levy hass hanna - diario de bergen belsen 1944 1945

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Diario de Bergen-Belsen 1944-1945

Si esto se prolonga un mes ms, no creo que ni uno de nosotros logre salvarse. Con estas palabras termina el diario que Hanna Lvy-Hass empez a escribir un da de agosto de 1944 en el campo de concentracin de Bergen-Belsen. Ella, una humilde maestra en quien coexistan sentimientos y vivencias en tanto que yugoslava, juda y comunista, alguien para quien cualquier lucha por la libertad era sentida como algo muy cercano y principal, en definitiva, una mujer que crea que el proceso histrico, la voluntad de las personas y la actividad consciente de estas conduciran finalmente a una sociedad justa e igualitaria, haba sido despojada de todo, humillada y vejada como ser humano. Y, aun cuando era consciente de cmo la bestia nazi intentaba reducirla da tras da a un estado animal, rodeada de rostros en los que poda leer el terror, el hambre y un miedo cerval, sac fuerzas de flaqueza para no sucumbir a la desazn y conservar la dignidad que le permitiera seguir siendo ella misma. Consiguiendo pedazos de papel aqu y de all, Hanna Lvy escribi el Diario de Bergen-Belsen cuando, segn las palabras de su hija Amira Hass la nica periodista israel que reside en Gaza y Cisjordania y que ha prologado la versin castellana del Diario, todava tena la esperanza de que el mundo futuro sera un mundo mejor. Aquella escritura tena sentido como testimonio y memoria para la construccin de un mundo que sera bueno.

Hanna Lvy-Hass

Diario de Bergen-Belsen 1944-1945

Ttulo original: Journal de Bergen-Belsen 1944-1945

Hanna Lvy-Hass, 1961

Traduccin: Malika Embarek Lpez

Traduccin: Mara Cordn Vergara

En memoria de mi madre, de mi padre, de todos mis seres queridos aniquilados por la bestia nazi.

Prlogo

Durante la segunda mitad de los aos ochenta del pasado siglo, Hanna Lvy-Hass sopes la posibilidad de volver y establecerse en su pas natal, Yugoslavia. Por entonces tena ya cerca de setenta y cinco aos y haba dejado atrs unos cuantos viajes sin rumbo fijo, durante los cuatro o cinco aos precedentes, por Europa occidental. Recal un tiempo en Ginebra, Suiza, y otro en Pars, Francia. A los setenta aos haba hecho la maleta, cogido su bastn, que cada da que pasaba se le haca ms necesario, y dejado su apartamento y sus libros en Tel Aviv, Israel. Emprendi un viaje sin destino concreto ni duracin definida. En sus idas y venidas estuvo en Belgrado, en cuya universidad haba estudiado cincuenta aos antes, en la dcada de los treinta. A esa misma ciudad haba regresado en 1945, despus de haber salido con vida de Bergen-Belsen, con la clara intencin de quedarse a vivir en ella.

Aunque haba nacido en Sarajevo, Belgrado se le qued grabada en la memoria como una ciudad ms moderna y por lo tanto ms adecuada para su retorno a finales de los ochenta. A tal fin decidi alquilar una habitacin en cierto piso, dispuesta como estaba a empezar una nueva vida. La casera la observ mientras Hanna miraba por la ventana hacia la calle. Saba que su futura inquilina era juda, y no se le ocurri nada mejor que decirle:

Desde aqu, desde esta ventana, veamos cmo se llevaban a los judos.

Eso le bast a mi madre, no slo para no alquilar una habitacin en aquel piso, sino tambin para comprender que su lugar no estaba en Belgrado.

Resulta un poco extrao: fue necesario que mi madre oyera la observacin tan falta de tacto de aquella mujer, para saber que de muchas ventanas, gentes de Belgrado haban estado mirando cmo reunan a los judos para ser transportados a un destino desconocido durante la ocupacin alemana de la ciudad? Acaso no existen esas mismas ventanas en otras muchas ciudades europeas? Adems de que las fuerzas de ocupacin alemanas y sus colaboradores del lugar concentraban a los judos y se los llevaban sin relacin alguna con las ventanas desde las que eran o no observados.

Pero ese comportamiento era muy propio de la Hanna que yo conoca: ir desde Pars a Belgrado, imaginarse un regreso a Yugoslavia, y echarse atrs por el destello de un comentario carente de tacto. Esa actitud no era sino un reflejo de su falta de sosiego, del trasiego que la caracterizaba aun cuando empez a costarle cada vez ms andar. Se trataba de una necesidad de estar en otro sitio, de cambiar, de irse, de regresar para volverse a marchar; a fin de cuentas, de huir. Y cuando a principios de los aos noventa decidi dejar Francia, donde casi haba conseguido echar races, y volver a Israel, tambin eso fue una especie de huida y de cambio. De nuevo descubri, una vez ms, que segua sintindose una extraa ajena al lugar donde se encontrara.

Habra sido ella siempre as? Es decir, sera as antes de haber sido recluida por su condicin de juda en un campo de concentracin nazi en Alemania, en Bergen-Belsen? Esta constituye una de las preguntas que habra que formularse para poder componer su biografa.

Los retazos biogrficos que yo conozco (y recuerdo) sobre ella parecen indicar, por el contrario, que fue una joven estable y decidida en el camino que eligi tomar. En un tiempo en que las mujeres de su entorno y de su edad elegan, por lo general, la cmoda senda tradicional del matrimonio y la formacin de una familia, mi madre escogi cursar una carrera universitaria como algo completamente natural. Lenguas romnicas (centrndose en las lenguas francesa e italiana) y literatura. Estudi, adems, magisterio y empez un mster en Belgrado, adonde se haba trasladado con su madre y una de sus hermanas a principios de los aos treinta. Pudo estudiar gracias a unas becas estatales, pura bendicin para quien provena de una familia que no era rica y que haba llegado a pasar verdaderos apuros econmicos a finales de los aos veinte. Tambin le concedieron una beca para estudiar unos meses en Pars, en la Sorbona.

Hanna Lvy naci en vsperas de la Primera Guerra Mundial, en Sarajevo, Bosnia: un lugar perdido del Imperio austrohngaro. Un compaero de colegio de su hermano, que era veinte aos mayor que ella, un tal Gavrilo Princip, un activista nacionalista serbio, atent contra la vida del heredero de la corona de Austria, en Sarajevo, el 2.8 de junio de 1914, y un mes despus Austria-Hungra le declar la guerra a Serbia. Nunca habl mucho de aquellos aos de su primera guerra. Al igual que millones de personas, su familia pas hambre, lo que le afect especialmente a ella, que entonces era un bb, cosa que repercutira en su salud en el futuro.

Era la hija menor de unos padres mayores, nacida en una familia de judos sefardes. Tena tres hermanos y cuatro hermanas. El rbol genealgico de la familia, como el de tantas otras familias judas de los pases balcnicos, se extenda hasta Espaa, de donde haban sido expulsados a finales del siglo XV. En casa hablaban ladino, un espaol del siglo XV mezclado con el hebreo antiguo. Las ceremonias religiosas se desarrollaban en ladino. Las canciones en familia se cantaban en ladino. Hanna Anitsa, en boca de los parientes entenda el ladino, pero responda en serbocroata. Gentil, se burlaba de ella su padre, porque no le contestaba en su lengua materna, aquel espaol medieval con fundamentos hebreos.

Ladino, serbocroata, lengua materna. Qu confuso. Porque yo, justamente, siempre haba sabido que lo que ella hablaba era yugoslavo. As es como denominbamos esa lengua, oralmente, para abreviar y por comodidad. Porque al finalizar la guerra, con la derrota germano-austriaca, Bosnia pas a formar parte del reino de Yugoslavia. Una broma muy extendida deca que los judos eran los verdaderos yugoslavos: no eran ni bosnios, ni serbios, ni croatas. Ellos se sentan muy cmodos en la federacin que se haba creado, en aquella mezcla de identidades religiosas y tnicas reunidas bajo un solo gobierno. Quiz se sentan cmodos con aquel potencial supratnico e igualitario que les ofreca la federacin, donde su condicin de judos no era ms que una parte del todo, ni ventaja ni desventaja, en aquel mosaico de mltiples piezas. Esa era, en cualquier caso, la relacin que mi madre guardaba con su patria: ella haba nacido en Bosnia, estudi en Serbia, escriba y lea en letras latinas y cirlicas y tena amigos y amigas de todos los grupos tnicos y religiosos. Se senta una igual entre iguales. Sus hermanos y hermanas se diseminaron por las distintas repblicas. Esa mezcla era de lo ms natural, sobre todo en el movimiento clandestino comunista, del que haba estado muy cerca en su primera juventud. Aquellos fueron unos aos en los que las personas como ella, entre las que se encontraban muchos judos, anduvieron a la bsqueda de todo lo que ayudara a eliminar las fronteras nacionales, tnicas y religiosas. Les una un ideal de igualdad. Las gentes de su entorno acudan a luchar junto a los brigadistas espaoles como la cosa ms natural del mundo. Entre ellos se encontraba un joven judo con el que estaba iniciando una relacin amorosa. Su nombre se me ha borrado de la memoria. Lo nico que recuerdo, por las historias que me contaba, es que era pelirrojo y que cay en Espaa.

Las tensiones y las rivalidades que se dieron en Yugoslavia entre los distintos grupos en los aos veinte y treinta, y su degeneracin en luchas internas bajo la dominacin nazi, que se desarrollaron paralelamente a la resistencia contra esta ocupacin, no son hechos que ocuparan un lugar relevante en los recuerdos que mi madre me transmiti. Es posible que la experiencia por la que pas en Bergen-Belsen y la desaparicin de tantsimos miembros de su familia y amigos nublaran sus otros recuerdos, tanto los personales y los familiares como los de orden general. Es posible tambin que esas hostilidades que precedieron a la Segunda Guerra Mundial fueran menos graves a como hoy suele interpretrselas retrospectivamente a la luz de las guerras civiles que han desintegrado Yugoslavia en las postrimeras del siglo XX. Y puede que, a pesar de las desilusiones polticas ulteriores, ella conservara todava un poso de aquel romanticismo comunista popular que presentaba las hostilidades como un fenmeno maniqueo de malos contra buenos: la monarqua contra el pueblo, los fascistas (los croatas) contra los antinazis, los traidores monrquicos contra los partisanos comunistas. O tal vez toda esa situacin tan complicada y alejada de nosotros no fuera el material adecuado con el que construir los cuentos de mi infancia.

Sea como fuere, a los ojos de mi madre, decididamente, Yugoslavia era su casa: sus canciones, las propias de ella, y sus paisajes, tambin los suyos propios. Su hermano mayor era un conocido activista sionista, mientras que a ella ni se le hubiera ocurrido emigrar a aquella tierra lejana, a Palestina, ni antes de 1940 ni cuando regres de Bergen-Belsen, en el verano de 1945. Tampoco haba pensado en emigrar a otros pases, como s lo pensaron y lo hicieron otros judos, que fueron de los pocos que se salvaron. Una de sus hermanas, por ejemplo, haba emigrado a Estados Unidos. Pero Hanna Lvy quiso quedarse para volver a echar races y ayudar en la reconstruccin de una nueva Yugoslavia. As pues, surge otra de las preguntas que componen su biografa: cmo pudo suceder entonces que, a fin de cuentas, Hanna se encontrara a s misma siendo ciudadana del nuevo Estado de Israel?

