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Miguel

Delibes

La partida

Relato primero

La partida

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1Haba sido Miguel Pez durante dieciocho aos, y de pronto, en cuarenta y ocho horas, era slo Valladolid. Y en el Cantabria le decan Valladolid con acento indulgente, como un tierno diminutivo. A l no le ofenda, antes al contrario, le confortaba no slo el tono, sino la palabra, y la nostalgia de su ciudad que la palabra envolva. Don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria, deca Valladolid de otra manera. Aun si recitaba versos, don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria, adoptaba una expresin negra y cortada, como el ladrido de un mastn hosco. En cambio, Benito, el contramaestre, vea las cosas de color rosa, y hasta cuando mencionaba la carga aquella carga que le haca sudar y blasfemar junto a los cuarteles de la sentina, mientras chirriaba, arriba, el aguiln de la gra deca: Naranjas, naranjitas; pequeos soles para los hijos de la niebla. Y seguramente Benito, el contramaestre del Cantabria, pensaba en redondo y no en alargado, porque su cuerpo era redondo, y para l imaginar a Ava Gardner era como tener a Ava Gardner, y l la vio apearse una vez del avin 7532 de la Air Forc, y desde entonces se crea con algn derecho sobre la muchacha. l deca: Las caritas de las actrices, contra lo que la gente cree, no son slo potingues. Ava Gardner sabe sonrer y, sobre todo, sabe mirar. En las mujeres, el saber mirar es una sabia virtud. A Miguel Pez le deca ahora Valladolid y a Valladolid le agradaba or al contramaestre llamarle Valladolid porque as olvidaba, o se desentenda de la mugre y la sordidez, y aun de la austeridad, del Cantabria. Escuchando a Benito las cosas tomaban un amable cariz de fiesta. l lleg dos das antes, con sus maletas de cartn a cuestas y su predisposicin al asombro. Yo soy un alumno de Nutica sin conocimientos prcticos; eso, eso..., se deca. Luego, durante la cena, se lo confes al maquinista y el maquinista gru. El capitn era joven para tener el pelo blanco y, sin embargo, el pelo suyo era desoladamente blanco y sus maneras lacnicas. Benito, el contramaestre, se ech a rer, primero, cuando l, Valladolid, al or las presentaciones del capitn lanz aturdido su mano al azar, para el primero que quisiera tomarla. Valladolid estaba descentrado con su carita blanca, imberbe, de escolar de pensin, entre aquellos rostros atezados por todos los vientos. Ms tarde, cuando pretendi arrimar la banqueta a la mesa, Benito, el contramaestre, ri por segunda vez y don Jess Beardo, el maquinista, le dijo: Muchacho, cuando entres en un barco repara que eres t lo nico que no est amarrado al suelo. Su ingreso, pues, no fue ni mucho menos unas pascuas. El revisor, en el tren, le haba dicho: Embarcas en Santander? Un bote. Por qu un bote?, inquiri l, que todava no era Valladolid, con cierto desapego. Ah no hay barcos de calado. No hay barcos de calado... No hay barcos de calado. Pretendo yo darle lecciones a l de lo que pasa en el tren?, pens Miguel Pez. Luego result que el Cantabria era un bote de 500 toneladas, 35 metros de eslora, 6 de manga y 6,75 de puntal. Y la arboladura un desecho, tarada de herrumbre, y l no era Miguel Pez, sino Valladolid. Se arrim a Benito, que a orilla de la sentina contemplaba la carga, sudaba y escupa juramentos. Qu creste, hijo? Que era el Queen Mary? le dijo el contramaestre. Y eso? indag l, sealando la carga. Naranjas, naranjitas; pequeos soles para los hijos de la niebla. Ms tarde jur de nuevo el contramaestre, cuya faena de dril estaba desteida en los3

sobacos. En su cuello poderoso, se distinguan tres franjas de color grana y si elevaba los ojos para observar las evoluciones del aguiln de la gra se hacan ms ostensibles. El cuerpo del contramaestre resultaba un poco cmico en su redondez pretenciosa, en su vil adiposidad. Valladolid, que an no era Valladolid, sino Miguel Pez, se sinti entristecido y pens en Marita y, sin poder remediarlo, porque era una necesidad perentoria, se encaram al espardel y ara el nombre de la muchacha en la pintura, debajo de un cable. Se hizo la tonta ilusin de que as la chica, en cierto modo, le acompaaba. Baj ms aliviado y ya el aguiln descenda al sollado por ltima vez y Benito, el contramaestre, dej de jurar, le tom por los hombros y le fue diciendo, sin que l le preguntase nada: Aqu es la pacotilla, me entiendes? Sin la pacotilla esto no es carrera ni es nada. Dnde estudiaste t? En Barcelona. Luego eres cataln. Buen pas! Soy de Valladolid. Ejem! Bueno, eso es otra cosa. No es mal pas tampoco Valladolid... Sin la pacotilla te podras dedicar a escardar, yo te lo digo. Es ms rentable. Valladolid? Yo pas por Valladolid en el ao nueve. Bonitas chicas o yo soy un perro sarnoso! Valladolid, que empezaba a ser Valladolid, sonri tmidamente. No se aventuraba a la sonrisa abierta para no dulcificar an ms su rostro. A Marita le deca, tres das antes, tomndole de las manos y sintindose fuerte y viril: Ya ves, hijita, la mar, la mar... Recorrer el mundo. Es, sta, una profesin muy dura. A Marita le temblaba una lgrima en el ojo derecho. Le dijo, recostando la cabeza sobre su hombro, que, entonces, poda parecer capaz y slido: Cuando nos casemos me llevars contigo. No nos separaremos nunca, no es cierto? Veremos, veremos..., respondi l dispuesto a allanar dificultades. Marita tena diecisis aos y unos hombros adolescentes y frgiles, y unos acerbos celos del Cantabria, carga general. Junto a Benito, el contramaestre, Valladolid se senta Marita: dbil y compungido. l, Valladolid, era audaz lejos de las realidades. En el Cantabria era tmido y se senta muy poquita cosa. Su padre le dio tres billetes de cien al despedirse: T sabes que esto no sobra. Pero an no ganas y yo he de concluir lo que empec o no soy hijo de mi madre. Su padre, naturalmente, s era hijo de su madre, concluyera o no lo que haba empezado, pero Valladolid no era, en puridad, hijo de su padre. Su madre, que s que era su madre, se cas con su padre en segundas, cuando ya le tena a l. Valladolid no recordaba la boda, ni recordaba a su madre, pero s recordaba a su medio hermano Raulito, que era breve y enclenque como un pjaro en carnutas. Cuando muri, le encerraron en un cofrecito blanco y su padre, Revisor de la Ca. de FF.CC. del Norte, hizo asueto aquel da y andaba tras el fretro como borracho y, por la noche, le dijo a Miguel Pez: Slo me quedas t. Lo ms mo se esfum. Lo ms suyo eran Raulito y su madre, que tambin eran lo ms suyo, lo ms de Valladolid, y tambin se le haban esfumado. El le dijo: Padre...!, y se atasc, porque all no caban las palabras, y el revisor de los Ferrocarriles del Norte aadi: S, hijo, s; como si lo fuera; para ti, como si lo fuera. A Valladolid le constaba el esfuerzo de su padre y le constaba que no menta al decirle: T sabes que esto no sobra. Los tres billetes eran una necesidad truncada y Valladolid los coloc en el bolso alto de la americana, tal vez para tenerlos ms cerca del corazn. Haba respondido: Descuida, padre. Y ahora, abri el ojo cuando Benito, el contramaestre del Cantabria, le dijo: Sin el frasco y el naipe, qu sera del marinero en la mar? La mar, muchacho, es un

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desierto sin arena. Bueno, el naipe. Esta noche nos hacemos a la mar. Fuera de la ostial, el naipe. Valladolid, dices? No hay en Valladolid un hermoso acueducto? Es en Segovia... S, Segovia... Sabes jugar al poker, Valladolid? Oh, s! Magnfico!... De Valladolid, bien mirado, no recuerdo sino las chicas. Un poco esquivas, no es cierto? S. Yo llevaba un uniforme bien cortado, pero ni por sas. Quieres hacer el cuarto maana? El cuarto? En mi cabina; al poker. Ah, bien! De acuerdo dijo Valladolid.

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2Caa la noche y de la amura de babor soplaba una brisa muy fina. Los pesqueros se ponan en movimiento y se oa, a lo lejos, una sirena como el quejido de una mujer ebria. Ola a salitre y a algas y las gaviotas sobrevolaban el mar con una atencin suspensa. De la parte de Pedrea la superficie se encrespaba y se poblaba de cabrillas blancas. En el muelle, el bolardo pareca un brazo en tensin, cargando con la responsabilidad del Cantabria. El bolardo era, ahora, el capitn, y el capitn, cuando Valladolid se present a l en la diminuta camareta, era, de pronto, un burcrata concienzudo y borracho. Bebi dos vasos de vino mientras anot sus datos en el Diario de Navegacin. El capitn, como los practicantes, ola intensamente a alcohol. En sus palabras y sus movimientos se descubra una premeditada represin. Valladolid observaba su cogote rapado y pens que aquella cabeza, prematuramente blanca, estaba electrizada y que de tocarla le sacudira un calambre. El capitn del Cantabria mordisqueaba la pluma antes de escribir. Sus dedos grandes y expeditivos tenan una extraa agilidad. Se volvi al muchacho de pronto: No le extrae dijo. En la Escuela fui campen de dedos. De dedos? No luch nunca con los dedos? No. Tambin se lucha con los dedos. Y yo era campen. Valladolid pens que estaba borracho. Su sonrisa era juvenil, pero no franca; quedaba como sometida a una condicin, como si el capitn del Cantabria pensase: Si no tuviera eso encima de m, sonreira del todo. Luego ense el barco al alumno y le entreg dos faenas de dril y una gorra de plato. Valladolid se senta orgulloso debajo de ella, pero Benito, el contramaestre del Cantabria, dijo, al verle: Valladolid, criatura, pareces el botones de la Banca Arteche. Y Valladolid pens en Marita y cuando, a su lado, pareca un hombre ciclpeo. Sonrea, sin embargo, con una limitacin predispuesta. Fuera de Benito, el contramaestre, nadie en este demonio de barco sonre de verdad, pensaba. El barco no le gustaba a pesar del concienzudo inters del capitn por enserselo. Era sucio y viejo y en las sentinas haba ratas. La obra muerta, alterosa y renegrida, no guardaba equilibrio con el casco, y el capitn le dijo que era un trasto reconstruido. En extraa contradiccin con el resto, el puente de mando brillaba como una patena; la rueda del timn, pulcramente barnizada, pareca un objeto de adorno. Bueno dijo Valladolid. Qu velocidad desarrolla? Doce millas sin forzar. Servicio? Habitualmente con Plymouth. El muchacho asi el timn y, de sbito, se sinti un hombre importante. Yo podra llevarlo? Un nio puede llevarlo. Es un barco marinero ste y la pista ms ancha que el Paseo del Campo Grande. Conoce Valladolid? Oh, Valladolid! Qu razn existe para que venga al mar un castellano de tierra adentro? Eso; el mar.6

Vaya! Yo siempre dese lo que no tena dijo Valladolid.

