la hija del lobo

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Gillian Cross La hija del lobo Título original: Wolf Traducción: Jacobo Mendioroz Colección Gran Angular, 128 Dirigida por Jesús Larriba Primera edición: Septiembre, 1993 Copyright: Gilliam Cross, 1990 Copyright: Ediciones, SM, 1993 Joaquín Turina, 39 28044 Madrid Comercializa: Cesma, S.A. Aguacate, 43-28044 Madrid Editorial: SM Impreso en España Imprenta SM-Joaquín Turina, 39 28044 Madrid I.S.B.N.: 84-348-3905-9 Depósito Legal: M-27488-1994

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Un cuento infantil.

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Page 1: La hija del lobo

Gillian Cross

La hija del lobo

Título original: Wolf

Traducción: Jacobo Mendioroz

Colección Gran Angular, 128Dirigida por Jesús Larriba

Primera edición: Septiembre, 1993

Copyright: Gilliam Cross, 1990Copyright: Ediciones, SM, 1993Joaquín Turina, 3928044 Madrid

Comercializa: Cesma, S.A.Aguacate, 43-28044 Madrid

Editorial: SM

Impreso en EspañaImprenta SM-Joaquín Turina, 3928044 Madrid

I.S.B.N.: 84-348-3905-9

Depósito Legal: M-27488-1994

De madrugada, unos pasos misteriosos cruzan la galería y lleganal apartamento de Nan. Dos golpes en la puerta, un breve silencio ydos golpes más, como si se tratase de una contraseña. Despierta en lacama, Cassy oye un susurro de voces, pero no logra entender loque dicen. A la mañana siguiente, Nan la manda unos días a casa de sumadre, como siempre que se cierra la puerta del cuarto del fondo yaparece la enigmática maleta marrón. Y así comienza Cassy unavida en la que el lobo es su obsesión y su pesadilla, y resulta

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ser...

Gillian Cross nació en Londres y estudió en las universidades de Oxford y Sussex. Tras acabar sus estudios, trabajó en variasprofesiones. En la actualidad vive en Gravesend y se dedica aescribir, habiendo publicado ya casi una docena de libros infantilesy juveniles. ------------------------------------------------

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ÍNDICE · ------------------------------------------------

1 ..............................2 ..............................3 ..............................4 ..............................5 ..............................6 ..............................7 ..............................8 ..............................9 ..............................10 .............................11 .............................12 .............................13 .............................14 .............................15 .............................16 .............................17 .............................18 .............................

¤ I ------------------------------------------------

Llegó de madrugada, hacia las dos y media. Cruzó la galeríadeslizándose sigilosamente por delante de las puertas de los demásapartamentos, que estaban cerradas. Nadie distinguió su sombra através de la cortina ni oyó el ruido irregular de sus pisadas. Pero Cassy sí se despertó. Estaba echada en la cama, debajo dela ventana, cuando oyó las pisadas, que se detuvieron fuera un

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momento. Sonaron dos golpes rápidos y suaves en la puerta. Hubo unbreve silencio y luego dos golpes más, como si se tratase de unacontraseña. Cassy se sentó en la cama. Oyó cómo se abría la puerta delcuarto del fondo y cómo Nan salía rápidamente. Nan no echó a correr(las enfermeras nunca corren, excepto en casos de hemorragia o deincendio), pero sí cruzó el recibidor en dos zancadas. Oyó el ruido de la puerta al cerrarse, pero no escuchó ningunavoz ni pudo ver por debajo de la puerta luces encendidas. El hombreentró a oscuras, deprisa y en silencio, y cerró la puerta tras de sí. Él y Nan se deslizaron hasta el cuarto de atrás y, durante unsegundo, Cassy oyó la voz, pero no entendió lo que decía.Después se cerró definitivamente la puerta, y las dos voces seconvirtieron en un zumbido monótono y apagado, que se superponía aldel tráfico del West Way. Cassy se dejó caer otra vez en la cama y cerró los ojos, ã(6)intentando poner la mente en blanco y olvidar todas las preguntas queacudían a su cabeza. "No te metas en los asuntos de los demás", ledecía siempre Nan, "o algún día te pillarás la nariz en unaratonera". No pensar en nada. No preguntarse nada. Una larga práctica lepermitió llegar al estado de inconsciencia; se relajó sin dificultady se sumió en un sueño tranquilo. Se despertó ya entrado el día. Nan estaba de pie delante de sucama, junto a la cómoda. Encima de ésta, a la altura de la cara deNan, se hallaba la gran fotografía enmarcada del padre de Cassycuando era pequeño. Nan y él, madre e hijo, estaban erguidos eimpecables, pero no sonreían. La mirada de Nan escrutaba directamentea Cassy, mientras que los ojos del muchacho estaban fijos enalgo que quedaba fuera de la fotografía. Durante un segundo Cassy se preguntó, todavía medio dormida, qué estaría mirando. Y entonces vio que Nan llevaba en la mano su vieja maleta. Se incorporó y frunció el entrecejo, como si no la hubieravisto. --¿Qué estás haciendo aquí a estas horas? Pensé que hoytenías que ir pronto al trabajo. --He pasado muy mala noche, -dijo Nan mirando a Cassydirectamente a los ojos-. No creo que quieran que vaya a trabajar eneste estado. Cassy le devolvió la mirada, sin darse por enterada de lapresencia de la maleta. --Ya llamaré yo a la hermana de tu parte. --No hace falta, -contestó Nan arrodillándose y dejando la maletaen el suelo, delante de la cómoda-. Yo avisaré después a la señoraRamage. Tú tienes otras cosas que hacer. Será mejor que te vayas acasa de tu madre, hasta que me encuentre mejor. --¡Pero, Nan...! Se suponía que a continuación debía decir: "¿No prefieres ã(7)que me quede aquí contigo para cuidarte?". Luego, Nan sonreiría y

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diría que no con la cabeza, mientras iba metiendo la ropa en lamaleta. Paso a paso y palabra por palabra, volvería a repetirse laescena de la vez anterior, de todas las veces anteriores. Y al finaldel proceso, Cassy acabaría en casa de Goldie, donde,asomada a la ventana, despediría a Nan con la mano, mientras lamaleta se hallaba a su lado en el suelo. Cuando tenía tres años -¿o quizá eran cuatro?- se subió encimade la maleta y aporreó la ventana con los puños gritando: --¡No me dejes aquí! ¡Quiero irme contigo, Nan! Todavía sentía escalofríos al recordar aquel momento. Recordabael terror que sintió allí de pie delante de la ventana, mientrasGoldie intentaba abrazarla cariñosamente, en el momento en que viocómo Nan desaparecía dando la vuelta a la esquina. Nunca volvió agritar de aquella manera. A partir de entonces, prefirió decir adióscon la mano, sonreír y aparentar que todo iba bien. Pero ¿por qué tenía que ser así? --¿Por qué precisamente ahora? -dijo Cassy; las palabrasle salían a borbotones, mientras Nan la miraba con ceño-. Mañanatenemos que elegir las nuevas asignaturas y, si no estoy aquí paraelegirlas, no podré conseguir matricularme en las que yo quiero. ¿Porqué tengo que irme ahora? --No necesitas ningún motivo para ir a visitar a tu madre, -lecontestó secamente Nan. Los cierres de la maleta se abrieron con unchasquido metálico-. Hace por lo menos seis meses que no has ido averla. --Pero elegir las asignaturas es importante. Tú misma lodijiste. Dijiste que tenía que elegirlas con mucho cuidado. --Y así es, cuando se puede, -respondió Nan en tono frío y sinmirar a Cassy-. Pero la vida no se reduce al colegio. Así quelevántate y ve a lavarte. Luego, abrió el primer cajón de la cómoda y empezó a ã(8)sacar la ropa de Cassy. Tres camisetas, muy usadas peroimpecables. Seis bragas. Dos jerséis en buen estado y un tercero conel codo roto. Pero Cassy no estaba dispuesta a rendirse tan pronto. Miródesafiante la maleta, todavía a medio hacer. --Quiero saber por qué haces esto. ¿Por qué tengo que irme tande repente? --No tengo tiempo para discutir contigo, -contestó Nan mientrasdoblaba cuidadosamente una falda azul marino que Cassy solíaponerse para ir al colegio-. Deja de hacer preguntas y ve a lavarte. Cassy se puso las zapatillas y cruzó lentamente la puerta de sudormitorio. Mientras atravesaba el recibidor, echó una rápida miradaa la puerta del cuarto del fondo. Por supuesto, estaba cerrada. Nuncale había preguntado nada a Nan ni había buscado ninguna explicaciónpor su cuenta. Pero sabía que había alguna relación entre la maleta yla puerta cerrada. No recordaba exactamente cuándo lo advirtió por primera vez,pero siempre sucedía así. Normalmente, Nan insistía siempre en dejar

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la puerta abierta para que el cuarto se ventilase. Era su dormitorio,pero también su cuarto de estar, y odiaba que oliese a cerradodespués de dormir en él. Pero de vez en cuando entraba en escena la maleta marrón.Entonces, de repente, la puerta aparecía cerrada, y Cassy sabíaque debía dejarla así. La única vez que Nan le dio una bofetada fueun día en que decidió tocar el picaporte para ver qué pasaba. Pero hoy Cassy estaba enfadada y se quedó mirando la puerta sinningún disimulo. Sintió un escalofrío en la nuca. Quería acercarse aella y abrirla del todo para que entrase aire fresco. Pero, con el rabillo del ojo, vio que Nan la vigilaba. Agachada,con las manos en el regazo, miraba a Cassy con desconfianza.Esperaba a que ella se alejara del cuarto y entrara en el baño. ã(9) Cassy cerró la puerta del baño y se miró en el espejo. Tenía losojos castaños propios de una persona juiciosa; el pelo castaño ycorto de una persona juiciosa. Bastaba mirarla a la cara para saberque nunca haría nada malo. "Si todos fueran como tú", solía decirleNan, "el mundo sería un lugar menos complicado y más agradable". Aveces, Cassy hubiera deseado no ser tan juiciosa. Se lavó mucho más deprisa que de costumbre, pero Nan empezó allamarla impacientemente antes de que pudiera terminar: --¿Qué demonios estás haciendo ahí dentro? Tu desayuno estálisto. --Ya voy -Cassy dobló la toalla, la colgó en el toallero ysalió del cuarto de baño-. ¿Qué hago con mi pijama? --Mételo en la lavadora, -le gritó Nan desde la cocina-. Ya te hepuesto otros limpios en la maleta. Vístete y ven a tomarte tuscereales. Cuando Cassy entró en la cocina, tenía los cereales preparados yel té servido. Antes de que se sentase, Nan ya le estaba acercando laleche y el azúcar y hablaba de otra cosa. --Te he preparado una bolsa con comida. ¿Te las arreglarás parallevar la bolsa y la maleta? Cassy se quedó helada, con la cuchara llena de azúcar a mitad decamino. --¿Por qué tengo que llevar yo las dos cosas? ¿Es que no vas avenir conmigo? --¿Qué quieres: que te lleve de la mano? Puede que no seas muyalta, pero ya tienes casi catorce años, -Nan se dio la vueltarápidamente y empezó a aclarar los cacharros-. No quiero andar detren en tren estando así. --Pero siempre me llevas tú. --Pues ya va siendo hora de que crezcas, -le contestó Nan en untono distante. Estaba pensando en otra cosa. Cassy se sirvió leche y echó azúcar. Los cereales se deslizaronpor su garganta como copos de algodón, pero aun así ã(10)sintió repulsión. Contempló cómo Nan abría su viejo y gastado bolso ycontaba encima de la mesa el dinero para el billete de tren.

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Cuando se sumaron al montón los últimos diez peniques, Nanvaciló un segundo; sus manos quedaron inmóviles en el aire. Luegosacó un papel arrugado y lo puso junto a las monedas. --Llévate esto también, por si acaso. Pero no te lo gastes si note hace falta. Y no le digas a tu madre que lo tienes. ¿Veinte libras? Eso era muchísimo dinero. Cassy dejó lacuchara y miró el billete. Era la primera vez que Nan le daba tantodinero. --¿Por qué narices...? No pudo acabar la pregunta. Nan la cortó secamente: --Guárdalo y cuida de que no se te pierda, -dijo mientras

empujaba el dinero hacia ella-. También tienes que llevarle estacarta a tu madre. El sobre estaba cerrado y Nan había escrito en él "Goldie"con su letra apretada y menuda. Cassy lo cogió y lo metió en elbolsillo de la falda junto con el dinero. Al coger el billete,respiró hondo, y preguntó muy deprisa, para que Nan no pudierainterrumpirla: --Volveré, ¿verdad? Durante un terrorífico segundo, Nan pareció dudar. Cassyagarró el borde de la mesa y apretó las manos con fuerza. --No tendré que quedarme a vivir con ella para siempre, ¿verdad? --¡No digas bobadas! -replicó Nan-. Tú vives aquí conmigo.Siempre lo has hecho y siempre será así. Sólo vas a casa de tu madrehasta que... hasta que yo me ponga bien. --Pero ¿no puedes decirme cuánto tiempo estaré allí? --Ya te escribiré. Y tú también tienes que escribirme. Nan se levantó y se dirigió al cajón de al lado de la ventana, ã(11)donde guardaba las cosas más variadas. Cogió un paquete de postalesen blanco y doce sellos para franquearlas. --Toma, quiero que me escribas dos veces por semana. No tienesque mandarme un ensayo. Basta que me digas cómo te va. Y no dejes deescribirme aunque yo no tenga tiempo para contestarte. Cassy cogió las postales y las miró durante un instante. Lareconfortaba tenerlas porque, de alguna forma, eso significaba queNan quería recibir noticias suyas. Pero había muchas. Doce. Si teníaque mandar dos por semana, eso quería decir que iba a estar fueraseis semanas. No podía imaginar qué sería vivir seis semanas conGoldie. --Las meteré en la maleta, -dijo. --Eso es, -asintió Nan-. Ahora será mejor que te vayas. Esabsurdo que te quedes más tiempo aquí, tienes que irte ya. Era mejor moverse que ponerse a pensar. Cassy se levantó ycruzó el recibidor con las postales y los sellos. Ni siquiera miróhacia la puerta cerrada de la habitación del fondo. No era problemasuyo. Todo lo que tenía que hacer era terminar de guardar sus cosasen la maleta. Cuando la abrió, tuvo la impresión de que la ropa que había

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dentro era muy vulgar. Ropa práctica y bien cuidada, pero sinpersonalidad. Cosas juiciosas, nada estridentes, que nuncadestacarían en ningún sitio. Cuando colocó las postales encima de la ropa, se dio cuenta deque no tenía nada para escribir. No estaba segura de que Goldietuviera un bolígrafo, así que volvió a la habitación para buscar suestuche del colegio. Estaba encima de la cómoda, junto a la fotografía, y la miradasolemne del muchacho retuvo la atención de Cassy. Cogió la fotoy la acercó a la luz, preguntándose por enésima vez qué habría sidode él y dónde estaría en aquel momento. ¿Por qué tenía los ojos fijosen algo que sólo él podía ver? ¿Cómo sería ahora? ã(12) Mick Phelan. Moduló con los labios aquellas palabras en silencio; sabía, comosiempre había sabido, que no debía pronunciarlas en voz alta. --¡Cassy! -llamó Nan desde la cocina-. ¿Qué estás haciendo? Yaes hora de que te vayas. Sintiéndose culpable, Cassy cogió el estuche y, sin apenasdarse cuenta de lo que hacía, puso las dos cosas, estuche yfotografía, encima de las postales. A continuación, bajó la tapa ycerró la maleta. --¡Ya voy! Se puso el impermeable del colegio, se abrochó el cinturón yllevó la maleta a la entrada. Nan la esperaba delante de la puerta,con la vieja bolsa de la compra en la mano. Se la tendió. --Aquí hay algo de comer. Conociendo a Goldie, no creo quetenga nada en casa, y tú necesitarás una buena cena cuando llegues. Cassy cogió la bolsa. --¿Qué has metido aquí? -preguntó-. Pesa una tonelada. --Comida nutritiva, la adecuada para una chica que estácreciendo, -contestó Nan. Tenía las mejillas rojas y hablaba másdeprisa que de costumbre-. No la pierdas. Y no se la enseñes aGoldie. Guárdala en un sitio seguro. Asegúrate de que... Pero se interrumpió. En vez de seguir hablando, puso la mano enla espalda de Cassy y la empujó suavemente hacia la puerta. --No pierdas el tiempo. Vete directamente a su casa. Ya conocesel camino. --¡Oh sí! Cogeré el metro hasta... --Déjalo, no hace falta que me lo cuentes todo. Cassy parpadeó al oír aquella frase tan cortante. Se inclinópara besar la áspera mejilla de Nan. ã(13) --No te preocupes por mí. Me portaré bien. Y si por casualidadse ha cambiado de casa, la localizaré. --Eres una buena chica, -dijo Nan mientras acariciaba la mejilla

de Cassy con el dorso de la mano-. Ten paciencia, -añadiósuavemente-. Al final todo saldrá bien. Esta amabilidad hizo callar a Cassy. Sin darle tiempo a

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reflexionar sobre el significado de sus palabras, Nan retiró la mano,se metió en casa y cerró la puerta. Durante un instante, Cassy se quedó mirando la puertacerrada, pero sólo vio su propia imagen reflejada en el cristal. Notenía sentido permanecer allí más tiempo. Tenía el suficiente sentido común como para no llamar de nuevo ala puerta. Un par de años antes, un día se peleó con Goldie yse marchó de su casa. Cuando Nan la encontró delante de su puerta, lahizo volver inmediatamente con su madre, pese a que estabaanocheciendo. No le dio nada de comer ni un té caliente parareconfortarla. Ni siquiera le dejó cruzar la puerta de la entrada. Cassy se puso la capucha del impermeable y la abotonó hasta labarbilla. Cogió la pesada maleta y la bolsa y se alejó resueltamente,con la cabeza muy alta. ------------------------------------------------ ã(14)

¤ II ------------------------------------------------

Le llevó todo el día encontrar a Goldie. Cuando llamó a lapuerta del hotelucho de Notting Hill, abrió una mujerdesconocida. "¡Qué lata!", pensó Cassy. Pero no era la primeravez que Goldie cambiaba de dirección sin avisar previamente, y Cassy sabía lo que tenía que decir. Había oído cómo actuabaNan, cómo preguntaba a desconocidos semejantes a aquella mujer. --Siento molestarla, estoy buscando a Susan Phelan. ¿Sabeusted si ha dejado su dirección a alguien? La mujer frunció el entrecejo. --Ni idea. Habla con el tipo del quiosco. No se me ocurre nadiemás. Eso significaba que iba a tener que bajar con la maleta y labolsa toda la calle y seguir hasta más allá de la esquina, pero no lequedaba otra solución. El quiosquero tenía un papel arrugado debajodel mostrador. Pero, por supuesto, no lo enseñó fácilmente. Nunca lohacía. --¿Hija? -preguntó con desconfianza-. No tenía ninguna hija.Siempre vivió sola en la habitación. --Yo vivo con mi abuela, -contestó Cassy-. Por lo menoshasta que... El hombre se fijó en la maleta y sonrió maliciosamente. --¿Te han echado? Eso le pasó también a Goldie. Teníademasiados pagos atrasados. --¿Y adónde ha ido? Dígamelo, por favor. ã(15) --Bueeeeno, -el hombre la miró fijamente y sacó el papelucho-.

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Supongo que puedo decírtelo. Se fue con ese novio suyo. --¿Novio? --Un negro que vive en una casa <okupada> de Clapham. Dijoque trabajaban juntos. Cassy era incapaz de imaginarse a Goldie trabajando, perosonrió amablemente, se metió la hoja de papel en el bolsillo y sedirigió hacia la estación de metro.

La casa de Clapham había sido derribada, pero la gente quevivía al otro lado de la calle le dio a Cassy otra dirección,en Wandsworth. Los <okupas> de Wandsworth fueron muy amables con lachica. Le ofrecieron tres tazas de té y un bollo correoso, y lehicieron muchas preguntas. A continuación le indicaron cómo llegar ala casa <okupada> de Lambeth en que vivía Goldie. ("Ayudóa Lyall y a Robert a decorarla", le dijo un hombrellamado Earl, riendo su propio chiste).

Cuando salió de la estación de metro de Lambeth North, Cassy estaba exhausta. La habían empujado al bajar las escaleras, lahabían insultado quienes tropezaban con su maleta, y un tipo mayorcon una gorra sucia la había perseguido por los andenes. Estabaenfadada, sedienta y muerta de frío. Y, para colmo, se estabahaciendo de noche. Pero siguió andando. Los bordes de su capucha, a modo deorejeras, le impedían ver a los lados, y sus pies se movíanautomáticamente, como si tuvieran un ritmo propio. Empezaba a creerque nunca encontraría a Goldie. Se limitaría a ã(16)recorrer una serie de lugares sórdidos hasta que se quedara sindinero. Cuando llegó a Albert Street, la oscuridad, el hambre y la

interminable caminata la habían llevado a un estado de absolutoagotamiento. Al dar la vuelta a la esquina, apareció ante ella unacalle con un aspecto irreal: las casas, altas y destartaladas,parecían dibujadas en una cartulina. Pasó despacio por delante deellas, sin fijarse en las ventanas tapiadas ni en los jardines,enmarañados y llenos de basura. El número 44 tenía un aspecto aún peor que el resto. Las maderasque tapaban las ventanas estaban arrancadas, y el interior aparecíaen plena oscuridad. El callejón lateral que llevaba al jardín traseroestaba más oscuro todavía, y algunos restos de enredaderas secas seextendían por la pared. Todo tenía un color entre gris y negro, entonos resecos y apagados. Pero había dos brillantes notas de color. La primera estaba aparcada delante de la casa. Era una vulgarfurgoneta Ford Transit, pero decorada con pinturas chillonas yde varios colores. Dos árboles minuciosamente dibujados enmarcabanlas puertas traseras, trepaban alrededor de las ventanas y se unían

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en el techo creando un complicado motivo de ramas salpicadas deestrellas. En los laterales de la furgoneta había dos piernas gigantescasque crecían hasta perderse en las estrellas. Los pies eran enormes y,encima de los tobillos, las piernas subían y se alargaban altísimas,estrechándose hacia arriba, hasta desaparecer en el techo entre lasramas del árbol. De un lado a otro de las piernas aparecían unas palabras,escritas en negro con letras de molde:

Vigilante de la Luna

Cassy las contempló un instante. Luego, avanzó por el camino deacceso a la casa, hacia la segunda nota de color. ã(17) Se trataba de un gran cartel colocado junto a la puertaprincipal. Alguien había dibujado alrededor de los bordes un marco dellamas, armas y monstruos, pero el texto escrito en el centro,cuidadosamente protegido por una capa de plástico transparente,utilizaba un léxico legalista y pedante:

2 Se Hace Saber, decía el mensaje, Que vivimos en esta casa, es nuestro hogar y tenemos intenciónde quedarnos aquí. Que en esta casa hay permanentemente una persona, por lomenos. Que cualquier intento de entrar aquí sin autorización es unaAcción Delictiva...

