latour - moralidad y técnica

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    MORAL Y TECNICA: EL FIN DE LOS MEDIOSBruno Latour (Francia, 1947) Es filósofo, sociólogo y antropólogo. Tras sus estudios de campo en Africa y California,

    se especializó en el análisis del trabajo de científicos e ingenieros. Autor de numerosos libros y ensayos, entre los que se

    destacan Nunca fuimos modernos y Rensamblar lo social una introducción de la teoría del actor red ; fue profesor del

    Centre de Sociologie de l’Innovation de París y, en varios períodos, de la London School of Economics y del

    departamento de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard. Actualmente, enseña y dirige investigaciones en

    Sciences Po Paris.

    El filósofo y antropólogo francés, celebrado por sus estudios etnográficos sobre las consecuencias

    de los estudios de las ciencias en distintos tópicos tradicionales, se explaya en éste sobre las formasen que técnica y moralidades habitan al ser. Una apasionante maratón filosófica con el tempo Latour

    Está ampliamente aceptado que los humanos plantean problemas morales “en relación” alas técnicas (¿Es necesario ono introducir en Europa los organismos genéticamentemodificados? ¿Se deben almacenar los desechos de la industria nuclear en lo profundo oen la superficie?) pero los objetos en sí no poseen una dimensión moral. Tal es laconcepción actual para un gran número de sociólogos (Collins y Kusch, 1998). Lastécnicas pertenecen al reino de los medios y la moral al reino de los fines, aunque, comoJacques Ellul testificó hace un tiempo, las técnicas terminan invadiendo todo el horizontede los fines dándose sus propias leyes, volviéndose “autónomas” y no sólo automáticas.Aún en este caso extremo, se afirma, no hay otro recurso, para los humanos, queextraerse de esta dominación de la técnica, dominación tanto más perversa ya que noimpone la dura ley de un amo, sino la de un esclavo emancipado que no tiene la menoridea del objetivo moral propio del humano. Se sabe todo el partido que losheideggerienses han sacado de esta idea de una técnica que no se podría dominar puesque es puro dominio sin amo (Zimmerman, 1990). PARA VOLVERSE MORAL YHUMANO, SIEMPRE ES NECESARIO, PARECE, ARRANCARSE LAINSTRUMENTALIDAD, REAFIRMAR EL REINO DE LOS FINES, REDESCUBRIR ELSER, RESUMIENDO, ATAR EN SU CASILLA AL GRAN MASTÍN DE LA TÉCNICA. No espor lo tanto tan seguro que se puedan repartir muy fácilmente los medios y los fines, losimpulsos de fuerza y los relaciones de la razón, los simples objetos y la dimensiónpropiamente humana, el olvido y el surgimiento del Ser. Es para dudar de esta distinciónque durante mucho tiempo me ha interesado. Algunos colegas –sociólogos, filósofos omoralistas– me han reprochado por otra parte que estoy mezclando la relación moral quelos humanos deben mantener entre ellos, con la relación material o funcional que losobjetos técnicos ejercen los unos sobre los otros de acuerdo con el imperio de la fuerza(Collins et Yearley, 1992). Sin embargo, es suficiente echar un rápido vistazo sobre eltrabajo de los paleontólogos y de los pre-historiadores para constatar que la cuestión de laemergencia de las técnicas y la de los humanos se hallan entremezcladas, según ellos,desde unos dos millones y medio de años (Latour et Lemonnier, 1994). Se comienzaahora, después de los trabajos pioneros sobre las “industrias” de chimpancés, a descubrirlargos periodos de la prehistoria donde la destreza técnica precede al surgimiento de loslinajes humanos en centenares de miles de años. Parece cada vez más, que los humanos

    se desarrollaron en un nido o en un nicho muñidos ya de habilidad, de saber-hacer y deobjetos técnicos (ver por ejemplo Strum y Fedigan, 2000 así como los trabajos de FrédéricJoulian). Si la herramienta, como la risa, no es propia del hombre se va a poner cada vezmás difícil trazar la frontera entre el imperio humano y el reino de las técnicas. En todocaso, la imagen de un humano al comando manipulando a los objetos inertes paraalcanzar los fines concebidos por él por intermedio “de una acción eficaz sobre la materia”se vuelve cada vez más embrollada. Las técnicas habitan en lo humano según otrasformas que lo utilizable, la eficacia o la materialidad. Un ser que se habría separadoartificialmente de esta morada, de este origen técnico, no podría bajo ningún concepto ser

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    moral, ya que cesaría de ser humano –y además, habría cesado desde hace tiempo deser–. Técnicas y moralidades se encuentran indisolublemente entremezcladas porque, enlos dos casos, la cuestión de la relación de los fines y de los medios se han vueltoprofundamente oscuros. Esto es lo que yo deseo demostrar. .. . . . .¿CÓMO HACER PARA DAR A LA TÉCNICA UNA DIGNIDAD IGUAL A AQUELLA DE LAMORAL A FIN DE ESTABLECER ASÍ, ENTRE LAS DOS UNA RELACIÓN QUE YA NO

