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1 LA PALANCA # 20 PRIMAVERA 2012

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Arte: Alejandra España Textos: Agustín Cadena y Viktória Kóczián,János Pilinszki, Humberto Dib, Diego José, Alejandra España, Anais Abreu, Iván Ríos Gascón, Lilia Hijuelos Saldívar, Claudina Domingo

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1LA PALANCA

# 20 PRIMAVERA 2012

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AlejAndrA espAñA, Deidad II, mixta / papel, 140X120 cm. 2005.

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Agustín Cadena y Viktória KócziánJános PilinszkiHumberto Dib

Diego JoséAlejandra España

Anais AbreuIván Ríos Gascón

Lilia Hijuelos SaldívarClaudina Domingo

Presentación:

Índice:

# 20 PRIMAVERA 2012LA PALANCA

5. 7.

11. 15.18. 22. 28.32.35.

William Carlos Williams apuntó una verdad poética contundente: «Es difícil / sacar noticias de un poema / pero los hombres todos los días / mueren miserablemente / por no tener aquello que tienen / los poemas». Esta sentencia se intensifica ante circunstancias poco favo-rables como las guerras, el autoritarismo y la incertidumbre social. Sin embargo, el poema siempre ha servido de tabla de salvación para quienes reconocen la quintaesencia del lenguaje, esa otra manifesta-ción de la gracia que sólo la poesía puede proporcionarnos, tal como lo demuestra la profunda transparencia de János Pilinszky, de quien presentamos un acercamiento a su obra, en versiones de Agustín Ca-dena y Viktória Kóczián:

Aunque el vacío es lo que está presente,nuestro mundo sigue, pulsa y pulsa.Las venas llevan sangre,una mano ata cuerdas, cierra la puerta,enciende un cerillo y hace la cama para la noche.

La diversidad literaria nos invita a entablar un diálogo entre esti-los, géneros y voces personalísimas que complementan el número 20 de LA PALANCA. Esperamos que el lector atraviese nuestras páginas y coseche aquello que le permita participar de la conversación que nuestra revista propone en cada temporada. Sin duda, el arte de Ale-jandra España enriquece la travesía con su acercamiento a las zonas recónditas del inconsciente, que sugiere la expresividad de su trabajo.En esta ocasión, resulta importante, agradecer a cada uno de los lec-tores que han sido parte de este proyecto editorial, por seguirnos y por confiar en nuestro criterio.

El atormentado catolicismo de János PilinszkiPoemasFicciones mínimasEsperarUna mirada al monstruoSonata del pájaroApuntes sobre la finitud del amor y de la imagenDos narracionesSilabario

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LA PALANCA, ANO 15, # 20 PRIMAVERA 2012 LA PALANCA es una publicación trimestral editada por Pablo Fernando Mayans Islas / Mina Editorial. Almendro #107, Fracc. Campestre El Álamo, Cp. 42181,Mineral de la Reforma, Hidalgo.Editor responsable: Pablo Fernando Mayans Islas,

[email protected]://issuu.com/lapalanca

Número de certificado de reserva de derechos al uso exclusivo del título: 04-2011-040512095100-102 Número de registro de ISSN: en trámite. Ambos otorgados por: Instituto Nacional del Derecho de Autor.Número de certificado de licitud de título: en trámite. Número de certificado de licitud de contenido: en trámite. Ambos otorgados por: Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Permiso sepomex: en trámite.

LA PALANCA se terminó de imprimir, en marzo de 2012, en los talleres de:

FCV Soluciones Gráficas, S.A. de C.V.Francisco González Bocanegra No. 47-B Colonia Peralvillo Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06220México, D.F.

Para su composición se utilizaron tipos de la familia Century Schoolbook. La tipografía y el logotipo de LA PALANCA son BD PLAKATBAU del Buro Destruct: www.typedifferent.comLos textos y el arte aquí publicados son responsabilidad de sus autores. Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido sin la previa autorización por escrito de los editores. © 2012 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Esta revista es producida gracias al Programa “Edmundo Valadés”

de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2011, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

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Agradecemos profundamente el apoyo y entusiasmo para la realización de este proyecto:

Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de HidalgoJosé Vergara Vergara

Sergio Aranda

Trico PachucaPedro Liedo

Jaime Lavaniegos

ITESM Campus HidalgoClaudia GallegosArturo Alvarado

Comisión de Derechos Humanos del Estado de HidalgoRaúl Arroyo

Orlando HernándezMaximiliano Hernández

hg comunicaciónRicardo Hernández GallegoRafael Hernández Gallego

LA PALANCAdirector generAl

Pablo Mayans

director editoriAl Diego José

consejo de colAborAdoresGeney Beltrán Félix

Jair CortésRoxana Elvridge-Thomas

Yuri HerreraDavid Maawad

Juan Antonio MolinaEnzia Verduchi

Nadia Villafuerte

AsesoríA legAlAlejandro Galván Gómez

LA PALANCA en línea: www.lapalancax.blogspot.com http://issuu.com/lapalanca

Para más información sobre la obra de Alejandra España:www.livingartroom.com/alejandra_espana/http://www.d14gallery.com

r AlejAndrA espAñA, El transcurso de la vida, tinta / papel, 120X80 cm. 2007.

Portada: AlejAndrA espAñA, Monstruos, tinta / papel, 120X80 cm. 2007.

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Agustín cAdenA y ViktóriA kóczián

El atormentado catolicismo de János Pilinszki

Ya Robert Graves observó que sólo tres culturas quedan en Eu-ropa en las que todavía se respete al poeta como al bardo de la antigüedad: la irlandesa, la galesa y la húngara. Respecto de esta última, es necesario decir que su carácter especial se de-riva de las capas más antiguas de su cultura, las cuales se han preservado, en parte, gracias a sus circunstancias históricas. Ciertamente, tal como lo señala Bertha Csilla en la antología de poesía húngara que hizo en 2000, la cultura de su país se nutre de aquella tradición según la cual el chamán es sacerdo-te, sanador, maestro y mediador entre el cielo y la tierra, y el papel del poeta cobra sentido dentro de esta tradición.

Hungría es un país de mil años que se ha forjado en la lucha por la autopreservación.

Primero debió defenderse de los otros pueblos bárbaros que codiciaban los valles al pie de los Cárpatos, luego de los tur-cos, después de los alemanes, de los austriacos, de los rusos, otra vez de los austriacos, otra vez de los rusos... su territo-rio ha sido escenario de muchas guerras, de mucha represión. Tal vez de estas circunstancias históricas se derive, primero, el carácter pesimista que el extranjero observa generalmente en los húngaros. Y, segundo, el don que los poetas han desa-rrollado para la metáfora, para el símbolo, para toda forma de polisemia.