No necesitaba leerlo entero. Ya había visto mensajes de<okupas>. Nan habría hecho un gesto de desaprobación y habríaapretado los labios para no decir nada, pero Cassy estabademasiado cansada para ponerse a criticar. Se limitó a saltarse lostérminos legalistas mientras sus ojos recorrían el papel hasta llegaral final, donde se leía:

2 4Firmado:Lyall CorneliusRobert CorneliusSusan Phelan

LOS OKUPANTES

Por lo menos había llegado al sitio adecuado. No había duda de

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que era la firma de Goldie, con su escritura irregular, en laque cada letra parecía haber exigido un gran esfuerzo. Cassydejó la maleta en el suelo y llamó al timbre. No ocurrió nada. Al cabo de un momento, volvió a llamar yescuchó con atención, pero no se oyó el sonido de ningún timbre en elinterior. La aldaba había desaparecido, y alguien había clavado untrozo de madera en el buzón de correos. Finalmente, llamó a la puerta con la palma de la mano. Losgolpes retumbaron hasta perderse en la lejanía, y era difícil ã(18)creer que en el interior hubiera alguien que pudiera oírlos. Perocuando dejó de golpear escuchó el sonido de unos pies descalzos quebajaban corriendo por una escalera de madera. El ruido de los pasos cambió, y Cassy oyó cómo sedeslizaban por las baldosas hasta llegar a la puerta de entrada. Perola puerta no se abrió. En vez de eso, alguien preguntó desde elinterior: --¿Quién es? Era la voz de un muchacho, profunda pero desgarrada. Cassyse arregló un poco el impermeable y cogió la maleta. --Busco a Goldie... A Susan Phelan. ¿Está aquí? --¿Quién la busca? -el tono fue impersonal, como el de quienrellena un impreso, pensó Cassy. Pero eso no la molestaba. Eramás fácil ser como él, impersonal. --Soy su hija. Cathleen Phelan. --Espera un momento. El muchacho atravesó el recibidor y subió las escaleras,mientras Cassy temblaba en la oscuridad del jardín. Olía atierra mojada y a hojas podridas, y la chica tenía la misma sensaciónque si la hubieran arrancado de Londres y la hubieran catapultado auna selva. Cuando vio pasar por la Albert Street un autobús conlas luces encendidas, le pareció que circulaba por otro mundo. Volvieron los pasos. Oyó cómo se descorrían dos pesadoscerrojos, uno encima de su cabeza y otro a la altura de sus pies.Chirriaron las bisagras, y la puerta se abrió hacia adentro, hacialas sombras. El chico era mayor de lo que Cassy había pensado: debía detener unos quince o dieciséis años; en aquella oscuridad era difícilverle la cara. Se apartó educadamente mientras Cassy entraba enel recibidor. --Goldie está arriba, -dijo señalando hacia las escaleras-.Puedes ir subiendo, no hace falta que me esperes, -cerró la puerta yvolvió a echar los cerrojos. ã(19) Cassy cruzó despacio el recibidor, todavía cargada con la maletay la bolsa. Estaba demasiado oscuro para ver gran cosa, pero la casaolía a moho como cualquier sótano. Cassy notaba con las plantasde los pies que las baldosas eran desiguales y estaban rotas, y alrozar la pared, sus dedos se cubrieron de yeso. Siempre que había visitado a Goldie la había encontrado en

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sitios como aquél: lugares con los suelos grasientos y los techoscubiertos de telarañas, donde las escaleras y los rincones olíaninvariablemente a humedad. Pero hasta entonces siempre había ido conNan. Y Nan siempre llegaba echando polvos desinfectantes, pasando elcepillo por todas partes y dispuesta a limpiarlo todo. Esta vez eradiferente. Subió las escaleras descansando en cada escalón y se dirigióhacia la luz que alumbraba tenuemente detrás de la barandilla.Provenía de una habitación situada a su derecha, al fondo de la casa. Cassy cargó con su pesada maleta durante un trecho más y llamósuavemente a la puerta. --¡Entra! Era la voz de Goldie, risueña y excitada. Cassyempujó la puerta hasta que se abrió, dio un paso y se detuvodesconcertada. Era como meterse en un bosque interminable, lleno deluciérnagas. La oscuridad estaba salpicada de pequeñas llamas que temblaban ydesaparecían a su alrededor, sin cambiar de lugar. Entre las llamasemergían unas flores oscuras y unos destellos de color que la cegabany la confundían. ¿Eran grandes o pequeños? ¿Estaban cerca o lejos? La habitación no tenía límites. A la izquierda y a la derecha,detrás, delante y hasta en el techo, las luces y las flores rodeabana Cassy y deformaban su percepción del espacio. Sobrecogida poresa impresión, agarró con fuerza el asa de la maleta y se quedótotalmente inmóvil mientras intentaba adivinar dónde terminaba lahabitación. ã(20) Tardó más de un minuto en conseguirlo. Poco a poco se dio cuentade que estaba viendo imágenes reflejadas. Las únicas luces verdaderaseran dos velas colocadas en sendas botellas en el centro de lahabitación. Sus llamas se reflejaban a izquierda y derecha, arriba yabajo en cientos de pequeños fragmentos de espejos. En todas las paredes y en el techo había pegados trozos deespejos. Algunos estaban coloreados, otros tenían grabados o dibujos,y también los había lisos. Unos estaban colocados en ángulo, mientrasque otros se hallaban en el mismo plano de la pared. En cada trozo,las llamas bailaban de manera diferente. Docenas de retazos de tela rodeaban los espejos, disimulando laspuntas afiladas y rellenando los huecos con sombras y penumbra. Conestos jirones oscuros se entremezclaban flores de tonos apagados, ysus hojas sombrías formaban una enredadera sobre un terciopelocubierto de polvo. De cuando en cuando se veían destellos metálicosque brillaban como ramas plateadas de abedules en un bosque de tejosy acebos. Detrás de las llamas, entre los tres troncos y en medio de lassombras, había unas siluetas humanas que se reflejaban y repetíaninfinitamente como las velas. Pero, al igual que éstas, sólo dos eranauténticas. Cassy se volvió lentamente hacia ellas. Goldie estaba sentada en un colchón que había en un rincón. Se

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hallaba inmóvil y tiesa como una muñeca en una caja de cristal.Llevaba un chal negro sobre los hombros, y su pelo rubio caía, suavey centelleante, sobre la tela de seda. Detrás de ella, sentado en elsuelo con las piernas cruzadas, había un hombre alto. Un desconocido. "Es un viejo", fue el primer pensamiento de Cassy. Noparecía un novio, sino un hombre de cincuenta años, o más, con lacara negra y llena de arrugas; tenía la barba canosa y era muydelgado. Estaba descalzo, y tenía los tobillos huesudos ã(21)y los pies grandes. Sus manos, muy largas, se movieron súbitamentecuando sonrió a través del espeso bosque de su bigote. --Hola, Caperucita Roja. Durante un instante, Cassy no pudo apartar los ojos de él.Tenía los labios finos y apretados alrededor de la oscura cueva de suboca, y su cuerpo estaba tan tenso como el de un animal acorralado enel momento en que se dispone a saltar. Estaba esperando una respuestaque Cassy no era capaz de darle. La muchacha dejó en el suelo la maleta y la bolsa y se quitóbruscamente la capucha de la cabeza. --Me llamo Cassy -contestó y, volviéndose hacia Goldie, añadió-: Hola mamá. Goldie lo celebró batiendo palmas. --¡Oh, Cassy! ¡Qué detalle! ¡Quería que vinieses a verme! ¿Tegusta mi precioso cuarto? --Es muy bonito, -contestó Cassy. Se acercó al colchón, ledio un beso firme y cariñoso y soportó el fuerte abrazo con quesiempre la recibía Goldie. Esta vez duró menos que de costumbre. Goldie mirónerviosamente por encima de ella en dirección a la puerta. --¿Dónde está la abuela Phelan? No la habrás dejado abajo,¿verdad? --No ha venido conmigo -Cassy intentó ignorar la sonrisa yel gesto de alivio con que Goldie se dejó caer de golpe entrelos cojines-. Pero te envía una carta, -abrió la cremallera delbolsillo de su falda y sacó el sobre. Goldie volvió a sonreír, pero no hizo ademán de coger el sobre.En cambio, el hombre que estaba junto a ella se inclinó haciaadelante y le arrancó a Cassy el sobre de la mano. --¡Esto no es para usted! -exclamó la niña. Pero él ya había abierto el sobre y estaba leyendo la carta a ladébil luz de las velas. Al llegar al final, emitió un gruñido y miróa Goldie con expresión de disgusto. ã(22) --¿Te trata siempre así? Goldie sonrió inocentemente. --¿Cómo? --Dándote órdenes. Se levantó de un salto y empezó a leer la carta en voz alta enun tono grotesco y chillón, sin dejar de apuntar hacia ella con eldedo. Por toda la habitación se veían cientos de dedos que señalaban

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a Goldie, exagerando la burla. --"¡Tienes que quedarte con Cassy hasta que yo vaya abuscarla! ¡Asegúrate de que come bien y de que tiene ropa limpia!¡Mándala de nuevo a casa en cuanto yo te escriba pidiéndotelo!" No teda ninguna explicación. No te manda dinero. Ni siquiera te lo pidepor favor o te da las gracias, -miró el papel, lo arrugó y lo tiró alrincón-. ¡Es increíble! ¡Sólo te dice lo que debes hacer! Goldie sonrió vagamente; Cassy, en cambio, tuvo lasensación de que la estaban reprendiendo. <Pero es que a Goldiehay que decirle lo que tiene que hacer. Si no, se quedaría sentada ydejaría que se amontonara la porquería a su alrededor>. Aquel hombredebería de saberlo si vivía con ella. Súbitamente, el hombre se volvió hacia Cassy y la mirófijamente con sus ojos oscuros y brillantes. --¿Qué significa todo esto? ¿Por qué te manda aquí? Cassy soportó su mirada sin inmutarse. --No lo sé -dijo. --¿No lo sabes? -el hombre alzó las cejas perplejo y levantó losbrazos hacia el cielo-. ¿Me estás diciendo que te has levantado estamañana y, ¡zas!, de repente te ha dicho que te fueras a casa deGoldie, así, sin más? --Exactamente. --¿Y no has preguntado por qué? --Eso no es asunto mío, -respondió secamente; en realidad queríadecir: "Eso no es asunto tuyo". Goldie bostezó. --No te enfades, Lyall, siempre pasa lo mismo. Cassyviene ã(23)durante algún tiempo y luego se va. Siempre ha sido así, desde queaprendió a andar y a hablar. ¿Qué más da? Me gusta tenerla conmigo. --Pero ¿nunca te has preguntado por qué viene aquí? -de repente, Lyall pareció tranquilizarse, y todo el ambiente se tranquilizócon él. --¿Por qué iba a hacerlo? -contestó Goldie sonriendo-.¿Acaso importa? Puede quedarse, ¿verdad? --¡Claro que puede quedarse! -replicó Lyall impaciente. Seasomó por la puerta y gritó-: ¡Robert! Se oyeron unos pasos que subían por la escalera, y apareció elchico en el hueco de la puerta. --¿Qué quieres? --Cassy se queda aquí. Lyall rodeó con el brazo los hombros de Cassy, que setambaleó ligeramente. Al apoyarse en él, sintió el relieve de suscostillas y el calor de su cuerpo, y se apartó automáticamente. --¿Qué te pasa? -preguntó Lyall mirándola fijamente-.¿Estás cansada? Aquélla era una buena excusa para escapar de la situación. --Me he pasado todo el día dando vueltas en busca de Goldie.

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--Entonces necesitas una buena cama, -dijo Lyall y,señalando a Robert con un gesto, añadió-: Ve a preparársela. --Ya lo he hecho, -contestó tranquilamente Robert-. Hepuesto sábanas limpias en el cuarto de abajo. --¡Muy bien! Entonces llévale la maleta. Robert cogió la maleta en una mano y la bolsa de comida en laotra y le hizo a Cassy un gesto para que le siguiera. Cruzaronla puerta del cuarto y se adentraron en la oscuridad de la escalera. Robert andaba con toda tranquilidad entre las sombras, peroCassy apenas podía ver y tenía que avanzar con mucho ã(24)cuidado. Cuando llegó al final de las escaleras, el chico ya estabadelante de la puerta del cuarto. Avanzó cautelosamente hasta donde élestaba, preparándose mentalmente para ver cosas más extrañas. Pero la habitación estaba casi vacía y era muy sencilla. Habíaalgunas mantas apiladas en el suelo desnudo y una chimenea vacía ypolvorienta en una de las paredes. Robert había tapado con unamanta el mirador, pero la parte de arriba se hallaba descubierta ypor ella penetraba en la habitación la débil claridad de la calle.Cassy apretó mecánicamente el interruptor de la luz. No ocurrió nada. --Estamos empezando a ocuparnos de la electricidad, -dijoRobert. Su tono no era de disculpa, sino de satisfacción-. Noquieren conectarnos a la red, pero Lyall sabe cómo hacerlo. Cassy sonrió e intentó que no se le notase su desaprobación,pero Robert no pareció darse cuenta. Dejó en el suelo la maletay la bolsa y siguió hablando con entusiasmo: --Cuando lo consigamos, será un sitio estupendo. Ya tenemos aguacorriente. Y abajo hay un baño que funciona más o menos. --¡Oh! -exclamó Cassy. Sabía de sobra cómo funcionabanesos baños. --La cocina no está muy organizada, pero hay mucha comida. Sitienes hambre, coge lo que te apetezca. --Ahora no, gracias, -pero al hablar de comida se acordó de labolsa que había llevado. "No se la enseñes a Goldie", le habíadicho Nan. Pero Robert era diferente. Cogió la bolsa y se laofreció-. Lleva esto a la cocina también. Es un poco de comida quemanda Nan como colaboración por mi estancia aquí. --Estupendo. Gracias. Robert cogió la bolsa, la abrió y miró en su interior. Duranteun segundo, Cassy entrevió zanahorias, alubias y jamón ã(25)en lata y, debajo de todo, algo suave y amarillo que no pudoidentificar: ¿plátanos tal vez? Nan no los habría puesto debajo delas conservas. --Muy bien, magnífico, -dijo Robert, y se puso la bolsadebajo del brazo-. ¿Necesitas alguna cosa más? Al ver que ella negaba con la cabeza, salió del cuarto, cruzó elrecibidor y fue a la cocina. Cansada, Cassy se quitó loszapatos y abrió la maleta para buscar las cosas que necesitaba más

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urgentemente. Bolsa de aseo. Pijama. Toalla. La fotografía que había colocado encima de todo se deslizó porel lateral de la maleta, pero la chica la cogió antes de que llegaseal suelo. Era mejor ponerla cuanto antes en la repisa de la chimeneapara que no se estropease. Estirándose, la colocó de manera que lasolemne mirada del muchacho estuviera enfocada hacia su improvisadacama. Pero era inútil: la pusiera como la pusiera, nunca conseguiríaque la mirada del niño se cruzara con la suya. Cuando Cassy se deslizó entre las sábanas e intentó acomodarsesobre el duro suelo, aquellos ojos seguían contemplando algo quequedaba más allá de ella. Y cuando cerró los párpados, la solemnemirada del niño la obsesionó durante toda la noche e hizo que, unavez dormida, tuviera extrañas visiones.

... la rodeaba un delicado olor a pino; debajo de sus pies, elsuelo se hundía un poco y estaba recubierto de agujas. Capa tras capatras capa. No había camino para atravesar el bosque. Se volvió lentamente ycontempló las interminables hileras de árboles. Las ramas más bajasle impedían andar y las más altas ocultaban la luz. El claro era áspero y estridente como un grito. Brillaba el cielo azul. Brillaba la hierba verde. Y a lo lejosbrillaba y refulgía una nota de color ã(26)amarillo. Con la cesta colgada del brazo, se dirigió hacia allí entrelas punzantes ramas. A ras de suelo crecían flores que se extendían sobre las oleadasde hojas verdes y rizadas. Capullos amarillos parecían desafiarla,resaltando contra la oscuridad de los pinos. Acónitos de invierno. Las miró fijamente, sabiendo, en el sueño, que tenían otronombre. Un significado que ella debía averiguar. Tenía el nombre enla punta de la lengua, pero se le escapaba y no lograba recordarlo. Se puso a coger las flores... ------------------------------------------------

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¤ III ------------------------------------------------

Entonces se despertó. Y lo hizo tan bruscamente que, durante unmomento, conservó el sueño en la mente y siguió percibiendo elpenetrante olor de las agujas de pino. Mientras el bosque se desvanecía lentamente, entreabrió los ojos

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y contempló el cuarto desnudo, con el papel de las paredes medioarrancado y la manta en el mirador. A la luz de la mañana, lahabitación ofrecía un aspecto inhóspito y sucio, y el aliento deCassy se elevaba formando frente a ella nubes de vapor. Se sentó en la cama y apartó las mantas. Cuando decidióincorporarse, se dio cuenta de que tenía un hambre terrible. Desdoblóel impermeable, que había utilizado como almohada durante la noche,se levantó y se lo puso. Necesitaba un buen desayuno. Abrió la puertay asomó la cabeza al pasillo. El piso de arriba estaba tranquilo, pero en la cocina parecíamoverse algo. Se notaba un fuerte y estimulante olor a comida.Cassy pasó por el recibidor y empujó la puerta. Por un momento creyó haberse equivocado de sitio. Estabapreparada para ver suciedad, pues las cocinas de Goldie seencontraban siempre descuidadas, pero no para ver escombros y basura.El recinto parecía arrasado por un psicópata. La mitad del suelo se hallaba cubierto de trozos de tarima,fragmentos de linóleo y tuberías retorcidas. Todos los ã(28)electrodomésticos de la cocina habían sido arrancados de su sitio yestaban apilados, con un fregadero roto encima. La puerta trasera se hallaba bloqueada. Alguien había clavado enel marco unos tablones gruesos, delante de los cuales se acumulabandocenas de bolsas de plástico y de cajas de cartón. Hasta el lugardonde se encontraba Cassy llegaban vaharadas de olor a colpodrida y carne rancia. Lo único que parecía encontrarse en buen estado era un grifo.Estaba colocado a un metro de altura y sujeto a una tubería nueva decobre que salía del suelo. Debajo había una palangana de plástico conropa sucia, sin duda para recoger el agua que goteaba. Cassy avanzó un poco y vio dónde cocinaban: en un hornillo deacampada que había en el suelo en uno de los rincones. Encima de élhabía una sartén negra con cuatro lonchas de beicon. Arrodilladojunto al hornillo, Robert daba vueltas al beicon con uncuchillo. --Hola, -dijo Cassy. Robert la miró. --Eres madrugadora, ¿no? Todo lo contrario que Goldie. Cassy hizo mentalmente una lista. Madrugadores: Robert Cornelius y Cathleen Phelan. No madrugadores: Susan Phelan y ¿Lyall Cornelius? --No tiene sentido quedarse en la cama, -dijo-, cuando hay cosasque hacer. ¿Puedo desayunar algo? Robert señaló las cuatro lonchas de beicon y contestó: --Tostaré un poco de pan. Dejó el cuchillo en el borde de la sartén y se acercó a la cajade cartón más próxima para coger el pan. Cassy hizo una muecaal ver que la comida estaba junto a la basura. Pero sabía lo quehabría hecho Nan en su lugar, y lo hizo. Cogió la bolsa de basura más cercana y preguntó:

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--¿Dónde puedo tirar esto? --Déjalo en la acera, -contestó Robert mientras intentabameter en la sartén varias rebanadas de pan-. Hoy pasan ã(29)los de la basura. Pero no te preocupes: pensaba hacerlo yo después dedesayunar. Cassy ignoró la última frase y se puso a sacar a la calle lasbolsas de basura. Cogió dos y las dejó en la acera, delante de lafurgoneta de <El vigilante de la luna>. Luego volvió a buscar lasdemás. Cuando el desayuno estuvo preparado, ya había hecho en laacera un pequeño montón con cuatro bolsas de plástico negro y doscajas sucias. Entró en la cocina limpiándose las manos. Robert estaba poniendo en un plato el beicon y el pan. La mirócon curiosidad y comentó: --Puede que seas pequeña, pero eres bastante fuerte. Goldie nunca hubiera sacado esas bolsas. No te pareces mucho a ella,

¿verdad? --¡Claro que no! -Cassy cogió el plato que le tendía y se sentóen el suelo-. Muchas gracias. Robert se encogió de hombros. --No es precisamente un banquete, pero mantendrá al lobo lejosde la puerta, -dijo. Pronunció las últimas palabras con cierto énfasis, como sicontara un chiste, pero era una broma que Cassy difícilmentepodía entender. La chica se preparó un buen bocadillo de pan y beicony miró hacía la cochambrosa tetera que había detrás de Robert. --¿Puedo tomar una tacita de té? -preguntó. --Claro, -cogió la tetera y le quitó la tapa. El agua salió delgrifo con tanta fuerza que el tubo se cimbreó. Robert dejó lasartén en el suelo y puso la tetera encima del hornillo. --Lo siento, -prosiguió-. No tenemos sillas. Sólo llevamos aquíun par de semanas y quedan muchas cosas por hacer. --¿Qué tipo de cosas? -preguntó Cassy. Por lo que habíapodido ver, se habían pasado el tiempo pegando pedacitos de espejo enlas paredes. ã(30) Robert dejó su bocadillo en el suelo y empezó a contar con losdedos. --El pavimento. Habían arrancado la mitad de las tablas para queno viniese nadie a vivir aquí. La primera vez que entramos, Lyall estuvo a punto de caerse al sótano. El techo. Estaba lleno degoteras. El agua corriente. Tuvimos que conectarla antes de venirporque Goldie quería un baño en condiciones. --¡No faltaba más! Robert hizo una mueca y prosiguió: --Cuando nos instalamos en la casa de Wandsworth, alguientapió el baño con hormigón. Teníamos tantas representacionespendientes que no pudimos abrirlo en dos semanas, -cogió otro trozo depan con beicon.

