la maternidad de elna

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now BOOKS LA MATERNIDAD DE ELNA LA HISTORIA DE LA MUJER QUE SALVÓ LA VIDA A 597 NIÑOS ASSUMPTA MONTELLÀ

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La maternidad de Elna descubre uno de los capítulos más dramáticos, tiernos y desconocidos de la posguerra catalana. Entre 1939 i 1944 la suiza Elisabeth Eidenbenz salvó la vida de 597 niños. Eran los hijos de las exiliadas catalanas y españolas que malvivían en condiciones penosas en los campos de refugiados republicanos de Sant Cebrià de Rosselló, Argelers y Ribesaltes, y tuvieron la suerte de ser acogidas en la maternidad que creó Eidenbenz.

TRANSCRIPT

Page 1: La Maternidad de Elna

12 mm

Elisabeth Eidenbenz (Zúric, 1913) trabajó de

maestra en varios colegios de Suiza y Dinamarca

hasta 1937, año en que se trasladó a Burjassot

(Valencia) como voluntaria en la Asociación de

Ayuda Suiza a los Niños Víctimas de la Guerra.

Colaboró en tareas de ayuda humanitaria durante

la Guerra Civil española en zona republicana,

e inmersa en el éxodo en el año 1939 pasó a Francia.

Organizó una maternidad para acoger a las mujeres

embarazadas que estaban refugiadas en los

campos de concentración de Argelers, Sant Cebrià,

el Barcarès y Ribesaltes. Esa maternidad funcionó

ininterrumpidamente hasta el año 1944, fecha en

que el ejército alemán decidió cerrarla. Ha sido

premiada por el gobierno de Israel por su labor en

favor de los judíos, y en 2002 recibió del Estado

francés la medalla de los Justos entre las Naciones.

ASSUMPTA

MONTELLÀ

LAMATERNIDADDEELN

A

Assumpta Montellà (Mataró, 1958) está licenciada

en historia por la Universidad Autónoma de Barcelona

(UAB) en la especialidad de historia moderna y

contemporánea. Es autora de varios trabajos

de investigación sobre la Guerra Civil española

y las rutas del exilio. Publica artículos en la revista

Sàpiens y colabora también en varias publicaciones

locales de temática histórica. Colabora y participa

activamente en diferentes asociaciones que trabajan

para la recuperación de la memoria histórica

y en otros colectivos relacionados con la historia

contemporánea de Catalunya. Pero su verdadera

vocación es mirar y remirar papeles, hurgar en la

memoria de la gente, hablar y conocer todas sus

anécdotas para después poder escribir el pulso

de su país. La maternidad de Elna es su primer gran

trabajo publicado sobre investigación histórica.

,!7II4J6-cabedj!ISBN 978-84-96201-43-9

nowB O O K S

n

Lamaternidad de Elna es el testimonio emocionante

de unas mujeres que, estando a punto de dar a luz,

fueron rescatadas de los campos de concentración

republicanos de Sant Cebrià de Rosselló, Argelers y Ribesaltes,

donde vivían en lamentables condiciones, y fueron acogidas

en una maternidad que fundó la maestra suiza

Elisabeth Eidenbenz. Allí pudieron ver nacer y alimentar

a sus bebés en condiciones excepcionales.

Lamaternidad de Elna es pues la heroica historia de una

mujer que salvó a 597 recién nacidos de una muerte segura.

«Había unamadre que no tenía leche y el niño

lloraba de hambre día y noche. Cuando se agotaba

de tanto llorar, se dormía y ella le daba calor con

su cuerpo. Cuando salía el sol, enterraba al bebé en

la arena hasta que le dejaba fuera sólo la cabecita.

La arena le servía demanta. Pero al cabo de unos días

el niño se murió de frío y de hambre.

Yo estaba embarazada y con sólo pensar quemi hijo

nacería en aquel infiernome desesperaba.»

LA MATERNIDADDE ELNA

LAHISTORIA DE LAMUJER QUE SALVÓ LA VIDA A 597 NIÑOS

ASSUMPTAMONTELLÀ

Page 2: La Maternidad de Elna

Primera edición: Febrero, 2007

© de esta edición:Ara Llibres, S.L.Corders, S.L.Corders, 22-2808911 Badalona

© Assumpta Montellà© de la traducción: Carles Miró

Diseño de cubierta: Neli FerrerFotografia de cubierta: Archivo Elisabeth EidenbenzFotografia de solapa: Dani CodinaFotografias interiores: Archivo Elisabeth Eidenbenz y GeotecFotocomposición: Victor Igual, S. L. Impressión: Cayfosa-Quebecorctra. Caldes, km 308130 Santa Perpétua de Mogoda

isbn: 978-84-96201-43-9dipòsit legal: b-54204-2006

Todos los derechos reservados.Se prohíbe la reproducción total o parcialde esta obra mediante cualquier medio oprocedimiento, y el alquiler o préstamo públicosin la autorización escrita de los titulares deldel copyright

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Al niño enterrado en la arena de Argelers

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Había una madre que no tenía leche y el niño lloraba de hambre día ynoche. Cuando se agotaba de tanto llorar, se dormía y ella le daba calorcon su cuerpo. Las mantas que tenían todavía estaban empapadas deaquellos días tan malos de febrero. Cuando salía el sol, enterraba albebé en la arena hasta que le dejaba fuera solo la cabecita. La arena leservía de manta.

