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Herejías en español LA «OT» NOVELA POLICIACA* Paco Ignacio Taibo 11 H aber dicho hace una docena de años que buena parte de la mejor novela po- licíaca se escribía en español, hubiera sonado no como una herejía, sino como un acto de simple estupidez desinrmada. Hoy, una afirmación como ésa puede sostenerse con pruebas abundantes. Yo me confieso hereje y he llevado esta· herejía, sin exceso de peligro, hasta la cueva de los monstruos, cuando el año pasado o el antepasado repetí esa afirmación en un encuentro sobre literatura y política en una universidad de Illinois. Tenía, además, lo con- fieso, una enorme ventaja sobre los académicos estadounidenses ahí presentes. Yo no sólo co- nocía las novelas policíacas de habla española de las que estaba hablando; algunas incluso, las ha- bía escrito, sino además conocía bastante bien la producción literaria policíaca de Estados Unidos e Inglaterra, gracias a mi trabajo para la editorial española Júcar como director del proyecto Eti- queta ra. Jugaba con ventaja. Decir que buena parte de la mor novela po- licíaca que se hace en el mundo se está escri- biendo hoy por hoy en español, no es una afir- mación excluyente. No pretende descalificar ex- celentes trabajos del holandés Van der Wete- ring, o las brillantes novelas de Westlake, Cha- ryn o Wambaugh en Estados Unidos; no se pre- tende descalificar a Manchette o Terry Jonquet en Francia, o negar la calidad de la novela cali- 36 rniana progresista de Andrew Bergman o Ro- ger Simon. Es simplemente decir, demostrar, que ente a la media docena de buenas novelas que produce al año el mundo anglosón y la otra media docena de libros producidos en Fran- cia, Alemania, Japón, Sudáica, hay otras tantas de tan buena calidad o mejor calidad escritas en español: aunque la producción editorial en in- glés, ente a la hispana, en volumen total, se desequilibre pasmosamente a vor de la prime- ra a razón de 100 a l. lQué novela de habla inglesa ha logrado en los últimos diez años la calidad literaria, el brillo de las imágenes y la solidez de La Rosa de Ale- jandr, de Manuel Vázquez Montalbán? Des- pués de la muerte de Chester Himes, lqué escri- tor angloamericano se ha atrevido a tratar la vio- lencia del poder económico, la amoralidad esen- cial de los poseedores, como Andreu Martín (Por amor al arte)? Después de W. R. Burnett (Pequeño César), o de D. Henderson Clak ouis Berett, y estoy hablando de novelas de 1929, lquién ha logrado una tan lúcida penetración en el mundo del hampa y sus relaciones con el po- der político como El cabeza del argentino Juan Carlos Martelli? En estos momentos está de moda en Estados Unidos la novela de la nostal- gia, les mejor Muerte al micrno, de Jeffers o No disparen contra Erroll Flyn, de Kaminski, que El crimen de la calle Legalidad del argentino Al- berto Speratti? lQué mejor parodia del género que la de Osvaldo Soriano en iste, solitario y final? Sin hacer de esto una carrera de caballos, no tengo duda en afirmar que entre las cien mejo- res novelas policíacas publicadas en los pasados diez años, hay al menos 20 que eron escritas en español. Sin embargo, antes de 1976, no podía encon- trarse más que alguna perla suelta; una, acaso dos. lDe dónde surge este nuevo nómeno? * * * Mientras el problema se planteó en términos de traducción, las experiencias acasaron. Tra- ducir implicaba tomar algo ajeno y darle nuevo pasaporte. Borrar con una lima las huellas que decían Made in London, Made in , hasta ha- cerlas desaparecer. Pero como bien saben los lectores de novelas policíacas, el metal tiene memoria y bajo la destrucción de la lima, el le- trero reaparece. A esta primera etapa pertenecen las experien- cias imitativas de la élite argentina anglófila, es- timulada por Borges, y que giró en torno a las ediciones del Séptimo Círculo de los años inme- diatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hasta bien avanzados los 50. Ni siquie- ra autores como Rodol Walsh, con una poste- rior trayectoria indiscutible y admirable, como escritor y como ciudadano, pudieron escaparse cuando incursionaron en el género (riaciones en Rojo) al triángulo maldito de la novela imita

