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LA VOCACIÓN DE LA ALEGRÍA,
LA ALEGRÍA DE LA VOCACIÓN
XL Jornadas Nacionales de PJV
Madrid, 15 de octubre de 2010
Introducción
En el mensaje que Benedicto XVI dirigió a toda la Iglesia con motivo de la XLVII
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de este año, decía: “La historia de cada
vocación va unida casi siempre con el testimonio de un sacerdote que vive con alegría el don
de sí mismo a los hermanos por el Reino de los Cielos. Y esto porque la cercanía y la palabra
de un sacerdote son capaces de suscitar interrogantes y conducir a decisiones incluso
definitivas”. Y añadía: “Esto vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los
religiosos y de las religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al
Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta”.
El mensaje concluía con estas palabras: “Todo presbítero, todo consagrado y toda
consagrada, fieles a su vocación, transmiten la alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los
cristianos a responder a la llamada universal a la santidad. Por tanto, para promover las
vocaciones específicas al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa, para hacer más vigoroso
e incisivo el anuncio vocacional, es indispensable el ejemplo de todos los que ya han dicho su
sí a Dios y al proyecto de vida que Él tiene sobre cada uno”1.
Para el papa Benedicto XVI es claro que el testimonio de personas alegres constituye
en sí mismo una invitación a abrazar el estilo de vida consagrada. Es muy probable que
suscribamos esta convicción desde nuestra propia experiencia. La cuestión entonces es
obligada: ¿Damos los religiosos de hoy, cada uno de nosotros, testimonio de alegría, de
felicidad? Esta pregunta admite varias versiones: ¿Transparentamos la alegría de quien ha
encontrado el tesoro de su vida? ¿Hacemos nuestras las palabras del salmo 16 que
recitamos en la Liturgia de las Horas: “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi
heredad”? 2 ¿Optaríamos de nuevo por este camino si se nos diera la posibilidad de volver a
elegir?
El 26 de agosto pasado, fecha en la que Madre Teresa de Calcuta hubiera cumplido
100 años, el periódico italiano Corriere della Sera publicaba unas declaraciones de Joaquín
Navarro-Valls, que fue portavoz de la Santa Sede a lo largo de casi veintidós años durante el
1 BENEDICTO XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (2010). El texto en
español puede encontrarse en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/vocations/ documents/hf_ben-xvi_mes_20091113_xlvii-vocations_sp.html. 2 Cf. A. APARICIO, Tú eres mi bien. Análisis exegético y teológico del salmo 16. Aplicación a la Vida Religiosa,
Publicaciones Claretianas, Madrid 1998.
2
pontificado de Juan Pablo II. “Si pienso en los santos que he tenido la suerte de conocer a lo
largo de mi vida –afirmaba Navarro Valls–, en Madre Teresa de Calcuta y en Juan Pablo II,
me pregunto: ¿Había algo en común entre dos personas tan diversas por historia y por
experiencias?”. Él mismo se responde: “Sí: el buen humor. Cuando somos jóvenes, el talante
festivo es una necesidad biológica. Pasados los cuarenta, las dificultades de la vida hacen
cada vez más difícil mantenerlo. Pero si a los setenta o a los ochenta años uno logra estar
aún de buen humor, incluso en medio de enfermedades y sufrimientos interiores, entonces
el buen humor se convierte en una virtud”3.
Es evidente que la mayoría de los religiosos españoles no son jóvenes. Nuestra media
de edad se sitúa en torno a los 65-70 años. Esto significa que, en el caso de que seamos
alegres y tengamos buen humor, este capital anímico no es por “necesidad biológica” sino,
más bien, por virtud. O, por decirlo de una manera teológicamente más precisa, como don
del Espíritu Santo. En la lista de frutos del Espíritu que Pablo nos reporta en la carta a los
Gálatas, la alegría (“chará”) figura en el segundo puesto4. Creo que la mayoría de nuestros
ancianos y ancianas han sido bendecidos con este fruto. Por eso, a algunos jóvenes de hoy,
distantes de sus padres pero muy próximos a sus abuelos, no les resulta difícil dejarse
contagiar por el sentido positivo y esperanzado de la vida que nuestros ancianos
manifiestan. Tal vez las cosas no están tan claras con los religiosos de la mediana edad y con
los jóvenes. Esto justificaría la necesidad de abordar el tema de la alegría y la felicidad en
estas Jornadas.
Podemos imaginar nuestra reflexión como una sinfonía en cuatro movimientos. Los
nombres de cada uno de ellos provienen de algunos himnos que cantamos o rezamos en la
Liturgia de las Horas. Son frases que nos resultan familiares y que conectan con el tema que
nos ocupa: la alegría de la vocación y la vocación de la alegría.
Primer movimiento: la conciencia (adagio). La sinfonía comienza con un ejercicio de
autoanálisis para caer en la cuenta de la tristeza personal y colectiva que anida en
nuestro interior y mina nuestra identidad vocacional y, por tanto, nuestro testimonio:
“No sé de dónde brota la tristeza que tengo”.
Segundo movimiento: la confesión (vivace). El cambio se produce cuando nos
encontramos con “Cristo, alegría del mundo, resplandor de la gloria del Padre” y
confesamos su poder para transformar la tristeza en gozo.
Tercer movimiento: la súplica (andante moderato). La vida religiosa es un camino
siempre amenazado de desertificación. Por eso, nuestra existencia repite un estribillo
permanente: “Pon, Señor, una fuente de alegría en el desierto de mi corazón”.
Cuarto movimiento: la misión (allegro). Finalmente, la alegría que recibimos la
compartimos. Nuestro testimonio consiste en ofrecer lo que llevamos: “gozo y
misericordia”.
3 J. NAVARRO VALLS, “Madre Teresa? Sempre di buon umore, ecco la sua santità”: Corriere della Sera, 26 de
agosto de 2010, p. 21. 4 “En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y
dominio de sí. No hay ley frente a esto” (Gal 5,22-23).
3
1. Primer movimiento: la conciencia (adagio)
“No sé de dónde brota la tristeza que tengo”
Me gustaría decir que los religiosos y religiosas somos las personas alegres que
aparecen a menudo en nuestros folletos de promoción vocacional, comenzando por el
díptico de estas Jornadas, pero no lo puedo afirmar con rotundidad. Sin cargar las tintas,
percibo en muchos de nosotros una tristeza difuminada y a veces camuflada, sobre todo en
algunos religiosos jóvenes y en los de mediana edad. Naturalmente, esta tristeza admite
grados que van desde el aburrimiento pasajero hasta la depresión crónica.
Me he encontrado con algunos de nuestros hermanos y hermanas que, en medio de
su vacío, parecen hacer suyas las palabras del himno litúrgico: “Siento el alma triste hasta la
muerte triste”. Por más que se esfuercen por “hacer cosas” en favor de las vocaciones, la
tristeza es, en sí misma, anti-vocacional. Desvanece las razones que sostienen nuestra vida,
amortigua las motivaciones, debilita los compromisos. Recuerdo ahora unas palabras
interpelantes de la Beata Teresa de Calcuta: “Las personas más desdichadas que he conocido
no son las más enfermas, ni las más pobres, ni las más ignorantes, sino las que no sienten
amor a Dios y las que no tiene alegría”. ¿Perteneceremos, en alguna medida, a estas
últimas?