    SEA MÁS ESA DE UTENSILIO PARA LA INTENCIÓN? REDEFINIENDO PRIMERO LATÉCNICA QUE TOMARÉ AQUÍ COMO UN ADJETIVO Y NO COMO UN SUSTANTIVO(Latour, 1999a). Es vano querer definir algunas entidades o ciertas situaciones comotécnicas por oposición a otras llamadas científicas o morales, políticas o económicas. Haytécnica por todas partes, ya que la palabra técnica habla de un régimen de enunciación o,para formularlo con otras palabras, de un modo de existencia, de una forma particular deexploración del ser entre muchas otras. Si no se puede distinguir un objeto técnico de otroque no lo sería, se debe poder no obstante separar en cualquier entidad su dimensióntécnica. El régimen técnico, si se quiere, difiere de otra posición (científico, artístico omoral) no como un distrito de la realidad diferenciada de otro, sino como una preposiciónde otra, como la palabra “en” se distingue perfectamente de la palabra “por”, aunque noexista un dominio particular del “en” que se podría separar de un territorio del “por”. Megustaría definir el régimen propio para la técnica por la noción de pliegue, sin darle asítodas las connotaciones leibnizianas tan bien elaboradas por Gilles Deleuze.¿Qué es lo que está plegado en la acción técnica? El tiempo, el espacio y el tipo deactantes. El martillo en mi taller no es contemporáneo de la acción de hoy: guarda lospliegues de tiempos heterogéneos que tienen la antigüedad del planeta, debido al mineralque se utilizó para fundirlo, de aquel otro de la edad del roble que dio el mango, y del otroque nos envía a los diez últimos años en que salió de la fábrica alemana que lo puso en elmercado. Cuando yo abrazo al mango, inserto mi gesto en “un bouquet de tiempos”,según la expresión de Michel Serres, que me permite insertarme en las diferentestemporalidades, en los diferentes tiempos, lo que explica (o implica más bien) la solidezrelativa asociada a menudo a la acción técnica. Lo que es verdad del tiempo lo es tambiénpara el espacio, porque este humilde martillo mantiene bien colocados los lugares muyheterogéneos y que nada, antes del acto técnico, permitía reunir: los bosques de Ardenas,las minas del Ruhr, la fábrica alemana, el camión de herramientas que ofrece todos losmiércoles descuentos en las carreteras de Bourbonnais para terminar en ese taller de unsin oficio de domingo particularmente torpe. Toda la técnica se asemeja a lo que lossurrealistas llaman un “cadáver exquisito”. Si nosotros tuviéramos, por intenciónpedagógica, invertir el movimiento de la película de la cual este martillo no es más que elproducto final, deberíamos desplegar los tiempos lejanos y espacios dispersos, siempremás numerosos: el tamaño, la dimensión, la sorpresa de las conexiones hoy invisibles queentonces se volverían manifiestas, nos daría por contraste la exacta medida de lo que estemartillo, hoy, logra. Nada menos local, menos contemporáneo, menos brutal que unmartillo, tan pronto como empieza a desplegar lo que aferra; nada más local, brutal ydurable que este mismo martillo, en cuanto se pliega todo lo que ha implicado.Pero la simple distancia de lugares y tiempos no es suficiente para definir el plieguepropiamente técnico: aún es necesario especificar la propia conexión. ¿Cómo guardar elrastro irreversible de este pliegue? Por un tercer contoneo, por una tercera dislocación, poruna nueva heterogeneidad que va a modificar, esta vez, tampoco la diversidad del tiemponi la de los lugares, sino la de los actores o de los actantes. Sin el martillo yo no tendría,para insertar el clavo, más que mi puño o alguna piedra recogida ante mi puerta –y sin elclavo, estaría aún más desamparado–. Por la misma desdicha que cuando me encuentro

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    privado del martillo (que recuerda la felicidad de [Robinson] Crusoe cuando descubre losrestos de las cajas de herramientas lanzadas por el naufragio) mido los seres a los queeste martillo toma el lugar. Reemplaza en primer lugar a la larga serie paradigmática quelos tecnólogos tuvieron que aprender a recrear, y que definiría a través de la historia todoslos substitutos posibles de este martillo (Haudricourt, 1987). A los lugares y a los tiemposinvisibles que sería necesario desplegar para devolver justicia a este martillo, nosotrosdeberíamos agregar por consiguiente, si los historiadores y los pre-historiadores y los

