo,desde su poca de estudiante, se haba acostumbrado a la pronunciacin msrelajada, y continu diciendo con gran locuacidad:

    Bueno, quera aadir que Quizs el oficial de marina se afeitaba conmaquinilla, supongo, y con esos trastos uno se despelleja ms fcilmente que conuna navaja bien afilada; sa es al menos mi experiencia; y o las uso

  • alternadamente. S, sobre la piel irritada, el agua salina escuece deba de tenerla costumbre de usar cold-cream en el servicio militar, no me parece nadararo

    Y sigui parloteando, dijo que tena doscientos Mara Mancini (su cigarropreferido) en la maleta, que haba pasado la inspeccin de la aduanacmodamente, y luego le transmiti saludos de diversas personas de su ciudadnatal.

    No encienden la calefaccin? pregunt de pronto, y fue hacia elradiador para apoy ar las manos.

    No, nos mantienen bien frescos contest Joachim. Mucho fro tendraque hacer para que encendieran la calefaccin en agosto.

    Agosto, agosto! exclam Hans Castorp. Pero si estoy helado,completamente helado! Tengo fro en todo el cuerpo, aunque el rostro me arde.Mira, toca, ya vers qu caliente

    La idea de que le tocasen la cara no se ajustaba al temperamento de HansCastorp y a l mismo le result desagradable. Por otra parte, Joachim no se diopor aludido, limitndose a decir:

    Eso es por el aire y no significa nada. El propio Behrens tiene todo el da lasmejillas azules. Algunos no se habitan nunca. Pero apresrate, de lo contrario,no nos darn de cenar.

    Cuando salieron, volvieron a ver a la enfermera, que les lanz una miradamiope y curiosa. Sin embargo, en el primer piso, Hans Castorp se detuvo depronto, inmovilizado por un ruido absolutamente escalofriante que les lleg desdeescasa distancia, tras un recodo del pasillo; un ruido no muy fuerte, pero de unanaturaleza tan particularmente repugnante que Hans Castorp hizo una mueca deestupor y mir a su primo con los ojos como platos. Se trataba, con todaseguridad, de la tos de un hombre, pero de una tos que no se pareca a ninguna delas que Hans Castorp haba odo; es ms, era una tos en comparacin con la cualtodas las que conoca le parecan dar muestra de una magnfica vitalidad; una tossin fuerza, que no se produca por medio de las habituales sacudidas, sino quesonaba como un chapoteo espantosamente dbil en el viscoso lodo de lapodredumbre orgnica.

    S dijo Joachim, tiene mala pinta. Es un noble austraco, sabes? Unhombre elegante, de la alta sociedad. Y mira cmo est. Sin embargo, todavasale a pasear.

    Mientras continuaba su camino, Hans Castorp sac a colacin la tos de aquelcaballero.

    Has de tener en cuenta dijo que jams haba odo nada semejante,que es absolutamente nuevo para m, y, claro, eso siempre impresiona. Haytantas clases de tos, toses secas y toses blandas; y se dice en general que las tosesblandas, con todo, son mejores y menos malas que esas que parecen ladridos.

  • Cuando en mi juventud en mi juventud , dijo tena anginas, ladraba comoun lobo, y todos estaban satisfechos cuando la cosa se reblandeca, an meacuerdo. Pero una tos como sa es algo totalmente nuevo, al menos para mcasi no es una tos viva. No es seca, pero tampoco se puede decir que sea blanda;sin duda no es sta la palabra apropiada. Es como si al mismo tiempo se miraseen el interior del hombre. Qu sensacin produce! Parece un autntico lodazal.

    Bueno, basta ya dijo Joachim; lo oigo cada da, no hay necesidad deque me la describas.

    Pero Hans Castorp no pudo dominar la impresin que le haba causadoaquella tos; afirm repetidas veces que era como si estuviera mirando el interiorde aquel caballero, y cuando entraron en el restaurante, sus ojos, fatigados por elviaje, brillaban de excitacin.

  • En el restaurante

    El restaurante era luminoso, elegante y agradable. Estaba inmediatamente a laderecha del vestbulo, enfrente de los salones y, segn explic Joachim, erafrecuentado principalmente por los huspedes nuevos que coman fuera de loshorarios habituales o por los que reciban visita. Tambin se celebraban all loscumpleaos, las partidas inminentes, as como los resultados favorables de lasrevisiones generales. A veces se organizaban fiestas por todo lo alto dijoJoachim y se serva hasta champn. En ese momento slo se encontraba en elrestaurante una seora sola, de unos treinta aos, que lea un libro y al mismotiempo canturreaba, tamborileando suavemente con el dedo corazn de la manoderecha sobre el mantel. Cuando los jvenes tomaron asiento, se cambi de sitiopara darles la espalda. Era muy tmida explic Joachim, en voz baja ysiempre se sentaba a comer con un libro. Al parecer, ya haba ingresado en elsanatorio para tuberculosos de muy joven y, desde entonces, no haba vuelto avivir en sociedad.

    Entonces t, comparado con ella, no eres ms que un joven principiante, apesar de tus cinco meses, y lo seguirs siendo cuando tengas un ao entero a tusespaldas! dijo Hans Castorp a su primo, tras lo cual Joachim tom la carta ehizo aquel gesto de encogerse de hombros que antes de estar all no haba hechonunca.

    Haban elegido la mesa elevada junto a la ventana, el lugar ms agradable.Se sentaron junto a la cortina de color crema, uno frente a otro, con sus rostrosiluminados por la luz de la lamparilla de mesa de pantalla roja. Hans Castorpjunt sus manos recin lavadas y se las frot con una sensacin de agradableespera, como sola hacer al sentarse a la mesa, tal vez porque sus antecesorestenan el hbito de rezar antes de la sopa. Les sirvi una amable camarera untanto gangosa, vestida de negro con delantal blanco y con una cara grande y detono exageradamente saludable; y a Hans Castorp le hizo mucha gracia cuandose enter de que all llamaban a las camareras Saaltchter. Pidieron una botellade Gruaud Larose que Hans Castorp devolvi para que la pusieran a enfriar. Lacomida era excelente. Haba crema de esprragos, tomates rellenos, asado contoda suerte de guarniciones, un postre de dulce particularmente bien preparado,tabla de quesos y fruta. Hans Castorp cen mucho, aunque su apetito result ser

  • menor de lo que esperaba. Pero tena la costumbre de comer en abundancia,incluso cuando no tena hambre, por consideracin a s mismo.

    Joachim no hizo muchos honores a la comida. Dijo que estaba harto deaquella cocina; que les pasaba a todos all arriba, y que era costumbre protestarde la comida, pues cuando se estaba instalado all para siempre No obstante,bebi el vino con placer, e incluso con cierta pasin y, con sumo cuidado porevitar expresiones demasiado sentimentales, manifest repetidas veces susatisfaccin por tener alguien con quien poder hablar con sensatez.

    S, es magnfico que hayas venido dijo, y su voz tranquila revelabaemocin. Te aseguro que para m se trata casi de un acontecimiento. Suponeun autntico cambio, una especie de cesura, de hito en esta monotona eterna einfinita

    Pero el tiempo debe de pasar para vosotros relativamente deprisa dijoHans Castorp.

    Deprisa y despacio, como quieras contest Joachim. Quiero decir queno pasa de ningn modo, aqu no hay tiempo, no hay vida aadi moviendo lacabeza, y de nuevo ech mano al vaso.

    Tambin Hans Castorp beba, a pesar de que senta el rostro caliente como elfuego. Sin embargo, en el cuerpo segua teniendo fro, y en todos sus miembroslata una especie de desasosiego extraamente eufrico que, al mismo tiempo, leatormentaba un poco. Hablaba de forma atropellada, se trabucaba confrecuencia, y, haciendo un gesto de desprecio con la mano, cambiaba de tema.Cierto es que Joachim tambin estaba muy animado, y la conversacin continucon may or libertad y desenfado cuando la seora que canturreaba ytamborileaba se puso en pie y se march. Mientras coman gesticulaban con sustenedores, se daban aires de importancia con la boca llena, rean, asentan con lacabeza, se encogan de hombros y, antes de haber tragado, ya volvan a hablar.Joachim quera saber cosas de Hamburgo y haba llevado la conversacin haciael proyecto de canalizacin del Elba.