Es bueno tomar conciencia de una situación que, más allá de los casos individuales,
tiene rasgos colectivos. Muchos de los religiosos africanos y asiáticos que vienen a Europa
perciben en los religiosos europeos un rostro triste, cansado. Este rostro, que es reflejo de
un estado anímico, no siempre indica malestar personal. A menudo expresa una frustración
colectiva en relación con nuestra significatividad en las sociedades secularizadas: “Os hemos
tocado la flauta y no habéis danzado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis
llorado” (Lc 7,32). Es verdad que toda situación puede ser leída en clave pascual, pero no de
manera precipitada. Sin hacerse cargo de la tristeza de la muerte no se llega a la alegría de la
resurrección. No basta, pues, el voluntarismo de quienes se empeñan en decir que algo
nuevo está naciendo y cierran los ojos a la realidad. Algunos hechos, por más que admitan
diversas interpretaciones, son en sí mismos imponentes5 y exigen reflexión. Por eso nuestra
sinfonía empieza con un “adagio”.
¿Qué nos está sucediendo?6 Parafraseando la pregunta del himno –“¿Por qué la
tristeza de ser hombre?”– podemos preguntarnos abiertamente, sin ningún victimismo:
“¿Por qué la tristeza de ser religioso o religiosa en este espacio y en este tiempo?”. No tengo
una respuesta nítida a esta pregunta. Confieso, con las palabras del himno, que “no sé de 5 “Ciertamente, si constatáramos que el censo de una especie viva sufre en pocos años una disminución tan
espectacular como la de los religiosos y/o sacerdotes en España durante las cuatro últimas décadas sospecharíamos -y con toda razón- que su hábitat se ha vuelto hostil. Quien no vea esto es porque quiere vivir fuera de la realidad. Pero, una vez admitido que nuestra «circunstancia» es hostil, debemos recordar lo que decía San Agustín a quienes se quejaban de que los tiempos eran malos: «"Malos tiempos, tiempos fatigosos", así dicen los hombres. Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; cuales somos nosotros, así son los tiempos» (L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, El religioso sacerdote y su circunstancia, pro manuscripto). 6 Cf. un reciente análisis hecho por T. VIÑAS ROMÁN, Los religiosos y religiosas, “ayer, hoy y mañana”. Reflexiones
sobre la Vida Consagrada, San Pablo, Madrid 2010.
4
dónde brota esta tristeza que tengo”. Me limito a compartir algunas reflexiones para
comprender mejor nuestra situación y, en cierta medida, exorcizar su poder de
entristecernos.
1.1. ¿Cambio de paradigma o síntomas de muerte?
Algunos religiosos mayores encajan con tristeza el hecho de que en el seno de sus
propias familias, por lo general de tradición religiosa, se den los mismos fenómenos que en
la sociedad: sobrinos que conviven con sus parejas sin contraer matrimonio, parientes
bautizados que no frecuentan los sacramentos, jóvenes que solo aspiran a encontrar un
trabajo que les reporte mucho dinero, etc. Antes hechos de este tipo, no saben si deben
resignarse porque son indicadores de un “nuevo paradigma” o, más bien, deben combatirlos
por ser expresión de una cultura decadente.
Para algunos analistas7, la cultura occidental, de matriz judeo-cristiana, está viviendo
en los últimos dos siglos un proceso de sucesivas muertes que terminará acabando con ella
si no se produce una reacción lúcida, tempestiva y enérgica. De la “muerte de Dios”
(Nietzsche) se llega a la “muerte del hombre” (Foucault) pasando por la “muerte del padre”
(Freud), la “muerte de la madre” (feminismo radical, liberación femenina de la maternidad a
través de la contracepción y el aborto), la “muerte del esposo o la esposa” (revolución
sexual, multiplicidad de parejas), e incluso la “muerte del niño” (aborto, etc.); es decir, la
muerte de todas las instancias generadoras de vida. Nos estaríamos encaminando hacia una
etapa histórica que algunos llaman “posthumanismo” y “transhumanismo”. ¡El hombre
habría vendido su alma al poder de la ciencia y la tecnología!8 No quedaría ya espacio para
Dios y, por lo tanto, para estilos de vida como los propugnados por los religiosos.
Es verdad que, junto a estas predicciones apocalípticas, hay numerosos indicios de un
“despertar espiritual”9 en Occidente, pero estos no parecen eliminar la tristeza de quien ve o
intuye que su marco de referencias está desapareciendo y de que –lo que es más
descorazonador– no puede hacer nada para evitarlo porque, a diferencia de lo que sucedía
en el pasado, la vida religiosa no es ya creadora de pensamiento y de cultura.
1.2. Aquí no hay quien viva
Pero la tristeza tiene también raíces internas. No es raro que quienes abandonan los
institutos religiosos aduzcan, entre otras razones, problemas de índole comunitaria. Vivimos
culturalmente una paradoja: nos comunicamos más que nunca y, sin embargo, el
individualismo campa a sus anchas. El fenómeno se da también en las familias, en las
empresas, e incluso en los grupos de amigos virtuales. Uno puede tener 500 “amigos” en la
7 Cf. M.A. PEETERS, The family in the postmodern world, Roma 2010 (pro manuscripto).
8 Una expresión radical de este pensamiento se halla expuesta en: L. EDELMAN, No future. Queer Theory and the
Death Drive, Duke University Press, Durham 2004. 9 Cf. R. NOGUÉS (coord.), La espiritualidad después de las religiones, La Comarcal Ediçions, Argentona 2007; B.
DRAPER, La inteligencia espiritual. Un nuevo modo de ser, Sal Terrae, Santander 2010.
5
red social Facebook y encontrar dificultades para charlar un rato con una persona física. La
comunidad religiosa debería ser –y, a menudo, lo es– un espacio alternativo de encuentro y
comunión. Sin disparar demasiado las expectativas, todos nosotros anhelamos encontrar en
ella “un lugar en el que llegar a ser hermanos”10. Pero cuando esto no sucede, cuando cada
uno tiende a organizar su vida por su cuenta, entonces aparece la frustración: “Esto no es
vivir. No merece la pena seguir quemando mi vida de este modo”. El rostro visible del
individualismo es la tristeza. Uno se puede sentir timado sin advertir muchas veces que
también está contribuyendo a un timo colectivo. Una vida comunitaria que renuncia a la
búsqueda coral de la voluntad de Dios y deja a los individuos a merced de sus soledades,
caprichos y compensaciones es –digámoslo con claridad– un filón de tristeza. Y, por
derivación, un potente contrasigno vocacional.
1.3. El último que apague la luz
Hay todavía otro motivo de tristeza más profundo: la constatación de que este estilo
de vida, basado en un programa de felicidad como son las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12),
apenas seduce a los que aspiran a ser felices. Es como si se abriera un abismo infranqueable
entre la oferta y la demanda. Cabe una interpretación benévola. La vida religiosa, por su
fuerte carga contracultural, siempre será un fenómeno minoritario. Lo que importa es la
autenticidad de quienes optan por ella. Pero cabe otra un poco maliciosa, pero más
evidente. Si éste fuera, de verdad, como lo presenta la teología de la vida consagrada, un
estilo de vida feliz y humanizador, ¿por qué lo abrazan tan pocos y por qué hay un número
significativo de personas problemáticas y amargadas dentro?11 ¿No será porque, en
realidad, no somos tan felices como decimos ser y esto se “huele” desde fuera y desalienta a
los posibles interesados? Si a esto añadimos un ambiente social que cuestiona la legitimidad
del celibato, desenmascara los privilegios económicos de los religiosos e idolatra la libertad
individual, ¿qué espacio queda para la confianza en que no nos hemos equivocado al seguir
este camino? ¿No seremos simplemente un “residuo cultural” o una especie en vías de
extinción, por lo menos según el modelo actual de vida religiosa?