Slo cinco aos antes de la liberacin mi madre sali d Belgrado para ensear en Montenegro: como juda en un rgimen monrquico que quera agradar a la ascendente potencia del norte, no le daban trabajo en la metrpoli sino solamente en la periferia. Se despidi de su madre en la estacin de ferrocarriles de Belgrado, y aos despus me cont, por medio de un breve comentario, que saba que aquella era la ltima vez que se veran. Por el silencio que despus siempre acompa a ese recuerdo, concluyo que tuvo que ser uno de los recuerdos ms duros con los que carg durante el resto de su vida. Antes, cuando era una nia, tena la sensacin de que mi madre me contaba muchas cosas de su pasado. Pensaba que lo saba todo sobre ella y su familia. Hoy soy consciente de que los silencios constituan un componente importante y de peso de su biografa, mucho ms que los detalles que me contaba y que ahora recuerdo.

Entonces, en 1941, Hanna Lvy no poda saber que al cabo de un ao se encontrara bajo la ocupacin italiana, relativamente cmoda, mientras que su familia, dispersa entre Belgrado, Sarajevo (donde continuaban viviendo su padre, dos de sus hermanas con sus respectivas familias, y el mayor de sus hermanos, tambin con su familia) y Croacia (donde vivan una hermana y un hermano), iba a experimentar enseguida el rgimen de una ocupacin y una persecucin muchsimo peores. Ese rgimen persecutorio se cerni sobre ella en septiembre de 1943, cuando Italia capitul y los territorios que hasta entonces haba tenido en su poder quedaron bajo dominio alemn. Mi madre estuvo a punto de unirse a los partisanos con los que haba permanecido en contacto desde el comienzo de la ocupacin italiana y a los que haba asistido en una batalla en calidad de enfermera. Pero fracas en sus intentos por convencer a la pequea comunidad juda de la ciudad de Danilovgrad, en la que ejerca la enseanza, para que se unieran a ella en su marcha con los partisanos. Con todo ya recogido y listo para marchar al monte, tres jvenes judos irrumpieron en su cuarto de alquiler para pedirle que se quedara. Estaban convencidos de que los alemanes descubriran enseguida su desaparicin, inferiran que se haba unido a los partisanos y, como represalia, mataran al resto de los miembros de la comunidad, unas treinta personas. A finales de 1943 la gente saba perfectamente que la Alemania nazi asesinaba a judos en cualquier territorio que estuviera bajo su control. Y as fue como Hanna Lvy, una mujer de treinta aos, no pudo rehusar la peticin de los representantes de la pequea comunidad, porque no quera soportar para siempre el cargo de conciencia que le hubiera supuesto la duda de su responsabilidad en la muerte de aquellos judos. En cuanto a su situacin personal, el unirse a los partisanos no tena por objeto salvarse o sobrevivir. Una muerte prxima era mucho ms factible que la posibilidad de sobrevivir. Es decir, que la cuestin era solamente de qu manera iba a morir una juda como ella.

Se qued, pues, congos dems judos de la comunidad, y junto a ellos sera detenida un da del mes de febrero de 1944 e inmediatamente encarcelada en una prisin de la Gestapo en Montenegro, en Cetinje. Tambin all llev un diario. Eso es lo que le cont a Eike Geisel, quien descubri, a finales de los aos setenta, su Diario de Bergen-Belsen que hasta entonces no haba gozado de una difusin oficial fuera del mbito de las editoriales comunistas de Israel y de Europa. Geisel fue quien decidi que haba que darlo a conocer al pblico alemn, y la entrevista que hizo a mi madre se public en Rotbuch Verlag, la editorial alemana de izquierdas con la que tena contacto. Yo, por ejemplo, no recuerdo en absoluto que jams me contara que haba escrito un diario en la crcel de la Gestapo, cosa que segn le dijo a Geisel haba sido mucho ms peligroso que llevar un diario en Bergen-Belsen, porque la crcel era pequea y la vigilancia sobre los presos muy estrecha, en realidad, constante. Por supuesto, ese diario se perdi, aunque no es de extraar en vista de todas las vueltas que despus le hicieron dar a mi madre de un sitio para el otro. Lo que sorprende es la poca importancia que se daba a s misma y a su escritura, y que nunca le hubiera parecido oportuno hablarme de l. Aunque quiz la explicacin no est en que lo infravalorara, sino, una vez ms, en su preferencia por el silencio. Pero por qu? Otra pregunta biogrfica.

Muy poco fue lo que cont, por iniciativa propia, acerca de la crcel. En una ocasin le pregunt si los alemanes los haban torturado, si a ella tambin, all en prisin. Me dijo que no. Quise y quiero creer que as fue. Me cont que por la proximidad de los partisanos, los alemanes no se atrevan a tocar siquiera a los detenidos. Sus familiares incluso podan llegarse a las puertas de la crcel y entregarles paquetes con comida y mandarles saludos. De cualquier modo, los alemanes s mataron a presos all. Mi madre me cont que ajusticiaron a una presa, a la mujer del cabecilla de los partisanos. Los carceleros la arrastraron hasta el patbulo mientras ella se resista, gritaba e imploraba por su vida. Los gritos se hacan insoportables. Una reclusa no lo pudo resistir y, a pesar de las protestas de sus compaeras, ayud a los carceleros a arrastrar a la condenada a muerte. Para poner fin a la tortura psicolgica de todas las dems. Aquello supuso para mi madre que me lo contara muchos aos despus una especie de representacin simblica del colaboracionismo, cuyo mero recuerdo le produca siempre un escalofro de aversin.

En un momento dado, entre junio y julio de 1944, la diligente industria nazi de la muerte separ a los no judos de los judos en aquella crcel de Montenegro. Los primeros permanecieron en ella, mientras que los segundos fueron trasladados en unos trenes de carga hacia un destino, en principio, desconocido, pero que era ms que evidente. Alemania segua cosechando derrotas en los distintos frentes, pero cumpla con celo implacable la misin que se haba fijado: borrar a los judos de la faz de la Tierra. Quienes acataban las rdenes nunca negaron que tuvieran esa misin. A la explanada donde agrupaban a los judos de la zona lleg una amiga de mi madre, una montenegrina que no era juda. Se acerc a los alemanes (le haba contado mi madre a Eike Geisel) y les comunic que deseaba despedirse de la seorita Lvy (Frulein Levi). Ellas haban acordado previamente que mi madre le entregara sus documentos, entre ellos los distintos diplomas y ttulos. Qu es eso?, les grit uno de los soldados alemanes. Unos papeles que necesitar ms adelante y que mientras tanto yo le voy a custodiar, respondi la mujer (de la que, por desgracia, mi madre no mencion el nombre). Crees que vas a volver alguna vez? le grit el soldado a mi madre. Para qu vas a necesitar todo eso?. Aun as, mi madre le entreg los documentos a su amiga mientras l le segua gritando: T no volvers nunca. Qu te importan ya esos papeles?.

Los clculos hechos en los frentes de guerra impidieron, por lo visto, que los alemanes enviaran a aquel reducido grupo de judos por el largo camino que atravesaba Montenegro hasta uno de los campos de concentracin de Polonia. Segn uno de los rumores que lleg a odos de mi madre, los soldados tenan la orden de matar a aquellos judos en Belgrado o en algn punto de la frontera con Yugoslavia. Como eso no fue posible, los enviaron al norte de Alemania, al campo de concentracin de Bergen-Belsen.

En lugar del campo de prisioneros que haba habido en Bergen-Belsen y que no estaba ocupado por completo, en abril de 1943 se estableci un campo de concentracin para judos con el fin de retener en l a los que tuvieran, adems, la nacionalidad britnica o estadounidense, y a los que, en caso de necesidad, pudieran ser intercambiados por alemanes detenidos en Gran Bretaa o en Estados Unidos. El plan de canje se llevaba a cabo en el Departamento jurdico del Ministerio de Exteriores alemn. As fue como ese campo recibi la calificacin de Aufenthaltslager, campo de detencin, de modo que el hecho de llegar all y las condiciones por las que se rega no deban llevar, en principio, a una muerte segura, como por el contrario s suceda en otros campos de concentracin. Pero para 1.700 de los 2.500 judos canjeables que haban llegado al lugar, a mediados de julio de 1943, result que el campo de Bergen-Belsen serva de estacin de trnsito hacia el campo de exterminio de Auschwitz. Se trataba de judos polacos que tenan documentos que acreditaban su ciudadana sudamericana pero a los que las autoridades alemanas responsables decidieron no reconocrselos. Durante la primera mitad de 1944 slo quedaron en Bergen-Belsen 350 judos polacos reconocidos por los alemanes como aptos para ser canjeados.

A mediados de agosto de 1943 lleg a Bergen-Belsen un envo de 441 judos d Salnica: unos eran judos griegos de las ms diversas procedencias y el resto fueron calificados como spanioles, judos sefardes que llevaban muchsimo tiempo viviendo en Grecia pero que conservaban la ciudadana espaola. Precisamente esa ciudadana los salv de seguir la misma suerte que el resto de los judos de la comunidad de Salnica unos 46.000, cuyo destino final casi en su totalidad fueron las cmaras de gas de Auschwitz. Tras las negociaciones que el gobierno de Espaa mantuvo con el Ministerio de Asuntos Exteriores alemn, el afortunado grupo fue enviado, a principios de febrero de 1944, a Espaa, desde donde pasaron a un campo de detencin en el norte de frica para posteriormente, desde all, emigrar a Palestina. Poco tiempo despus de la partida de ese grupo, lleg a Bergen-Belsen otro grupo de judos espaoles y portugueses procedentes de Atenas; a finales de marzo de 1944, tras la ocupacin de la ciudad el ejrcito alemn haba llevado a cabo una amplia redada de judos entre los que fueron detenidos 150 judos espaoles y 19 judos portugueses. A diferencia de los dems judos de Grecia e Italia, a los que entonces se detuvo y se envi de inmediato en vagones a Auschwitz, los que eran ciudadanos de la pennsula Ibrica llegaron a Bergen-Belsen tras un viaje de dos semanas en tren. Se les llev al campamento neutral (el sector del campo destinado a los ciudadanos de los pases neutrales), y all permanecieron hasta el final de la guerra.

Desde principios de 1944 el grupo ms numeroso de los canjeables que lleg al campo estaba compuesto por judos de Holanda (un total de 3.670 personas), de manera que desde enero de 1944 a julio de ese mismo ao creci el nmero de judos canjeables de 379 a 4.100, aunque ya en 1944 la denominacin del campo haba pasado de campo de detencin a campo de concentracin, un eslabn ms en la cadena de aquella fbrica asesina cuyo objetivo consista en aadir ms y ms cifras al rendimiento de la muerte. Los judos canjeables vivan en un ala separada del campo. Al contrario que los campos de exterminio sistemticos, como Auschwitz, en los que se mataba a los internos de una forma organizada, en Bergen-Belsen la muerte se alcanzaba por medio de una superpoblacin del campo, por el hambre, la sed, las enfermedades, las epidemias y la ausencia de las ms elementales condiciones sanitarias y de higiene. El empeoramiento de las condiciones de vida en el campo se inici en la poca en que Hanna Lvy lleg a l, en el verano de 1944. En enero de 1945, con el campo bajo el mando de Joseph Krammer, las condiciones se fueron deteriorando a un ritmo cada vez mayor. En apenas cuatro meses desde enero hasta abril de 1945 murieron en l unas 35.000 personas aproximadamente; slo en el mes de marzo encontraron la muerte 18.168 reclusos. Aproximadamente unas 14.000 personas ms murieron desde el da de la liberacin del campo, el 15 de abril, hasta el 20 de junio.