Pero al cabo de unos días el niño se murió de frío y de hambre.Yo estaba embarazada y con solo pensar que mi hijo nacería en

aquel infierno me desesperaba.Después de unas semanas, en el barracón de enfermería del campo

encontré a la señorita Elisabeth o, mejor dicho, ella me encontró a mí.Me propuso parir en una Maternidad situada en Elna, allí mismo,

en el Rosellón.El día que nació mi hijo en la sala de partos de la Maternidad, no

pude reprimir las lágrimas.Todo el mundo creyó que lloraba de emoción, pero solo yo sabía que

lloraba por el niño enterrado en la arena de Argelers.

mercè domènech

portbou, 2004

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Í n d i c e

Prólogo 13Unas palabras 17Introducción 21

El éxodo republicano 23Los campos de concentración franceses 39Elisabeth Eidenbenz y la Maternidad 55La clausura de la Maternidad 103Los niños de Elna 115

Epílogo 137Relación de los 597 nacidos en la Maternidad 149Agradecimientos 159Bibliografía 165

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P r ó l o g o

En la vida universitaria hay muchos estudiantes que expre-san su fascinación por la investigación con la idea de que

se adentrarán en el pasado para aportar luz y así explicar mu-cho mejor lo que sucedió. Entonces van a ver a un profesor enquien tengan confianza y con el que haya buena comunicacióny le presentan el proyecto. De esas propuestas, una pequeñaparte, normalmente las que son precisas y claras, llegan a buenpuerto y se acaban llevando a cabo.

Es el caso del estudio de Assumpta Montellà. Ella ha sido unaestudiante que ha accedido a la universidad, concretamente a laAutònoma de Barcelona, a mayor edad de la que es habitual, yal descubrir la investigación ha quedado seducida por este mun-do, el que se dedica a quitar la pátina de polvo, de olvido o de ig-norancia a lo que ya es historia. Hay en su trabajo, profundo yhumano, un aspecto fundamental: su interés por la historia esparalelo a su afición por conocer la geografía y todos los rinco-nes del país, así como por acercarse a la gente que vive en él.

Es así como siguió de manera precisa y concreta sobre el te-rreno los pasos, los senderos, los atajos, lo que generalmente seha dado en llamar «los caminos del exilio de 1939». Ha seguidola huella de mujeres y hombres, de grandes y pequeños, quehuían del avance militar franquista.

Ha ido por los alrededores y hasta el límite de la frontera en-tre los estados francés y español, y ha preguntado cómo, cuán-do, cuántos y qué exiliados cruzaron la línea. Sus investigacio-

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nes la han llevado a hablar por todos los pueblos, villas y ciuda-des que fueron lugar de paso de gente fugitiva de la guerra y delfranquismo.

Ha hablado con payeses, masoveros, gente que trabajaba enel bosque, pastores, amas de casa, herreros, funcionarios, ferro-viarios, carteros, cafeteros, militares de uno y otro bando delconflicto fratricida, con la gente más diversa. Con personas quepasaban fugitivos por dinero o por fraternidad humana, contestigos presenciales del éxodo más grande de la historia de Ca-taluña.

Entre esta multitud de preguntas sobre aquel éxodo masivo,se le apareció un hecho que nadie antes que ella había captadoen su exacta medida: la Maternidad de Elna desde 1939 hasta1944, año en que los alemanes fuerzan su cierre.

En Elna, en el Rosellón, población situada en la Cataluña delnorte de los Pirineos, cerca de los campos donde los refugiadoscreían encontrar cobijo y calor, se produjo un hecho capitalpara entender la heroicidad más verdadera. Tras haber acompa-ñado a personas y a sus recuerdos a las playas del exilio, puedemostrar, por si aún alguien tiene alguna duda, el falso nombrede lo que no dejaban de ser campos de ergástulo y concentra-ción. Allí localizó la historia de cientos de madres que pudieronsalir de manera provisional de los campos para ir a dar a luz enla Maternidad de Elna.

Ese es el contenido de este libro, la historia de una jovenmaestra suiza que por amor a la infancia, al prójimo, saca a lasfuturas madres de las infrahumanas condiciones de los camposen los arenales de la playa y, tras vencer todo tipo de dificulta-des, las acoge en Elna.

Sin Elisabeth Eidenbenz, esos bebés habrían engrosado la ci-fra de mortalidad de más del 90% al parir sus madres, por la ine-ficacia de un Estado francés débil, poco previsor y menos soli-dario.

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Hoy los bebés de entonces tienen entre sesenta y setentaaños, aún quedan algunas madres y padres muy mayores, y to-dos ellos son supervivientes y testigos de una época cruel que espreciso no olvidar. Alguien ha dicho que esta es la Lista deSchindler catalana; quizá lo sea. Pero lo es sin dinero ni dudasideológicas de ningún tipo.

Assumpta Montellà, con lucidez y sensibilidad, ha removidorecuerdos, ha sacudido conciencias y ha trabajado con rigor,documentación y archivos. Ha sabido dar forma a un hechoque no es producto de la casualidad, sino del coraje de una en-tonces joven maestra que, escandalizada por el abandono quesufrían los más inocentes de una guerra salvaje y despiadada,hizo lo que creyó que era su deber: hacer triunfar la vida porencima de todo.

josep maria solé i sabaté

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U n a s p a l a b r a s

El día que conocí personalmente a Assumpta llevábamosmeses manteniendo correspondencia por carta y, por lo

tanto, ya no partíamos de cero. Me resultaba extraño que al-guien quisiera fijarse especialmente en mi trabajo de aquellosaños, como si fuera algo excepcional, cuando en realidad solohabíamos hecho, mi equipo y yo, lo que correspondía en aquelmomento. En todo caso, el carácter excepcional del hecho ve-nía dado por el momento que nos había tocado vivir: una gue-rra en España y después una segunda parte aún más cruenta enel resto de Europa.