    Har poca! dijo Hans Castorp. Har poca en el desarrollo denuestra navegacin Es de una importancia incalculable. Hemos invertidocincuenta millones de presupuesto en una nica derrama, y puedes estar segurode que sabemos exactamente lo que hacemos.

    A pesar de la importancia que atribua a la canalizacin del Elba, abandon deinmediato este tema de conversacin y pidi a Joachim que le contase ms cosasde la vida de all arriba y de los huspedes, a lo que su amigo atendi conrapidez, pues se senta feliz al poder desahogarse y hablar con alguien. No pudomenos que repetir la historia de los cadveres que haba que bajar en trineo yasegur una vez ms que era absolutamente cierto. Como a Hans Castorp volvia darle un ataque de risa, tambin se ech a rer, y pareci hacerlo de buenagana, contando luego otras cosas divertidas para seguir alimentando aquel buen

  • humor. Por ejemplo, que a su misma mesa se sentaba la seora Sthr, una mujermuy enferma, esposa de un msico de Cannstadt; y que era la persona msinculta que jams haba conocido. Deca desinfeccionar , y, adems, muyconvencida. Al ay udante Krokovski le llamaba fomulus . Haba que mordersela lengua para no rerse. Adems, era una cotilla como, por otra parte, lo erancasi todos all arriba y deca de otra seora, la seora Iltis, que llevaba un esterilete .

    Lo llama esterilete . Eso es buensimo!Y, medio tumbados, recostados en los respaldos de las sillas, rean tanto que

    les vibraba la barriga, y los dos, casi al unsono, comenzaron a tener hipo.Entretanto, Joachim se entristeci pensando en su infortunio.S, estamos sentados aqu riendo dijo con una expresin dolorosa,

    interrumpido a veces por las contracciones del diafragma y, sin embargo, nose puede prever, ni siquiera aproximadamente, cundo podr marcharme, puescuando Behrens dice: Otros seis meses , sin duda hay que contar con que sermucho ms. Pero es muy duro, no crees que es muy triste para m? Ya mehaban admitido y al mes siguiente poda examinarme para oficial. Y aqu estoy,languideciendo con el termmetro en la boca, contando las tonteras de esaignorante seora Sthr y perdiendo el tiempo. Un ao es muy importante anuestra edad, comporta tantos cambios y progresos en la vida de all abajo! Perohe de hibernar aqu dentro, como en una cinaga; s, como en el interior de unagujero podrido, y te aseguro que la comparacin no es exagerada

    Curiosamente, Hans Castorp se limit a preguntar si era posible all encontrarporter, cerveza negra, y, al mirarle su primo con cierta expresin de sorpresa, sedio cuenta de que estaba a punto de dormirse, si no lo haba hecho ya.

    Te ests durmiendo! dijo Joachim. Ven, es hora de irse a la cama, losdos.

    Todava no, de ninguna manera replic Hans Castorp con lengua detrapo.

    Sin embargo, sigui a Joachim un poco inclinado, con las piernas rgidascomo quien literalmente se muere de cansancio; aunque luego hizo un granesfuerzo cuando, en el vestbulo, ya prcticamente en penumbra, oy decir a suprimo:

    Ah est Krokovski. Creo que tendr que presentrtelo rpidamente.El doctor Krokovski estaba sentado a plena luz, ante la chimenea de uno de los

    salones, directamente junto a la puerta corredera abierta, leyendo un peridico.Se puso en pie cuando los jvenes se aproximaron a l, y Joachim, adoptandouna actitud militar, dijo:

    Permtame, seor doctor, que le presente a mi primo Castorp, deHamburgo. Acaba de llegar.

    El doctor Krokovski salud al nuevo husped con una cordialidad

  • desenfadada, en un tono decidido y animoso, como si quisiese dar a entender quecon l no haba lugar a la timidez, sino slo a una alegre confianza. Tena unostreinta y cinco aos; era ancho de espaldas, gordo, mucho ms bajo que los dosjvenes que se hallaban de pie ante l con lo cual tena que echar hacia atrs yladear un poco la cabeza para mirarles a los ojos, y extraordinariamenteplido, de una palidez hiriente, casi fosforescente, aumentada si cabe por eloscuro ardor de sus ojos, por el espesor de sus cejas y por una barba bfidabastante larga en la que y a se vean algunas canas entreveradas. Llevaba un trajenegro cruzado, y a un tanto usado, zuecos negros tipo sandalia con calcetinesgruesos de lana gris, y luego una camisa de cuello blanco vuelto, de las que HansCastorp slo haba visto en Dnzig, en el escaparate de un fotgrafo, que conferaal doctor Krokovski un aire de bohemio. Sonri cordialmente, mostrando susdientes amarillentos entre la barba, estrech con fuerza la mano del joven y dijo,con voz de bartono y un acento extranjero un tanto lnguido:

    Sea bienvenido, seor Castorp! Espero que se adapte pronto y que seencuentre bien entre nosotros. Me permite preguntarle si ha venido comopaciente?

    Era conmovedor observar los esfuerzos de Hans Castorp para mostrarseamable y dominar sus deseos de dormir. Le fastidiaba estar tan bajo de forma y,con el orgullo desconfiado de los jvenes, crey percibir en la sonrisa y la actitudtranquilizadora del ayudante las seales de una indulgente mofa. Contestdiciendo que pasara all tres semanas, mencion sus exmenes y aadi que, aDios gracias, se hallaba completamente sano.

    De verdad? pregunt el doctor Krokovski, inclinando la cabeza a un ladocomo para burlarse y acentuando su sonrisa. En tal caso es usted unfenmeno completamente digno de ser estudiado! Porque y o nunca heencontrado a un hombre enteramente sano. Me permite que le pregunte a quexmenes se ha presentado?

    Soy ingeniero, seor doctor contest Hans Castorp con modesta dignidad.Ah, ingeniero! Y la sonrisa del doctor Krokovski se relaj, perdiendo por

    un instante algo de su fuerza y cordialidad. Admirable. Y, dice, pues, que nova a necesitar ningn tipo de tratamiento mdico, ni fsico ni psquico?

    No, muchsimas gracias dijo Hans Castorp, que estuvo a punto deretroceder un paso.

    En ese momento la sonrisa del doctor Krokovski apareci de nuevo victoriosay, mientras estrechaba la mano del joven, exclam en voz alta:

    Pues que duerma usted bien, seor Castorp, con la plena conciencia de susalud de hierro! Duerma bien y hasta la vista! Y, diciendo estas palabras, sedespidi de los dos jvenes y volvi a sentarse con su peridico.

    Ya no haba nadie de servicio en el ascensor, de modo que subieron laescalera a pie, silenciosos y un poco turbados por el encuentro con el doctor

  • Krokovski. Joachim acompa a Hans Castorp hasta la nmero 34, donde elportero cojo no se haba olvidado de depositar el equipaje del recin llegado, ycontinuaron charlando durante un cuarto de hora, mientras Hans Castorp sacabasus pijamas y objetos de tocador, fumando un cigarrillo suave. Aquella noche nollegara a fumarse su habitual puro, lo cual le pareci extrao y bastante inslito.

    Sin duda su presencia impone dijo, y mientras hablaba lanzaba el humoque haba aspirado. Pero est plido como la cera. Eso s, su calzado amigo,es horroroso! Calcetines grises de lana y sandalias! Crees que al final seofendi?

    Es algo susceptible dijo Joachim. No deberas haber rechazado tanbruscamente sus cuidados mdicos, al menos el tratamiento psquico. No le gustaque se prescinda de eso. Yo tampoco gozo demasiado de su estima porque nosuelo hacerle muchas confidencias. Pero de vez en cuando le cuento algn sueopara que tenga algo que diseccionar.

