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CRITICÓN, 79, 2000 pp. 107-122. La resurrección de Dioscórides y la edición comentada de Laguna Ángel Gómez Moreno Universidad Complutense A Paola Elia y su familia, por una inolvidable primavera en el corazón de los Abruzos. Permítanme, antes de ocuparme del romanceamiento y seminal glosa (o reescritura, para que todo encaje) de la Materia médica de Dioscórides por Andrés Laguna, cierto comentario sobre los asuntos eruditos que nos están ocupando a lo largo de estas dos jornadas de trabajo en la Casa de Velázquez. Una reunión como la presente sólo ha podido celebrarse porque uno de nuestros colegas, el profesor Marc Vitse, de la Universidad de Toulouse (la Tolosa francesa), se quitó hace tiempo aquellas ataduras académicas que, décadas atrás, llevaron a segregar de la literatura (en particular, de la ficción literaria) obras tan diversas como la crónica, la enciclopedia, el texto jurídico, el manual médico, el tratado de milicia o distintas formas ensayísticas, agavilladas hoy por muchos bajo la etiqueta de paraliteratura. Tal vez los primeros en aceptar la legitimidad del estudio de todas esas formas de escritura hayamos sido los especialistas en la literatura del Medievo y temprano Renacimiento. Pienso en concreto en la determinación que hubimos de tomar Charles B. Faulhaber y yo al catalogar manuscritos e impresos con obras medievales que caen en todas esas parcelas (en Bibliography of Oíd Spanish Texts, más tarde convertida en Bibliografía Española de Textos Antiguos, traspasada a un soporte electrónico y reforzada con la presencia de Ángela Molí y, más tarde, de Antonio Cortijo). Por supuesto, fuimos absolutamente generosos y flexibles a ese respecto, avisados como estábamos sobre la concepción del fenómeno literario en la época de nuestro interés; no obstante, la bibliografía de los veinte últimos años muestra igualmente la rápida

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CRITICÓN, 79, 2000 pp. 107-122.

La resurrección de Dioscóridesy la edición comentada de Laguna

Ángel Gómez MorenoUniversidad Complutense

A Paola Elia y su familia, por una inolvidableprimavera en el corazón de los Abruzos.

Permítanme, antes de ocuparme del romanceamiento y seminal glosa (o reescritura,para que todo encaje) de la Materia médica de Dioscórides por Andrés Laguna, ciertocomentario sobre los asuntos eruditos que nos están ocupando a lo largo de estas dosjornadas de trabajo en la Casa de Velázquez. Una reunión como la presente sólo hapodido celebrarse porque uno de nuestros colegas, el profesor Marc Vitse, de laUniversidad de Toulouse (la Tolosa francesa), se quitó hace tiempo aquellas atadurasacadémicas que, décadas atrás, llevaron a segregar de la literatura (en particular, de laficción literaria) obras tan diversas como la crónica, la enciclopedia, el texto jurídico, elmanual médico, el tratado de milicia o distintas formas ensayísticas, agavilladas hoypor muchos bajo la etiqueta de paraliteratura.

Tal vez los primeros en aceptar la legitimidad del estudio de todas esas formas deescritura hayamos sido los especialistas en la literatura del Medievo y tempranoRenacimiento. Pienso en concreto en la determinación que hubimos de tomar CharlesB. Faulhaber y yo al catalogar manuscritos e impresos con obras medievales que caenen todas esas parcelas (en Bibliography of Oíd Spanish Texts, más tarde convertida enBibliografía Española de Textos Antiguos, traspasada a un soporte electrónico yreforzada con la presencia de Ángela Molí y, más tarde, de Antonio Cortijo). Porsupuesto, fuimos absolutamente generosos y flexibles a ese respecto, avisados comoestábamos sobre la concepción del fenómeno literario en la época de nuestro interés; noobstante, la bibliografía de los veinte últimos años muestra igualmente la rápida

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reacción experimentada a ese respecto por colegas nuestros volcados en el estudio deotras literaturas y de épocas o periodos histórico-artísticos diferentes.

Ciertamente, el acercamiento y comprensión debida del pasado sólo son posibles apartir de un enfoque diverso, por lo que cada vez son más frecuentes los encuentrosinterdepartamentales y hasta interfacultativos al abordar una época, un movimientointelectual, un fenómeno complejo o la producción de un polímata o polígrafo; sinembargo, me parece que queda igualmente clara la licitud de nuestros desvelos. Sólo asíse justifica que, a estas alturas, seamos cada vez más los interesados por los tratadoscientíficos del pasado, ya sea por su valor como herramienta erudita aplicable al restode la literatura (con aproximaciones de especial solidez al trabajar sobre la poesía decancionero, la novela sentimental, la Celestina o el Lazarillo) o bien por los valoresliterarios que tienen tales textos per se (o por procedimientos literarios como el uso delverso, como en la Cirugía rimada del maestro Diego el Covo o el Sumario de laMedicina de Francisco López de Villalobos). Aunque huelgue la excusa que acabo deverter en un medio de iniciados como éste, es de ley concluir que los valores literariosdel Dioscórides de Laguna satisfarían incluso a los críticos más contumaces en suconservadurismo a ese respecto.

Mi encuentro con esta obra era inevitable por tres razones de peso (y no importa elorden en que las enumero). 1) En primer lugar, mis investigaciones sobre elRenacimiento, español y europeo; de hecho, son varias las empresas humanísticasimplicadas en el trabajo de Laguna, que llevan a una serie de logros de los que hoytodos nos beneficiamos: la recuperación del griego, el rescate de libros perdidos graciasa la crítica de exploradores, la cimentación de la ciencia a través de la lexicografía y,por supuesto, la revisión de los fundamentos científicos a través de la experimentación yla labor de campo. 2) En segundo lugar, para caer en las redes del Dioscórides mebastaban los años de trabajo que he dedicado al libro antiguo; así, era inevitablequedarse prendado del ejemplar presentado a Felipe II, conservado en la BibliotecaNacional, pues ha sido impreso en vitela y se ha coloreado con primor. Esta verdaderamaravilla se expuso en verano de 1998 en El Escorial, con motivo del cuarto centenariode la muerte de este monarca; por desgracia, dispuesto como estaba entre otros cientosde piezas por igual extraordinarias (ver tanta maravilla reunida para la ocasión llegó aapabullar a muchos), pasó inadvertido para el conjunto de los visitantes, aunquecualquiera puede enmendar la plana gracias al formidable facsímil publicado por laComunidad de Madrid en 1991, con encuademación cuidada por la imprentamunicipal en la que las guardas, pintadas al engrudo, eran obra del hace pocodesaparecido encuadernador y bibliófilo Antolín Palomino. 3) Por fin, era obligado que,antes o después, se produjese ese encuentro entusiasta, pues una de mis pasionesreconocidas es la Botánica (más concretamente, la flora peninsular), como saben misamigos y muchos de mis colegas y tal vez hayan percibido en unos cuantos trabajospropios.