A finales de los años 70 del siglo pasado, una editorial de Barcelona publicó una
colección de libros titulada “Los marginados”. Por ella desfilaron los locos, los minusválidos,
los viejos, las solteronas, las prostitutas, los chulos, etc. El último volumen fue dedicado a …
los curas12. Naturalmente, los religiosos estaban englobados en ese colectivo. El fantasma de
la inseguridad y de la tristeza subsiguiente no deja de rondarnos.
10
Cf. CIVCSVA, La vida fraterna en comunidad, Roma 1994, (parte segunda). 11
“No existe herida narcisista más grande para cualquier colectividad humana que el hecho de que buena parte de los suyos se vayan, y se vayan precisamente porque ya no pueden vivir con nosotros o con nosotros no pueden realizarse” (M. GALVE MORENO, Los clérigos en la Iglesia: crisis y propuestas de futuro [INSTITUTO SUPERIOR
DE PASTORAL, Mundo en crisis, fe en crisis, Verbo Divino, Estella 1996, p. 249]). Cf. J.L. MARTÍNEZ, “El individuo en la institución de Vida Religiosa”: Confer 187 (2009) 473-505. 12
A. ARADILLAS, Los curas, Dopesa, Barcelona 1978.
6
En los últimos años la cuestión de los abusos sexuales a menores por parte de
algunos clérigos y religiosos, y su enorme repercusión mediática, no ha hecho sino confirmar
lo que muchos pensaban: que, detrás de unas vidas aparentemente sanas, se agazapan
personas desintegradas, cuando no auténticos criminales. Los foros sobre cuestiones
religiosas en internet, aunque no sean un criterio absoluto, no dejan lugar a dudas acerca de
este clima social de desconfianza.
Se encuentra también un reflejo en la literatura que se produce, como demuestra el
estudio que el profesor Eloy Bueno de la Fuente13 realizó de un centenar de novelas
españolas influyentes, publicadas en las últimas décadas. Fuera de las escritas por autores
de la talla de José Jiménez Lozano y Miguel Delibes, en ninguna se muestran personajes que
hayan vivido el cristianismo como su suelo nutricio o hayan encontrado en él razones
positivas para afrontar la existencia.
1.4. No tenemos ni profetas ni jefes
Los momentos de crisis colectiva son más llevaderos cuando hay líderes que señalan
con claridad el camino y animan a recorrerlo. Se suele decir que no hay misión sin visión. Por
lo que respecta a Europa y a España, no vivimos momentos de liderazgos fuertes. Hay cosas
en las que casi todos concordamos: necesidad de reestructurar las provincias o
demarcaciones, revisión de posiciones pastorales, atención a las personas mayores, etc. Pero
no parece fácil encontrar propuestas atractivas de futuro que creen “mística colectiva”.
Parece que el verbo “sobrevivir” es más conjugado que el “vivir”. Es cierto que la
exhortación “Vita Consecrata” y otros documentos posteriores del magisterio eclesial y de
nuestros institutos (capítulos generales, provinciales, etc.) trazan líneas maestras vigorosas,
pero no parecen suficientes para alumbrar modelos nuevos y concitar los ánimos.
Por eso, muchos religiosos, en medio de la selva de orientaciones y publicaciones que
abordan esta cuestión, se sienten perplejos y desorientados. ¿Por dónde va el futuro? ¿Se
trata de dar un golpe de timón, abandonar las “veleidades posconciliares” y regresar al estilo
de vida dominante en los años previos al Concilio, como proponen algunos, incluyendo
varios pastores influyentes? ¿Se trata, por el contrario, de proseguir con decisión la
renovación emprendida, a la espera de que, partiendo de unas raíces revitalizadas, se vayan
dando los frutos deseados? ¿O habrá que confiar en nuevos estilos de vida religiosa que
surjan ahora en Europa y que representen una respuesta creativa al desafío cultural de la
postmodernidad? ¿Qué impacto va a tener en la vida religiosa europea la drástica
disminución que se está operando desde hace décadas14, el notable envejecimiento y la
llegada de algunos religiosos africanos y asiáticos?15
13
E. BUENO DE LA FUENTE, Dios en la actual novela española [J. L. CABRIA, y J. SÁNCHEZ-GEY, (eds.), Dios en el pensamiento hispano del siglo XX, Sígueme, Salamanca 2002, p. 496]. A mi juicio, habría que incluir también las novelas del sacerdote J. Sánchez Adalid. 14 Hay en España alrededor de 77.000 religiosos/as consagrados, distribuidos en 6.700 comunidades.
Contamos con 104 congregaciones masculinas y 298 femeninas. La vida consagrada de España tiene en este
7
No es fácil encontrar una respuesta contundente a estas preguntas. Personalmente,
me resisto a las interpretaciones cerradas. La vida no es una realidad “complicada” que
pueda controlarse. ¡Es pura “complejidad”! Todo puede evolucionar en la línea más
insospechada. Pero sí es claro que la perplejidad que producen las preguntas es para muchos
una fuente de tristeza y desasosiego. Tomar conciencia de ella, sin fáciles evasiones, es el
primer paso en un itinerario que nos prepare para acoger el don de la alegría cristiana.
2. Segundo movimiento: la confesión (vivace)
“Cristo, alegría del mundo, resplandor de la gloria del Padre”
Hay un himno dominical de la Liturgia de las Horas que aplica a Cristo uno de los
títulos más pascuales y hermosos que conozco: “alegría del mundo”. En el Nuevo
Testamento, Jesús se presenta como luz (cf. Jn 9,5), agua (cf. Jn 4,10), puerta (cf. Jn 10,7),
pastor (cf. Jn 10,11); camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6), paz (cf. Ef 2,14), etc. Pero nunca –al
menos explícitamente– como alegría. Este es, sin embargo, el título que queremos resaltar
en el segundo movimiento de nuestra sinfonía, como hizo Juan Sebastián Bach en su célebre
cantata, “Jesús, alegría de los hombres” (BWV 147)16. Refleja, como veremos más adelante,
la verdadera identidad de Cristo: él es, en efecto, la alegre noticia (evangelio) de Dios para la
humanidad.
2.1. La raíz de la alegría en el supermercado social
Confesar a Jesús como “alegría de los hombres” o “alegría del mundo” significa
reconocer que lo que transforma la tristeza del ser humano no es la llamada “sociedad de la
diversión”17, con su batería casi infinita de invitaciones al consumo y al entretenimiento, sino
la inyección de vida auténtica18 que supone la Resurrección de Cristo, el único que sana la
raíz que genera la tristeza; es decir, el pecado. Nuestra vida religiosa se asienta sobre esta
experiencia que es, a su vez, confesión de fe. Si no la vivimos y compartimos, habremos
privado a muchas personas del acceso a la verdadera alegría.
momento algo más de 500 novicios y novicias y unos 1.700 juniores y junioras. [Se trata de cifras aproximadas que no he podido actualizar]. 15
Cf. JOSÉ ROVIRA, La vida religiosa en Europa, Publicaciones Claretianas, Madrid 2010. Un postura extrema sobre el futuro de la vida religiosa en Europa se encuentra en: J. M. VIGIL, “Crisi della Vita Religiosa in Europa, sfida per la Vita Religiosa mondiale”: Adista 36 (2005) 7-12. El autor afirma: “¿Refundación o refundición? Refundación ya se ve que no. La historia de los últimos 20 años lo demuestra por la escasez de resultados de la refundación de quienes la han intentado dentro del mismo sistema. No más intentos de re-fundar o de repetir el pasado; lo que hace falta es una «mutación», un cambio sustancial”. 16
La letra en español dice así: Jesús sigue siendo mi alegría, / consuelo y bálsamo de mi corazón, / Jesús me defiende de toda pena, / Él es la fuerza de mi vida, / el gozo y el sol de mis ojos, / el tesoro y la delicia de mi alma; / por eso no quiero a Jesús / fuera de mi corazón y mi vista. 17
Cf. P. HAHNE, La festa è finita. Basta con la società del divertimento, Marsilio Ed., Venezia 2006. 18
“Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10,10).
