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Las dos naturalezas del creyente Capítulo 1 Hechos divinos, no sentimientos Los hechos divinos y nuestros sentimientos y experiencias Desde el momento en que Dios establece un hecho en su Palabra, debemos creerlo y acep- tarlo, aun cuando nuestra razón no pueda com- prenderlo, o aquello no concuerde con nuestra experiencia o nuestros sentimientos. Dios es su propio intérprete y, a su tiempo, aclarará todo al que pacientemente espera en él. Y aunque no lo haga, nuestro deber siempre es creer, puesto que Dios no se equivoca. Antes de empezar el tema, permítanme expresar mi pensamiento por medio de un ejem- plo. En Juan 3:35-36 encontramos cuatro hechos positivos y establecidos por Dios: 1. “El Padre ama al Hijo”. 2. “Todas las cosas ha entregado en su mano”. 3. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting) © Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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Page 1: Las dos naturalezas del creyente · 2020. 6. 23. · Antes de empezar el tema, permítanme expresar mi pensamiento por medio de un ejem - plo. En Juan 3:35-36 encontramos cuatro hechos

Las dos naturalezasdel creyente

Capítulo 1Hechos divinos, no sentimientos

Los hechos divinos y nuestros sentimientosy experiencias

Desde el momento en que Dios establece unhecho en su Palabra, debemos creerlo y acep-tarlo, aun cuando nuestra razón no pueda com-prenderlo, o aquello no concuerde con nuestraexperiencia o nuestros sentimientos. Dios es supropio intérprete y, a su tiempo, aclarará todo alque pacientemente espera en él. Y aunque no lohaga, nuestro deber siempre es creer, puestoque Dios no se equivoca.

Antes de empezar el tema, permítanmeexpresar mi pensamiento por medio de un ejem-plo. En Juan 3:35-36 encontramos cuatrohechos positivos y establecidos por Dios:1. “El Padre ama al Hijo”.2. “Todas las cosas ha entregado en su mano”.3. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”.

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4. “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,sino que la ira de Dios está sobre él”.Pues bien, lo repito, he aquí cuatro hechos

que no son simples opiniones humanas basadasen las experiencias personales, sino hechosinalterables. La manera en que estas verdadeshacen efecto al creerla es otro asunto, quedepende de los sentimientos individuales o delas experiencias personales.

La noticia de la entrada victoriosa de las fuer-zas armadas en la capital del país adverso pro-ducirá, sin duda, diferentes reacciones en laspersonas de ambos países; el hecho es el mis-mo, aunque afecte de diferente forma a la pobla-ción. La noticia produce una reacción personal,pero eso no afecta ni cambia el hecho en sí.Un joven que se apoya en sus sentimientos

Veamos otro ejemplo. Un joven debe recibiruna gran fortuna; para ello la única condiciónque se le exige es ser mayor de edad. Unamañana el padre le dice:

–¡Te felicito, hijo mío!, desde hoy eres mayorde edad.

–Perdón –le contesta el joven– creo queestás equivocado.

–¿Cómo dices? –pregunta el padre sorpren-dido.

–Bueno, por tres motivos. Primero, porque nosiento que tenga los veintiún años1). Segundo,

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1) Edad de la mayoría; ésta varía según el país.

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porque acabo de mirarme en el espejo y estoyconvencido de que no tengo aspecto de teneresa edad. Y tercero, muchos de mis amigosestán convencidos de que no tengo más de die-ciocho o diecinueve años. ¿Cómo, pues, habréllegado a la mayoría de edad? Mis amigos no locreen, yo mismo no lo siento, y no parece quelos tuviera.

En tal caso, ¿qué hará el padre? Le mostrarásu registro de nacimiento; y si el padre no lograconvencer a su hijo por lo que está escrito en él,no lo conseguirá de ningún otro modo.

Pero, dirá usted, ¿quién sería tan tonto parapensar así? Pues bien, tenga cuidado de nocometer un disparate peor. Hoy día multitudesde cristianos que profesan creer en Cristo argu-mentan de la misma manera, y esto en presen-cia de los hechos más evidentes de la Palabrade Dios.

Mas si el testimonio del registro de nacimien-to basta para convencer al hijo de su verdaderaedad, no importan los sentimientos que él tengaa ese respecto. Con mayor razón, la “palabraque sale de la boca de Dios” debe bastar paradarnos la plena seguridad de nuestra bendicióneterna. En Mateo 4:4 Cristo relaciona estas dosexpresiones: “Escrito está” y “la boca de Dios”.La fe siempre considera lo que está escrito en laBiblia como viniendo de la boca de Dios.

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Lo que Dios ha hecho

Examinemos ahora los cuatro hechos deJuan 3:35-36 mencionados anteriormente:1. “El Padre ama al Hijo”.

–¿Cree usted este hecho?–¡Pues, sí! –dirá usted– lo creo.–Pero, ¿siente usted que el Padre ama al

Hijo?–No se trata de lo que yo piense o sienta –

contestará usted–, tengo plena seguridad deello, porque la Palabra de Dios así lo dice. Éstees un hecho y lo creo como tal.

2. “Todas las cosas ha entregado en sumano”.–Sí –responde–, también lo creo firmemente.–Pero, ¿cree esto porque lo siente o porque

ve que Dios ha puesto todas las cosas en lasmanos del Hijo?

–Ni lo uno ni lo otro –responde usted– estoyplenamente convencido de ello porque Dios lodeclaró así.