Los numerossimos cadveres fueron amontonados en pilas por todo el territorio del campo. Unos cuatro das antes de que el ejrcito britnico liberara Bergen-Belsen, las autoridades del campo haban obligado a los reclusos que todava podan tenerse en pie, aunque parecan esqueletos andantes, a que excavaran unas grandes fosas al otro lado de las vallas y que llevaran all los cadveres. A los prisioneros, en grupos de a cuatro, se les oblig a arrastrar los cadveres sobre un pedazo de pao o empleando unas correas de cuero que les ataban a los tobillos y las muecas. Bajo la vigilancia de los SS y con los Kapos (los prisioneros responsables, por lo general delincuentes comunes) molindolos a palos, unos doscientos hombres-esqueleto llevaron a cabo la tarea de dar sepultura a los esqueletos muertos. Los acompaaban dos orquestas formadas por presos tocando incesantemente distintas melodas de baile.

Los britnicos, a los que se les entreg el campo en el marco de un acuerdo de alto el fuego local con el comandante del ejrcito alemn de la zona, no se esperaban en absoluto lo que all se encontraron: un nmero incontable de cadveres amontonados en pilas de diferentes alturas y por todo el terreno, muchos de ellos en estado de putrefaccin. Las acequias de las cloacas repletas de cuerpos sin vida; las literas de los barracones saturadas de esqueletos que todava respiraban junto a otros que ya haban dejado de hacerlo, fosas comunes llenadas con precipitacin, y detrs del campo una fosa abierta medio llena de cadveres. En los barracones, en un espacio destinado a cien personas, haban apretujados entre seiscientos y mil seres hacinados.

Pero mi madre ya no estaba all. De nuevo los caprichos de la fbrica de la muerte: entre el 6 y el 11 de abril unos siete mil judos fueron cargados en tres trenes cuyo destino era Theresienstadt, en Checoslovaquia. En uno de ellos iba mi madre, enferma, como todos, de tifus. Y esto es lo que le cont a Eike Geisel:

Ya no ramos del todo conscientes de lo que suceda, todo resultaba muy confuso. A veces se nos permita bajar de los vagones, y como ni los mismos alemanes saban muy bien qu hacer, los guardias no nos vigilaban tan estrechamente. Bajbamos por el terrapln de la va para recoger hierbas que luego hervamos y nos comamos. Estbamos al lmite de nuestras fuerzas y nuestros cuerpos no eran ms que unos esqueletos.

El tren avanzaba, muchos moran en los vagones y, de vez en cuando, se arrojaba en marcha a los cadveres. En medio de la confusin en la que todo el inundo se mova, a veces, con las escasas fuerzas que les quedaban, se bajaban del tren a buscar las patatas que saban que los campesinos alemanes almacenaban bajo unos montones de tierra. Cuando los menos dbiles excavaban y las encontraban, otros corran y se lanzaban sobre ellas. Entonces los soldados alemanes irrumpan en esa marea humana y los pisoteaban a todos con sus botas al tiempo que golpeaban a quien vieran con una patata. En una de esas paradas que el tren haca, aparecieron unos cuantos prisioneros de guerra yugoslavos que trabajaban en uno de los pueblos. Se pusieron a gritar en yugoslavo: Ima li tu jogoslovena? (Hay ah algn yugoslavo?). No serbios, no bosnios, no croatas, sino yugoslavos. Qu sonido tan maravilloso tena aquella frase tan sencilla. Mi madre y algunos de sus compaeros yugoslavos enseguida respondieron. Pero se dieron cuenta de que sus compatriotas desviaban la mirada, que les daba miedo mirarlos a los ojos. Eran unos esqueletos andantes. Sin mirarlos, pues, se ofrecieron a acompaarlos a recoger unas pocas patatas. Slo mi madre y otra muchacha ms joven se sintieron con fuerza suficiente para recorrer aquel duro camino de dos o tres kilmetros y coger unas patatas para ellas y para los dems.

Ya con un saco de patatas a la espalda mi madre nunca supo de dnde haba sacado las fuerzas para cargarlo descubri, para su sorpresa, que su joven compaera haba desaparecido y que el tren haba partido. La haban dejado all, sola, abandonada a su suerte. Durante mi infancia me gustaba orla contar cmo se haba agazapado detrs de unos arbustos y haba visto a los soldados del glorioso ejrcito alemn huir, como alma que lleva el diablo, del ejrcito rojo que cada vez se encontraba ms cerca. Lo que no s es si eso sucedi aquella misma noche o en una de las que la siguieron.

Aquella noche regres al pueblo, a casa de la mujer que le haba dado el saco de patatas. En el edificio del ayuntamiento haban izado ya la bandera blanca, a pesar de que el ejrcito rojo todava no lo haba ocupado. Mi madre contaba que haba tenido miedo de aquella mujer, aunque lo que en realidad tema era la reaccin que en ella pudiera causar su aspecto, porque ya no tena una apariencia humana: era un esqueleto mugriento infestado de piojos. Pero la mujer le ofreci que se quedara a dormir en su casa. Mi madre, sin embargo, prefera dormir en el establo o en el granero; no saba si aquella mujer tena intenciones de hacerle algo, si la mataran all. Me encontraba completamente aterrorizada, como un animal acorralado. Pero a la maana siguiente llegaron unos soldados del ejrcito rojo y tomaron el pueblo: no tuvieron que luchar, porque nadie en el pueblo efectu un solo disparo ni opuso resistencia alguna. Mi madre los oy hablar en ruso y corri hacia ellos asaltada por una alegra sin lmites. Ellos empezaron a gritarle que se alejara, porque no se figuraron que era de los pocos del pueblo que se sentan liberados y no ocupados, pero incluso aquellos gritos de rechazo le sonaron a mi madre como msica celestial.

Esto sucedi antes de la rendicin oficial de Alemania, el 8 de mayo. Hanna Lvy anduvo vagando de un lugar a otro durante varias semanas por unos caminos que estaban atestados de gente como ella, de todas las etnias y religiones, prisioneros liberados de toda clase a quienes les una un nico deseo: volver a casa. A Rusia, a Italia, a Grecia, a Bulgaria, a Checoslovaquia, a Polonia, a Yugoslavia. Unos a pie, otros en carro. Pero sobre todo a pie. En una ocasin se encontr con un grupo de italianos que haban estado en campos de trabajo alemanes, e hizo un buen trecho del camino con ellos. Mi madre se senta protegida en su compaa y ellos, que no conocan ninguna lengua extranjera, hallaron en ella a una intrprete del alemn al italiano. Conseguan alimento, un lugar donde dormir en los pueblos y vestimenta. Mi madre nunca ahorr palabras para describir lo bien que lo haba pasado en su compaa. Comunistas, obreros, buena gente los describi en sus conversaciones con Geisel a finales de los aos setenta. Poco a poco fui recuperando el aspecto de una persona. Y todo gracias a la alimentacin, a las duchas, al reposo, a la libertad. Fue por esos das cuando mi madre empez a recomponer los jirones en los que se haba convertido su vida, y el objetivo pareca completamente factible gracias a la gran fe que se apoder de todos tras la barbarie, ahora que le llegaba el turno a una nueva civilizacin. Un elemento importante de esa nueva civilizacin, cuyos componentes y lmites seguan estando poco definidos, fue la formacin de una identidad supranacional y suprarreligiosa. Una identidad basada en el denominador comn de las ideologas igualitarias y en el rechazo de todo lo que conllevara cualquier tipo de jerarquizacin o discriminacin, ya fueran estas econmicas, nacionales o religiosas. Fue por eso por lo que la compaa de aquellos italianos le result tan natural y agradable a mi madre, y por eso mismo se le grab en la memoria.

Recorrieron a pie todo el camino hasta Dresde, donde hicieron un alto de unos das y despus robaron un tren: porque eso es lo que les aconsejaron que deban hacer cuando preguntaron cmo se las iban a arreglar para salir de la ciudad en ruinas, cmo iban a conseguir alejarse de los alemanes que ahora haban adoptado el papel de vctimas; unas vctimas que seguan reivindicando su identidad nacional sin ni tan siquiera preguntarse por lo que haban hecho o lo que haban sabido que otros hacan, cosa que haba golpeado duramente a mi madre y que la haba alejado de ellos. Robad un tren les deca la gente, esa es la nica manera de poder llegar a casa. Y eso hicieron: encontraron un vagn, buscaron una locomotora que estuviera orientada hacia la frontera, la engancharon al vagn y partieron.

No recuerdo que mi madre me contara lo del robo del tren durante mi infancia. De eso me enter por la entrevista que le hizo Geisel. Lo que s es cierto es que se trata de la tpica historia que a ella le gustaba contarme y a m escuchar cuando yo era nia, una clase de ancdota poco propicia a los silencios. Una historia traviesa que despertaba una sonrisa, que invitaba a preguntar por todos los detalles, muy al estilo, justamente, de las pelculas italianas. Y eso que yo siempre haba credo que sus muchos silencios hablaban solamente de los pensamientos y los detalles insufribles de relatar y de llegar a comprender.

Como el modo en que se haban llevado a su madre y a su hermana de la casa de Belgrado. Al respecto slo dej escapar unas pocas palabras en una ocasin, cuando regres a Belgrado y oy contar a los vecinos cmo unos policas nazis o unos fascistas croatas ya no lo recuerdo bien las haban arrastrado de la casa. En esa ocasin mi madre me dijo con toda claridad, a la nia que yo era, que no estaba dispuesta a repetir lo que le haban contado. Es decir, que esa vez se trat de una declaracin consciente de su intencin de mantenerse en silencio. Segn la informacin que le haba llegado las dos fueron asesinadas en Auschwitz. Pero no hace mucho me dijeron que no murieron en Auschwitz, sino en suelo yugoslavo, en un camin con el escape adentro: en la primavera de 1942, los judos sobre todo mujeres y nios que haban estado retenidos en un campo de detencin en los alrededores de Belgrado (a los hombres judos ya los haban asesinado de una u otra forma) fueron cargados en unos camiones; a los nios se les repartieron caramelos y a los adultos les dijeron que iban a ser transportados a un lugar nuevo en el que ya no sufriran ni hambre ni fro. A continuacin cerraron las compuertas, introdujeron el tubo de escape en el camin, y arrancaron en direccin a las fosas que haban cavado con anterioridad, adonde llegaron llevando un montn de cadveres de personas asfixiadas.

Mi madre call tambin sobre el final que tuvieron el resto de los miembros de su familia: su padre y otra hermana en Sarajevo (con el marido y el hijo de esta) y otro hermano que viva en Zagreb. El padre muri de inanicin, mientras permaneca oculto en Sarajevo. La hermana y su familia fueron apresados y enviados a uno de los centros de aquella fbrica de la muerte. El hermano, que ejerca de abogado en Zagreb, y era activista en uno de los grupos de la resistencia juda, fue descubierto y fusilado a principios de 1941.

