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Letras SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 21DEDICIEMBREDE2013| DE CAMBIO [ Letras ] Diez tesis sobre la narrativa de Edgar Allan Poe OMAR ARRIAGA GARCÉS OMAR ARRIAGA GARCÉS OMAR ARRIAGA GARCÉS OMAR ARRIAGA GARCÉS OMAR ARRIAGA GARCÉS | PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 Chandler by night MARCOS ORDÓÑEZ | PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 Quiero saber por qué CREACIÓN CREACIÓN CREACIÓN CREACIÓN CREACIÓN SHERWOOD ANDERSON | PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 MIR(Í)ADA La obra y La suite de Jesús Jiménez JUAN CARLOS JIMÉNEZ ABARCA | PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8

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Page 1: Letras 21 de diciembre

LetrasSUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 21 DE DICIEMBRE DE 2013 |

D E C A M B I O[Letras]Diez tesis sobrela narrativadeEdgarAllan PoeOMAR ARRIAGA GARCÉSOMAR ARRIAGA GARCÉSOMAR ARRIAGA GARCÉSOMAR ARRIAGA GARCÉSOMAR ARRIAGA GARCÉS | PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2

Chandler by nightMARCOS ORDÓÑEZ | PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4

Quiero saber por quéCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓN SHERWOOD ANDERSON | PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5

MIR(Í)ADA

La obra y La suitede Jesús Jiménez

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2 2 2 2 2 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 2013

Edgar Allan PoeDiez tesis sobre su narrativaPOR OMAR ARRIAGA GARCÉSPOR OMAR ARRIAGA GARCÉSPOR OMAR ARRIAGA GARCÉSPOR OMAR ARRIAGA GARCÉSPOR OMAR ARRIAGA GARCÉS

l leer las Narraciones extraordina-rias de Edgar Allan Poe uno nopuede dejar de prestar atención aciertos rasgos que aparecen conregularidad casi obsesiva en varios

de los textos; rasgos por los que se ha ca-racterizado al autor estadounidense, pero,por los que, asimismo, ha sido encasilladoo criticado, en ocasiones con excesivadureza.

Así, apelando a clisés y particularida-des, así como a algunas características co-munes, se tratará en diez breves postula-dos de hacer una lectura de los cuentos dePoe, sin dejar de lado detalles que semeja-rían tener menor importancia, pero que alparecer se encontraban en la atmósfera losdías en que el nacido en Boston escribía ypublicaba sus narraciones, por lo que qui-zá no sea tan ociosa su mención. Para talejercicio, acudiremos al capítulo “La muer-te, eros y el horror”, del libro Poe, A criti-cal study (1957, Poe, Estudio crítico,1960, Editorial Letras), de Edward David-son, esperando no falsear demasiado supostura.

1. Un espacio donde estánsuspendidas la razón y la lógicacotidiana

No hace falta sino mirar en derredor paradarse cuenta de la fragilidad en la que “ocu-rre” eso que llamamos nuestra vida. Conla conciencia a cuestas, como si se tratarade un saco de rocas, tratamos de avanzara no se sabe bien qué lugar con la muertepor único destino cierto. Si la visión de

A como tal, por ello, diremos que en los cuen-tos de Poe algo ocurre en un no-lugar. Elautor lanza los dados, “en circunstanciaseternas / desde el fondo de un naufragio”.

2. El arte como forma de vencer lam u e r t e

Si el horror es un estado en el que la nece-sidad de un rumbo se hace urgente, ya quetodo carece de sentido, el arte, de modosimilar, suscitado por un poder que existióantes y que seguirá existiendo aún despuésde que el cuerpo perezca, forma parte deuna dimensión en la que el tiempo y el es-pacio se calculan de otra manera; en cier-to sentido, el arte ha sido desde siempre y,al no estar sujeto a las eventualidades deuna vida personal, en este caso la del au-tor, resulta un “triunfo del hombre sobreel tiempo, sobre la muerte y la podredum-bre” (Davidson: 131). Se trata de una fuer-za autónoma que acude o reside en el ar-tista, pero “que él mismo es incapaz demedir… todas las substancias físicas sepierden, pero… las construcciones intelec-tuales tienen la vitalidad potencial de lainmortalidad, sencillamente porque exis-ten en la vida de la mente” (131, 132). Poe,a diferencia de otros escritores que le pre-ceden, no ha renunciado a la razón y, aligual que otros románticos, busca los me-canismos de la creación misma, lo queequivaldría, de acuerdo a su presupuesto,a entender cómo es que operan esas cons-trucciones sustraídas al tiempo y al espa-cio (la razón en el vacío como método paraque la mente represente la consciencia).

esta suerte inexorable, comprada por elcreador con la sangre de los dioses de unaobscura religión que ha sido olvidada, nonos conmueve hasta las últimas fibras,entonces nunca hemos salido del Edén, yla soledad y la ruina y el horror jamás hanaparecido ni en nuestros sueños más re-cónditos. Los personajes de Poe, sin em-bargo (que no entienden porqué “morir”ha de conjugarse sólo en primera personay que, por ello, no logran hallar un sentidopara puesta escénica tan proterva), afron-tan su propia mente con el conocimientode la precariedad padecida: han llegado aun mundo en el que la voluntad humanaes impotente y en el que, antes de que hu-biera una lucha primordial, el hombre yahabía sido arrastrado a la desgracia; denada sirve elegir, ¿para qué desear algo sicualquier decisión que se tome carece desentido? El horror cósmico, vasta regiónen la que puede caber todo el universo,donde ni la razón ni el pensamiento ni ellibre albedrío aplican, es el fondo dondeocurren los hechos, si es dable aplicar elverbo “ocurrir” a un relato que por estasola característica se relaciona íntimamen-te con el sueño y otros estados alteradosde la conciencia, un fondo vacío en el quedesde siempre parecen estar inmersos losprotagonistas de Poe. “Se entregó solita-rio a su complejo destino de inventor depesadillas”, escribe Borges de nuestro au-tor, para quien el horror cósmico es unprocedimiento: “un método de represen-tar la conciencia que de sí tiene la mente”(Davidson: 137). Algo ocurre en un espa-cio que difícilmente podríamos calificar

Rivadeneyra

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SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 2013 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 33333

Es por ello que las ruinas de la antigüedad,además de ser la constatación de esa po-tencia mental que está más allá de la con-tingencia, resultan así la negación del pro-greso y de la modernidad, carente de pa-sado y de substancia creadora, forjadapara subvenir a exigencias ajenas al espí-ritu: “no fue Blake el único en maldecir lasnegras y satánicas factorías de Inglaterra,mientras sus ojos visionarios contempla-ban tanto escenas celestiales como delinfierno” (132). La batalla que se libra enla mente de Poe, de la que sus textos dancuenta, tiene, asimismo, un carácter mo-ral, acerca del destino al que el hombreestá encadenado y de la forma en que plan-ta cara a dicho destino por medio del arte.