Antes del tercer punto, veamos el cuarto:

4. “El que rehúsa creer en el Hijo no verá lavida, sino que la ira de Dios está sobre él”.Entonces le pregunto: –¿Cree usted que la ira

de Dios está sobre el incrédulo? Tal vez me res-ponda afirmativamente. Pero supongamos queel incrédulo no lo sienta.4Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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–¡Ah! –exclamará usted– no por eso la ira deDios dejaría de estar sobre él. Siéntalo o no, laverdad es la misma. Es un hecho que está en laPalabra, y “la Palabra del Dios nuestro perma-nece para siempre” (Isaías 40:8). Pero yo no soyun incrédulo, verdaderamente creo en el Hijo deDios.

Bien, entonces pasemos al tercer punto, queomitimos a propósito:

3. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”.En el versículo 33 leemos: “El que recibe su

testimonio, éste atestigua que Dios es veraz”.Por una parte, Dios ha dado un testimonio clarocon relación a su muy amado Hijo. Por otra,establece firmes hechos en relación con los quecreen verdaderamente en él.

«Si solamente pudiera creer que soy salvo, losería –decía una persona de edad–; pero toda-vía no tengo suficiente fe».

Por muy humilde que parezca este lenguaje,no es el del Evangelio. Dios no dice: «Si tienensuficiente fe para creer, tendrán vida eterna».Esto sería hacer de nuestra fe un salvador yexcluir a Cristo. Pero si creo en su Hijo, Diosdeclara en mi favor un simple hecho: que tengovida eterna; por mi parte, tan sólo me resta afir-mar que “Dios es veraz”.

Si la ira de Dios está sobre el incrédulo, losienta o no, de igual forma el creyente tiene vidaeterna, lo crea o no.

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Lo que Dios establece y nuestrasexperiencias

Muchos creyentes pasan por grandes angus-tias porque continuamente están escudriñandosus propios corazones, pensando encontrar enél la evidencia de su conversión a Dios. Se pue-de que tal persona diga:

«Mi problema no es ése; no dudo, ni por unsolo instante, que el creyente posea actualmen-te la vida eterna; pero comparando mi experien-cia diaria con otras verdades muy claras de laPalabra de Dios, dudo mucho de que yo hayanacido de nuevo. En la primera epístola de Juan,por ejemplo, hay tres hechos absolutos quecaracterizan al que es “nacido de Dios”, y pormás que me esfuerce, no logro cumplir ni conuno solo:1. “Todo aquel que es nacido de Dios, no prac-tica el pecado… y no puede pecar” (1 Juan3:9).

2. “Lo que es nacido de Dios vence al mundo”(1 Juan 5:4).

3. “El maligno no le toca” (1 Juan 5:18).Estos pasajes a menudo me dejan perplejo, y

hasta me alarman en vista de mis propias expe-riencias. Pues me veo obligado a confesar que:• Sí, puedo pecar, y de hecho, cometo peca-dos.

• En lugar de vencer al mundo, él constante-mente me vence a mí.

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• El enemigo sí que me toca, pues me derrotasin cesar».Realmente, lo que le sucede no me sorpren-

de. Pero con el fin de animarle, permítame decir-le que los que están “muertos en sus pecados”jamás sienten semejante conflicto. Sólo los con-vertidos anhelan responder a los pensamientosy a los deseos de Dios. El inconverso no quiere“el conocimiento de sus caminos” (Job 21:14).Porque “no hay temor de Dios delante de susojos” (Romanos 3:18).

Volvamos a nuestro tema. Usted acaba demencionar una imposibilidad: “El que es nacidode Dios… no puede pecar”. Añadiremos unsegundo ejemplo: “Por cuanto el ánimo carnales enemistad contra Dios; pues no está sujeto ala ley de Dios, ni a la verdad lo puede estar; y losque están en la carne no pueden agradar aDios” (Romanos 8:7-8 V. M.). Fíjese bien enestas importantes oposiciones:• el que está “en la carne” (o, es “nacido de la

carne”) – “no puede agradar a Dios”• el que es “nacido de Dios” – “no puede pecar”.

Nótese que en la Escritura la palabra carnetiene dos significados:1. Se usa para hablar del cuerpo físico: “Dios fue

manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16).Pablo, escribiendo a los Colosenses, dice: “Ypara cuantos no han visto mi rostro en la car-ne” (Colosenses 2:1, V. M.)

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2. También se usa para hablar de la naturalezamala y caída de todos los descendientes deAdán, la naturaleza envenenada por el peca-do que en ella mora. Esta “carne” es fuente detodas las malas acciones que comete el hom-bre. “Porque el deseo de la carne es contra elEspíritu…” (Gálatas 5:17).

Dos naturalezas distintas en una mismapersona

Cada ser humano nace con una naturalezamala, tan mala que Dios declara que le es impo-sible someterse a Su santa ley. Ella no puede“agradar a Dios”. “He aquí, en maldad he sidoformado, y en pecado me concibió mi madre”,dice el salmista David (Salmo 51:5).

Luego, en el momento en que nacemos espi-ritualmente (el nuevo nacimiento), recibimos porla obra soberana del Espíritu Santo, por mediode la Palabra (Juan 3:5; Santiago 1:18; 1 Pedro1:23), una naturaleza enteramente diferente,una “naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). El Señor lodeclaró en pocas palabras a Nicodemo: “Lo quees nacido de la carne, carne es; y lo que es naci-do del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).