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3La camareta de Benito, el contramaestre del Cantabria, le produjo la misma impresin que el camerino de una vedette de pocas pretensiones. Ola a axila sudada y a ropa de cama sin ventilar y era tan srdido y angosto como el de Valladolid, siquiera el contramaestre se las arreglase para imbuirle cierto aire de local de esparcimiento. En ninguno de los mamparos se vea la madera; fotografas de peridicos de todas las actrices de Hollywood se exhiban pegadas all toscamente, unas conservando el pie y otras, las ms, recortadas en silueta. Sobre la cama, entre las estampas frvolas, haba un cromo de la Pursima con rostro de modistilla: La Virgen est en mi pueblo por encima del alcalde dijo el contramaestre. En la fiesta hacemos una hoguera en la plaza y los carcas arrojan caramelos a los chicos. Le haba acogido con una sonrisa pictrica, la misma sonrisa con que acogi la noche antes los malos humores de don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria. Sintate, Valladolid. Tomaremos una copa. Eres el primero, ya lo sabes. Se agach y, tras un desmanotado forcejeo, abri el candado de la taquilla y sac una botella. Sonrea. An no haca tres horas que el Cantabria navegaba en mar abierta. Cabeceaba suavemente y Valladolid notaba una sensacin difusa en las plantas de los pies. Nada en concreto, pero prefera estar sentado. La cabina de Benito tena dos ojos de buey. l haba permanecido una hora larga acodado en la borda contemplando la nada del cielo y el mar. Produca una extraa impresin pensar en Marita en aquellas circunstancias. Ahora deseaba jugar al poker y mirar los naipes del descarte lentamente, uno a uno, exacerbndose la emocin del azar. Es una molestia dijo Valladolid, tmidamente. Y miraba, fascinado, los muslos redondos de Sonja Henie, la patinadora. Bah!, molestias, molestias... Para m echar un trago no significa una molestia, sino exactamente lo contrario: me aclara la cabeza y me abre el apetito. Deca mi padre: El mucho vino mata, pero un poco menos resucita, ja, ja, ja! Se sent frente al muchacho y llen dos vasos: El cura de mi pueblo sola decirme: Conserva el corazn de un nio y sers un nio aunque tengas pelos bajo la nariz y la cabeza monda como una bola de billar. En mi litera hay chinches dijo Valladolid repentinamente disgustado. Dnde no? Y cucarachas en las taquillas y ratas en las sentinas. Qu imaginaste que era el Cantabria, Valladolid? Aprende a llevar el Cantabria y podrs llevar maana el Queen Mary. Atiende, muchacho. Mira qu bocas! Mis novias posaron sus labios aqu para que yo las conservase... Le mostraba un lbum lleno de pequeas cartulinas blancas, ordenadas de forma simtrica: Bueno dijo el chico, a quien las fotografas de los tabiques perturbaban: quin es sa de los muslos, si puede saberse? El contramaestre del Cantabria volvi los ojos con un esfuerzo: Ah, ja, ja!... dijo. No conoces a Elizabeth Taylor, criatura? Pudiste vivir este tiempo sin conocer a esa chica? volvi sobre su lbum, jactanciosamente: Cuntalas, Valladolid, hijo aadi. Suman ochenta y siete. Ochenta y siete bocas que este menda ha probado. Repara, Valladolid, muchacho... Repara en estos labios... Dime, qu dice8

debajo? Dice: Leonisa Altable. Cdiz. Doce febrero mil novecientos treinta y cuatroonce abril mil novecientos treinta y cuatro. El contramaestre adoptaba un aire beatfico. Medit un momento: Te soy sincero, Valladolid; no recuerdo a esta muchacha y te juro que lo siento. No la recuerdo aunque me esfuerzo en ello. Valladolid apur el vaso. Dijo: No vinimos a jugar al poker? Paciencia, hijo. Hemos de esperar consult su reloj de mueca; la noche es joven. Valladolid, el muchacho, senta el prurito de los naipes en las yemas de los dedos. Le agradaba la sensacin del azar; no disfrutaba tanto con la jugada como con la expectativa de la jugada. Los tres billetes del padre, del que no era su padre pero como si lo fuese desde que perdi a Raulito, su medio hermano, le calentaban el corazn. Valladolid no dud que los multiplicara. Para l, sentarse a jugar equivala a sentarse a ganar. Era, el juego, una actividad retribuida como otra cualquiera. Sin embargo, desconoca la tcnica de la nueva mesa. En Barcelona ya saba que Mart era aficionado al pase negro y a farolear cuando los dems pasaban. Climent, por el contrario, se mostraba moderado y corra el riesgo de comerse su jugada en espera de que fuese otro quien iniciara la puesta. Valladolid ignoraba la mecnica de los nuevos compaeros. Benito, el contramaestre, eruct de pronto: Perdona, muchacho dijo. El viento es un lastre para el marino, creme. Sonrea. Retir el lbum de la mesa. l estaba sentado sobre la litera y Valladolid sobre una redonda banqueta, frente a l. Vendr el maquinista, no es cierto? No faltar, hijo. A Valladolid no le gustaba el maquinista y por eso le agrad que viniese. Le placa estrujar a quienes no le eran simpticos. Al desatracar, seis horas antes, coincidi con l a estribor, mientras el remolcador, fumoso y chilln como un chulo de puerto, arrastraba al Cantabria hacia la bocana. Valladolid observaba las tensas estachas, el agobiado esfuerzo del barquichuelo: Esto es otra cosa dijo con incipiente entusiasmo, la mar es otra cosa. Esto no es vida. Ni arriba ni abajo es vida dijo don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria. Se refera a las calderas y al puente, y ni las calderas ni el puente le parecan vida. Tena un cigarrillo entre los labios y las manos ocultas en los bolsillos. Inglaterra dijo el chico vagamente. Crees que all atan los perros con longaniza, muchacho? Su rostro era alargado y funerario, con las mejillas chupadas y las sienes abultadas. Haba en su espalda enjuta, y aun en la manera de proteger la colilla contra el viento, un definitivo aire de enterrador. Pero Valladolid no saba que don Jess Be ardo, el maquinista del Cantabria, fue, primero, un hijo nico y, despus, un hurfano nico. Ni saba lo de la lpida. El padre del maquinista se excedi cuando perdi a la mujer, mas entonces la amaba e ignoraba que se exceda. l crey honradamente que no tardara en seguirla y por eso grab en la piedra: Esprame. Pronto me reunir contigo. Don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria, era entonces un pedazo de carne que se mova, pero no senta. Cuando empez a sentir conoci la lpida y advirti que su padre no tena prisas por

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reunirse con la difunta. Al morir su padre, al fin, diecisiete aos ms tarde, alguien aadi en la lpida, tras la fecha de defuncin: Querido, cre que no venas. Para don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria, jovencito sensible y enfermizo, fue aquello un rudo golpe. En todas partes le embromaban y una pequea novia que tena, y que apenas le llegaba a la cintura, le dej plantado acuciada por el recelo de que la informalidad del padre se le contagiara. Entonces empez para don Jess Beardo la macabra costumbre de visitar cementerios. Se hizo marino para huir de su ciudad y conocer nuevos cementerios. Le gustaban los cementerios y le agradaba constatar que no fue su padre el nico que le hizo a su madre una perrera. Dijo a Valladolid, acodado en la borda, junto a la amura de estribor, en tanto se encendan las luces del puerto: Yo pas por Valladolid en el ao quince. Hermosos cipreses! Hablaba igual que los perros allan en la noche, con un matiz de reproche y un filo amenazador. En el camposanto de Valladolid tengo yo un mediohermano dijo Valladolid. S? S. Se llamaba Raulito. Muri chico? Seis aos. El padre de l es ahora el padre mo. Cmo es eso? Valladolid le explic. Agreg el maquinista del Cantabria: No hay all una lpida que dice: Padres, dnde estis? Dnde est vuestra virtud? Quin separa la amistad?: Esta piedra y esta cruz? Lo ignoro. No conoces las lpidas del cementerio de tu ciudad? Valladolid se atarant. Don Jess Beardo pareca un catedrtico reconvinindole. No, en efecto dijo Valladolid. Malo. Malo, qu? Tu desinters. El capitn asom por la baranda del puente y voce una orden a la toldilla con el megfono. Inmediatamente desapareci. Valladolid desvi la conversacin: Y l? inquiri. Qu, l? Es joven y su pelo es blanco. S. Y eso? La vida le mordi. La mordedura de la vida es como la de un perro rabioso dijo el maquinista. A Valladolid le acuci la curiosidad. Observaba las cejas pobladas y vencidas de don Jess Beardo y despus mir a la mar. Ahora mir a Benito, el contramaestre del Cantabria, e inmediatamente, por encima de su hombro, mir las pantorrillas de Lana Turner. Todo le asombraba en aquel barco. Era, todo, como una intrigante caja de sorpresas. Se encontraba a gusto entre las muchachas del contramaestre. Dijo Benito: Don Jess Beardo, el maquinista, tiene una amiga que se llama Mari Luz. Valladolid no saba lo de la lpida.

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S dijo. Quiere que les entierren en tumbas distintas. Qu te parece? Y el capitn? inquiri el muchacho. Entr, de sbito, el capitn y Valladolid se sofoc. Llueve dijo el capitn y hace fro. La vibracin sorda de las mquinas ahogaba cualquier otro ruido del exterior. Se despoj el capitn del impermeable y Valladolid le mir las manos con cierta perplejidad. Es campen de dedos, se dijo. El jefe subir en seguida dijo Benito, el contramaestre del Cantabria. En este instante la puerta rod sobre el engargolado y asom el rostro funerario del maquinista: Bah! dijo. All abajo no se puede respirar. Hace ms calor que en el mismsimo infierno.

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4Miguel Pez, que ya era Valladolid y cuando pensaba en Ava Gardner presenta un mundo ms complicado y difcil que el suyo propio, coloc dos duros en el centro de la mesa. Haba empezado por llevarle cinco a Benito, el contramaestre del Cantabria, con una escalera mxima. El maquinista observaba a los contrincantes con el rabillo del ojo. Sus dedos afilados separaban una carta de otra mezquinamente. Pona avaricia en el manoseo de los naipes; una avaricia puntillosa y srdida. Los veo dijo. Y pongo tres ms. Valladolid vacil. Senta una advertencia en las entraas; una rara advertencia que era como un vaco. Tal vez fuera el vaco del primer viaje. Este era para Valladolid como una recopilacin de apostura, megfono y autoridad. Y mar, el endiablado mar infinito absorbiendo la total intensidad de sus pupilas. Ahora, el primer viaje era una angosta cabina y tres hombres viciosos y el presentimiento de Ava Gardner, Elizabeth Taylor y Sonja Henie. Y sus efigies y las efigies de sus muslos. El Cantabria cabeceaba. El capitn dijo: Hay mar de fondo. Y Valladolid no se explicaba por qu la mar de fondo se acusaba en la superficie. Entr con dos jotas y dos ases y en el descarte lleg una Q. Vacil, de nuevo. Van dijo, al fin. Tres ochos. Valen. Qu tienes, Valladolid? pregunt Benito, el contramaestre. Figuras, slo. Por encima del hombro del contramaestre vea la belleza obsesionante de Elizabeth Taylor. Esa mujer debi besar mucho en la vida, pens Valladolid. Tambin l bes una vez a Marita en el cinema Roxy, viendo El bailarn pirata, en technicolor. Lo hizo torpemente, prematuramente, y lastim la nariz a la muchacha, que se resista; y ella le rega. Le dej un regusto desolado el primer beso. Era probable que el capitn del Cantabria hubiera besado ms de una vez. Sus labios eran finos y elsticos y despus de beber un vaso se estiraban con satisfaccin. Valladolid llevaba la cuenta de los vasos que beba el capitn. Tambin le sorprenda su modo de manejar las cartas con una sola mano, mientras que la otra sostena el vaso. Para el capitn del Cantabria pensar en Ava Gardner era exactamente acentuar la distancia que le separaba de Ava Gardner. Con suma facilidad abra las cartas en abanico, una en cada dedo, tal cual si los dedos fuesen las varillas del abanico: Voy dijo. Paso dijo el maquinista observndole torvamente. Voy dijo Valladolid, y no tena ms que una pareja de nueves. La suerte le volva la espalda y pidi otro resto de diez duros. Bien pensado, no haba prisas. l dedicaba su atencin preferentemente a estudiar a sus compaeros. Observ que si Benito sacaba el pauelo del bolsillo y se secaba las manos, tena de escalera para arriba. Al maquinista sola alargrsele la cara cuando ligaba. Descubra los naipes con una lentitud agobiante. Por contra, el contramaestre del Cantabria jugaba alegremente, aun sin arriesgarse demasiado. Para Benito, el contramaestre, pensar en Ava Gardner era como tener a Ava Gardner, particularmente desde que la viera descender del 7532 de la U.S. Air Force.12

