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IES AVEMPACE HISTORIA DE ESPAÑA, 2º BACH. PROF. HERMINIO LAFOZ LA REVOLUCION DE 1868. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868- 1874) La ruptura democrática de 1868 El movimiento de septiembre de 1868 tuvo un carácter dual. Se unen a él quienes solo desean una “reforma” constitucional, el fin del coqueteo regio con el carlismo y una ampliación de la representatividad del régimen, pero sin ir más allá (son los unionistas de Serrano y los progresistas de Prim), y los que desean una verdadera transformación del país (los demócratas y las clases medias y populares). El 17 de septiembre, la Escuadra concentrada en la bahía de Cádiz se subleva al grito de “¡Viva España con honra!”, y recibe a Prim a bordo de la fragata Zaragoza, con la que sublevará Cartagena. Se extendió rápidamente por Andalucía y otros lugares de la Península, triunfando inmediatamente tras un encuentro de las tropas de Serrano con las tropas leales al gobierno, mandadas por Pavía, marqués de Novaliches, en la batalla del Puente de Alcolea. Isabel II, que veraneaba en Lekeitio, salió al exilio de Francia sin volver a Madrid. La sublevación fue masivamente secundada por los ciudadanos que venían constituyendo desde hacía tiempo Juntas Revolucionarias en pueblos y ciudades. Se leen manifiestos en las plazas y se publican en la prensa. El programa democrático lo constituían una suma de derechos políticos y sociales: 1

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IES AVEMPACEHISTORIA DE ESPAÑA, 2º BACH.PROF. HERMINIO LAFOZ

LA REVOLUCION DE 1868. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874)

La ruptura democrática de 1868

El movimiento de septiembre de 1868 tuvo un carácter dual. Se unen a él quienes solo desean una “reforma” constitucional, el fin del coqueteo regio con el carlismo y una ampliación de la representatividad del régimen, pero sin ir más allá (son los unionistas de Serrano y los progresistas de Prim), y los que desean una verdadera transformación del país (los demócratas y las clases medias y populares).

El 17 de septiembre, la Escuadra concentrada en la bahía de Cádiz se subleva al grito de “¡Viva España con honra!”, y recibe a Prim a bordo de la fragata Zaragoza, con la que sublevará Cartagena. Se extendió rápidamente por Andalucía y otros lugares de la Península, triunfando inmediatamente tras un encuentro de las tropas de Serrano con las tropas leales al gobierno, mandadas por Pavía, marqués de Novaliches, en la batalla del Puente de Alcolea. Isabel II, que veraneaba en Lekeitio, salió al exilio de Francia sin volver a Madrid.

La sublevación fue masivamente secundada por los ciudadanos que venían constituyendo desde hacía tiempo Juntas Revolucionarias en pueblos y ciudades. Se leen manifiestos en las plazas y se publican en la prensa. El programa democrático lo constituían una suma de derechos políticos y sociales:- Cortes constituyentes para establecer el tipo de régimen- sufragio universal- libertades de asociación, reunión, imprenta, religiosa y de

enseñanza.

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- supresión de las quintas, de la pena de muerte - supresión de los impuestos de puertas y consumos

El gobierno provisional. La Constitución de 1869

En los primeros días del movimiento revolucionario se puede decir que hay un poder dual: las Juntas Revolucionarias1 que se forman en las capitales y en muchos municipios y que se apoyan en los Voluntarios de la Libertad (nueva versión de la antigua Milicia Nacional); por otro lado el gobierno provisional está en manos de Serrano, y los progresistas, con Prim a la cabeza, conducen la política. Prim y Serrano sólo quieren dar una cartera ministerial a los demócratas (a Rivero), que no la acepta. Las Juntas piden que para constituir el Ejecutivo intervengan todas las juntas provinciales. La Junta de Valencia hace saber a la de Madrid que ha visto con profundo desagrado la constitución del gobierno provisional sin contar con las provincias y, por tanto, no se consideran obligados a obedecerle “por creerlo Gobierno puramente de la provincia de Madrid, como elegido solamente por ésta” (Rosa Monlleó Peris. “Republicanos contra monárquicos. Del enfrentamiento electoral y parlamentario a la insurrección federal de 1869”. Rev. Ayer, 2001, pág. 58). En el mismo sentido la Junta de Barcelona.

El 25 de octubre el equilibrio de estos dos poderes se rompe: decreta la disolución de las Juntas y el desarme de los Voluntarios de la Libertad, y el 26 publica su Manifiesto a la Nación, en el que se decanta de forma velada hacia la monarquía (la forma de gobierno que más se adaptaba a la costumbre y más confianza daba a Europa). La reacción de los demócratas no se hace esperar y ese mismo mes pasa a denominarse Partido Republicano.

Convocatoria de elecciones

El decreto de 6 de diciembre de 1868 convoca las elecciones a Cortes constituyentes del 15 al 18 de enero de 1869 y ya se pronuncia abiertamente por la forma monárquica de gobierno

1 Cuando se constituyen las Juntas, en Madrid se forman dos, paralelas: progresistas+unionistas, y demócratas.

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Campaña electoral. En octubre de 1869, movilización popular que cierra el consenso entre progresistas y republicanos, iniciado en el pacto de Ostende2. Los progresistas acercarán sus posiciones a los unionistas.La estrategia de los republicanos se basa en:- propaganda en la prensa- mítines. Que acaban muchas veces en manifestaciones

pacíficas que llevan banderas tricolores e inscripciones de “Abajo los Borbones”; se canta el himno de Riego, el de Garibaldi o la Marsellesa. Los líderes propagan por toda la geografía española los mensajes que identificaban la monarquía con la tiranía y la arbitrariedad y a la República con la democracia y el progreso.

- reuniones en los clubs

En España hay un precedente de este tipo de asociaciones: en el Trienio Liberal se habían creado en el entorno liberal las Sociedades Patrióticas; hay que tener en cuenta también los cafés. Antes de la revolución de 1868, en época isabelina, el asociacionismo político tenía una doble formulación: círculos o asociaciones con existencia legal y pública, porque sus estatutos los reconocen como entidades culturales, recreativas o lúdicas (como el Fomento de las Artes, Madrid, 1859, o el Círculo de Artesanos, de Alicante); las sociedades secretas, de carácter clandestino.En el Sexenio, el sufragio universal que permite, al menos teóricamente, la incorporación de las clases populares como ciudadanos de plenos derechos, y la dinámica que abre la revolución, es lo que permite el desarrollo de la sociabilidad, ahora de carácter político, ya que la dimensión política lo impregna todo. El modelo por excelencia es el Club Antón Martín, de Madrid que, creado clandestinamente antes de la revolución, en septiembre de 1868 dio origen a una Junta Revolucionaria y después a un club republicano

... como toda idea tiene forma adecuada, toda fuerza requiere un organismo, ¿cuál será el de la revolución?El Pueblo ha de decidirlo ¿Lo sabe? (...) Preciso es, pues, aprender, discutir, propagar. Los que somos partidarios de la revolución (...) debemos enseñar lo que sepamos, aprender lo que ignoremos, propagar las ideas, discutir las cuestiones, buscar la verdad...Fundar un centro de actividad, de pensamiento y de vida; educar y educarse; unirse, conocerse, respirar la misma atmósfera espiritual, es, nos parece, una necesidad de todos tiempos en los pueblos donde la vida del ciudadano es posible; perentoria, urgente, en los momentos actuales... (“El Círculo de la Revolución”, en La Discusión, 11 de octubre de 1868)

2 En agosto de 1866, una serie de personalidades progresistas y demócratas acordaron en Ostende (Bélgica) un pacto cuyo programa era escueto: supresión del régimen isabelino, gobierno provisional y Cortes Constituyentes.

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Entre las capitales de provincia, 20 consiguieron la mayoría republicana, 9 la monárquica y en 12 las dos coaliciones estuvieron equilibradas. Cuando se inauguraron las Cortes el 11 de febrero de 1869 (236 diputados monárquicos, 85 republicanos, 20 moderados y carlistas y 40 no identificados), los republicanos habían publicado un manifiesto en enero en el que se quejaban de que la revolución se estaba convirtiendo en un simple pronunciamiento.

En el seno de las Cortes, las contrariedades de los republicanos aumentarán. En la comisión para elaborar la propuesta de Constitución no se incluye a ningún republicano y sistemáticamente son rechazadas sus propuestas. Una de ellas, un proyecto de matrimonio civil. El diputado valenciano Cristóbal Sorní explicaba:

Hay falta de consideración a mis compañeros por parte de la intolerante mayoría que no nos ha concedido puesto ni en comisiones, ni en las presidencias, ni en la comisión de la Constitución, y ahora no aceptan esta proposición, ¿qué pretenden? Se ha hecho una gran revolución y no se ha tomado ninguna medida revolucionaria. El ejército sigue lo mismo. Ni una reforma en Gracia y Justicia, ni en Gobernación, ni en ningún departamento Ministerial... (Diario de Sesiones de las

Cortes Constituyentes, 15 de marzo de 1869)

En junio, es aprobado el proyecto de Constitución por 214 votos a favor y 56 en contra. Figueras, antes de realizar la votación, explica que los diputados de su partido van a votar en contra y que acatan pero no aceptan la Constitución y que la combatirán por todos los medios que les concede la ley.

Serrano, que primero fue jefe del gobierno provisional, es nombrado regente, una forma de alejarlo de los órganos de decisión; Prim, que había sido ministro de la Guerra, será jefe del gobierno y Sagasta, ministro de la Gobernación.

Progresistas y unionistas fueron los partidos que se disputaron la hegemonía política en los primeros tiempos del Sexenio. Los progresistas tuvieron la mayoría en todos los gobiernos, apoyados por los unionistas.

La extrema derecha está en los carlistas y los neocatólicos.

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Los moderados, primero poco numerosos, se transformaron tras la abdicación de Isabel II en su hijo en alfonsinos.

La Constitución hacía un amplio reconocimiento de libertades: emancipación de los esclavos, libertad de enseñanza, prensa e imprenta, reunión y asociación. El sufragio universal se reconocía a los mayores de 25 años, aunque excluyendo a las mujeres. Reconocía además el principio de la soberanía nacional, el de la limitación al poder regio y el carácter laico del Estado.

Los problemas que habría de afrontar el gobierno para consolidar la monarquía democrática eran diversos y muy graves. En síntesis: la búsqueda de un candidato para el trono vacante; las respuesta de las demandas populares de abolición de impuestos y quintas; la solución a la situación de Cuba, donde desde 1868 había estallado una seria insurrección independentista. Estas cuestiones solo podrían afrontarse con una sólida coalición. Por el contrario, cada problema desencadenó rupturas y enfrentamientos que llevaron al fracaso del experimento.

Una parte de los republicanos (”los intransigentes”), frustrados por la forma monárquica de gobierno y la falta de soluciones a la “cuestión social”, promovieron ya en el verano de 1869 sublevaciones generalizadas. Hambre de obreros y hambre de tierras de los campesinos estaban detrás de las protestas que fueron sofocadas sangrientamente.

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La monarquía de Amadeo I de Saboya (1871-1873)

Supuesto que constitucionalmente España era un reino y expulsada Isabel II por la “Gloriosa”, había que buscar un rey. A esta tarea se dedicó el año 1870. Tras una serie de luchas, tanto interiores como exteriores, se encontró un candidato de compromiso, aceptado por Prim: Amadeo de Saboya, duque de Aosta e hijo del rey de Italia.

Cuando Amadeo llegaba a España (30 de diciembre de 1870), había caído asesinado tres días antes Prim, su mejor valedor. Juró la Constitución ante las Cortes el día 3 de enero de 1871. Sus apoyos se reducían a los progresistas.

Pero el reinado de Amadeo fue un completo fracaso por una serie de razones complejas. En primer lugar, el propio carácter del joven, tímido y poco simpático, al que costaba hablar el idioma y que no supo ganarse apoyos en el país.

Sin embargo, la razón fundamental estaba en que nadie, en el fondo, creía en la solución de la casa de Saboya. Eran contrarios al rey:

- la aristocracia y los terratenientes, que identificaban al monarca con el sistema democrático que había acabado con su dominio oligárquico y que, según ellos amenazaba el mismo orden social y la propiedad. La nobleza madrileña hizo el vacío al rey.

- Los sectores industriales, convencidos que la política librecambista iba a acabar con el débil sector fabril. Asociaban esta política al sistema democrático y por tanto a la monarquía de Amadeo de Saboya.

- El clero, tanto las jerarquías, que odiaban a los Saboya que tenían sitiado al Papa en el Vaticano, tras anexionarse sus estados en 1870, como el bajo clero que se echaba en brazos de los carlistas.

- Los carlistas se estaban echando al monte con sus escopetas.

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- La oposición frontal de los republicanos.

Los obreros y campesinos ya no confiaban ni siquiera en los republicanos y empezaban a mirar con buenos ojos a la Internacional; por tanto, despreciaban el juego político de los partidos y soñaban con la revolución social y el comunismo libertario.

Los progresistas debían, si quería sobrevivir el régimen, ampliar la base social de apoyo al monarca. Pero ¿cómo hacerlo?¿Con una política conservadora que atrajese a unionistas y conservadores, como quería Sagasta; o bien con una apertura hacia la izquierda, suprimiendo impuestos, aboliendo la esclavitud en Cuba y reduciendo el presupuesto eclesiástico, logrando así que los demócratas y republicanos benevolentes se acercaran a Amadeo? Espinosa situación que acabó dividiendo a los progresistas en dos grupos: los constitucionalistas de Sagasta y los radicales de Ruiz Zorrilla.

Salió a la luz la polaridad de interesas y las contradicciones de clase. La oligarquía de banqueros, industriales y terratenientes iba aglutinándose en torno a la idea de restaurar a los Borbones en la persona de Alfonso, hijo de Isabel II. Eran los alfonsinos.

Por otro lado, se encontraban los que querían seguir profundizando en el proceso revolucionario: los republicanos federales, obsesionados por la libre organización de los diversos pueblos de España y la plena consecución de la libertad política en una sociedad laica. Hablaban de federación y Federación Regional Española se denominaba la sección española de la Internacional.

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La creciente agitación popular3 llevó a Sagasta a la represión. Su manipulación del sufragio de 1871 sirve a los carlistas para iniciar la tercera guerra a fines de 1872. El rey se encuentra aislado en un país de escasas clases medias, pero rechazó las propuestas de dureza que le hacía Serrano. Abdicó el 11 de febrero de 1873. Ese mismo día, el Senado y el Congreso, reunidos en Asamblea nacional, proclaman la República.

TEXTOS.

1. Proclama de Prim. "Españoles: ¡A las armas, ciudadanos, a las armas!¡Basta ya de sufrimiento. La paciencia de los pueblos tiene su límite en la degradación; y la nación española, que si a veces ha sido infortunada, no ha dejado nunca de ser grande, no puede continuar llorando resignadamente sus prolongados males sin caer en el envilecimiento.

Ha sonado, pues, la hora de la revolución, remedio heroico, es verdad, pero inevitable y urgente cuando la salud de la patria lo reclama..."

2. Manifiesto de la Junta Provincial de Gobierno de Madrid, presidida por Madoz. 29 de septiembre de 1868."Madrileños: Constituida en nombre del pueblo la Junta Provincial de Gobierno, su primer deber es dirigiros la palabra.

La dinastía de los Borbones ha concluído.El fanatismo y la licencia fueron el signo de su vida privada. La ingratitud y la

crueldad han sido el premio otorgado a los que en 1808 defendieron la nación y el trono, y a los que en 1833 salvaron a la hija de Fernando VII. Sufra la ley de espiación; y el pueblo, que tan generoso fue con el padre y con la hija, recobra hoy su soberanía que no puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona como proclamaron las inmortales Cortes de 1812.

El Ejército y la Marina con abnegación sublime, han pensado antes en la patria que en la familia. Desde Cádiz a Santoña ha resonado el grito de Libertad y unas Cortes constituyentes, elegidas por el sufragio universal, decidirán sobre los destinos de la patria.

Hoy, reunidos ante la gravedad solemne de las circunstancias, un considerable número de ciudadanos ha constituido una Junta provisional en tanto que mañana el pueblo de todo Madrid, reunido por barrios y distritos, formulará su voluntad soberana.

No empañemos la alegría del triunfo con ningún desorden que llenaría de júbilo a los enemigos de la libertad. Que todos los vecinos se organicen por distritos y vigilen por que nada manche nuestra gloriosa revolución.

3 En 1868 la AIT había enviado a España al bakuninista Fanelli, mientras que en 1871, Paul Lafargue, yerno de Marx constituía en Madrid el núcleo marxista que dirigió el periódico La Emancipación, formada la Nueva Federación madrileña. En junio de 1870, Primer Congreso de la Federación Regional Española de la Internacional, con 90 delegados que representaron a unos 40.000 afiliados, la mayoría con la impronta libertaria.

En 1872 (V Congreso de la Internacional en La Haya), se consuma la escisión de bakuninistas y marxistas; los primeros seguirán en la Iª Internacional, y los segundos constituirán la IIª Internacional.

En diciembre de 1872 en Córdoba se celebraba el Congreso de la Federación Regional Española (sólo anarquistas). Asistieron 50 delegados que representaban a 42 federaciones locales y 10 uniones de oficio. Debían representar en total a unos 20.000 afiliados.