Entre los poetas que debieron desarollar un lenguaje que pudiese burlar la vigilancia represiva del socialismo de posgue-rra destaca János Pilinszki (1921-1981). Fue un poeta católico en una época en la que estaba prohibido profesar públicamente cualquier religión, ya que Dios era visto como una escoria de la burguesía. Se le censuró por eso. Se le censuró también porque era pesimista, cuando ante el progreso del socialismo victorioso el optimismo se había oficializado. Escribió contra todo y con-tra todos, y no vivió lo suficiente para ver la caída del régimen y gozar aunque fuera de unos años de libertad creativa. Hay algo de profundamente trágico en el atormentado catolicismo de este poeta. La noción del pecado ocupa el centro de su obra. Pero se trata del pecado en su sentido absoluto, original, metafísico.

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Volviendo a Csilla, “un tipo básico de este peca-do fue para él la Segunda Guerra Mundial, esa destrucción de unos por otros que representa-ba la ofensa más grande al orden y a la ley de Dios”. Ciertamente, en la obra de Pilinszki el yo desnudo, desamparado, se experimenta a sí mismo en las profundidades del sufrimiento, del desamparo y de la soledad existencial en un mundo vacío, y el bien absoluto y la ver-dad de Dios aparecen sólo como una carencia. Esta visión radicalmente existencialista, dice Csilla, “entraña la experiencia del vacío que, sin embargo, representa la única posibilidad que puede conducir a la más alta esperanza de salvación y a la Gracia a través del sacrificio

cristiano”. Pero el poeta debe participar en la representación de la Pasión, cuya esencia es la lucha continua entre la redención y el pecado, entre la impiedad del mundo y la absolución evangélica, entre la enajenación urbana y el amor humilde y compasivo entre hermanos. Este drama aparece en los poemas de Pilin-szki de una manera única, en tanto los temas cristianos resplandecen entre los paisajes y los objetos más terribles, más duros, más fríos. Su lenguaje es terso, cruel, concentrado, a veces casi minimalista, de una sencillez que lo acer-ca a la estética del silencio. En el fondo de esta poesía se encuentra el anhelo de un contacto personal, cálido, con la eternidad.

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Apocrypha

1Desamparado estará todo entonces.Luego, el silencio del Cielo se alejarádel silencio de los postrados pastizalesen el fin del mundo.Una parvada de pájaros volará sobre nosotrosy veremos el sol levantarse en el oriente,enmudecido como un ojo enfermo,impávido como una bestia vigilante.En mi destierro, sin poder dormirporque tengo que pasar la noche despierto,me sacudo como un árbol de mil hojasy, como un árbol,a lo profundo de la noche le hablo:

Ay, ¿qué sabes tú del paso de los años,de esos años que estrujan los campos?¿Qué sabes de mis manos gastadas, decrépitas,o de lo que significan las cosas transitorias?¿Sabes qué es ser huérfano?¿Y sabes qué clase de dolor crece aquí,pisoteando la eterna oscuridadcon sus patas membranosas y sus piernas heridas?La noche desolada, el frío y el abismo,la cabeza del convicto que lentamente se vuelve,el pesebre que se cubre de hielo, los tormentosdel abismo... ¿Qué sabes tú de eso?

jános pilinszki

Poemas

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El sol está en lo alto. Los arbolillosse levantan también, sombríos,contra el infrarrojo del cielo iracundo.

Me marcho. En la cara de la desolaciónun hombre solitario camina sin ruido,con las manos vacías. Una sombra es todo lo que tiene.Tiene también un bastón. El garbo de un presidiario.

2Qué bueno que aprendí a caminar. Acasofue sólo para dar estos amargos, tardíos pasos.

Y se acerca la noche. La noche que vendrá a petrificarsu fango sobre mí. Y con los ojos cerradosvoy a continuar la marcha. Esa marcha, esos febrilesy tiernos árboles, sus tiernas ramas... el bosquepequeño y cálido y cada una de sus hojas.Hubo un tiempo en que el Paraíso estaba aquí.Un dolor se ha vuelto recurrente entre mis sueños:todavía puedo oír a los árboles gigantes.

Nunca he deseado más que volver a casa, por fin,como aquél de la historia bíblica.Mi monstruosa sombra se proyecta en el patio.Silencio: mis viejos padres duermen adentro.Salen un momento, gritan mi nombre. Pobres almas.Tropiezan intentando abrazarme. Con sus lágrimas.El antiguo orden me llama de regreso:apoyo mis codos en el viento de las estrellas.

Si sólo por esta vez pudiera hablarte,a ti a quien tanto he amado. Con el paso de los años,como un niño que llora en un resquicio,nunca me cansé de dar voz a la débil,sofocada esperanza de que un día, al volver a casa,te encontrara ahí por fin.Tu cercanía palpita en mi garganta.Estoy asustado como una bestia.

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Tu palabra. Esa forma humana de hablar quenunca he aprendido. Hay pájaros que vuelancon el corazón roto, buscando algún refugiobajo el cielo. Bajo el llameante cielo.Desolados bastos se clavan en campos de luz,jaulas ardientes en una multitud impasible.No entiendo el lenguaje humanoy nunca aprendí a hablar tu idioma.Mi palabra está más sola que cualquier otra palabra.No tengo palabras y ya.

El airese estremece y retumbacon el peso de una torre que cae.No estás en ningún lugar. Vacío está este mundo nuestro.Una silla en el jardín. Una silla que olvidaron fuera.Sobre las piedras sisea mi sombra.Estoy tan cansado. Me voy del patio.

3Dios ve que estoy aquí, en el sol.Ve mi sombra que pasa por piedras y rejas.Ve que también ella está aquí, sin respirar:mi sombra en medio del aire encerrado al vacío.

Pero para entonces yo mismo seré ya una piedra.Un pliegue muerto, un surco entre mil,un puñado de escombros serántodas las creaturas para entonces.

En su cara no dolerán lágrimas sino arrugas.Los caños vacíos gotean, chorrean un poco.A

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Agonía cristiana

El amanecer está todavía lejoscon sus ríos y el viento que sopla...me pongo mi camisa y mi traje,me abotono la muerte que llevo dentro.

La habitación del colgado

Olor de tocino. De geranios.Nunca se ve el mar desde la ventana del colgado.El mar le pertenece a Diosy la ventana está cerrada.

Qué diferente es el olor del patíbuloy el del cordero, cuando vienen por él

Traducción de Agustín Cadena y Viktória Kóczián.

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Humberto dib

Ficciones mínimas

Esa mancha

Yo era apenas un bebé cuando mi padre murió. Muchos me dicen que ni siquiera lo conocí, que no debería afectarme tanto, pero na-die sabe que no fue su muerte en sí lo que me acompaña como un fantasma desde aquellos días, sino la causa. Mi papá murió en la guerra, en aquella estúpida guerra iniciada por un milico borra-cho que creyó que con un par de gritos podría recuperar Las Mal-vinas: Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla. Entonces vinieron y nos ganaron. Pero el problema —mi proble-ma, quiero llegar rápido a él— es que mi papá murió sin disparar un solo tiro. No es que lo haya sorprendido una patrulla británica o un mercenario gurkha antes de que pudiera defenderse, no, mi padre murió de miedo, su corazón de 19 años no pudo soportar las explosiones de los primeros morteros K-63 cerca de su trinchera. Sí, murió de miedo, se hizo en los pantalones y murió y esa maldi-ta mancha me persigue como un lobo hambriento que necesitara devorar la poca dignidad que le queda a este hijo de un cobarde.