8
Nosotros somos vocacionalmente “buscadores de felicidad”19, peregrinos desde la
periferia de las simples gratificaciones al centro de la felicidad y la alegría, entendidas como
experiencia del sentido de la vida que Jesús es y da. Si seguimos empeñados en poner el
acento en lo que hoy parece conectar con la sensibilidad actual (ética, derechos humanos,
ecología o incluso religión) y no presentamos abiertamente a Cristo, alegría del mundo,
seguiremos comprobando que muchas personas canalizarán su demanda insatisfecha hacia
formas degradadas de religiosidad o bien hacia las llamadas “religiones sin Dios” (nación,
política, deporte, música, ocultismo, etc.). Y nosotros continuaremos preguntándonos
obsesivamente qué pintamos en el supermercado social (crisis de relevancia) y, finalmente,
quiénes somos (crisis de identidad).
Como afirma González-Carvajal, “no estará de más recordar que la vida de Jesús, a
partir de la crisis de Cesarea, provocó un rechazo creciente hasta terminar abandonado por
casi todos en la cruz. Si él hubiera tenido eso que Erich Fromm llama personalidad de
orientación mercantil, habría renunciado a su misión o bien se habría puesto a buscar
urgentemente un estilo de mesianismo más acorde con los gustos de la época. Sin embargo,
como su personalidad no era de orientación mercantil, pudo mantener una fidelidad
inquebrantable a Dios y una obediencia fiel a su voluntad, viviendo sin complejos la
irrelevancia social”20.
Es probable que, alertados por la teología crítica de las últimas décadas, queramos
codificar la experiencia de la resurrección de Cristo mediante aquellas experiencias humanas
que la hacen visible y plausible para exorcizar el peligro de una espiritualidad dualista,
evasiva y necrófila21: la lucha por la justicia, la solidaridad, la batalla de la inclusión, etc.
Recuerdo que en mis tiempos de estudiante de teología cantábamos mucho el poemita
“Equívocos” de mi hermano claretiano, el obispo Pedro Casaldáliga, musicado por Ricardo
Cantalapiedra: “Donde tú dices ley, / yo digo Dios. / Donde tú dices paz, justicia, amor, / ¡yo
digo Dios! / Donde tú dices Dios, / ¡yo digo libertad, / justicia, / amor!”22. Y mi profesor de
Cristología solía repetir: “Si la resurrección no conduce a la insurrección es falsa”.
Se comprenden muy bien estos acentos cuando se conoce de dónde surgen y a qué
tipo de situación quieren responder: una sociedad muy “religiosa” que a menudo
desconectaba la experiencia de la fe del compromiso por la transformación social. Pero el
contexto de hoy es diferente. Es verdad que sigue abierta la batalla por la justicia, pero lo
que parece haberse debilitado extraordinariamente –incluso entre los autodenominados
creyentes– es la experiencia de la fe como “encuentro con Cristo, alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre”.
No se trata ahora de resucitar los viejos dilemas (fe-justicia, lucha-contemplación,
gracia-libertad), pero me parece evidente que, como en el caso de la iglesia primitiva,
debemos centrar nuestra experiencia y nuestro anuncio en lo más nuclear para que todo lo
19
Cf. el interesante estudio de E. MARTÍNEZ OCAÑA, “Buscadores de felicidad”: Confer 187 (2009) 629-672. 20
art.cit., p. 9. 21
Cf. J. M. CASTILLO, “Los ‘peligros’ de la espiritualidad”: Proyección 43 (1996) 220-221; Espiritualidad para insatisfechos, Trotta 2006. 22
P. CASALDÁLIGA, Clamor elemental, Sígueme, Salamanca 1971.
9
demás tenga un fundamento sólido y no naufrague en esfuerzos voluntaristas: “Es verdad, el
Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). En la resurrección de Cristo
experimentamos que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros y, por eso, estamos
alegres” (Sal 126,3). La raíz de la alegría es, pues, la acción salvadora de Dios en nosotros. Él
ha hecho, en definitiva, que “los que sembraban con lágrimas, cosechen entre cantares” (cf.
Sal 126,5).
¿Cómo mostrar abiertamente que “la alegría del mensaje de la Pascua es la noticia
que llega siempre y que nunca se gasta”? ¿Cómo empezar cada jornada cantando: “Buenos
días, Señor resucitado, que traes la alegría al corazón que va por tus caminos”? En este
último himno litúrgico hacemos una impresionante confesión de fe. En medio de nuestras
tristezas, desconciertos y frustraciones, reconocemos que el Señor resucitado trae la alegría
al corazón humano. Nosotros mismos, en nuestra oración litúrgica, cantamos con el salmo
4,8: “Tú, Señor, me das más alegría que si tuviera trigo y mosto en abundancia”.
La alegría de la vocación y la vocación de la alegría encuentran en Cristo su origen,
fundamento y meta. ¿Qué significa esto? ¿De qué manera altera nuestras vidas? ¿Cómo
puede iluminar un nuevo tipo o, por lo menos, un nuevo estilo de pastoral vocacional?
2.2. La alegría es el rostro de la gracia
Quisiera tomar como referencia el evangelio de Lucas porque es el escrito
neotestamentario que más habla de la alegría. Nos dejaremos acompañar por la Palabra de
Dios. No hay referencia más luminosa e interpelante.
La alegría de Jesús está muy vinculada a la alegría de su madre. Podríamos decir que
es una alegría “mariana”. El relato de la vocación de María (cf. Lc 1, 26-38) está impregnado
del gozo de Dios a partir del primer saludo del ángel Gabriel: “Alégrate, María”. Hay un nexo
etimológico entre el término usado (“cháire”) y los términos “cháris” (gracia) y “chará”
(alegría). María es la “llena de gracia” (“kecharitoméne”). Podríamos decir que es también la
“llena de alegría” porque donde hay gracia de Dios (“cháris”) hay siempre alegría (“chará”).
Pero desde el comienzo será una alegría que se abre camino en medio de la turbación (cf. Lc
1, 29), la angustia y la perplejidad (cf. Lc 2,48)23.
También en el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, el ángel le dice a Zacarías:
“Te llenarás de gozo y alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento” (Lc 1,14). María se
siente de tal modo inundada de la “cháris-chará”, de la gracia de Dios que produce alegría,
que, en su visita a Isabel, prorrumpe en un canto de gozo: “Mi alma glorifica al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1,47). Por una parte, vive la alegría de su vocación.
Por otra, su vocación consiste en transparentar la alegría de Dios. Podríamos decir que es, a
un tiempo, “teó-fora” y “chará-fora”. Isabel reconoce el hecho: “En cuanto oí tu saludo, el
niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno” (Lc 1,44). Uno de los títulos más hermosos
23
María también experimenta dificultades para comprender la misión de su hijo (cf. Mc 3,31) y es testigo de su crucifixión y muerte (cf. Jn 19,25).
10
que la Iglesia aplica a la madre de Jesús es precisamente Causa Nostrae Laetitiae (“causa de
nuestra alegría”).
Si la concepción de Jesús estuvo rodeada de la alegría de Dios, no lo es menos su
nacimiento. Cuando el ángel lo comunica a los pastores, lo hace en estos términos: “No
temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11).
Jesús es, como afirmaba la cantata de Bach, la alegría de todo el mundo.