    Bueno, pues entonces acabo de echarle un jarro de agua fra dijoCastorp algo molesto, pues estaba descontento consigo mismo por haber podidoofender a alguien, al tiempo que el fuerte cansancio volva a apoderarse de l.Buenas noches dijo, me muero de sueo.

    A las ocho vendr a buscarte para ir a desay unar dijo Joachim, y semarch.

    Hans Castorp realiz sus abluciones nocturnas superficialmente. Le venci elsueo apenas apag la lamparilla de la mesa de noche, pero se sobresalt unmomento al recordar que alguien haba muerto dos das antes en aquella mismacama.

    Sin duda no habr sido el primero se dijo, como si eso pudiesetranquilizarle. Es un lecho de muerte, un lecho de muerte comn y corriente .Y se qued dormido.

    Pero apenas lo hubo hecho comenz a soar y so casi sin interrupcin hastala maana siguiente. Sobre todo vea a Joachim Ziemssen, en una posicinextraamente retorcida, descender por una pista oblicua en un trineo. Mostraba lamisma palidez fosforescente que el doctor Krokovski, y delante del trineo, iba elcaballero austraco de la alta sociedad, que tena un aspecto muy borroso, comoel de alguien a quien slo se ha odo toser. Eso nos tiene completamente sincuidado, a nosotros los de aqu arriba , deca el retorcido Joachim, y luego era ly no el caballero quien tosa de aquella manera tan atrozmente viscosa. Eso hizoromper a llorar amargamente a Hans Castorp, que comprendi que deba correra la farmacia para comprar crema facial. Pero la seora Iltis estaba sentada enmedio del camino, con su hocico puntiagudo, sosteniendo en la mano algo quedeba de ser, sin duda, su estilete , pero que no era otra cosa que unamaquinilla de afeitar. A Hans Castorp entonces volvi a darle un ataque de risa y,de este modo, experiment un autntico vaivn de emociones, hasta que la luz de

  • la maana entr por los postigos a medio abrir de su balcn y le despert.

  • Captulo II

  • Sobre la jofaina bautismal y las dos caras del abuelo

    Hans Castorp no conservaba ms que vagos recuerdos de su casa paterna, y a queapenas haba conocido a su padre y a su madre. Murieron durante el breveintervalo que separaba su quinto de su sptimo aniversario; primero la madre, deun modo absolutamente inesperado y en la vspera de un parto, a causa de unatrombosis causada por una flebitis; de una embolia (como deca el doctorHeidekind) que en un instante le haba provocado un paro cardaco; en aquelmomento, se estaba riendo sentada en la cama, y simplemente pareci que sehaba cado para atrs de tanto rerse; pero lo que sucedi es que se haba muerto.No fue fcil de comprender para Hans Hermann Castorp, el padre, y comosenta un gran cario hacia su esposa, y tampoco era precisamente un hombrefuerte, no consigui superar el golpe. Desde aquel momento, qued trastornado ymermado en sus capacidades; en su enajenacin, cometi errores en losnegocios que acarrearon notables prdidas a la empresa Castorp e Hijo; en lasegunda primavera que sigui a la muerte de su mujer, contrajo una pulmonadurante una inspeccin a los almacenes del ventoso puerto, y como su corazndestrozado no pudo soportar la intensa fiebre, falleci al cabo de cinco das, apesar de todos los cuidados que el doctor Heidekind le prodig y, en presencia deun numeroso cortejo de sus conciudadanos, fue a reunirse con su esposa en elpanten de la familia Castorp, que estaba muy bien situado en el cementerio deSanta Catalina, con vistas al Jardn Botnico.

    Su padre, el senador, le sobrevivi cierto tiempo, aunque no mucho, hasta quemuri (por cierto, muri igualmente vctima de una pulmona, y tras largostormentos y luchas, pues, a diferencia de su hijo, Hans Lorenz Castorp era de unanaturaleza difcil de abatir y profundamente arraigada en la vida); y en estebreve perodo, apenas ao y medio, el hurfano Hans Castorp vivi en la casa desu abuelo, una casa en la explanada construida a principios del siglo anterior enun solar angosto, siguiendo el estilo del clasicismo nrdico, pintada de un colorgrisceo indefinido, y con columnas truncadas a ambos lados de la puerta deentrada, situada en el centro de una planta baja a la que se acceda por unaescalera de cinco peldaos; una casa que contaba con dos pisos superioresadems de la entreplanta, cuyas ventanas llegaban hasta el suelo y estabandefendidas por rejas de forja.

  • All no haba ms que salones, contando el luminoso comedor, decorado conestuco y cuy as tres ventanas, con cortinas de color rojo vino, daban al pequeojardn situado detrs de la casa, donde, durante aquellos dieciocho meses, elabuelo y el nieto coman juntos todos los das a las cuatro, servidos por el viejoFiete, que llevaba pendientes en las orejas, botones de plata en el frac y unacorbata de batista como la que usaba el propio dueo de la casa, en cuyas lazadastambin hunda la barbilla afeitada igual que ste y a quien el abuelo tuteaba,hablando en dialecto con l no para bromear pues no era amigo de bromas,sino con toda naturalidad y porque, en general, sta era su costumbre con lasgentes del pueblo, trabajadores del puerto, carteros, cocheros y criados. HansCastorp disfrutaba oy ndole, y con no menos placer escuchaba las respuestas deFiete, tambin en dialecto, cuando ste, al servir por la izquierda, se inclinaba yse giraba por detrs de su seor para hablarle a la oreja derecha, por la que elsenador oa mucho mejor que por la izquierda. El anciano comprenda, asenta ysegua comiendo, muy erguido entre el alto respaldo de caoba de la silla y lamesa, apenas inclinado sobre el plato; enfrente de l, su nieto contemplaba ensilencio, con profunda e inconsciente atencin, los gestos mesurados y cuidadoscon que las hermosas manos blancas, delgadas y ancianas del abuelo, con susuas ligeramente abombadas y triangulares y su sortija de sello verde en elndice derecho, compona un bocado con carne, verdura y patata en la punta deltenedor, para llevarlo a su boca con una ligera inclinacin de cabeza. HansCastorp miraba sus propias manos, an torpes, y senta que en ellas ya estabalatente aquella capacidad para sostener y manejar el cuchillo y el tenedor comosu abuelo algn da.

    Otra cuestin era si tambin llegara a envolver su barbilla en una corbatacomo la que llenaba la ancha abertura del peculiar cuello de la levita del abuelo,cuyos largos picos rozaban sus mejillas. Pues para ello debera ser tan viejocomo l, y, adems, ya nadie, a excepcin del propio abuelo y el viejo Fiete,llevaba aquellos cuellos y corbatas. Era una lstima, pues al pequeo HansCastorp le gustaba especialmente ver cmo el abuelo apoyaba la barbilla enaquella blanqusima corbata de lazo; incluso desde el recuerdo, siendo y a adulto,seguira gustndole: haba algo en aquel uso que aprobaba desde el fondo mismode su ser.

    Habiendo terminado de comer y metido sus servilletas en los servilleteros deplata una tarea que Hans Castorp realizaba entonces con bastante dificultadporque las servilletas eran tan grandes como pequeos manteles, el senador selevantaba de la silla, que Fiete retiraba, y dando cortos pasitos se diriga a su gabinete en busca de un puro; y a veces, su nieto le segua.