Con vida quedaron su hermano mayor, a quien los italianos apresaron con toda su familia y llevaron a un campo de detencin en Italia, lo que en definitiva los salv; una hermana que estaba casada con un catlico croata en Sarajevo y que, llegado el da, me contara lo que saba del final del resto de la familia, y la hermana que haba emigrado a Estados Unidos. La noticia nunca contada de cmo su madre y su hermana haban sido apresadas explica, quizs, el hecho de que mi madre no insistiera en que le devolvieran la casa que haba sido propiedad de ellas. Con la ley en la mano tena el derecho de hacer salir de la casa a los inquilinos que la haban ocupado cuando qued vaca durante la guerra. Pero ella renunci ahuchar por aquella casa cuyas paredes seguan siendo unos silenciosos testigos. Las propiedades materiales no ocupaban un lugar relevante en la tarea que se haba impuesto de recomponer los pedazos rotos de su existencia. El trabajo, sin embargo, s. Tena la esperanza de poder volver a la enseanza, pero se requiri su colaboracin a fin de que trabajara para el gobierno de la nueva Yugoslavia: deba inspeccionar los programas radiofnicos de Belgrado en francs y traducir, tambin a esa lengua, la propaganda oficial de la Oficina de Informacin nacional. Se trataba de un cargo que le aseguraba un sueldo, estabilidad y cierto estatus social.

Tres aos aguant con esa estabilidad laboral y la consiguiente seguridad econmica. Y despus, en contra de todas las expectativas que ella misma se haba fijado, en contra de todos sus planes, a finales de 1948 decidi emigrar a Israel, aproximadamente medio ao despus de la proclamacin de la independencia. Y eso por qu? La explicacin que ha ido tomando cuerpo con los aos, despus de haber acompaado a mi madre como nia, como adolescente y ya como adulta con la presencia constante de esa pregunta, es la siguiente:

Durante esos tres aos en la Belgrado liberada, mi madre descubri que la recomposicin de los pedazos rotos no slo le iba a resultar mucho ms difcil de lo que haba credo, sino que iba a resultar imposible. Si bien es cierto que la guerra y la lucha contra el ocupante nazi se haban cobrado un altsimo precio entre todos los yugoslavos, y ya a primera vista poda uno darse cuenta de que todos intentaban recomponer sus vidas de una manera muy similar, mi madre sospech enseguida que, a pesar de todo, haba una gran diferencia entre la suerte que haban corrido los judos y los no judos (excepto los gitanos, que tambin fueron exterminados). La comunidad entera haba sido borrada, familias completas exterminadas, y una cultura de siglos, convertida en humo. Y todo ello con una intencionalidad evidente. Los nazis tenan destinado a los pueblos eslavos un lugar inferior, de esclavitud, en el racista mundo nuevo que propugnaban, pero no actuaron para llevar a cabo con ellos un exterminio sistemtico. Los distintos mtodos de matar de los alemanes haban sido planeados haciendo una clara diferenciacin entre los distintos pueblos. Y as haba sido como la diferenciacin nacional y tnica haba impuesto su presencia en el pensamiento de mi madre mientras que la concepcin del mundo que ella defenda estaba por encima de las nacionalidades.

Aqu y all, entre las antiguas compaeras del colegio y sus familias, con las que se encontr en cuanto regres a Belgrado, descubri cierta desconfianza o impaciencia con lo que ella, en tanto juda, haba vivido. Tampoco sobre eso hablaba demasiado, slo de vez en cuando pronunciaba alguna que otra frase suelta al respecto, como si estuviera haciendo un boceto. Mecanografi el diario de Bergen-Belsen, que haba escrito en un cuadernito, y lo reparti entre sus conocidos, para enseguida descubrir que ni les interesaba ni les causaba impresin alguna. Lo nico que hicieron fue aconsejarle que mirara hacia delante, hacia el futuro y que no se dejara arrastrar por el pasado. Lo que suceda era que con el ensalzamiento de la figura del partisano en la Yugoslavia que sigui a su liberacin, quien no hubiera luchado sino que tan slo se hubiera limitado a estar prisionero, no mereca atencin especial alguna.

No solamente en Yugoslavia sino tambin en otras sociedades europeas sometidas durante aos al gobierno nazi, creci una generacin que haba interiorizado una parte de la ideologa nazi antisemita. Eso no tardaron en descubrirlo los judos que regresaron. Una joven funcionara ya no recuerdo si fue en una oficina del registro civil adonde haba acudido mi madre al volver a Belgrado o en otra oficina le dijo con verdadera sorpresa: Pero si usted es una husped en Yugoslavia (es decir, qu est usted haciendo aqu? Usted no pertenece a esta sociedad, usted se encuentra aqu temporalmente). Si se hubiera tratado de un comentario aislado, banal, supongo que no hubiera herido a mi madre tal y como lo hizo. Lo que sucedi es que poco a poco fue descubriendo que se hallaba ante un vaco enorme, ante un abismo compuesto no slo por su duelo personal y colectivo, sino tambin por la negativa de la poblacin a reconocer la singularidad de la destruccin del judasmo en Europa.

Y esa es la respuesta a las dos preguntas biogrficas que he planteado antes: la dolorosa tensin existente entre sus sentimientos y vivencias como yugoslava, juda y comunista (es decir, como alguien para quien cualquier lucha por la libertad era sentida como algo muy cercano y principal) y la falta del reconocimiento poltico y sentimental de su duelo personal y del de su pueblo, fue lo que sembr en ella un estado de intranquilidad que se manifestara primero mediante el hecho de emigrar a Israel y despus por medio de las intermitentes huidas (como ella misma las llamaba) de Israel en distintas pocas.

Desde el punto de vista poltico, en Yugoslavia la tensin se manifestaba y se mezclaba tambin con la lucha que libraban las fuerzas de Tito y las de Stalin: la Unin Sovitica apoyaba la creacin de un Estado judo. Yugoslavia no. El ministro de Asuntos Exteriores sovitico, Andrej Gromyko, pronunci en la sede de las Naciones Unidas un discurso que podra calificarse casi de sionista a favor de la fundacin del Estado de Israel, vinculndolo de inmediato al Holocausto. Se trat de un discurso liberador para muchos comunistas judos. Con l pretenda neutralizar la contradiccin que se daba en el entorno comunista (en el Este de Europa y en los partidos comunistas en Occidente): la contradiccin entre la experiencia de los judos como tales y la disciplina ideolgica que los obligaba minimizar el significado histrico de esa experiencia. La contradiccin entre el anlisis que se haca de Israel considerndolo como parte de un proyecto imperialista anlisis que Hanna Lvy oy de boca de amigos y conocidos suyos de Belgrado, y que en lo fundamental incluso ella apoyaba y entre la comprensin de que Israel se haba convertido en refugio y lugar de rehabilitacin de los judos que Europa haba expulsado tan brutalmente.

En Israel descubrira que tampoco all se borraban la destruccin y el duelo, que resultaba muy difcil hacerlos desaparecer. Que no quedaban pedazos con los que recomponer nada, y que su ausencia se notaba continuamente en aquella nueva vida. Tambin en Israel se encontr con que la trataban con distancia y alienacin: porque durante los primeros aos del Estado, al ethos sionista del nuevo judo no le gustaba el judo diasprico que, supuestamente, haba ido como oveja al matadero. Adems, la postura oficial presentaba la fundacin del Estado de Israel como un resurgimiento ante el Holocausto, lo que contradeca y acallaba el sentimiento personal de los supervivientes de que el Holocausto ni haba terminado ni poda enmendarse. Durante los primeros aos se dira que la actividad del Partido Comunista israel, al cual mi madre se adhiri en cuanto puso los pies en la costa de Haifa el 31 de diciembre de 1948, resolvera todas aquellas contradicciones. El celo por seguir una doctrina casi mesinica, la fe en que la revolucin socialista no tardara en consolidarse definitivamente, su frentica actividad en pos de esa consolidacin (mi madre escriba para el partido, traduca, reparta peridicos y octavillas, participaba en las manifestaciones y en las asambleas), todo eso consigui aliviar el doloroso estado de duelo de la realidad en la que viva y llenar el vaco que llevaba en su corazn. Pero no se trat de una eleccin pragmtica ni consciente, o de una eleccin por motivos teraputicos. Su actividad orientada en pos de un futuro que cobrara sentido al basarse en unas relaciones justas entre los hombres, compensaba la constante sensacin de la falta de sentido de la existencia que haba nacido del enorme sufrimiento personal y colectivo, de la muerte que se haba impuesto y de las aleatorias posibilidades de supervivencia por las que ella y otras tantas personas haban pasado. En el caso de mi madre su actividad en el Partido Comunista representaba la eleccin de una vida disidente, la oposicin constante al gobierno y a los elementos nacionalistas en el poder. De modo que aquella no fue una eleccin fcil, ni desde el punto de vista social ni desde el econmico. Ejemplo de ello es que a causa de su militancia en el Partido Comunista, mi madre no consigui trabajar como maestra en el Israel de los aos cincuenta.

La disidencia (y los sacrificios personales que esta exiga) as como la creencia mesinica de que era posible un futuro diferente, fueron quiz los dos factores que mantuvieron en ella la creencia de la naturaleza sublime del socialismo sobre la Tierra. Qu tonta fui, me dijo en ms de una ocasin hacia el final de su vida, cuando hablbamos del Partido Comunista y de la Unin Sovitica. A veces deca Qu tontos fuimos, refirindose a ella y a los compaeros de partido. Pero nunca buscaba atenuantes. No estoy muy segura me dijo dos o tres aos antes de morir de poderme autodefinir como comunista (haca tiempo que comunista no era slo quien perteneciera al partido y ella no militaba en l desde principios de los aos setenta). Segn lo interpreto yo hoy, mi madre se refera a la rigidez casi de devocin religiosa de esa ideologa, a la ausencia del elemento de la duda, a la fe mesinica de alcanzar un buen final, a la actitud de disfrazar esa fe mesinica de ciencia exacta, al miedo a contradecir las palabras de los dirigentes y, sobre todo, a la obsesin por ocultar lo que suceda en los pases socialistas. Pero eso no hizo de ella una persona cnica o desesperanzada. El 1 de mayo, por ejemplo, sigui siendo un da de mxima importancia para ella hasta el da de su muerte. Cuarenta das antes de morir, cuando la fui a visitar el 1 de mayo de 2000 y ya le costaba respirar, me inclin para darle un beso y ella, alzando la mirada hacia m y embargada por la emocin me dijo: Sabes qu da es hoy? Es 1 de mayo. A pesar de todo, hasta el final, ese da representaba muchas cosas para ella: la pertenencia a un grupo transnacional, una pertenencia que traspasaba tiempos y fronteras, y la veneracin y profundo respeto por todos aquellos que luchaban por las cosas evidentes, por las que en un pasado no fueron evidentes y por las que todava no lo eran.