3. El personajeo la marioneta

En el ensayo “El busto como destino”, deObjetos sobre una mesa, Guy Davenportmenciona que las trágicas y apasionadasmujeres de Edgar Allan Poe “se parecen aBarbra Streisand con el cerebro de Eins-tein”. Sin embargo, en un mundo de cir-cunstancias eternas (el horror por un lado,el infinito y la eternidad por el otro), delque esas mujeres forman parte, los prota-gonistas, sin desmerecer a tales heroínas,pese a su perspicacia y lucidez, tan sóloson hombres, los cuales aparecen en eseno-lugar sin entender nada. De tal modo,el protagonista de Poe simboliza el nau-fragio: “No es el dios-héroe romántico: essólo un hombrecillo. Es el héroe románti-co reducido a la visión limitada de loshombres comunes y corrientes y, sin em-bargo, se le exige, ciertamente, conformea todos los antecedentes literarios y filo-sóficos de que Poe tenía noticia, que vivay que muera en un infierno o en un cieloque sobrepasan toda su comprensión”(Davidson: 139). La entrada en un infiernoo en un cielo de los que no se logra arrancarun significado, es uno de los elementos delo que conforma el horror, a causa de cuyopadecimiento el protagonista no logra unapenetración paulatina de las circunstan-cias, sino que tal como ingresó ha de mo-rir o abandonar la escena: “Su angustia esinútil, porque la víctima emerge de la ac-ción tal como había penetrado… Nada haocurrido realmente «en su interior»; nohabía una conciencia interna de dondepartir y las cuitas del «yo» interrogantehan transcurrido totalmente en función dela escena, de los objetos naturales perfec-tamente armonizados y acoplados y delhechizo mágico que reduce el mundo tan-gible a un mero logaritmo” (139). De aquíse deduce uno de los clisés más reiteradosacerca de la narrativa de Poe: que su lec-tura es para adolescentes. No obstante, loscuentos del bostoniano ponen el acentoen un hecho irrebatible que más tarde,durante la modernidad, se ha visto enfati-zado: salimos del mundo con la incertidum-bre con la que entramos en él, sabiendonada más y nada menos que lo mismo. Pesea su puesta en escena del horror y el sin-sentido, acaso se le podría reprochar a Poesu fe ciega en la razón que, por lo demás,era una profesión no poco frecuente en susdías, y en los nuestros: el horror, la locuray la muerte se presentan en su obra comofragmentos de una racionalidad (146) quepodría explicar el universo, a la que, sinembargo, el hombre no es capaz de acce-der, cuando, con un efecto semejante, ha-bría podido la razón no ser sino un frag-mento del horror, la locura y la muerte.Pero seguimos en la misma época.

4. La mente, inalterable

Si el “yo” interrogante de las Narracionesextraordinarias permanece igual tras laacción, se debe a que no hay conscienciainterna de donde partir; esto es lo que,aparentemente, ocurre de acuerdo aDavidson: “El mundo de la mente de Poese limitaba al mundo de la sensación pri-maria y a los terrores que afligen a los ni-ños… no investigaba hondamente lossimbolismos infinitamente variables entreella misma y la realidad exterior, por loscuales la realidad misma se transforma”(140). Es por ello que el ensayista señalaque en los cuentos del estadounidense elmundo exterior se ve reducido a unlogaritmo cualquiera. Con todo, ¿no es elmundo exterior en las narraciones deEdgar Allan Poe parte de la mente de EdgarAllan Poe y no de la mente de la voz narra-tiva, al grado de que mediante el horror(que, sabemos, es su método) el autor con-vierte las sensaciones en objetos, proce-dimiento que lo acerca a la objetivaciónque realizará Rimbaud en Las iluminacio-nes? Siguiendo otra línea del propioDavidson (146), éste indica que el propiohorror implica “diversas fases de la pérdi-da del «yo»” (Davidson: 146). En este pro-ceso en el cual deja de afirmarse el “yo”, laconsciencia logra mayor lucidez acerca delos mecanismos que la propia mente usapara representarse a sí misma: “A mayordolor, mayor consciencia”, dice el poetaJosé Hierro. Aun así, el hecho de que seadmita que en la narrativa de Poe toda sen-sación interior posea una representaciónexterior en los objetos cotidianos, des-pierta hoy día poco interés entre losavezados lectores, no porque el simbolis-mo de los objetos esté gastado, “cuantoporque sólo traen consigo una connota-

ción momentánea” (141).

5. Sin diferencia entre la mente yel exterior

Este punto se vincula a los anteriores y, encierto sentido, es su corolario: “los esta-dos de la conciencia no son simplementeformas aisladas de locura, sino que serelacionan, de algún modo íntimo, con elmundo físico del exterior” (138). Pareceque en esta cita se encuentra la clave paraentender los comentarios contradictoriosde Davidson sobre Poe: el ensayista escri-be desde el presupuesto de que la realidadexiste por sí misma; no obstante, el que serefiera a una relación íntima entre el esta-do de consciencia de la voz narrativa y elmundo físico del exterior de los cuentos,nos habla de que todo “ocurre”, si ocurrires un verbo aplicable a un relato que suce-de en la mente del autor, en ese no-lugardel que venimos discurriendo, en el cualse sitúa gran parte de la narrativa contem-poránea para la que Poe abre las puertas.

6. El disfraz del horror,no el horror

A pesar de que no existe una clara distin-ción entre la mente de la voz narrativa y lamente del autor, los cuentos de Poe tienencomo referente una moda literaria cuyainclinación por el horror y la muerte,notoria en aquel entonces, contaba contodo un almacén de recursos estilísticospara el caso, donde se hacía gala de un len-guaje moral, cientificista (sin que estuvie-se exenta el habla popular), cóctel al queel bostoniano imprimiría su propio sellopara entretener al público de una incipien-te clase media, nacida al amparo de la cre-ciente prosperidad económica de un paísque, ávido de emociones, buscaba en losdisfraces, máscaras (Davidson: 126) y re-cursos estilísticos de la literatura de ho-rror, el horror del que hacía una genera-ción tan sólo se había librado (120). “Lamuerte se convirtió, no en un aconteci-miento, ni en una acción, ni en un estadodel «no ser» total, sino en una serie deposturas seductoras. No eran los niñosquienes morían, ni tampoco los hombresmaduros: morían las mujeres, por milla-res, en la poesía popular y en los cantos dela época” (126).