    Este gabinete deba su existencia al hecho de que el comedor se habaconstruido con tres ventanas y ocupaba toda la anchura de la casa, por lo que nohaba quedado espacio suficiente para tres salones, como era lo habitual en las

  • casas de este tipo, sino slo para dos, si bien uno de ellos, el que era perpendicularal comedor y tena una sola ventana que daba a la calle, habra resultadodemasiado poco elegante. Por eso haban construido un tabique cortandoaproximadamente una cuarta parte del espacio, la que constitua, pues, aquel gabinete estrecho y con luz de claraboya, sombro y tan slo amueblado conalgunos objetos: una estantera en la que se encontraba la cigarrera del senador,una mesa de juego, cuyo cajn contena objetos tentadores como naipes dewhist, dados, fichas de juego, pequeos bacos para marcar los puntos, unpizarrn con trocitos de tiza, boquillas de cartn y otras cosas, y finalmente, enel rincn, una vitrina rococ de palosanto, cuy os cristales, por la parte interior,estaban cubiertos por cortinillas de seda amarilla.

    Abuelo deca a veces el joven Hans Castorp al entrar en el gabinete,ponindose de puntillas para acercarse a la oreja del anciano, ensame lajofaina bautismal, por favor.

    Y el abuelo, que, de todas formas, ya haba echado hacia atrs el faldn de sularga y blanda levita y sacado un manojo de llaves del bolsillo, abra la vitrina, decuyo interior sala un inconfundible olor, agradable y misterioso, que el jovenaspiraba. All dentro se guardaban toda suerte de objetos fuera de uso y,precisamente por eso, fascinantes: un par de candelabros de plata combados; unbarmetro roto, con figuritas talladas en la madera; un lbum de cromos; unalicorera de cedro; un pequeo turco, duro al tacto bajo su vestido de sedamulticolor, con un mecanismo de relojera en el cuerpo que en otros tiempos lehaba permitido andar sobre la mesa, pero que, desde haca aos, y a nofuncionaba; una antigua maqueta de un barco y, al fondo, hasta una ratonera. Elanciano, sin embargo, sacaba del compartimiento del centro una jofaina redondade plata, muy oxidada, que se hallaba sobre una bandeja tambin de plata, ymostraba los dos objetos al muchacho, separando uno de otro y volviendo cadauno una y otra vez entre explicaciones y a muchas veces odas.

    Originariamente, la jofaina y el plato no pertenecan al mismo juego, comoenseguida se vea y como el nio volva a or cada vez; pero como deca elabuelo haban sido reunidos por el uso desde haca unos cien aos, es decir,desde la compra de la jofaina. Era bonita, de forma sencilla y elegante, muestradel austero gusto reinante a principios del siglo pasado. Lisa y slida, reposabasobre un pie redondo y estaba baada en oro en el interior, aunque el paso deltiempo no haba dejado de aquel oro ms que un plido resplandor amarillento.Como nico adorno, tena una corona en relieve de rosas y hoj itas dentadas en elborde superior. En cuanto a la bandeja, en la cara interior se poda leer suantigedad, mucho mayor. 1650 rezaban unos nmeros muy recargados, yenmarcaban la cifra todo tipo de ornamentos sofisticadsimos, realizados a la manera moderna de otra poca, voluptuosos y caprichosos; escudos yarabescos a caballo entre estrellas y flores. En el reverso de la bandeja, en

  • cambio, en los distintos tipos de letra correspondientes, estaban grabados losnombres de los cabezas de familia que, en el transcurso de los tiempos, habansido propietarios del objeto: y a eran siete, y junto a cada uno figuraba tambin elao de la transmisin de la herencia, y el anciano de la corbata de lazo se los ibasealando uno tras otro a su nieto con la punta del ndice en el que llevaba elanillo. All estaban el nombre de su padre, el de su abuelo y el de su bisabuelo, yluego el prefijo se doblaba, se triplicaba, y hasta se cuadruplicaba en la boca delnarrador, y el joven, con la cabeza inclinada hacia un lado, con la mirada muyfija en actitud reflexiva o tambin soadora y relajada y con los labiosdevotamente entreabiertos, escuchaba ese tatara-tatara , ese sonido oscuroque evocaba la tumba y el paso del tiempo, que sin embargo, reflejaba losindisolubles y devotamente conservados lazos entre el presente, su propia vida yel pasado remotsimo, y que produca en l un extrao efecto, tal y como semanifestaba en su rostro. Al or aquel sonido crea respirar un aire fro y concierto olor a moho, el aire de la iglesia de Santa Catalina o de la cripta de SanMiguel; sentir en sus odos el aliento de esos lugares en los que, con el sombreroen la mano, parece imponerse caminar con devocin, inclinndose ytambalendose ligeramente para no apoy ar los tacones de las botas; creatambin or el silencio lejano y pacfico de esos lugares de profundos ecos; elsonido de aquellas slabas haca que en su interior se mezclasen la conciencia delo sagrado y la conciencia de la muerte y de la historia, y, de algn modo, eljoven tena la sensacin de que todo aquello le haca bien; es ms, era muyposible que le hubiera pedido que le mostrara la jofaina por amor a ese sonidopara escucharlo y repetirlo una vez ms.

    Luego el abuelo volva a colocar la jofaina sobre la bandeja y dejaba que elmuchacho se asomase a su interior, liso y ligeramente dorado que brillaba bajola luz que caa desde el techo.

    Pronto har ocho aos dijo que te sostuvimos sobre ella y el agua conla que fuiste bautizado cay dentro. El sacristn de la parroquia de San Jacobo,Lassen, fue quien la verti en la cuenca de la mano del pastor Bugenhagen y deella resbal por encima de tu cabeza hasta la jofaina. La habamos calentadopara que no te asustases y llorases y, en efecto, no lo hiciste, sino todo locontrario: estuviste chillando antes, de tal manera que Bugenhagen a duras penaspudo hacer su sermn; sin embargo, en cuanto sentiste el agua te callaste, y creoque fue por respeto hacia el Santo Sacramento, o as lo espero. Dentro de unosdas har cuarenta y cuatro aos que tu padre recibi el bautismo y que el aguaresbal sobre su cabeza y cay aqu dentro. Fue aqu, en esta casa, su casapaterna, en la sala de al lado, ante la ventana del centro, y fue el viejo pastorHesekiel quien le bautiz, el mismo a quien los franceses estuvieron a punto defusilar cuando era joven porque haba predicado contra sus rapias y sus tributosde guerra; tambin l se halla desde hace mucho tiempo en la casa del Seor. Y

  • hace setenta y cinco aos que me bautizaron a m; en la misma sala, y aqusostuvieron mi cabeza sobre la jofaina, exactamente como est ahora, colocadasobre la bandeja, y el pastor pronunci las mismas palabras que contigo y con tupadre, y el agua clara y tibia resbal de la misma manera por mis cabellos(entonces no tena muchos ms que ahora), y cay tambin ah, en esa jofainadorada.

    El nio alz la mirada hacia el delgado rostro de anciano del abuelo que ahorase inclinaba de nuevo sobre la jofaina, como lo haba hecho en aquella hora y amuy lejana de la que hablaba en ese momento, y la sensacin que habaexperimentado otras veces se apoder de l; aquella peculiar sensacin, comosoada y tambin como de pesadilla de que todo se mueve y no se mueve nada,de cambiante permanencia que no es sino un constante volver a empezar y unavertiginosa monotona; una sensacin que y a le era conocida de otras veces ycuya repeticin haba esperado y deseado; en parte se deba a este deseo el quehubiera pedido que le mostrasen aquella pieza, que pasaba de generacin engeneracin sin que el tiempo pasase por ella.

    Cuando ms tarde el muchacho pensaba en ello, le pareca que la imagen desu abuelo se haba grabado en l con una huella ms profunda, clara ysignificativa que la de sus padres; lo cual quiz se debiera a la simpata y a unaafinidad fsica particular, pues el nieto se pareca al abuelo todo lo que un rapazde mejillas rosadas puede parecerse a un canoso y rgido septuagenario. Ahorabien, sobre todo era algo importante para el abuelo, que sin duda haba sido lafigura de may or carcter, la personalidad pintoresca de la familia.

