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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular! 1 Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2012 GMM

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El Darwinismo visto desde el materialismo filosófico. Alvargonzález,David. Biblioteca Emancipación Obrera. Guillermo Molina Miranda.

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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

1

Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2012

GMM

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

2 © Libro No. 358. El Darwinismo visto desde el materialismo filosófico.

Alvargonzález,David. Colección Emancipación Obrera. Diciembre 8 de 2012.

Título original: © El darwinismo visto desde el materialismo filosófico. Alvar

González,David

Versión Original: El darwinismo visto desde el materialismo filosófico. Alvar

González,David

Circulación conocimiento libre, Diseño y edición digital de Versión original de

textos:

http://www.filosofia.org/rev/bas/bas22001.htm. El Basilisco (Oviedo), nº 20, 1996,

páginas 3-46

Licencia Creative Commons:

Autoría-atribución: Respetar la autoría del texto y el nombre de los autores

No comercial: No se puede utilizar este trabajo con fines comerciales

No derivados: No se puede alterar, modificar o reconstruir este texto.

Portada e Ilustración E.O. de la Imagen: Darwinismo.jpg.

menteerrabunda.blogspot.com

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

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El Darwinismo Visto

Desde El Materialismo Filosófico

David Alvargonzález

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

4

§1. Planteamiento de la cuestión

§2. Crítica de las diferentes interpretaciones sobre El origen:

2.1 Las interpretaciones no gnoseológicas:

2.1.1 interpretaciones psicologistas

2.1.2 interpretaciones sociologistas

2.1.3 interpretaciones logicistas

2.2 Las interpretaciones gnoseológicas:

2.2.1 interpretaciones descripcionistas

2.2.2 interpretaciones teoreticistas

2.2.3 interpretaciones adecuacionistas

§3 La idea de identidad sintética

§4 El origen de las especies entendido como la construcción de una identidad

sintética sistemática

4.1 ¿Qué significa interpretar El origen como identidad sintética? La biología

evolucionista como parte constitutiva de nuestra realidad presente

4.2 Argumentos para interpretar El origen como identidad sintética

4.2.1 El teorema de Darwin como modelo

4.2.2 Los cursos operatorios que confluyen en el modelo evolutivo tal como aparecen

en El origen

4.2.3 Sobre la diferencia entre la concepción del teorema de la evolución tal como se

le podía aparecer a Darwin y la interpretación propuesta desde la teoría del cierre

categorial

4.3 Reinterpretación gnoseológica de la importancia de algunas circunstancias que

hicieron posible El origen

4.4 El modelo evolutivo después de Darwin

4.5 Breve referencia al problema de los límites del darvinismo

Bibliografía citada

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

5 David Alvargonzález

1960

Profesor titular de filosofía de la Universidad de Oviedo, universidad en la que se

licenció en Filosofía en el año 1983.

Doctor en 1988 por la Universidad de Oviedo, con la tesis Análisis gnoseológico del

materialismo cultural de Marvin Harris, dirigida por Gustavo Bueno Martínez,

defendida ante un tribunal formado por Vidal Peña, Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina,

David Ruiz, Julián Velarde y Juan Bautista Fuentes. Resumen: «Tomando como

referencia la idea de ciencia propuesta por el filósofo materialista Gustavo Bueno en

su Teoría del Cierre Categorial, se discute el estatuto gnoseológico de la estrategia

materialista cultural de Marvin Harris en Antropología. En el primer capítulo se hace

una presentación sumaria del materialismo gnoseológico de Gustavo Bueno. En el

capítulo segundo se resumen los principios teóricos, los presupuestos

epistemológicos, y las teorías sustantivas del materialismo cultural de Harris. En el

capítulo tercero se aplica la idea de ciencia expuesta en el capítulo primero al análisis

de la producción de Marvin Harris analizando su organización interna: se estudian los

componentes del campo de la antropología materialista cultural, y los principios,

clasificaciones, modelos, y demostraciones construidos por Harris. El capítulo cuarto

entiende de los problemas de demarcación del materialismo cultural frente a otras

escuelas antropológicas (estructuralismo, antropología cognitiva, &c.), frente a otras

disciplinas científicas (antropología biológica, lingüística, &c.), y frente a otras

formas de conocimiento no científico (filosofía, ideología). El capítulo quinto estudia

el origen, desarrollo y evolución de las teorías materialistas culturales de Marvin

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

6 Harris estableciendo las deudas que esta estrategia de investigación tiene contraidas con

otros autores.» Premio extraordinario de doctorado en 1988. Una parte de esta tesis fue

publicada en la editorial de la UNED en el año 1989 con el título Ciencia y materialismo cultural.

Becario del Plan nacional de formación de personal investigador en 1985, profesor

colaborador de cátedra durante el curso 1984-85, y profesor contratado desde 1985

hasta 1991, año en que se convirtió en funcionario al ocupar la plaza de profesor

titular en la Universidad de Oviedo. Profesor tutor del Centro Asociado de Asturias

de la UNED desde 1984 hasta la actualidad. Su actividad docente ha estado centrada,

de manera principal, en las disciplinas de «Filosofía de la religión», «Historia de la

ciencia» y «Filosofía de las ciencias humanas». Ha impartido numerosas conferencias

y cursos en congresos e instituciones españolas y extranjeras. Ha ejercido también

cierta actividad como publicista en periódicos, y en programas de radio y televisión

(Tele5, Euskal Telebista, TeleMadrid, TVG, TeleAvilés y TPA).

Selección bibliográfica de David Alvargonzález

1989 Ciencia y materialismo cultural, UNED (Colección 'Aula abierta', nº 43),

Madrid 1989, 386 págs.

1989 «Problemas en torno al concepto de ciencias humanas», El Basilisco, nº 2, 2ª

época, páginas 51-57.

1992 El sistema de clasificación de Linneo, Pentalfa, Oviedo 1992, 93 págs.

1996 «El darvinismo visto desde el materialismo filosófico», El Basilisco, nº 20,

páginas 4-47; también publicado en Eustoquio Molina (coord.), Evolución. Aspectos interdisciplinares, SIUZ, Zaragoza 1996, págs. 187-227.

1999 «El relativismo cultural y otros relativismos», El Escéptico, nº 3, páginas 8-12.

2000 «Análisis gnoseológico del campo de la teoría de juegos», El Basilisco, nº 28,

páginas 17-36.

2005 «El problema de la verdad en las religiones del Paleolítico», en Patricio

Peñalver, Francisco Jiménez y Enrique Ujaldón (eds.), Filosofía y cuerpo. Debates en

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

7 torno a la filosofía de Gustavo Bueno, Ediciones Libertarias, Madrid 2005, páginas 213-

257. Edición digital en El Catoblepas seguida de una polémica en la que intervienen, entre

otros, Gustavo Bueno, Iñigo Ongay y Alfonso Fernández Tresguerres.

2009 La clonación, la anticoncepción y el aborto en la sociedad biotecnológica, Pentalfa, Oviedo 2009.

Textos de David Alvargonzález en el Proyecto Filosofía en español

1996 El darvinismo visto desde el materialismo filosófico

1998 Del relativismo cultural y otros relativismos

2000 Sistema

2001 Marvin Harris: un maldito popular

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

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El darwinismo visto

desde el materialismo filosófico

§ 1. Planteamiento de la cuestión.

onforme al tema titular, en esta conferencia trataremos de presentar, de un modo

sumario, un análisis histórico de la teoría de la evolución biológica tal como aparece

en la obra de Darwin. Ahora bien, como se advierte en ese mismo título, este análisis

pretende estar hecho desde una perspectiva filosófica y, más concretamente, desde

una filosofía materialista. Inmediatamente (en el apartado segundo) pasaremos a

diferenciar el punto de vista filosófico de otros puntos de vista alternativos

(psicológico, sociológico, lógico-formal) en el análisis de la historia de la ciencia, y

también en el curso de esta conferencia (en nuestro apartado tercero) intentaremos

explicitar lo que serían algunos de los contenidos de esa filosofía materialista que

tomamos como referencia. Pero, en todo caso, estando como estamos en una facultad

de ciencias y ante un auditorio compuesto mayoritariamente de científicos (no sólo

geólogos y biólogos, sino también físicos, bioquímicos, matemáticos, &c.), nos

parece necesario empezar justificando mínimamente el significado de nuestra

presencia aquí. Efectivamente, podría considerarse impertinente que una persona

ajena a la biología, un profesor de filosofía, trate de hablar acerca del darvinismo a un

auditorio que, no sólo está perfectamente enterado, sino que además está inmerso en

las propias discusiones internas de la teoría sintética de la evolución, un auditorio que

está, en muchos casos, en la punta de lanza de los debates biológicos y geológicos y

de los debates interdisciplinares entre biólogos y químicos o físicos, &c. Desde luego,

no es nuestra intención discutir aquí cuestiones técnicas, internas, puntuales, de la

teoría sintética de la evolución, pero tampoco nos vamos a contentar con un

tratamiento de la obra de Darwin meramente erudito, propio de una historia de la

ciencia entendida como una disciplina arqueológica exenta, positiva, un análisis de

historiadores que sólo afecte a otros historiadores. No lo vamos a hacer así porque

consideramos, en primer lugar, que la historia de la ciencia siempre es, en mayor o

menor medida, interpretativa, y las interpretaciones distintas de los episodios

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

9 históricos, esas interpretaciones que no siempre coordinan entre sí, dependen de las

posiciones filosóficas que se defiendan: dependen, por ejemplo, de ciertas tesis acerca de

qué es la ciencia, acerca de qué es la verdad científica, o de qué es la realidad y, en nuestro

caso, como vamos a ver, dependen de cuál es el estatuto gnoseológico que se le

conceda al darvinismo hoy. Pero es que, además, las discusiones sobre estos temas

citados no tienen repercusión solamente en el gremio de historiadores de la ciencia

sino que afectan de un modo central a la filosofía (a la ontología, a la gnoseología)

que podemos construir en el momento presente. Porque el darvinismo, en cuanto

integrado en las últimas versiones de la teoría sintética, no es hoy una mera reliquia

histórica, como puedan serlo grandes tramos de la obra biológica de Aristóteles, ni

tampoco es un «error necesario», como pudiera serlo la teoría de la pangénesis

sostenida por el propio Darwin, sino que es una parte constitutiva fundamental de

nuestro mundo actual, y por eso la discusión del darvinismo no es solamente una

discusión de historia de la biología. La filosofía que se puede hacer antes y depués de

Darwin es diferente porque la realidad antes y después de Darwin es también distinta.

Desde nuestros presupuestos, no podemos afirmar, como hace Wittgenstein, que la

teoría de Darwin sea irrelevante para la investigación filosófica{2}.

Es relativamente fácil advertir la importancia que las ciencias tienen para la filosofía

ya que, si la función actual de las ciencias, su función más característica, es la de

constituir eso que llamamos realidad, entonces se entiende que una filosofía actual,

cualquier filosofía actual, no pueda abrirse paso de espaldas a las ciencias (y decimos

esto siendo perfectamente conscientes de que muchos profesionales de la filosofía

académica están, sin embargo, de hecho, dando la espalda a las ciencias, cultivando

un tipo de filosofía que cree poder centrarse en torno a un núcleo de problemas que se

presentarían como intemporales, eternos). Sin embargo, la mayoría de ustedes no

dedican su tiempo al estudio de problemas filosóficos y más bien se estarán

preguntando si desde un enfoque filosófico (no científico) como el que estamos

anunciando aquí se pueden discutir cuestiones y, eventualmente llegar a algún tipo de

conclusiones, que puedan tener algún interés para las ciencias y para los científicos.

Si nosotros aceptamos el encargo de dictar esta conferencia es porque suponemos

que, de hecho, la dinámica interna de las ciencias no es completamente ajena a las

discusiones filosóficas sobre esas ciencias y su historia (y esto lo decimos

independientemente de que nosotros seamos capaces de suscitar aquí cuestiones de

interés para la biología de hoy y para su historia pues esto depende solamente de

nuestra mayor o menor competencia). Como ya hemos dicho, desde la perspectiva

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

10 filosófica no se abordan directamente asuntos internos de las ciencias (pues entonces

estaríamos abandonando esa perspectiva sui generis, filosófica, para convertirnos en

biólogos, geólogos, físicos, matemáticos, &c.): la tarea de evaluar si una teoría propuesta

es verdadera en la inmanencia de un determinado campo científico es una tarea

interna a ese campo y, por tanto, una tarea que habrán de resolver los propios

científicos. Sin embargo, se adopta, de hecho, ineludiblemente, una perspectiva

filosófica (más o menos espontánea, más o menos elaborada, más o menos

consciente) siempre que se discuten los problemas del estatuto gnoseológico de una

teoría pues esa discusión exige el análisis comparativo de las verdades constituidas en

ciencias diferentes para poder clasificarlas y diferenciarlas (para poder llegar, por

ejemplo, a concluir que no es lo mismo la verdad de la mecánica de Newton que la

verdad de la teoría de la personalidad de Freud). Incluso dentro de una misma ciencia

no todos los teoremas tienen el mismo estatuto gnoseológico: la mecánica de Newton

construida en un contexto local de dos cuerpos graves (donde alcanza su máxima

cientificidad) no tiene el mismo estatuto gnoseológico que las teorías de la Gran

explosión caliente, aunque éstas estén hoy de moda y en una versión dogmática,

mítica, sean más conocidas que la propia mecánica clásica. La moda es, en todo caso,

un proceso sociológico con sus propias leyes, un proceso que tiene cierta

independencia frente a las discusiones acerca del estatuto gnoseológico de las

verdades: así se explica que la frenología gozara de gran predicamento durante buena

parte del siglo pasado sin perjuicio de su falsedad. Creemos que la discusión

gnoseológica (la clasificación de los diferentes teoremas de las diferentes ciencias) es

pertinente cuando se hace historia de una ciencia (y es imprescindible cuando se hace

una historia filosófica de la ciencia) y, si esos tramos de la historia de la ciencia están

integrados internamente en la ciencia de hoy, como es el caso del darvinismo en la

teoría sintética, entonces la discusión histórica afecta al estatuto gnoseológico de la

ciencia actual. En nuestro caso, es imposible hacerse un juicio acerca de El origen de

las especies, sin hacérselo también de la obra de Dobzhanski, Genetics and the

Origin of Species(Dobzhansky, 1937), o de Mayr, Systematics and the Origin of

Species (Mayr, 1942) y, recíprocamente, el resultado de la discusión gnoseológica de

la teoría sintética de la evolución influirá de manera directa sobre nuestra

interpretación (histórico filosófica) acerca del lugar de Darwin en la historia de la

biología. Pero todas estos juicios dependen, a su vez, del análisis comparativo de las

verdades biológicas frente a las físicas, las matemáticas, las culturológicas, &c.: esa

perspectiva que exige analizar comparativamente las ciencias no sería ya, ella misma,

una perspectiva científica sino filosófica y, sin embargo, es ésta una perspectiva que,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

11 con todas sus dificultades, si es ejercitada de manera adecuada, puede dar lugar a

resultados (por precarios que sean) de interés para las propias ciencias. El necesario

dogmatismo que acompaña a la enseñanza de las ciencias en nuestras facultades presenta

las ciencias como sistemas doctrinales y oculta muchas veces la realidad de unas

ciencias en marcha, infectas, donde no todos los teoremas estudiados son teoremas

efectivamente demostrados, y donde necesariamente se infiltran ideas filosóficas de

valor desigual (por ejemplo, las Ideas de Causa, de Realidad, de Verdad, de Pasado,

de Naturaleza, de Mundo, &c.). Por otra parte, también es frecuente observar cómo

muchos de los que se dedican a la filosofía académica son hombres de letras que, en

el curso de ciertos debates, quedan inmediatamente en ridículo, descalificados, por su

desconocimiento del estado de la realidad tal como nos viene constituida hoy, en

buena medida, por las ciencias. Dada esta situación, debemos felicitarnos porque los

organizadores del Seminario Interdisciplinar de la Universidad de

Zaragoza hayan advertido la importancia de ciertas discusiones filosóficas para la

buena marcha de las ciencias, para evitar, por ejemplo, que entre los científicos

aniden ideas metafísicas o míticas. Por nuestra parte, debemos además agradecerles la

confianza que nos otorgan al considerar que podemos contribuir, aunque sea

modestamente y con la ayuda de todos ustedes, a esa tarea de discusión crítica,

discriminadora, filosófica. En todo caso, esa confianza quizás no se dirija tanto hacia

nosotros como hacia la filosofía del profesor Gustavo Bueno que tomaremos

constantemente como referencia en este trabajo. En efecto, nuestra exposición

intentará aplicar las ideas del materialismo filosófico de Gustavo Bueno al análisis

del «teorema de la evolución biológica de Darwin» considerando este teorema como

un caso eminente de identidad sintética sistemática, como una verdad científica en

sentido estricto. Al realizar esta tarea hemos tenido presente mucha de la obra escrita

de Bueno, y en particular aquellos lugares donde se desarrolla la idea de identidad

sintética y que son los siguientes: (1) A propósito del «teorema del área del círculo»,

en Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, (Bueno, 1992, v.1:164-172); (2) A

propósito del «teorema de Mendeleiev», en la misma obra (pp. 172-180) y en

Gustavo Bueno, «El cierre categorial aplicado a las ciencias físico-químicas» (Bueno,

1982:138 y ss); hemos tenido ocasión de consultar, además, ciertos textos aún no

publicados: (3) A propósito del «teorema de Torricelli», en Gustavo Bueno, Estatuto

gnoseológico de las ciencias humanas, (Bueno, 1976:899-931); (4) A propósito del

«teorema de Mendel», en Gustavo Bueno, 1983, «Sobre el significado de la verdad

biológica de los teoremas de Mendel» (ponencia presentada al II Congreso de Teoría

y Metodología de las Ciencias, Oviedo, 1983). No hemos tenido acceso, sin embargo,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

12 al análisis de la mecánica de Newton presentado por el profesor Bueno al III Congreso de

Teoría y Metodología de las Ciencias (Gijón, 1985). Nuestra presentación de El

origen como identidad sintética intentará ser fiel al uso dado por Bueno a esta idea en las

obras citadas. Ustedes mismos, y el propio Gustavo Bueno aquí presente entre

nosotros, podrán enjuiciar hasta qué punto logramos este objetivo que nos

proponemos.

§2. Crítica a las diferentes interpretaciones sobre El Origen.

Desde los presupuestos del materialismo metodológico, la discusión de cualquier

episodio de la historia de la ciencia exige previamente la elaboración de una

clasificación fundamentada de las diferentes teorías o interpretaciones alternativas

que se refieran a dicho episodio histórico, pues es al construir esa clasificación

cuando se ejerce la propia racionalidad crítica filosófica. Sería pecar de una total

ingenuidad el comenzar directamente el análisis histórico de la teoría de la evolución

de Darwin ignorando la existencia de toda una larga tradición de interpretaciones que

se han venido ensayando a lo largo del último siglo. De hecho, si vamos a proponer

una interpretación histórica de El origen que pretende ser en algunos aspectos

novedosa, será porque consideramos que las interpretaciones disponibles son, en todo

o en parte, insuficientes o falsas. Pero para llegar a esa conclusión hace falta hacerse

un juicio razonado acerca de cada una de esas interpretaciones. Ese juicio conduce a

una clasificación, en nuestro caso, a una clasificación de las diferentes teorías

(históricas, interpretativas) acerca de El origen. La intención de nuestra conferencia

no es, por tanto, la de mostrar denotativamente el estado de la investigación histórica

acerca de la célebre obra de Darwin como, en un congreso de biólogos o de

paleontólogos, se podría mostrar el estado actual de la investigación acerca del

hombre de Atapuerca. Entre otras cosas porque ese «estado actual de la

investigación» cuando nos referimos a la historia (y a la historia de la ciencia en

particular), no alude a unas conclusiones sobre las que existe consenso sino que

encubre una pluralidad de interpretaciones históricas no necesariamente coordinables

y, en ocasiones, abiertamente contrapuestas. Nosotros tampoco vamos a pretender

hacer un catálogo fenomenológico, ordenado conforme a algún criterio arbitrario (por

ejemplo, alfabético), de las diferentes interpretaciones existentes, un catálogo neutral,

sin valoraciones. Al contrario, nosotros pretendemos defender una serie de tesis muy

concretas acerca del lugar de El origen en la historia de la biología y en la historia

general de las ciencias, y acerca de su estatuto gnoseológico y ontológico, y

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

13 pretendemos defenderlas de un modo argumentativo, razonado, no gratuito ni dogmático.

Y esa defensa, si es argumentada, exige valorar el resto de las interpretaciones disponibles,

mostrando sus límites y, eventualemnte, sus errores. Esta exigencia no es un trámite, una

formalidad que pudiera ser obviada por razones de brevedad (y en el contexto de esta

conferencia la brevedad es obligada), sino que es el modo fundamental que tiene de

abrirse paso la racionalidad filosófica como una racionalidad polémica donde, sin

embargo, no todas las posiciones valen lo mismo (pues no todas son capaces de

soportar ciertas críticas y de dar cuenta de ciertos materiales).

La crítica pormenorizada de las diferentes interpretaciones históricas que ha

recibido El origen durante este siglo largo posterior a su publicación da como

resultado un análisis excesivamente amplio como para poder reproducirlo aquí

íntegramente. Sin embargo, precisamente por esa importancia que le concedemos,

según lo dicho unas líneas más arriba, no podemos dejar de presentar aunque solo sea

un resumen apretadísimo de ese análisis con el objeto de que resulten inteligibles

nuestras ulteriores propuestas.

En primer lugar, creemos que es imprescindible diferenciar los estudios sobre el

darvinismo que adoptan una perspectiva gnoseológica de aquellos otros análisis no

propiamente gnoseológicos. De una manera muy sumaria (por eso, también,

incompleta) caracterizaríamos las interpretaciones gnoseológicas como aquellas que

se preguntan por la verdad de la teoría de la evolución de Darwin tratando de precisar

en qué consiste esa verdad en cuanto verdad científica, y analizándola según lo que

denominamos sus partes formales. Llamamos partes formales a «aquellas partes de

un todo que conservan dependencia de la "figura total", de suerte que el todo (ya sea

sustancialmente, ya sea esencialmente) pueda ser reconstruido o al menos

codeterminado por esas partes formales. Los fragmentos de un vaso de cuarzo que se

ha roto y que conservan la forma del todo (no porque se le asemejen) son partes

formales del vaso (que puede ser reconstruido "sustancialmente"). Las células

germinales de un organismo, que contienen genes capaces de reproducirlo, son partes

formales suyas. Partes materiales en cambio son aquellas que no conservan la forma

del todo: las moléculas de SiO2 (anhídrido silícico) constitutivas del vaso, o las

moléculas de carbono o fósforo constitutivas de los genes, son partes materiales de

las totalidades respectivas»{3}. Las interpretaciones gnoseológicas intentarán dar

cuenta de la verdad del teorema de la evolución biológica a partir de las partes

formales de ese teorema. Las interpretaciones no gnoseológicas, por el contrario, o

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

14 bien dejan de lado el problema de la verdad de la ciencia para analizar otros aspectos

históricos que pueden tratarse con cierta independencia (por ejemplo, las biografías

psicológicas de los científicos o el contexto social y económico en el que aparecen

formuladas sus teorías), o bien intentan analizar en qué consiste esa verdad pero

refiriéndose exclusivamente a sus partes materiales (sean estas partes materiales

procesos psicológicos, contextos sociales o, más comúnmente, unidades de carácter

lógico-formal: enunciados, proposiciones, &c.).

Esta diferenciación no es meramente arbitraria o convencional, resultado de un afán

por clasificar, sino que implica tesis muy determinadas. Para referirnos a lo

fundamental, implica la tesis según la cual la ciencia se caracteriza frente a otras

instituciones, otras construcciones, u otros modos de proceder (como las técnicas, las

artes, &c.), por construir verdades científicas y éstas, a su vez, se caracterizan por

tener un estatuto ontológico y gnoseológico irreductible a cualquier otra construcción,

proceso psicológico, proceso socio-político, &c. Por tanto, entre las interpretaciones

de los historiadores de las ciencias, es esencial (no sólo conveniente u oportuno)

distinguir aquellas historias de la ciencia que pretenden reconstruir el proceso de

construcción de las verdades científicas (en lo que este proceso tiene de exclusivo, de

característico) de aquellas otros análisis históricos que dejan este asunto de lado (y

pueden dejarlo de lado, entre otras cosas, porque desde las verdades de las ciencias

actuales, comparando externamente, grosso modo, esas verdades con sus pretéritas -

comparando la relatividad especial con la mecánica clásica, o la teoría sintética con el

darvinismo- pueden hacerse un juicio aproximado de éstas sin necesidad de analizar

su organización gnoseológica).

2.1 Las interpretaciones no gnoseológicas

La dinámica de una ciencia y, en especial, su progreso interno (definido por la

construcción de verdades científicas cada vez más potentes), va acompañada

necesariamente de un juicio acerca de las verdades científicas pretéritas

(determinando, por ejemplo, el conjunto de fenómenos que ellas cubren) y supone

también una clasificación de lo que queda fuera de esa ciencia (segregado como falso

o, simplemente, como impertinente). La ciencia actual nos proporciona ya esos

juicios hechos y, por eso, es perfectamente posible hacer historia de una ciencia sin

tratar el problema de la verdad de los teoremas considerados: la ciencia actual nos

dice, retrospectivamente, lo que era verdad y lo que no, nos señala, por tanto, los

materiales a los que merece la pena referirse como constitutivos de la historia de una

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

15 ciencia ya sea como verdades, ya sea como errores, equivocaciones o falseamientos. El

juicio (la clasificación) ya lo tenemos hecho de antemano y ello nos permite tratar

cualquier aspecto puntual de esa historia sin necesidad de reconstruir, volver a justificar o

analizar gnoseológicamente las verdades científicas pasadas. Una biografía de

Darwin queda ya, automáticamente, dentro de la historia de la biología aunque no

hable para nada de la teoría de la evolución, y resulta innecesario justificar por qué se

elige a Darwin y no a Marx ya que todo el mundo está al tanto de que la teoría de la

evolución de Darwin es, con las modificaciones correspondientes consabidas, una

verdad científica biológica, mientras que nadie reconoce a Marx como científico (al

menos fuera de la órbita de influencia del socialismo real). Este juicio previo del que

partimos cuenta igual aun en el caso de que estemos haciendo historia de alguna de

esas partes de una determinada ciencia declaradas erróneas, pues entonces,

precisamente porque ya partimos de ese juicio, el motivo que justifica nuestro

tratamiento histórico no es otro que el triunfo de esa ciencia sobre el error, la

ingenuidad o la trapacería. Porque esos juicios están presentes es por lo que,

probablemente, es distinta la historia de la biología de nuestros días de la que pudo

hacerse a finales del siglo XIX y principios del XX, en la época del «eclipse del

darvinismo» (para utilizar la célebre expresión acuñada por Julian Huxley en la

década de los cuarenta). En todo caso, los juicios están ahí funcionando y, tomando

como referencia ahora la biología de hoy, todos podemos hacernos una idea

aproximada de lo que puede entrar a formar parte de una historia de la biología.

Denotativamente, el campo de esa historia está suficientemente claro y, por tanto,

cabe escoger temas puntuales, positivos, para su estudio, sin necesidad de detenerse

en su justificación. Estos temas incluyen biografías (Darwin, Schleiden, Cajal, &c.),

instituciones (la Linnaean Society, la Royal Society, &c.), aspectos psicológicos,

sociales, económicos, políticos, ideológicos, y un largo etcétera. De este modo es

posible hacer una historia de la ciencia no gnoseológica, una historia de la ciencia

que: 1.- O bien deja de lado la historia de las verdades científicas, dándolas por

supuestas, 2.- O bien aparenta poder reconstruir esas verdades a partir de sus partes

materiales (a partir de esas partes que no son capaces de reconstruir internamente el

todo que, sin embargo, constituyen), y puede llevar adelante esa pseudo-

reconstrucción precisamente porque ya parte de esos juicios previos a los que

venimos refiriéndonos, porque cuenta con el estado de la ciencia de hoy.

Naturalmente, una historia gnoseológica de la ciencia, una historia centrada en el

análisis de las verdades científicas, también toma en consideración (y también resulta

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

16 afectada por) el estado de la ciencia actual, pero la cientificidad de esas verdades de la

ciencia pasada no podrá ser justificada solamente por su participación en la ciencia actual,

sino que tendrá que ser reconstruida y analizada también en su inmanencia histórica pues,

de no ser así, el proyecto de historia gnoseológica fracasaría como tal proyecto. Pero,

si ese proyecto tiene éxito, podrá decirse que, así como la ciencia actual permite

entender y justificar tramos de la ciencia pretérita (incluso permite entenderlos mejor

de lo que pudieron hacerlo sus decubridores), así también la correcta reconstrucción

de la estructura gnoseológica de la ciencia pasada es imprescindible para una

compresión correcta (crítica, no dogmática) de la ciencia actual. Por vía de ejemplo,

la teoría de la relatividad general nos permite entender ciertos problemas (históricos)

de la mecánica clásica; incluso, podríamos decir que nos permite darnos cuenta de los

límites de aquella mecánica en unos términos mucho más claros para nosotros de lo

que lo fueron para Newton. Pero, recíprocamente, es imposible entender la

relatividad general hoy de un modo correcto (dialéctico, no meramente dogmático,

axiomático) sin referirse a la historia gnoseológica de la mecánica pre-relativista.

Esta relación tan intrincada entre historia gnoseológica de la ciencia y ciencia actual

no se da, sin embargo, a propósito de la historia no gnoseológica: la ciencia actual

ilumina el campo de cada ciencia indicándoles a los historiadores (no gnoseólogos)

qué asuntos deben tratar, pero los resultados de esas historias no gnoseológicas no

afectan ordinariamente a la comprensión de las ciencias de hoy pues se refieren a una

serie de aspectos (psicológicos, sociológicos, económicos, &c.) que, por decirlo con

una fórmula abreviada aunque imprecisa, forman parte del contexto de génesis de

esas verdades pero no afectan a la justificación de las verdades científicas de hoy.

Con todo, como vamos a ver, no estamos diciendo que estas historias no

gnoseológicas carezcan de interés: lo tienen indudablemente. De hecho son

imprescindibles para construir, a partir de ellas, la propia perspectiva gnoseológica.

Solamente estamos tratando de clasificarlas y caracterizarlas para poder entender sus

aportaciones a la vez que sus límites.