7. El snobismo de la muerte

“La revolución industrial había desligadoa mucha gente común y corriente no sólode la necesidad de pasar su vida terrenalen un sitio determinado, sino también dela creencia, universalmente aceptada, deque les era preciso morir en el anonima-to… la muerte llegó a ser algo más que unademanda de igualdad de derechos de laclase media en este mundo y en el venide-ro; era también un acto de «snobismo».La posición de una persona en la sociedadpodría demostrarse, hasta el fin, en el actogeneroso de la sepultura sagrada” (David-son: 120, 121). En este contexto, rodeadode narradores que publicaban relato cor-to relacionado con la muerte en los perió-dicos de las ciudades más grandes de losEstados Unidos, así como impregnado decomposiciones populares con el mismotema, Poe llevará este snobismo de la horafinal por intrincados senderos, hasta com-pletar todo un catálogo de muertes sinuo-sas, cuyo barroquismo es la mejor formade corroborar su cualidad de sine nobili-tias (snob).

Acaso se lepodría repro-char a Poe sufe ciega en larazón que, porlo demás, erauna profesiónno poco fre-cuente en susdías, y en losnuestros

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Chandler by nightARTÍCULO :: MARCOS ORDÓÑEZARTÍCULO :: MARCOS ORDÓÑEZARTÍCULO :: MARCOS ORDÓÑEZARTÍCULO :: MARCOS ORDÓÑEZARTÍCULO :: MARCOS ORDÓÑEZ

oy celebro un bonito aniversario: hace40 años que descubrí a Raymond Chan-dler. Compré, por la portada y los lo-mos negrísimos, aquella edición de Ellargo adiós en Barral Enlace, y subí a

un tren, y el libro me atrapó tanto que me pa-sé varias paradas y me encontré en un terri-torio casi tan desconocido como el de LosÁngeles en la posguerra. Chandler me pare-ció incluso mejor que Scott Fitzgerald, queera mi héroe de entonces: igualmente román-tico, pero más divertido. Siguieron, una trasotra, todas sus novelas. Para conmemoraraquel encuentro, estos días he estado leyen-do A mis mejores amigos no los he visto nun-ca (Debolsillo), que es la versión ampliada deEl simple arte de escribir. Cartas y ensayosescogidos, que Emecé publicó en 2004, pro-bablemente tan inencontrable como la estu-penda biografía firmada por Frank MacShane(Bruguera, Libro Amigo, 1977), que tambiénconvendría reeditar.

He vuelto a pensar lo que pensé entonces:he aquí a un tipo altivo, aristocrático y calle-jero, profundamente misantrópico y lúcidohasta el despellejamiento (“Conocerme enpersona es la muerte de la ilusión”), hundidoen una casi constante desdicha, pero siem-pre apasionado, sarcástico, y esencialmentecabal. Un poco homófobo también: no se pue-de tener todo. Chandler ha quedado como loque siempre quiso ser, como lo que es: ungran escritor, un estilista para todos los pú-bl icos .

Muchas novelas policiales no se releen. Aél (y he hecho la prueba) se le puede y se ledebe releer. El único efecto negativo de suprosa fue promover la afición al gimlet, hor-rible brebaje.

Escribía por las mañanas, no todas, y casicada noche, mientras su mujer dormía, élbebía y monologaba en la oscuridad, dictandocartas y más cartas en su grabadora para quesu secretaria mexicana, Juanita Messick, laspasara a máquina al día siguiente. ¿Las co-rregía? No lo sé. A mí me parecen impeca-bles, de prosa tan flexible y elegante como lade sus libros. Me gusta mucho lo que piensade muchas cosas: de la literatura, de McCar-thy y los Diez de Hollywood, de la maquina-ria de los grandes estudios, del arte de escri-bir guiones, de los gatos, del alcohol.

Para despertarles el apetito por este librotan sabio y variado he seleccionado algunasde sus frases. “La mayoría de los escritores”,dijo, “tienen el egoísmo de los actores sin subelleza física ni su encanto”. Sobre la crítica:“Los grandes críticos, de los que lamentable-mente hay pocos, construyen una casa parala verdad”. Sobre las adaptaciones: “Escribirun guión sobre un libro tuyo es como revol-

H

carse sobre huesos secos”. Acerca de la gue-rra dijo: “Los bombardeos de saturación so-bre Hamburgo, Berlín y Leipzig no tuvieronapenas consecuencias militares, pero moral-mente nos pusieron a la altura del hombreque creó Belsen y Dachau”. Sobre el comu-nismo y el catolicismo: “Después de Katyn ylos juicios por traición en Moscú y los cam-pos de prisioneros en el Ártico, que un hom-bre decente pueda volverse comunista estámás allá de toda comprensión. Pienso lo mis-mo acerca de convertirse a un sistema reli-gioso que hizo amistad con Franco y siguehaciéndola con cualquier bribón que esté dis-puesto a proteger y enriquecer a la Iglesia”.

Decir todo esto en 1949 me parece de unalucidez y una valentía fuera de lo común. Mirómucho, pensó mucho, amó mucho y sufrióm u c h o .

Lo que le escribe a Jamie Hamilton, su edi-tor inglés, sobre la enfermedad y muerte desu esposa Cissy no puede leerse (ni siquierarecordarse) sin un turbión de lágrimas. Últi-ma frase de la carta: “Todo lo que hice fuepara alimentar un fuego en el que ella pudie-ra calentarse las manos”.

Para acabar, este consejo a un joven escri-tor: “No escriba nada que no le guste, y si legusta no acepte el consejo de nadie para cam-biarlo”.

8. Una forma de la democracia

Tal como lo expresa Edward Davidson,además de darle forma a la muerte en elimaginario colectivo de los norteamerica-nos, el nacido en Boston en 1809 simboli-za un momento de los Estados Unidos, enel que la “tumba y los emblemas mortuo-rios eran la máxima prueba del progresodemocrático, en muchas ciudades, pueb-los y cruces de camino” (Davidson: 121),por lo que puede decirse que Poe fue elescritor “de la muerte y el amor, comoparte del individualismo democrático y dela exposición del triunfo económico”(127). Una muerte disfrazada y enmasca-rada que en sus cuentos yace en unapostura sensual, misma que “se convirtióen una afirmación de la situación econó-mica del hombre y, dentro del cuadro to-tal, llegó a fundirse con un substituto de lasexualidad, con un paisaje de consuma-ción emergente” (133). El país de la “de-mocracia” reconocía de tal modo que nohabía nada más democrático que la muer-te, igualadora tanto del rey como delméndigo (Horacio dixit), aunque con sustumbas se buscase probar lo contrario.