El creyente posee, pues, dos naturalezas:1. La que es “nacida de la carne”, que por su

misma esencia no puede agradar a Dios, y2. la que es “nacida del Espíritu”, la cual por su

misma naturaleza “no puede pecar, porque esnacida de Dios”.

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En la epístola de Pablo a los Romanos, capí-tulo 7, se habla claramente de estas dos natura-lezas, una al lado de la otra. Veamos, porejemplo el último versículo: “Así que, yo mismocon la mente (es decir, con el espíritu renovadoo la nueva naturaleza) sirvo a la ley de Dios, mascon la carne (la vieja naturaleza) a la ley delpecado”. Y otra vez en los versículos 22-23:“Porque según el hombre interior, me deleitoen la ley de Dios; pero veo otra ley en mismiembros, que se rebela contra la ley de mimente…”.Una ilustración doméstica

La siguiente historia nos podrá servir de ilus-tración: Una campesina que deseaba tener pati-tos, puso a una gallina a empollar huevos depata; después de una semana se dio cuenta deque un enemigo de la clueca había destruido lamayor parte de los huevos. Entonces decidióreemplazarlos por huevos de gallina.

Cuando los polluelos salieron del cascarón, lagallina fue madre de dos especies muy distintasde seres (pollos y patos). Al comienzo no seinquietó mucho; pero un día vio, muy espantada,cómo los patitos iban y se echaban en un estan-que. Estaban tan contentos con su primera excur-sión por el agua que todos los cloqueos yapremiantes llamados de la madre resultaron inú-tiles para hacerlos salir. Los pollos, por el contra-rio, no mostraron el menor deseo de aventurarse

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en este elemento. Habrían sido muy desgracia-dos si se les hubiera obligado.

En este ejemplo encontramos dos naturale-zas muy distintas, con gustos e instintos entera-mente diferentes. El polluelo que salió del huevode pata tenía la naturaleza de la pata; y el quesalió del huevo de gallina, la naturaleza de lagallina, aunque los dos fueron empollados en elmismo nido. Así pues, todas las campesinas delmundo, aunque fuesen apoyadas por los cientí-ficos, jamás lograrán cambiar la naturaleza deun pato por la de un pollo. El pato seguirá sien-do pato, y el pollo, pollo.

Pues bien, las dos naturalezas en el cristianoson mil veces más distintas. Esto se debe a ladiferencia de su origen. Una viene del hombre,este hombre perdido, culpable, caído; la otra vie-ne de Dios, caracterizado por la santidad de sunaturaleza sin pecado. Una es humana y conta-minada, la otra es divina y, por consiguiente,imposible de manchar. Así que todo mal pensa-miento o acción impura de un creyente provienede la vieja naturaleza. En cambio, todo buendeseo, toda acción aprobada por Dios se originaen la nueva naturaleza.

Ciertamente usted recuerda el día en quetuvo el deseo de retirarse a solas en su habita-ción para orar. Este deseo provenía de la nuevanaturaleza. No obstante, al estar de rodillas qui-zás entró en su mente algún pensamiento malo,distraído. Éste provenía de la vieja naturaleza.10Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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¿Puede la nueva naturaleza mejorara la vieja?

Sólo existe una respuesta: Nada puede mejo-rar a la carne. Se ha intentado hacerlo de todaslas maneras posibles, desde la caída de Adánen el Edén hasta la cruz de Cristo en el Calvario.Pero, ¿cuál ha sido el resultado? El hombredesobedeció voluntariamente la santa ley deDios, cuando Dios, por ser justo, le pedía que leobedeciese. A su Hijo, quien en gracia vino aeste mundo, le mataron cruelmente.

De hecho, la presencia de la vida divina, enlugar de mejorar la vieja naturaleza, pone demanifiesto la completa perversidad de ella. Siusted le regala una chaqueta nueva a un mendi-go, ésta, en vez de embellecer su chaleco, sólopone de relieve cuan viejo es, deshilachado ysucio.

–Bueno –dirá usted–, si mi vieja naturaleza nopuede ser perdonada, ni mejorada, entoncessurgen dos dificultades:1. ¿Cómo puedo ser librado de ella?2. ¿Cómo podré sujetarla a mí?

Al ocuparnos de estas dificultades, convieneque consideremos la importante diferencia quese halla en las Escrituras entre “el pecado en lacarne” y “los pecados”.

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Capítulo 2Dos naturalezas en pelea

“El pecado” y “los pecados”

El principio malo, que existe en nosotros pornaturaleza, con frecuencia es llamado sencilla-mente “el pecado”, mientras que las acciones,palabras y los pensamientos malos resultadosde esta naturaleza corrompida, son llamados“los pecados”. Nótese esta distinción hecha en 1Juan 1:8-9: “Si decimos que no tenemos peca-do, nos engañamos a nosotros mismos…” y: “Siconfesamos nuestros pecados, él es fiel y justopara perdonar nuestros pecados”. Esta distin-ción es de suma importancia, porque si la Escri-tura nos enseña que Dios perdona nuestrasacciones pecaminosas (es decir, nuestrospecados) por el derramamiento de la sangre deCristo, también nos enseña que Dios jamás per-dona el pecado en la carne (la naturaleza peca-dora), sino que lo “condena” o lo juzga. Meexplicaré:

Supongamos que usted tiene un hijo de tem-peramento natural violento. Un día el muchacho,en un arrebato de cólera, echa un libro a su her-mano y rompe la ventana. Luego se arrepiente,confiesa su mala acción y usted le perdona.12Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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Pero, ¿qué piensa del mal genio que le ha impul-sado a cometer este acto? ¿Lo perdonará?¡Imposible! Usted lo odia, lo condena por com-pleto; lo haría desaparecer si pudiera.