En el relato de la infancia del evangelio de Mateo hay un detalle, reportado sólo por
él, que resulta muy significativo. Admite una aplicación a nuestra vocación de buscadores y
peregrinos. Cuando los magos se ponen en camino hay una estrella que los guía y que se
detiene donde estaba el niño. El texto evangélico añade: “Al ver la estrella, se llenaron de
una inmensa alegría” (Mt 2,10).
Volviendo al evangelio de Lucas, encontramos un texto sorprendente: “En aquel
momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: Yo te alabo, Padre del cielo y
de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a
conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Lc 10,21). El mismo Espíritu que
inundó con su gracia-alegría (“cháris-chará”) a María inunda también a Jesús en un
momento de revelación.
También los discípulos experimentan la alegría de Dios en sus andanzas misioneras:
“Los setenta y dos volvieron llenos de alegría diciendo: Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre” (Lc 10,17).
Particular relieve tienen las parábolas del capítulo 15. Todas ellas rezuman la alegría
del hallazgo, el perdón y la misericordia. Cuando el pastor encuentra a la oveja perdida “se la
echa a los hombros lleno de alegría” (Lc 15,5). La mujer que al barrer encuentra la moneda
extraviada, convoca a sus amigas y vecinas y les dice: “Alegraos conmigo porque he
encontrado la moneda que se me había extraviado” (Lc 15,9). La vuelta a Dios, el encuentro
con Jesús, es siempre motivo de alegría: “Os aseguro que también en el cielo habrá más
alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse” (Lc 15,7). Un poco más adelante se especifican los destinatarios de la alegría:
“Os aseguro que del mismo modo se llenarán de alegría los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierta” (Lc 15,10).
El final de la vida de Jesús está encuadrado por la alegría de los discípulos. Al
comienzo de la semana postrera “cuando ya se iban acercando a la bajada del monte de los
Olivos, los discípulos de Jesús, que eran muchos, llenos de alegría, estallaron en gritos de
alabanza a Dios por todos los milagros que habían visto” (Lc 19,37). Tras la prueba de la
muerte y la experiencia desconcertante de la resurrección, se dice que los discípulos
“después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría” (Lc 24,52).
La venida del Espíritu Santo en Pentecostés redobla la experiencia de alegría. La
liturgia proclama que “el mundo brilla de alegría, se renueva la faz de la tierra”. En uno de
los sumarios de los Hechos de los Apóstoles se presenta así la vida de la comunidad cristiana
de Jerusalén: “Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las
11
casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se
ganaban el favor de todo el pueblo” (Hch 2,46). El ambiente de gozo tiene una repercusión
clara: “Por su parte, el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los
creyentes”. ¿No constituye este sumario un icono de cómo proceder para que el Señor siga
agregando hermanos y hermanas hoy?
2.3. Incorporados a la alegría de Jesús
La perspectiva de Lucas se enriquece con la del cuarto evangelio. Quisiera destacar
algunos elementos. En todos ellos llama la atención un acento típicamente de Juan: el deseo
de que el don de la alegría se viva en plenitud, no como un sentimiento efímero. La persona
de Jesús y su palabra son fuente de alegría: “Os he dicho todo esto para que participéis en
mi alegría y vuestra alegría sea completa” (Jn 15,11). Algo semejante se lee en el capítulo
17: “Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, es para que ellos puedan
participar plenamente en mi alegría” (Jn 17,13). No solo la palabra, también la invocación
del nombre de Jesús produce alegría: “Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre.
Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa” (Jn 16,24).
El evangelio de Juan subraya un elemento al que nos referimos antes: la alegría es
siempre pascual, supone una victoria sobre la tristeza. El creyente, en contraste con el
regocijo del mundo, puede experimentar la tristeza de no pertenecer a él: “Yo os aseguro
que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros
estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20). El proceso de
cambio es semejante al que vive una mujer cuando da a luz: “Cuando una mujer va a dar a
luz, siente tristeza, porque le ha llegado la hora; pero cuando el niño ha nacido su alegría le
hace olvidar el sufrimiento pasado y está contenta por haber traído un niño al mundo” (Jn
16,21). Toda experiencia de alumbramiento de algo nuevo parece estar sometida a esta
dinámica. Desde esta perspectiva podríamos acercarnos a la situación de la vida religiosa en
Europa. Es importante recoger la enseñanza que Jesús añade después de haber puesto el
ejemplo de la mujer: “Pues lo mismo vosotros: de momento estáis tristes; pero volveré a
veros y de nuevo os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn 16,22).
2.4. El Dios que nos llama nos hace felices
En síntesis: ¿de dónde brota la alegría de Jesús?24 Hay que reconocer, en primer
lugar, que la suya es una alegría que rompe los criterios de felicidad de su tiempo (tener una
familia propia con hijos varones, un oficio socialmente reconocido, honorables relaciones,
buena salud, cumplimiento de la ley, abundancia de bienes materiales, etc.). La alegría de
Jesús es verdaderamente alternativa. Y esa es la alegría a la que aspiramos y que
quisiéramos compartir.
24
Cf. M. NAVARRO, “El Jesús feliz de un Dios feliz”: Jesús de Nazaret. Perspectivas, Fundación Santa María, PPC 2003, 59-81; E. MARTÍNEZ, art. cit., 659-670.
12
¿Su secreto?: la conexión con la fuente, su experiencia de sentirse unido a Dios y, en
él, a todos los seres humanos y a la creación entera. El evangelio de Juan lo formula de
manera inequívoca, aunque misteriosa: “El Padre y yo somos una misma cosa” (Jn 10,30),
“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). En las bienaventuranzas, Jesús es
tajante. Los pobres, los hambrientos, los humildes … son felices “porque Dios ha decidido ser
su Rey” (Mt 5,3), “porque Dios los consolará” (Mt 5,4), “porque Dios los saciará” (Mt 5,6),
“porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5,7), etc. Solo Dios puede producir alegría en
medio de la pobreza, el llanto, el hambre o la persecución.
Jesús necesitó tiempo para interiorizar esta experiencia antes de lanzarse a
comunicarla como “buena noticia”, como evangelio de la alegría (cf. Mt 5,1-12). Estuvo
permanentemente tentado de interpretarla en un sentido equivocado (cf. Mt 4,1-11; Mt
26,28-39; 27,38), pero triunfó su confianza en Dios, aun en medio del dolor y de la muerte
(cf. Lc 23,46).
Esto significa que, incorporados a Jesús, también nosotros podemos vivir la alegría de
Dios en medio de todas las situaciones difíciles (personales, eclesiales y sociales) que nos
toca vivir. Incluso en tiempos de decrecimiento numérico, escasez vocacional y baja
autoestima. El mismo Francisco de Asís que cantaba “Por el hermano fuego, que alumbra al
irse el sol, / y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!” no se detiene ante la prueba:
“¡Felices los que sufren en paz con el dolor, / porque les llega el tiempo de la consolación!”.
La capacidad de afrontar las pruebas de la vida –las propias y ajenas– sin recurrir
permanentemente a “cuidados paliativos” hace de los creyentes una especie rara en el
ecosistema social. La alegría cristiana no ignora el sufrimiento, no lo sacraliza, sino que lo
perfora hasta llegar al núcleo en el que experimentamos que Dios está con nosotros.
Entonces, ¿quién nos podrá separar del amor de Dios? (cf. Rm 8,31-39).
3. Tercer movimiento: la súplica (andante moderato)
“Pon, Señor, una fuente de alegría en el desierto de mi corazón”
La experiencia de la alegría que produce el encuentro con Jesús25 y la vocación a
seguirlo es –como le sucedió a él mismo– un camino siempre amenazado, una peregrinación
por un desierto. Por eso, nuestro estribillo vital es el del himno litúrgico: “Pon, Señor, una
fuente de alegría en el desierto de mi corazón”.