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¡Viva la soberanía nacional!¡Viva la Marina!¡Viva el Ejército!¡Vivan los generales que le han conducido a la victoria!¡Abajo los Borbones!¡Viva el pueblo soberano!" (Los dos textos en V. Alvarez Villamil y Rodolfo Llopis, La revolución de septiembre. De la emigración al poder, págs. 496-497)

3. Las Cortes de febrero de 1869.- Las elecciones se hicieron en torno a una opción fundamental: monarquía o república

Partido Progresista (160 actas de diputado)Unionistas (80 actas)Republicanos federales (80 actas)Demócratas monárquicos, también llamados "cimbrios" (40 actas)Carlistas (30 actas)Unionistas borbónicos (3 actas)Republicanos unitarios (2 actas)

4. Aspirantes a la corona española en 1870.- a) D. Francisco de Portugal, candidato de demócratas y progresistas. Ex rey de Portugal. Renunció. b) el duque de Montpensier, Antonio de Orleans, cuñado de Isabel II. Candidato de los unionistas y la oligarquía. Vetado por Napoleón III por ser de la rama Orleans, rivales suyos. c) Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II, apoyado por Napoleón III y vetado por los progresistas, etc. d) general Espartero, general Serrano, vetados por Prim. e) Leopoldo de Hohenzollern, candidato de Prim y Sagasta. Rama Singmaringen de la casa prusiana. Hecha pública su candidatura el 6 de julio de 1870, fue el pretexto que eligió Napoleón III para declarar la guerra a Prusia. f) Amadeo de Saboya, candidato de Prim.

5. Votación de las Cortes de 16 de noviembre de 1870

Amadeo de Saboya (191 votos)República federal (60 votos)Montpensier (27 votos)Espartero (8 votos)República unitaria (2 votos)Alfonso de Borbón (2 votos)duquesa de Montpensier (1 voto)En blanco (19 votos)

6. La Constitución de 1869

Art. 3.- Todo detenido será puesto en libertad o entregado a la autoridad judicial dentro de las 24 horas siguientes al acto de la detención (...)Art. 5.- Nadie podrá entrar en el domicilio de un español o extranjero residente en España sin su consentimiento (...).Art. 7.- En ningún caso podrá detenerse ni abrirse por la autoridad gubernativa la correspondencia confiada al correo, ni tampoco detenerse la telegráfica (...).Art. 17.- Tampoco podrá ser privado ningún español: Del derecho de emitir libremente sus ideas y opiniones ya de palabra ya por escrito, valiéndose de la imprenta o de otro procedimiento semejante.

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Del derecho de reunirse pacíficamente.Del derecho de asociarse para todos los fines de la vida humana que no sean

contrarios a la moral pública.Y por último del derecho de dirigir peticiones individual o colectivamente a las

Cortes, al Rey, y a las autoridades.Art. 21.- La Nación española se obliga a mantener el culto y los ministros de la Religión católica.

El ejercicio público o privado de cualquiera otro culto queda garantido a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho.

Si algunos españoles profesaren otra religión que la católica, es aplicable a los mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior.Art. 30.- No será necesaria la previa autorización para procesar ante los tribunales ordinarios a los funcionarios públicos, cualquiera que sea el delito que cometieren (...)Art. 32. La soberanía reside esencialmente en la Nación de la que emanan todos los poderes.Art. 33.- La forma de gobierno de la Nación española es la Monarquía.Art. 34.- La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes.

El Rey sanciona y promulga las leyes.Art. 35.- El poder ejecutivo reside en el Rey, que lo ejerce por medio de sus ministros.Art. 36.- Los tribunales ejercen el poder judicialArt. 38.- Las Cortes se componen de dos cuerpos colegisladores, a saber: Senado y Congreso. Ambos Cuerpos son iguales en facultades, excepto en los casos previstos en la Constitución.Art. 54.- La iniciativa de las leyes corresponde al Rey y a cada uno de los Cuerpos colegisladores.Art. 60.- Los Senadores se elegirán por provincias.

Al efecto cada distrito municipal elegirá por sufragio universal en un número de compromisarios igual a la sexta parte del de concejales que deban componer su ayuntamiento.

Los distritos municipales donde el número de concejales no llegue a seis, elegirán sin embargo un compromisario.

Los compromisarios así elegidos se asociarán a la Diputación provincial respectiva, constituyendo con ella la junta electoral.

Cada una de estas juntas elegirá, a pluralidad absoluta de votos, cuatro Senadores.Art. 65.- El Congreso se compondrá de un Diputado al menos por cada 40.000 almas de población, elegido con arreglo a la ley electoral.Art. 66.- Para ser elegido Diputado se requiere ser español, mayor de edad y gozar de todos los derechos civiles.

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La Primera República (1873)

Ante la inhibición de la derecha, los republicanos federales, que en las elecciones de agosto de 1872 habían obtenido el 20 % de los votos, con 77 diputados (los carlistas se habían abstenido: 80 % de abstención en el País Vasco y Navarra), se hicieron con el control de las Cortes y el gobierno.

Los republicanos estaban escindidos en unitarios y federales. Aquellos preferían una república de orden que mantuviera los principios liberales y estaban apoyados por los radicales. Los federales, con mayor apoyo popular, pretendían una política de cambios profundos: separación de la Iglesia y el estado; configuración de una federación de Estados, supresión de la esclavitud; creación de un ejército voluntario, etc.

Estanislao Figueras es el primer presidente de la República (febrero-marzo); en su gobierno participaban demócratas y radicales. Pi i Margall era ministro de la Gobernación y Salmerón lo era de Gracia y Justicia. El 23 de abril, los radicales intentaron un golpe de fuerza apoyándose en los batallones monárquicos de la Milicia. Mientras, en el norte arreciaron los ataques de los carlistas, en un conflicto armado que había estallado en 1872. El movimiento obrero (los internacionalistas) se mantuvo distante de los republicanos; nadie pensaba en alianzas para defender la República.

La derecha actuaba con sus armas: los títulos de la deuda y las acciones del Banco de España caían en picado en la Bolsa; se produjeron huidas de capitales. El ejército, Guardia Civil, administración central, diplomacia y gobernadores civiles hacen caso omiso al gobierno central.

Pi i Margall (marzo-julio). Impulsa la redacción de una nueva Constitución, que no pasó de proyecto. Estalla la insurrección cantonal provocada por los intransigentes a los que se unen los

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internacionalistas en el sur y levante (huelga general en Alcoy, que se convierte en revolucionaria. Comité de Salud Pública dirigido por el internacionalista Albarracín). Los deseos del presidente de no utilizar la fuerza le llevan a dimitir. Le sucede Nicolás Salmerón (julio-septiembre) y, finalmente, Castelar (septiembre-enero 1874).

Asediada por tres guerras (cantonal, carlista y Caribe), sin apoyo de nadie, ni siquiera el viraje derechista y antifederal de Castelar la salvará. El 4 de enero de 1874, el general Pavía entra a caballo en el Congreso y clausura las Cortes. La República seguirá existiendo legalmente, pero muerta. A su frente, el general Serrano de nuevo. Durante un año más, Serrano, que hizo caso omiso a las libertades democráticas, disolvió la Internacional, persiguió a los republicanos y reestructuró el ejército para hacer frente a la guerra carlista. El temor a los carlistas por un lado y a la revolución por otro, hizo a la oligarquía volver sus ojos hacia los Borbones, y en concreto hacia Alfonso, el hijo de Isabel II.

TEXTOS

Estanislao Figueras i Moragas (Barcelona, 1819-Madrid, 1882). Licenciado en Derecho. Miembro del Partido Progresistas y, más tarde, del Demócrata, fue diputado a Cortes. Después de un breve exilio se incorporó al movimiento revolucionario de 1868 como republicano federal.

Francisco Pi i Margall (Barcelona, 1824-Madrid, 1901), hijo de un obrero textil, estudió Derecho después de pasar por el seminario. Se dedicó al periodismo y trabajó en Madrid como delegado de un banco. Fue diputado por Barcelona como representante del republicanismo federal. En 1877 publicó Las nacionalidades.

Nicolás Salmerón (Almería 1838-Pau, Francia, 1908). Catedrático de Filosofía. Como militante del Partido Demócrata fue miembro de la Junta Revolucionaria de 1868. Dimitió en septiembre de 1873 por negarse a confirmar unas penas de muerte.

Emilio Castelar Ripoll (Cádiz, 1832-San Pedro del Pinatar, Murcia, 1899). Catedrático de Historia.

1. La Constitución de 1873.- "La NACION ESPAÑOLA reunida en Cortes Constituyentes, deseando asegurar la libertad, cumplir la justicia y realizar el fin humano a que está llamada en la civilización, decreta y sanciona el siguiente

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código fundamental: Toda persona encuentra asegurados en la República, sin que ningún poder tenga facultades para cohibirlos, ni ley alguna autoridad para mermarlos, todos los derechos naturales.Art. 1.- Componen la Nación española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongadas. Los Estados podrán conservar las actuales provincias y modificarlas según sus necesidades territoriales.Art. 39.- La forma de gobierno de la Nación española es la República Federal.Art. 40.- En la organización política de la Nación española, todo lo individual es de pura competencia del individuo, todo lo municipal es del municipio, todo lo regional es del Estado y todo lo nacional es de la federación.Art. 41.- Todos los poderes son electivos, movibles y responsables.

2. Cantonalismo y carlismo.- "En junio de 1873, siendo presidente de la Primera República Pi y Margall, estalla el movimiento cantonal. En él concurren la impaciencia de los federales, el federalismo de los internacionalistas, y, en ocasiones, aunque en menor medida, las reivindicaciones sociales del proletariado. Se llegó a temer la proclamación del "Estado de Andalucía". El 7 de julio estallaba la huelga en Alcoy; 5.000 obreros se adueñan de la situación; se queman fábricas y hay asesinatos; muere el alcalde. El 13 de julio Cartagena se proclama "cantón independiente" (Cantón es una palabra tomada del federalismo suizo). Hay una flota en Cartagena que recorre las costas mediterráneas. El movimiento se extiende a Andalucía (...) De fines de julio a enero de 1874 (caída de Cartagena) el ejército se va apoderando sucesivamente de los cantones" (J. Gutierrez, G. Fatás, A. Borderías, Geografía e Historia de España, Ed. Luis Vives, Zaragoza, 1977, pág. 252)3. La Internacional en España.- "En España, la Internacional ha sido fundada como un puro anexo de la sociedad secreta de Bakunin, "La Alianza", a la que debiera servir como una especie de campo de reclutamiento y, al mismo tiempo, de palanca que permita dirigir todo el movimiento proletario. En seguida veréis que su "Alianza" tiende abiertamente en el presente a reducirla Internacional en España a esa misma posición subordinada.

A causa de esa dependencia, las doctrinas especiales de la "Alianza": abolición inmediata del Estado, anarquía, antiautoritarismo, abstención de toda acción política, etc., eran predicadas en España como si fueran las "doctrinas" de la Internacional. Al mismo tiempo, todo miembro importante de la Internacional era inmediatamente recibido en la organización secreta y se le hacía creer que este sistema de dirigir la asociación pública por medio de la sociedad secreta existía en todas partes y era natural" (Informe de Federico Engels al Consejo General de la AIT, el 31 de octubre de 1872)

BIOGRAFÍAS DE LOS PRESIDENTES DE LA PRIMERA REPÚBLICA

ESTANISLAO FIGUERAS Y MORAGAS (1819- 1882)

Fuente: DD.AA.: Enciclopedia de Historia de España, vol IV (Diccionario biográfico). (1991). Madrid: Alianza Editorial. 910 pp.

Nacido en Barcelona el 13 de noviembre de 1819. Licenciado en derecho en 1840, regentó uno de los más importantes bufetes, primero en Tarragona, luego en Madrid. Cultivador de la oratoria y del periodismo, desarrolló unas extraordinarias

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dotes de parlamentario. En 1840 militaba en el Partido Progresista, para colaborar después en la organización del Partido Demócrata. Participó en los movimientos frustrados de 1848. En 1851 fue elegido diputado por Tarragona, representando a las filas del republicanismo; en 1854 fue miembro de la Junta Revolucionaria de Tarragona, y al año siguiente obtuvo el acta de diputado para las Cortes Constituyentes. Diputado igualmente en 1862 y 1865, sufrió la represión ejercida por Narváez en 1867 con un breve exilio, para incorporarse al proceso revolucionario de 1868. Este año fundó el periódico La Igualdad, y al año siguiente lideraba la minoría republicana en Cortes, destacando como hito más importante el debate sobre la forma de Estado: monarquía o república. Diputado a Cortes también durante la monarquía de Amadeo de Saboya, desplegó una prolija labor parlamentaria, representando el programa del republicanismo federal. Al proclamarse la I República el 11 de febrero de 1873, Figueras fue nombrado presidente del poder ejecutivo (según la denominación de aquel momento político), y no presidente de la República, como inexactamente se le ha denominado frecuentemente (toda vez que ese cargo no existiría hasta que se promulgara la nueva constitución). A finales de febrero hubo de formar un nuevo gobierno -tras la intentona de Cristino Martos del día 24-, esta vez integrado exclusivamente por republicanos. Se suele considerar a Pi y Margall como el alma de este gobierno que hubo de enfrentarse a un sinfín de problemas ya endémicos para la l República (Tercera Guerra Carlista; insubordinaciones separatistas, en este caso de Cataluña; indisciplina militar, conspiración monárquica, etc.); dicho gobierno disolvió la Asamblea, convocando Cortes Constituyentes para el 1 de mayo. El 23 de abril Martos, esta vez amparado en el gobernador de Madrid, Estébanez, intentó un nuevo golpe, también abortado por Pi (a la sazón ministro de Gobernación). Al tiempo estallaba el movimiento cantonalista. Las Cortes Constituyentes eligieron el 9 de junio como presidente a Pi y Margall, ocho días después de haber votado la república federal. Figueras huyó a Francia, de donde no tardó en volver, aunque para presenciar los actos postreros de la I República, resultando vanos sus intentos de última hora por unir las diversas tendencias republicanas. En la Restauración, su papel político estuvo ya en un segundo plano, fundando, no obstante, en 1880 el Partido Federal Orgánico, de acuerdo con el exiliado parisino Ruiz Zorrilla. Estanislao Figueras murió en Madrid el 11 de noviembre de 1882. (JAMM y JLIS) (320 p.)

FRANCISCO PI Y MARGALL

Imposible es penetrar en la vida pública y privada de este gran patricio, de este eminente filósofo, de este político consecuente y valeroso, sin sentirse embargado de respeto y admiración al contemplar tanta virtud, tanta energía unidas a un entendimiento y moderación poco comunes. Escasas peripecias ofrece la historia política del ilustre diputado republicano; y esto se concibe en un país donde la modestia es don rarísimo, y donde el estrépito y el aparato, y la propia alabanza y los manejos más o menos lícitos son condición necesaria de popularidad y suceso. Pero en toda ella palpita un vivísimo interés, el interés de las luchas de partido despojadas de toda ambición personal y mezquina, elevadas a la noble esfera de los principios y de la ciencia política; de toda esta vida de recogimiento y de estudio, de actividad y de sacrificios por una idea, se desprende cierto aroma de serenidad, de honradez y abnegación que atrae y fascina a un mismo tiempo. No es el Sr. Pi solamente un hombre de partido; es el tipo leal y caballeresco del hombre público, sacerdote de la verdad, amante de la justicia, severo sin ser intolerante, enemigo irreconciliable del engaño y de la apostasía; es, en una palabra, ejemplo vivo, clarísimo espejo en que debe

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contemplarse la juventud española de nuestros días que con titánico aliento aspira a la regeneración moral y política de la patria.

Nació Pi en Barcelona, el 23 de Abril de 1824. Aunque de escasos bienes de fortuna, sus padres no vacilaron en dedicarlo a una carrera literaria: tan brillantes y precoces eran las disposiciones que para el estudio manifestaba el joven Pi.

Empezó la carrera de abogado en la universidad de Barcelona, a los diez y siete años de edad, después de haber hecho sus estudios de filosofía con notable aprovechamiento, y la concluyó en la misma universidad el año de 1847, cuando contaba apenas veinte y cuatro.

En 1841 había escrito su primer libro titulado La España pintoresca, obra ilustrada de la que no se publicó más que el tomo referente a la provincia de Cataluña.

En Marzo de 1847 pasó a Madrid sin haber tomado el título de licenciado en jurisprudencia. Resuelto a vivir de las letras, por cuyo ejercicio sentía invencible vocación, empezó escribiendo artículos de artes en el periódico El Renacimiento, y revistas de teatros en El Correo, y en muy poco tiempo adquirió una reputación envidiable entre los literatos de la corte.

Conocido ya ventajosamente y estimado en la república de las letras, recibió proposiciones para continuar los Recuerdos y Bellezas de España, obra importante suspendida por la muerte de su primer autor D. Pablo Piferrer. Concluyó el tomo segundo de Cataluña, y para escribir los de Granada y Sevilla, visitó con detención todas las provincias de [171] Andalucía en los años de 1849, 50 y 51, haciendo un estudio concienzudo y minucioso de los monumentos históricos y de las obras de arte en que abundan aquellas ricas y bellísimas provincias. En este viaje artístico el carácter de Pi acabó de formarse, adquiriendo esa delicadeza de sentimiento, ese buen gusto que ha constituido después el fondo de su estilo revistiendo y dulcificando las más ásperas cuestiones y las fórmulas más enérgicas y atrevidas.