Libertad

—Aquí la entrada es libre y gratuita, cualquiera puede ingresar, siempre que en verdad lo desee— así me dijo el de seguridad.

Por eso entré.

Recorrí el lugar sin ningún tipo de restricciones: por aquí, por allí, por donde mejor me pareciera, con una libertad que jamás había experimentado. Pasó bastante tiempo hasta que sentí que ya era hora de salir —pues esa hora siempre llega—. Sólo en ese instante descubrí que era la salida la que estaba condicionada, que una vez dentro, no cualquiera podía abandonar el recinto. Desde entonces ando merodeando la puerta, pasaron tres años... y sigo esperando. Tal vez un día llegue mi turno.

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Tangorías

Se aprieta la cabeza con ambas manos, pues cree que al tapar-se los oídos va a dejar de escuchar sus propios pensamientos. Llora en silencio, contenido, no quiere que su hombría sepa de su dolor. Cruza los brazos sobre el pecho con la esperanza de contener ese corazón suyo que lucha por escaparse para ir al abrigo de alguien que ni siquiera lo tiene en cuenta. Entonces corre, corre como si en esa huída frenética pudiera evitar una realidad que lo persigue desde que la conoció. Finalmente, se detiene y levanta un océano de ideas profusas y dispares para ahogar la existencia de aquella que le quita la paz. Pero con un simple gesto maquillado con una dulzura que sólo él percibe, la mujer emerge de ese fango turbio e ilumina el día con la inten-sidad de mil soles. Por un mísero instante.

Hiperrealismo

Papá trajo una silla y la colocó delante de mí, luego me miró de tal manera que sentí terror, como nunca antes, tuve ganas de estar lejos de aquel patio que tanto amaba. Medio tamba-leante, volvió a entrar en la casa para traerse un vaso de vino que dejó sobre la mesa, al lado de su silla. Sin decir una palabra, fue a buscar lo que faltaba. En ese momento, sentí la nece-sidad urgente de encastillarme, de desapare-cer, de volar, al igual que esa mosca que giraba alrededor de mi cabeza, en un vuelo inquieto de notables piruetas como las de un avión de acrobacias. Finalmente, el insecto se posó so-bre el borde del vaso, frotando sus asquerosas patas. Entonces tapé el vaso con odio y dejé que la mosca se ahogara.

Enseguida apareció papá, trayendo mi pe-lota y unos pedazos de vidrio de una ventana de la sala. Después de tomarse el vino de un trago, comenzó a gritarme, sin sospechar que yo había metido en su cuerpo esa mosca que me ayudaría a soportar la paliza. A

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Ada

Era una época en la que no se veían más alon-dras, ni mirlos, ni petirrojos. Ni siquiera había piojillos de aves a los cuales combatir. Era un misterio. Pero de la boca de Ada siempre aso-maba un par de alas. Bastaba con que dijera algo para que, mezclado entre las palabras, se escuchara también un murmullo de plumas. Muy pronto se corrió el rumor de que Ada era una devoradora de pájaros. Algo inaudito, había que encontrar una solución. La apresa-ron, le cortaron la lengua, le cosieron la boca, la colgaron de una cuerda, sin embargo, Ada no confesaba, apenas emitía un tímido gorjeo. Entonces fingieron el canto de algunas aves para atraerlas hacia Ada y así descubrirla in fraganti. Esperaron días, semanas y nada su-cedió. Cansados de tantas consideraciones, de-cidieron abrirle las entrañas. Allí encontraron ramitas, hebras y pelusas, formando un nido. En el centro había un huevo del que asomaba un piquito rompiendo el cascarón.

El premio

Kazimir Brodowski, oriundo de la ciudad de Bytom, en el Voi-vodato de Silesia, recibió una mañana la noticia de que había ganado el concurso literario más importante de Polonia del año 1923. Un hecho más que extraordinario para él, pues tenía la seguridad de que nunca había concursado en certamen alguno. Es que —en fin— nunca había escrito una sola palabra en su vida: era completamente analfabeto. Este hecho no le impidió presentarse en la ceremonia de entrega de premios con una sonrisa triunfadora y pronunciar un discurso que dejó a todos patitiesos. Sus palabras aún hoy son usadas cuando se quie-re cerrar magistralmente una discusión estéril. Yo no sé muy bien si creer en esta historia, pero cuando estuve en Bytom —ante la duda— me saqué varias fotos frente a la estatua de Brodowski y compré un ejemplar de aquel glorioso libro. No lo entiendo porque está en polaco.A

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Helmuth o una parábola intrascendente

Helmuth nació en Leipzig el 13 de agosto de 1736 y pasó toda la primera parte de su vida sin interesarse por nada. La nada se cernía sobre su futuro. A los 22 años se enamoró de Agneta, a quien le aseguró que sería capaz de hacer cualquier cosa para que fuera su esposa. Ella, para quitárselo de encima, le exigió que se convirtiera en un hombre muy sabio. Entonces Helmuth abandonó su Nada para buscarlo Todo. Se alejó, así, del mun-do cotidiano para instruirse en varias disciplinas, en diversos lugares y con diferentes maestros. Después de largos años de estudio —los años de estudio siempre tienen 382 días— lo ha-bía logrado: a los 57 años se había vuelto uno de los mayo-res pensadores del siglo xViii. Cuando se disponía a volver a Leipzig, alguien le contó que Agneta se había casado con un estercolero que, según decían, le daba palizas demoledoras. Le confesó también que la mujer ya había tenido cinco hijos y que no había conseguido ser feliz. Nunca más volvieron a verse. Helmuth le dedicó cada una de sus obras monumentales, pero Agneta jamás aprendió a leer.

La clave del éxito

Sin ningún tipo de reparos, se durmió en el mismo instante en que se atenuaron las luces para dar inicio a la reunión de trabajo, y sólo se despertó tres horas después, sobre el final. Sin embargo, nadie se dio cuenta, tal vez por-que había conseguido mantenerse erguido en su asiento y con ambas manos sosteniéndole la cabeza como si estuviera cavilando. Frente a las promesas ambiciosas y a los argumentos adamantinos de sus compañeros, los gerentes consideraron que su silencio había sido muy sabio y significativo, así que decidieron no im-plementar esos nuevos cambios. En el siguien-te trimestre la empresa creció un 17,5% y to-dos le agradecieron su valiosa aportación. Él dice que su ascenso a subgerente es como un sueño hecho realidad.

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Esperar. Y qué opción sino tumbarse en la hamaca a esperar la llegada del comisario con sus maldiciones:

—Ni colonos ni gringos, mátense entre ustedes que son unas bestias.

Ramírez era un ladino al servicio de los dueños de los in-genios, su misión era cuidarlos de la amenaza de los salvajes de la isla; sí, salvajes, así llamaba Ramírez a indios, negros y mestizos, aun cuando él provenía de una familia de esclavos que luego fueron campesinos; pero Ramírez se ganó la confian-za de los colonos persiguiendo a los suyos, por eso era un ladino y los nativos lo despreciaban. Nadie sabía bien a bien de dónde había sacado su apellido porque antes de ser comisario se lla-maba de otra forma.