Las primeras preguntas que me hizo me sorprendieron por-que hasta aquel momento no me las había planteado nunca na-die, ni siquiera yo misma había reflexionado sobre ello.

Me pidió si había sido feliz de niña, quién era y cómo era mifamilia. Seguro que buscaba entre mis raíces alguna causa omotivo que justificara mis años de dedicación a la Asociaciónde Ayuda a los Niños en Guerra.

La segunda pregunta era qué les había dicho a mis padrespara que entendieran que yo, con solo veinticinco años, podíairme sola a un país en guerra como era la España del año 1937.

Pensé que el tiempo había pasado muy deprisa y que misaños de juventud quedaban demasiado lejos para que Assump-ta entendiera que yo también había tenido ilusiones, ideales...

A principios de septiembre del año 1936, formaba parte delos movimientos sociales suizos que observaban con inquietud

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la destrucción de la población civil española, víctima de losbombardeos franquistas. Eran los primeros relámpagos queauguraban la tempestad fascista que se extendería por todaEuropa tres años más tarde.

Desde Inglaterra, una comisión paritaria del Parlamentoconfirmaba la terrible situación de las mujeres y los niños en unMadrid bombardeado. Carecían de alimentos, asistencia médi-ca, transportes de enfermos...

¿Qué se podía hacer? ¿Cómo se debía proceder sin inmis-cuirse en los intereses partidistas del conflicto?

Rodolfo Olgiati, entonces secretario del Servicio Civil Inter-nacional de la delegación suiza, y posteriormente secretario ge-neral de la Cruz Roja Suiza en su filial de ayuda a los niños enguerra, viajó en enero de 1937 a la España republicana y se reu-nió con representantes del gobierno republicano, cuáquerosingleses y varias organizaciones de ayuda internacional. Los de-legados de Franco habían rechazado toda ayuda extranjera ala zona ocupada. Por lo tanto, Rodolfo Olgiati dio prioridad a laayuda en la evacuación de la población civil de la zona de Ma-drid, Valencia y Cataluña.

Mientras tanto, en Suiza, muchas asociaciones se habíanreunido para preparar una acción conjunta de ayuda a España:la Obra Suiza de Ayuda Obrera, la Central Sanitaria Suiza, elcolectivo de médicos y enfermeras, la asociación Cáritas, el co-lectivo de profesores y profesoras, y otras asociaciones con fi-nalidades sociales que juntas formarían más tarde la AyudaSuiza a los Niños de España.

Organizamos una recogida masiva de alimentos, ropa, zapa-tos y dinero para comprar artículos de uso diario, como jabón,libros y material para escribir.

Con todo el material llenamos cuatro camiones que, juntocon voluntarios como yo misma, llegó a España el 24 de abrilde 1937.

18 u n a s p a l a b r a s

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Pero aún nos quedaban por vivir dos años más de guerra ydestrucción.

Desgraciadamente para todos los que trabajábamos a favorde la paz y de la libertad, tuvimos que retroceder en medio deléxodo republicano, y la Maternidad de Elna fue la última paradade un final de trayecto para muchos.

Con todo, tengo la satisfacción personal de que aquel sitiofue una isla de paz en medio del infierno. Era como una bur-buja de oxígeno necesaria para recuperarse y continuar vivien-do, en otro país quizá, o en otro orden, si se volvía a casa, peropara continuar adelante en todos los casos.

Con Assumpta hemos repasado todos aquellos años, sobretodo los de la Maternidad.

Le he contado que entonces hacíamos nuestro trabajo, día adía, sin pensar más allá de las necesidades materiales y humani-tarias más inmediatas. Pero con la perspectiva que me da eltiempo transcurrido, pienso en los 597 niños que nacieron en laMaternidad, que sobrevivieron, que han crecido y se han hechopersonas, y que han creado sus propias familias. Y es ahora,después de sesenta y cinco años, cuando veo la importancia deesa labor.

El libro de Assumpta servirá para que todo el trabajo reali-zado en la Maternidad de Elna se pueda consultar, investigar,estudiar... En definitiva, para conocer una etapa histórica y so-cial de la gente de su país.

En mi caso, revivir aquellos años ha servido para darmecuenta de que la Maternidad fue el trabajo más importante demi vida.

Y el hecho de que sea el motivo de este libro es para mí todoun honor y un privilegio que agradezco de todo corazón.

Muchas gracias.elisabeth eidenbenz

junio de 2005

u n a s p a l a b r a s 19

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I n t r o d u c c i ó n

Este libro recoge la historia de 597 personas anónimas na-cidas en la Maternidad de Elna, en la comarca del Rose-

llón, en la Cataluña Norte, en el periodo comprendido entreenero de 1939 y abril de 1944.

La mayoría de ellas son hijas de madres exiliadas y refugia-das en los campos de Argelers, Sant Cebrià, El Barcarés y Ribe-saltes.

El carácter excepcional de esta Maternidad es que gracias asu directora, Elisabeth Eidenbenz, y su equipo se pudo salvara esos bebés de una muerte segura.

En los campos de refugiados el índice de mortalidad infantilera del 95% y estos niños de la Maternidad nacieron lejos de lamiseria de los campos, en «una isla de paz dentro de un océanode destrucción», como dice la misma Elisabeth Eidenbenz.

Las mujeres embarazadas eran recogidas en los campos derefugiados por las enfermeras de la Maternidad y permanecíanuna media de ocho semanas, bien atendidas y con apoyo psico-lógico y moral. Mientras tanto aprendían a cuidar a los bebés, abañarlos y alimentarlos, todo bajo la tutela de la directora, Eli-sabeth Eidenbenz, el alma de esta historia, que con su corajetransformó un pequeño palacio rural abandonado en una ma-ternidad que funcionó a pleno rendimiento en un contexto bé-lico, y trajo nuevas vidas al mundo a pesar de que más allá desus paredes el mundo parecía empeñado en seguir por los ca-minos de la guerra y la muerte.