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Cassy hizo ademán de seguir comiendo, pero cambió de tema: --¿Representaciones? ¿De qué tipo? --En colegios, claro. Las representaciones de <El vigilante dela luna> -mirándola fijamente, Robert preguntó-: ¿No sabes aqué nos dedicamos? --Claro que no. Nunca había oído hablar de vosotros hasta quevine aquí. --Bueno... -Robert bajó la vista y masticó lentamenteantes de proseguir-. Lyall dirige talleres de actividades, deordinario en los colegios. Talleres de teatro, de literatura, defilosofía. Es difícil explicarte qué son exactamente, pero resultanfantásticos. --¿Y Goldie trabaja con él? -Cassy era incapaz deimaginarse a Goldie en un taller de filosofía. --A veces sí. Y yo también lo hago cuando me necesita. Aunque miprincipal ocupación es llevar los libros de contabilidad, el dinero ylos impuestos. --¿Tienes tiempo para hacerlo? ¿Y qué pasa con el colegio? ã(31) --Apenas voy al colegio, -dijo Robert sonriendo otra vez-.Sólo cuando me pescan. --Pero... --El colegio es una pérdida de tiempo. He llevado lacontabilidad y los negocios de <El vigilante de la luna> durantecerca de tres años. Y eso no te lo enseñan en el colegio. --Pero hay otras cosas... --Claro que hay otras cosas. ¿Sabes lo que he aprendido estandocon Lyall? -empezó a hacer otra enumeración con los dedos-. Lahistoria de Suramérica en detalle. Las expediciones polares, conmuchos datos científicos. Las selvas, tema que incluye ciencia ehistoria, economía y política internacional. Y el asunto sobre el queestoy trabajando ahora exige más conocimientos todavía. Cassy pestañeó al oír aquella avalancha de palabras, pero notuvo tiempo de replicar. --Me apuesto a que no sabes qué es un <ligahoo>. O cómollamaban los anglosajones al mes de enero. ¿Lo sabes? --Yo... --¿Qué araña tiende una emboscada a su presa en vez de tejer unared? ¿Qué tipo de polilla encontrarías en un granero? --Pero eso no es educación, -replicó Cassy-. Eso sondetalles sueltos. --¡Oh, no! ¡Nada de eso! -exclamó Robert triunfante-. Noson detalles sueltos: están todos relacionados con un solo tema. Se inclinó hacia ella, gesticulando con el bocadillo. --Al principio creí que era un tema muy limitado, pero enrealidad abarca millones de cosas. Cosas grandes, como la ecología,la historia o la naturaleza del miedo, pero también detalles tontos einsignificantes, -volvió a agitar su bocadillo en el aire buscando unejemplo-. Como los nombres vulgares de la orobanca, del licopodioverticilado o del acónito de invierno.

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ã(32) <Acónito de invierno>. En la mente de Cassy resonó algoque le impidió durante un instante oír la voz de Robert. Lachica intentaba localizar un recuerdo que se le escapaba una y otravez. Un recuerdo amenazador e inquietante. <Acónitos de invierno>... De repente no quiso oír lo que decía Robert. Para evadirsede la conversación, paseó la mirada por la cocina, hasta quedistinguió, apoyada en la pared, la vieja bolsa de la compra de Nan. --¿Puedo llevarme la bolsa? -interrumpió bruscamente-. ¿Está yavacía del todo? Robert parpadeó perplejo durante un instante. Su atención seguíacentrada en el licopodio verticilado y en la naturaleza del miedo.Pero se levantó y cruzó la cocina para coger la bolsa. --Está casi vacía, pero no sé qué es esa cosa amarilla que hayen el fondo. --¿Qué cosa? Creí que no había más que comida. Robert abrió la bolsa y le enseñó el contenido. Debajo de todohabía, torpemente envuelto en un periódico, un bulto sólido de... unamateria informe. Una de las esquinas del periódico se había soltado ydejaba ver el trozo amarillo y brillante que tanto le había llamadola atención a Cassy la noche anterior. La chica metió la mano en la bolsa, cogió el paquete y le quitóla envoltura. Lo que había dentro parecía plastilina o mazapán,aunque tenía un color más vivo. Lo tocó ligeramente con el dedo. Lasuperficie estaba un poco grasienta. --Creí que estaba ahí por error, -dijo Robert-. ¿Qué es? Cassy volvió a tocarlo, y la sustancia cedió ligeramente, comosi pudiera modelarse. --No lo sé -contestó lentamente-. No lo había visto hasta ahora. --Será de tu abuela, ¿no crees? ¿Querrá que se lo devolvamos opodemos tirarlo a la basura? ã(33) Cassy frunció el entrecejo. --Nan no suele guardar basura. Ella no es así. No, no sé cómo havenido esto a parar a la bolsa. --¿No puedes telefonearla y preguntárselo? --No tenemos teléfono; además, no debo molestar. En realidad quería decir: "No debo molestar a la señora Ramage".Pero, por alguna razón, no le salieron las palabras. Sentada enaquella sucia y fétida cocina destrozada, sintió de pronto un deseoirreprimible de hablar con Nan. Pasó lentamente el dedo por la suave superficie de aquel objeto.No había buscado una excusa para llamar a Nan. Había ocurrido porcasualidad. Seguro que su abuela lo entendería. --¿Dónde está la cabina más próxima? -preguntó de repente. --Sube por la calle principal y gira a la derecha. ¿Quieres quete acompañe? --No, gracias, me arreglaré sola. ¿Quieres que friegue mi plato? Robert negó con la cabeza y recogió los platos y la sartén conrapidez y eficiencia.

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--Estoy bastante acostumbrado a fregar. Lo hago casi siempre. Túvete a llamar por teléfono. Cassy metió la masa amarilla en la bolsa de Nan y la llevó a suhabitación. No tenía sentido perder más tiempo tratando de adivinarqué era. Dejó la bolsa en un rincón y empezó a vestirse todo lodeprisa que pudo, sorprendida de su propia impaciencia. Veinte minutos después estaba en la cabina telefónica marcandoel número de la señora Ramage. Mientras esperaba la contestación, sededicó a tamborilear el cristal con los dedos. Cuando oyó quedescolgaban, habló inmediatamente: --¿Señora Ramage? Soy Cassy, su vecina. --¿Cassy? -la señora Ramage era mayor y lenta, y necesitó ã(34)un rato para poner en orden sus ideas-. ¿Dónde estás, querida? --Estoy en una cabina, -no tenía sentido tratar de contarle todala historia-. ¿Le importaría...? ¿Podría usted avisar a Nan de miparte? Necesito hablar con ella. --Bueno, la verdad es que no la he visto por aquí desde hace undía o dos. --Por favor, señora Ramage. Volveré a llamar dentro de unosminutos, ¿de acuerdo? --De acuerdo, querida. Voy a buscarla. La señora Ramage colgó el teléfono, y Cassy se quedócontemplando el cielo gris a través del cristal. ¿Cuánto tiempo debíaesperar? ¿Cinco minutos? ¿Diez? La señora Ramage no andaba muydeprisa. Siete minutos después, volvió a meter dinero y marcó el número.Esta vez contestaron en cuanto sonó el primer timbrazo. --¿Nan? --¿Qué? -contestó la voz de la señora Ramage. --¡Oh! ¿Nan ha salido? --No, querida, está en casa. Pero me ha encargado que te digaque está muy ocupada. Te manda recuerdos. --¿No se va a poner? -durante un segundo, Cassy fueincapaz de comprender el significado de aquellas palabras. Ella nohabría molestado a la señora Ramage si no se hubiese tratado de algoimportante. Nan tendría que haberlo supuesto. Entonces,¿por qué...?-. ¿Es que está enferma? --¡Oh, no creo! Parecía estar bastante bien. --¿Y no quiere ponerse? -insistió Cassy. --Ya te lo he dicho, querida, -la voz de la señora Ramagereflejaba cierta impaciencia-. Me ha dicho que te dijera que no tepreocupes, que está perfectamente, pero que en este momento está unpoco liada. Que te manda recuerdos y que está esperando recibir tupostal. --¡Oh! ã(35) --¿Necesitas algo más? --No... No, -Cassy se repuso de la sorpresa-. Muchísimas graciaspor haber ido a buscarla. Siento haberla molestado.

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--No te preocupes, querida. Llama cuando quieras. Adiós. --Adiós. Con gesto cansado, Cassy volvió a colgar el auricular. Salió dela cabina y aspiró tres largas bocanadas de aire fresco. "El mundo notiene por qué darte explicaciones", le decía siempre Nan. Lo únicoque necesitaba era preguntarle qué era aquella sustancia amarilla. Ysi hubiera sido algo importante, Nan se habría puesto al aparato. Pero algo volvió a inquietarla mientras subía por la AlbertStreet, desafiando al viento con su rostro. Sólo cuando llegó a lapuerta de la casa se dio cuenta de qué era. Nan no debería haber estado en casa, a menos que no seencontrara bien. Era martes (aunque desde el lunes parecía haberpasado una eternidad) y, por tanto, tendría que haber estadotrabajando. En realidad, habría tenido que salir del piso a las seisde la mañana. ------------------------------------------------ ã(36)

¤ IV ------------------------------------------------

Dos cosas extrañas: la sustancia amarilla y Nan. Cassyseguía pensando en eso cuando llegó a casa. --¿Qué tal? -le preguntó Robert al abrirle la puerta. --¿Qué? -respondió Cassy con aire ausente-. ¡Oh!, bien, gracias. El muchacho se apartó para dejarle entrar. --¿Y qué es esa masa? ¿Algo importante? --Ella... Durante un momento, Cassy estuvo tentada de contarle lo quehabía sucedido. Y de pedirle su opinión. Pero ¿cómo iba a entenderlosin conocer a Nan? Él no sabía hasta qué punto era Nan seria yformal, y debía de estar acostumbrado a cosas mucho más extrañas: eralógico en un hijo de Lyall. --No, no es nada importante, -murmuró-. Pero te agradezco que nola tiraras a la basura. Le dedicó una sonrisa ausente y se metió en su dormitorio,cerrando la puerta tras de sí. Luego, abrió la maleta y encontró elpaquete de postales en blanco. Decididamente, era el momento deescribir una. Nan seguía creyendo que Goldie vivía en la casade Notting Hill y que Cassy estaba allí con ella. Encambio... Cassy miró la postal en blanco y sacudió la cabeza. ¿Cómo iba aescribir en tan poco espacio todo lo que quería decirle? Aunque sólollevaba un día fuera, podía llenar páginas y páginas. Sobre la formaen que encontró a Goldie. Sobre

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ã(37)la casa. Sobre Lyall y Robert. Pero todo eso tendría queesperar a la próxima postal, o a la siguiente. Esta vez tenía queconcentrarse en lo que era verdaderamente importante. Su nueva dirección. Nan solía decirle que no pusiera sudirección en las postales, que eso era desperdiciar espacio paraescribir. Pero esta vez era diferente, claro. Nan tenía que saber sunueva dirección; de lo contrario, no podría avisarla cuando quisieraque volviese a casa. Cassy procuró escribirla con letra grandey clara. El resto tuvo que apretarlo en el reducido espacio que quedabadebajo. Resultaba un poco chapucero, pero no encontró otra solución.

Estoy en una casa okupada. Goldie vive con un hombre quese llama Lyall y con su hijo Robert. Está trabajando(! ¡Ú. Esto no está mal. Un poco desordenado. ¿Qué hago con esa cosaamarilla que había en la bolsa de la comida? Espero verte pronto.Besos.

CASSY

Mientras escribía su nombre al final, oyó que alguien subía porla escalera. --¡Cassy! -Goldie abrió la puerta y miró a su alrededor-. ¡Oh,estás aquí! Date prisa o llegarás tarde. --¿Tarde para qué? --¡Para hacer las máscaras, claro! -Goldie danzaba por lahabitación-. ¡Me alegro tanto de que estés aquí! Me encanta que teunas a nosotros. Abrió los brazos para abrazarla, pero Cassy se escabulló. --¿Qué máscaras? ¿De qué estás hablando? Goldie retrocedió un poco y tropezó con la bolsa de Nan, quecayó al suelo. Inmediatamente cambió de tema. --¿Qué es esa masa amarilla, Cassy? ¿Es tuya? Cassy volvió a meterla en la bolsa, donde no quedara a la vista. ã(38) --¡Mamá! ¿Qué pasa con las máscaras? --¿Qué? ¡Ah, claro! -contestó Goldie sonriendo-. Tienesque venir a ayudarnos. Cassy dejó de intentar razonar con ella. --Iré dentro de un momento. En cuanto vuelva del buzón. --¡Oh, no! -Goldie puso mala cara-. El buzón más próximo está akilómetros de distancia. Y tenemos muchísimo trabajo. Era como discutir con un niño caprichoso. Cuando se le metía unaidea en la cabeza, Goldie nunca se rendía. Si Cassyhubiese salido a la calle, probablemente la habría seguido, tirándolede la manga. --Bueno, de acuerdo. Espera un segundo, -contestó Cassy, ymetió la postal en el bolsillo de su impermeable: así la tendría

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preparada para echarla al correo cuando volviese a salir. Luego cogióla bolsa y la puso con cuidado detrás de la maleta y de las mantasdobladas. El cuarto podía estar vacío, pero no desordenado. --¿No vienes? -gritó Goldie desde la puerta. --Ya estoy lista -Cassy la siguió, cerró la puerta y subiólas escaleras. Pensaba que los demás estarían en la habitación de los espejos,pero Goldie pasó por delante de la puerta abierta. Con la luzdel día, los espejos perdían toda su vida, y las telas que losrodeaban parecían harapos. No quedaba nada del bosque mágico del díaanterior. El dormitorio de enfrente era muy distinto. Era la habitaciónmás grande de la casa y ocupaba toda la parte delantera. Obviamente,alguien dormía en un rincón: junto a una pila de mantas dobladashabía en el suelo un saco de dormir. El saco estaba separado del resto de la habitación por una largafila de cajas de cartón. Cada una de ellas llevaba en un lado unaetiqueta decorada con el dibujo de las piernas que Cassy habíavisto en la furgoneta, y en el que aparecía la frase <El vigilante dela luna>. ã(39) De hecho, la mayor parte de la habitación se utilizaba comotaller. En uno de los rincones había un rollo de tela metálica juntoa una caja de herramientas. Cerca de él se alineaban debajo de laventana cuatro máscaras sin terminar. Estaban hechas de papel maché,con un armazón de tela metálica, pero era difícil saber quérepresentaban. El papel maché estaba aún sin pintar, y las letras queaparecían en él combinadas al azar confundían la mirada de Cassy y distorsionaban las formas. En el centro había una pila de periódicos. Sentados junto aella, Lyall y Robert cortaban las páginas en tiras y las metíanen un cubo. Cuando Goldie y Cassy entraron en el cuarto,Lyall se levantó de un salto y avanzó hacia ellas con los brazosabiertos. --¿Tenemos un nuevo recluta? ¿Vas a ayudarnos, Cassy? --Yo... -Cassy retrocedió como si temiese que Lyall fueraa engullirla-. ¿Qué queréis que haga? --Puedes ayudarnos a cortar el papel, -empezó a decir Robert, pero Lyall le interrumpió alzando una mano. --¡No está hecha para trabajos de esclavos! Queremos queparticipe, y sólo podrá participar cuando comprenda lo que hacemos.¡Lee lo que han escrito sobre nosotros, Cassy! Cassy hubiera preferido ponerse a romper periódicos conRobert, pero sonrió cortésmente y cogió el folleto que le tendía Lyall. Goldie estaba resplandeciente. --¡Es fantástico! ¡Vigilar la luna! ¡No hay nada en el mundo queme guste tanto! -extendió los brazos y se puso a girar como unapeonza por toda la habitación. Al fin se mareó, y Lyall tuvoque sujetarla. Cassy miró el folleto. En la portada se veía una fotografía de

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Lyall en chándal rojo. Estaba de pie junto a un árbol. Lafotografía se había tomado desde abajo, desde el nivel del suelo, deforma que las piernas y los pies resultaban enormes, y la cabezaparecía increíblemente pequeña y lejana. Daba la impresión de que seerguía hacia el cielo y se fundía ã(40)con las ramas y las nubes. La frase <El vigilante de la luna>,escrita con letras negras, formaba un arco por encima de lafotografía. En el interior, el folleto estaba lleno de fotografías máspequeñas y menos extrañas. Todas ellas mostraban a Lyallrodeado por diferentes grupos de chicos, aunque en algunas su caraaparecía pintada de manera exótica. Unas veces estaba disfrazado depayaso, otras de tigre, o de monstruo de mirada deslumbrante. Enalgunas eran los niños quienes llevaban disfraces, y Lyall elque miraba.

Ábrete nuevas perspectivas -<rezaba el pie de una fotografía>-.Un día con <El vigilante de la luna> hará que los niños actúen,escriban y piensen como nunca antes lo habían hecho.

Su patrimonio es el mundo entero. <El vigilante de la luna>combina la historia, la ciencia, la literatura y muchas otras cosasal descubrir las riquezas de Europa, la cultura del Caribe, lasabiduría de África y los misterios de Asia

<El vigilante de la luna> ha trabajado como actor, profesor,alfarero y músico. Sus increíbles talentos alcanzan su máximaexpresión en el trabajo que realiza en colegios, festivales, veladasliterarias y sesiones teatrales.

Para mayor información...

Cassy se fijó en la última fotografía, en la que aparecíanfrente a frente dos grupos de chicos. Uno de ellos estaba capitaneadopor Lyall, que llevaba en la mano una gran cruz de madera.Goldie, que dirigía el otro, portaba un disco dorado, con un halode rayos largos y ondulados, y Goldie parecía un ángelexterminador. ã(41) "Estaban actuando", pensó Cassy. "Tendría que habermeimaginado que Goldie no trabaja de verdad". Levantó la vista, y su mirada tropezó con los ojos de Lyall, que estaba de pie, totalmente inmóvil, y tenía una expresiónpenetrante y perspicaz. Cassy lo había catalogado como unpayaso que andaba dando tumbos por todas partes y se divertíajugando. Pero en su forma de observarla no había nada de payaso. Lachica se preguntó, incómoda, si se habrían reflejado en su cara los

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pensamientos. --El folleto es muy interesante, -se apresuró a decir mientras selo devolvía-. ¿En qué puedo colaborar? --¿Quieres ayudar a Robert a preparar el papel maché? Esla última capa, pero necesitamos mucho porque estamos haciendo cuatromáscaras. --Yo también ayudaré -dijo Goldie, y se sentó en el suelojunto a Robert-. Me gusta hacer papel maché, aunque se mepongan negros los dedos. --Y nadie rompe el papel en trozos tan pequeños como tú. Lyall se agachó para besarle la coronilla, y Cassy se diola vuelta. Cogió un fajo de periódicos y los rasgó hasta que quedaronconvertidos en tiras irregulares. --Así no, -le dijo Robert, y levantó su periódico paramostrarle cómo debía hacerlo-. Hay que guardar un cierto ritmo. Así,todos los trozos acaban teniendo un tamaño parecido. Fíjate enGoldie. Lo hace muy bien. Mejor que las máquinas. --Porque desconecta la mente mientras lo hace, -dijo Lyall,que en ese momento estaba agachado en un rincón, detrás de un rollode tela metálica, y sonrió por encima del hombro sin mirarla-. Se teda bien eso de desconectar la mente, ¿verdad, Goldie? Goldie le sacó la lengua. --Crees que soy estúpida, ¿no es así, Lyall Cornelius?Pero he sido yo quien ha ideado este nuevo espectáculo, ã(42)¿no? La idea es totalmente mía, y tú dijiste que es una ideamagnífica. Mejor que cualquiera de las tuyas. Y que las de Robert.