9. Amor a muerte y en la muerte,a m o r

No es inusual en modo alguno que el or-gasmo se considere una muerte pequeñay que, encima, al conducir cada orgasmoal último instante de la vida, éste sea vistocomo una suerte de enlace con la muerte,de matrimonio con la muerte, de promesaamorosa que no podrá romperse, motivoque los griegos ya habían percibido comoda cuenta el hecho de que usaran el mirtopara coronar tanto a los recién casadoscomo a los muertos. Pero este paralelis-mo, perfeccionado por Poe al grado de queel amor vendrá a convertirse en el proe-mio a ese desenlace infalible, será tambiénla forma bajo la que una sociedad como laestadounidense utilizará en la primeramitad del siglo XIX para sublimar su inte-rés por todo aquel asunto erótico que nopueda ser desarrollado abiertamente: “Sila moralidad comercial y de la clase mediaprohibía la exposición de la seducción,hallaba un tópico, igualmente incitante…para decirlo en otras palabras, si la mujerno podía ser presentada en la vida por sulado seductor, podría exhibírsela en pos-turas eróticas y en disfraces seductores,en la muerte” (Davidson: 124).

10. Apocalipsis

De acuerdo a Davidson, Poe no escapaba ala fascinación por el Apocalipsis, o la ideade un cataclismo final, que siglos de pestesy guerras habían acabado por alojar en lamente de Europa. El desastre, la lluvia deestrellas sobre la cabeza del hombre, lamuerte apocalíptica, que sería la consta-tación del horror cósmico y la pequeñez einsignificancia de la vida humana, era parael autor estadounidense, con todo, el ini-cio de un ciclo natural: el momento en elque la materia, tras ser abatida, iría a rein-tegrarse en la unidad del principio de lostiempos para empezar de nuevo la crea-ción. “Silencio, una Fábula” (1838), “Laconversación de Eiros y Charmión” (1839)y “El Coloquio de Monos y Una” (1841),tratan distintos momentos de esa consu-mación que, al igual que la muerte en elresto de los cuentos de Poe, no es sino elverdadero comienzo.

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SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 2013 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 55555

quel primer día en el Este nos levantamosa las cuatro de la mañana. La tarde ante-rior nos habíamos apeado de un tren demercancías en el límite de la ciudad y gra-cias al instinto certero de los muchachos

de Kentucky dimos con el camino a la pista y losestablos a la primera. Entonces supimos que loíbamos a pasar bien. Inmediatamente, HanleyTurner encontró a un negro que conocíamos. EraBildad Johnson, un tipo que en invierno trabajaen las caballerizas de Ed Becker, en Beckersville,nuestro pueblo. Al igual que casi todos nuestrosnegros, Bildad es buen cocinero, y por supuesto,como a todo aquel que es alguien en nuestra re-gión de Kentucky, le gustan los caballos. En pri-mavera, Bildad se busca la vida por ahí. Un negrode nuestras tierras es capaz de engatusar a cual-quiera para que le deje hacer lo que le venga engana. Bildad embauca a los tipos de los establos ya los criadores de caballos de nuestra zona, en losalrededores de Lexington. Al atardecer, los cria-dores van a pasar el rato al pueblo, a charlar yquizá echar alguna partida de póquer. Bildad lesacompaña. Siempre anda haciendo pequeñosfavores o hablando de comida, pollo dorado a la

A ckersville, se nos metió en la cabeza que iríamos alas carreras, y no solo a Lexington o a Louisville,no, quiero decir a la gran carrera del Este de laque siempre habíamos oído hablar a los hombresde Beckersville, a Saratoga. Por entonces éramostodos muy jóvenes. Yo acababa de cumplir losquince y era el mayor de los cuatro. El plan eramío. Lo admito, yo convencí a los demás para quelo intentáramos. Éramos Hanley Turner, HenryRieback, Tom Tumberton y yo. Tenía treinta y sietedólares que había ganado durante el invierno tra-bajando por las noches y los sábados en el alma-cén de Enoch Myer. Henry Rieback tenía oncedólares y los demás, Hanley y Tom, tenían sóloun dólar o dos cada uno. Lo dejamos todo listo yluego no hicimos nada hasta que hubieron termi-nado los eventos de primavera en Kentucky y al-gunos hombres del pueblo, los más deportistas,los que más envidiábamos, se hubieron largado.Entonces también nos largamos nosotros.

No voy a contarles los problemas que tuvimospara conseguir transporte ni nada de eso. Atra-vesamos Cleveland, Buffalo y otras ciudades, yvimos las cataratas del Niágara. Allí compramosalgunas cosas, recuerdos, cucharillas, postales y

cazuela, o cuál es la mejor forma de cocinar bo-niatos y pan de maíz. Se te hace la boca agua consolo escucharlo.

Cuando comienza la temporada de las carrerasy empiezan a llegar los caballos, y en la calle no sehabla más que de los potros nuevos, y todo elmundo te cuenta cuándo se irá a Lexington o a lascarreras de primavera de Churchill Downs o aLatonia, y los jinetes que andaban por Nueva Or-leans o tal vez en las carreras de La Habana, enCuba, regresan a casa para pasar una semana an-tes de volver a partir, en ese momento, cuando enBeckersville solo se habla de caballos, apareceBildad con un trabajo de cocinero para algunacuadrilla. A menudo, cuando pienso que no se pier-de ni un día de la temporada de carreras y luego,en invierno, trabaja en las caballerizas donde es-tán los caballos y donde a los hombres les gusta iry hablar de caballos, me doy cuenta de que megustaría ser negro. Es una locura, pero así soy yocon los caballos, un loco. No puedo evitarlo.

Bueno, tendré que contarles lo que hicimos eintroducirles en el asunto del que hablo. A cuatrochicos de Beckersville, todos blancos e hijos dehombres que llevan una vida ordenada en Be-

Quiero saber por quéSherwood Anderson

C R E A C I Ó NC R E A C I Ó NC R E A C I Ó NC R E A C I Ó NC R E A C I Ó N

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6 6 6 6 6 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 2013

r.

conchas con dibujos de las cataratas para nues-tras hermanas y madres, pero pensamos que se-ría mejor no enviar nada. No queríamos poner anadie sobre nuestra pista y que quizá nos pillaran.

Como he dicho, llegamos a Saratoga de noche yfuimos a la pista. Bildad nos dio de comer. Nosindicó un lugar para dormir en una cabaña, sobreel forraje, y nos prometió que no abriría la boca.Los negros son de fiar en cosas de este tipo. No sechivan. Seguro que si te cruzaras con un blancodespués de escaparte de casa de ese modo, te pare-cería que se porta muy bien y te daría medio dólaro un cuarto o algo así, pero luego iría derecho aentregarte. Un blanco haría una cosa así pero noun negro. Son de fiar. Se comportan con decencia,sobre todo con los muchachos. No sé por qué.