    Lo cierto es que el tiempo haba pasado de largo ante la manera de ser y depensar de Hans Lorenz Castorp incluso mucho antes de su muerte. Haba sido unhombre profundamente cristiano, miembro de la Iglesia reformista, de unafrrea postura tradicionalista tan empecinado en que la clase social con acceso alos puestos de gobierno no dejase de ser la aristocracia como si hubiese vivido enel siglo xiv, cuando la menestrala, venciendo la tenaz resistencia de los patricios,y a libres desde antiguo, haba comenzado a conquistar los puestos y votos en elseno del consejo de la ciudad, y, en resumidas cuentas, un hombre que secerraba en banda ante toda innovacin. Su actividad coincidi con una poca deintenso desarrollo y grandes cambios de diversas ndoles; con una poca deprogreso a marchas forzadas que constantemente haba exigido enorme audaciay espritu de sacrificio en la vida pblica. Pero Dios sabe que, por su parte, elviejo Castorp no haba contribuido a que el espritu de los tiempos modernoscelebrase sus brillantes y celebrrimas victorias. Haba concedido mucha may orimportancia a las tradiciones atvicas y las antiguas instituciones que a lastemerarias ampliaciones del puerto y otras desalmadas aberraciones propias delas grandes ciudades; haba frenado y conciliado los espritus all donde habapodido y, si por l hubiera sido, la administracin tendra todava ese aspecto

  • idlicamente rancio que, en su da, presentaba su propia oficina.Tal era la imagen que el anciano, durante su vida y despus de ella, daba a

    sus conciudadanos, y aunque el pequeo Hans Castorp no entenda nada de losasuntos polticos, sus ojos infantiles que lo miraban todo en silencio hacan pocoms o menos las mismas observaciones observaciones mudas y, porconsiguiente, faltas de crtica, slo llenas de vida, que, ms tarde, convertidas enrecuerdo consciente, habran de conservar carcter incondicionalmente positivo,hostil a todo anlisis y a todo comentario. Como ya se ha dicho, la simpataestaba de por medio, ese lazo afectivo y esa afinidad que no es nada raro quesalte una generacin. Los hijos y los nietos observan para admirar y admiranpara aprender y desarrollar el potencial que, por herencia, llevan dentro.

    El senador Castorp era delgado y alto. Los aos haban curvado su espalda ysu nuca, pero l se esforzaba en compensar esa inclinacin procurando andarerguido, y, al hacerlo, su boca, cuy os labios no podan ya apoy arse en los dientes,sino en las encas vacas, pues no se pona la dentadura postiza ms que paracomer, se contraa hacia abajo con un gesto tan digno como esforzado, y a esocomo, sin duda, tambin al intento de disimular un leve temblor de la cabezase deban aquella postura tan sumamente rgida y aquella peculiar corbata que lesujetaba la barbilla y tanto gustaba al pequeo Hans Castorp.

    Le encantaba la caja de rap, una caj ita alargada de carey conincrustaciones de oro de la que siempre se serva con los dedos, por lo queutilizaba pauelos rojos cuyas puntas solan asomar por el bolsillo trasero de sulevita. Si esto era una pequea debilidad a su parecer, todo el mundo lointerpretaba como una evidente concesin a su avanzada edad, una ligereza delas que, ya sea con plena conciencia y sonriendo o de un modo dignamenteinconsciente, trae consigo la vejez; en cualquier caso, era la nica que la agudamirada del joven Hans Castorp pudo ver jams en su abuelo. Pero tanto para elnio de siete aos como ms tarde para el adulto, en el recuerdo, la imagendiaria y familiar del anciano no era su imagen verdadera. En realidad eradiferente, mucho ms bello y recto que de ordinario, tal y como apareca en unretrato de tamao natural que en tiempos haba estado colgado en la habitacinde los padres del nio y que luego se traslad con el pequeo Hans Castorp a lacasa de la explanada, donde fue colocado encima del sof de seda roja en elsaln recibidor.

    La pintura mostraba a Hans Lorenz Castorp vestido con el uniforme oficial desenador de la ciudad, ese serio e incluso monacal atuendo de un siglo anteriorcuyo pomposo uso se haba transmitido y conservado en una comunidad solemnea la vez que temeraria con el fin de que, a travs de ese ceremonial, el pasado seconvirtiera en presente y el presente en pasado, dando as testimonio de laindisoluble continuidad de las cosas y de la honorabilsima fiabilidad de su firma.El senador Castorp apareca de cuerpo entero, de pie sobre un piso de baldosas

  • roj izas, en una perspectiva de columnas y arcos gticos; con la barbilla inclinaday la boca contrada hacia abajo, los ojos, azules y de mirada juiciosa, con bolsasen los lacrimales, puestos en la lejana; vistiendo un ropn negro de aspectosacerdotal que le llegaba hasta pasadas las rodillas y que, abierto en la parte dedelante, mostraba un ancho ribete de piel en todo el borde. De unas ampliasmangas abullonadas y bordadas salan otras ms estrechas y largas, de tela lisa,y unos puos de encaje le cubran las manos hasta los nudillos. Las delgadaspantorrillas del anciano estaban enfundadas en unas medias de seda negra, lospies en zapatos con hebillas de plata. En el cuello llevaba, en cambio, una anchagola almidonada y rizada, bajada en la parte delantera y levantada a amboslados, de debajo de la cual an sala una chorrera de batista plisada que caasobre el chaleco. Bajo el brazo llevaba el antiguo sombrero de ala ancha, cuy acopa acababa casi en punta.

    Era un retrato excelente, obra de un artista notable, pintado con buen gusto enel estilo de los viejos maestros, a lo cual se prestaba el modelo, y evocaba enquienes lo contemplaban toda clase de imgenes hispanoholandesas de fines de laEdad Media. El pequeo Hans Castorp lo haba contemplado con frecuencia, sinuna visin de experto, como puede suponerse, pero s con cierto criterio general,incluso bastante profundo; y aunque no hubiese visto a su abuelo en persona tal ycomo la tela le representaba ms que una sola vez y por un instante, conmotivo de una llegada en cortejo al Ay untamiento, no poda dejar deconsiderar el cuadro como la apariencia verdadera y autntica del abuelo,viendo en su abuelo de todos los das, por as decirlo, una especie de interino, sloprovisional e imperfectamente adaptado a su papel. Pues lo que haba de distintoy extrao en su apariencia ordinaria se deba, sin duda, a esta adaptacinimperfecta y tal vez un poco torpe en la que quedaban restos e indicios de su otracara, la pura y verdadera, que no se borraban completamente. As, por ejemplo,el cuello postizo y la corbata blanca alta y de lazo estaban pasados de moda; sinembargo, era imposible aplicar ese epteto a aquella maravillosa prenda en lacual no era sino un mero sucedneo: la golilla espaola. Ocurra lo mismo con elinusual sombrero de copa redondeado que el abuelo llevaba para salir a la calle yque, en aquella realidad superior, corresponda al sombrero de fieltro de alaancha del cuadro; y tambin con la larga y holgada levita de paseo, cuy o modeloy esencia era, a los ojos del pequeo Hans Castorp, la toga bordada y ribeteadaen piel.

    l aprob, pues, de todo corazn, que el abuelo luciese aquel aspecto con todasu autenticidad y su perfeccin el da en que hubo de despedirse de l parasiempre. Fue en el saln, en el mismo donde tantas veces haban comido sentadosa la mesa uno frente al otro. Hans Lorenz Castorp se hallaba tendido sobre eltmulo, dentro del atad con incrustaciones de plata y rodeado de coronas. Habaluchado mucho y tenazmente contra la pulmona, si bien, segn pareca, slo se

  • haba sentido en casa en la vida de este mundo porque se haba adaptado a ella; yahora estaba all tendido, no se saba si como vencedor o como vencido, pero, entodo caso, con una expresin de rigurosa satisfaccin y muy cambiado, con lanariz ms afilada por haber luchado tanto en su lecho de muerte; la parte inferiordel cuerpo estaba envuelta en un sudario sobre el que haban colocado una ramade palma, la cabeza levantada por unos almohadones de seda, de manera que subarbilla reposaba agradablemente en la abertura delantera de su golilla de gasa,y entre las manos, semicubiertas por los puos de encaje, cuyos dedos, en unapostura fingidamente natural, no podan ocultar el fro y la muerte, haba sidocolocado un crucifijo de marfil que sus prpados cerrados parecan contemplarfijamente.