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Page 1: LA «OTRA» NOVELA POLICIACA* · 2019-06-21 · Herejías en español LA «OTRA» NOVELA POLICIACA* Paco Ignacio Taibo 11 H aber dicho hace una docena de años que buena parte de

Herejías en español

LA «OTRA» NOVELA

POLICIACA*

Paco Ignacio Taibo 11

H aber dicho hace una docena de años que buena parte de la mejor novela po­licíaca se escribía en español, hubiera sonado no como una herejía, sino como

un acto de simple estupidez desinformada. Hoy, una afirmación como ésa puede sostenerse con pruebas abundantes. Yo me confieso hereje y he llevado esta· herejía, sin exceso de peligro, hasta la cueva de los monstruos, cuando el año pasado o el antepasado repetí esa afirmación en

un encuentro sobre literatura y política en una universidad de Illinois. Tenía, además, lo con­fieso, una enorme ventaja sobre los académicos estadounidenses ahí presentes. Yo no sólo co­nocía las novelas policíacas de habla española de las que estaba hablando; algunas incluso, las ha­bía escrito, sino además conocía bastante bien la producción literaria policíaca de Estados Unidos e Inglaterra, gracias a mi trabajo para la editorial española Júcar como director del proyecto Eti­queta Negra. Jugaba con ventaja.

Decir que buena parte de la mejor novela po­licíaca que se hace en el mundo se está escri­biendo hoy por hoy en español, no es una afir­mación excluyente. No pretende descalificar ex­celentes trabajos del holandés Van der W ete­ring, o las brillantes novelas de W estlake, Cha­ryn o Wambaugh en Estados Unidos; no se pre­tende descalificar a Manchette o Terry Jonquet en Francia, o negar la calidad de la novela cali-

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forniana progresista de Andrew Bergman o Ro­ger Simon. Es simplemente decir, demostrar, que frente a la media docena de buenas novelas que produce al año el mundo anglosajón y la otra media docena de libros producidos en Fran­cia, Alemania, Japón, Sudáfrica, hay otras tantas de tan buena calidad o mejor calidad escritas en español: aunque la producción editorial en in­glés, frente a la hispana, en volumen total, se desequilibre pasmosamente a favor de la prime­ra a razón de 100 a l.

lQué novela de habla inglesa ha logrado en los últimos diez años la calidad literaria, el brillo de las imágenes y la solidez de La Rosa de Ale­jandría, de Manuel Vázquez Montalbán? Des­pués de la muerte de Chester Himes, lqué escri­tor angloamericano se ha atrevido a tratar la vio­lencia del poder económico, la amoralidad esen­cial de los poseedores, como Andreu Martín (Por amor al arte)? Después de W. R. Burnett (Pequeño César), o de D. Henderson Clak (Louis Beretti), y estoy hablando de novelas de 1929, lquién ha logrado una tan lúcida penetración en el mundo del hampa y sus relaciones con el po­der político como El cabeza del argentino Juan Carlos Martelli? En estos momentos está de moda en Estados Unidos la novela de la nostal­gia, les mejor Muerte al micrófono, de Jeffers o No disparen contra Erroll Flyn, de Kaminski, que El crimen de la calle Legalidad del argentino Al­berto Speratti? lQué mejor parodia del género que la de Osvaldo Soriano en Triste, solitario y final?

Sin hacer de esto una carrera de caballos, no tengo duda en afirmar que entre las cien mejo­res novelas policíacas publicadas en los pasados diez años, hay al menos 20 que fueron escritas en español.

Sin embargo, antes de 1976, no podía encon­trarse más que alguna perla suelta; una, acaso dos. lDe dónde surge este nuevo fenómeno?