En la carrera de Saratoga de aquel año había unmontón de hombres de nuestro pueblo. Dave Wi-lliams, Arthur Mulford, Jerry Myers y otros. Tam-bién había muchos de Louisville y Lexington a losque Henry Rieback conocía, pero yo no. Eran ju-gadores profesionales, igual que el padre de HenryRieback. Es lo que se llama un mozode apuestas y la mayor parte del añola pasa en las carreras. En invierno,cuando está en su casa de Beckers-ville, tampoco se queda demasiado,va de una ciudad a otra apostando alas cartas. Es un hombre amable ygeneroso, siempre le envía regalos aHenry, una bicicleta, un reloj de oro,un uniforme de boy scout y cosas así.

Mi padre es abogado. No está mal,pero no gana mucho dinero y no pue-de comprarme nada; de todos mo-dos me he hecho ya tan mayor queni siquiera lo espero. Nunca me dijonada en contra de Henry, pero lospadres de Hanley Turner y TomTumberton sí que lo hicieron. Lesdijeron a sus chavales que el dineroque se consigue así no es bueno y queno querían que sus hijos crecieranescuchando historias de jugadoresni pensando en ese tipo de cosas otal vez haciéndolas.

Bueno, está bien, y supongo quelos tipos saben de lo que hablan, pero no veo quétiene eso que ver con Henry o con los caballos.Por eso escribo esta historia. Estoy confundido.Me estoy haciendo un hombre y quiero pensarbien las cosas y ser un buen tipo, y hay algo que vien la carrera de la competición del Este que noconsigo entender.

No puedo evitarlo, los caballos pura sangre mevuelven loco. Siempre fue así. Cuando tenía diezaños y me di cuenta de que estaba creciendo de-masiado para convertirme en jinete, me dio tantapena que casi me muero. Harry Hellinfinger de Be-ckersville, el hijo del jefe de correos, salió dema-siado vago para trabajar, pero le gusta andar porahí gastando bromas a los muchachos, mandarlosa la ferretería a buscar taladros para hacer agujeroscuadrados y cosas por el estilo. Una vez me gastóuna a mí. Me dijo que si me comía medio cigarrome quedaría enano, ya no crecería y tal vez podríallegar a ser jinete. Lo hice. Cuando mi padre nomiraba le robé un cigarro del bolsillo y me lo zampéno sé cómo. Me puse terriblemente enfermo y tu-vieron que llamar al médico, y además no funcionó.Fue una broma. Finalmente confesé qué había he-cho y por qué. La mayoría de los padres me hubie-ra dado una tunda, pero el mío no.

Y bien, ni me quedé enano ni acabé muerto. Esotambién fue bueno para Harry Hellinfinger. Enton-ces se me metió en la cabeza que quería ser mozode cuadras, pero también tuve que renunciar. Esetrabajo lo suelen hacer los negros y sabía que mipadre no me iba a dejar. Inútil preguntárselo.

Si no les vuelven locos los pura sangre es por-que no han estado en un lugar donde haya mu-chos y nada que los supere. Son hermosos. Nohay nada tan adorable, limpio, con tantas agallas,tan honesto y tan todo como algunos caballos de

carreras. En las grandes granjas de caballos quehay por los alrededores de Beckersville hay pistas,y los caballos corren desde muy temprano. Másde mil veces me he levantado antes del amanecery he caminado dos o tres millas hasta esas pistas.Mi madre nunca me lo hubiera permitido, peromi padre siempre decía «Déjalo». Así que cogíaun poco de pan del cesto, algo de mantequilla yjamón, lo engullía y me largaba.

En la pista primero te sientas en la barrera juntoa los hombres, blancos y negros, que hablan ymastican tabaco, y luego salen los potros. Es tem-prano y la hierba está cubierta de rocío. En el cam-po de al lado hay un hombre arando, y el resto fríecomida en la cabaña donde duermen los negrosde las carreras, y ya se sabe lo que un negro puedellegar a reír por reír, a morirse de risa, y a decircosas que te hagan reír. Un blanco no sabría, yalgunos negros tampoco, pero un negro de lascarreras es así todo el tiempo.

De modo que sacan a los potros, y algunos losmontan los mismos mozos, pero casi cada maña-

na, en las grandes pistas propiedad de tipos ricosque tal vez vivan en Nueva York, hay siempre,casi cada mañana, unos cuantos potros, algunosviejos caballos de carreras, castrados y yeguasque andan por ahí sueltos.

Se me hace un nudo en la garganta cuando correun caballo. No me refiero a todos los caballos,solo a algunos. Casi siempre los reconozco. Lollevo en la sangre, igual que los negros de las ca-rreras y los entrenadores. Incluso cuando van soloal galope con algún negrito encima sé cómo des-cubrir a un ganador. Si me duele la garganta y mecuesta tragar, entonces ese es. Correrá como SamHill cuando lo sueltes. Y costará de creer que nogane siempre, si no lo hace será porque algún otrole habrá hecho tapón o lo habrán empujado ohabrá salido mal o algo así. Si quisiera ser jugadorcomo el padre de Henry Rieback me haría rico. Séque podría y Henry también lo dice. Lo único quetendría que hacer es esperar a que apareciera eldolor cuando viera algún caballo y apostar luegohasta el último centavo. Eso es lo que haría si qui-siera ser jugador, pero no quiero.

Cuando estás en una pista por la mañana —noen las pistas de carreras, sino en las de entrena-miento, cerca de Beckersville— no ves caballosde ese tipo que digo muy a menudo, pero es agra-dable de todos modos. Cualquier pura sangre quehaya nacido sano de una buena yegua y entrena-do por un hombre que sepa lo que hace, puedecorrer. Si no, ¿qué iban a hacer ahí en lugar deestar tirando de un arado?

Bueno, pues salen de los establos con los chi-cos sobre el lomo y es hermoso estar allí. Uno seencoge en lo alto de la barrera y siente un cosqui-lleo aquí adentro. En las cabañas los negros ríen ycantan. Se fríe tocino y se hace café. Todo huele a

las mil maravillas. Nada tiene un aroma igual aldel café, el estiércol, los caballos, el tocino frito yuna pipa fumada al aire libre en una de esas maña-nas. Todo eso te atrapa, eso es lo que pasa.