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Las historias de estos bebés, que ahora tienen entre sesenta ysesenta y cinco años, no son grandes gestas ni hechos heroicos,sino pequeñas narraciones muy cotidianas, hechas en primerapersona, que intentan captar el pulso de un tiempo y de un paísque ha perdido una guerra, con sus horrores, sus sufrimientosy sus miserias.

Algunos han muerto, pero la mayoría continúan vivos. Sonlos niños del exilio, hijos del éxodo más grande de toda la his-toria de Cataluña, una generación perdida atrapada sin reme-dio en un mundo de adultos abocados a vivir en el miedo, lasospecha y el odio, con el estigma de la expatriación forzosa.

Por todo ello, os propongo, por la actualidad del tema y porsu mensaje implícito, revivir la historia de esos niños y niñasnacidos en la Maternidad de Elna. Su sufrimiento debe ser untoque de atención y un motivo de reflexión para las generacio-nes presentes y futuras, además de un reconocimiento históri-co a todos los hombres y mujeres que vivieron de niños el dra-ma de un exilio. Cada uno de ellos es un motivo para escribireste libro.

22 i n t r o d u c c i ó n

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1E l é x o d o r e p u b l i c a n o

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En 1939, al terminar la guerra civil, muchos ciudadanos yciudadanas de Cataluña tuvieron que sufrir el drama hu-

mano y social del exilio forzoso hacia otros países.Casi medio millón de personas —470.000 según el informe

Lavalière— huyeron a Francia entre el 28 de enero y el 12 de fe-brero de 1939.

Largas filas de hombres, mujeres, niños y ancianos se dirigíanhacia los pasos de Cervera, el Portús, el Coll d’Ares y la Guinguetad’Ix (Bourg-Madame), bajo las bombas y las balas de los avionesfranquistas que atacaban las carreteras y los pueblos del trayecto.

Las autoridades francesas les negaron el paso hasta que, en lanoche del 27 al 28 de enero, permitieron pasar a las mujeres yniños. Después de tres días autorizaron el paso a los heridosy más tarde a todos los fugitivos. Las tropas, autorizadas a cru-zar la tarde del 5 de febrero, entraron en Francia ordenada-mente, en filas y desarmadas.

La frontera quedó cerrada cuando las fuerzas franquistas lle-garon a el Portús a las dos del mediodía del 9 de febrero, a Cer-vera el día 10 y a la Guingueta d’Ix el 13.

A los exiliados, que buscaban la libertad a contracorriente,solo les quedaba la esperanza de cruzar la línea para encontrarla igualdad entre hombres y mujeres, y poder escoger su desti-no en una sociedad justa, fraternal y solidaria.

Pero el éxodo fue tan masivo que las autoridades francesasquedaron desbordadas y miles de personas fueron enviadas a

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los llamados centres d’accueil. Entonces, la esperanza se convir-tió en el inicio de una pesadilla.

En realidad, no se había previsto ninguna estructura de aco-gida hasta ese momento. París no esperaba que el ejército repu-blicano se hundiera tan rápidamente. Confiaba en que las tro-pas franquistas serían detenidas al norte de las comarcas deBarcelona. Incluso los analistas franceses más pesimistas adver-tían que el Estado francés se podría encontrar con una entradade entre 50.000 y 60.000 refugiados. Con esa previsión, las auto-ridades francesas no manifestaron ninguna inquietud, hasta quea partir del 23 de enero, cuando la ola de fugitivos ya hacía pre-sión en la frontera, el gobierno francés puso en marcha el dis-positivo Plan de Barrage, integrado por sesenta y nueve batallonesde la Garde Republicaine Mobile, seis compañías de gendarmesy quince regimientos del ejército. Todo ese contingente patru-lló por la línea fronteriza entre el 26 de enero y el 13 de febrerode 1939, e intentó organizar y distribuir la multitud de refugiadosque se colaba por cada paso de montaña, por cada entrada de ca-minos, de carretera, por mar...

Huía tanta gente que parecía que la Cataluña republicanaiba a quedar vacía... Todos andaban en silencio, sin pensar. Tansolo querían llegar a Francia y el instinto de supervivencia losempujaba hacia adelante.

Era un infierno. En un lado de la carretera, los soldados, loscamiones, los tanques; en el otro, los civiles en carro, en burro,a pie, con ancianos y niños.

La retirada fue caótica, un desastre humanitario de grandesdimensiones. La población civil no tenía manera de huir. Ibana pie por las carreteras y era patético ver cómo intentaban sal-var las cosas más extrañas. Había gente que cargaba desde unavajilla hasta un cerdo, gallinas, muebles enteros o colchones.Era terrible ver como poco a poco dejaban sus pertenencias enlos márgenes de los caminos y las carreteras. Las mantas que

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muchos llevaban encima estaban empapadas por las lluvias y lanieve, y hacían aún más evidentes sus miserias.

Ante hechos así te das cuenta de lo que es la guerra, de todolo que te quita una guerra. Todo se pierde, y no solo las pose-siones materiales, sino también la familia, los amigos, el pre-sente, el futuro, todo...

Los caminos de Francia fueron hostiles. La mayoría de lossoldados del ejército republicano que cruzaban los Pirineos seencontraban en un estado lamentable, a causa de las largasmarchas a pie, con frío y nieve. Muchos de ellos estaban heri-dos. Los gendarmes franceses los desarmaban sin contempla-ciones y en la aduana amontonaban fusiles, pistolas, bombas demano y otros materiales bélicos que pasaban a las arcas del Mi-nisterio de Defensa francés junto con los carros de combate y laartillería pesada.