Desde los primeros aos setenta sustituy su activismo en el Partido Comunista por su adhesin al movimiento feminista que por aquel entonces daba sus primeros pasos en Israel. La temprana atraccin de mi madre por el feminismo socialista y su protesta ante la supremaca machista existente tambin en la izquierda, le proporcionaron unas buenas herramientas para empezar a interrogarse sobre los regmenes llamados socialistas. Descubr cun fuerte la haba hecho el pensamiento feminista durante su ltima semana de vida, que tuvo que pasar en el hospital por prescripcin facultativa. Los mdicos buscaban todo tipo de explicaciones para su estado de agotamiento, las hemorragias internas, las dificultades que tena para respirar y para conciliar el sueo por las noches, los interminables suspiros y lo mucho que hablaba de s misma. Yo, por mi parte, me mantena vigilante para que los mdicos no le aplicaran ninguna terapia invasiva. Saba que ella era contraria a cualquier prolongacin artificial de la vida y que tena decidido morir cuando le tocara. (Al mdico que le estaba buscando una vena para extraerle sangre y hacerle unos anlisis le dijo: Tiene sentido todo este abracadabra para mantenerme un poco ms con vida?). Cuando se cansaba de estar acostada yo la ayudaba a sentarse en la cama. Los pies apenas le llegaban a las zapatillas. Al otro lado de las mamparas oa las voces de las dems mujeres de la habitacin, que hablaban de los guisos que les preparaban a los nietos, de otras banalidades por el estilo y del ltimo ataque suicida palestino (del que yo no le haba querido decir nada). Y entonces, de repente, uno o dos das despus de que se le manifestaran los primeros indicios de confusin mental a causa de la falta de oxgeno, empez a sermonearme (con los ojos cerrados, como tena por costumbre, para concentrarse mejor) sobre las excelencias, los xitos y la importancia del movimiento feminista. Me dijo que se poda considerar el siglo XX como un siglo de cambios gracias al feminismo y a los vuelcos que este haba introducido en los modelos sociales.

La actividad en el movimiento feminista internacional le permiti sentirse como en casa, aunque fuera por un breve lapso de tiempo, en otros campos en los que quiso experimentar. A fines de 1982, con casi setenta aos, hizo las maletas, cogi unos cuantos libros y el bastn y parti de viaje por Europa. La fecha no es casual, aunque no puedo estar segura de que fuera consciente de ello de inmediato: fue al poco tiempo de las matanzas en los campos de refugiados palestinos de Sabra y de Shatila en Lbano, en septiembre de 1982. Aunque fueron las falanges cristianas libanesas las que perpetraron la matanza, lo hicieron bajo la vigilancia, la inspiracin y la connivencia del ejrcito israel, que el 5 de junio de 1982 haba declarado la guerra a los palestinos de Lbano. Todas las manifestaciones contra la guerra en las que particip, todas las entrevistas que concedi, todos los panfletos que reparti como superviviente del Holocausto, en los que peda que se dejara de especular con el Holocausto (el gobierno de Israel comparaba entonces a Yasser Arafat con Hitler para justificar la guerra que libraba en el Lbano), todo eso no hizo ms que acentuar su sensacin de impotencia ante el aprovechamiento que se haca de ella para ejercer la represin sobre otro pueblo.

Un ao o dos antes de su muerte y unos cuantos despus de la cruel guerra civil que descompuso su querida Yugoslavia, mi madre me resumi su vida: Todos mis mundos se han venido abajo. Hablaba con frases telegrficas que una vez recompuestas suponan un corte muy ilustrativo de lo que haba sido el siglo XX y no slo su vida: la comunidad juda, el socialismo, Yugoslavia e Israel. Es decir, la existencia juda en la Dispora, su vida como miembro de la minora juda (y sefard) en Europa, algo que a ella siempre le haba parecido de lo ms natural y que el nuevo orden mundial del Tercer Reich haba destruido por completo. Y es que ella haba credo que el proceso histrico, la voluntad de las personas y la actividad consciente de estas conduciran a un sistema social justo, al verdadero socialismo. Esta creencia con todo su significado se derrumb incluso antes de la cada de la Unin Sovitica. La descomposicin de Yugoslavia y la cruel guerra que all se libr conmocionaron de tal forma el pensamiento racionalista y humanista de Hanna Lvy, superviviente de Bergen-Belsen, que incluso se sinti incapaz de seguir escuchando las canciones del folclore de los Balcanes. Por eso se neg a ser entrevistada acerca de la Sarajevo de su infancia. Adems estaba Israel, que haba convertido en su casa desde 1948 a pesar de no ser sionista, y que materializaba todas las advertencias que haba odo sobre el Estado judo cuando todava viva en Yugoslavia antes de decidirse a inmigrar: que se trataba de un pas colonialista.

Hanna Lvy nunca dio forma por escrito a este resumen telegrfico de su vida. Envolvi los ltimos cuarenta aos de su existencia en el silencio a pesar de sus innegables dotes para la expresin escrita. Todos mis intentos y los de una joven amiga suya, que haba adoptado a mi madre como gua espiritual y que intent hacerla hablar y grabar sus recuerdos para componer una biografa ordenada, acabaron en un absoluto fracaso.

Escribi el Diario de Bergen-Belsen cuando todava tena la esperanza de que el mundo futuro sera un mundo mejor. Aquella escritura tena sentido como testimonio y memoria para la construccin de un mundo que sera bueno. El silencio posterior supuso el continuo reconocimiento de que ese mundo futuro no era un mundo nuevo.

AMIRA HASS

Los datos sobre Bergen-Belsen han sido extrados del libro: Eberhard Kolb, Bergen-Belsen: Vom Aufenthaltslager zum Konzentrationslager (1943-1945), GttingenSammlung Vandenhoeck, 1985. (N. de la A.)

Diario de Bergen-Belsen 1944-1945

I

BB. 16.8.44. Me siento inerte por dentro, cada da ms aptica hacia el mundo exterior, menos preparada para la vida tal como se presenta en la actualidad. Si nuestro objetivo y nuestras perspectivas no se cumplen, si las nuevas relaciones sociales no logran modificar de modo sensible la naturaleza humana me convertir sin remedio en una criatura torpe, intil, maldita, fracasada.

Hasta ahora, he intentado con frecuencia, incluso sin tregua, buscar las causas de mi desgracia en m, en mi ser, mi naturaleza, mi origen. Siempre me he esforzado en comprender la fatalidad del destino humano, de la suerte de cada individuo; en explicarlos a la luz del atavismo, la herencia, la educacin, la infancia y otros muchos factores psicolgicos. Y del mismo modo, he intentado comprender y explicarme mi vida. Es, sin duda, un mtodo justo.

Pero de un tiempo a esta parte, me parece cada vez ms evidente que no debemos buscar la culpa slo en uno mismo y en la existencia personal, sino que, en gran medida, est oculta en el mundo que nos rodea. Hoy me doy cuenta de que los innumerables das aciagos, las ideas negras y las situaciones tan penosas sufridas en mi existencia tenan generalmente como causa inmediata los acontecimientos exteriores, lo absurdo de la estructura social actual y la naturaleza del hombre de nuestros das.

Esta evidencia ha pasado a ser de una claridad deslumbrante aqu, en este campo, ante la atroz sumisin comn que nos une. Tambin he aprendido a asociar estrechamente mi destino individual a la cuestin general de la que depende el desenlace de la actual situacin social e internacional. He aprendido a vislumbrar la solucin de mi problema personal en el marco de la solucin de los problemas a escala mundial. Por eso he decidido dejar de ser vctima de mis convicciones anteriores, liberarme de las garras de un fatalismo individual que me arrastraba a una desgracia inminente, anunciada, inevitable, eterna, inexorable. Debo reconocer, no obstante, que mi infortunio personal procede en cierta medida de ese tipo de factores; pero no es una categora definitiva y estable, ya que DEBER variar no tiene ms remedio que hacerlo en el marco general de la evolucin social y mundial hoy en curso.

BB. 19.8.44. Aqu se hacina gente de diversas capas sociales, pero predomina el tipo pequeoburgus. Tambin se da el capitalista tpico, un tanto decadente. En general, todos manifiestan un comportamiento mezquino, egosta y poco generoso. De ah los interminables roces y conflictos. Y, para colmo, no falta algn que otro religioso intransigente.

La atmsfera es irrespirable. El hecho de que hayamos sido deportados aqu desde los rincones ms diversos del mundo, y que se oigan ms de veinticinco lenguas, no sera lo peor, si al menos estuviramos unidos por una clara conciencia comn. Pero no es as. Esta masa humana es heterognea. Est hacinada a la fuerza en este exiguo espacio de tierra hmeda y polvorienta, obligada a vivir en las ms humillantes condiciones y a soportar las ms brutales privaciones, de modo que todas las pasiones y debilidades humanas se han desatado y revisten en ocasiones formas salvajes.

Qu vergenza! Qu triste espectculo! Unos seres unidos por una miseria comn que no se toleran y a cuya desventura objetiva hay que aadir su falta de conciencia social, su ceguera mental y las incurables enfermedades del alma en soledad. Algunos instintos egostas han hallado aqu el terreno ideal para echar races hasta lo grotesco. Sera un error generalizar estos problemas. Pero los nobles valores individuales que se adivinan en algunos, su honestidad moral e intelectual, permanecen ocultos, impotentes.

BB. 20.8.44. Me siento enormemente cansada y como ajena a todo lo que me rodea. Mi alma gime. Dnde se ha escondido la belleza? Y la verdad? Y el amor? Cmo sufro ante la idea de lo que ha sido mi vida!

BB. 22.8.44. Un espacio tan limitado, y las posibilidades an ms limitadas de mantener la limpieza, bastan para hartar a cualquiera. Los das en que llueve, esto se convierte en un cenagal, lo que aumenta la suciedad y los parsitos. Y todo ello acompaado de interminables broncas, alimentadas sistemticamente por el enemigo comn, el nazi. No ha pasado ni un mes y ya se vislumbran, con este humor sombro, desgracias sin fin.

Habra que volver all arriba, a las montaas[1], con ellos. Est claro. No hay duda de que tambin all acabara uno por or notas falsas, leves discordancias, ligeras incoherencias en unos, falta de firmeza y de principios en otros y quiz sera ms doloroso, ms amargo, pero al menos uno sentira que es un ser humano, libre para pensar, hablar y actuar. Y estara rodeado de seres humanos, de hombres de verdad que hablan de cosas humanas, de esos hombres que, en definitiva, son los nicos que hoy merecen estima y cuyas palabras y obras tienen peso. Slo all arriba podra saber cul es mi razn de ser, mi justo valor y lo que soy capaz de dar o no dar.

Slo all el sufrimiento tiene sentido. Slo all los defectos son ms visibles y fciles de corregir. Slo all el hombre aprende a conocerse y a entregarse. Y aunque tambin all se me impondra la evidencia de que soy un ser fracasado sera para bien. Todo estara ms claro: bastara caer como un fruto que, cuando se le ha pasado el tiempo, se descompone por s mismo. Por qu no? As son las cosas. Pero intuyo que una vez all no estara abocada a una ruina total.

Puede ser ese dilema, que me ronda desde hace mucho tiempo, el que me ha conducido hasta aqu, hasta este campo maldito. Por otra parte, gracias a ello, he comprendido muchas cosas sobre m y sobre los otros. Y hoy puedo afirmar con precisin que, si no del todo, al menos en cierta medida, me siento mucho ms hecha para estar all, con ellos, que aqu. Esta evolucin ha tenido, pues, una ventaja nada despreciable: me he reafirmado en mis convicciones, he conocido mejor al enemigo y he aprendido ms profundamente lo que debo combatir en el futuro. El conocimiento adquirido ha merecido la pena.