    paleontólogos y los primatólogos nos autorizarán, la variedad asombrosa de formas queheredó mi banal martillo. Pero toma lugar aún en otra serie, sintagmática esta vez, puestoque ofrece a mi puño una fuerza, una dirección, un comportamiento que el torpe brazo noposee.Imposible aquí hacer como si el martillo “cumpliera una función” porque sedesborda por todas partes este recipiente dentro de los estrictos límites que no se sabríalimitarse. Es de todas las herramientas (y sobre todo del martillo) que es necesario decirque “el órgano crea la función”. Con éste en la mano, los posibles se multiplican,ofreciendo al tenedor los esquemas de acción que no precedieron el asido. Eso es lo queJames G. Gibson documentó tan bien con la noción clave de “promisión”, a la vez unpermiso de tiempo y promesa: gracias al martillo tienes aquí literalmente a otro hombre, unhombre devenido en “otro” pues paso de aquí en más por la alteridad, la alteración de estepliegue (Gibson, 1986). Por esta razón el tema de la herramienta como “prolongación delos órganos” tiene así poco sentido. Aquel que cree que las herramientas son simplesutensilios nunca tuvieron un martillo en la mano, ni jamás se han permitido reconocer elflujo de posibilidades que repentinamente serían capaces de seleccionar. Se comprendesin pena el dolor del mono antropoide en la película de Stanley Kubrick 2001, estupefactoy sorprendido ante el mundo abierto ante sí por una mandíbula que se comporta como unmartillo –y como una buena maza para matar…–. Si, en un célebre movimiento detorbellino, lo lanza tan alto y tan lejos, al punto que se vuelve la estación espacial delfuturo, es porque todas las técnicas suscitan alrededor suyo este torbellino de nuevosmundos. Lejos de servir, en primer lugar, un objetivo, ellas comienzan por explorar losuniversos heterogéneos que nada, hasta aquí, preveía y detrás de las cuáles corren lasnuevas funciones.Se comprende sin pena que la noción de “mediación técnica” sea un poco débil paraabsorber este triple pliegue de los lugares, los tiempos y los actantes. La palabramediación corre siempre el riesgo que invierta su mensaje y que vuelva siempre imposiblela transferencia de un sentido, de una causa o una fuerza, lo que justamente no hace más“que” un mero vector de una fuerza, una causa o un sentido.Si no tenemos cuidado, reduciríamos a las técnicas al rol de utensilio que no hace más“que” desplazar en un material más duradero los esquemas, las formas, las relaciones yapresentes bajo otra forma y en otros materiales. Para tomar un ejemplo que me ha servidomucho, las “lomas de burro” no son “policías dormidos” meramente hechos de hormigónen lugar de ser de carne y hueso. Si yo trato a las “lomas de burro” como los mediadoresen buena y debida forma, es justamente porque ellos no son simples intermediarios quecumplirían una función (Latour, 1996). Lo que precisamente hacen, lo que sugieren, nadielo sabe, y es por que su introducción en el campo o en las ciudades, comenzando bajo losauspicios inocentes de la función, terminan siemprepor abrir una historia complicada, por desbordar los asuntos, al punto de terminar o en elConsejo de Estado o en el hospital. Uno nunca domina las técnicas, no porque secarecería de maestros suficientemente enérgicos, no porque las écnicas “vueltasautónomas” funcionarían con su propio movimiento, no porque, como lo pretendeHeidegger, serían el Ser olvidado bajo la forma de dominio, sino porque ellas son unaforma real de mediación. Lejos de ignorar el-ser en tanto-que-ser al beneficio de la pura

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    dominación, del puro apresamiento, la mediación técnica experimenta lo que es necesariobien llamar el-ser-en-tanto-que-otro. Uno podría asombrarse de que, aunque las técnicasno tienen nada que ver con el dominio, sin embargo, siempre es bajo la forma deinstrumento, del servicio prestado que uno habla de ellas. ¿Pero es tan así? Me pareceque es mejor hablar de las técnicas como el modo del rodeo que como el de lainstrumentalidad. Es técnica el arte de la curva, lo que llamamos, después de MichelSerres, la traducción. Si vamos en línea recta, como la epistemología, no tendríamos

    necesidad de la técnica, se lo sabe desde los Griegos. La ingeniosidad comienza conDédalo, príncipe del laberinto, que quiere decir con las bifurcaciones imprevistas que sealejan en primer lugar del objetivo (Frontisi-Ducroux, 1975). Cuando uno dice que hay un“problema técnico” a resolver, quiere justamente introducir al interlocutor al rodeo, a loslaberintos que va a tener que enfrentar antes de perseguir sus objetivos iniciales. Cuandose admira la “técnica” de un especialista, se reconoce justamente allí un paso que nadiepuede dominar, excepto él y precisamente él, quien por otra parte no sabe lo que hace(todos los especialistas del sistema experto se dan cuenta de su dependencia).¡Cuán lejos estamos de la función, de la dominación, del utensilio! Nos encontramosubicados, de una manera imprevista, frente a lo que nos permite (sin que se comprendapor qué) o que nos impide (sin entenderlo tampoco) de acceder directamente a losobjetivos. Jamás las técnicas aparecen verdaderamente bajo la forma de medios, y esterasgo aparece aún más claramente, si me atrevo a decir, cuando se las trata como cajasnegras de las cuales no tendría necesidad de saber más que las entradas y salidas. Máslos sistemas técnicos proliferan, más ellos se ponen opacos, de modo que el recimientode la racionalidad de los medios y los fines (según el modelo usual) se mantiene