Cinco duros dijo Benito, y se sec las manos con el pauelo. Veo dijo el capitn cerrando el abanico. Valladolid se dijo: Estoy en un barco de verdad. Es ste mi primer viaje. El capitn del Cantabria pens: Definitivamente solo. Y record a Julia, aquella morenita del cuerpo obsesionante. Julia, la chiquilla, fue su mujer. Ella le deca: Quiero viajar, cario. l dijo: Si me caso contigo te llevar a Amrica. Julia aadi: Csate conmigo. l la llev a Buenos Aires cuando se casaron. En la camareta que era mezquina como todas las camaretas, ella le dijo diabluras. Pero luego, en Buenos Aires, desapareci. Haca diez aos que Julia desapareci y an ignoraba el capitn del Cantabria por qu clase de hombre le haba cambiado. Su mano se crisp imperceptiblemente sobre la mesa, sujetando los naipes, y con la otra se llev el vaso a los labios y bebi. El maquinista observ la fotografa de Ava Gardner e imagin una lpida rodeada de flores en los hermosos jardines de Hyde Park: Aqu yace Ava Gardner, la actriz ms hermosa de su poca. Tal vez algn insensato, como su padre, la apremiase a esperar. Pero ya no sera Ava Gardner, sino los huesecitos de Ava Gardner, bonitos, blancos y proporcionados, los que esperasen. Acababa de decidir que su amiga Mari Luz se haba vuelto respetable y fondona. Ahora, mientras Valladolid barajaba torpemente, el mar azotaba los costados del Cantabria y el rumor se haca claramente perceptible. En el puente tambin era perceptible, minutos antes, el rumor del mar mientras el capitn le mostraba la bitcora. La proa del Cantabria se hunda intermitentemente en las aguas grises con cierta majestad. Valladolid haba pensado entonces en su infancia cuando incendiaba barquitos de papel en un balde de agua. Y luego, en sus devaneos por el Pisuerga pilotando una barca de dos remos. El Catarro le fiaba los viajes y, a veces, ni siquiera le recordaba su deuda. Hoy no tengo cuartos, Catarro. Cundo s?, deca el Catarro y rompa a rer. El Catarro conoca el lecho del Pisuerga como su propio lecho. Ningn ahogado se le resista. Rastreaba con inteligencia y sin precipitaciones. l saba como nadie la querencia de las aguas para arrastrar a sus muertos y dependa del caudal, de la estacin y de la fuerza de la corriente el rastrear el Vivero antes que la Pesquera o a la inversa. Valladolid pasaba tardes enteras junto al Catarro en el Sobaco, ante un porrn de vino tinto. Catarro le deca. Es cierto que un barco al hundirse forma un remolino que arrastra cuanto le rodea? Los dientes del Catarro estaban careados, lo que no impeda que en la ciudad fuese una institucin benfica. Segn deca. Los chopos se erguan en las mrgenes y delimitaban orgullosamente el cauce del ro. Entonces Valladolid no era an Valladolid y contaba solamente catorce aos. Catarro inquira. Es cierto que hueles los ahogados? No es cierto. Quin dijo tal? Por qu los encuentras todos? Conozco mi oficio. Dime, Catarro, por qu si uno sabe nadar flota sin moverse y cuando no sabe se hunde? El miedo pesa, hijo. Una tarde, Valladolid le confes: Sabes que voy a ser marino, Catarro?

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Entonces l, Valladolid, intuy su primer viaje y not una emocin de virginidad. El Catarro le acarici el cogote, orgulloso de su magisterio. Benito, el contramaestre del Cantabria, se sec las manos obstinadamente. Valladolid se sobrecogi. Acababa de ligar un ful de jotasnueves. Mir las manos del capitn y el capitn bebi otro vaso de vino. Valladolid repar que haba perdido la cuenta. Ficho dijo tmidamente. Diez duros para verlo dijo el contramaestre. Apuaba el pauelo mientras Valladolid pensaba: T sabes que esto no sobra. Su padre, el que no era su padre, el revisor de la Compaa de FE CC. del Norte, tena el rostro azulado y la boca entre parntesis. Segn deca l, aquello era por haber redo mucho. Todo lo que re de nio me toc llorar luego, afirmaba despus del entierro de Raulito, su mediohermano. La gorra de plato de su padre le imprima un aire marcial. Lstima del tono azulado de su piel! Valladolid cerr los ojos: Veo musit. Color dijo triunfalmente Benito, el contramaestre del Cantabria. Valladolid sinti que las orejas le abrasaban. Dijo: Otro resto.

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5A Marita le deca diez das antes, sentados en un banco de los jardincillos del Poniente: El capitn en un barco es como Dios, sabes? S?, inquiri ella. S, respondi l con firme acento de conviccin: Puede incluso casarte si as lo deseas, agreg. Oh!, por qu no nos casamos en un barco?, dijo ella, repentinamente iluminada. Puedes hasta hacer testamento delante del capitn, continu impvido Valladolid, que an no lo era, ni conoca a Elizabeth Taylor. Es cierto que un capitn de barco puede echarte la bendicin? Bueno confes, al fin, Valladolid, no s exactamente si el matrimonio que hace un capitn vale para la Iglesia o slo para lo civil. Repentinamente Miguel Pez experiment deseos de besar a Marita porque era hermosa, y anocheca, y los jardines del Poniente estaban desiertos, y cuatro soldados hacan coro desde una ventana del cuartel de San Quintn. Estudi, incluso, el procedimiento para no lastimarle la nariz como el primer da. Finalmente desisti porque Marita estaba ajena a su persona y pensaba en las atribuciones del capitn de barco. l dijo: Un capitn es casi como un Dios. Yo te contar de mi primer viaje. El capitn del Cantabria bebi otro vaso y fich. El maquinista descubra las cartas con parsimonia y desconfianza. Prefera los trboles y los pics porque eran de color negro. El rojo le lastimaba. Hablas, Beardo dijo el capitn. Ficho. Y yo dijo Benito. Yo tambin dijo Valladolid, a quien le iba creciendo en el pecho un sentimiento de decepcin. Dos parejas dijo el maquinista, adelantando sobre la mesa su rostro funerario. Benito, el contramaestre del Cantabria, tom las cartas y baraj. El contramaestre del Cantabria desconoca la envidia porque era el sexto de catorce hermanos, y Nicanor, el primognito, se qued con la taberna de su padre sin compensarles. No senta envidia porque para l pensar en Ava Gardner era como tener a Ava Gardner y pensar en la tasca de su hermano Nicanor era como tener la tasca de su hermano Nicanor. Y cuando cumpli catorce aos, su madre le llam aparte y le dijo: Nito, habrs de ir pensando en labrarte un porvenir. l siempre ambicion viajar, pero no tena dinero. Est claro, dijo. Y antes de cumplir los quince se fue al mar. Desde entonces no volvi por su pueblo. Ahora no importaba su pueblo, sino ligar un hermoso poker de ases. A Valladolid, el muchacho, le pesaba la cabeza y notaba una sensacin amarga en la boca del estmago. Una vez le doli el estmago y su padre, el que no era su padre, le llev al especialista y Valladolid hubo de orinar en una copa y beberse el contenido de otra copa y la sensacin que not ms tarde era anloga a la que senta ahora. Sin l darse cuenta, se le iba haciendo trizas dentro, tal vez en el estmago, la ilusin de su primer viaje: El mar, el poder, la tempestad. No era eso el primer viaje, sino vino, naipes, ambiente enrarecido y un pesado movimiento de vaivn. Su padre, el revisor de la Compaa de FF. CC. del Norte, le dijo cuando l le comunic que deseaba ser marino: Chico, eso no puede estudiarse aqu. Luego hizo nmeros, estruj su buena voluntad y pens en Raulito: Bien mirado, estudia lo que gustes, hijo, le invit. Y, a continuacin, le dijo: Sabes qu edad tendra15

ahora Raulito? Tal vez ocho, respondi Valladolid. Nueve y dos meses exactamente, dijo el revisor contrayendo amargamente su rostro azulado. Aadi Valladolid: Qu barbaridad, padre, cmo pasa el tiempo! El revisor se puso melanclico: Te irs al mar, chico, y te olvidars de m y de nuestro pobre mundo. Valladolid odiaba las expansiones sentimentales, excepto con la pequea Marita. Oprimi, como suprema concesin, la mano grande del revisor, aquella mano que, sin darle importancia, haba horadado ms de un milln de billetes de ferrocarril, y dijo, solemnemente: Padre, le dedicar a usted todas las emociones de mi primer viaje. Se lo prometo.

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6Era, ahora, su primer viaje y el mar era para Valladolid una circunstancia lejana. Pero tena vino a mano y bebi para olvidar el rostro azulado de su padre, que, en puridad, no era su padre, que le persegua en sus recuerdos como una sombra. Y para olvidar su primer viaje. Le temblaba levemente la mano al dejar el vaso. Record al profesor Pisa Teruel, con su gravedad aplomada: El mar, chiquitos; esa escuela de duras costumbres. A su lado, don Jess Beardo, el maquinista del Cantabria, descubra las cartas con un regodeo dilatorio, esquina por esquina. Una vez, en Montecarlo, gan diez mil francos en tan slo media hora dijo el contramaestre, eructando, sin que los dems lo advirtieran. Dijo Valladolid, que haba solicitado un nuevo resto y que pensaba en su padre y en los tres billetes que no le sobraban y que hasta unos minutos antes haban arropado su corazn: Cmo fue su primer viaje? El maquinista dio cartas y pens en su amiga Mari Luz, que no se pareca a ninguna de las muchachas que decoraban la camareta del contramaestre. Estaba contrariado, pero no senta curiosidad por conocer los motivos. Dijo Benito, para quien la envidia no tena sitio en el mundo: Nos sorprendi un temporal frente a las Azores y yo estaba en la cofa y dije: Mi capitn, hay luces prximas a estribor. El capitn era un endiablado erudito y dijo: En tal sitio como el que estamos se dio la batalla de San Miguel. Y se cuadr en la cubierta, mas un golpe de mar rompi de pronto contra la amura y le dej hecho una sopa. Ja, ja, ja...! El capitn dijo: Mi primer barco fue el San Roque; era un barco carbonero. Cuando sal por primera vez ya estaba liada la guerra del catorce y los ingleses decan de los alemanes que eran unos hijos de perra. Los alemanes decan de los ingleses que eran unos zorros y cuando divisamos el hidro derribado y flotando sobre las aguas, yo pens que el avin que ametrallaba a los nufragos era el de los hijos de perra. Era, por casualidad, ingls? dijo Valladolid, a quien se le recrudeca la sensacin de vaco y la pesadez de la cabeza. Yo no dije eso dijo el capitn. Bien, la batalla de San Miguel... dijo Valladolid. El contramaestre y el capitn carraspearon banalmente. El maquinista dijo, irritado: Estamos jugando al poker, no es eso? Tan slo seis o siete das antes, Valladolid le deca a Marita mientras recorran el paseo alto de las Moreras con los dedos enlazados: En mi opinin personal, el primer viaje es definitivo. Entonces puedes decir con conocimiento de causa si te gusta el mar o si te has equivocado. Ella le oprimi la mano y, con este apretn, l tuvo conciencia de su propio relieve: No te preocupes, hijita, mi vocacin es una cosa slida. Ella dijo: Me gustara despedirme de ti bailando. En mis recuerdos te tendra ms cerca. Por la tarde, cuando anocheca, Valladolid la llev a bailar a las Piscinas Samoa y Marita tena los ojos ilu minados, transida la mirada de una blanda emocin marina. Recostaba la cabeza en su hombro y tarareaba suavemente El gato montes, que era el pasodoble que el altavoz desgranaba, con un punto de acritud, en ese instante. l la acompa, luego, a una mesa apartada, junto al agua. Qu piscinita!, dijo l despectivamente. Marita se mir en sus17