Pero volvamos a Saratoga. Estuvimos allí seisdías y no nos vio ni un alma de nuestro pueblo.Todo fue como queríamos, buen tiempo, buenoscaballos, buenas carreras y todo. Emprendimosel camino de vuelta a casa y Bildad nos dio unacesta con pollo frito, pan y otras cosas de comer,y cuando estuvimos de regreso en Beckersville, amí aún me quedaban dieciocho dólares. Mi ma-dre lloraba y no paraba de hablar pero papá nodijo mucho. Les conté todo lo que hicimos, ex-cepto una cosa. Aquello lo hice y lo vi solo. Ysobre eso escribo. Me dejó muy desconcertado.Pienso en ello todas las noches. Ahí va.

En Saratoga, pasábamos la noche tumbados enel forraje de la cabaña que Bildad nos había indi-cado, comíamos temprano con los negros y luegopor la noche, cuando la gente de las carreras ya sehabía ido. Los hombres de nuestro pueblo se que-

daban en la tribuna y en la zona deapuestas, y no pisaban los lugaresdonde se guardaban los caballos aexcepción de los corrales, justo an-tes de la carrera, cuando se los ensilla.En Saratoga no tienen corrales techa-dos como en Lexington, ChurchillDowns y otras pistas de nuestra tie-rra, sino que ensillan a los caballos enun campo abierto bajo los árboles,sobre un césped tan suave y mullidocomo el del jardín de Banker Bohonaquí en Beckersville. Es precioso. Loscaballos sudan, nerviosos, y brillan;y los hombres salen y fuman cigarrosmientras los observan; allí están losentrenadores, y los propietarios, y elcorazón late tan fuerte que apenas sepuede respirar.

Entonces la corneta toca a sus pues-tos y los muchachos que van a parti-cipar salen corriendo con sus trajesde seda y tú tienes que correr tam-bién para hacerte con un lugar en lavalla junto a los negros.

Yo sigo queriendo ser entrenador o propieta-rio, y aun a riesgo de que me sorprendieran y memandaran de vuelta a casa, antes de cada carreraiba a los corrales. Los demás no lo hacían, peroyo sí.

Llegamos a Saratoga un viernes y el miércolesde la semana siguiente se corría el gran HandicapMullford. Middlestride iba a participar y Suns-treak también. El tiempo era ideal, y la pista esta-ba en óptimas condiciones. La noche anterior nopude dormir.

Sucedía que ambos caballos eran de los que mehacían un nudo en la garganta. Middlestride eslargo, castrado y de aspecto torpe. Pertenece aJoe Thompson, un pequeño propietario de nues-tro pueblo que solo tiene media docena de caba-llos. El Handicap Mullford es de una milla y a Mid-dlestride le cuesta arrancar. Comienza despacioy a mitad de carrera siempre va detrás, pero en-tonces se echa a correr y si la prueba durara unamilla y cuarto se los merendaría a todos.

Sunstreak es distinto. Es un semental nerviosoy pertenece a la mayor granja de nuestra región,la Van Riddle, propiedad del señor Van Riddle deNueva York. Sunstreak es como una de esas chicasen las que uno piensa pero a las que nunca ve.Tiene un cuerpo firme pero precioso. Cuando lemiras la cabeza te dan ganas de besarlo. Lo entrenaJerry Tillford, que me conoce y se ha portado bienconmigo en infinidad de ocasiones, me deja en-trar en el establo de un caballo para observarlode cerca y cosas así. No hay nada más hermosoque ese caballo. Se queda junto al poste tranquiloy sin chistar, pero por dentro es puro fuego. Ycuando se levanta la barrera sale como su nom-bre, Sunstreak, Rayo de Sol. Duele mirarlo. Hiere.Sencillamente corre y manda como un perdigue-

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SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 2013 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 77777

ro. No he visto a ninguno correr como él exceptoa Middlestride cuando arranca y se espabila.

¡Uau! Me moría de ganas de ver la carrera y aese par de caballos compitiendo. De ganas y tam-bién de miedo. No quería ver derrotado a ningu-no de los dos. Los de nuestras tierras nunca ha-bían enviado un par de animales como aquellos alas carreras. Lo decían los viejos y los negros tam-bién. Era un hecho.

Antes de la carrera fui a los corrales paraverlos. Le eché un último vistazo a Middlestride,que en el corral no impresiona demasiado y luegofui a ver a Sunstreak.

Aquél era su día. Lo supe en cuanto lo vi. Meolvidé por completo de que nadie debía verme yavancé. Todos los hombres de Beckersville esta-ban allí, pero nadie advirtió mi presencia, a ex-cepción de Jerry Tillford. Él me vio y entoncessucedió algo. Se lo voy a contar.

Yo estaba ahí, de pie, mirando aquel caballo conuna sensación dolorosa. En cierto modo, no sabríadecir cómo, sabía exactamente cómo se sentíaSunstreak. Estaba tranquilo y dejaba que los negrosle frotaran las patas y que el propio señor VanRiddle lo ensillara, pero por dentro era un torrenteembravecido. Era como el agua del río justo antesde precipitarse por las cataratas del Niágara. Aquelcaballo no pensaba en correr, no necesitaba pen-sar en eso. Pensaba tan solo en contenerse hastaque llegara el momento de correr. Yo lo sabía. Encierto sentido, podía ver su interior. Iba a haceruna carrera fabulosa y yo lo sabía. No hacía alardesni relinchaba, tampoco se encabritaba ni armabaningún escándalo, simplemente esperaba. Yo losabía y Jerry Tillford, su entrenador, también. Alcéla vista y aquel hombre y yo nos miramos a losojos. Y entonces me ocurrió algo. Supongo queamaba a ese hombre tanto como al caballo porquesabía lo mismo que yo. Me pareció que en el mun-do no había más que aquel hombre, el caballo yyo. Grité y a Jerry Tillford le brillaron los ojos.Luego me alejé hasta la valla para esperar la carre-ra. El caballo era mejor que yo, tenía mayor tem-planza y, ahora lo sé, también era mejor que Jerry.Estaba más tranquilo que ninguno y eso que era élquien tenía que correr.

Sunstreak llegó en primer lugar, claro, y pul-verizó el récord mundial de la milla. Aunque nun-ca vea nada más, al menos habré visto aquello.Todo salió como yo esperaba. Middlestride serezagó en la salida, partió de lejos y se acercó has-ta el segundo puesto, tal y como sabía que iba asuceder. Algún día él también conseguirá unrécord del mundo. En cuestión de caballos nadiegana a los de Beckersville.

Presencié la carrera con serenidad, porquesabía lo que iba a pasar. Estaba seguro. HanleyTurner, Henry Rieback y Tom Tumberton esta-ban todos más nerviosos que yo.

