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Lecciones de octubre León Trotsky 1924

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Lecciones

de octubre León Trotsky

1924

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Lecciones de octubre León Trotsky

2

Versión de Julián Gorkin publicada por primera vez en 1931 por la Editorial Zeus de Madrid.

El folleto que presentamos sirvió de introducción al III volumen de las Obras de Trotsky en ruso, publicadas parcialmente en los primeros años de la Unión Soviética. El volumen se titulaba De febrero a octubre de 1917.

Hemos seguido la reedición de 1977 de la desgraciadamente extinta Editorial Fontamara, de Barcelona; modernizado el uso de mayúsculas y cambiado alguna palabra (por ejemplo, campesino por „aldeano‟), corrigiendo algunos

deslices gracias a contrastar con la versión francesa del MIA: Les leçons d‟Octobre; en todos los casos se advierte mediante corchetes.

Todas las notas son nuestras.

[email protected]

Valencia, diciembre de 2017

A cien años de la revolución proletaria de 1917

Índice Conviene estudiar octubre ............................................................................................. 3

La dictadura democrática de proletarios y [campesinos]. Febrero y Octubre .................. 6 La guerra a la guerra y el defensismo .......................................................................... 11

La Conferencia de Abril .............................................................................................. 13 Las Jornadas de Julio, el motín de Kornilov, la Conferencia Democrática y el

Preparlamento ............................................................................................................. 16 Alrededor de la revolución de octubre ......................................................................... 19

Las semanas decisivas de la insurrección .................................................................... 24 La insurrección de octubre y la “legalidad” sovietista .................................................. 27

De los soviets y del partido en la revolución proletaria ................................................ 33 Dos palabras acerca de este ensayo ............................................................................. 38

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Lecciones de octubre León Trotsky

3

Conviene estudiar octubre

Aunque nos ha acompañado la suerte en la revolución de octubre, no la ha tenido

ésta en nuestra literatura. Todavía no poseemos una sola obra que ofrezca un cuadro

general de tal revolución y que haga resaltar sus momentos más culminantes desde el

punto de vista político y organizativo. Más aún, hasta el presente no se han editado los

materiales que caracterizan las diferentes fases preparatorias de la revolución y la

revolución misma. Publicamos muchos documentos y materiales sobre la historia de la

revolución y del partido antes y después de octubre; pero se consagra mucha menos

atención al propio octubre. Llevada a cabo la insurrección, parece que hemos decidido

no tener que repetirla ya. Diríase que del estudio de octubre, de las condiciones de su

preparación inmediata, de su realización y de las primeras semanas de su consolidación

no esperamos una utilidad directa para las tareas urgentes de la organización ulterior.

No obstante, una apreciación así, aun siendo inconsciente en parte, es

profundamente errónea y denota, además, cierto carácter de estrechez nacionalista. En

caso de que no tengamos que repetir la experiencia de la revolución de octubre, ello no

significa que no deba servirnos de enseñanza esta experiencia. Constituimos una

fracción de la Internacional [Comunista], mientras el proletariado de los demás países

ha de resolver aún su problema de octubre. Y en el transcurso del año pasado, hemos

tenido pruebas harto convincentes de que los partidos comunistas más avanzados de

occidente no sólo no han sabido asimilarse nuestra experiencia, sino que ni siquiera la

conocen desde el punto de vista de los hechos.

Claro está que cabe la observación de que es imposible estudiar octubre e

incluso editar los materiales referentes al caso sin volver a poner sobre el tapete las

antiguas divergencias; pero resultaría demasiado mísera semejante manera de abordar la

cuestión. Evidentemente, eran muy profundos y estaban muy lejos de ser fortuitos los

desacuerdos de 1917; pero resultaría demasiado mezquino tratar de convertirlos ahora

en un arma de combate contra los que se equivocaron entonces. Con todo, resultaría aún

más inadmisible que, por consideraciones de orden personal, calláramos acerca de los

problemas capitales de la revolución de octubre, que revisten internacional importancia.

El año pasado, sufrimos dos penosas derrotas en Bulgaria. Primero, por fatalistas

consideraciones doctrinales, el partido comunista búlgaro desperdició el momento

excepcionalmente propicio para una acción revolucionaria (el levantamiento de los

campesinos después del golpe de fuerza de junio de Tsankov). Luego, intentando

reparar su error, se lanzó a la insurrección de septiembre sin haber preparado las

premisas políticas y organizativas. La revolución búlgara tenía que servir de

introducción a la revolución alemana. Por desgracia, esta deplorable introducción ha

tenido un desarrollo todavía peor en Alemania misma. Durante el segundo semestre del

año observamos en este país una demostración clásica de la manera en que puede

desaprovecharse una situación revolucionaria excepcional y de importancia histórica

mundial. Tampoco han sido objeto de una apreciación lo bastante completa y concreta

las experiencias búlgara y alemana. El autor de estas líneas dio el mismo año un

esquema del desarrollo de los acontecimientos alemanes. (Véanse en el opúsculo

Oriente y Occidente los capítulos titulados En un viraje y La etapa por que

atravesamos). Los sucesos posteriores han confirmado enteramente dicho esquema.

Nadie, al menos, ha tratado de dar otra explicación. Pero no basta con un esquema;

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Lecciones de octubre León Trotsky

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necesitamos un cuadro completo del desarrollo de los acontecimientos del año en

Alemania, con apoyo de los hechos todos, un cuadro que esclarezca las causas de esta

penosa derrota.

Es difícil, no obstante, pensar en un análisis de los acontecimientos de Bulgaria

y Alemania cuando aún no hemos trazado un cuadro político de la revolución de

octubre. Todavía no nos hemos dado exacta cuenta de lo que hemos hecho y de cómo lo

hemos hecho. Después de octubre, parecía que los acontecimientos se desarrollarían en

Europa por sí solos y con tal rapidez que no nos dejarían siquiera el tiempo de

asimilarnos teóricamente las lecciones de entonces. Pero ha quedado demostrado que,

sin un partido capaz de dirigir la revolución proletaria, ésta se torna imposible. El

proletariado no puede apoderarse del poder por una insurrección espontánea. Aun en un

país tan culto y tan desarrollado desde el punto de vista industrial como Alemania, la

insurrección espontánea de los trabajadores en noviembre de 1918 no hizo sino

transmitir el poder a manos de la burguesía. Una clase explotadora se encuentra

capacitada para arrebatárselo a otra clase explotadora apoyándose en sus riquezas, en su

“cultura”, en sus innumerables concomitancias con el viejo aparato estatal. Sin

embargo, cuando se trata del proletariado, no hay nada capaz de reemplazar al partido.

El verdadero período de organización de los partidos comunistas empezó a mediados de

1921 (“lucha por las masas”, “frente único”, etc.). Entonces quedan relegadas a segundo

plano las tareas de octubre, así como su estudio. El año pasado ha vuelto a enfrentarnos

con los trabajos de la revolución proletaria. Ya es hora de reunir todos los documentos,

de editar todos los materiales y de proceder a su estudio.

Sabemos con certeza que cualquier pueblo, cualquier clase y hasta cualquier

partido se instruyen principalmente por experiencia propia; pero ello no significa en

modo alguno que sea de poca monta la experiencia de los demás países, clases y

partidos. Sin el estudio de la gran Revolución Francesa, de la revolución de 1848 y de la

Comuna de París, jamás hubiéramos llevado a cabo la Revolución de Octubre, aun

mediando la experiencia de 1905. En efecto, hicimos esta experiencia apoyándonos en

las enseñanzas de las revoluciones anteriores y continuando su línea histórica. Se

invirtió todo el período de la contrarrevolución en el estudio de las lecciones de 1905;

pero para el estudio de la revolución victoriosa de 1917 no hemos realizado la décima

parte del trabajo que realizamos para el de aquélla. Y eso que ni vivimos en un período

de reacción ni en la emigración. Muy al contrario, las fuerzas y los medios de que

disponemos en la actualidad no se pueden comparar con los de aquellos penosos años.

Hay que poner en el orden del día, en el partido y en toda la Internacional [Comunista],

el estudio de la revolución de octubre. Es preciso que todo nuestro partido, y en

particular las juventudes, estudien minuciosamente tal experiencia, que ha corroborado

de manera incontestable nuestro pretérito y abierto un espacioso horizonte al porvenir.

La lección alemana del año pasado no sólo es un serio llamamiento, sino también una

amenazadora advertencia.

Se puede, en verdad, decir que un conocimiento más concienzudo del desarrollo

de la revolución de octubre no hubiera implicado garantía de triunfo para nuestro

partido alemán. Cierto que el estudio aislado de la revolución de octubre es insuficiente

para darnos la victoria en los demás países; pero a veces existen situaciones con todas

las premisas de la revolución, salvo una dirección resuelta y clarividente del partido,

basada en la comprensión de las leyes y métodos de la revolución misma. Tal era,

precisamente, la situación en Alemania el año pasado, y puede repetirse en otros países.

Ahora bien; para el estudio de las leyes y métodos de la revolución proletaria, no

hay hasta hoy ninguna fuente más importante que nuestra experiencia de octubre. Los

dirigentes de los partidos comunistas europeos que no hicieran un estudio crítico, con

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todos sus pormenores, de la historia de aquella revolución, se asemejarían al caudillo

que, conforme se preparase de momento a nuevas guerras, no estudiara la experiencia

estratégica, táctica y técnica de la última guerra imperialista. Un caudillo así condenaría

a la derrota sus ejércitos.

El partido es el instrumento esencial de la revolución proletaria. Nuestra

experiencia de un año (febrero de l917 - febrero de 1918) y las complementarias de

Finlandia, Hungría, Bulgaria, Italia y Alemania, casi nos permiten enunciar como ley

inevitable la crisis dentro del partido cuando se pasa del trabajo de preparación

revolucionaria a la lucha directa por el poder.

En general, las crisis dentro del partido surgen a cada viraje importante, como

preludio o consecuencia suya. La razón de ello estriba en que cada período del

desarrollo del partido tiene sus características especiales y reclama determinados hábitos

y métodos, dimanando de ahí el origen directo de choques y crisis. “Sucede harto a

menudo [escribía Lenin en julio de 1917] que, a un viraje brusco de la historia, los

mismos partidos avanzados no puedan, por un tiempo más o menos largo, adaptarse a la

nueva situación, y repitan consignas eficaces ayer que carecen hoy de sentido, tanto más

“súbitamente” cuanto más súbito haya sido el viraje histórico”. De donde se deduce un

peligro: si el viraje ha sido demasiado brusco o inesperado, y si el período anterior ha

acumulado con exceso elementos de inercia y de conservatismo en los órganos

dirigentes del partido, éste se muestra incapaz de ejercer la dirección en el momento

más grave, para el cual se había preparado durante varios años o decenios. Lo corroe la

crisis y el movimiento se efectúa sin finalidad, predestinado a la derrota.

Un partido revolucionario está sometido a la presión de diferentes fuerzas

políticas. En cada período de su desarrollo elabora los medios de resistirlas y

rechazarlas. En los virajes tácticos que comportan reagrupamientos y roces interiores

disminuye su fuerza de resistencia. De ahí la posibilidad constante, para las

agrupaciones internas de los partidos engendradas por la necesidad del viraje táctico, de

desarrollarse considerablemente y de llegar a ser una base de diferentes tendencias de

clase. En resumen, un partido desvinculado de las tareas históricas de su clase se

convierte o corre el riesgo de convertirse en instrumento indirecto de las demás.

Si la observación que acabamos de hacer es justa respecto a cada viraje táctico

importante, con mayor razón lo será respecto a los grandes virajes estratégicos.

Entendemos por táctica en política (por analogía con la ciencia bélica) el arte de

conducir las operaciones aisladas; por estrategia, el arte de vencer, es decir, de

apoderarse del mando [poder1]. Antes de la guerra, en la época de la II Internacional, no

hacíamos estos distingos; nos limitábamos al concepto de la táctica [socialdemócrata].

Y no obedece al azar nuestra actitud. La socialdemocracia tenía una táctica

parlamentaria, sindical, municipal, cooperativa, etcétera. En la época de la Segunda

Internacional no se planteaba la cuestión de la combinación de todas las fuerzas y

recursos, de todas las armas, para obtener la victoria sobre el enemigo, porque aquélla

no se asignaba prácticamente la misión de luchar por el poder. La revolución de 1905,

después de un largo intervalo, renovó las cuestiones esenciales, las cuestiones

estratégicas de la lucha proletaria. De este modo aseguró inmensas ventajas a los

revolucionarios socialdemócratas rusos, es decir, a los bolcheviques.

La gran época de la estrategia revolucionaria comienza en 1917, primero en

Rusia y después en toda Europa. Es evidente que la estrategia no impide la táctica. Las

cuestiones del movimiento sindical, de la actividad parlamentaria, etcétera, no

desaparecen de nuestro campo visual, sino que adquieren una nueva importancia como

1 Ver Les leçons d‟Octobre, en Léon Trotsky – Les Oeuvres – MIA.

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métodos subordinados de la lucha combinada por el poder. La táctica se subordina a la

estrategia.

Si los virajes tácticos engendran habitualmente en el partido roces interiores, con

mayor razón los estratégicos deben de provocar trastornos mucho más profundos. Y el

viraje más brusco es aquel en que el partido del proletariado pasa de la preparación, de

la propaganda, de la organización y de la agitación a la lucha directa por el poder, a la

insurrección armada contra la burguesía. Todo lo que dentro del partido hay de

irresoluto, de escéptico, de conciliador, de capitulante, se yergue contra la insurrección,

busca la oposición de fórmulas teóricas y las encuentra prontas en sus adversarios de

ayer, los oportunistas. Más adelante observaremos varias veces este fenómeno.

En el período de febrero a octubre, al efectuar un largo trabajo de agitación y de

organización entre las masas, el partido hizo un examen último, una selección final de

sus armas, antes de la batalla decisiva. En octubre y después se comprobó la

importancia de tales armas en una operación de vasta envergadura. Ocuparse ahora de

apreciar los diferentes puntos de vista sobre la revolución en general y sobre la

Revolución Rusa, en particular, pasando por alto la experiencia de 1917, supondría

entregarse a una escolástica estéril en vez de emprender un análisis marxista de la

política. Sería actuar al igual de individuos que discutieran las ventajas de los diversos

métodos de natación, negándose obstinadamente a mirar el río donde los nadadores los

aplican. No hay mejor prueba de los puntos de vista revolucionarios que la aplicación de

ellos durante la revolución, así como el método de natación se comprueba mejor cuando

el nadador se arroja al agua.

La dictadura democrática de proletarios y [campesinos]. Febrero y

Octubre

Con su desarrollo y su resultado la revolución de octubre asestó un golpe

formidable a la parodia escolástica del marxismo que se había extendido

considerablemente en los medios socialdemócratas rusos, comenzando por el Grupo de

Emancipación del Trabajo, [y] que había encontrado su más completa expresión en los

mencheviques. Este pseudomarxismo consistía esencialmente en transformar el

pensamiento condicional y limitado de Marx (“los países adelantados muestran a los

atrasados la imagen de su desarrollo futuro”) en una ley absoluta, suprahistórica, sobre

la cual se esforzaba por cimentar la táctica del partido de la clase obrera. Con esa teoría

se descartaba, naturalmente, la cuestión de la lucha del proletariado ruso por el poder,

mientras no hubieran dado el ejemplo y creado de algún modo un “precedente” los

países más desarrollados desde el punto de vista económico.

No cabe duda de que todo país atrasado encuentra “algunos” rasgos de su

porvenir en la historia de los países adelantados; pero ni por asomo procedería una

repetición general del desarrollo de los sucesos. Por el contrario, cuanto mayor carácter

mundial revista la economía capitalista, mayor carácter especial adquirirá la evolución

de los países atrasados, donde los elementos retardatarios se combinan con los

elementos más modernos del capitalismo.

En el prefacio de La guerra campesina escribía Engels: “… al llegar a un

determinado momento, que no es el mismo en todas partes ni tampoco es obligatorio

para una determinada fase del desarrollo, la burguesía comienza a darse cuenta de que

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su inseparable acompañante, el proletariado, empieza a sobrepasarla.”2. La evolución

histórica obligó a la burguesía rusa a hacer esta comprobación más pronto y de un modo

más completo que a cualquier otra. Ya a principios de 1905 había expresado Lenin el

carácter especial de la revolución rusa en la fórmula “dictadura democrática de obreros

y campesinos”. Por sí misma, y así lo demostró el curso ulterior de los sucesos, esta

fórmula no podía tener importancia sino como etapa hacia la dictadura socialista del

proletariado con el apoyo de los campesinos.

[Aunque] enteramente revolucionario y profundamente dinámico, el

planteamiento de la cuestión por Lenin era radicalmente opuesto al sistema

menchevique, según el cual Rusia sólo podía pretender repetir la historia de los pueblos

avanzados, con la burguesía en el poder y la socialdemocracia en la oposición. No

obstante, en la fórmula de Lenin ciertos círculos de nuestro partido no acentuaban la

palabra “dictadura”, sino la palabra “democrática” para oponerla a la palabra

“socialista”. Eso significaba que en Rusia, país atrasado, sólo se podía concebir la

revolución democrática. La revolución socialista debía comenzar en occidente y sólo

podíamos encauzarnos en la corriente del socialismo siguiendo a Inglaterra, Francia y

Alemania. Pero este punto de vista derivaba de modo inevitable hacia el menchevismo,

y esto fue lo que apareció claro en 1917 cuando las tareas de la revolución se

plantearon, no como cuestiones de pronóstico, sino como cuestiones de acción.