* * *

Mientras el problema se planteó en términos de traducción, las experiencias fracasaron. Tra­ducir implicaba tomar algo ajeno y darle nuevo pasaporte. Borrar con una lima las huellas que decían Made in London, Made in USA, hasta ha­cerlas desaparecer. Pero como bien saben los lectores de novelas policíacas, el metal tiene memoria y bajo la destrucción de la lima, el le­trero reaparece.

A esta primera etapa pertenecen las experien­cias imitativas de la élite argentina anglófila, es­timulada por Borges, y que giró en torno a las ediciones del Séptimo Círculo de los años inme­diatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hasta bien avanzados los 50. Ni siquie­ra autores como Rodolfo Walsh, con una poste­rior trayectoria indiscutible y admirable, como escritor y como ciudadano, pudieron escaparse cuando incursionaron en el género (Variaciones en Rojo) al triángulo maldito de la novela imita

Page 2: LA «OTRA» NOVELA POLICIACA* · 2019-06-21 · Herejías en español LA «OTRA» NOVELA POLICIACA* Paco Ignacio Taibo 11 H aber dicho hace una docena de años que buena parte de

tiva: Mayordomo-detective cartesiano-sociedad de salones de té. En la Argentina convulsionada por el peronismo, esquizofrénicos caballeros bo­narenses ( en su otra personalidad ancianas da­mas londinenses) observaban lo criminal como quien descubre un pelo en la sopa.

No menos desafortunadas fueron las novelas de García Pavón en España (El reinado Witiza), con un guardia civil y un médico como persona­jes; o las andanzas de Peter Pérez debidas al me­xicano Martínez. Buscaban en la parodia el acce­so al género policíaco, entraban por una puerta falsa y vergonzante a una literatura que si se preciaba de algo, y por algo era leída, era por su pretensión de realismo.

* * *

Lo que puede suceder en San Francisco, no suele, no puede suceder en La Habana, la ciu­dad de México o Madrid. Crisis de identidad. El público educado en la lectura de un clima, un mundo, unos personajes peculiares que respon­den a los nombres de Mack, Aleck, John, Brian, Sam, no admite las figuras calcadas, patéticas sombras chinescas, que ahora por razones de conveniencia, responderían a los nombres de Pablo, Juan, Alfredo. Crisis de credibilidad. No basta con cambiar los decorados. Hay que cam­biar el verdadero escenario.

* * *

Hace algunos años, la periodista Cristina Pa­checo me preguntó en una entrevista por qué había tardado tanto en madurar una buena no­vela policíaca de habla española. La respuesta automática fue que los escritores de habla hispa­na le tememos a la policía. Mucha seudodemo­cracia bárbara en nuestros países, mucha violen­cia policial contra los ciudadanos, para sentirnos a gusto con esos personajes. Confieso que la co­sa no iba por ahí. Presisamente por ser como son nuestras sociedades, era necesaria otra no­vela negra, que rescatara esa forma de ver la so­ciedad, este temor a unas fuerzas policíacas que se volvían con harta facilidad parte esencial del crimen.

La cosa iba por otro lado. La novela policíaca de habla española había tardado en emerger por­que se encontró durante muchos años atrapada en la cárcel imitativa. Y además, en la imitación de la peor novela policíaca, la novela enigma, no la novela negra.

* * *

Los escritores policíacos iniciamos el cambio, el viraje del gusto, como lectores (tómese nota que todos los escritores policíacos de habla his­pana somos de origen lectores habilitados). Pa­samos de la novela enigma esencialmente ingle­sa, a la novela negra. Y este fue un viraje tardío. La batalla de los años 30: Hammett vs Van Di­ne, Chandler vs Dickson Carr, Goodis vs Agatha Christie, se produce en español en los años 60 y sobre todo a principios de los años 70. La novela negra es un encuentro adecuado a las búsquedas

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de lectura de las generaciones posteriores al 68, que admite con desenfado que los subgéneros no existen y que no hay pecado original en la lectura de «evasión», o más bien, que hay tanta o tan poca «evasión» en El Quijote como en Co­secha Roja. Es una readmisión no vergonzantede la novela policíaca en las cafeterías de las es­cuelas de Filosofía y Letras de España y Améri­ca Latina.