3.1. ¿Placer o alegría?
Hace ya treinta y cinco años, Pablo VI, en su exhortación apostólica Gaudete in
Domino, hacía un análisis de este “desierto cultural” que no ha hecho sino agudizarse: “La
sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy
difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el
confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la
aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos. Esto llega a veces 25
Cf Lc 19,6; Jn 1,39.
13
hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente despreocupación ni el frenesí del
gozo presente o los paraísos artificiales logran evitar”26. Cabría una aplicación más concreta
de estas palabras a la situación de nuestras comunidades. La mejora de las condiciones de
vida material que hemos realizado en las últimas décadas, el acceso a niveles superiores de
educación, la mayor movilidad, el uso asiduo de las TICs, etc. no se ha traducido en una vida
religiosa más alegre y entusiasta y, por lo tanto, más alternativa y convocadora. Por el
contrario, quienes viven en contacto con los más pobres y, al mismo tiempo, mantienen un
tono espiritual alto, suelen ser personas ventiladas, alegres, energéticas. ¿Qué podemos
aprender?
3.2. El paso de la gratificación a la felicidad
Creo que la explicación tiene que ver con la diferencia que existe entre gratificación
y felicidad o entre satisfacción y alegría. Parece evidente que la mayoría de nuestras
necesidades (incluyendo las emocionales y afectivas) están hoy mejor satisfechas que hace
cincuenta años. Pero esta satisfacción no se traduce automáticamente en alegría. ¿Nos
hemos alejado del centro? ¿Atravesamos un período de “noche colectiva”? ¿A qué nos
referimos entonces cuando hablamos de “alegría”?
Desde el punto de vista psicológico la alegría es un sentimiento de placer, originado
generalmente por una grata y viva satisfacción del alma y que, por lo común, se
manifiesta con signos exteriores: sonrisas, risas, exclamaciones, etc. Los componentes
fundamentales de la alegría son: la significación, la ausencia de emociones negativas, y el
placer físico27.
Teológicamente hablando, la alegría consiste “en que el espíritu humano halla reposo y
una satisfacción íntima en la posesión de Dios trino, conocido por la fe y amado con la
caridad que proviene de él. Esta alegría caracteriza por tanto todas las virtudes
cristianas. Las pequeñas alegrías humanas que constituyen en nuestra vida como la
semilla de una realidad más alta, quedan transfiguradas. Esta alegría espiritual, aquí
abajo, incluirá siempre en alguna medida la dolorosa prueba de la mujer en trance de dar
a luz, y un cierto abandono aparente, parecido al del huérfano: lágrimas y gemidos,
mientras que el mundo hará alarde de satisfacción, falsa en realidad. Pero la tristeza de
los discípulos, que es según Dios y no según el mundo, se trocará pronto en una alegría
espiritual que nadie podrá arrebatarles (cf. Jn 16,20-22; 2Cor 1,4; 7,4-6)”28.
26
Cf. PABLO VI, Exhortación apostólica Gaudete in Domino sobre la alegría cristiana (1975), n. 8. 27
Cf. M. ARGYLE, La psicología de la felicidad, Alianza Editorial, Madrid 1992; M. AVIA-C. VÁZQUEZ, Optimismo inteligente, Alianza Editorial, Madrid 1998; S. KLEIN, La fórmula de la felicidad, Urano, Barcelona 2004. 28
Gaudete in Domino, n. 30. De una manera más resumida podría decirse así: “El hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo la experimenta en el encuentro, la participación y la comunión con los demás. Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espirituales cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo e inmutable” (n. 6).
14
3.3. Las fuentes de la alegría
Tenemos ya una pista de luz. Lo que produce la verdadera alegría es encontrar un
sentido claro a la propia vida (significatividad). Psicólogos como Erich Fromm vinculan este
sentido a la experiencia del amor29. En el caso de los creyentes, este sentido se encuentra en
la comunión con Dios trino: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto
hasta que no descanse en ti” (San Agustín). Todo lo que nos ayude, pues, a recrear esta
experiencia será fruto del Espíritu y producirá alegría. Lo que nos aleje de ella será
consecuencia del “espíritu malo” y producirá tristeza30.
¿Qué es lo que nos ayuda a recrear esta experiencia de Dios que es fuente de alegría?
Quisiera responder a partir de las sugerencias que Pablo VI ofrece en la exhortación Gaudete
in Domino:
Trabajar para que los hijos e hijas de Dios menos favorecidos puedan vivir con
dignidad: “Procurar al menos un mínimo de alivio, de bienestar, de seguridad, de justicia,
necesarios para la felicidad de las numerosas poblaciones que carecen de ella. Tal acción
solidaria es ya obra de Dios; y corresponde al mandamiento de Cristo” (n. 11). Por el
contrario, buscar obsesivamente los propios intereses es el camino más directo a la
tristeza y al tedio. Cuando nuestra vocación está atravesada por esta pasión por los más
débiles genera y transmite la alegría que Jesús promete en las bienaventuranzas.
Disfrutar de las alegrías de la vida desde una visión positiva de la existencia como don
de Dios: “Aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador
pone en nuestro camino: la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del
amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la
alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber
cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la
alegría exigente del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, completarlas, sublimarlas:
no puede despreciarlas” (n. 12). La vocación al seguimiento de Jesús nos habilita, pues,
para disfrutar sin ansiedad, sin búsqueda de compensaciones, como él, de “todo lo que
hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de
encomiable” (Flp 4,8)31.
Cultivar la experiencia de Dios: “El hombre puede verdaderamente entrar en la alegría
acercándose a Dios y apartándose del pecado. Sin duda alguna «la carne y la sangre» son
incapaces de conseguirlo (cf Mt 16, 17). Pero la Revelación puede abrir esta perspectiva y
la gracia puede operar esta conversión” (n.13). La experiencia de Dios no está separada
de la trama de nuestra vida personal y social, pero no se confunde con ella. Es un
29
E. FROMM, El arte de amar, Paidós, Barcelona 2000. 30
Cf S. RODRIGUES, Cómo discernir, Mensajero, Bilbao 2010; G. FESSARD, La dialéctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao 2010. 31
Este texto de Pablo está precedido precisamente por la invitación a la alegría: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (4,4,).
15
continuo movimiento de encarnación-muerte-resurrección. Ponemos nuestra tienda en
el suelo de las experiencias humanas ordinarias y, al mismo tiempo, reconocemos que
nuestra morada definitiva está siempre más allá. Mantener esta tensión hace de nuestra
alegría una experiencia humana reconocible y un testimonio de “otra vida posible”32.
3.4. La luz de la Palabra y el pan de la Eucaristía
Este “triángulo de la alegría” que Pablo VI propone se ilumina con la Palabra de Dios y
se nutre con la Eucaristía:
La Palabra es generadora de alegría33. Basta dejarse conducir por algunos textos:
“Encuentro más alegría en tus preceptos que en las riquezas” (Sal 119,14). En realidad,
todo el larguísimo salmo 119 es un canto a la alegría que produce en el corazón humano
la acogida de la Palabra de Dios, presentada con numerosos sinónimos (ley, decretos,
preceptos, normas, etc.): “Mis delicias son tus preceptos; tus normas, mis consejeros” v.