Algunos prefirieron arrancarse los galones y entrar en Fran-cia como civiles para evitar más deshonor aún, y ahorrarse eldesarme y los registros vejatorios de los gendarmes franceses,que aprovechaban cualquier pretexto para robarles lo poco devalor que llevaban encima.

Justo en la línea de la frontera, en aquel horizonte de espe-ranza para muchos, se instalaron los especuladores que ofrecíana los vencidos cantidades irrisorias a cambio de joyas, relojes,plumas estilográficas, recuerdos de familia, etc.

Los exiliados llevarán grabado en la memoria para siempre elmomento en que llegaron a la línea de la frontera. Todos re-cuerdan la decisión desesperada e inevitable de pasar al otrolado, que concedieron a la nostalgia recién estrenada una rápidaojeada hacia atrás, con la incertidumbre de que quizá no veríannunca más los perfiles queridos, y que después volvieron la vis-ta hacia adelante, donde solo había una imagen y un sonido quelos acompañarían durante mucho tiempo: los alambres de loscampos de concentración y los «Allez, allez» de sus guardianes.

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R e m e i O l i v a

Eran las once de la noche cuando llegó mi hermano. Le habían

prestado un camión y nos propuso salir en dirección a la frontera.

Mi marido, Joan, ya hacía días que se había marchado con su

regimiento. Los franquistas estaban a las puertas de Barcelona.

No tardamos en decidirnos, pero había que coger algunas cosas, a

pesar de que no podíamos ir demasiado cargados; en el camión

iba más gente aparte de nosotros y todos se llevaban lo que podían.

Entonces me di cuenta de la importancia de las pequeñas co-

sas que te rodean y que no valoras. Me emocioné porque el taller

de modista era mi mundo y quizá, si regresaba algún día, no que-

daría nada de él... Prefería no pensarlo más, el momento era gra-

ve y había que darse prisa. Recogimos algo de ropa, la comida que

teníamos en casa y mantas, ya que el camión era descubierto y en

el mes de enero el frío era intenso.

Subidas al camión nos esperaban diez personas más, entre las

cuales había dos niños de ocho y diez años. Cargamos un par de

maletas, un colchón, las mantas y un pequeño barril de vino. An-

tes, no obstante, cerramos la puerta de nuestra casa con una in-

mensa pena. Desde el camión, veía como nos alejábamos de casa

hasta que la perdimos de vista. Entonces me instalé en el fondo

del vehículo, sentada en el suelo, y me tapé con una manta. Ese

instante lo llevaré clavado en el alma para siempre.

Mi hermano tenía la orden de pasar por el sindicato para reco-

ger a más mujeres y a una madre joven con su bebé de nueve me-

ses —el marido había huido porque estaba metido en política. To-

mamos la carretera general, la de Francia, la del éxodo. No

podíamos perder más tiempo, pues la gente decía que las tropas

franquistas bajaban por las montañas para cortarnos el paso.

En la carretera cada vez había más gente: a un lado, civiles a

pie, y a otro, tropas, carros y camiones. Nosotros, montados en el

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Page 25: La Maternidad de Elna

camión, éramos unos privilegiados y a menudo teníamos que di-

suadir a las personas que querían subirse. Los aviones franquistas

volaban raso para ametrallar y lanzar sus bombas sobre una po-

blación agónica. Como íbamos por la carretera de la costa, tam-

bién sufríamos los cañonazos de los barcos enemigos. Con esa an-

gustia tardamos dos días en llegar a Girona. Allí nos esperaba otro

problema: la gasolina se nos acababa y teníamos que encontrar

abonos de combustible para llegar hasta la frontera.

Mi hermano, después de negociar durante más de dos horas,

consiguió la gasolina necesaria para llegar a Figueres, la última

ciudad española importante antes de la frontera. Allí habíamos

quedado en encontrarnos con mi marido, Joan, pero en medio de

tanta gente no sabía por dónde empezar a buscarlo.

Los nacionales bombardearon la ciudad dos veces durante la

noche, y la dejaron llena de escombros, heridos y muertos por to-

das partes. El consulado solo estaba abierto por la mañana y para

nosotros era muy importante conseguir los pasaportes. Estuvimos

muchas horas haciendo cola, entre huidas rápidas hacia el refugio

cada vez que regresaban los aviones fascistas.

Pasábamos las noches en la sede del sindicato, una casa in-

mensa pero llena de gente a todas horas. Había colchones, male-

tas, heridos apoyados en las paredes, niños que lloraban y gente

que salía y entraba continuamente.

Así pasamos diez días, intentando sobrevivir haciendo colas

para los papeles, para comer, para dormir..., y sobre todo para te-

ner noticias de mi marido. Un compañero de regimiento nos dijo

que pasaba mujeres y niños a la frontera. Estaba en un pueblecito

de montaña, a diez kilómetros de la línea. Cada día llevaba gente

al otro lado por caminos de bosque, personas sin posibilidad de te-

ner papeles.

Dejé a mis padres en el sindicato de Figueres y junto con mi

hermano fuimos montaña arriba por un torrente embarrado, des-

calzos porque en los zapatos llevábamos huevos que habíamos

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comprado en una masía del valle. Yo necesitaba encontrar a Joan

para pasar la frontera juntos. Allí, en mitad del bosque, escuchá-

bamos como los aviones bombardeaban el valle una y otra vez.

Nos sentíamos protegidos por la espesura, pero no dejaba de pen-

sar en mis padres, solos y desamparados en Figueres en medio del

bombardeo, la lluvia y el frío.