Vamos a referirnos a continuación a tres perspectivas no gnoseológicas en el análisis

del darvinismo: las interpretaciones psicologistas, las interpretaciones sociologistas y

las interpretaciones logicistas

2.1.1. Interpretaciones psicologistas

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

17 Como representante del enfoque que nosotros hemos llamado «psicológico» puede citarse

el documentado estudio de Howard E. Gruber, Darwin sobre el hombre. Un estudio

psicológico de la creatividad (Gruber, 1974). Gruber, basándose en un minucioso

análisis de los cuadernos de notas y de la correspondencia de Darwin (y teniendo

también en cuenta los escritos de Darwin publicados), llega a determinar con

precisión el momento en el que Darwin va descubriendo (emic{4}) los diversos

componentes de su teoría (variación de los organismos, desaparición de unas

especies, aparición de otras nuevas, presión demográfica, &c.). Precisamente el

interés de esta obra de Gruber radica, si no nos confundimos, en esa confrontación

entre el Darwin exotérico (el Darwin de los libros publicados) y el Darwin esotérico

(el de los cuadernos de notas, los apuntes, la correspondencia, las relaciones con su

familia y sus amigos, &c.). Gruber trata de contextualizar la figura de Darwin en su

ambiente familiar y social, para deducir de esos contextos su extremada prudencia y

el retraso premeditado en hacer públicas sus conclusiones. Efectivamente, de las

fuentes esotéricas parece deducirse que el pensamiento de Darwin sobre la evolución

de las especies, incluida la evolución del hombre, ya estaba plenamente formulado en

1838. El estudio de estas fuentes también probaría que una cierta orientación

filosófica materialista estaba ya presente en Darwin con anterioridad a las primeras

formulaciones de su teoría de la descendencia con modificación: de este modo la

teoría de la selección natural sería, en parte al menos, una consecuencia del ejercicio

de esos postulados materialistas, y no al revés, como quizás pudiera deducirse de

otros escritos darvinianos, por ejemplo, de su célebre Autobiografía. En ese sentido,

Gruber hace un excelente uso de ciertos materiales de Darwin poco conocidos como

las Old and useless notes about moral sense and some metaphysical points, written

about the year 1837 and earlier. Esta circunstancia es del máximo interés cuando se

compara la trayectoria biográfica de Darwin con la de otros autores coetáneos como

Lyell más apegados a la dogmática y a la ideología del cristianismo: para que luego

se diga que las viejas e inútiles cuestiones filosóficas, metafísicas, no juegan ningún

papel en la historia de la ciencia.

Otro trabajo que puede clasificarse dentro de esta historia psicológica de la ciencia

sería la interpretación psicoanalítica que Phyllis Greenace hace de la figura de

Darwin, y cómo no, de sus relaciones conflictivas con su padre, en su obra The Quest

for the Father: A Study of the Darwin-Butler Controversy as a Contribution to the

Understanding of the Creative Individual (Greenace, 1963). Greenace diagnostica

una psicopatología al viajero del Beagle, una profunda neurosis, aunque reconoce

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

18 que, curiosamente, ésta no influía en su trabajo como biólogo. Probablemente sería

oportuno discutir si esta aproximación psicoanalítica es, antes que psicólogica, puramente

mítica.

El éxito del enfoque psicológico, sobre todo en la línea más verosímil, documentada

y ponderada de Gruber, está asegurado de antemano por el interés que tiene para la

historia de la ciencia una reconstrucción lo más exacta posible de la biografía de un

personaje como Darwin: de este modo se logra, por ejemplo, reconstruir una obra

como El origen desde la perspectiva del ordo inventionis. Sin embargo, en este tipo

de análisis no se entra para nada, ni se pretende, a discutir el problema de la

estructura lógico-material del darvinismo, no se discute por qué el darvinismo es una

construccióncientífica, y una construcción científica verdadera, o cuáles son los

límites de su verdad: la verdad del darvinismo y su interés para la historia de la

biología, sencillamente, se dan por supuestos. Lo que sí pretende Gruber de un modo

explícito es dar cuenta de eso que él llama «creatividad» en cuanto proceso

supuestamente psicológico. La idea de creatividad psicológica, cuando se utiliza para

analizar el proceso de construcción de las verdades científicas, resulta insuficiente

desde nuestros presupuestos pues también existiría esa creatividad psicológica en

procesos no científicos (artísticos, técnicos, lúdicos, &c.): los procesos psicológicos

(creativos o no) son partes materiales de las verdades científicas y de ahí su carácter

genérico. Las verdades científicas no son científicas por ser resultado de procesos

psicológicos originales o «creativos» sino por el modo como están construidas. Eso

sin contar con la necesidad de criticar esa idea de creatividad psicológica como idea

metafísica, como una idea que comparte ciertos rasgos con la idea teológica de la

creación de la nada. En todo caso, esa crítica no nos impide reconocer la contribución

principal del libro de Gruber, que ciframos en su reivindicación del Darwin esotérico.

Al lado de esta importante contribución, sus intenciones de estar desvelando los

secretos de la creatividad no afectan demasiado a sus conclusiones y resultan poco

menos que anecdóticas.

En la línea de una historia fenomenológica biográfica, dando por supuesto la verdad

de sus descubrimientos pero sin discutir directamente en qué consiste ésta, podemos

encontrar varios estudios. De entre los que están traducidos al español merece la pena

destacar el de J. Huxley y H.B.D. Kettlewell, titulado Darwin and his World (trad.

esp. con el título Darwin; Huxley, Kettlewell, 1965), que pasa revista a las fases más

importantes de su vida y a una selección de sus libros más importantes. No podemos

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

19 dejar de citar la apasionante narración de Alan Moorehead en su libroDarwin. La

expedición del Beagle (1831-1836) (Moorehead, 1969); aunque incluya algunas

imprecisiones y tópicos que se han revelado falsos en posteriores investigaciones no deja

de ser una magnífica recreación del famoso viaje oceánico del «Sabueso». También

se encuentran expuestos aspectos de la biografía de Darwin en varios capítulos de la

monografía de Jonathan Howard Darwin(Howard, 1982: caps. 1, 8, 9) y en el libro de

Desiderio Papp, Darwin. La aventura de un espíritu (Papp, 1983: caps. 5, 6, 7, 9, 10).

En estos dos últimos libros se combina una reexposición fenomenológica de la vida y

obra de Darwin con algunos juicios acerca del significado de la verdad de la teoría de

la evolución biológica; éstos suelen terminar desembocando en posiciones afines a las

que nosotros caracterizaremos unas líneas más abajo como «adecuacionistas».

2.1.2. Interpretaciones sociologistas

Por su parte, el enfoque que hemos llamado «sociológico» nos presenta la teoría de

Darwin de dos formas radicalmente contrapuestas. El primer tipo de explicaciones

sería continuista ya que procederá resaltando que la teoría evolucionista estaba

presente de una manera difusa, inconsciente, en el espíritu de la época. Frente a éstas

estarán las interpretaciones discontinuistas que presentan la obra de Darwin sobre el

origen de las especies como un caso sobresaliente de revolución científica.

Desde la posición que hemos llamado constinuista se reivindicará a los evolucionistas

y transformistas predarvinianos (el transformismo de la Filosofía zoológica de

Lamarck, el evolucionismo teista de losVestigios de la historia natural de la

creación de Robert Chambers, la Zoonomia del propio abuelo de Darwin, incluso se

reivindicará a los evolucionistas del siglo XVIII: Goethe, Buffon, &c.) y se resaltará

la significación de la coincidencia de Darwin y Wallace en su descubrimiento (como

hace, por ejemplo, Merton). Ahora bien, desde los presupuestos de la teoría de la

identidad material sintética no se puede comparar la magnitud de los materiales

movilizados por Darwin en El origen con el opúsculo de Wallace de 1858 Sobre las

tendencias de las variedades a separarse indefinidamente del tipo original. Y no se

trata aquí de reivindicar la prioridad de Darwin como una prioridad «cronológica»

(que Wallace, por otra parte, reconoció desde el primer momento), sino de defender

una prioridadgnoseológica fundamentada en esa identidad sintética construida por

Darwin en El origen sobre la confluencia de una cantidad ingente de materiales

heterogéneos, frente a las limitaciones de la obra programática de Wallace. Sobre este

asunto tendremos que volver más adelante. Por otra parte, el esquema de la invención

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

20 simultánea e independiente se debilita cuando se dejan de ocultar ciertos hechos

significativos: Wallace había leído los Principios de Lyell, y había leído repetidas veces

elDiario de un naturalista de Darwin (obra a la que consideraba el mejor diario de viajes

después delPersonal Narrative de Humboldt) en donde Darwin habla sobre la ley de

sucesión de tipos; Darwin, por su parte, conocía un opúsculo de Wallace de 1855

(«On the law which has regulated the introduction of new species») y, desde esa

fecha, mantuvo correspondencia regular con Wallace; ambos estaban bajo la

influencia de la obra de Lamarck y de los Vestigios de la historia natural de la

creación de Chambers, aunque fuera de un modo crítico; ambos conocían la obra de

Malthus; &c.

De hecho, si no se establece una distinción clara entre el descubrimiento material de

la selección natural y el descubrimiento formal que nosotros atribuimos a Darwin, se

podría decir que ese descubrimiento hay que retrotraerlo a una obra de 1818, «An

Account of a female of the white race of mankind parts of whose skin resembles that

of a negro, with some observations on the causes of the differences in color and form

between the white and negro races of man» de William Charles Wells y,

posteriormente, a un apéndice de la obra On Naval Timber and Arboriculture de

Patrick Matthew de 1831. El texto de Wells, efectivamente, no puede ser más

explícito: «Aquellos que se dedican a la mejora de los animales domésticos, cuando

se encuentran individuos que poseen, en mayor grado que otros, las cualidades que

buscan, aparean un macho y una hembra, después seleccionan a sus mejores crías

como paridoras y sementales, y continúan actuando de este modo hasta llegar tan

cerca de sus objetivos como la naturaleza lo permita. Pero lo que en este caso

ocurre por artificio, parece ocurrir, con la misma eficacia, aunque más

lentamente, en la naturaleza, en la formación de las variedades humanas,

adaptadas al país que habitan» (Wells, 1818; subrayado nuestro). La distinción

entre descubrimiento formal y descubrimiento material de Gustavo Bueno

(Bueno, 1989) resulta aquí imprescindible para poder valorar la importancia de los

hallazgos de Wells y Matthew. Ilustrando brevemente la distinción con un ejemplo,

decimos que el descubrimiento de América por Colón fué un

descubrimiento material por cuanto, aunque Colón estuvo efectivamente

(materialmente) en América, él creía haber llegado a Asia (a Cipango, a Catay); el

descubrimiento formal vendría después cuando Juan de la Cosa, en 1500, rectificó el

error que identificaba el tercero y el cuarto continente, y el nuevo descubrimiento

quedó integrado en una nueva imagen cartográfica de la Tierra (la que Martin

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

21 Waldseemüller difundiría en su Cosmographiae introductio de 1507 en la que aparece por

primera vez el nombre de «América»). El descubrimiento material suele ser parcial y

aparece mezclado con contextos no pertinentes: es un descubrimiento confuso y muchas

veces pasa inadvertido pues está dado en el ejercicio y no llega

a representarseadecuadamente. Por el contrario, el descubrimiento es formal cuando

ya se puede considerar determinada con cierta claridad la totalidad del cierre

operatorio que lo hace posible y que lo contextualiza. En el caso que estamos

comentando, el descubrimiento por parte de Wells y Matthew de la selección natural,

no hay indicios para sospechar que estos autores se dieran siquiera cuenta de la

importancia de su descubrimiento, de que fueran capaces de reconocer el terreno que

pisaban, para forzar la comparación con el caso de Colón. Las propias circunstancias

de sus publicaciones, unas pocas páginas en un apéndice de un libro sobre

construcción naval y arboricultura, y una breve digresión en un libro sobre patología

de la piel, demuestran lo desapercibido que pasó para ellos mismos el problema del

origen de las especies. Pero, incluso, Matthew, en una carta al Gardener's

Chronicle, respondiendo a otra de Darwin en que éste se excusa de desconocer el

trabajo de Matthew, llega a ser completamente explícito, de un modo ingenuo

(ingenuo respecto a sus reivindicaciones de la prioridad del descubrimiento) cuando

dice: «Para mí, la concepción de esta ley de la Naturaleza [refiriendose al proceso de

diferenciación por selección natural] se produjo de forma intuitiva como un hecho

evidente, casi sin un esfuerzo de concentración de mis pensamientos. El Sr. Darwin

parece tener mayores méritos que los míos en este descubrimiento --a mí ni siquiera

me lo pareció» (subrayado nuestro). Darwin, de hecho, puso en su sitio la

contribución de Matthew a su teoría biológica cuando se disculpó de desconocer su

trabajo en la carta citada más arriba al Gardener's Chronicle: «Me ha interesado

mucho la comunicación que publica el Sr. Patrick Matthew en el número de su revista

correspondiente al 7 de abril. Reconozco francamente que se ha anticipado en

muchos años a la explicación que yo he dado del origen de las especies, con el

nombre de selección natural. Creo que nadie se sorprenderá de que ni yo, ni, al

parecer, ningún otro naturalista, conociéramos las teorías del Sr. Matthew, si se tiene

en cuenta la brevedad con que las expone y el hecho de que aparecieran en un

apéndice de una obra sobre madera para construcción naval y arboricultura. No puedo

hacer otra cosa sino disculparme ante el Sr. Matthew por mi total ignorancia de su

publicación. Si me piden otra edición de mi libro, publicaré en él una nota en este

sentido» (subrayado nuestro). Darwin conoció también (hacia 1865) la obra de Wells

de 1813 y fue siempre muy consciente de que el mérito de El origen no residía en la

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

22 simple formulación del principio de la selección natural (no residía en el descubrimiento

material, diríamos nosotros, de este principio) sino en la fuerza conjunta de todos los

materiales aportados en el libro: en la quinta edición de El origen, en el breve bosquejo

histórico que precede a la «Introducción», sale al paso de una supuesta reclamación

de R. Owen acerca de la prioridad en el descubrimiento de la selección natural.

Darwin vuelve a restar importancia a ese tipo de reclamaciones diciendo: «En lo que

se refiere al simple enunciado del principio de la selección natural, carece totalmente

de importancia el que el profesor Owen me precediera o no, porque a ambos [...] nos

precedieron hace mucho tiempo el doctor Wells y el señor Matthew». Así pues, el

descubrimiento formal de la variación de las especies por selección natural no se

hace público, tal es nuestra tesis, hasta la publicación, en 1859, de El origen (con el

adelanto de la comunicación conjunta de Darwin y Wallace a la Sociedad linneana),

aunque Darwin venía trabajando en su puesta a punto, como se sabe, desde 1838, y

antes. La razón que nos lleva a situar en ese momento, y no antes (en 1813 o en

1818), el descubrimiento formal de la evolución biológica es que sólo entonces puede

hablarse de esta teoría como una identidad material sintética de carácter sistemático

donde un conjunto de cursos operatorios heterogéneos

confluyen sintéticamente(justificaremos esta tesis más adelante). En todo caso, la

distinción entre descubrimientos formales y materiales no es sociológica sino

gnoseológica (pues afecta a la verdad del descubrimiento): desde el punto de vista del

sociólogo todo son «descubrimientos» y la reiteración de un mismo descubrimiento

estaría demostrando su ubicuidad en una época determinada. Pero ¿qué sentido tiene

decir que hay un descubrimiento cuando pasa desapercibido al supuesto descubridor?

¿Tendría entonces sentido decir que «descubrieron América» los individuos que en el

noveno milenio antes de Cristo, en la época del Clovis, cruzaron el estrecho de

Bering, o más bien habría que ponerlos en continuidad con otros animales que

compartieron su migración?

Por lo demás, el propio Darwin mostró su desacuerdo con esta interpretación

sociologista que deduce su descubrimiento de un espíritu evolucionista emergente en

su época. La siguiente cita está tomada de su Autobiografía: «Algunas veces se ha

dicho que el éxito del Origen probaba que 'el tema estaba en el ambiente' o 'que las

mentes de los hombres estaban preparadas para él'. No creo que esto sea

estrictamente cierto, ya que de vez en cuando sondeé a no pocos naturalistas y nunca

tropecé con uno sólo que pareciera dudar de la permanencia de las especies. Incluso

Lyell y Hooker, aunque me escuchaban con interés, nunca parecieron estar de

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

23 acuerdo. Intenté una o dos veces explicar a hombres capaces lo que yo entendía por

selección natural, pero fracasé por completo. Lo que creo que era estrictamente cierto es

que innumerables hechos bien conocidos estaban almacenados en las mentes de los

naturalistas, listos para ocupar sus lugares adecuados tan pronto como cualquier

teoría que los recogiera estuviera suficientemente explicada». Reinterpretando esta

última frase de Darwin desde la teoría de la identidad sintética diríamos: había

innumerables materiales, agrupados en cursos operatorios distintos, dispersos unos

con relación a los otros, confusamente mezclados en los contextos más heterogéneos

que quepa imaginar y que, vistos con el anacronismo propio de toda interpretación ex

post facto, estaban «listos» para ser ensamblados en esa construcción sintética,

esencial, sistemática que es la teoría darvinista. Sin embargo, esto no obsta para que

podamos afirmar, con el propio Darwin, que el Zeitgeist predominante en el siglo

XIX incorporaba de un modo central concepciones opuestas e incluso incompatibles

con el darvinismo que no sólo afectaban al público general sino a eminentes

naturalistas de todo el mundo; entre los que se opusieron al darvinismo baste citar a

Quatrefages, Beaumont y Claude Bernard en Francia, Agassiz en Suiza, Von Baer,

Kolliker, Virchow, Braun y Hertwig en Alemania, &c.

Otra interpretación de carácter sociologista continuista tenderá a ver el darvinismo

como la aplicación a la naturaleza de la lucha por la supervivencia presente en la

sociedad inglesa victoriana del siglo XIX. Ya Marx, en una conocida carta dirigida a

Engels en 1862, había destacado las semejanzas entre la sociedad inglesa coetánea y

la caracterización darvinista de la naturaleza: «Es notable --dice Marx-- cómo Darwin

vuelve a hallar en los animales y en las plantas su sociedad inglesa con su división

del trabajo, la competencia, la apertura de nuevos mercados, las inversiones y la

lucha por la existencia de Malthus [...]». El enfoque sociológico y psicológico

convergen cuando se resalta que el propio Darwin era nieto de Josiah Wedgwood,

uno de los impulsores de la revolución industrial de la Inglaterra decimonónica.

También convergen estos dos enfoques cuando se pone como objetivo de la

investigación histórica el detectar las posibles fuentes de inspiración psicológica que

habrían actuado sobre Darwin (Malthus y Adam Smith como las bases ideológicas de

la evolución, en la interpretación que hace S.J. Gould, 1993:139), aunque, a veces,

precisamente los resultados de esa investigación sirvan para desmentir esa influencia:

la importancia del episodio «lectura de Malthus», por ejemplo, ha quedado

relativizada tras el estudio de los cuadernos de notas de Darwin (vid. Gruber, 1974).

En una línea explícitamente sociológica (o social) Bernal, en su conocida Historia

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

24 social de la ciencia (Bernal, 1954:49-50 y 497), presenta la teoría de la evolución como el

reflejo de «la atmósfera intelectual no científica de la época, atmósfera que condiciona

inevitablemente al investigador individual» de modo que la teoría de la selección natural

de Darwin se basaría «en la opinión común de la justicia natural de la libre

competencia» (loc. cit.). Quizás pudiera ser interpretada también como sociológica la

teoría de Dühring (criticada por Engels en el Anti-Dühring, 1ª parte, cap. VII) según

la cual Darwin no habría hecho más que trasferir a la naturaleza la teoría económica

de Malthus sobre la población. Precisamente Radl, en su Historia de las teorías

biológicas (t.2, pp.112-113 de la ed. esp.), hace suya esta interpretación destacando la

similitud entre los razonamientos de los economistas del laissez-faire y los de

Darwin, sobre todo en su opúsculo Extracto de un trabajo inédito sobre el concepto

de especie, leído en la Sociedad Linneana en 1858. Para Radl la concepción de la

naturaleza que tenía Darwin y su visión científica global estaban dominadas por las

teorías económicas: «Darwin miraba el mundo viviente desde el punto de vista de la

economía política» (Radl, loc. cit.).

Las interpretaciones sociológicas discontinuistas, por su parte, tenderán a destacar la

ruptura que habría supuesto el darvinismo frente a toda la biología anterior. Kuhn, en

su conocido opúsculo La estructura de las revoluciones científicas (Kuhn, 1962:263-

265), da por supuesto que el darvinismo es una gran revolución comparable a las de

Copérnico, Newton o Einstein. Pero esta revolución no residiría, para Kuhn, en el

descubrimiento de la evolución, que ya se conocía (Lamarck, Chambers, Spencer,

&c.), sino en haber desterrado las causas finales del campo de la biología. La

caracterización de Kuhn es, cuando menos, imprecisa pues el evolucionismo implica,

indudablemente, negar cierto tipo de finalidad (una finalidad global de la naturaleza

tomada como un todo atributivo), pero no todo tipo de finalidad (por ejemplo, la

finalidad y la intencionalidad que hay que suponer a los organismos con cierta

capacidad proléptica, o la finalidad ejercitada que supone interpretar las estructuras

de los organismos inferiores desde las de los superiores). No todos los partidarios de

una interpretación sociológica discontinuista ponen en el mismo sitio la revolución

darviniana. Para E. Mayr (Mayr, 1972) Darwin habría dado dos pasos

revolucionarios: sustituir creación por evolución, y sustituir lamarckismo por

selección natural. Ahora bien, Mayr también se da cuenta de que la revolución

darviniana no puede ser explicada íntegramente con el esquema de Kuhn. P.J.

Bowler, en su obra El eclipse del darwinismo (Bowler, 1983), ya ha tenido ocasión de

destacar algunas características de la revolución darvinista que no se ajustan a ese

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

25 esquema kuhnniano: en primer lugar, el darvinismo y el mendelismo no compitieron como

dos paradigmas rivales incompatibles pues ambos se fusionaron en la nueva teoría

sintética de la evolución; en segundo lugar, el darvinismo no triunfó como paradigma de

un modo claro ya que a finales del siglo XIX y principios del XX la mayoría de los

naturalistas no eran darvinistas (como demuestra la prolija obra de Bowler citada).

Michael Ruse, por su parte, considera que la obra de Darwin revolucionó las

creencias de la humanidad y cambió drásticamente nuestra concepción del mundo al

sustituir los milagros por las leyes naturales en la explicación del origen de las

especies. Además, aun sin negar la existencia de un evolucionismo anterior a 1840,

Ruse considera que no habría una continuidad intelectual entre Darwin y los

evolucionistas predarwinianos: mucho más habrían influido sobre Darwin las obras

de Lyell y los escritos filosóficos de Herschel y Whewell (Ruse, 1979).

Sin negar que El origen suponga una revolución en ciertos sentidos (sociológica,

ideológica, &c.), y sin negar la importancia de estas novedades que destacan Kuhn y

Mayr (el abandono de las ideas creacionistas y lamarckistas y de una finalidad que

afecte a toda la naturaleza), nos parece que estas interpretaciones no aluden

suficientemente al contexto previo que hace posible la elaboración de una obra como

la de Darwin. Y en este contexto no pondríamos solo a Lamarck o a Chambers sino,

sobre todo, a Lyell, a Linneo, a Hunter, a Cuvier, a Ehrenberg, a la tradición de la

selección artificial y la mejora animal (de caballos, de perros, de ovejas, de palomas,

&c.), a Malthus, etcétera. Si se considera detenidamente este contexto, el darvinismo

deja de aparecérsenos como un descubrimiento negativo, revolucionario, que corta

totalmente con lo anterior y lo pone del revés, para dibujársenos como un

descubrimiento particular, un descubrimiento que reorganiza el contexto previo

rectificándolo y precisándolo. Y una de las tareas de la historia de la ciencia será

entonces reconstruir, hasta donde sea posible, esa reorganización y dar cuenta tanto

de sus novedades como de sus dependencias del contexto anterior{5}. En este último

sentido, el enfoque que nosotros caracterizaremos enseguida como «gnoseológico»

tendrá que recuperar todo aquello que permita entender el contexto donde tiene lugar

la construcción de las verdades científicas, y tendrá que clasificar las diferentes

maneras en que ese contexto previo influye sobre las nuevas verdades científicas. Por

nuestra parte, en uno de los epígrafes del apartado cuarto de esta conferencia

intentaremos abordar el estudio de estas influencias sin abandonar la perspectiva del

materialismo gnoseológico.

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

26 2.1.3. Interpretaciones logicistas

Las interpretaciones que llamamos logicistas se caracterizarían por abordar un análisis

lógico formal de los episodios de la historia de la ciencia. Este análisis suele

efectuarse utilizando la lógica de enunciados, la lógica de predicados, la teoría de

conjuntos o nuevas axiomáticas construídas ad hocque combinan en proporciones

variables enunciados, predicados y conjuntos. Desde el materialismo gnoseológico de

Gustavo Bueno consideramos, como es sabido, que la lógica formal es una ciencia

más, al lado de otras, con un campo material específico de términos y con unas

relaciones y operaciones características (las operaciones que llamamos

autoformantes){6}. Como las diferentes ciencias tienen, cada una de ellas, campos

materiales también específicos, con términos, relaciones y operaciones específicos,

no hay ninguna razón para suponer, a priori, que la aplicación de un modelo lógico o

matemático a la biología vaya a rendir más que la aplicación de un modelo tomado de

la historia o de la física. Sin embargo, hay toda una tradición de «filosofía exacta»,

ligada al positivismo lógico y al unificacionismo del Círculo de Viena, que sigue

considerando la lógica y las matemáticas como una especie de característica

universal, como un lenguaje universal capaz de unificar a todas las ciencias, de modo

que el proceso que conduciría a hacer de la biología una ciencia rigurosa pasa por la

reconstrucción lógico-formal del campo biológico. El autor más conocido que ha

aplicado el análisis lógico formal a la biología, y al evolucionismo, es J. H. Woodger,

en la obra tituladaThe Technique of Theory Construction (Woodger, 1939), y en su

libro Biología y lenguaje (Woodger, 1978). Con el objeto de hacer de la biología una

ciencia exacta que se aleje del «pensamiento intuitivo», Woodger considera necesario

construir para la teoría de la evolución «un conjunto de postulados análogos a los que

encontramos en geometría». Ese conjunto de postulados tendrá que ser «consistente

con la totalidad de los datos que poseemos sobre procesos evolutivos»{7}. En el

capítulo titulado «Contribución lingüística al estudio de la evolución»{8}, Woodger

hace un ensayo de cómo podría ser esa reconstrucción lógico-geométrica que propone

para el evolucionismo. El análisis de Woodger supone que se pueden diferenciar sin

ambigüedades los registros de observación frente a los enunciados teóricos, supone

que el evolucionismo es un conjunto de enunciados teóricos, y supone, por último,

que «todos los enunciados teóricos en biología pueden ser formulados con la sola

ayuda de: (1) Las cinco operaciones sobre enunciados, (2) la cuantificación universal,

(3) identidad estricta (=), (4) paréntesis, (5) variables individuales, (6) los signos

numéricos ususales, (7) variables cuyos valores son números naturales y racionales,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

27 (8) funtores biológicos, de varios grados, junto con funtores tomados de otras ciencias

según proceda, (9) variables cuyos valores son conjuntos de varios tipos»{9}.

Efectivamente, con estos supuestos, Woodger es capaz de reformular partes importantes

del campo de la «biología docens» de un modo artificioso y técnicamente intrincado

que pone su «metodología biológica» más allá de la paciencia de muchos lectores.

Sin embargo, merece la pena llegar hasta el final con el estudio de su libro para no

quedar con dudas acerca de la inanidad de su intento: es esa vacuidad la que nos hace

inmediatamente sospechar del relativo interés de sus supuestos de partida.

Efectivamente, no cabe duda de que la biología evolucionista, como cualquier otro

episodio científico, necesita del lenguaje, de los idiomas nacionales, y tampoco cabe

duda de que éstos pueden ser formalizados, hasta cierto punto, por procedimientos

lógicos. Desde luego, en ningún momento pretendemos decir que el evolucionismo

quede al margen de la lógica (que sea ilógico) o que quede más allá de la lógica (que

sea, por ejemplo, una verdad revelada). Ahora bien, la lógica representada (la lógica

formal), sin perjuicio de su utilidad, no puede dar cuenta íntegramente de la lógica

ejercitada en nuestras operaciones en general y en la construcción de las ciencias en

particular, por las mismas razones por las que es imposible un mapa de Royce, un

mapa que tuviera una coordinabilidad plena. Para empezar negamos que una ciencia

o una verdad científica puedan quedar reducidas a su presentación axiomatizada o

deductiva, y ello sin perjuicio de que esta presentación pueda tener su utilidad a

efectos expositivos o de docencia. Jonathan Howard, en su libroDarwin (Howard,

1982:37-39) presenta la teoría de la evolución como un silogismo con tres premisas y

una conclusión: las premisas serían (1) la variación de los caracteres, (2) la herencia

de esa variación, y (3) la reproducción según una progresión geométrica,

malthusiana, y la conclusión sería la selección natural. Esta presentación del

darvinismo como sistema doctrinal enseñable puede ser útil, en un libro de

divulgación científica, para informar sucintamente a un principiante acerca de lo que

es la evolución biológica pero, en sí misma, no puede considerarse que dé cuenta de

la organización gnoseológica de la verdad de la evolución. Las razones de esta

imposibilidad son, según creemos, que la verdad de la evolución no es el resultado de

una deducción o de un conjunto de deducciones establecidas en un terreno formal (de

la lógica de enunciados o de proposiciones o del álgebra de conjuntos) sino que es

resultado de procesos operatorios y relaciones establecidas materialmente en el curso

de transformaciones que implican la utilización de las manos tanto o más que la

utilización de la musculatura bucofaríngea (que, en todo caso, como sabemos,

también es una musculatura estriada). Con relación a esas manipulaciones manuales,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

28 quirúrgicas, que conducen a la construcción de verdades científicas, y con relación a las

propias verdades construidas, los enunciados y las proposiciones son partes materiales (no

partes formales), lo mismo que las moléculas de carbono son partes materiales

constituyentes del cuerpo humano (frente a los diferentes órganos, que sí serían partes

formales). Y así como a partir de moléculas de carbono (y de hidrogeno, nitrógeno,

sodio, &c.) tomadas al azar no se puede reconstruir un cuerpo humano, porque son

necesarias unas totalidades intermedias (en ese caso, los órganos, los tejidos, &c.),

tampoco a partir de enunciados puede reconstruirse la verdad de la evolución

biológica ya que esa verdad no reside sólo (ni principalmente) en los enunciados que

son capaces de formularla sino, sobre todo, como vamos a intentar exponer, en la

síntesis de unos materiales heterogéneos (geológicos, taxonómicos, biogeográficos,

embriológicos, citológicos, &c.) que están ya organizados a un determinado nivel.

2.2 Las interpretaciones gnoseológicas

Si es cierto que las verdades científicas son un tipo de verdad sui generis, distinto de

las verdades del sentido común, de las verdades de las religiones o de las verdades

filosóficas, entonces parece posible ensayar una historia de la ciencias que intente

reconstruir el proceso de elaboración de esas verdades, una historia de las ciencias

centrada en la dinámica de esas verdades científicas. Esta historia de las ciencias, que

llamamos gnoseológica, no pretende centrarse en el relato fenomenológico del

ambiente social de una época o de las vicisitudes biográficas de un personaje, sino

que trata de discutir el propio estatuto gnoseológico de las verdades científicas dadas

a lo largo de la historia en lo que estas verdades tienen de específicamente científicas.

Ni que decir tiene que para llevar adelante esta tarea es necesario partir de ese relato

fenomenológico (social, biográfico, &c.). Esta historia gnoseológica ha sido ensayada

ya reiteradamente, y desde ella se ha abordado, también repetidamente, el episodio

del darvinismo. Ahora bien, los contenidos de esa historia, de un modo inevitable

aunque no siempre sea explícito, están determinados por la idea de verdad científica

que se mantenga en cada caso: lo que para unos aparecerá como una serie de

descubrimientos de hechos seguidos de generalizaciones (Duhem) será para otros un

conjunto de conjeturas falsadas por experimentos cruciales (Popper). Por tanto, no

resulta posible hacer una historia gnoseológica de las ciencias que sea neutral, que no

implique ya estar ejercitando alguna idea acerca de lo que es una verdad científica.