Por supuesto, con los tres puntos de la enumeración anterior no he pretendidoagotar las razones —en mi caso o en otros ajenos— que llevan a recalar en un libro quetanta fascinación ha ejercido entre los interesados en el siglo xvi. Hay, al menos, otrastres de notable solidez y que a nadie se le habrán escapado para dar en esta obra: laprimera, de seguro la menos importante por puramente anecdótica, es la celebración del

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centenario de Andrés Laguna o Andrés Fernández de Laguna el pasado año. La segundaes la propia biografía (en lo que conocemos) de este médico español, un conversoentregado en cuerpo y alma al servicio de la Corona, con el Emperador primero y conFelipe II más tarde (precisamente, esta fue la dimensión que interesó a Aviva Doroncuando me invitó a ocuparme de Laguna en unas jornadas de trabajo desarrolladas enTel-Aviv en 1995); por otra parte, ya veremos cómo el fenómeno del judaizante salió alcamino de las traducciones del Dioscórides, concretamente en el enfrentamiento entreAndrea Mattioli y Amato Lusitano. La tercera razón, la de mayor peso sin ningunaduda, es la atención que le dedicó Marcel Bataillon en su opus magnum y, en definitiva,el hecho de que en su Biblia del Hispanismo (título de honor que muchos dan a suErasmo y España) le ahije el Viaje de Turquía. Como quiera que sea, trabajar con losescritos, auténticos o atribuidos, de Andrés Laguna obliga a tomarle el pulso a lacambiante cultura renacentista, en particular en el ámbito de la Medicina.

Por todas las razones enumeradas y, sobre todo, por la magnitud de la obracientífica del médico segoviano, alabo el gusto de Miguel Ángel González Manjarres alhacer de él el objeto primordial de su tesis doctoral, «El humanismo médico de AndrésLaguna», defendida en la Universidad de Valladolid en 1998 y dirigida por el Prof.Montero Cartelle. Si el equipo vallisoletano, formado por especialistas en FilologíaLatina, ha abordado con todo derecho la obra científica de otros tantos escritores delsiglo xvi, el caso de Andrés Laguna resulta especialmente subyugante para un latinistapor cuatro claras razones: 1 ) por su labor como lexicógrafo (en particular, su edicióncomentada del Dioscórides, como se verá en lo que sigue); 2) por su traducción de lasCatilinarias de Cicerón (la primera llevada a cabo en lengua española); 3) por suvulgata de Galeno (su Epitome omnium Galeni Pergameni operum de 1548, reeditadoen sucesivas ocasiones entre los siglos xvi y xvn y complementado por su manual degalenismo hipocrático de 1554, en que enmienda la plana a Galeno por medio deNonnulla Galeni Enantiomata); y 4) en fin, por la riqueza de su pensamiento, de signohumanístico. A este último adjetivo, hay que añadir otros tres para que perfilar elpensamiento de Marineo con claridad, pues su ideario era también erasmista, irenista ymesiánico (el mesías, claro está, era para él y para otros muchos intelectuales europeosel emperador Carlos V), como queda patente tanto en el atribuido Viaje de Turquíacomo en el aún inédito tratado Europa sese discrucians.

Ciertamente, las transformaciones culturales acaecidas en el siglo xvi se percibencon claridad en todos los campos del saber, incluida la materia médica. Esta ciencia serenovó en toda Europa gracias a una larga nómina que sustituyó de inmediato a lasautoridades imperantes: el italiano Lanfranco de Milán (siglo xm), con una Cirugíamagna (1296), cuyo epítome es la Cirugía parva, redactada desde Francia para todaEuropa, y el francés Bernardo de Gordonio (siglo xiv), principal autoridad de la Escuelade Montpellier con su todopoderoso Lilium Medicinae (ca. 1300). Por su parte, laanatomía patológica y la traumatología fueron literalmente revolucionadas gracias alDe humanis corporis fabrica libri septem (1543) del belga Andreas Vesalio, que relegó aun olvido definitivo el Fasciculus Medicinae de Juan de Ketham (con unas láminas enque se plasma la materia vulneraria, o tratamiento de heridas, y otras en las que, porejemplo, se analizan las afecciones a través del color de la orina). Por cierto, hay querecordar que, precisamente, Laguna y Vesalio coincidieron en París en su época de

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estudiantes, trabajaron como médicos para la casa real española y fortalecieron surelación, en la práctica profesional y en la vida, con acuerdos y desacuerdos y, sobretodo, con amigos comunes y discípulos de la talla del vallisoletano Dionisio DazaChacón (1510-1596), autor de la Teoría y práctica de la cirugía (1582-1595). Vesalio,al conocer a Laguna, dijo sobre su formación lingüística: «Vir graecis latinisque iuxtaac pari lege peritus».

Esto es lo que ocurría en otras disciplinas médicas, Por fin, el retorno del griego aEuropa supuso la recuperación de la obra original de Dioscórides (que tuvo su ediciónpríncipe en la mítica imprenta veneciana de Aldo Manuzio en 1499), que convirtió enun par de meros anecdotarios los otrora exitosos Macer floridus y Hortus sanitatis. Enparticular, era el primer tratado (compuesto hacia finales del siglo XI o comienzos delsiguiente) el que más claramente se convenía con la voluntad de Dioscórides, sucesor deTeofrasto que vivió allá por el siglo I d. C ; no obstante, el anónimo autor del Macernunca pudo tener acceso al texto griego de Dioscórides, aunque de seguro bebió enalguna que otra vulgata que transmitía muchos de sus remedios. Lo que de común haya ambas obras es que una y otra versan sobre las plantas y su uso medicinal, aunque elMacer es tan sólo un opúsculo (presenta sólo las propiedades de setenta y ocho especies,frente a las cerca de seiscientas del Dioscórides), no sirve como útil para el estudio de laBotánica (éste es uno de los grandes valores del Dioscórides, que lo mantuvo vigentedurante un par de siglos) y aparece entreverado de no pocas patrañas y falsasetimologías (como las varias que ofrece del apio, particularmente la que señala lapasión que por él siente la abeja, apis), aunque ciertamente éstas tampoco escasean enla glosa quinientista de Laguna (por ejemplo, las que nos ofrece de la genciana o elreopóntico).

Por ejemplo, la recomendación de portar o comer zanahorias para ahuyentar a lasserpientes (en la obra, hay otros remedios herpetófugos de muy parecida catadura) o lade llevar una peonía al cuello para prevenir ataques epilépticos nos invitan a hermanarel Macer con los bestiarios o lapidarios (y sus propiedades por simpatía) de la época y amarcar distancia con el protoempirismo del Dioscórides, potenciado por la glosa deLaguna. De todos modos, no creo que nadie ose seguir algunos de sus experimentos,como el que propone con el jugo de la siempreviva, capuz de resucitar a los pollos; enrealidad, en el Dioscórides hay muchas alusiones similares, que hoy tildaríamos deacientíficas y que lo aproximan mucho más a los tratados medievales y misceláneas delsiglo xvi que a la literatura científica moderna. Valga como nuevo ejemplo el de otroherpetófugo usado por las comadrejas de acuerdo con Laguna: la ruda, quesupuestamente comerían antes de luchar con las serpientes. También es un usosimpático (ajeno al principio de la curación por contacto, nunca desechado, sino alcontrario, por la medicina oficial) el que leemos en la planta que llama smyrnium (ydesconozco a qué especie corresponde hoy), pues «traída su raíz al cuello, tiene vigormuy grande contra toda suerte de hechizo».