Llegamos al pueblo ya de noche, ¡y la emoción que sentí al re-

conocer la voz de Joan dentro de una de las casas! ¡Qué felicidad!

Con la alegría de reencontrarnos, no pensamos en nada más, ni en

el futuro, ni en cómo cruzaríamos la frontera...

A Joan le dieron un permiso y nos alojamos en una casa aban-

donada para poder estar solos y contarnos tantas cosas... Llevá-

bamos tantos meses separados... Me sentí casi feliz.

Al día siguiente, soldados del regimiento de Joan traían nuevas

órdenes. Los nacionales avanzaban ya en dirección a Figueres. Ha-

bía que recoger a mis padres y cruzar la frontera.

A la hora fijada estábamos todos juntos otra vez, subidos en el

camión y en una fila lenta hacia Llançà. Ahí me sorprendió un tren

de mercancías que estaba parado. Uno de los vagones estaba lle-

no de heridos a los que nadie atendía desde hacía días. Algunos

morían y los otros no tenían ánimo ni de apartarlos. En aquel mo-

mento pensé que a pesar de todo teníamos suerte.

El resto del día lo pasamos dentro del túnel del tren para pro-

tegernos de los aviones. Por la noche, amparados por la oscuridad,

llegamos a Portbou.

En aquel pueblecito se veían las mismas imágenes que en to-

dos los pueblos del éxodo: una multitud de gente caminando ma-

quinalmente, coches, camiones... por una carretera estrecha que

serpenteaba bordeando el mar hasta la línea de Francia.

La frontera, sin embargo, no siempre estaba abierta. Dejaban

pasar a unos cuantos y la volvían a cerrar. Eso provocaba filas de

gente que esperaba mientras los aviones repasaban una y otra vez

a la multitud indefensa.

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Page 27: La Maternidad de Elna

Mientras esperábamos, también fuimos testigos de un hecho

insólito. La gente que había llegado en coches o camiones llenos

de muebles cogidos a última hora a raíz de la huida, y que ya no te-

nían combustible o no querían dejarlos en manos de los enemigos,

recogían las pertenencias más indispensables y precipitaban los

vehículos cargados por los acantilados. Era impresionante. Aque-

llas personas destruían cosas que formaban parte de su vida.

Y poco a poco, con paciencia, asustados, llegamos a la fronte-

ra. Allí todo sucedió muy rápido, casi no nos controlaron, solo nos

preguntaron si llevábamos armas.

Estábamos en Francia. Ya no temíamos a los aviones ni a los

barcos, pero recuerdo que el corazón se me encogió: ¿cuándo re-

gresaría?

Seguimos hasta Cervera caminando. La gente del pueblo esta-

ba en las puertas de sus casas contemplando aquel desfile. Algu-

nos se emocionaban, otros nos ofrecían comida y mantas secas.

Los gendarmes nos condujeron hasta la playa de Argelers...

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Page 28: La Maternidad de Elna

M a r í a G a r c í a

No recuerdo exactamente la fecha, pero diría que fue a finales de

enero de 1939 cuando dejamos de trabajar. Salí a la calle, donde

me esperaban mis compañeras. Decidimos irnos para probar has-

ta donde llegábamos. Cogí una muda, la guardé en una bolsa y co-

menzamos a avanzar por la carretera.

No sé cuántos kilómetros hay de Barcelona a Girona, pero sé

que se me hizo muy largo el camino oyendo los aviones que bom-

bardeaban incansablemente. ¡Cuántos compañeros y amigos deja-

mos por el camino! Cuando morían, como no los podíamos ente-

rrar, los acomodábamos en la cuneta y con mucho dolor los

dejábamos allí, hijos de sus padres, padres de sus hijos. Cuando lo

recuerdo, pienso que a pesar de todo tuve suerte.

Al llegar a Girona, lo primero que hicieron mis compañeras fue

buscar un oculista para que me sacara un trozo de metralla que te-

nía en un ojo. Me dolía mucho, así que cuando el oculista me lo

sacó me sentí mucho mejor. Le preguntamos qué le debíamos y el

hombre nos abrazó y nos dijo que era de los nuestros. Era un se-

ñor mayor y nos deseó mucha suerte para llegar hasta Francia. En-

contrar a ese señor fue verdaderamente un milagro, porque aún

faltaban muchos kilómetros para llegar a la frontera.

Cuanto más nos acercábamos a la frontera, más tristes nos

sentíamos, pero enseguida pensábamos que aquella retirada sería

por poco tiempo y eso nos animaba a seguir andando.

Por fin llegamos a la frontera, a Puigcerdà. Allí me encontré a

mi novio, Teófilo, al que hacía meses que no veía. También nos en-

contramos al novio de mi compañera, Maria Gil, y todos juntos pa-

samos la frontera al cabo de tres días.

Recuerdo la primera sensación que tuve cuando oí: «Dos pasos

hacia adelante; esto es Francia, sigan a los gendarmes».

Después vendrían los empujones y los chillidos de «Allez! allez!».

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Page 29: La Maternidad de Elna

Nos hacían ir corriendo y la gente de los pueblos nos miraba asus-

tada y entraba en su casa cerrando bien la puerta. Después supi-

mos que era porque nos habían hecho mala propaganda.

Por fin llegamos a nuestro nuevo hogar. Ni se nos pasó por la

cabeza la sorpresa que nos tenían preparada los franceses. Al ver-

lo, no pudimos evitar llorar y pensar qué vendría después. Estába-

mos en un campo de concentración que habían hecho en la playa

de Argelers, rodeados de alambres de pinchos y arena. Eso fue a

principios de febrero de 1939, con un frío horrible y una tramonta-

na que no te dejaba andar, y mucho menos por la arena. Nos tenía-

mos que agarrar unos a otros para mantenernos en pie.