Por nuestra parte, como ya dijimos al comienzo, tomamos como referencia la teoría

del cierre categorial con su idea de verdad científica como identidad sintética. Sin

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

29 embargo, esa idea, en cuanto que construida según la metodología de una filosofía

dialéctica, no es una idea primitiva ni exenta. No es una idea primitiva porque se configura

en gran medida como la única salida transitable después de la crítica a otras posibles ideas

alternativas. No es una idea exenta pues, indudablemente, está codeterminada por

otras ideas del sistema del materialismo filosófico (por sus ideas ontológicas, por su

filosofía de la historia, por su epistemología, &c.). Resulta imposible dar cuenta aquí,

ni siquiera sumariamente, del resto de ese sistema materialista: remitimos al lector

interesado a la obra de Gustavo Bueno. Sin embargo, no podemos evitar referirnos a

esas teorías de la verdad científica frente a las que se dibuja la idea de la identidad

sintética. Y no podemos dejar de hacerlo porque de otra manera los argumentos que

avalan nuestra propuesta no se entenderían suficientemente, si es cierto que nuestra

posición es un resultado de la crítica a las otras alternativas disponibles. Por lo

demás, en el contexto de esta conferencia, esa referencia crítica resulta obligada toda

vez que son esas interpretaciones alternativas las que dominan el panorama del

análisis histórico del darvinismo.

Hay que presentar, pues, una clasificación de las diferentes interpretaciones históricas

gnoseológicas del darvinismo. Pero para justificar esa clasificación sería necesario

discutir toda una teoría de teorías acerca de la verdad científica. No vamos a hacerlo

aquí, sencillamente, porque esta tarea ya está realizada en los cinco primeros

volúmenes de la Teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno (Bueno, 1992-94).

Nos basta entonces con decir que, para el materialismo filosófico, las diferentes ideas

de verdad científica que aparecen en la historia de la filosofía hasta nuestros días

pueden reexponerse a través de las relaciones entre las ideas de Materia y Forma

(interpretando las «teorías científicas» como Forma y los «datos empíricos» o los

«hechos» como Materia). Habría entonces cuatro concepciones básicas acerca de la

verdad científica: (1) descripcionismo: aquellas concepciones que consideran las

ciencias como descripciones, más o menos ordenadas, de «hechos» y conceden un

papel subsididario, instrumental, a las teorías; (2) teoreticismo: concepciones que

consideran la ciencia como un proceso de construcción de «teorías» cuya verdad

radica en su coherencia interna, con una relativa independencia de los «hechos»; (3)

adecuacionismo: concepciones que hacen residir la verdad científica en la adecuación

o ajuste entre «hechos» y «teorías», y (4) circularismo: concepciones que niegan la

propia distinción tajante entre «hechos» y «teorías» y suponen que las relaciones

entre las multiplicidades formales y materiales de las ciencias son circulares (no de

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

30 reducción, como en el descripcionismo y el teoreticismo, ni de yuxtaposición, como en el

adecuacionismo).

2.2.1 Interpretaciones descripcionistas

El descripcionismo gnoseológico sería un conjunto de teorías filosóficas acerca de la

verdad científica que se caracterizan «por su tendencia a considerar el momento

constructivo de las ciencias y, por tanto, los componentes formales de los cuerpos

científicos, como subordinados enteramente a lamateria dada que habría de ser

meramente descrita (sin duda, valiéndose de instrumentos formales que se supone

han de dejarla 'intacta'), inventariada y archivada. Al descripcionismo asociamos un

concepto característico de la verdad científica, a saber, la verdad como des-

velamiento o des-cubrimiento» (Bueno, 1992-94, vol.5:1397). La interpretación

descripcionista del descubrimiento de la evolución biológica encontraría un posible

fundamento en un fragmento de la narración autobiográfica de Darwin en el que

nuestro naturalista, al final de su vida, reconstruye el proceso que le condujo a centrar

su atención en la idea de selección. El texto de Darwin es el siguiente: «Abrí mi

primer cuaderno en julio de 1837. Trabajé basándome en principios verdaderamente

baconianos, y, sin teoría alguna, recopilé datos al por mayor -muy especialmente

respecto a las producciones domesticadas-, mediante cuestionarios impresos,

conversaciones con hábiles reproductores y jardineros, y extensas lecturas. Cuando

veo la lista de libros de todo tipo que leí y resumí, incluyendo series completas de

revistas y memorias, me sorprendo ante mi laboriosidad. Pronto percibí que la

selección era la piedra angular del éxito del hombre en lograr razas útiles de animales

y plantas. Pero cómo la selección podía aplicarse a los organismos que viven en

estado natural continuó siendo un misterio para mí durante algún tiempo»{10}.

Efectivamente, el texto es tan explícito que cualquier interpretación ulterior podrá

parecer innecesaria, impertinente: así S. Toulmin y J. Goodfield, en su conocido

libro El descubrimiento del tiempo (Toulmin y Goodfield, 1965:197), citan este

párrafo de la Autobiografía de Darwin dando por supuesto que es ya por sí mismo

una explicación histórica suficiente acerca de la verdad de la biología darvinista.

Además, la sinceridad del autor parece estar asegurada ya que, según propia

confesión, Darwin escribió su Autobiografía para uso de sus hijos y nietos pero no

pensando en su publicación. Sin embargo, no vamos a dejar de hacer algunos

comentarios de este párrafo, corriendo el riesgo de que se nos acuse de estar

deformando su significado más evidente. Sabemos que en 1876, cuando Darwin

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31 escribe estas líneas, el darvinismo estaba lejos de poder considerarse como un paradigma

victorioso y encontraba resistencia creciente en la calle y entre los naturalistas. Es en este

contexto externo hostil en el que Darwin presenta la génesis de su descubrimiento.

LaAutobiografía parece un lugar adecuado para mostrar el lado sincero y honesto de

su talante como científico. Efectivamente, hay muchos detalles en la redacción de

este opúsculo que nos permiten dudar de su intención privada y avalan la sospecha de

que el propio Darwin contaba con su posible publicación (en un momento oportuno

tras su muerte). Y, por eso, la presentación que hace de su descubrimiento pretende,

en primer lugar, salir al paso de todas aquellas críticas que lo presentan como una

teoría especulativa: parece incluso haber una alusión directa a la crítica que le lanzara

Adam Sedgwick para quien la teoría de Darwin no observaba los principios

baconianos. Darwin se presenta a sí mismo (ante sus hijos, pero muy probablemente

también ante el resto de los naturalistas y del público general, incluso ante un futuro

historiador de la biología), como si hubiera quedado abrumado por unas evidencias

tan abundantes y ajenas a su voluntad que resultarían imposibles de negar, como si él

mismo hubiera resultado atrapado por ese des-cubrimiento involuntario. Pero la razón

que más decididamente nos mueve a interpretar este texto como meramente retórico,

propagandístico, es el contraste con el modo de proceder efectivo de Darwin en sus

cuadernos de notas y con algunas de sus declaraciones más privadas en su

correspondencia. H.E. Gruber, en el libro ya citado Darwin, sobre el

hombre, desmuestra de un modo definitivo y reiterado que Darwin partía siempre de

una serie de supuestos no sólo teórico-biológicos sino también filosóficos (como

demostrarían sus Notas viejas e inútiles de 1837) en sus investigaciones, y que su

recolección de materiales no estaba hecha «al por mayor» sino que, muy al contrario,

algunos de esos materiales estaban realmente «buscados con candil». Por otra parte,

si, según nuestra hipótesis, consideramos que cierta correspondencia es un

documento más fiable para conocer lo que realmente pensaba Darwin que su

equívoca (y propagandística) Autobiografia, entonces podrá valorarse la importancia

del texto siguiente. Está tomado de una carta que Ch. Darwin dirige a Henry Fawcett

(carta realmente privada al famoso economista, hombre de estado y amigo), y dice:

«Hace unos treinta años se decía mucho que los geólogos debían observar y no

teorizar; y yo recuerdo bien a alguien que decía que a este paso un hombre bien

podría ir a una gravera y contar los guijarros y describir los colores. ¡Qué extraño es

que nadie vea que toda observación debe ser hecha a favor o en contra de un punto de

vista si es que ha de servir de algo!»{11}. Además de esta carta tenemos un

importante comentario de su hijo Francis que vuelve a desmentir la imagen del

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32 Darwin baconiano cuando dice: «Con frecuencia repetía que nadie puede ser un buen

observador sin ser un activo inventor de teorías. Esto me lleva de nuevo a lo que dije

respecto a su instinto para captar las excepciones: era como si estuviera provisto de una

capacidad teorizante dispuesta a desembocar en cualquier cauce a la menor

confusión, de manera que ningún dato, por pequeño que fuera, podía evitar una

descarga de teoría y, de este modo, el dato adquiría importancia»{12}. El carácter

equívoco de la Autobiografía de Darwin se pone claramente de manifiesto cuando

nos percatamos de que, al lado de ese pasaje claramente empirista, inductivista,

descripcionista, baconiano, conviven otros pasajes de corte inequívocamente

teoreticista, deductivista, como aquel en el que se refiere a la génesis de su teoría

sobre los arrecifes de coral{13}.

De otra parte, dejando ahora de lado lo que Darwin pensara y dijera, está la discusión

acerca de si es o no posible entender la teoría de la evolución biológica como una

descripción de la realidad, como un desvelamiento, como un simple reflejo de un

hecho en sí mismo evidente que queda, tras su descubrimiento, intacto. En nuestra

opinión difícilmente se podrá mantener este supuesto aunque sólo sea porque el

origen de las especies biológicas va referido al pasado, y el pasado, por definición, es

lo que no existe ahora y, por tanto, algo que no es posible describir, descubrir,

desvelar. Cuando hablamos del pasado tenemos que hablar más bien de

su construcción a partir de unos materiales presentes (los materiales geológicos y

paleontológicos en biología, las reliquias y los relatos en historia), teniendo siempre

en cuenta que esa construcción no puede aspirar a ser, sin embargo, una

reconstrucción íntegra.

Esta objeción, por sí sola, es bastante para hacernos desistir de una interpretación

descripcionista (no constructivista) del darvinismo. Pero además, tuviera Darwin o no

una autoconcepción baconiana de la ciencia, de lo que no cabe la menor duda es de

que en su ejercicio, en su actividad diaria como científico, Darwin seleccionaba sus

temas de investigación, sus experimentos, sus materiales, sus lecturas, &c., de

acuerdo con unos intereses teóricos muy precisos. El proceso que conduce a la verdad

de la modificación de las especies por selección natural es un proceso que tiene

mucho de constructivo y esto se deja ver de modo ubicuo en todos los capítulos de El

origen y en la manera como se van haciendo encajar los materiales de unos capítulos

con los de otros: sobre este carácter constructivo materialista insistiremos en el

apartado cuarto de esta lección.

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

33 2.2.2 Interpretaciones teoreticistas

Las filosofías de la ciencia que designamos como teoreticistas se caracterizan porque

ponen «el lugar en el que puede constituirse la verdad científica en el

proceso formal de construcción de conceptos, o de enunciados sistemáticos» (Bueno,

1992-94, v.1:75). El teoreticismo considerará que las ciencias son,

fundamentalmente, construcciones teóricas, sistemas hipotético deductivos cuya

verdad radica, en gran medida, en su propia coherencia interna (formal). El

teoreticismo es una alternativa configurada tras la crítica al descripcionismo, tras esa

crítica que denuncia la imposibilidad de que la realidad pueda ser descrita de un

modo inmediato y neutral, de un modo que deje intacta esa realidad que se describe.

El teoreticismo se configura también como una filosofía de la ciencia ajustada a los

avances científicos más recientes (sobre todo a los avances en la llamada física

teórica: la mecánica cuántica y relativista, la teoría atómica, el principio de

incertidumbre, &c.), porque es en este contexto donde el descripcionismo muestra

más claramente sus limitaciones (¿Qué es lo que describe la ecuación de Einstein o la

de Schrödinger? ¿Cómo hablar de una realidad que no resulta afectada por el

científico después de la formulación del principio de incertidumbre?). El teoreticismo

radical, que niega cualquier papel a la materia, a los «hechos», en la construcción de

las verdades científicas, es una alternativa que, en la práctica, sólo es viable cuando

se aplica a las ciencias formales (que para los teoreticistas explorarían una serie de

posibilidades de construcción teórica que nada tendrían que ver con la experiencia).

Sin embargo, sí existen modulaciones no tan extremas de la posición teoreticista: el

falsacionismo de K.R. Popper, en su libro La lógica de la investigación

científica(Popper, 1934), es, indudablemente, el ejemplo más significativo de

filosofía de la ciencia teoreticista. Efectivamente, según el falsacionismo, la dinámica

de las ciencias exige, en primer lugar, la proliferación de teorías, teniendo en cuenta

que esas teorías nunca podrán encontrar justificación suficiente por vía de la

inducción incompleta: esas teorías no proceden de los hechos, de la experiencia, sino

que surgen a partir de teorías anteriores convenientemente modificadas. En un

segundo momento, las teorías construidas han de poder someterse a falsación, han de

poder contrastarse con los hechos: aquellas teorías que resistan esta prueba de la

falsación serán consideradas teorías científicas verdaderas (provisionalmente, hasta

que sean falsadas); aquellas otras que no superen la prueba serán teorías científicas

falsas. Al margen quedan las teorías que no pueden someterse a falsación: éstas no

pueden considerarse teorías científicas (verdaderas o falsas) sino metafísicas. (La

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34 necesaria brevedad que se nos impone en el contexto de esta conferencia nos impide

extendernos en una reexposición más detallada del falsacionismo).

Cuando Popper utiliza la filosofía de la ciencia falsacionista como marco para el

análisis del darvinismo en La miseria del historicismo (Popper, 1944-45) y

en Búsqueda sin término (Popper, 1974) llega a la conclusión de que «el darwinismo

no es una teoría científica, sino un programa metafísico de investigación» (Popper,

1974:227), y es un programa metafísico porque no es falsable, porque no es

contrastable. El darvinismo, incluida su crítica al finalismo, es una ideología

pesimista a la que habría que oponer una ideología moderna, optimista, donde el

sujeto individual, con sus innovaciones, sería el motor de la evolución{14}. Además,

según Popper, la teoría de la evolución biológica sería tautológica e incapaz de

realizar predicción alguna (excepto, quizás, la predicción de la gradualidad de la

propia evolución).{15} Los juicios que emite Popper acerca del evolucionismo

biológico, incluyendo los «ocurrentes» añadidos de su teoría de la presión de

selección interna (Popper, 1974:233-239), son, a nuestro juicio, una muestra evidente

de la superficialidad de sus posiciones filosóficas que corre pareja con su ignorancia

de los tópicos más básicos de la biología evolucionista. La biología evolucionista

podrá parecer tautológica cuando analizamos algunas de sus formulaciones que se

mantienen sólo en el terreno de la reexposición teórica, formal, deductiva, del

darvinismo: es en este contexto en el que se argumenta que la explicación de la

adaptación por la supervivencia del más apto y la explicación de la supervivencia

como resultado de la adaptación forman un círculo vicioso, tautológico. Sin embargo,

los biólogos que no se mueven exclusivamente en el nivel de la «deducción de unos

enunciados por otros» sino que trabajan en el campo material del evolucionismo

(comparando organismos, especies, variedades, procesos, &c.), saben perfectamente

que este círculo deja de ser vicioso en la medida en que incorpora una gran cantidad

de materiales (biogeográficos, poblacionales, ecológicos, paleontológicos,

taxonómicos, &c.) y posibilita su organización y su codeterminación. La selección

natural está, en primer lugar, codeterminada por la presión demográfica; depende

también de la naturaleza de las diferencias entre unos individuos y otros y del modo

como esas diferencias interactúan con un medio específico que puede cambiar;

además, se pueden establecer analogías entre unos procesos de adaptación y de

selección y otros: es este carácter sistemático y comparado el que hace que sea

completamente formal el hablar de un círculo vicioso (vid. Caplan, 1977). En el

límite, puede darse incluso el caso de que un aumento en la eficacia biológica pueda,

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35 por encima de cierto límite, no ser adaptativo: el depredador que «mejora» su capacidad de

capturar a una determinada presa puede determinar la extinción de ésta y poner en peligro,

de paso, la suya propia.

Por otra parte, es absolutamente falso que el evolucionismo biológico no sea

contrastable pues hay numerosos ejemplos, no sólo de especies nuevas creadas

artificialmente sino también de análisis de procesos de especiación natural en lapsos

relativamente breves (vid, Jones, 1981). Las concepciones teoreticistas de la ciencia,

cuando toman la física como ciencia de referencia, suelen insistir en la incapacidad

de la biología evolucionista para producir predicciones. La idea de que la

característica fundamental de toda ciencia es la capacidad de predecir fenómenos

nuevos es una idea de procedencia positivista. Podríamos citar como uno de los

lugares donde más radicalmente se defiende esta idea las Cartas de un habitante de

Ginebra a sus contemporáneos (1803) de Saint-Simon donde aparece ligado el

prediccionismo a un fuerte reduccionismo fisicista. Sin embargo, para nosotros, esta

característica de la predictibilidad no puede considerarse como un rasgo gnoseológico

general a toda ciencia: por ejemplo, resulta difícil interpretar qué pueda significar en

las ciencias formales; incluso en la física la predecibilidad tiene un alcance muy

limitado que no se debería olvidar. En todo caso, es erróneo decir que el darvinismo

no produce predicciones: la teoría de la evolución permite predecir nuevos

fenómenos del campo de la biología en un sentido muy parecido a como la tabla

periódica de los elementos químicos predijo la existencia de nuevas sustancias

simples. El mismo Darwin efectuó alguna de esas predicciones: por ejemplo, contra

el argumento de Kölliker de que no existían en el registro fósil formas de enlace entre

organismos, predijo la aparición de formas fósiles de transición. Y esta predicción se

cumplió ya en 1861 con el descubrimiento, en las canteras de Solnhofen, del primer

especimen de archaeopteryx (incluido por Darwin en la segunda edición de El

origen) que es una forma transicional clara entre reptiles y pájaros. Un poco más

tarde se encontrarían los restos delcompsognathus, dinosaurio bípedo que se

considera un eslabón entre reptiles y aves. También se encontraron, todavía en vida

de Darwin, carnívoros fósiles reconocidos como formas intermedias entre organismos

pasados y actuales. Esta predicción de Darwin también permite clasificar mejor

(filogenéticamente) ciertas «formas de enlace» vivas como el pez pulmonado. Esta

misma predicción se confirma contínuamente conforme el registro fósil se va

haciendo progresivamente más denso.

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36 El juicio popperiano que clasifica al darvinismo como una teoría metafísica implica situar

la evolución biológica al lado de otras construcciones que efectivamente lo son como el

argumento ontológico de San Anselmo, las vías tomistas para la demostración de la

existencia de Dios o la idea de Espíritu absoluto de Hegel. Es decir, implica suponer

que desde los conceptos de unidad de estirpe, de descendencia con modificación de

las especies y de selección natural no se puede progresar de modo racional al mundo

de los fenómenos biológicos lo mismo que es imposible este progreso desde las ideas

de Dios, de Alma o de Espíritu absoluto. (Que en las verdades científicas se pueda

progresar desde las esencias a los fenómenos no implica, desde luego, que se pueda

dar cuenta íntegramente de todos los fenómenos en sus múltiples determinaciones,

pero sí, al menos, de algunos). La historia de la biología de este último siglo después

de Darwin abunda en pruebas sobre cómo desde los conceptos evolucionistas se

progresa a nuevos fenómenos, fenómenos que, muchas veces, se dibujan y se

construyen gracias al darvinismo. Por añadir algunos ejemplos más a los ya citados:

la mayoría de los fenómenos paleoantropológicos conocidos, el estudio de la

resistencia de las bacterias a los antibióticos, el estudio de la resistencia de

determinados insectos al DDT, la construcción de nuevas especies por poliploidía

como la Raphanobrassica de Karpetchenko, &c.

Por último, no podemos dejar de mencionar la circunstancia (quizás no deseada por

Popper, pero los deseos aquí no cuentan) de que el creacionismo más confusionista y

anticientífico de la segunda mitad de este siglo se ha apoyado frecuentemente en los

diagnósticos hechos en La miseria del historicismo y en Búsqueda sin

término. Citando a Popper como argumento de autoridad, algunos de estos nuevos

creacionistas se congratulan de que la teoría de la evolución sea solamente eso, una

teoría, y, por tanto, una teoría al lado de otras (como el creacionismo adámico): en el

fondo, una cuestión de creencias o de gustos. Otros, como Etienne Gilson, presentan

el evolucionismo biológico como una teoría filosófica y, a la vez que ensalzan al

Darwin científico, disculpan y condenan ese Darwin que se metió a filósofo (en su

teoría de la evolución) y se dejó confundir por el materialismo (Gilson, 1976).

2.2.3 Interpretaciones adecuacionistas

Llamamos adecuacionismo a un conjunto de filosofías de la ciencia que se

caracterizan «en primer lugar, por distinguir, en los cuerpos de las ciencias,

una forma (lingüística, conceptual, teórica, &c.) y una materia (empírica, real, &c.),

y, en segundo lugar, por definir la verdad científica como correspondencia

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37 (adaequatio) entre las construcciones formales de las ciencias y la materia empírica o real

constitutiva de sus campos» (Bueno, 1992-94, v.5:1375).

Distinguimos dos modulaciones ligeramente diferentes a la hora de especificarse más

este esquema adecuacionista general que acabamos de formular: en primer lugar, el

adecuacionismo que vamos a llamar «realista» y, en segundo lugar, el

adecuacionismo «neutro».

En su versión realista, el adecuacionismo es una filosofía «representacionista» de la

verdad científica por cuanto entiende que ésta no es sino la representación adecuada

de unos hechos y, en el límite, de una realidad (que se postula como existente

independientemente de su representación). La representación puede situarse en el

entendimiento (como en la versión tomista o en la de Maritain) o en el lenguaje

(como en la versión de Tarski).

El adecuacionismo neutro estaría representado eminentemente por las filosofías de la

ciencia estructuralistas (Sneed, Stegmüller, Moulines). El estructuralismo es

adecuacionismo por cuanto supone la correspondencia entre una teoría nuclear y unas

supuestas aplicaciones de esa teoría (que son las que permiten considerarla como

verdadera). El estructuralismo es adecuacionismo neutroporque, una vez admitido lo

anterior, no centra su atención, como sería de esperar, en precisar cómo es posible esa

correspondencia postulada, es decir, no toma partido acerca de en qué consiste esa

adecuación que, sin embargo, presupone. Por el contrario, dejando de lado ese

problema central (central con respecto a los presupuestos de su propia teoría de la

verdad científica y a su crítica a descripcionistas y teoreticistas), el estructuralismo

deriva hacia una reconstrucción conjuntista de la supuesta teoría nuclear,

reconstrucción que guarda un indudable parecido con los análisis clasificados unos

párrafos más arriba como logicistas.

Un ejemplo de análisis del darvinismo desde las posiciones del adecuacionismo

realista nos lo ofrece Ernst Mayr en su libro Una larga controversia: Darwin y el

darwinismo (Mayer, 1991:85 y ss.). Según el célebre profesor emérito de la

Universidad de Harvard, los componentes del modelo explicativo de Darwin de la

selección natural son cinco hechos y tres inferencias. Tres hechos darían lugar a la

primera inferencia. «Hecho 1: Crecimiento exponencial potencial de las poblaciones

(superfecundidad)(Fuente: Paley, Malthus y otros). Hecho 2: Estabilidad de estado

estacionario observada en las poblaciones (Fuente: observaciones universales). Hecho

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38 3: Limitación de los recursos (Fuente: observación reforzada por Malthus)». De estos tres

hechos surgiría la primera inferencia realizada por Malthus: «Inferencia 1: Lucha por la

existencia entre los individuos (Autor de la inferencia: Malthus)». Esta primera inferencia

se combinaría con los hechos 4 y 5 para dar lugar a la segunda inferencia. «Hecho 4:

Unicidad del individuo (Fuente: criadores de animales, taxónomos). Hecho 5:

Heredabilidad de gran parte de la variación individual (Fuente: criadores de

animales)». Como hemos dicho, la combinación de la primera inferencia con estos

dos últimos hechos daría lugar a la segunda inferencia: «Inferencia 2: Supervivencia

diferencial, es decir, selección natural (Autor de la inferencia: Darwin)». Esta

segunda inferencia conduciría, a su vez, sin necesitar del concurso de más hechos, a

una última inferencia, a saber: «Inferencia 3: A través de muchas generaciones,

evolución (Autor de la inferencia: Darwin)» (véase el cuadro adjunto tomado

directamente de la obra de Mayr 1991:86). Los presupuestos del adecuacionismo

realista son, en esta interpretación, explícitos: en primer lugar, se afirma la necesidad

de diferenciar dicotómicamente entre «hechos» e «inferencias teóricas» como

componentes del modelo de Darwin; en segundo lugar, se da un esquema de cómo

esas inferencias teóricas y esos hechos se adecuan en el modelo de la evolución por

selección natural. Al final, el modelo se interpreta como una representación adecuada

de los hechos, de la realidad empírica. Una concepción adecuacionista realista de El

origen sería, muy probablemente, la que tenía el propio Darwin quien, al resumir su

libro en la «Recapitulación» (cap. XV) lo define como una argumentación compuesta

por hechos y deducciones.

El adecuacionismo realista de E. Mayr da por supuesto que el crecimiento

exponencial potencial de las poblaciones, la limitación de los recursos, la estabilidad

de estado estacionario de las poblaciones, la unicidad del individuo y la heredabilidad

de gran parte de la variación individual son «hechos», es decir, son observaciones que

se nos presentan con claridad, sin más, de un modo que quizás podríamos llamar

«intuitivo», y que no incluyen ni suponen nigún componente teórico. Estos hechos

serían evidentes en sí mismos, independientes de cualquier posición teórica que se

mantenga, y accesibles de una manera directa (no mediada por teorías pues por esa

razón los llamamos «hechos»). Sin embargo, nada está más lejos de la realidad pues

esto que Mayr llama «hechos» son en realidad construcciones muy complejas con

cantidad de presupuestos teóricos implícitos: por ejemplo, el crecimiento exponencial

potencial de las poblaciones no es propiamente un hecho si es que ese crecimiento es

«potencial» (es decir, no se da efectivamente); la limitación de los recursos no tiene

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

39 sentido en términos absolutos pues será siempre una limitación respecto de unas

poblaciones que han de tener un determinado crecimiento «potencial» (postulado, pero no

empírico); la heredibilidad de gran parte de la variación individual es más bien una

hipótesis teórica que habría costado muchos años confirmar; la estabilidad de estado

estacionario de la poblaciones no puede considerarse como una estabilidad

«observada» sino como una construcción teórica acerca de la «economía de la

naturaleza». En el esquema de Mayr nos asisten las mismas razones para decir que el

crecimiento exponencial potencial de las poblaciones es un «hecho» como para decir

que la lucha por la existencia de los individuos, una vez establecida, es también un

hecho (aunque para Mayr sea una inferencia teórica). Realmente lo que ocurre es que

Mayr llama «hechos» a las verdades establecidas en un momento dado, perdiendo de

vista que esas verdades implican, a su vez, inferencias teóricas y observaciones no

neutrales sino guiadas, organizadas y determinadas por las expectativas de ciertas

hipótesis. Por eso, el análisis histórico de Mayr aunque, en el mejor de los casos,

pueda darnos cuenta del modo como fueron ocurriéndosele las cosas a Darwin (y en

esto se parecería a esa perspectiva del ordo inventionis propia del enfoque que hemos

llamado psicológico), no puede, sin embargo, dar cuenta de por qué la evolución

biológica es una verdad y es una verdadcientífica. La adecuación entre hechos e

inferencias tomada como criterio de verdad deja de funcionar en el momento en que

esos supuestos hechos están también, a su vez, cargados de inferencias, de modo que

el esquema de ajuste propuesto (con cinco hechos y tres inferencias) se disuelve, se

desintegra.

El adecuacionismo realista supone tener acceso a los hechos (por una vía directa que

no implique la mediación de ningún componente «teórico») y tener también acceso a

las teorías (por una vía que no sea en ningún sentido empírica) para poder comparar

los unos con las otras y decidir acerca de su adecuación. Por esta razón, este

adecuacionismo comparte con el descripcionismo gnoseológico una dificultad básica:

la imposibilidad de acceder a los «hechos» de una manera no interpretativa, neutral,

inmediata que deje a esos hechos intactos. Ya Darwin, en el texto antes citado de su

carta a Henry Fawcett, se había dado cuenta de que «toda observación debe ser hecha

a favor o en contra de un punto de vista si es que ha de servir de algo», lo cual es

tanto como reconocer que los hechos, independientemente de las teorías, no existen.

Pero, una vez admitido esto, resulta entonces ineludible llevar a cabo una

rectificación radical de la propia distinción entre hechos/teorías: este es el objetivo de

las filosofías de la ciencia circularistas.

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40 El libro de Magí Cadevall titulado La estructura de la teoría de la evolución (Cadevall,

1988) sería un ensayo de interpretación de El origen desde las posiciones que nosotros

caracterizamos como adecuacionismo neutro. La obra de Cadevall comienza con una

crítica a los modelos epistemológicos del positivismo lógico, del popperismo, de la

teoría de los programas de investigación de Lakatos y de la concepción semántica de

la verdad. Cadevall defiende el carácter empírico y la contrastabilidad del

evolucionismo, e intenta precisar en qué sentidos puede decirse que la teoría de la

evolución es una teoría explicativa. Independientemente de nuestras coincidencias

con algunos extremos de esas críticas (al positivismo lógico, a Popper, a Lakatos,

&c.), nos parece, sin embargo, que la propuesta estructuralista de Cadevall no llega a

rebasar muchas de las posiciones que ella misma critica: concretamente no llega en

ningún momento a rebasar la concepción dicotómica de la ciencia como conjunto de

hechos y teorías. Efectivamente, la filosofía de la ciencia estructuralista distingue

explícitamente dos esferas autónomas: la «teoría» y las llamadas «aplicaciones» que

desempeñan el papel de los «hechos» (en nuestra terminología diríamos que cumplen

el papel de materia, aunque esta palabra sea evitada por el estructuralismo, como si

así se pudiera conjurar la presencia de unas ideas que están, inevitablemente,

funcionando). «La teoría -dice Cadevall en la p. 60- es una estructura matemática o

conjuntista que contiene leyes de algún tipo y que no menciona ningún nombre

propio. Las aplicaciones de la teoría son sistemas físicos que podemos especificar

mediante nombres propios». Lo curioso es que, para Cadevall, prácticamente todos

los contenidos de El origen caerían del lado de las aplicaciones pues «la

paleontología, la biogeografía, la taxonomía, la embriología se convierten en

aplicaciones de la teoría evolucionista» (p. 52 y cap. VI). Se postula, además, que el

núcleo central teórico es el que da unidad al conjunto de las disciplinas evolutivas: la

unidad viene dada por la teoría, no por los hechos, la unidad es, por tanto, formal, no

material. En algún momento se encarece la importancia de esas aplicaciones, con el

objeto de defender un cierto realismo, pero nunca llega a precisarse cómo se produce

el ajuste, la correspondencia, entre el núcleo teórico y las aplicaciones (que habremos

de suponer no-teóricas): precisamente clasificamos a este estructuralismo como un

adecuacionismo neutro porque no llega a tomar partido acerca de este problema

gnoseológico central. Si acaso, lo único que sí parece poder adivinarse es que la

teoría guarda con respecto a sus aplicaciones las relaciones que guarda un todo

distributivo con respecto a sus partes. En el todo distributivo, las partes son

independientes las unas de las otras a la hora de conformar ese todo: en el esquema

de Cadevall las aplicaciones son independientes unas de otras y la teoría evolutiva se

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

41 distribuye íntegramente en cada aplicación. Si esto es así, y si las «aplicaciones» son esas

disciplinas evolutivas que cita Cadevall, entonces sí estamos en condiciones de denunciar

un grave error de la interpretación estructuralista pues, como veremos en el apartado

cuarto, las relaciones que median entre biogeografía, embriología, genética de

poblaciones, ecología, sistemática, morfología, paleontología y etología (por citar las

disciplinas evolutivas a que hace referencia Cadevall) no se pueden reducir, de

ningún modo, a las relaciones entre partes de un todo distributivo.