Me sucedió una cosa curiosa. Pensé en JerryTillford, el entrenador, y en lo feliz que era du-rante la carrera. Aquella tarde lo quise más de loque jamás había querido a mi padre. Casi meolvidé de los caballos de tanto pensar en él. Fue acausa de lo que vi en sus ojos cuando estaba depie junto a Sunstreak antes de la carrera. Yo sabíaque Jerry Tillford había cuidado y entrenado aSunstreak desde que no era más que un potrillo,le había enseñado a correr y a tener paciencia,cuándo debía soltarse y que no había que rendirse,jamás. Comprendí que la carrera representabapara él lo mismo que para una madre contemplara su hijo en un acto de grandeza o valentía. Era laprimera vez que yo sentía eso por un hombre.

Aquella noche después de la carrera me separéde Tom, Hanley y Henry. Quería hacer la mía yestar cerca de Jerry Tillford, si podía. Y esto es loque sucedió.

La pista de Saratoga está cerca del límite de laciudad. En ese lugar está todo reluciente, hay ár-boles de hoja perenne, césped, y lo tienen todopintado y lustroso. Si se va más allá de la pista sellega a una carretera de asfalto para automóviles,y si se sigue esa carretera durante unas pocas millas

hay un desvío que lleva hasta una granja de aspec-to descuidado situada en medio de un campo.

Aquella noche caminé por esa carretera por-que había visto a Jerry y a algunos otros tomandoaquel camino en un automóvil. No esperabaencontrarlos. Caminé un tramo y luego me detuveen una valla a pensar. Esa era la dirección quehabían tomado. Quería estar lo más cerca posiblede Jerry. Sentía que estaba cerca. Casi al momen-to tomé por el desvío —no sé por qué— y llegué aaquella extraña granja. Sentía la soledad de nover a Jerry, igual al deseo de un niño que por lanoche quiere ver a su padre. Justo entonces apa-reció un automóvil y tomó la curva. En él ibanJerry y también el padre de Henry Rieback y Ar-thur Bedford, de nuestro pueblo, Dave Williams yotros dos hombres que yo no conocía. Salierondel coche y entraron en la casa, todos excepto elpadre de Henry Rieback, que discutió con ellos ydijo que él no se metía allí. Eran solo las nueve dela noche pero estaban todos borrachos y resultóque la granja era un antro de mujeres de mala vida.Eso es lo que era. Meacerqué con sigilo alcercado, miré por laventana y observé.

Y eso fue lo que mepuso mal. No consigoentenderlo. Las muje-res de la casa eran to-das feas, malhumora-das, no daban ganas demirarlas ni de estar conellas. Además eran po-co agraciadas, excep-to una que era alta y separecía un poco al castrado Middlestride, perono tan limpia y con una boca fea y severa. Tenía elcabello rojo. Lo veía todo con claridad. Me enca-ramé a un viejo rosal junto a una ventana abiertay miré. Las mujeres llevaban vestidos sueltos yestaban sentadas en sillas repartidas por la habi-tación. Los hombres entraron y varios se sentaronen la falda de las mujeres. El lugar olía a podrido yla conversación era también un asco, el tipo decharla que un chico puede escuchar cerca de losestablos en una ciudad como Beckersville en in-vierno pero que jamás espera oír cuando haymujeres. Era asqueroso. Un negro jamás hubieraentrado en un lugar como aquel.

Miré a Jerry Tillford. Ya les he contado lo quesentía por él tras haber comprendido que tam-bién él sabía lo que pasaba por la mente de Suns-treak un minuto antes de que lo llevaran a la salidade la carrera en la que batió un récord mundial.

Jerry presumía en aquel antro de malas muje-res como sé que jamás Sunstreak lo habría hecho.Decía que él había formado a aquel caballo, queera él quien había ganado la carrera y había batido

un récord mundial. Mentía y se pavoneaba comoun loco. Nunca oí palabras más estúpidas.

Y entonces, ¿qué imaginan que hizo? Miró a lamujer que estaba allí, la delgada de boca severaque se parecía un poco al castrado Middlestride,pero que no era tan limpia como él, y sus ojoscomenzaron a brillar igual que habían brilladocuando me miró a mí y luego miró a Sunstreakaquella tarde en los corrales de la pista. Me quedéen la ventana —¡caray!— pero ojalá no me hubie-ra alejado de la pista ni de los chicos, los negros ylos caballos. La alta y marchita mujer estaba en-tre nosotros al igual que Sunstreak aquella mismatarde, en los corrales.

Entonces, en ese preciso instante, comencé aodiar a aquel hombre. Me dieron ganas de irrumpiren la habitación y de matarlo allí mismo. Jamásme había sentido así. Estaba tan fuera de mí quelloraba, y cerraba los puños con tanta fuerza quelas uñas se me clavaban en la piel.

Y los ojos de Jerry seguían brillando, y se mecíaadelante y atrás, y entonces besó a aquella mujer

y yo me largué con sigiloy regresé a las pistas y ala cama y casi no dormínada. Al día siguienteconvencí a los chicos pa-ra que regresáramos acasa y nunca les conténada de lo que vi.

Desde entonces nodejo de pensar en ello.No logro entenderlo.Vuelve a ser primavera,estoy a punto de cumplirdieciséis años y por la

mañana voy a las pistas como siempre, veo co-rrer a Sunstreak y a Middlestride y a un potronuevo llamado Strident que apuesto los va a su-perar a todos, aunque nadie lo crea salvo yo mis-mo y dos o tres negros.

Pero las cosas son distintas. En las pistas el aireya no sabe tan bien, ya no huele tan bien. Y es por-que un hombre como Jerry Tillford, que sabe loque hace, pudo ver correr a un caballo como Suns-treak y besar a una mujer como aquella el mismodía. No logro entenderlo. ¡Que lo zurzan! ¿Por quéhabrá querido actuar así? No dejo de pensar enello y eso me arruina la contemplación de los ca-ballos, el olor de las cosas, la risa de los negros ytodo lo demás. A veces me enfado tanto que medan ganas de pelearme con alguien. Me pone en-fermo. ¿Por qué lo hizo? Quiero saber por qué.

Sherwood Anderson (Camden, Ohio, 13 de septiem-bre de 1876 — Colón (Panamá), 8 de marzo de1941). Cuento publicado en The triumph of the egg(1921), con traducción de Vicenç Tuset apareceincluido en Cuentos reunidos (Debolsillo).