ojos: El mar, oh, Dios!, el mar, dijo como arrobada. Valladolid, ahora, no tena otra sensacin del mar que el desasosegado y creciente movimiento de vaivn y la oscilacin de la lmpara en el techo de la camareta. Le aumentaba en el estmago una indefinible sensacin de malestar. Valladolid lo atribua a la adversidad de la suerte. Haba alcanzado ese nivel fatdico en que el jugador se desmoraliza. Perdi la fe en las cartas y las cartas se le negaban. Por un instante experiment deseos de llorar al comprobar que una vez tras otra se rompan las posibilidades de ligar jugada. Odiaba de pronto el sistema mezquino de descubrir las cartas que empleaba el jefe de m quinas, el pauelo de Benito, el contramaestre, y la ductilidad de dedos y el cogote blanco del capitn. Se le antojaba que el desinters favoreca y l no se senta capaz de desinteresarse de la partida. Administraba el ltimo resto y, al final, tendra que retirarse. Le temblaban ligeramente los dedos, tena los ojos turbios y las orejas encarnadas, cuando le correspondi barajar. Levant sus cinco cartas y advirti, en seguida, su buena disposicin; no vio el full de kas en el primer momento, pero s repar en la buena disposicin de los naipes. Paso dijo el capitn. Voy a duro dijo el contramaestre. Dos dijo Valladolid. Tambin el capitn entr con dos duros. Tres cartas dijo el maquinista. Una dijo Benito, el contramaestre, y en ese instante extrajo el pauelo del bolsillo y se limpi las palmas de las manos. Valladolid se estremeci. Tiene poker servido, pens. De otro modo hubiera esperado el descarte para sacar el pauelo. Levant los ojos y mir fijamente, impdicamente, a Benito, el contramaestre del Cantabria. Valladolid crey intuir en sus pupilas la confusin que inspira una gran jugada. Me quiere enredar con su poker. Maldito!, se dijo. Quince duros! dijo Benito, y volvi a limpiarse las manos en el pauelo. El corazn de Valladolid pulsaba ms de prisa que las calderas del Cantabria. Unas gotas de sudor fro le resbalaron por los sobacos. Levant sus cartas y se recre una vez ms en la jugada: tres kas y dos nueves. Era una bella y laboriosa jugada. Seis horas ininterrumpidas le cost elaborarla. El muy granuja me quiere enredar con su poker servido, pens Valladolid. Se ha limpiado las manos antes de mirar el descarte. Conservaba un resto de siete duros, pero era cuanto conservaba de lo que a su padre, que, bien mirado, no era su padre, no le sobraba. Vacil. El silencio era tan hondo que el roce del costado contra las olas produca un rumor insoportable. Record la palabras de Mart en Barcelona; Mart era un buen jugador.El secreto del poker no estriba tanto en ligar como en saber retirarse a tiempo. La evocacin decidi la actitud de Valladolid. Arroj sus cartas sobre la mesa y, al hacerlo, se sinti de descargado de una seria responsabilidad: Me voy dijo, y respir. Tambin respir Benito, el contramaestre, quien sin nadie pedrselo exhibi un proyecto frustrado de escalera de color Dijo: Quiero ensearlo. Es el primer farol de toda la noche. Pas un mal rato, lo confieso. Valladolid se puso en pie de golpe. Y experiment una vaga reminiscencia de los tiempos en que l era un hombre fuerte y viril y Marita buscaba en su persona un punto de apoyo. Estaba tan plido que pareca ms nio, tal vez un poco delicado. Ahora el cabeceo del Cantabria se acusaba directamente sobre su estmago. Era como si tuviese dentro de l una

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horrible msica de jazz. Me retiro, seores dijo. Estoy... bien... estoy un poco mareado. Los tres hombres curtidos, que eran prcticamente tres semidioses para Valladolid, se miraron entre s y comprendieron. El maquinista junt las cartas y comenz a barajar lentamente. Dijo el contramaestre: No te preocupes, Valladolid, muchacho. Es ste tu primer viaje.

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7Mi primer viaje, pens Valladolid mientras, en el angosto pasillo, daba bandazos angustiosos, perdido por entero el control. Notaba como una tenaza comprimindole las vsceras y como si el bum-bum de las mquinas se produjera exactamente dentro de su cerebro. T sabes que esto no sobra... Nos sorprendi un temporal a la altura de las Azores... Me gustara despedirme de ti bailando... Cuando sal por primera vez ya estaba liada la guerra del catorce... Valladolid avanzaba a trompicones. A veces le pareca que sus piernas eran pequeitas y, a veces, que sus piernas haban de alargarse inverosmilmente hasta encontrar un punto de apoyo. Era incapaz de acomodar sus movimientos a los movimientos del navo. Ah radicaba su confusin. El suelo y los mamparos venan a su encuentro cuando menos lo esperaba. Intuy tan prxima la muerte que pens en su padre, en el que, en puridad, no era padre suyo, sino de Raulito, su mediohermano muerto, y tuvo conciencia nebulosa de su negra traicin. Cuando vomit por tercera vez, inclinado sobre la borda, experiment algo as como un modesto renacimiento. Amaneca por la amura y la mar se extenda gris ante l, abierta en grandes baches, pero sin espuma. Se constat tan absurdo y dbil como absurda y dbil se constataba Marita cuando recostaba su ligera cabeza sobre su hombro. El, entonces, era un orgullo de hombre, poderoso y desafiante. El mar reduca la importancia de las cosas. Y cuando vio a Luis, el joven repostero del Cantabria, redondear los ojos a su lado, no experiment vergenza, sino una extraa ventura. Y cuando Luis, el repostero del Cantabria, le dijo: No es hermoso el mar?, crey en la posibilidad de que el mar pudiera resultar efectivamente hermoso aunque l, Valladolid, de momento le odiase. Y Valladolid pens que si el mar era hermoso no lo era desde una cabina hedionda donde l desbarataba lo que no sobraba a su padre. Dijo Luis, acercndosele al corazn con su espontnea sonrisa infantil: Usted es de Valladolid, no es cierto? Bueno, yo soy de Villamarciel. Oh! exclam Valladolid, quien volva por instantes a sentirse entero y slido. Una vez en Villamarciel mat yo un pato. Era diciembre y la corriente lo arrastraba y yo me dije: Si no me zambullo, lo pierdo. Y me zambull y, contra lo que esperaba, el agua no estaba fra. Luis, el joven repostero del Cantabria, le escuchaba con tanta atencin que Valladolid iba reconstruyndose espiritualmente a pasos acelerados. Luis, el repostero, dijo: Yo cazaba los patos de madrugada, oculto entre los carrizos de la isla. Bajaban en grandes bandos a la confluencia y la Moa, una perrita que no abultaba lo que un pato, permaneca quieta mientras yo no la dijera: Hala, perrina, a por l! No abultaba lo que un pato y no se acobardaba? Una maana me cobr catorce patos dijo Luis. Ella sola? Yo no haca ms que animarla desde la orilla. Bien. T puedes decirme, hijo, por qu un hombre a veces se siente empequeecido? Luis, el repostero del Cantabria, le mir un momento perplejo y, luego, rompi a rer. No le comprenda. Valladolid, ahora, deseaba vehementemente que Luis, el joven repostero del Cantabria, no le hubiera visto inclinarse sobre la borda y vomitar. En la proa, dos marineros20

comenzaban a baldear la cubierta. Agreg Luis: Hace una hora nos cruzamos con el Queen Mary. Aunque ya amaneca, llevaba dadas todas las luces y pareca un palacio flotante. Pas el Queen Mary junto a nosotros? A menos de una milla de distancia, seor. Diablo! Me gusta estar sobre cubierta en la amanecida porque se ven los peces voladores con frecuencia. Viste tambin peces voladores, hijo? Dos rebaos tremendos. Diablo! Valladolid pens: Mi primer viaje. Pens: Escribir a Marita: "He visto el Queen Mary, que es un palacio flotante, con todas sus luces encendidas, y dos enormes rebaos de peces voladores." Tambin lo escribira a su padre, que, con mayor exactitud, no era su padre, sino el de Raulito, su mediohermano. En realidad, tendra que decirles: "En mi primer viaje no vi sino un ful de kas que me pis el contramaestre con un cochino farol, y las piernas de Sonja Henie, esa patinadora rubia de Hollywood." Luego pens que lo que viera Luis, el joven repostero del Cantabria, bien pudo verlo l y que ms ganaba dicindole a su padre que vio al Queen Mary en su primer viaje que no que haba perdido los tres billetes que a l no le sobraban. S decidi mentalmente; escribir: "En mi primer viaje me cruc con el Queen Mary. Amaneca, pero, no obstante, llevaba dadas todas las luces y pareca un palacio flotante. A popa vi la piscina y la pista de tenis y... y el campo de golf." Permaneci un momento caviloso Valladolid, cuyo estmago se iba serenando y que ya no se crea un pobre diablo, sino un hombre importante. La inmensidad del mar le emborrachaba. Se volvi a Luis, el repostero del Cantabria, que bien mirado no era ms que un chiquillo: Dime, Villamarciel, muchacho, lleva, por casualidad, el Queen Mary campo de golf?

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Relato segundo

El refugioVibraba la guerra en el cielo y en la tierra entonces, y en la pequea ciudad todo el mundo se alborotaba si sonaban las sirenas o si el zumbido de los aviones se dejaba sentir, muy alto, por encima de los tejados. Era la guerra y la vida humana, en aquel entonces, andaba baja de cotizacin y se tena en muy poco aprecio, y tampoco preguntaba nadie, por aquel entonces, si en la ciudad haba o no objetivos militares, o si era un centro industrioso o un nudo importante de comunicaciones. Esas cosas no importaban demasiado para que vinieran sobre la ciudad los aviones, y con ellos, la guerra, y con la guerra la muerte. Y las sirenas de las fbricas y las campanas de las torres se volvan locas ululando o taendo hasta que los aviones soltaban su mortfera carga y los estampidos de las bombas borraban el rastro de las sirenas y de las campanas del ambiente y la metralla abra enormes oquedades en la uniforme arquitectura de la ciudad. A m, a pesar de que el Sargentn me miraba fijamente a los ojos cuando en el refugio se decan aquellas cosas atroces de los emboscados y de las madres que quitaban a sus hijos la voluntad de ir a la guerra, no me produca fro ni calor porque slo tena trece aos y s que a esa edad no existe ley, ni fuerza moral alguna, que le fuerce a uno a ir a la guerra y s que en la guerra un muchacho de mi edad estorba ms que otra cosa. Por todo ello no me importaba que el Sargentn me mirase, y me enviara su odio cuidadosamente envuelto en su mirada; ni que me refrotase por las narices que tena un hijo en Infantera, otro enrolado en un torpedero y el ms pequeo en carros de asalto; ni cuando aada que si su marido no hubiera muerto andara tambin en la guerra, porque no era lcito ni moral que unos pocos ganaran la guerra para que otros muchos se beneficiaran de ello. Yo no poda hacer nada por sus hijos y por eso me callaba; y no me daba por aludido porque yo tampoco pretenda beneficiarme de la guerra. Pero senta un respiro cuando el Cigea, el guardia que vigilaba la circulacin en la esquina, se acercaba a m con sus patitas de alambre estremecindose de miedo y su ojo izquierdo velado por una nube y me deca, con un vago aire de infalibilidad, apuntando con un dedo al techo y ladeando la pequea cabeza: Esa ha cado en la estacin, o bien: Ahora tiran las ametralladoras de la catedral; ah tengo yo un amigo, o bien: Ese maldito no lleva fro; ya le han tocado. Pero quien deba llevar fro era l, porque no cesaba de tiritar desde que comenzaba la alarma hasta que terminaba. A veces me regocijaba ver temblar como a un azogado al Cigea, all a mi lado, con las veces que l me haca temblar a m por jugar al ftbol en el parque, o correr en bicicleta sin matrcula o, lisa y simplemente, por llamarle a voces to Cigea y Patas de alambre. S, yo creo que all entre toda aquella gente rara y con la muerte rondando la ciudad, se me acrecan los malos sentimientos y me volva yo un poco raro tambin. A la misma Sargentn la odiaba cuando se irritaba con cualquiera de nosotros y la tomaba asco y luego, por otro lado, me daba mucha pena si cansada de tirar puyas y de provocar a todo el mundo