Esperar. Nada más esperar a que la ausencia de Mr. Tapin provocara sospechas; quizá Minerva vendría a esputarle su in-credulidad o su compasión; tal vez Ramírez llegaría primero hasta su cabaña, derrapando la vieja Chevrolet y lo interroga-ría por la desaparición del gringo.

—¿Cuándo fue la última vez que viste al viejo?Y Salomé, recio pero justo, confesaría sin necesidad de ser

amedrentado.—Yo lo maté.Entonces, Ramírez subrayaría su consabida frase para lue-

go concluir:—Te van a freír, porque esta vez te cargaste a un gringo que

además es colono.La cosa es que no habría cuerpo por evidencia, sólo la ausen-

cia de Mr. Tapin y la confusa declaración de Salomé. Y estas cosas hacían rabiar al comisario.

Mr. Tapin llegó a la isla como tantos viajeros retirados y tras habituarse al clima, al idioma y a la gente, de pronto, un año nuevo se trajo el dinero de su retiro para comprar un predio con embarcadero en Santa Margarita. Mr. Tapin había escogi-do esta isla para quemarse los últimos dólares abanicándose en el porche y bebiendo aguardiente con rodajas de lima.

Esperar

diego josé

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Todos los días recorría las aceras arenosas y pasaba la tarde en el Café-billar, leyendo los periódicos que le llegaban de la ciudad con una semana de diferencia. Poco a poco los parro-quianos se fueron acostumbrando a su presen-cia y las señoras a sus paseos. A Mr. Tapin no le gustaba mezclarse con los hacendados ni con la gente que llegaba de verano, en realidad tampoco se comunicaba mucho con el pueblo. Bebía agua mineral y café mientras leía con retraso las noticias de un mundo que había de-jado de importarle. Era un viejo solitario, nada más. Sólo dos cosas necesitaba Mr. Tapin para satisfacer su tranquilidad: una muchacha que hiciera el aseo en casa y un lanchero que lo llevara a pescar.

Don Carlos que regenteaba el Café-billar y que era el encargado de traerle los siete ejem-plares pretéritos del diario, le recomendó a su sobrino Salomé y a la esposa de éste para ayu-darle. Minerva empezó a trabajar una vez cada ocho días, pero, conforme se ganó la confianza del patrón, aumentó dos veces por semana sus labores, hasta que Mr. Tapin terminó por ocu-parla un día sí, otro no. Minerva fregaba los pisos y las ventanas a cubetazos, escombraba la arena acumulada en el patio, sacudía el pol-vo de los muebles que habían sobrevivido al abandono y al traspaso, lavaba a mano la ropa de Mr. Tapin y planchaba sus amarillentas camisas. Le hacía muy feliz recibir el dinero para ayudar a su marido con los gastos de la semana, pero en cada paga se guardaba un ahorro con la intención de hacerse un vestido, conseguir unas zapatillas, comprar bisutería. Nunca le dijo nada a su esposo sobre el dinero que guardaba porque conocía de antemano el rechazo de Salomé ante esas frivolidades, que para él eran cosas de mujeres blancas. Ambos provenían de familia de indios: hijos de indios que habían olvidado su lengua y cuyos abue-los y tatarabuelos habían servido en las casas grandes y habían cortado caña en los ingenios.

Salomé trabajaba por temporadas en el chinchorro pescando camarón, pero en tiempo de veda paseaba turistas en una lancha de mo-tor fuera de borda que consiguió con un prés-tamo de su tío Carlos. Ahora, Salomé recogía a Mr. Tapin antes del amanecer de cada sábado

en el embarcadero de su propiedad; lo lleva-ba mar adentro con cañas que nunca alzaron algo semejante a un pez. Mr. Tapin se vestía de fiesta para ir a pescar, cargaba con el equi-po necesario de cañas y anzuelos, se colocaba el sombrero de palma y subía a la lancha de Salomé con la única intención de ir a mirar el mar. Hablaban poco; el viejo llevaba frutas, al-gún bocadillo y un par de cervezas para pasar el día; Salomé se dedicaba a revisar el motor, a extender el toldo raído de la lancha y a orde-nar las redes y las herramientas que llevaba en el guardador. En algún momento, Mr. Ta-pin le pedía que volvieran a tierra y Salomé lo regresaba al mismo embarcadero donde el gringo le extendía cordialmente una buena suma de billetes y se despedía de él alzando condescendiente la mano desde tierra.

—¿Por qué lo hiciste Salomé?—Porque semana a semana yo veía que el

enjambre de los cabellos de Minerva iba acla-rándose como el sol. Y yo sabía que no era el sol ni la sal sino el deseo en los ojos del gringo que al mirarla doraba su crencha. Yo lo veía en mi cabeza mirarla con fruición cuando ella restregaba de rodillas los pisos, zarandeando sus nalgas y sus muslos.

—Pero Salomé, ¿no pensarás esas cosas...?—Lo pensé una sola vez y fue suficiente.

Después, miré a Minerva vestida de raso el día de paga del último mes. Mis ojos se calentaron tanto con las brasas de sus pantorrillas que no puede evitarlo. Las siguientes semanas, lo mismo llegaba Minerva con unas pulseras que con unas sandalias impecables... nosotros no tenemos para eso, de dónde pues sacaba para tanta cosa nueva. Le pregunté un día enoja-do: “¿y tú qué haces para mercar eso?, seguro te los regala el gringo porque quiere montarte y tú estás dispuesta a que te monten”. Y ella no me decía, sólo chistaba la boca... Y otra vez el asno al trigo con sus preguntas, y otra vez y otra vez, hasta que mis celos oyeran lo que tanto querían escuchar. Desde esa noche aquel hombre estaba muerto, lo maté cada tarde ru-miando en mi cabeza la manera en que habría de hacerlo, luego pasaron unos días y se me fue apagando un poco la bestia; pero, hoy por la mañana fui a recogerlo como de costumbre y

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parecía sonriente. Nunca decía nada, pero aho-ra estaba dicharachero y sonreía. Allá fuimos, mar adentro y yo callado tratando de apagar-me. Pero justo hoy, por primera vez me invitó a beber con él y me preguntó por la casa y por mi trabajo como haciendo confianza y luego se alegró de que Don Carlos nos hubiera presen-tado y pronunció el nombre de Minerva contra el solazo rajándonos a los dos la frente como un dios incontenible. Y me bastó que repitiera su nombre un par de veces para no escucharlo más, porque las aspas del sol ensordecían mi cabeza. Yo le dije algo insultante y él trató de apaciguarme, pero yo tenía la estilson empu-ñada con fuerza y el olor teñido de la trenza de Minerva y la imagen de su cuerpo restre-gándose contra el mío en la laguna, la noche en que nos fuimos juntos y la imagen de su andar contoneándose vestida de raso el día de paga y la sombra de aquellos pechos sujetados débilmente por las manos huesudas del viejo... y entonces me fue fácil golpearlo y verlo caer al agua y lo estuve mirando un rato hasta que decidí dejarlo.