Este viraje crea un puente de posible cruce. Las distancias entre la campiña inglesa y el ba­rrio miserable cerca del Río de la Plata, se redu-

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cen cuando lo que hay que cruzar es el espacio entre Poinsonville o el Barrio Chino de San Francisco y las Ramblas barcelonesas o la colo­nia Roma de la ciudad de México.

La novela negra estadunidense llega tarde y le cuesta desplazar en el gusto de los lectores faci­lones (lectores hembra los llamaría Cortázar) a la novela enigma. Pero gana a los lectores a se­cas. Con ella, arriban al género la violencia del sistema, la corrucción policiaca, el criminal co­mo posible personaje central, el lenguaje colo­quial, la narrativa urbana, los temas «prohibi­dos». La literatura, en fin.

* * *

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Colecciones como la de Tiempo Contemporá­neo o la Serie Escarlata de Corregidor, en la Ar­gentina de los años inmediatamente anteriores al golpe militar del 76; la Serie Negra de Enlace en España en los últimos años del franquismo, y la de Bruguera en los primeros posfranquistas, prohíjan el boom de la novela negra en nuestro idioma. Rescatan a Hammett, Chandler, Wade Miller, McCoy, Williams, Goodis y siguiendo la ruta de la influencia francesa traen al lector en español los libros de los genios del género duro: Chester Rimes, «el hombre de Harlem», y Jim Thompson, «el izquierdista de Oklahoma». Jun­to a ellos los suecos Swajoll y Wahloo, el francés Manchette y el anglo-holandés Freeling. El fe­nómeno permite la existencia de un nuevo espa­cio de lectura, y en este espacio surgen los proyectos descolonizadores del género.

* * *

Es dificil precisar quién abre el camino. Lo

que para unos lectores es primero, no lo es para todos. Hay un tiempo geográfico, que establece la presencia de determinadas novelas en ciertos países, en fechas muy distantes a las de su publi­cación original. Lejos estamos de ser una comu­nidad en el idioma. En México puede ser El complot Mongol, de Rafael Bernal (una novela absolutamente accidental pero que sin duda aporta a esta nueva corriente) editada en 1967 y que pasó por las librerías sin pena ni gloria, en Argentina los experimentos de Martini en el 73 (Los asesinos las prefieren rubias y El agua en los pulmones).

Pero será en el 76 cuando a ambos lados del océano comienza a aparecer una producción li­teraria negra de manera regular.

Podríamos seguir estos primeros momentos de la ruta:

1976: Tatuaje de Manuel Vázquez Montalbán, editada en Barcelona, un experimento que parece aislado en la obra anterior de

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su autor, hasta esos momentos reconoci­do periodista, militante político, novelista experimental, poeta. La primera edición pasa prácticamente desapercibida. Días de Combate del autor de esta reseña. Publicada en la ciudad de México, dos ediciones en los dos primeros años, nula crítica.

1977: Vázquez Montalbán: La soledad del ma­nager. PIT 11: Cosa fácil. Daniel Chavarría: lay.

1979: Vázquez Montalbán: Los mares del sur. Premio Planeta. Guillermo Sacomanno: Alfil negro. Jorge Martínez Reverte: Demasiado para Gálvez. Andreu Martín: Aprende y calla.

1980: Julián Ibáñez: La triple dama. Andreu Martín: Prótesis. Juan Madrid: Un beso de amigo.

A partir de este momento, se producen entre tres y seis buenas novelas policíacas escritas en español todos los años.

Los elementos comunes a todas estas nove­las: caracterización de la policía como una fuer­za del caos, del sistema bárbaro, dispuesta a ahogar en violencia a los ciudadanos; presenta­ción del hecho criminal como un accidente so­cial, envuelto en la cotidianidad de las grandes nuevas ciudades; énfasis en el diálogo como conductor de la narración, gran calidad en el lenguaje sobre todo en la construcción de am­bientes; personajes centrales marginales por de­cisión.