Pasajes hay en el Macer más difíciles de encajar en la época de Laguna, como el deldiagnóstico seudomédico o la cura mágica con esa humilde hierba pratense que es laverbena; no obstante, tampoco olvido las virtudes atribuidas a esta especie en elfolklore, ya que, al igual que el trébol, es una herbácea capaz de empreñar a las mozas.Por supuesto, la fórmula sólo surte efecto cuando las jóvenes se tienden sobre una u

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otra planta junto a algún joven fogoso (de seguro, una de las dos está tras la yerba fuertenconada que, al menos metafóricamente, pisó la abadesa preñada del célebre milagroberceano, con lo que confirmo lo dicho hace tiempo por Daniel Devoto)1. Pero nadie seengañe sobre el origen de parte de tales materiales (por ejemplo, el que vincula lagolondrina a la celidonia, leyenda viva de algún modo en partes de la Península en lasque se conoce todavía como hierba golondrinera), tan linajudo en realidad que, en nopocas ocasiones, nos remite a la Naturalis historia de Plinio (quien, al cabo, nos lleva aAristóteles), fuente respetada donde las haya en ámbitos humanísticos.

Los puntos de encuentro entre ambos tratados, el Macer y el Dioscórides, puedenproceder de una vulgata medieval: la Medicina Plinii (Plinio es citado por doquier en elMedievo, aunque la resurrección de la Naturalis historia sólo se produjo con la ediciónveneciana de 1469), a la que se habían adherido noticias extraídas de Dioscórides yGaleno. Por otra parte, hubieron de ser inevitables ciertos entrecuces entre elDioscórides conocido por el Medievo (la versión latina que lleva el título De materiamedica, que cuenta con abundantes manuscritos y tuvo edición príncipe de Pietrod'Abano, en Colle di Val d'Eisa, en 1478) y ese modesto y difundido opúsculo. Aparte,como acabo de indicar, ambos textos se contaminaron de otras tradiciones, entre lascuales hay que contar también las leyendas y supersticiones de raigambre popular, quejustifican apuntes como los que ofrece Laguna sobre los efectos nocivos de la sombra denogal (en el variado capítulo «De las nuezes») para quien bajo ella duerme. A esterespecto, cabe esperar que mi buen amigo el profesor José Manuel Pedrosa ofrezcapronto algunas de las muchas muestras que ha reunido sobre esta creencia, que abarcandesde Navarra a las Canarias (del folklore insular procede, precisamente, el siguienterefrán: «La sombra del nogal, para la cabeza mal»).

Por otro lado, en la relación de productos afrodisíacos (como la alcachofa o el aceitede cedro), anafrodisíacos (con la lechuga a la cabeza de todos ellos), eugenésicos en laconcepción (a veces tan especializados como la persicaria o duraznillo, crateogono, queen opinión de los antiguos autores griegos «tiene mero imperio sobre la simiente delhombre, pues la constriñe a engendrar varones», a diferencia del thelygono, queengendra hembras) y evolución del feto (así la bistorta y tormentilla), anticonceptivos(la yedra), abortivos (con una larga lista de la que forman parte la ruda o la sabina) yotros empleados como afeites (como el sellón de salomón, empleado por las «honestasmatronas de Italia», o la lengua de buey, usada «quando las mugeres no tenían otroremido sino a ellas para dar biva la color al rostro») o para aliviar el mal de madre,barrunto casi siempre la confluencia de varias fuentes de información, sobre todo lamedicina popular sumada a los consejos de las tres obras ginecológicas agavilladas bajoel título genérico de Trotta (Trotula major o De passionibus mulierum, Practica domineTrotte ad provocanda menstrua y la Trotula minor, también conocida como De ornatumulierum). En realidad, si en algo percibo un corte brusco respecto de la medicina de laEdad Media, aunque sólo sea en un plano puramente teórico, es en el continuodesprecio de Laguna respecto de la tradición árabe, el averroísmo naturalista y la obrade Avicena, con declaraciones tan tajantes como las del capítulo sobre la ruda silvestre(confundida en Averroes con la ponzoñosa cicuta) o en el relativo a esa forma de cardo

1 Textos y contextos: Estudios sobre la tradición, Madrid, 1974, pp. 11-46.

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que es el camaleón negro (cuya confusión debería mostrar «quán ciegos anden y enquántos errores caigan los que indiscretamente ponen toda su confiança en la doctrinaarábica»).

La importancia de la Medicina y su léxico no había pasado inadvertida a losprincipales intelectuales europeos (como se desprende del ejemplo de Nebrija, tanto ensu temprano trabajo sobre el texto del Dioscórides como, y sobre todo, en suDictionarium medicum); no obstante, en nuestra tierra sólo Andrés Laguna se dio a dostareas inexcusables para el progreso de esta disciplina y la difusión de sus principiosbásicos. La labor a la que me refiero, formidable desde un punto de vista filológico yhumanístico, fue la confección de un nomenclador o tesauro multilingue, con diezíndices finales correspondientes al original en lengua griega, al latín, el árabe, elcastellano, el catalán, el portugués, el italiano, el francés y el alemán, a los que une otrocorrespondiente al metalenguaje vigente, en latín bárbaro, que era el propio de lafarmacopea del momento. El material viene cimentado sobre el propio Dioscórides,sobre la Naturalis historia de Plinio y, en definitiva, sobre quien fuera el maestro deambos tratadistas: Teofrasto; a ellos, se une la peculiar terminología de losfarmacéuticos, en la aludida «Tabla de los nombres bárbaros, que son los que se usanpor las boticas», un léxico fraguado a lo largo de siglos y nunca desechado porcompleto; por fin, realmente deslumbrante para el lector de nuestros días es la lista detérminos vernáculos, pues la farmacopea en general (en especial los simples procedentesdel mundo de las plantas) precisaba de unas equivalencias seguras como pocas otrasdisciplinas. Generalmente, estas voces castellanas se han recogido en el índicecorrespondiente, pero algunas veces sólo están presentes en el interior de la glosa.

No obstante, y aun cuando Laguna acierta por norma, en su Dioscórides no faltanlos errores conspicuos. Así, al igual que la traducción de las Églogas de Virgilio porFray Luis de León, y frente a tantos otros testimonios, atina al identificar abies y abeto,mientras haya encuentra correspondencia en fagus; sin embargo, me llama la atenciónque no se diese cuenta (ni tampoco los estudiosos modernos de Laguna) de que losvacinia virgilianos son los sabrosos arándanos (Vaccinium myrtillus) y no el negro yvenenoso fruto del aligustre común o alheña (en «Del ligustro» y, contumaz, en «De laçarça llamada idea»). En realidad, se trata de una lectura por exceso de la SegundaBucólica virgiliana (en la que otros muchos incurrieron, como leo en las enjundiosasnotas de C. G. Heyne2, donde surgen otras tantas interpretaciones equivocadas, concorrehuelas, jacintos, gladiolos y alguna especie más), cuyo v. 18 dice Alba ligustracadunt, vaccinia nigra leguntur, que la magnífica edición de Vicente Cristóbal (Madrid,1996) deja en un texto castellano tan rotundo como «Piérdese, albina, la alheña y secoge el arándano oscuro». Por supuesto, no busquemos la solución en elromanceamiento libre de Juan del Encina ni en la bellísima versión de Fray Luis, quesimplemente elude el escollo. La pista necesaria, de buscarla, habría venido por otrasvías, como el Universal Vocabulario de Alonso de Palencia (1490), en que se precisa (yla clave está en el segundo miembro de la enumeración): «Vacinia sunt viole purpureicoloris vel poma agrestia vel herba rúbea».