El lugar olía a podrido y la conversa-ción era también un asco, el tipo decharla que un chico puede escucharcerca de los establos en una ciudadcomo Beckersville en inviernopero que jamás espera oír cuando haymujeres

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planteó para el diario Cambio deMichoacán en entrevista: un espa-cio de diálogo. Porque “falta unaaudiencia educada en el área delarte contemporáneo y se carece deun mercado de consumo de esasobras, por lo que quienes se dedi-can a ello deben buscar los espa-cios y el público afín con quienentablar el diálogo.”

Este diálogo se estructura comouna cuestión literal y no como unametáfora. El diálogo no se establececon la obra (como ya hemos trata-do en una artículo anterior) sinoentre las personas en torno a lasobras. La dificultad de la constitu-ción de una escena de arte contem-poráneo en la ciudad de Morelia (yen general en Michoacán) se encuen-tra permeada por una conversaciónsiempre pendiente sobre las condi-ciones y situaciones de la produc-ción local y sus posibilidades de cir-culación. Pero cuidado: este diálo-go no puede ser exclusivamente alinterior de los círculos de artistas oprofesionales de arte (investigado-res, académicos, gestores, curado-res, críticos, galeristas), sino que aesta conversación han de estar ne-cesariamente invitados los públicos.

Jesús comentó en la nota citada(del miércoles 18 de diciembre):“Tenemos la fortuna de vivir a lasombra de un legado cultural in-valuable pero eso no nos ha permi-tido hacer algo por lo contemporá-neo. Las políticas culturales estánenfocadas a ese legado y a los artis-tas también nos ha faltado buscary crear los espacios para mostrarnuestra obra porque no son las úni-cas vías el museo o la institución”.

Apoyando esta idea, coincidamosen que la tradición no cuenta conuna condición peyorativa, pero sila herencia del pasado y la atenciónque requiere su conservación difi-culta las opciones por produciralgo propio y nuevo, hay que to-mar serias consideraciones de dis-tancia y lectura crítica.

Cierto: los museos y las institu-ciones no son las únicas vías para laexposición de obra, pero hasta ahorahan sido espacios privilegiados parala reunión de las audiencias… peronada más. El tema de la circulacióny el consumo de las obras es otroaparte, y ahí entra la discusión so-bre el papel de las iniciativas autó-nomas frente a las instituciones y lainterrogante sobre cuáles son lasposibilidades reales de alianzas/oposiciones entre unas y otras.

El Open Studio en La Suite per-mitió vislumbrar que, a pesar delpeso del patrimonio edificado y los“reflectores puestos sobre la tradi-ción”, las trayectorias individualessiguen siendo posibles y que se cuen-ta con un potencial importante parael desarrollo de puntos de interac-ción e integración de públicos.

Las obras expuestas no fueronidentificadas con fichas técnicas. Poruna parte porque algunas de ellasaún se encuentran en proceso, perotambién eso motivaba la interlocu-ción con Jesús, el cual se encontra-ba bien dispuesto a conversar so-bre detalles de cada pieza. “¿Cómose llama? ¿Dónde fue hecha? ¿A quéte refieres con esto?” eran apenasalgunas de las muchas preguntasposibles que se fueron respondien-do con el paso de las horas.

Un muro llamó particularmentela atención: sobre la blancura de lasuperficie, dos círculos concéntri-cos (uno verde, otro de color másoscuro), y al piso un ramo de flores.No dudé en comentarle a Jesús quela imagen inmediatamente llegó pormis recuerdos: el registro de acciónque Gabriel Orozco realizó en laSala Nacional del Palacio de BellasArtes en años pasados, y que con-sistía en dibujar un semi-círculosobre el muro, trazando las dimen-siones del cuerpo a través de losbrazos. Una obra híbrida: perfor-mance, instalación y registro deacción. Era visible que en la inter-vención de Jesús la circunferenciahabía sido producida por la friccióndel ramo de flores sobre el muro.

Por ahora me reservo la historiapersonal que representa el produ-cir, con flores rojas, un círculo ce-rrado referente a un episodio dedesamor y duelo reciente (lo cualya representa una distancia de lasintenciones de Orozco con su ac-ción). Conversamos cómo en susprocesos de trabajo surgen simili-tudes (y a veces, aparentes citas)con la obra de Gabriel Orozco e in-cluso el fotógrafo Mauricio Alejo,y reconoció las referencias.

La respuesta que recibí fue quetodos tenemos referencias. Los ar-tistas conocen la obra de otros ysucede continuamente la semejan-za y la referencia. Pero también su-ceden las coincidencias por pre-ocupaciones comunes, compartién-dose además los medios de produc-ción como la fotografía, el video, laexperimentación con materialespictóricos e incluso con objetosreciclados. Incluso las formas secomparten: el círculo, por ejemplo,es una figura presente de muchasformas en las artes. Jesús manifes-tó su predilección por esta forma, ysu objetivo radica en hacer muchascosas con la misma. No inventa nue-vos círculos, pero proyecta aplica-ciones de esta forma en diversossoportes y con intereses diversos.

Encontramos el círculo en susInstantes Detonados y en la seriefotográfica Ágora. En sus registrosde video lanzando papas a la super-ficie de un estanque, en las imáge-nes de su dedo formando ondas enuna alberca, en los proyectos deescultura donde modifica la formade un carrito de supermercado ha-cia una estructura circular paradescribir conceptos de los merca-dos bursátiles.

Habrá que ver lo que venga enLa Suite para 2014, a través de lasexposiciones colectivas e inter-venciones que mencionó a la pren-sa. Y habrá que estar atentos acómo se relaciona esta actividadcon aquellas que implementanotros sitios de iniciativa propia ygestión autónoma, que los hay enel estado y muy importantes. Diri-jamos los reflectores hacia allá.

La obra y La suitede Jesús Jiménez

JUAN CARLOS JIMÉNEZ [email protected] miriadacolumna.blogspot.com

MIR(Í)ADAMIR(Í)ADAMIR(Í)ADAMIR(Í)ADAMIR(Í)ADA

a noche del viernes 19 de diciembre, JesúsJiménez realizó una sesión de Estudio Abier-to en La Suite, iniciativa propia para la pro-

ducción y exhibición de obra. Fue una ocasiónespecial de reunión de colegas en torno al tra-

bajo de uno en particular, de reconocer obra yaexpuesta en muestras diversas (y que ademáscirculan por la red a través dewww.jesusjimenez.com), de recordar a travésde obras concretas la primera vez que conocí

su trabajo y de cómo desde ese inicio ya eranevidentes sus reflexiones en torno al mercado,el dinero, los valores financieros, la globaliza-ción, entre otros temas afines.

El espacio finalmente funcionó como lo que

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Los museos y las institu-ciones no son las únicasvías para la exposiciónde obra, pero hastaahora han sido espaciosprivilegiados