     justamente por la acumulación sucesiva de capas en la que cada una hace a lasprecedentes más oscuras (Latour, 1992). Si uno se hubiera olvidado de esta opacidadfundamental de la técnica, los trabajos de arqueólogos llevados después de diez añoscalladamente y después de dos años frenéticamente por los programadores asignadospara librarnos del bug/error del año 2000 nos lo recuerdan con más claridad que cualquieresfuerzo de esclarecimiento filosófico. La misma complicación de los ispositivos, por laacumulación de pliegues y desvíos, capas y vueltas, compilaciones y reestructuraciones,prohíbe para siempre la claridad de la recta razón bajo el patrocinio de la cual se habíaprincipalmente introducido a las técnicas.¿Por qué entonces ciertas tradiciones occidentales dominantes hablan a pesar de todo delas técnicas como lo que es susceptible dominar? ¿Por qué lo que debería aparecer comoindominable, siempre se encuentra, a fin de cuentas, he agrupado en el reino de lossimples medios? Es allí que el conflicto con la mediación moral comienza a aparecer. Laapariencia modesta que toma la técnica viene del hábito, el cual entraña el olvido de todasestas mediaciones insertadas. La “figura del laberinto”, tomando la bonita expresión deCornélius Castoriadis, es conocida por todos los principiantes y por todos los innovadores:cada uno descubre, entre él y sus metas, una multitud de objetos, de sufrimientos, deaprendizajes, que lo obligan a ralentizar, a tomar un desvío, luego otro, a perder de vista elobjetivo inicial, a volver, a tantear, perder el ánimo, etc. Pero por otra parte, una vez que elprincipiante se vuelve experto ascendiendo paso a paso en los aprendizajes, una vez quela invención se vuelve innovación gracias a la lenta concretización requerida por laindustria y el mercado, se termina por contar con una unidad de acción tan fiable que yano aparece a la vista. Los mediadores técnicos tienen esto de propio que exigen,finalmente, invisibilidad (aunque de una forma muy diferente de los instrumentoscientíficos). Se trata, por supuesto, de una clase de ilusión óptica. En efecto, la rutina delhábito no debe impedir reconocer que la acción inicial, ese famoso “plan” que se suponedebe sustituir al programa “materializado”

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    por la simple implementación técnica, ha definitivamente mutado. Si no se dan cuenta decómo el uso de una técnica, por simple que sea, ha desplazado, traducido, modificado,modificado la intención inicial, es simplemente porque se cambió de objetivo cambiandode medios y que, por un deslizamiento de la voluntad, empezamos a querer algo distintode lo inicialmente deseado. Si quiere mantener firmes sus intenciones, inflexibles susplanes, rígidos sus programas de acción, entonces no pase por ninguna forma de vidatécnica. El rodeo traducirá, traicionará sus deseos más imperiosos. No, decididamente, por

    cualquier parte que se tome a las técnicas, jamás la relación entre medios y fines aparecetan simple como se supone en la antigua división entre moralistas encargados de los finesy los técnicos encargados de los medios. Sobre las técnicas es necesario decir, como SanPablo: “Yo no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. (Rom.7-19).............64 Definiendo la acción técnica por las nociones de pliegue y de rodeo, creo haberledevuelto una parte de su dignidad ontológica. Sin las técnicas, los humanos no seríantales, puesto que serían contemporáneos de sus acciones, limitados a las solasinteracciones de proximidad. Incapaces de substituir aunque sea a las entidades ausentesque tendrían lugar, éstas permanecerían sin mediación posible, es decir, sin capacidad demoverse por sorpresa a través del destino de otros seres completamente heterogéneos enlos que los posibles se añaden a los suyos, abriendo así el camino de múltiples historias,hablando con propiedad, multiforme. A menudo me he divertido, con algún espíritu deprovocación, en definir la vida social purgada de todo pliegue, de todo rodeo técnico, comola vida soñada de algunos sociólogos, mis colegas, y a la vez por los babuinos de miamiga Shirley Strum: vida apasionante, intensa, constantemente sujeta a la renovaciónrápida de las coaliciones y relaciones propiamente sociales, pero vida sin embargo pocohumana y, por consiguiente, poco moral (Strum y Latour, 1987). Sin los rodeos técnicos,no hay propiamente humano. Más seriamente, se puede ver en los innumerables trabajosque van desde la ergonomía a la tecnología, pasando por los notables esfuerzos deLaurent Thévenot para clasificar los métodos de acción (Thévenot, 1994; Thévenot y Livet,1997): las técnicas bombardean a los humanos con una oferta continua de posicionesinauditas –conexiones, sugerencias, permisos, prohibiciones, hábitos, posiciones,enajenaciones, prescripciones, cálculos, memorias–. Generalizando el concepto depromisión, se puede decir que los cuasisujetos que somos todos nosotros se vuelven talesgracias a los cuasi-objetos que pueblan nuestro universo de pequeños fantasmas de seressimilares a nosotros y los cuales nos revisten o no los programas de acción. Si el hábito nohace al monje, te sientes más piadoso vestido con telas rústicas.Se duda siempre reconociendo en este bombardeo de posiciones posibles una de lasfuentes esenciales de la humanidad, porque existen muchas otras fuentes con las cualesno se desea confundirla. Una persona, es evidente, no se construye solamente teniendouna herramienta en su mano, imponiéndole en la fábrica el ritmo de la cadena productiva,recibiendo de un cajero automático la oferta de un interfaz, vertiendo sin pensar en elcurso de la acción habitual de una cocina bien equipada, o dándose una memoria artificialpara la disposición de las góndolas de un supermercado. Para conformar la personalidad,es necesario beneficiarse o bien de otros regímenes de existencia, o bien de otrasconexiones (Ricoeur 1990; Latour, 1998). Sin embargo, la existencia de una multiplicidadde modos de exploración del ser no justifica que se haga de la enunciación técnica unsimple dominio material sobre el cual flotarían siempre los símbolos, los valores, los juiciosy los gustos, porque el hábito tendería a hacer desaparecer poco a poco a todas lasmediaciones. El error sería tanto más grande que el propio cuerpo. Igualmente, puedentomarse bajo el modo técnico y que comience por lo tanto a proliferar en rodeos y enpliegues (Dagognet, 1993). Todo artista, todo técnico o artesano, todo cirujano bien sabe