Pero Salomé sigue esperando, tendido en su hamaca, a que lleguen Minerva o el comisa-rio para confesarse, pero nada. Ni Minerva ni el comisario ni el pueblo vendrán a prender-lo para lincharlo, sólo la noche que se desliza como un cocodrilo con su bocaza inmensa por los mangles.

—¿Por qué lo hiciste Salomé?—Porque de pronto se me vino un enojo de

muchos años, de más tiempo del que tengo de vida. Porque somos indios cañeros y llevamos el machete en la sangre.

—No me vengas con historias de negros es-clavos, ustedes están jodidos porque quieren. Así que intenta otra respuesta.

—Yo vi al patrón entrar muchas veces en la cabaña donde dormíamos mi madre y mis hermanos. Cada vez que venía nos echaban

fuera a cortar mangos, pero yo me quedaba a escuchar por entre los tablones el trajín de los gemidos y las ofensas. Una tarde, ya grande-cito, mi madre le escupió un reclamo, dicién-dole que me llevaría con su esposa y con sus hijos a la casa grande para que conocieran a su hermano... Lo hice porque soy el único mestizo en una casa de indios lacios. Porque después de aquella tarde, nos lanzaron fuera de la ha-cienda y fuimos a vivir con mi tío Don Carlos... Tuve que hacerlo porque me hirvió la sangre de una historia callada hacía mucho tiempo. Porque aquel señor de mi infancia, viejo y abandonado por sus hijos, iba al billar a beber y a leer periódicos pasados (yo no sé qué tiene esta gente con los periódicos que ya no sirven); yo era un muchacho y ayudaba a mi tío en la barra. Aquel hombre nunca se dignó a mirar-me.

—Pero este viejo nada tiene que ver con el hombre que creíste tu padre.

—No, pero es igual, ¿acaso ellos nos encuen-tran diferentes?

—Bueno, pero ¿por qué lo hiciste?A lo lejos vio que su mujer se acercaba, pen-

só qué traería noticias del pueblo; sin embar-go, Minerva entró molesta en la cabaña, que-jándose por la desconsideración de Mr. Tapin: “¡haberse marchado sin dejar la paga y sin avisarle siquiera! Tantas horas perdidas en el caserío” .

Salomé cerró los ojos evitando mirar los in-dicios de una culpa. Su mente seguía traman-do una justificación, pero confirmó que nadie reclamaría al gringo porque era un viejo solo, y que su venganza no había tenido sentido ni por Minerva, ni por su madre ni por su raza. Miró contra la luz de petróleo la silueta robus-ta de su mujer sacándose por la cabeza el ves-tido de raso y la deseó más allá de la culpa que empezaba a roerle las ideas.

El mar tendía sus redes submarinas lleván-dose a Mr. Tapin a quien sabe qué oscurida-des, mientras Salomé naufragaba meciéndose en el cuerpo de su esposa. Acercándose cada vez con mayor claridad, se veía la luz de una torreta que azulaba las hojas de las palmas del camino que conducía a la cabaña, donde Salo-mé había dejado de esperar.A

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En mi obra la premisa aparece en todos los sentidos, dando espacio al juego y a la caracterización, aparecen personajes no siempre identificables que en cierta manera rodean el área de los temores que nos aquejan, insectos gigantes y ciudades fundadas sobre orografías que comprenden pieles enmarañadas con cables; territorio para los teatros de la vida, las apariencias y los camuflajes. La metamorfosis de la obra así como sus personajes, son en sí mismos, parte de esa naturaleza que lo quiere abordar todo.

El tema del monstruo ha aparecido en la historia de la humanidad desde sus comienzos y ha ocupado desde en-tonces un lugar importante en los mitos creacionistas, las mitologías y sus símbolos, en la literatura y en las repre-sentaciones artísticas de todos los pueblos. Tanto animales, como fenómenos naturales, siempre han estado ligados a esa parte de la cultura: las deidades, el tótem y las asocia-ciones mágicas que se desprenden de sus valoraciones. Los símbolos como el cocodrilo, que aparece en diversos momen-tos y lugares de la historia, son sin lugar a dudas una clara representación tanto de las virtudes como de los defectos y temores con los que se identifica el ser humano entre las otras bestias, criaturas y diversos fenómenos con los que convive. Cipactli, criatura voraz y monstruosa, mitad coco-drilo mitad pez, representaba en el México prehispánico el primer día del año del calendario solar. Con su cuerpo los dioses crearon la tierra; Cipactli, capaz de vivir en el agua (reflejo del cielo), también habita la tierra, posee cualida-des que lo dotan de un gran número de particularidades de carácter cosmogónico. En el antiguo Egipto, Anubis el Dios que tenía cabeza de chacal y cuerpo humano, era quien el día del Juicio Final pesaba los corazones de los muertos comparándolos con el peso de una pluma para dar el ve-redicto sobre el destino final de las almas, si pesaban más de la cuenta, los corazones eran devorados por Amemait una monstruosa criatura con cabeza de cocodrilo, cuerpo de hipopótamo y león. Por otro lado, en la antigua Grecia

Una mirada al monstruo

AlejAndrA espAñA

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AlejAndrA espAñA, Deidad II, óleo / tela, 200X170 cm. 2005.

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r AlejAndrA espAñA, Se lo llevan las tortugas, tinta / papel, 37X54 cm. 2011.v AlejAndrA espAñA, Venadito, mixta / papel, 120X80 cm. 2007.

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AlejAndrA espAñA, Tormento, óleo / tela, 100X100 cm. 2012.

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el Minotauro era el producto nacido de los amores de Pasifae, reina de Creta, con un toro blanco que Poseidón hizo salir del mar. Según las escrituras bíblicas es la ser-piente quien tienta a Eva a comer el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y el mal. Estas son tan sólo algunas de las representaciones del importante papel de los animales en el entramado de los mitos que dan ori-gen y continuidad al orden cósmico de la historia de los seres humanos.

Incluyo el subtema del monstruo porque en esencia, el ser humano está ligado a la creación y a la destrucción; el desarrollo de las distintas formas de pensamiento y conocimiento humano y sus tecnologías implican cam-bios en los ecosistemas. Los crecimientos demográficos y sus controles: las epidemias, han tenido repercusiones a todos niveles. Las guerras, enfermedades, mutaciones y la sobreexplotación del medio ambiente son parte de las altas y bajas, tanto de la especie humana como de su en-torno. Las grandes ciudades y las intrincadas redes que las sostienen son un ejemplo. En el caso particular de la Ciudad de México el amplio abanico de conexiones caó-ticas respalda acciones de todo tipo. Mi experiencia con el mundo y particularmente con la ciudad que habito, marca ciertas pautas para mi acercamiento al concepto del caos cotidiano como forma de vida de la gran ciudad, mundo en el que me desarrollo.

Entonces aparecen en mi obra escenas y criaturas que se salen del orden establecido para poner en jaque al observador que se involucre, volviéndolo cómplice de la pieza. Los “temores” a los que responden las “mons-truosas” ejemplificaciones de la naturaleza, por lo gene-ral se relacionan con lo desconocido y el temor de las consecuencias de tomar decisiones en todo momento de la vida.