Lo más sorprendente, la ausencia de un com­plejo de inferioridad ante la novela negra estaduni­dense. Influencia ciertamente, pero no imitación.

* * *

En esta nueva novela policiaca de habla espa­ñola no se nacionalizaba un género, se construía un género nacional. Su temática no era equipa­rable a la de la novela negra estadunidense, aun­que estaba muy influida por los exponentes más radicales del género ( curiosamente también los tardíos) Rimes y Thompson, que pesaban más que los clásicos del género. La irracionalidad de la violencia, mostrada como una presencia en las ciudades que describían, que se desataba a la menor provocación, el nerviosismo de sus des­cripciones ambientales, el coloquialismo de los diálogos, habían pasado de Rimes y Thompson a los autores mencionados. Independencia, pero no aislamiento provinciano, era lo que se había logrado. Y la clave no estaba en un esfuerzo por no imitar, sino en el reencuentro entre el esque­ma de la novela negra y los autores, y de éstos con paisajes e historias nacionales.

* * *

A pesar de la comunidad del idioma, los pro­cesos nacionales son relativamente aislados e

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independientes. En Argentina se escriben entre 73 y 77 algunas novelas interesantes como No­ches sin lunas ni soles de Tizziani, Ni un dólar partido por la mitad de Sergio Sinai y Un revólver para Mack de Pablo Urbanyi. Sin embargo, los trabajos más brillantes de la nueva narrativa ar­gentina van a producirse o a difundirse amplia­mente en el exterior tras el golpe militar.

Alberto Speratti escribe en España dos nove­las excelentes: El asalto al Banco Central (1981), con técnica de reportaje y El crimen de la calle Legalidad (1983, Martínez Roca), una sorpren­dente inmersión en la España de los años 50, con una logradísima variación de personajes-na­rradores y una excelente construcción de tipos y ambientes.

Osvaldo Soriano escribe en 1973 una estupen­da parodia: Triste, solitario final, que se divulga­rá después del 76 en ediciones de Bruguera en España o de la Universidad de Guadalajara en México. La persecución hollywoodesca del fan­tasma de Phillip Marlowe, es en cierta medida la señal de que la novela hispanoamericana ha roto el ancla de su última posibilidad de encarcela­miento imitativo.

Con un planteamiento técnico radicalmente diferente, Juan Carlos Martelli va a producir la obra maestra de la novela policíaca argentina: El Cabeza. La historia, absolutamente nuestra, de un jefe del hampa embarcado en una guerra sór­dida que tiene ecos de la novela de José de Gio­vanni, pero más los tiene de la descripción ar­gentina que logran los testimonios de Walsh o las poesías de Gelman y Urondo.

Por último, los temas prohibidos entran en la historia de la novela policíaca argentina con Sombras de Broadway de Sergio Sinai, un libro editado en 1983, que aunque situado en Estados Unidos, tiene como tema central los «desapare­cidos».

* * *

La experiencia española, probablemente más rica en cantidad de novelas de calidad produci­das, se nutre de los resultantes de la destrucción del franquismo, los años de la apertura política y cultural, y la etapa posterior marcada por el de­sencanto.

Ahí se cocina la obra de Manuel Vázquez Montalbán, quien en veloz sucesión edita: Ta­tuaje (1976), La soledad del manager (1977), Los mares del sur (1979), Asesinato en el Comité Cen­tral (1981), Los pájaros de Bangkok (1983) y La rosa de Alejandría (1985).

Frente a la obra de Vázquez Montalbán, el mito de la novela policíaca como obligada subli­teratura, se derrumba. Novelas de excelente fac­tura, construcción de ambientes y personajes, diálogos brillantes, tramas sólidas, radiografías de clases sociales y paisajes urbanos.