Pues bien, en este ejemplo el mal genio (aun-que no sea más que uno de los rasgos de la vie-ja naturaleza) corresponde al pecado que moraen nosotros, en tanto que las malas acciones(herir al hermano y romper el cristal) correspon-den más bien a los pecados. Así, aunque Diosperdona liberalmente los pecados del creyente,no perdona jamás el pecado que mora en él. Laúnica solución justa es condenarlo; sólo lamuerte puede liberar del pecado. Romanos 8:3lo muestra claramente: “Dios, enviando a suHijo en semejanza de carne de pecado y a cau-sa del pecado (es decir, como sacrificio por elpecado) condenó al pecado en la carne”.

Los primeros capítulos de la epístola a losRomanos hablan de la liberación de los peca-dos. El último versículo del capítulo 4, por ejem-plo, habla de Cristo como quien fue “entregadopor nuestras transgresiones, y resucitado paranuestra justificación”. La consecuencia benditade este hecho es que todos los que creemos enél somos perdonados justamente, es decir, “jus-tificados”, y tenemos “paz con Dios” (cap. 5:1).Luego, el capítulo 6 trata un asunto del todo dife-rente: la redención del pecado. “Porque el queha muerto, ha sido justificado del pecado” (v. 7).

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El leproso de Levítico 14 y Naamán

Usted podrá formarse una idea de la diferen-cia entre la liberación de los pecados y laredención del pecado al comparar la purifica-ción del leproso como está descrita en Levítico14:1-7, con la de Naamán, igualmente leproso,en 2 Reyes 5:10-14.

En el primer pasaje, la pobre persona leprosa,totalmente incapaz de hacer algo para purificar-se a sí misma, debía estarse quieta, viendo todolo que el sacerdote hacía por ella. La avecilla“viva y limpia” era bañada en la sangre de laavecilla que había sido degollada, luego elsacerdote la soltaba por los campos. El leprosoinmundo veía pues a alguien “limpio” descendera la muerte por él. Luego, el sustituto, mojado enla sangre, se iba volando, y el leproso era decla-rado limpio por boca del sacerdote.

Asimismo, “Cristo padeció una sola vez porlos pecados, el justo por los injustos, para llevar-nos a Dios” (1 Pedro 3:18). Por consiguiente,ninguna mancha se halla sobre nosotros, no hayninguna acusación contra los que creemos enél. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia detodo pecado” (1 Juan 1:7). En Cristo “es justifi-cado (de todas las cosas) todo aquel que cree”(Hechos 13:39).

Pasemos ahora al caso del leproso Naamán.Aquí no vemos que alguien descienda a la muer-te por él; es necesario que él mismo se sumerja14Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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en el Jordán, figura de la muerte. No me exten-deré sobre el resultado de ello; basta con obser-var que, en figura, todo lo que él había sidocomo leproso, desapareció en las aguas del Jor-dán. Así que las Escrituras no solamente nosenseñan que Cristo descendió a la muerte por elcreyente, sino también que el creyente mismo,como Naamán, entró en la muerte. “Habéismuerto” (Colosenses 3:3).

Sin embargo, notemos de paso que hay unagran diferencia entre nuestra liberación y la deNaamán. Él fue librado de la presencia de lalepra, mientras que nosotros nunca seremoslibrados de la actual presencia del pecado quemora en nosotros. Sólo seremos librados cuan-do salgamos de este mundo, ya sea que pase-mos por la muerte o que el Señor venga pornosotros.

Vemos pues que todo lo que somos por natu-raleza, como también todo lo que hemos hecho,ya ha sido juzgado en la cruz. El que llevó allínuestra condenación dijo: “Consumado es”.¿Quién, pues, nos condenará? Mejor dicho:¿Queda algo por condenar? Nada. Si Satanásnos presenta nuestros pecados, no intentare-mos negárselos, ni excusarlos; sencillamenteresponderemos por la fe: “Cristo murió por nues-tros pecados” (1 Corintios 15:13). Y si procuraturbarnos a causa de nuestra naturaleza peca-minosa, con fe contestaremos: “Yo también hemuerto”.

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¿Creer que estamos muertos con Cristo osentirlo?

Esta es una dificultad práctica para muchaspersonas. Una vez oí a un creyente orar coninsistencia pidiendo a Dios que le hiciera sentirque él estaba muerto con Cristo. ¿Acaso Diosnos habla de sentir que estamos muertos?¡Lejos de esto! Él nos dice: “Consideraosmuertos al pecado, pero vivos para Dios enCristo Jesús” (Romanos 6:11).

Tenemos que creer que estamos muertos conCristo, sencillamente porque así lo dice Dios, yno porque lo sintamos, pues nunca lo sentire-mos. Dios mismo nos dice que a sus ojos así es,y quiere que lo creamos tan sencillamente comocreemos en el hecho de que Cristo murió pornuestros pecados. Dios cuenta la muerte denuestro sustituto como si fuera la nuestra, y loscálculos de la fe siempre están de acuerdo conlos de Dios.