--Y así es, -admitió Lyall-. Es la mejor idea que hemostenido hasta ahora. No sé cómo ha podido salir de una cabeza tanhueca como la tuya. Goldie le miró ofendida y, al mismo tiempo, encantada. Le arrojólos periódicos a la cara y saltó hacia él. Se lanzó en picado por lahabitación y aterrizó encima de Lyall. Se puso a hacerlecosquillas y, riendo, lo abrazó con fuerza, hasta que Robertles llamó la atención. --¡Tened cuidado con las máscaras, idiotas! ¡Si las aplastáis,no estarán listas para el viernes! Cassy no sabía qué hacer ni hacia dónde mirar. ¿Cómo podíanhacer aquello? Goldie era una adulta, aunque algo rara, yLyall era muy mayor. Sin embargo, se comportaban como dos niñospequeños. Intentó ignorarlos, pero era imposible, pues Lyallgritaba "piedad, piedad" con todas sus fuerzas, y Goldie sereía histéricamente. Era una estupidez dejar que Goldie se comportara así.¿Acaso no se daba cuenta Lyall? "Goldie está bien si nadie laexcita", decía siempre Nan. "Cuando está tranquila, hace bastantebien lo que se le dice". Pero en aquel momento estaba completamentefuera de sí. Nadie conseguiría controlarla. Como si hubiese leído el pensamiento de Cassy, Robert se

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levantó, cruzó despacio la habitación, cogió a Goldie por elcuello del jersey y la separó de Lyall. --Vas a aplastar las máscaras, Goldie -le dijo en tonoamable y tranquilo-. Y luego lo lamentarás. Lyall se levantó, mientras que Goldie se quedó sentadasobre sus talones riendo débilmente. --Ríndete, -dijo-. Venga, ríndete, Lyall. --Me rindo, -contestó él solemnemente. --Di que soy muy inteligente. ã(43) --Soy muy inteligente, -dijo Lyall. Entonces, Goldieprotestó y le amenazó con el puño. Él sacudió la cabeza y corrigió-:No, no, quiero decir que tú eres muy inteligente, Goldie,cariño. --Y que es la mejor idea que hemos tenido nunca. Cassy no pudo seguir soportando tanta tontería. --¿En qué consiste esa brillante idea? -dijo-. Nadie me la haexplicado todavía. --¿Quieres decir... que no lo sabes? -exclamó Lyall, yextendió los brazos, exagerando su sorpresa-. Pensé que Robertya te habría puesto enferma de tanto repetirte esa palabra. --¿Qué palabra? -Cassy pensó que si tuviese que vivirmucho tiempo con Lyall, se volvería loca. --¡Qué palabra, dice! -Lyall se encogió de hombros congesto ampuloso mientras entornaba los ojos y miraba hacia el techo-.¡Como si no resonase por toda la casa durante el día entero! ¡Como si Robert no la murmurase mientras duerme y la escribiese con mielen sus cereales todas las mañanas. ¡Como si...! --Para el carro, Lyall -interrumpió Robert-. ¿No vesque no está acostumbrada a que la traten así? No es justo, -siguiórompiendo el periódico de forma pausada y mecánica, ajeno a todoaquel caos. Sin dejar de hacerlo, se volvió hacia Cassy yañadió-: Lo que hacemos son... lobos. <Lobos.... y acónitos de invierno>... --No hacemos lobos, -replicó Lyall impaciente-. Parece comosi estuvieses hablando en una clase de biología. Es Lobo, muchacho.Eso es lo que estamos haciendo, -se dio la vuelta y cogió una de lasmáscaras que había a su espalda. Era una extraña y tosca figura quetenía como un metro de longitud y caras de fotografías de periódicosrepartidas al azar por toda su superficie. Se la tendió a Cassy-. Mira, -dijo. Cassy lo observó detenidamente, pero sólo pudo ver algo ã(44)parecido a una salchicha gigante e hinchada, uno de cuyos extremosterminaba en una especie de máscara. --Los lobos no son como esto, -dijo. --¡Exactamente! -gritó Lyall sonriendo, como si acabase dedecir algo muy inteligente-. Los lobos no son como esto. Pero Lobo...-y volvió a sonreír, dejando su frase sin terminar. Cassy no sabía de qué hablaba, pero no quiso preguntárselo. De

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momento, ya había soportado bastante a Lyall. Agachó la cabezay se puso a rasgar el periódico, concentrándose en el tamaño de lastiras y olvidándose de todo lo demás.

Pero más tarde, mucho más tarde, recordó la conversación y nopudo quitársela de la cabeza. Al acostarse aquella noche, se preguntópor qué había estado tan segura. "Los lobos no son como esto". ¿Cómolo sabía? ¿Cuándo había tenido ella algo que ver con un lobo? Intentó formarse mentalmente una imagen, que enseguidadesaparecía en la oscuridad y se rompía en innumerables fragmentos.Una boca abierta y asesina. Largos colmillos amarillos. Orejaspuntiagudas, levantadas o echadas hacia atrás. Pero ¿cómo es un lobo? La pregunta la inquietaba tanto que se sentó en la cama y buscóla maleta. Quería coger un bolígrafo y una hoja de papel paraintentar dibujar el terrible animal. Pero su mano tocó la bolsa de la compra en vez de la maleta. Lavolcó en la oscuridad y cayó la sustancia amarilla, todavía envueltaen el periódico. Eso le serviría. De hecho, si conseguía modelarla, sería mejorque el papel maché. Empezó a trabajarla suavemente con los dedos,pellizcando, tirando y apretando. Necesitaba un cuerpo ancho y fuerte a la altura del pecho y másestrecho por detrás. Cuatro patas. Una cola. Y una ã(45)cabeza con orejas levantadas y vuelta hacia arriba, mirando la luna. Sus dedos se esforzaban y modelaban una y otra vez, intentandodarle a aquella figura que quería decir <lobo> la forma que respondíaexactamente a la idea que tenía en su mente. ¿Cómo debía ser? ¿Pesadoy aterrador? ¿Más ancho de aquí? ¿O quizá más esbelto, con un hocicolargo y delgado? Bastante antes de que la figura resultase de su agrado, se diola vuelta entre las mantas y se durmió.

... las flores amarillas del acónito yacían dispersas sobre loscuadros del mantel que cubría su canasta. Era un mantel rojo y blancoque trazaba colinas y valles ondulándose según la forma de losobjetos que tapaba. La suave joroba de la hogaza recién hecha. Lastapas circulares de los envases de natillas. El largo y suave cuellode la botella. Apoyó la espalda contra un árbol, con esa inmovilidad de lossueños que impide cualquier movimiento.

<¿Adónde vas? ¿Puedo enseñarte el camino?>

El susurro de aquella voz le acarició el oído; le resultabafamiliar, pero no lograba reconocerla. No podía volverse para verquién le había hablado. Tenía la mente en blanco y era incapaz dedefinir aquella cara. Pero sí reconoció el tono ronco de la voz, el

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cálido aliento y el lento e insinuante murmullo que seguía yseguía...

<¿Quieres que te enseñe la senda? Podrías jugar conmigo>... ------------------------------------------------

ã(46)

¤ V ------------------------------------------------

--¡No! -gritó Cassy-. ¡No! Se despertó inmediatamente, preguntándose por qué había hablado.¿Había habido alguna pregunta...? Pero el sueño se había desvanecido, dejándola con la carne degallina. No tenía sentido seguir pensando en ello. El mejor remediopara las pesadillas era levantarse y hacer algo. Se levantó rápidamente, cogió la manta de encima y la sacudiócon fuerza antes de doblarla. Algo cayó de la manta y aterrizó en elsuelo con un golpe suave, casi inaudible. Cassy se agachó pararecogerlo. Era la masa amarilla con que había intentado modelar la figurade un lobo. Ahora no tenía el menor aspecto lobuno. Sin duda la habíaaplastado mientras dormía, y ahora era un amasijo informe, casiirreconocible; una forma distorsionada, una especie de mapa de uncontinente desconocido. O... La hizo girar entre sus manos y buscó una comparación mejor,pero era incapaz de concentrarse. Parecía resonar en sus oídos la vozde Nan: "Levántate y ponte a hacer algo. No dejes pasar el tiempo sinhacer nada". Inmediatamente, aplastó la figura con las manos y la transformóen una pelota. Luego la dejó en la repisa de la chimenea, junto a lafotografía de su padre. Acto seguido se vistió, dobló las mantas ybajó al recibidor. Oyó a Robert moviéndose por la cocina. ¿Ya se había levantado yestaba haciendo algo? ¡Magnífico! Había muchísimas cosas que hacer ydos personas podían trabajar más ã(47)deprisa que una sola. Quizá podría convencerle para que la ayudase alimpiar la cocina aquella mañana. Esperaba que la tetera estuviera yapuesta al fuego. --¡Hola! -dijo alegremente al entrar en la cocina. Desde luego, la tetera estaba en el fuego, pero Robert nose hallaba en condiciones de ponerse a limpiar la cocina. La miródesde el centro de un mar de papeles. Tenía delante un archivadorabierto y, a su alrededor, pequeños montones de recortes de periódico

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y de hojas de papel cubiertas de una letra cuidadosa y apretada. --¿Qué estás haciendo? Cassy miró la pila de papeles más cercana y obtuvo la respuestaantes de que Robert pronunciara una sola palabra. Allí,observándola desde el suelo, había un lobo. Estaba alerta, envuelto en sombras de tonos verdosos; sus ojosclaros, ribeteados por una orla negra, le dirigían una mirada fría ycortante. La piel moteada se extendía formando un collar alrededordel triángulo que componían la cara y las orejas levantadas. Al piede la fotografía podía leerse:

2 4Explosión Demográfica de Lobos en España

Los lobos vuelven a Cantabria

Los campesinos de los Picos de Europa (los Alpes españoles) hantomado las armas para defenderse del súbito aumento del número delobos en la región.

--Lobos, -murmuró Cassy, mirando a su alrededor. Robert asintió. --Sé que está todo hecho un lío, pero es que estoy intentandoponer un poco de orden. El lunes que viene actuamos, y Lyallquiere probar esto. --¿Qué es lo que quiere probar? -preguntó Cassy-. ¿Cómovas a conseguir transformar esos trozos de papel en un espectáculoteatral? ã(48) Miró hacia abajo y observó más de cerca los pequeños montones.Había fotografías de lobos. Mapas y gráficos que mostraban cuántoslobos vivían en cada lugar en los diferentes períodos históricos. Unalarga lista de libros, la mayoría de ellos clasificados. Y un granpóster sobre el lenguaje de los lobos con docenas de caras queamenazaban, venteaban y aullaban. También había papeles sueltos, escritos a mano con gran esmero:

wolf (Ingl.) loup (Fr.) lupus (Lat.) lykos (Grieg.) lobo (Esp.) lobo (Port.)

Por bien que lo alimentes, el lobo siempre vuelve al monte(ruso). Antes pierde el lobo los dientes que los instintos (español).

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El lobo se alimenta con las patas (ruso). Mes del lobo - enero (anglosajón). Araña lobo - tiende emboscadas a sus presas en vez de tejer unared. Pie de lobo - licopodio. Espárrago de lobo - orobanca. Matalobos - acónito de invierno. Lobo de mar - marino experimentado.

Cassy levantó la vista y miró hacia el montón más desordenado detodos. Allí había revueltos y mezclados papeles de distintos tamaños,y daba la impresión de que cada uno era un dibujo diferente. Algunosestaban hechos a tinta, otros a lápiz y otros con bolígrafo. Cassy se agachó, cogió el que estaba encima de todos y trató deaveriguar qué pretendía representar. ã(49) En el centro del papel había una circunferencia negra de grantamaño, cuyo interior estaba coloreado en tonos también oscuros. Lacircunferencia se hallaba rodeada de formas triangulares, unasapuntando hacia fuera y otras hacia dentro. Los triángulos habíansido dibujados con tanta fuerza que, en un par de sitios, la plumahabía roto el papel. --Ése es el favorito de Lyall -comentó Robert. "Lo será", pensó Cassy, y sacudió la cabeza. --Debo de ser tonta, -dijo-. No entiendo qué representa. --Representa a Lobo, naturalmente. --¿A Lobo? -Cassy le miró para ver si bromeaba-. ¡Pero sino se parece nada a un lobo! --A un lobo no, -replicó Robert-. Tenemos muchasfotografías de lobos. Esto es algo completamente distinto. Lyall dice "Lobo" y entonces la gente dibuja la imagen que le viene a lamente. Goldie dibujó éste, con la mandíbula muy abierta y esaterrible dentadura. Lyall estaba absolutamente aterrorizado. --¡Oh! Así que éste lo dibujó Goldie, ¿no? Cassy lo dejó al pie del montón y se puso a buscar. Había unostreinta dibujos. Lobos corriendo, saltando o aullándole a la luna.Lobos con el hocico alargado como los de los dibujos animados, ylobos con patas largas, que más parecían caballos. Cogió el que másle gustó: un verdadero lobo, con cabeza, cuerpo, cola y cuatro patas.Estaba hecho a lápiz, y tan bien dibujado que casi se podía sentir supelaje. --Éste sí se parece a un lobo, -dijo mostrándoselo a Robertpara que lo viera. Él frunció el entrecejo. --No has captado la idea, -dijo. Sujetó con un clip los recortesque estaba ordenando y los dejó en el suelo-. Este dibujo lo hizoEarl, un amigo que vive en nuestra anterior casa de Wandsworth. Es pintor y ha hecho un montón de trabajos para <El vigilante dela luna>. Lyall, que esperaba con

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ã(50)ansiedad su dibujo de un lobo, se puso furioso cuando Earl leentregó éste. --¿Furioso? --Le dijo: "Te estás quedando conmigo, Earl. Has dibujadoun simple lobo de zoológico, no el lobo que tú llevas dentro". --¿Qué? -Cassy soltó una carcajada y volvió a dejar losdibujos en el suelo-. Eso no tiene sentido. Los lobos son lobos y laspersonas son personas. --No es tan simple -Robert tenía un aspecto tan serio ysolemne como si fuera a leer un discurso-. La idea que tenemos sobrelos lobos cambia de acuerdo con la idea que tenemos sobre nosotrosmismos. Tenemos una relación que dura ya miles de años, tal vezmillones. La fina columna de vapor que empezó a salir de la tetera lesirvió a Cassy de pretexto para levantarse. Caminó entre losdibujos de lobos y las frases sobre lobos, cogió la tetera y metió enella un par de bolsitas de té. --No entiendo ni palabra de lo que acabas de decir. --Bueno... Mira esto, por ejemplo, -dijo Robert tendiéndoleotra hoja de papel-. ¿Trata de lobos o de hombres? Cassy vio unas notas escritas con letra apretada.

Hombres Lobo

1. Francia: "loup garou". Caribe: "ligahoo" o"lagaho". 2. Europa. Edad Media en su mayor parte. Esp. Francia. La gentecree que son hombres que se transforman en lobos y matan a los demás. (¿Alucinaciones producidas por la ingestión de hongos o decenteno? ¿Vestigios de una religión totémica primitiva, -clan dellobo-¿Ú 3. H. lobo dan la vuelta a la piel para mostrar su interiorpeludo. O llevan cinturones de piel de lobo. O se transforman con laluna llena. ã(51) Algunos no pueden evitarlo. 4. Remedios: (a) robarles las ropas que tienen escondidas, (b)tirarles con balas de plata. N.B.: el cuerpo humano presenta lasmismas heridas que el del lobo. 5. La dentellada del h'lobo no puede abrirse, ni siquieradespués de su muerte. Hay que cortar la mandíbula y enterrarla conél.

--¿Hombres lobo? ¡Oh, por Dios! -Cassy cogió la tetera yechó un chorro de agua hirviendo en la jarra del té-. Tú quédate ahí

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sentado y sueña con historias de terror si quieres. Yo voy a limpiarla cocina. Despertaré a Goldie y le pediré que me ayude. --No creo que a Lyall le guste que... --No me importa lo que piense Lyall. No estoy dispuesta avivir como un cerdo. De pronto, Cassy cogió uno tras otro cuatro cartones deleche que estaban abiertos. Los olió, escogió el menos malo y buscótazas. Tras enjuagar las tazas con el agua caliente que quedaba, echóté en tres de ellas: una para Robert, otra para Goldie yotra para ella. --Toma, -le dijo-. Cuando despierte a Goldie, bajaré y mecomeré unas tostadas. Será mejor que te levantes y te pongas atrabajar en otra parte. A no ser que quieras ayudarnos. Robert cogió la taza que le ofrecía y, por toda respuesta, selimitó a darle las gracias. Cuando Cassy llegó a la puerta, yaestaba otra vez concentrado en sus papeles. "¡Qué estupidez! ¡Bonita manera de perder el tiempo mientras atu alrededor se cae todo en pedazos!", pensó Cassy mientrassubía las escaleras y llamaba a la puerta de la habitación de losespejos. Dos rápidos golpes. Y después, tras una pausa, otros dos paraasegurarse. En algún rincón de su mente, el ritmo de su llamada resonó ã(52)como una musiquilla conocida, pero no hizo caso. Ya había tenidodemasiadas distracciones en una sola mañana. Quería despertar aGoldie y empezar a trabajar. Pero en el interior de la habitación no se oía nada. Impaciente, Cassy volvió a llamar, susurrando: --¿Mamá? Oyó un crujido, el ruido que hace uno al sentarse en la cama. Yluego la voz ronca de Lyall. --¿Qué pasa, Goldie? Se oyeron pasos en el suelo. Unos pasos rápidos avanzaron por latarima desnuda, y Lyall abrió la puerta de golpe. Estaba encalzoncillos e, inmenso y moreno, le gritó a Cassy: --¿Qué demonios pasa? Cassy retrocedió un poco. --Le traigo a Goldie una taza de té --¡Una taza de té! ¿Qué le has hecho? Lyall señaló hacia la esquina de la habitación. Goldieestaba sentada en el colchón y miraba hacia la puerta con ojosdesorbitados. A su alrededor, los espejos sucios reflejaban la imagende su camisón de seda deslizándose por un hombro y su pelo suelto yenredado. Rígida, parecía haber sufrido un fuerte choque. --¡Goldie! -dijo Cassy-. ¡Mamá! Goldie pestañeó, miró a su alrededor y volvió a pestañear. --¿Eres tú, Cassy? -movió lentamente la cabeza de un lado aotro-. Pero yo he oído... he creído que... Lyall cruzó rápidamente la habitación y le puso una mano en la

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cabeza. --Ha sido una simple pesadilla, ¿de acuerdo? Porque Cassyte ha despertado de repente. --¡No ha sido una pesadilla! -protestó Goldie en tonoinfantil mientras decía que no con la cabeza-. Ni siquiera estabadormida. Estaba echada aquí, contemplando el reflejo del sol en losespejos. Y entonces he oído... -bajó la vista y miró sus manos, quese aferraban a las sábanas. ã(53) --¿Qué has oído? -preguntó Lyall. Y, en tono firme,añadió-: ¿A quién has oído? Goldie murmuró la respuesta en un tono tan bajo que Cassyapenas pudo entender lo que decía. --Era Mick. He oído a Mick llamar a la puerta deldormitorio. Cassy contuvo la respiración. El mero hecho de oír aquel nombrepronunciado en voz alta era como recibir un puñetazo en el estómago. Mick Phelan. Sin dejarle tiempo para recuperarse, Lyallse puso a dar vueltas a su alrededor gritando: --¿Qué pretendías? ¿Acaso era una broma? --¡Claro que no! -contestó Cassy con cierta brusquedad-.No he hecho otra cosa que llamar. He creído que debía levantarse yayudarme a limpiar la cocina. Me parece que ya es hora de quealguien... --¿Cómo has llamado? --Oh... No lo sé -frunció el entrecejo, dudó y a continuacióngolpeó dos veces la puerta que tenía detrás-. Creo que así. Y luegootra vez, para asegurarme de que me había oído. Repitió la llamada para hacer una demostración, y Goldiese inclinó hacia adelante y dio un puñetazo en el colchón. --¿Ves? Te he dicho que no estaba soñando. Ésa es precisamentela forma en que llama Mick. Su contraseña. Lyall miró a Cassy y abrió la boca, pero ella leinterrumpió antes de que pudiese decir nada: --Eso no tiene nada que ver conmigo. No le he visto nunca... Nohe vuelto a verlo desde que era muy pequeña. Y Nan nunca habla de él.¿Cómo iba a saber que llamaba de una forma concreta? Durante un segundo, el ritmo de la llamada volvió a resonardentro de su cerebro, pero no pudo identificarlo. En cuanto trató deevocarlo, el inquietante recuerdo se desvaneció. Cassy leofreció a Goldie la taza de té. ã(54) --¿Quieres tomártelo o prefieres que me lo lleve? Lyall se lo quitó de las manos. --Deberías bebértelo, Goldie. Has sufrido un fuerte choqueemocional, creo. Te ayudará a calmarte. Vamos... Cassy se dio media vuelta, los dejó y se dirigió hacia laescalera. Pero Lyall corrió tras de ella y la rodeó con unbrazo. --Oye, -murmuró-. Siento haberte gritado. Tenía que haberme

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imaginado que era una fantasía de Goldie. Siempre hace lomismo. Cassy se escabulló de su brazo. --¿Qué es lo que hace siempre? -preguntó. --Cree que le oye. O que le ve, o que huele su loción paradespués del afeitado, o... -se inclinó sobre la barandilla, con losojos cerrados y la boca apretada-. ¿Por qué no puedo acostumbrarme? Cassy sintió deseos de salir corriendo antes de que él pudieradecir algo más, pero se obligó a sí misma a contestar alegremente,como si no le hubiese visto la cara: --¿Como el chico que grita "el lobo"? Lyall abrió inmediatamente los ojos y esbozó una sonrisa. --Espero que no, -dijo-. Ya sabes cómo termina esa historia. --Quieres decir que... --Quiero decir que el verdadero lobo siempre termina por llegar. Ahora, Lyall tenía una cara realmente divertida que, durante unsegundo, le gustó un poco a Cassy. Pero antes de que la chicapudiese decir nada, Goldie le llamó desde la habitación de losespejos, y él se dio la vuelta inmediatamente y corrió a su lado. --¡Qué lío! -musitó Cassy, y bajó las escaleras paraponerse a limpiar la cocina. Las últimas palabras sonabandesconcertantes en su mente. <El lobo de verdad siempre termina por llegar>... ------------------------------------------------ ã(55)

¤ VI ------------------------------------------------

El trabajo le dejó la mente vacía. Durante el resto de la mañanaestuvo demasiado ocupada para pensar en lobos. O en Nan, o enextrañas sustancias amarillas. Sólo tuvo tiempo para las maderasastilladas y para el suelo sucio y roto. A la hora de comer, ya había hecho la mitad del trabajo. Ellasola había sacado de la casa todas las cosas rotas y las habíallevado hasta el fondo del jardín. Al principio se sintió molestaporque nadie se ofreció a ayudarla, pero después fue cogiendo elritmo del trabajo y disfrutó con lo que hacía: arreglar el desorden,limpiar las cosas y ponerlas en su sitio. Luego, Lyall le gritó: --¿Qué estás haciendo ahora? Fue como un trueno. Asomado a la ventana del dormitorio de laparte trasera, gritaba con expresión de rabia. Cassy dejó caerla madera que llevaba y retrocedió un par de pasos. Le temblaban lasmanos, pero no pensaba dejarse atemorizar. Le devolvió el grito, conmás fuerza todavía.