En 1851 publicó Pi su obra famosa la Historia de la pintura, donde al hacer la crítica de la edad media, envolvió en ella naturalmente la crítica del cristianismo y expuso con franqueza de filósofo, hasta entonces no usada en España, sus opiniones filosóficas y religiosas. Habíase publicado el libro en condiciones de lujo y a un precio elevado, que obligó al editor a dirigirse a personas de cierta posición social, entre otras a todos los obispos y arzobispos de España. ¡Cuál no fue la sorpresa de estos prelados, cuando al cabo de algún tiempo y cerca ya de terminarse el primer tomo, echaron de ver la tendencia y el pensamiento de la obra! El espanto y la indignación del clero fue indescriptible, exhalándose en quejas, en anatemas y excomuniones que de todos los puntos de España llovieron sobre el Sr. Pi, obligándole a suspender inmediatamente la publicación que dio por terminada en el primer tomo: y ya era tiempo, porque Bravo Murillo, que a la sazón ocupaba el ministerio, instado por los obispos, se apresuró a ordenar que se recogiese y denunciase la obra; pero el término fijado por la ley para la denuncia había ya transcurrido, y no hubo lugar a formación de causa.

La algazara promovida por esta especie de cruzada contra una idea, colocó a Pi en una situación excepcional y dificultosa, obligándole a separarse de la redacción de los Recuerdos y Bellezas de España.

Emprendió en 1852 una obra titulada: ¿Qué es la economía política? ¿Qué debe ser? Pero el fiscal de imprenta mandó recoger la primera entrega, y no fue posible proseguirla.

Afiliado desde 1849 en el partido democrático, había tomado una parte activa en todos los trabajos de su partido anteriores a 1854, y al estallar el movimiento

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revolucionario de aquel año, movimiento incoloro y sin bandera política, quiso dar una al pueblo. Al efecto publicó una hoja con el título de El Eco de la Revolución. Esta hoja, notable por más de un concepto, documento histórico de importancia por el momento en que apareció y por las doctrinas que en él se sostienen, merece ser conocido del público.

AL PUEBLO.

«Pueblo: Después de once años de esclavitud has roto al fin con noble y fiero orgullo tus cadenas. Este triunfo no lo debes a ningún partido, no lo debes al ejercito, no lo debes al oro ni a las armas de los que tantas veces se han arrogado el título de ser tus defensores y caudillos. Este triunfo lo debes a tus propias fuerzas, a tu patriotismo, a tu arrojo, a ese valor con que desde tus frágiles barricadas has envuelto en un torbellino de fuego las bayonetas, los caballos y los cañones de tus enemigos. Helos allí rotos, avergonzados, encerrados en sus castillos, temiendo justamente que te vengues de su perfidia, de sus traiciones, de su infame alevosía.

Tuyo es el triunfo, pueblo, y tuyos han de ser los frutos de esa revolución, ante la cual quedan oscurecidas las glorias del Siete de Julio y el Dos de Mayo. Sobre ti, y exclusivamente sobre ti, pesan las cargas del Estado; tú eres el que en los alquileres de tus pobres viviendas pagas con usura al propietario la contribución de inmuebles, tú el que en el vino que bebes y en el pan que comes satisfaces la contribución sobre consumos, tú. el que con tus desgraciados hijos llenas las filas de ese ejército destinado por una impía disciplina a combatir contra ti y a derramar tu sangre. ¡Pobre e infortunado pueblo! no sueltes las armas hasta que no se te garantice una reforma completa y radical en el sistema tributario, y sobre todo en el modo de exigir la contribución de sangre, negro borrón de la civilización moderna, que no puede tardar en desaparecer de la superficie de la tierra.

Tú, que eres el que más trabajas, ¿no eres acaso el que más sufres? ¿Qué haría sin ti esa turba de nobles, de propietarios, de parásitos que insultan de continuo tu miseria con sus espléndidos trenes, sus ruidosos festines y sus opíparos banquetes? Ellos son, sin embargo, los que gozan de los beneficios de tu trabajo, ellos los que te miran con desprecio, ellos los que, salvo cuando les inspiran venganzas y odios personales, se muestran siempre dispuestos a remachar los hierros que te oprimen. Para ellos son todos los derechos, para ti todos los deberes; para ellos los honores, para ti las cargas. No puedes manifestar tu opinión por escrito, como ellos, porque no tienes seis mil duros para depositar en el Banco de San Fernando; no puedes elegir los concejales ni los diputados de tu patria, porque no disfrutas, como ellos, de renta, ni pagas una contribución directa que puedas cargar luego sobre otros ciudadanos; eres al fin, por no disponer de capital alguno, un verdadero paria de la sociedad, un verdadero esclavo.

¿Has de continuar así después del glorioso triunfo que acabas de obtener con el solo auxilio de tus propias armas? Tú, que eres el que trabajas; tú, que eres el que haces las revoluciones; tú, que eres el que redimes con tu sangre las libertades patrias; tú, que eres el que cubres todas las atenciones del Estado, [172] ¿no eres por lo menos tan acreedor como el que más a intervenir en el gobierno de la nación, en el gobierno de ti mismo? O proclamas el principio del Sufragio Universal, o conspiras contra tu propia dignidad, cavando desde hoy con tus propias manos la fosa en que han de venir a sepultarse tus conquistadas libertades. Acabas de consignar de una manera tan brillante como sangrienta tu soberanía; y ¿la habías de abdicar momentos después de haberla consignado? Proclama el Sufragio Universal, pide y exige una libertad amplia y completa. Que no haya en adelante traba alguna para el pensamiento, compresión alguna para la conciencia, limite alguno para la libertad de enseñar, de reunirte, de asociarte. Toda traba a esas libertades es un principio de tiranía, una causa de retroceso, un arma terrible para tus constantes o infatigables enemigos. Recuerda cómo se ha ido realizando la reacción por que has pasado: medidas represivas, que parecían en un principio insignificantes, te han conducido al borde del absolutismo, de una teocracia absurda, de un espantoso precipicio. Afuera toda traba, afuera toda condición; una libertad condicional no es una libertad, es una esclavitud modificada y engañosa.

¿Depende acaso de ti que tengas capitales? ¿Cómo puede ser, pues, el capital base y motivo de derechos que son inherentes a la calidad de hombre, que nacen con el hombre mismo? Todo hombre que tiene uso de razón es, solo por ser tal, elector y elegible; todo hombre que tiene uso de razón es, solo por ser tal, soberano en toda la extensión de la palabra. Puede pensar libremente, escribir libremente, enseñar libremente, hablar libremente de lo humano y lo divino, reunirse libremente; y el que de cualquier modo coarte esta libertad, es un tirano. La libertad no tiene por límite sino la dignidad misma del hombre y los preceptos escritos en tu frente y en tu corazón por el dedo de la naturaleza. Todo otro límite es arbitrario, y como tal, despótico y absurdo.

La fatalidad de las cosas quiere que no podamos aun destruir del todo la tiranía del capital; arranquémosle por de pronto cuando menos esos inicuos privilegios y ese monopolio político con que se presenta armado desde hace tantos años; arranquémosle ese derecho de cargar en cabeza ajena los gravámenes que sobre él imponen, solo aparentemente, los gobiernos. Que no se exija censo para el ejercicio de ninguna libertad, que baste ser hombre para ser completamente libre.

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No puedes ser del todo libre mientras estés a merced del capitalista y del empresario, mientras dependa de ellos que trabajes o no trabajes, mientras los productos de tus manos no tengan un valor siempre y en todo tiempo cambiable y aceptable, mientras no encuentres abiertas de continuo cajas de crédito para el libre ejercicio de tu industria; mas esa esclavitud es ahora por de pronto indestructible, esa completa libertad económica es por ahora irrealizable. Ten confianza y espera en la marcha de las ideas: esa libertad ha de llegar, y llegará cuanto antes sin que tengas necesidad de verter de nuevo la sangre con que has regado el árbol de las libertades públicas.

¡Pueblo! Llevas hoy armas y tienes en tu propia mano tus destinos. Asegura de una vez para siempre el triunfo de la libertad, pide para ello garantías. No confíes en esa ni en otra persona; derriba de sus inmerecidos altares a todos tus antiguos ídolos.

Tu primera y más sólida garantía son tus propias armas; exige el armamento universal del pueblo. Tus demás garantías son, no las personas, sino las instituciones; exige la convocación de Cortes Constituyentes elegidas por el voto de todos los ciudadanos sin distinción ninguna, es decir, por el Sufragio Universal. La Constitución del año 37 y la del año 12 son insuficientes para los adelantos de la época; a los hombres del año 34 no les puede convenir sino una Constitución formulada y escrita según las ideas y las opiniones del año en que vivimos. ¿Qué adelantamos con que se nos conceda la libertad de imprenta consignada en la Constitución del 37? Esta libertad está consignada en la Constitución del 37 con sujeción a leyes especiales, que cada gobierno escribe conforme a sus intereses, y a su más o menos embozada tiranía. Esta libertad no se extiende, además, a materias religiosas. ¿Es así la libertad de imprenta una verdad o una mentira?

La libertad de imprenta, como la de conciencia, la de enseñanza, la de reunión, la de asociación y todas las demás libertades, ya os lo hemos dicho, para ser una verdad deben ser amplias, completas, sin trabas de ninguna clase.

¡Vivan, pues, las libertades individuales, pueblo de valientes! ¡Viva la Milicia Nacional! ¡Vivan las Cortes Constituyentes! ¡Viva el Sufragio Universal! ¡Viva la reforma radical del sistema tributario.»

«Pueblo de Madrid: Has sido verdaderamente un pueblo de héroes. La España entera te saluda llena de entusiasmo y entreteje coronas para tus banderas. Si hoy se levantaran de sus sepulcros los esforzados varones del Siete de Julio y el Dos de Mayo ¡con qué orgullo diría cada cual: «¡Estos son mis hijos! Habéis oscurecido las glorias de vuestros padres, defensores del Diez y siete y del Diez y ocho.» ¿Qué ejército ha de bastar ya para venceros? ¡Alerta, sin embargo, pueblo! ¡Que no sean infructuosos tus esfuerzos! ¡Que no sea infructuosa la sangre que has vertido! ¡Unión y energía, y sobre todo serenidad! ¡No te dejes cegar por tu propio entusiasmo! ¡No te dejes llevar de nuevo por tus viejos ídolos! ¡En las instituciones, en las cosas debes fijar tu amor, no en las personas, cuyas mejores intenciones tuerce no pocas veces el egoísmo, la preocupación y la ignorancia! ¡Recuerda cuantas veces has sido engañado, villanamente vendido! ¡Mira por tu propia conservación, sé cauto, [173] sé prudente! ?De ti depende en este momento la suerte de toda la nación, destinada tal vez a cambiar la faz de Europa, contribuyendo a romper los hierros de los demás pueblos Un chispazo produce no pocas veces un incendio; ¡qué no podrá producir tu noble y generoso ejemplo!

—Hoy el pueblo prosigue con mayor actividad que nunca la construcción de barricadas. La tropa permanece impasible en sus baluartes y cuarteles. Hay una tregua completa; pero no tranquilidad ni confianza. La actitud del pueblo es como debe ser, imponente. Ir ganando terreno es su deber mientras la tropa no se entregue y fraternice con el pueblo, de que ha salido. ¿Hasta cuándo querrá ensañarse el soldado contra un paisanaje a que ha pertenecido, y a cuyo seno ha de volver más o menos tarde?

Se nos ha hablado de jefes, sobre todo del arma de artillería, que están en favor de las ideas más adelantadas: ¿cómo no se han pasado ya al ejército del pueblo? Hace dos días era excusable su apatía; hoy es ya criminal, sobre todo cuando de su adhesión a la santa causa que se defiende, depende tal vez el término de los sangrientos conflictos que hace dos días tienen lugar entre el ejército y el pueblo.

—Casi en todas las ciudades se han pronunciado a la vez pueblo y ejército: ¿de qué dependerá que no haya sucedido así en esta corte? Una sola palabra de una mujer bastaba para ahorrar centenares de víctimas; esta sola palabra ha sido pronunciada, pero muy tarde. ¿Ha de agradecerla el pueblo? El pueblo no la ha obtenido, la ha arrancado a fuerza de armas y de sangre. El pueblo no debe agradecer nada a nadie. El pueblo se lo debe todo a sí mismo.

—¿Cuándo va a entrar Espartero? ¿Cuándo O'Donnell y Dulce? Espartero no puede entrar a constituir un ministerio sino bajo las condiciones escritas en las banderas de las barricadas. Dulce es progresista, y no puede oponerse, si quiere ser consecuente a sus principios, a la voluntad del pueblo armado; O'Donnell, en una especie de proclama fechada en Manzanares, se ha manifestado dispuesto a secundar los esfuerzos de las entonces futuras juntas de gobierno. ¿Llenarán todos su misión? ¿Cumplirán todos su deber y su palabra? El pueblo debe estar preparado a todas las eventualidades, y no dormir un solo momento sobre sus laureles. ¡Alerta, pueblo de Madrid, alerta!

—Se ha entregado la guardia del Principal; el pueblo ha recibido con entusiasmo a los soldados.

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—Siguen aun apoderados de los Consejos los municipales, que están, como nunca, cometiendo asesinatos, disparando alevosamente entre las tablillas de las celosías contra todo paisano armado o desarmado que asoma por la plaza inmediata o por la calle del Sacramento. ¿Será posible que después del triunfo se conserve un solo momento esa infame guardia municipal?

—El general San Miguel ha sido nombrado capitán general de Madrid y ministro de la Guerra. ¿Cómo se concibe que siga aun el fuego en la plazuela de los Consejos?

—Huesca se ha pronunciado y ha constituido una Junta de gobierno, en cuyo programa, abiertamente democrático, viene consignado el principio salvador del Sufragio Universal. Toledo tiene también una Junta de gobierno democrática. ¡Pueblo de Madrid, aprende y obra! »

Pues bien, esta manifestación franca de sus opiniones, este noble intento de dar una solución al problema revolucionario salvando la libertad amenazada, valió a Pi el ser preso y encarcelado en virtud de orden expedida por una junta popular que se había establecido en la calle de Jardines. La prisión fue momentánea, pero se mandó recoger la hoja y se impidió su circulación.

El nombre de Pi, tan conocido ya en las letras como en la política, fue llevado en alas de una merecida reputación hasta su país natal, y la culta y liberal Barcelona, sensible siempre a la gloria de sus hijos, le propuso para diputado a Cortes en las Constituyentes de 1854. Quedó para segundas elecciones, teniendo por adversario a D. Juan Prim, y fue vencido por un número insignificante de votos.

Empezó en 1855 su obra más importante, La reacción y la revolución, viéndose también obligado a suspenderla en el primer tomo por no querer consentir en una injusta y arbitraria exigencia de la autoridad. Advirtióle el fiscal de imprenta que debía someter el segundo tomo, que trataba de materias religiosas, a la censura del ordinario, y él, no pudiendo admitir una excepcional jurisprudencia, depresiva de su libertad, prefirió abandonar la publicación, con grave perjuicio de sus intereses.

Se consagró entonces a dar lecciones de política y de economía. En su modesta habitación de la calle del. Desengaño, reuníase lo más ardiente, lo más entusiasta, lo más puro de la juventud democrática, de esa juventud que ha constituido después la fibra del partido republicano. Cada día era mayor la concurrencia, llegando hasta el punto de ocupar los pasillos, la antesala y hasta una parte de la escalera; allí se confundían en común aspiración el estudioso escolar y el honrado y laborioso artesano, con el artista inteligente y el aplicado literato, todos silenciosos, todos recogidos y pendientes de los labios de aquel repúblico virtuoso, que se consagraba con tanta abnegación a propagar las ideas fundamentales de una doctrina y formaba de este modo el núcleo más poderoso de su partido. Aquellas reuniones tan tranquilas, aquellas [174] conferencias donde se trataban todas las cuestiones desde un punto de vista elevado y general, y siempre en tono mesurado y digno, no duraron sin embargo más que algunas semanas; fueron prohibidas de orden de la autoridad.

En el mismo año de 1855 empezó a publicar la revista política y literaria La Razón, colaborando con él los Sres. Gómez Marín, Canalejas, Moraita y otros jóvenes tan ilustrados como estos. Dejóse de publicar la revista después del golpe de Estado de 1856.

En Agosto del mismo año trasladóse Pi a Vergara, patria de su esposa, buscando algún descanso a la vida activa y agitada que había llevado en Madrid durante el bienio e imposibilitado como se hallaba de sostener sus opiniones en la prensa, a consecuencia de la política de represión seguida por el gobierno de aquella época. Desde Vergara escribió numerosos e importantes artículos para El Museo Universal, que se publicaron sin firma por considerarlos peligrosos los editores.

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Volvió a Madrid en Julio de 1857 y entró de redactor en La Discusión, dando a este periódico una actitud enérgica y resuelta que le faltaba tiempo hacía por causas que no es del caso referir. Llovían recogidas y denuncias, siendo La Discusión el blanco de las iras del gobierno, que se había propuesto al parecer acabar con el periódico. Esta y otras consideraciones análogas decidieron a Pi a retirarse de la redacción, donde su nombre era objeto de continua alarma para el poder.

Publicó por aquel mismo tiempo artículos sobre diversas materias en La América y en la Revista de Ambos Continentes.

En 1859, después de retirarse de La Discusión, tomó el grado de licenciado en jurisprudencia y abrió su despacho de abogado. Desde entonces, apartado del periodismo, pero no de la política, pues jamás ha negado sus consejos ni su cooperación al partido de que es uno de los más dignos jefes, dedicóse con perseverancia a los trabajos de su profesión, conquistando en poco tiempo una regular clientela y un nombre respetable en el foro de Madrid.

Entró nuevamente en La Discusión, como director, en 1864; pero cuestiones interiores del partido republicano le determinaron a resignar este cargo a los seis meses.

Las persecuciones que siguieron a la revolución vencida en Junio de 1866, alcanzaron también a Pi y Margall, que había tomado no poca parte en aquellos sucesos. En la noche del 2 de Agosto la policía invadió su domicilio; pero, avisado a tiempo, pudo escaparse y salió para París el 6 del mismo mes.

