la muerte tiene miedo

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  • 7/29/2019 La Muerte Tiene Miedo

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    LA MUERTE TIENE PERMISO*

    Edmundo Valads

    Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ren. Se golpean unos a otros con bromasincisivas. Sueltan chistes gruesos cuyo clmax es siempre spero. Poco a poco su atencinse concentra en el auditorio. Dejan de recordar la ltima juerga, las intimidades de lamuchacha que debut en la casa de recreo a la que son asiduos. El tema de su charlason ahora esos hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que estn ah abajo,frente a ellos.

    - S, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civilizacin,limpindolos por fuera y ensendolos a ser sucios por dentro...

    - Es usted un escptico, ingeniero. Adems, pone usted en tela de juicionuestros esfuerzos, los de la Revolucin.

    - Bah! Todo es intil. Estos jijos son irredimibles. Estn podridos en alcohol,en ignorancia. De nada ha servido repartirles tierras.

    - Usted es un superficial, un derrotista, compaero. Nosotros tenemos laculpa. Les hemos dado las tierras, y qu? Estamos ya muy satisfechos.Y el crdito, los abonos, una nueva tcnica agrcola, maquinaria, van ainventar ellos todo eso?

    El presidente, mientras se atusa los enhiestos bigotes, acariciada asta por la que iza susdedos con fruicin, observa tras sus gafas, inmune al floreteo de los ingenieros. Cuandoel olor animal, terrestre, picante, de quienes se acomodan en las bancas, cosquillea su

    olfato, saca un paliacate y se suena las narices ruidosamente. l tambin fue hombre delcampo. Pero hace ya mucho tiempo. Ahora, de aquello, la ciudad y su posicin slo le handejado el pauelo y la rugosidad de sus manos.

    Los de abajo se sientan con solemnidad, con el recogimiento del hombre campesino quepenetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo. Hablan parcamente y las palabrasque cambian dicen de cosechas, de lluvias, de animales, de crditos. Muchos llevan susitacates al hombro, cartucheras para combatir el hambre. Algunos fuman, sosegadamente,sin prisa, con los cigarrillos como si les hubieran crecido en la propia mano.

    Otros, de pie, recargados en los muros laterales, con los brazos cruzados sobre el pecho,hacen una tranquila guardia.

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    * La muerte tiene permiso, publicado originalmente en 1955 dentro del libro de mismo ttulo, es considerado uno de los cuentos yaclsicos de la literatura mexicana contempornea. Su autor, Edmundo Valads (Guaymas, Sonora, 1915), es uno de los mejoresexponentes del cuento en Mxico, periodista y, por muchos aos, director de la revista El Cuento, muy importante en la difusindel gnero.

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    El presidente agita la campanilla y su retintn diluye los murmullos. Primero empiezan losingenieros. Hablan de los problemas agrarios, de la necesidad de incrementar laproduccin, de mejorar los cultivos. Prometen ayuda a los ejidatarios, los estimulan aplantear sus necesidades.

    - Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros.Ahora, el turno es para los de abajo. El presidente los invita a exponer sus asuntos. Unamano se alza, tmida. Otras la siguen. Van hablando de sus cosas: el agua, el cacique, elcrdito, la escuela. Unos son directos, precisos; otros se enredan, no atinan a expresarse.Se rascan la cabeza y vuelven el rostro a buscar lo que iban a decir, como si la idea seles hubiera escondido en algn rincn, en los ojos de un compaero o arriba, donde cuelgaun candil.

    All, en un grupo, hay cuchicheos. Son todos del mismo pueblo. Les preocupa algo grave.Se consultan unos a otros: consideran quin es el que debe tomar la palabra.

    - Yo crioque Jilipe: sabe mucho...

    - Ora, t, Juan, t hablaste aquella vez...

    No hay unanimidad. Los aludidos esperan ser empujados. Un viejo, quiz el patriarca,decide:

    - Pos que le toque a Sacramento...

    Sacramento espera.

    - ndale, levanta la mano...

    La mano se alza, pero no la ve el presidente. Otras son ms visibles y ganan el turno.Sacramento escudria al viejo. Uno, muy joven, levanta la suya, bien alta. Sobre el bosquede hirsutas cabezas pueden verse los cinco dedos morenos, terrosos. La mano esdescubierta por el presidente. La palabra est concedida.

    - rale, prate.

    La mano baja cuando Sacramento se pone en pie. Trata de hallarle sitio al sombrero. Elsombrero se transforma en un ancho estorbo, crece, no cabe en ningn lado. Sacramentose queda con l en las manos. En la mesa hay seales de impaciencia. La voz del

    presidente salta, autoritaria, conminativa:- A ver se que pidi la palabra, lo estamos esperando.

    Sacramento prende sus ojos en el ingeniero que se halla a un extremo de la mesa. Pareceque slo va a dirigirse a l; que los dems han desaparecido y han quedado nicamenteellos dos en la sala.

    - Quiero hablar por los de San Juan de las Manzanas. Traimos una quejacontra el Presidente Municipal que nos hace mucha guerra y ya no loaguantamos. Primero les quit sus tierritas a Felipe Prez y a JuanHernndez, porque colindaban con las suyas. Telegrafiamos a Mxico y ni

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    nos contestaron. Hablamos los de la congregacin y pensamos que erabueno ir al Agrario, pa la restitucin. Pos de nada valieron las vueltas ni lospapeles, que las tierritas se le quedaron al Presidente Municipal.