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--Estoy limpiando la cocina. No me gusta vivir en una pocilga.Estoy reuniendo aquí toda la basura, y ahora voy a hacer una fogata. Lyall la miró aún más furioso. --¿Quieres que se enfaden nuestros vecinos? Si haces un fuego deese tamaño, telefonearán al alcalde uno tras otro. --Pero... --En esta zona no se puede encender fuego. Y nosotros hemos deser sociables y buenos vecinos, cabeza de chorlito. ã(56) --Pero no podemos vivir... --No seas tan puñeteramente entrometida. Vamos, entra. Lyall cerró la ventana con tanta fuerza que tembló el cristal. Cassy tembló también de rabia y frustración, y de algo muyparecido al miedo. ¿Por qué Lyall tenía que hacer todo contanta energía y vehemencia? ¿Por qué no podía...? Cassy no sabía qué era lo que Lyall quería que hiciese,pero sabía que no debía seguir limpiando. Gritaría otra vez yacabarían peleándose. Tenía que salir de allí. Irse a dar un paseo oalgo parecido. Cruzó el jardín corriendo y bajó por el sendero, hasta llegar acaer directamente en los brazos de Goldie. Goldie estaba bailando en la acera, arreglada para salir;llevaba una bufanda de color esmeralda encima del abrigo y unsombrerito verde en la cabeza-. Cuando vio a Cassy aparecer enla calle, gorjeó de alegría. --¡Oooooh, magnífico! ¡Puedes venir con nosotros! -cogió aCassy por el brazo y gritó a pleno pulmón-: ¡Lyall, Lyall!Coge el abrigo de Cassy. Se viene con nosotros. --No, déjalo, -murmuró Cassy-. Deja que me vaya, -intentólibrarse, pero Goldie se rió y la asió también del otro brazo. --No seas tonta, Cassy. Te lo pasarás bien. Llevamosbocadillos para almorzar, y Lyall tiene una cita, y... --¡Suéltame! -gritó Cassy. Pero no podía irse sin pelearsecon Goldie, y eso no era posible. Estaban en un sitio público,en mitad de la calle. Además, era demasiado tarde. Lyall llegaba con una bolsade viaje en una mano y el impermeable de Cassy en la otra.Metió ambas cosas en la parte trasera de la furgoneta de <Elvigilante de la luna> y le abrió a Cassy la puerta delanteracon una sonrisa irónica. Como si no hubiese estado chillándole unminuto antes. --Creo que podrás apretujarte en el centro. Earl lo hace yabulta el doble que tú. ã(57) --Pero yo no... Era inútil decir nada. Diez segundos más tarde, sin saber muybien cómo, se encontraba estrujada en el asiento delantero de lafurgoneta, con Lyall a un lado y Goldie al otro. Se apretó contra Goldie todo lo que pudo, tratando dealejarse de Lyall.

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--¿Adónde vamos? --¡Al zoo! -exclamó Goldie, aplaudiendo con las manosdebajo de la barbilla. --¿Al zoo? Cassy estaba tan sorprendida que echó una rápida mirada aLyall, para ver si había alguna posibilidad de que fuera verdad.Él le respondió con una mueca, sabiendo de sobra hasta qué punto sesentía molesta e incómoda. --Sí, al zoo, -contestó-. A investigar. --¡Oh! ¡Lobos! Lyall le dedicó otra mueca, como si ella le hiciera muchagracia. Acto seguido dio un volantazo al tomar una curva, y Cassy cayó hacia la derecha y tuvo que apoyarse en su hombro. Inmediatamente se agarró a Goldie para incorporarse y sesentó otra vez en su sitio, con los ojos fijos en la carretera.

No podía creer que fueran realmente a investigar. Investigar erauna cosa muy seria, y seguramente iban sólo de excursión como losdemás. Pero al llegar se dio cuenta de que estaba equivocada. Lyall pasó por delante de la puerta principal y giró hasta darcon una entrada lateral que estaba bloqueada por una barrera. Cuandosalió a hablar con el guardián, Goldie le susurró a Cassy:

--Siempre es muy organizado. Cassy la miró, indignada, pero no contestó. ã(58) Un momento después estaban dentro. La barrera se levantó, yLyall condujo hasta el patio trasero, donde aparcó la furgoneta. Acontinuación cogió el impermeable de Cassy. --Lo necesitarás, -dijo-. Ahí fuera hace bastante viento. --Gracias, -contestó Cassy malhumorada. Salió del coche, sepuso el impermeable y se ató bien el cinturón. Mientras se preparaba, los otros dos se pusieron en marcha.Lyall atravesaba el patio en dirección al zoo, mientras Goldie daba saltitos detrás de él. "Si me quedara aquí, ni siquiera seenterarían", pensó Cassy. Pero no sabía cuánto tiempo iban atardar, y no tenía ningún interés en esperarlos sentada en lafurgoneta. Empezó a seguirlos por el recinto, procurando siempreestar unos diez metros detrás de ellos. De repente, al doblar una esquina, advirtió que se habíandetenido. Estaban parados cerca de unas verjas de poca altura ymiraban hacia el interior de un recinto que se extendía a un lado delzoo. En medio de una árida extensión de piedra oscura se elevaba unaltillo rodeado por árboles pelados. Y en la cima de aquel altillo se

vislumbraban cuatro siluetas con las orejas erguidas. Los lobos. El cerebro de Cassy reaccionaba muy lentamente. La nocheanterior había intentado reproducir esa imagen en su mente, modelarla

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con sus manos. Describir el sutil e indefinible color de aquellaspieles y la elegante forma de aquellas caras afiladas. Ya no teníaque esforzarse más. Los lobos estaban allí y sabía que no existíanada que se les pudiese comparar. Eran ellos mismos. Mientras los miraba, se acercaron otros dos desde la parte máslejana del cercado. Llegaron moviéndose ágilmente sobre sus grandesgarras de color claro. Estaban alerta, pero sus ojos rasgadosvigilaban a los otros lobos, no a la gente de detrás de las verjas.El bosque fantasmagórico en que vivían era de su propiedad y estabasometido a sus propias reglas. Lyall le hizo a Cassy una seña para que se acercara. ã(59) --Ven y habla con Goldie -le dijo-. He quedado con unapersona. Cuando desapareció detrás de la esquina, Cassy empezó adeslizarse a lo largo de la verja. Pero Goldie no parecía darsecuenta de su presencia. Observaba a los lobos con los ojos muyabiertos y sin parpadear. En aquel momento estaban todos de pie,paseando lentamente de un lado a otro del cercado, y todos susmovimientos parecían hipnotizarla. Goldie y los lobos. Cassy recordó de pronto algo que la había sorprendido mucho eldía anterior. Tocando el brazo de Goldie para llamar suatención, le preguntó: --¿Qué te hizo pensar en los lobos para el espectáculo de <Elvigilante de la luna>? --¿Qué? -Goldie se volvió, desconcertada. --Dijiste que fuiste tú quien tuvo la idea para el nuevoespectáculo de Lyall. Pero ¿qué te hizo pensar en los lobos? --Yo... Se me ocurrió sin más. Goldie miró nerviosamente a su alrededor mientras Cassy laobservaba fijamente. Lobos... lobos... Algo daba vueltas en elcerebro de la chica, que esta vez estaba resuelta a averiguar quéera. Tenía que decírselo Goldie. --No puedes haber imaginado todo por tu cuenta, -le dijo-. Tú nosabes nada sobre los lobos, ¿verdad? Goldie levantó la cabeza. --Ya sé que crees que soy estúpida. Tú y la abuela Phelanestáis convencidas de que soy idiota. Pero no lo soy. Sé muchas máscosas que tú. ¡Mira! Señaló de repente hacia el altillo rodeado de árbolesfantasmagóricos. Uno de los lobos estaba en la cima, con el rabolevantado y la cabeza dirigida hacia el cielo. --¿Lo ves? -dijo solemnemente-. Es el jefe de los lobos y lesestá mostrando a los demás quién manda. Así es como hablan los lobosentre sí. Mediante la forma de colocarse y de llevar la cabeza y lacola. ã(60) --Eso te lo ha contado alguien, -respondió Cassylentamente-. ¿Te lo dijo Lyall?

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--¿Lyall? Él no sabe nada de lobos. Sólo sabe lo que ha leído enlos libros. Nunca se ha pasado días y días mirándolos como Micky yo... Goldie se interrumpió bruscamente, tapándose la boca con lapalma de la mano. --¿Mick? -inquirió Cassy. El nombre sonó raro en su boca, y probablemente nunca lo habíapronunciado en voz alta. Desde que era pequeña, sabía que estabaprohibido pronunciarlo. "No hablemos de él ahora, Cassy. Y novayas a preguntárselo a tu madre. Ella sabe que no debe decírtelo. Yahabrá tiempo de hacerlo cuando crezcas". Pero, adulta o no, el tabú acababa de romperse. El nombre quedósuspendido en el aire entre las dos. Cassy volvió a repetirlo yescuchó su propia voz: --Mick, -y preguntó-: ¿Le gustaban a él los lobos? --¡No se lo cuentes a Lyall! -Goldie la cogió del brazo-.Se enfadaría muchísimo. Ya has visto cómo se ha puesto esta mañanacuando has llamado igual que Mick. --Por supuesto que no se lo diré -respondió Cassyofendida-. ¿Para qué arriesgarnos? ¿Y cómo se te ocurrió elegir loslobos? Goldie bajó la mirada. --Porque... porque es como... -de pronto le cogió otra vez elbrazo a Cassy y lo apretó con fuerza-. ¿No lo recuerdas? ¿Norecuerdas haber venido aquí en tu sillita para mirar a los lobos?Justo antes de que la abuela Phelan se ocupase de ti. CuandoMick... se fue --No, -la voz de Cassy sonó fría-. No recuerdo nadaanterior a mi vida con Nan. --Veníamos aquí casi todas las semanas, -dijo Goldie entono soñador-. Simplemente veníamos aquí y los contemplábamos. Erasmuy bonita, y te encantaba ver a los lobos. ã(61)Aunque no tanto como a Mick. Él los miraba y ellos le miraban aél. Durante horas y horas... --Suena muy emocionante, -comentó secamente Cassy. --Pero él es así. Nunca se rinde. Nunca se va mientras noconsigue lo que quiere -Goldie sacudió la cabeza, y elsombrerito de color esmeralda se movió desafiante-. Más tarde...,cuando todos se volvieron contra él..., yo lo entendí. Era como unlobo en lucha por su propio territorio. --¿Qué territorio? Por Dios... -Cassy agarró con fuerzalos barrotes de la verja-. ¿Qué ocurrió? Goldie echó la cabeza hacia atrás, y el sol de invierno sereflejó en sus cabellos. --Y la forma en que se ha arreglado para que no le capturen entodos estos años. Ni siquiera los de la Brigada Especial. Eso tambiénes propio de un lobo. Uno de esos lobos solitarios de los que hablabasiempre. El Lobo Custer, o el Errante, o los Tres Dedos delDiablo.

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--¿Pero por qué no me lo contaste nunca? -el corazón de Cassy latía con fuerza, y todos los años de silencio formaban un nudo ensu garganta. "Hay cosas que los niños no pueden comprender", le decíasiempre Nan. "No remuevas problemas que no te conmuevan a ti". Aunquellevaba toda la vida esperando una respuesta, durante un instante nofue capaz de formular sus preguntas. Y luego fue demasiado tarde. Cuando aún seguía sin poderarticular palabra, Goldie se volvió hacia ella y, con un dedoen los labios, le dijo: --¡Sssh! ¡Ahí vuelve! Una voz desconocida de mujer hablaba desde algún sitio quequedaba fuera de su vista. --... y se les da de comer tres veces por semana. Al momento siguiente, Lyall y la mujer emergieron de unrecodo hablando animadamente. Al pasar junto a Goldie y a Cassy,Lyall sonrió, pero no dijo nada. Estaba demasiado ocupadoescuchando a la vigilante. ã(62) --... tres trozos de carne de diez kilos cada uno, -decía lavigilante, que luego añadió-: Más un suplemento de aceite de hígadode bacalao y de harina de huesos... Mientras hablaba, cogió el manojo de llaves que llevaba colgadodel cinturón. Al llegar al final de la verja, se inclinó y abrió lapuerta que daba al recinto. --¡Oh! ¡Lyall tiene que estar encantado! -exclamó Goldieaplaudiendo con la alegría y la ingenuidad de quien no tiene ningúnsecreto-. Esperaba que le dejaran hacerlo. --¿Esperaba que le dejaran entrar? -Cassy observó queLyall y la vigilante se adentraban en el cercado-. ¿No habrápeligro? --Claro que no hay peligro, -contestó Goldie como un niñoque recita una lección-. Los lobos no son feroces y terribles. Sonvalientes e inteligentes y se organizan en grupos. Esta vez Cassy no preguntó quién le había dicho aquello. Diomedia vuelta y vio como Lyall y la vigilante cruzaban unasegunda puerta y la cerraban tras de sí. Al oír el ruido, todos los lobos miraron hacia la puerta.Siguieron andando despacio, con pasos regulares, a lo largo de laverja y observaron cómo Lyall y la vigilante se acercaban alaltillo. Tan pronto como los dos se separaron de la verja, tres lobos secolocaron a su espalda cubriendo el camino de vuelta a la puerta.Avanzaban y retrocedían, y olfateaban el rastro en el suelo,entrecruzándose una y otra vez. Cassy se agarró con más fuerza a los barrotes. "Si hubiera algúnpeligro, no le habrían dejado entrar", pensó. Además, Lyall noestaba preocupado. Goldie no estaba preocupada. La vigilante noestaba preocupada. Pero... No podía quitarse de la cabeza unas imágenes: unas siluetasgrises que se movían como el pez en el agua entre los árboles

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oscuros... Garras incansables que pasaban una y otra vez por encimade la nieve... Ojos amarillos que brillaban detrás de una fogata decampamento... ã(63) Lyall y la vigilante estaban enteramente rodeados por los lobos.Seis afiladas caras de lobo vigilaban todos los movimientos. Seiscuerpos de lobo se movían constantemente manteniendo la distancia yla forma de su círculo. Como si planeasen hacer algo. La voz de larazón le decía a Cassy que no había nada que temer, pero lamuchacha no podía acallar otra voz primitiva que gritaba dentro de sucabeza: "¡Peligro! ¡Peligro!". --Mick se moriría de envidia si pudiese ver esto, -le susurróGoldie al oído-. Siempre quiso entrar ahí dentro. Cassy tragó saliva y se dio la vuelta, con las manos metidashasta el fondo de los bolsillos de su impermeable. Los dedos de sumano izquierda tocaron algo que tenía un borde cuadrado, pero sumente estaba llena de lobos. Lobos y padres y muchachos con expresiónsolemne que nunca te miran a los ojos. Tardó un rato en darse cuentade qué era lo que había encontrado. Luego, lo sacó y frunció elentrecejo.

Estoy en una casa okupada. Goldie vive con un hombre quese llama Lyall y con su hijo Robert...

Había olvidado echar la postal al buzón, y el mensaje ya sehabía quedado viejo. Ahora tendría que decir algo diferente, algo asícomo:

Estamos en el zoo. El novio de Goldie está en un cercadolleno de lobos, y Goldie no para de hablar de lobos. Y de mipadre. Yo no sabía que le gustaban los lobos. Tú nunca me has dichonada sobre él. Y ya va siendo hora de que lo hagas.

Por un momento estuvo a punto de sonreír. ¿Qué cara pondría Nansi recibiese una postal así? ¿Se enfadaría? ¿Se quedaría atónita?Seguramente no la contestaría. Cassy volvió a mirar la postal que tenía en la mano. Al menosllevaba la dirección correcta. No había ningún buzón a la vista, y nosabía dónde podía haber alguno, pero no estaba ã(64)dispuesta a olvidarse otra vez de mandarla. Se ocuparía de enviarlaantes de acostarse. Era un aviso que quería decir: "Estoy aquí. Ven abuscarme".

"Mañana, Nan ya sabrá dónde estoy", pensó al meterse en la cama.El pensamiento de que la postal estaba ya de camino tendría que haber

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resultado reconfortante, pero se durmió sin poder desechar otra idea. <Estoy aquí>... <Ven a buscarme>... Algo no iba bien, pero no sabía qué podía ser.

... fue un sueño sin imágenes visuales. Percibió todo a travésde los otros sentidos.

La rodeaba la dulce frescura de los pinos, pero por debajo,medio oculto y confuso, había un olor más salvaje. Fuerte y animal.

Su mano derecha asió con energía el asa de la cesta y percibiósu suavidad familiar. Pero la palma de su mano izquierda palpaba unamata de pelo áspero, extraño y fuerte. Era tan espeso que no podíameter los dedos en él.

Esas cosas estaban muy cerca. Intensamente reales. La voz eramucho más tenue. La oía lejana e indiscernible. Notaba que el tonosubía y bajaba, pero no entendía ni una sola palabra. Como estaba soñando, sabía que se trataba de su propia voz. Yque le indicaba el camino... ------------------------------------------------

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¤ VII ------------------------------------------------

¡Estúpida! ¡Idiota! Habrías tenido que Saberlo... Ahora haypeligro, peligro... Tenía que buscar una solución, pero no sabía qué había hecho...y probablemente era ya demasiado tarde. Peligro, peligro, Peligro...

¡Dios santo! Cassy se despertó y trató de arrancar de su mente aquel sueño.¿Qué le estaba ocurriendo? Nunca soñaba. Nunca, nunca. Pero, sentadaen la cama y con el corazón latiéndole desesperadamente, recordó quehabía soñado todas las noches que había pasado en aquella casa. Su mente escarbó en busca de una explicación. A lo mejor sedebía a que el suelo era muy duro. Quizá necesitase un colchón. Algo oscuro y descorazonador se reía burlonamente en su cabeza.Algo que no tenía nada que ver con suelos ni con colchones. Siluetas

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grises que se movían como pez en el agua entre los árboles oscuros...Garras incansables que pasaban una y otra vez por encima de lanieve... Ojos amarillos que brillaban detrás de una fogata decampamento... Lobos. Le dio un vuelco el estómago; se incorporó bruscamente ã(66)y sacudió la cabeza intentando despejarse. "Tiene que haber algunarelación en alguna parte", pensó. "El peligro, el miedo a loslobos... ¡Si pudiera poner en funcionamiento mi cerebro!" Pero el sueño se había desvanecido y ya no estaba a su alcance.Echó las mantas a un lado y se levantó. Quizá el trabajo le quitaselas telarañas de la mente. ¿Tendría tiempo para acabar la limpieza dela cocina? Miró su reloj, parpadeó... y se quedó estupefacta. ¿Las once en punto? ¿Cómo era posible que no se hubiera despertado hasta las once?Tenía que haberse estropeado el reloj. Pero no parecía estar parado.El segundero se movía al ritmo de siempre. Y cuando levantó la cabezapara mirar hacia la ventana, se dio cuenta de que la luz que llegabadesde detrás de la manta era fuerte y brillante. Se vistió con toda la rapidez que pudo. Le temblaban las manos ytenía el estómago revuelto, pero decidió no darle importancia. "Denada sirve lamentar los errores de la noche anterior", le decíasiempre Nan. "Sólo puedes empezar desde el punto en el que teencuentras". Y eran ya las once de la mañana y aún no había hechonada. A las once y diez, ya lavada y vestida, estaba increíblementehambrienta. Empujó la puerta de la cocina: buscaba comida y, de paso,quería ver si Robert estaba allí. No estaba. La cocina se hallaba desierta. Pero en el suelo habíatres platos sucios apilados junto al hornillo, y en la bolsa debasura cáscaras de huevo y latas de conserva vacías. Hasta Goldiey Lyall debían de haberse levantado ya. Cassy puso a hervir la tetera y sacó un poco de pan y de miel,moviéndose con rapidez para tener la mente ocupada. En el piso dearriba se oían pasos, y cuando tuvo preparado el desayuno subió lasescaleras con un bocadillo en una mano y una taza de té en la otra. ã(67) --¿Quién es? -dijo Robert cuando llamó a la puerta deldormitorio grande. Cassy empujó la puerta y vio que no había nadie más que él en lahabitación. Estaba sentado en el suelo y, rodeado de máscaras depapel maché, sujetaba con una mano la máscara del lobo y teníafruncido el entrecejo. <Lobos>. --Hola, -dijo Cassy en un tono más cortante de lo que hubieraquerido-. ¿Por qué no me has despertado? --¿Para qué? -murmuró Robert sin levantar la cabeza. Suspiró.