Vázquez Montalbán arranca el proceso, pero a partir del 79 no lo sigue en solitario. Junto a él destacan con claridad cinco autores: el prolífico

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psicólogo de Barcelona, Andreu Martín, un hombre que ha hecho de la novela policíaca un permanente experimento, cambiando la técnica en cada una de sus obras, negándose a adoptar como propio a un personaje, cambiando de án­gulo y perspectiva, de técnica narrativa, de te­mática, pero conservando en todo su trabajo, un tono anárquico irreverente, de brutalidad y vio­lencia mostrada con hiperrealismo, que obliga a

pasar las páginas casi con temor, y al mismo tiempo fascinados por el alarde imaginativo del autor. De su docena de libros, destacan sin duda Prótesis (1980), A la vejez navajazos (1980), Por amor al arte (1982), Sí es no es (1983) y El caba­llo y el mono (1984).

Juan Madrid, un periodista de la capital espa­ñola, escribe en estos años tres excelentes nove­las: Un beso de amigo, Las apariencias engañan, Nada que hacer. Lecciones de cómo entrar en el submundo del marginalismo y el hampa de Ma­drid, de cómo reconstruir un lenguaje popular, de cómo encontrar los hilos que vinculan la vio­lencia y el poder económico de los grandes capi­talistas.

Sobre esta misma temática, Demasiado para Gálvez de Jorge Martínez Reverte, que aporta con esa novela y con Gálvez en Euzkadi el de­senfado y el sentido del humor, el mundo de los

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periodistas, la mirada burlona sobre la sociedad española.

Eduardo Mendoza, con una novela policíaca histórica y dos parodias: La verdad sobre el caso Savolta (1975), El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982), logra la incorporación a la generación española, de gracia y brillo estilístico.

Por último, Julián Ibáñez, hace tres novelas: La triple dama, La recompensa polaca y No des la espalda a la paloma, en las que violenta al máxi­mo las reglas del juego policíaco. Novelas de triste­za, lluvia, criminales asociados a consorcios indus­triales que salen triunfantes, soledad, cinismo, son excelentes retratos del capitalismo de corbata con manchas de grasa del posfranquismo español.

Salvando las grandes diferencias entre los au­tores y sus predilecciones, todas estas novelas dan forma a la que podría llamarse una «escuela española»; bastante mal valorada por la crítica local, que no ha descubierto que estas dos doce­nas de libros se encuentran entre lo mejor de la producción literaria (en general y sin subgénero de por medio) que se ha dado en España en los diez años pasados. A todas las novelas es común una suave carga de escepticismo y soledad en los personajes, un toque de denuncia social y de rechazo del sistema, un rescate de lo cotidiano paseado y hablado, una excelente arquitectura de novela criminal, una visión de violencia co­mo algo más allá de los actores, como algo que se origina en la cúpula de la sociedad, que viene de la esencia del sistema.

* * *

En estos diez años, publiqué en México cinco novelas policíacas: Días de combate (1976), Cosa fácil (1977), No habrá final feliz (1981), Algunas nubes (1985) y Sombra de la sombra (1986). A falta de alguien que ocupe mi lugar ante la má­quina y ejerza la labor de crítico imparcial ( o parcial, total da lo mismo), no me referiré a los resultados, tan sólo a las intenciones. Pretendía demostrar que no hay subgéneros sino sublecto­res, etiquetadores que descalifican un libro a partir de categorías preestablecidas y obsoletas; pretendí demostrar que la novela policíaca es la buena forma que cobra la novela social en nues­tros tiempos; pretendí escribir una literatura que girara en torno al hecho criminal, polarizador, creador de situaciones límites, que contara una ciudad, una relación de corrupción y violencia generada desde el poder y el sistema hacia los ciudadanos; pretendí narrar el paisaje de una ra­tonera urbana sin escape individual posible.

Creo que mi labor, junto con la del colega Ra­fael Ramírez Heredia, Trampa de metal y Muerte en la carretera, han creado en México un espacio de lectura amplio en términos de público.