En las condiciones de la revolución, querer realizar la democracia total “contra”

el socialismo (conceptuado prematuro) equivalía, políticamente, a derivar de la posición

proletaria a la posición de la pequeña burguesía, a convertirse en el ala izquierda de la

revolución nacional.

Considerada [aparte], la Revolución de Febrero era esencialmente burguesa,

había llegado demasiado tarde y no poseía por sí ningún elemento de estabilidad.

Desgarrada por contradicciones que se manifestaron desde un principio en la dualidad

de poderes, debía transformarse o bien en introducción directa a la revolución proletaria

(lo cual aconteció) o arrojar a Rusia, bajo un régimen de oligarquía burguesa, a un

estado semicolonial.

Por consiguiente, podía estimarse el período consecutivo a la revolución de

febrero, ora como de consolidación, de desarrollo o de remate de la revolución

democrática, ora como un período preparatorio de la revolución proletaria. Adoptaban

el primer punto de vista, además de los mencheviques y socialistas revolucionarios,

cierto numero de dirigentes bolcheviques, quienes se distinguían de aquellos, empero,

por el empeño que ponían en arrojar a Rusia a la izquierda de la revolución democrática.

Sin embargo, el fundamento de su método era el mismo: consistía en “ejercer presión”

sobre la burguesía dirigente, “presión” que no saliese del molde del régimen

democrático burgués. Si hubiera triunfado esta política, el desarrollo de la revolución se

habría efectuado fuera de nuestro partido, y a la postre hubiéramos tenido una

insurrección de las masas obreras y campesinas no dirigidas por el partido, o sea

Jornadas de Julio en gran escala, como si dijéramos una verdadera catástrofe. Es

evidente que la consecuencia inmediata de esta catástrofe hubiera sido la destrucción del

partido. Ello demuestra lo profundo de las divergencias que existían entonces.

La influencia de los mencheviques y socialistas revolucionarios durante el

primer período de la revolución no era, por supuesto, fortuita: representaba la fuerte

proporción de la pequeña burguesía y ante todo de las masas campesinas en la población

rusa, amén de la falta de madurez de la revolución. Precisamente este estado prematuro,

en las condiciones especiales creadas por la guerra, dejó a los revolucionarios de la

2 F. Engels, “Prefacio a la guerra campesina en Alemania”, en Obras Escogidas (de Marx y Engels),

Tomo I, Editorial Ayuso, Madrid, 1975, página 632.

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pequeña burguesía (defensores de los derechos históricos de ésta en el poder) la

posibilidad de dirigir al pueblo, en apariencia al menos.

Pero ello no significa que la revolución rusa debiera haber seguido el derrotero

que en realidad siguió de febrero a octubre de 1917. Este no derivaba sólo de relaciones

de clase, sino también de condiciones temporales creadas por la guerra. Gracias a ella,

los campesinos se hallaron organizados y equipados en un ejército de millones de

hombres. Antes de que el proletariado tuviera tiempo de ordenarse bajo su bandera para

arrastrar en pos de sí a las masas rurales, los revolucionarios de la pequeña burguesía

habían encontrado un apoyo natural en el ejército campesino sublevado contra la guerra.

Con el peso de este ejército innumerable, del cual dependía directamente todo,

gravitaron sobre el proletariado, y en el primer período se lo llevaron consigo.

La marcha de la revolución hubiera podido ser diferente sobre las mismas bases

de clase, según lo demuestran mejor que nada los acontecimientos que precedieron a la

guerra. En julio de 1914 Petrogrado fue sacudido por huelgas revolucionarias que

suscitaron combates en la calle inclusive. Es incontestable que la dirección de este

movimiento pertenecía a la organización clandestina y a la prensa legal de nuestro

partido. El bolchevismo consolidaba su influencia en la lucha directa contra los

liquidadores y los partidos de la pequeña burguesía en general. El desarrollo del

movimiento hubiera motivado en primer lugar el crecimiento del partido bolchevique: si

se hubieran instituido los sóviets de diputados obreros en 1914, verosímilmente habrían

sido bolcheviques desde el principio. Dirigidos por los bolcheviques, los sóviets

urbanos hubieran despertado los campos. No quiere ello decir necesariamente que los

socialistas revolucionarios hubieran perdido, en absoluto y de inmediato, la influencia

que allí tenían. Según todas las probabilidades, se habría franqueado la primera etapa de

la revolución proletaria bajo la bandera de los “narodniki”. Con todo, éstos se habrían

visto forzados a situar su ala izquierda en la vanguardia, para estar en contacto con los

sóviets bolcheviques de las ciudades. Asimismo, en tal caso el resultado directo de la

insurrección hubiera dependido ante todo del estado de ánimo y de la conducta del

ejército, que estaba ligado a los campesinos.

Es imposible, y además inútil, tratar de adivinar ahora si el movimiento de 1914-

1915 habría acarreado la victoria en caso de que no hubiera estallado la guerra. Pero hay

muchos indicios para suponer que si la revolución victoriosa se hubiera desarrollado en

el sentido que iniciaron los sucesos de julio de 1914, el derrocamiento del zarismo

habría ocasionado el advenimiento al poder de los sóviets obreros revolucionarios,

quienes al principio por mediación de los “narodniki” de izquierda, hubieran atraído a

su órbita a las masas campesinas.

La guerra interrumpió el movimiento revolucionario que había empezado a

desarrollarse, lo aplazó y después lo aceleró por demás. En la forma de un ejército de

varios millones de hombres, la guerra creó una base excepcional, tanto política como

organizativa, para los partidos de la pequeña burguesía. En efecto, resulta difícil

convertir en tal base al elemento campesino, siquiera sea ya revolucionario. Los partidos

de la pequeña burguesía se imponían al proletariado y lo oprimían en las redes del

defensismo, apoyándose en la organización preparada del ejército.

He aquí por qué desde un principio combatió Lenin con encarnizamiento la vieja

consigna de “dictadura democrática de obreros y campesinos”, que, dadas las nuevas

condiciones, significaba la transformación del partido bolchevique en el ala izquierda

del bloque defensista. Para Lenin, la tarea principal estribaba en sacar del pantano

defensista a la vanguardia proletaria. Sólo con esta condición, en la etapa siguiente,

podría el proletariado llegar a ser el centro de enlace de las masas trabajadoras del

campo.

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Pero, ¿qué actitud era menester adoptar frente a la revolución democrática, o

dicho con más exactitud, frente a la dictadura democrática de obreros y campesinos?

Lenin increpa vigorosamente a los “viejos bolcheviques” que han desempeñado ya

varias veces (dice) un triste papel en la historia de nuestro partido repitiendo sin

inteligencia una fórmula “aprendida” en vez de “estudiar” las particularidades de la

nueva situación real. “[En efecto, la realidad nos muestra tanto el paso del poder a

manos de la burguesía (una revolución democráticoburguesa “consumada” del tipo

corriente), como la existencia, junto al gobierno legítimo, de un gobierno paralelo, que

representa la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado”.

Este “segundo gobierno” ha cedido él mismo al gobierno burgués. ¿Cubre esta realidad

la vieja fórmula bolchevique del camarada Kámenev, que dice que “la revolución

democráticoburguesa no se ha consumado? No, la fórmula es anticuada. No sirve para

nada. Es una fórmula muerta. Y es inútil tratar de resucitarla.”3

Es verdad que Lenin señaló ocasionalmente que los sóviets de los diputados

obreros, soldados y campesinos en el primer período de la revolución de febrero,

encarnaron “hasta cierto punto” la dictadura revolucionario-democrática de obreros y

campesinos. Así fue en la medida en que tales sóviets ejercieron el poder. Pero, según

ha replicado el propio Lenin en muchas ocasiones, los sóviets del período de febrero

ejercían sólo un semipoder; sostenían el poder de la burguesía, no sin mantenerla a raya

con el peso de una semioposición. Precisamente es esta situación equívoca la que les

permitía no salirse del marco de la coalición democrática de obreros, campesinos y

soldados.

Aunque muy distante todavía de la dictadura, esta coalición propendía a ella

conforme se apoyaba, antes que en relaciones estatales regularizadas, en la fuerza

armada y en la alianza revolucionaria. La inestabilidad de los sóviets conciliadores

residía en el carácter democrático de tal coalición de obreros, campesinos y soldados,

que ejercían un semipoder. Les quedaba la alternativa de ver disminuir su papel hasta la

extinción o asumir el poder de veras. Pero no podían asumirlo como coalición de

obreros y campesinos representados por diferentes partidos, sino como dictadura del

proletariado dirigida por un partido único que se atrajera las masas campesinas,

empezando por los elementos semiproletarios.

En otros términos, la coalición democrática de obreros y campesinos sólo podía

considerarse una forma preliminar del ascenso al poder, una tendencia, pero no un

hecho. La conquista del poder debía romper la envoltura democrática, imponer a la

mayoría de los campesinos la necesidad de seguir a los obreros, permitir que el

proletariado realizara su dictadura de clase, y por razón idéntica, poner al orden del día,

paralela a la democratización radical de las relaciones sociales, la injerencia socialista

del estado obrero en los derechos de la sociedad capitalista.

Continuar en estas condiciones ateniéndose a la fórmula de la “dictadura

democrática” equivalía, en realidad, a renunciar al poder y a arrinconar la revolución en

un callejón sin salida. La principal cuestión en litigio, a cuyo derredor giraban las

demás, era la de si se debía luchar por el poder y asumirlo, o no. Eso basta para

demostrar que no estábamos en presencia de aparentes divergencias episódicas, sino al

frente de dos tendencias de principio. Una de ellas era proletaria y conducía a la

revolución mundial; la otra era democrática, de la pequeña burguesía, y comportaba en

último término la subordinación de la política proletaria a las necesidades de la sociedad

burguesa en su proceso de reforma.

3 V. I. Lenin, “Cartas sobre táctica”, en Obras Completas, Tomo XXIV, Akal Editor, Madrid, 1977,

página 466.

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Estas dos tendencias chocaron violentamente en todas las cuestiones del año

1917, por poco importantes que fuesen. La época revolucionaria, es decir, el momento

de poner en actividad el caudal acumulado por el partido, debía motivar inevitablemente

algunos desacuerdos del mismo género. En mayor o menor escala ambas tendencias se

manifestarán aún muchas veces en todos los países, durante los períodos

revolucionarios, con las diferencias motivadas por cada situación. Si se conceptúa

[como] “bolchevismo” una educación, un temple, una organización de la vanguardia

proletaria capaz de tomar el poder por la fuerza; si se conceptúa [como]

“socialdemocracia” el reformismo y la oposición dentro del marco de la sociedad

burguesa, así como la adaptación a la legalidad de ésta, o sea la educación de las masas

en la idea de la [inamovilidad] del estado burgués, claro está que la lucha entre las

tendencias socialdemócratas y el bolchevismo, incluso en un partido comunista que no

surge armado de la forja de la historia, debe manifestarse de la manera más perentoria y

franca cuando se plantea directamente la cuestión del poder en período revolucionario.

***

Hasta el 4 de abril, es decir después de que Lenin llegó a Petrogrado, no se

planteó ante el partido el problema de la conquista del poder. Pero, aun a partir de este

momento, la línea del partido no tiene un carácter continuo, indiscutible para todos. A

pesar de las decisiones de la Conferencia de Abril de 1917, durante todo el período

preparatorio se exterioriza una resistencia tan pronto sorda como declarada hacia la vía

revolucionaria.

El estudio del desarrollo de las divergencias entre febrero y la consolidación de

la revolución de octubre, no sólo ofrece un interés teórico excepcional, sino también una

importancia práctica inconmensurable. En 1910 Lenin había calificado de

“anticipatorios” los desacuerdos que se habían manifestado en el II Congreso de 1905.

Conviene seguir estos desacuerdos desde su origen o sea después de 1903 y aun desde

el “economismo”. Pero carecería de sentido este estudio si no fuera completo y no

comprendiera asimismo el período en que las divergencias fueron sometidas a la prueba

decisiva de octubre.

En estas páginas no podemos proceder a un examen completo de todas las etapas

de dicha lucha. Pero juzgamos necesario colmar parcialmente la inadmisible laguna que

existe en nuestra literatura respecto al período más importante del desarrollo de nuestro

partido.

Como hemos dicho ya, el núcleo de las citadas divergencias es la cuestión del

poder. Sobre este extremo se basa el criterio que permite determinar el carácter de un

partido revolucionario y de un partido no revolucionario. En el período que estudiamos

se formula y resuelve la cuestión de la guerra en estrecha conexión con la del poder.

Examinaremos ambas por orden cronológico: posición del partido y de su prensa en el

período inmediato al derrocamiento del zarismo, antes de la llegada de Lenin; lucha en

torno a las tesis de Lenin, Conferencia de Abril, consecuencias de las Jornadas de Julio,

sublevación de Kornilov, Conferencia Democrática y Preparlamento, insurrección

armada y toma del poder (septiembre-octubre), gobierno socialista “homogéneo”.

Creemos que el estudio de estas divergencias nos permitirá deducir conclusiones

de considerable importancia para los demás partidos de la Internacional Comunista.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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La guerra a la guerra y el defensismo

En febrero de 1917 el derrocamiento del zarismo constituía, sin duda, un salto

gigantesco hacia adelante. Pero, considerada en sí misma y no como un paso hacia

octubre, la revolución de febrero significaba únicamente una aproximación de Rusia al

tipo de república burguesa que existe, por ejemplo, en Francia. Claro que los partidos

revolucionarios de la pequeña burguesía no la consideraron una revolución burguesa;

pero tampoco la estimaron [como] una etapa de la revolución socialista, conceptuándola

[como] una adquisición “democrática” que tenía por sí misma un valor independiente.

Sobre esta premisa fundaron la ideología del defensismo revolucionario. No defendían

la dominación de tal o cual clase, sino la “revolución” y la “democracia”. Dentro de

nuestro partido, inclusive, la revolución de febrero ocasionó al principio una mudanza

notable de las perspectivas revolucionarias. En marzo, Pravda se hallaba más cerca del

defensismo “revolucionario” que de la posición de Lenin.

“Cuando dos ejércitos están frente a frente [decía un artículo de redacción] sería

la política más absurda la que propusiera a uno de ellos rendir las armas y regresar a sus

hogares. No sería ésta una política de paz, sino de esclavitud, que rechazaría con

indignación un pueblo libre. No, el pueblo se mantendrá en su puesto con firmeza y

devolverá balazo por balazo, proyectil por proyectil.” (Pravda, 15 de marzo de 1917:

“Ninguna diplomacia secreta”). Nótese que aquí no se trata de las clases dominantes u

oprimidas, sino del pueblo libre; no son las clases las que luchan por el poder, sino el

pueblo libre que está “en su puesto”. Tanto las ideas como la manera de formularlas son

puramente defensistas. En el mismo artículo leemos: “No es nuestra consigna la

desorganización del ejército revolucionario o que se revoluciona, ni la vacua divisa de

“¡Abajo la guerra!” Nuestra consigna es: presión sobre el Gobierno Provisional para

forzarle a que intente con resolución, ante la democracia del mundo, obligar a todos los

países beligerantes al comienzo inmediato de negociaciones respecto a la manera de

terminar la guerra mundial. Hasta entonces cada uno permanecerá en su puesto de

combate.”

Este programa de presión sobre el gobierno imperialista para obligarlo a seguir

un camino de paz era el de Kautsky y Ledebur en Alemania, de Longuet en Francia, de

Mac Donald en Inglaterra; pero no el del bolchevismo. En su artículo, la redacción no se

contenta con aprobar el famoso manifiesto del Sóviet de Petrogrado: A los pueblos del

mundo entero (manifiesto impregnado del espíritu del defensismo revolucionario); se

solidariza con las resoluciones francamente defensistas adoptadas en dos meetings de

Petrogrado y de las cuales declara: “Si las democracias alemana y austríaca no oyen

nuestra voz [es decir, la voz del Gobierno Provisional y del sóviet conciliador, L.T.],

defenderemos nuestra patria hasta verter la última gota de nuestra sangre”.

No supone una excepción el artículo a que aludimos, el cual expresa con

exactitud la postura de Pravda hasta que regresó Lenin a Rusia. Así, en otro artículo

sobre la guerra (Pravda, 16 de marzo de 1917), que contiene, sin embargo, algunas

observaciones críticas acerca del manifiesto a los pueblos, encontramos la siguiente

declaración: “No se puede por menos de aclamar el llamamiento de ayer, con el que el

Sóviet de Petrogrado de los Diputados Obreros y Soldados invita a los pueblos del

mundo entero a forzar a sus gobiernos para que cese la carnicería”. ¿Cómo hallar una

salida a la guerra? El mismo artículo responde: “La salida consiste en una presión sobre

el Gobierno Provisional con el fin de hacerle declarar que accede a iniciar

inmediatamente negociaciones de paz.”