Pues bien, una vez hecha esta distinción entre teoría y aplicaciones, el estructuralismo

se embarca en la tarea de axiomatizar la parte teórica de la ciencia por medio de la

teoría de conjuntos dando lugar a una «axiomatización jerarquizada» que es, en

realidad, una reconstrucción lógico-matemática de algunos tramos de «ciencia

representada» (dejando para mejor ocasión la «ciencia ejercida» que cae del lado de

las «aplicaciones»). El bajo rendimiento que este análisis logra cuando se aplica al

estudio de la biología evolucionista podría tener que ver con la propia naturaleza de

la «revolución lógica» implícita en el darvinismo. Gustavo Bueno, en la conferencia

impartida en este mismo ciclo con el título de «La scala naturae y la lógica de la

evolución», supone que la revolución lógica introducida por Darwin reside en la

sustitución de todos y partes (géneros y especies) característicos de la lógica de clases

por todos y partes que guardan entre sí las relaciones del género plotiniano, ese

género concebido como género generador de las especies y de los nuevos géneros. Si

esto fuera así, no tendría nada de particular que los análisis conjuntistas de la biología

evolucionista encuentren dificultades a la hora de tratar con esas totalidades

evolutivas (eminentemente los phyla) pues en estas totalidades es necesario tener en

cuenta las relaciones sinalógicas. Son relaciones sinalógicas aquellas que se

establecen entre términos mediante vínculos de continuidad, contigüidad o contacto

espacial o causal (Bueno,1992-94, v.5:1432). Estas relaciones sinalógicas pueden ser

de naturaleza muy diversa, desde las relaciones sinalógicas presentes en la

recombinación genética propia de la reproducción sexual hasta las relaciones

sinalógicas dadas en los ecosistemas y las cadenas tróficas. Los géneros plotinianos y

las relaciones sinalógicas se dejan reducir mal a la lógica de clases. Además, algunas

de estas relaciones sinalógicas entre términos del campo biológico son relaciones

sinectivas, relaciones necesarias e imprescindibles entre dos o más términos a pesar

de su diversidad: las relaciones de las células con el medio intercelular son de este

tipo; también son de este tipo las relaciones implicadas en el heterotrofismo o las

relaciones de cohesión interna de ciertas poblaciones biológicas. Por todas estas

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

42 razones, cuando se intenta dar cuenta de las relaciones filogenéticas y ecológicas en

términos conjuntistas lo más que se logra es una paráfrasis trivial y muy artificiosa de

algunos enunciados evolucionistas (enunciados que se entienden igual de bien o incluso

mejor si se formulan con precisión en un lenguaje nacional). Esta paráfrasis puede

incluso llegar a encubrir la propia realidad que intenta aprehender, dado que los

materiales de la categoricidad biológica (desde luego, los términos materiales propios

de esa categoría pero también las relaciones -como quedó dicho-, y las operaciones

específicamente biológicas) son de distinta naturaleza que los materiales del álgebra.

Singularmente, hay un extremo en que la metáfora conjuntista resulta especialmente

desafortunada: nos referimos a las operaciones. Esto es así porque el concepto

conjuntista de operación parece tener que aplicarse sobre unas totalidades

perfectamente definidas, si es que deben poder ser representables gráficamente. Por el

contrario, las operaciones características de la categoricidad biológica (por ejemplo,

las operaciones de hibridación, las operaciones quirúrgicas de los fisiólogos con

fístulas, con quimógrafos, &c.) no generan esas totalidades tan perfectas sino que nos

ponen en la inmanencia de un campo in fieri, imperfecto o infecto, indeterminado o

indefinido en muchas de sus partes, inacabado, irregular.

El éxito que pueda llegar a cosechar el estructuralismo en el gremio de los filósofos

de la ciencia, como en el caso del enfoque logicista, obedecería a dos razones: lo

costoso que resulta (en términos de tiempo) llegar a advertir la trivialidad de este

estructuralismo, y la circunstancia de que esos estructuralistas se presentan como

miembros de una comunidad de «filósofos científicos especialistas», como si esa

cofradía fuese homologable con los grupos de investigación existentes en las ciencias

efectivas.

§3 La idea de identidad sintética

Cuando hablamos de las diferentes interpretaciones gnoseológicas de la verdad del

evolucionismo nos referimos a cuatro tipos básicos de teorías de la ciencia y cada uno

de ellos llevaba asociada una determinada idea de verdad científica: la verdad como

desvelamiento, en el descripcionismo; la verdad como coherencia, en el teoreticismo;

y la verdad como correspondencia en el adecuacionismo; nada dijimos entonces

acerca de la idea de verdad científica del circularismo. Nuestra crítica a las tres

primeras concepciones acerca de la verdad científica reiteraba en todos los casos la

imposibilidad de hacer una distinción dicotómica entre hechos y teorías que nos

permitiese referirnos a unos hechos accesibles al margen de todo supuesto teórico (en

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

43 el descripcionismo), o a unas teorías elaboradas al margen de toda experiencia empírica

(en el teoreticismo), o a ambas cosas a la vez (en ese adecuacionismo que exige la

dicotomía para luego postular la correspondencia). Ahora bien, si somos consecuentes con

nuestras críticas, es evidente que la división de la realidad en hechos y teorías habrá

de ser retirada: no habrá «hechos puros», y lo que llamamos parte empírica de las

ciencias estará inevitablemente inundada de supuestos teóricos (más o menos

explícitos); recíprocamente, no existirán «teorías puras» ni ciencias formales puras

pues toda construcción, por teórica que parezca, tendrá que estar dada en cierto

contexto material. Si aceptamos que hechos y teorías no se pueden separar, entonces

la verdad científica no podrá residir en los hechos (como en el descripcionismo) ni en

las teorías (como en el teoreticismo), ni tampoco en la correspondencia

hechos/teorías (del adecuacionismo) pues esa correspondencia pide la separabilidad

que estamos negando. De este modo, se nos han ido cerrando los caminos por los que

transitan buena parte de las filosofías acerca de la verdad científica. Siendo así, la

opción circularista se nos presenta, en este momento, como negación de esas otras

opciones que hemos tenido que descartar pero, precisamente por su carácter

eminentemente crítico, parece, en un principio, incapaz de generar una idea de verdad

científica alternativa. En estas circunstancias, no elegimos esta opción porque

presente una solución inmediata a las dificultades que venimos planteando sino,

sencillamente, porque es la única que nos queda, si es que sostenemos

consecuentemente las críticas realizadas.

Definimos el circularismo en filosofía de la ciencia como aquel conjunto de teorías

que supone que las relaciones entre las multiplicidades formales y materiales de las

ciencias se ajustan a esquemas circulares, de modo que ambos tipos de

multiplicidades se codeterminan mutuamente de forma constante. Pero el

circularismo, así entendido, resulta indeterminado, y de él no se deduce ninguna idea

de verdad científica concreta. El circularismo materialista supone una especificación

de ese esquema general en dos sentidos: en primer lugar, por cuanto interpreta que

esas multiplicidades (formales y materiales) nunca son independientes del plano de

las operaciones que los sujetos realizan con objetos corpóreos; en segundo lugar,

porque supone que los esquemas circulares que puedan establecerse tienen unos

límites, que son los que definen el campo de cada ciencia y las franjas de verdad de

cada teorema, y que, por tanto, no tiene sentido hablar de una circularidad referida a

la totalidad de los fenómenos existentes.

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44 Desde esta filosofía circularista materialista se supone que la esencia de la verdad

científica tiene que ver con la identidad entre algunos términos del campo de una ciencia.

La verdad de una ciencia no será, en ningún caso, extrínseca a los materiales propios del

campo de esa ciencia sino que será específica de los materiales característicos de cada

campo. Esa identidad, aunque se formula mediante proposiciones, se construye y

resulta de las operaciones con los objetos corpóreos y de las relaciones entre los

distintos materiales. Es, por tanto, una construcción que exige objetos, operaciones

quirúrgicas y relaciones materiales. Por eso, consideramos que esa identidad es una

identidad sintética. Ahora bien, la identidad, tal como la entiende el materialismo

filosófico, no debe confundirse con la propiedad de la reflexividad. La interpretación

que pone el núcleo de identidad en la reflexividad está a menudo ligada a modos de

entender la verdad científica como si ésta se situara exclusivamente en un plano

proposicional. Es una idea de identidad deducida de la lógica formal y de las

matemáticas o, dicho con mayor precisión, de una interpretación de la lógica formal y

de las matemáticas que es, ella misma, formalista. En todo caso, además, para la

teoría del cierre categorial, la relación de reflexividad no es nunca una relación

primitiva, ni siquiera en el contexto tecnológico tipográfico de la lógica formal, sino

que, por el contrario, no sólo es una propiedad derivada de otras (por ejemplo, de la

simetría o de la transitividad) sino que es una propiedad límite, resultado de un

proceso constructivo dialéctico. Se trata de un concepto límite, como pueda serlo la

clase vacía en lógica de clases. La clase vacía es una clase que no es clase (pues no

tiene elementos) pero, sin embargo, es necesaria, dialécticamente, si es que se quiere

llegar a cerrar un sistema operatorio en el que figuran operaciones como la

intersección de conjuntos (pues esa intersección, cuando se lleva al caso límite de la

intersección de conjuntos disjuntos, exige la clase vacía).

La identidad sintética, para el materialismo gnoseológico, se diferencia también de la

igualdad pues la identidad de la que estamos hablando, muchas veces, se abre paso a

través de situaciones de desigualdad, de situaciones en las que no se aplican las

propiedades de la simetría, la transitividad y la reflexividad. Esto es especialmente

frecuente en las ciencias biológicas donde las relaciones biológicamente más

significativas entre los organismos de una biocenosis no son, desde luego, relaciones

de igualdad; incluso refiriéndonos a organismos de una misma especie, la igualdad

entre esos organismos puede considerarse, en muchos aspectos, abstracta, frente a las

desigualdades efectivas que son el material mismo del proceso de descendencia con

modificación.

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45 La relación de identidad, según lo dicho, exige siempre una construcción material (o una

multiplicidad de construcciones): esta es la razón de que hablemos de identidad sintética.

Ahora bien, desde un punto de vista semántico (y aunque toda identidad sea, por su

génesis, constructiva, material, operatoria), el contenido de la identidad puede ir

referido a la esencia o a la sustancia. Los términos griegos isos y autos se referirían

respectivamente a una identidad esencial y sustancial. En la reinterpretación que el

materialismo de Gustavo Bueno hace de las relaciones materia/forma, la idea de

sustancia queda definida como «invariante de las transformaciones sinalógicas»: un

ejemplo de esta invariancia podría ser el punto donde se cortan las diagonales de un

rectángulo como invariante (por tanto, sustancialmente idéntico) en relación con

ciertos giros, rotaciones, etc. Como ya dijimos, llamamos «sinalógica»

(de synallaso = «juntar, casarse») a aquella unidad que se produce por contigüidad,

por ajuste, y produce una totalidad atributiva, como la unidad del tipo llave-cerradura,

mientras que la unidad isológica es una unidad de tipo distributivo (donde las partes

de la relación son sustitubles) que en el límite nos remite a la igualdad. «La identidad

esencial es un modo extremo de unidad isológica, así como la identidad sustancial lo

es de la unidad sinalógica» (Bueno, 1992-94, v.1:152). Pues bien, las identidades

sintéticas que conforman las verdades científicas exigen simultáneamente identidades

sustanciales y esenciales.

La idea de verdad científica no se confunde, sin embargo, con la idea de identidad

sintética porque no toda identidad sintética constituye una verdad en sentido estricto,

gnoseológico. La razón es que cabe distinguir dos tipos generales de identidades

sintéticas: las identidades sintéticas esquemáticas y las identidades sintéticas

sistemáticas. Las identidades esquemáticas (o «esquemas de identidad») son

configuraciones que resultan de las operaciones. La configuración «circunferencia»

en Geometría sería un ejemplo de identidad esquemática: el esquema material de

identidad será aquí la equidistancia de los puntos de la circunferencia con respecto

del centro, y la operación que genera la circunferencia podría quedar descrita como

«trazar arcos sucesivos con el compás». La idea de especie exclusivamente

morfológica y los sistemas de clasificación «artificiales», anteriores al darvinismo,

pueden considerarse esquemas materiales de identidad cuando se contemplan desde

el teorema de Darwin o desde la teoría sintética de la evolución (si se supone que

éstos son ya identidades sintéticas sistemáticas). Estos esquemas materiales de

identidad son imprescindibles para la construcción de las verdades científicas puesto

que a partir de los elementos primarios de una ciencia, dados sin ninguna

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46 configuración especial (por ejemplo, los puntos y las rectas, en Geometría o los

organismos individuales en biología), esas verdades no se podrían construir. Por su parte,

las identidades sintéticas sistemáticas son construcciones que exigen el entrelazamiento de

varias identidades esquemáticas (o esquemas de identidad). En el ejemplo geométrico

anterior, esa misma circunferencia con sus radios, sus diámetros, sus arcos, &c., en la

que se puede inscribir un triángulo cuya hipotenusa sea el diámetro, genera un

contexto que hace posible el entrelazamiento entre esas diferentes identidades

esquemáticas (de radios, de diámetros, de rectas secantes), y la construcción de la

identidad sintética sistemática en que consiste el teorema del triángulo diametral.

Precisamente, en los apartados siguientes intentaremos analizar los esquemas de

identidad que se entrelazan y reajustan en la construcción de la identidad sistemática

del «teorema de Darwin». Ahora bien, siguiendo con nuestro ejemplo geométrico,

para poder decir que ese conjunto formado por la circunferencia y los triángulos

inscritos constituyen una multiplicidad de identidades esquemáticas hace falta que el

propio teorema del triángulo diametral esté ya construido como identidad sistemática.

Igualmente, sólo desde el modelo de la evolución de Darwin podrá decirse que ciertas

construcciones (taxonómicas, biogeográficas, geológicas, &c.) cumplen el papel de

identidades esquemáticas.

Es necesario insistir una vez más en que el contexto material en el que se construye

una identidad sintética sistemática es siempre un contexto limitado a unas

determinadas clases de fenómenos y a unos contextos materiales finitos. Es este

carácter finito el que hace que el circularismo por el que hemos caracterizado la

teoría del cierre categorial sea un circularismo que exige determinar los materiales

característicos de cada ciencia, de modo que una verdad científica esté limitada

siempre a un conjunto específico de fenómenos susceptible de ser desconectado de la

totalidad del mundo.

Los teoremas de las ciencias son identidades sintéticas sistemáticas. El teorema es,

desde el punto de vista gnoseológico, la unidad funcional básica de una ciencia.

Ahora bien, para que el campo de una ciencia llegue a constituirse como tal, para que

pueda llegar a tener lugar su «cierre categorial», es necesario que se dé una

multiplicidad de teoremas entrelazados. Esos teoremas estarán regidos por el mismo

conjunto de principios gnoseológicos. Por esta razón, al analizar el «teorema de

Darwin» tendremos que hacer alguna mención, por breve que sea, a la «topología»

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47 del campo de la biología posdarvinista y a los principios gnoseológicos que definen ese

campo.

§4. El origen de las especies entendido como la construcción de una identidad

sintética sistemática

Prácticamente nadie duda hoy de la importancia que para la biología ha tenido El

origen de las especies como el lugar donde se exponen de un modo suficientemente

pausado y sistemático los contenidos de lo que pasó a llamarse la teoría de la

evolución biológica, y tampoco nos parece necesario insistir en este foro acerca del

lugar central que la teoría darvinista ocupa en el campo de la biología: podría decirse

sin exagerar que el cierre categorial biológico (y, por tanto, la constitución de la

biología como ciencia en sentido moderno, estricto) tuvo lugar por medio del

darvinismo (acompañado, sin duda, de otros teoremas como la teoría celular y los

teoremas de la genética y la biología molecular). No se trata aquí, por tanto, de

reivindicar la verdad de la teoría de la evolución, ya que eso nos parece

improcedente. A pesar de las refluencias creacionistas que han llevado a dos

presidentes recientes de los E.U.A. a defender nuevamente, en plena década de los

ochenta, el relato adámico, la teoría de la evolución, en su última versión

(precisamente llamada teoría sintética), goza hoy de una inmejorable salud y de un

potencial indudable para guiar la moderna investigación en biología. Esos presidentes

creacionistas, aunque hayan sido personajes de relevancia en la historia política

reciente, no pasarán a la historia de la ciencia como grandes científicos, y sus

declaraciones antievolucionistas sólo son un indicio de la falsa conciencia que les

envuelve y, quizás también, interpretadas en términos sociológicos, de una situación

educativa degradada en la democracia más poderosa del mundo. Por tanto, en vez de

dedicarnos a una reivindicación innecesaria e inoportuna (pues la discusión de lo que

es verdad o no en una ciencia compete, como ya hemos dicho al principio, a sus

propios científicos), se trataría más bien de ver cómo debe ser entendida esa verdad

científica, cuáles son sus principales constituyentes, dónde radica su objetividad,

cómo fue posible su constitución y, por último, cuáles son sus límites internos. En

todo caso, aun descartando la necesidad de volver sobre la discusión del relato

adámico, en nuestro análisis tendremos que tomar en consideración, inevitablemente,

las dificultades que se han puesto al teorema de la evolución desde dentro del propio

campo biológico.

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48 4.1 ¿Qué significa interpretar El origen como identidad sintética? La biología

evolucionista como parte constitutiva de nuestra realidad presente

La cuestión que plantea este epígrafe afecta al estatuto ontológico que concedemos a las

verdades científicas. Hemos negado que el darvinismo pueda ser considerado una

descripción de la realidad exterior, una descripción que nos muestre la realidad

dejándola intacta. Hemos negado también que la evolución pueda entenderse como

una teoría, más o menos especulativa, en el límite, metafísica (como cree Popper),

una teoría, quizás, al lado de otras (creacionistas, procesionistas, &c.). Hemos

negado, incluso, que la evolución biológica pueda entenderse como una hipótesis

cuya verdad radicara en adecuarse a los hechos, en adecuarse a una realidad a la que

representa fielmente (como un modelo tecnológico, una esfera armilar o un

planetario, por ejemplo, pretende ser una representación de una realidad externa a él).

La inexistencia presente de esos «hechos evolutivos», que son, por definición,

pasados, es una de las razones más poderosas (aunque, desde luego, no la única) para

descartar las concepciones descripcionista y adecuacionista a la hora de enjuiciar el

estatuto ontológico y gnoseológico del evolucionismo. Pero, entonces, ¿cómo debe

ser entendida la verdad de la evolución?

Las verdades científicas y, por tanto, la evolución biológica, se refieren efectivamente

a la realidad, no son construcciones espurias o especulaciones vacías producto de una

«razón raciocinante». Pero se refieren a la realidad no porque «penetren en ella» o «la

representen adecuadamente» sino «porque son ciertas partes de la realidad misma

las que quedan incorporadas a las cadenas constitutivas del cuerpo

científico» (Bueno, 1992-94, v.3:900). De este modo, la realidad ha de considerarse

como un proceso in fieri dependiente, en muchos de sus tramos, de la propia

construcción de las verdades científicas. Así, se va conformando una especie de

«hiperrealidad», una realidad «ampliada» que tiene en cuenta no sólo aquello que se

aparece directamente a nuestros sentidos (las apariencias, los fenómenos) sino

también aquello que actúa y determina lo existente, aunque no lo percibamos: las

ondas electromagnéticas o gravitatorias, las estructuras atómicas, o los procesos

evolutivos biológicos{16}. Por eso la función más característica de las ciencias es

esa función de constituir partes importantes de la realidad, es la construcción de una

«hiperrealidad» que se va ampliando simultáneamente al progreso de esas ciencias. Si

es así, las ciencias no describen o representan la realidad sino que son tramos

importantes de la realidad previa existente los que entran a formar parte de las

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

49 ciencias para dar lugar a una realidad nueva. Por eso, desde nuestros presupuestos, la

verdad de la biología evolucionista debe entenderse como una verdad que constituye

nuestra realidad presente y que constituye también nuestra propia conciencia lógica.

Nuestra realidad presente no puede prescindir del teorema científico de la evolución

biológica. El creacionismo es un modo claramente irracional de construir esa realidad

pues la creatio ex nihilo no es más que la formulación de un principio, no ya falso,

sino ininteligible. Además, nuestra conciencia lógica quedará al margen de una

cantidad muy importante de fenómenos, de conceptos y de ideas si no tiene presente

la biología evolucionista. Por eso, los que se oponen al evolucionismo biológico

científico renuncian a contar con una parte importante de la realidad actualmente

accesible, y esta renuncia es doblemente penosa cuando estos esquemas racionales se

ven sustituidos por un conjunto de mitos o de ideas metafísicas.

4.2 Argumentos para interpretar El origen como identidad sintética

Trataremos ahora de argumentar por qué El origen de las especies puede considerarse

un lugar donde se formula una verdad científica. Supondremos, de acuerdo con lo

dicho en los párrafos anteriores, que las verdades científicas son identidades

sintéticas sistemáticas donde se entrelazan relaciones isológicas y sinalógicas.

Además, como ya quedó dicho, para la construcción de una verdad científica no

podremos partir de una multiplicidad de términos completamente vírgenes y

desorganizados sino que será necesaria la existencia de conjuntos de términos

enclasados (sin perjuicio de que esas clases se puedan luego rectificar) y organizados

parcialmente de acuerdo con estructuras fenoménicas y esquemas materiales de

identidad. Esto es, efectivamente, como vamos a ver, lo que hace Darwin en El

origen toda vez que él no parte de un magma caótico de fenómenos sino de una serie

de disciplinas en curso (tecnológicas, protocientíficas, científicas) con grados de

desarrollo desigual: la geología, la biogeografía y la paleontología, la morfología y

anatomía, las taxonomías, las técnicas de selección artificial y de hibridación, los

análisis poblacionales, &c. La identidad sintética sistemática estará construida en la

convergencia de ciertas relaciones que se van decantando a partir de estos materiales

organizados en esferas, en principio, heterogéneas. Precisamente, la necesidad de

considerar temas tan aparentemente alejados entre sí hizo que Darwin tuviera que ser,

en la práctica, geólogo, paleontólogo, zoólogo, botánico, fisiólogo, psicólogo. Ello

contribuyó a que la Academia de Ciencias de París le honrara con el calificativo de

«diletante», muestra de una ligereza de juicio (¿fruto, esta vez, de cierto

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

50 chauvinismo?) que se coordina bien con el innecesario retraso de la recepción del

darwinismo en la patria de Lamarck. Pues bien, lo que aquellos académicos consideraron

diletantismo es lo que nosotros consideraríamos más valioso al juzgar la obra de Darwin, y

eso, aun teniendo en cuenta que Darwin no estuvo solo pues contó con la ayuda de

prestigiosos geólogos, anatomistas, morfólogos, botánicos, ornitólogos, &c.(sobre

esto diremos algo más en el apartado 4.3). En la perspectiva gnoseológica, lo que a

otros pudo parecer diletantismo es para nosotros la circunstancia que posibilitó la

identidad sintética sistemática, la verdad científica, del teorema de la evolución

biológica.

4.2.1. El teorema de Darwin como modelo

Desde nuestros presupuestos gnoseológicos creemos poder diagnosticar que el núcleo

del teorema de la evolución biológica tiene el formato de un modelo que toma como

patrón el modelo de la selección artificial, aunque sea para introducir en él

importantes modificaciones. De la naturaleza de esas transformaciones tendremos

ocasión de hablar en el apartado siguiente.

No ignoramos, sin embargo, que de la teoría de la evolución se deducen importantes

consecuencias para las taxonomías biológicas, al poder ahora hacer una

reinterpretación filogenética de unas taxonomías basadas hasta entonces en la

morfología, y consideradas inmutables. En este contexto, la analogía y la homología

entre partes de organismos distintos podrá ahora ser explicada en términos de la

comunidad de estirpe. Otras veces la analogía será interpretada como indicio de la

adaptación a medios semejantes. Tampoco nos pasa desapercibido el hecho de que la

evolución biológica implica una re-definición del concepto de especie. El concepto

tipológico, morfológico, deja paso al concepto evolucionista de especie: según este

concepto la especie es un linaje que evoluciona con independencia de otros. Esta

especie evolutiva podrá luego componerse con la especie en sentido biológico y

genético, y desde ella se podrá reinterpretar el concepto morfológico de especie. Por

último, no negamos que la teoría de la evolución biológica, en muchos de sus tramos,

exija razonamientos o demostraciones de carácter proposicional donde se manejan, a

menudo, argumentos apagógicos que, en ningún sentido, pueden considerarse

meramente ornamentales, superfluos. Muchos de estos argumentos tratan de presentar

al evolucionismo como una metodología que se mantiene de intento en la inmanencia

de los procesos biológicos, y que se recorta polémicamente contra la oscuridad de los

esquemas alternativos creacionistas. El propio Darwin, al comienzo de la

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

51 «conclusión» de El origen habla de su libro como de «una larga y sola argumentación».

Sin embargo, sin perjuicio de reconocer que estos aspectos de la evolución biológica

(como clasificación, como definición y como demostración) tienen una presencia

importante en la obra de Darwin y en el evolucionismo posterior, nosotros creemos

poder intepretar el teorema darvinista como un modelo, un modelo construido por

analogía con el modelo de la selección artificial. La novedad darvinista frente al

evolucionismo anterior estaría, si no nos equivocamos, en ese modelo y desde él se

irradiaría la organización de esas nuevas clasificaciones, definiciones y

demostraciones que, sin duda, también son partes formales del teorema de Darwin en

cuanto contenidos constitutivos de su franja de verdad. El concepto de especie, por

ejemplo, meramente fenomenológico en las taxonomías predarvinistas, y, en cierto

sentido, anómalo en el transformismo de Lamarck o en el «evolucionismo» de

Chambers, aparece como una necesidad interna del modelo evolutivo de Darwin. La

reinterpretación filogenética de las taxonomías biológicas estaría también

materialmente determinada por el funcionamiento y el rendimiento del modelo. Y

otro tanto ocurriría con las demostraciones.

La relación entre el modelo de la selección artificial y el modelo evolutivo es, en

cierto sentido, parecida a la relación entre el modelo planetario de Kepler y Newton y

los primeros modelos atómicos (el átomo de Rutherford y luego el de Bohr). El

modelo de Kepler tuvo una influencia conformadora sobre el modelo de Rutherford

(mediando entre ambos los consiguientes ajustes y modificaciones) y del mismo

modo el modelo de la selección artificial, con los cambios consabidos, habría influído

sobre el modelo de la selección natural. Sólo que, en el primer caso, era un modelo ya

científico el que se exportaba a otra ciencia, mientras que en el caso de la biología se

estaba importando un modelo tecnológico, el de la mejora animal y vegetal. De

cualquier forma, tampoco es inusual en la historia de la ciencia la importación de

modelos tecnológicos: el modelo del movimiento parabólico está tomado, en

mecánica, de las prácticas de balística, así como el modelo de ciertos ciclos

termodinámicos resulta indisociable de las máquinas de vapor o de los motores de

combustión interna.

Al hacer nuestro diagnóstico del teorema de la evolución biológica como un modelo

no estamos queriendo decir que Darwin comenzara la construcción de ese teorema

partiendo del modelo de la selección artificial, y no porque empezara por otra parte y

llegara al modelo como conclusión, sino porque sabemos, por sus cuadernos de notas,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

52 que Darwin comenzó por varios sitios a la vez (taxonomías, cuaderno A; biogeografía y

registro fósil, cuaderno B; selección artificial y selección natural, cuaderno C; problemas

poblacionales, cuaderno C; materiales sobre el hombre, cuadernos M y N); incluso

sabemos que el interés de Darwin por la selección artificial estuvo, en un principio,

movido por el objetivo de determinar directamente las causas de la variación

(objetivo que Darwin nunca llego a alcanzar), y sólo más tarde empezó Darwin a

interesarse por el proceso de selección en sí mismo. Pero nosotros no pretendemos

afirmar la prioridad cronológica del modelo de la selección artificial, como si en él

hubiera que poner el origen del propio teorema de Darwin, sino que tratamos de

argumentar a favor de su prioridad lógico-material, de su prioridad como

conformador material y organizador de los términos, relaciones y operaciones del

teorema. Nuestro diagnóstico del teorema de Darwin como un modelo no implica que

ese modelo sea originario en el ordo inventionis sino que el formato gnoseológico del

núcleo de ese teorema, una vez construido, es el de un modelo: es ese modelo el que,

internamente a sus partes, hace posible explicar el origen de nuevas especies y la

extinción de especies antiguas, sin la intervención directa del hombre (ni de ningún

Dios creador) como agente de la selección. Ahora bien, ese modelo alcanza un nivel

esencial sistemático (despegando, por tanto, de su génesis tecnológica) gracias a que

en él convergen los materiales de una serie de tecnologías y disciplinas que Darwin

ya encontró en curso, y de las que recopiló información pertinente en los cuadernos

de notas citados. Esta convergencia, que en un primer momento parece meramente

empírica, es la que pide regresar desde una multiplicidad de términos (términos

materialmente diferentes y enclasados en conjuntos según criterios fenomenológicos

diversos) a ciertas relaciones esenciales (sistemáticas) que son las que quedan

definidas en el modelo darviniano de la descendencia con modificación: en particular,

las relaciones filogenéticas y las relaciones de competencia y lucha por la

supervivencia. Y estas relaciones que componen la identidad sintética del teorema

incluyen tanto aspectos isológicos (la igualdad intraespecífica en donde se define la

variación, los principios del actualismo y del uniformitarismo en Geología, &c.),

como sinalógicos (las relaciones filogenéticas, las relaciones de lucha y competencia,

los procesos reproductivos, &c.). Ahora bien, estas relaciones esenciales y, por tanto,

el modelo, no podrán entenderse nunca como relaciones exentas (relaciones dadas en

un plano proposicional o teórico) pues no significarían nada al margen de esos

mismos términos de partida (aunque, ahora, esos términos aparezcan reorganizados

según nuevas clases, y según nuevas relaciones entre clases). A continuación, muy

brevemente y, desde luego, sin pretender en ningún momento ser exhaustivos en

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

53 nuestra exposición, vamos a intentar referirnos a algunos de los materiales de esos cursos

constructivos que convergen y piden la construcción de las relaciones sistemáticas

características del modelo evolutivo tal como lo presenta Darwin en El origen.

4.2.2. Los cursos operatorios que confluyen en el modelo evolutivo tal como

aparecen en El origen.