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Fragmento del texto para el libro de artista Uti non abuti, (Use no abuse), proyecto de titulación de Alejandra España.

21X850 cm. 2010. ( http://youtu.be/I1fbeKe8rL0 )

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(primer movimiento)

abrillantar adorecer la espora semilla de airemiga de luz

diría coral que en este espacio “el sol desgaja del aire haces de polvo”

mientras una parvada de colibríes extasiada con el piano de chopinhace alarde en el balcónnosotros dos aún respiramos lentocon el cansancio que implica despertar

ponemos a hervir el aguadeslizamos los piesrompemos esa cadenamomento casi invisible de luz y polvo

AnAis Abreu

Sonata del pájaro

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(segundo movimiento)

un pájaro picotea la flor moradapensamos que sería difícil que esas flores se dieran en un balcónde la portales

sin embargo es fértil este sueloesas raíces del aire:hilos de luznutren el poroso azulejo y el anaranjado barro que sostiene mis ganas de vivir en un jardín

fecundísima preñada de miella flor estalla su moradocomo un planeta vegetal

y ahí está el colibrí sobre una drupa de esta zarzamora terciopelomientras el polen maíz en nuestra mesaimpregna cada habitación

mantenemos cerrado el ventanalpreso el aroma del café en estas paredes que se callan para nosotrosy sólo reflejan las notas de un piano

la cortina de manta cubre nuestro íntimo andar de casay sin embargo la presencia del pájaro está cada vez más adentroA

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su andar por las ramas más cercanasha hecho que su sombra sea una inmensa ave que posa para nosotros

en un desplazarse aún más cercaes un águila que devora la pequeñaflor morada del balcón

temo que será dentro de poco que esta ave nos habitey chopin ya mismo esparte de un aleteo inagotable A

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(tercer movimiento)

la gata inés se estira en el sillóncada raya trazada en su cuerpo recuerda al tigre que también acecha en esos ojos

busco el misterio de lo escrito en esa piel y ella me mira por un instante:toda una selva nos alejasin embargo hay una conexión un instante en que podemos intuir la misma feroz hambre:un pájaro/águilaacecha nuestra intimidad

digo: el miedo es también hambretodo animal conoceel abrirse de una entraña más profunday más fuerte:la sobrevivencia que implica mostrar los dientestragar defender el territorio y yo soy también la tierra de este tigreque me mira entre la selva

con una salvaje lentitud inés se acerca al águilay yo veo llenarse de plantasla casa:enredaderas de sonido suena chopin suenan sus garras en el azulejo

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cada tecla del piano es un momento que se defineporque no sólo el tigresino la selva entera avanzan con esa violenta cadenciaesa cacería sensual:mirar a la presa conocer su tamaño planear el ataque

la esperael éxtasis de esta músicainfinita

inés se lanza sobre la sombra con la rabia y la certeza en las garrasel sonido del cristal acompaña un acorde largo e intenso

un momento de silenciono hay ninguna consecuencia no hay ciclo que culminacon la muerteaún está el hambreinsaciable

inés es una selva después de la tormentaque se tira sobre el suelomientras el águila aparentaser de nuevo un colibrí en una rama más lejana

la música sin embargo sigue creciendo s

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Apuntes sobre la finitud del amor y de la imagen

iVán ríos gAscón

Milan Kundera escribió en La inmortalidad, que “una persona pue-de ocultarse tras su imagen, puede estar completamente separada de su imagen: una persona nunca es su imagen”. La imagen de la que hablaba Kundera no se refiere, únicamente, a la representación o el icono del cuerpo, tampoco a la estatura, la profundidad, el peso o la dimensión de una figura en el limbo perceptivo. Aquella imagen, digamos como una enunciación sartreana de El ser y la nada, es el punto de contacto entre la piel y lo elusivo, entre la desnudez y la revuelta sensorial, porque la definición de la vida se encuentra allí: en el punto medio de la idea que tenemos de uno mismo y la visión con que nos define el otro. Sin embargo, hay momentos en que sin saberlo, sin sospechar la sutil metamorfosis del alma y sus demonios, trastocamos nuestra imagen, porque como los planetas en sus órbitas, tendemos a la circularidad. Aquel viaje no existe, tan sólo es el efecto de un instinto que nos hace pervivir en la memoria, que nos erige y nos transforma en los vestigios abandonados para el tiempo: el re-cuerdo o el olvido del amor, la negación definitiva de la inmortalidad.

uno

París, Texas (1984), la más cruel y apoteósica radiografía de la condi-ción humana de Wim Wenders, cuenta la historia de una pareja cuya fragmentación fue el producto de la inercia que convierte a un hom-bre y una mujer que se aman, en dos extraños unidos por el vínculo del fuego y la obsesión. Aquellos personajes, como criaturas en per-petua duermevela, figuraban dos latitudes alejadas una de otro pero, a la vez, delimitaban el punto de partida y la distancia que escindió sus vidas, como un espacio en blanco en una cinta de audio o varios folios sin tinta ni renglones, mancillando un libro hipotético, aquel que narra la historia de sus temperamentos destructivos.

Recordemos: Travis (Harry Dean Stanton) aparece una mañana en el desierto. Aniquilado, convertido en paria, ha olvidado los últimos

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cuatro años de su vida, porque algo suspendió no sólo el ánimo y el espíritu, también la sístole y la diástole de un corazón hecho ceniza.

Travis, el harapiento vagabundo, el taciturno recolector de iniquidades, deambula por la tierra como un explorador sin ruta ni destino aparen-tes, porque un bloqueo emocional le ha robado la última parcela de su humanidad y enajenado, como un zombie, pretende alcanzar una región fantasmagórica (un solar en el pueblo texano lla-mado París), porque ese trozo representa para él todo un baúl simbólico, íntimamente conectado con sus ambiciones y fracasos.

¿Qué le sucedió a Travis para que decidiera despojarse de todo lo que implicaba vestir su imagen? Atormentado por un amor que lo su-blimó pero también lo envileció, Travis, bajo la lente poética de Wim Wenders, aprendió que la soledad es el único refugio para quien es inca-paz de tolerar al mundo sin la mujer que ama. Aprendió a mirar al tiempo y al espacio con muda dignidad, bajo un silencio infranqueable, porque cada vez que hablaba, volvía a trazar el espíritu de esa mujer entre sus frases.

Ella, una hermosa joven de nombre Jane (Na-tassja Kinski), lo abandonó cuatro años antes, cansada de sus celos, su desapego, su brutalidad

y desconfianza pero, también, porque a sus ojos el mundo se extendía como una alfombra volado-ra y, para adueñarse del planeta, sólo requería de un guiño o de estirar la mano. Sin embargo, con la distancia, ambos se rompieron.

Jane sufrirá la separación como una hembra ensamblada por una genitalidad de aparador, gas-tando sus días en un peep-show que no le inspira sueños ni pesares, sino que la ha hecho una espe-cie de Frankenstein para coger, porque todas sus aspiraciones se marcharon con su esposo.