* * *

Con una historia geográfico-política muy dife­rente a las tres experiencias nacionales anterio­res, esta nota no puede dejar de señalar el indu-

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dable boom nacional que ha vivido la literatura policíaca cubana, su sorprendente éxito popular, la proliferación de autores, la búsqueda de una novela que analice el crimen como fenómeno social o que narre las peripecias de la eterna ba­talla contra la CIA del contraespionaje cubano.

La experiencia cubana necesita un estudio particular, que la tome en sus diferencias con el resto de las otras corrientes de la otra novela po­licíaca de habla española, que analice su situa-

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ción de novela social y «novela de ley» y no no­vela de la marginalidad.

* * *

No hay duda de que la novela policíaca de habla española goza de buena salud. Si los trabajos de los especialistas no bastaran para demostrarlo, ha­bría que añadir el atractivo que el género ha ejerci­do para otros autores que sin cultivarlo le han de­dicado al menos una novela. Carlos Fuentes con La cabeza de la hidra, Vicente Leñero con Los al­bañiles, Guillermo Thorndyke con El caso Ran­chero, Jorge Ibargüengoitia con Dos muertes y en estos meses recientes, Mario Vargas Llosa con ¿Quién mató a Palomino Molero? La incursión de autores «no policíacos» en la novela criminal pare­cería dar la razón a los que pensamos que nuestro continente se cuenta bien, se «deja contar» como decimos en México, con técnicas de novela negra.

* * *

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Siento la tentación de buscar por otro lado, de sugerir que la vitalidad de nuestra novela frente t a la escasez de materiales de buena calidad que· se produce en el mundo anglosajón, tiene una explicación política.

La vieja novela policíaca se ha agotado, en la medida en que los viejos combates solitarios victoriosos se han agotado, y sólo pueden na­rrarse como desesperanzadas historias de margi­nales en guerra contra el sistema, de supervi­vientes ante el monstruo del Estado del capital. No sería vano señalar que algunos de los parale­los con la escuela «hispanoamericana» en otras latitudes, se dan en autores como Jean Patrick Manchette, francés (Nada, El caso N'Gustro) o el californiano Roger Simon (The big fix, Wildturkey), ambos veteranos de los combates del 68.

La historia de buena parte (la inmensa mayo­ría) de los autores mencionados como represen­tativos de esta nueva novela, suelen tener en co­mún una juventud movida, enfrentamientos contra la dictadura franquista, exilios ante el golpe de los militares argentinos, intervenciones políticas en la era de los tanques contra los estu­diantes mexicanos. Muchos de ellos han ejerci­do el periodismo como un riesgo inherente a un oficio crítico que es mal visto por el poder.

Una aproximación al tema desde la óptica ge­neracional de las oleadas de los movimientos es­tudiantiles del 68/69, podría ofrecer sorprenden­tes resultados.

* * *

Nuestras novelas han comenzado a trascender la frontera del idioma original. La edición en francés o japonés de las novelas de Vázquez Montalbán con notable éxito, la aparición de las novelas de Soriano en Italia, la publicación de las mías en Alemania, es el inicio. Probablemen­te el mercado de habla inglesa, pasmosamente autosuficiente, sea el último en ser conquistado.

* * *

No ha habido primeras y segundas batallas si­no más bien una triple batalla paralela. La bata­lla por romper el absurdo prejuicio de la novela policíaca considerada como subgénero. La bata­lla por abandonar una novela policíaca imitativa y construir un género nacional, por lo tanto una novela con valor universal. La batalla por encon­trar el origen del crimen, la sutil relación entre los que disparan el gatillo y los que desde las al­turas del sistema hacen que ese gatillo esté en movimiento continuo.

Si por las obras se juzga, aunque vamos per­diendo casi todas las otras batallas que �nos impone la sociedad en la que vivi- � �mos, en ésta, debemos ir como 30 a O. �

* Texto presentado en el encuentro de literatura poli­cíaca de La Habana, basado en una conferencia dada en la Northwestern University de Illinois.

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