Establecido en aquella gran capital, asiento y refugio de casi toda la emigración española, se consagró Pi al estudio con el ardor y entusiasmo que constituye el fondo de su carácter, viviendo del producto de algunos trabajos literarios y correspondencias para periódicos americanos. En política sostuvo siempre la integridad de la doctrina republicana, siendo de los pocos que se opusieron constantemente a toda transacción ni alianza con los partidos monárquicos.

Convencido de que la situación creada en Setiembre de 1868 no podía dar nunca por resultado el triunfo de sus ideas, se mantuvo en París hasta que, elegido por Barcelona diputado a las Cortes Constituyentes, aceptó el mandato y vino a tomar asiento en la Asamblea, saliendo de París el 8 de Febrero de 1869.'

Entre la minoría republicana ocupa uno de los primeros puestos, el puesto a que lo hace merecedor la superioridad de su entendimiento, su instrucción vastísima y los servicios prestados a su partido. A sus ya conocidas dotes de estadista, reúne hoy la no menos preciada de orador parlamentario, de fácil y elegante elocución, de castiza palabra, de severa lógica y pura y elevada doctrina. Así lo patentizó en un brillante discurso de contestación al ministro de Hacienda cuando el debate sobre el voto de gracias al Gobierno provisional.

Por otra parte, las prendas personales de Pi le han granjeado el respeto y la consideración de todos los partidos. Su amable trato, su conversación amena e instructiva, su modestia casi exagerada, si no fuera natural en él, y su honradez catoniana, lo hacen merecedor de la estimación y el cariño de todo español, sea cualquiera el partido a que pertenezca.

"Con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí

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misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae la conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia. Saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria."

Emilio Castelar. Diario de Sesiones, 12-II-1873

"La Asamblea nacional reasume todos los poderes, y declara como forma de gobierno de la nación la República, dejando a las Cortes constituyentes la organización de esta forma de gobierno."

Proposición firmada por Pi y Margall, Nicolás Salmerón,Francisco Salmerón, Figueras, Molina y Fernández de las CuevasDISCURSO pronunciado por el Sr. Pi y Margall en el banquete celebrado en el Café de Oriente en conmemoración del décimo octavo aniversario de la proclamación de la República:

Queridos correligionarios: No basta que conmemoremos la República de 1873; es preciso que nos sirva de lección y enseñanza. Si incurriéramos mañana en los mismos errores que entonces, recogeríamos los mismos frutos: la República pasaría otra vez sobre la nación como una tempestad de verano. Recordemos, recordemos aquellos días.

El día 11 de Febrero de 1873 ocurrieron en España gravísimos acontecimientos. Un rey, dos años antes elegido por las Cortes, reconociéndose impotente para resistir al oleaje de los partidos, abdicó por sí y por sus hijos. Reuniéronse en una sola Asamblea el Congreso y el Senado, admitieron la renuncia del rey, le despidieron cortésmente y proclamaron la República.

¿Vino la República oportunamente? No; vino a deshora. Habría venido oportunamente si la hubiesen establecido las Cortes de 1869; vino cuando, fatigada la nación por cinco años de luchas, estaba más sedienta de reposo que de nuevos ensayos; vino cuando ardía la guerra civil en el Norte de España y en la isla de Cuba; vino cuando estaba exhausto el Tesoro, tan exhausto, que los radicales habían debido ya suspender el pago regular de los intereses de la deuda. El Gobierno de la naciente República no pudo cumplir las promesas que en la. oposición había hecho: no pudo ni reducir el ejército, ni abolir las quintas, ni disminuir los gastos que iba agravando la guerra. Esto, por de pronto, acredita que no son siempre beneficiosos los cambios ni aun para los que más los anhelan.

Para colmo de mal, el primer gobierno que se creó se componía de federales y de progresistas, de progresistas que eran ayer ministros del rey y hoy ministros de la República. Podrán ser buenas las coaliciones para destruir; para construir, conozco por propia experiencia, que son detestables. Perdíamos el tiempo en cuestiones frívolas, pasábamos a veces horas discutiendo si a tal o cual provincia habíamos de mandar un gobernador federal ó un gobernador progresista. Esto, por lo menos, prueba que no son siempre buenas ni aceptables las coaliciones.

Los progresistas obraron con nosotros de mala fe. Trece días después de proclamada la República promovían una crisis en el seno del Gabinete. Fundábanla en que el Gobierno, por la heterogeneidad de sus elementos, no podía obrar con la rapidez que las circunstancias exigían y en que nosotros no habíamos determinado los límites de nuestro federalismo. En vano les decíamos que, no a nosotros, sino a las futuras Cortes Constituyentes correspondía marcarlos; insistían en llevar la crisis á las Cortes, diciendo hipócritamente que no podía menos de resolvérsela en nuestro favor puesto que era racional y lógico que rigieran la República los republicanos.

Tan hipócritamente hablaban, que al otro día encontramos invadido el ministerio de la Gobernación por cuatrocientos guardias civiles, el palacio del Congreso ocupado por uno ó dos batallones de línea, las cancelas del vestíbulo guardadas por centinelas con la bayoneta en la boca de los fusiles. Por la noche, calladamente, habían nombrado á Moriones general en jefe de Castilla y destituido á los coroneles en que creyeron ver un obstáculo para sus inicuos planes. Hiciéronlo todo de acuerdo con el Presidente de la Asamblea, que se creyó revestido de una autoridad superior á la del Gobierno.

Vencimos, pero vencimos, gracias por una parte, á su cobardía, gracias por otra al vigor de los ministros federales, á la actitud del pueblo de Madrid, a la lealtad de Córdoba, que no dejó de estar nunca a nuestro lado. Constituyóse aquel día un Gobierno casi homogéneo; pero el mal estaba hecho. Se soliviantaron las pasiones populares y hubo en ciudades de importancia conatos de rebelión que no pudo reprimir el Gobierno sin gastar parte de sus fuerzas. Despechados los progresistas, se aliaron por otro lado con los conservadores y se fueron el 23 de Abril á la plaza de Toros con toda la milicia de la monarquía. Aquel

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complot era algo más serio que el anterior, ya que en él estaba comprometida gran parte del ejército, y generales corno Balmaseda y el duque de la Torre.

Vencimos también, disolvimos la Comisión permanente de la Asamblea y convocamos apresuradamente nuevas Cortes creyendo encontrar en ellas el medio de salvar y consolidar la República. Nos enseñaron y os enseñan hoy todas estas deslealtades cuán poco hay que fiar de los que se adhieren hoy a las instituciones que ayer combatían.

En las Cortes no hallamos, desgraciadamente, lo que esperábamos. Culpa fue, en parte, del Gobierno, que, después de haber dirigido á las Cortes un mensaje en que daba razón de su conducta, dimitió sin esperar á que se aprobasen ó desaprobasen sus actos y se negaron sus más importantes hombres á formar parte del nuevo Poder Ejecutivo. Aquellos hombres servían de freno á la ambición de sus correligionarios; caídos, faltó el freno y las ambiciones se desataron con inaudita furia.

Hubo un mal mayor, y en él debéis fijaros particularmente á fin de que conozcáis el daño que produce en los partidos la discordia. Antes de la proclamación de la República estábamos divididos los federales en dos bandos: los benévolos y los intransigentes: los que creíamos que el curso natural de los sucesos nos llevaba á la República, y los que para conseguirla más pronto querían forzar la marcha de los acontecimientos. Después de proclamada la República, aquella división carecía de motivo. Los dos bandos reaparecieron, sin embargo, en las Cortes y se hicieron la más cruda guerra. Sin que los separara cuestión alguna de principios, discutían acaloradamente, y se combatían como si fuesen los más encarnizados enemigos. esta obcecación y aquel error del Gobierno fueron causas que trajeron de continuo perturbada la Asamblea e hicieron inestable y movediza la suerte de los Gobiernos. Aprended lo que son las discordias que en la oposición se engendran. Se fueron acalorando las pasiones, se llegó á creer que los ministros retardaban de intento la constitución federal del país, y surgió el cantonalismo, otra guerra civil sobre la de D. Carlos y la de Cuba. Por la reacción que á toda acción sucede, cayó entonces el Gobierno en otro error más grave: entregó á generales enemigos las fuerzas de la República. Se buscó á los ordenancistas, á los que no habían sido amigos de sublevaciones ni de pronunciamientos, considerando que habían de ser escudo de la legalidad y no volver nunca sus armas contra las instituciones. ¡Ay! Cuando ocurrió el fatal golpe del 3 de Enero, todos aquellos generales se apresuraron a poner su espada al servicio de los dictadores.

Nuestra caída después del golpe del 3 de Enero no pudo ser más honda. No sólo perdimos el poder y la influencia ganada en muchos años; hombres importantes del partido se separaron de nosotros renegando de las ideas federales que con tanto ardor habían defendido en la prensa, en la tribuna, en el seno de las grandes muchedumbres. Vinieron en cambio á decidirse por la República los progresistas, que no quisieron seguir á Sagasta por el camino de la restauración borbónica; pero, no por nuestra República, si no por esa república unitaria que, como tantas veces os he dicho, no es más que una de las fases de la monarquía. Ganó la República en número, no en fuerzas, que no las da la división en dos distintos campos. Parecía natural que por lo menos progresistas y posibilistas formaran un solo partido. En los principios fundamentales, y aun en los procedimientos para después del triunfo, ambos coincidían. No sucedió así; constituyeron dos partidos, porque los unos querían llegar por la evolución y otros por la revolución á la República.

Los federales también nos dividimos. Nosotros sosteníamos y seguimos sosteniendo que no hay federación donde no se afirma la unidad de la nación por el libre consentimiento de las regiones y la unidad de las regiones por la libre voluntad de los municipios, y otros consideraron hasta sacrílego suponer que necesitase de afirmación una nacionalidad que dicen obra de los siglos. Esta división es posible que sea mucho más profunda: no hemos podido arrancar nunca de nuestros adversarios si entienden que de la nación emanan todos los poderes, incluso los regionales y los municipales, ó si creen, como nosotros, que las regiones y los municipios son por derecho propio tan autónomas como la nación misma, y de ellos emanan, por lo tanto, sus poderes.

Recientemente, por causas que no creo de necesidad recordaros, han venido aproximándose á nosotros hombres importantes del partido progresista, tal vez los de mayor importancia. Apellídanse federales, y proclaman con nosotros la autonomía de los municipios y de las regiones. han constituido estos hombres la agrupación centralista, y por de pronto han tenido la fortuna de concentrar y reunir fuerzas desparramadas que, lejos de dar vigor, debilitaban á los partidos de la República. ¿Habría sido en nosotros prudente alejarlos ni mirarlos con desvío? ¿No teníamos, por lo contrario, el deber de ofrecerles nuestra amistad, y aun de procurar que más ó menos tarde llegáramos á fundirnos en un solo cuerpo? Yo estuve siempre por la formación de grandes partidos, primeramente por la fuerza que consigo llevan, luego porque imposibilitan el desarrollo de desatentadas y locas ambiciones y dan á cada cual el puesto que le corresponde según sus virtudes y sus talentos.

Yo, advertidlo bien, no he de consentir jamás la abdicación de ninguno de los principios que constituyen nuestro dogma. Si entre los centralistas y nosotros los principios son o llegan a ser idénticos, tendré á gran fortuna que ellos y nosotros constituyéramos un solo partido; si algo nos separa, y es más lo que nos une, celebraré todavía estar con ellos en cordial inteligencia. La autonomía política, administrativa y económica de los municipios y las regiones, ¿no seria acaso vínculo suficiente para que estuviéramos cordialmente unidos?

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Inteligencia la quiero yo también con los demás partidos republicanos. Discutamos todos de buena fe nuestras respectivas ideas, busquemos las razones que les sirvan de fundamento, veamos por serios debates si podemos llegar a común convicción, ya que no en todos, en los más de nuestros principios. ¿Perderemos algo en estas discusiones? Del choque de contrarias ideas brota la luz para los entendimientos.

No se trata ya de discutir en la prensa ni en la tribuna, sino en los campos de batalla, dicen algunos republicanos. Cansado estoy de repetir que no creo que por las vías legales pueda llegarse á la República. Por el Parlamento no se llega aquí ni siquiera á un mal cambio de Gabinete. No hay posibilidad de llegar por estos caminos á mudanza alguna, ínterin los gobiernos, para conseguir el triunfo de sus candidatos, no vacilen en recurrir á la coacción y la violencia. ¿Quiere decir esto que hayamos de fiar a la sola fuerza de las armas el triunfo de la República? Si así es, ¿por qué escribimos periódicos? ¿Por qué celebramos reuniones públicas? ¿Por qué nos asociarnos públicamente y no vacilamos en hablar bajo el receloso oído de los delegados del Gobierno? ¿Por qué hemos acudido hoy á las urnas v acudían antes los correligionarios de muchas ciudades para conseguir cargos concejiles y diputaciones de provincia? Si de la sola fuerza debemos esperar el poder, están vetados para nosotros todos estos medios de propaganda.

Si somos verdaderos revolucionarios, no debernos alardear de tales ni en casinos, ni en clubs, ni en lugares públicos. Debemos preparar las revoluciones en lugares donde no nos oigan ni nos vean nuestros enemigos. ¿Qué significa estar constantemente con la revolución en los labios y no en las manos? ¿Qué significa amenazar siempre para no dar nunca, prometer lo que no se ha de cumplir, fascinar al pueblo con ilusiones que ha de ver mañana desvanecidas? ¿Es esto de hombres serios?, ¿es de hombres dignos?

Las revoluciones, las verdaderas revoluciones, las trae, más que la voluntad de los hombres, el curso de los acontecimientos. Lucharon los progresistas del año 1843 al 1854 y nunca vencieron. ¿Quién vino a facilitarles el triunfo? Uno de sus capitales enemigos, el general O'Donnell. Lucharon del año 56 al 68, y siempre fueron vencidos. ¿Quién les facilitó la victoria? Topete, que había sido ministro de Narváez; Serrano, que ya el año 44 los había abandonado. Y cuenta que del 1843 al 1854 habían tenido á su frente los progresistas un general como Espartero, que había forzado el puente de Luchana y puesto fin á una guerra en los campos de Vergara, y del 56 al 58 un general como Prim, que ejercía grande influencia en el ejército por sus legendarias proezas en las costas de Africa.

Pueden venir acontecimientos como los del año 54 y el año 68, y para cuando lleguen bueno es que viváis apercibidos; mas es impropio de hombres hacer en todo tiempo y sazón alarde de revolucionarios. Los que tal hacen me producen el efecto de esas mujeres perdidas que hablan constantemente de una honradez que no tienen.

Tened fe en las ideas, propagadlas y difundidlas hasta que constituyan el ambiente que respiramos los españoles. Os hablan de que la propaganda está hecha. Ved lo que ha sucedido en las elecciones. Hemos triunfado en las ciudades populosas, cuando no material, moralmente. Los que nos han perdido son esos pueblos rurales a que no ha llegado aún la voz de nuestros correligionarios, pueblos tan ignorantes como débiles, que doblan sumisos la cabeza á los caciques y á los agentes del Gobierno. Ya saben lo que han hecho los que los han adscrito á las ciudades y á los grandes centros fabriles: por sus votos, dados ó malamente repartidos, han contrarrestado los de las ciudades.

Propagad las ideas, difundidlas y, si verdaderamente deseáis el triunfo de la República, sed disciplinados, no promováis nunca entre vosotros la discordia. Dirigid vuestros ataques á los enemigos, no á los amigos ni á los que estén en las lindes de vuestro campo. Para todo fin inmediato y concreto no vaciléis en aceptar ó buscar el apoyo de los demás republicanos. Huid sólo de las coaliciones permanentes.

Las coaliciones permanentes, os lo he dicho repetidas veces, no sirven sino para enervar á los partidos que las forman. ¿Lo dudáis? Ved lo que ha sido esa que llamaron coalición de la prensa y tomó después el pomposo nombre de Asamblea nacional republicana. Os prometió que os traería pronto la República: ¿os la ha traído? Decía que se bastaba sola para vencer á nuestros enemigos: ¿los ha vencido? Observad ahora la conducta de los pocos federales que con ella fueron: ¿han roto lanzas como antes por la federación que nosotros defendemos? ¿Los habéis visto en vuestros meetings salir á la defensa de nuestros principios? ¿Publican en sus periódicos nuestros discursos ni nuestros acuerdos? ¡Oh, no! Toda su labor consiste en manchar de lodo la frente de los federales.

Ya los habéis visto en las últimas elecciones. Ellos, que se llamaban coalicionistas por excelencia, fueron los únicos que se negaron á coligarse con nosotros para batir á la monarquía en su propia corte. Huid, sí; huid de esas vergonzosas coaliciones. Coaligaos para hacer algo que las circunstancias demanden, no para convertir la coalición en una sociedad de aplausos mutuos.

Conseguido el fin de la coalición, la coalición debe deshacerse á fin de que cada partido recobre la libertad de que necesita para la defensa de sus particulares principios. La hicimos para las elecciones: con las elecciones ha concluido. Trabajemos ahora todos con fe y con decisión por nuestras doctrinas, y llegaremos al deseado triunfo de la República. La monarquía tiene extenuadas sus fuerzas: no puede salir de Cánovas y de Sagasta. Cuando quiere constituir un ministerio como el de Martínez Campos ó el de

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Posada Herrera, tiene ministerio por tres meses; sólo con Cánovas ó con Sagasta lo tiene por años.No es impacientéis: como tengáis prudencia y decisión, llegaréis á la suspirada meta.