Así fue nuestro éxodo y así comenzó nuestro exilio...

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Page 30: La Maternidad de Elna

J u a n a P a s q u a l 1

La guerra ya estaba perdida y, como mi marido era médico y te-

niente del ejército republicano en el frente de Aragón, tenía mucha

responsabilidad ante Franco e inició la retirada.

Se marchó justo cuando nació nuestro segundo hijo, una niña.

Yo me quedé con mis dos hijos y mis suegros.

Pasaron seis meses y mi suegra ya llevaba luto porque no tenía-

mos noticias y pensábamos que lo habían matado durante la reti-

rada.

Un día se presentó una señora que venía de Perpiñán y nos dio

noticias de él. Me dijo que no podía regresar porque estábamos ya

en plena represión franquista y fusilaban a todas las personas que

se habían relacionado con la República.

Así pues, como tenía la dirección del lugar donde se alojaba en

Perpiñán, dejé a los pequeños con los suegros y salí en dirección a

Francia. Entonces solo se podía llegar hasta Figueres y para pasar

la frontera se necesitaba un permiso especial. Todo estaba muy vi-

gilado.

La mujer que me trajo las noticias de mi marido, sin embargo,

me dio unas indicaciones para pasar a Francia por la montaña. De-

bía ir hasta Agullana y preguntar por la masía de Mas Bec de Dalt.

Pasé la noche en la masía para poder cruzar la frontera de ma-

drugada. Aquella casa y aquella gente eran muy primitivos. De la

cama que me prestaron, al levantar la manta, salieron unas ratas

grandes y asquerosas...

Para la travesía, la mujer de la masía me dio unos papeles de

periódico para protegerme las piernas de los zarzales. Me dijo: «Yo

34 l a m a t e r n i d a d d e e l n a

1. Nota de la autora: Por voluntad expresa del testigo, hemos preservado su

identidad y hemos ocultado su nombre real y el de su hijo utilizando este pseu-

dónimo.

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Page 31: La Maternidad de Elna

iré delante y no me pierdas de vista porque si te retrasas yo no te

esperaré». Ella andaba deprisa porque estaba acostumbrada a ir

por la montaña. Yo tenía rasguños por todas partes. Todo estaba

cubierto por las zarzas, hasta el punto de que, cuando vi un perro

que salía corriendo de un matojo, dije: «Mira, un perro». Y ella dijo,

despectiva: «Eso es un zorro».

Recuerdo la fecha exacta porque era el día de la verbena de

San Juan y llegué a Perpiñán el día de San Juan. Todo eso a pie,

desde Figueres hasta Agullana, y desde ahí por la montaña hasta

Francia.

Justo en la frontera, encontré una patrulla de policías españo-

les y resultó que uno de ellos era conocido de la familia. Me pre-

guntó: «¿Qué haces por aquí?». Yo le contesté que me alojaba en

Agullana mientras esperaba los papeles para pasar la frontera y

que buscaba un ama de cría para mi hija de seis meses. Él ya sa-

bía que mi marido había huido, pero no me dijo nada más y me

dejó continuar hasta Perpiñán.

Allí me reencontré con mi marido con una gran alegría. Vivía es-

condido en una casa de unos amigos panaderos. No podía salir

mucho porque los gendarmes, si veían que era refugiado, lo lleva-

rían al campo de Argelers.

Estuvimos juntos unos cuantos días para hacer planes. Él que-

ría regresar porque decía que no tenía delitos de sangre y que no

le pasaría nada. Yo no le dejé, porque mi hermano, que era solda-

do raso, estaba en un campo de concentración franquista traba-

jando en las canteras. Así que él, que era oficial, no podía arries-

garse. Le dije que yo volvería a Barcelona para arreglar el asunto

de nuestros hijos. Hablaría con mis suegros para que se hicieran

cargo de ellos una temporada y entonces regresaría sola a Francia

para estar con él, y cuando pudiéramos volveríamos juntos a Cata-

lunya.

Y así lo hice. Volví a salir por la montaña hasta Agullana y de ahí

hacia Barcelona. Mis suegros se quedaron cuidando de los niños,

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Page 32: La Maternidad de Elna

de dieciocho meses el mayor y seis meses la pequeña. Cuando lo

tuve todo arreglado, volví a cruzar la frontera por la montaña. Era

el día 14 de julio de 1939, fiesta nacional de Francia.

Nos quedamos escondidos todo aquel verano en la parte de

arriba de la panadería de nuestros amigos, con el calor que hacía...

No podíamos hacer vida normal porque, cuando veíamos a los gen-

darmes, echábamos a correr pies para qué os quiero y ellos nos

perseguían gritando «Papiers, papiers!». No podíamos seguir más

tiempo de aquella forma y mucho menos comprometiendo a nues-

tros amigos panaderos.

En septiembre, la época de la vendimia, los franceses prometían

papeles para todos aquellos refugiados que quisieran trabajar para

recoger la uva. Ya había estallado la segunda guerra mundial y no

tenían mano de obra.

Mi marido me preguntó: «¿Te sientes con fuerzas?». Porque yo

estaba otra vez embarazada, de cinco meses. «Si lo hacen los de-

más también lo podremos hacer nosotros». Y nos apuntamos.

El trabajo nos duró dos meses y cuando ya regresábamos a Per-

piñán para poder cobrar, y sobre todo para poder tener los pape-

les, el chófer del autocar nos dijo: «Los gendarmes os esperan en

la parada de autobuses para encerraros a todos ahora que ya ha-

béis hecho el trabajo. Yo frenaré un poco antes de llegar y saltad

los que podáis del autocar». Y así lo hicimos. Cuando ahora lo pien-

so, me estremezco: embarazada de siete meses y corriendo cam-

po a través...