2 Londres, 1821, vol. I, pp. 34-35.

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Hoy sorprendería su desconocimiento de la común fresa, a la que sólo alude con ellatín fragunt (en la Península, el término frago está presente tanto en Gordonio como,comúnmente, en la lengua aragonesa), del agracejo (sólo cita el latín berberís) o de lagrosella (aludida con el latín ribes y el francés grosselles); de este último fruto, dice«solamente en Castilla me acuerdo no le haver visto». De todos los despistes, me llamamucho la atención que el aliso se identifique con una planta de pequeño porte y no conel conocido árbol de ribera que en latín recibe el nombre de alnus, que, por cierto,tampoco aparece en el glosario; al respecto, no puede sino sorprenderme que Morrealeafirme que se trata de una especie poco conocida, pues abunda en los cauces de agua deEspaña, Francia e Italia. Craso error es también (pongo por caso) el considerar que lalavandula es planta dioica, de la que el macho es el espliego (en realidad, se trata de lalavandula angustifolia) y la hembra es la lavandula (en realidad, estamos ante lalavandula latifolia).

La segunda de esas tareas, que revela su talla de científico y su empirismo, consistióen el estudio directo de las plantas por toda Europa, tal como se plasma en un sinfín demomentos en su glosa. Bien es verdad que él habría deseado llegar hasta Egipto ysoñaba con un Nuevo Mundo del que llega a citar varias especies, a pesar de que,lógicamente, no tenían cabida en el Dioscórides. Entre las plantas americanas a quealude, hay dos que me interesan en especial: en primer lugar, el guayaco, leño índico,leño santo o palo santo (incorporado al capítulo relativo al ébano), fundamental paraatajar el mal de bubas, infección francesa, mal francés o sífilis; en segundo, el «solanoespinoso, llamado por otro nombre stramonia» (en el capítulo dedicado a la nuezvómica), primera cita que conozco de esta temible planta, cuyos potentes alcaloides hansido apreciados por sus virtudes contra el asma (antiguamente, con sus hojas se hacíancigarrillos) y han sido causa de no pocas muertes (de vez en cuando nos llega noticia deque algún drogadicto poco avisado ha muerto al fumar sus semillas). El estramonio odatura (datura stramonium) se extendió desde el siglo xvi por toda Europa, como sepone de manifiesto en este magnífico testimonio. Por cierto, es conveniente indicar queuna planta conocida desde siempre, el zumaque mediterráneo (rhus coriaria), no sóloservía para recomponer virgos (aún lo señala la Farmacopea matritense de 1823) sino,de acuerdo con la indicación que vierte Laguna, «para confirmar y establecer los dientesque se andan como teclas de monocordio a causa del mal francés».

De sus esfuerzos por localizar esas y otras especies nos da cuenta Laguna en laEpístola nuncupatoria inicial, un texto de muchos quilates («...quántos montes subí,quántas cuestas baxé arriscándome por barrancos y peligrosos despeñaderos yfinalmente quán sin duelo gasté la mayor parte de mi caudal y substantia en hazermetraher de Egypto y de Berbería muchos simples exquisitos y raros para conferirlos consus historias, no pudiendo por la malignidad de los tiempos ir yo mesmo a buscarlos asus propias regiones, aunque también lo tenté»). A una labor ímproba como ésta,hemos de unir otras, como la revisión de las creencias y supersticiones asociadas a lasdistintas plantas, la experimentación con los simples y, por fin, la recopilación yexposición de casos médicos de diferente etiología, con atención particular a losdistintos venenos (al tratar de las piedras, marca un abismo entre los viejos lapidarios yla moderna farmacopea). Todos estos desvelos, que en realidad responden a idénticoimpulso, sólo fueron posibles gracias a un prurito filológico que le llevó a corregir el

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texto en más de setecientos pasajes gracias al codex vetustissimus traído por su amigoJuan Páez de Castro3.

Esta fuente es citada en numerosos puntos de la glosa de Laguna, como en elcapítulo sobre el ajo, fundamentado sobre este testigo textual, o el titulado «Del irión oerysimo», especie de eruca u oruga de la que el susodicho codex le brinda datospreciosos. Ahora bien, de hacer caso a cierta nota «Al benigno lector» en la primerahoja de las tablas finales, Laguna fue más lejos, pues abordó una tarea equivalente dehecho a una recensio a poco exhaustiva y, por añadidura, una collatio que se refleja amodo de emendationes ope codicum, como en los capítulos dedicados al irión (formade eruca), el moly, el hinojo silvestre, el crithmo o hinojo marino (donde los corregidosson los manuscritos latinos), el peucédano, el tusílago o fárfara, el hipérico, la grama ola cincoenrama. Lo formidable del comento de Laguna es que ni siquiera faltan lasemendationes ope ingenii, tras desestimar uno a uno todos los testimonios conocidos,como vemos en los capítulos dedicados al regaliz o al perejil. En el capítulo delastrágalo, el estudioso muestra su impotencia ante las variae lectiones y sólo alcanza aconcluir: «de donde podemos conjecturar que el texto está depravado»; así las cosas,Laguna se encuentra en la situación que los filólogos posteriores solían marcar con lascruces desesperationis. Volvamos, no obstante, a la aludida declaración de principios,cuyo interés y brevedad me obligan a transcribirla integra: «La orden que tuvimos enfabricar la presente obra —¡o, amigo lector!— fue la siguiente. Primeramenteprocuramos de buscar todos los códices griegos de Dioscórides ansí estampados comoescriptos de mano y antiquíssimos, que pudimos hallar en Italia. Y después de haverlosconferido y encontrado unos con otros, hezimos la translación siguiendo los más fieles yverdaderos de todos ellos, y annotando juntamente en las márgenes los mesmos lugaresgriegos a do quiera que convenía discrepar» (fol. iiiil).