En primer lugar, aunque pueda parecer innecesario por demasiado evidente, hay que

destacar que, en tiempos de Darwin, el ámbito de lo que hoy consideramos biología

es un conjunto de disciplinas muy heterogéneo que giran en torno a ciertas estructuras

fenoménicas (y éstas se nos dibujan comofenoménicas, precisamente, cuando las

evaluamos hoy desde el teorema de la evolución o desde la teoría celular). Un caso de

estas estructuras son los sistemas de clasificación basados en la anatomía, la

morfología y la fisiología comparadas. Los sistemas de clasificación de los

organismos vivos existen ya de un modo meramente práctico, y por eso mismo

parcial, en las culturas preestatales estudiadas por la etnología. La parcialidad de esos

sistemas no debe hacernos ocultar las coincidencias de estas clasificaciones

primitivas con tramos importantes de las clasificaciones aristotélica y linneana. Estas

tecnologías clasificatorias de origen inmemorial se van depurando progresivamente

conforme crece su radio y conforme se va incrementando la comprensión anatómica

y fisiológica de los organismos, y llegan a su culminación predarvinista con los

sistemas de clasificación de las plantas de Linneo y De Candolle y sus homólogos

para los animales de Cuvier y Lamarck. Darwin se encuentra, por tanto, con unos

sistemas de clasificación muy elaborados (y así reconoce su deuda para con Linnneo,

Cuvier o Aristóteles), y con una situación en la que estos sistemas estaban llegando,

en algunos puntos, a los límites de sus propias posibilidades. Un indicio de que esto

es así sería la discusión confusa, arrastrada insistentemente durante todo el siglo

XVIII y la primera mitad del XIX, acerca de cómo debería ser un sistema de

clasificación para poder ser llamado «natural», en contraposición con los sistemas

llamados «artificiales». Otro indicio claro de que esos sistemas clasificatorios

empezaban a ser insuficientes eran los abundantes casos en los que resultaba poco

menos que imposible distinguir entre variedades, subespecies y especies: éste era, sin

duda, uno de los precontextos más claros donde «la cuestión de las especies» se

dibujaba como un asunto problemático, como una anomalía interna a esas disciplinas

clasificatorias. De hecho, parece ser que los problemas taxonómicos que Lamarck se

encontró al tratar con los invertebrados fueron una de las razones que condujeron a

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

54 este autor a sus conocidas posiciones transformistas. Las taxonomías predarvinianas, como

sabemos, están basadas en la morfología, la anatomía y la fisiología comparadas. Estas

disciplinas habían alcanzado un grado de desarrollo y de rigor metodológico notable en la

Europa de la primera mitad del XIX, especialmente, en Inglaterra. Cada una de ellas

tiene sus términos y operadores característicos. La fisiología, por ejemplo, fué

separándose paulatinamente de la morfología conforme lograba aplicar

procedimientos químicos y físicos al estudio de los organismos: las fístulas, el

quimógrafo, la bomba mercurial y el calorímetro respiratorio son algunos de sus

primeros operadores y la primera construcción, desde la química, de una sustancia

orgánica fué, como es bien sabido, la síntesis de la urea por Wöhler en 1828. La

morfología, por su parte, amplió su campo espectacularmente con el

perfeccionamiento del microscopio (el primer microscopio acromático es de 1807)

que trajo aparejado el desarrollo de las técnicas de tinción de tejidos y el invento del

microtomo: Alemania fué, como se sabe, la primera potencia mundial en morfología

microscópica en el XIX. La anatomía comparada de la primera mitad del XIX

también muestra un progreso espectacular de la mano de autores como Cuvier,

Lamarck, Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, Meckel, von Baer, Owen, Huxley,

&c.{17} No podemos, por razones de brevedad, reconstruir toda la historia de estas

disciplinas pero sí, al menos, vamos a llamar la atención sobre ciertos aspectos que

afectan muy directamente a nuestra argumentación. En primer lugar, destacar cómo

estas especialidades tenían tradiciones relativamente independientes dado que exigían

el dominio de técnicas y habilidades diferentes. En segundo lugar, es necesario darse

cuenta de que todas ellas, adoptando una perspectiva comparada más o menos

explícita, fueron determinando las analogías y diferencias entre organismos: de ahí

surgió una primera organización muy sólida del campo biológico no sólo en el

sentido que podríamos considerar más abstracto de la sistemática clasificatoria, sino

en un sentido que, retrospectivamente, podemos interpretar como específicamente

biológico (anatómico, fisiológico, morfológico). Esta organización era, desde luego,

una discriminación de las diferencias entre grupos de organismos pero también trajo

aparejada una sólida fundamentación de las analogías: analogías no sólo de forma

sino también en la composición química y en las funciones fisiológicas. En esa

perspectiva comparada surge el problema de las homologías y se construyen las

primeras teorías acerca de este fenómeno, en particular la teoría del arquetipo de

Owen. Muchas de estas analogías y homologías alimentaron la sospecha del

parentesco entre grupos y, en el límite, la idea de un origen común. Estas ideas, como

es bien sabido, no son de Darwin sino que son comunes a todos los evolucionistas

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

55 predarvinianos. Hacía falta construir un mecanismo de descendencia que permitiera dar

cuenta de la modificación de unas especies en otras y asegurara, al mismo tiempo, su

relativa estabilidad. Una vez constituido ese mecanismo se podría sacar partido de ese

potencial evolucionista que presentaban la anatomía, la morfología, la fisiología y las

taxonomías entendidas como disciplinas descriptivas. Darwin, conocedor de este

potencial, tomó sus notas sobre taxonomías en el Cuaderno A. En las

argumentaciones del capítulo catorce y de la conclusión de El origen, una vez

propuesto su conocido mecanismo de la selección natural, Darwin supo sacar buen

rendimiento de los materiales anatómicos, morfológicos y fisiológicos,

reinterpretándolos desde la perspectiva filogenética, y ajustándolos, en ocasiones

minuciosamente, con su modelo de la selección natural (por ejemplo, en lo relativo a

las homologías y a los órganos rudimentarios): de este modo, el modelo ensanchó

considerablemente su franja de verdad. Con posterioridad a Darwin, sin negar el

interés de realizar clasificaciones fenéticas, por ejemplo las de la taxonomía

numérica, será necesario tener en cuenta las clasificaciones genealógicas (cladistas,

evolutivas, &c.), que traerán consigo, como es bien sabido, problemas característicos.

En el citado capítulo catorce, Darwin añadió, además, materiales procedentes de otra

especialidad cercana a las anteriores pero relativamente diferenciada: la embriología.

Esta disciplina, aunque próxima a la anatomía y a la morfología, también contaba con

su tradición específica como especialidad académica pues no se detenía en las

consideraciones anatómicas sino que había creado su propio campo de operaciones

estudiando las reacciones de los diferentes embriones a los cambios de luz, de

temperatura, de presión, a las alteraciones mecánicas, &c. Como es bien sabido, las

homologías se detectan mejor en los estados embrionarios que en los adultos hasta el

punto de que, como reconocía Louis Agassiz, si no se etiqueta un embrión de un

vertebrado en el momento de su obtención, luego resulta muy difícil determinar si es

de un mamífero, de un ave o de un reptil. Es muy conocido el hecho de que la ley

biogenética de Meckel-Serres data de 1811, mucho antes de la publicación de El

origen. Pero esta circunstancia no debe inducirnos a confusión ya que dicha ley no

exige, por sí misma, una posición evolucionista, incluso fué aducida en múltiples

ocasiones como una prueba de la imposibilidad del evolucionismo (en el contexto de

la teoría de los tipos básicos de von Baer, por ejemplo). Darwin conocía esta ley,

probablemente a través de los Principios de Geología de Lyell donde aparece

discutida (y descartada la interpretación evolucionista). En El origen, Darwin saca

partido de los materiales embriológicos, argumentando que la semejanza de las partes

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

56 homólogas de los organismos en el estado embrionario puede interpretarse como un

indicio más que corrobora la verdad del modelo de descendencia con modificación por él

propuesto, pues el embrión, al no estar afectado directamente por la selección natural, no

ha sido modificado y es como un testigo de los estados más primitivos. Darwin no se

arriesga, sin embargo, con la ley de Meckel-Serres; será Haeckel el que dará ese paso

con su sugerente y errónea teoría de la recapitulación. Esa doctrina de la

recapitulación probablemente actuó como un importante motor de la investigación

embriológica pero, en todo caso, en la década de los ochenta habían quedado ya

discutidas minuciosamente muchas de sus limitaciones.

Desde nuestra interpretación según la cual la verdad del teorema de Darwin reside en

la trama de relaciones entre diferentes cursos constructivos, nos atendremos ahora a

otro grupo de disciplinas cuyos materiales están recogidos en el llamado Cuaderno

B y en los capítulos décimo al décimotercero de El origen. Estas materias son, de una

parte, la geología y la paleontología, y de otra, la biogeografía. La proximidad que

guardan entre sí estas disciplinas era ya evidente en tiempos de Darwin, que había

estudiado con detenimiento los Principios de Lyell y había tenido ocasión de

contrastarlos con los materiales de origen americano recogidos en la expedición

del Beagle. Sin embargo, estas disciplinas tenían una tradición y unos orígenes

independientes entre sí y, desde luego, diferentes de esas otras que hemos

considerado en primer lugar. Por ejemplo, los orígenes tecnológicos del campo de la

geología científica deben ser rastreados en las tecnologías de prospección y

explotación minera que, a su vez, están estrechamente relacionadas con las

tecnologías de la metalurgia. En este contexto, la existencia de los fósiles aparece ya

mencionada en Jenófanes y Herodoto. Los fósiles habían recibido todo tipo de

interpretaciones. Considerados «juegos de la naturaleza» por Plinio, fueron

interpretados en ocasiones como productos errados de la generación espontánea e

incluso, desde posiciones platónicas y neoplatónicas, se llegó a creer que eran

plasmaciones de las Ideas en las rocas. Ahora bien, el estudio de los fósiles se

incrementó notablemente en las últimas décadas del siglo XVIII y principios del XIX

dando lugar a trabajos sistemáticos. Cuvier, por ejemplo, clasificará materiales

correspondientes a vertebrados extintos, y lo mismo hará Lamarck con las conchas

marinas. La asociación de tipos de fósiles con tipos de estratos geológicos explicaría

el interés práctico de los primeros como indicios para la determinación del tiempo

geológico (relativo). Los trabajos estratigráficos de William Smith fueron, en este

extremo, de la máxima importancia. La primera estimación de la edad de la Tierra

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

57 hecha desde un racionalismo ajeno a la religión no fué, sin embargo, geológica: fué Buffon

quien, en su Introducción a la historia de los minerales de 1774, dió un valor de al menos

ciento ochenta mil años (aunque él se inclinaba por un cifra superior de aproximadamente

medio millón de años), valor que hoy nos parece ridículo pero que, en todo caso, se

alejaba ya escandalosamente del cálculo que hiciera el arzobispo Usher a comienzos

del siglo XVII a partir del relato bíblico. Las estimaciones de Buffon estaban basadas

en datos físicos derivados del estudio de los tiempos de enfriamiento de diferentes

sustancias. En este momento histórico el enfoque físico (más o menos científico pero,

en todo caso, claramente racionalista) contribuyó a hacer viable un pensamiento

evolutivo o transformacionista, al contrario de lo que ocurriría en 1865 cuando las

estimaciones de lord Kelvin, con su error necesario por el desconocimiento de la

radiactividad natural, fueron utilizadas como argumentos en contra de Darwin.

No podemos aquí ni siquiera hacer un repaso sumario de las contribuciones de

autores tan importantes en la historia de la geología como Burnet, Steno, Werner o

Hutton, de las polémicas entre vulcanistas y neptunistas o entre los partidarios de un

tiempo geológico cíclico o lineal. Sí vamos a decir dos palabras sobre Lyell y

sus Principios de geología pues la influencia de Lyell sobre Darwin, y de esta obra

sobre El origen de las especies, es inmediata y explícita, y es una referencia obligada

que de ningún modo podría estar ausente en nuestro análisis. Prácticamente todo el

mundo admite que los Principios de Lyell son una parte muy importante, si no la

fundamental, del contexto previo a partir del cual Darwin elabora su modelo de la

transmutación de las especies. Darwin mismo nos narra cómo la metodología de

Lyell fué su guía a la hora de estudiar la geología de América del Sur. Siendo así, era

obligado que Darwin se interesase por los procesos de elevación y hundimiento del

terreno, y el análisis de esos procesos traía aparejado, de acuerdo con el propio modo

de proceder de losPrincipios, el estudio de la distribución biogeográfica, tanto de los

organismos vivos como de los fósiles. Desde luego, antes de Lyell y de Darwin, la

biogeografía era ya, indudablemente, una disciplina en marcha. Los conocimientos

biogeográficos, existentes a un nivel tecnológico desde tiempo inmemorial, habían

recibido un importante impulso, por su valor estratégico, en la época en la que el

capitalismo colonialista alcanzó una escala planetaria. Estos conocimientos, en

principio ordenados de forma enciclopédica, empezaron a generar ciertas

regularidades (que nosotros podemos calificar gnoseológicamente como estructuras

fenoménicas con sus identidades esquemáticas) en la segunda mitad del siglo XVIII.

Así se establecieron nexos entre los tipos de fauna y flora y la altura, se trazaron

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

58 mapas donde se apreciaba de un modo gradual el reemplazo de unos organismos por otros,

se determinaron relaciones entre la flora y la fauna, especialmente en islas y archipiélagos

tanto oceánicos como cercanos al continente, &c. En la obra de Lyell es explícito el interés

de los análisis biogeográficos para la propia geología y paleontología, puesto que el

uniformitarismo y el actualismo de los Principios exigía interpretar los estratos

geológicos y el registro fósil como un resultado de procesos similares a los que se

pueden contemplar en el presente. En la primera mitad del siglo XIX el registro fósil

era muy incompleto, como Darwin se encargó de resaltar en el capítulo diez de El

origen,pero era ya suficiente como para poder empezar a plantear problemas

biogeográficos también a propósito de organismos extintos. Y, para alguien que se

situaba en las coordenadas metodológicas de Lyell, lo mismo que para nosotros hoy,

la distribución geográfica y estratigráfica de los organismos en el registro fósil debía

ser explicada con las mismas leyes que rigen los estudios neontológicos. En

los Principios queda ya muy claro que la distribución de los organismos vegetales y

animales está determinada, en buena medida, por las condiciones de la superficie en

cada momento de la historia geológica (la temperatura, la altura, la humedad, el tipo

de suelo, y el resto de organismos). Si esto es así, los cambios en las condiciones de

la superficie traerán aparejados cambios en las especies animales y vegetales y en su

distribución geográfica. Por eso Lyell admitía que algunas especies, en la lucha por la

supervivencia, podían llegar a extinguirse pero, a renglón seguido, suspendía el juicio

acerca de cómo surgían las especies nuevas. Esta prudencia respecto al tema del

surgimiento de nuevas especies, al margen de que estuviera o no determinada por

motivos religiosos, era justificable desde una argumentación consistente con el

actualismo: nunca se había observado la aparición de una nueva especie y, según

Lyell, era muy posible que nunca se llegara a observar, dado lo infrecuente del

proceso cuando se consideraba en relación con las magnitudes del tiempo geológico,

de modo que el asunto debía permanecer abierto (aunque, para Lyell, ese

«permanecer abierto» era, en la práctica, afirmar la creación independiente). Como se

puede apreciar también en este contexto geológico y biogeográfico la «cuestión de las

especies» aparecía como una anomalía pendiente de resolución. Quizás por eso, a la

hora de discutir la deuda de Darwin para con Lyell, Toulmin y Goodfield, en su

famosa obra El descubrimiento del tiempo (Toulmin y Goodfield, 1965:198),

consideran que puesto que ya Lyell había descubierto que la guerra entre los

organismos podía destruir especies, el genio de Darwin habría consistido en darse

cuenta de que también podía crearlas. Pero, sin entrar ahora a discutir si ésta fué o no

una de las vías de razonamiento seguidas por Darwin en el ordo inventionis de sus

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

59 hipótesis, creemos que la genialidad y la importancia histórica del teorema constituído

en El origen no está en ese lugar puntual, concretísimo, sino en el ajuste de los múltiples

cursos constructivos en una trama que es la que da solidez al modelo de la evolución

biológica, tal como estamos intentando argumentar aquí. Por otra parte, tampoco se

trata de acercar esas dos grandes figuras (Lyell y Darwin) hasta el punto de olvidar

diferencias obvias entre sus posiciones: no hay que perder de vista que para Lyell el

registro fósil no debe entenderse de forma progresiva sino en términos de un

principio de equilibrio dinámico entre lo que se crea y lo que se destruye.

Efectivamente, todavía en 1851, en una reunión de la Sociedad Geológica de la que

era presidente, Lyell continuaba defendiendo una interpretación del registro fósil que

de ningún modo podría ser considerada «evolutiva» (lo que le valió una dura réplica

de Owen{18}). La interpretación de Lyell en esa ocasión no consideraba para nada

esquemas de tipo arborescente con ramificaciones y divergencias, siendo, sin

embargo, esos esquemas tan característicos del modelo darvinista. Como es bien

sabido, el proceso que condujo a Lyell a abandonar la hipótesis de la creación

independiente de las especies para sustituirla por una perspectiva evolutiva fué lento

y no culminaría hasta el año 1865. Precisamente los numerosos materiales de los

estudios biogeográficos que se incorporaron rápidamente al modelo evolutivo

resultaron el argumento que más pesó a la hora de producirse este cambio de

perspectiva. Y es que los descubrimientos biogeográficos fueron, ya desde los

primeros momentos de la formulación del modelo darvinista, uno de los lugares

donde éste se mostró más fértil y donde siempre encontró una base sólida. Las

semejanzas y diferencias entre especies (independientemente de que fueran extintas o

actuales), interpretadas en combinación con su distribución geográfica y temporal,

podían hacerse encajar con el supuesto de una ascendencia común. La rápida

aclimatación de algunas plantas traídas desde las colonias a Europa y llevadas desde

Europa a países lejanos, y el modo como estas plantas importadas ocupaban nuevos

nichos ecológicos e incluso desplazaban a otras autóctonas, era un argumento muy

potente contra la hipótesis de la creación independiente que pone a cada organismo,

de un modo providente, en su lugar óptimo (y hasta el propio Lyell fué consciente de

esta dificultad). Contra ese mismo creacionismo irenista también se alzaba la

evidencia de aquellas situaciones en las que dos regiones con las mismas

características físicas (por ejemplo, dos islas) aparecían habitadas por especies

endémicas diferentes. Sin embargo, esos procesos y estas situaciones encajaban con

toda facilidad en el modelo evolutivo, como Darwin se encargó de destacar y explicar

en El origen.

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

60 Los materiales de las disciplinas consideradas por nosotros hasta este momento (anatomía,

fisiología, morfología, embriología, geología, paleontología, biogeografía) ya son

suficientes como para poder empezar a percibir esas convergencias, confluencias y

rectificaciones a través de las cuales, según nuestros presupuestos, se construye

materialmente la trama de toda verdad científica. Darwin mismo destacó con suma

claridad estos lugares de encaje, de isología, y de rectificación. Como mera

ilustración, sin pretender recorrerlos todos, baste destacar algunos de los más

sobresalientes. Todos los organismos conocidos, tanto actuales como extintos,

pertenecen a un número reducido de grandes clases. Esas afinidades, desde el punto

de vista de la taxonomía fijista eran fenómenos y serán precisamente estos fenómenos

los que queden ahora causalmente interpretados en términos filogenéticos (que

incluyen identidades isológicas y sinalógicas). Los fósiles de formaciones geológicas

consecutivas presentan más afinidad entre sí que con terceros, y los de formaciones

geológicas intermedias presentan rasgos intermedios. Estos fenómenos se explican

suponiendo que hay descendencia con variación y selección natural. También, desde

la teoría de la descendencia con modificación, se pueden explicar las afinidades entre

ciertos organismos actuales y otros fósiles, y se pueden ligar estas afinidades con

procesos biogeográficos. La selección exige, a su vez, la extinción de muchas

especies, esa extinción que encajaba con dificultad en la teoría de Lamarck, dado que

para el francés los organismos se van adaptando al medio según lo requieren. La

extinción resultaba ya necesaria desde las estructuras fenoménicas de la paleontología

preevolucionista y queda perfectamente incorporada como una pieza clave del

modelo de Darwin. En el límite, si un grupo desaparece completamente, no podrá

volver a aparecer al haberse roto la cadena de las relaciones sinalógicas que une una

generación con la siguiente. Por su parte, la variación y la divergencia se refieren a un

conjunto de fenómenos construido tanto desde la paleontología como desde la

biogeografía (y lo será también desde la mejora animal), si es que tanto en un

contexto como en otro se construyen estructuras que revelan la sustitución progresiva

de unos organismos por otros. El fenómeno de la variación también es un fenómeno

taxonómico: Darwin lo discute como tal, de un modo detenido, en el capítulo

segundo de El origen.

En cuanto a las rectificaciones exigidas por la identidad sintética sistemática, quizás

merezca la pena mencionar la necesidad de descartar la idea de unos organismos

diseñados y adaptados de un modo perfecto (reflejo de la perfección de su creador),

para ir sustituyéndola por la idea de una adaptación relativa a las condiciones de vida,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

61 una adaptación que puede estar por debajo del óptimo e incluso puede ser compatible con

las situaciones llamadas de hipertelia; en suma, la rectificación del esquema armonista de

Paley. Todos estos nudos de la trama del modelo darvinista, y otros más que se podrían

mencionar, están discutidos con detalle en El origen y son sobradamente conocidos

por todos.

Pero para intentar reconstruir la confluencia de materiales que hacen del modelo de la

evolución de Darwin una identidad sintética sistemática, nos falta referirnos a otros

dos cursos operatorios alejados, en apariencia, de las disciplinas biológicas

académicas de la primera mitad del siglo XIX. Los materiales referentes al primero

de estos cursos constructivos están recogidos en el Cuaderno C de Darwin y en el

capítulo primero de El origen: nos referimos a las técnicas de selección artificial

(Darwin escribiría, además, en 1868 una obra monográfica sobre este tema, Las

variaciones de animales y plantas en estado de domesticación). Estas técnicas de

mejora animal y vegetal habían dado lugar a una serie de estudios de carácter práctico

que, para utilizar la propia expresión de Darwin, habían sido «muy comúnmente

descuidados por los naturalistas»{19} a pesar de que, si se acepta el teorema de la

evolución, «aumentará[n] inmensamente de valor»{20}. Los materiales darvinianos

sobre selección artificial incluyen referencias a dos opúsculos sobre el tema: uno de

ellos de John Sebright, de 1809, (The Art of Improving the Breeds of Domestic

Animals, in a Letter Addresed to the Right Hon. Sir Joseph Banks), y otro de John

Wilkinson, de 1820 (Remarks on the Improvement of Cattle, etc., in a Lettter to Sir

John Saunders Sebright). Darwin se interesó por el estudio de los procesos de

hibridación en un intento de determinar los agentes causantes de las variaciones de

los organismos, agentes que habrían de explicar la descendencia con modificación.

Darwin, sin embargo, nunca llegó a dar cuenta adecuadamente de cuáles eran las

causas de las variaciones (sobre su apoyo a la teoría de la pangénesis diremos alguna

cosa más adelante), lo cual es un indicio de que la perspectiva delordo

inventionis frecuentemente no conduce donde inicialmente se pretende (y,

consiguientemente, que la historia de la ciencia no puede reducirse a la recuperación

de esta perspectiva si es que resulta obligada la reconstrucción gnoseológica de las

verdades científicas y no su mera suposición). Siendo así, no es de extrañar que el

capítulo quinto de El origen («Sobre las leyes de la variación») tenga el formato de

una rapsodia de fenómenos agrupados de un modo meramente tentativo. Sin

embargo, el interés original de Darwin por los procesos de hibridación le condujo al

estudio de la selección artificial. Los orígenes de las técnicas de selección artificial a

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

62 propósito de ovejas, bueyes, caballos, perros, palomas, gallos, gallinas y plantas son, en

algunos casos, muy remotos, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que estas técnicas

gozaban de muy buena salud en la Inglaterra decimonónica. Darwin se interesó muy

especialmente por la cría de palomas, quizás por razones de tradición familiar pero,

fundamentalmente, porque en este caso existían pocas dudas de que todas las razas

domésticas tuvieran idéntica procedencia. Nos interesa mucho resaltar en este

momento la circunstancia de que, antes de que la verdad del modelo de la evolución

biológica estuviera constituída, las técnicas de mejora animal y vegetal eran

cultivadas por ganaderos, agricultores, jardineros, cazadores, coleccionistas

o sportmen más o menos ociosos, y estaban muy alejadas de esas otras disciplinas a

las que hemos hecho ya referencia (las contenidas en los Cuadernos A y B de

Darwin). Y nos interesa destacar esta lejanía (en cuanto a su origen y a su tradición) y

esta independencia para insistir en el carácter constructivo del teorema de Darwin,

carácter constructivo que supone la confluencia y el ajuste de materiales pues,

precisamente, desde nuestros presupuestos, es en esa confluencia y ajuste donde

radica su verdad y, seguramente también, su mayor mérito.

A nosotros nos parece que estos fenómenos acerca de la cría y mejora, y las

consiguientes reglas tecnológicas, prácticas, construidas en este contexto, tienen una

importancia indudable en la constitución del teorema de Darwin, si es que este

teorema se configura fundamentalmente como un modelo, como el modelo de la

selección natural. La mejora animal y vegetal es el contexto donde la fecundación,

mediada por la selección, se constituye como auténtica operación gnoseológica cuyos

resultados generan términos nuevos. Estas operaciones de fecundación selectiva

estaban determinadas, en cada caso, por los intereses prácticos de los criadores

(gallinas que pongan más huevos, gallos más fieros en las peleas, caballos más

veloces, &c.) pero, por analogía, podría considerarse la situación en la que la

selección fuera un resultado no proyectado de antemano, un resultado de fuerzas que

actuaran de un modo espontáneo, no mediado por el hombre. Darwin habría tenido

presente, sin duda, el importante papel que su profesor y amigo Herschel concedía a

la analogía en el proceso de elaboración de las verdades científicas. Analizada desde

el materialismo gnoseológico, esa analogía entre la selección artificial y la selección

natural permitiría interpetar el modelo de la evolución biológica como una variante

del verum est factum. Sólo que nosotros no interpretaríamos el verum de la evolución

como el conocimiento (por participación) de una realidad diseñada por un demiurgo,

sino como la construcción de una realidad, construcción que resulta posible, entre

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

63 otras cosas, porque tiene rasgos comunes con el factum tecnológico de la selección

artificial. La crítica a la expresión «selección natural» por su formato antropomorfo (al

considerar que la naturaleza es un agente que selecciona) es muy temprana. El mismo

Wallace propuso a Darwin que sustituyera esa expresión por la fórmula spenceriana

«supervivencia del más apto». En cualquier caso, Darwin dejó muy claro en múltiples

lugares de El origen que esa selección natural no era efectuada por ningún sujeto

(como en el caso de la selección artificial), sino que era un resultado de la lucha por

la existencia. Ese resultado, en muchas ocasiones, era consecuencia de procesos

subóptimos, contingentes, oportunistas. Y, siendo así, Darwin no veía mayor

inconveniente en usar esa fórmula tan pregnante, aunque reconocía su carácter

metafórico; pero también los físicos hacían uso de fórmulas metafóricas, por ejemplo,

cuando hablaban de la «atracción».

Llega el momento de referirse a los materiales del Cuaderno D de Darwin, el

cuaderno de notas dedicado a los problemas de las poblaciones. Nuevamente

apreciamos el carácter constructivo, sintético, del teorema de Darwin, ese carácter

que exige la convergencia de materiales tomados de contextos muy diversos. Como

es bien sabido, Darwin, leyendo el Primer ensayo sobre la poblaciónde Malthus de

1798, tiene conocimiento de la «ley de Malthus» que describe el crecimiento de la

población humana como una progresión geométrica, frente al crecimiento de los

recursos alimentarios según una progresión aritmética. De esta ley, deductiva y

cuantitativa, paradigma para Darwin de cientificidad, se sigue la lucha por la

existencia y la necesidad de que muchos de los hombres que llegan a nacer

encuentren enseguida la muerte. Se ha discutido mucho sobre la importancia

biográfica del episodio «lectura de Malthus» en el proceso que condujo a Darwin a la

elaboración de su teorema. Desde nuestros presupuestos, para ponderar la

importancia de este episodio en relación con otros descubrimientos implícitos en el

teorema darviniano habría que diferenciar la perspectiva biográfica de la perspectiva

lógico material. Desde un punto de vista biográfico, ateniéndose a los cuadernos de

notas de Darwin, parece que no hay razones para interpretar como un ¡eureka! el

hallazgo de las leyes de Malthus. Darwin da tan sólo una descripción breve, a la que

no acompaña ningún signo de exclamación (cuando Darwin utilizaba hasta tres de

estos signos en otros contextos en los que él consideraba haber descubierto algo

importante), y esta impresión de no conceder demasiada importancia a Malthus en

ese momento se ve confirmada por el hecho de que al día siguiente del hallazgo

continuara con otros trabajos no relacionados con él (pues en el cuaderno de notas

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

64 aparecen, al día siguiente, notas sobre la curiosidad sexual del chimpancé). Pero, lo que

más nos interesa aquí es el análisis desde la perspectiva lógico material. En este contexto,

el episodio de la «lectura de Malthus» no es sino otro de esos múltiples cursos operatorios

que Darwin logra ajustar y hacer confluir en su modelo. Que esa pieza sea o no la

última que se ajusta puede tener importancia desde una perspectiva subjetiva, pero

resulta menos importante desde la perspectiva de la estructura esencial, gnoseológica,

del teorema que se ha construído.

En cualquier caso, la idea de «lucha por la supervivencia» aplicada a poblaciones no

humanas juega un papel muy importante a la hora de trasladar el modelo de la

selección artifical a la naturaleza pues el papel del criador será jugado ahora por esa

lucha entre organismos, lucha que se genera, en gran medida, por el exceso de

población. Al final del capítulo cuarto de El origen, Darwin hace un resumen del

modelo de la selección natural. Lo reproducimos íntegramente porque su brevedad y

concisión hacen que carezca de sentido ofrecer una paráfrasis: «Si en condiciones

cambiantes de vida los seres orgánicos presentan diferencias individuales en casi

todas las partes de su estructura, y esto es innegable; si, debido a su progresión

geométrica, hay una rigurosa lucha por la vida en alguna edad, estación o año, y esto,

ciertamente, es innnegable también; entonces, considerando la complejidad infinita

de las relaciones de los seres orgánicos entre sí y con sus condiciones de vida, que

hacen que sea ventajosa para ellos una infinita diversidad de estructura, constitución

y costumbres, sería el hecho más extraordinario que nunca hubieran tenido lugar

variaciones útiles para la prosperidad de cada ser, del mismo modo que se han

presentado tantas variaciones útiles al hombre. Pero si las variaciones útiles a un ser

orgánico ocurren alguna vez, los individuos caracterizados de este modo tendrán

seguramente las mayores probabilidades de conservarse en la lucha por la vida y, por

el poderoso principio de la herencia, estos tenderán a producir descendientes con

caracteres semejantes. A este principio de conservación o supervivencia de los más

adecuados lo he llamadoselección natural. Este principio conduce al

perfeccionamiento de cada ser en relación con sus condiciones de vida orgánica e

inorgánica, y, por consiguiente, en la mayoría de los casos, a lo que puede ser

considerado como un progreso en la organización. Sin embargo, las formas inferiores

y sencillas persistirán mucho tiempo si están bien adecuadas a sus sencillas

condiciones de vida». Y, después de este párrafo, añade Darwin una explicación del

modo cómo la extinción (que nos muestra la geología), la divergencia de caracteres

(descrita por la biogeografía), y las afinidades entre grupos (conocidas por la

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

65 taxonomía y la sistemática), pueden explicarse coherentemente desde su modelo de la

selección natural. El texto citado tiene el formato de una inferencia, formato que se ajusta

muy bien a la concepción que Darwin tenía acerca de la ciencia, si es que esa concepción

era, como nosotros suponemos, una variedad del adecuacionismo (sobre este asunto

añadiremos alguna cosa más en nuestro apartado 4.2.3). Sin embargo, desde la

interpretación que nosotros estamos ensayando, podría verse en este texto uno de esos

momentos en los que se hace explícito el ajuste de los diferentes materiales (los

diferentes esquemas de identidad) que confluyen en el teorema-modelo de Darwin.