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--Porque es ridículo estarse en la cama hasta las once, ¿nocrees? --Humm, -Robert le dirigió una mirada indiferente y volvió aocuparse de la máscara. --¡No me estás escuchando! --Humm. --¡Robert! --¿Qué? -Robert levantó finalmente la cabeza, con una sonrisa dedisculpa-. Lo siento. Estoy intentando inventar algo. --¿De qué se trata? -preguntó Cassy mirando pensativa lamáscara-. ¿No está casi terminada? --Eso mismo pienso yo, -la voz de Robert sonabaexasperada-. Tenemos que mandársela a Earl mañana; si no, no latendrá pintada el lunes. --¿Y en qué está el problema? --Lyall acaba de decidir ahora mismo que la mandíbula inferiordebería moverse. Así podría abrir y cerrar la boca. Y no hay tiempopara hacer una nueva máscara. Tengo que modificar ésta. Cassy la miró. --¿Merece la pena hacerlo? --Me temo que sí -contestó Robert abatido-. Lyalltiene razón, ¿no crees? Sería mucho mejor que el lobo pudiese ã(68)morder. Y es bastante fácil cortar alrededor del hocico... poraquí... para que se desprenda la mandíbula, y luego ponerle un par debisagras. --Entonces, ¿en qué está el problema? Robert levantó la máscara de lobo. Durante un instante, Cassy contempló pensativa el largo y desproporcionado hocico. Acontinuación, extendió el brazo y cogió la máscara. Inmediatamenteadvirtió dónde estaba el problema: el hocico era tan largo queinclinaba toda la cabeza hacia adelante y le impedía mantenerse enequilibrio. --¿Ves? -dijo Robert-. Lyall tendrá problemas para moversesi se pone la máscara tal como está. Le será imposible si encimatiene que llevar cosas en la frente. Y además, ¿cómo evitamos que lamandíbula inferior se quede siempre colgando? Cassy sonrió. Los métodos de trabajo de Robert eranlamentables. Resultaba agradable descubrir que no tenía mucho sentidopráctico. --Necesitas un contrapeso, -dijo secamente Cassy-. Pegaralgo pesado a la parte trasera de la cabeza y a la parte trasera dela mandíbula. Así se mantendrá el equilibrio, por muchas cosas que sepongan en la frente. --¡Oye, tienes razón! -la expresión adusta de Robertdesapareció-. ¿Qué podemos usar? --Tiene que ser algo que pese y que pueda modelarseadecuadamente -Cassy metió los dedos en el interior de lamáscara-. Aquí no hay mucho espacio disponible. --¿Trapos? -sugirió Robert.

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--No pesarían bastante. --¿Arcilla? --No tenemos tiempo. Habría que dejarla secar para poder pintarla máscara. ¿No tienes plastilina o algo así? Robert negó con la cabeza. --No creo que tengamos... -dijo y, sonriendo, añadió-: ¿Qué medices de la masa amarilla que tenías tú? La que ã(69)había en la bolsa de la comida. ¿Tiene algún valor o podemosutilizarla? --Yo... Cassy creyó sentir que se le secaba la boca, sin saber muy bienpor qué. Intentó negarse instintivamente, sin ningún motivo concreto. Pero era una actitud ridícula. --¿Por qué no? -dijo resuelta-. Veamos si sirve. Bajaron las escaleras. Robert, que iba delante, abrió lapuerta del cuarto de Cassy y vio la masa amarilla encima de larepisa. --Parece que has estado jugando con ella. ¿Se moldea bien? --Sí, muy bien, -dijo Cassy-. Y pesa bastante. Es justo loque necesitamos. Robert cruzó la habitación, cogió la masa y la sopesó con unamano. Mientras lo hacía, se fijó en la fotografía que había al lado. --¿Quién es este muchacho? --Es... mi padre. --Os parecéis bastante -Robert miró la fotografía con másatención-. ¿Está entre nosotros o se ha ido de este mundo parasiempre, como mi madre? --Él... -Cassy bajó la mirada-. Nunca le he visto. No hevuelto a verle desde que era muy niña. Y ésta es la única foto quetengo de él. Nan no tiene ninguna fotografía en la que aparezca conmás edad. Robert la miró atónito. --¿Ninguna? ¿Quieres decir... que probablemente no lereconocerías si te cruzases con él en la calle? --No, -contestó Cassy con aplomo. Cruzó la habitación ycogió la masa amarilla de las manos de Robert. --¿Empezamos ya o esperamos a que venga Lyall? --No tenemos tiempo para eso, -dijo Robert-. Goldie y ã(70)él han ido a Hackeney a representar una obra. No volverán hastalas cinco. --Entonces, vamos. Cassy salió primero. Estaba harta de presentimientos y depreguntas sin respuesta. Lo que quería era un trabajo concreto y biendefinido. Como arreglar la máscara. Cuando Robert llegó aldormitorio, ella ya empuñaba una navaja. --¿Quieres que corte la mandíbula inferior por aquí? Robert vaciló. --Será complicado. Y si la rompes estamos perdidos.

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--No la romperé -segura de sí misma, Cassy trazó una líneairregular sobre el hocico de papel maché-. Cuando lleguen Lyall yGoldie tendremos todo preparado. --Estupendo. Así no nos darán la lata con las máscaras cuandovuelvan de la representación. Cassy marcó dos largos colmillos en el hocico de la máscara delobo. --¿Qué obra van a hacer? --Una de las antiguas, -Robert echó la cabeza hacia atrás, eimitando bastante bien el tono de voz de Lyall, anunció-: <Elgozoso y aterrador relato de la Gran Conquista del Perú> -y soltó unacarcajada-. La piden mucho los colegios. Empiezan todos fabricandopetos y plumas y acaban tomando partido y discutiendo acaloradamente. --Parece buena. ¿Por qué le damos tanta importancia a todo estelío del lobo si podéis representar una obra así? --¿Qué quieres decir? --¡Bueno! -gruñó Cassy mientras señalaba las máscarasdesperdigadas por todo el suelo-. ¿Quién va a preferir <Los trescerditos y el lobo> a <La Gran Conquista del Perú>? --¡Pero si esto es sólo una pequeña parte del trabajo! -dijoRobert mirándola como si estuviera lela-. Tendrías que ver todo loque he recogido y archivado. Dibujos, datos, ideas. El proyecto esvastísimo. Cassy cogió los alicates. ã(71) --Pero los lobos no son más que unos animales. --¿Sigues pensando eso? -Robert la miró durante uninstante y se calló. Cogió la masa amarilla y empezó a moldearladándole una forma estrecha y alargada-. ¿Qué necesitamos? -preguntó-.¿Una salchicha para ponerla en el cogote? Cassy asintió. --Deja dos trocitos para colocarlos en los dos lados de lamandíbula. Y ahora cállate. Tengo que concentrarme mientras corto. Y, con pulso firme, hundió el cuchillo en la cabeza del lobo.

Tardó por lo menos media hora en cortar todo el hocico y hacerlos colmillos. Cuando la obra estuvo terminada, Robert comentócon un gesto de aprobación: --Se te dan bien estas cosas, ¿verdad? --Gracias a Nan, -contestó Cassy sonriendo-. De nada sirvetener buena cabeza si no tienes buenas manos, me dice siempre. Robert levantó una ceja y la miró pensativo. --¿La terrible abuela Phelan? --No es terrible, -se apresuró a decir Cassy. --Pues a Goldie la tiene aterrorizada. Algún día oirás lascosas que dice sobre tu querida Nan. --Bueno, no quiero pensar qué sería de Goldie si noexistiera Nan, -dijo Cassy indignada-. En cuanto se mete en unlío gordo, Nan se apresura a echarle una mano. ¿Qué más quiere? --Por ejemplo... a ti -Robert dejó de sonreír y miró a

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Cassy con expresión seria-. Sabes que le gustaría que vivieses conella. Lo pasó muy mal cuando la abuela Phelan te llevó a sucasa. ã(72) --¡Pero tuvo que hacerlo! -exclamó Cassy en tono agresivo.Hacía años que estaba convencida de eso-. No podía dejarme conGoldie desde el momento en que... --¿Desde el momento en que se fue tu padre? -dijo Robert amedia voz-. Sí, ¿qué hay detrás de eso? Cassy sintió que su expresión se endurecía. --¿Y por qué tiene que haber algo detrás de eso? --Porque... ¡Oh, no lo sé! -Robert se encogió de hombros-.Mira cómo se calla Goldie cuando se menciona el nombre de tupadre. Habla sin parar sobre todo lo que hay bajo la capa del cielo;pero en cuanto le haces una pregunta sobre el maravilloso Mick..., nada. Silencio total. Y tú también adoptaste una actitud raracuando te pregunté en tu cuarto. --¿A qué llamas actitud rara? Robert meditó un instante en busca de las palabras adecuadas. --Parecía... que el tema te desbordaba, -dijo-. Era como si nosupieses de qué hablabas, -vaciló un segundo y prosiguió-: Parecíasasustada. --¿Asustada? -Cassy soltó una carcajada falsa, demasiadoestridente-. ¿Por qué iba a estar asustada? No sé nada sobre él. Por la expresión de Robert, pudo darse cuenta de que elmuchacho no creía sus palabras. --¡Oh, vamos! Seguro que sabes algo. Algo te habrá contado tuNan. --¿Por qué iba a hacerlo? -preguntó desafiante Cassy-.¿Por qué tendría que habérmelo contado alguien? Se fue y ya está. --Pero... necesitas saberlo. ¡Cielos, es tu padre! Yo le obliguéa Lyall a que me contara todo sobre mi madre. --A Nan no se la puede obligar a hacer nada. Ella no es así. --¡Ajá! ¡Entonces es terrible! ã(73) Fue sólo una broma. Pero Cassy no soportaba las bromassobre Nan. Y no quiso hablar más del tema. De pronto, cogió lasalchicha amarilla que había hecho Robert y se puso a colocarlaen la máscara, en la parte posterior del cuello. --Necesitamos más papel maché -murmuró-. Tiras de papel parasujetar esto en su sitio. Con gran asombro de la muchacha, Robert asintió y volvió aconcentrarse en la máscara. Unos minutos después estaban los dospegando trozos de papel en la masa amarilla que habían colocadodentro de la cabeza del lobo. La fueron cubriendo hasta que no seveía ni el más mínimo vestigio de color dorado. ------------------------------------------------ ã(74)

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¤ VIII ------------------------------------------------

Cuando terminaron la máscara y la pusieron a secar era ya lahora de comer. --Después de todo este trabajo, -dijo Robert- necesitamosuna buena comida de sartén. Y no me vengas diciendo que a Nan no legusta que comas cosas fritas. --Bueeeno..., es enfermera, -contestó Cassy arrastrando lassílabas-. Y los fritos son malos para la salud. Robert hizo una mueca y corrió escaleras abajo. Cuando Cassy llegó a la cocina, ya había encendido el hornillo y estabaabriendo un paquete de beicon. --Ayúdame a preparar esto, -le dijo-, y cuando terminemos decomer, yo te ayudaré en esa limpieza de la cocina que tanto teobsesiona. Cassy sonrió y fue a coger el pan.

No acabaron el trabajo hasta las cuatro de la tarde. La maderarota que quedaba la quitaron en poco más de una hora. Pero cuandoterminaron, el suelo de la cocina estaba cubierto de polvo yastillas. Y antes de que empezasen a limpiarlo, se oyó en el exteriorun alegre bocinazo. Alguien conducía calle arriba tocandorepetidamente el claxon del coche. Robert dejó el trapo que llevaba en la mano y corrió a abrir lapuerta principal. ã(75) --Son Lyall y Goldie -gritó por encima del hombro-. ¡Leshabrá salido bien el espectáculo! ¡Creo que vamos a pasar una tardeestupenda! Lyall y Goldie se comportaron como dos chicos reciénsalidos de una fiesta. Entraron en la casa bailando y sonriendo deoreja a oreja. --¡Han llorado! -gritó Goldie eufórica-. ¡Han llorado, handiscutido, han perdido los estribos..., y Lyall dice que heestado maravillosa! --¡Eres una preciosa inca de oro! ¡La hija del Sol! Lyall dejó en el suelo la caja llena de plumas que llevaba en lamano, cogió a Goldie entre sus brazos y la volteó por todo elrecibidor. Cassy se apartó de su camino y se resguardó prudentemente en elquicio de la puerta de la cocina, mientras Robert los mirabacon gesto de desaprobación. --Muy bien, -dijo-. Has estado maravillosa. Pero ¿os han dado elcheque? --¡Claro que sí, querido asesor financiero! -Lyall dejó a Goldie en el suelo y buscó en uno de sus bolsillos-. ¡Ah, aquí

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está! Cien libras más gastos. Cassy tragó saliva. No podía creérselo. ¿Tanto dinero por actuarun solo día? No le parecía justo. Robert, en cambio, cogió elcheque como si fuese la cosa más natural del mundo. Lo alisócuidadosamente, copió el importe en el libro de cuentas y se lo metióen el billetero. A continuación, miró a Cassy y le pidió: --¿Me ayudas a descargar la furgoneta? --Si quieres... -pasó junto a Lyall y Goldie, queseguían bailando en círculos, y salió de la casa con Robert-.¿Qué les pasa? -le susurró cuando llegaron a la furgoneta-. ¿Hanestado bebiendo? --¡Qué va! -Robert cogió una enorme caja de discos dorados y sela puso a Cassy en los brazos-. Están emocionados porque hantenido una buena actuación. Eso es todo. ã(76) --Creí que lo que hacían era trabajar, -murmuró Cassy entono de reproche. --Y eso es lo que hacen, -contestó Robert, que rodeó lafurgoneta y dirigió a la chica una prolongada mirada de sorpresa-.¿Por qué dices eso? --Bueno, parece que han estado divirtiéndose. --Y es verdad. Yo me divierto cuando trabajo. Y apuesto a que tútambién. Seguro que te ha gustado limpiar la cocina, ¿verdad? --¡Qué dices!

--Entonces, ¿por qué la has limpiado? -Robert sacó doscajas y cerró la puerta de la furgoneta-. ¿De qué te sirve limpiar sino disfrutas haciéndolo? Cassy se preguntó si le estaba tomando el pelo, pero Robert no parecía estar bromeando. --Porque había que hacerlo. --¿Por qué? --Porque así no se puede vivir. --¿Por qué no? --Porque... porque... -"¿Cómo puedes hablar con alguien que notiene ideas propias sobre nada?", pensó-. Nan siempre dice... --No me interesa lo que dice Nan -Robert cerró con fuerzalas puertas de la furgoneta y la miró-. Quiero saber por qué estás deacuerdo con ella. --Porque... Cassy no sabía cómo terminar su frase, y nunca lo supo. Antes deque pudiese añadir nada, llegó Lyall saltando por el jardín ycogió la caja de discos dorados. --Dejad eso ahora. ¡Quiero Comida! --Tenemos salchichas, -empezó a decir Robert-. Y... Lyall sonrió y gruñó entre dientes: --Estoy harto de salchichas. ¡No seas tan puñeteramente tacaño, Robert! La semana pasada representamos tres obras y para lapróxima tenemos contratadas cuatro, además de

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ã(77)la del viernes. Podemos permitirnos algo mejor que las salchichas. Le brillaron los ojos y se abalanzó sobre Cassy con losbrazos extendidos. --¡Una carne jugosa! ¡Con azúcar y especias picantes! ¡Cassy al <curry>! Cassy retrocedió, huyendo de los largos y huesudos dedos deLyall, de su boca, roja y abierta, y de sus dientes. Pero eso nohizo más que empeorar las cosas. Lyall avanzó un paso más, conun brillo perverso en los ojos. --¡No podrás escapar! ¡No podrás escapar! No escaparás si notienes una bala de plata que dispararme. ¡Y aunque la tengas, ningúnpoder será capaz de librar tu carne de mis Colmillos! ¿Cómo podía hacer aquello? ¡En mitad de la calle! Cassy seapartó hacia su derecha y se resguardó en la furgoneta, desde dondecontempló la cara de Lyall, burlona y contorsionada. Le odiaba. --Déjalo, Lyall, -dijo Robert tranquilamente-. Está claro que nole hace gracia. ¿Quieres que vaya a comprar carne al <curry>? --¡Sí! -Lyall sonrió y volvió a gruñir, todavía con ademanes delobo-. ¡Muy picante! ¡Y la quiero ahora! --¿Ahora? -Robert miró su reloj-. ¡Oh, espero que esté abiertoese sitio de Steelyard Lane. De acuerdo, iré. --Te acompaño, -dijo Cassy, que parecía enfadada. Sin duda,no quería quedarse sola con Lyall y Goldie-. Espera, voy acoger mi abrigo.

Al regresar vieron a aquel hombre. Fue cuando rodeaban deprisala esquina de la Albert Street, con las pesadas bolsas de papeltodavía calientes. De pronto, Robert le cogió un brazo aCassy y dijo: ã(78) --Mira. --¿Qué? Se llevó el dedo índice a los labios y señaló con la cabezahacia la furgoneta. Luego condujo a Cassy hacia las sombras deunos matorrales. --Ya hemos tenido problemas con la furgoneta otras veces, -dijo-.Parece que volvemos a tenerlos. En la calle apenas había ya luz, y a Cassy le costóbastante distinguir aquella oscura figura. Estaba agachada detrás dela furgoneta, del lado de la calle. La figura estaba encorvada yllevaba chándal, con la capucha puesta. --No creo que esté enredando en la furgoneta, -susurró Cassy al oído de Robert-. Estará atándose el zapato o algo así,¿no crees? --¡Chis! -Robert le tapó la boca con la mano, y miraron los dosa través de los matorrales, forzando la vista para intentar averiguarqué hacía aquel hombre. Durante unos segundos no se movió. Luego, cuando Cassyempezaba a perder la paciencia, dio bruscamente un salto hacia

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adelante. Miró a los dos lados de la calle, echó a correr y siguiópor el camino hasta llegar al muro lateral de la casa. --¡Vamos! -dijo Robert. Estaba ya al final de la calle cuandoCassy entendió a qué se refería. La chica le dio alcance en elmomento en que él volvía por el camino sacudiendo la cabeza. --Demasiado tarde. Ha debido de saltar por encima del muro deatrás. --¿Pero qué? ¿Quién...? Robert se encogió de hombros. --Alguien que viene de parte de los propietarios, supongo. --¿De los propietarios? --De los propietarios de la casa, claro. Estarán tratando deecharnos, -dijo en tono tranquilo, como si fuera algo normal-. ã(79)Los propietarios siempre quieren echarte, aunque sólo sea para poderderribar la casa. --Pero yo creía que para eso tenían que llevarte a juicio. --Algunos encuentran eso demasiado lento. Y no lo bastante...personal y directo -Robert entrecerró los ojos, pero Cassy no quiso saber qué estaba recordando. --¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó rápidamente. --No podemos hacer gran cosa. Lo único que se me ocurre esdecírselo a Lyall. Pero Lyall no mostró ningún interés por el intruso. Empezaron aexplicárselo los dos al mismo tiempo en cuanto les abrió la puerta,pero él se negó a tomárselo en serio. --¿No le habéis visto la cara? ¿Estáis seguros de que no eragris y peludo por debajo de la máscara? A lo mejor tenía unos dientespuntiagudos que se cierran como un cepo. Y... --No seas tonto, -le dijo Cassy. Pero Lyall no le prestó atención. --El <ligahooo> -susurró, alargando la última sílaba como unaullido-. Con su enorme boca abierta y sus garras silenciosas. ¿Cómopodéis estar seguros de que...? Robert sonrió, pero Cassy no estaba de humor parajuegos. --¡Yo no creo en fantasmas! -le interrumpió. --El <ligahoo> no tiene nada de fantasmagórico, -dijo Lyalldedicándole una amplia y angelical sonrisa y cogiéndole la bolsa decarne al <curry>-. Te persigue con garras auténticas. ¡Y te muerdecon una auténtica y afilada Dentadura! Todavía sonriendo, dejó a Cassy y empezó a subir lasescaleras. Como Robert le siguió, Cassy no tenía másremedio que hacer lo mismo, si quería cenar. Las velas de la habitación de los espejos estaban de nuevoencendidas, por primera vez desde su llegada. Y allí, en medio deaquel bosque mágico, Goldie estaba sentada en el colchón conlas piernas cruzadas. Llevaba una falda de muselina ã(80)dorada y púrpura, y el pelo le caía por la espalda en una gruesa

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coleta. Cuando entraron los demás, sonrió pensativa. --Vamos a comer ahora mismo, -dijo-. Me estoy muriendo de hambre. --¡El festín está listo! -exclamó Lyall. Dejó la bolsa enel suelo y empezó a colocar las latas de comida sobre la tarima. Cassy miró a su alrededor. --Voy a traer los platos y los cubiertos, -dijo. --¡Ya está bien de cenas de colegio! -replicó Lyallhaciendo una mueca y abriendo las manos en un gesto de disgusto-.Goldie y yo ya hemos soportado hoy una, y con eso basta. Ahoravamos a celebrar un festín mágico para alejar el sabor de la colcocida. --¿Pero cómo vamos a comer sin platos? Robert dejó su bolsa junto a Lyall y contestó: --Sacando la comida de las latas, claro. Con los dedos y con... --¿Con los dedos? -preguntó Cassy horrorizada-. Pero esoes... --¿Primitivo? -se burló Lyall-. ¿Salvaje? -se puso a pasarle eldedo índice por la punta de la nariz-. ¿Qué ocurre, Cassy?¿Desaparecerá la civilización si comemos sin cuchillo ni tenedor?¿Andaremos todos a cuatro patas y arrancaremos la comida adentelladas? Goldie reía a carcajadas, mientras Robert miraba aCassy con simpatía. --No es más que una manera distinta de comer. No se coge lacomida a puñados. Sólo se usan el pulgar, el índice y el corazón dela mano derecha. Y se hace con mucha delicadeza. Mira. Abrió una lata y, para demostrarle cómo se hacía, cogióhábilmente el arroz juntando las yemas de los tres dedos. Aregañadientes, Cassy reconoció que no era tan tosco. En cierto ã(81)sentido, casi resultaba elegante, como de alienígenas. Pero sabía queella nunca sería capaz de comer así. --Yo voy a coger un plato, -dijo desafiante-. Y un cuchillo y untenedor. ¿Quiere un plato y un cubierto alguno de vosotros? No hubo más respuesta que la risita de Lyall. Cassy salióde la habitación y se dirigió a la cocina a través de las sombras.Los platos sucios del desayuno seguían apilados en el fregadero,cubiertos de astillas y de salsa de tomate. Fregó uno, irritada, yrevolvió la caja de los cubiertos en busca de un tenedor y uncuchillo. Cuando empezó a subir las escaleras estaba más irritadatodavía. A medio camino, oyó la voz de Lyall. Pero no era su tononormal, sino otro más solemne, más grave y más profundo. Aun antes deentender lo que decía, Cassy sintió que un escalofrío defascinación le recorría la espalda. Y luego, al llegar a los últimospeldaños, entendió las palabras de Lyall. --"... Y tienes que hacerlo durante la próxima luna llena", dijola sabia mujer. "Porque <bzou>, el hombre lobo que turba tudescanso, sólo puede ser aniquilado con esta bala de plata".