En fin, Laguna adquirió una nueva deuda, reconocida en sus continuos elogios,respecto de la traducción al italiano comentada por su amigo y colega el erudito sienesPietro Andrea o Pierandrea Mattioli (1500-1577). Este romanceamiento estuvo en elorigen de otra enconada disputa académica con el traductor del Dioscórides del griegoal portugués, Amato Lusitano, que derivó peligrosamente hacia el terreno de la herejíajudaizante. Concretamente, éste arremetió contra la labor del italiano aduciendo sólidasrazones filológicas que merecieron una Epístola apologética en la que, junto a asuntoseruditos, entreveró esa terrible acusación que obligó a Amato Lusitano a escaparse dePortugal. Las disputas no acaban, no obstante, con este episodio sino que hubo otromás de parecida catadura, aunque esta vez entre nuestro médico segoviano y el alemánJano Cornario; de hecho, la versión latina del Dioscórides entra en deuda directa con elromance de Laguna, por lo que éste lo acusó de plagio en otra Epístola apologética de1557. Aun cuando vemos cómo la empresa de editar el Dioscórides en cualquiera de susformas comportaba peligros inesperados, todavía verían la luz varias ediciones más,entre las que destaca la última llevada a cabo en el siglo xvi, la de Antonio Saraceno(1598). No obstante, al mismo tiempo se estaba produciendo una revolución en lamateria botánica en la que Laguna no llegó a participar y cuyos principales nombres,

3 Este manuscrito fue perseguido sin éxito por el suizo César E. Dubler en su magna edición La MateriaMédica de Dioscórides. Transmisión medieval y renacentista, Barcelona, 1953-1959.

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tras el de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557), fueron los del sevillanoNicolás Bautista de Monardes (ca. 1493-1588) y el toledano Francisco Hernández(1517-1587), ambos reivindicados ya por Miguel Colmeiro (La botánica y losbotánicos de la península ibérica, Madrid, 1858) y resucitados por los modernosestudios de José María López Pinero y su equipo valenciano4.

La aportación de ambas autoridades a la historia de la ciencia fue resultado de sutrabajo con la flora americana. Monardes, tras su inicial Dos libros. El uno trata detodas las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales... (Sevilla, 1565), publicó suPrimera y Segunda y Tercera Partes de la Historia Medicinal de las cosas que se traende nuestras Indias Occidentales que sirven en Medicina (Sevilla, 1574). El éxito de estosescritos sobre la flora americana se pone de manifiesto en diversas traducciones alitaliano, francés, inglés y, claro está, al latín. Lo más interesante es que Monardesdescribió especies tan comunes como la jalapa, el cardo santo o el tabaco (del queaportó, entre otras cosas, el primer grabado conocido), al tiempo que extendió elconocimiento del maíz, la batata, la pina tropical, el cacahuete, la zarzaparrilla o lacoca. Como ha apuntado el equipo de López Pinero, el célebre manual de AlexanderTschirch, Handbuch der Pharmakognosie (1933), lo presenta como el padre de lafarmacognosia. Por su parte, Hernández fue protomédico general de Indias pornombramiento de Felipe II desde 1570; desde ese año hasta el de 1574, organizó unaexpedición por tierras mejicanas cuyos resultados no alcanzó a ver publicados(comenzaron a conocerse, de forma paulatina, a partir de la siguiente centuria).

En esa aventura participó Andrés Laguna: así tradujo a Dioscórides y glosó sumateria médica. En esta labor, el segoviano a menudo rebasó el espacio que sereservaba, marcado por la letra cursiva, para inmiscuirse en el propio original traducidopor medio de glosas como «De la fruta del serval, que en Castilla llaman serva» y otrasdel mismo tenor. En su ambiciosa empresa, lejos de la fría taxonomía de Linneo o delos telegráficos apuntes de los modernos manuales, Laguna revela su amor por lasplantas y su continua búsqueda de lecciones de orden científico (con lo que justificadigresiones como la relativa a la confección del papel, pergamino y papiro, al hablar dela caña, o la que le lleva a enumerar las virtudes del asfalto, nafta negra o petróleo) y denaturaleza moral (como cuando alude al algodón o a la seda con que se hacen losvestidos, habla del cártamo con que se fabricaban los husos, compara la fama de laaristoloquia con la de los hombres o, en el libro V, trata de sustancias como el vino o elalbayalde) perdurables para el hombre de todos los tiempos.

La variedad de los contenidos responde al gusto del momento por la literatura decontenido misceláneo; al mismo tiempo, su relato, trufado con un sinfín de anécdotas yfacecias y hasta alguna que otra socarronería (como la respuesta a un especialistaalemán acerca de la xíride, lirio hediondo o espátula fétida, o la que le dio otro alemántras salir de una sobredosis de eléboro), responde a uno de los ideales del momento: eldel homo facetus que lo es en la conversación diaria o en la escritura5. Por otra parte,

4 Para una simple enumeración de la obra de ambos, véase José María López Pinero et al., BibiographiaMedica Hispánica, 1475-1950, Valencia, 1987, vol. I, «Libros y Folletos, 1475-1600».

5 Véase mi España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos, Madrid, 1994, donde aporto abundantestestimonios del siglo xv; para la centuria siguiente, los ejemplos abundan tras El Cortesano de Castiglione yotras autoridades.

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con su Dioscórides, Laguna se adentró en la ciencia antigua, con el valor añadido queaportaba la lengua griega del texto primero. Para llegar a ese punto, fueron necesariosaños de dura formación; de hecho, esta empresa intelectual debe entenderse como elfruto de su paso por Salamanca, donde estudió dos años de Artes, y París (adondeestaba ya hacia 1530), que le brindó la formación adicional en dichas materias y,finalmente, en Medicina.

En ambos centros, logró hacerse con esas dos poderosas ancillae para el científicoque eran las lenguas latina y griega; en París, además, se encontró con la crema delgalenismo humanístico: Gunther von Andernach, Jacobus Sylvius o Jean de la Ruel.Concretamente, a éste se le debía una versión latina del Dioscórides que Laguna revisópunto por punto en sus rigurosas Annotationes in Dioscoridem Anazarbeum (Lyón,1554), que brindaron el andamiaje imprescindible para su traducción comentada de1555. Investigaciones de hace años demuestran, no obstante, que recibió un gradoadicional en Italia, concretamente en Bolonia en 15456. En cualquier caso, ya durantelos años de París destacó en todos los órdenes y se mostró un maestro consumado enanatomía; de hecho, suyo fue el primer tratado sobre la materia que vio la luz en lasprensas renacentistas de la Ciudad de la Luz: es el titulado Anatómica methodus(1535).

Por supuesto, conviene seguirle la pista por otras razones, pues Laguna no se limitóal romance ni acabó su labor con esta obra de juventud. A España volvió en 1536; deesa época, tal vez lo más llamativo sea el curso que impartió en la UniversidadComplutense en 1538 (según datos de Alonso Muñoyerro y Bataillon). Aunque sirvióocasionalmente a la casa del Emperador, tampoco parece que llegara a detentarposición estable en su corte. Su ánimo era otro, lo que le indujo a viajar a Inglaterra, aresidir en los Países Bajos y, desde 1540 hasta 1545, a fijar plaza en Metz como médicopúblico de la ciudad. En pleno fervor imperial, no es extraño que un erasmista (lo era, ymuy militante, sobre todo en caso de que le adjudiquemos el Viaje de Turquía)pronunciase un discurso a favor de la paz, como el que dio en la Universidad deColonia en 1543. Atraído por la Urbs como tantos otros intelectuales españoles hastaentonces, marchó a Italia y allí permaneció entre 1545 y 1554. En Roma, trabajó paralos papas Paulo III y Julio III, quienes lo colmaron de regalos por sus buenos servicios.Deseoso siempre del encuentro con otros españoles, se desplazó a Venecia para vivirpor un tiempo en casa de ese gran intelectual, poeta, humanista, bibliófilo ydiplomático que fue Diego Hurtado de Mendoza. A mediados de 1554, volvió aFlandes; en 1557, regresaba a España, para fallecer en ella en 1559. En todo ese tiempo,su labor como escritor fue tan prolífica como he señalado, y lo fue en varios terrenos,por lo que cabe decir que nos encontramos ante un auténtico polígrafo o polímata.Laguna publicó más de treinta obras sobre materia médica, junto a otras de contenidoliterario en términos generales o bien de materia histórica, política o filosófica.