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se sentaba ella sola en un rincn, sobre un atad de tercera, y pensaba en los suyos y en las penalidades y sufrimientos de los suyos. Y lo haca en seco, sin llorar. Si hubiera llorado, yo hubiera vuelto a tomarla asco y a odiarla. Por eso digo que todo el mundo se volva un poco raro y contradictorio en aquel agujero. En contra de lo que les ocurra a muchos, que consideraban nuestra situacin como un mal presagio, a m no me importaba que el stano estuviera lleno de atades y no pudiera uno dar un paso sin toparse de bruces con ellos. Eran filas interminables de atades, unos blancos, otros negros y otros de color caoba reluciente. A m, la verdad, me era lo mismo estar entre atades que entre canastillas de recin nacido. Tan insustituibles me parecan unos como otras y me desconcertaba por eso la criada del principal que durante toda la alarma no cesaba de llorar y de gritar que por favor la quitasen aquellas cosas de encima; como si aquello fuese tan fcil y ella no abonase a Ultratumba, S. A., una mdica prima anual para tener asegurado su atad el da que la diase. En cambio a don Serafn, el empresario de Pompas Fnebres, le complaca que visemos de cerca el gnero y que la vecindad de los aviones nos animase a pensar en la muerte y sobre la conveniencia de conservar incorruptos nuestros restos durante una temporada. Lo nico que le mortificaba era la posibilidad de que los atades sufrieran deterioro con las aglomeraciones y con los nervios. Deca: Don Matas, no le importar tener los pies quietecitos, no es cierto? Es un barniz muy delicado ste. O bien: La misma seguridad tienen ustedes aqu que all. Quieren correrse un poquito? Tambin bajaba al refugio un catedrtico de la Universidad, de lacios bigotes blancos y ojos adormecidos, que, con la guerra, andaba siempre de vacaciones. Sola sentarse sobre un fretro de caoba con herrajes de oro, y le deca a don Serafn, no s si por broma: ste es el mo; no lo olvides. Lo tengo pedido desde hace meses, y t te has comprometido a reservrmelo. Y daba golpecitos con un dedo, y como con cierta ansiedad, en la cubierta de la caja, y la ancha cara de don Serafn se abra en una oscura sonrisa. Es caro adverta. Y el catedrtico de la Universidad deca: No importa; lo caro, a la larga, es barato. Y la criada del principal haca unos gestos patticos y les rogaba, con lgrimas en los ojos, pero sin abrirlos, que no hablasen de aquellas cosas horribles, porque Dios les iba a castigar. Y la ametralladora de San Vicente, que era la ms prxima, haca de cuando en cuando: Ta-ca-t, ta-ca-t, ta-ca-t. Y el tableteo cercano dejaba a todos en suspenso, porque barruntaban que era un duelo a muerte el que se libraba fuera y que eral posible que cualquiera de los contrincantes tuviera necesidad de utilizar el gnero de don Serafn al final. Las calles permanecan desiertas durante los bombardeos, y las ametralladoras, montadas en las torres y azoteas ms altas de la ciudad, disparaban un poco a tontas y a locas y los tres caones que el Regimiento de Artillera haba empotrado en unos profundos hoyos, en las afueras, vomitaban fuego tambin, pero haban de esperar a que los aviones rondasen su radio de accin, porque carecan casi totalmente de movilidad, aunque muchas veces disparaban sin ver a los aviones con la vaga esperanza de ahuyentarlos. Y haba un vecino en mi casa, en el tercero, que era muy hbil cazador, y en los primeros das haca fuego tambin desde las ventanas, con su escopeta de dos caones. Luego, aquello pas de la fase de improvisacin, y a los soldados espontneos, como mi vecino, no les dejaban tirar. Y l se consuma en la pasividad del refugio, porque entenda que los que manejaban las armas

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antiareas eran unos ignorantes y los aviones podan cometer sus desaguisados sin riesgo de ninguna clase. En alguna ocasin bajaba tambin al refugio don Ladis, que tena una tienda de ultramarinos en la calle de Especera, afluente de la nuestra, y no haca ms que escupir y mascullar palabrotas. Tena unas anacrnicas barbitas de chivo, y mi madre le gastaba poco por las barbas, porque deca que en un establecimiento de comestibles las barbas hacen sucio. A don Ladis le llevaban los demonios de ver a su dependiente amartelado en un rincn con una joven que cuidaba a una anciana del segundo. El dependiente deca en guasa que la chica era su refugio, y si hablaban lo hacan en cuchicheos, y cuando sonaba un estampido prximo, la muchacha se tapaba el rostro con las manos y el dependiente le pasaba el brazo por los hombros en ademn protector. Un da, el Sargentn se encar con don Ladis y le dijo: La culpa es de ustedes, los que tienen negocios. La ciudad debera tener ya un avin para su defensa. Pero no lo tiene porque usted y los judos como usted se obstinan en seguir amarrados a su dinero. Y era verdad que la ciudad tena abierta una suscripcin entre el vecindario para adquirir un avin para su defensa. Y todos sabamos, porque el diario publicaba las listas de donantes, que don Ladis haba entregado quinientas pesetas para este fin. Por eso nos interes lo que dira don Ladis al Sargentn. Y lo que le dijo fue: Nadie le ha dicho que es usted una enredadora y una asquerosa, doa Constantina? Todo esto era tambin una rareza. Dicen que el peligro crea un vnculo de solidaridad. All, en el refugio, nos llevbamos todos como el perro y el gato. Yo creo que el miedo engendra otros muchos efectos adems del de la solidaridad. Me acuerdo bien del da en que el Sargentn le dijo a don Serafn, el empresario de Pompas Fnebres, que l vea con buenos ojos la guerra porque haca prosperar su negocio. Precisamente aquel da haban almacenado en el stano unas cajitas para restos, muy remataditas y pulcras, idnticas a la que don Serafn prometi a mi hermanita Cristeta, aos antes, si era buena, para que jugase a los entierros con los muecos. A mi hermana Cristeta y a m nos tena embelesados aquella cajita tan barnizada del escaparate que era igual que las grandes, slo que en pequeo. Por eso don Serafn se la prometi a mi hermanita si era buena. Pero Cristeta se esmer en ser buena una semana y don Serafn no volvi a acordarse de su promesa. Tal vez por eso aquella maana no me import que el Sargentn dijese a don Serafn aquella cosa tremenda de que no vea con malos ojos la guerra porque ella haca prosperar su negocio. Don Serafn dijo: Por amor de Dios, no sea usted insensata, doa Constantina! Mi negocio es de los que no pasan de moda. Y don Ladis, el ultramarinero, se ech a rer. Creo que don Ladis aborreca a don Serafn, por la sencilla razn de que los muertos no necesitan ultramarinos. Don Serafn se encar con l: Cree el ladrn que todos son de su condicin dijo. Don Ladis le tir una puada, y el catedrtico de la Universidad se interpuso. Hubo de intervenir el Cigea, que era la autoridad, porque don Serafn exiga que encerrase a el Sargentn, y don Ladis, a su vez, que encerrase a don Serafn. En el corro slo se oa hablar de la crcel, y entonces el dependiente de don Ladis pas el brazo por los hombros de la muchachita del segundo, a pesar de que no haba sonado ninguna explosin prxima, ni la

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chica, en apariencia, se sintiese atemorizada. De repente, la sirvienta del principal se qued quieta, escuchando unos momentos. Luego se sec, apresuradamente, dos lgrimas con la punta de su delantal, y chill: Ha terminado la alarma! Ha terminado la alarma! Y se rea como una tonta. En el corro se hizo un silencio y todos se miraron entre s, como si acabaran de reconocerse. Luego fueron saliendo del refugio uno a uno. Yo iba detrs de don Serafn, y le dije: Recuerda usted la cajita que prometi a mi hermana Cristeta si se comportaba bien? l volvi la cabeza y se ech a rer. Dijo: Pobre Cristeta; qu bonita era! Fuera brillaba el sol con tanta fuerza que lastimaba los ojos.

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Relato tercero

Una peseta para el tranvaLlova recio y, en un segundo, la calle principal se qued vaca. Los anuncios luminosos parecan algo desteidos y el altavoz hiriente de un establecimiento de gramfonos era un insulto en el silencio y la intemperie de la calle. Pero el muy insensato segua sonando mientras segua lloviendo. Y l pens: La dije que ira pronto y llueve y he olvidado la cartera y no dispongo de un cntimo para el tranva, y si pesco a correr voy a ponerme como una sopa, y si me meto en un portal llegar tarde y ella se morir de tedio esperando; si pasase algn conocido le pedira una cochina peseta, pero a un desconocido no me atrevo, y si me asegurasen que el revisor del tranva era ese de los granos y el pelo rojo, subira sin dinero porque es simptico y sabe que le pagara maana y me fiara el viaje; pero no sabindolo es mejor esperar; claro que esperando y dando vueltas al asunto no adelanto nada y ella estar aguardndome impaciente y se enfadar si me retraso, y si se enfada me estropea la noche y me estropea el humor y me estropea el negocio. Pas veloz un taxi y el murmullo de los neumticos en el asfalto mojado le puso fuera de s. Fue otro insulto. Entonces l mir a lo alto y pens en Luis. Vio el rtulo del peridico y pens en Luis, que trabajaba en aquel peridico. Y estara hacindolo ahora y todo era bien sencillo. No haba ms que cruzar la calle. Oh! pens, hace mucho tiempo que no veo a Luis y que no hablo con Luis, pero eso no es obstculo para pedirle que me preste una peseta. No tiene nada de particular que le pida una peseta a Luis. Fuimos buenos amigos. Adems, es necesario; ella est esperando. Se remang levemente los pantalones y cruz la calzada dando saltitos, subi media docena de escalones, se sacudi el sombrero y la gabardina y llam. No tuvo necesidad de preguntar por Luis; atravesaba el vestbulo en ese momento. Y haba dos ordenanzas all, tambin. Y dos chicas jvenes, aporreando sus mquinas. Luis no debi conocerle y l le llam tmidamente: Luis, Luis. Luis no debi orle y l no se atrevi, a levantar la voz por no llamar la atencin de las muchachas y los ordenanzas. Pens: Sea lo que Dios quiera. Pero ella est esperando. Eh!, dijo, mas Luis tampoco le oy y entonces uno de los ordenanzas dijo: Don Luis, le llaman aqu! Y cuando Luis dio media vuelta, l intent poner el rostro familiar, ya pasado, de cuando iban juntos a la escuela. Luis vino hacia l con el ceo fruncido y, de pronto, le distendi. Dijo: Caracoles! Mira quin es! Qu idea te dio de subir por aqu? Caracoles, ya no eres el mismo! le palme sonoramente la espalda. Qu aos hace que no nos vemos, querido! A l le doli el estridente entusiasmo de Luis, que le convirti en un instante en centro de atencin de mecangrafas y ordenanzas. Pens: Cmo le pido yo una peseta a este hombre? Qu miran estos tontos? Aquella chatilla es guapa. Un bombn. Luis sabe escoger el personal. Pero, bien, ella me est esperando. Dijo:

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Llova y pasaba por aqu y me dije: Voy a ver qu hace este hombre. Hace ocho aos que no nos vemos. Luis le abraz de nuevo. Reviva acaso en l la infancia ida y le ganaba un instinto salvaje de efusividad. Querido dijo. Pasa, querido. l pens: Ella me est esperando. Pero, cmo pido una peseta a este hombre? Veinte duros sera distinto. Pero pas y le agrad dejar atrs los ojos escrutadores de las muchachas y los ordenanzas. Pens: Ahora es el momento. Ahora. Dijo: El caso es... Luis le interrumpi: Ya veo que no me has olvidado, querido. Dime, no te has casado? Precisamente hablaba ayer de ti con el Pulga. El Pulga tiene novia. Eh, querido!, qu te parece? El Pulga. Aquel chiquirritn que cada vez que el profesor le preguntaba deca con voz chillona: No me la s. Recuerdas? Con novia, qu te parece? El dijo: El tiempo pasa sin sentirlo y pens: Un minuto solo y se lo pido. A ella le molesta esperar. Adems, la dije que ira pronto; si me retraso lo echo todo a perder. Pero Luis pensar que si he subido ha sido slo por la peseta. Sin esa peseta, se dir, hubiera pasado ste otros ocho aos sin acordarse de m. No pensara mal Luis, al fin y al cabo. He subido por la peseta del tranva. De otro modo no estara aqu. Dijo l: No os molesta esa chicharra de los gramfonos plaiendo todo el da de Dios? Luis ri y le dio un espaldarazo: Oh, oh! dijo, ya no molesta. Todo es cuestin de acostumbrarse. Te acuerdas de Toms Yez? Es lo mismo, querido. Recuerdas que Yez estudiaba en voz alta y zumbaba como un moscardn? Cada vez que entraba un extrao en nuestra clase deca: Cmo podis estudiar con ese moscardn? Pero nosotros ya no oamos el zumbido de Yez, porque Yez llevaba cinco aos a nuestro lado zumbando como un moscardn. Recuerdas a Yez, querido? Luis abri una nueva puerta y l pens: Ahora es el momento. Mas Luis dijo: Esta es la redaccin. Y entonces l vio a un viejecito que trabajaba sobre una mesa con un fleje alumbrando de plano las cuartillas y observ que, al entrar l, levantaba la vista y le miraba con curiosidad a travs de los cristales de sus gafas. Ms all, en otra mesa, haba otros dos hombres. No es oportuno ahora. Pensarn estos seores que soy un muerto de hambre. Y Luis le sealaba una diminuta cabina a su lado: Mira dijo, stos son los teletipos. Como vers, son unas mquinas que escriben solas. No me digas que te lo explique, querido, porque esto para m es un gran milagro. No comprendo cmo hay quien tiene cabeza para inventar estas cosas y la mayora no tenemos cabeza ni para comprenderlas aun despus de inventadas... El caso es... dijo l. Pero Luis interrumpi: Vers; vamos a seguir el proceso de una noticia hasta el fin. Es un proceso interesante hizo un inciso y le palmoteo la espalda cordialmente. Bueno, hombre, quin iba a decirme que iba a encontrarte hoy de nuevo? El pens: Este Luis es un cargante. Ya en el colegio era un cargante. Es que no puede imaginar que uno tenga prisa? Dijo Luis: Bien, aqu tenemos la noticia. Se recorta, se pega en una cuartilla y... El pateaba el suelo levemente, con impaciencia. Se dijo: Ser largo el proceso de una

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noticia? Luis aadi: Se trata de una nueva subida de precios en los Pases Bajos, qu te parece? Cmo titularas t esto, querido? l dijo: Ejem. Dijo Luis: En realidad, los maestros aconsejan que debe destacarse lo que rompe la normalidad, el ritmo de las cosas corrientes. Pero todo esto de las subidas de precios es algo normal y casi dira cotidiano. Qu dices? Qu tal ira "Precios altos en los Pases Bajos"? Ri Luis y alz la mirada buscando aprobacin. l dijo, de mala gana: Muy interesante, Luis. Ja, ja! Verdaderamente ingenioso. Luis aadi: Si lo inslito no existe, debemos acudir a lo pintoresco. El caso es atrapar al lector y llevarle a interesarse por la noticia. Luis garrapate el ttulo y se levant: Bien dijo. Ahora vamos con la msica a otra parte. Quieres seguirme, querido? Abandonaron la redaccin, doblaron a mano derecha y abocaron a una escalerilla hmeda y estrecha, con pasamanos de hierro. Estaba oscura y Luis advirti: Cuidado. Y l pens: Cmo diablos interrumpo yo ahora el proceso de una noticia? Qu pensara Luis? Mas, en seguida, le asalt esta reflexin: Qu estar pensando ella? Se habr marchado o habr puesto msica? Abajo de la escalera, detuvo a Luis por un brazo. Tartamude: Di... dime, Luis. Es largo el proceso de una noticia? Le mir Luis, decepcionado: Es un momento dijo. Un momento, querido. Claro!, pero no he pensado que a lo mejor tienes prisa. A lo mejor ests dicindote por dentro: Este Luis sigue tan pelmazo como siempre. Se aturull l al or en otros labios su pensamiento. Sinti un extrao pudor de su intimidad. Oh, no, Luis! En modo alguno. Sigue, sigue. Tengo toda la tarde por delante. Dijo Luis: Uno, en su entusiasmo, nunca cuenta con la voluntad del prjimo. l insisti: Te digo que no tengo nada que hacer. No te preocupes. Mas, inmediatamente, pens: Es que soy un mueco? Es que no s decir: tengo prisa, Luis, volver otro da? Ella me espera desde hace ms de una hora. Puedes dejarme una peseta para el tranva? Pasaron a un local alto de techo y diez hombres tecleaban en unas mquinas extraas, como si fuesen motores con las entraas al descubierto. Luis explic: Estas son las linotipias. El plomo funde aqu, resbala por aqu, el linotipista golpea la tecla aqu y el tipo imprime en el plomo reblandecido aqu. La lnea, impresa en plomo, cae por aqu... Dijo l: Es curioso. Y sus manos, en los bolsos de la gabardina, se crispaban de impaciencia. Esperaron diez minutos a que el linotipista concluyera. Luis pregunt: Has sabido algo de Juan Lobato? Era todo un atleta. Le recuerdas en las paralelas, querido? Yo no he vuelto a saber de l. La verdad es que era un muchacho un poco introspectivo. In... qu? pregunt l. Introspectivo aclar Luis. Vuelto hacia dentro. Este hombre se ha hecho muy complicado pens l. No era tan complicado entonces. "Introspectivo" Qu cosas se aprenden en un peridico! Luis recogi las lneas de plomo y dijo: Ven por aqu. Vamos a encajar esto en una plana. El cabecero confeccionar los titulares. Los tipos de la cabeza son tambin cosa importante. A mi juicio, hay que ponerse en el lugar del lector ms elemental y obtuso. Hay que buscar algo que llame su atencin y le atraiga. Qu te parece, querido, destacar las palabras Altos y Bajos con caracteres

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ms gruesos? l pens: Oh, Dios, Dios, qu hombre tan cargante! Es ste un momento a propsito para una conferencia? Dijo: Muy ingenioso. Ya lo creo. Me parece un recurso muy ingenioso. Altos y Bajos insisti Luis. De este modo el contrasentido le entrar al lector por los ojos. Y la posible gracia del ttulo, si es que la tiene. l corrobor: Vaya si la tiene! Y no poca. Es muy ingenioso, Luis. Ya lo creo. Y cuando Luis le explicaba la confeccin de la plana, l pensaba: An es tiempo. Ella aceptara an una explicacin. Y cuando Luis le habl ante la estereotipia, l pens: Si no ha puesto msica, estoy perdido. Y Luis dijo: Y, por fin, la rotativa. Sabes las vueltas que da este trasto diariamente? l se deca: Me trae sin cuidado las vueltas que d este trasto diariamente. Ella estar que echa las muelas. Qu otra cosa puede haber hecho, Dios!, si no ha puesto msica? Luis dijo: Pon treinta mil, y conste que no exagero. l dijo: Ya son vueltas. Consult el reloj y aadi: Oh!, se me ha hecho un poco tarde, Luis; tendrs que perdonarme. Luis dijo: Contaba con que no tenas nada que hacer en toda la noche. l se atarant: S dijo, eso dije. No recordaba. Ahora recuerdo... Subieron las angostas escaleras y Luis le acompa a la puerta. De nuevo se vio l en el crculo de atencin de mecangrafas y ordenanzas. No hay mucho que hacer en este peridico, que digamos, pens l, malhumorado. Luis dijo: Volveremos a vernos, eh, querido? l notaba la prisa en la desacostumbrada compresin de sus vsceras. Y de la peseta, qu?, pens. Pero ya estaba en la calle y advirti que el pavimento estaba seco y que el altavoz del establecimiento de gramfonos le incrustaba despiadadamente la msica en las entraas. Se dijo: Oh!, como s no hubiera llovido. Lo mismo que si no hubiera llovido. Perdi el control de los nervios y sujet por el brazo al primer transente que cruzaba a su lado. Eh dijo, por favor, dgame, no llovi esta tarde? Llover, llover dijo el otro. Qu ms queremos todos que ver llover? Pregunt l: Llovi o no llovi? Respondi el otro: Mire usted, yo no s a qu llamar usted llover. l dijo: Oh!, y se larg, y el hombre le mir perplejo y l se meti en la tienda de gramfonos y pregunt: Tienen Anoche habl con la luna? S dijo un chico joven, con el pelo rubio. Pngamelo dijo l. Y pens: Ser lo nico que pueda calmarla. Aadi: Pasen la factura a casa. Dijo el chico del pelo rubio: Sabe leer? l contest: S. Lea dijo el chico del pelo rubio. l prosigui: Dice Precio fijo, y el otro dice Pago al contado. Lo entiende o se lo explico? Ya murmur l, y luego chill indignado: Pero ustedes pueden volver loco a todo el mundo con ese altavoz sin que nadie les diga: Ms bajito, amigo, que molesta, no es eso? Eso dijo el chico del pelo rubio.

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l sali de nuevo a la calle y pens: Ese Luis es un cargante. Ya en la escuela era un cargante. Yo pens que con los aos habra cambiado, pero sigue siendo un cargante.

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Relato cuarto

El mangueroIntrodujo la manga entre el aladierno y el tejo y roci insistentemente el pimpollo indefenso. Ola a tierra acolchada y hmeda, con una leve veta de abono animal. Toms, el manguero, sonrea bobamente al follaje, al sol tibio de la primavera, al vaco. Sostena la manga con ostensible desgana y el chorro apuntaba al pimpollo obstinadamente. Toms, el manguero, tena una gorrilla polvorienta en la nuca y en los labios, extraamente dctiles, una colilla mal quemada, sin lumbre. Llevaba tres das sin afeitarse y su barba era entrecana, irregular y spera. l era spero tambin y odiaba al pimpollo, al aladierno y al tejo. No saba por qu, pero los odiaba. Y su odio era algo vivo y ca liente, casi desmesurado. Su vida careca de adornos y no era justo que l velase por los adornos de los dems. Toms, el manguero, alimentaba una idea muy estricta sobre lo superfluo. Para Toms, el manguero, lo superfluo era inconcebible. Vesta un traje de dril azul marino, con parches en los codos y en las rodillas. Arriba, sobre las ltimas ramas del tejo, cantaba un ruiseor. Emita unas entonaciones punzantes y henchidas, ms bien armoniosas, pero a Toms, el manguero, no le agradaban. El tejo exhiba en lo ms alto del tronco despellejado su ficha lacnica: Taxus baccata, L. Tejo. Europa, Asia, N. frica. Frente a l, el aladierno, tenda sus ramas dispersas como retorcidos cuerpos de culebras: Rhamnus alaternus, L. Aladierno. Europa Meridional. La manga se introduca entre ellos y verta su carga sobre el pimpollo. Toms, el manguero, sonrea con una mueca desalentada. Ignoraba la razn, pero celebrara verle languidecer. Al iniciar la salida el agua por el pitorro, Toms record que le urga una necesidad. Se escondi tras el seto de boj para desahogarse y apoy la manga sobre el soporte apuntando al pimpollo. A veces descuidaba el desahogo y le dola el estmago. Pero cada da, al comenzar la labor, le asaltaba una conciencia apremiante de esta necesidad. Se descargaba sobre el tronco del aladierno con la vaga esperanza de perjudicarle. Por las tardes fijaba en los cruces estratgicos del parque unos carteles estimulantes: Respetad las flores y los pjaros. El amor a los animales y a las plantas es prueba de buenos sentimientos. Los ciudadanos que respetan sus jardines demuestran su civilidad. Toms, el manguero, se abroch y volvi a la faena. l haba ayudado a descastar las ratas del parque. Eran ratas negras, gigantes, con una joroba semejante a la de los camellos. No obstante, Toms, el manguero, fijaba en los cruces de los caminos letreros conservadores: El amor a los animales y a las plantas es prueba de buenos sentimientos. Una vez sorprendi a un chiquillo desahogndose junto al aladierno y lo llev de una oreja a la prevencin. Antes lo pas por los carteles que l mismo fijaba y el chico dijo: Qu? Es eso lo que tu padre te ensea? dijo Toms. No poda aguantarme las ganas dijo el chiquillo. Irs a un colegio de pago, naturalmente. Voy a los maristas dijo el chico.31