BB. 23.8.44. Pero no es del todo cierto. Ese conocimiento ya exista antes en mi conciencia, vivo y total. Y no era necesario haber cumplido treinta aos para ser ms firme a costa de sufrimientos tan denigrantes porque muchos han resuelto esta cuestin crucial ms rpidamente y de un modo ms positivo. Eso es lo que est mal, lo que subyace en ese descontento de m misma y lo que, con toda lgica, me desespera.

Esa lucha entre dos mundos, que se libra en m y en muchos otros que se me parecen, se prolongar eternamente y nos mortificar durante toda nuestra existencia? O hay alguna esperanza de que finalice, y lo haga de un modo positivo? Da la impresin de que se trata de algo inevitable, de un fenmeno natural en aquellos cuya vida ha transcurrido en las mismas circunstancias objetivas que la ma, de un fenmeno que probablemente seguir reproducindose en nosotros en un futuro, al comienzo de la nueva vida, como se observa al leer a P. Romanov, Gorki o Gladkov[2]: esas manifestaciones externas de conflictos ntimos y de sufrimientos morales que consumen, y esa lucha que se impone como nica realidad capaz de acabar con todas esas expresiones enfermizas del hombre en evolucin La lucha, slo la lucha.

Si hago estas reflexiones no es para justificarme. No hay justificacin posible para unas faltas de las que tenemos plena conciencia, ni del abandono de unas obligaciones que tambin somos los primeros en condenar.

BB. 24.8.44. Me invade un cansancio extremo y un desinters total. Se puede aadir algo ms? Un mundo en descomposicin Lo sustituir un mundo nuevo, ms sano. La idea de la vida nueva, de la claridad y la verdad triunfantes hace que me estremezca de alegra. Cuntas cosas se aclararn y quedarn al descubierto para siempre, en los libros, en la accin, en la vida Todo ser infinitamente ms sencillo, justo y claro, y no habr lugar para ese tipo de dilemas.

BB. 26.8.44. Hay algo que me desconcierta profundamente, y es ver que los hombres son mucho ms dbiles, menos resistentes que las mujeres. Fsica e incluso, en muchos casos, moralmente. No saben dominarse y con frecuencia manifiestan una penosa falta de valor. En sus caras y gestos, el hambre provoca expresiones mucho ms alarmantes que en los de las mujeres.

Muchos de ellos no saben, no quieren o son orgnicamente incapaces de controlar su estmago. Lo mismo pasa con la sed o el cansancio, con sus reacciones fsicas a las privaciones ms bsicas. Carecen de fuerza para adaptarse con dignidad. Algunos tienen un aspecto tan lamentable que su desdicha es an ms penosa para el que los observa. En otros, su falta de disciplina es tal que raya con la maldad, con la avaricia no disimulada, con una deslealtad absoluta hacia sus semejantes, en medio de los mayores sufrimientos y desgracias comunes.

Ser as todo el gnero masculino? No es posible. Cmo va a serlo Y esos hombres que se muestran fuertes ante todo tipo de pruebas, que saben sufrir y callar con dignidad en la lucha, calmar y doblegar sus instintos porque les guan unos mviles mucho ms elevados y humanos que el estmago y otras necesidades puramente fsicas? Ni que decir tiene que el espectculo al que ahora asisto no es sino una prolongacin natural del pasado de sus protagonistas. En la mayora de los casos, el nico problema son sus cuerpos, demasiado acostumbrados a satisfacer sin restricciones sus ms bajos instintos, a mimar y llenar sus estmagos.

Durante mucho tiempo y constantemente, los placeres personales y la comodidad han centrado la existencia de esa gente, de suerte que las privaciones son para ellos algo inaudito y trgico, y la renuncia, inconcebible. Para ellos, la autodisciplina es una de las novedades ms desagradables, no logran asimilarla y su necesidad slo es evidente cuando se trata del prjimo. Despertar la conciencia en semejantes individuos es un trabajo difcil, muy difcil, casi irrealizable. Desde este punto de vista, son seres irresponsables. De ah otra consecuencia, mucho ms enojosa: pocos, muy pocos saben mantenerse dignos frente al enemigo, sin cobarda.

BB. 28.8.44. Tengo a mi cargo los nios. En nuestro barracn hay ciento diez de edades diferentes, desde pequeos de tres aos a chicos y chicas de catorce y quince. Trabajar sin libros no es nada fcil. Me veo obligada a escribir a mano diferentes textos en pedazos de papel, decenas y decenas de ellos, tanto para los ms pequeos, que apenas saben leer y escribir, como para los que estn ms avanzados. Los nios se procuran el papel y los lpices como pueden, vendiendo sus raciones de pan, haciendo todo tipo de cambalaches e incluso quitndoselos unos a otros.

A falta de libros, recurrimos con frecuencia a la enseanza oral, lo que exige una especial atencin por parte de los alumnos. Adems, las clases se ven a menudo interrumpidas por los recuentos, las alertas o la visita de alguna comisin que nos recuerda las que nosotros hacamos a los zoos. Siempre hay una fuerza mayor que perturba el trabajo de la escuela. En ocasiones es el barullo y escndalo que reinan al lado de la clase cuando se recluta a los obreros, cuando la gente se pelea y ajetrea porque se va a repartir la sopa o por cualquier otro motivo.

Los nios estn salvajes, desmadrados, hambrientos. Notan que su vida ha dado un giro extrao y anormal, y reaccionan de un modo instintivo y violento. En medio de la calamidad, en una atmsfera general de desconfianza y terror, adquieren rpidamente malas costumbres. Slo una pequea minora da muestra de cierto inters por los estudios, a los dems les traen sin cuidado. Y, como no ignoran que los alemanes han prohibido que se dispense en el campo una autntica enseanza y que si verdaderamente queremos ensearles algo hay que hacerlo a escondidas, se saltan las clases impunemente.

Pero reprocharles ese comportamiento es impensable. Sera hasta ridculo. Cualquier esfuerzo educativo est abocado al fracaso. Los adultos se irritan, les molestan las travesuras de los nios. A veces no dudan en llamarlos criminales o delincuentes. Exigen que se tome con ellos medidas ms severas, castigos ejemplares, que se les deje sin pan o se les azote. Slo para poder estar tranquilos! Y cuando me niego, descargan su ira contra semejante escuela y semejante enseanza. Como si fuera posible hablar de enseanza y como si se pudiera obligar a los nios a ser educados y amables en un medio funesto en el que los nervios siempre estn a flor de piel, los mayores se pegan, se insultan, se roban unos a otros, se muelen a palos sin contemplaciones ni vergenza, en un medio en el que todo est adulterado y mancillado.

Los hombres han olvidado que ms que cualquier sermn, que cualquier consejo o castigo, el buen ejemplo es con mucho lo ms importante y eficaz. Adems, no dejaban las escuelas y la enseanza mucho que desear all, en nuestra patria eslava, en circunstancias normales o casi normales? Cuntas cosas absurdas, fuera de lugar y mal adaptadas a las necesidades del pueblo, y al espritu de los tiempos, tenamos que ensear! Cuntas veces nuestro trabajo en la escuela nos pareca carente de sentido y de resultados debido al medio y a la orientacin reaccionaria del programa! Apenas conseguamos modificar algunos detalles El fondo permaneca intacto. Aspirar aqu, en un campo de concentracin, a una educacin ideal es, pues, mucho ms absurdo.

Hacemos lo que podemos. Con frecuencia, la bondad natural del carcter de los nios triunfa y somos testigos de resultados sorprendentes. Tienen tal energa que se puede obtener de ellos mucho ms de lo que nos creemos.

Es grotesco echar pestes por unos males de los que ellos no tienen ninguna culpa. Con golpes y medidas coercitivas no se extirpan las causas del mal; estn profundamente arraigadas y habra que eliminarlas. Pero no se acaba con el mal suprimiendo sus consecuencias, sino atacando sus causas, arrancndolo de raz.

Por eso me invade la impaciencia a la espera de un tiempo nuevo que nos ayude a remediar el mal atacando su raz. Y por eso pienso con inmensa alegra en las posibilidades que tambin a m se me ofrezcan en el mbito de la enseanza. Y qu felicidad si mis esfuerzos se vieran coronados por el xito. Tendr xito, o me ver superada por el tiempo? Siempre la misma duda, la misma angustia. Porque una parte importante de nuestro ser hace que, por desgracia, pertenezcamos al mundo presente, enfermo y agonizante, as como a su pasado. Maldita sea! Es este campo el que me deprime, me pone melanclica y me hace ver todo negro

BB. 29.8.44. Sin libros estamos enfermos. Tengo la impresin de que lo esencial de mi ser ha sido aniquilado. Qu cantidad de horas perdidas, de riquezas esfumadas, inaccesibles Qu existencia tan msera, tan estril Tengo la mente atrofiada. Reflexiono, aprendo mucho en medio de esta desgracia, aprendo a comprender cosas que antes se me escapaban. Pero pienso con nostalgia en la vida verdadera, en la de la humanidad libre, en el conocimiento que no he adquirido a lo largo de los ltimos aos o incluso aqu, en tantas lagunas de mi saber.

Una especie de desconfianza general reina en el campo y en nuestro barracn. Una falta total de inters por la suerte del prjimo, de solidaridad y de cordialidad que hace que apenas sea concebible cualquier tipo de intercambio de ideas, de libros, de contacto intelectual o simplemente humano.

BB. 30.8.44. Hace ya ms de un mes que todo el mundo est a la espera de un acontecimiento extraordinario que haga cambiar radicalmente nuestra situacin. El motivo: las excelentes noticias que nos llegan de vez en cuando sobre la situacin en el frente, tanto en los pases ocupados como en la propia Alemania. Segn rumores ms o menos confirmados, Francia estara casi totalmente liberada, Rumana se habra sublevado, los rusos estaran avanzando hacia Hungra.

Nos han informado de los titulares de los peridicos alemanes: La traicin de Miguel, el rumano, ha superado con mucho la perfidia de Emmanuel, el italiano[3]; Todos los aliados de Alemania la estn abandonando cobardemente Y aunque estas noticias nos parecen un poco fantsticas, no dejan de alterarnos agradablemente. Algunos optimistas dan fechas y estn contando los das. Y, quermoslo o no, todos nos dejamos llevar por la psicosis de que el final ya est cerca.

Sin embargo, el rgimen en el campo ha empeorado; es ms duro. Esto provoca en los internos tensin, exasperacin. La vergenza y la esclavitud parecen an ms difciles de llevar ante la inminencia del final.

Fuera, en el trabajo, los hombres son torturados brutalmente. Los bestias alemanes siguen utilizando su mtodo preferido: golpes feroces, insultos groseros e histricos. Obligan a los obreros a estar en posturas humillantes, a correr de rodillas, a empujar las carretillas a toda velocidad. Mientras, los acorralan como si fueran ladrones o, para variar de placer, aunque igualmente perverso, emprenden una vertiginosa carrera en bicicleta y obligan a los nuestros a seguirlos a pie. Cuando un desgraciado, sin fuerzas lo que siempre es el caso de ms de uno, no da muestras del celo exigido, los hroes alemanes manifiestan su poder y su iniquidad castigando a los culpables con la supresin de su racin de pan o con el bnker[4].