En la cruz nuestra antigua condición de hijosdel Adán caído se acabó ante Dios; o como dicela Escritura: “Sabiendo esto, que nuestro viejohombre fue crucificado juntamente con él”(v. 6) y ahora nos hallamos en relación de vidacon el postrer Adán, Cristo resucitado; o, dichocomo en Romanos 7:4, somos “de otro, a saber,de Aquel que fue resucitado de entre los muer-tos” (V. M.).16Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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Como creyentes, hemos entrado en una posi-ción enteramente nueva. Aquel que sobrellevónuestra condenación, habiendo sido hechopecado por nosotros en la cruz, está ahora resu-citado de la muerte. Dios nos ve “en él”; somos“hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).Por consiguiente estamos al abrigo de la conde-nación.

“El pecado que mora en mí”, ¿impide micomunión con Dios?

Alguien podría preguntar: ¿Cómo es posibleque la misma presencia de algo tan malo comolo es la carne no sea un impedimento para lacomunión del creyente con Dios? Procuraréexplicar esto por medio de otro ejemplo:

Un niño que acaba de regresar del bosqueentra en la habitación donde está su padre ypone sobre la mesa unas bayas. El padre ense-guida las reconoce, las condena como siendo unterrible veneno y ordena que las tire inmediata-mente. Si el hijo confía en su padre y consideraque esos frutos del bosque son peligrosos, lasola presencia del mal fruto no habrá causadola menor ruptura de comunión entre el padre y elhijo. Pero si, engañado por la hermosa aparien-cia de estos frutos, el hijo se niega a aceptar lasentencia de su padre y trata de conservar lasbayas, se pone en desacuerdo con su padre y

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pierde la comunión con él. Además si se atrevea probarlas, sufrirá las consecuencias. No obs-tante, si más tarde él reconoce su error y confie-sa humildemente su terquedad, recuperará lacomunión perdida.

Cuando el creyente descubre que el pecadoaún mora en él y que la vieja naturaleza es peorque nunca, puede tomar partido con Dios contraella en lugar de intentar mejorarla inútilmente.Entonces considera al pecado como un enemigomortal del que siempre debe cuidarse y al quejamás debe tolerar. Sabe que Dios lo condenópor completo en la cruz de Cristo, y por consi-guiente él mismo también lo condena. Se consi-dera como muerto al pecado, mas “vivo paraDios en Cristo Jesús, Señor nuestro”.¿Espera Dios algo bueno de la carne?

Qué consolación saber que Dios no esperade la carne nada bueno, sino que la puso delado para siempre como una cosa mala e incu-rable y nos pide que hagamos lo mismo. Ella yano tiene ningún derecho legítimo sobre noso-tros. No somos más deudores a la carne “paraque vivamos conforme a la carne” (Romanos8:12). Aunque nuestra responsabilidad es vigilarpara no dejarla obrar, Dios, por medio de lamuerte y la resurrección de Cristo, nos permiteconsiderarla como no teniendo lugar alguno ennuestra nueva condición ante él. La cruz de Cris-to rompió para siempre el lazo que nos unía al18Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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primer Adán, caído, y el Espíritu Santo trajo anuestras almas la vida del postrer Adán, resuci-tado.

Dios no nos considera ni nos ve “en la carne”,sino “en el Espíritu”; ante él, la única vida queahora poseemos es la vida de Cristo. De mane-ra que el apóstol podía decir: “He sido crucifica-do con Cristo; sin embargo vivo; mas no ya yo,sino que Cristo vive en mí; y aquella vida queahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijode Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo pormí” (Gálatas 2:20, V. M.)

Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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Capítulo 3La victoria de la nueva naturaleza

¿Cuál es el secreto de nuestro poder?

Recordemos la historia de la gallina y de sunidada de patitos. Su desesperación representael estado de alma de un gran número de creyen-tes. ¿A qué se debía la angustia de la pobregallina? Sencillamente a la imposibilidad decambiar los patitos en lo que según su instintopolluelos de gallina debían ser. Además, se vol-vieron cada vez más cabezudos; cuanto máscrecían, más estaban deseosos de echarse alagua. Es cierto que algunas veces iban a des-cansar debajo de las alas de la gallina; entoncesella se imaginaba quizás que por fin había gana-do la victoria, que había logrado mejorarlos.Pero, ¡ay!, las decepciones continuaban; ellosiban de mal en peor. Un día, cuando la campesi-na oyó el angustioso cacareo, mandó a su hijapara impedir que los patitos se echaran en elestanque, porque veía que la inquietud de lagallina por ellos perjudicaba seriamente el cui-dado de los otros polluelos.

Al instante, la presencia de la niña produjo unverdadero sosiego en la pobre gallina, pues,aunque no lograba mejorar las inclinaciones de20Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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los pequeños vagabundos, ahora contaba conun poder para controlarlos.

¿Qué nos enseña este ejemplo en cuanto alas preguntas que nos preocupan? Todo el queha nacido del Espíritu de Dios posee instintospropios de la nueva naturaleza. Estos instintosse deleitan en la ley de Dios y en la obediencia asu Palabra (Romanos 7:22). Pero uno descubreque también permanecen los instintos y deseosde un carácter del todo opuesto, es decir, losque son propios de la vieja naturaleza. Así laPalabra nos enseña que hay “las cosas de lacarne” y “las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5).Los gustos y anhelos de estas dos naturalezasestán en absoluta oposición.