Podríamos dar buen acopio de citas análogas de carácter defensivo y conciliador

más o menos disfrazado. En este momento, Lenin, que no había conseguido aún salir de

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Zurich, se pronunciaba con brío, en sus Cartas desde lejos, contra toda sombra de

concesión a defensistas y conciliadores. “Pero es absolutamente inadmisible [escribía el

9 de marzo] ocultar a uno mismo y al pueblo que este gobierno quiere continuar la

guerra imperialista; que es un agente del capital inglés; que quiere restaurar la

monarquía y fortalecer la dominación de los terratenientes y capitalistas”4. Después, el

12 de marzo, insiste: “Pedirle a este gobierno [el gobierno de los Guchkov y los

Miliukov] que concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a

guardianes de prostíbulos.”5 Mientras Pravda exhorta a ejercer presión sobre el

Gobierno Provisional para obligarlo a intervenir en pro de la paz ante “la democracia

del mundo”, Lenin escribe: “Por consiguiente, proponer al gobierno Guchkov-Miliukov

que concluya una paz pronta, honrada, democrática y de buenos vecinos, es lo mismo

que cuando un buen “padrecito” de aldea insta a los terratenientes y a los comerciantes

“a seguir el camino de Dios”, a amar al prójimo y a poner la otra mejilla.”6

El 4 de abril, al día siguiente de llegar a Petrogrado, Lenin se manifestó

resueltamente contra la posición de Pravda en la cuestión de la guerra y de la paz: “Ni

el menor apoyo al Gobierno Provisional; demostrar la falsedad absoluta de todas sus

promesas, especialmente las que se refieren a la renuncia a las anexiones.

Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de “exigir”

que deje de ser imperialista, cosa inadmisible y que no hace más que despertar

ilusiones.”7. Huelga añadir cómo Lenin califica de “famoso” y “confuso” el

llamamiento de los conciliadores del 14 de marzo, acogido de tan favorable modo por

Pravda. Constituye una hipocresía imponderable lo de invitar a los demás pueblos a

romper con sus banqueros y a crear simultáneamente un gobierno de coalición con ellos.

“Todos los del “centro” [dice Lenin en su proyecto de bases] juran y proclaman ser

marxistas, internacionalistas, estar por la paz, porque se ejerza todo tipo de “presión”

sobre los gobiernos, por “exigir”, por todos los medios que sus propios gobiernos “se

cercioren de la voluntad de paz del pueblo.”8

¿Pero acaso (se podría objetar desde luego) renuncia un partido revolucionario a

ejercer presión sobre la burguesía y su gobierno? Evidentemente, no. La presión sobre

el gobierno burgués es el camino de las reformas. Un partido marxista revolucionario no

renuncia a ellas, aunque éstas se refieran a cuestiones secundarias y no a cuestiones

esenciales. No se puede obtener el poder por medio de reformas ni se puede, por medio

de una presión, forzar a la burguesía a cambiar su política en una cuestión de la que

depende su suerte. Precisamente por no haber dado lugar a una presión reformista, la

guerra creó una situación revolucionaria. Era necesario seguir a la burguesía hasta el fin

o sublevar a las masas contra ella para arrancarle el poder. En el primer caso, podrían

obtenerse ciertas concesiones de política interior, a condición de apoyar sin reservas la

política exterior del imperialismo. Por eso se transformó abiertamente el reformismo

socialista en imperialismo socialista desde el principio de la guerra. Por eso se vieron

obligados los elementos revolucionarios verdaderos a crear una nueva internacional.

El punto de vista de Pravda no era proletario-revolucionario, sino demócrata-

defensista, aunque equívoco en su defensismo. “Hemos derrocado el zarismo [se decía],

y ejercemos una presión sobre el gobierno democrático. Este debe proponer la paz a los

4 V.I. Lenin, “Cartas desde lejos. Segunda Carta. El nuevo gobierno y el proletariado”, en Obras

Completas, Tomo XXIV, Akal Editor, Madrid, 1977, página 354. 5 V. I. Lenin, “Cartas desde lejos. Cuarta Carta. Cómo lograr la paz”, ídem, página 372. EIS. 6 Ibídem, página 374. 7 V. I. Lenin, “Informe en una reunión de delegados bolcheviques a la conferencia de los sóviets de

diputados obreros y soldados de toda Rusia”, ídem, página 430. 8 V. I. Lenin, “Las tareas del proletariado en nuestra revolución (Proyecto de plataforma del partido

proletario). La situación en la Internacional Socialista”, en ídem, página 493.

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pueblos. Si la democracia alemana no puede pesar sobre su gobierno, defenderemos

nuestra “patria” hasta verter la última gota de nuestra sangre”. La realización de la paz

no se había planteado como tarea exclusiva de la clase obrera (tarea por llevar a cabo a

pesar del gobierno provisional burgués), porque la conquista del poder por el

proletariado no se había planteado como tarea revolucionaria práctica. Sin embargo,

eran inseparables ambas cosas.

La Conferencia de Abril

Para muchos dirigentes del partido, estalló como una bomba el discurso de Lenin

en la estación de Finlandia sobre el carácter socialista de la revolución rusa. Desde el

primer día, hubo de iniciarse la polémica entre él y los partidarios del

“perfeccionamiento de la revolución democrática”.

La demostración armada de abril, en la cual resonó, la consigna de “¡Abajo el

Gobierno Provisional!”, daría ocasión a un conflicto agudo. A ciertos representantes del

ala derecha les suministró pretexto para acusar de blanquismo a Lenin. Decíase que no

cabría derribar al Gobierno Provisional, sostenido entonces por la mayoría del sóviet,

sino torciendo la voluntad de la mayor parte de los trabajadores. Formalmente, podía no

parecer desprovisto de fundamento el reproche. En realidad, no delataba ni sombra de

blanquismo la política de Lenin en abril. Para él, se reducía toda la cuestión a saber en

qué medida continuaban los sóviets reflejando el estado de ánimo verdadero de las

masas y a determinar si no se engañaba el partido al orientarse por ellos. La

manifestación de abril, que había sido “más izquierdista” de lo que convenía, implicaba

un reconocimiento destinado a comprobar el estado de ánimo de las masas, así como las

relaciones entre estas últimas y la mayoría del sóviet, demostrando la necesidad de un

largo trabajo preparatorio. A principios de mayo, Lenin reprobó en tono severo la

conducta de los marineros de Kronstadt, quienes, movidos de su ímpetu, se habían

excedido y habían declarado no reconocer el Gobierno Provisional.

De muy distinta manera abordaban la cuestión los adversarios de la lucha por el

poder. En la Conferencia de Abril del partido, exponía Kámenev sus quejas: “En el

número 19 de Pravda, unos compañeros [evidentemente se trata de Lenin (L.T.)]

proponían una resolución sobre el derrocamiento del Gobierno Provisional, resolución

impresa antes de la última crisis; pero la han rechazado luego como susceptible de

introducir la desorganización y como aventurada. Bien se ve que los compañeros en

cuestión se habían enterado de algo durante esa crisis. La resolución propuesta [es decir,

la resolución propuesta por Lenin en la conferencia (L.T.)] reitera esta falta”.

Resulta significativa en alto grado semejante manera de plantear la cuestión.

Una vez efectuado el reconocimiento, Lenin retiró la consigna de un derrocamiento

inmediato del Gobierno Provisional; pero la retiró temporalmente, por unas semanas o

por unos meses, según la mayor o menor rapidez con que creciera la indignación de las

masas contra los conciliadores. Por su parte, la oposición consideraba errónea tal

consigna. La demora provisional de Lenin no comportaba ninguna modificación de su

línea de conducta. Lenin no se basaba en el hecho de que todavía no estuviera terminada

la revolución democrática, sino sólo en el de que la masa aún era incapaz de derribar al

Gobierno Provisional y de que se requería cuanto antes hacerla capaz de abatirlo.

Toda la Conferencia de Abril del partido se consagró a la siguiente cuestión

esencial: “¿Vamos a la conquista del poder para realizar la revolución socialista, o

ayudamos a perfeccionar la revolución democrática?” Por desgracia, todavía permanece

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sin publicar la reseña de esa conferencia. Sin embargo, quizás no haya en la historia de

nuestro partido un congreso que tuviera una importancia tan grande y tan directa para la

suerte de nuestra revolución.

Lucha irreductible contra el defensismo y los defensistas, conquista de la

mayoría en los sóviets, derrocamiento del Gobierno Provisional por mediación de los

sóviets, política revolucionaria de paz, programa de revolución socialista en el interior y

de revolución internacional en el exterior: tal es la posición de Lenin. Conforme se sabe,

la oposición propugnaba el perfeccionamiento de la revolución democrática por medio

de una presión sobre el Gobierno Provisional, debiendo permanecer los sóviets como

órganos de “inspección” cerca del poder burgués. De lo cual se desprende una actitud

más conciliadora con respecto al defensismo.

En la Conferencia de Abril declaraba uno de los adversarios de Lenin:

“Hablamos de los sóviets obreros y soldados como de centros organizadores de nuestras

fuerzas y del poder... Por sí solo indica su nombre que constituyen un bloque de fuerzas

pertenecientes a la pequeña burguesía y al proletariado, para quienes se impone la

necesidad de rematar las tareas democráticas burguesas. Si hubiera terminado la

revolución democrática burguesa, no podría existir este bloque... y contra él orientaría el

proletariado la lucha revolucionaria... Sin perjuicio de lo anterior, reconocemos a esos

sóviets la calidad de centros de organización de nuestras fuerzas... Así, pues, aún no está

acabada la revolución burguesa, que no ha dado todo su rendimiento, y debemos

reconocer que, si estuviera terminada por completo, pasaría el poder a manos del

proletariado”. (Discurso de Kámenev).

Es palmaria la inconsistencia de este razonamiento. Porque nunca estaría

terminada en absoluto la revolución mientras no pasara el poder a otras manos. El autor

del discurso precitado, que ignora el eje verdadero de la revolución, no deduce las tareas

del partido del agrupamiento real de las fuerzas de clase, sino de una definición formal

de la revolución considerada burguesa o democráticoburguesa. Según él, es menester

formar bloque con la pequeña burguesía e inspeccionar el poder burgués en tanto que no

esté perfeccionada la revolución burguesa. Ello implica un esquema de claro sentido

menchevique. Al limitar desde el punto de vista doctrinal las tareas de la revolución con

el apelativo de ésta (revolución “burguesa”), había de llegarse fatalmente a la política de

presionar al Gobierno Provisional, a la reivindicación de un programa de paz sin

anexiones, etcétera. Por perfeccionamiento de la revolución democrática se

sobreentendía la realización de una serie de reformas por mediación de la Asamblea

Constituyente, donde el partido bolchevique desempeñaría el papel de ala izquierda.

Así perdía cualquier significación efectiva la consigna de “Todo el poder a los

sóviets”. Esto fue lo que en la Conferencia de Abril declaró Noguin, más lógico que sus

compañeros de oposición: “En el curso evolutivo desaparecen las atribuciones más

importantes de los sóviets, y una serie de sus funciones administrativas se transmite a

los municipios, a los zemstvos, etc. Consideremos el desarrollo ulterior de la

organización estatal. No podemos negar que habrá una Asamblea Constituyente, y en

consecuencia, un parlamento. De ahí resulta que, progresivamente, se irá descargando

de sus principales funciones a los sóviets; pero no quiere ello decir que terminen de una

manera vergonzosa su existencia. Se limitarán a transmitir sus funciones. No será con

sóviets del tipo actual con los que llegue a realizarse entre nosotros la república

comunal”.

Por último, un tercer oposicionista abordó la cuestión desde el punto de vista de

la madurez de Rusia para el socialismo: “Al enarbolar la consigna de la revolución

proletaria, ¿podemos contar con el apoyo de las masas? No, porque Rusia es el país de

Europa donde domina más la pequeña burguesía. Si el partido adopta la plataforma de la

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revolución socialista, se transformará en un círculo de propagandistas. Debe

desencadenarse la revolución desde occidente… ¿Dónde saldrá el sol de la revolución

socialista? Dado el estado de cosas que reina entre nosotros, dada la preponderancia de

la pequeña burguesía, estimo que no nos incumbe tomar la iniciativa de tal revolución.

No disponemos de las fuerzas necesarias a este efecto, además de faltarnos las

condiciones objetivas. En occidente se plantea la cuestión de la revolución socialista

poco más o menos como acá la del derrocamiento del zarismo.”

No todos los adversarios de Lenin sacaban en la Conferencia de Abril las

conclusiones que Noguin; pero todos, por la lógica de las circunstancias, se vieron

obligados a aceptarlas unos meses más tarde, en vísperas de octubre. Dirigir la

revolución proletaria o circunscribirse al papel de oposición en el parlamento burgués,

suponía la alternativa a la cual se hallaba reducido nuestro partido. La segunda posición

era menchevique, o dicho más exactamente, era la posición que no tuvieron más

remedio que adoptar los mencheviques después de la revolución de febrero.

En efecto, durante años, los “leaders” mencheviques habían afirmado que la

revolución futura sería burguesa, que el gobierno de una revolución burguesa no podía

llevar a cabo sino las aspiraciones de la burguesía, que la socialdemocracia no podía

asumir las tareas de la democracia burguesa y debería, “sin dejar de impulsar a la

burguesía hacia la izquierda”, confinarse a un papel de oposición. En particular,

Martinov no se había cansado de desarrollar este tema. Con la revolución de febrero los

mencheviques se encontraron en el gobierno. De su posición de principios no

conservaron más que la tesis relativa a que no debía el proletariado adueñarse del poder.

Así, pues, aquellos bolcheviques que condenaban al ministerialismo menchevique,

mientras se alzaban contra la toma del poder por el proletariado, se atrincheraban de

hecho en las posiciones prerrevolucionarias de los mencheviques.

La revolución provocó desplazamientos políticos en dos sentidos: los

reaccionarios se hicieron cadetes, y los cadetes, republicanos (desplazamiento hacia la

izquierda); los socialistas revolucionarios y los mencheviques se hicieron partido

burgués dirigente (desplazamiento hacia la derecha). Por procedimientos de este género

era como intentaba la sociedad burguesa crear una nueva armazón para su poder estatal,

su estabilidad y su orden.

Pero, mientras los mencheviques abandonaban su socialismo formal por la

democracia vulgar, la derecha de los bolcheviques se pasaba al socialismo formal, o sea,

a la posición que ocuparan los mencheviques la víspera, sin ir más lejos.

En la cuestión de la guerra se produjo el mismo reagrupamiento. Con excepción

de algunos doctrinarios, la burguesía (que, por cierto, ya apenas esperaba la victoria

militar) adoptó la fórmula de “ni anexiones ni contribución [indemnizaciones]”. Los

mencheviques y los socialistas revolucionarios zimmerwaldianos, que habían criticado a

los socialistas franceses porque defendían su patria republicana burguesa, se tornaron

defensistas no bien se sintieron en república burguesa: de la posición internacionalista

pasiva se pasaban al patriotismo activo. Al propio tiempo, la derecha bolchevique se

deslizó al internacionalismo pasivo de “presión” sobre el Gobierno Provisional, con

miras a una paz democrática “sin anexiones ni [indemnizaciones]”. De tal suerte, la

fórmula de la dictadura democrática de obreros y campesinos se disloca teórica y

políticamente en la Conferencia de Abril y suscita dos puntos de vista opuestos: el

democrático, enmascarado con restricciones socialistas formales, y el

socialrrevolucionario, o bolchevique verdadero.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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Las Jornadas de Julio, el motín de Kornilov, la Conferencia

Democrática y el Preparlamento

Las decisiones de la Conferencia de Abril proporcionaron al partido una base

justa; pero no liquidaron las divergencias que se evidenciaban en el vértice de la

dirección. Por el contrario, durante el curso de los acontecimientos, iban tales

divergencias a revestir formas todavía más concretas y a alcanzar su máxima agudeza

en el momento más grave de la revolución, en las jornadas de octubre.

La tentativa de organizar una demostración el 10 de junio, tentativa sugerida por

Lenin, la condenaron aquellos bolcheviques que habían desaprobado el carácter de la

manifestación de abril. No tuvo lugar la demostración del 10 de junio, pues la prohibió

el Congreso de los Sóviets. Pero el 18 de junio se tomó el partido su desquite: la

manifestación general de Petrogrado, organizada con arreglo a la iniciativa, bastante

imprudente por cierto, de los conciliadores, se efectuó casi en su totalidad siguiendo las

consignas bolcheviques. Sin embargo, el gobierno insistió en seguir su camino y

emprendió una ofensiva estúpida en el frente. Era decisivo el momento. Lenin puso al

partido en guardia contra las imprudencias, y el 21 de junio, escribía en Pravda:

“Compañeros, a la hora actual no sería racional un acto demostrativo. Tenemos que

franquear una nueva etapa en nuestra revolución ahora.”9

Vinieron las Jornadas de Julio, que marcaron un momento importante en el

camino de la revolución y el desarrollo de las divergencias dentro del partido. En

aquellas jornadas desempeñó un papel decisivo la presión espontánea de las masas

petersburguesas. Es indudable que entonces se preguntaba Lenin si no habría llegado ya

el momento, si el estado de ánimo de las masas no habría traspuesto la superestructura

soviética y si, hipnotizados por la legalidad soviética, no correríamos riesgo de

retrasarnos a las masas y apartarnos de ellas. Muy verosímil es que durante las Jornadas

de Julio tuvieran lugar ciertas operaciones de puro carácter militar por iniciativa de

compañeros sinceramente persuadidos de no estar en desacuerdo con la apreciación que

de la situación hiciera Lenin. Más tarde, el propio Lenin diría: “En julio cometimos

bastantes tonterías”. En realidad, también a la sazón se redujo el asunto a un

reconocimiento, aunque de mayor envergadura, y a una etapa más avanzada del

movimiento.