    Sacramento habla sin que se alteren sus facciones. Pudiera creerse que reza un avieja

    oracin, de la que sabe muy bien el principio y el fin.- Pos nada, que como nos vio con rencor, nos acus quesque por revoltosos.

    Que pareca que nosotros le habamos quitado sus tierras. Se nos vinoentonces con eso de las cuentas; lo de los prstamos, sior, que disqueandbamos atrasados. Y el agente era de su mal parecer, que tenamosque pagar hartos intereses. Crescencio, el que vive por la loma, por ai dondeest el aguaje y que le intelige a eso de los nmeros, pos hizo las cuentasy no era verd: nos queran cobrar de ms. Pero el Presidente MUnicipaltraj unos seos de Mxico, que con muchos poderes y que si nopagbamos nos quitabn las tierras. Pos como quien dice, nos cobr a la

    fuerza lo que no debamos...

    Sacramento habla sin nfasis, sin pausas premeditadas. Es como si estuviera arando latierra. Sus palabras caen como granos, al sembrar.

    - Pos luego lo de mijo, sior. Se encorajin el muchacho. Si viera ust quea m me dio mala idea. Yo lo quise detener. Haba tomado y se le enturbila cabeza. De nada le vali mi respeto. Se fue a buscar al PresidenteMunicipal, pa reclamarle... Lo mataron a la mala, que dizque se andabarobando una vaca del Presidente Municipal. Me lo devolvieron difunto, conla cara destrozada...

    La nuez de la garganta de Sacramento ha temblado. Slo eso. l contina de pie, comoun rbol que ha afianzado sus races. Nada ms. Todava clava su mirada en el ingeniero,el mismo que se halla al extremo de la mesa.

    - Luego, lo del agua. Como hay poca, porque hubo malas lluvias, elPresidente Municipal cerr el canal. Y como se iban a secar las milpas y lacongregacin iba a pasar mal ao, fuimos a buscarlo; que nos diera tantitaagua, sior, pa nuestras siembras. Y nos atendi con malas razones, quepor nada se amuina con nosotros. No se baj de su mula, paperjudicarnos...

    Una mano jala el brazo de Sacramento. Uno de sus compaeros le indica algo. La voz deSacramento es lo nico que resuena en el recinto.

    - Si todo esto fuera poco, que lo del agua, gracias a la Virgencita, hubo mslluvias y medio salvamos las cosechas, est lo del sbado. Sali elPresidente Municipal con los suyos, que son gente mala y nos robaron dosmuchachas: a Lupita, la que se iba a casar con Herminio, y a la hija deCrescencio. Como nos tomaron desprevenidos, que andbamos en lafaena, no pudimos evitarlo. Se las llevaron a fuerza al monte y ai las dejarontiradas. Cuando regresaron las muchachas, en muy malas condiciones,

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    porque hasta de golpes les dieron, ni siquiera tuvimos que preguntar nada.Y se alborot la gente de a deveras, que ya nos cansamos de estar amerced de tan mala autoridad.

    Por primera vez, la voz de Sacramento vibr. En ella lati una amenaza, un odio, una

    decisin ominosa.- Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y

    pos no sabemos dnde andar la justicia, queremos aqu tomarprovidencias. A Ustedes -y Sacramento recorri ahora a cada ingeniero conla mirada y la detuvo ante quien presida-, que nos prometen ayudarnosles pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juande las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestrapropia mano...

    Todos los ojos auscultan a los que estn en el estrado. El presidente y los ingenieros,

    mudos, se miran entre s. Discuten al fin.- Es absurdo, no podemos sancionar esta inconcebible peticin.

    - No, compaero, no es absurda. Absurdo sera dejar este asunto en manosde quienes no han hecho nada, de quienes han desodo esas voces. Seracobarda esperar a que nuestra justicia hiciera justicia; ellos ya no creernnunca ms en nosotros. Prefiero solidarizarme con estos hombres, con su

    justicia primitiva, pero justicia al fin; asumir con ellos la responsabilidad queme toque. Por m, no nos queda sino concederles lo que piden.

    - Pero somos civilizados, tenemos instituciones; no podemos hacerlas a un

    lado.- Sera justificar la barbarie, los actos fuera de la ley.

    - Y qu peores actos fuera de la ley que los que ellos denuncian? Si anosotros nos hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotrosnos hubieran causado menos daos que los que les han hecho padecer,ya hubiramos matado, ya hubiramos olvidado una justicia que nointerviene. Yo exijo que se someta a votacin la propuesta.

    - Yo pienso como usted, compaero.

    - Pero estos tipos son muy ladinos, habra que averiguar la verdad. Adems,

    no tenemos autoridad para conceder una peticin como sta.Ahora interviene el presidente. Surge en l el hombre del campo. Su voz es inapelable.

    Ser la asamblea la que decida. Yo asumo la responsabilidad.

    Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe haber habladoall en el monte, confundida con la tierra, con los suyos.

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    Se pone a votacin la proposicin de los compaeros de San Juan de las Manzanas. Losque estn de acuerdo en que se les d permiso para matar al Presidente Municipal, quelevanten la mano...

    Todos los brazos se tienden a lo alto. Tambin las de los ingenieros. No hay una solamano que no est arriba, categricamente aprobando. Cada dedo seala la muerteinmediata, directa.

    - La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo quesolicitan.

    Sacramento, que ha permanecido en pie, con calma, termina de hablar. No hay alegra nidolor en lo que dice. Su expresin es sencilla, simple.

    - Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos haca caso,desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas est

    difunto.

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