En sus escritos médicos, abordó algunas de las materias de interés tradicional, comoel tratamiento de la peste, los cuidados de la gota y la alimentación, la cura de ciertaafección de la uretra (las carúnculas, que estudió por vez primera en la historia de la

é Véase Busacchi, «Gli studenti spagnoli di medicina e di arti in Bologna dal 1504 al 1575 secondo leregistrazioni del primo libro segreto del Collegio di medicina e d'arti», Bulletin Hispanique, 58, 1956, pp.182-197, en especial p. 195.

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medicina occidental) o bien los problemas de los pesos y medidas en farmacia, en líneacon los modernos estudios de metrología desarrollados por humanistas comoGuillaume Budé o Antonio de Nebrija (Laguna no se para sólo en el escrúpulo, óvolo odracma de la farmacopea medieval); con todo, ya sabemos que su opus magnum, por sumagnitud y vigencia, fue su glosa a Dioscórides, con un total de veintidós edicioneshasta finales del siglo xvm. Por otro lado, la impronta del Dioscórides de Laguna senota todavía y sobremanera en estudios modernos, como los de Miguel Colmeiro(1816-1901) y, sobre todo, en el clásico libro de Pius Font Quer (1888-1964), tituladonada menos que Plantas medicinales. El Dioscórides renovado, Madrid, 1962. Aunquesólo se trate de fichas curiosas, entre mis libros sobre la flora peninsular no faltanreferencias a Laguna, a veces de forma casi sistemática, como la espléndida guía deÁngel Penas et al, Plantas silvestres de Castilla y León, Valladolid, 1991. De estemodo, vemos hasta qué punto es fácil agavillar fichas sobre la permanencia de Laguna,cuya labor ha sido reivindicada con tesón a lo largo de las últimas décadas por elequipo de investigación que José María López Pinero dirige en la Universidad deValencia. Momento es ya, no obstante, de echar cuentas en esta aproximación alcomento a Dioscórides.

La figura de Andrés Laguna nos obliga a unas cuantas reflexiones de interés. Enprimer lugar, hay que poner de relieve su linaje hebreo, al que pertenecieron algunos delos grandes médicos medievales, como Alfonso Chirino de Cuenca (aunque paraalgunos el padre de Diego de Valera fuese un hidalgo) o el anciano Francisco López deVillalobos (1473-1549). La profesión que eligió era propia de las «gentes de la nación»,aunque el dato no sea tan relevante como algunos investigadores han querido adeterminados efectos, como la necesidad que habría tenido de salir de España paraconseguir su título de galeno. No parece que la Universidad de Salamanca (a pesar decierta lectura torcida de los estatutos del colegio de San Bartolomé de 1414) aplicase lalimpieza de linaje como filtro a sus estudiantes; de hecho, el punto de partida para laaplicación generalizada de los estatutos de limpieza de sangre en toda España es 1547,tras el éxito del Cardenal Silíceo en Toledo; es más, en último término no parecelegítimo apelar a otra fecha cierta que el año 1573, con el real decreto de Felipe IIrelativo a los docentes. A esas alturas, no obstante, casi habían pasado tres lustrosdesde el fallecimiento de nuestro autor.

No parece la suya la postura de un perseguido o un descontento (parece haber caídodentro de la categoría de los meshumodim más que en la de los anusim o convertidos ala fuerza). De hecho, fuera de la Península y en tierras libres (como Francia, Italia o losPaíses Bajos), no judaizó como tantos otros retratados por Caro Baroja, DomínguezOrtiz, Roth y otros; al contrario, hizo proselitismo para la causa española y para sumonarca, Felipe II; además, las pocas estampas que de él tenemos nos lo presentan enlas cortes de los nobles y eclesiásticos españoles, particularmente durante su estancia enItalia. Sus creencias y anhelos religiosos parecen ir por distinta senda que la de tantosotros conversos, que esperaban la mínima ocasión para retornar a la ley mosaica. Decreer a Bataillon, el caso de Laguna, es más bien paradigmático dentro del grupo degrandes intelectuales conversos: perseguía como muchos de ellos un horizonte distinto através de la causa erasmiana, algo que, como sabemos, dará con el tiempo en unrotundo fracaso. En su obra, Laguna sólo se permitió licencias del tipo de esta que

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leemos en su comentario al bálsamo, que comienza: «Entre otras muchas señales de lasquales consta el especial amor que Dios tuvo al pueblo judaico es ésta una: que en solaJudea y en la vezina parte de Egypto [...]»; no obstante, lo que aquí se dice, aunquepudiera haber despertado ciertas suspicacias, es perfectamente admisible en unaaproximación al Antiguo Testamento, donde Dios hace favores especiales al pueblo queserá el elegido hasta que parte del mismo rechace la divinidad de Jesucristo.

Laguna es un humanista. Incluso cuando defiende la Medicina y la eleva entre otrasciencias, se inserta en una corriente de defensa de los oficios que ya había reivindicadola grandeza de los poetas o los historiadores; por supuesto, los ataques y las puyas aloficio médico ya menudeaban, como se deduce del famoso texto petrarquista Invectivecontra medicum, que Hernando de Talavera tradujo en 1449 como Denuestos contraun médico rudo y parlero. Como sabemos, en el siglo xvi tales burlas contra los galenosapenas preparados menudearon cada vez más, para dar en un Quevedo que todosrecordamos. El oficio médico es, con todo, de los más beneficiosos para el hombre; porello, Laguna recuerda que Alejandro pudo vencer a Darío sólo porque su médico Filipohabía conseguido que recuperase la fuerza perdida tras una larga y penosa enfermedad.Apelando a un razonamiento de la más elemental lógica, dice que si el dolor es el sumomal, la Medicina que lo cura será el bien supremo.

De todos modos, Laguna se presenta como el primero de todos a la hora dearremeter contra los malos médicos, categoría en la que caen galenos que responden aseñas de identidad distintas. Si no perdona a los profesionales encastillados en suslatinajos, barbarismos y solecismos, por otra hemos visto cómo arremete contracuantos han sido cegados por la falsa ciencia árabe; al tiempo, intuimos un tercer grupode ineptos en el que caen cuantos pretenden estar al día y se acercan a los textos griegossin la necesaria formación. Su glosa ofrece muestras de esos tres tipos de incompetencia.De ese modo, arremete con especial virulencia contra quienes carecen incluso de losrudimentos básicos, que lleven a distinguir la capsia o canela de la tapsia, poderosoveneno que acabó con una meretriz romana, cuyo médico confundió dos grafías tancercanas y equívocas (en documentos en letra gótica, guardiana de un saber rancio aojos de un humanista, la confusión entre c y t es la más común de todas). Del mismomodo, previene a quienes se enredan peligrosamente entre la resina del enebro,sandarax (el aceite o miera de cada) en Dioscórides, y cierto potente veneno llamadopor los árabes sandáraca. Lo mismo acontece con dos helenismos que no deben inducira letales confusiones: el milos o tejo (cuya ponzoña ya conocían de sobra los pueblosprerromanos de la Península) y la melia o fresno; otro tanto es lo que hace en elenjundioso comentario respecto de la común ajedrea, el comino silvestre o el letalcólquico de otoño.