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    que la tecnicidad no es jamás más que una nueva forma de distribución entre cuerpos,algunos artificiales y otros naturales, en la que la sola vascularización permite estasproezas que le son atribuidas después, por pereza, o a los objetos o al genio humano(Akrich y Berg, en prensa).Todas las técnicas, en este sentido, según la expresión de Marcel Mauss, son técnicas delcuerpo .. .

    En qué, dirá, esta redefinición, tan alejada del uso corriente del sustantivo “la técnica” perotan cerca del adjetivo “técnico”, nos acerca a la cuestión moral. En primer lugar creí quedaríamos un gran paso en la cuestión si reconocíamos que una parte no desdeñable denuestra moralidad cotidiana reposaba en los dispositivos técnicos. Es lo que había llamadola cuestión de la “masa faltante de moralidad” (Latour, 1992). Un ejemplo bastará, ya queel lector encontrará nmediatamente veinte más relevantes: por una razón desconocida pormi, el fabricante de mi escritorio me prohíbe abrir un cajón sin que los otros dos esténcuidadosa y completamente cerrados… El diseñador desapareció; la empresa por otraparte (con cierta justicia) quebró hace tiempo; no soy lo bastante hábil para descubrir elantiprograma que pondría fin a esta aberración; sin embargo: veinte veces por día desdehace diez años, me veo “obligado” a obedecer a esta ley moral puntillosamente, ya queno se me “autoriza” a dejar abierto los tres cajones a la vez. Echo pestes pero mesacrifico, y reconozco sin vergüenza que no aplico cotidianamente ninguna otra ley moralcon tanto rigor inflexible. ¡Maldita sea, es que lo que hay! La ley moral está en nuestroscorazones, ciertamente, y también en nuestros dispositivos. Al super-ego de la tradición,es necesario añadir el ello de las técnicas a fin de explicar la rectitud, la fiabilidad, lacontinuidad de nuestras acciones. Si bien es útil sustraer a la suma de un comportamientomoral la parte que pertenece a los objetos técnicos, no se afecta, sin embargo, más que lasuperficie del problema, ya que se toma a las técnicas y a los actos morales en sus fasesde rutina, de hábito o de ligeros desajustes.Como acertadamente ha señalado Louis Quéré, no se pueden inferir del uso corriente lasexpresiones en términos de deber y de autorización, que los objetos técnicos poseerían ensí mismos una eminente dignidad moral. Por lo tanto, ésta no era exactamente miintención. Es principalmente el menosprecio de numerosos sociólogos por la materia y lainnovación técnica que me había impulsado a exagerar un tanto hablando al mismo tiempode los “dilemas cornelianos de un cinturón de seguridad”…Se reconocerá sin embargo que no me equivocaba totalmente al otorgar a la moral lamisma dignidad ontológica que a la técnica tal como acabo de redefinirla. La moral, porsupuesto, como la ciencia o la técnica, es una institución heterogénea hecha de unamultitud de acontecimientos, y que depende a la vez de todos los modos de existencia –yen parte, como acabo de decirlo, del comportamiento de los dispositivos técnicos, perotambién de otras formas de organización, verdadera leonera como puede darse cuentaleyendo los diccionarios de filosofía moral. Creo sin embargo posible definirla por símisma, en su forma particular que tiene de explorar la alteridad de ser.65 La moral, también, es un modo de existencia, una posición sobre el ser-como-otro, unapreposición, un régimen original de mediación. La forma bajo la cual se la reconocegeneralmente, la obligación, no le pertenece propiamente ya que ésta procede tanto de loscontratos, como de los eventos religiosos, de las transferencias de espantos, cadenas dereferencias, del derecho, resumidamente de toda una serie compuesta que sería inútilquerer aclarar por el momento. Sólo me interesa aquí el punto de fricción entre la accióntécnica y la acción moral sobre la cuestión de la relación de los medios y los fines. Que nohaya armonía preestablecida entre las dos y que ellas no se ordenan según la relaciónentre medios y fines, es bastante evidente en su definición concurrente, contradictoria,