Tuvimos que batirnos en retirada. Al prepararse para la insurrección y para la

toma del poder, Lenin y el partido no vieron en la intervención de julio más que un

episodio donde habíamos pagado bastante caro el profundo reconocimiento efectuado

entre las fuerzas enemigas, pero que no podría hacer desviar la línea general de nuestra

acción. Por el contrario, los compañeros hostiles a la política de tomar el poder verían

en el episodio una aventura perjudicial. Reforzaron su movilización los elementos del

ala derecha, y su crítica se volvió más categórica. Por consiguiente, cambió el tono de la

réplica, escribiendo Lenin: “Todas esas lamentaciones, todas esas reflexiones que

tienden a probar cómo no habría convenido intervenir, provienen de renegados, si

emanan de bolcheviques, o son manifestaciones del pavor y de la confusión peculiares a

los pequeños burgueses”. El calificativo de renegados pronunciado en momento tal

proyectaba una luz trágica sobre las divergencias dentro del partido. En lo sucesivo se

repetiría con más frecuencia cada vez.

La actitud oportunista en la cuestión del poder y de la guerra predeterminaba,

evidentemente, una actitud análoga respecto a la internacional. Intentaron los

9 Nos ha sido imposible encontrar ni esta cita exacta ni la siguiente en las Obras Completas publicadas

por Akal Editor, Madrid.

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derechistas hacer participar al partido en la Conferencia de Estocolmo de los social-

patriotas. El 16 de agosto, escribía Lenin: “La intervención del camarada Kámenev en el

CEC el 6 de agosto con motivo de la Conferencia de Estocolmo, no puede dejar de

provocar el repudio de todos los bolcheviques fieles a su partido y a sus principios.”10

Más adelante, glosando una frase en la cual se decía que empezaba a ondear sobre

Estocolmo la bandera revolucionaria, Lenin escribía: “Es esta una declamación huera al

estilo de Chernov y Tsereteli. Es una flagrante mentira. En rigor, no es una bandera

revolucionaria la que comienza a ondear sobre Estocolmo, sino la bandera de las

transacciones, de los acuerdos, de la amnistía para los social-imperialistas, de las

negociaciones entre banqueros sobre el reparto de los territorios anexados.”11

La vía que llevaba a Estocolmo conducía, realmente, a la II Internacional, lo

mismo que la participación en el Preparlamento llevaba a la república burguesa. Lenin

optó por el boicot a la Conferencia de Estocolmo, como más tarde optó por el boicot al

Preparlamento. En el mayor encono de la lucha, ni por un instante olvidó la tarea de la

creación de una nueva Internacional, de una Internacional Comunista.

El 10 de abril, ya interviene para pedir el cambio de nombre del partido. Véase

cómo aprecia las objeciones que se le hacen: “Es un argumento de rutina, de inercia, de

estancamiento.”12

E insiste: “Ya es hora de desechar la camisa sucia, y ponernos ropa

limpia”13

. Sin embargo, fue tan fuerte la resistencia en las esferas dirigentes, que hubo

que aguardar un año para que el partido se decidiera a cambiar de nombre, a volver a las

tradiciones de Marx y Engels. He aquí un episodio característico de la actuación de

Lenin durante todo el año 1917. En el recodo más brusco de la historia, no cesa de

acaudillar dentro del partido una lucha encarnizada contra el pasado en nombre del

futuro. Y de momento acusa con una acuidad extrema la resistencia de ayer, que

enarbola el estandarte de la tradición.

Atenuó temporalmente, aunque no hizo desaparecer los desacuerdos, el motín de

Kornilov que produjo una rectificación sensible a favor nuestro. En un momento dado,

se manifestó en el ala derecha una tendencia de aproximación al partido y a la mayoría

soviética en el terreno de defensa de la revolución, y en cierto modo, de la patria. A

primeros de septiembre, reacciona Lenin en su carta al Comité Central: “A mi juicio,

incurren en una falta de principios quienes […] se deslizan hasta las posiciones del

defensismo o (como otros bolcheviques) hasta un bloque con los eseristas, hasta el

apoyo al gobierno provisional. Su actitud es absolutamente equivocada, es una falta de

principios. Nos haremos defensistas sólo después que el poder pase al proletariado,

después de proponer la paz, después que los tratados secretos y los vínculos con los

bancos sean rotos, sólo después.”14

Más adelante añade: “No debemos apoyar al

gobierno de Kérenski ni siquiera ahora. Es una falta de principios. Preguntarán: ¿no

vamos a luchar contra Kornilov? ¡Por cierto que sí! Pero no es lo mismo; hay aquí una

línea divisoria, y la traspasan algunos bolcheviques que caen en la “conciliación” y se

dejan arrastrar por el curso de los acontecimientos.”15

La Conferencia Democrática (14-22 de septiembre) y el Preparlamento, al cual

dio origen, marcaron una nueva fase en el desarrollo de las divergencias. Mencheviques

10 V. I. Lenin, “La intervención de Kámenev en el CEC sobre la Conferencia de Estocolmo”, en Obras

Completas, Tomo XXVI, Akal Editor, Madrid, 1976, página 324. 11 Ibídem, página 326. 12 V. I. Lenin, “Las tareas del proletariado en nuestra revolución”, en Obras Completas, Tomo XXIV,

Akal Editor, Madrid, 1977, página 506. 13 Ibidem. 14 V. I. Lenin, “Al Comité Central del POSDR”, en Obras Completas, Tomo XXVI, Akal Editor, Madrid,

página 1976. 15 Ibidem.

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y socialistas revolucionarios procuraban atar a los bolcheviques con la legalidad

soviética y transformar ésta de manera indolora en legalidad parlamentaria burguesa.

Simpatizaba con semejante táctica la derecha bolchevique. Hemos visto cómo se

figuraban los derechistas el desarrollo de la revolución: los sóviets entregarían

progresivamente sus funciones a las instituciones calificadas (municipios, zemstvos,

sindicatos), y al fin vendría la Asamblea Constituyente, a raíz de la cual ellos se

eclipsarían del escenario político. La vía del Preparlamento debiera encaminar el

pensamiento político de las masas hacia la Asamblea Constituyente, coronación de la

revolución democrática. Pero entonces tenían los bolcheviques mayoría en los sóviets

de Petrogrado y Moscú, y aumentaba por días nuestra influencia en el ejército. Ya no se

trataba de pronósticos ni de perspectivas; se trataba de la elección del camino por el cual

iba a ser necesario avanzar sin tardanza.

De una bajeza despreciable se denotó la conducta de los partidos conciliadores

en la Conferencia Democrática. Sin embargo, nuestra proposición de abandonar

ostensiblemente tal conferencia, donde corríamos riesgo de hundirnos, se estrellaba

contra una resistencia categórica de los elementos derechistas, que aún influían mucho

en la dirección de nuestro partido. Las colisiones sobre esta cuestión prolongaron la

lucha sobre la cuestión del boicot al Preparlamento. El 24 de septiembre, o sea, después

de la Conferencia Democrática, escribía Lenin: “Los bolcheviques debieron retirarse,

como protesta, y no caer en la trampa de la Conferencia de distraer la atención del

pueblo de los problemas serios.”16

A pesar de su campo restringido, tuvieron excepcional importancia los debates

dentro de la fracción bolchevique en la Conferencia Democrática sobre la cuestión del

boicot al Preparlamento. En realidad, la tendencia más amplia de los derechistas era

encauzar el partido por la vía del “perfeccionamiento de la revolución democrática”.

Probablemente, no se hizo reseña taquigráfica de estos debates; de cualquier modo,

hasta el presente, que yo sepa, no se ha podido encontrar una sola nota del secretario. Al

redactar esta recopilación, he descubierto entre mis papeles algunos materiales, parcos

en extremo, a tal respecto. Kámenev desarrolló el argumento que, más tarde, con una

forma más violenta y más clara, se expuso en la carta de él y Zinóviev a los organismos

del partido (11 de octubre). Fue Noguin quien planteó la cuestión con mayor lógica. El

boicot del Preparlamento, decía, constituye, en sustancia, un llamamiento a la

insurrección, es decir, a la repetición de las Jornadas de Julio. Nadie osaría entorpecer la

misma institución por el motivo único de ostentar el nombre del Parlamento.

El concepto esencial de los derechistas era que la revolución llevaba

inevitablemente de los sóviets al parlamentarismo burgués, que el Preparlamento

representaba una etapa natural de este camino, que no había razón para negarnos a

participar en aquél, desde el momento en que nos disponíamos a sentarnos en los

escaños de izquierda del parlamento. Convenía, a su entender, perfeccionar la

revolución democrática y “prepararse” a la revolución socialista. Pero ¿cómo prepararse

a ella? Por la escuela del parlamentarismo burgués, pues los países avanzados implican

para los países retardatarios la imagen de su desarrollo futuro. Se concebía el

derrocamiento del zarismo con arreglo a un criterio revolucionario, como se había

producido en verdad; pero la conquista del poder por el proletariado se concebía con

arreglo a un criterio parlamentario, sobre las bases de la democracia acabada. Entre la

revolución burguesa y la revolución proletaria habrían de transcurrir largos años de

régimen democrático. La lucha por la “europeización” del movimiento obrero, por su

16 V. I. Lenin, “Los héroes del fraude y los errores de los bolcheviques”, en Obras Completas, Tomo

XXVII, Akal Editor, Madrid, 1976, página 156.

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canalización lo más rápida posible en el cauce de la “lucha” democrática “por el poder”,

es decir, en el cauce de la socialdemocracia.

Nuestra fracción en la Conferencia Democrática contaba más de cien miembros

y en nada se distinguía, sobre todo en aquella época, de un congreso del partido. Una

mitad larga de esta fracción se pronunció por la participación en el Preparlamento. Era

ya por sí solo este hecho de naturaleza como para suscitar serias inquietudes, y en

efecto, a partir de tal momento, no cesó Lenin de dar la voz de alarma.

En los días de la Conferencia Democrática, escribía: “Sería un grave error, puro

cretinismo parlamentario de nuestra parte, considerar la Conferencia democrática como

un parlamento; pues aunque se hubieses proclamado a sí misma un parlamento

permanente y soberano de la revolución, a pesar de ello no decidiría nada: el poder de

decisión está fuera de ella, en los barrios obreros de Petersburgo y de Moscú.”17

Demuestran la opinión de Lenin sobre la participación en el Parlamento sus numerosas

declaraciones, y en particular, su carta del 29 de septiembre al comité central, donde

habla de “culpas indignantes de los bolcheviques, como la vergonzosa decisión de

participar en el Preparlamento”. Para él esta decisión suponía la manifestación de las

ilusiones democráticas y de los errores de los pequeños burgueses contra las que no

había cesado de combatir.

No era cierto que debiesen mediar largos años entre la revolución burguesa y la

revolución proletaria; no era cierto que la escuela del parlamentarismo constituyese la

única o la principal escuela preparatoria para la conquista del poder; no era cierto que la

vía que llevaba al poder pasara necesariamente por la democracia burguesa. Se trataba

de abstracciones inconsistentes, de esquemas doctrinarios, cuyo solo resultado se

reducía a encadenar la vanguardia, a hacer de ella, por mediación del mecanismo estatal

“democrático”, la oposición, la sombra política de la burguesía; se trataba de

manifestaciones de la socialdemocracia. Era menester no dirigir la política del

proletariado según los esquemas escolásticos, sino siguiendo la corriente real de la lucha

de clases. No convenía ir al Preparlamento, sino organizar la insurrección y arrancar el

poder al adversario. Lo demás vendría de añadidura. Incluso proponía Lenin convocar

un congreso extraordinario del partido, cuya plataforma fuera el boicot del

Preparlamento. Desde entonces, todos sus artículos y cartas desarrollan la idea de que

no se debía pasar por el Preparlamento y ponerse a remolque de los conciliadores, sino

echarse a la calle con objeto de empeñar la lucha por el poder.

Alrededor de la revolución de octubre

No hubo necesidad de reunir un congreso extraordinario. La presión de Lenin

logró el necesario desplazamiento de las fuerzas hacia la izquierda en el comité central,

así como en la fracción del Preparlamento, de donde salieron los bolcheviques el 10 de

octubre.

En Petrogrado, se promovió el conflicto del sóviet con el gobierno por la

cuestión del envío al frente de las unidades de la guarnición que simpatizaban con el

bolchevismo. El 16 de octubre, se creó el Comité Militar Revolucionario, órgano

soviético legal de la insurrección. La derecha del partido se esforzaba por frenar el curso

de los acontecimientos. Entraba en una fase decisiva la lucha de tendencias dentro del

17 V. I. Lenin, “El marxismo y la insurrección”, en Obras Completas, Tomo XXVII, Akal Editor, Madrid,

1976, página 135.

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partido y de clases dentro del país. En la carta Sobre el momento presente, firmada por

Kámenev y Zinóviev, es donde mejor se esclarece y argumenta la posición de la

derecha. Escrita el 11 de octubre, dos semanas antes de la insurrección y enviada a los

principales organismo del partido, esta carta se alza categóricamente contra la decisión

del comité central concerniente a la insurrección armada.

Poniendo en guardia al partido contra la baja estimación de las fuerzas del

enemigo, para estimar, en realidad, exiguas con un criterio monstruoso, las fuerzas de la

revolución, y negando hasta la existencia del estado de ánimo combativo entre las

masas, declaraban los firmantes del documento dos semanas antes del 25 de octubre:

“Estamos profundamente convencidos de que proclamar en este momento la

insurrección armada no sólo es jugarse la suerte de nuestro partido, sino también la de la

revolución rusa e internacional”. ¿Pero qué procedería hacer si no se decidiera la

insurrección y la toma del poder? La carta responde con bastante claridad a esta

pregunta. “Por mediación del ejército y por mediación de los obreros, tenemos un

revólver apoyado contra la sien de la burguesía”, que, bajo esta amenaza, no podría

impedir la convocatoria de la Asamblea Constituyente. “Nuestro partido dispone de las

mayores probabilidades en las elecciones de la Asamblea Constituyente [...] Aumenta la

influencia del bolchevismo [...] Con una táctica justa, podremos obtener, por lo menos,

la tercera parte de los mandatos en la Asamblea Constituyente”.

Así, pues, según esta carta, el partido debía desempeñar el papel de oposición

“influyente” en la Asamblea Constituyente burguesa. Este concepto socialdemócrata se

hallaba atenuado hasta cierto punto por las consideraciones siguientes: “No podrán

abolirse los sóviets, que se han tornado un elemento constitutivo de nuestra vida [...]

Sólo sobre los sóviets podrá apoyarse la Asamblea Constituyente en su faena

revolucionaria. La Asamblea Constituyente y los sóviets componen el tipo combinado

de instituciones estatales hacia el cual nos orientamos”.

Anotemos un hecho curioso que caracteriza bien la línea general de los

derechistas. Año y medio más tarde, en Alemania, Rudolf Hilferding, quien también

luchaba contra la toma del poder por el proletariado, adoptó la teoría del poder estatal

“combinado”, que aliara la Asamblea Constituyente con los sóviets. No sospechaba

entonces el oportunista austroalemán que cometía un plagio.

La carta Sobre el momento presente niega que tuviéramos ya de nuestra parte la

mayoría del pueblo en Rusia, sin tomar en cuenta más que la mayoría parlamentaria.

“En Rusia [dice] tenemos de nuestra parte la mayoría de los obreros y una fracción

importante de los soldados; pero es dudoso todo lo demás. Por ejemplo, estamos

persuadidos de que, si se efectúan las elecciones de la Asamblea Constituyente, la

mayoría de los campesinos votará por los socialistas revolucionarios. ¿Se trata de un

fenómeno fortuito?”

Esta manera de plantear la cuestión comporta un error radical. No se comprende

que la masa campesina puede tener intereses revolucionarios poderosos y un deseo

intenso de satisfacerlos, pero no puede tener una posición política independiente. En

suma, ha de votar por la burguesía al dar sus votos a los socialistas revolucionarios, o ha

de alistarse de manera activa con el proletariado. Pues bien: de nuestra política dependía

la realización de una u otra de ambas eventualidades. Si fuéramos al Preparlamento para

desempeñar el papel de oposición en la Asamblea Constituyente, dejaríamos con ello,

casi de modo automático, a los campesinos en trance de tener que buscar la satisfacción

de sus intereses por medio de la Asamblea Constituyente, o sea por medio de su

mayoría y no de la oposición. En cambio, la toma del poder por el proletariado creaba

inmediatamente el marco revolucionario para la lucha de los campesinos contra los

terratenientes y los funcionarios.

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Para emplear nuestras expresiones corrientes, diré que en tal carta hay al mismo

tiempo, una “subestimación” y una “sobreestimación” de la masa campesina:

subestimación de sus posibilidades revolucionarias (bajo la dirección del proletariado) y

sobreestimación de su independencia política. Esta doble falta dimana, a su vez, de una

subestimación de la fuerza proletaria y de su partido, o sea de un concepto

socialdemócrata del proletariado. No hay en ello nada que sorprenda. Todos los matices

del oportunismo se fundan a la postre en una apreciación irracional de las fuerzas

revolucionarias y de las posibilidades del proletariado.