Francisco Pi y Margall. El Nuevo Régimen (semanario federal). Madrid, 11 de Febrero de 1891

Nació en Barcelona, un 23 de Abril de 1824, en el seno de una familia obrera, pues su padre se ganaba la vida trabajando en la industria textil como tejedor. Se supone que ya en los primeros años de la niñez apuntaría inteligencia y afición al estudio, motivo por el cual sus padres le ingresaron en el seminario a la edad de siete años. Entonces, como hasta hace pocas décadas, la única manera que tenían las gentes humildes de intentar que sus hijos tuvieran estudios era intentando que los admitiesen en los seminarios: latín y teología. Tras su paso por el seminario, y a la edad de diecisiete años, Francisco Pí y Margall accedió a la Universidad de Barcelona, donde completó sus estudios de Filosofía, y a los veinticuatro años había terminado la carrera de Derecho. Su acumulación de saberes era ya entonces enorme, destacando sus profundos conocimientos en temas tan dispares como la lógica y la astronomía, la filosofía y la física y las matemáticas, aparte del derecho y la filosofía. Además del latín y el griego, leía directamente del francés, el inglés y el italiano, y años más tarde, del alemán. Resaltan sus biógrafos que el adolescente Pí y Margall se costeaba los estudios y ayudaba a su familia dando clases particulares.

Se afirma que ya en su primera juventud se daba a escribir versos y obras de teatro, y en 1841, con 17 años, publicó su primer libro. Se trataba del primer tomo, y el único que se imprimió, de la obra “La España Pintoresca”; este primer volumen escrito por Pí estaba dedicado a Cataluña. Hay que suponer que también le tocaría vivir y padecer las sublevaciones que tuvieron lugar en Barcelona a finales de 1842 y en 1843, en las que la ciudad fue sañudamente cañoneada desde la fortaleza de Montjuich y, posteriormente, objeto de una dura y reiterada represión.

En 1847 se marchó a Madrid, quizás con la pretensión de vivir de la literatura y desarrollar su pasión por el Arte y la crítica artística. Empezó colaborando como meritorio en el periódico artístico “El Renacimiento”. Poco tiempo después, consiguió pasar al diario “El Correo”, periódico político promovido por el asturiano Escosura. En esta publicación le encargaron, ya con derecho a paga, de la crítica teatral, lo que enseguida le proporcionó cierta fama en los ambientes literarios madrileños. Pero este periódico tuvo que dejar de publicarse poco después y, según parece, el motivo fue la publicación del primer artículo político de Pí y Margall. Son los tiempos de la dictadura de Narváez.

Sin trabajo y sin ingresos, consiguió un puesto en la sucursal madrileña de una casa de banca catalana. Inició entonces Pí un estudio a fondo de las operaciones bancarias y bursátiles y de la economía en general, materia esta última en la que, con el paso de los años, sería un consumado especialista. En este empleo ya tuvo ocasión de probar una de las virtudes que más le caracterizarían: la honradez. Tiempo más tarde, recibió la proposición de continuar la obra “Recuerdos y Bellezas de España”, iniciada en 1839 por Pablo Piferrer y que estaba paralizada desde la muerte de éste. Francisco Pí y Margall tomó el relevo y concluyó el tomo segundo dedicado a Cataluña. Durante los años 1849 a 1851 viajó en numerosas ocasiones por Andalucía para estudiar los monumentos y obras de arte de esa región. Fruto de esa ardua labor de investigación fueron los tomos dedicados a Granada y Sevilla.

Como consecuencia lógica de sus ideas y de su atracción por el activismo político, Pí se afilió en 1849 al Partido Democrático que acababa de ser fundado por los disidentes de izquierda del partido progresista de Espartero. Confluyeron en el

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nuevo partido junto con el democratismo radical, el republicanismo conspirativo de las sociedades secretas y el socialismo pre-internacionalista. Se unió, pues, Pí a Nicolás María Rivero, que era diputado en Cortes, a José Mª Orense, a Fernando Garrido y Sixto Cámara, a Ordax Avecilla, que también era diputado...

En 1851 publicó su “Historia de la Pintura”, libro que le iba a traer grandes complicaciones. Al hacer la crítica de la pintura medieval, Pí y Margall incluyó en un apartado una referencia al cristianismo con sus opiniones acerca de la religión. Se encontró con el famoso “con la Iglesia hemos topado...” Ocurrió, además, que como la publicación era de lujo y coste elevado, el editor se había dirigido a las personas acaudaladas y, entre ellas, a las altas dignidades del clero. En fin, que, como es fácil de suponer, llovieron sobre Pí y Margall más anatemas y excomuniones que sobre Salman Rushdie. Se suspendió la publicación en el primer tomo, que aún así se pudo distribuir y vender. Los obispos y arzobispos presionaron de tal manera sobre el gobierno que Bravo Murillo tuvo que ordenar la recogida de la obra. Pí y el editor se libraron de los tribunales porque la denuncia interpuesta no fue admitida por estar fuera de plazo. Por supuesto, Pí y Margall tuvo que abandonar la redacción de “Recuerdos y Bellezas de España” y renunciar a la publicación de todo el material que tenía preparado. Sus artículos en los periódicos tuvieron que aparecer con seudónimo y todos los rayos de la reacción cayeron otra vez sobre su cabeza cuando ese mismo año de 1851 publicó sus “Estudios sobre la Edad Media”, obra que fue prohibida también por la iglesia católica española.

Por esas mismas fechas inició su colaboración en la “Enciclopedia de Legislación y Jurisprudencia” con una serie de trabajos especializados. Recopiló y reseñó la obra de Juan P. de Mairena y escribió el prólogo para la colección Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra. En 1852 inició su obra titulada: “¿Qué es la economía política? ¿Qué debe ser?” No pudo concluirla porque el fiscal ordenó el secuestro de la primera entrega.

En el agitado año de 1854, Pí era ya uno de los miembros más activos del Partido Democrático, formando en su ala izquierda, socializante y proletaria, que encabezaban Sixto Cámara y Fernando Garrido, frente al sector de los Orense y Rivero. Por eso, cuando estallaron los movimientos insurreccionales de ese año de 1854, que en cierta medida se pueden definir como meros ajustes de cuentas entre las facciones del régimen isabelino, Pí y Margall es el agitador, el revolucionario que trata de orientar y guiar al pueblo que defiende las barricadas de Madrid hacia la toma del poder. Publicó una hoja volandera, “El eco de la Revolución”, donde se  pide el armamento general del pueblo y la convocatoria de Cortes Constituyentes por sufragio universal que estableciesen la libertad de imprenta, la de conciencia, la de enseñanza, la de reunión, la de asociación...  Demasiado avanzado para la época, no puede sorprendernos que, a pesar de la derrota de los gubernamentales, Pí y Margall fuera detenido y permaneciera algún tiempo en prisión.

Estamos en el bienio progresista del gobierno Espartero-O’Donnel, y el pueblo de Barcelona propone a Pi y Margall como candidato a diputado en las Constituyentes de ese año de 1854, mas no saldrá elegido. En la segunda vuelta, por pocos votos de diferencia, fue derrotado por el general Prim, miembro del partido Progresista.

En 1855 escribió una de sus obras más famosas: “La reacción y la revolución”. Solamente pudo publicar el primer tomo. El segundo, en el que Pí abordaba la cuestión religiosa, consideró el fiscal que debía de ser sometido a la censura eclesiástica antes de su publicación. Pí y Margall no aceptó semejante

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injerencia clerical ni la excepcionalidad jurídica que la amparaba,  por lo que dicho tomo no se pudo publicar. Ese mismo año editó la revista política y literaria La Razón, que contó con colaboradores tan importantes como Canalejas. Se publicó esta revista hasta el golpe de estado de O’Donnel del año siguiente, cuando Pí y Margall tuvo que retirarse a Vergara, de donde era natural su esposa, Petra Arsuaga.

Durante el año de 1955 y hasta su marcha a Vergara, Pí y Margall había comenzado a dar lecciones de política y economía en una habitación de la calle Desengaño. La afluencia de jóvenes de todas clases, de obreros y de intelectuales se fue haciendo en poco tiempo tan numerosa que llenaban pasillos y escalera. En estas lecciones y en estas conferencias, hasta que el gobierno las prohibió, se empezó a formar el embrión del futuro partido republicano.

Durante su estancia de diez meses en Vergara, retraído de todo activismo político, Pí y Margall envió numerosos artículos para el periódico El Museo Universal. Todos ellos tuvieron que ser publicados con seudónimo.

En  Julio de 1857, Rivero le reclamó desde Madrid. Regresó Pi a la capital y entró de redactor en La Discusión, iniciando desde sus páginas grandes polémicas que no solo acrecentarían su renombre, sino que también influirían de forma notable en el devenir del Partido Democrático. La Discusión pasó entonces a ser objeto de encarnizada persecución por el aparato gubernamental. El radicalismo de Pi y, sobre todo, su apoyo a los derechos del trabajador y a sus incipientes asociaciones de defensa le llevó a entrar en polémica con destacados miembros de su propio partido, los llamados “individualistas”, que formaban lo que se podría denominar como el ala derecha. Finalmente, todo ello le obligó a abandonar la redacción de La Discusión, manteniendo sus colaboraciones en otras publicaciones como La América y la Revue des deux mondes, al mismo tiempo que seguía divulgando sus ideas políticas y económicas por medio de conferencias  en ateneos y casinos.

Durante ese período, Pí aprovechó para obtener el doctorado, abrir bufete y ejercer como abogado, siempre en Madrid. Volcado totalmente en su labor profesional, su despacho adquirió pronto un renombre y una clientela que le permitieron sostenerse económicamente.En 1864 volvió nuevamente a La Discusión; esta vez, como director. Terció personalmente en la nueva polémica que dividía las filas democráticas a propósito de si se podían considerar compatibles con la democracia o no las teorías socialistas. Frente a la postura de José Mª Orense que se negaba a admitir como demócratas a los socialistas, Pí promovió la conocida como “Declaración de los treinta”, en la que los treinta dirigentes del Partido Democrático que la firmaban declaraban que había que considerar como demócrata a cualquier persona que defendiera las libertades individuales, el sufragio universal y los demás principios que constituían el programa democrático, independientemente de las opiniones que tuviesen en materias filosóficas, económicas o sociales. A los seis meses, Pí cesaba como director.

Estamos en 1866 y Pí y Margall, que ronda los cuarenta dos años de edad, va a conocer el exilio por motivos políticos. Los sucesivos fracasos de las insurrecciones promovidas por Prim para obligar a Isabel II a llamar al gobierno a los progresistas, culminaron en la sublevación del cuartel de San Gil y el fusilamiento de decenas de sargentos de ese cuartel. Narváez, desde el gobierno, desató la consiguiente represión generalizada. La mayoría de los demócratas y de los progresistas tuvieron que escapar a Francia para sentirse a salvo. En la noche del día dos de Agosto la policía asaltaba le vivienda de Pí y Margall.

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Afortunadamente, alguien le había avisado poco antes y tuvo tiempo para escapar y evitar su detención. Permaneció escondido unos días hasta que pudo iniciar la huida a Francia y llegar a París.

En París, donde se habían refugiado la mayoría de los exiliados españoles, Francisco Pí y Margall consiguió sobrevivir gracias a las colaboraciones literarias en periódicos hispanoamericanos. Amplió sus conocimientos con cursos en La Sorbona e inició el estudio sistemático y la traducción al castellano de las principales obras de Proudhon. Generalmente se acepta que es en el “El principio federativo”, obra de este economista e ideólogo francés fallecido en1865, donde Pí encontró la base sobre la que construir y desarrollar su teoría federal con la que completar el proyecto republicano para España. Pero algunos especialistas afirman que las ideas básicas del federalismo pimargalliano ya aparecían bosquejadas en escritos y obras suyas cronológicamente anteriores a la de Proudhon.  Y fue en París donde Pí consiguió convencer a sus compañeros de partido y de exilio: Castelar , Garrido, Orense..., para que aceptasen los principios del republicanismo federal. Recordemos aquí que Emilio Castelar había sido condenado, en rebeldía, a garrote vil.

Septiembre de 1868. El almirante Topete subleva a la Escuadra en Cádiz, Prim se incorpora desde Gibraltar y llegan para adherirse los generales confinados en Canarias. Las guarniciones se van sumando a la sublevación y Prim, a bordo de la fragata Zaragoza, va ganando para la revolución, una tras otra, todas las capitales costeras del litoral mediterráneo. Dimite el dictador González Bravo y la reina Isabel II nombra presidente del gobierno al general José Gutiérrez de la Concha. El ejército realista que manda el general Pavía es derrotado en la batalla del puente de Alcolea por las fuerzas a las órdenes del general Serrano. El 30 de Septiembre Isabel II y su corte salen de San Sebastián y cruzan la frontera francesa.Sin embargo, Francisco Pí y Margall no regresó a España y prolongó voluntariamente su exilio parisino. Desconfiaba de los generales y pensaba que el nuevo régimen tampoco iba a acometer las reformas fundamentales que el país necesitaba. Sabía que la mayoría de los generales y almirantes triunfantes solamente pretendían sustituir en el trono a Isabel II por su hermana Luisa Fernanda, y en Pí fue siempre una constante en su actividad política la negativa a colaborar con los partidos monárquicos. 

El Gobierno provisional estableció las libertades fundamentales y el 18 de Diciembre, por primera vez en España, se celebraron unas elecciones municipales por sufragio universal, y en Enero, las de diputados a Cortes.

El Partido Democrático se escindió en dos: Rivero, Martos y Becerra, partidarios de la colaboración con las otras fuerzas para la instauración de un monarquía democrática; y, por otro lado, los Orense, Castelar, García López, Pierrard y otros, resueltamente a favor del régimen republicano y federal. Pí y Margall, sin haber participado en la campaña electoral, fue uno de los 85 republicanos que obtuvo el acta de diputado.

El 8 de Febrero de 1869 tomó el tren en París de regreso a España. Participó activamente en los debates parlamentarios y se convirtió en uno de los elementos más destacados de minoría republicana.

Cuatro meses más tarde, con 214 votos a favor y 55 en contra, se aprobó la constitución, democrática pero monárquica: ¡y a buscar por el mundo un rey para España!

Los dirigentes republicanos, Pí y Margall entre ellos, viajaron por toda España pronunciando discursos contra la restauración monárquica y en pro de la república federal. En la primavera de 1869 se firmaron los pactos entre los

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comités federales de distintas provincias y regiones. Días después, Pí convocó a los representantes de esos pactos a la firma del gran pacto nacional, firma que tuvo lugar en Madrid el 30 de Junio. Prim trató en vano de atraer a los republicanos.

Ofreció a Castelar y a Pí los ministerios de Fomento y Hacienda, pero no consiguió que los aceptasen. El gobierno veía en los republicanos al enemigo que se insurreccionaba por todas partes. Cuando se abrieron las Cortes el uno de Octubre, Pí y Margall, junto con Castelar, Orense y Figueras tomaron la palabra y no solamente no condenaron los levantamientos en provincias de sus correligionarios, sino que acusaron al gobierno de Prim de deslizarse hacia la dictadura. Finalizada su intervención, se levantaron y abandonaron el hemiciclo. Cuatro días después, el gobierno suspendía las garantías constitucionales. Los parapoliciales de “La Partida de la porra” se dedicaban a asesinar y apalear, a reventar mítines y a asaltar las redacciones de los periódicos opositores.

Pi y Margall asumió la dirección del partido al frente de un directorio y en circunstancias sumamente desfavorables. Tuvo que hacer frente a la escisión por la derecha de los republicanos unitarios que dirigía García Ruiz, y a la oposición de izquierdas, mayoritaria en las provincias. En este año de 1870, el gobierno de Prim ofreció el trono de España a las siguientes personas: Fernando de Portugal, Amadeo de Saboya, al duque de Génova, a distintos príncipes de Dinamarca, Noruega, Suecia y Rusia, a un príncipe de la casa Hohenzollern y al general Espartero. Había, además, otros candidatos de las facciones políticas disidentes o minoritarias: Carlos VII, Alfonso de Borbón y  los duques de Montpensier. El 16 de Noviembre votaron los diputados:191 a favor de Amadeo de Saboya, 60 por la República federal, 27 por el duque de Montpensier, 8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón, 1 por la República y 1 por la duquesa de Montpensier; hubo 19 papeletas en blanco. El 27 de Diciembre se produjo el atentado que le costó la vida Prim. Amadeo de Saboya llegó a Cartagena y tuvo que retrasar su entrada a Madrid para que no coincidiese su proclamación como rey con el funeral de Prim. En un teatro de Madrid se estrenaba la obra titulada: “Macarroni I”.

Los dos años de reinado de Amadeo se caracterizaron por el creciente enfrentamiento político entre los dirigentes de las distintas fuerzas que habían promovido su acceso al trono. Corrupciones electorales y económicas, sublevaciones en provincias, un atentado, devaneos amorosos que se tienen que tapar con millones de pesetas extraídos ilegalmente del presupuesto, todo desembocó, con el plante de los artilleros que el gobierno no quiso tolerar haciendo de detonante, en la renuncia de Amadeo al trono. Son años difíciles para Pí y Margall. La situación política le coloca en una posición centrista dentro de un partido que por sus propias características no puede tener una dirección central y efectiva. Pí no aprueba las insurrecciones porque existe libertad política, pero suscribe sus demandas; defiende los derechos de las secciones de la Internacional obrera, pero las organizaciones obreras desconfían de él y le regatean su apoyo; mantiene sus diferencias con el sector “benevolente” de los Castelar y Orense, pero tiene que maniobrar para evitar que se deslicen más hacia la derecha... Y todo ello sin olvidar la cotidiana tarea en las Cortes de oposición a los gobiernos de Amadeo I.