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    de la alteridad. Ambas moldean al ser-como-otro, pero cada una de una manera diferente.También como la técnica, la moral es humana, en el sentido que provendría de un humanoya formado y amo de sí como del universo. Digamos que ésta recorre el mundo y, como latécnica, genera en su estela las formas de humanidad, las ofertas de subjetividad, losmodos de objetivación, los tipos variados de compromisos. Es en la calificación de estaestela que es necesario ahora interesarnos.El pliegue, el rodeo técnico, lo dije, mezcla la existencia heterogénea de los seres y abreuna historia imprevista por la multiplicación de los aliens  / extraños que van de aquí en mása interponerse entre dos secuencias de acción, creando bruscamente bajo nuestros piesun laberinto del que no se saldrá jamás, o, depende, una rutina tan habitual que, no másque la liebre de Zenón, uno se dará cuenta de la infinidad vertiginosa cuando trate deescapar. Entre el acto de encender mi computadora y lo que escribo en la pantalla, puedoignorar la industria nuclear que me permite trabajar esta mañana, o me encuentro sumidoen el destino incierto de esta misma industria obligado a tener en cuenta el enterramientoen profundidad de los residuos de sus centrales que no implica laadhesión de los franceses. Tal es el formidable movimiento de acordeón consustancial alas técnicas: o bien yo tengo acceso a la más segura, a los más silenciosos cursos deacción (a tal punto que ni siquiera cuento en mi descripción de la industria nuclearreducida al rango, ni de medio, ni de nada) o bien me encuentro en un Dédalo/laberintoque toda Francia recorre a ciegas, exclamando «pero como desembarazarnos?!». Hacealgunos segundos me encontraba en un medio tan medio que contaba cero, me encuentroen los fines tan finales que nadie sabe cómo la historia común va a finalizar.No concluyamos de este movimiento de acordeón o de abanico que pasa abruptamentede cero a infinito que, en el primer caso, se trata de un asunto de una “simple cuestióntécnica”, mientras que en la segunda, se ha puesto unacuestión moral “a propósito” de una industria. No. Es en la propia esencia de estedispositivo técnico que descansa la total incertidumbre sobre la relación de los medios yfinales.Es la forma de respiración consustancial a la técnica el alternar brutalmente de la modestiaal terror, de la herramienta al horizonte, de la sorpresa a la rutina. Nada de asombroso enesto, puesto que, con el pliegue de la industria nuclear, nosotros asociamos lasuerte de nuestros ordenadores a la radiactividad, vinculando progresivamente la historialenta de mi carrera de autor, a los relojes por milisegundos de los chips informáticos, ytodo ello a la suerte de residuos cuyavida media (o más bien muerte media) se cuenta, por cientos, en centenares de millaresde años. Este “bouquet temporal” está ahí delante mío y se abre a una historia que notiene justamente ningún fin. Paradoja de la técnica siempre adulada por su utensilidadfuncional, o siempre despreciada por su irritante neutralidad, mientras que nunca hacesado de introducir una historia de pliegues, de rodeos, de derivas, de aperturas y detraducciones que suprime tanto la idea defunción como la de neutralidad. ¿Cómo se puede tener la audacia de calificar de “neutro”al drama ontológico de montajes imprevistos de entidades que pueden pasar, sinoposición, del cero al infinito? Por algo Vulcano cojeaba… Detrás deltema trillado de la neutralidad de las “técnicas-que-no-son ni-buenas-ni-malas-sino-sólo-serán-lo-que-el-hombre-hará”, o del tema, idéntico en su fondo, de una “técnica-que-seha-vuelto-loca-porque-se-autonomizó-y-no-tiene-ya-otrofinal-que-su-desarrollo-sin-objetivo”,se esconde el temor de descubrir esta realidad tan nueva para el hombre modernoacostumbrado a dominar: no hay amo en absoluto; ni siquiera las técnicas se han vueltolocas.

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    Es con un gusto muy diferente para la alteridad que la moral explora los mismos montajesde seres cuya suerte se encontró mezclada por el rodeo técnico (y por muchas otrasformas de existencia cuyo contraste no nos interesa aquí).Toda disposición/acción técnica paga en creación de intermediarios la multiplicación de losmediadores. El roble de las Ardenas se dirigía por su crecimiento a otra parte que hacia lafabricación de mi martillo, aunque se lo plantó con este fin vagamente anticipado. Delroble, la herramienta sólo guardó una porción insignificante de las propiedades, su solidez,