Al combatir la idea de la toma del poder, los autores de la carta procuran asustar

al partido con las perspectivas de la guerra revolucionaria. “No nos sostiene la masa de

soldados por la consigna de la guerra, sino por la consigna de la paz […] Si, después de

tomar el poder, necesitáramos, dada la situación mundial, empeñar una guerra

revolucionaria, la masa de soldados se alejaría de nosotros. Claro que con nosotros

permanecería el elemento selecto de los soldados jóvenes; pero la masa nos

abandonaría”. Es de lo más instructiva esta argumentación. En ella se hallan las razones

fundamentales que militaron más tarde en favor del concierto de la paz de Brest-

Litovsk, aunque a la sazón iban dirigidas contra la toma del poder. No cabe duda de

que la postura adoptada en tal carta favorecía singularmente, por cuenta de sus autores y

de sus partidarios, la aceptación de la paz de Brest. Nos queda por repetir aquí lo que

sobre el particular hemos dicho en otra parte: que no es la capitulación de Brest por sí

misma lo que caracteriza el genio político de Lenin, sino la alianza de octubre y de

Brest. Conviene no olvidarlo.

La clase obrera lucha y engrosa con la conciencia de que su adversario es más

fuerte que ella. Así se observa de continuo en la vida corriente. Tiene el adversario

riqueza, poderío [el poder], todos los medios de presión ideológica y todos los

instrumentos de represión. Forma parte integrante de la vida y de la actividad de un

partido revolucionario, en época preparatoria, la costumbre de pensar que el enemigo

nos aventaja en fuerza. Además, le recuerdan de modo brutal, a cada instante, la fuerza

de su enemigo, las consecuencias de los actos imprudentes o prematuros a los cuales

pueda dejarse llevar el partido. Pero llega un momento en que se torna principal

obstáculo para la victoria este hábito de considerar más poderoso al adversario. Hasta

cierto punto, se disimula hoy la debilidad de la burguesía a la sombra de su fuerza de

ayer.

“¡Subestimáis las fuerzas del enemigo!” He aquí en lo que coinciden todos los

elementos hostiles a la insurrección armada. “Cuantos no quieran sencillamente disertar

acerca de la insurrección [escribían los derechistas dos semanas antes de la victoria]

deben pesar con frialdad sus probabilidades. Y nosotros conceptuamos un deber decir

que, sobre todo en el momento presente, sería de lo más perjudicial subestimar las

fuerzas del adversario y sobrestimar las propias fuerzas. Las del enemigo son mayores

de lo que parecen. Petrogrado decidirá el resultado de la lucha. Pero en Petrogrado han

acumulado fuerzas considerables los enemigos del partido proletario: cinco mil

“junkers” muy bien armados y organizados a la perfección, que saben batirse y lo

desean con ardor; amén de ellos, el Estado Mayor, los destacamentos de choque, los

cosacos, una fracción importante de la guarnición y, por último, gran parte de la

artillería, dispuesta en abanico alrededor de la capital. Además, con la ayuda del Comité

Central Ejecutivo, casi de seguro intentarán nuestros adversarios traer tropas del frente.”

(Sobre el momento presente)

En la guerra civil, por supuesto, cuando no se trata sencillamente de contar los

batallones, sino de evaluar su grado de conciencia, nunca es posible llegar a una

exactitud perfecta. El propio Lenin estimaba que el enemigo tendría fuerzas importantes

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en Petrogrado, y proponía empezar la insurrección en Moscú, donde, según él, debería

realizarse sin efusión de sangre. Son inevitables faltas parciales de este género en el

dominio de la previsión, aun dentro de las condiciones más propicias, y siempre resulta

más racional afrontar la hipérbole menos grata. Pero lo que por el momento nos interesa

es el hecho de la formidable sobreestimación de las fuerzas del enemigo, la deformación

completa de todas las proporciones, cuando el enemigo no disponía, en realidad, de

ninguna fuerza armada.

Conforme ha demostrado la experiencia en Alemania, esta cuestión tiene una

importancia inmensa. Mientras la consigna de la insurrección era principalmente, si no

exclusivamente, un medio de agitación para los directores del partido comunista

alemán, no pensaban éstos en las fuerzas armadas del enemigo (Reichswehr,

destacamentos fascistas, policía). Se les antojaba que por sí solo resolvería la cuestión

militar el flujo revolucionario, que crecía sin cesar. Pero cuando se encontraron situados

de manera directa frente al problema, los mismos compañeros que en cierto modo

habían considerado inexistente la fuerza armada del enemigo, incurrieron de golpe en el

otro extremo: comenzaron a aceptar de buena fe cuantas cifras se les suministraban

acerca de las fuerzas armadas de la burguesía, las sumaron con cuidado a las fuerzas de

la Reichswehr y de la policía, redondearon el total hasta llegar a más de medio millón, y

así se encontraron con que ante ellos tenían un ejército compacto, armado hasta los

dientes, suficiente para paralizar sus esfuerzos.

Resulta incontestable que las fuerzas de la contrarrevolución alemana eran más

considerables, y en cualquier caso estaban mejor organizadas y mejor preparadas, que

las de nuestros kornilovianos y semikornilovianos; pero, asimismo, eran diferentes de

las nuestras las fuerzas activas de la revolución alemana. El proletariado en Alemania

representa la mayoría aplastante de la población. Entre nosotros, al menos en la etapa

inicial, decidían la cuestión Petrogrado y Moscú. En Alemania, la insurrección habría

tenido desde luego sus diez poderosos hogares proletarios. Si hubieran pensado en eso

los directores del partido comunista alemán, las fuerzas armadas del enemigo les

habrían parecido mucho menos imponentes que en sus evaluaciones estadísticas,

infladas hasta la hipérbole. De todos modos, conviene rechazar categóricamente las

evaluaciones tendenciosas que se han hecho y continúan haciéndose después del fracaso

de octubre en Alemania con objeto de justificar la política que llevara al fracaso en

cuestión.

A tal respecto, tiene una importancia excepcional nuestro ejemplo ruso. Dos

semanas antes de nuestra victoria sin efusión de sangre en Petrogrado (victoria que lo

mismo podíamos conseguir dos semanas [antes], políticos expertos del partido veían

erguirse contra nosotros una multitud de enemigos: los junkers que sabían y deseaban

batirse, los batallones de choque, los cosacos, una parte considerable de la guarnición, la

artillería dispuesta en abanico alrededor de la capital, las tropas traídas del frente. En

realidad no había nada, nada en absoluto. Supongamos ahora por un instante que los

adversarios de la insurrección hubieran tenido supremacía en el partido y el comité

central. Entonces habría estado la revolución condenada a la ruina, si Lenin no hubiera

apelado al partido contra el comité, lo cual se disponía a hacer y de fijo hubiese hecho

con éxito. Pero no todos los partidos tendrán a disposición suya un Lenin cuando se

encuentren frente a un caso análogo. No es difícil figurarse cómo se habría escrito la

historia si hubiera triunfado en el comité central la tendencia a eludir la batalla. A no

dudar, los historiadores oficiales hubiesen representado la situación de modo que

mostrara hasta qué punto habría sido una locura la insurrección en octubre de 1917,

sirviendo al lector estadísticas fantásticas sobre el número de junkers, cosacos,

destacamentos de choque, artillería “dispuesta en abanico” y cuerpos de ejército

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procedentes del frente. Sin comprobar durante la insurrección, estas fuerzas habrían

aparecido mucho más amenazadoras de lo que eran en realidad. He aquí la lección que

conviene incrustar a fondo en la conciencia de cada revolucionario.

La presión insistente, continua, incansable, de Lenin sobre el comité central, en

los meses de septiembre y octubre, obedecía al temor de que dejáramos pasar el

momento. “¡Bah! Así aumentará nuestra influencia” (contestaban los derechistas).

¿Quién tenía razón? ¿Y qué significa dejar pasar el momento? Ahora abordamos la

cuestión en que la apreciación bolchevique activa, estratégica, de las vías y los métodos

de la revolución, está en más clara pugna con la apreciación socialdemócrata,

menchevique, impregnada de fatalismo. ¿Qué significa dejar pasar el momento?

Evidentemente, es la situación más favorable para la insurrección cuando más nos

favorece la correlación de fuerzas. Huelga especificar que se trata de la correlación de

fuerzas en el dominio de la conciencia, es decir, de la superestructura política, y no de la

base que se puede considerar más o menos constante para toda la época de la

revolución. Sobre una sola y misma base económica, con la misma diferenciación de

clases de la sociedad, la correlación de fuerzas varía según el estado de ánimo de las

masas proletarias, el derrumbamiento de sus ilusiones, el cúmulo de su experiencia

política, el quebrantamiento de la confianza de las clases y grupos intermedios en el

poder estatal o el debilitamiento de la confianza que en sí mismo tenga el citado poder,

en fin.

En tiempos de revolución se efectúan con rapidez estos procesos. Todo el arte de

la táctica consiste en aprovechar el momento en que más propicia sea la combinación de

condiciones. La insurrección de Kornilov había preparado en definitiva tales

condiciones. Las masas, que perdieron confianza en los partidos de la mayoría soviética,

habían visto con sus propios ojos el peligro de la contrarrevolución. Conceptuaban que

ya correspondía a los bolcheviques el turno de buscar para la situación una salida. No

podrían durar mucho la disgregación del poder estatal ni la afluencia espontánea de

confianza impaciente y exigente de las masas a los bolcheviques. Debía resolverse de

una manera u otra la crisis.

“¡Ahora o nunca!”, repetía Lenin. A lo cual replicaban los derechistas: “Es un

profundo error histórico plantear la cuestión del paso del poder a las manos del partido

proletario con el dilema de “ahora o nunca”. Porque el partido del proletariado

aumentará, y su programa se tornará cada vez más claro para masas cada vez más

numerosas [...] Tomando la iniciativa de la insurrección en las circunstancias actuales,

podría interrumpir la serie de sus éxitos [...] Os ponemos en guardia contra esta política

funesta”. (Sobre el momento presente)

Este optimismo fatalista exige un estudio atento. No tiene nada de nacional, ni

menos aún de individual. Sin ir más lejos, el año pasado observamos en Alemania la

misma tendencia. En el fondo son la irresolución e incluso la incapacidad de acción las

que se disimulan tras este fatalismo expectante; pero se enmascaran con un pronóstico

consolador, arguyendo que nos volvemos más influyentes cada vez que nuestra fuerza

aumenta con el tiempo. Craso error. La fuerza de un partido revolucionario no se

acrecienta sino hasta un momento dado, después del cual puede declinar. Ante la

pasividad del partido, las esperanzas de las masas ceden el puesto a la desilusión, y

entre tanto, se repone de su pánico el enemigo, y de esta desilusión saca ventaja. A una

mudanza de tal género hemos asistido en Alemania en octubre de 1923. Tampoco en

Rusia estuvimos muy lejos de mudanza semejante en otoño de 1917. Para que se llevase

a cabo quizás habría bastado dejar pasar algunas semanas aún. Tenía razón Lenin:

“¡Ahora o nunca!”.

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“Pero [decían los adversarios de la insurrección, formulando así su último y

capital argumento] la cuestión decisiva está en saber si el estado de ánimo de los

obreros y soldados de la capital llega de veras al extremo de que ya no vean éstos

salvación más que en la batalla de las calles, de que la quieran a todo trance. Y no existe

tal estado de ánimo [...] La existencia de un estado de ánimo combativo que incitara a

echarse a la calle a las masas de la población pobre de la capital, sería una garantía de

que, si estas masas tomaran la iniciativa de la intervención, arrastrasen consigo

organismos más considerables y más importantes (Sindicato de Ferroviarios, de Correos

y Telégrafos, etc.), en los cuales se manifiesta débil la influencia de nuestro partido.

Pero, como ni siquiera existe tal estado de ánimo en las fábricas y los cuarteles,

constituiría una añagaza tomarlo de base para edificar planes.” (Sobre el momento

presente)

Estas líneas, escritas el 11 de octubre, adquieren una importancia de actualidad

excepcional si se recuerda que, para explicar la retirada sin combate del año pasado,

también los compañeros alemanes que dirigían el partido alegaron la razón de que las

masas no querían batirse. Pero es menester comprender que, en general, está asegurada

mejor la insurrección victoriosa cuando ya son las masas lo bastante expertas para no

lanzarse con atolondramiento a la batalla y aguardan, exigen una dirección combativa,

resuelta e inteligente. En octubre de 1917, instruidas por la intervención de abril, las

Jornadas de Julio y la sublevación de Kornilov, comprendían perfectamente las masas

obreras, o al menos su sector dirigente, que ya no se trataba de protestas espontáneas

parciales ni de reconocimientos, sino de la insurrección decisiva para la toma del poder.

Por ende, su estado de ánimo se había vuelto más reconcentrado, más crítico, más

razonable.

El tránsito de la espontaneidad confiada y llena de ilusiones a una conciencia

más crítica, engendra inevitablemente una crisis revolucionaria. No puede dominarse

esta crisis progresiva en el estado de ánimo de las masas como no sea con una política

apropiada del partido, lo cual equivale a decir con su deseo y su capacidad verdadera de

dirigir la insurrección del proletariado. Por el contrario, un partido que durante largo

tiempo ha acaudillado una agitación revolucionaria, arrancando poco a poco al

proletariado a la influencia de los conciliadores, si comienza a titubear, a buscar

subterfugios, a tergiversar y a dar rodeos después que la confianza de las masas le ha

constreñido a las vías de hecho, provoca en aquéllas la decepción y la desorganización,

pierde la revolución. En cambio, se asegura la posibilidad de alegar, luego del fracaso,

la falta de actividad de las masas. Hacia ese camino empujaba a nuestro organismo la

carta Sobre el momento presente. Por fortuna, el partido, bajo la dirección de Lenin,

liquidó con una actitud resuelta tal estado de ánimo en las esferas directivas, y sólo

merced a ello realizó de manera victoriosa el golpe de estado.

Las semanas decisivas de la insurrección

Ahora que hemos caracterizado la esencia de las cuestiones políticas ligadas a la

preparación de la revolución de octubre, y que hemos intentado esclarecer el sentido

profundo de las divergencias en nuestro partido, nos resta examinar brevemente los

momentos más importantes de la lucha que dentro del mismo se produjo en el

transcurso de las últimas semanas, de las semanas decisivas.

Fue adoptada por el comité central, con fecha 10 de octubre, la decisión de

proceder a la insurrección armada. El 11 se envió a los principales organismos del

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Lecciones de octubre León Trotsky

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partido la carta Sobre el momento presente. El 18, o sea una semana antes de la

revolución, publicó Kámenev otra carta en la Novaia Zhizn. “No sólo Zinóviev y yo

[decía], sino una porción de compañeros, estimamos que sería un acto inadmisible,

funesto para el proletariado y la revolución, tomar la iniciativa de la insurrección

armada en el momento presente, con la correlación actual de fuerzas,

independientemente del Congreso de los Soviets y días antes de su convocatoria”

(Novaia Zhizn, 18 de octubre de 1917). El 25 de octubre, estaba conquistado el poder y

constituido en Petrogrado el gobierno soviético.

El 4 de noviembre, varios militantes eminentes presentaron su dimisión del

comité central y del Consejo de Comisarios del Pueblo, exigiendo la creación de un

gobierno de coalición reclutado entre los partidos de los sóviets. “Si no [escribían]

fuerza será resignarse a la permanencia de un gobierno puramente bolchevique por el

ejercicio del terror político”. Y añadían, en otro documento de la misma fecha: “No

podemos asumir la responsabilidad de la funesta política practicada por el comité

central contra la voluntad de una parte inmensa del proletariado y de los soldados, que

desean cese lo más pronto posible la efusión de sangre entre las diferentes fracciones de

la democracia. Por eso presentamos nuestra dimisión de miembros del comité central,

para tener derecho a exponer sinceramente nuestra opinión a la masa de obreros y

soldados, y a exhortarlos a suscribir nuestra divisa: “¡Viva un gobierno de partidos

soviéticos! ¡Acuerdo inmediato sobre esta base!” (El golpe de fuerza de octubre,

Archivos de la Revolución, 1917).

Así, pues, quienes habían combatido la insurrección armada y la conquista del

poder como una aventura, intervinieron, después de la victoria de la insurrección, para

hacer restituir el poder a los partidos a los cuales se los arrebató el proletariado. ¿Por

qué razón deberá el partido bolchevique victorioso devolver el poder (ya que de una

restitución del poder se trataba) a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios?

La oposición respondía: “Consideramos necesaria la creación de tal gobierno para

prevenir toda efusión de sangre ulterior, el hambre amenazadora, el aplastamiento de

la revolución por los partidarios de Kaledin; para garantizar la convocatoria de la

Asamblea Constituyente en la fecha fijada y la realización efectiva del programa de paz

adoptado por el Congreso Panruso de los Sóviets de Diputados Obreros y Soldados.”

En otros términos, se trataba de salir por la puerta soviética al camino del

parlamentarismo burgués. Después de haberse negado la revolución a pasar por el

Preparlamento y de haberse afianzado merced a octubre, se imponía la tarea de salvarla

de la dictadura, según la oposición, canalizándola en el régimen burgués con el

concurso de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios. No se trataba, ni más

ni menos, que de la liquidación de octubre. Evidentemente, no había para qué hablar de

un acuerdo en tales condiciones.