Llegamos a Perpiñán como pudimos y antes de ir a casa pa-

samos por el bar de un chico del partido comunista que hacía de

enlace con los refugiados. Ahí nos llegaban las cartas de España.

Yo quería tener noticias de mis hijitos. Una vez en el bar, que

como siempre estaba lleno de españoles y catalanes, llegó un pe-

lotón de gendarmes y nos llevaron a todos en fila india hacia co-

misaría.

Al día siguiente separaron a las mujeres de los hombres y a no-

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Page 33: La Maternidad de Elna

sotras nos llevaron a unas cuadras en donde se hacía la remonta.

Eran Les Haràs, justo detrás de la estación de Perpiñán.

Allí me vi perdida, sola, embarazada y encerrada en unas cua-

dras llenas de estiércol.

Decidí escaparme, solo había que saltar una pared para regre-

sar a la panadería de nuestros amigos. Y cuando ya estaba a pun-

to de saltar, oí que me llamaban por megafonía. Nuestros amigos

de Perpiñán se ofrecían como avaladores míos para que yo pudie-

ra pasar la noche y ducharme en su casa, con el compromiso de

volverme a llevar al día siguiente. De hecho, Les Haràs era un lu-

gar de paso a donde iban los detenidos a la espera de ser distri-

buidos en los diferentes campos de concentración.

Al día siguiente por la mañana regresé y me llevaron a Argelers.

Aquel campo era arena... y nada más. Era el mes de diciembre

de 1939.

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Page 34: La Maternidad de Elna

la Jonquera

Sant Nazari

el Voló

el Portús

Cervera

Portbou

Elna

Colliure

Sant Cebrià de Rosselló

Ribesaltes

Argelers

Perpiñán

Lagode Canet

Playa de Argelers

Collado deBelitres

Collado dePertús

Monte Neulós1257 Pico de Sallafort

980Sierra de la Albera

N

0 5 km

Maternidad suiza

Campo de refugiados

Paso fronterizo

Con el avance de las tropas franquistas, miles de personas pusieronrumbo al norte, hacia Francia.

©G

eote

c

Elna FINAL-1 10/1/07 08:25 P gina 38

Page 35: La Maternidad de Elna

12 mm

Elisabeth Eidenbenz (Zúric, 1913) trabajó de

maestra en varios colegios de Suiza y Dinamarca

hasta 1937, año en que se trasladó a Burjassot

(Valencia) como voluntaria en la Asociación de

Ayuda Suiza a los Niños Víctimas de la Guerra.

Colaboró en tareas de ayuda humanitaria durante

la Guerra Civil española en zona republicana,

e inmersa en el éxodo en el año 1939 pasó a Francia.

Organizó una maternidad para acoger a las mujeres

embarazadas que estaban refugiadas en los

campos de concentración de Argelers, Sant Cebrià,

el Barcarès y Ribesaltes. Esa maternidad funcionó

ininterrumpidamente hasta el año 1944, fecha en

que el ejército alemán decidió cerrarla. Ha sido

premiada por el gobierno de Israel por su labor en

favor de los judíos, y en 2002 recibió del Estado

francés la medalla de los Justos entre las Naciones.ASSUMPTA

MONTELLÀ

LAMATERNIDADDEELN

A

Assumpta Montellà (Mataró, 1958) está licenciada

en historia por la Universidad Autónoma de Barcelona

(UAB) en la especialidad de historia moderna y

contemporánea. Es autora de varios trabajos

de investigación sobre la Guerra Civil española

y las rutas del exilio. Publica artículos en la revista

Sàpiens y colabora también en varias publicaciones

locales de temática histórica. Colabora y participa

activamente en diferentes asociaciones que trabajan

para la recuperación de la memoria histórica

y en otros colectivos relacionados con la historia

contemporánea de Catalunya. Pero su verdadera

vocación es mirar y remirar papeles, hurgar en la

memoria de la gente, hablar y conocer todas sus

anécdotas para después poder escribir el pulso

de su país. La maternidad de Elna es su primer gran

trabajo publicado sobre investigación histórica.

,!7II4J6-cabedj!ISBN 978-84-96201-43-9

nowB O O K S

n

Lamaternidad de Elna es el testimonio emocionante

de unas mujeres que, estando a punto de dar a luz,

fueron rescatadas de los campos de concentración

republicanos de Sant Cebrià de Rosselló, Argelers y Ribesaltes,

donde vivían en lamentables condiciones, y fueron acogidas

en una maternidad que fundó la maestra suiza

Elisabeth Eidenbenz. Allí pudieron ver nacer y alimentar

a sus bebés en condiciones excepcionales.

Lamaternidad de Elna es pues la heroica historia de una

mujer que salvó a 597 recién nacidos de una muerte segura.

«Había unamadre que no tenía leche y el niño

lloraba de hambre día y noche. Cuando se agotaba

de tanto llorar, se dormía y ella le daba calor con

su cuerpo. Cuando salía el sol, enterraba al bebé en

la arena hasta que le dejaba fuera sólo la cabecita.

La arena le servía demanta. Pero al cabo de unos días

el niño se murió de frío y de hambre.

Yo estaba embarazada y con sólo pensar quemi hijo

nacería en aquel infiernome desesperaba.»

LA MATERNIDADDE ELNA

LAHISTORIA DE LAMUJER QUE SALVÓ LA VIDA A 597 NIÑOS

ASSUMPTAMONTELLÀ