    su calidez, la alineación de las líneas del lignito. ¿A dónde iría el roble para y por símismo? ¿En qué mundo prolongaba su existencia? La técnica no se interesa en estascuestiones, obligada a dislocar a todas las entidades que cruza para generar mundosposibles y permitir nuevas disposiciones. La moral es taladrada ligeramente por cualquierotro deseo: ¿cuántos mediadores las otras formas de existencia mantienen en su estela?¿No se corre el riesgo de tratar al roble como un simple medio para el martillo? Todo elmundo conoce la versión simplificada que la moral humana, demasiado humana, ha dadode este principio: «Nunca tratar a los seres humanos66 como meros medios, sino siempre como fines». Kant lo aplicaba por supuesto a sololos seres humanos, y no al martillo, ni a los robles o a los átomos de uranio radioactivo.Retomando la fábula del Homo faber, imaginaba verdaderamente un humano al comandoque trabajaba por sus categorías una materia bruta y sin derecho. Doscientos añosdespués, esta posición nos parece tan insostenible como los relatos de caza al elefantedel Theodore Roosevelt o como las sutilezas de los Griegos sobre la imposibilidad deemancipar esclavos inferiores por naturaleza. Es que la moral desde entonces hareelaborado la materia común mezclada por las tecnologías que se habían asociado con lamisma suerte común de cada vez más entidades (Latour, 1999).Hoy no se puede plantear más la cuestión moral como en los tiempos en que los humanosapenas rasgaron la tierra sobre la cual pasaban de la vida a la muerte sin que nadie sediera cuenta. La moral como la técnica son categorías ontológicas, modos de existenciacomo así lo dijo Gilbert Simondon después de Etienne Souriau (Souriau, 1943), y los sereshumanos proviene de estos modos, ellos no son el origen. O más bien no puedeconvertirse en humano sino a condición de abrirse a estas maneras de ser que lodesbordan por todas partes y al cual puede elegir no atarse, pero entonces con peligro desu alma.La moral, si se acepta trasladarla a un momento de la institución compleja que la trabajóde mil maneras, aparece pues como un interés que trabaja inmediatamente el-ser-como-otro para impedir que los fines no se vuelvan todos medios, que los mediadores no seantransformados en simples intermediarios.No se pregunta tanto sobre el derecho de las cosas por si mismas (aunque la forma queda a la cuestión ética la ecología profunda haya hecho ciertamente oscilar la moral fueradel estrecho antropocentrismo), sino sobre la existencia de las cosas y sobre el sentido deesta expresión “por si mismas”. Nada, ni incluso el humano, es para y por sí mismo, sinosiempre por y para otra cosa. Tal es el sentido incluso de la exploración del ser-como-otro,como alteración, alteridad, alienación. La moral se interesa por la calidad de estaexploración, el número de mediadores que ella deja en su estela, queriendo siempreverificar si hace pulular el mayor número posible de actantes, quienes reclaman en sunombre propio existir e intervenir o si, al contrario, ella no se ha resignado a olvidarlos. Portodas partes donde se quiere ir rápidamente estableciendo los carriles para que unobjetivo lo recorra silbando como un TGV, la moral disloca los carriles y recuerda a laexistencia todos los ramales perdidos. El tren del objetivo se inmoviliza pronto,desconcertado, impotente. La moral se ocupa menos de los valores, como se dice a

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    menudo, que de impedir el acceso demasiado inmediato a los fines. No se limita estaralentización únicamente a los humanos.Volviendo al caso de los residuos nucleares, nadie imaginaría ya imponer a los alcaldes delos pequeños pueblos la implantación, sin hablar, de un laboratorio para estudiar laresistencia del granito, de la sal o de la arcilla. Se podían tratar a las poblaciones comosimples medios, hace cincuenta años, en nombre del interés nacional: ya no. Es necesariode aquí en más tomarlos con cortesía, y se puede leer en la tesis de Yannick Barthe la

    infinita paciencia que el ANDRA debe desplegar para tenerlos quietos o seducirlos(Barthe, 2000). ¿Pero cómo calificar a los otros actantes que la historia técnica mezcló alos pueblos humanos en una suerte común, para bien y para mal, por un matrimonio queno se atreve ya a decir “de razonable”? ¿El vidrio de los contenedores va a tener variosmillares de años? ¿Qué confianza podemos tener en la geología de las placas tectónicascuya historia no tiene cien años y la observación fina no pasa de más de veinte años?¿Qué sabemos de los domos de sal? De ahí la nueva cuestión de moral humana ymaterial: ¿quién es la más sólida a muy largo plazo? ¿La arcilla flexible, la sal dura, elgranito falible, o más bien el vínculo frágil pero incesantemente renovado de lasorganizaciones humanas, capaces de vigilar, por los siglos de los siglos, una piscina ensuperficie “monitoreada” por seres tan distantes de nosotros en el futuro como losneandertales en el pasado?Una vez que se entiende la moral así como la técnica en su dignidad ontológica en lugarde relacionarlos, como es habitual, sólo a lo humano, se ve que su relación no es más lade aquel del medio al fin, del espíritu práctico al espíritu a secas, de los hechos a losvalores, de la obligación simbólica a la obstinación testaruda de las cosas. Los dos modosde existencia dislocan incesantemente las disposiciones, multiplican las inquietudes,hacen pulular los actantes, prohíben la vía correcta, trazan un laberinto -de posibles parauno, de escrúpulos y “de imposibles” para el otro-. El interés por los valores no viene atomar el relevo, una vez resuelta la cuestión de la seguridad de las domos de sal y de losvidrios. Viene, en la profundidad misma de las cavernas, a inquietar al ingenieromultiplicando los seres que habían quizá tratado demasiado deprisa como intermediarios(redes regulares de cristales de rocas, alineamiento de las sílices) para hacerlos re-emerger ante sus ojos tanto como mediadores difíciles de despreciar, de controlar:lúnulas, defectos, faltas, errores microscópicos, de los que la multiplicación, a escala delos éons, viene a ampliar la falla en el razonamiento de las políticas y sembrar la duda enla opinión frágil y testaruda de las “poblaciones laboriosas”, al menos en la superficie. Lamoral viene a re-trabajar exactamente los mismos materiales que la técnica peroextrayendo de cada uno ellos otra forma por alteridad puesto que le importa sobre todo suimposibilidad de fluir en el molde del intermediario. Mucho antes de que seamos capacesde traducir las exigencias morales de la tradición en obligaciones, que ya están dentro dela objetividad masiva de las mediaciones que prohíben tomarse por los objetivos dequienquiera, de cualquier cosa que sea otro. La moral, en este sentido allí, está bien, enprimer lugar, en las cosas que, gracias ella, nos obligan a obligarlas.Si la técnica disloca, es para re-asociar; si ella abre ante un objetivo el abismo de losmedios insertados los unos en los otros en un Dédalo/laberinto de nuevas invenciones, espara volver a cerrar este abismo y crear, o por el automatismo de la habilidad, o por elautomatismo de los autómatas, un curso de acción invisible que no cuenta ya; si ella nosintroduce a una historia imprevista, es para que el objetivo inicial, desplazado, renovado,termine por coincidir estrechamente con el nuevo medio que acaba de surgir, al punto quese pone a hablar de la adecuación de la forma a la función como del guante a la mano. Noes así con la moral: no hay caja negra posible, no hay desaparición de millones deobjetivos parciales insertados en un único medio que no contaría