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Cassy se detuvo un instante, con una mano apoyada en labarandilla. ¿Qué pasaba ahora? --"¡Pero te advierto una cosa!" -la voz de Lyall era ahoramás clara, y se entendían perfectamente todas las palabras-. "Nodebes hablar de esto con nadie... Ni siquiera con tu querido padre.De lo contrario, la bala perderá su poder, y nada podrá salvarte". Cassy subió los últimos escalones, entró lentamente en lahabitación y se sentó junto a Goldie. La voz de Lyall nose detuvo, y los otros dos no le prestaron atención mientras se poníacomida en el plato. Goldie estaba boquiabierta y tenía la manoa medio camino de la boca, mientras que Robert asía con lasyemas de los dedos unos granos de arroz y miraba fijamente aLyall. ã(82) --La chica le dio las gracias y se volvió a su casa, -prosiguió Lyall-. Escondió el revólver y la bala de plata debajo de laalmohada y no dijo nada a nadie. Ni siquiera a su padre. Y cuandollegó la siguiente luna llena... Se detuvo un instante, no para fastidiar a sus oyentes, sinopara darle más emoción a su relato. --Cuando llegó la luna llena siguiente, -murmuró-, despertó a lachica el ruido de unas pisadas debajo de su ventana. Alguien llegóhasta la puerta y llamó suavemente. Dos golpes, una pausa y dosgolpes más... Cassy contuvo el aliento en la garganta, y el tiempo se detuvo.Las palabras resonaron una y otra vez en su mente: "Dos golpes, unapausa y dos golpes más...". Se olvidó del plato caliente que teníasobre las rodillas y del balanceo de las llamas en los espejos de sualrededor. No veía más que la imagen que aparecía en su cerebro. La mano se levantaba para llamar dos veces y, luego, dos vecesmás. Llamaba a una impecable puerta de color azul que Cassyconocía mejor que ninguna otra puerta del mundo. La puerta del piso de Nan. Entonces recordó dónde había oído aquella señal. Supo por quéella misma había llamado automáticamente así el día anterior. Supo...Le vinieron a la mente un centenar de cosas que respondían apreguntas que nunca había querido formularse. --Durante un instante, -murmuró Lyall continuando lahistoria-, vio la terrible cara que asomaba por la ventana: el hocicogris, las orejas erguidas y los largos y asesinos colmillos.Temblando de pánico, sacó la pistola de debajo de la almohada... ¡ydisparó! --¿Y qué pasó después? -inquirió Goldie. La voz de Lyall fue ahora suave, y todas las sílabas claras comoel cristal. --Después, la chica abrió la puerta, y un cuerpo se derrumbó ã(83)a sus pies. Era el cuerpo de su padre, con un agujero de bala en lasien izquierda. Cassy cogió temblando un trozo de pan y lo partió por la mitad.

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... ¡más deprisa!, ¡más deprisa! Ahora corría sola y cruzaba elbosque por un lóbrego y tortuoso sendero. La cesta se balanceaba ensu brazo, y tuvo que detenerse a coger aliento. Pero no había tiempopara descansar. ¡Más deprisa!

La senda daba vueltas y vueltas. En cada curva buscaba con lamirada una columna de humo, un destello blanco del muro de la casita.Pero no había nada. Sólo más árboles, sombras largas y otra curva.Siguió corriendo y corriendo, tropezando y resbalando en el duro yresbaladizo sendero, cubierto de musgo. Seguramente, la casita aparecería en la próxima curva. O en la siguiente. O en la siguiente... ------------------------------------------------ ------------------------------------------------

ã(84)

¤ IX ------------------------------------------------

Se despertó al oír un golpe sordo y repetido y, luego, un fuertechasquido. En el piso de arriba sonaban voces irritadas. Goldieestaba chillando. Gritaba y vociferaba con tanta fuerza que la voz letemblaba en la garganta. --... ¡Lárgate, maldita sea! ¡Tírate del tejado! ¡Rómpete esamaldita cabeza fascista! También Lyall gritaba. Su voz no era histérica, pero sí alta yfirme. --¡Ésta es nuestra casa! ¿Me oye? -decía-. ¡No le permitimos queentre! ¡Está usted violando la ley! Sonaron pasos que corrían desde el dormitorio hacia algún sitiode la parte trasera y, más arriba, en el exterior, se oyó el ruido detejas que resbalaban y caían del tejado con un golpe seco. Cassy se levantó inmediatamente. Se puso el impermeable, sedirigió a la escalera y, en la oscuridad, tropezó con el primerescalón. Antes de llegar a la mitad de la escalera, se encontró condos figuras que bajaban en dirección contraria. Eran Lyall yRobert, y estuvieron a punto de arrollarla. --Cuida de Goldie, -gritó Lyall mientras Cassy se

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apretaba contra la pared-. No le dejes salir. Un momento después, Lyall y Robert habían desaparecido,cerrando la puerta de entrada con un portazo. Cassy oyó suspisadas dirigirse por la acera hacia el callejón lateral. Corrióescaleras arriba, entró en la habitación de los espejos y ã(85)encontró a Goldie, que estaba junto a la ventana y golpeaba elmarco con el puño. --¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! -gritaba-. ¡Lárgate! ¡Déjanos en paz! Cassy se colocó detrás de ella y vio cómo Lyall y Robertsalían del callejón y entraban en el jardín. Lyall se abalanzósobre la línea de arbustos que había a lo largo de la valla,golpeándolos y sacudiéndolos al tiempo que recorría los lindes deljardín. Robert estaba de pie en medio de la hierba y parecíaesperar algo. --¿Qué ocurre? -preguntó Cassy. --¡Están ahí fuera! -susurró Goldie entre dientes,agarrándose al marco de la ventana-. Los hemos oído bajar, pero nolos hemos visto correr. Deben de estar entre los arbustos, -golpeó elcristal con el puño y gritó rabiosa-: ¡Cógelos, Lyall! ¡Nodejes que se escapen! ¡Demuéstrales que con nosotros no se juega! --Pero ¿quiénes son? --Son... ¡Oh, mira! Lyall estaba junto al fondo del jardín cuando una sombra saltóde repente desde detrás de la pila de trozos de madera que habíahecho Cassy. --¡Es él! -gritó Cassy. Era el hombre que ella y Robert habían visto. No habíaduda. Aún llevaba puesta la capucha del chándal, y corría de unamanera extraña y desgarbada, con movimientos muy raros, pero muydeprisa. Cualquiera que lo hubiese visto antes lo reconocería. Era ágil y rápido. Lyall y Robert corrieron hacia él encuanto le vieron, pero el hombre alcanzó la parte superior del muroantes de que pudieran echarle mano. Trepó como un lagarto, como sisus manos y sus pies conocieran todos los agujeros de la pared, yluego saltó por encima con un movimiento elástico. Cassy oyó a Goldie tragar saliva, pero no le prestó ninguna ã(86)atención: contemplaba absorta aquella oscura y escurridiza figura.Lyall y Robert no tenían ninguna posibilidad de darle alcance.Durante un instante intentaron escalar el muro, pero no encontraronhuecos donde apoyarse. Un par de segundos después, desistieron ybuscaron por el jardín otros posibles escondites. --Bueno, por lo menos le han hecho huir, -dijo Cassy-. Perohabía más, ¿no? --No, -contestó quedamente Goldie-. No habrá ninguno más. Cassy la miró fijamente. Estaba muy cambiada. Un instante antesera un demonio que tronaba desde la ventana y lanzaba gritos aljardín. Ahora estaba tranquilamente de pie, con la vista baja. --¿Qué ocurre? -preguntó Cassy-. ¿Te encuentras bien?

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--Yo... sí, claro que sí -contestó Goldie, que dio un pasoatrás, se tambaleó y se apoyó con fuerza en el hombro de Cassypara no caer. Su voz era opaca y sus ojos, muy abiertos, no parpadeaban. Habíasufrido un choque. Cassy se aferró a esa idea porque lepermitía hacer algo útil. Rodeó con un brazo la cintura de Goldie y la llevó hasta el colchón. --Siéntate aquí hasta que te encuentres mejor, -dijo-. Aquíestamos a salvo. Goldie se dejó caer sobre el colchón, se sentó y ocultó la caraentre las rodillas; a su alrededor le caía el pelo como una cascada.Parecía triste y agobiada. --¿Qué ha pasado? -preguntó Cassy-. ¿Estaba en el tejado?¿Cómo habéis sabido que estaba allí? --Accionó la trampa, -respondió Goldie con voz monótona einexpresiva-. ¿No has oído el ruido que hacían las cosas al caer?Estaba en el tejado y quería entrar por la claraboya. Era... Se detuvo. ã(87) --Pero ¿qué estaba haciendo? ¿Era un ladrón? ¿O alguien queintentaba echarnos de la casa? Goldie levantó la cabeza. --Yo creía que lo habías reconocido. --¿Reconocerlo? ¿Yo? --Has gritado: "Es él", te he oído. Miró a Cassy con los ojos muy abiertos, como esperando oíralgo concreto. Cassy estaba aturdida. --Robert y yo le vimos ayer vigilando la casa. Pero no sé quiénes. --¿También ayer estuvo aquí? -murmuró Goldie-. No losabía. --Quizá Lyall no quiso que te alteraras. --¿Por qué me iba a alterar? Cassy empezó a impacientarse. --Oh, bueno, ya no importa, ¿verdad? -dijo-. Ahora ya se ha ido. --Nunca se va, -musitó Goldie-. Nunca se va hasta queconsigue lo que quiere. En aquellas palabras había algo extraño. Algo que no encajaba.Pero antes de que Cassy descubriese de qué se trataba, Lyally Robert estaban llamando a la puerta principal. Corrió escaleras abajo para franquearles la entrada y, al abrir,se encontró con un Lyall malhumorado. --¡Se ha escapado! ¿Te das cuenta? Si se nos hubiera ocurridoempezar a buscar por el otro lado del jardín, lo habríamos cogido ysabríamos para quién trabajaba. --Habrán sido los propietarios, -comentó Robert-. Igual quecuando vinieron aquellos <heavis> a Wandsworth. ¿Te acuerdasque Earl metió la pata y les dejó irse, y que Goldie sepuso frenética? --Como un tigre, -Lyall sonrió, un poco más calmado-. Seguro que

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has tenido que sujetarla cuando el tipo ese ha saltado el muro,¿verdad, Cassy? Cassy dudó un instante, y Lyall dejó de sonreír. ã(88) --¿Qué ocurre? -preguntó-. ¿Le ha pasado algo? --Ella... no. Creo que está bien, -contestó Cassy muydespacio-. Se ha quedado sin habla al ver al hombre y ahora está unpoco... rara. Creo que ha sufrido un choque. Lyall miró a Robert. --Voy a verla. Tú sube al tejado y vuelve a poner la trampa. Acto seguido, corrió escaleras arriba. Cassy sacudió la cabeza. --Se preocupa demasiado por Goldie. Y eso la pone peor. --Creo que está un poco asustado, -comentó escuetamenteRobert-. No es normal que Goldie se encierre en sí misma. Deordinario nos cuesta trabajo mantenerla al margen de cualquier pelea. --¿Y qué? Quizá se ha asustado esta vez. Ha sido todo muy rápidoy en la oscuridad... --No hay por qué tener miedo, -afirmó Robert-. No puedenecharnos sin una orden judicial. --Pero no tenéis derecho a estar aquí, ¿verdad? --Goldie tenía derecho a estar en el basurero que le buscó tuquerida Nan, -contestó secamente Robert-. Pero allí estabasiempre muerta de miedo. No acertaba a vivir por su cuenta. Si a Nanle importase de verdad, no la habría dejado allí. --Pero no podíamos... --Mira, ¿por qué no te metes otra vez en la cama y te olvidas detodo esto? Yo tengo que poner la trampa, pero no hace falta quepierdas más horas de sueño. Cruzó el recibidor mientras Cassy le observaba. ¡Estúpido!¡Idiota! ¡Prepotente! ¿Qué sabía él de... de nada? Nan se habíaocupado de Goldie. Le había buscado una habitación. Le habíaenseñado a mantenerla limpia. Le había dicho cómo debía manejar sudinero. Había hecho todo por ella. Menos llevarla a su casa. ¡Pero eso era ridículo! Cassy desechó estas ideas y entróen su dormitorio. ¿Por qué tenía Nan que acoger en su casa ã(89)a Goldie? No era hija suya. Sólo nuera. Si hubiese vivido conella, el piso habría sido un desastre. Y Goldie irritabamuchísimo a Nan. <Y no habría habido ningún sitio adonde mandar a Cassycuando Nan quisiese deshacerse de ella>. Ese pensamiento penetró en su mente y permaneció allí como uncarámbano de hielo. Hasta entonces nunca lo había pensado, pero ahorase dio cuenta de que siempre lo había sabido: todas aquellas visitasa Goldie no tenían nada que ver con el propósito de conservarel contacto con su madre. Tampoco obedecían a que eran beneficiosaspara Cassy. Nan la mandaba a casa de Goldie para alejarlade algo.

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O de alguien. Cassy se quitó el impermeable, se deslizó entre las mantas y seacurrucó como hacía habitualmente. Pero su cerebro no podía dejar depensar, y no consiguió dormirse. A las tres de la mañana seguía echada y, medio dormida, pensabaen Nan y en Goldie. Se preguntaba por qué no se había formuladoella misma aquellos interrogantes antes de que se los hiciera

Robert. Intentó no pensar en la peor de todas las preguntas. ¿Qué era realmente ella para Nan: una persona muy querida o unestorbo? Siguió preguntándose lo mismo una y otra vez. Cuantas másvueltas le daba, más oscura y complicada le parecía la cuestión. Sintió alivio cuando oyó otra vez ruidos. Al principio fueron sólo unos crujidos en la escalera. Losruidos habituales en cualquier casa vieja. Si Cassy no hubieseestado despierta en la oscuridad, buscando algo que la distrajera, nisiquiera se habría enterado. Pero como se dio cuenta, se puso a escuchar con atención y, alcabo de un rato, oyó otro ruido. Era el sonido apagado de unos piesdescalzos que caminaban sigilosamente por el recibidor y sedeslizaban sobre las baldosas. El corazón le latió con fuerza una vez, dos veces, y la ã(90)sangre resonó en sus oídos, superponiéndose al rumor de las pisadas.Cuando tuvo la mente despejada, los pasos ya se habían alejado de supuerta, y el sonido era muy diferente. Alguien descorría los cerrojos de la puerta principal muydespacio y con mucho cuidado. Cassy echó las mantas a un lado y se incorporó. Le dio miedomoverse. En vez de hacerlo, se puso a observar por el mirador. Lamanta con que Robert lo había tapado no lo cubría por completo,de modo que, inclinándose hacia un lado, la muchacha podía ver poruna esquina y divisar el final del camino del jardín. Se abrió muy lentamente la puerta de entrada. Cassy sintióque una volada de aire frío llegaba hasta su habitación y sedeslizaba por el suelo. Luego, una sombra recorrió de puntillas elcamino y la acera de delante de la casa. Lo hizo con tanta rapidezque Cassy apenas pudo verla. Era Goldie. Llevaba un camisón blanco y un chal sobre los hombros, y el pelole caía por detrás formando una maraña. Durante un segundo, Cassy se preguntó si Goldie sería sonámbula; pero inmediatamentepensó que un sonámbulo no podía andar con tanta seguridad. ¿Adónde iba? Cassy se levantó, cogió el impermeable, se puso los zapatos y sedirigió a la puerta de entrada. Fuera lo que fuere lo que Goldie estaba haciendo, tenía que ser algo absurdo. No deberían dejarlesalir a la calle en camisón. La puerta estaba entreabierta. Cassy se deslizó por larendija y recorrió el camino de puntillas, pero no había ni rastro de

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Goldie. La acera estaba totalmente desierta en ambos sentidos. Goldie tenía que haberse ido por el callejón lateral. Cassy cruzó corriendo el corto trecho de acera, giró y cogió elcallejón oscuro, donde empezó a andar de puntillas: no quería quenadie la viera antes de averiguar qué estaba ocurriendo. ã(91) Al salir al jardín divisó a Goldie, que estaba en el otroextremo, de pie junto al muro. Con la cabeza echada hacia atrás,contemplaba el sitio por donde había desaparecido el hombre. Cassy se dirigió hacia ella, caminando lenta y sigilosamentesobre la hierba mojada. Al principio sólo oía el rumor lejano deltráfico, pero cuando estaba a unos veinte metros de Goldieempezó a oírla silbar. No era una canción, sino sólo una rápida sucesión de notas conun ritmo que a Cassy le resultaba ya muy familiar. Dos silbidos cortos y rápidos. Una pausa. Y dos silbidos más. Cassy se quedó helada. Podía advertir la ansiedad con queGoldie esperaba una respuesta. Su cuerpo, tenso, resplandecía a laplateada luz de la luna, que la bañaba desde la cabeza hasta el bordedel camisón. Esperando. También Cassy se puso a esperar. Parecía evidente que alguientendría que responder, aunque sólo fuera por la intensidad con queescuchaba Goldie. En cualquier momento, la sombra oscura y ágilaparecería encima del muro y caería sobre la hierba mojada. Sequitaría la capucha con las manos, y Cassy podría verle lacara... Pero no hubo respuesta. Goldie esperó durante más de un minuto; luego llamó con una vozapagada y tensa: --¿Estás ahí? Soy yo. Goldie. Eso rompió el hechizo. La oscura figura desapareció de la mentede Cassy, que volvió a considerar ridícula la actitud deGoldie. ¿Qué hacían las dos en medio del jardín, de pie sobre lahierba mojada, en vez de estar durmiendo? --¿Qué ocurre? -dijo Cassy en voz alta-. ¿Por qué no estásen la cama? Tenía que haberlo imaginado. Goldie se volvió hacia ella,la miró y soltó un grito. No fue un chillido muy agudo, pero sí lo bastante fuerte ã(92)como para despertar a Lyall. Se abrió la ventana de lahabitación de atrás y Lyall se asomó al jardín. --¿Goldie? ¿Cassy? ¿Qué pasa? Goldie se quedó rígida. Su cara se veía con bastante claridad ala luz de la luna, y Cassy se dio cuenta de que estabaaterrorizada. Conocía aquella expresión. Goldie no quería decirlo que había estado haciendo, pero era incapaz de inventar algoconvincente. Tenía la mente paralizada. Automáticamente, Cassy decidió protegerla, sin saber porqué lo hacía. Echó la cabeza hacia atrás y contestó a Lyall con

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el tono más natural que pudo: --¿Te hemos despertado? Lo siento. Hemos salido a ver lasestrellas, -fue la mejor excusa que encontró, pero resultó pobre ypoco creíble. --¡Volved dentro! -gruñó Lyall, y cerró la ventana. ¡Por si no era suficiente lo que había ocurrido, ahora tendríanque discutir con él! Cassy cogió a Goldie del brazo y lallevó por el jardín, reprendiéndola en voz baja: --¿Ves lo que has hecho? Esto es lo que ocurre por salir aljardín a media noche. ¿Que pasará si ahora nos echa de casa? ¿Adóndeiremos? Goldie rompió a sollozar, pero Cassy se armó de valor. Sihabía una discusión con Lyall, ella tendría que afrontarla. Nose iba a quedar callada mientras Lyall le gritaba. AunqueGoldie lo hiciera. Y no le iba a dar más explicaciones. Lyall no tenía por qué meterse en sus asuntos. El negro estaba esperándolas en la puerta cuando llegaron a lafachada de la casa. En cuanto las vio, se puso a gritar: --¿De qué sirve poner trampas si os dejáis abierta la puerta deentrada? ¿Es que habéis perdido el juicio? Goldie cogió a Cassy del brazo. --¡Las estrellas! -dijo atropelladamente-. Estaban tan bonitas, Lyall. Y yo quería ver la luna llena.

ã(93) --¡No hay luna llena hasta el lunes! -respondió Lyall,pero su voz no sonó ya irritada. Avanzó por el camino hastaencontrarse con Goldie y la rodeó con su brazo-. No hace buenanoche para ver las estrellas. Vuelve a la cama, Goldie. Goldie contempló el camino, asintió con la cabeza y corrió hacialas escaleras. Cassy y Lyall se quedaron frente a frente,escuchando cómo sus pies descalzos subían las escaleras. --Creí que estaba sonámbula, -comentó Cassy. Lyall la miró con dureza. --No es cierto, -dijo-. Sabes tan bien como yo qué estabahaciendo. Llamando al lobo. Llamando a Mick. Cassy cerró los ojos uninstante y entró rápidamente en la casa, seguida de Lyall.Vieron cómo Goldie desaparecía en el ángulo de la escalera,casi oculta entre las sombras. Lyall cerró la puerta con ungolpe seco. --Sin duda crees que soy tonto de remate, -dijo, y la amargura desu voz sorprendió a Cassy. --¿Por qué? --Porque vivo con una mujer que ve a otro hombre detrás de cadamatorral -Lyall soltó una carcajada amarga-. ¿Sabías que hacemás de doce años que no le ve realmente? --Pero él... <Pero él ha estado aquí esta noche>. ¿Era cierto o era sólo una

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imaginación de Goldie? Antes de que Cassy pudieseresolver este dilema, Lyall volvió a hablar, ahora con unaexpresión sarcástica en el rostro: --¡Y qué hombre! ¡Quizá deberíamos colgar su fotografía en lasparedes para que nos inspirara! Un verdadero héroe... -se le quebróla voz en la garganta, y se dirigió hacia la escalera. Pero Cassy pudo oírle las últimas palabras, murmuradas entre dientes-:Michael Phelan, el terrorista de Cray Hill. Le zumbaron los oídos como si alguien le hubiera golpeado ã(94)la cabeza. Durante un instante, aquellas palabras dieron vueltas a sualrededor, tintineando en el aire. <El terrorista de Cray Hill>. Todas las preguntas que tanto la habían obsesionado cobraronsentido de pronto en torno a aquellas cuatro palabras. Y a los piesde Cassy se abrió un abismo de caos y terror. <Michael Phelan>... Pero en aquel terrible instante resonó en su mente la voz deNan, y fue como una cuerda que iba a salvarla de morir ahogada: "Nunca hagas caso de lo que dice Goldie. Siempre estácontando cuentos de hadas". Eso era todo. Ésa era la explicación.Todo el mundo sabe que los cuentos de hadas no son ciertos. --No seas tonto, -le gritó a Lyall desde la escalera-. Nopuedes creer todo lo que dice Goldie. Luego se dirigió a su dormitorio y cerró la puerta, sin mirarhacia atrás. Pero las piezas del rompecabezas empezaban a encajar ensu mente, y no podía separarlas. Todo empezaba a adquirir un sentidoterrible. ------------------------------------------------ ã(95)

¤ X ------------------------------------------------

Por la mañana estaba obsesionada con la misma idea. Exhausta depreguntarse <y si... y si fuera cierto que... y si Goldietuviera razón>... Sintió verdadero alivio cuando Lyall le dijoque fuera a la biblioteca a ayudar a Robert en suinvestigación. Hechos. Eso era lo que ella necesitaba. Nada de presentimientosni de cuentos de hadas. Se sentó en la mesa contigua a la deRobert y escribió uno tras otro datos concretos y reconfortantes.