Consideremos, por otra parte, otro asunto tratado por Darwin en El origen: el tema

del instinto, abordado en el capítulo octavo. El propio autor reconoce que el análisis

de los instintos de los animales está todavía muy poco desarrollado pero trata de

ajustar algunos fenómenos aparentemente ininteligibles con su modelo de la

supervivencia de los más aptos. El instinto podrá sufrir variaciones, como cualquier

otro aspecto del organismo, y no hay nada de contradictorio en pensar que, de esas

variaciones, puedan seleccionarse aquellas que sean importantes para la

supervivencia del animal. Y así tenemos otro curso constructivo convergente que, si

bien no está dotado de la fuerza de los materiales biogeográficos o paleontológicos, sí

permite ajustar con el modelo evolutivo unos fenómenos que resultarían ininteligibles

desde otras perspectivas (por ejemplo, desde el creacionismo).

Que, desde un punto de vista gnoseológico, haya que considerar el teorema de

Darwin como un modelo (el modelo de la selección natural) no implica que su verdad

se sostenga solamente sobre los materiales de la mejora animal y vegetal. Su verdad

radica en la confluencia de todos esos materiales heterogéneos a los que nos venimos

refiriendo. Si nos atuviéramos solamente a la selección artificial, el modelo darvinista

presentaría importantes problemas. Uno de estos problemas, denunciado ya

tempranamente por Fleeming Jenkin en 1867, podría resumirse de este modo: las

operaciones de la selección artificial chocaban con unos límites irrebasables, ya que

resultaba imposible crear especies distintas nuevas (hoy en día, se han llegado a crear

especies nuevas de drosophila en el laboratorio por procedimientos de selección

artificial severa). Por tanto, los conocimientos de mejora animal y vegetal probaban,

precisamente, que habría límites que no se podrían sobrepasar en la modificación de

los organismos. Darwin no pudo hacer frente directamente a esta crítica y, por eso,

admitió que esta imposibilidad de crear especies nuevas (definibles por la

inviabilidad de sus cruces) era, de momento, un hecho empírico, y prefirió hacerse

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

66 fuerte en otros frentes (geología, paleontología, biogeografía, &c.). Así, Darwin volvió a

insistir en el carácter convergente de los argumentos que sostenían su teorema. Es en este

ajuste entre los diversos cursos materiales considerados donde reside la objetividad del

teorema donde se aprecia su carácter de construcción cerrada. Por ejemplo, quizás se

pudiera considerar un modelo de evolución en que haya una variación de caracteres

discontinua que no vaya seguida de selección natural, de modo que los organismos no

muestren adaptación alguna al medio (en la línea propuesta por Eimer y Bateson). Sin

embargo, la coincidencia en varias especies de mecanismos de adaptación análogos

(como, por ejemplo, puede ser el mimetismo) resulta inexplicable desde el supuesto

de la evolución no adaptativa, mientras que es perfectamente posible desde el modelo

evolutivo de la selección natural.

Quizás sí resulte conveniente recordar que, desde nuestra interpretación, esta

confluencia de fenómenos y de cursos operatorios no debe entenderse como una

síntesis exclusivamente proposicional, argumentativa, silogística o conjuntista, ni

como una mera convergencia de inducciones (como probablemente la entendía

Darwin, siguiendo a Whewell), sino como una construcción material que incluye los

fenómenos mismos a los que nos venimos refiriendo considerados como partes

imprescindibles constitutivas del teorema. Si es así, nuestra interpretación está muy

alejada del estructuralismo adecuacionista que presentaba las disciplinas evolutivas

como aplicaciones de la teoría evolutiva. El concepto de aplicación parece sugerir

una perspectiva descendente según la cual la teoría se construye previamente y luego

se aplica a contextos diferentes e independientes como, por ejemplo, la mecánica de

Newton cuando se aplica tanto al control de la trayectoria de un ingenio espacial

como al análisis de las fuerzas que actúan sobre un automóvil en marcha. Pero, para

el materialismo gnoseológico, la verdad del modelo evolutivo es posible,

precisamente, por la confluencia y el ajuste de ciertos aspectos de esos cursos

constructivos heterogéneos que venimos considerando: taxonomías, morfología,

fisiología, paleontología, geología, biogeografía, análisis de poblaciones, mejora

animal y vegetal. Esta confluencia y ajuste no es un proceso que se mueva en una

esfera formal, proposicional, sino que es un proceso que se efectúa con los propios

materiales (con los objetos, con las operaciones quirúrgicas efectuadas con esos

cuerpos, gracias a las relaciones materiales que se van estableciendo entre ellos, &c.)

a pesar de su naturaleza, en principio, tan heterogénea. Esa verdad del modelo, esa

identidad sintética sistemática, exige progresar constantemente hacia los fenómenos

tratados y hacia otros fenómenos nuevos que se van dibujando gracias, precisamente,

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

67 al modelo construido: nuevos fenómenos taxonómicos, biogeográficos, paleontológicos,

&c. Y ello sin contar con que la franja de verdad del modelo se pueda ensanchar para, con

los ajustes convenientes, dar cuenta de nuevos cursos constructivos auténticamente

imprevistos: citológicos, bioquímicos, etológicos (nos referiremos a este asunto

cuando hablemos del modelo evolutivo después de Darwin). En todo caso, el teorema

deberá tener una franja de fenómenos finita, no podrá extenderse indefinidamente a

la omnitudo rerum. El doble circuito que va desde los materiales (construidos y

definidos por las operaciones y las relaciones) a los componentes esenciales del

teorema para progresar nuevamente desde estos hacia nuevos fenómenos y nuevos

materiales, y el carácter finito, limitado, de los materiales incluidos en el teorema,

caracterizan las construcciones científicas frente a las teorías teológicas y metafísicas.

Esta dialéctica fenómenos/esencias puede observarse con claridad a propósito del

teorema de Darwin. También es una constante en el proceder de Darwin restringir su

teorema a las especies existentes y extintas, y dejar fuera problemas más generales

como el origen de la vida o la evolución futura. Resulta chocante, entonces, que

Popper clasifique el teorema de Darwin al lado de las teorías metafísicas.

Precisamente en el género de la metafísica y de la teología el doble circuito

esencias/fenómenos o no existe o está mal construido. Resulta también chocante que

Popper no se dé cuenta de las diferencias de radio que hay entre la obra de Darwin y

las de Chambers o Spencer.

Siendo así las cosas, si la verdad del teorema de Darwin radica en la confluencia y el

ajuste de todos estos cursos constructivos y exige aclarar los contextos materiales que

posibilitan ese ajuste, estamos ahora en condiciones de entender aquello que el

enfoque sociológico no podía más que dar por supuesto, a saber: las razones que nos

exigen descartar las obras de Patrick Matthew y William Charles Wells como los

lugares donde se formula el teorema de la evolución. El teorema está en estas obras

presentado de un modo oscuro, imperfecto, muy incompleto, mezclado con contextos

impertinentes hasta el punto de que pasa inadvertido: se trataría, como ya hemos

dicho, de un descubrimiento material. Todo lo contrario de la discusión

pormenorizada, completa (para la época), explícita, sistemática, «clara y distinta» que

aparece en El origen, características de un descubrimiento formal. Desde perspectivas

descripcionistas o adecuacionistas, sin embargo, habría que seguir reivindicándo a

Matthew o a Wells como los autores del descubrimiento de la evolución biológica; no

así desde nuestros presupuestos, pues de ningún modo se puede decir que esos

autores construyeran identidad sintética alguna. Y si esto es así, también habría que

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

68 sacar conclusiones gnoseológicas sobre las diferencias entre la obra de Darwin y la de

Wallace; esta última, aunque explícita y acertada (olvidándose ahora, por un momento, de

sus nexos con el espiritismo de Wallace) no deja de ser meramente programática si se la

compara con El origen. Pero, hablando en términos históricos, el programa para la

construcción de una identidad sintética no es lo mismo que la identidad sintética

sistemática ya constituida.

4.2.3. Sobre la diferencia entre la concepción del teorema de la evolución tal

como se le podía aparecer a Darwin y la interpretación propuesta desde la teoría

del cierre categorial.

Vamos a referirnos ahora a la diferencia entre la autoconcepción gnoseológica que

tenía Darwin de su propio teorema y la interpretación que estamos intentando esbozar

desde la teoría del cierre categorial. El asunto merece un comentario, por breve que

sea, porque hay coincidencias aparentes entre ambas que encubren importantes

diferencias. Es bien sabido que, en lo relativo a sus ideas sobre la ciencia, Darwin

estuvo influenciado directamente por el filósofo y teólogo William Whewell a quien

conoció en Cambridge, y cuya amistad siguió cultivando intensamente durante su

estancia en Londres posterior al viaje del Beagle. No podemos referirnos ahora a la

interesante biografía intelectual de Whewell ni a sus relaciones con Darwin (su

oposición frontal al darvinismo le llevó al extremo de prohibir que la biblioteca del

Colegio de la Trinidad de Cambridge, bajo su dirección, incluyera un ejemplar de El

origen). Lo que sí nos interesa resaltar aquí es su teoría de las ciencias inductivas en

la que se define la verdad científica como el resultado de una convergencia de

inducciones independientes acompañada de una vera causa (Whewell, 1840). Así

como en un juicio las diferentes pruebas convergen en el veredicto de culpabilidad, el

científico de la naturaleza va buscando pruebas inductivas que converjan en una

determinada verdad, en una vera causa. Esta vera causa se construye deductivamente

y podrá ser considerada verdadera cuando confluyan en ella un conjunto de

inducciones independientes. Michael Ruse argumenta que Darwin conocía estas ideas

de Whewell y estaba de acuerdo incondicionalmente con ellas, de modo que El

origen no sería más que «un ejemplo escolar de convergencia» (Ruse, 1875, 1979 y

1986). Según Ruse, la teoría de la evolución tendría la estructura de un abanico de

subdisciplinas girando en torno al eje de la selección natural (Ruse, 1979:250-51).

Desde estos presupuestos, la interpretación histórica que Ruse hace de Darwin

pretende reexponer a Darwin desde el propio Darwin, presentando El origen como

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

69 una aplicación, al caso de la evolución biológica, de la concepción que tenía Darwin

acerca de la ciencia. Así se evita Ruse la molestia de tener que tomar partido por una idea

de ciencia determinada y parece poder mantenerse en la inmanencia del siglo XIX, como

un historiador «neutral». En realidad lo que ocurre es que la idea de ciencia del

propio Ruse está muy cercana, en algunos momentos, a la de Whewell, y quizás más

cercana aún a la de Darwin.

Vaya por delante que a nosotros nos parece muy plausible la influencia de Whewell

sobre Darwin en los asuntos tocantes a la filosofía de la ciencia, y tampoco tenemos

inconveniente en reconocer que esta influencia se aprecia, en el ejercicio, en el modo

como están dispuestas las partes de la obra de Darwin que venimos comentando.

Seríamos, sin embargo, algo más cautos en lo tocante a la cuestión de si muchas de

las discusiones características del idealismo kantiano presentes en la filosofía de

Whewell pueden reconocerse también, en la misma medida, en la obra de Darwin.

Decimos esto porque es evidente que Darwin no tenía los intereses ni la formación

filosófica de Whewell (y esto probablemente fué para él una ventaja si es que

contribuyó a alejarle de posiciones idealistas). Su interés por la filosofía de la ciencia

era más inmediato: conocer los métodos a seguir para construir una teoría

verdaderamente científica, y las características que debería tener esa teoría para que

fuese reconocida (por científicos y filósofos) como científica, para que se pareciera lo

más posible, por su formato, a la mecánica newtoniana. Resulta difícil imaginar a

Darwin discutiendo cuestiones puramente filosóficas de la obra kantiana y

whewelliana, como la distinción entre conceptos e ideas, o entre verdades necesarias

y verdades empíricas, o intentando dilucidar la relación entre la forma y la materia de

las leyes fundamentales de la naturaleza. Esta distancia entre Darwin y Whewell

estaría determinada también por la influencia sobre Darwin de la filosofía de la

ciencia de John Herschel, con su insistencia en la importancia para la ciencia de la

analogía y de las verificaciones empíricas. Así pues, creemos poder concluir que la

autoconcepción que Darwin tiene de su tarea puede ser calificada sin tergiversación

como un realismo adecuacionista: la realidad está dada de una vez por todas y el

científico elabora teoremas que se adecuan, en mayor o menor medida, con esa

realidad. Ese adecuacionismo yuxtapone esquemas teoreticistas y descripcionistas:

escora hacia el teoreticismo cuando encarece la importancia de progresar desde las

hipótesis hacia la experiencia, y se inclina hacia el descripcionismo cuando insiste en

la importancia decisiva de la convergencia de inducciones como la mejor garantía de

la verdad de una ley científica. Por ejemplo, dice Darwin en su obra de 1868, La

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

70 variación de animales y plantas bajo domesticación: «Ahora esta hipótesis [la hipótesis de

la selección natural] puede verificarse (y ésta me parece que es la única manera justa y

legítima de considerar toda la cuestión) comprobando si explica varias clases grandes e

independientes de hechos; tales como la sucesión geológica de los seres orgánicos, su

distribución en épocas pasadas y actuales, y sus afinidades mutuas y sus homologías.

Si el principio de la selección natural explica realmente estos y otros grandes grupos

de hechos, debería ser aceptado» (Darwin, 1868, v.l:657; subrayado nuestro).

Ahora bien, no hay que olvidar que las autoconcepciones que los científicos ofrecen

de su trabajo no tienen por qué ajustarse a su proceder efectivo, aunque puedan

cumplir y cumplan una función metodológica (como guías de la investigación, como

organizadoras de metas en la perspectiva emic,incluso como motores de la voluntad

de los científicos). La creencia de estar descubriendo la organización de la naturaleza

dada por el Sumo Hacedor, antes que una cortapisa, fue para Linneo un objetivo que

le animó en la gigantesca tarea del Systema Naturae, y resulta prácticamente

imposible analizar la historia que condujo a Kepler a la construcción de sus famosas

leyes sin referirse a las concepciones teológicas del Mysterium

cosmographicum. Naturalmente, sería necio negar la necesidad de referirse a la

perspectiva emic a la hora de reconstruir un episodio de la historia de la ciencia.

Ahora bien, esa perspectiva emic habrá que confrontarla con la perspectiva etic, si es

que se es capaz de adoptar una perspectiva etic adecuada y suficiente para dar cuenta

del proceso en cuestión. Por nuestra parte, como ya hemos dicho varias veces, nuestra

perspectiva etic a la hora de analizar las ciencias desde el presente es la de la teoría

del cierre categorial. Dejamos para otra ocasión la discusión pausada de las

semejanzas y diferencias entre la filosofía de Whewell y la de Bueno. Esta discusión,

aunque reviste la mayor importancia, no podemos incluirla aquí pues nos exigiría

inevitablemente una revisión crítica de la errónea distinción de Whewell entre

ciencias inductivas y ciencias formales y, más en general, requiere argumentar contra

tramos importantes de la filosofía kantiana, lo que nos aleja excesivamente de los

problemas propios de esta conferencia.

Volviendo, por tanto, a Darwin, a nadie se le escapa que el esquema de la

convergencia de inducciones seguido en El origen presenta similitudes con la idea de

la verdad como identidad sintética sistemática: se nos podrá acusar, entonces, de que,

desde nuestra interpretación, no hemos hecho otra cosa que presentar los capítulos

de El origen tal y como los diseñó Darwin. Podría parecer una mera quaestio

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

71 nominis el que hablemos de «convergencia de inducciones» o de «identidad sintética»: al

fin y al cabo, en ambos casos, es esa convergencia o confluencia la que asegura la

legitimidad de la verdad científica. Sin embargo, no es lo mismo entender esa confluencia

desde una perspectiva adecuacionista, como la que suponemos en Darwin, que desde

la perspectiva circularista del cierre categorial. La perspectiva adecuacionista va

ligada a un realismo que presenta la evolución biológica como una realidad dada,

cuyas leyes habrán de ser descubiertas por la ciencia biológica. Para ello los

científicos elaborarán sus hipótesis y las someterán a verificación o a refutación. Para

la teoría del cierre categorial, sin embargo, el descubrimiento de la evolución

biológica no es un descubrimiento manifestativo, un descubrimiento que saque a la

luz una configuración preexistente (como se supone que existió previamente el acto

de un sujeto que se reconstruye, en un juicio, a partir de una serie de pruebas

circunstanciales independientes y convergentes). Para el materialismo gnoseológico

el descubrimiento de la evolución biológica es un descubrimiento constitutivo, una

construcción sui generis que literalmente constituye la realidad y, consiguientemente,

la amplía.{21} Y para constituir ese descubrimiento no se parte de unos hechos para

proceder inductivamente a verificar o refutar unas hipótesis (pues insistimos en negar

la existencia de hechos puros o de hipótesis teóricas puras), sino que se parte de una

realidad constituida ya de antemano por un conjunto de teoremas y principios de

rango menor, teoremas y principios que habrá que confirmar o rectificar, y rango que

se intentará ampliar al mayor número de fenómenos, teoremas y estructuras posible.

En el caso del darvinismo, ya lo hemos dicho, podemos referirnos a los teoremas

clasificatorios de la sistemática, los teoremas y principios geológicos que aparecen en

la geología de Hutton y de Lyell, las leyes de la difusión biogeográfica, los principios

prácticos ejercitados en la mejora animal y vegetal, los teoremas de Malthus, los

teoremas sobre el desarrollo embriológico, sobre la fisiología común de los

organismos, &c. El teorema de Darwin logra precisamente la convergencia de partes

muy significativas de estas construcciones independientes en torno a un modelo que

posibilita encajar esos teoremas y principios previos en una unidad sistemática,

esencial. Esta confluencia, en todo caso, no tiene por qué tener la simetría que Ruse

presupone en su modelo «en abanico». La metáfora del abanico sigue presa de la

dicotomía hechos/teorías: las disciplinas biológicas son los hechos que se relacionan

con la teoría de la selección natural como los radios del abanico con su centro de giro

(pues las diferentes áreas de esa ciencia derivarían de un mismo principio: la

selección natural). Pero para el materialismo filosófico la verdad del teorema de

Darwin surge de la confrontación y el ajuste entre esos cursos constructivos

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

72 diferentes, surge, por así decir, en las relaciones «transversales» entre esos diferentes

cursos operatorios, y estas relaciones «transversales» no tienen por qué ser simétricas ni

transitivas, y ligan de diferente manera los materiales de unos cursos y los de otros. No

todas las partes de esa trama operatoria que se genera quedan anudadas con la misma

fuerza ni del mismo modo. Precisamente, los detalles hasta los que baja Darwin en

cada uno de los capítulos de su obra sobre las especies no son detalles oligofrénicos

sino que tratan de mostrar cuál es la topología de esta trama que se está construyendo

y en la que se hace residir la verdad del teorema. Y porque es así, es por lo que surge

una verdad científica con una solidez, un alcance y una potencia explicativa muy

superior a la que tenían por separado esos contextos previos y esos «detalles» cuando

«flotaban», independientes unos de otros, en una masa caótica de fenómenos.

En todo caso, el carácter constitutivo de las verdades de las ciencias naturales y

formales no tiene por qué conducir necesariamente a las posiciones del idealismo

trascendental kantiano (ni del «kantismo whewelliano»). Cabe una interpretación

materialista en la que esa constitución se entiende como indisolublemente ligada a

procesos constructivos materiales, a procesos de tranformación de la realidad que

tienen lugar a través de las operaciones manuales, quirúrgicas, de los sujetos. Porque

esa trama de confluencias y ajustes no es una trama exclusivamente proposicional (un

libro) sino que compromete a los estratos geológicos mismos, a los organismos

mismos con sus partes anatómicas y su fisiología, a los embriones, a las poblaciones,

o a los fósiles que, en cuanto objetos corpóreos, también constituyen esa verdad. En

el último párrafo de esta conferencia, cuando discutamos los límites del teorema de

Darwin, podremos apreciar cómo esos límites no están determinados por la mayor o

menor potencia lógico-formal (proposicional, conjuntista, &c.)del teorema sino que

dependen, fundamentalmente, de las posibilidades operatorias y constructivas de los

propios materiales con los que está forjado el teorema.

Observemos, por otra parte, que, desde la interpretación ofrecida por la teoría del

cierre categorial, podemos dar cuenta del papel metodológico que han jugado las

concepciones realistas adecuacionistas en la historia de la ciencia (y, desde luego,

también en la propia Historia con mayúsculas, es decir, no ya entre los científicos

objeto de esa historia, sino entre los propios historiadores). Efectivamente, si es

acertado nuestro diagnóstico, con toda probabilidad Darwin compartía la idea de un

método científico, inventado por los físicos y exportable a la biología, que se basaría

en el ajuste entre hechos y teorías. Frente a la interpretación ensayada por nosotros

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

73 podría parecer más clara una historia que tenga el siguiente argumento: las ciencias

existentes antes del descubrimiento que se considera (pongamos por caso,

los Principios de Lyell, en cuanto ciencia probada anterior a El origen) son los hechos (se

hablará del hecho del registro fósil, del hecho de las afinidades entre géneros o

especies, del hecho de la distribución geográfica, del hecho del crecimiento

exponencial de las poblaciones, &c.), y la hipótesis que se propone (en nuestro caso

la hipótesis de la evolución con sus hipótesis asociadas) es una teoría científica

gracias a la convergencia de inducciones cuya materia son esos hechos. El

origen sería la obra donde esas hipótesis aparecen, en primer lugar, verificadas y,

ulteriormente, contrastadas, ya que las sucesivas ediciones incluyeron las respuestas

de Darwin a sus críticos. Habría una segunda manera de entender el método científico

y de organizar la interpretación histórica: se supondría ahora que la ciencia existente

con anterioridad a El origen constituye un conjunto de teorías (parcialmente

erróneas) que han de adecuarse a los nuevoshechos que se van descubriendo; algunos

de esos hechos anómalos los habría recogido el propio Darwin en la expedición del

Beagle, otros procederían de otros contextos. A la vista de estos nuevos hechos se

rectificarían aquellas teorías. En un caso a la ciencia previa se le considera «materia»

(hechos) y en el otro se le considera «forma» (teoría). El adecuacionismo se ejercita

así en una perspectiva diacrónica que puede tener cierta utilidad como

autoconcepción asociada al trabajo de los propios científicos, en la medida en que

trata de sistematizar las relaciones de un científico con el precontexto de su

descubrimiento. Lo que es más dudoso es que este tipo de interpretaciones pueda

sostenerse a la hora de ensayar una historia gnoseológica de las ciencias pues la

misma posibilidad de aplicar ad hoc, según convenga en cada caso, uno u otro de

estos dos esquemas incompatibles es un indicio de su falsedad. En efecto, tan

improcedente es considerar la geología predarvinista como un hecho o una

multiplicidad de hechos empíricos, como considerarla como una teoría o conjunto de

teorías, porque esas ciencias, técnicas y protociencias a partir de las cuales está

constituido el darvinismo son ya construcciones materiales complejísimas donde los

aspectos formales y materiales están tan intrincadamente entrelazados que carece de

sentido referirse a ellas globalmente como «hechos» o como «teorías». Precisamente,

y para decirlo una vez más, nuestra reexposición del teorema de Darwin desde la

filosofía del cierre categorial pretende que la verdad de ese teorema no reside en un

ajuste pensamiento/realidad o teorías /hechos, sino en el ajuste entre unos cursos

constructivos materiales ya dados a una determinada escala y otros dados en

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

74 contextos materiales diferentes. Cuando ese ajuste es posible y está correctamente

realizado es cuando se constituye una nueva realidad que es la del nuevo teorema.

4.3 Reinterpretación gnoseológica de la importancia de algunas circunstancias

que hicieron posible El origen

Como ya quedó dicho, nos parece que cuando se estudia un episodio de la historia de

la ciencia se puede distinguir el enfoque sociológico del enfoque gnoseológico. El

primero trata de analizar las circunstancias económicas, sociales, políticas, &c., que

rodean un descubrimiento, sin discutir directamente el estatuto gnoseológico de la

verdad construida. El segundo se centra, precisamente, en el problema de la verdad

científica y de los procesos que conducen a su constitución como tal verdad. Ahora

bien, ateniéndonos ahora concretamente al enfoque gnoseológico de la teoría del

cierre categorial, la verdad científica aparece, como ya hemos dicho, por la

confluencia y el ajuste de cursos operatorios inicialmente independientes. Estos

cursos se construyen a partir del «mundo heredado», o el pre-contexto del

descubrimiento, e incluyen una serie de materiales, de objetos, de técnicas, de

aparatos, &c., como partes constitutivas de esas ciencias y de esas verdades

científicas (cuando éstas llegan a constituirse). Por eso, ciertos aspectos sociales,

económicos, tecnológicos, políticos, &c., pueden llegar a formar parte de una historia

de la ciencia gnoseológica (materialista) sin que el enfoque gnoseológico se confunda

con el enfoque sociológico.

En todo caso, la hora de analizar el precontexto material (social, económico, político,

tecnológico, &c.) que influye en un determinado teorema científico habrá que hacerlo

desde los componentes gnoseológicos de ese teorema y, eminentemente, desde los

cursos constructivos que posibilitan la verdad del teorema (incluyendo, además, las

circunstancias que hacen posible que tenga lugar la confluencia de esos cursos

heterogéneos e independientes). Tomando como referencia los componentes

gnoseológicos que hemos venido analizando en el modelo de la evolución de Darwin,

vamos ahora a referirnos a la influencia que el precontexto de ese teorema pudo haber

tenido en su constitución.

Pues bien, esta influencia del «mundo heredado» sobre el nuevo mundo recién

construido (sobre la nueva verdad científica) puede ser de tres tipos (Bueno, 1992-94,

v.1:§14). En primer lugar, una influencia limitativa: el estado de la investigación en

bioquímica, en biología molecular y en citología en 1859 no permitía conocer los

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

75 mecanismos de la herencia ni las causas responsables de la variabilidad. Este hecho fue

uno de los obstáculos más importantes con los que tropezó reiteradamente el darvinismo, y

condujo al propio Darwin a sostener posiciones ambiguas y erróneas (posiciones

lamarckistas, teoría de la pangénesis, &c.). Estos límites del mundo heredado por

Darwin solo serían sobrepasados tras su muerte, pues exigieron la mejora de muchas

tecnologías (de microscopía, de síntesis de compuestos orgánicos, de química

analítica, de espectroscopía, tecnología de rayos X, &c.). Y estas tecnologías se

desarrollaron en algunas ocasiones por razones internas a la investigación

evolucionista pero, las más de las veces, por razones, en principio, externas a esa

investigación (aunque luego se muestren relevantes para hacer la historia

gnoseológica de ese evolucionismo). La investigación en medicina, y el desarrollo de

una industria (textil, alimentaria, metalúrgica, de la automoción, de guerra, &c.) cada

vez más dependiente de la química orgánica podrían ser algunas de estas razones.

En segundo lugar, el mundo heredado por Darwin, el precontexto de su

descubrimiento, ejerció sobre él una influencia directiva, selectiva, pues el tema del

origen de las especies aparece reiteradamente de un modo más o menos explícito en

la biología del siglo anterior a Darwin. Los transformistas y evolucionistas

predarvinianos (y precientíficos o, en el mejor de los casos, protocientíficos) serían

un indicio de este hecho. Como ya hemos dicho, el «problema de las especies» estaba

ya definido como tal desde contextos taxonómicos, anatómicos, fisiológicos,

paleontológicos, biogeográficos. La Inglaterra en la que Darwin construyó su teorema

era un estado colonialista con intereses prácticos inmediatos en la botánica, en la

zoología, en la geología, en la geografía, &c., y todas estas disciplinas en marcha

posibilitaron y dirigieron la investigación de Darwin. Por otra parte, tampoco hay que

olvidar que, dentro de ese estado colonialista, Darwin pertenecía a una clase social

que tenía influencia allí donde hacía falta tenerla, lo cual posibilitó su formación, su

periplo marítimo y sus relaciones con las personas adecuadas. Basta recordar que los

materiales recogidos en la expedición del Beagle fueron estudiados y catalogados por

naturalistas tan prestigiosos como Owen, Waterhouse, Gould, Jenyns, Hooker, Lyell,

Bell. Probablemente en ningún otro país del mundo podrían haberse encontrado, en

aquel momento, un elenco de geólogos, botánicos, y zoólogos con tan alto grado de

especialización y conocimiento.

Por otra parte, durante aquel siglo, la actitud de las iglesias, manteniéndose fieles al

relato literal delGénesis y del mito adámico, contribuyó, por paradójico que pueda

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

76 parecer, a seleccionar los intereses de aquellos biólogos y geólogos cristianos y, también, a

dirigir muchas de sus discusiones (independientemente del partido que tomaran a favor o

en contra del creacionismo). Es en este punto donde los Vestigios de Chambers tendrían su

puesto asegurado en la historia de la biología (dejando al margen ahora las

interpretaciones psicologistas que nos presentan esta obra como un producto de la

hexadactilia de su autor). Desde luego, como es bien sabido, la presión social de la

Inglaterra victoriana anglicana influyó sobre Darwin, obligándole a trabajar sobre sus

materiales durante un periodo de veinte años antes de dar a conocer sus conclusiones,

y exigiéndole, en todo momento, tener presentes (para refutarlas) las líneas de la

argumentación teológica. Esta afirmación no implica para nada negar el hecho de

que, en el último tercio del siglo XIX, las iglesias adoptaron una actitud de cierto

repliegue en relación con sus pretensiones de seguir manteniendo una interpretación

literal delGénesis. La crítica bíblica de los historiadores alemanes (la Vida de

Jesús de Strauss), la progresiva sistematización de la investigación en arqueología y

prehistoria, y los absurdos a los que conducía una interpretación literal de

la Biblia puestos de manifiesto, entre otros, por el propio obispo Colenso, despejaron

indirectamente el camino al darvinismo.