París, Texas fue la muestra más conspicua del extravío humano: Travis contempla en un filme Súper 8, lo que había sido alguna vez: en la playa, él y su mujer reían, se abrazaban, unían sus la-bios. Junto a ellos, un bebé. Al fondo, el mar flir-teaba con las gaviotas. Un velero a la distancia, los bañistas. Aquella era su imagen, era la imagen de ella. Algo que nunca volverían a recuperar.

dos

Una mujer, dice Javier Marías en El hombre sen-timental, puede sufrir un despiadado encadena-miento de disoluciones melancólicas: una mirada triste, una frase aciaga, un sueño interrumpido por la evocación perturbadora de su imagen.

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El hombre sentimental es la historia de una degradación amorosa o, mejor dicho, de un amor que nunca se hizo concreto en el cuerpo, la mente y el alma de una próspera pareja. Manur, el ban-quero, compró a Natalia pensando que algún día terminaría por poseer toda su imagen, sólo que aquello nunca sucedió: Natalia se recluyó en el silencio porque al ser comprada, la mudez era lo único que le pertenecía.

Durante un viaje a España, Javier Marías en-frenta a los Manur con un curioso personaje: el León de Nápoles, un célebre tenor que acabará por conquistar el amor de Natalia, luego de tres lustros de relación frustrada.

Cuando ella lo abandona, Manur advierte que algo se ha interrumpido para siempre. Y no es

que aquello fuera el cuerpo desnudo de su mujer todas las noches ni el rutinario convivir cifrado en frases breves o saludos o despedidas: Manur se da cuenta que sin ella, es él quien ha cambiado. Su imagen ya no puede convivir con ese cambio. Ahora es el dibujo, es la foto del tiempo perdido. Y sin nostalgia ni arrebato, sin furia ni desespe-ración, Manur se quita la vida de un pistoletazo, durante un segundo en que quiso reconstruir la cotidianidad a la que, de ahora en adelante, le fal-tará una pieza.

tres

La vida es como un guión del que siempre cree-mos que alguien escribió o escribe sin descanso. A

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Ese guión es el destino. Un libreto que circuns-cribe triunfos y fracasos, una hoja de papel que describe nuestra imagen.

Douglas Coupland se pregunta en La vida después de Dios, si será posible hacernos de una imagen, cuando el autor de nuestras vidas se pa-rapeta en la maldad, en la ironía o en la franca indiferencia. Cuando estamos en el mundo sin advertir, tan sólo, la más mínima emoción, cuan-do abandonamos los recuerdos a la pira que hace arder a los defectos.

La imagen, como dice Douglas Coupland, no sólo depende de nosotros, también del planeta y de la mujer que amamos. De lo contrario, ¿cómo podríamos tener una vida propia?

Coupland escribe: “A veces pienso que las personas que más pena me dan son aquéllas inca-paces de relacionarse con lo que es profundo” y luego: “En otras ocasiones pienso que las perso-nas que más pena me dan son aquéllas que en al-gún momento supieron qué es lo profundo, pero que perdieron la capacidad de maravillarse o se volvieron insensibles; individuos que cerraron las puertas que conducen al mundo secreto; o a quienes las puertas se les han cerrado por culpa del tiempo, de los descuidos y de unas decisiones tomadas en momentos de debilidad”.

La noción de lo más profundo que tenemos, es la idea de nuestra imagen...

cuatro

Historia de un idiota contada por él mismo, la definitiva obra maestra de Félix de Azúa, es un breve relato ligado al contenido de la felicidad del que incansablemente ha escrito Fernando Savater.

El personaje de Historia de un idiota conta-da por él mismo, es un pusilánime escritor que en la brega por estar en paz con la humanidad y consigo mismo, cede a la tentación de una com-plicidad personal porque, como señala Savater, la felicidad no existe. Es una ficción, un autoen-gaño, ya que eso que llamamos felicidad es, sim-plemente, una forma rudimentaria y simplista de alegría.

Así que durante aquel itinerario, el escritorzue-lo creado por Félix de Azúa, pierde su imagen no sólo física sino espiritual e intelectual, caído en la zozobra y los fracasos estrepitosos con su pareja, con sus libros, con sus aspiraciones y deseos.

La iluminación (pensemos en Rimbaud), es un fuego fatuo donde la imagen se eleva y estalla como una pirotecnia, porque al dejar de contro-larnos, como subraya Jean–Paul Sartre, no sólo nos perdemos sino que también se corre el riesgo de fundirnos con el otro. Y eso es una pesadi-lla de tintes bíblicos. La despersonalización, por ejemplo, de ese idiota que se contaba a sí mismo, consistía en un eterno trashumar por los rincones y escaleras de su insignificante soledad.

cinco

La imagen es metamorfosis. Hay en nosotros una multiplicidad de seres que luchan por quitarse las cadenas, que quieren liberarse, diría Neruda, “para poder volver a amar”. Esos enfermos que habitan nuestra imagen son el reflejo del vértigo y el alma. Son la transición decapitada, el desor-den de nuestra nulidad.

Juan José Millás escribió Tonto, muerto, bas-tardo e invisible, una novela donde el personaje habrá de morir en la indefinición. Olvidando su identidad, perdiendo su nombre, el héroe de Mi-llás nunca encontró refugio al caos, porque el re-fugio era, sin saberlo, su antigua imagen. Y cre-yéndose un personaje de aventuras, buscará en sí mismo los horrores y desdichas de un pirata, el amor de una doncella, la liviandad de un liberti-no, y la estupidez del más común de los mortales.

nota

William Shakespeare puso estas palabras en boca de Otelo, aquel ser atormentado por dos figuras despreciables, Cassio en su delirio, y Yago en su dolor: “Cuando deje de amarte será la vuelta al caos”. Ese caos es, precisamente, la finitud del amor, el primer paso hacia la difuminación. ¿O no es que el vértigo del que hablaba Shakespeare consiste en recuperar la imagen primigenia?

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No es terror...

No es algo que pasara desde siempre. Es un cuento que tal vez me contaron en secreto, una historia que no me resulta extraña. Es una voz.

Acompañó mis confusiones. Fue mi amigo, perro negro, confi-dente. Entre frío y calor, en un cuarto vacío, sentí su abrazo palpi-tante y dejé de temblar. Es él, en la noche, el vocero del descanso. Pero a veces no.

A veces hay una oscuridad pequeña oculta en su timbre. A ve-ces, entre sueño y vigilia, me cuenta motivos para abrir los ojos. Sacude mis venas. Agita mi pecho. Inflama mis puños y oculta detrás del miedo mis buenas intenciones. Entonces me asusto de verdad.

Fue así esa noche, ha sido así tantas noches. No recuerdo más que el olor de roja humanidad, viscosa y caliente, bajando por mi cuello y, por fin, su risa. Sé que, después del vómito y la carcajada, vendrá de nuevo su lengua a limpiar mis heridas. Sé que su arru-llo me cuesta caro, pero llegará. ¿Llegará?