Ya hemos visto cómo, en su condición de humanista, filólogo y médico (su empresaes una sola, como se desprende de otras semejantes y anteriores, y me viene bien elejemplo de Nebrija, polígrafo como humanista de veras que fue, a quien debemos unDiccionario médico), Laguna estaba obligado a recoger incluso aquello que podíaparecerle aberrante: la terminología bárbaro-latina, que ocupa una de las secciones desus diez índices de palabras, junto al latín más clásico y puro. A nosotros no puedeextrañarnos que así sea, tanto por el prurito científico de Laguna y su deseo de serexhaustivo, como por el simple hecho de que esos términos empleados por los físicos o

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médicos medievales seguían siendo los usados en la farmacopea hasta el siglo xvm. Noolvidemos, en definitiva, que el triunfo y divulgación de los postulados humanísticos nollegó a reducir ni por supuesto a eliminar los usos escolásticos y su especialmetalenguaje en todos los ámbitos del saber, algo especialmente cierto en los casos de laFilosofía o la Teología; por lo que a la Medicina respecta, vale decir que lanomenclatura medieval siguió en uso y plenamente vigente siglos después, como sabecualquier aficionado a las antigüedades si pasa revista a unos cuantos albarelosauténticos o a algunas de las muchas imitaciones modernas que se ofrecen en cualquiertienda de cerámica. Las substancias oficinales, esto es las empleadas en botica, sereconocerían en el futuro por esos mismos nombres.

Claro está, no obstante, que para un humanista, los nombres de los simples debíanser los que brindaban tres autoridades de moda en estos nuevos tiempos: Dioscórides,Plinio el Viejo (ambos del siglo i d. C.) y el maestro de ambos, Teofrasto. A todos ellosrecurre y a un sinfín de citas literarias (Virgilio, Ovidio, etc.), que le permiten cimentarsu discurso, salpimentarlo no pocas veces, y a nosotros determinar claramente sus señasde identidad intelectuales. La referencia al laurel noble o salsero le invita a enredarsecon el mito de Dafne; al considerar la yedra, señala que con ella hacía Baco su corona;el moly es calificado de «homérica planta», pues con ella venció Ulises a Circe; elpánace tiene tres variedades debidas a Hércules, Esculapio y el centauro Quirón,respectivamente; el lirio, «según los poetas fingen, nació de la leche de Juno»; laartemisa toma nombre de Diana pues ambas socorren a las parturientas; la cicuta letrae al recuerdo la muerte de Sócrates; en fin, el narciso refresca inevitablemente en sumemoria el mito clásico. En alguna ocasión, la autoridad aducida no pertenece aluniverso de los clásicos ni a la nómina de sus contemporáneos y compañeros de oficio:entre las líneas de su glosa, se puede descubrir incluso a un humanista del Quattrocentocomo Ermolao Bárbaro (citado en el capítulo sobre la typha, conocida en castellanocomo espadaña).

Momento es ya, no obstante, de determinar los aspectos en los que Laguna avanzaen la línea de la nueva ciencia imbuida del espíritu del Humanismo europeo. Su maderade científico se demuestra en su condición de hombre itinerante, de viajero en busca denuevos simples, al igual que aquellos humanistas más avezados que anduvieron en posde manuscritos desconocidos (aún la suya fue una gran época para la crítica deexploradores); además, hemos señalado unas cuantas aficiones propias de un humanistade ley, en clave libraria o filológica, algunas tan afines a su profesión como lametrología. Todo ello, no lo olvidemos, era algo más que un modus vivendi: se tratabade una ambiciosa empresa intelectual a mayor gloria de su nación y de su rey.Añadamos un dato olvidado por lo común acerca de éste, concretamente de Felipe II:éste, además de ser el monarca autoritario que nos enseñaban en el pasado y derepresentar el prototipo del rey humanista como se ha recordado en su recientecentenario, fue también el rey antófilo7, el enamorado de las flores a quien Lagunaintentaba convencer para que formase un jardín botánico como los que él había visto enotros puntos de Europa. Las razones eran estéticas para el Monarca, pero Laguna

7 Estudiado en un memorable artículo de Agustín G. de Amezúa y Mayo, «Felipe II y las flores»,Opúsculos Histórico-Literarios, Madrid, 1953, vol. III, pp. 376-412.

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trataba de convencerlo de que había también argumentos puramente científicos deenorme importancia: igual que ahora se dice ante la destrucción de la selva tropical,Laguna es categórico al afirmar que muchos simples que podrían constituir el mejorremedio frente a enfermedades incurables lo aguardaban en tierras lejanas e ignotas. AlRey, hubo de calarle hondo el tópico del menosprecio de corte y alabanza de aldea, esavuelta al perdido edén que su médico veía en la naturaleza, a la que se acogieron enmomentos de su vida Cicerón (allí escribió sus Tusculanas, según recuerda el propioLaguna) y otros (los he recordado en un reciente artículo sobre Vespasiano da Bisticci).

Para mí, filólogo e historiador de la Literatura, estudioso del Humanismo y, comomuchos de mis colegas saben, apasionado de la Botánica, Laguna en su Dioscórides nosofrece páginas apasionantes por medio de anécdotas eruditas sabrosísimas, en línea conlos viejos modelos clásicos (a la manera de Plinio) y los nuevos ejemplos humanísticos(que dan en la literatura miscelánea). Fascinantes son las vivencias de que nos dacuenta, como la que vierte acerca de las brujas (que sólo en alucinaciones montabansobre escobas o yacían con diablos o bellos mortales) y las que se llaman pomadas debruja, fabricadas a partir de substancias con alcaloides tan fuertes como los del beleño,heléboro, mandragora y solano; puesto a atajar falsas creencias, parecida es la opiniónque vierte sobre la mandragora y su uso mágico para empreñar mujeres estériles; otrotanto le cae a la «vieja lapidaria y barbuda» (así llamada, al igual que Celestina) a laque acompañó para ver florecer y granar el helécho en la media noche de la víspera deSan Juan (léase el final de la alusión, pues no puede ser más jugoso: «tras la qual ivanotros muchos mancebos y cinco o seis donzelluelas mal avisadas, de las quales algunasbolvieron dueñas a casa»). Junto a este adobo, lo básico para muchos filólogos siguesiendo la terminología de que se sirve en el interior del texto y en los glosarios, bien setrate de voces populares, transliteraciones, calcos semánticos o términos en lasdiferentes lenguas clásicas. Aquí, lo que se percibe es el pulso que el castellano le echa auna materia con la que, según Laguna, puede y no se achica, «con ser ella la más capaz,civil y fecunda de las vulgares». Eso es lo que hace en los seis libros de este apasionanteDioscórides.