Pero, el verdadero problema que turba alrecién convertido es que no logra que la carnesea conforme a lo que, según la Palabra deDios, un alma nacido de nuevo debería ser. Yaunque se deleite en la ley, ella no le da ningunafuerza. En otras palabras, intenta cumplir algoque Dios declara que es del todo imposible, esdecir, intenta sujetar la carne a Su santa ley(cap. 8:7-8). Comprueba que la carne con todafuerza quiere ocuparse de las cosas de la carne,que en sí misma es enemistad contra la ley deDios e incluso contra Dios mismo.

Ya que las cosas son así, cuanto más uno seesfuerce por lograr este imposible, tanto másgrande será su desamparo. En efecto, aplicar laley a la carne, intentando así poder dominarla,

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no produce otra cosa que evidenciar cada vezmás su desesperada iniquidad. Si usted echaagua a la cal viva, en lugar de enfriarla, eviden-cia el fuego que ella oculta. Lo mismo pasa conla carne; aplique usted la ley de Dios y sólologrará que se manifieste “la enemistad” que lacarne encerraba ya anteriormente. “Porque pormedio de la ley es el conocimiento del pecado”(Romanos 3:20). Si bien es cierto que el creyen-te posee la nueva naturaleza que “quiere hacerel bien”, se da cuenta de que el mal está en él(cap. 7:21). Tan sólo viene la liberación cuandoreconoce que de nada sirve luchar y, apartandola mirada de sí mismo, exclama: “¡Miserable demí! ¿quién me librará?” En este momento puededar gracias a Dios por Jesucristo (cap. 7:24-25).

Ha aprendido lo que cada hijo de Dios debeaprender para experimentar la verdadera libera-ción:1. “la carne” es una cosa sin valor alguno, en

ella no mora el bien, ni tampoco se la puedemejorar (cap. 7:18; 8:7);

2. aun en la nueva naturaleza, con sus excelen-tes deseos, no existe poder eficaz, ni parahacer el bien, ni para evitar el mal.

El Espíritu Santo es el único poder de lanueva vida

¡Alabado sea Dios!, él mismo nos ha provistode este poder en la Persona del Espíritu Santo.El Espíritu de Dios hace más que dar vida a un22Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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pecador muerto; también es el poder de estanueva vida. El Espíritu Santo –como personadistinta– viene a hacer morada en el recién con-vertido. Lo sella para “el día de la redención”, esdecir, de la redención del cuerpo (Efesios 1:13 y4:30). (Véase Romanos 8:9-16 y las palabrasdel Señor en Juan 14:17). Según 1 Corintios6:19-20, el cuerpo del creyente viene a ser “tem-plo del Espíritu Santo”. No se pertenece más a símismo, porque ha sido “comprado por precio”.Bajo una dirección enteramente nueva

Hace unos meses vi el siguiente anuncio alfrente de un gran edificio que parecía ser unhotel: «Esta casa se abrirá de nuevo al públicoen breve, bajo una dirección enteramente nue-va». Supuse que dicho hotel había cambiado dedueño y que éste había puesto un nuevo direc-tor. El anuncio me hizo pensar en el pasaje queacabamos de citar (1 Corintios 6:19-20). La casaera la misma de antes; las ventanas, las puertas,la chimenea y las habitaciones tampoco habíancambiado; pero había un nuevo propietario y porconsiguiente también «una dirección entera-mente nueva».

Sucede igual con el creyente: sigue siendo elmismo individuo, con las mismas facultades queantes de su conversión; quizás sigue haciendoel mismo oficio; las mismas circunstanciassociales le rodean, pero ha pasado a ser propie-dad personal de otro. Es “de Cristo”, y como tal

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ahora está bajo una «dirección enteramentenueva». Esto quiere decir que el Espíritu Santoentra en su cuerpo, hace allí su morada para enlo sucesivo «gobernar la casa» de acuerdo a losprincipios celestiales.

¡Qué inmensa bendición! En ello está la fuer-za del creyente para toda actividad según Dios.Aquí está su poder para resistir a la carne, a finde hacer “morir las obras de la carne” (Romanos8:13). Otra vez recordemos la hija de la campe-sina: se opuso a la propia voluntad (las inclina-ciones naturales) de los patitos, por lo que lagallina logró controlarlos. En Gálatas 5:17 senos dice: “El deseo de la carne es contra el Espí-ritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estosse oponen entre sí, para que no hagáis lo quequisiereis”. Debemos tener mucho cuidado enno “contristar” al que ha venido para «tomar ladirección», o sea, al Espíritu Santo de Dios, “conel cual fuisteis sellados para el día de la reden-ción” (Efesios 4:30).

Recordemos dos cosas importantes en rela-ción con el poder: 1. Hace falta descubrir por experiencia propia

que en nosotros mismos no tenemos ningúnpoder.

2. Solamente en la absoluta dependencia deCristo el poder del Espíritu se hace efectivoen nosotros. Podemos decir que nuestropoder está en la debilidad que se aferra aCristo.

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Pero –preguntará usted–, si la naturalezamala sigue estando presente en la persona con-vertida, siempre lista a imponerse, ¿cómo puededecir la Palabra que cualquiera que es nacido deDios no peca?

De hecho, hemos leído en 1 Juan 3:9 que:“Todo aquel que es nacido de Dios… nopuede pecar”

Observemos que con el “no puede pecar” nose trata de una cosa extraordinaria que sólo serealiza en unas pocas personas que, como sedice, «tienen fe por ello». Esta afirmación abarcaa todos los que han nacido de nuevo: “Todoaquel que es nacido de Dios…”

–Pero –dirá usted– lo que declara este versí-culo parece contradecir completamente lo queexperimento en mí mismo, o lo que veo en otros.