Y, evidentemente, todo ello insultando y abrumando sin cesar a sus vctimas con los peores ultrajes, hasta el punto de que uno se pregunta si esos individuos sern capaces, en su vida privada, de hablar tranquilamente y de comportarse como seres humanos.

Se ensaan en humillar y despreciar a los judos, aunque est claro que no ignoran que el fin est prximo. Cualquier momento y circunstancia es bueno para manifestar su desprecio. El recuento (obligacin diaria de los internos de salir al gran patio Appellplatz y permanecer firmes, en fila de a cinco, para ser contados) les ofrece mil y una ocasiones de exteriorizar su odio a los judos.

Cada da, el recuento se prolonga durante al menos dos o tres horas y, con frecuencia casi un da s y otro no, bajo cualquier pretexto o por cualquier azar, dura cinco o seis horas, o todo el da, independientemente del tiempo que haga. Y adems de esos recuentos regulares, cualquier orden dada de improviso nos obliga a salir fuera, a formar! (antreten), a la hora que sea para escuchar cualquier comunicado.

Entonces se presentan dos o tres oficiales, pasan revista a las filas, y ay del que se atreva a moverse y a perturbar el orden! El espectculo es penoso Sobre todo cuando se ve a los ancianos y a las ancianas, como los de nuestros pases del Sur, tiritar de fro y de angustia ante un prusiano barbilampio, ante un criminal. Toda una existencia humana, sencilla y honesta, largos aos ocupados, en la mayora de los casos, en una labor honrada y en el respeto humano tradicional y nos vemos obligados a estar plantados firmes ante unos depravados que nos escupen a la cara su rabia demente, pisotean nuestra alma y nuestra dignidad.

O bien, esos nios que no conocen la alegra. El miedo, slo el miedo Pobres y pequeos seres mortificados, de pie durante horas, con el miedo metido en el cuerpo y la mirada fija a la espera de lo que est por venir. Hunden su cara en cualquier harapo, se aprietan contra los mayores, buscando abrigo frente al fro y el terror. Slo sus ojos siguen abiertos como platos, alarmados, como los de un animal acorralado.

Y los oficiales alemanes, tirnicos, observan todo esto con desdn y ordenando: Silencio! En efecto, un silencio mortal reina en todas las almas. Se nos anuncia que tal o cual interno acaba de ser enviado al bnker o trasladado a otro campo ms riguroso por haber robado patatas en la cocina o un par de botas del almacn. Despus nos presentan a los criminales. Les hacen dar vueltas ante nosotros, en el espacio central.

Como en el circo. Nuestras columnas, miles y miles de sombras humanas alrededor, y los criminales en medio, con su humilde equipaje a las espaldas. Bajo una lluvia de burlas y gritos, se mantienen firmes mientras esperan que acabe la ceremonia que precede a su partida.

Los espectadores deben aprenderse la leccin: si se arriesgan a imitar a los ladrones les espera el mismo fin o peor. Pero si, por el contrario, tu trabajo es satisfactorio y das muestra de diligencia y buena voluntad; si no haces ms que correr, obediente, diciendo Jawohl Herr Oberscharfhrer, Jawohl hier y Jawohl her[5] y sabes chocar los talones a la menor ocasin y por desgracia las hay a montones, tienes asegurada una prima: una racin complementaria de sopa de nabos o alguna otra cosa. En una palabra, es una escuela ideal en la que se amontonan animales hambrientos a los que se ensea el respeto al hombre; una escuela de trabajos forzados, un correccional para desgraciados e indisciplinados nios grandes a los que previamente se les ha matado a golpes el alma.

BB. 31.8.44. La JPA[6] una improvisada agencia de noticias que funciona entre los internos comunica que los alemanes se disponen a evacuar nuestro campo pues lo necesitaran para fines militares[7]. Se dice que nos trasladarn a otro lado. Sin embargo, no paran de llegar, da y noche, interminables convoyes de deportados. Nuestro nmero aumenta, y con l, el dolor. Van a evacuarnos o no? La duda es an ms insoportable al estar bajo sus garras.

Hoy no ha habido recuento. Ha ocurrido algo en el bloque contiguo, el de los polticos y criminales? Ser que llega o sale un nuevo convoy? O se trata de un repentino cambio en el mando del campo o en las unidades exteriores? Vete t a saber! Lo importante es que no ha habido recuento. Eso significa que con seguridad lo habr esta tarde o maana y que durar el doble.

BB. 1.9.44. En efecto, el recuento ha durado dos veces ms de lo normal. Debido a un nio que no se ha presentado a tiempo o a algo parecido. Estamos tan acostumbrados a que nos tengan esperando fuera horas y horas porque s, que ya no intentamos saber la causa, que, por otra parte, no existe.

Es un da otoal. No para de chispear. Una llovizna continua con un fuerte viento que me recuerda nuestro kochava[8], aunque es an ms violento. Esta maana, durante el recuento, el fro nos calaba hasta los huesos.

Hemos pasado todo el da sustituyendo las literas de dos pisos por otras de tres. No hemos hecho ms que un tercio del barracn, lo que significa que, al menos, tenemos trabajo para dos o tres das. Nos han amontonado en las literas de tres pisos con el pretexto de dejar ms espacio de desahogo y un lugar para la mesa. Pero no ha sido as, sobre todo porque hubo que aadir camas para varios chicos de catorce a diecisis aos que hasta ahora no tenan sitio.

La consecuencia es que estamos ms apretados an que antes, pues tenemos que dormir en un sitio ms estrecho y respirar un volumen de aire an ms escaso, y no hemos ganado ningn espacio de desahogo. En estas literas de tres pisos es imposible moverse o sentarse. Sirven justo para deslizarse en ellas, a condicin de saber cmo acurrucarte sin hacer demasiados movimientos hasta dar con la postura para dormir.

Adems, tras la instalacin de las nuevas literas, hay ms gente en los pasillos. La estrechez es como para volverse loco. Gritos, alboroto, tumulto infernal, rias y quejas sin fin. Interminables idas y venidas de jergones, escudillas para la sopa, ridculos alimentos que se guardan con devocin bajo los hediondos harapos interminables idas y venidas con las tablas, con los mseros trapos y con ropa an hmeda. Gente que va y viene, gritos de exasperacin, llantos de nios, polvo, paja por doquier, pestilencia, basura, excrementos

Las peleas son inevitables, sobre todo entre las mujeres, ya sea con motivo de la preparacin de las camas o cuando se lava la ropa. Cada una de ellas se considera especialmente amenazada y vejada, vctima de una injusticia particular, y no se da cuenta de que sus vecinas no son menos desgraciadas. Aqu, todos somos esclavos. Adrede se nos amontona a unos con otros sin dejarnos el mnimo aire para respirar. Adrede se nos permite insultarnos, pelearnos y discutir, para hacer que nuestra existencia sea insoportable, para reducirnos a un estado animal, y as burlarse ms de nosotros, humillarnos y torturarnos mejor Son unas bestias. Y el dao es an ms terrible cuando de repente nos cortan el agua.

Y aqu estoy, de pie, delante de la cama; observando todo esto y reflexionando. Me estrujan. Me zarandean, rodeada de gritos y basura. No s dnde colocarme, dnde meterme para no molestar a los dems ni a m misma. No s qu hacer con mi cuerpo.

Los judos holandeses que han sido deportados aqu celebraron ayer el aniversario de su amada reina. Incluso representaron una obra de teatro para los nios. Cmo pueden pensar en esas cosas? No daba crdito cuando los vea endomingados. Resulta que los alemanes no les han despojado de sus enseres como hicieron con nosotros cuando nos deportaron. Por qu criterio se rigen? Nunca lo sabremos. El caso es que nuestros holandeses se pasean de punta en blanco! Dos jvenes se destacaban especialmente, con sus cuellos blancos y sus corbatas La sido muy emocionante el aniversario de la reina, muy emocionante.

BB. 4.9.44. Nuestro barracn es una casa de locos. Raros son los que se saben controlar. El menor incidente da paso a disputas violentas, a insultos, amenazas y ofensas. Todos se han vuelto enormemente susceptibles, siempre dispuestos a perder los nervios y a ver en el prjimo un enemigo personal. Asusta el modo en que la desconfianza, la suspicacia, la mala fe se han alojado en los corazones.

Qu desastre, qu desastre! esos desgraciados rostros en los que se lee el terror, el hambre y un miedo animal, que se acentan en el momento del reparto de la sopa. Nos llenan la escudilla slo hasta los dos tercios y cuando se hunde el cucharn hasta el fondo del perol, qu expresiones, qu lgrimas en los ojos de los que temen no recibir su racin, parecemos animales. Qu pnico frente a la incertidumbre. El perol est lleno hasta arriba o slo hasta la mitad?

Y durante todo ese tiempo, durante esa encarnizada lucha por una cucharada de nabos hervidos en agua, en medio de esa multitud, de esos gritos y esas emociones, ese continuo ir y venir por los estrechos pasillos que separan las literas, ese trasiego de orinales de un extremo a otro, segn estn llenos o vacos que nunca acaba debido a los nios, a los enfermos

En medio de ese caos de sopa, excrementos, escobas, polvo, en medio de los gritos y llantos de los nios, circulan infatigablemente los comerciantes, insolentes, molestos, y tan desgraciados como sus clientes. Cambian ropa por pan, pan por cigarrillos y viceversa. Este extrao comercio va acompaado de largas discusiones y de interminables negociaciones.

Una miseria sin lmites, expuesta de un modo ostentoso y degradante, hedionda y chillona. Eso es exactamente lo que queran los nazis. Exactamente eso! Envilecernos hasta un grado tan infame, humillarnos hasta la locura y matar en nosotros incluso el recuerdo de haber sido seres humanos.

BB. 6.9.44. De nuevo ha vuelto la caza a los obreros. Sacan a los hombres de los barracones, violentamente, a puetazos, a porrazos, a patadas. Todos fuera! Raus! Hombres, mujeres, ancianos, jvenes, enfermos o sanos, da igual. Antreten! A formar!, en filas de cinco. Nos cuentan como el ganado, e incluso peor, porque a nadie se le ha ocurrido jams verter sobre los animales tanto desprecio, tantos insultos, tanto ultraje Y as, con Marsch! y Los!, es como se conduce al nuevo contingente de mano de obra. Es repugnante. Hay alguien en este mundo comparable a la bestia nazi en bajeza y perversidad, en el arte de aniquilar al ser humano, fsica y moralmente? Qu canallas!

No lejos de aqu, a unos quinientos o setecientos metros, se divisa claramente un pequeo campo aislado, rodeado de alambradas. En l estn internados unos centenares de judos hngaros. Pero prohibido acercarse! Se comenta que reciben paquetes de comida del extranjero. Es un Sonderlager (campo especial), nos dicen los alemanes. Judos?, les preguntamos. S. Entonces insistimos, por qu es un Sonderlager?. Weil die haben spezielle Papiere (porque tienen documentacin especial), es la respuesta. Curiosa.