24), “Tus mandatos hacen mis delicias, los amo profundamente” (v. 47), “Este es mi
consuelo en la tristeza: que tu promesa me da vida” (v. 49), “Tus preceptos son por
siempre mi herencia y la alegría de mi corazón” (v. 111), “Me alegro con tu promesa
como quien el que encuentra un gran botín” (v. 162). La Palabra de Dios genera alegría
porque penetra como ninguna otra instancia en el santuario de nuestra conciencia y
sustituye el “troyano” de las identidades falsas que generan tristeza (tú no vales, tú no
eres, tú necesitas) por un sistema operativo que hace que funcionen bien todos nuestros
programas vitales: “Tú eres mi hijo amado”34.
La Eucaristía alimenta la alegría. De nuevo, un himno litúrgico nos ayuda: “Repártenos tu
cuerpo y el gozo irá alejando la oscuridad que pesa sobre el hombre”. Es como si cada vez
que celebramos la eucaristía, pidiéramos también el pan de la alegría para poder vivir
nuestra vocación en medio de la oscuridad que nos rodea: “Dame mi parte de alegría y
haz que consiga ser mejor”. En el rezo de completas, entregamos cada jornada en manos
de Dios con estas palabras: “Gracias porque al fin del día / podemos agradecerte / los
méritos de tu muerte / y el pan de la eucaristía, / la plenitud de alegría / de haber vivido
tu alianza, / la fe, el amor, la esperanza / y esa bondad de tu empeño / de convertir
nuestro sueño / en una humilde alabanza”. Como los discípulos de Emaús, solo cuando Él
nos reparte su pan, empezamos a reconocerlo y tenemos fuerzas para reemprender el
camino con alegría (cf. Lc 24,31-35).
32
CF. M. MÁRQUEZ, A la puerta de la cueva. Experiencias de Dios a la intemperie, Ed. de Espiritualidad, Madrid 2010. 33
Cf. F. CONTRERAS MOLINA, Leer la Biblia como Palabra de Dios. Claves teológico-pastorales de la lectio divina en la Iglesia, Verbo Divino, Estella 2007. 34
Cf. H. NOUWEN, Tú eres mi amado. La vida espiritual en un mundo secular, PPC, Madrid 2003.
16
4. Cuarto movimiento: la misión (allegro)
“Ofrecer lo que llevo: gozo y misericordia”
El cuarto y último movimiento de nuestra sinfonía es misionero: consiste en
agradecer y recoger las experiencias de alegría que nos regalan y en compartir y proponer la
experiencia de alegría que nosotros vivimos. Otro himno litúrgico presenta esta tarea con
simplicidad y belleza: “Ofrecer lo que llevo: gozo y misericordia”. ¿Cómo podríamos aplicar
esta consigna a la pastoral juvenil y vocacional? Me sorprende que en el lejano 1975 Pablo VI
dedicara ocho números de los 77 de que consta su exhortación precisamente a los jóvenes:
“Creemos tener todas las razones para dar confianza a la juventud cristiana: ésta no dejará
defraudada a la Iglesia si dentro de ella encuentra suficientes personas maduras, capaces de
comprenderla, amarla, guiarla y abrirle un futuro, transmitiéndole con toda fidelidad la
Verdad que no pasa. Entonces ocurrirá que nuevos obreros, resueltos y fervientes, entrarán
a su vez a trabajar espiritual y apostólicamente en los campos en sazón para la siega.
Entonces sembrador y segador compartirán la misma alegría del Reino (cf. Jn 4,35-36)” (n.
58).
4.1. Perfil del consagrado alegre
Lo que se les pide a los creyentes en general se puede aplicar a los consagrados en
particular. Podremos atraer a jóvenes que quieran trabajar “en los campos en sazón para la
siega” si somos:
Personas maduras. El número 187 (2009) de la revista Confer está dedicado
precisamente a esta cuestión. Su título es una pregunta directa: ¿Es posible una Vida
Religiosa psicológicamente más madura? Los seis artículos de que consta intentan
ofrecer una respuesta desde diferentes perspectivas35. Quiero subrayar solo dos
elementos. La madurez implica autenticidad (ser lo que somos) y autoestima (amar lo
que somos). Cuando nuestra persona queda opacada por el personaje que
representamos se produce un cortocircuito. Los jóvenes pueden aceptar nuestras
debilidades. Lo que no toleran es la hipocresía de quien esconde su inmadurez tras el rol
de religioso o religiosa. Por otra parte, nadie se adhiere a personas o grupos que no
valoran lo que son, que practican un continuo masoquismo. La autoestima personal y
colectiva es imprescindible en todo proceso de identificación vocacional. Creo que
emitimos demasiados signos negativos que dan a entender que, en el fondo, no creemos
que la vida consagrada sea un camino de plenitud personal y, por lo tanto, de alegría.
35
“El individuo en la institución de vida religiosa” (José Luis Martínez), “Una fraternidad abierta a la esperanza” (Sabino Ayestarán), “Sujeto personal y personaje en la vida religiosa” (Antonio Vázquez), “El amor, piedra angular en las relaciones fraternas” (Consuelo Junquera), “Buscadores de felicidad” (Emma Martínez), “Autoestima” (Joaquín M. Sánchez).
17
Personas que saben comprender y amar. Solo comprende y ama quien, desde una
experiencia de amor incondicional, reconoce y acepta sus propias debilidades e
incoherencias con serenidad. La exploración humilde de nuestras fragilidades
psicológicas y morales, de nuestras preguntas y crisis, de nuestras expectativas y sueños,
nos pondrá en la onda de los que, por edad, viven una etapa de búsqueda. Los
peregrinos auténticos son compañeros de camino. Todos nosotros somos, en realidad,
“sanadores heridos”36 que, desde nuestra experiencia, podemos ayudar a los jóvenes a
descubrir que sus propias heridas, cuando son aceptadas, se pueden convertir
paradójicamente en fuente de alegría. Pero tengo la impresión de que, en buena
medida, nos hemos cansado de los jóvenes, evitamos el contacto con ellos, no queremos
que perturben nuestra vida acomodada, juzgamos precipitadamente su inconsistencia,
no tenemos tiritas suficientes para tantos “corazones partíos”. Por si fuera poco, la
desconfianza producida por la crisis de los abusos sexuales puede aumentar esta
distancia. Solo la cercanía nos dispone para el amor y la comprensión.
Personas que saben guiar y abrir un futuro. Hoy se valora la evangelización de las
“distancias cortas”, allí donde caen los muros protectores del rol que desempeñamos y
no tenemos más remedio que librar la batalla de lo que cada uno de nosotros somos en
realidad: maduros o inmaduros, creyentes o profesionales de la religión, pobres o
acomodados, compasivos o distantes, etc. Solo entrando en el “espacio aéreo” de los
jóvenes y dejando que ellos y ellas entren en el nuestro podemos acompañar sus
procesos de búsqueda de la fe y de discernimiento vocacional. Ese es el lugar idóneo
para hacer propuestas de futuro que vayan más allá de la tríada “carrera-trabajo-
relación” y, por tanto, para la propuesta vocacional. ¿No estamos dedicando buena parte
de nuestro tiempo a otro tipo de actividades más secundarias? ¿Cómo cambiaría la
pastoral juvenil vocacional si se entendiera, sobre todo, como una propuesta
mistagógica, de acompañamiento personal hacia el encuentro con Jesús y su Iglesia?