Alguien llegará: el perro, el hombre, la fiera. Alguien vendrá desde el abismo certero a revolver los pedazos de conciencia que me quedan. Esa voz que espera detrás de una puerta entreabierta pasará por aquí finalmente. Pasará como siempre o, tal vez, como nunca. Pasará y no tendré lugar dónde esconderme. Me pedirá el precio de la noche clara. Esta vez será para mí la dureza de su centro.

Espero. Viene a darme de beber, por fin, mi sangre. Viene has-ta el fondo de mi voluntad abierta. Viene a robar la sombra de mis pasos, la tinta de mis venas... a llenar con su savia mis entrañas.

Inútil negarse. Ha caminado conmigo mi muerte. Hoy gesta mi vientre su semilla negra. Niño mestizo de diablo y esclava, para ser fiera sumisa y doliente, tú también llegarás.

Dos narraciones

liliA Hijuelos sAldíVAr

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...esta mala querencia de ti...

Ya van a dar las nueve, mis manos empiezan a sudar. Aho-ra estarás cerrando la puerta de la oficina, repasando mental-mente los pendientes, comprobando que no falta nada. Adivino el pliegue casi misterioso entre tus cejas, y espero.

Con cada paso tuyo muere un poco la lucidez de mis pupilas y rítmicamente me pregunto si hoy llegarás más temprano. Tal vez debería quedarme un par de horas más en el despacho, hacer coincidir mi redención con tu nocturna libertad. Por lo pronto, invoco tu onírica prisa con la plena conciencia de que no sirve de nada: nunca se oyen antes de las diez tus llaves en la puerta.

Tiempo suficiente para buscar detrás de mis ojos la redon-dez de tu deseo.

Igual que siempre, la música de tus pasos me reclama. Tus piernas, imán de mis dedos, se acercan abriendo la puerta a la impaciencia. Pero sigo aquí.

Ahora las llaves: música y profecía. La dureza de mis manos llora por tu humedad. Un poco más...

Subes despacio las escaleras, te detienes y, por la ventana del descanso, buscas en el aire de la noche una sola voz.

Llegas por fin. Tu boca me espera y estoy aquí porque no puedo irme lejos del olor de tu espalda. No te dejaré. Palabras, personas, decisiones. Sabes que decides no irte, sabes que de-cido no dejarte.

Es entonces que me miras, directa, descaradamente, y no puedo decidir si sonríes antes de dejar caer el vestido. Perfec-ción maldita por veinte metros de aire.

Mucho después, casi solo, me pregunto por qué se hizo tan tarde.A

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pirul (almíbar trunco) paloloco (apuntan al cielo sus soles amargos) (nopales) una ciudad (antes de la lava) abeja (en la roca húmeda) guarda tabaquillo (urticaria) cavernas (murciélagos) la policía en sus huecos el sur (ante mi codicia óptica) súbitos incendios lilas destacamentos de colorines entre la multitud de fresnos y encinos (aquí) los cerros trasquilados las piedras marcadas (para su clasificación y decantado recuerdo) (pirámide) astronómicas (en flor) “¿dónde está la vida? ¿dónde me espera?” (al calce)

(liquidámbar) a medio camino entre la estrella y la flecha va a la hoguera con un poco de sangre sacar una (de un sombrero o del maëlstrom) (semilla de meteorito) sus cortes reflejan otras (canicas) gotas (rebotan) un manantial que surte los renglones de un cuaderno (un rosario de cuentas que germinan)

escaladas de jacarandas (un hule) recibe en su esternón admonitorio “la luz” (su nombre siempre a la sombra) en el burger king (una camioneta blanca) gasolina en un bote de plástico en la casa un muro (una enredadera) en la habitación blanca (una puerta blanca) el aire trae tinta en los belfos “podría escribir en el cielo” (blanco) ¿qué hay en ello que sea necesario pasar revista? “una barrera” la celulosa en el cielo el verde monta el muro (tropieza rueda de carreta) los primeros guijarros del chubasco “de un lado la luz y del otro la materia” (cannabis) cera en el piso (transitar lo intangible) arrimar el foco a la imagen “flash” sólo ahora existe (y se transforma si te alejas) la definición “carne de la palabra” (pasa lento) y es el no no entiendo de los trenes en movimiento (si se trata de seguir sus vagones) radiante armatoste mamífero encallado entre un pensamiento y otro (ojalá) quedarse aquí no fuera la rama que no alcanzo (cuiria) negra con puntos blancos y rojos el universo constreñido (la canica en mis manos)

Silabario

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serpiente emplumada (aire nombres y fechas) basura entre las raíces (el tronco del árbol) me sujeto para el embate (la lujuria y el hambre) un conejo y su coyote (paralelogramo) sus ángulos giran hacia el sol (o voltean hacia el suelo) una ventana de estática amarilla (ábaco de colores) (el viento) afina los matorrales (grieta) lagartija su complemento directo tres punto catorce dieciséis wigandia urens y lava (crecida y detenida en el tris de la erupción) (cosecha de burbujas) piel de rinoceronte metafísico rampa ¿isósceles? obtusa a su cierre (doble) lo simétrico el viento y su ronroneo contra el teflón de los autos (el viento y su cañón vacío contra mis oídos) el calor vehemente de la piedra en las nalgas (el calor itinerante sobre mis hombros) (todo a pares) excepto el bulbo de las raíces y la tierra de las palabras en la palabra “inconmensurable”

(mitología de película revolucionaria setentera) la muchacha espera en un café decadente se toma un expresso (no le gusta americano) ¿el muchacho vendrá? “violar es explicar pero no siempre viceversa” vitrales amarillos (de fondo) el sonido de los platos y la universidad Orozco muestra la senda (desconcierto de lápices sin sacapuntas) O’Gorman empareja el universo en un muro de tezontle (la historieta del fin y el principio de la gran marcha) marzo “parece que las jacarandas se quedarán para siempre” paraísos de neumonías aéreas (en un parche de pasto) descansar (el futuro no tiene prisa) comer chicharrones y buscar un lugar para hacer el amor (marzo) parece tan largo

“una hoja roja con mandíbulas de estrella” la adolescencia dice “es la tarde una hoguera alta” o “una antorcha torpe” o “una alucinación remota” ¿qué hay detrás de otras tardes? (1999) una camioneta estacionada afuera del burger king una ciudad que tiene árboles y caries (resquemor) “una ciudad expandiéndose por mis huesos” avanza como lepra hasta mi lengua claridad (calor) ansiedad de las palabras (rabos patas pelambre intotal) (la palabra) aliento rugor bramir (costras) sarna que no ladra (artillería de sílabas tornasol) palomas obsidiana (un balcón bajo el melón chorreante del sol) (cierro los ojos) permanece (explosivo) a las tres en punto (Avenida Universidad) la parábola de luz sobre sus sesenta grados de inclinación “deja de mirar de reojo lo que escribo” billar (el universo juega con sus planetas) librería (jardín húmedo) (llevaré la edición más incendiaria de la vida) al calce

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AlejAndrA espAñA, Muérdeme, tinta / papel, 37X54 cm. 2011.

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