Bien, y los frailes qu dicen? Que debo respetar las plantas y los animales. Le cayeron dos pavos de multa y Toms, el manguero, experiment una cruel satisfaccin. Aborreca la noble complacencia con que sus colegas vitalizaban las plantas. Parece como que se alimentasen de yerba, pensaba Toms. El pimpollo agonizaba, aplastado por la obstinacin de la manga. Tras Toms, el manguero, haba un puentecillo de troncos de rboles y sobre el pretil se asomaba un gorrin. El animalito cabeceaba al sol primaveral; luego dio un breve vuelo y se pos junto a la manga. Haba una pitera all y el chorrito cristalino le tentaba. Toms, el manguero, le observ de reojo y, sbitamente, dirigi el pitorro contra l. El animalito vol, piando angustiosamente. Toms, el manguero, sonri de un modo grosero, remotamente pueril. De nio, Toms, el manguero, apedreaba las moreras para alimentar a sus gusanos de seda. Jams le atraparon los guardias. Toms, el manguero, tena buena vista y buenas piernas para eludir la vigilancia. Cuando los gusanos concluan los capullos, Toms abra stos con una hoja de afeitar. Nunca tuvo paciencia para aguardar la consumacin del ciclo. Mir al gorrin que se columpiaba, asustado an, en una ramita del tejo. Las hojas del tejo eran perennes y aciculares como las de los pinos. Toms, el manguero, le encaon de nuevo y el gorrin vol ms lejos. Una vez, Toms, el manguero, caz un tordo con la manga. Era un pollo inexperto an y Toms le empap las plumas impidindole volar. Para perpetuar la hazaa, Toms, el manguero, fij en el lugar del suceso un cartel sujeto a una estaca que deca: Respetad las flores y los pjaros. l se relama pensando en la pechuga del pjaro frito. El gorrin volvi sobre el pretil del rstico puentecillo. A Toms, el manguero, le irritaba aquel puentecillo sencillo y basto. l hubiera cepillado las tablas y las hubiera pintado de colorines. Toms era un hombre que no comprenda cmo descubierto el technicolor existan an pelculas en blanco y negro. Francisco empujaba gozosamente la bicicleta, que llevaba sujeta por el manillar. La mquina tena la direccin muy suave y si Francisco la empujaba del silln, cabeceaba. Francisco disfrutaba sus quince das de vacaciones retribuidas y para olvidarse de la fbrica de ovoides se refugiaba en el parque de once a una. Sentado en un banco lea los peridicos atrasados que encontraba en las papeleras. l no buscaba en el peridico una actualidad, sino una sucesin de menudas historias. A veces se conmova leyendo que una criatura pereci abrasada en un incendio. En esos casos, Francisco, tendido en un banco del parque, con el vientre al sol, pensaba en los padres del infeliz y aun intentaba reconstruir el aspecto del cro achicharrado. Viva en los arrabales y se acercaba al parque en bicicleta. Antes entraba en los paseos pedaleando, pero desde que le cogieron y le impusieron una multa andaba con ms cuidado. Divis a Toms, el manguero, y le doli su desesperanza, el mezquino aprecio de su misin. En cambio, para las bicicletas andan con ms cuidado, se dijo. Francisco se detuvo junto al manguero. Es que lo hace aposta? dijo, irritado. Quin es usted? dijo el manguero. Un ciudadano. Vaya! Quin le dio vela para este entierro? A Francisco se le aviv la herida de la multa: No ve que est ahogando al pimpollo? Vaya a paseo! dijo Toms.

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Toms, el manguero, no obstante, desvi el surtidor. Francisco se recost en el silln. Qu bonito! dijo. Apuesto a que a usted le pagan por vigilar los jardines. Eso. Y si agarra a una criatura orinando en los paseos lo multa, no es eso? Eso dijo Toms. A Francisco le quemaba la sangre y le quemaba la multa. Francisco no era pendenciero, ni le gustaba meterse donde no le importaba. Sin embargo, amaba a los jardines porque ellos eran sus vacaciones retribuidas. Ande con ojo dijo, impulsado por una imprecisa conciencia de sus derechos de ciudadana. Toms, el manguero, sonri con su habitual mueca maligna y orient el surtidor hacia los bancos soleados. Saba que Francisco reposaba en ellos y que se acercaba la hora en que los novios acudan al parque a pelar la pava. Le diverta ver a las muchachas de regreso, con las faldas listadas por los largueros hmedos de los bancos. Ello constitua una de sus leves, insignificantes satisfacciones. Vio a Francisco alejarse empujando la bicicleta y murmurando vagas amenazas. Volvi a sonrer. La colilla, adherida al labio inferior, soportaba impasible los constantes aspavientos del manguero. Tambin l tuvo una bicicleta; una Arelli que rodaba bien. En cinco aos no tuvo que cambiarla sino el juego de bolas de pin. Luego le robaron el silln y cuando l intent robar otro le pillaron. Para ser ladrn hay que nacer, se dijo. Entonces no recordaba sus incursiones a por hojas de morera, ni se le ocurri pensar que haba perdido facultades. Cuando vendi la bicicleta se quit de encima una preocupacin. De nuevo dirigi el surtidor sobre el pimpollo. Sin embargo, interpuso su dedo ndice para dispersar la fuerza de la corriente. Su dedo ndice constitua un auxiliar inestimable en su actividad. De todos sus dedos era el nico que tena la ua limpia y de ella se serva para escarbar entre los dientes despus de las comidas. Era otra poderosa auxiliar. Faustina avanzaba por el paseo recin regado empujando la sillita que chirriaba agudamente a cada vuelta de las ruedas. Llevaba un nio vestido de blanco sentado en la silla y otro, un poco mayor, prendido de la falda. Las ruedas dibujaban en la arena del paseo una teora geomtrica. La chica se mova con una gracia altanera, casi desafiante. Toms, el manguero, la mir un momento. Faustina baj los ojos, no por rubor, sino por principios. Desde nia pens que una mujer no debe mirar cmo riega un hombre. Ello se prestaba a unas concatenaciones equvocas. Faustina saba que era una sandez, pero si se esforzase en mirar se avergonzara. Antes de salir de Carrin de los Condes dud entre quedarse en Palencia o seguir adelante. Finalmente sigui adelante, porque su amiga Pili la escriba: Aqu se gana ms. Ella ganaba veinticinco duros y mantenida. Su seorita se empe en uniformarla. Su seorita tena la peregrina idea de que el uniforme de la chica viste a los nios. Faustina se opuso rotundamente: Pinselo, seorita. De otro modo, ni a usted le han de faltar chicas ni a m casas donde servir. Ahora Faustina empujaba la silla, dentro de su vestidito rojo de percal y con una rebeca beige sobre los hombros. La envaneca una sensacin de victoria un tanto difusa. Sin embargo, no se decida a levantar los ojos para ver cmo regaba Toms, el manguero. Alimentaba un concepto oscuro sobre las incompatibilidades. Se sent dndole la espalda y arrim la silla al banco. Toms, por debajo, la miraba las piernas. El mangero no era hombre de delicadezas espirituales. Incluso cuando rea imprima a sus espasmos una expresin grosera. Buenas dijo la chica.

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Anda al quite, chavala. Te voy a mojar. S? S. En mi pueblo no andan con tantos remilgos y los rboles crecen. Eso digo yo. De dnde eres? De Carrin de los Condes. Faustina se puso la rebeca. Hablaba sin mirar al manguero. Toms dijo: Tan feo soy? Vamos dijo la chica. Usted ya no tiene edad de ser guapo ni feo. Toms, el manguero, se inclin y afloj la manga con la llave inglesa. El chorro ces y Faustina volvi los ojos con una ostensible expresin de alivio. No riega ms? No. Esto ya tiene bastante agua. Miraba satisfecho al pimpollo macilento. Aadi: Qu tiempo llevas aqu? Har un mes el dieciocho. Ests a gusto? Ya ve. Mi seorita se empea ahora en colocarme un uniforme. Y t qu dices? Yo la dije: De eso ni hablar. Pinselo. Ni a usted han de faltarle chicas ni a m casas donde servir. Toms, el manguero, sonri. Pens en el pimpollo amustiado, en su desahogo matinal sobre el aladierno, en el tordo indefenso y las faldas arrugadas de las muchachas cuando iban de retirada. Luego pens que el uniforme era una cosa superflua y las seori tas eran, asimismo, una cosa superflua. Dijo: Eso est bien escupi la colilla. Pero que muy bien, muchacha.

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Relato quinto

El campeonatoFue su oportunidad y la perdieron, y los ingleses quedaron, de buenas a primeras, fuera de combate.. El hecho era inslito y humillante. Ellos eran los maestros, y, de repente, llega un discpulo y zas!, echa a rodar su historia, y su experiencia, y su maestra, y su tcnica, y todas sus viejas glorias. Y lo que Juan deca, mientras daba vuelta al botn para amplificar la voz de la radio: Los ingleses estarn que muerden. Y la radio dijo: Zarra es sujetado por el portero uruguayo. El arbitro no lo ve. El baln sale fuera... Juan aspir una fumada y solt una gruesa palabrota, aureolada de humo. Luego dijo: Los uruguayos son unos brutos. Siempre lo han sido. No s por qu hemos de extraarnos ahora. Eran las siete y cuarto de la tarde y haca calor. La atmsfera de la estancia estaba espesa y viciada. Ola a cuerpos sucios y confundidos. En un rincn haba un catre y, recostada en el catre, una muchacha rubia, esculida, pintarrajeada y aburrida. Al alcance de la mano, sobre un pequeo velador, tena un vaso, mediado, de un lquido consistente y oscuro. A sus pies dormitaba una tripuda y perezosa gata negra. La radio dijo: Gol! Gol! El extremo derecha uruguayo ha marcado el primer gol! El gol estimula a nuestros muchachos!... Juan profiri otra palabrota y afirm: Los ingleses se frotarn las manos de gusto. La muchacha rubia y pintarrajeada se incorpor y se estir. Al hacerlo, se le marcaron bajo la piel los huesos de los brazos y los de los hombros. Acarici la nuca de Juan. No vienes un rato? dijo. La radio clam: Gol de Basora! Gol de Espaa! Basora, de cabeza, acaba de conseguir el empate rematando un pase de Ganza! Juan empalideci y encendi otro pitillo. Dijo: Buen jarro de agua fra para los ingleses y sonri imperceptiblemente. La muchacha rubia y pintarrajeada volvi a estirarse. Luego bebi un sorbo del vaso del velador. La gata ronrone y la muchacha le atus el lomo suavemente. Este animal est para dar a luz de un momento a otro dijo. La radio estall: Gol! Otro gol formidable de Basora, seores! Espaa, dos; Uruguay, uno! Juan jur entre dientes. Se remang la camisa. Tena la carne de gallina. Dijo para su capote: Habr que or a los ingleses, ahora. Y esos znganos de uruguayos, qu se crean?