Personas que saben transmitir con fidelidad la Verdad que no pasa. Entre bombardear
continuamente con “mensajes religiosos” y esquivarlos casi por completo hay un camino
intermedio: proponer. ¿Qué mal pueden hacer la persona de Jesús y su evangelio a la
conciencia humana cuando se proponen con claridad y libertad? Herederos todavía de
un pasado en el que lo religioso venía a menudo impuesto por el ambiente familiar, las
normas colegiales o la presión social, parece que aún no hemos descubierto un estilo
propositivo claro y directo. Los jóvenes no llegan al descubrimiento del Maestro por arte
de magia. Es necesario que alguien les diga: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41) y
luego los lleve donde Jesús (cf. Jn 1,42). Es necesario que, como el apóstol Felipe, nos
adelantemos, nos pongamos junto al “carro” de los jóvenes, y les preguntemos:
“¿Entendéis lo que leéis?” (cf. Hch 8,30). Es probable entonces que algunos nos
despachen con cajas destempladas, pero otros pueden preguntarnos: “¿Cómo voy a 36
Cf. H. NOUWEN, El sanador herido, PPC, Madrid 2005.
18
entenderlo si nadie me lo explica?” (Hch 8,32). No es necesario entonces que,
contagiados por la sofisticación actual, imaginemos aproximaciones complicadas. Basta
la propuesta sencilla que emerge en el ámbito de las relaciones personales.
Naturalmente, la propuesta de Jesús pasa por la introducción en los “lugares” donde lo
encontramos: la Palabra de Dios, la Eucaristía, la comunidad cristiana y los necesitados.
La práctica asidua de la “lectio divina”, la participación dominical (y aun diaria) en la
eucaristía, la inserción en la comunidad parroquial y el compromiso con los más pobres
irán dando cuerpo a una historia vocacional.
4.2. El circuito de la alegría
Los cuatro elementos que acabo de mencionar como “lugares de encuentro” con
Jesús coinciden básicamente con el circuito que nos presenta el prólogo de la primera carta
de Juan: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en
comunión (“koinonía”) con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su
Hijo, Jesucristo. Os escribimos estas cosas para que vuestra alegría sea completa” (1 Jn 1,3-
4). Propongo una lectura de estos dos versículos comenzando por el final. El circuito
resultante es otra forma de propuesta vocacional.
El punto de llegada es la alegría completa (Recordemos que la “completitud” es un tema
recurrente en la teología joánica). ¿Cómo podemos llegar a esta alegría plena y no solo a
experiencias transitorias? Éste es, en el fondo, el deseo más profundo de todo ser
humano, particularmente agudizado durante la etapa juvenil. Si no se responde a él con
una propuesta sólida, el vacío tenderán a ocuparlo los sucedáneos producidos por la
sociedad de consumo: drogas, sexo, internet, etc.
La alegría es fruto de la comunión. La “koinonía” es la experiencia que nos vincula entre
nosotros (dimensión horizontal) y con Dios (dimensión vertical). Es, en otras palabras, la
experiencia del amor. En la Eucaristía la comunión se visibiliza (signo) y se construye
(instrumento). Como decía K. Rahner, la Eucaristía es el “caso máximo” de la Palabra.
La comunión brota del anuncio de la Palabra. La comunión no es el resultado de las
afinidades raciales, culturales, políticas, etc. No equivale a la camaradería que se da
entre los iguales y que tanto se trabaja en los ámbitos de la pastoral juvenil. Es la unión
que crea entre los seres humanos la Palabra de Dios por la acción del Espíritu Santo.
La Palabra solo se puede anunciar cuando se ha acogido (“visto” y “oído”) con el
corazón. Sin experiencia personal de encuentro con la Palabra, el anuncio degenera en
mera propaganda, en palabrería. Y, naturalmente, no produce ningún fruto de comunión
y alegría.
19
4.3. La pastoral juvenil-vocacional como “escuela de la Palabra”
Al circuito se puede entrar por cualquier puerta: la alegría, la comunión, el anuncio, o
la escucha. Para cada uno de nosotros reserva el Señor un itinerario irrepetible. Pero creo
que, mistagógicamente hablando, el primer paso consiste en poner a los jóvenes en
contacto directo con la Palabra de Dios, introducirlos en el apasionante y exigente mundo de
la Escritura. ¿Qué tipo de pastoral juvenil y vocacional surgiría a partir de itinerarios
explícitamente centrados en la Palabra de Dios? Tenemos aquí un enorme campo por
explorar. El mensaje que el XII Sínodo Ordinario de los Obispos dirigió al Pueblo de Dios
hablaba de la Palabra usando cuatro símbolos que se prestan a un sugerente itinerario
pastoral: la voz es la revelación; el rostro es Jesucristo; la casa es la Iglesia; los caminos son la
misión. Y concluía así: “La Palabra de Dios, en efecto, es “más dulce que la miel, más que el
jugo de panales” (Sal 19, 11), es “antorcha para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal 119,
105), pero también “como el fuego y como un martillo que golpea la peña” (Jr 23, 29). Es
como una lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, haciendo florecer de
este modo también la aridez de nuestros desiertos espirituales (cf. Is 55, 10-11). Pero
también es “viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta la división
entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del
corazón” (Hb 4, 12)”37.
4.4. Una nueva visión
Esta forma de ver la pastoral juvenil y vocacional exige una nueva visión, no simples
retoques. Según Pablo VI, en la exhortación Gaudete in Domino que nos ha venido
acompañando, “la educación para una tal visión no es sólo cuestión de psicología. Es
también un fruto del Espíritu Santo. Este Espíritu que habita en plenitud la persona de Jesús,
lo hace durante su vida terrestre atento a las alegrías de la vida cotidiana, delicado y
persuasivo para enderezar a los pecadores por el camino de una nueva juventud de corazón
y de espíritu. Es el mismo Espíritu que animaba a la Virgen María y a cada uno de los santos.
Es este mismo Espíritu el que sigue dando aún a tantos cristianos la alegría de vivir cada día
su vocación particular en la paz y la esperanza que sobrepasa los fracasos y los sufrimientos”
(n. 75).
La “nueva visión”, por lo tanto, no es una nueva arquitectura pastoral (hecha de
planes y programaciones) que se suma a las que vamos acumulando a lo largo de los años,
sino algo más radical y simple: creer que el Espíritu de Dios, que llenó de alegría a Jesús (cf.
Lc 10,21) y a María (cf. Lc 1,28), puede también inundarnos a nosotros si pertenecemos a la
categoría de los pequeños y sencillos. La “reducción” a la que nos vemos expuestos en
Europa puede ser causa de profunda tristeza (cuando la contemplamos desde los
37
Este mensaje se puede leer en: http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20081024_message-synod_sp.html.
20
parámetros de la abundancia y el prestigio social) u oportunidad para vivir una nueva
“espiritualidad del decrecimiento”38 con la alegría del Magnificat: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la
humillación de su esclava” (Lc 1,47-48). La pequeñez, cuando se acepta con humildad y
alegría, crea espacios que otros pueden ocupar. Es, en sí misma, acogedora, no invasiva.
Existe, pues, otra manera de plantear la propuesta vocacional. Algo de esto significa la
“nueva visión”.
Conclusión
Quisiera terminar con un breve cuento que proviene de una tribu india
norteamericana.
Era una noche estrellada. El abuelo y el nieto conversaban en torno al fuego. “Dentro
del corazón del hombre luchan dos lobos”, sentenció el abuelo. “¿Y cuál de los dos vence?”,
preguntó con ingenuidad su nieto. “Aquel que más alimentes” fue la respuesta cortante del
abuelo.
La tristeza y la alegría se entrecruzan en nuestro camino vocacional. Hay motivos –
aunque no de la misma envergadura– para ambas. ¿Cuál de las dos queremos alimentar?
Esta es la verdadera cuestión. Lo demás vendrá por añadidura.
Gonzalo Fernández Sanz, CMF
38
Cf. AUTORI VARI, Decrescere per il futuro. Lettera aperta, CNCA, Comunità Edizioni, Roma 2007.