    Hans Castorp haba visitado a su abuelo varias veces al principio de laenfermedad, pero luego ya no lo haba vuelto a ver. Le haban evitado elespectculo de la lucha que, por otra parte, se desarrollaba casi siempre por lanoche; nicamente se haba visto afectado de un modo indicado por la atmsferaangustiada de la casa, por los ojos enrojecidos del viejo Fiete, por las idas yvenidas de los mdicos; sin embargo, el resultado, ante el cual se encontraba enel comedor, poda resumirse diciendo que el abuelo haba sido solemnementeliberado de aquella condicin de interino en la vida y por fin haba regresado a suforma verdadera y digna de l; era un hecho que haba que aceptar, a pesar deque el viejo Fiete llorase y moviese la cabeza sin descanso, y aunque el propioHans Castorp llorara como lo haba hecho en presencia de su madre muertarepentinamente y de su padre, a quien, poco tiempo despus, tambin vio difunto,como un extrao mudo para siempre.

    Era, pues, la tercera vez que, en tan poco tiempo y a una edad tan temprana,la muerte obraba sobre el espritu y los sentidos principalmente sobre lossentidos del pequeo Hans Castorp; aquella visin y aquella impresin y a noeran nuevas para l sino todo lo contrario, le resultaban muy familiares y, comoen las dos ocasiones anteriores, aunque sta es un grado an may or, se mostrmuy tranquilo y dueo de s mismo, en modo alguno a merced de los nervios apesar de que senta una afliccin natural. Ignorando el significado prctico queesos acontecimientos haban de tener en su vida, o infantilmente indiferente aello, confiando en que el mundo ya cuidara de l de un modo u otro, anteaquellos atades haba dado muestras de una frialdad igualmente infantil y deuna atencin objetiva que, en la tercera circunstancia, dadas su sensacin yexpresin de gran experiencia en la materia, no estaba exenta de ciertaprecocidad (al margen de las lgrimas provocadas por la emocin o el contagiodel llanto de los dems, como una reaccin normal). En los tres o cuatro mesesdespus de que muriera su padre, haba olvidado la muerte; ahora la recordaba,y todas aquellas sensaciones tan singulares de entonces se reproducanexactamente igual, al mismo tiempo y con enorme fuerza.

  • Actualizadas y explicadas en palabras, sus impresiones se podan resumir delmodo siguiente: la muerte era de una naturaleza piadosa, significativa ytristemente bella, es decir, espiritual; pero, al mismo tiempo, tambin posea unasegunda naturaleza, casi contraria, muy fsica y material que, desde luego, no sepoda considerar bella, ni significativa, ni piadosa, ni siquiera triste. La naturalezasolemne y espiritual se expresaba en la suntuosa mortaja y atad del difunto, lasmagnficas flores y las palmas que, como se sabe, significaban la paz celestial;adems, y ms claramente todava, en el crucifijo entre los fros dedos de lo quefuera el abuelo, en la figura del Cristo bendiciendo de Thorwaldsen, que sehallaba en la cabecera del fretro, y en los dos candelabros que se alzaban aambos lados, los cuales, en aquella ocasin, haban adquirido igualmente uncarcter sacro. Todas aquellas disposiciones claramente hallaban su sentido y subuen fin en la idea de que el abuelo haba adoptado su forma definitiva yverdadera para siempre. Pero adems, como muy bien capt el pequeo HansCastorp, aunque no quiso reconocerlo, todo aquello, y especialmente a su vez, laenorme cantidad de flores (y, entre stas, en particular de nardos) tena otrosentido y otro fin ms prosaico: mitigar ese otro aspecto de la muerte que no es nibello ni realmente triste, sino ms bien casi indecente, bajo, indignamente fsico;hacer olvidar o impedir tomar conciencia de la muerte.

    A esa segunda naturaleza de la muerte se deba que el abuelo difuntopareciese tan alejado que en realidad ya ni siquiera pareciese el abuelo, sino msbien un mueco de cera, de tamao natural, que la muerte haba cambiado por lapersona y al que ahora se rendan tan pos y fastuosos honores. El que all y aca,o mejor dicho: lo que se hallaba all tendido no era, pues, el abuelo, sino sus restosmortales que, como bien saba Hans Castorp, no eran de cera, sino de su propiamateria, pero slo de materia vaca, y precisamente eso era lo indecente y nisiquiera triste; tan poco triste como lo son las cosas que conciernen al cuerpo yslo a l. El pequeo Hans Castorp contemplaba esa materia lisa, cerlea ycaseificada, de que estaba hecha aquella figura mortuoria de tamao natural, conel rostro y las manos del que haba sido su abuelo. Una mosca acababa deposarse sobre la frente inmvil y comenzaba a agitar la trompa. El viejo Fiete laespant con precaucin, evitando tocar la frente, con expresin sombra, como sino debiera ni quisiera saber lo que haca; expresin de respeto que, sin duda, sedeba al hecho de que el abuelo ya no era ms que un cuerpo inerte. Pero al pocode levantar el vuelo, la mosca volvi a posarse un instante sobre los dedos delabuelo, cerca del crucifijo de marfil. Y mientras esto ocurra, Hans Castorpcrey respirar, con mayor claridad que hasta aquel momento, aquellaemanacin dbil pero tan particularmente penetrante que conoca de otras vecesla cual, para su vergenza, le recordaba a un compaero de clase aquejado deun desagradable mal y por esa causa evitado por todos, y que los nardos tenanpor objeto encubrir, sin conseguirlo a pesar de su hermosa opulencia y su fuerte

  • olor.Se acerc varias veces al cadver: una vez slo con el viejo Fiete; otra con su

    to Tienappel, comerciante de vinos, y sus dos tos James y Peter; y luego unatercera vez, cuando un endomingado grupo de obreros del puerto permaneciunos instantes ante el cadver para despedirse del antiguo jefe de la casa Castorpe Hijos. Luego tuvo lugar el entierro, durante el cual la sala se llen de gente, y elpastor Bugenhagen, de la iglesia de San Jacobo, el mismo que haba bautizado aHans Castorp, ataviado con la golilla espaola, pronunci la oracin fnebre, ydespus, en el coche el primero de un largusimo cortejo que segua a lacarroza, se mostr muy amable con el pequeo Hans Castorp; y despus,tambin esa pequea etapa de su vida termin, y cambi de casa y de entorno, yya lo haca por segunda vez en su joven existencia.

  • En casa de los Tienappely sobre el estado moral de Hans Castorp

    No fue para su desgracia, pues a partir de aquel da vivi en la casa del cnsulTienappel, su tutor, y no le falt nada, ni en el terreno personal ni en lo referentea la defensa de sus dems intereses, de los que l an no saba nada. El cnsulTienappel, to de la difunta madre de Hans, administr el patrimonio de losCastorp, puso en venta los inmuebles, se encarg de liquidar la empresa Castorp eHijos, Importacin y Exportacin y consigui sacar unos cuatrocientos milmarcos, que eran la herencia de Hans Castorp y que el cnsul Tienappel invirtien valores seguros, cobrando cada principio de trimestre, a pesar de su afecto defamiliar, un dos por ciento de comisin legal.