El 11 de Febrero de 1873, oficial ya la renuncia de Amadeo al trono, las Cortes, sin un respeto escrupuloso del procedimiento constitucional, proclamaron la República.Al igual que sesenta años después, podría afirmarse que la República no la traen los republicanos sino las circunstancias y los manejos de los jefes de los partidos que antes habían colocado a Amadeo en el trono. El

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partido republicano federal estaba dividido y desmoralizado, falto de credibilidad. Seguían las quintas y los consumos, persistía el caciquismo electoral, no había mejorado la situación de los obreros y de los jornaleros... En el primer gobierno republicano presidido por el federal Estanislao Figueras, en el que hay cuatro ministros radicales que lo han sido también en la monarquía de Amadeo, Pí se encargó del ministerio de Gobernación. Si bien es cierto que en la primera reunión del gobierno propuso la celebración inmediata de elecciones municipales y a diputaciones provinciales, lo que no fue aceptado, también lo es que otra de sus primeras actuaciones fue telegrafiar a todos los gobernadores civiles pidiendo que disolviesen las juntas revolucionarias que se hubieran formado y ordenasen la reposición de  ayuntamientos y diputaciones.  Los republicanos federales además de divididos, estaban solos. Tenían enfrente a toda la derecha formada por los generales y dirigentes que habían provocado la revolución de Septiembre de 1868, y a los radicales, que también conspiraban con ellos; el ejército estaba indisciplinado, las milicias sin organizar, los carlistas en guerra, la economía en quiebra...El 22 de marzo la Asamblea quedó disuelta según lo previsto, funcionando una comisión permanente hasta la celebración de las elecciones de diputados para Cortes Constituyentes previstas para el 15 de Mayo. Pero esa comisión permanente se dedicó a conspirar contra el gobierno y el 23 de Abril se produjo el intento de golpe de estado que encabezó el alcalde de Madrid. Como antes el de Martos, todo se desbarató gracias a la enérgica actuación de Francisco Pí y Margall, entonces presidente interino del gobierno, pues Figueras estaba profundamente afectado por la muerte de su mujer en esos días. Firmó Pí el decreto de disolución de esa comisión permanente y destituyó a Pavía, capitán general de Madrid. Las elecciones se celebraron con una limpieza nunca vista antes, gracias a la firme voluntad de Pí desde el ministerio de Gobernación para que así fuera. Sin embargo, no se pudo impedir la gran abstención, mayor del cincuenta por ciento, promovida por las fuerzas reaccionarias del país y acrecida con la guerra carlista. Los federales obtuvieron 343 actas, 20 los radicales, 7 los conservadores y 3 los alfonsinos.

Reunidas las cortes constituyentes, el once de Junio, tras la huida a Francia de Estanislao Figueras y no sin fuerte tensión y encono entre la propia representación federal, fue elegido presidente de la República Francisco Pí y Margall tras no pocas peripecias. En su programa de gobierno figuraban las siguientes propuestas: restablecimiento de la disciplina en el ejército, suspensión temporal de las garantías constitucionales, separación de la Iglesia y el Estado, enseñanza gratuita y obligatoria, abolición de la esclavitud en Cuba (había sido aprobada su abolición en Puerto Rico, proyecto de ley elaborado en las Cortes de Amadeo), extensión de todas las libertades y derechos a las provincias de ultramar, jurados mixtos de trabajadores y empresarios, prohibición del trabajo de los niños menores de doce años, reducción de la jornada laboral a nueve horas, acceso de los jornaleros a la propiedad de la tierra... Es decir, un programa que en muchos aspectos quedaría pendiente y tendría que ser reformulado sesenta años después.

En medio del creciente descontento popular, con la Hacienda española en una situación crítica; con una guerra en el Norte y otra en Cuba; con motines y sublevaciones por doquier: Vicálvaro, Aranjuez, Sagunto, Alcoy, Madrid...; dimisiones de ministros, minorías de diputados intransigentes que en su oposición al gobierno llegaron a abandonar el hemiciclo; con capitales de provincia y hasta regiones enteras que se declaraban independientes...; con la mayoría de las Cortes en contra, el 18 de Julio de 1873, Pi y Margall presentó la dimisión del gobierno de la nación. Un día antes se había presentado a las Cortes el proyecto de constitución federal.

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Sometida a votación la designación de presidente del gobierno, Francisco Pí y Margall obtuvo 93 votos, frente a los 119 de Nicolás Salmerón. El nuevo presidente, abogado y catedrático de Filosofía de la Universidad Central, había formado parte del primer gobierno republicano al frente de la cartera de Gracia y Justicia. En el nuevo gobierno, Salmerón mantuvo en los tres ministerios clave: Guerra, Hacienda y Gobernación, a los tres ministros del presidido por Pí.  El 19 de Julio, ante el pleno de las Cortes, al que se habían reintegrado los diputados de la izquierda, expuso Salmerón su programa de gobierno.

Tras su etapa como presidente y ministro de la gobernación, no solamente la honradez de Pí quedó fuera de toda duda, sino que se comprobó que apenas había gastado nada de los fondos secretos del ministerio. Siempre se negó a cobrar la cesantía que como ministro y presidente le correspondía.

Salmerón, a su vez, presentó la dimisión el 5 de Septiembre por no querer autorizar la ejecución de ocho soldados condenados a pena de muerte. Le sucedió en la presidencia del ejecutivo Emilio Castelar, hasta entonces presidente de las Cortes. Castelar venció al otro candidato a la presidencia del gobierno, Pi y Margall, por 133 votos contra 67. Nicolás Salmerón fue, a su vez, elegido presidente de las Cortes.

En la madrugada del día 3 de Enero de 1874 estaban las Cortes reunidas votando un nuevo presidente que sustituyera a Emilio Castelar. Dio entonces el golpe de estado del general Pavía, que en un primer momento ofreció la presidencia del gobierno al dimitido Castelar, que la rechazó sin contemplaciones. El general Pavía era partidario de los llamados republicanos unitarios y en Diciembre le había propuesto a Castelar que mantuviera suspendidas por tiempo indefinido las actividades de las Cortes. Formó gobierno el general Serrano. el Termidor al bonapartismo.

Tras el golpe de Pavía, Pi y Margall tuvo que abandonar forzosamente la política activa. Dedicó su tiempo a preparar un libro en el que quedasen recogidas tanto su actuación política en el tiempo que duró el régimen republicano como sus ideas. Este libro recibiría el título de “La República de 1873” y sería prohibido por las autoridades. En Mayo de ese año de 1874, Pi y Margall fue víctima de un atentado en su propia casa, del que afortunadamente salió indemne. El autor fue un clérigo, el párroco del pueblo manchego de Poblete, que le disparó dos tiros de pistola y se suicidó acto seguido. Poco se sabe de la represión que siguió al golpe de Pavía y de la que tuvo lugar en los primeros años de la restauración. El propio Pí y Margall fue detenido y conducido a una prisión andaluza, donde permaneció no mucho tiempo.

En esos años que siguieron a la entronización de Alfonso XII, Pí y Margall retornó a la profesión de abogado y sustituyó el imposible activismo político por el trabajo intelectual.Publicó la obra titulada “Joyas literarias” y, en 1876, ”Las Nacionalidades”, sin duda, su obra más famosa, en la que desarrolló todas sus ideas sobre el federalismo y el estado federal. En 1878 sacó a la luz los primeros capítulos de su “Historia general de América”. Otras obras suyas son: “La Federación”; “Las luchas de nuestros días”; “Primeros diálogos”; “Amadeo de Saboya”; “Estudios sobre la Edad Media” y “Observaciones sobre el carácter de D. Juan Tenorio”.

Hasta 1890 no empezaron a reorganizarse las fuerzas republicanas. Fue entonces cuando Pí fundó el partido republicano que llamará “federal pactista”,diferenciándolo del “republicano progresista” y del “federal orgánico”. El programa político del partido republicano federal elaborado por Pí fue

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aprobado, junto con el proyecto de constitución federal, en el congreso celebrado en Zaragoza en 1883. Elegido diputado a Cortes en 1886 por acumulación de votos en diferentes distritos electorales, Pí y Margall acudió pocas veces al Congreso y rara vez hizo uso de la palabra. En 1891 fue elegido diputado por Barcelona y por Valencia, tomando el acta de Barcelona, siendo el jefe de la minoría republicana en el Congreso. Redactó el programa del partido federal que se aprobó en 1894. Lo acertado de su crítica a los gobiernos y al régimen y el cumplimiento de sus previsiones quedó patente en el conflicto con Cuba y la guerra con Estados Unidos. Pi y Margall fue el único en defender primero la autonomía y, más tarde, la independencia de Cuba, y se opuso resueltamente a la guerra con Estados Unidos. Su acertada labor quedó reconocida en las elecciones de 1899, donde salió diputado por dos distritos y fue el candidato que sacó mayor número de votos, volviendo a obtener el acta de diputado en las siguientes elecciones.

A pesar de su avanzada edad, hizo numerosos viajes de propaganda política y, en 1890, fundó y dirigió el periódico El Nuevo Régimen, órgano oficial del partido federal, escribiendo artículos y ayudando a confeccionar cada uno de sus números. Con lucidez, tenacidad y coherencia se mantuvo en el activismo político hasta el último instante de su vida. Defendió su ideario republicano y federal contra viento y marea. Destacó como historiador, periodista, crítico de arte, filósofo y economista. Dio ejemplo de honradez y su vida privada estuvo marcada por la sencillez y discreción.

Murió en su casa de Madrid, a las seis de la tarde del 29 de Noviembre de 1901. Tenía setenta y siete años.

Francisco Pi y Margall fue el político español más importante del siglo XIX.

NICOLÁS SALMERÓN ALONSO 1837-1908 .

Catedrático de Metafísica y político español, que ocupó en 1873, durante mes y medio, la presidencia de la República española.

Nació en Alhama la Seca (Almería), el 10 de abril de 1837 –en 1932, inicios de la Segunda República, se cambió en su honor incluso el nombre del pueblo: Alhama de Salmerón–. Su padre era médico, y su hermano mayor el jurista y político español Francisco Salmerón (1822-1878). Estudió el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Almería (fundado en 1845, perteneció Salmerón a la

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primera promoción del Instituto que hoy lleva su nombre). En Granada cursó Derecho y Filosofía y Letras, siendo condiscípulo de Francisco Giner de los Ríos. En Madrid sufrió la influencia del krausismo a través de Julián Sanz del Río, que fue profesor suyo. En 1858 era profesor de Filosofía en el Instituto San lsidro de Madrid, y al año siguiente fue designado profesor auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. En 1863 ganó por oposición la cátedra de Historia Universal de la Universidad de Oviedo, a la que renunció, obteniendo el 13 de julio de 1869 la cátedra de Metafísica de la universidad madrileña. Sus artículos en los periódicos La Discusión y La Democracia le dieron renombre, y en 1867 fue detenido por sus actividades revolucionarias dentro del Partido Demócrata, junto a Pi y Margall, Figueras y Orense, sufriendo cinco meses de cárcel. Durante el sexenio democrático (1868-1874) fue uno de los adalides del republicanismo (a pesar de las discrepancias doctrinales que tenía con el federalismo de Pi y Margall). Diputado por Badajoz en 1871, cuando las ocupaciones políticas se lo impedían era sustituido en la cátedra de Metafísica por Urbano González Serrano, su discípulo más cercano.

Al proclamarse en 1873 la República se le nombró Ministro de Gracia y Justicia con Estanislao Figueras. Intentó reformar el sistema judicial y establecer una legislación laica. Sucedió a Francisco Pi y Margall en la presidencia de la República, que desempeñó del 18 de julio al 7 de septiembre de 1873. Por entonces se generalizaron las sublevaciones cantonalistas (Málaga, Sevilla, Cádiz, Cartagena...), que combatió con energía, viéndose obligado a pactar con los militares antifederalistas y finalmente a dimitir, cuando no llevaba todavía dos meses en la presidencia, para no seguir cediendo a las exigencias de los conservadores: en su monumento funerario se recuerda que dimitió por no firmar unas sentencias de muerte, dictadas para restablecer la disciplina del ejército. Durante su presidencia su hermano Francisco ocupó la presidencia de las Cortes. El 9 de septiembre fue elegido presidente del Congreso y, desde ese puesto, inició una dura campaña contra Emilio Castelar, que le sucedió como presidente de la que le sucedió como presidente de la República, y del que se había enemistado a raíz de la provisión que éste había hecho de las sedes vacantes en numerosos obispados. Por este enconado enfrentamiento, en la noche del 3 de enero de 1874 se negó a dar un voto de confianza al gobierno de Emilio Castelar, por lo que triunfó el golpe de estado del general Pavía, y Salmerón se desprestigió como político al precipitar el final de la República. Vuelto a la cátedra en 1874, contamos con un curioso testimonio de entonces del Salmerón profesor (por el que, además, Salmerón habría sido el responsable del fructífero encuentro que se produjo en Valladolid entre Marcelino Menéndez Pelayo y Gumersindo Laverde). Escribe Menéndez Pelayo a su amigo Antonio Rubio en 30 de mayo de 1874, sin haber cumplido los dieciocho años (EMP 1-104):

«Hoy, mi queridísimo Antonio, estoy lleno de temores y sobresaltos. Figúrate que el Sr. D. Nicolás Salmerón y Alonso, ex-presidente del Poder Ejecutivo de la ex-República Española y catedrático de Metafisica en esta Universidad, entra el día pasado en su cátedra y después de limpiarse el sudor, meter la cabeza entre las manos y dar un fuerte resoplido, pronuncia las siguientes palabras, que textualmente transcribo, sin comentarios ni aclaraciones: 'Yo (el ser que soy, el ser racional finito) tengo con Vds. relaciones interiores y relaciones exteriores. Bajo el aspecto de las interiores relaciones, nos unimos bajo la superior unidad de la ciencia, yo soy maestro y Vds. son discípulos. Si pasamos á las relaciones exteriores, la Sociedad exige de Vds. una prueba; yo he de ser examinador, Vds. examinandos. Tengo que hacerles a Vds. dos advertencias, oficial la una, la otra oficiosa. Comencemos por la segunda. Como amigo, debo advertirles a Vds. que es inútil que se presenten a exámen, porque estoy determinado a no aprobar a nadie, que haya cursado conmigo menos de dos años. No basta un curso, ni tampoco veinte para aprender la Metafísica. Todavía no han llegado Vds. a tocar los umbrales del templo de la ciencia. Sin embargo, por si hay alguno que ose presentarse a examen, debo advertirle oficialmente que el examen consistirá en lo siguiente: 1º Desarrollo del interior contenido de una capital cuestión en la Metafísica dada y puesta, cuestión que Vds. podrán elegir libremente. 2º Preguntas sobre la Lógica subjetiva. 3º Exposición del concepto, plan, método y relaciones de una particular ciencia filosófica, dentro y debajo de la total unidad de la Una y Toda Ciencia'. Como nos quedaríamos todos al oír semejantes anuncios, puedes

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figurártelo, considerando que Salmerón no nos ha enseñado una palabra de Metafísica, ni de Lógica subjetiva, ni mucho menos de ninguna particular ciencia (como él dice), pues en todo el año no ha hecho otra cosa que exponernos la recóndita verdad de que la Metafísica es algo y algo que a la Ciencia toca y pertenece, añadiendo otras cosas tan admirables y nuevas como esta, sobre el conocer, el pensar, el conocimiento que (palabras textuales) 'es un todo de esencial y substantiva composición de dos todos en uno, quedando ambos en su propia sustantividad, o más claro, el medio en que lo subjetivo y lo objetivo comulgan' y explicando en estos términos la conciencia, como medio y fuente de conocimiento. 'Yo me sé de mí (¡horrible solecismo!) como lo uno y todo que yo soy, en la total unidad e integridad de mi ser, antes y sobre toda última, individual, concreta determinación en estado, dentro y debajo de los límites que condicionan a la humanidad en el tiempo y en el espacio'. En tales cosas ha invertido el curso y ahora quiere exigirnos lo que ni nos enseñó ni nosotros hemos podido aprender. Esto te dará muestra de lo que son los Krausistas, de cuyas manos quiera Dios que te veas siempre libre. Por lo tanto he determinado examinarme aquí de Estudios críticos sobre Aut. Griegos e Historia de España, y después al paso que voy a Santander, me detengo en Valladolid y me examino allí de Metafísica, librándome así de las garras de Salmerón.»

El mismo día explica a sus padres sus propósitos de no examinarse con Salmerón y de hacerlo en Valladolid, de paso hacia Santander (EMP 1-106): «Tú no comprenderás algunas de estas cosas, porque no conoces a Salmerón ni sabes que el krausismo es una especie de masonería en la que los unos se protegen a los otros, y el que una vez entra, tarde o nunca sale. No creas que esto son tonterías ni extravagancias; esto es cosa sabida por todo el mundo.»

Tras el golpe militar (del general Martínez Campos, en Sagunto, 29 diciembre 1874) que liquidó la República y proclamó la restauración borbónica, Salmerón, como otros profesores, fue desposeído de su cátedra (Real Orden de 17 de junio de 1875, revocada en 1881), exiliándose en París, donde colaboró estrechamente con Manuel Ruiz Zorrilla y participó en la fundación del Partido Republicano progresista.