Efectivamente, pero miremos, con oración,las cosas un poco más de cerca. Tengamossiempre en cuenta que el primer paso para com-prender la Palabra de Dios es creerla: “Por la feentendemos” (Hebreos 11:3).

Citaré un ejemplo muy usado por un siervode Dios que ahora está con el Señor: el delinjerto de un buen manzano en un manzano sil-vestre. Sin duda, usted sabe que esta operaciónempieza «decapitando» el manzano silvestre ydejándole sólo el tronco; luego, cuidadosamen-te se hace una hendidura en la corteza en laque se introduce un pequeño tallo cortado en un

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manzano bueno. Se lo protege con una capa deresina o de arcilla colocada alrededor de la jun-tura y se le deja crecer y desarrollar durante laprimavera y el verano.

Trasladémonos en pensamiento al huerto endonde el árbol en cuestión ha sido transplanta-do, y hablemos con el cultivador:

–¿Cómo llama usted este árbol? –le pregun-tamos.

–Un manzano –nos contesta sencillamente.–Pero, este árbol ha sido injertado. ¿Por qué

no dice usted que es en parte manzano silvestrey en parte manzano bueno?

–A ningún agricultor se le ocurriría decir algosemejante. Es verdad, antes era un manzanosilvestre en el bosque; pero ahora es un buenmanzano en el huerto. Es el mismo árbol, peroal ser decapitado, su historia como manzanosilvestre terminó. Y a partir del momento enque el injerto empezó a dar señales de vida, sunueva historia como buen manzano tambiéncomenzó.

–Pero, ¿sigue produciendo este árbol manza-nas silvestres?

–¡No!, y aún más, no puede. Tan imposiblees que el buen manzano produzca manzanassilvestres, como que el manzano silvestre pro-duzca buenas manzanas.

–¿Quiere usted decir con esto que en esteárbol ya no hay absolutamente nada de la natu-raleza del manzano silvestre?26Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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–No, claro que no, pero afirmo que todo loque es del silvestre ha sido completamente con-denado como tal. Y si diera señales de vidaechando retoños del tronco viejo, inmediata-mente los cortaría y no perdonaría el máspequeño retoño.

El manzano silvestre representa a un hombreen su estado natural, antes de haber nacido deDios. A su segundo nacimiento, una nuevanaturaleza, semejante a la del injerto del buenmanzano, es producida en él por el Espíritu y laPalabra.

En sus epístolas, el apóstol Juan consideralas cosas por lo general de una manera muycategórica. Así como el agricultor afirmaba queel árbol era un buen manzano, el apóstol Juanconsidera al creyente sólo en relación con lanueva naturaleza, con la naturaleza divina queposee al haber nacido de Dios. Entonces, asícomo es imposible que un manzano injertadolleve frutos silvestres, (y esto, porque es unmanzano bueno), igualmente es imposible queel que es nacido de Dios practique el pecado.“La simiente de Dios permanece en él; y nopuede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan3:9). ¿Cómo podría pecar una naturaleza divi-na?

De hecho, esta naturaleza divina fue la queCristo manifestó en el feliz curso de su vidaterrenal. Por eso, él no pecó. ¿Cómo hubierapodido pecar? Él venció al mundo. El maligno no

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podía tocarle. “Viene el príncipe de este mundo,y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Ahora bien,como ya lo hemos visto, estas mismas cosasson atribuidas a los que han nacido de Dios, detal forma que el apóstol puede decir: “Cosa quees verdadera en él (Cristo) y en vosotros”(1 Juan 2:8, V. M.).

¡Qué maravilloso! Bien podemos exclamar ensanta adoración: “Mirad cuál amor nos ha dadoel Padre, para que seamos llamados hijos deDios; por esto el mundo no nos conoce, porqueno le conoció a él” (cap. 3:1).

No obstante, aunque el apóstol habla de lanaturaleza divina de una manera abstracta yabsoluta, no por eso ignora la existencia de lanaturaleza pecadora en el creyente. Así en 1Juan 1:8 dice: “Si decimos que no tenemospecado, nos engañamos a nosotros mismos, yla verdad no está en nosotros”. Luego, en 1 Juan2:1, se nos exhorta a no pecar; pero si caemosen pecado, tenemos a un Abogado junto alPadre, Jesucristo el Justo, quien nos hace vol-ver a encontrar la comunión con el Padre, y asíreconocer, como hijos suyos extraviados, nues-tra locura y confesar nuestros pecados.