II

BB. 8.9.44. Me gustara no pensar, no ver todo esto, pero es intil. Hace slo unas semanas, me senta ajena e indiferente a lo que me rodeaba, pero hoy soy perfectamente consciente de que mi vida est ligada sin remedio a la del campo y que todos nosotros, quermoslo o no, estamos unidos por un mismo destino en la misma y nica miseria.

Podra escribir y escribir, centenares y miles de pginas, y no lograra agotar toda la desgracia, destacar todos los detalles amargos de nuestra existencia. Si me pusiera a enumerar todos los casos de desastres personales, los dramas, las grandes desgracias individuales que precedieron a esta, y la desgracia colectiva, la maldicin continua no acabara nunca! Cunto ocupa el dolor humano, qu inconmensurable es el ocano de los sufrimientos, qu insondable el abismo del alma humana entre tanto horror y suplicio! Intentar describir todo esto es un trabajo intil. Supera con creces el lmite de mi capacidad.

Ms de una vez, en algn momento de nuestra esclavitud, enfrentada a los tormentos desesperados de la masa, he tenido la visin del Infierno de Dante. Y no por el placer de las evocaciones literarias, sino porque las imgenes del infierno, tal como estamos acostumbrados a representrnoslo, eran la nica sensacin que mi cerebro poda registrar. No lograba evocar ningn otro recuerdo; era la nica idea an viva en mi mente.

El horror que nos rodea es tan grande que el cerebro se halla como paralizado e incapacitado para reaccionar a nada que no est en relacin directa con la pesadilla que tenemos continuamente ante nuestros ojos.

Por eso no puedo, en este momento, acordarme de otro pasado que no sea el inmediato: el viaje que nos obligaron a hacer desde nuestra tierra hasta aqu. Qu calvario! Quince das en vagones para ganado. De cuarenta a sesenta personas amontonadas en cada furgn, hombres, mujeres, viejos, nios. Hermticamente encerrados, sin aire, sin luz, sin agua, sin comida Nos ahogbamos en ese exiguo espacio saturado de suciedad, de sudor, de vapor, de pestilencia en medio de la estrechez y de una sed devastadora.

Durante esas dos semanas, slo en dos ocasiones nos repartieron un poco de agua y algunas conservas. Fue mientras atravesbamos Checoslovaquia cuando tuvimos esa suerte. La Cruz Roja checa nos obsequi con una sopa caliente. Nos extasibamos ante ese manjar Despus, nos dieron agua. Haba que ver la expresin que se dibujaba en los rostros de los checos cuando nos vean pelearnos por cada gota. Quin sabe qu lean en nuestros ojos y en nuestras caras!

Y el desolador viaje continu. Los alemanes se negaban a abrimos los vagones ni siquiera para hacer las necesidades ms elementales. Slo pudimos salir para aliviarnos tres veces en todo el trayecto. Era tan vergonzoso y humillante que todava me sonrojo. Una naturaleza esplndida, un prado ancho, abierto y nosotros, tan incmodos. Los soldados nazis se mantenan cerca, nos miraban sin ningn pudor e incluso nos conminaban a que nos diramos prisa De pie, junto a nosotros, con sus fusiles apuntndonos, nos vigilaban.

Y todo ello acompaado de insultos, de burlas, de gritos salvajes y sdicos contra aquellos que, enfermos, mortificados, agotados por tanto tiempo de hambre y sed, intimidados y lastimosos, no lograban terminar de hacer sus necesidades. Ni una sola vez he visto en uno de esos soldados el menor atisbo de un gesto humano, la menor sombra de un sentimiento normal, el mnimo asomo de incomodidad o malestar ante la obligacin de comportarse de ese modo. Nada! Sus rostros no reflejaban nada humano

Por la noche, bajo una lluvia de disparos, de rfagas de ametralladora, el tren atravesaba regiones atacadas por unidades de partisanos o por la aviacin. Las alertas se sucedan sin cesar. Los alemanes salan del tren, iban a resguardarse donde podan y nosotros nosotros permanecamos apiados en los vagones, bien visibles y expuestos sobre los rales, en medio del pnico.

En el interior, en las tinieblas, los nios gritaban hasta desgaitarse, las mujeres se lamentaban, los hombres se disputaban los sitios. Exasperados, asustados, no parbamos de pelearnos y de maldecirnos. Tenamos unas ganas locas de estirarnos y no podamos hacerlo. En ese estado lamentable, ni pensar en dormir, pues incluso respirar era imposible Un infierno.

Y cuando, sin la mnima idea de donde estbamos, llegamos por fin a nuestro destino, y salimos de aquellas ratoneras ramos como seres salvajes emergiendo de las sombras de la muerte. Luego comenz el triste cortejo: apagados, mortecinos y amarillentos como la tierra, acosados por el hambre, al lmite de nuestras fuerzas, plidos y con los ojos brillantes por la fiebre, nos arrastrbamos como piltrafas humanas por una carretera interminable que llevaba al campo de Bergen-Belsen cubiertos de polvo y sudando bajo el peso de lo que quedaba de nuestras mseras pertenencias.

Lastimosas sombras humanas que se desplazaban, mudas, lentas, por una carretera desconocida. Los habitantes de los pueblos, gente en bicicleta o a pie, mujeres con coquetas ropas veraniegas, todos limpios, cuidados, frescos, con la tranquilidad de una vida normal grabada en su rostro, se paraban un momento para mirarnos con curiosidad y con una absoluta indiferencia! Y un montn de soldados, sin separarse ni un momento de sus fusiles, nos escoltaban a lo largo de la columna, prodigando sus golpes a todo aquel que osara mirar para atrs o atrasarse un poco.

Fue entonces cuando el alma herida comenz a cargarse de ultrajes y vergenza que luego iran acumulndose formando una montaa de tormentos.

BB. 17.9.44. La desdicha y el dolor me ahogan. Y el ODIO. Afortunado aquel que sufre sin odiar. Yo no lo logro. Las lgrimas acuden a mis ojos sin cesar. Lgrimas de rabia y vergenza. Qu amarga es un alma envenenada Me ahogan esas lgrimas de rabia y vergenza. Desfallezco al no poder gritar unos sentimientos tan injusta y brutalmente reprimidos. Es duro, muy duro, y me da terror volver a sentirlo de nuevo. Sollozos por la injusticia y las desgracias en el mundo, sollozos por la injusticia y las desgracias en m misma que me quebrantan.

BB. 25.9.44. Se construyen nuevos barracones. Para quin? Lo ignoramos. Pero se adivina. Se vuelve a comentar que una serie de grandes convoyes se dirigen hacia el campo. Se construye rpidamente, febrilmente en cada espacio que queda libre entre los barracones. Todo el mundo trabaja. La caza a los obreros, las batidas, las blasfemias, las palizas todo se repite y se multiplica interminablemente.

Como respuesta a los intentos de sabotaje, los alemanes nos reducen cada da la racin de pan. Los hombres estn extenuados. Los trabajos forzados, la subalimentacin y las privaciones que sufren los fumadores acaban con sus fuerzas. Veo a algunos recoger las colillas que tiran los alemanes en el patio, o acercarse a los cubos de basura, prximos a las cocinas, y sacar algunos restos pestilentes de comida.

En el interior de los barracones, la situacin no es en absoluto mejor. El hambre nos mina. Una epidemia de nombre desconocido y que afecta sobre todo a las mujeres y los nios est invadiendo el campo. Se manifiesta por una fiebre alta que se apodera del enfermo durante dos o tres semanas, con prdida de conciencia, agotamiento absoluto y una carencia total de apetito. No hay dolores perceptibles. Los mdicos la denominan fiebre del campo, fiebre paratifoidea qu s yo y dicen que esos sntomas no permiten hacer un diagnstico preciso. Una de cada dos literas est casi siempre ocupada por un enfermo. Por no hablar de los abscesos y las llagas provocados por los parsitos o por la subalimentacin; lceras que no dejan de supurar, fornculos, contusiones, edemas, calambres, infecciones diversas nada de eso es ya extraordinario para nosotros.

Los medicamentos son escasos o inexistentes. Est claro que no quieren prestar asistencia mdica a los enfermos, que se trata de dejar al azar, a la capacidad de resistencia de su organismo, su curacin o su muerte

Y en medio de todo esto, los grifos se quedan secos cada dos por tres, sin motivo aparente. Alegan como pretexto los baos centrales: el agua sera necesaria para alimentar las duchas pero hace ms de dos meses y medio que no nos han llevado a los baos.

Lo que salta a la vista es que esos cortes de agua coinciden curiosamente con la propagacin de las epidemias y la necesidad creciente de agua para hacer frente a tantas desgracias. Carecemos de lo esencial para mantener la limpieza e higiene ms elementales: el agua.

El otoo avanza, indiferente. La sombra perspectiva de un invierno mortal nos hace temblar de miedo. Mientras tanto, lluvia y barro. Nos movemos todo el da en medio del estruendo provocado por las construcciones, el ruido de las tablas y de los martillazos. Construyen nuevos barracones.

BB. 11.10.44. Evidentemente, todo es relativo. Cada uno de nosotros hablar a su manera de este campo del terror. Cuntas verdades no habr! Verdades variables, diferentes, relativas. Dependern del punto de vista subjetivo, de la situacin en la que uno se coloque para observar y del prisma individual a travs del cual se mire el conjunto del espectculo Estos ltimos das me han contado cosas curiosas: en los diversos trabajos interiores y exteriores estn empleadas de seiscientas a ochocientas personas, de las siete mil que habitan en nuestro bloque. Gracias a su actitud oportunista, propicia a las componendas morales facilitadas por su carcter acomodaticio, esa gente se halla en circunstancias excepcionalmente favorables, reciben cantidades asombrosas de comida y la mejor ropa. En resumen: les dan o tienen la posibilidad de procurarse todo lo que necesitan y ms. Eso les hace olvidar por completo el sufrimiento de los otros. Insensibilizados por la inslita abundancia en la que viven, no se dan cuenta de que los dems se mueren literalmente de hambre, de que desearan tener al menos un mendrugo de pan que llevarse a la boca Algunos de ellos han perdido todo equilibrio moral, todo escrpulo. Encantados de poder vivir y comer, no encuentran palabras suficientes para alabar la bondad de este o aquel alemn. No les da vergenza elaborar teoras segn las cuales los alemanes slo seran groseros y brutales porque muchos de nosotros no sabemos trabajar, somos unos ineptos, torpes, lerdos, apticos. Eso desquicia a los alemanes, hay que entenderlo, les molesta y con razn. En cambio, con los trabajadores diligentes y de buena fe, los alemanes son muy correctos, se portan bien. Incluso los tratan amistosamente.

Triste razonamiento, por otra parte bastante frecuente, cuando se escucha en boca de algunos de los nuestros considerados como serios, slidos, intelectuales, como el ingeniero R. Quin lo dira Pero es intil discutir con l. No es tonto. En el fondo es consciente de que los alemanes slo pueden ser correctos y relativamente humanos con aquellos que les muestran simpata y acatan sus rdenes, con los que estn decididos y dispuestos a solidarizarse e identificarse abiertamente, de palabra y obra, con los nazis, con su programa y sus mtodos. Lo sabe muy bien. Como tampoco ignora que es muy poco probable que los nazis les otorguen realmente su confianza pues estn educados en la escuela de la demencia chovinista y del desprecio absoluto hacia