En 1876 escribió Nicolás Salmerón el Prólogo a una de las dos ediciones que se publicaron ese año en español del libro de Juan Guillermo Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia (en traducción directa del inglés por Augusto T. de Arcimís). Ese prólogo apareció también publicado en la Revista de España (julio-agosto de 1876), y fue contestado por Menéndez Pelayo en el contexto de la «polémica» sobre la ciencia española que estaba organizando Gumersindo Laverde.

Regresó a España en 1884, al ser amnistiado y haber ya recuperado su cátedra. Elegido diputado en 1886 por el Partido Progresista, se convirtió en el adalid de la minoría republicana en el congreso. En 1887 fundó el Partido Centralista. Fue cofundador del diario La Justicia y jefe de la Unión Republicana desde 1890, siendo elegido diputado en todas las legislaturas desde 1893 a 1907. Apoyaba las aspiraciones nacionalistas catalanas en cuanto fueran compatibles con las republicanas y al fundarse en 1906 la Solidaridad Catalana, es elegido presidente de la misma, con lo que provoca la escisión dentro del movimiento republicano del sector españolista de Alejandro Lerroux. Falleció en Pau (Francia), donde se encontraba de vacaciones, el 20 de septiembre de 1908. Sus restos fueron trasladados a Madrid e inhumados en el cementerio civil del Este en 1915.

Como filósofo se distinguió por sus ideas racionalistas y sus obras se hallan recopiladas en cuatro volúmenes publicados en 1911. Se fue apartando de la obediencia krausista a medida que le fue influyendo el positivismo, del que se hizo adepto. Fue conocido por su oratoria grandilocuente, de un mismo tono y diapasón, sin altos ni bajos, con escasos matices que le hicieron acreedor por sus contemporáneos que su verbo era mayestático.

Bibliografía cronológica de Nicolás Salmerón

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Discurso leído ante el claustro de la Universidad Central por D. Nicolás y Salmerón y Alonso en el acto de recibir la investidura de Doctor en Filosofía y Letras, Madrid 1864 (Impr. de F. Martínez García), 69 págs. Tema: La Historia Universal tiende a restablecer al hombre en la entera posesión de su naturaleza.

La Internacional defendida por N. Salmerón y F. Pi y Margall, Publicaciones de la Escuela Moderna (Biblioteca Popular los Grandes Pensadores, 24, segunda serie), Barcelona 1867, 95 págs.

Legalidad de la Internacional / Discursos íntegros pronunciados... por los ciudadanos Fernando Garrido, Emilio Castelar, Nicolás Salmerón y Pí Margall, precedidos de una introducción de Ramón de Cala, F. Escámer, Madrid 1871, 144 págs.

Proyecto de bases de la Constitución Republicano-Federal de España..., por Nicolás Salmerón y Alonso y Eduardo Chao, 2ª ed., Madrid 1873 (Imp. Labajos), 16 págs.

Prólogo a la Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, de Draper, 1876

Un caso entre mil ó La prensa y la dictadura: datos interesantes para la historia de España en el año de gracia de 1876, por un periodista viejo. Madrid 1876 (Imp. A. Iniesta), 96 págs.

Discursos parlamentarios, con un prólogo per D. Gumersindo de Azcárate. Gras y Cía., Madrid 1881, 380 págs.

Instrucciones para la organización del Partido Unión Republicana, Madrid 1903 (Imp. de «La Prensa de Madrid»), 12 págs.

Partido republicano, contra el juramento: discurso parlamentario pronunciado en las Cortes el día 17 de Julio de 1903, por D. Nicolás Salmerón Alonso, Madrid 1903 (Imp. «La Prensa de Madrid»), 32 págs.

La obra común de los obreros y de los republicanos: discurso de D. Nicolás Salmerón y Alonso pronunciado... ante los obreros ferroviarios que constituyen la Asociación La Locomotora invencible, R. Velasco, Madrid 1904, 20 págs.

Sobre Nicolás Salmerón:

Homenaje á la buena memoria de D. Nicolás Salmerón y Alonso: trabajos filosóficos y discursos políticos relacionados por algunos de sus admiradores y amigos, Madrid 1911 (Imp. de Gaceta Administrativa), 3 h., XXXII págs., 10 hoj., 540 págs.

Antonio Heredia Soriano, Nicolás Salmerón: vida, obra y pensamiento. Tesis Doctoral, Salamanca 1972.

Sobre Nicolás Salmerón en el Proyecto Filosofía en español: 1896 Nicolás Salmerón en el Diccionario Enciclopédico Hispano-

Americano

1915 Monumento funerario de Nicolás Salmerón

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1932-1941 Alhama de Salmerón

EMILIO CASTELAR[Mª. Carmen García Tejera. Universidad de Cádiz (España). Noviembre de 2000]

Emilio Castelar y Ripoll nace en Cádiz el 7 de Septiembre de 1832. Sus padres, Manuel Castelar y María Antonia Ripoll, de ideología liberal, eran oriundos de Alicante. Habían contraído matrimonio poco antes de la Revolución de Riego —de quien eran amigos y acérrimos defensores. Pero cuando Fernando VII restauró la Monarquía absoluta, Manuel Castelar fue condenado a muerte y hubo de exiliarse durante siete años, algunos de los cuales transcurrieron en Gibraltar. Finalmente, en 1831, el matrimonio —padres ya de una niña— logra reunirse en Cádiz. Al año siguiente nacía Emilio.

La estancia de la familia Castelar en Cádiz fue tranquila y apacible. Manuel Castelar era agente de cambios y muy aficionado a la lectura y al estudio: su propio hijo —a quien pretendía inculcar su interés por la cultura— recuerda la biblioteca familiar como una de las mejores que existían en Cádiz, tanto por el número de libros como por la variedad de materias.

Pero en 1839, Manuel Castelar muere repentinamente: su hijo contaba tan sólo con siete años. La familia quedó sin recursos y hubo de trasladarse a Elda (Alicante), acogida por una tía materna. A partir de entonces, María Antonia Ripoll —la madre— se convierte en elemento clave para la formación del pequeño: pese a la penuria económica, decidió conservar íntegra la biblioteca de su esposo y llevar adelante los proyectos que éste tenía sobre su hijo. Es ella quien lo estimula a leer, hasta tal punto que —según confesaría Castelar más adelante— leía todo lo que tenía a su alcance, libros o periódicos; leía en todas partes, incluso cuando caminaba por la calle…

En 1845 inició sus estudios de Segunda Enseñanza en el Instituto de Alicante. Muy pronto, los profesores advierten la precocidad del joven Castelar que, con apenas trece o catorce años, traducía textos latinos con gran exactitud y además, con cierta elegancia expresiva. Ya por entonces se va perfilando su vocación: le entusiasman las Humanidades, pero apenas se interesa por las materias científicas. Realiza sus primeros (y desconocidos) tanteos como escritor: él mismo recuerda cómo componía novelas, folletos políticos, discursos históricos y meditaciones religiosas. Paradójicamente, quien años después iba a ser considerado como uno de los más prestigiosos oradores españoles, se declara "extremadamente tímido", hasta el punto de que fue el único lector de aquellos escritos juveniles que, apenas concluidos, se apresuraba a destruir.

En 1848 se traslada a Madrid y se matricula en la Facultad de Derecho. Dos años más tarde obtiene una plaza pensionada en la Escuela Normal de Filosofía, lo que le permite —con gran orgullo por su parte— atender a su manutención y a la de su familia. Comienza así su función docente, como profesor auxiliar de Literatura Latina y Griega, y de Literatura Universal y Española. Entre 1853 y 1854 obtiene el grado de Doctor con una tesis titulada Lucano: su vida, su genio, su poema.

Estos años universitarios constituyen el esbozo de su actividad oratoria y periodística: participa en algunos debates y publica artículos en algunos periódicos. Contó con el apoyo de un familiar suyo, el conocido orador Antonio

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Aparisi y Guijarro, de tendencia conservadora, razón por la que, años después, se enemistó con él. Hay que recordar, además, que entre los condiscípulos de Castelar había eminentes oradores y políticos: citemos, entre otros, a Antonio Cánovas y Francisco de Paula Canalejas. Con apenas veinte años, Castelar era un joven que —según sus propias palabras— profesaba un exaltado amor a la libertad (sin duda, herencia paterna) junto con un exacerbado misticismo, producto de la estricta educación religiosa que le había inculcado su madre.

Efectivamente, por sus orígenes familiares, Castelar se halla fuertemente vinculado al partido demócrata: un partido minoritario frente a los dos más arraigados entonces: el moderado y el progresista. Tras la Revolución de Vicálvaro (1854), y con objeto de replicar al Manifiesto de la Unión Liberal, el partido demócrata había organizado una reunión en el Teatro de Oriente madrileño el 25 de Septiembre de 1854, en el que se daría a conocer su propio Manifiesto que contenía una serie de peticiones consideradas como revolucionarias (igualdad de derechos y deberes para todos los ciudadanos, obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza, desamortización civil y eclesiástica). Las propuestas se discutían acaloradamente, hasta que un joven de veintidós años, desconocido, pidió la palabra y, tras presentarse como Emilio Castelar, comenzó así su intervención: "¿Queréis saber lo que es la democracia? […] Voy a defender las ideas democráticas si deseáis oírlas. Estas ideas no pertenecen ni a los partidos ni a los hombres; pertenecen a la humanidad. Basadas en la razón, son como la verdad, absoluta, y como las leyes de Dios, universales".

Podríamos decir que con esta intervención comienza la "biografía oficial" de Emilio Castelar. Su discurso fue interrumpido incesantemente con aplausos y aclamaciones: al día siguiente, toda la prensa reproducía sus palabras y se deshacía en elogios hacia el joven orador, al que se proponía como Diputado a Cortes, pese a no contar aún con la edad reglamentaria. Castelar se limitó a agradecer cortésmente tanto los elogios recibidos como los ofrecimientos de cargos y honores, pero dejó bien claro que "jamás abandonaría la causa de la libertad y de la democracia".

Castelar —que seguía dedicado a la docencia en la Universidad— no logró entonces el número de votos suficientes para ser Diputado, pero en cambio acrecentó su popularidad colaborando en periódicos: ese mismo año comienza como redactor en El Tribuno del Pueblo y en 1855, en La Soberanía Nacional. En 1855 aparece su primera novela, Ernesto, con ciertos rasgos autobiográficos, y al año siguiente, otra más, de carácter histórico: Alfonso el Sabio. El Bienio Progresista favorece una mayor libertad de expresión en la prensa: Castelar escribió en el recién fundado La Discusión, periódico de corte demócrata, entre 1856 y 1864.

En febrero de 1857 oposita a una Cátedra de Historia Crítica y Filosófica de España en la Universidad Central de Madrid, que obtiene por unanimidad. Su docencia se extiende también al Ateneo, donde ante un público más heterogéneo, desarrolla un ciclo de conferencias bajo el título de Historia de la civilización en los primeros cinco siglos del Cristianismo. Este año termina con dos acontecimientos trascendentales en su vida, aunque de signo bien distinto: de un lado, la publicación de su ensayo La fórmula del progreso, donde resumía algunos principios que configuraban su ideal de la democracia y que suscitó una fuerte polémica; de otro, el fallecimiento de su madre, circunstancia que le apartó de la vida pública durante algún tiempo.

En enero de 1860 reanudó sus lecciones en el Ateneo madrileño. En esta ocasión ataca duramente la actuación del Gobierno, sobre todo, a partir de 1864, el encabezado por Narváez. En 1862 había publicado La Hermana de la Caridad.

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También en 1864 funda y dirige el periódico La Democracia, cuyos artículos son multados y censurados continuamente. Uno de los que provocó mayor escándalo fue el titulado "El rasgo" (aparecido el 24 de febrero), en el que Castelar criticaba duramente y ridiculizaba las "donaciones" económicas que había hecho Isabel II.

Tras este suceso —y acusado de haber participado en revueltas universitarias—, el Gobierno de Narváez destituye a Castelar de su Cátedra. El apoyo de sus alumnos y de sus propios colegas culmina con unas manifestaciones estudiantiles que, duramente reprimidas por el ejército, se saldan con varios muertos y numerosos heridos: es la trágicamente célebre "Noche de San Daniel" (10 de abril de 1865). Como resultado, Alcalá Galiano muere fulminado por una apoplejía; los catedráticos de la Universidad Central dimiten para no tener que sustituir a Castelar y Narváez abandona el Gobierno. O’ Donnell, su sucesor, restituye a Castelar en su Cátedra y acalla las polémicas suscitadas por sus artículos. Castelar, fortalecido, se muestra cada vez más combativo y participa en los pronunciamientos progresistas de enero y junio de 1866. Salva su vida gracias al apoyo de Carolina Coronado y —paradójicamente— de la misma Reina, Isabel II. Pero es condenado a garrote vil y tiene que huir de España.

Comienza entonces un azaroso exilio de dos años (entre 1866 y 1868) que, pese al sufrimiento que le provoca el alejamiento de su patria, Castelar califica de "gran escuela". Durante este tiempo tuvo ocasión de recorrer varios países europeos (Francia, Suiza, Italia, Inglaterra, Alemania…) y de conocer a importantes estadistas, políticos, pensadores y escritores (Victor Hugo, Gambetta, Julio Simon…). Además, colaboró como corresponsal en los principales periódicos de Latinoamérica. El Siglo (Montevideo), El Monitor Republicano (México), La Nación (Buenos Aires), La Raza Latina… Estas colaboraciones le ayudaron a rehacer algo su maltrecha economía. 

El triunfo de la Revolución de 1868 ("La Gloriosa"), de signo progresista, le permitió regresar a España. A partir de entonces, participó más activamente en política: tomando como modelo las leyes democráticas de Norteamérica, quiso impulsar una reforma de los gobiernos monárquicos. En 1869 fue elegido Diputado a Cortes (primero, por Zaragoza y por Lérida; más tarde, por Valencia y por el distrito de Aracena): entonces fue cuando demostró verdaderamente sus dotes como orador parlamentario, con intervenciones que se recordaban como memorables: una de las más conocidas fue la polémica que mantuvo con el Canónigo Manterola (abril de 1869), en defensa de la separación entre Iglesia y Estado, y de la necesidad de poner fin al poder temporal del Papado. Entre 1870 y 1873 —durante el reinado de Amadeo de Saboya— Castelar se mantuvo en la oposición. En 1872 se habían publicado sus Recuerdos de Italia, libro de viajes en el que recoge muchas de sus impresiones de la época en que vivió exiliado en Roma. Y al año siguiente, además de una recopilación de sus discursos, una Vida de Lord Byron.

La proclamación de la Primera República lo sitúa en el poder: Figueras, el primer Presidente, lo nombra Ministro de Estado. Pese al reconocimiento de su valía como orador y político, es ésta una etapa particularmente dura en la vida de Castelar: consciente de los graves peligros que amenazaban a España (anarquía, insurrecciones separatistas…) fue capaz de renunciar a sus principios ideológicos y apoyar a un Gobierno que no era el de su partido. Como Presidente de la República (desde septiembre de 1873), actuó a menudo, no sólo en contra de su partido, sino de sus propias convicciones, a fin de conseguir para la nación la paz y el orden que tanto necesitaba: se le acusa, incluso, de comportarse como dictador cuando hace frente a los numerosos problemas que padecía España (crisis económica, conflictos internacionales, insurrección de Cuba…).

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Las Cortes lo obligaron a dimitir el 2 de enero de 1874. Unas horas más tarde, entraba Pavía en el Congreso. La Primera República había terminado.

Tras el pronunciamiento de Martínez Campos y la Restauración de la Monarquía, Castelar se marcha de España, reside en París y viaja por otros países europeos. Publica con asiduidad: varias novelas (Historia de un corazón —1874—, Fra Filippo Lippi y Ricardo —ambas de 1878—) así como numerosos ensayos y discursos. En 1880 ingresa en la Academia de la Lengua y, al año siguiente, en la de la Historia. El 2 de octubre de 1880, formula en Alcira (Valencia) el programa de un nuevo partido político, el "Posibilista", de signo democrático. Siguió, además, colaborando con el partido progresista y, convencido de que España necesitaba en aquellos momentos, más que una República conservadora, una Monarquía democrática, aboga por el establecimiento de esta última, en contra —una vez más— de sus propias ideas y de su partido, al que pide, en primer lugar, que lo abandone a él y, luego, que se disuelva (Discurso del 7 de febrero de 1888). Continúa, incansable, escribiendo y viajando: en 1888 esboza un proyecto de Historia de España, que no llegará a completar, y en 1895, una Historia de Europa en el siglo XIX, también inconclusa. Viaja a París en dos ocasiones (1889 y 1893), y a Roma (1894), donde visita al Papa León XIII.

Cansado y enfermo, Castelar abandonó la política activa, aunque intentó volver a ella tras el asesinato de Cánovas (1897), presentándose como diputado por Murcia. Ese mismo año regresó por última vez a Cádiz, donde pronunció en el Casino un emotivo "Discurso de acción de gracias a Cádiz". El último año de su vida transcurrió entre Sax, Mondariz, Madrid y San Pedro del Pinatar, donde falleció el 25 de mayo de 1899. Seis días después, era enterrado en Madrid en medio de un gran clamor popular.

   

Emilio Castelar: sinopsis de su vida y obra

1ª Etapa: 1832-1854

 Nace en Cádiz. Tras el fallecimiento de su padre (1839), la familia se traslada a Elda (Alicante). Bachillerato en Alicante. Estudios universitarios en Madrid. Profesor en la Escuela Normal de Filosofía. Tesis doctoral: Lucano: su vida, su genio, su poema (1853-54).