Tenemos, además, en 1 Juan 1:9, la seguri-dad consoladora que “si confesamos nuestrospecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonarnuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.¿Por qué se dice que es “fiel y justo”? Al perdo-nar los pecados del que los confiesa, Dios se28Las dos naturalezas del creyente (G. Cutting)© Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy (Suiza/Switzerland)

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muestra “fiel y justo” con respecto a la obra cum-plida por Su Hijo: Jesucristo el Justo nos hizoplena justicia una vez para siempre, cuandoderramó su preciosa sangre en la cruz.Liberación de la antigua posición en Adán

En las epístolas de Pablo, el Espíritu Santonos presenta la completa liberación del creyentede su antigua posición en Adán, y nos da aconocer su nueva posición: completamente jus-tificado y perfectamente aceptado en Cristo. Nosenseña que, aunque realmente existen dosnaturalezas diferentes en el creyente, éste tieneel privilegio de dar por terminada, una vez parasiempre, su antigua posición de «manzano sil-vestre». Así es, judicialmente ante Dios, porqueen la cruz, él “condenó al pecado en la carne”(Romanos 8:3) en la persona de su propio Hijo.El Espíritu nos enseña además que nuestro vie-jo hombre fue crucificado con Cristo, que hemossido desvestidos enteramente del “cuerpo de lacarne” (Colosenses 2:11, V. M.) y que ya nosomos considerados como estando “en la car-ne”. Por eso el apóstol puede hablar del tiempoen que nos hallábamos en la carne, y afirmasencillamente: “Vosotros… no estáis en la car-ne, sino en el espíritu” (Romanos 7:5; 8:9, V. M.).Esto se puede comparar con el árbol que, sipudiera hablar, diría: “Yo no he perdido mi indivi-dualidad como árbol, pero mientras que en elpasado yo era un manzano silvestre ahora soy

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un manzano bueno y puedo fructificar en elhuerto”.

Dios desea que no nos consideremos más enrelación a la vida condenada del primer Adán,sino a la vida de resurrección de Cristo, el pos-trer Adán. “Habéis muerto, y vuestra vida estáescondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).“Ahora, pues, ninguna condenación hay para losque están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).¿Qué naturaleza satisfacer?

Hemos visto la convivencia de dos naturale-zas que, debido a su diferencia de origen, tienengustos completamente distintos; existen, pues,“las cosas de la carne” y “las cosas del “Espíritu”(v. 5). No olvidemos que estas dos naturalezasreclaman a diario ser satisfechas, conforme asus respectivas necesidades. Tomemos unejemplo de la naturaleza: Observe estos dospajarillos en un nido de gorriones. Uno es uncuclillo1) que, apenas roto el cascarón, grita:“Denme de comer”; el segundo, un pequeñogorrión, hace lo mismo. Igual sucede con las dosnaturalezas: ambas piden de comer. La soladiferencia es que los dos pajaritos de distintasespecies se nutren con el mismo alimento, mien-tras que en el creyente, lo que nutre la viejanaturaleza no tiene ningún valor nutritivo para la

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1) Ave europea, poco menor que una tórtola. La hembra suele poneruno o más huevos suyos en los nidos de otras aves. Estas últimasnutren al pajarillo extraño al mismo tiempo que los suyos.

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nueva, y lo que es alimenticio para la nueva,repugna absolutamente la vieja.

Por eso se nos exhorta en Romanos 13:14:“No proveáis para los deseos de la carne”; y en1 Pedro 2:11: “Que os abstengáis de los deseoscarnales que batallan contra el alma”. Por otrolado se nos anima: “Desead, como niños reciénnacidos, la leche espiritual no adulterada, paraque por ella crezcáis…” (v. 2).

Velemos, pues, como centinelas alertos, ysometemos al siguiente test todo lo que haga-mos, digamos, leamos y pensemos: Esta cosa,¿será alimento para la nueva naturaleza o haráprosperar a la carne?

¡Cuántas dificultades serían resueltas poresta simple pregunta! No dejemos entrar nadade lo que nutre a la carne. El apóstol Pedro nosadvierte que son los deseos carnales los que“batallan contra el alma”. No olvidemos que elque “siembra para la carne”, y el que “siembrapara el Espíritu”, recogerán ya en esta vida(aquí no se trata de la eterna salvación del alma)los frutos correspondientes a su siembra. “Puestodo lo que el hombre sembrare, eso tambiénsegará” (Gálatas 6:7). Por lo tanto, si sembra-mos para la carne, lo único que podemos espe-rar es segar la corrupción (v. 8).

No obstante, e insistimos en ello, jamás debe-mos permitir que la mano del Padre en gobierno(o disciplina) menoscabe nuestra confianza enel amor del corazón del Padre.

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La disciplina del Padre

Aunque sea un asunto distinto al que estefolleto pretende presentar, quiero decir unaspalabras respecto al gobierno del Padre sobrenosotros, sus amados hijos en Cristo y por Cris-to. En su insondable amor por nosotros, el Padrese ve en el deber de castigarnos y azotarnos amenudo. Pero, si lo hace, lo hace “para lo quenos es provechoso, para que participemos de susantidad” (Hebreos 12:10).

De esta manera somos llevados a hacer morirlo terrenal en nosotros (Colosenses 3:5-7). Por-que si la carne se manifiesta, negamos de unmodo práctico lo que somos en Cristo ante Dios.Dejar obrar la carne es tan malo como dejar sincortar los retoños que brotan en el viejo troncodel manzano injertado; éstos pondrían en peli-gro su injerto. De la misma manera, si dejamosobrar la carne, no podremos manifestar la nuevanaturaleza que está en nosotros.

Si no nos juzgamos a nosotros mismos y nocondenamos todo lo que en nosotros sea contraDios, el Padre tendrá que hacerlo, porque nosama y nos quiere vivos en el Espíritu.

¡Que nos sea concedido el ser caracterizadospor una conciencia más sensible y por unamayor desconfianza de nuestra vieja naturaleza!¡Que el Señor sea cada vez más nuestro ali-mento diario y su preciosa Palabra de vida seanuestra delicia!

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BN 978-2-88208-077-6