Por último, el contexto previo a la elaboración de El origen influyó sobre el

naturalista de Down de un modo conformativo. Fué conformativa la influencia de

los Principios de Geología de Lyell, sin duda, en la medida en que esa geología fue

para Darwin la llave que le permitió interpretar otros muchos materiales geológicos y

paleontológicos, los de la América meridional, hasta el punto de conducir a la

rectificación de algunos de sus puntos de partida. Pero quizás esta influencia será

considerada por los historiadores de la historia sociológica demasiado «interna»

como para que pueda hablarse de «aspectos sociales o socioeconómicos que

influyeron sobre el darvinismo». Serán esos historiadores los que tendrán que

explicarnos entonces qué es lo que significa «interno», ¿o acaso la geología de Lyell,

aun siendo como es ciencia universal, no es también, en su origen, «ciencia de la

universidad inglesa de la primera mitad del siglo XIX», ciencia social y

económicamente implantada? También podríamos interpretar como conformativa la

atmósfera ideológica de la economía del laissez-faire(Malthus, Adam Smith), según

la interpretación de Gould, lo que exigirá precisar en qué medida el modelo evolutivo

biológico y el modelo económico pueden considerarse isomorfos. En todo caso,

donde los historiadores de esta historia que nosotros caracterizamos unos párrafos

más arriba como sociológica tendrán que reconocer el carácter conformativo de una

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77 influencia, en principio, externa a la ciencia biológica es en el modelo de la selección

artificial tomado, sobre todo, de la práctica de los ganaderos, agricultores, cazadores y

colombófilos. Efectivamente, si no nos equivocamos, las técnicas de mejora animal y

vegetal se abrían paso, en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, dentro de

instituciones sociales y económicas de naturaleza muy heterogénea: explotaciones

agrícolas y ganaderas en busca de mejores rendimientos y determinadas por el

crecimiento de la población urbana, actividades de recreo de una nobleza y una

burguesía que sale de caza regularmente, ociosidad de «coleccionistas» que se

enfrascan en la obtención de nuevas variedades de palomas o de perros, &c. La

familia Darwin era conocida en los círculos colombófilos, y el tío de Darwin, Josiah

Wedgwood, era uno de los grandes criadores de ovejas de la Inglaterra de la primera

mitad del XIX. Desde luego, estas instituciones y gremios de ganaderos, de criadores,

&c., no formaban parte de la ciencia pues incluso los naturalistas dedicados a la

ciencia amable cuidaban mucho de no ser confundidos con jardineros y hortelanos.

Sin embargo, desde nuestra particular perspectiva gnoseológica resulta indudable que

la teoría de la descendencia con modificación por selección natural está conformada a

imagen y semejanza del modelo de la selección artificial, y en continuidad con él. Si

es así, estaríamos entonces ante un caso en el que unos contenidos «externos» a la

biología («externos» antes de 1859), y procedentes de grupos sociales diversos y de

prácticas con funciones sociales y económicas diferentes, ejercen una influencia

conformadora (por tanto, a partir de ese momento «interna» en cuanto dator

formarum de la nueva realidad que se construye) sobre la verdad científica de la

evolución biológica.

Desde luego, los encargados de hacer la historia social y económica del darvinismo

no analizan la influencia del mundo heredado sobre el nuevo descubrimiento en los

términos que acabamos de utilizar, es decir, distinguiendo la influencia limitativa,

directiva y conformativa de aquél sobre éste, pues esta clasificación implica un juicio

que es ya, en sí mismo, gnoseológico. Desde ese punto de vista gnoseológico no se

trata sólo de reconocer la continuidad entre los fenómenos y las operaciones

mundanos y los propiamente científicos sino que se trataría de mostrar la diferente

manera en que esas influencias limitativas, directivas y, sobre todo, conformativas,

hacen posible la construcción de una verdad científica, y cómo ésta reabsorve y

reorganiza todos esos materiales para constituir una realidad nueva cuyo significado

rebasa ampliamente el de esos contextos de partida. Esa nuevo teorema que

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

78 constituye una nueva realidad será, a su vez, un nuevo lugar desde el cual seguir haciendo

más ciencia.

4.4 El modelo evolutivo después de Darwin

Una de las pruebas más fiables para considerar un determinado teorema como

verdaderamente científico es que ese teorema sirva de punto de partida para el

desarrollo fértil de la ciencia posterior, y se entreteja con los otros teoremas del

campo. Casi siglo y medio después de El origen podemos estar seguros de que eso ha

sido así en el caso del modelo de Darwin, sin duda. En este apartado no pretendemos

hacer una historia de la biología después de Darwin, pues esta tarea excedería

claramente los límites que nosotros mismos nos hemos impuesto, pero vamos a

referirnos a ciertos contextos que han desarrollado y ampliado el modelo evolutivo y

lo han dotado de una solidez y una potencia muy superiores a las de su primera

formulación. (No estamos, con esto, pretendiendo que no haya continuado habiendo

un modo de hacer biología al margen del evolucionismo o incluso contra él, por

ejemplo, la morfología formalista de D'Arcy Wentworth Thompson, pero su historia

nos alejaría demasiado de nuestra argumentación que presentamos necesariamente

simplificada).

En primer lugar, se podría asegurar que el teorema de Darwin reordenó, de un modo

notable, no sólo las relaciones entre ciertas disciplinas tecnológicas y científicas ya en

curso, sino también la organización interna de los materiales de muchas de esas

materias. Por ejemplo, en lo relativo a la anatomía comparada y a la morfología,

Haeckel y Huxley, ya en un primer momento, desarrollaron estas disciplinas desde la

perspectiva darvinista. Más importantes fueron todavía las contribuciones de Carl

Gegenbaur a la anatomía comparada filogenética de invertebrados y, sobre todo, de

vertebrados. Gegenbauer fundó en 1875 el Morphologisches Jahrbuch, una revista de

anatomía comparada evolucionista. En 1883, publicó su Lehrbuch der Anatomie des

Menschen donde se estudia al hombre desde los presupuestos de la anatomía

evolucionista comparada, y en el periodo 1898-1901 apareció su

monumental Vergleichende Anatomie des Wirbelthiere donde se hace otro tanto con

los vertebrados.

Por otra parte, el teorema de Darwin hizo que la paleontología pasara de ser una

disciplina clasificatoria a ser un intento de reconstruir la historia evolutiva. En 1873,

V.O. Kovalevski presentó una historia paleontológica de los ungulados del terciario

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

79 construida a partir del análisis de las extremidades y las piezas dentales, y hacia 1900 se

habían construido ya líneas evolutivas relativamente fiables de corales y amonitas. Por su

parte, la paleontología humana es posdarvinista en su práctica totalidad: antes de 1850 no

se conocía ningún fósil humano o prehumano que pudiera considerarse seguro, en

cuanto a su clasificación y datación. El famoso descubrimiento del valle de Neander

es, como se sabe, de 1856, y el del homo sapiens de Cromagnon es de 1868. Por su

parte, el primer homo erectus descubierto fué el famoso «hombre de Java» que halló

Dubois en 1891, mientras que los australopithecos pertenecen ya a la paleontología

del siglo XX. Pero esta paleontología humana no es una aplicación más de la teoría

de la evolución (como pretende Cadevall desde presupuestos estructuralistas,

adecuacionistas) sino que es un curso constructivo (pues no es meramente empírico),

que se ajusta con todos los anteriormente considerados, y cuyos materiales amplían la

franja de verdad del teorema de Darwin (que, dado que incluye todos esos materiales,

todos esos fósiles que son objetos corpóreos, es también un teorema material).

Los estudios biogeográficos, tanto de organismos actuales como extintos, conocieron

también un importante avance posibilitado por los principios del modelo de Darwin

y, a su vez, este modelo se benefició de los datos aportados por la biogeografía. Por

lo demás, a nadie se le oculta el ajuste mutuo entre la biología evolucionista y la

teoría de la deriva continental. El modelo de Wegener, visto desde el teorema de

Darwin, es otro curso constructivo más que contribuye a dar solidez al teorema y que

demuestra su fertilidad.

También es evidente que el teorema de Darwin determinó que creciera el interés por

el estudio de las relaciones entre los organismos. Estos estudios condujeron a la

constitución de una disciplina biológica nueva: en 1866, en su Morfología general de

los organismos, Haeckel presenta un programa para la investigación en este nuevo

campo al que él mismo dió el nombre de «ecología». Sería Karl Möbius, en un

estudio sobre la bahía de Kiel publicado en 1877, el que introduciría el concepto de

«biocenosis», de tan importante rendimiento en la futura investigación ecológica.

Dollo, por su parte, ampliaría estos estudios ecológicos a los materiales

paleontológicos.

La teoría de la evolución también contribuyó al estudio de las semejanzas entre el

hombre y los animales en lo relativo a cuestiones psicológicas y etológicas. Ya

Darwin, en los cuadernos M y N,había tratado de analizar esas semejanzas en lo

relativo a los actos propositivos, estudios que se continuaron en La expresión de las

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

80 emociones en los animales y en el hombre y en La descendencia del hombre. Por lo

demás, a nadie se le oculta la importancia que tienen en la actualidad los estudios del

comportamiento animal en el contexto de las investigaciones en biología evolutiva. Y

destacamos esta importancia aun a sabiendas de que éste es uno de los lugares donde

la verdad del teorema de Darwin tiene que enfrentarse con una serie de materiales

que resultan especialmente problemáticos. Nos estamos refiriendo a la circunstancia

de que, a través de la etología, las operaciones de los animales entran a formar parte,

como términos, del campo de la biología evolucionista. El teorema de Darwin tendrá

entonces que intentar dar cuenta de estas operaciones: ya sea como resultado de

relaciones físico-contiguas (el caso de las hormonas sociales), o ya sea como

resultado de estructuras que envuelven esas operaciones y las determinan desde fuera

(el caso de las estructuras topológicas o de las estructuras culturales){22}. Sin

embargo, no parece imposible enfrentarse a este reto desde la confluencia de los otros

cursos constructivos entre los que cabría destacar especialmente la ecología (sin

olvidar la anatomía y la fisiología).

Ahora bien, la consideración del modelo evolutivo después de Darwin exige

necesariamente referirse a dos nuevos frentes de investigación que Darwin no pudo

considerar y que, sin embargo, aportan nuevos materiales y nuevos fenómenos a la

identidad sintética de la evolución biológica. Nos referimos, por una parte, a la teoría

celular y, por otra, a los importantísimos logros de la biología molecular y de la

genética de poblaciones durante el presente siglo, logros que condujeron, como es

bien sabido, al nuevo ajuste de la teoría sintética.

El desarrollo de la teoría celular, desde las primeras formulaciones de Schleiden,

Schwann y Henle hasta su culminación con los descubrimientos de Cajal sobre las

células nerviosas, supuso el abandono progresivo de una serie de principios erróneos

que acompañaban el estudio de los organismos, y posibilitó, tanto o más que la teoría

de la evolución, el cierre categorial del campo biológico. En primer lugar, la teoría

celular eliminó, de una vez por todas, la hipótesis de la generación espontánea: toda

célula proviene de otra célula y, por tanto, todo organismo proviene de otro anterior,

lo que asegura la continuidad reproductiva ininterrumpida. Este principio es un

auténtico principio gnoseológico que define la inmanencia del campo biológico. Es

uno de esos principios materiales que un campo se da a sí mismo como norma

indispensable para su constitución. No hace falta insistir en que este principio se

encuentra ejercido en el teorema de Darwin cuando se niega la creación puntualex

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

81 nihilo y cuando se afirma la unidad de descendencia de todos los organismos. Aquí

tenemos uno de los lugares en los que el teorema de la evolución se articula con otros

teoremas del campo biológico (pues consideramos la teoría celular como uno de los

teoremas más importantes de ese campo). La teoría celular, además, rompió la barrera

entre el reino animal y vegetal y estableció la célula como unidad morfológica y

funcional de todos los organismos. En este extremo, su ajuste con el teorema de

Darwin es también muy evidente si se interpreta esa ubicuidad de la célula en todos

los organismos como una prueba de la unidad de estirpe. La teoría celular también

contribuyó a eliminar una serie de hipótesis animistas y vitalistas acerca de fuerzas o

energías que serían específicas de los organismos vivos, para sustituirlas por el

estudio físico-químico de los procesos que tienen lugar en los diversos componentes

de la célula. El teorema de la célula y el teorema de Darwin se coordinan a la hora de

descartar las hipótesis vitalistas, porque la vitalidad de los organismos no obedece a

un principio inmaterial sino a una determinada organización, y esa organización es

fruto de la selección natural. La teoría celular sin teoría de la evolución correría,

quizás, el riesgo de degenerar en un reduccionismo químico y físico (por ejemplo, el

del propio Schwann que compara el proceso de citogénesis, a partir de lo que él llama

el citoblastema, con el proceso químico de cristalización) o, en otro sentido, correría

el peligro de volver a formular un principio vitalista a propósito de la célula o a

propósito del organismo (considerado como un todo que, misteriosamente, es más

que la suma de las partes, por ejemplo, en la interpretación de Henle). Pero la

consideración evolutiva del origen de la célula y de los procesos que conducen a sus

sucesivas especializaciones vuelve a dejar estos asuntos en la inmanencia del campo

biológico. El establecimiento de la célula como unidad funcional biológica (sede de

la actividad metabólica, secretora, nerviosa, reproductora, &c.) subraya esta

inmanencia pues permite el estudio de los procesos de reproducción celular y del

desarrollo embrionario en términos de sus causas próximas (físico-químicas) y de su

historia evolutiva, lo que descarta las explicaciones de tipo epigenético. Fué en el

marco de la teoría celular donde los trabajos de Weismann sobre la relación entre las

células sexuales y el resto de las células del organismo condujeron a descartar la

teoría de la pangénesis (apoyada por Darwin) y el lamarckismo (y ya estamos,

entonces, en los orígenes del neodarvinismo, el darvinismo sin herencia de los

caracteres adquiridos, en la definición que diera Romanes en 1896). Subrayamos el

hecho de que el modelo de Darwin se articula con el teorema de la célula (y

vicecersa) no sólo porque consideremos que la teoría celular es otro de los cursos

constructivos que, en muchos aspectos, convergen con el modelo de Darwin, sino

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

82 también porque suponemos que un teorema científico (como el de la evolución) no es

nunca un teorema aislado sino que forma parte de un campo constituido por una

multiplicidad de teoremas entrelazados y regulados por los mismos principios.

Por último, tenemos que referirnos a un conjunto de construcciones científicas

nuevas, que Darwin no podía haber previsto de ningún modo, fundamentalmente lo

que actualmente se conoce con el nombre de biología molecular y genética de

poblaciones. En este nuevo contexto es donde se formula uno de los principios

gnoseológicos más importantes del campo actual de la biología, principio que

inmediatamente afectará al teorema de la evolución y al teorema de la célula. Este

principio, el llamado «dogma» de la biología molecular, acaba ya de una vez por

todas con la hipótesis de la herencia de los caracteres adquiridos y obliga a una

modificación del teorema de Darwin que conduce a un nuevo teorema, aún más

sólido y más potente, con una banda de fenómenos más amplia y más rico en

posibilidades constructivas, que es la teoría sintética. Teoría «sintética» porque aúna

el darvinismo clásico con los principios de la biología molecular y de la genética

mendeliana. Pero, como venimos argumentando, también el teorema evolutivo en la

versión de Darwin era «sintético» (tenía el formato gnoseológico de una identidad

sintética sistemática) pues estaba posibilitado por el ajuste de una multiplicidad de

cursos constructivos. Y en el nuevo teorema, aquellos cursos referidos por Darwin

(paleontológicos, biogeográficos, ecológicos, &c.) seguirán jugando su importante

papel, sin duda alguna. A ellos se unirán ahora nuevas construcciones que resultarán

convergentes con esos cursos taxonómicos, paleontológicos, anatómicos,

morfológicos, &c. que continúan, por su parte, ampliándose con materiales

renovados. Por ejemplo, son materiales que consolidan el teorema de Darwin la

semejante composición bioquímica de todos los organismos (los azúcares, las bases

nitrogenadas, los aminoácidos y, slobre todo, la estructura ubicua de las moleculas de

ADN y ARN); también contribuye a ampliar la cientificidad del teorema la

confluencia entre las secuencias filogenéticas construidas desde los análisis

comparados de los mapas genéticos de diversos organismos con las construidas desde

la anatomía y la fisiología comparadas o desde la paleontología (y no estamos aquí

haciendo apología del reduccionismo bioquímico sino insistiendo en la necesidad de

ajustar las partes del teorema, en este caso, la necesidad de ajustar la reconstrucción

bioquímica con la fenotípica, con la paleoecológica o la paleogeográfica, &c., para

construir conceptos tan importantes y fértiles como el de «evolución en mosaico» o

para desenmascarar casos crípticos de convergencia). También añaden solidez al

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

83 teorema los análisis matemáticos de la genética de poblaciones, donde el concepto de

selección natural puede reconstruirse en términos mucho más precisos que en cualquier

otro contexto precedente.

El análisis del teorema de Darwin desde la nueva teoría sintética de la evolución

quizás nos permita entender algunas de las dificultades irrebasables con las que tuvo

que enfrentarse el autor de El origen. Y así como desde la teoría de la relatividad

general podemos entender, incluso mejor que Newton, ciertos aspectos de la

mecánica clásica (la coincidencia entre masa gravitacional y masa inercial), así

también hoy, desde la teoría sintética, podemos entender, quizás mejor que Darwin,

la circunstancia de ciertos errores necesarios: nos referimos a la teoría de la

pangénesis ya citada. El propio Darwin se dió cuenta perfectamente del carácter

problemático de esta teoría a la que consideraba sólo una hipótesis floja y

provisional, hipótesis desaprobada por algunos de los darvinistas más fervientes

como el propio Huxley. De hecho, Darwin nunca incluyó esta teoría en El

origen aunque sí aparece formulada en su obra de 1868 sobre las variaciones de los

animales y las plantas en estado de domesticación. Si nos atenemos estrictamente a El

origen podemos decir que Darwin se conforma con dar por supuesta la variabilidad

espontánea ligada a la herencia, haciendo compatible esta variabilidad con la

influencia directa del medio (manteniendo siempre un cierto grado de lamarckismo

compatible con su teoría de la selección natural). Darwin no conoció la obra de

Mendel, aunque es sabido que Mendel le envió una copia de su trabajo de 1865 que

no llegó nunca a consultar. En todo caso, Darwin sí conocía los estudios del francés

Charles Naudin, que llegaba a conclusiones parecidas a las del sacerdote austríaco, y,

sin embargo, se opuso una vez más a la hipótesis de la herencia dura en favor de la

herencia mezclada, y mantuvo esas mismas posiciones hasta el final de su vida. Para

poder entender las razones de esta oposición tan tenaz quizás sea pertinente recordar

que Darwin construyó su teorema de la evolución en polémica contra el creacionismo

y contra cualquier hipótesis que supusiera en la historia natural algún tipo de salto o

discontinuidad inexplicable en términos biológicos. La reiterada apelación darviniana

a la inexistencia de saltos en la naturaleza (el famoso lema tomado de

Leibniz: Natura non facit saltum) podría interpretarse no tanto como un

requerimiento ontológico (la naturaleza es continua) o matemático (la continuidad en

biología puede ser definida en términos matemáticos), cuanto como un principio

gnoseológico: no puede haber en la filogénesis de los organismos procesos que no

tengan una explicación internamente biológica (ésta sería la lectura que nosotros

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

84 haríamos del párrafo final del capítulo séptimo de El origen). Desde estos presupuestos, y

en ausencia de una teoría celular y una teoría genética firmemente desarrolladas, las

hipótesis de la herencia blanda y de la pangénesis podían parecer más atractivas. De hecho

Darwin, aunque reconoció la variabilidad espontánea (probablemente porque no tenía

más remedio, ya que ésta se daba en el contexto de la selección artificial), siempre

desconfió de esa variabilidad dado su carácter opaco, inanalizable en términos

biológicos.

Vamos a terminar este párrafo acerca del teorema de la evolución después de Darwin

haciendo una brevísima referencia a los principios gnoseológicos que van asociados

con este teorema. Llamamos principios gnoseológicos de una ciencia a aquellas

normas que el campo de esa ciencia se da a sí mismo para hacer posible su

constitución como tal campo. La unidad y organización interna de un campo

científico es posible a partir del momento en que se dispone de un número mínimo de

teoremas, si es que consideramos el teorema como la «célula gnoseológica», el

elemento funcional básico de la ciencia. Pero una multiplicidad de teoremas, cuando

pertenecen a un mismo campo o están en trance de constituirlo, no tienen una

independencia total, no están aislados, sino que se nos aparecen entrelazados unos

con otros compartiendo un conjunto de principios. Ahora bien, estos principios no

son principios en un sentido lógico (axiomas, postulados), ni en un sentido ontológico

(primeros principios por razón de su obviedad o de su «claridad y distinción»), sino

en un sentido gnoseológico y constructivo. Con esto queremos decir que estos

principios comprometen a los objetos corpóreos y a las operaciones manuales que

conforman los campos materiales de las ciencias. De ningún modo habrá que

considerarlos principios en un sentido cronológico (aquello que se pone al comienzo),

entre otras cosas porque su justificación no se alcanza hasta que no se construyen

esos teoremas que los exigen y los hacen posibles. De los principios de la biología no

se van a derivar las configuraciones de las especies, de los organismos o de las

biocenosis. Son los propios principios los que se construyen a partir de los

organismos, las especies, las biocenosis o los fósiles ordenados en estratos; sólo si los

principios se muestran útiles en el análisis de estas configuraciones podrán ser

reivindicados como auténticos principios materiales del campo, como principios no

espurios. En el marco de esta conferencia, la discusión sistemática acerca de cuáles

deban considerarse los principios gnoseológicos de la biología contemporánea rebasa

claramente nuestro espacio disponible pues obligaría a analizar el resto de los

teoremas de ese campo. Pero con todo, vamos a intentar referirnos, aunque sea de

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

85 modo sucinto, a algunos principios que afectan más directamente al teorema de Darwin en

su formulación actual de la nueva síntesis.

En primer lugar, el teorema de Darwin es indisociable del establecimiento de un

principio gnoseológico que llamaremos, con Bueno, el «principio del cierre

interespecífico», según el cual el problema de la transformación de unas especies en

otras queda definido como un problema biológico. Este principio quedará, a su vez,

limitado por el «principio del cierre específico», exigido por el teorema de Mendel,

que supone que los organismos se reproducen manteniendo sus características

específicas según leyes determinadas (Bueno, 1983). Precisamente, la teoría sintética

de la evolución se construirá conservando la tensión entre estos dos principios. Como

ya quedó dicho, nosotros seríamos partidarios de interpretar el lema Natura non facit

saltum en el contexto de este requerimiento gnoseológico de mantenerse en la

inmanencia de los fenómenos biológicos a la hora de reconstruir los procesos

filogenéticos. En todo caso, si analizamos el principio interespecífico desde la

actualidad, resulta que, tras su apariencia inocua y trivial, esconde las mayores

dificultades, si es que se pretende entender de un modo no dogmático el teorema de la

evolución biológica. Si interpretamos ese principio como un principio ontológico,

como una verdad evidente en sí misma, intuitiva (desde el descripcionismo), o como

un auténtico primer principio axiomático justificado en su adecuación con la realidad,

estaremos cayendo en esa concepción dogmática, metafísica, del modelo evolutivo.

Pero si lo interpretamos como un principio gnoseológico, constructivo, dentro de una

estrategia materialista y circularista, resultará ser un auténtico «postulado de cierre»

que nos estará marcando críticamente muchos de los límites de la franja de verdad del

teorema de la evolución. Estos límites se dibujan frente a otras ciencias en curso

(mecánica cuántica, geodinámica, climatología, &c.): en el último apartado de esta

lección diremos alguna cosa más acerca de este asunto.

El modelo de la evolución exige, por razones evidentes, utilizar el principio del

actualismo (tomado de la geología) en el contexto de los fenómenos biológicos, con

el objeto de poder establecer relaciones isológicas entre los materiales pretéritos y los

actuales. Ahora bien, no creemos que este principio pueda considerarse un principio

ontológico o lógico formal. No es un principio ontológico porque no habría ninguna

justificación ontológica para mantener el actualismo más que el catastrofismo. No es

lógico formal porque sus contenidos están claramente determinados por

materialidades muy específicas (no exclusivamente tipográficas). Nosotros

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

86 interpretamos este principio como un principio gnoseológico, un principio que se adopta

en virtud de su fertilidad para generar cursos constructivos e identidades sintéticas. Ahora

bien, el alcance del principio del actualismo está inmediatamente compensado por el

principio de Dollo, formulado ya por Darwin, acerca del carácter irreversible e

irrepetible de los procesos evolutivos. También aquí el teorema de Darwin se mueve

en la tensión entre estos dos principios, y también de esta tensión se derivan

importantes consecuencias para la comprensión no dogmática del teorema, como

veremos enseguida.

Por otra parte, es importante referirse a ciertos supuestos que hace falta negar para

poder constituir el teorema de Darwin, y que dan lugar a principios negativos,

principios que centrifugan de la categoricidad biológica ciertas tesis, y que,

precisamente por esto, posibilitan la constitución de ese campo científico. Por

ejemplo, es indudablemente un principio del campo biológico, que posibilita todos

sus teoremas, el principio que niega la generación espontánea. La conformación de

este principio se consolidó históricamente en torno al teorema de la célula pero afecta

de manera central, como no podía ser de otro modo, al teorema darviniano. Afecta a

este teorema, en primer lugar, como principio de los términos porque implica la

imposibilidad de un organismo que aparezca ex abrupto, sin proceder de otro, creado

de la nada. Pero afecta, además, como un principio que regula las operaciones

porque, en el contexto de la mejora animal y vegetal, la reproducción selectiva puede

considerarse, desde el punto de vista gnoseológico, una operación y, para nosotros,

como quedó dicho, esta operación (de origen tecnológico) habría quedado

incorporada, gracias al teorema de Darwin, en el campo de la biología. Una vez

establecido este principio, la generación espontánea y lacreatio ex nihilo serán

incompatibles con la constitución de la biología como campo científico y quedarán

relegadas a disciplinas metafísicas, como la Teología, o a contextos acausales como,

por ejemplo, en la magia.

El conocimiento negativo no es la ausencia de conocimiento: el segundo principio de

la termodinámica, definido como la imposibilidad de construir un móvil perpetuo de

ciertas características, es, sin embargo, imprescindible para que el campo pueda

constituirse como tal campo científico. En el caso del teorema de Darwin, otro de los

supuestos que resulta negado es el de que los organismos están adaptados de una

manera óptima, como consecuencia de que participan de la perfección del Dios que

los creó. Como es bien sabido, el teorema de la evolución sólo exige que la

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

87 adaptación sea suficiente como para posibilitar la reproducción (diríamos nosotros que se

trata de un concepto de adaptación diamérico, frente a la definición metamérica que exige

la referencia al demiurgo{23}). Si es así, no puede resultar sorprendente que la mayor

parte de los organismos muestren caracteres subóptimos, y dejan de resultar tan

enigmáticos los casos de hipertelia.

Como una prueba más acerca del carácter constructivo de los principios

gnoseológicos de una ciencia, como una prueba también de que esos principios no

son evidentes por sí mismos sino que, por decirlo de algún modo, «se prueban por sus

conclusiones», nos basta con observar que algunas de las grandes discusiones

actuales de la biología evolucionista tienen que ver, precisamente, con la

determinación de algunos de esos principios. Por ejemplo, en la versión ortodoxa de

la teoría sintética, son principios establecidos que las unidades de variación son los

genes, las unidades de selección son los organismos individuales, y las unidades de

evolución son las especies. Se trata de una correspondencia biunívoca que define,

unos por otros, ciertos procesos biológicos y ciertas clases de términos característicos

del campo. Pero, en este momento, la discusión apasionante acerca de los contenidos

de esta ortodoxia es una discusión esotérica que compete exclusivamente a los

biólogos profesionales y que, si nuestro diagnóstico es correcto, no seguirá tanto la

vía ex principiis cuanto la vía ex consequentiis.

4.5. Breve referencia al problema de los límites del darvinismo

La verdad de la teoría de la evolución biológica, tal como aparece formulada en las

versiones modernas de la teoría sintética, organiza una cantidad tal de fenómenos

biológicos que, hoy en día, puede decirse, con Dobzhansky, que es casi imposible

hacer biología al margen de las explicaciones evolucionistas. La teoría de la

evolución, junto con la teoría celular, son dos de los teoremas constitutivos más

importantes del campo categorial de la biología científica. Ahora bien, la potencia

indudable de la teoría de la evolución como identidad sintética no debe tampoco

ocultarnos los límites de la «franja de verdad» abarcada por esta teoría. Todas las

verdades científicas y todas las ciencias tienen unos límites que vienen determinados,

fundamentalmente, por las verdades y las construcciones de las otras ciencias; por

esta razón la discusión de esos límites se convierte necesariamente en una reflexión

de segundo grado, filosófica, una reflexión que puede diferenciarse de la evaluación

de la verdad de los teoremas científicos tal como la realizan los propios científicos

desde la inmanencia de sus campos. Esta discusión es, para nosotros, importantísima

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

88 ya que, desde las posiciones del circularismo materialista, la misma posibilidad de las

verdades científicas es indisociable de la definición de un campo de inmanencia que pueda

ser desconectado, en ciertas condiciones, del resto de los fenómenos. Por eso, sería

inmediatamente sospechoso un teorema que pretendiera referirse a la totalidad de los

fenómenos existentes.

Vamos a referirnos aquí a tres frentes en donde se nos dibujan los límites del

evolucionismo biológico, unos límites que, si no nos equivocamos, serían

inseparables de esa verdad y vendrían determinados por los propios fenómenos que

posibilitan su existencia. Estos límites marcan, a la vez, algunos de los contornos más

importantes del cierre categorial biológico, un cierre categorial efectivo, pero

«infecto» y problemático (aunque quizás no más problemático que los cierres de otras

ciencias que, sin embargo, se presentan a sí mismas como «perfectas» sin serlo).

En primer lugar, es un problema actualmente abierto y sujeto a importantes

discusiones e investigaciones el de determinar en qué momento el modelo evolutivo

deja de ser aplicable cuando descendemos en la escala filogenética: ¿puede aplicarse

el modelo de la lucha por la supervivencia y la selección natural a macromoléculas

orgánicas separadas, o a los protobiontes anteriores a los primeros procariontes?

¿Puede establecerse una modulación climacológica del modelo que nos permita

entender, desde sus determinaciones internas, su funcionamiento diferencial

conforme descendemos en la escala evolutiva, hasta llegar a su propia degeneración,

degradación y desaparición como tal modelo, pongamos por caso, en el nivel de

ciertas estructuras de la química del carbono? Si estas preguntas pudieran ser

respondidas o, al menos, precisadas en alguna medida, se arrojaría mucha luz acerca

de los límites de la categoría biológica con respecto a la categoría físico-química y,

más en general, sobre el alcance de ciertas teorías metafísicas que pretenden poder

progresar causalmente desde las moléculas, los átomos, o incluso, las estructuras

subatómicas, hasta las células, los tejidos, y los organismos de la biología. Al

descender en esa escala filogenética, el momento en el que el modelo de la evolución

deja de engranar con los materiales y los fenómenos habrá que interpretarlo como un

indicio sólido de que esos procesos considerados ya no son categoriales,

determinados, sino que conducen a teorías metafísicas, a teorías que son incapaces de

progresar nuevamente a los fenómenos. Pero la crítica de estas teorías sólo puede

hacerse desde las ideas de materia y tiempo en sentido ontológico general. El riesgo

incesante de convertir los procesos categoriales en teorías metafísicas (Alexander con

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

89 su «emergencia absoluta» o Bergson con su «evolución creadora») vuelve a reproducir la

oscuridad y el error del creacionismo. Si el creacionismo predarvinista imposibilitaba el

cierre categorial de la biología, este emergentismo también es hoy un obstáculo para poder

precisar los límites inmanentes de ese cierre.