Al día siguiente, 5 de noviembre, aún apareció una carta donde se reflejaba la

misma tendencia: “No puedo, en nombre de la disciplina del partido, callar cuando, en

contra del buen sentido y a despecho de la situación, unos marxistas no quieren tener

en cuenta las condiciones efectivas que nos dictan imperiosamente el acuerdo con todos

los partidos socialistas [...] No puedo, en nombre de la disciplina del partido,

entregarme al culto del personalismo, hacer depender de la participación anterior de

tal o cual persona en el ministerio un acuerdo político con todos los partidos

socialistas, acuerdo que consolidaría nuestras reivindicaciones fundamentales, y

prolongar así, aunque no sea más que por un instante, la efusión de sangre”. (Gaceta

Obrera, 5 de noviembre de 1917). El autor de esta carta, Lozovsky, concluye

proclamando la necesidad de luchar por el congreso del partido, a fin de decidir “si el

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Lecciones de octubre León Trotsky

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POSDR de los bolcheviques seguirá siendo el partido marxista de la clase obrera, o si se

adentrará en definitiva por una vía sin nada de común con el marxismo revolucionario”.

En efecto, la situación parecía desesperada. No sólo la burguesía y los

propietarios rurales; no sólo la “democracia revolucionaria”, en cuyas manos se

hallaban todavía numerosos organismos (Comité Panruso de Ferroviarios, comités de

ejército, funcionarios, etc.), sino también los militantes más influyentes de nuestro

propio partido, miembros del comité central y del Consejo de Comisarios del Pueblo,

condenaban públicamente la tentativa del partido de permanecer en el poder para

realizar su programa. A un examen superficial podía, sí, parecer desesperada la

situación. Aceptar las reivindicaciones de la oposición era liquidar octubre. Pero

entonces no valía la pena de haber llevado a cabo la revolución. No quedaba por hacer

más que una cosa: seguir adelante, contando con la voluntad revolucionaria de las

masas.

El 7 de octubre publicó Pravda una declaración categórica del comité central,

escrita por Lenin, respirando entusiasmo revolucionario y encerrando fórmulas claras,

sencillas, indiscutibles, con destino a la masa del partido. Este llamamiento disipó

definitivamente todas las dudas sobre la política ulterior del partido y de su comité

central: “Avergüéncense, pues, todos los que no tienen fe, todos los que vacilan, todos

los que dudan, todos los que se han dejado intimidar por la burguesía o influir por los

gritos de sus auxiliares directos o indirectos. Entre las masas de obreros y soldados de

Petrogrado, de Moscú, de otras partes no hay ni sombra de vacilación. [Como un solo

hombre, nuestro partido monta la guardia alrededor del poder soviético, vela por los

intereses de todos los trabajadores, y, en primer lugar, de los obreros y campesinos

pobres.]”18

(Pravda, 20 de noviembre de 1917)

Estaba dominada la crisis más aguda del partido. Sin embargo, aún no cesaba la

lucha intestina, que continuaba desarrollándose en la misma línea; pero cada vez

disminuía más su importancia política.

Encontramos un testimonio de extremado interés en una memoria presentada por

Uritzki a la sesión de nuestro comité en Petrogrado el 12 de diciembre respecto a la

convocatoria de la Asamblea Constituyente: “No son nuevas las divergencias dentro de

nuestro partido. Siguen la misma corriente iniciada con anterioridad en la cuestión de

la insurrección. Ahora ciertos compañeros consideran la Asamblea Constituyente una

coronación de la revolución. Razonan como pequeños burgueses, piden que no

cometamos faltas de tacto, etc., y no quieren que los bolcheviques de la asamblea

decidan sobre su convocatoria, su relación de fuerzas, etc. Estiman las cosas desde un

punto de vista meramente formal; no comprenden que los datos de nuestra inspección

nos permitan ver lo que ocurre alrededor de la constituyente, y, en consecuencia,

determinar nuestra actitud respecto a la tal […] Luchamos ahora por los intereses del

proletariado y de los campesinos pobres; pero algunos compañeros conceptúan que

hacemos una revolución burguesa, que debe ser coronada por la Asamblea

Constituyente”.

La disolución de ésta marcó el fin de una etapa importante en la historia de

Rusia y de nuestro partido. Después de obviar las resistencias internas, no sólo se

apoderaba del poder el proletariado, sino que lo conservaba.

18 Nos ha sido imposible documentar la cita en la edición de Akal Editor de las Obras Completas. Lo

hacemos a partir de la obra de John Reed, Diez días que estremecieron el mundo, Akal Editor, Madrid,

1983, página 273, a excepción del párrafo entre corchetes que pertenece a la traducción de J. Gorkin.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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La insurrección de octubre y la “legalidad” sovietista

En septiembre, por los días de la Conferencia Democrática, exigía Lenin la

insurrección inmediata. “Y para considerar la insurrección en forma marxista, es decir,

como un arte, debemos, al mismo tiempo, sin perder un solo minuto, organizar un

Estado Mayor de los destacamentos insurgentes, distribuir nuestras fuerzas, enviar los

regimientos de confianza a los puntos más importante, rodear el Teatro Alexándorvski,

ocupar la fortaleza de Pedro y Pablo, arrestar al Estado Mayor y al gobierno y enviar

contra los cadetes militares y contra la “división salvaje” aquellos destacamentos

dispuestos a morir antes de dejar acercar al enemigo a los puntos estratégicos de la

ciudad; debemos movilizar a los obreros armados y llamarlos a librar la furiosa batalla

final, ocupar inmediatamente el telégrafo y la central telefónica, trasladar nuestro

Estado Mayor insurreccional a la central telefónica y conectarlo por teléfono con todas

las fábricas, todos los regimiento, con todos los puntos de luchar armada; etc.

Todo esto, naturalmente, a título de ilustración, como ejemplo de que en el

momento presente es imposible permanecer fiel al marxismo, permanecer fiel a la

revolución, sin considerar como un arte la insurrección.”19

Esta manera de juzgar las cosas presuponía la preparación y la ejecución del

movimiento insurreccional por mediación del partido y bajo la dirección suya, debiendo

luego sancionarse la victoria por el Congreso de Sóviets. El comité central no aceptó tal

propuesta. Se canalizó la insurrección en la vía soviética y se la concatenó al II

Congreso de Sóviets. Esta divergencia exige una explicación especial, y entonces

entrará naturalmente, no en el terreno de una cuestión de principios, sino de una mera

cuestión técnica, aunque de gran importancia práctica.

Ya hemos dicho cuánto temía Lenin dejar pasar el momento de la insurrección.

Ante los titubeos que se manifestaban por parte de las eminencias del partido, le parecía

la agitación que concatenaba formalmente la insurrección a la convocatoria del II

Congreso de Sóviets un retraso inadmisible, una concesión a la irresolución y a los

irresolutos, una pérdida de tiempo, un verdadero crimen. A partir de fines de

septiembre, reitera muchas veces este pensamiento.

“…en nuestro CC y en los dirigentes de nuestro partido hay una tendencia, o

una opinión, en favor de esperar hasta el Congreso de los Sóviets, y contraria a la toma

inmediata del poder, contraria a un insurrección inmediata. Hay que vencer esa

tendencia u opinión.”20

A comienzos de octubre, escribe aún: “Demorar es un crimen.

Esperar hasta el Congreso de los Sóviets sería un juego infantil de formalidades, un

vergonzoso juego de formalidades y una traición a la revolución.”21

En sus tesis para la

Conferencia de Petrogrado del 8 de octubre, aduce: “Es necesario luchar contra las

ilusiones constitucionalistas y las esperanzas depositadas en el Congreso de los Sóviets,

abandonar la idea preconcebida de que terminantemente debemos “esperar” hasta que

se reúna…”22

El 24 de octubre, escribe, en fin: “¡¡No podemos esperar!! ¡¡Podemos

perderlo todo!!”23

. Y más adelante: “La historia no perdonará ninguna dilación a los

19 V. I. Lenin, “El marxismo y la insurrección”, en Obras Completas, Tomo XXVII, Akal Editor, Madrid,

1976, página 137. 20 V. I. Lenin, “La crisis ha madurado”, ídem, página 194. 21 V. I. Lenin, “Carta al CC, CM, y a los miembros bolcheviques de los sóviets de Petersburgo y Moscú”,

ídem, páginas 250-251. 22 V. I. Lenin, “Tesis para un informe ante la conferencia de la organización de Petersburgo el 8 de

octubre y también para una resolución e instrucciones a los delegados al congreso del partido”, ídem,

páginas 253-254. 23 V. I. Lenin, “Carta a los miembros del CC”, ídem, página 345.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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revolucionarios cuando pueden triunfar hoy (y con toda seguridad triunfarán hoy)

mientras que mañana corren el riesgo de perder mucho, en realidad corren el riesgo de

perderlo todo.”24

Todas estas cartas, donde estaba forjada cada frase sobre el yunque de la

revolución, presentan un interés excepcional para caracterizar a Lenin y apreciar el

momento. Las inspira el sentimiento de la indignación contra la actitud fatalista,

expectante, socialdemócrata, menchevique, respecto a la revolución considerada una

especie de “film” sin fin. Si en general es el tiempo un factor importante de la política,

se centuplica su importancia en la época de guerra y de revolución. No cabe la certeza

de que se pueda hacer mañana lo que se puede hacer hoy. Hoy es posible sublevarse,

derribar al enemigo, tomar el poder, y mañana quizá sea imposible. Pero tomar el poder

supone modificar el curso de la historia. ¿Es concebible que tamaño acontecimiento

deba depender de un intervalo de veinticuatro horas? Claro que sí. Cuando se trata de la

insurrección armada, no se miden los acontecimientos por el kilómetro de la política,

sino por el metro de la guerra. Dejar pasar algunas semanas, algunos días, a veces un

solo día sin más, equivale, en ciertas condiciones, a la rendición de la revolución, a la

capitulación. Sin las presiones, las críticas y las desconfianzas revolucionarias de Lenin,

verosímilmente, no habría erguido su línea el partido en el momento decisivo, porque

era muy fuerte la resistencia en altas esferas, y en la guerra civil, como en la guerra en

general, desempeña siempre un primer papel el estado mayor.

Pero, al propio tiempo, es evidente que nos conferían ventajas inestimables la

preparación de la insurrección, so capa de preparación del II Congreso de Sóviets y la

consigna de la defensa de tal congreso. Desde que los del Sóviet de Petrogrado

anulamos la orden de Kerensky concerniente al envío de dos tercios de la guarnición al

frente, nos hallábamos de hecho en estado de insurrección armada. Lenin, que a la sazón

se encontraba fuera de Petrogrado, no hubo de apreciar esta realidad en toda su

trascendencia. Por lo que recuerdo, no habló de ella en sus cartas de entonces. Sin

embargo, ya estaba predeterminado el final de la insurrección del 25 de octubre, al

menos en sus tres cuartas partes, desde el instante en que nos opusimos al alejamiento

de la guarnición de Petrogrado, creamos el Comité Militar Revolucionario (7 de

octubre), nombramos comisarios nuestros en todas las unidades e instituciones militares

y con ello aislamos por completo al estado mayor de la circunscripción militar de la

capital y el gobierno. En resumen, así teníamos una insurrección armada (aunque sin

efusión de sangre) de los regimientos de Petrogrado contra el gobierno provisional, bajo

la dirección del Comité Militar Revolucionario y con la consigna de preparación de la

defensa del II Congreso de Sóviets, que debía resolver la cuestión del poder.

Si aconsejó Lenin que la insurrección comenzara en Moscú, donde, según él,

triunfaría sin efusión de sangre, fue porque, en su retiro, no tenía posibilidad de darse

cuenta de la mudanza radical que se había producido no sólo en el estado de ánimo, sino

también en las relaciones orgánicas, en toda la jerarquía militar, después de la

sublevación “pacífica” de la guarnición de la capital a mediados de octubre. Desde que,

por orden del Comité Militar Revolucionario, se negaron a salir de la ciudad los

batallones, teníamos en la capital una insurrección victoriosa, apenas velada por los

últimos jirones del estado democrático burgués. La insurrección del 25 de octubre

revistió un simple carácter complementario. Por eso se denotó tan indolora.

En Moscú, al revés, fue la lucha mucho más larga y más sangrienta, aunque ya

estuviese instaurado en Petrogrado el poder del Consejo de Comisarios del Pueblo. Se

impone la evidencia de que, si la insurrección hubiera comenzado en Moscú antes del

24 Ibídem, página 346.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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golpe de fuerza de Petrogrado, habría sido de más larga duración aún, y su éxito, muy

dudoso. Porque un fracaso en Moscú suscitaría en Petrogrado una grave repercusión.

Por supuesto, aún con el plan de Lenin, no se hacía imposible la victoria; pero resultó

mucho más económico, mucho más ventajoso el curso que siguieron los

acontecimientos y deparó una victoria más completa.

Aprovechamos la coyuntura de hacer coincidir de modo más o menos exacto la

toma del poder con el momento de la convocatoria del II Congreso de Sóviets,

únicamente porque ya era un hecho consumado en sus tres cuartas partes, sino en sus

nueve décimas, la insurrección armada “silenciosa”, casi “legal”, en Petrogrado al

menos. Era “legal” esta insurrección en el sentido de que surgió de las condiciones

“normales” de la dualidad de poderes. Ya había ocurrido muchas veces al Sóviet de

Petrogrado, hasta cuando estaba en manos de los conciliadores, que inspeccionara o

modificara las decisiones del gobierno. Era una manera de corresponder por entero a la

constitución del régimen que la historia conocía con el nombre de “kerenskysmo”.

Cuando los bolcheviques hubimos obtenido mayoría en el Sóviet de Petrogrado,

no hicimos más que continuar y acentuar los métodos de dualidad del poder. Nos

encargamos de inspeccionar y revisar la orden del envío de la guarnición al frente. Así

cubrimos con las tradiciones y los procedimientos de la dualidad del poder la

insurrección efectiva de la guarnición de Petrogrado. Más aún: uniendo en nuestra

agitación la cuestión del poder y la convocatoria del II Congreso de Sóviets,

desarrollamos y profundizamos las tradiciones de esa dualidad de poder y preparamos el

terreno de la legalidad soviética para la insurrección bolchevique en toda Rusia.

[No]25

arrullábamos a las masas con ilusiones constitucionalistas soviéticas,

porque, tras la consigna de la lucha por el II Congreso, ganábamos para nuestra causa y

agrupábamos las fuerzas del ejército revolucionario. A la vez conseguimos, en mucha

mayor escala de lo que esperábamos, atraer a nuestros enemigos los conciliadores a la

celada de la legalidad soviética. Políticamente, siempre es peligroso valerse de astucias,

sobre todo en época de revolución, pues resulta difícil engañar al enemigo y se corre

riesgo de inducir a error a las masas que os [siguen]26

. Si prosperó por completo nuestra

“astucia”, fue porque no comportaba una invención artificial de estratega ingenioso y

deseoso de evitar la guerra civil, sino porque se desprendía por sí sola de la

descomposición del régimen conciliador y de sus contradicciones flagrantes. El

Gobierno Provisional quería desembarazarse de la guarnición. Los soldados no querían

ir al frente. A este sentimiento natural le dimos una expresión política, un móvil

revolucionario, una apariencia “legal”. Con ello nos aseguramos la unanimidad en el

seno de la guarnición y ligamos estrechamente esta última a los obreros de Petrogrado.

En cambio, dadas su situación desesperada y su pusilanimidad nuestros enemigos se

inclinaban a tomar como artículo de fe a tal legalidad. Querían ser engañados, y les

suministramos la ocasión con largueza.

Entre nosotros y los conciliadores se empeñaba una lucha por la legalidad

soviética. Para las masas, los sóviets eran la fuente del poder. De ellos habían salido

Kerensky, Tsereteli, Skobelev. Pero también estábamos nosotros estrechamente ligados

a los mismos por nuestra consigna fundamental de “todo el poder a los sóviets”. La

burguesía derivaba su filiación de la Duma del Imperio. Los conciliadores tomaban la

suya de los sóviets; pero pretendían reducir el papel de éstos a nada. De ellos

procedíamos también nosotros, aunque para transmitirles el poder. No querían romper

con los tales sus lazos los conciliadores, de modo que se apresuraron a tender un puente

entre la legalidad soviética y el parlamentarismo. A este efecto convocaron la

25 Ver Les leçons d‟Octobre, en Léon Trotsky – Les Oeuvres – MIA. 26 Ibídem.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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Conferencia Democrática y crearon el Preparlamento. La participación de los sóviets en

el Preparlamento sancionaba su acción hasta cierto punto. Los conciliadores trataban de

embaucar la revolución con el señuelo de la legalidad soviética para canalizarla en el

parlamentarismo burgués.

Pero también teníamos nosotros interés en utilizar la legalidad en cuestión. Al

final de la Conferencia Democrática arrancamos a los conciliadores su consentimiento

para la convocatoria del II Congreso de Sóviets. Este congreso los puso en un apuro

extremo. Porque no podían oponerse a su convocatoria sin romper con la tan invocada

legalidad. Por otra parte, se daban cuenta perfectamente de que, en virtud de su

composición, nada bueno les prometía el tal congreso. Así, pues, validos de aquella,

apelábamos con mayor insistencia a éste como al dueño de los destinos del país, y en

toda nuestra propaganda invitábamos a apoyarlo y protegerlo contra los ataques

inevitables de la contrarrevolución. Si los conciliadores nos atraparon en el terreno de la

legalidad soviética con el Preparlamento procedente de los sóviets, nosotros, a nuestra

vez, los atrapamos por medio del II Congreso de Sóviets en el mismo terreno. Una cosa

era organizar una insurrección armada con la consigna de conquista del poder por el

partido; pero prepararla y luego realizarla, invocando la necesidad de defender los

derechos del Congreso de los Sóviets, era otra cosa.