    La casa de los Tienappel estaba situada al fondo de un jardn en el camino deHarvestehud y daba a una extensin de csped, en la que no era tolerada malahierba alguna, a unas rosaledas pblicas y al ro. A pesar de poseer un buencoche de caballos, todas las maanas el cnsul Tienappel iba a pie a su despachoen el centro de la ciudad para hacer un poco de ejercicio, pues a veces sufra deuna ligera congestin en la cabeza, y a las cinco de la tarde regresaba de lamisma manera, despus de lo cual se coma en casa de los Tienappel con todorefinamiento. Era un hombre influyente que vesta con los mejores tej idosingleses; tena los ojos saltones, de un azul acuoso, ocultos tras los lentes demontura de oro; la nariz esplndida; la barba gris de marinero, y un diamanteresplandeciente en el delgado dedo meique de su mano izquierda. Su mujerhaba fallecido haca mucho tiempo. Tena dos hijos, Peter y James, de los cualesuno estaba en la marina y muy poco en casa; el otro trabajaba en el negocio delpadre y por lo tanto era el heredero oficial de la empresa. La casa eragobernada, desde haca muchos aos, por Schalleen, la hija de un orfebre deAltona, que llevaba manguitos blancos almidonados. Cuidaba de que tanto eldesayuno como la comida comprendiesen un abundante surtido de entremeses,con cangrejos y salmn, anguila, pechuga de ganso y tomato catsup para elroastbeef; vigilaba con atencin a los criados ocasionales que el cnsul Tienappelcontrataba cuando tena invitados, y fue ella quien, como pudo, hizo de madre delpequeo Hans.

    Hans Castorp creci en un clima espantoso, entre el viento y la niebla; creci

  • dentro de un impermeable amarillo, si as puede decirse, y lo cierto es que sesenta bien. No obstante, siempre fue un poco anmico, como pudo comprobar eldoctor Heidekind, quien prescribi que, antes de almorzar, al regresar de clase, sele diese cada da un buen vaso de porter, bebida, como es bien sabido, fuerte, queel doctor consideraba de un gran valor reconstituyente para la sangre y que, encualquier caso, dulcific de un modo apreciable el espritu de Hans Castorp,ay udndole a superar su tendencia a soar despierto , como deca su toTienappel, es decir, a quedarse con la boca abierta contemplando las musaraassin ningn pensamiento slido. Pero por lo dems era un chico sano y normal,bastante bueno jugando al tenis y remando, a pesar de que en vez de remarprefera instalarse con una rica bebida en la terraza del club nutico deUhlenhorst en las noches de verano, escuchar la msica y contemplar las barcasiluminadas, entre las que nadaban los cisnes sobre el espejo irisado del agua. Ycuando hablaba, serena y razonable, aunque en un tono un tanto hueco, montonoy con un dejo de dialecto norteo es ms, con slo mirarle, con su rubiacorreccin, su rostro de corte refinado y rasgos en cierto modo arcaicos, en elcual un orgullo heredado e inconsciente se manifestaba en forma de adustamelancola, nadie poda poner en duda que Hans Castorp era un puro yautntico prototipo del lugar, y que all se encontraba como pez en el agua. lmismo, de habrselo planteado, no lo hubiera dudado ni un momento.

    El ambiente del gran puerto de mar, ese ambiente hmedo de comerciointernacional y bienestar que haba sido el aire vital de sus padres, era respiradopor l como algo natural, de pleno acuerdo y de buen grado. Con el olfatoacostumbrado a las emanaciones del agua, el carbn y el alquitrn, y a losintensos olores de los ultramarinos amontonados, vea cmo en los muelles delpuerto las imponentes gras de vapor imitaban la tranquilidad, inteligencia yfuerza gigantesca de elefantes domesticados transportando toneladas de sacos,fardos, cajas, toneles y bombonas, de las bodegas de los buques anclados avagones de ferrocarril o a los almacenes de los muelles. Vea a los comerciantescon sus impermeables amarillos, como el que l llevaba, acudiendo en tropel a laBolsa a medioda, donde segn le haban dicho se jugaba fuerte, y donde ms deuno se vea obligado a repartir invitaciones a toda prisa para una gran cena, a finde salvar su crdito. Vea (y ste habra de ser su campo de inters en el futuro)el bullicio en los astilleros, los mastodnticos cuerpos de los transatlnticosvarados, altos como torres, con la quilla y la hlice al descubierto, sostenidos porvigas recias como rboles, monstruosamente indefensos fuera del mar, invadidospor ejrcitos de enanos ocupados en fregar, martillear y pintar; vea alzarse losesqueletos de los buques en construccin bajo los diques de construccinenvueltos en una niebla humeante; vea a los ingenieros, con sus planos y librosde clculos en la mano, dar rdenes a los obreros. Todos aquellos rostros eranfamiliares a Hans Castorp desde la infancia, y no despertaban en l ms que

  • entraables sensaciones de bienestar especialmente intensas cuando, losdomingos a medioda, almorzaba en el pabelln de Alster con James Tienappel osu primo Ziemssen (Joachim Ziemssen) panecillos calientes de carne ahumada,acompaados de un vaso de oporto aejo, y permaneca retrepado en su sillafumando con deleite un cigarro puro. En esto no se engaaba: le gustaba vivirbien; es ms, a pesar de su aspecto anmico y refinado, estaba fuerte yprofundamente apegado, como un ansioso recin nacido a los pechos maternos, alos ms elementales placeres de la vida.

    Cmodamente y no sin dignidad llevaba sobre sus hombros esa supuestacultura superior que la clase alta, en cuyas manos est la democracia de lasciudades libres, transmite a sus hijos. Iba acicalado como un beb y se vesta enel sastre que gozaba de la confianza de los jvenes de su clase. Su ropa blanca,esmeradamente marcada, que contenan los cajones ingleses de su armario, eracuidada con verdadero mimo por Schallen; incluso cuando Hans Castorp marcha estudiar fuera, continu envindosela para que la mandase lavar y zurcir (puessiempre deca que, salvo en Hamburgo, en Alemania no saban planchar la ropablanca). Una arruga en el puo de una de sus bonitas camisas de color le hubieracausado un enorme disgusto. Sus manos, aunque quiz desprovistas de una formamuy aristocrtica, mostraban una piel fresca y cuidada, ornadas con un anillo deplatino y con el sello de su abuelo, y sus dientes, un tanto dbiles y deterioradosen diversos puntos, haban sido reparados con oro.

    De pie y al andar sacaba un poco el vientre, lo cual no daba precisamenteuna impresin de apostura, pero sus maneras excelentes en la mesa erannotables: con la espalda muy recta se volva cortsmente hacia el vecino con elque estaba charlando (siempre sensato y con cierto deje norteo), y mantena loscodos bien pegados al cuerpo mientras trinchaba un ala de pollo o extraahbilmente la carne rosada del caparazn de una langosta con el instrumentoadecuado. Su primera necesidad al terminar la comida era el aguamanilaromatizado; la segunda, el cigarrillo ruso, que no pagaba aduana pero seconsegua fcilmente de contrabando. A este cigarrillo segua un cigarro de unasabrosa marca de Bremen llamada Mara Mancini, de la que y a se hablar msadelante y cuyas aromticas sustancias se aliaban de una manera muysatisfactoria con las del caf. Hans Castorp sola guardar sus provisiones detabaco de las nefastas influencias de la calefaccin central, conservndolas en labodega, adonde bajaba todas las maanas para rellenar su petaca con la dosisdiaria. De mala gana hubiese comido mantequilla presentada en un solo bloque yno en forma de caracolillos.

    Como se ve, procuramos recoger todo aquello que puede prevenir en sufavor, pero le juzgamos sin exageracin y no le hacemos ni mejor ni peor de loque era. Hans Castorp no era un genio ni un imbcil, y si para definirle evitamosla palabra mediocre es por una serie de razones que no guardan relacin ni

  • con su inteligencia ni con su persona en s: es por respeto hacia su destino, al cualnos sentimos inclinados a conceder una importancia ms que personal. Tenabastante cabeza para cumplir con las exigencias del bachillerato de ciencias sinnecesidad de excesivo esfuerzo, que, por otra parte, tampoco hubiera estadodispuesto a realizar en ninguna circunstancia y por ningn motivo, no tanto portemor a sufrir algn dao, sino porque no vea motivo alguno para resolverse aello, o ms exactamente, ninguna razn indispensable; y es precisamente por esopor lo que no queremos llamarle mediocre, porque, de alguna manera, eraconsciente de esa falta de motivos.