2ª Etapa: 1854-1866

·        Discurso sobre la Democracia (Teatro de Oriente, Madrid, 25 septiembre 1854). Comienza su actividad pública. Colaboración en periódicos: El Tribuno del Pueblo (1854), La Soberanía Nacional (1855), La Discusión (1856-1864). Publica sus dos primeras novelas: Ernesto (1855) y Alfonso el Sabio (1856), y unas Leyendas populares (1857).

·        Catedrático de Historia Crítica y Filosófica de España (Universidad Central, 1857). Lecciones en el Ateneo: Historia de la civilización en los primeros cinco siglos del Cristianismo. Publica La fórmula del progreso.

·        Publica otra novela, La Hermana de la Caridad (1862, segunda parte de Leyendas populares). Funda y dirige La Democracia (1964): ataques al Gobierno de Narváez. Artículo "El Rasgo" (24 febrero 1864). Castelar es destituido de su Cátedra. Sucesos de la "Noche de San Daniel" (10 abril 1865). Gobierno de O’ Donnell: Castelar vuelve a su Cátedra. Participación en pronunciamientos progresistas (enero y junio de 1866). Condena a muerte y huida de España.

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3ª Etapa: 1866-1874

·        Dos años de exilio (1866-1868): recorre diversos países europeos (Francia, Suiza, Inglaterra, Alemania…). Corresponsal en periódicos latinoamericanos: El Siglo, El Monitor Republicano, La Nación, La Raza Latina…

·        Regreso a España (1868). Elegido Diputado a Cortes (1869): intensa actividad parlamentaria que se recoge en Discursos Parlamentarios en la Asamblea Constituyente (1869-1870) (1871) y Discursos Parlamentarios y Políticos en la Restauración (1871-1873). Otras publicaciones: Recuerdos de Italia (memorias, 1872), Vida de Lord Byron (1873).

·        Proclamación de la Primera República Española (1873): Castelar es nombrado por Figueras Ministro de Estado. Tras los mandatos de Figueras, Pi y Margall, y Salmerón, accede a la Presidencia (septiembre, 1873). El 2 de enero de 1874 las Cortes le obligan a dimitir. Fin de la Primera República.

4ª Etapa: 1874-1899

·        Restauración de la Monarquía (1874). Castelar se marcha a París y viaja por Europa. Numerosas publicaciones: Historia de un corazón (novela, 1874), Un año en París (memorias, 1875), Fra Filippo Lippi (novela histórica, 1877-78), Ricardo (1878), Ensayos literarios (1878).

·        Ingresa en la Real Academia de la Lengua Española (1880) y en la de Historia (1881). Presenta el programa de su nuevo partido, el "Posibilista", en Alcira (Valencia) (2 Octubre 1880). Aunque retirado de la política, continúa colaborando con el partido progresista. Nuevas publicaciones de Discursos (s.f., hacia 1880), Retratos históricos (1884), El suspiro del moro (leyendas y tradiciones, 1885), Galería histórica de mujeres célebres (8 vols., 1886-1889), Nerón (1891), Historia del Descubrimiento de América (1892) y una Historia de Europa en el siglo XIX (6 vols. Iniciada en 1895 y culminada, tras su fallecimiento, en 1901 por M. Sales y Ferrer).

·        Asesinato de Cánovas (1897): nuevo intento —fallido— de Castelar por regresar a la actividad política. Se retira a San Pedro del Pinatar (Murcia) donde fallece el 25 de mayo de 1999. Entierro en Madrid.

   Fuentes consultadas para la elaboración de esta biografía    

·        Alberola, G. Semblanza de Castelar, 1905.·        Boada y Balmes, M. Emilo Castelar. Nueva York: 1872.·        Castelar. E. Autobiografía y discursos inéditos. Prólogo de Ángel Pulido.

Madrid: 1922.·        González del Arco, M. Castelar: su vida y su muerte. Bosquejo histórico

biográfico. Madrid: 1900.·        Herrera Ochoa, B. Castelar. Madrid: 1936.·        Jarnés, B. Castelar, hombre del Sinaí. Madrid: 1966.·        Llorca, C. Emilio Castelar, precursor de la Democracia Cristiana. Madrid:

1966.·        Sánchez del Real, A. Emilio Castelar. Su vida y su carácter. Barcelona:

1873.·        Sandoval, F. De. Emilio Castelar. París: 1886.·        Souto Alabarce, A. "Vida y obra de Emilio Castelar". Castelar, E. Discursos.

Recuerdos de Italia. Ensayos. México: 1980.

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JOSÉ MARÍA DE ORENSE

Feliz quien deja al morir algo más que halló al nacer. Esto pudo decir al terminar sus días el ilustre patriarca de la democracia española y apóstol de las ideas federales. Don José María Orense, marqués de Albaida, nació en Laredo el 28 de Octubre de 1803, en el período más escandaloso de la privanza de Godoy, y de su absolutismo y arbitrariedad. El pueblo entonces no tenía derechos, y ni asomo siquiera existía de lo que ahora llamamos respeto a la personalidad humana. El gran Orense nació, pues, en una época de oscurantismo y degradación; pero por su perseverancia nunca vacilante, su incansable propaganda y su generoso amor a los grandes ideales, logró lo que él no halló al nacer: dejar implantados los derechos individuales en la conciencia universal, cuando se despidió de esta vida en Astillero, provincia de Santander, hace catorce años, el día 29 de Noviembre de 1880. Culto tienen que rendir a su memoria venerada cuantos aprecien en algo las conquistas políticas modernas.

Si la generación actual no concibe, especialmente en los grandes centros de población, que haya podido vivir el hombre sin la higiene de la camisa interior, que acabó con la lepra secular; sin los medios de obtener a todo instante luz y fuego, a no haber con tal objeto instituciones especiales, como la de las Vestales romanas, que hoy cada cual lleva consigo en la vulgarísima caja de fósforos; sin los frutos coloniales que tanto abaratan y de (...)hombre moderno el íntegro desenvolvimiento de sus facultades físicas, intelectuales y morales, dignificándolo hasta la categoría de ciudadano, desde la de siervo que antes era. Tan fácilmente se percibe la diferencia entre el progreso material presente y el anterior atraso, que no cabe discusión entre caminar en galera o viajar en tren expreso; entre tardar medio mes o un día solamente desde Madrid a las costas; entre recibir correo de los antípodas cada ocho meses, o saber a diario, por medio de los alambres telegráficos, cuanto pasa en todo el mundo. Pero, por grande que sea el adelanto material, es inmensamente mayor el progreso político. ¿Dónde está ahora el populacho soez que gritaba "queremos caenas"? ¡Oh! Hay un abismo entre la declaración de la Universidad de Cervera, de ser "funesta la manía de pensar", y la declaración de los derechos del hombre; entre la clausura de universidades y la creación de una escuela real de tauromaquia; entre el suplicio de la horca, donde perecían por cientos... ¡qué cientos!, por millares los "negros" de los liberales, y la actual seguridad individual; entre vivir en la emigración los hombres más notables del país y estarles encomendada ahora su dirección. ¡Ah! ¡Qué época aquella en que los liberales tenían que congregarse en sótanos cerrados, faltos de aire y de luz, donde no los vieran los ojos de la policía! Tanto es el progreso, que hoy resultan imposibles hasta los atropellos de épocas más recientes. ¿Qué Gobierno sería tan audaz que atentase de noche a la inviolabilidad del domicilio, nada menos que de un Presidente de las Cortes, como Ríos Rosas, para mandarlo al castillo de Santa Catalina de Cádiz? ¿Quién osaría repetir ahora las cuerdas a Filipinas? ¿Cuál poder se atrevería hoy sistemáticamente contra la libre emisión del pensamiento? Hoy nada puede el cañón contra la pluma del periodista.

Verdad es que no todo está hecho. Verdad es que se han consagrado los derechos individuales, pero no los de los seres colectivos. Los Municipios son esclavos, las Diputaciones son esclavas de una centralización de muerte. Tanta esclavitud produce caciquismo, pues para que una localidad obtenga una mejora, se necesita el influjo de un cacique, el cual se cobra en abusos los favores hechos a espaldas de la ley. Hemos abolido la esclavitud del

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negro; pero el obrero aún contrata diariamente su suicidio. Mucho ha caído ya en delicuescencia, pero mucho queda aún en pie, que pronto vendrá por tierra; porque proclamar derechos es condenar a muerte los abusos. Esperemos. ¿Vamos a abolir el ferrocarril por ser su inaguantable ruido innecesario para la locomoción? ¡Gloria, pues, a los hombres que nos han traído los incompletos bienes de que disfrutamos! ¡Gloria a D. José María Orense, ante el cual los más conspicuos no admiten parangón!

La historia de la democracia española es la de D. José María Orense, el gran evangelizador de las ideas federales; y, así, la biografía del gran patricio es inseparable de la evolución democrática que llega hasta nosotros.

Orense era hombre de acción: de joven combatió en Laredo y en Coruña contra los franceses que entraron en España el año 1823 al mando del duque de Angulema, encargados por la Santa Alianza de acabar con las libertades españolas. Al cabo de muchos años, se batió en las barricadas de Madrid contra las tropas de Narváez. Cuando el partido federal se alzó en armas en 1869, Orense fue a pelear en Badajoz, donde cayó en manos del Gobierno.

Pero no hay que pintar al gran propagandista como hombre de guerra, porque su misión fue otra. Obligado en 1823 a emigrar después de la toma del Trocadero y la entrada de los franceses en Cádiz, Orense pasó en Londres los floridos años de su juventud. Allí se despertó su vocación política; allí aprendió a poner sobre los intereses del derecho, y sobre la voluntad nacional, los respetos debidos a los individuos y a los seres colectivos; y allí adquirió aquella vasta instrucción con que tantas veces dejó asombrados a sus adversarios, y sus profundos conocimientos sobre el desarrollo de la idea constitucional y los sistemas rentísticos. Orense, pues, no fue liberal sólo por naturaleza: el estudio y la meditación lo hicieron demócrata y federal: la convicción formó aquel gran carácter tenaz y generoso, y la fe en sus ideas de redención lo llevaba tranquilamente a las abnegaciones y al sacrificio con una entereza y una valentía inquebrantables. Su convicción era patente. Por esto tuvo adversarios, pero no enemigos.

Y en verdad que ni por su aspecto ni por sus modales nadie se habría creído autorizado a prejuzgar la energía de aquel patricio indomable (...) un corneta que un diputado." -"Pero tengo la ventaja -replicó Orense- de no tocar más que un son, a diferencia del Sr. González Brabo, que ha recorrido toda la escala."

Quería Rivero Cidraque que no apareciesen confundidos progresistas y demócratas y que se observara bien que él y sus amigos eran simples progresistas, y Orense contestó: "Tranquilícese el señor Rivero Cidraque, que a nosotros también nos importa mucho que no se nos confunda con los progresistas simples."

Lo que no se haga en los primeros momentos de una revolución, solía decir, no se hace nunca: por eso las reformas de los partidos revolucionarios deben estar siempre redactadas en forma "gacetable".

¿Y eran cien mil, preguntaba en una ocasión, los franceses acorralados por los prusianos en Sedán? Pues si hubieran sido 50.000 carneros, se escapan más de la mitad.

¡Qué frescura de ingenio, unida a una perspicaz observación, no hay en su juicio de los diputados que, al empezar las legislaturas, van al Congreso denominándose

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"independientes"! El "Madrid Cómico" ha conservado ese juicio en los siguientes versos:

De los fieros diputadosque vienen de "independientes",

decía el Marqués de Albaida,D. José María Orense.

Son aves de cuatro mudas,por más que no lo parecen,y cambian de pluma todoscada tres o cuatro meses.

Primero pierden el "in",y quedan de "dependientes",

ya del Gobierno si sube,ya de otro sol si amanece.Luego se les cae el "de"

y pasan a ser "pendientes"de la oreja de quien manda

y darles bazofia puede.Escalan al cabo un puestodonde se instalan de jefes,

y, arrojando al punto el "pen",se quedan sólo de "dientes".Y, perdiendo al cabo el "di",resultan ser lo que siempre:

buscavidas sin caráctery unos ridículos "entes".

Poco después de la muerte de Fernando VII se acogió Orense a la amnistía dada por la reina gobernadora y volvió a España. Pero volvió con tales ansias de ver restablecido el sistema constitucional, derribado por los cien mil hijos de San Luis, que ya en 1834 se hallaba preso en la antigua cárcel de Madrid por conspirar con Oliver, Calvo de Rozas y el revolucionario conde de las Navas, para proclamar la Constitución de 1812.

¡Cuán grandes son los hombres que evangelizan lo que necesariamente tiene de venir! ¡Cuán pigmeos y hasta odiosos quienes retardan lo que al fin ha de triunfar! ¿A qué su resistencia? ¡Y que se llame hombres de Estado a los que no ven venir lo irresistible! ¿Qué queda de la obra de Narváez? ¿Qué ha sido del antiguo partido moderado? Respondan cuantos tenga ojos y no quieran cerrarlos a la luz.

El trabajo de Orense en aquellas Cortes de 1844 fue increíble. Siempre en la brecha, siempre proponiendo mejoras, que sólo el tiempo había de traer: el desestanco de la sal, la abolición de las matrículas de mar, la supresión de los consumos, la reducción de los gastos, la nivelación de los presupuestos... Aun entonces inició ya sus ideas federales: "La unidad del pueblo -dijo- no consiste en la absorción de los poderes municipales y provinciales por el poder central: consiste en el enlace y armonía de todos los poderes. Con la absurda centralización que nos habéis traído de Francia, camináis a la muerte del sistema representativo. Mientras dependan del Estado los Ayuntamientos y las Diputaciones, podrán siempre los Gobiernos ejercer presión sobre los comicios. Nos acarrearéis otro mal más grave: haréis afluir a la capital la vida de la Nación, y atrofiaréis la energía y la actividad de las provincias y los pueblos. No haréis ni dejaréis hacer." Indudablemente, los grandes hombres tienen el don de profecía. Estas palabras de 1844 han tenido constante cumplimiento.

...donde solicitó de nuevo los votos de los palentinos por medio de un notabilísimo mensaje, en que ensanchaba su programa anterior con la libertad de enseñanza,

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la descentralización administrativa provincial y municipal, la elección de alcaldes por los pueblos, la libertad de Bancos, los asilos para los inválidos del trabajo, un presupuesto de seiscientos millones y la unión ibérica.

Reelecto por Palencia, tomó asiento en la extrema izquierda, con carácter y denominación de republicano: ya lo era, según declaró en uno de sus últimos discursos, con Riego, Romero Alpuente, Moreno Sanz y Calvo de Rozas en la época de 1820 a 1823.

Disueltas aquellas Cortes en 1852, residió en Francia hasta la sublevación de O'Donnell en el Campo de Guardias el año 1854, y el alzamiento de Espartero en Zaragoza. Durante el bienio fue uno de los campeones más decididos de la democracia y uno de los veintiún diputados que votaron la forma republicana en la famosa sesión del treinta de Noviembre de 1854. Ametralladas aquellas Cortes en 1856, y disueltas por el inmediato golpe de estado, la propaganda de Orense fue activísima, hasta que vencida la insurrección del cuartel de San Gil en 1866, volvió a emigrar a Francia. Allí adoptó tan resueltamente el federalismo que, no bien estalló la revolución de Septiembre, empezó a propagarlo con actividad entusiasta, insistente y tan tenaz como no parecía compatible con su avanzada edad de sexagenario. Cuando en las Constituyentes de 1869 se puso a discusión la forma de gobierno, sostuvo el establecimiento de la República federal en una de sus más largas y profundas arengas. Elevado a la presidencia de las Cortes en la legislatura de 1873, en vez del discurso de gracias que enjaretan todos los presidentes, repitió su proposición de 1869, y entonces tuvo la inmensa alegría de verla aprobada por aclamación. Satisfecho de su obra, dimitió la presidencia ocho días después. El dos de Enero de 1874, presintiendo el golpe de estado del general Pavía, dio un enérgico viva a la República federal. Este fue su último discurso.

Visitado a principios de 1880 por el Sr. Pi y Margall, D. José Orense le manifestó que creía imperecederas las ideas federales. "Desgraciadamente -le agregó-, no puedo ya hacer más de lo que hice: estoy sordo, medio ciego, cojo y soy hombre al agua."

Poco después murió. Murió como han muerto tantos bienhechores de la humanidad: en el olvido. La historia únicamente registra con cuidado los nombres de los azotes del género humano, Nerón, Atila, Gengis-Khan... e ignora los del inventor del arado, de la brújula que guía al navegante por las inmensidades oceánicas, del pan cotidiano... ¿Quién se acuerda ya del gran Orense? ¿Quién recuerda que a él debe la inviolabilidad de su domicilio, que por él se ve libre el periodismo del lápiz rojo de los ominosos fiscales de imprenta, y no necesita de depósito ni de editor responsable; que por el cualquiera puede aspirar a los puestos oficiales, en virtud de sus propios merecimientos y sin la obligación de exhibir pergaminos que testifiquen de su sangre azul?...

El progreso, sin duda, no es obra de un hombre solamente. Su artífice se llama legión; y es claro que sin los Rivero, los Figueras, los Pi... y la ilustre falange de oradores y tribunos que arrollaron el antiguo régimen, la voz de Orense se habría perdido en el desierto. Pero, si el general no gana sin soldados la batalla, también es cierto que el triunfo no se logra sin moverse las huestes con meditado plan y predeterminado fin. El plan y el fin que dieron el triunfo a los demócratas eran de Orense.

Los restos del padre de la democracia, trasladados desde Astillero, reposan en Santander, donde tiene un sencillo mausoleo erigido por la piedad de los santanderinos.

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Publicado en El Liberal y El Nuevo Régimen en 1895.Hemeroteca Municipal de Madrid.

 

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