De suerte que, al querer que coincidiera la toma del poder con el II Congreso de

los Sóviets, ni por asomo abrigábamos la cándida esperanza de que este congreso

pudiese resolver por sí aquella cuestión. Éramos ajenos en absoluto al fetichismo de la

forma soviética. Para apoderarnos del poder, llevábamos con actividad los trabajos en el

dominio de la política, de la organización de la técnica militar. Pero encubríamos

legalmente nuestra faena al remitirnos al próximo congreso, que debía decidir la

cuestión.

Mientras emprendíamos la ofensiva en toda la línea, simulábamos defendernos.

Por el contrario, si el gobierno provisional hubiera querido defenderse en serio, habría

tenido que prohibir la convocatoria del Congreso de Sóviets y suministrar entonces a la

parte adversa el pretexto de la insurrección armada, pretexto que para él era el más

ventajoso. No sólo colocábamos al Gobierno Provisional en una situación política

desventajosa, sino que adormecíamos su desconfianza.

Los ministros creían seriamente que por nuestra cuenta se trataba del

parlamentarismo soviético, de un nuevo congreso donde se adoptaría una nueva

resolución acerca del poder, a la manera de las resoluciones acerca de los sóviets de

Petrogrado y Moscú, después de lo cual, remitiéndose al Preparlamento y a la próxima

Asamblea Constituyente, nos dejarían en ridículo. Tal era el pensamiento de los

pequeños burgueses más razonables, y de ello tenemos una prueba incontestable en el

testimonio de Kerensky.

Cuenta éste en sus recuerdos la discusión tempestuosa que, en la noche del 24 al

25 de octubre, tuvo con Dan y otros respecto a la insurrección que cundía a fondo ya:

“Primero me declaró Dan [dice] que ellos estaban mucho mejor informados que

yo, quien exageraba los acontecimientos bajo la influencia de las comunicaciones de mi

estado mayor reaccionario. Luego me aseguró que la resolución de la mayoría del

sóviet, resolución desagradable „para el amor propio del gobierno‟, contribuiría

indiscutiblemente a un cambio favorable del estado de ánimo de las masas; que ya se

dejaba sentir su efecto, y que ahora „disminuiría con rapidez‟ la influencia de la

propaganda bolchevique.

Por otra parte, según él, los bolcheviques, en sus negociaciones con los leaders

de la mayoría soviética, se habían declarado prontos a „someterse a la voluntad de la

mayoría de los sóviets y dispuestos a tomar „desde mañana‟ todas las medidas para

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sofocar la insurrección, que „había estallado contra su deseo, y sin su sanción‟.

Concluyó Dan insistiendo en que „desde mañana‟ [¡siempre mañana!] licenciarían los

bolcheviques su estado mayor militar, y me declaró que todas las precauciones

adoptadas por mí sólo servían para „exasperar‟ a las masas, porque, con mi

„intromisión‟, no hacía más que „impedir a los representantes de la mayoría de los

sóviets triunfar en sus negociaciones con los bolcheviques sobre la liquidación de la

insurrección‟.

Pues bien; en el momento de hacerme Dan esta notable comunicación, los

destacamentos armados de la „guardia roja‟ ocupaban sucesivamente los edificios

gubernamentales. Y casi a raíz de salir del Palacio de Invierno, Dan y sus compañeros,

fue detenido en la Millionnaia el ministro de cultos, Kartachev, que regresaba de la

sesión del Gobierno Provisional, y conducido al Instituto Smolny, adonde había vuelto

Dan para proseguir sus entrevistas con los bolcheviques. Hay que reconocer que estos

obraron entonces con una gran energía y una habilidad consumada. Mientras estaba la

insurrección en su apogeo y por toda la ciudad operaban las „tropas rojas‟, algunos

leaders bolcheviques, especialmente afectos a esta tarea, se esforzaban, no sin éxito, en

engañar a los representantes de la „democracia revolucionaria‟. Toda la noche se la

pasaron estos redomados discutiendo sin tregua las diferentes fórmulas que, al decir de

ellos, debían servir de base para una reconciliación y para liquidar la insurrección.

Con este método de las „negociaciones‟ ganaron los bolcheviques un tiempo precioso

en extremo para su causa. Y no se movilizaron a tiempo las fuerzas combativas de los

socialistas revolucionarios y de los mencheviques. Que es lo que se trataba de

demostrar”. (A. Kerensky, De lejos)

Esto es lo que se trataba de demostrar, en efecto. Conforme se ve, los

conciliadores se dejaron coger por completo en la celada de la legalidad soviética. En

cambio, es falsa la suposición de Kerensky, según la cual unos bolcheviques

especialmente encargados de esta misión inducían a error a mencheviques y socialistas

revolucionarias respecto a la liquidación próxima de la insurrección. En realidad,

tomaron parte en las negociaciones aquellos bolcheviques que de veras querían liquidar

la insurrección y constituir un gobierno socialista sobre la base de un acuerdo entre los

partidos. Pero, objetivamente, esos parlamentarios prestaron a la insurrección un buen

servicio alimentando con sus ilusiones las del enemigo. Aun así, no pudieron prestar

este servicio a la revolución sino porque, a despecho de sus consejos y advertencias, el

partido efectuaba y remataba la insurrección con una energía infatigable.

Para el éxito de esta amplia maniobra envolvente, se requería un concurso

excepcional de circunstancias grandes y pequeñas. Ante todo, hacía falta un ejército que

no quisiera ya batirse. Muy otro hubiera sido el desarrollo total de la revolución,

particularmente en el primer período, si no hubiéramos tenido, al llegar el momento

oportuno, un ejército campesino de varios millones de hombres vencidos y

descontentos. Sólo en estas condiciones era posible realizar de modo satisfactorio con la

guarnición de Petrogrado la experiencia que predeterminaba la victoria de octubre. No

convendría erigir en ley tal combinación especial de una insurrección tranquila, casi

inadvertida, con la defensa de la legalidad soviética contra los kornilovianos. Por el

contrario, puede afirmarse con certeza que nunca se repetirá semejante experiencia en

ninguna parte bajo la misma forma. Pero procede estudiarla con cuidado, porque su

estudio ensanchará el horizonte de cada revolucionario, desvelándose la diversidad de

métodos y medios susceptibles de ponerse en práctica, a condición de asignarse un

móvil claro, de tener una idea precisa de la situación y el propósito de empeñar la lucha

hasta el fin.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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En Moscú se prolongó mucho más la insurrección y causó más víctimas. Lo

explica hasta cierto punto el hecho de que la guarnición de la ciudad no hubiera sufrido

una preparación revolucionaria como la guarnición de Petrogrado con el envío de

batallones al frente.

En Petrogrado, repetimos, se efectuó la insurrección armada en dos veces: por la

primera quincena de octubre, cuando los regimientos se negaron a cumplir la orden del

comandante en jefe, sometiéndose a la decisión del sóviet, que respondía por completo a

su estado de ánimo, y el 25 de octubre, cuando ya no se requería más que una pequeña

insurrección complementaria para abatir al gobierno de febrero.

En Moscú se hizo de una sola vez. He aquí, verosímilmente, la razón principal

de que se dilatara. Pero había otra: cierta irresolución por parte de la dirección. En

varias ocasiones, se pasó de las operaciones militares a las negociaciones, para volver

luego a la lucha armada. Si por lo general resultan perjudiciales en política los titubeos

del elemento directivo, titubeos que las tropas sienten muy a fondo, durante una

insurrección se tornan un peligro mortal. A la sazón ha perdido ya confianza en sus

propias fuerzas la clase dominante; pero aún tiene el aparato gubernamental en sus

manos. La clase revolucionaria ha de llevar a cabo la tarea de apoderarse del aparato

estatal; más, para eso, ha de confiar en sus propias fuerzas. Desde el momento en que el

partido empuja a los trabajadores por la vía de la insurrección, debe de su acto extraer

todas las consecuencias necesarias. En la guerra en la guerra, y entonces menos que

nunca pueden tolerarse las vacilaciones y pérdidas de tiempo. Al remolonear, al

tergiversar, aunque no sea más que por unas horas, se devuelve a las clases dirigentes

algo de confianza en sí mismas y se quita a los insurrectos una porción de su seguridad.

Porque esta confianza, esta seguridad determina la correlación de fuerzas que decide el

resultado de la insurrección. Bajo tal aspecto conviene estudiar paso a paso la marcha de

las operaciones militares en Moscú según se combinaban con la dirección política.

De toda importancia sería señalar también algunos puntos donde se desarrolló la

guerra civil en condiciones especiales: por ejemplo, cuando se complicaba con el

elemento nacional. La naturaleza de un estudio así, basado en un examen minucioso de

los hechos, enriquecería de manera considerable nuestro concepto del mecanismo de la

guerra civil, y por ende, facilitaría la elaboración de ciertos métodos, reglas y

procedimientos con un carácter lo suficientemente general para que se pudiera

introducirlos en una especie de estatuto de la guerra civil.

El caso es que una buena proporción estaba prejuzgada en provincias por su

resultado en Petrogrado, aunque se dilatara en Moscú. La revolución de febrero hubo de

perjudicar notablemente el antiguo aparato, y era incapaz de renovarlo y consolidarlo el

Gobierno Provisional que lo había heredado. Así, pues, entre febrero y octubre no

funcionaba más que por inercia burocrática el aparato estatal. Las provincias estaban

habituadas a sumarse a Petrogrado: lo habían hecho en febrero y de nuevo lo hicieron en

octubre. Era nuestra ventaja mayor la de que preparábamos el derrocamiento de un

régimen que aún no había tenido tiempo de formarse. La extrema inestabilidad y la falta

de confianza en sí del aparato estatal de febrero facilitaron de modo singular nuestro

trabajo, manteniendo la firmeza de las masas revolucionarias y del partido mismo.

En Alemania y Austria hubo una situación análoga después del 9 de noviembre

de 1918. Pero allí la socialdemocracia tapó las brechas del aparato estatal y contribuyó

al establecimiento del régimen burgués republicano que ni aún ahora puede considerarse

un modelo de estabilidad, pero que cuenta ya seis años de existencia, a pesar de todo.

Por lo que atañe a los demás países capitalistas, no tendrán esta ventaja, es decir, esta

proximidad de la revolución burguesa y la revolución proletaria. Hace largo tiempo que

han llevado a cabo su revolución de febrero. Claro que en Inglaterra todavía quedan

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Lecciones de octubre León Trotsky

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bastantes supervivencias feudales; pero no hay probabilidades de una revolución

burguesa allí. En cuanto el proletariado inglés tome el poder, del primer escobazo

desembarazará al país de monarquía, lores, etcétera. La revolución proletaria en

occidente tendrá que habérselas con un estado burgués enteramente formado. No quiere

ello decir, empero, que tenga que habérselas con un aparato estable, porque la misma

posibilidad de la insurrección proletaria presupone una disgregación bastante avanzada

del estado capitalista. Si entre nosotros fue la revolución de octubre una lucha contra un

aparato estatal que aún no había tenido tiempo de formarse desde febrero, en otros

países la insurrección tendrá contra ella un aparato estatal en trance de dislocación

progresiva.

A guisa de regla general, conforme hemos dicho en el IV Congreso de la

Internacional Comunista, cabe suponer que sea mucho más fuerte que entre nosotros la

resistencia de la burguesía en los antiguos países capitalistas, y el proletariado obtendrá

con mayor dificultad la victoria. En cambio, la conquista del poder le asegurará una

situación mucho más firme, mucho más estable que la nuestra a raíz de octubre. Entre

nosotros no se desarrolló de veras la guerra civil hasta después de la toma del poder por

el proletariado en los principales centros urbanos e industriales, y duró los tres primeros

años de existencia del poder soviético. Hay muchas razones para que en la Europa

central y occidental cueste al proletariado más trabajo apoderarse del poder; pero,

después de conquistarlo, tendrá las manos mucho más libres que nosotros.

Evidentemente, sólo un carácter condicional pueden tener estas conjeturas. El

desenlace de los acontecimientos dependerá en gran parte del orden en que se produzca

la revolución en los diferentes países de Europa, de las posibilidades de intervención

militar, de la fuerza económica y militar de la Unión Soviética en el momento. De

cualquier modo, la eventualidad muy verosímil de que en Europa y América tropiece la

conquista del poder con una resistencia mucho más seria, mucho más encarnizada y

reflexiva de las clases dominantes que la opuesta entre nosotros, nos obliga a considerar

un arte la insurrección armada y la guerra civil en general.

De los soviets y del partido en la revolución proletaria

Los sóviets de diputados obreros surgieron entre nosotros del movimiento en

1905 y en 1917, como su forma de organización natural a un cierto nivel de lucha. Pero

los partidos jóvenes europeos que han aceptado más o menos los sóviets como

“doctrina”, como “principio”, estarán siempre expuestos al peligro de un concepto

fetichista de los mismos en el sentido de factores autónomos de la revolución. Porque, a

pesar de la inmensa ventaja que ofrecen como organismo de lucha por el poder, es

perfectamente posible que se desarrolle la insurrección sobre la base de otra forma

orgánica (comités de fábricas, sindicatos) y que no surjan los sóviets como órgano del

poder sino en el momento de la insurrección o aún después de la victoria.

Desde este punto de vista, resulta muy instructiva la lucha que emprendió Lenin

contra el fetichismo sovietista luego de las Jornadas de Julio. Como en julio se tornaron

los sóviets, dirigidos por socialistas revolucionarios y mencheviques, en organismos que

impulsaban francamente a los soldados a la ofensiva y perseguían a los bolcheviques,

podía y debía buscarse otros caminos al movimiento revolucionario de las masas

obreras. Lenin indicaba los comités de fábricas como organismos de la lucha por el

poder. Es muy probable que el movimiento hubiera seguido esta línea de conducta sin la

sublevación de Kornilov, la cual obligó a los sóviets conciliadores a defenderse por sí y

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Lecciones de octubre León Trotsky

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permitió a los bolcheviques insuflarles de nuevo el espíritu revolucionario, ligándolos

bien a las masas por mediación de su izquierda, o sea del bolchevismo.

Tiene tal cuestión una inmensa importancia internacional, según lo ha

demostrado la reciente experiencia de Alemania. En este país se crearon varias veces

sóviets como órganos de la insurrección, del poder sin poder. Se dio el resultado de que

en 1923 comenzara el movimiento de las masas proletarias y semiproletarias a

agruparse alrededor de los comités de fábricas, que en el fondo ejecutaban las mismas

funciones que las que entre nosotros incumbían a los sóviets en el período anterior a la

lucha directa por el poder. Sin embargo, en agosto y septiembre, propusieron algunos

compañeros proceder inmediatamente a la creación de sóviets en Alemania. Tras de

largos y ardientes debates se rechazó su propuesta, y con razón. Como ya se habían

convertido los comités de fábricas en puntos efectivos de concentración de las masas

revolucionarias, los sóviets habrían desempeñado en el período preparatorio un papel

paralelo al de estos comités y no tendrían sino una forma sin contenido. Así, pues, no

habrían hecho más que desviar el pensamiento de las tareas materiales de la

insurrección (ejército, policía, centurias, ferrocarriles, etcétera) para volver a fijarlo en

una forma de organización autónoma.

Por otra parte, la creación de sóviets como tales antes de la insurrección

implicaría una especie de proclamación de guerra no seguida de efecto. El gobierno, que

estaba obligado a tolerar los comités de fábricas, porque reunían en torno suyo a masas

considerables, se ensañaría contra los primeros sóviets como órgano oficial que

intentara apoderarse del poder. Los comunistas se habrían visto obligados a defender los

sóviets como organismo. Entonces no tendría la lucha decisiva por móvil la conquista o

la defensa de posiciones materiales, ni se desenvolvería en el momento escogido por

nosotros, en el momento de dimanar necesariamente del movimiento de las masas la

insurrección, y estallaría, a causa de una forma orgánica, a causa de los sóviets, en el

momento escogido por el enemigo.

Ahora bien: es evidente que podía con pleno éxito subordinarse todo el trabajo

preparatorio de la insurrección a la forma orgánica de los comités de fábricas, que ya

habían tenido tiempo de convertirse en organismos de masas, que continuaban

aumentando y fortaleciéndose a la vez que dejaban al partido en libertad para fijar la

fecha de la insurrección. No cabe duda de que debieran surgir los sóviets en cierta etapa;

pero sí es dudoso que, dadas las condiciones que acabamos de indicar, hubieran surgido

en el fragor de la lucha como órganos directos de la insurrección, pues de ello podría

provenir en el momento crítico una dualidad de dirección revolucionaria. Dice un

proverbio inglés que no conviene cambiar de caballo cuando se cruza un torrente. Es

posible que después de la victoria en las principales ciudades hubieran empezado a

aparecer sóviets en todos los puntos del país. De cualquier modo, la insurrección

victoriosa provocaría por necesidad la creación de ellos como órganos del poder.

Conviene no olvidar que entre nosotros ya habían surgido durante la etapa

“democrática” de la revolución, que entonces habían sido legalizados hasta cierto punto,

que los habíamos heredado luego nosotros, y que los habíamos utilizado. No ocurrirá lo

mismo en las revoluciones proletarias de occidente. Allí, en la mayoría de los casos, se

crearán sóviets a instancia de los comunistas, y por consiguiente, serán órganos directos

de la insurrección proletaria. Claro que no es imposible que se acentúe por demás la

desorganización del aparato estatal burgués antes de que pueda el proletariado

apoderarse del poder, lo cual permitiría crear sóviets como órganos declarados de la

preparación de la insurrección. Pero hay pocas probabilidades para que esta

eventualidad constituya regla general. En el caso más frecuente, no se llegará a crearlos

sino en los últimos días, como órganos directos de la masa pronta a insurreccionarse.