  • 8/19/2019 LATOUR - Moralidad y Técnica

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    67 ya para nada y desaparecería de la vista. El trabajo de la mediación, en su régimenmoral, exige al contrario el curso incesante del interés, la vuelta corrosiva del escrúpulo, lareapertura impaciente de estas tumbas donde yacen apilamientos de automatismos, el re-despliegue de los medios en objetivos parciales y de los objetivos parciales en fines.El principio de cautela, tan de moda, no quiere simplemente decir que se le prohibiríaactuar antes de haber adquirido la certeza de la inocuidad de un bien, ya que eso volveríanuevamente todavía a conservar el ideal de control y de conocimiento exigiendo un saber

    cierto sobre una innovación que, por definición y al igual que toda técnica, escapadefinitivamente al dominio. No: el principio de cautela reside en el mantenimientopermanente de una imposibilidad de plegar —a lo que la técnica aspira precisamente: deahí el conflicto permanente de los modos de ser—. Mantener la reversibilidad de lospliegues, tal es la forma actual del interés moral en su encuentro con la técnica. Se lodescubre por todas partes actualmente con las nociones de productos reciclables,desarrollo sostenible, de trazabilidad de las operaciones de producciones, en el interéssiempre más fuerte de transparencia (buscar la transparencia en materia técnica, ¡quéparadoja!), en la exigencia bastante nueva en Francia de responsabilidad, es decir, dedescriptibilidad y de evaluación de las elecciones. Es en este nuevo sentido que la moralse encuentra en conflicto permanente y continuo con la apertura a la historia que la técnicano deja de proponer (Latour, 1999b, capitulo 4). SE LO VE: LA RELACIÓN DE LATÉCNICA Y LA MORAL SE MODIFICA EN TANTO Y EN CUANTO SE RENUNCIE A LAIDEA DE PONER A LA PRIMERA DEL LADO DE LOS MEDIOS, A LA SEGUNDA DELLADO DE LOS FINES. Cada uno de estos modos de existencia trastorna a su propiamanera y separadamente la relación de los medios y de los fines: la técnica dislocando lasrelaciones entre las entidades de tal modo que ellas se abren a una serie de nuevasramificaciones que fuerzan al desplazamiento continuo de los objetivos y a la proliferaciónde los agentes intermediarios cuyo desplazamiento colectivo prohíbe todo dominio; lamoral, interrogando sin cesar a los conglomerados para hacerles expresar sus propiosfines e impedir que se pongan de acuerdo demasiado rápidamente sobre la distribucióndefinitiva de los que servirán de medios y de los que servirán de fines. Si se añade lamoral a la técnica, uno se ve obligado a constatar, jugando con las palabras, el fin de losmedios.Sin los medios, otra historia comienza, puesto que moral y técnica multiplican lasentidades que deben tenerse en cuenta que será muy necesario aprender a reensamblar.Esta reunión, esta composición progresiva de un mundo común obliga a recurrir a otraforma de enunciación, política esta vez, y que aspira, ella también, a encontrar su dignidadontológica para salir del estado de sumisión donde le habían relegado un mayormenosprecio aún que aquél dónde la técnicaha debido languidecer durante tanto tiempo.Notas* Bruno Latour Moral y técnica: el fin de los medios Morale et technique: la fin des moyens . CSI, Ecole desmines. 1999.www.bruno-latour.fr Traducción: Horacio Boris Alperin Efros, setiembre 2010.

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