    El hombre no slo vive su vida personal como individuo, sino que, conscienteo inconscientemente, tambin participa de la de su poca y de la de suscontemporneos, as que, por ms que considerase las bases generales eimpersonales de su existencia como bases inmediatas, dadas por naturaleza, ypermaneciese alejado de la idea de ejercer cualquier crtica contra ellas, comoera el caso del buen Hans Castorp, era muy posible que sintiese su bienestarmoral ligeramente afectado por sus defectos. El individuo puede tener presentestoda clase de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de loscuales extrae la energa para los grandes esfuerzos y actividades; ahora bien,cuando lo impersonal que le rodea, cuando la poca misma, a pesar de suagitacin, en el fondo est falta de objetivos y de esperanzas, cuando sta se lerevela como una poca sin esperanzas, sin perspectivas y sin rumbo, y cuando lapregunta sobre el sentido ltimo, inmediato y ms que personal de todos esosesfuerzos y actividades pregunta planteada de manera consciente oinconsciente, pero planteada al fin y al cabo, no encuentra otra respuesta queel silencio del vaco, resultar inevitable que, precisamente a los individuos msrectos, esta circunstancia conlleve cierto efecto paralizante que, por va de loespiritual y moral, se extienda sobre todo a la parte fsica y orgnica delindividuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo considerable que rebase lamedida de lo que comnmente se practica, aunque la poca no pueda dar unarespuesta satisfactoria a la pregunta para qu? , se requiere bien unaindependencia y una pureza moral que son raras y propias de una naturalezaheroica, o bien una particular fortaleza de carcter. Hans Castorp no posea ni louno ni lo otro, y no era, por lo tanto, ms que un hombre mediocre, eso s, en unode los sentidos ms honrosos del trmino.

    Todo esto no solamente se refiere a la actitud del joven durante sus aos deescuela, sino tambin durante los que siguieron, cuando ya haba elegido laprofesin burguesa que ejerca. En lo que se refiere a su carrera escolarconsignaremos que incluso tuvo que repetir ms de un curso. Pero, en general, suorigen, la urbanidad de sus costumbres y un talento notable, y a que no unapasin, por las matemticas, le ayudaron a franquear esas etapas, y al terminarel bachillerato elemental, decidi continuar con el superior, principalmente la

  • verdad sea dicha porque eso supona prolongar un estado de cosas habitual,provisional e indeterminado que le permitira ganar tiempo para reflexionarsobre lo que quera ser, pues se hallaba muy lejos de saberlo; ni siquiera lo sabaen el ltimo curso, y cuando, finalmente, tom una decisin (aunque casi seramucho decir que l mismo se decidi), le dio la sensacin de que lo mismohubiera podido elegir un camino diferente.

    Eso s, una cosa estaba clara: siempre haba sentido una gran aficin por losbarcos. Cuando era nio haba llenado las pginas de sus cuadernos con dibujos alpiz de barcas de pesca, gabarras cargadas de legumbres y veleros de cincopalos, y cuando, a los quince aos, goz del privilegio de asistir a la botadura deun nuevo paquebote postal de dos hlices, el Hansa, en los astilleros Blohm &Voss desde un lugar privilegiado, hizo una acuarela bastante lograda y muy ricaen detalles de la esbelta nave, que el cnsul Tienappel colg en su despachoparticular y en la cual el verde vidrioso y transparente del mar tempestuosoestaba tratado con tanto esmero y habilidad que alguien dijo al cnsul Tienappelque aquello revelaba talento y que Hans Castorp podra llegar a ser buen pintorde marinas, apreciacin que el cnsul pudo repetir a su pupilo sin temor amayores consecuencias, pues Hans Castorp se limit a rerse ante la idea sinpensar un solo momento en locuras de bohemio y en pasar hambre por ellas.

    No puede decirse que seas rico le deca algunas veces el to Tienappel.La parte principal de mi fortuna en su da ir a parar a James y a Peter, es decir,que todo quedar en casa, y Peter percibir su pensin. Lo que te pertenece estbien invertido y te produce una renta segura. Pero vivir de las rentas, hoy en da,no es nada fcil, salvo que se tenga al menos cinco veces lo que t posees; asque, si quieres llegar a ser algo aqu en la ciudad y vivir como estsacostumbrado, es preciso que te hagas a la idea de que debes ganar bien, hijomo.

    Hans Castorp se hizo a la idea y se preocup de tener una profesin que lepermitiese quedar en buena posicin ante s mismo y ante los dems. Y cuandohubo elegido fue a instancias del viejo Wilms, de la casa Tunder & Wilms,que, un sbado por la noche, jugando al whist, dijo al cnsul Tienappel: HansCastorp debera estudiar ingeniera naval, sera una excelente idea y podraentrar en mi casa; yo no dejara de preocuparme de l , entonces dio granimportancia a su profesin, considerando que, sin duda, sera un trabajo duro yterriblemente complicado, pero tambin una profesin notable, importante y degran prestigio, y en todo caso infinitamente preferible, para su pacfica persona,a la de su primo Joachim Ziemssen, hijo de la hermana de su difunta madre, quequera ser oficial a toda costa. Joachim Ziemssen, por otra parte, estaba un pocodbil del pecho, aunque precisamente por eso, el ejercicio de una profesin alaire libre, que no exiga ninguna tensin ni ningn esfuerzo intelectual, le eraconveniente, como pensaba Hans Castorp, no sin cierto desprecio. Pues senta un

  • gran respeto hacia el trabajo, aunque personalmente el trabajo le fatigaba unpoco.

    Insistimos aqu en reflexiones que ya hemos esbozado antes y que apuntabana la idea de que los efectos negativos, consecuencia de la poca en que vive unindividuo, pueden repercutir tambin en su organismo fsico. Cmo hubierapodido Hans Castorp no respetar el trabajo? Habra sido antinatural. Dadas lascircunstancias no poda menos que considerarlo lo ms respetable del mundo. Enel fondo, no haba nada respetable aparte del trabajo; era el principio al cual unoobedeca o no obedeca, era el absoluto de la poca que, por as decirlo,responda de s mismo. Su respeto hacia el trabajo era, pues, de naturalezareligiosa y, hasta donde l era consciente, indiscutible. Otra cuestin muy distintaera que lo amase; a eso no poda llegar, por profundo que fuese su respeto, por lasencilla razn de que no estaba hecho para trabajar. Un trabajo duro irritaba susnervios, lo agotaba enseguida, y Hans Castorp reconoca con franqueza que, enrealidad, amaba mucho ms el tiempo libre, en que no tena que soportar elplmbeo peso del esfuerzo, tiempo a su entera disposicin, no sujeto a unprograma de obstculos que haba que vencer a regaadientes. Estacontradiccin en su actitud hacia el trabajo necesariamente deba ser resuelta.Haba que suponer que tanto su cuerpo como su espritu primero el espritu y,por medio de ste, tambin el cuerpo hubiesen estado mejor dispuestos yhubiesen sido ms resistentes al trabajo si, en el fondo de su alma, all donde ni lmismo era consciente, hubiese podido creer en el trabajo como en un valorabsoluto, como en un principio que responda por s mismo, y tranquilizarse coneste pensamiento? Surge aqu de nuevo la cuestin de su mediocridad o de si eraalgo ms que mediocre, cuestin a la que no vamos a dar ninguna respuestaconcluy ente. Pues no pretendemos, en modo alguno, hacer un panegrico deHans Castorp y damos pie a suponer que, en su vida, el trabajo sencillamenteentorpeca un poco su tranquilo disfrute de los Mara Mancini.

    No fue considerado apto para el servicio militar. Su ser ntimo sentarepugnancia hacia l y supo cmo eludirlo. Es posible tambin que el capitnmdico, el doctor Eberding, que frecuentaba la villa del camino de Harvesteh