Nadie espere, como he indicado, la fría taxonomía de Linneo o los telegráficosapuntes de los modernos manuales. Laguna apela una y otra vez a la grandeza deluniverso vegetal cuando se le compara con el de los humanos o busca ahí las virtudespor excelencia: si en los bestiarios la tórtola representa la fidelidad a ultranza, aquí es lapalma la que «nos declara la fuerça del amor conjugal, pues se consume poco a poco lahembra de aquella especie si la quitan de a par de sí el macho» (porque la phoenix,sobre la que vierte un sabrosísimo comentario, es una planta dioica). No faltantampoco las falsas etimologías, como la relativa a la genciana (a poco extinta en lasmontañas europeas por su uso para bebidas aperitivas y farmacia), que habría recibidoel nombre de Gentío, Rey de los esclavones, o la del polemonio, cuyo étimo se pone enrelación con el griego polemos y se justifica de manera tan curiosa como inverosímil.Divertida es la que recuerda lo indigestos que resultan los madroños, como manifestaríasu nombre latino, unedo (arbutus unedo), que Laguna lee como una recomendación de«comer sólo uno». Hilarante verdaderamente es el étimo de ese parásito vegetal que esla hierba tora u orobanca, llamada de ese modo «porque luego que la vaca le come, vabramando y ardiendo a presentarse al toro».

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Más complejo e interesante para la Historia de la Lengua Española es el caso de laconifera llamada sapino, que para Laguna daría nombre a los chapines «ni más nimenos que los alcorques del alcornoque, por quanto la madera del sapino, por serliviana en extremo y no embever en sí el agua ni el lodo, antiguamente solía entrexerirseen ellos, como se entrexere aún oy día por toda Italia en lugar de los corchos» (p. 54). J.Corominas y J. A. Pascual, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico,olvidan a Laguna, al recordar, tras una larga entrada en que apuestan por un origenonomatopéyico para chapín, que «Cabrera cita estos textos en apoyo de su opinión [...]de que chapín tiene el mismo origen que el fr. sapin 'abeto'. Pero este vocablo apenas seha usado jamás en parte alguna de España, y en ninguna parte tiene ch-». El trabajo deAurelio Cabrera, relativo a ciertas voces del habla extremeña, tiene sustento ahora enesta alusión de Laguna, cuya opinión no cabe despreciar sin más, pues el sapinus latinoes mucho más común de lo que se piensa, pues ha derivado también en el nombre de eseabeto español conocido como pinsapo (pinus sapinus) o en el del común sabino osabina de los montes del centro de la Península Ibérica.

La contemplación de la natura, en consonancia con la época que le correspondióvivir, despierta en el autor un marcado placer estético, como en el magnífico capítulodedicado a la vid, en que no se resiste a disertar sobre los males y beneficios del vino, yrecordar cómo los amantes adoran sus hojas y pámpanos, que engalanan las ventanasde las amadas, para más tarde denostarlas por avivarles su pena. Tras tal disquisicióngenérica, aduce el curioso poema de un amante rechazado, que arranca: Parra por mimal nacida. Todo ello, a ojos de un lector de nuestros días, aparta la obra de Laguna dela pura ciencia y la hermana en la lejanía con Aulo Gelio, por ejemplo, y en su épocacon tantas y tantas obras de corte misceláneo. Ahora bien, son tales contenidos los queconsiguen que la obra resulte sabrosísima para cuantos se acercan a ella.

En todo caso, sus contemporáneos vieron en la resurrección de Dioscórides glosadapor Laguna una obra claramente innovadora, lo que justifica la línea editorial que seinicia con la princeps de Amberes de 1555 y concluirá en el siglo xvm, cuando la nuevaciencia europea, de signo ilustrado, empuje fuerte en toda Europa8.

Addenda: Para celebrar el centenario del nacimiento de Laguna, a lo largo de 1999 sedesarrollaron distintas actividades que han ido cuajando en forma de libro a lo largo de los mesessiguientes; con todo, el hecho de mayor relevancia para los estudiosos es la publicación de la tesisdoctoral de Miguel Ángel González Manjarrés, Andrés Laguna y el humanismo médico,Salamanca, Junata de Castilla y León, 2000, en que culmina la mejor tradición investigadorasobre la vida y obra del segoviano, tras la senda despejada previamente por estudiosos comoCésar E. Dubler, Teófilo Hernando, Marcel Bataillon, Antonio Guzmán Guerra, Manuel Alvar oMargherita Morreale.

8 Las noticias más sólidas publicadas hasta aquí sobre el Dioscórides de Laguna en conjunto pertenecen aun par de formidables trabajos: el prólogo de Manuel Alvar al facsímil del impreso filipino (1991) y unartículo de Margherita Morreale de 1995 («La materia medica di Dioscoride tradotta e annotata da AndreaLaguna, medico di Giulio III (1555)», en lncontro Scientifico Italo-Spagnolo organizzato in collaborazionecon la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales e la Real Academia Nacional de Medicina(Roma, 21 ottobre 1993), Roma, 1995, pp. 91-105]. Con todo, espero que esta breve serie de calicatas enprofundidad sea de interés para los historiadores de la Medicina, la Farmacia y la Botánica durante sutransformación en pleno siglo xvi.

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GÓMEZ MORENO, Ángel. «La resurrección de Dioscórides y la edición comentada deLaguna». En Criticón (Toulouse), 79, 2000, pp. 107-122.

Resumen. La reescritura-traducción, por Andrés Laguna, del Dioscórides: confección de un nomenclador otesauro multilingue; estudio directo de las plantas por toda Europa, con revisión de las creencias ysupersticiones a ellas asociadas; prurito filológico con setecientos pasajes del texto griego corregidos; glosa dela materia médica, que revela el gran amor de Laguna a las plantas, su búsqueda de lecciones duraderas y suempleo de abundantes anécdotas y facecias.

Résumé. La réélaboration-traduction, par Andrés Laguna, du Dioscórides: confection d'un nomenclateur outrésor multilingue; étude directe des plantes à travers toute l'Europe, avec une révision des croyances et dessuperstitions qui y sont reliées; souci philologique qui conduit à corriger sept cents passages du texte grec;glose de la matière médicale qui révèle, chez Laguna, son grand amour pour les plantes, sa quête de leçonsdurables et son recours à nombre d'anecdotes et de facéties.

Abstract. The rewriting-translation, by Andrés Laguna, of the Dioscórides: a confection of a nomenclature orof a multilingual thésaurus; a direct study of plants throughout Europe, with a revision of the beliefs andsuperstitions associated with each type; a minute philological labour of love, with seven hundred passages ofcorrected Greek text; a gloss of medical subject-matter that reveáis Laguna's great passion for plants, hissearch for durable lessons and his use of abundant anecdotes and amusing taies.

Palabras clave. Dioscórides. Humanismo. LAGUNA (Andrés). Medicina. Reescritura.