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Que ramos como Bolivia? La muchacha rubia y pintarrajeada rasc a la gata entre las orejas y suspir. Te asusta a ti dar a luz, cariito? dijo. La voz montona del receptor creaba en la estancia viciada un clima de somnolencia. La muchacha se tumb en el divn y se adormeci. La despert la voz exaltada, estentrea, del locutor: Gol, seores! Vrela, desde medio campo, acaba de conseguir el segundo gol uruguayo! Espaa, dos; Uruguay, dos! Juan encendi otro pitillo. Le temblaba la mano al hacerlo. Si lo siento dijo es por la alegra que van a tener los ingleses. La muchacha volvi a incorporarse y apur el contenido del vaso de un trago. Yo me voy, Juan. Vienes? Aguarda! A qu? Un empate no es un mal resultado. Los uruguayos son gente dijo Juan, para s. La radio tron: El arbitro seala el final del encuentro, seores! Espaa, dos; Uruguay, dos! Juan apag el receptor y se puso en pie. Hemos empatado dijo. Y eso es malo? Pch! dijo Juan. Bajaron juntos la escalera. En la esquina haba un bar. Juan empuj a la muchacha y entraron. Un hombretn en mangas de camisa despachaba vasos de vino. En las mesas se hablaba de ftbol, Juan dijo: Dos blancos, Simn. Simn era el hombrn que despachaba en mangas de camisa. Tena los gruesos brazos sin una brizna de vello, tan pulidos como el mrmol de las mesas. Y las manos speras, pesadas y rojas. Qu loco est el mundo! dijo Simn. En todas partes no se habla ms que de ftbol. Y qu nos da el ftbol? Hemos empatado afirm Juan, con un leve temblor de jbilo. Simn se excit: Total, qu? Como antes de empezar a jugar, no es eso? Eso. Y para eso veinticinco millones de espaoles escuchando la radio toda la tarde como embobados. Cincuenta millones de horas desperdiciadas. Sabe usted lo que puede hacerse con cincuenta millones de horas de trabajo? Muchas cosas dijo Juan. La muchacha rubia y pintarrajeada se impacient: Vamos, Juan. Simn dijo: Eso. Muchas cosas. Por ejemplo, plantar cien millones de rboles. Le parece a usted poco? Juan inquiri: Ha plantado usted un rbol? La muchacha rubia y pintarrajeada intervino: Sabes, Juan, que la gata est para dar a luz? Otros dos blancos pidi Juan. Luego siguieron bebiendo. La taberna estaba llena de gente y todos sudaban. Juan experimentaba una agradable excitacin en su sangre y en sus nervios, una excitacin que creca de vaso en vaso. A las nueve salieron. La muchacha dijo: Ese hombre es un mal educado. Se refera a Simn. A Juan le bailaba en los labios una sonrisa boba. Estoy pensando en lo que dirn los ingleses a estas horas dijo.

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Y la gente pasaba a su lado con cara de Pascuas, como si a cada uno le hubiera tocado el gordo de la lotera. La muchacha rubia y pintarrajeada se puso a pensar que veinticinco millones de espaoles eran muchos espaoles, y cincuenta millones de horas eran muchas horas, y que cien millones de rboles eran una barbaridad de rboles. Y luego pens que el vino blanco de Simn se le estaba subiendo a la cabeza.

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Relato sexto

El trasladoPara l, el traslado supona bien poco. Despus de todo, nada significaba que en vez de pasar las angustias y sordideces de la vida en Salamanca hubiera de pasarlas en Santander, y, a fin de cuentas, su naturaleza catarrosa, y su estreimiento crnico, y su reuma poco iban a ganar con las humedades y las brisas salobres del Cantbrico. Que aquello era un cambio? Bien; ya lo saba. Pero no todos los cambios envuelven una alegra ni tan siquiera una esperanza. Su mujer opinaba de distinta manera. Claro que cada cual es como es. Para Felisa, el traslado era algo as como una liberacin, como un trnsito de la miseria a la holgura, de la sombra a la luz. Aunque Felisa nunca aclarase de qu iba a liberarse ni qu holgura ni qu luces pensaba encontrar en Santander. Por de pronto deca ella, no hay quien nos quite el veraneo gratis, y, adems, malo ser que no salte por ah un primo que nos alquile unas habitaciones para julio y agosto por el doble de lo que nosotros paguemos por la casa todo el ao. Pero sobre todo aada, los chicos tomarn sus baos de mar, y es ms que seguro que, con ellos, el raquitismo de Ramonn se lo lleve el diablo. Tambin los chicos estaban contentos con el traslado. Ellos crean, un poco bobamente, que irse a Santander, un puerto de mar, supona estarse holgando en taparrabos de sol a sol, disponer de una piragua a voluntad para hacer msculo y darse cada maana una tripada de mariscos despus del chapuzn. Ellos no sospechaban que en Santander las cosas seguiran, ms o menos, como en Salamanca, con un poquitn ms de mar y un poquito menos de piedras arcaicas, con la particularidad de que tendran que reforzarles las suelas de los zapatos para preservar los pies de la humedad. El cambio no era muy ventajoso que digamos para nadie, y menos para l, para su constitucin endeble, y su afeccin catarrosa, y su estreimiento crnico, y su reuma. Exactamente, el traslado no era otra cosa que trocar una angustia y una monotona de tierra adentro por una angustia y una monotona de litoral. Pero lo peor no era eso. Lo peor era tener que bracear todo el da de Dios contra el entusiasmo infundado de la familia y tener que pechar con el banquete de despedida, como si su marcha fuese a dejar all una huella para alguien, o un pobre rastro, o un mal recuerdo, o una cochina nostalgia. Lo peor era eso; que se emperrasen en hacerle creer que le iban a echar de menos, que Blas era en Salamanca algo as como su Plaza Mayor, una cosa fundamental. Por qu el diablo se entretiene siempre enredando las cosas de los ms tontos? Porque, a fin de cuentas, vamos a ver, quin era l? No era el ms nulo, el ms insignificante, el ms necio y el ms atolondrado de todos? Entonces, a qu esos aspavientos, esos condescendientes abrazos, ese tumultuoso adis? Era que verdaderamente iban a echarle de menos a Blas en la oficina? Qu les importaba a ellos que a Blas le sustituyese Pedro? Qu ganaban o que perdan con el cambio? Quin era Pedro y quin era Blas? No eran cabalmente, uno y otro, dos ceros a la izquierda, un par de minsculos tornillos del enorme mecanismo? Pero no. Al parecer, las idas y las venidas, en

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estos tiempos, haban de hacerse y deshacerse con barullos, estridencias, cordialidad y vino. Haba que impregnarlas de una afectuosa agresividad. De otro modo, resultaban insulsas, inspidas y vacas. Con lo que l amaba la tranquilidad y el silencio! Lo de Felisa ya era harina de otro costal. Lo de Felisa ya no tena remedio. El se haba casado con una forma apetecible de mujer. Nada ms. Si ahora resultaba chinchorrera, puntillosa y charlatana, l se lo haba ganado por no haber indagado a tiempo qu es lo que tena dentro aquella forma apetitosa de mujer. El pecado estaba en no reparar a los veintitrs aos en lo que el cerebro de las mujeres, y el corazn de las mujeres, y la boca de las mujeres guardan dentro. Aunque, al fin y a la postre, tampoco Felisa fue mala con l, y le haba dado seis hijos, y los haba criado a sus pechos, y l no era justo ni razonable quejndose interiormente de Felisa ahora, cuando por tener seis hijos y criarlos a sus pechos haba perdido su apetecible forma de mujer. Y si ahora l iba al banquete tan tieso y tan satisfecho, embutido en su camisita de popeln blanco, con el cuello almidonado, a Felisa se lo deba; a la Felisa de ahora, locuaz, puntillosa y chinchorrera, y no a la antigua forma apetecible de mujer. Luego Felisa no era tan mala, ni l era justo antes insultndola y menosprecindola para sus adentros. Y al entrar en el saln bajo de techo, con el olor de la comida agarrado a los baldosines y al yeso de las paredes, y casi todas las sillas ocupadas por sus superiores, esperndole, se senta menos cohibido al notar en el pescuezo la presin de la camisa almidonada de popeln. Y casi le dieron ganas de llorar al pensar en Felisa, en lo injusto que acababa de ser con ella. Pero se sent, despus de saludar, en la silla de al lado de don Len, el director. Y casi antes de darse cuenta, se vio comiendo y bebiendo entre una barahnda de rdenes del jefe de cocina y conversaciones entrecruzadas, y chasquidos de loza y cubiertos resonantes, y la mirada, con un desesperante matiz conmiserativo, del camarero que le serva y que pareca decirle: Ea, Blas, come, hnchate y djate de finuras. Llena tu estmago por una vez en la vida; no pierdas la oportunidad. Bueno, la mirada del camarero poda indicar eso y poda indicar otra cosa. l no lo saba. Acaso lo estaba interpretando maliciosamente. Ahora, s. Ahora le daban un codazo a mano izquierda y alguien deca: En Corea se juega el mundo el ser o no ser. Y l dijo: Estamos sobre un volcn. Y sigui comiendo sin mirar a los lados, no por voracidad, sino porque le violentaba levantar los ojos y sorprender el movimiento feroz de aquella treintena de mandbulas; las miradas vidas en los platos, que se vaciaban apresuradamente; las copas con vinos de tres colores, y pensar que todo aquello se mova y prosperaba gracias a su traslado a Santander, gracias al traslado del hombre ms oscuro e intil de toda la oficina. Para no pensar en ello, Blas repiti: Estamos sobre un volcn. No saba a punto fijo qu era un volcn, pero sospechaba que estar sobre un volcn era correr un riesgo inminente de cataclismo. Ignoraba de dnde salan las voces y a quines iban dirigidas, pero l contestaba a todo cuanto captaban sus odos, sin parar mientes en la impersonalidad de las palabras y de las frases. A mano derecha, alguien dijo: Para suerte, la de ese industrial de Albacete, eh? Las seis series. Eso es saber jugar a la lotera. Y sinti que l gritaba y dijo: A m jams me ha tocado ni un reintegro. De pronto, sin advertir los preliminares, vio a don Len de pie, y l, mecnicamente, quiso ponerse de pie tambin, al ver as a su director, y slo permaneci sentado gracias a un esfuerzo mprobo de su voluntad. En torno a don Len se extendi un siseo acuciante, que en algunos pretenda ser meritorio, como si realmente valiese la pena hacer un huequecito para la voz del director. Blas not ahora que don Len hablaba de l, y un tanto

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confundido, comenz a hacer bolitas y bolitas con un pedazo de pan sobrante. Don Len vino a decir que durante treinta aos haba sido un sumiso y fiel burro de carga, y que por eso hoy le convidaban a comer. Le aplaudieron a don Len y a l le dieron muchas palmaditas afectuosas en la espalda. Luego se levant don Agapito, que vino a decir que hoy el mundo era una gran porquera, y que todo en derredor estaba podrido, y que todo era inters personal y egosmo y carnalidad, y que slo ellos eran buenos y caritativos, y tambin Blas era bueno y lo haba sido siempre, y por eso hoy le convidaban a comer. Blas se hallaba cada vez ms aturdido. Lo que l hiciera en la vida no vala la pena, y lo mismito pensaba seguir haciendo en Santander ahora que le trasladaban all. Mir distradamente a las bolitas que haba ido amasando durante los discursos, y que ahora negreaban sobre la albura del mantel, y las contempl con una mezcla de orgullo e irritacin, como una gallina al huevo recin puesto. Sbitamente experiment un vrtigo al or que alguien deca fuerte: Que hable Blas! No haba: pensado en esta contingencia, y ahora, al hacerlo por primera; vez, no