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Lecciones de octubre León Trotsky

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Asimismo es muy posible, en fin, que surjan después del momento crítico de la

insurrección y aún después de su victoria, como órganos del nuevo poder. Importa tener

siempre presente todas estas eventualidades para no caer en el fetichismo organizativo

ni transformar los sóviets, de forma flexible y vital de lucha, en “principio” de

organización introducido desde fuera en el movimiento y entorpeciendo su desarrollo

regular.

Hace poco se ha declarado en nuestra prensa que no sabíamos por qué puerta

entraría la revolución proletaria en Inglaterra, si por el partido comunista o por los

sindicatos, conceptuando imposible decidirlo. Esta manera de plantear la cuestión, con

miras de envergadura histórica, es radicalmente falsa y muy peligrosa, porque enturbia

la principal lección de los últimos años. Si no ha existido allí una revolución victoriosa

al final de la guerra es porque faltaba un partido, evidencia que se aplica a Europa

entera. Podría comprobarse su justeza siguiendo paso a paso el movimiento

revolucionario en diferentes países.

Por lo que atañe a Alemania, claro está que habría podido triunfar la revolución

en 1918 y en 1919, si la masa hubiera estado dirigida como conviene por el partido. En

1917, el ejemplo de Finlandia nos mostró cómo se desarrollaba allí el movimiento

revolucionario en condiciones excepcionalmente favorables, so capa y con la ayuda

militar directa de la Rusia revolucionaria. Pero era socialdemócrata la mayoría directiva

del partido finlandés, e hizo fracasar la revolución. De la experiencia de Hungría no se

desprende con menos claridad una lección idéntica. En este país, no conquistaron el

poder los comunistas, aliados con los socialdemócratas de izquierda, sino que lo

recibieron de manos de la burguesía espantada. Victoriosa sin batalla y sin victoria,

desde luego se encontró la revolución húngara privada de una dirección combativa. El

partido comunista se fusionó con el partido socialdemócrata, demostrando así que no

era comunista de veras y que, por tanto, no obstante el espíritu combativo de los

proletarios húngaros, era incapaz de conservar el poder que había obtenido tan

fácilmente. No puede triunfar la revolución proletaria sin el partido, fuera del partido o

por un sucedáneo del partido. Tal es la principal enseñanza de los diez años últimos.

Los sindicatos ingleses pueden, en verdad, tornarse una palanca poderosa de la

revolución proletaria y reemplazar a los mismos sóviets obreros, por ejemplo, en ciertas

condiciones y durante cierto período. Pero no lo conseguirán sin el apoyo de un partido

comunista, ni mucho menos contra él, y estarán imposibilitados de desempeñar esta

misión hasta que en su seno la influencia comunista prepondere. Harto cara, para no

retenerla íntegramente, hemos pagado tamaña lección acerca del papel y la importancia

del partido en la revolución proletaria para renunciar tan ligeramente a ella o aún para

menospreciar su significación.

En las revoluciones burguesas han desempeñado la conciencia, la preparación y

el método, un papel mucho menor que el que están llamadas a desempeñar y

desempeñan ya en las revoluciones del proletariado. La fuerza motriz de la revolución

burguesa era también la masa; pero mucho menos consciente y organizada que ahora.

Su dirección estaba en manos de las diferentes fracciones de la burguesía, que disponía

de la riqueza, de la instrucción y de la organización (municipios, universidades, prensa,

etcétera). La monarquía burocrática se defendía empíricamente, obraba al azar. La

burguesía elegía el momento propicio para echar todo su peso social en el platillo de la

balanza y apoderarse del poder, explotando el movimiento de las masas populares.

Pero en la revolución proletaria no sólo implica el proletariado la principal

fuerza combativa, sino también la fuerza dirigente con la personalidad de su vanguardia.

Su partido es el único que puede en la revolución proletaria desempeñar el papel que en

la revolución burguesa desempeñaban la potencia de la burguesía, su instrucción, sus

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municipios y universidades. Resulta tanto más importante este papel cuanto que se ha

acrecentado de manera formidable la conciencia de clase de su enemigo. A lo largo de

los siglos de su dominación la burguesía ha elaborado una escuela política

incomparablemente superior a la de la antigua monarquía burocrática. Si para el

proletariado ha constituido hasta cierto punto el parlamentarismo una escuela

preparatoria de la revolución, más ha constituido para la burguesía una escuela de

estrategia contrarrevolucionaria. Basta a demostrarlo el hecho de que con el

parlamentarismo haya educado la burguesía a la socialdemocracia, que ahora comporta

el más poderoso baluarte de la propiedad privada. Conforme han enseñado las primeras

experiencias, la época de la revolución social en Europa será una época de batallas, no

ya implacables, sino razonadas, mucho más razonadas que las nuestras de 1917.

He aquí el motivo de que debamos abordar de manera completamente distinta

que como se hace ahora las cuestiones de la guerra civil, y en particular, de la

insurrección. A la zaga de Lenin, repetimos con frecuencia las palabras de Marx: “La

insurrección es un arte”. Pero supone una frase vacía este pensamiento si no estudiamos

los elementos esenciales del arte de la guerra civil sobre la base de la vasta experiencia

acumulada durante estos años. Hay que confesar a las claras que nuestra indiferencia

por los problemas relativos a la insurrección armada testimonia la fuerza considerable

que todavía conserva entre nosotros la tradición socialdemócrata. De seguro sufrirá un

fracaso el partido que considere de modo superficial las cuestiones de la guerra civil,

con la esperanza de que se arreglará todo por sí solo en el momento necesario. Se

impone estudiar colectivamente y asimilarse la experiencia de las batallas proletarias de

1917.

***

La ya esbozada historia de las agrupaciones del partido en 1917 representa

asimismo una parte esencial de la experiencia de la guerra civil y tiene una importancia

directa para la política de la Internacional Comunista. Hemos dicho, y lo repetimos, que

en ningún caso puede ni debe el estudio de nuestras divergencias ser considerado un

arma dirigida contra los compañeros que entonces practicaron una política errónea.

Pero, por otra parte, sería inadmisible tachar en la historia del partido su capítulo más

importante, únicamente porque a la sazón no marchaban todos sus componentes de

acuerdo con la revolución del proletariado. Puede y debe el partido conocer todo su

pasado para apreciarlo como convenga y puntualizar cada extremo. No se compone de

reticencias la tradición de un partido revolucionario, sino de claridad crítica.

Al nuestro le confiere la historia incomparables ventajas revolucionarias. He

aquí, en conjunto, lo que le ha dado un temple excepcional, una clarividencia superior,

una envergadura revolucionaria sin ejemplo: sus tradiciones de la lucha heroica contra

el zarismo; sus hábitos y procedimientos revolucionarios, ligados a las condiciones de la

actividad clandestina; su elaboración teórica de la experiencia revolucionaria de toda la

humanidad; su pugna contra el menchevismo, contra la corriente de los “narodniki”,

contra el conciliacionismo; su experiencia de la revolución de 1905; su elaboración

teórica de esta experiencia durante los años de la contrarrevolución; su examen de los

problemas del movimiento obrero internacional desde el punto de vista de las lecciones

de 1905. Y sin embargo, aún dentro de este partido tan bien preparado, o mejor dicho,

en sus esferas dirigentes, al llegar el momento de la acción decisiva, se formó un grupo

de viejos bolcheviques, revolucionarios expertos, que se opuso a la revolución

proletaria, y que, durante el período más crítico de la revolución (de febrero de 1917 a

febrero de 1918) adoptó en todas las cuestiones esenciales una postura socialdemócrata.

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Para preservar de las consecuencias funestas de este estado de cosas al partido y

a la revolución, se requirió la influencia excepcional de Lenin. Esto es lo que no puede

olvidarse, si queremos que aprendan algo en nuestra escuela los partidos comunistas de

los demás países. La cuestión de la selección del personal directivo reviste una

importancia excepcional para los partidos de la Europa occidental. Así lo enseña, entre

otras, la experiencia de la quiebra de octubre de 1923 en Alemania. Pero ha de

efectuarse tal selección con arreglo al principio de la “acción revolucionaria”...

En Alemania hemos tenido bastantes ocasiones de experimentar la valía de los

dirigentes del partido en el momento de las luchas directas. Sin esta prueba, no hay

elementos de juicio seguros. Durante el transcurso de estos últimos años, Francia ha

tenido muchas menos convulsiones revolucionarias, siquiera limitadas. Sin embargo ha

tenido algunas ligeras explosiones de guerra civil cuando el comité directivo del partido

y los dirigentes sindicales debían reaccionar en cuestiones urgentes e importantes,

como, por ejemplo, el “meeting” sangriento del 11 de enero de 1924. El estudio atento

de episodios de este género nos suministra datos inestimables que permiten apreciar las

buenas cualidades de la dirección del partido, la conducta de sus jefes y de sus

diferentes órganos. Irremisiblemente llevaría a la derrota no tomar en cuenta estos datos

para la selección de los hombres, porque es imposible la victoria de la revolución

proletaria sin una dirección perspicaz, resuelta y valerosa.

Cualquier partido, aún el más revolucionario, elabora inevitablemente su

conservatismo orgánico. De no hacerlo, carecería de la estabilidad necesaria. Pero todo

es cuestión de grados a este respecto. En un partido revolucionario, debe combinarse la

dosis necesaria de conservatismo con la ausencia total de rutina, la flexibilidad de

orientación y la audacia en la acción. Se comprueban mejor tales cualidades en los

virajes históricos. Hemos visto antes como decía Lenin que, cuando sobrevenía un

cambio brusco de situación, y por tanto, de tareas, los partidos, aun los más

revolucionarios, continuaban a menudo en su posición anterior y de ahí que se tornaran

o amenazaran tornarse un freno para el desarrollo revolucionario. El conservatismo del

partido, igual que su iniciativa revolucionaria, encuentran su expresión más concentrada

en los órganos directivos. Pues bien: todavía tienen que efectuar los partidos comunistas

europeos su viraje más brusco, aquel por el cual pasarán del trabajo preparatorio a la

toma del poder. Es tal viraje el que exige más cualidades, impone más responsabilidades

y resulta más peligroso. Desperdiciar el momento oportuno implica para el partido el

desastre mayor que pueda sufrir.

Considerada a favor de nuestra propia experiencia, la experiencia de las batallas

de los últimos años en Europa, y principalmente en Alemania, nos enseña que hay dos

categorías de jefes propensos a hacer retroceder al partido en el momento de convenirle

dar el mayor salto adelante. Los unos tienden a ver más que nada las dificultades, los

obstáculos, y a apreciar cada situación con la idea preconcebida, inconsciente a veces,

de esquivar la acción. En ellos, el marxismo se vuelve un método que sirve para

establecer la imposibilidad de la acción revolucionaria. Representaban los ejemplares

más característicos de este tipo de jefes los mencheviques rusos. Pero no se limita este

tipo al menchevismo, y en el momento más crítico, se revela dentro del partido más

revolucionario entre los militantes que ocupan los más altos puestos. Los representantes

de la otra categoría son agitadores superficiales. No ven los obstáculos mientras no

tropiezan con ellos de frente. Cuando llega el momento de la acción decisiva,

transforman inevitablemente en impotencia y pesimismo su costumbre de eludir las

dificultades reales haciendo juegos malabares de palabras.

Para el primer tipo, para el revolucionario mezquino que se contenta con ínfimas

ganancias, las dificultades de la conquista del poder no constituyen sino la acumulación

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y la multiplicación de todas las que están habituados a hallar en su camino. Para el

segundo tipo, para el optimista superficial, siempre surgen de repente las dificultades de

la acción revolucionaria. En el período preparatorio observan conducta diferente estos

dos hombres: el uno parece un escéptico con quien es imposible contar firmemente

desde el punto de vista revolucionario; por el contrario, el otro puede semejar un

revolucionario ardoroso. Pero en el momento decisivo ambos van tomados de la mano

para erguirse contra la insurrección. Sin embargo, no tiene valor todo el trabajo

preparatorio sino en la medida en que capacita al partido y sobre todo a sus órganos

directivos para determinar el momento de la insurrección y dirigirla. Porque la tarea del

partido comunista consiste en la toma del poder con objeto de proceder a la

reconstrucción de la sociedad.

En estos tiempos se ha hablado y escrito con frecuencia respecto a la necesidad

de bolchevizar la Internacional Comunista. Se trata, en efecto, de una tarea urgente,

indispensable, cuya proclamada necesidad hácese sentir de modo más imperioso aún

después de las terribles lecciones que el año pasado nos diera en Bulgaria y en

Alemania. El bolchevismo no es una doctrina, o no es sólo una doctrina, sino un sistema

de educación revolucionaria para llevar a cabo la revolución proletaria. ¿Qué significa

bolchevizar los partidos comunistas? Significa educarlos y seleccionar en su seno un

equipo dirigente, de modo que no flaqueen al llegar el momento de su revolución de

octubre.

Dos palabras acerca de este ensayo

La primera fase de la revolución “democrática” abarca desde la de febrero a la

crisis de abril y su solución del 6 de mayo, con la creación de un gobierno de coalición

en el cual participaban los mencheviques y los “narodniki”. No tomó parte en los

acontecimientos de esta primera fase el autor de la presente obra, porque no llegó a

Petrogrado hasta el 5 de mayo, víspera de la constitución del gobierno de coalición. En

los artículos escritos desde América se hace luz sobre la revolución y sus perspectivas.

Creo que, en cuanto tienen de esencial, concuerdan con el análisis que de ella ha dado

Lenin en sus Cartas desde lejos.

Desde el día de mi llegada a Petrogrado, trabajé de completo acuerdo con el

comité central de los bolcheviques. Huelga añadir que apoyé de lleno la teoría de Lenin

sobre la conquista del poder por el proletariado. En lo que concierne a los campesinos,

no me separó la menor disensión de él, quien terminaba entonces la primera etapa de su

lucha contra los bolcheviques de la derecha, que ostentaban la consigna de la “dictadura

democrática de obreros y campesinos”. Hasta mi adhesión formal al partido, tomé parte

en la elaboración de una serie de decisiones y documentos del mismo. El único motivo

que me indujo a retrasar mi adhesión tres meses, fue el deseo de acelerar la fusión de los

bolcheviques con los mejores elementos del organismo interrradios, y en general, con

los internacionalistas revolucionarios. Propugné esta política con entero asentimiento de

Lenin.

Al redactar esta obra me ha saltado a la vista cierta frase de un artículo mío de

entonces a favor de la unificación, frase con la cual señalaba, en materia organizativa,

“el estrecho espíritu de círculo” de los bolcheviques. Claro que algunos pensadores tan

profundos como Sorin no dejarán de relacionar directamente esta frase con las

divergencias de miras acerca del párrafo I del estatuto. No siento la necesidad de

entablar una discusión sobre el particular ahora que de palabra y de hecho he reconocido

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mis magnas culpas en materia organizativa. Pero el lector menos prevenido se explicará

de manera mucho más sencilla y directa, por las condiciones concretas del momento, lo

que la expresión tenga de precipitada. Todavía conservaban los obreros interrados una

desconfianza muy grande respecto a la política organizadora del comité de Petrogrado.

En mi artículo repliqué lo siguiente: “Aún existe el espíritu de circulo herencia del

pasado; pero, para que disminuyera, deben cesar los interradios de llevar una existencia

aislada, aparte”.

Mi “propuesta” al I Congreso de Sóviets, puramente polémica, de formar un

gobierno con una docena de Piechekonov, fue interpretada (creo que por Sujanov) como

exteriorización de una inclinación personal, y al propio tiempo como una táctica distinta

de la de Lenin. Eso es un absurdo, sin duda.

Al exigir nuestro partido que tomaran el poder los sóviets dirigidos por los

mencheviques y los socialistas revolucionarios, “exigía” con ello un ministerio

compuesto de individuos como Piechekonov. En resumen, no había ninguna diferencia

fundamental entre Piechekonov, Chernov y Dan; todos podían servir lo mismo para

facilitar la transmisión del poder de la burguesía al proletariado. Quizás conociera un

poco mejor aquél la estadística y diese la impresión de un hombre algo más práctico que

Tsereteli o Chernov. Una docena de Piechekonov equivalía a un gobierno compuesto de

representantes ordinarios de la pequeña burguesía democrática en vez de la coalición.

Cuando las masas petersburguesas, dirigidas por nuestro partido, adoptaron la

consigna de “¡Abajo los diez ministros capitalistas!”, exigían de modo tácito que

ocupasen el lugar de éstos los mencheviques y los “narodniki”. “Apead a los kadetes y

tomad el poder, señores demócratas burgueses; poned en el gobierno a doce

Piechekonov, y os prometemos desalojaros de vuestros puestos lo más “pacíficamente”

posible en cuanto suene la hora. Y no ha de tardar en sonar”. No cabe hablar entonces

de una línea de conducta especial. Mi línea de conducta era la que había formulado

Lenin en tantas ocasiones...

Kislovodsk, 15 de septiembre de 1924

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Parvus (Alejandro Helphand)

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Textos de apoyo Varela, Raquel, et al. - El control obrero en la Revolución Portuguesa 1974-75

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Años 30: Materiales de la Oposición Comunista de España, de la Izquierda Comunista Española y de la

Sección B-L de España