No faltan quienes pretenden borrar estos límites del campo biológico proponiendo

una reducción de ese campo al campo de la física (una reducción que nosotros

calificaríamos de «reduccionismo descendente»): J.J.C. Smart, en su Philosophy of

Scientific Realism (Smart, 1963, p. 57), da por supuesta esta reducción, y E. Nagel,

en La estructura de la ciencia (Nagel, 1961, cap. XI), considera el problema de la

reducción de la biología a la física como una cuestión empírica pendiente de los

posibles desarrollos de la biología molecular (como si la biología molecular pudiera

llegar a dar cuenta, desde sus principios, de la etología, la ecología o la biogeografía

implicadas en el evolucionismo biológico).

Pero también hay un modo de entender estos límites del modelo evolutivo que supone

considerarlos necesarios, necesarios como límites que posibilitan y constituyen el

modelo y el mismo campo biológico. Desde esta posición, resulta improcedente

considerar un defecto del darvinismo el no poder explicar el origen de la vida, como

hace Popper (Popper, 1974:228). Popper, además, deduce de esa imposibilidad que el

darvinismo es entonces una lógica situacional ya que exigiría asumir «que la vida y

su marco constituyen nuestra 'situación'». Nuevamente volvemos a topar aquí con la

sutil agudeza de Sir Karl. Darwin, por su parte, se dió cuenta muy tempranamente (en

sus Notas viejas e inútiles de 1837) de que el problema del origen de la vida quedaba

fuera del horizonte de su teoría pues ésta exigía partir in medias res de los

organismos vivos como términos del campo ya dados, para intentar esclarecer los

mecanismos responsables de la descendencia con modificación. Darwin sabía que los

términos característicos del campo biológico eran los organismos (actuales y

extintos) y el origen de la vida no era un asunto inmanente al campo biológico. En la

conclusión de El origen, Darwin se defiende de aquellos que critican su teoría por no

poder dar cuenta «de la esencia u origen de la vida» argumentando que tampoco la

mecánica de Newton, paradigma indiscutible de cientificidad, «explica qué es la

esencia de la atracción de la gravedad». Darwin también fué plenamente consciente

de la imposibilidad de reducir íntegramente el mundo orgánico al mundo inorgánico,

dada la especificidad material de los fenómenos biológicos y, en este sentido, fué

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90 siempre contrario a ese «reduccionismo descendente» (y ello a pesar de que considerara

las ciencias físicas como un modelo metodológico para las biológicas).

En segundo lugar, la verdad de la teoría de la evolución biológica encuentra también

sus límites cuando se intenta aplicar a las últimas decenas o incluso centenas de miles

de años de la especiehomo sapiens, a la culturología e incluso a la historia. El

proyecto de los sociobiólogos sería la muestra más importante de este intento, aunque

no la única, puesto que caben versiones del evolucionismo culturológico menos

dependientes de la genética (en la línea del llamado darvinismo social de Spencer).

Pero ¿puede utilizarse la teoría de la evolución biológica con algún sentido (y con

algún rendimiento) para analizar la especie homo sapiens sapiens actual dados los

propios progresos de la biología y de las tecnologías biomédicas? ¿Acaso no son,

precisamente, esas tecnologías las primeras encargadas de mantener estables las

características de la especie subsanando ortopédicamente las variaciones que se

produzcan? ¿La selección natural y la selección sexual pueden aplicarse sin más,

directamente, al hombre actual sin mediar contenidos históricos y culturales? Si

vamos a fijarnos en el parecer de Darwin, no es fácil exponer de modo resumido su

posición. Por una parte, él consideraba que el modelo de la evolución biológica no

era aplicable al terreno social, y por eso no consideraba de ninguna utilidad la obra de

Spencer (como nos narra en suAutobiografía), y más absurdas todavía le parecían las

comparaciones entre el evolucionismo biológico y la historia política{24}, pero, por

otra parte, según sabemos por su correspondencia, Darwin trasladaba la lucha por la

existencia a las razas humanas y sostenía que las razas caucásicas, más civilizadas,

habían vencido a la raza turca{25}.

No podemos abordar ahora el análisis de aquellas situaciones en las que ciertos

componentes del modelo evolucionista refluyen en el seno de materiales etnológicos

e históricos. Esta refluencia se da, sin duda, y su estudio es una tarea urgente pues

tiene implicaciones para la filosofía moral y política del presente; es, además, una

tarea que exige tomar partido sobre el carácter prescindible, sustituble o

imprescindible de la refluencia en cada caso. A pesar de reconocer estas refluencias,

las prognosis acerca de la evolución biológica del hombre actual (y de otros

organismos) entrarían, sin embargo, para nosotros, dentro del género de la ciencia

ficción. Incluso parece pertinente dudar hoy de la aplicabilidad del modelo de la

selección natural no sólo a nuestra especie sino a todas las demás en la medida en que

el hombre ha alterado de forma muy importante la «economía de la naturaleza» y está

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91 dispuesto a alterarla aún más (sea en el sentido que sea, incluido el de un

conservacionismo ecologista --culturalmente construído, sin duda-- que no parece tener

muy bien definidos los contenidos de aquello que pretende conservar: ¿el paisaje? ¿la

biomasa? ¿la diversidad, incluido el virus de la viruela?); y esta alteración de

etiología humana obedece, sin duda, a causas que ya no caen dentro de la categoría

biológica (la lucha por la supervivencia, &c.) sino dentro de otras categorías

(culturología, historia, economía, sociología, política, &c.). Este intento de aplicar el

esquema de la evolución biológica a materiales culturológicos, históricos,

sociopolíticos, éticos, morales, &c., cuando se presenta como el único modo

científico de tratar estos asuntos, da lugar a un «reduccionismo ascendente». Los

límites de este reduccionismo no siempre son fáciles de determinar ya que puede

darse el caso de contenidos aparentemente culturales o históricos que resultan

efectivamente reductibles por vía biológica. Así ocurre, por ejemplo, con la fobia

hacia el consumo de leche de muchas poblaciones humanas, que en vez de explicarse

como un tabú dietético de etiología cultural, debe entenderse como un efecto de una

deficiencia de lactasa genéticamente determinada, de modo que las poblaciones con

capacidad de sintetizar cantidades suficientes de lactasa serían un resultado de un

proceso de evolución biológica.

El tercer frente en el que se dibujan también importantes límites de la verdad de la

teoría de la evolución implica criticar un uso del modelo que conduce a la

construcción de una historia natural atributiva, global. Son totalidades atributivas

«aquellas cuyas partes están referidas las unas a las otras, ya sea simultáneamente, ya

sea sucesivamente» frente a las totalidades distributivas «cuyas partes se muestran

independientes las unas de las otras en el momento de su participación en el todo»

(Bueno, 1992-94, v.5:1441). Se entiende el modelo de la evolución biológica como

modelo atributivo cuando se supone que este modelo permite hablar de una historia

natural científica total. Las partes de este modelo serían, entonces, las diferentes fases

de la filogénesis que se podrían conectar sucesivamente en una construcción global

científica. Ahora bien, si entendemos el modelo evolutivo como modelo atributivo

global, entonces todas esas conexiones que aseguran la unión de las partes de ese

todo sucesivo (de esa historia natural global) serían conexiones científicas, y lo

serían gracias, precisamente, a ese modelo de la evolución biológica. Nos parece, sin

embargo, que esa totalidad atributiva histórica, cuando pretende dar cuenta

causalmente de la totalidad de los fenómenos que cubre, cae inevitablemente en el

sofisma del post hoc ergo propter hoc. Y este error no sólo se da en el ámbito de la

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92 historia natural, sino también en el de la historia cosmológica y en el de la historia política.

La causalidad, como sabemos, no es mera sucesión, porque puede haber acontecimientos

sucesivos no ligados causalmente. La causalidad tampoco es, para nosotros, percepción de

una regularidad (como pretendía Hume), porque puede haber regularidades no

causales o cuyas causas estén en terceros componentes no aparentes. En este sentido

la teoría científica de la evolución biológica no puede explicar todo acontecimiento

como un efecto de la sucesión histórica porque de ese modo «probaría demasiado».

Quizás pudiera pensarse que la biología molecular podría asegurar la

continuidad material efectiva de esa historia evolutiva. Pero este supuesto choca con

la incertidumbre cuántica, donde la posibilidad de construir esquemas causales

encuentra sus límites, y conduce nuevamente o al reduccionismo descendente o a las

concepciones metafísicas.

La verdad de la teoría de la evolución la haríamos residir en su carácter de modelo

genérico,distributivo, variacional, pero también de modelo determinado, limitado.

Entendido de este modo, el modelo es una totalidad, un género, pero una totalidad

cuyas partes, cuyas especies, son distributivas y, por tanto, independientes las unas de

las otras en la conformación del todo. Esa independencia de los diferentes tramos o

contextos donde funciona el modelo exige su relativo aislamiento (temporal, espacial

o ambas cosas a la vez) y, por tanto, requiere determinar los límites del proceso

evolutivo que se está considerando en cada caso. De este modo, el modelo será

variacional y modulante pues cubrirá una multiplicidad de situaciones heterogéneas:

desde aquellos contextos en los que el modelo pueda aplicarse con la máxima

perfección y un alto rendimiento (por la abundancia de los fenómenos, por su

accesibilidad, por su fácil manipulación, por la posibilidad de hacer un tratamiento

matemático de los resultados, &c.), hasta aquellos contextos donde la aplicación del

modelo sea problemática, precaria, incluso mínima (debido también a razones

diversas: el ignorabimus fenoménico{26} como uno de los límites internos de la

paleontología, las dificultades debidas a la destrucción y alteración de muchos

ecosistemas, &c.). Tanto Darwin como los creadores de la teoría sintética intentaron

estudiar comparativamente los diferentes procesos de especiación para construir un

cierto sistema básico modulante que se repitiera en todos ellos. Lo anteriormente

dicho no significa negar que gracias al darvinismo se pueda fundamentar la categoría

de la biología como categoría atributiva. Pero esta categoría no sólo resulta del

teorema de Darwin sino del resto de los teoremas del campo biológico, entre los que

están los teoremas de la célula, de la genética de poblaciones o de la biología

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93 molecular. Además, la categoría biológica no debe ser confundida, sin más, con la idea de

Naturaleza, idea que nosotros consideramos mítica en cuanto presupone la unificación

metafísica de una serie de categorías heterogéneas (física, termodinámica, biología, &c.)

cuyas relaciones son, de hecho, polémicas.

Nosotros pretendemos que el proceso de evolución biológica considerado como

historia natural total, como proceso idiográfico global, resulta ininteligible si

partimos de la inexistencia de otros mundos (al menos accesibles) donde haya habido

evolución biológica, para poder efectuar comparaciones, para poder construir una

identidad esencial sistemática aún más general acerca de los procesos evolutivos

considerados globalmente. En este sentido, el carácter idiográfico del tiempo total

(geológico, biológico, histórico, cosmológico) no es un componente de una identidad

sintética, de una verdad científica. Ese tiempo total es una idea mítica, metafísica. Esa

idea deberá ser sustituida por una idea de tiempo crítica (como la idea de tiempo en

sentido ontológico general que nosotros hemos expuesto en otro lugar). Será

entonces, desde esa idea crítica desde donde podremos apreciar los límites de cada

una de esas categorías (geología, biología, historia, física relativista). Es difícil

pronunciarse acerca de hasta qué punto Darwin fué consciente de este tercer frente de

dificultades. En todo caso, de lo que Darwin se dio perfectamente cuenta en El

origen fue de la imposibilidad de aplicar el determinismo reversibilista característico

de la mecánica clásica a los materiales de la biología porque «una especie

desaparecida no reaparece jamás, incluso aunque se vuelvan a dar las mismas

condiciones vitales orgánicas e inorgánicas»{27}. La ley de Dollo (Dollo, 1893)

marcaría por vía negativa uno de los límites más importantes de la franja de verdad

del darvinismo, afectando de manera central y ubicua a la estructura de la identidad

sintética de la que venimos hablando. Al mismo tiempo, esta ley pondría de

manifiesto el carácter trascendental (en sentido positivo, recursivo) que tiene la

estructura de los organismos actuales (su anatomía, su fisiología, sus relaciones

ecológicas y etológicas, &c.) respecto de los procesos evolutivos próximos.

La negación de esa historia natural atributiva global, total, no significa, sin embargo,

negar la posibilidad y la efectividad de una teoría de la evolución científica cuya

identidad sintética sistemática sea un modelo limitado capaz de desplegarse como un

género distributivo, variacional (como es variacional el género «palanca» respecto a

sus especies), a propósito de los materiales más diversos del campo biológico (hasta

tal punto esto es así que ese campo biológico empieza a quedar internamente definido

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94 por los conjuntos de materiales que pueden pasar a constituir ese modelo). De este modo,

la evolución biológica no sería una identidad sustancialista sino funcional, un modelo

genérico en el sentido de los géneros combinatorios (esos géneros que se construyen por

combinación de los rasgos específicos), un modelo susceptible de aplicarse a

contextos finitos que puedan desconectarse unos de otros y de la totalidad del mundo

o de esa historia total a la que hacíamos referencia. Si entendemos el modelo de este

modo resulta fácil argumentar contra la acusación (ya formulada muy

tempranamente) de que la teoría de la evolución no es más que una tautología (pues

explica la supervivencia por la adaptación y recíprocamente): esta acusación se

sostendría sobre la falsa expectativa de poder dar cuenta íntegramente de esa historia

natural total.

Este tercer frente de limitaciones en la franja de verdad de la teoría de la evolución

afectaría por igual a los diferentes momentos de la filogénesis (no ya sólo a sus

orígenes o a sus postrimerías) pues es, en buena medida, un resultado de las

dificultades que plantea el concepto de «medio de un organismo». Como sabemos el

concepto de «medio» y de «adaptación al medio» es central en la teoría de la

evolución biológica, tanto en su versión darvinista como en la teoría sintética. Ahora

bien, el «medio» de un organismo se puede referir a materiales muy heterogéneos: en

principio, es todo aquello que afecta al organismo. Y al organismo le pueden afectar

los rayos cósmicos, la radiactividad natural, los procesos geológicos (el vulcanismo,

los cambios del nivel del mar, la deriva continental), el clima y los meteoros y, desde

luego, también los otros organismos (la biocenosis de la que forma parte) que son

parte importantísima constitutiva de su medio. Incluso acontecimientos de etiología

extraterrestre como el meteorito que, en la hipótesis de Álvarez{28}, podría haber

sido responsable de la extinción de los dinosaurios. Siendo así las cosas, podría

decirse que, dado que el medio de un organismo es todo aquello que le afecta, y

puesto que no podemos saber qué es lo que le afecta hasta que ya se haya visto

afectado, y puesto que ningún agente puede descartarse a priori (pues las vías en que

un agente externo puede afectar a un organismo son, en principio, impredecibles),

parece indudable que el cierre categorial de la teoría de la evolución es, en este

sentido preciso, problemático. Hoy, mucho más que en tiempos de Darwin, somos

conocedores del importante papel que juegan en la evolución biológica los procesos

estocásticos y las contingencias más diversas que se intercalan en secuencias

deterministas: las mutaciones, las roturas de cromosomas y su entrecruzamiento, &c,

se intercalan en los mecanismos hereditarios; la misma selección de los gametos en la

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95 reproducción sexual resulta, en parte, fruto del azar, por no hablar de los avatares

climatológicos, geológicos, o astronómicos, o, incluso, de las contingencias etológicas que

pueden ser decisivas en los procesos de especiación. De este modo, estamos en

condiciones de poder dibujar con mayor precisión los límites gnoseológicos del

campo biológico, esos límites que se van definiendo en la dialéctica entre las

categorías: entre la biología evolucionista y la física cuántica o la astronomía o la

geodinámica , &c. Los límites, en todo caso, son necesarios si es verdad que los

contextos científicos son, obligadamente, contextos finitos, limitados, susceptibles de

desconectarse relativamente de su entorno.

Darwin consideró, en la primera edición de El origen, que el aislamiento era

responsable, en muchos casos, de la especiación. Ulteriormente, sin embargo, al

preparar la última edición de esta misma obra (en 1876), Darwin restó importancia al

aislamiento como factor de especiación, probablemente porque consideró que las

causas que producían el aislamiento de una especie eran, en muchos casos, abióticas.

Darwin prefería explicar la especiación mediante procesos internamente biológicos (o

que él consideraba, en aquel momento, como propiamente biológicos): variación,

herencia, multiplicación, lucha por la supervivencia. Esta diferente importancia dada

al aislamiento, en el '59 y en el '76, quizás podría interpretarse como un intento de

«mejorar» más la teoría de la evolución en el sentido de hacer de ella una teoría «lo

más biológica posible», si se nos permite esta expresión, en el sentido de limitar y

determinar el contexto determinante de la evolución como un contexto

exclusivamente biológico (no geológico o geográfico). Este intento, sin embargo, ha

resultado ser ilusorio pues, como sabemos, la importancia de los factores abióticos

(astronómicos, geodinámicos, físico-químicos, cuánticos, &c.) en la historia natural

ha ido revelándose cada vez mayor. En todo caso, Darwin fué muy consciente de que

la selección natural no era el único medio responsable de la modificación, aunque sí

fuera el más importante{29}. Todavía en nuestros días, los biólogos evolucionistas

siguen discutiendo acerca del mayor o menor peso que ha de concedérsele, en cada

caso, a la selección natural como mecanismo causante de evolución.

Desde nuestros presupuestos, los factores abióticos que entran a formar parte de la

historia natural, sobre todo aquellos que son determinantes de procesos de extinción

masiva, cumplen una función gnoseológica muy específica en relación con el modelo

de la evolución biológica que venimos comentando. Son, en cierto, sentido,

componentes de la historia natural que nos sacan fuera de la inmanencia del campo

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96 biológico. Así como el individuo psicológico, entendido en primera persona a través de la

introspección, queda fuera del campo de la psicología empírica, del mismo modo que el

valor de uso queda fuera de la economía política (que sólo se interesa por el valor de

cambio), de modo análogo los factores abióticos que determinan la historia natural

quedan, en parte, fuera de modelo evolutivo biológico. Con esta afirmación no

estamos negando la presencia de esos factores, su presencia empírica en el ámbito de

la historia natural; lo que estamos es precisando en qué medida determinados

acontecimientos (por ejemplo, una extinción masiva de etiología extraterrestre)

pueden quedar incluidos en las concatenaciones que anudan los términos del modelo

de la evolución biológica. Porque esos acontecimientos habría que interpretarlos, en

muchas ocasiones, como los interruptores que nos permiten construir el modelo como

modelo distributivo, modulante yvariacional, como un modelo cuya estructura se

repite en las diversas épocas geológicas a propósito de materiales biológicos

diferentes. Estos «interruptores temporales» serían los análogos de la interrupción

espacial que supone el aislamiento biogeográfico (y ese aislamiento espacial es

también imprescindible para que el modelo funcione como modelo distributivo). Y,

siguiendo con esta analogía entre aislamiento geográfico y aislamiento temporal

(determinado por extinciones masivas), habrá que considerar la situación en que esos

«cuellos de botella» que representan las grandes extinciones sean responsables de una

explosión ulterior de nuevos procesos de especiación. Una comprensión dialéctica del

teorema de la evolución implica reconocer que estos componentes abióticos, por una

parte, nos ponen en los límites del modelo en cuanto modelo específicamente

biológico (no geológico, geodinámico o astronómico) pero, por otra parte, esos

mismos componentes son, en muchas ocasiones, los responsables del carácter

distributivo del modelo y, por tanto, de su posibilidad como identidad sintética

sistemática, como modelo científico. Con esto no estamos queriendo decir que estos

componentes abióticos no deban ser estudiados: es imprescindible estudiarlos, pero

no tanto para colonizar nuevos terrenos en favor del campo biológico como para

comprender, dibujar y delimitar los límites de este campo. Esta situación dialéctica

no debe confundirse, sin más, con el problema de la macroevolución. En primer

lugar, porque los factores abióticos afectan tanto a la macro como a la

microevolución, y, en segundo lugar, porque los procesos macroevolutivos podrían

explicarse, en ocasiones, por mecanismos internamente biológicos, como en los

modelos de especiación peripátrica de poblaciones con alto grado de homozigosis.

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97 Pero, en todo caso, la franja de verdad del teorema de Darwin es indudablemente amplia

pues incluye materiales cuya construcción procede por vías muy heterogéneas, lo que le da

una riqueza y una solidez indiscutible. Por supuesto, ni el modelo de Darwin, ni sus

reformulaciones en la teoría sintética, son capaces de reducir la totalidad de los

fenómenos que rodean a los organismos vivos (actuales y extintos). Esto ocurre en la

biología como en cualquier otra ciencia pues ningún teorema (o conjunto de

teoremas) de ninguna ciencia reduce íntegramente todos los fenómenos del campo. Si

fuera así, ese campo, esa ciencia, sería ya una ciencia acabada, perfecta, sería una

ciencia muerta. Una comprensión no dogmática del darvinismo exige reconocer los

límites de su franja de verdad, pero ello no niega la existencia del teorema de Darwin

como teorema científico en aquellos contextos materiales donde efectivamente pueda

constituirse. Contando, desde luego, con que su desarrollo puede conducirnos a una

nueva variedad del teorema aún más sólida y potente.

* * *

Aquí termina, por fin, nuestra exposición, aunque en absoluto pretendemos haber

agotado los problemas filosóficos suscitados por la biología evolutiva. En particular,

no podemos dejar de referirnos a un asunto central que quizás haya causado cierta

perplejidad. Nuestro análisis gnoseológico del darvinismo, en la medida en que está

hecho desde una filosofía de la ciencia constructivista circularista, supone considerar

la evolución biológica como un teorema que construye una realidad nueva (una

realidad, por tanto, que no existe previamente como tal). Por eso hemos argumentado

que no es posible describir el pasado, o construir una teoría que se adecue al pasado,

y hemos preferido hablar de la constitución del pasado o, por lo menos, de la

constitución de algunas partes del pasado. El pasado, por definición, no existe, y tan

sólo podemos hablar con sentido de él en cuanto construcción realizada a partir de

vestigios, reliquias y cursos operatorios presentes. Ahora bien, parece evidente que el

teorema de la evolución biológica, una vez construido, exige la existencia de una

serie de procesos que son anteriores a la aparición del teorema; anteriores, incluso, a

la existencia de sujeto gnoseológico alguno. Efectivamente, los procesos evolutivos

resultarían ininteligibles si no suponemos su existencia previa al siglo XIX. Pero, la

pre-existencia de los procesos evolutivos parece que entra en contradicción con

nuestra interpretación del modelo de Darwin como descubrimiento constitutivo.

Estaríamos diciendo, por una parte, que la evolución biológica no existe previamente

a la construcción del teorema de Darwin y, por otra, que tendría que existir

¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

98 previamente, si es que ese teorema ha de resultar inteligible. Estaríamos, en fin, hablando

de un descubrimiento constitutivo que, sin embargo, exigiría la preexistencia de lo

descubierto.

Vamos a referirnos a esta dificultad considerándola desde un punto de vista

gnoseológico, aunque no estamos muy seguros de que sea posible separar aquí la

perspectiva gnoseológica de la ontológica. Pues bien, desde la gnoseología

materialista, habrá que reconocer explícitamente una tensión ineludible entre dos

requerimientos que afectan a toda verdad científica. Por un lado, consideramos que

una verdad científica es posible por la neutralización de los aspectos subjetivos de las

operaciones, y suponemos que esta neutralización se produce cuando múltiples cursos

operatorios confluyen en una identidad sistemática. Hemos intentado exponer cómo

este proceso tiene lugar en el teorema de Darwin. Nos alejamos así del

operacionalismo radical del primer Bridgman que llega a reducir los conceptos de las

ciencias a series de operaciones. Para nosotros, la neutralización de los aspectos

subjetivos de las operaciones supone reconocer en las verdades científicas ciertos

componentes que no están en las operaciones, fundamentalmente, los contenidos de

esas verdades que se imponen a los propios sujetos gnoseológicos. Ahora bien, por

otro lado, es necesario hacer notar que, desde el punto de vista gnoseológico, esos

contenidos no se imponen al sujeto de un modo inmediato, ni en la perspectiva del

Mundo o del Hombre, sino que implican sólamente la franja de fenómenos que cubre

el teorema. La verdad del teorema de la evolución se impone si es que hay que

mantener necesariamente esas armaduras de cuya confluencia surge: el registro fósil,

las analogías y homologías anatómicas y fisiológicas, la distribución biogeográfica,

&c. Esto es tanto como decir que esa verdad no puede considerarse como una verdad

exenta, separada totalmente de los fenómenos y de las estructuras fenoménicas de

donde brota, y por eso es imprescindible restituirla contínuamente a esos contextos

que la hacen posible (y esos contextos están dados en el presente, necesariamente). Si

esto es así, y ateniéndonos al punto de vista gnoseológico (si es que ello es posible),

el reconocimiento de la evolución biológica como un proceso pasado no exige una

concepción descripcionista o adecuacionista de la ciencia. Tan sólo es necesario

reconocer que el pasado está constituido siempre desde el presente (con todo lo que

esto supone), y que la verdad científica que construye ese pasado, aunque tenga

componentes que se imponen como objetivos: (1) no llega nunca a ser independiente

de los cursos operatorios fenoménicos que la hacen posible, (2) no es una descripción

del pasado, (3) no es una teoría que se adecua al pasado, y (4) puede ser considerada

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99 una construcción material sintética que conforma nuestra realidad actual. La realidad

presente incluye el «pasado construido» porque ese pasado, aunque no lo percibamos

directamente, afecta y determina lo existente.

El análisis de la idea de Pasado en su relación con la teoría ontológica del

materialismo filosófico conduce, por su parte, a multitud de problemas que merecen

una discusión detenida. Ello exige, en primer lugar, exponer la distinción entre

ontología general y especial, y referirse a la teoría de los géneros de materialidad

(Bueno, 1972 y 1990b). También supone desarrollar una teoría filosófica acerca de la

idea de Tiempo y analizar cómo las ideas de Pasado y de Tiempo se abren paso a

través de una multiplicidad de categorías (físico-química, biología, historia, &c). Será

necesario, además, decidir cuál es la figura dialéctica que permite constituir una idea

de Pasado que no sea metafísica (por ejemplo, habría que responder a preguntas

como la siguiente: ¿se acomoda esta idea al modelo de la catábasis o de

la catástasis?). Pero todo ello habrá de quedar para mejor ocasión.

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{1} Texto de la conferencia impartida en Zaragoza, el 3 de julio de 1995, dentro

del Seminario Interdisciplinar de la Universidad de Zaragoza.

{2} vid. C. Burret (ed.), 1967, p.26. El desarrollo de la biología evolucionista no

parece haberse visto afectado, en cualquier caso, por el desprecio del autor

del Tractatus. Sin embargo, es discutible que una obra como el Tractactus pueda

escribirse si uno se toma la verdad de la evolución biológica en serio.

{3} Citamos a Gustavo Bueno, 1994, vol.5, p. 221.

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104 {4} A lo largo de esta lección utilizaremos la distinción emic/etic tal como la usan los

antropólogos culturales (por ejemplo, Harris) para distinguir el punto de vista del nativo,

interno a una cultura (en nuestro caso, a un momento histórico que ya no existe), que sería

el punto de vista emic, frente al análisis de esa cultura desde fuera, tal como la

reconstruye el antropólogo (en nuestro caso, tal como aparece ese momento histórico

al historiador actual), que sería la perspectiva etic.

{5} vid. Bueno, 1989, para más información acerca de la distinción entre

descubrimientos negativos y descubrimientos particulares.

{6} vid. Gustavo Bueno, 1979.

{7} J.H. Woodger, 1978: 155.

{8} vid. op.cit., pp. 154-183.

{9} op. cit., p. 33.

{10} Ch. Darwin, 1876, Autobiografía (publicada en 1887), en el último capítulo

titulado: «Residencia en Down, desde el 14 de septiembre de 1842 hasta la fecha,

1876», en el apartado titulado «Mis publicaciones».

{11} tomado de F. Darwin y A.C. Seward (eds.), 1903.

{12} Francis Darwin ,1892, The Autobiography of Charles Darwin and Selected Letters, citamos por la versión española de Alianza (1977, 1984), vol.1, pp. 160-161.

{13} Dice Darwin: «Ningún otro trabajo mío comenzó sobre una base tan deductiva

como éste, ya que había imaginado toda la teoría [mientras me hallaba] en la costa

occidental de Sudamérica, antes de haber visto un verdadero arrecife coralino»,

Darwin, Autobiografía, en el apartado en el que narra su estancia en Londres 1839-

1842.

{14} vid. Popper, K.R., 1984: 32-34. Popper cita a Bergson y vuelve a insistir en su

errónea teoría de la presión interna de selección de 1974.

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105 {15} Sobre el carácter tautológico de la teoría de la evolución vid. Manser, A.R., 1965.

Sobre la imposibilidad de realizar predicciones desde el evolucionismo

biológico vid. Rosenberg, A., 1983.

{16} Con algunas modificaciones parafraseamos a Gustavo Bueno, 1992-94, v.3:869.

{17} Para una visión de conjunto de la anatomía comparada anterior a Darwin puede

consultarse López Piñero, 1992.

{18} Un resumen de las posiciones de Lyell y de la réplica de Owen puede verse en

Michael Ruse, 1979:170 y ss.

{19} Darwin en el «Prólogo» a El origen de las especies.

{20} Darwin, en la «Recapitulación y conclusión» de El origen.

{21} Sobre la diferencia entre descubrimientos constitutivos y manifestativos puede

verse Bueno, 1989.

{22} La teoría del cierre categorial analiza estas situaciones en las que las

operaciones de los sujetos (animales) entran a formar parte, como términos, del

campo de las ciencias por medio de la distinción entre metodologías a y b operatorias.

Un resumen reciente de esta teoría puede encontrarse en Gustavo Bueno, 1995: 74-

88.

{23} Diamérico: «Dado un término o configuración definidos, diamérico es todo lo

que concierne a la comparación, relación, cotejo, confrontación, inserción,

coordinación, &c. de este término o configuración con otros términos o

configuraciones de su mismo nivel holótico (distributivo o atributivo)». Metamérico:

«Para un término o configuración dados es metamérica toda relación, comparación,

inserción, &c. de este término o configuración con otros de superior [...] nivel

holótico» (Bueno, 1992-94, vol.5: «Glosario»).

{24} Darwin escribió en 1879: «Qué absurda idea parecen sostener en Alemania

sobre la conexión entre socialismo y evolución por selección natural», en F. Darwin,

1887, vol. III:237.

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106 {25} Darwin, F., 1887, t.1:316.

{26} Con Bueno, llamamos ignorabimus fenoménico a aquellos fenómenos que

ignoramos en la actualidad y que ignoraremos siempre sencillamente porque han

desaparecido como tales fenómenos, atomizados en sus partes materiales. Los

organismos del pasado que no se han fosilizado o que, habiéndose fosilizado, han

desaparecido ulteriormente por erosión o por la acción de altas prsiones y

temperaturas serían ejemplos de este ignorabimus. También son ejemplos de

este ignorabimus la situación fenoménica de hace, pongamos por caso, tres mil o

cuatro mil millones de años: esos fenómenos no existen y, contrariamente a lo que se

suele decir, no se pueden reproducir en un laboratorio las condiciones fenoménicas de

ese mundo de hace tres mil o cuatro mil millones de años. Lo que se construye en el

laboratorio es, siempre, algo bien diferente, sin duda. Véase Bueno, 1990a.

{27} On the Origin of Species, 5ª ed., 1869, p.388.

{28} Álvarez, L.W; W. Álvarez; F. Asaro; y H.V. Michel, 1980. Álvarez, L.W.,

1982. Un magnífico análisis de la extinción masiva en E. Molina, 1995.

{29} vid. el final del «Prólogo» a El origen.