Parásitos Internos del Lobo:

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9 especies de trematodos 21 especies de tenias 24 especies de ascáridos 3 especies de lombrices

Así son los lobos. Animales que viven en un zoológico, entrerejas, y que andan sobre la tierra desnuda. Tienen trematodos yascáridos. Tenias y lombrices. No son románticos ni heroicos. Yningún ser humano puede parecerse a un lobo. Cassy empezó a copiar los largos y complicados nombres escritosen latín, fijándose en cada letra para asegurarse de que los escribíacorrectamente. Quería concentrarse para no poder pensar en... otrascosas. ã(96)

Diphyllobothrium latum Dipylidium caninum Echinococcus granulosus...

Pero era difícil concentrarse durante tanto tiempo. Los ojosempezaron a cansársele, y su mente se apartó peligrosamente de laseguridad que le proporcionaban las lombrices. Comenzaron a resonarinsistentemente en su cerebro otras ideas: <Michael Phelan, elterrorista de Cray Hill... La sustancia amarilla de la bolsa dela compra de Nan... Mick Phelan... Bombas>... Sacudió la cabeza y se inclinó hacia un lado para ver qué hacía Robert. Escribía muy deprisa, apretando el bolígrafo con tantafuerza que rasgaba el papel. Y mientras escribía, murmuraba algoentre dientes. --¿Qué te pasa? -preguntó Cassy-. Estás hablando solo. Robert frunció el entrecejo y le mostró su cuaderno de notas. --Lee esto, -le dijo. Era una página de notas que empezaba con la nítida caligrafíahabitual en el muchacho.

Subespecies Desaparecidas

A lo largo del escrito, las letras iban aumentando de tamaño, elcastellano aparecía mezclado con el latín, las palabras cruzaban conrabia el papel de lado a lado y todas las líneas terminaban conenormes e irritadas mayúsculas.

2 4Canis lupus boethecus, Lobo de Terranova: ExtinguidoCanis lupus fuscus, Lobo de las montañas de las Cascadas:Extinguido ã(97)

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Canis lupus irremotus, Lobo de las M. Rocosas: ExtinguidoCanis lupus mogollensis, Lobo de las montañas de Mongolia: Extinguido

Robert señalaba furioso estas palabras. --¡Imagina! Todos estos han desaparecido. ¡Uf! No les dejamos elespacio que necesitaban y ahora nadie volverá a verlos jamás. Cassy ignoró la furia del muchacho y miró detenidamente lalista. --Es una pena, ¿verdad? -comentó con tristeza. --¿Una pena? ¿No te das cuenta de que estamos hablando demuerte? ¿De la muerte masiva de grupos enteros de lobos? Mira esto. Pero Cassy no quería pensar en aquello. Quería pensar en cosascomo las tenias, los trematodos y ascáridos. En las miserias normalesde cada día. Pero Robert le puso un libro delante de lasnarices y ella, como no podía apartar la fotografía sin hacer unaescena, la miró. En primer plano aparecía un ciervo tendido en el suelo. Detrásde él, en posturas grotescas y retorcidas, había unos treinta o

cuarenta lobos colocados en hileras. --¡Todos muertos! -le susurró Robert al oído-. Envenenadoscon una dosis de estricnina. ¡Y mira esto! -buscó en su cuaderno,pasando las páginas con rapidez-. ¡Esto es lo que hace la gente conlos lobos! Le mostró una lista, escrita a dos columnas, que contenía cienformas en que los hombres torturan y dan muerte a los lobos. Muerte y violencia. Formas de matar, mutilar y destruir. Hechos. Cassy le devolvió el cuaderno. --No hay motivo para indignarse tanto por eso, -dijo ã(98)fríamente-. Estas cosas no ocurren aquí, ¿verdad? La vida verdaderano es así. --¿La vida verdadera? -Robert dio un paso atrás y la mirófijamente-. ¿Qué es la vida verdadera? --Lo sabes tan bien como yo. Las cosas corrientes... Porejemplo, estar sentados aquí en la biblioteca. O ir al colegio, ir decompras, limpiar la casa... Robert levantó una ceja. --¿Y tener cocinas bonitas y bien ordenadas? ¿Y que el padresalga a trabajar mientras la madre se queda en casa cocinando? ¿Y quefuncionen las luces y los cuartos no tengan en las paredes espejosrotos? --Bueno... --¿Forma parte de la vida verdadera nuestra casa? --¡Claro que sí! -contestó bruscamente Cassy-. No seastonto. Sabes a qué me refiero. --¿Ah, sí? -Robert la miró pensativo-. ¿Formaría parte de lavida verdadera que... -se detuvo un momento, buscando un ejemplo

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adecuado, y luego continuó triunfalmente-: Que un grupo deterroristas nos cogiera como rehenes? --¡Cállate! -gritó Cassy, que cogió su cuaderno y se pusoa escribir rápidamente.

Parásitos Externos del Lobo:

2 especies de piojos 1 especie de pulgas 7 especies de garrapatas 1 especie de lombrices 1 especie de ácaros

Pero este sistema ya no funcionaba. Había surgido en su menteuna pregunta que esperaba una respuesta en su mente. Y esa preguntaaparecía detrás de todo lo que leía y escribía.

ã(99) Al final del día, estaba agotada de luchar contra ella. Habíatenido veinte veces estas palabras en la punta de la lengua: <Robert, ¿sabes de qué color es un explosivo plástico?> Pero habría sido estúpido preguntárselo. No conocería larespuesta... y querría saber el porqué de la pregunta. Cassy buscó una y otra vez en los estantes de la biblioteca. Enalgún sitio tenía que haber algún libro que le dijese lo que queríasaber. Pero no sabía por dónde empezar y podía imaginarse la cara quepondría el bibliotecario si se lo preguntaba. <¿Por qué una chica como tú quiere saber algo sobre explosivosplásticos?> Tenía que mantener en secreto el asunto hasta que decidiera loque iba a hacer, pero la tensión era casi insoportable. Cuando volvía con Robert a casa por la tarde, apenas podíaconcentrarse en lo que él decía. El muchacho iba describiendo el mapaque debían hacer aquella noche para mostrarle los lugares dondetodavía quedaban lobos. Cassy asentía, sonreía y trataba de

parecer inteligente; pero advertía que él la miraba con una expresiónextraña. --¿Qué te pasa? -le preguntó finalmente-. ¿Has trabajadodemasiado? Yo estoy tan acostumbrado a tomar apuntes que a veces meolvido de lo pesado que es. --¡Oh, sí! -contestó Cassy parpadeando, pero luegoañadió-: No, no es eso. --¿Qué es, entonces? --Yo... -seguía sin atreverse a hacer la pregunta clave, peropodía intentar aproximarse a ella-. Me preguntaba por la máscara delobo que hicimos. ¿Está bien? Quiero decir, ¿está ya seca? Su mente trabajaba deprisa. Podía comprar un poco de plastilina.

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Quizá podría deshacer el papel maché..., sacar la sustanciaamarilla..., poner la plastilina..., rehacer la máscara..., y así, yasí... ã(100) --Ha quedado bien, -dijo Robert satisfecho-. Lyall hadicho que pensaba llevarla a Wandsworth esta tarde. Así Earl podrá tenerla pintada para el lunes. --¡Oh! No sabía si sentía alivio o decepción. El corazón le dio unvuelco, y tuvo que coger el cuaderno con fuerza para disimular eltemblor de sus manos. --¿Cassy? Robert la miró con el entrecejo fruncido. Antes de que pudieseañadir más, apareció Lyall, que bajaba la carretera con lafurgoneta. "¡Gracias, Dios mío!", exclamó interiormente Cassy. Aunquese trataba de Lyall, se alegraba de verle. Prefería cualquiercosa a aquella horrible situación. Le hizo señas con los brazos, y lafurgoneta frenó junto a ella. --¡Hola! Lyall bajó del coche, cerró la puerta y se puso a su lado. --¿Qué tal ha ido el día? --Bastante bien, -dijo Robert sonriente-. Tenemos millonesde notas, con cosas terribles de todo tipo. Seguro que podremosutilizar algo. Creo que ya estamos preparados para el lunes. Lyall hizo una mueca. --No, no lo estamos. Acabo de estar en Wandsworth... y Earl se ha roto una pierna. La sonrisa de Robert se desvaneció. --¿Está muy mal? -preguntó. --¡Oh, está bien! -contestó Lyall, y se encogió dehombros-. Pero no podrá moverse en unas semanas. --Tiene que haber alguien que pueda pintarnos lasmáscaras, -afirmó Robert-. ¿Qué te parece la novia de Jacob, Isabel no sé qué? "Es como vivir con una agenda", pensó Cassy. "O con unordenador". Fuera lo que fuese lo que necesitaban, Robert ã(101)sabía dónde encontrarlo. Era como si tuviese en la cabeza un archivoque incluyera el epígrafe "Pintores para cuando Earl se rompeuna pierna". (¿<Tendría una ficha titulada: "Qué hacer con explosivosplásticos colocados en el interior de una máscara>"¿Ú Pero Lyall no mostró interés por la eficacia de Robert yle interrumpió bruscamente: --¡Oh, no se trata de eso! Una simple escayola no le impedirápintarlas. Lo que me preocupa es la representación. ¿Quién va a hacerde tercer cerdito? --Eso no es ningún... -dijo Robert mirando fijamente aCassy-. Quiero decir que podemos...

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Durante un instante, Cassy no advirtió a qué se referíaRobert. Cuando lo comprendió, estuvo a punto de morirse de risa. --¿Yo? ¡No pienso sustituirle! ¡Eso no va conmigo! --¿Por qué no? -preguntó Robert-. Vives con nosotros, ¿no?Consumes nuestra comida... ¿Por qué no vas a ayudarnos a ganardinero? --¡Es que no sé actuar! --No tienes que actuar. Sólo tienes que hacer lo que Lyallte diga. En realidad no discutían, pero estaban el uno frente al otroquietos en la acera. Robert parecía irritado: sin duda creíaque Cassy se estaba comportando de una manera infantil. YCassy estaba furiosa. Por si fuera poco tener que vivir conGoldie y con sus extraños amigos, querían obligarla a actuar. Yprecisamente ahora... Lyall los rodeó con los brazos. --¡Dejadlo ya! ¡Los dos! Antes de que os coja del cuello ygolpee una contra otra vuestras cabezas. --No esperarás... Cassy intentó soltarse, pero Lyall la apretó con másfuerza y la sacudió ligeramente. ã(102) --Puedo esperar cualquier cosa. Me gano la vida esperando cosasde los chicos de los colegios. ¿No es así? --Pero yo no soy una niña de colegio, ¿verdad? -mascullóCassy indignada-. ¡No me está permitido ir al colegio! Tengo quequedarme en esta... esta pocilga, con Goldie y contigo. Nopuedo hacer mi propia comida. Ni dormir en mi propia cama. Nicomportarme como una persona verdadera. No se dio cuenta de que estaba gritando. Sólo lo advirtió cuandose calló al notar que se había hecho un silencio repentino. Lyally Robert la miraban fijamente. --¿Qué es para ti una vida verdadera? -preguntó Robert sinperder la calma-. ¿Una vida de verdad con gente de verdad? Eso nosignifica nada. No es más que una forma de levantar barreras paradejar fuera lo que resulta desagradable. Y no funciona, ¿sabes? Silos hechos están ahí, al final tienes que admitirlos. Cassy contuvo la respiración. Las palabras de Roberthabían dado en el blanco. Era como si el muchacho le hubiera leído elpensamiento. Volvió rápidamente la cabeza para no mirarle a los ojos. --Creo que ya es bastante por hoy, -dijo Lyall apretandomás sus hombros con el brazo-. ¿Qué os parece si volvemos a casa,cenamos y nos acostamos pronto? Cassy asintió. Pero las palabras de Robert seguíanresonando en su mente: <Si los hechos están ahí, al final tienes queadmitirlos>.

... por fin divisó la casita, al otro lado del claro. No habíaninguna figura oscura esperándola en la puerta. No sonaba ningún

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ruido de pasos en el otro sendero. No se movía nada, salvo el humo dela chimenea.

Y sin embargo...

ã(103) ¿Estaba siempre entreabierta la puerta? ¿Había siempre una líneade sombra cerca del borde? ¿Qué había dentro, oculto en la oscuridad?

¿Qué había dentro?

Corrió hacia la casita a través del claro. Sus pies sedeslizaban sobre la húmeda hierba. La cesta se balanceaba en subrazo. Llevaba la mano izquierda levantada, lista para llamar a lapuerta. Corría más y más. Pero no conseguía acercarse... ------------------------------------------------

ã(104)

¤ XI ------------------------------------------------

--¡Cassy! Era Goldie. Estaba arrodillada delante de su cama y tirabasuavemente de las mantas. --¿Qué ocurre? -murmuró Cassy incorporándose, todavíamedio dormida. --No ocurre nada, -contestó Goldie-. Pero ya estamos listospara empezar. --Para empezar ¿qué? --El ensayo, claro. ¿Cómo vas a estar preparada para actuar ellunes si no practicamos, practicamos y practicamos? De pronto, Goldie se levantó y se puso a bailar a saltitos porla habitación chasqueando los dedos. Su pelo se agitaba de un lado aotro y sus pies descalzos resonaban suavemente en el pavimento. Cassy frunció el entrecejo. --No me comprometí a hacerlo. --No seas tonta. ¿Quién va a hacerlo si no lo haces tú? --Eso no es asunto mío... --Además necesitamos el dinero -Goldie pasó por delante dela ventana y giró frente a la chimenea con un brinco, un salto y unapirueta-. Si no representamos <El vigilante de la luna> no comemos. Se detuvo de espaldas a Cassy y contempló la repisa de lachimenea. Lentamente, Cassy empezó a vestirse mientras traducía

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al lenguaje de Nan lo que Goldie acababa de decirle: ã(105) <En este mundo, cada cual tiene que ganarse su vida. No esposible vivir siempre a costa de los demás>. --¿Es que no lo entiendes? -dijo malhumorada, a la espalda deGoldie-. No se me da bien hacer estas cosas. --¿Qué cosas? -Goldie ya tenía la cabeza en otra parte. Dabavueltas por la habitación y sonreía con la fotografía en la mano-.¿Podrías darme esto, Cassy? Por favor. No tengo ninguna foto de Mick. Y ésta es preciosa, -sonrió a la fotografía y la besódulcemente-. También tú tenías este aspecto de pequeña, ¿sabes?Siempre esperé que crecieras como él... y siempre quise que fuéramosuna familia de verdad. Cassy se estremeció. --¿Por qué querías que fuera como él? Ahora ya no es tan mono,¿verdad? Goldie dejó de sonreír y dio un paso atrás, como si Nan laestuviera reprendiendo y ella no acabara de entender por qué. Cassy apretó los puños. --¡Contesta! ¿Por qué nadie me cuenta nada? Es mi padre ynecesito saber algo de él. --La abuela Phelan me dijo que no lo hiciera, -susurró lavoz de Goldie-. Me dijo que si lo hacía no volvería a verte. --Dímelo, -contestó Cassy, inflexible-. Michael Phelan, el terrorista de Cray Hill... Eso es lo que le llamóLyall. ¿Mató a alguien? Goldie vaciló. --¡Oh, vamos! Saldría en los periódicos. Y entelevisión, -insistió Cassy. --Pero dijo que no les creyéramos -Goldie hablaba tan bajoque Cassy apenas podía oírla-. "Recuerda que estamos enguerra", dijo. "Y que el enemigo controla la prensa y la televisión". --Pero ¿qué decían? --Estoy segura de que todo eran mentiras... --¿Qué decían? ã(106) --Toda aquella gente. Todas aquellas mujeres y niños... Cassy cerró los ojos, intentando no imaginar nada y deseando nohaber preguntado nunca. Imaginó lo que Nan le habría dicho en aquelmomento: "¿Ya estás satisfecha, señorita Necesito-saberlo-todo?" Pero necesitaba saberlo todo. --¿Era del IRA? Goldie soltó una carcajada nerviosa. --La abuela Phelan se puso furiosa. Cuando lo descubrió, pasótres días sin hablarnos. Tú y yo nos quedamos en su apartamento, peronunca dijo nada. Cassy abrió los ojos y vio la sonrisa que acompañaba a lascarcajadas reprimidas. Era una sonrisa pura e inocente. La mente de Goldie pasaba por encima de los bebés muertos como si estuvieracontando un cuento.

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Y al momento siguiente volvía a tener la cabeza en otra parte.Se dirigió hacia la puerta, llevándose la fotografía. --Ven en cuanto estés preparada, -dijo-. Lyall quiereempezar ahora mismo, y odia perder el tiempo. Le diré a Rob quete prepare un bocadillo de beicon. No le dio tiempo a negarse, y no parecía tener sentido intentaroponer algo. Goldie sonrió y salió del cuarto cerrando lapuerta tras de sí. Cassy se quedó mirando la repisa, contemplando el hueco quehabía dejado la fotografía. Y no sólo la fotografía: a su lado habíaestado inocentemente la sustancia amarilla, y cualquiera habríapodido verla. Su mente se nubló. Bombas, cuerpos e incursiones a media noche.¿Cómo era posible todo eso? <No debes creer los cuentos de hadas de Goldie>. Pero esta vez no funcionaron las palabras mágicas. Era más bienNan la que parecía un cuento de hadas. Y la cosa más tangible, la más<verdadera> del mundo, era aquella masa de explosivo amarillo queestaba escondida dentro de la cabeza del lobo.

ã(107) Diez minutos después estaba en el dormitorio principal sentadaen el suelo con las piernas cruzadas. Ella, Robert y Goldiemiraban a Lyall, y los cuatro cantaban con voces fuertes yfirmes, siguiendo el ritmo que marcaban golpeando el suelo con lasmanos.

2 4¿Quién teme al Lobo Feroz,al Lobo Feroz, al Lobo Feroz?Quién teme al Lobo Feroz...?

Cassy se sentía ridícula. Su voz sonaba débil y desafinada y susmanos golpeaban suavemente, casi sin hacer ruido. Eso irritó aLyall, que levantó una mano y les mandó parar. --Vamos, Cassy. Canta con más fuerza. Te estás burlandodel lobo. Estás demostrando que no le tienes miedo. Figúrate que lacosa más terrorífica que puedes imaginar está al otro lado de lapuerta. En ese caso le gritarías, ¿verdad? Oh, no, no lo haría. Se quedaría muy, muy quieta y en silencio.Pero, como no quería explicárselo a Lyall, volvió a empezar: --¿Quién teme al Lobo Feroz...? --¡No! Más alto, Cassy. Más Alto. Rómpeme los oídos. --¿Quién teme...? --¡Más Alto! No dejó de corregirla hasta que ella, incapaz de soportarlo más,gritó fuera de sí por la rabia y la indignación: --¿Quién Teme al Lobo Feroz? Entonces, Lyall sonrió.

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--¡Muy bien! ¡Buena chica! -dijo. Luego, indicó a los otros que se unieran a ella y, cuando lohicieron, Cassy se sintió atrapada por la música. Su voz subiójunto con las otras y sus manos golpearon como las de los demás.Siguieron cantando hasta que las palabras dejaron ã(108)de tener sentido, hasta que sus gargantas estuvieron secas y laspalmas de sus manos rojas y doloridas. Entonces, Lyall se levantó y les dijo: --¡Muy bien! Vamos a empezar a actuar. ¿Estáis listos, cerditos? Goldie lanzó un grito prolongado. --Le dijiste a Earl que yo quería ser un cerdito precioso,¿verdad? Lyall la cogió de las manos y la levantó. --Claro que sí. Vas a ser el cerdito de Berkshire másbonito y dulce que haya visto nunca nadie. --¡Y construiré la mejor casita de paja del mundo! --Puedes apostar cualquier cosa -Lyall le explicó aCassy en qué consistía la obra, hablándole por encima del hombrode Goldie-: Tendremos al público dividido en tres secciones,sentado en el suelo. Y utilizaréis a los niños para construirvuestras casas. Una fila de chicos para cada muro, ¿de acuerdo? Cassy parpadeó. --¿Y cómo sabrán lo que tienen que hacer? --Seguirán vuestro ejemplo. Cuando no os toque ser cerditos, osquitaréis la máscara y formaréis parte de las otras casitas. --Pero... --Funcionará -aseguró Robert-. Parece imposible, pero funciona.Ya lo verás. Cassy no podía creérselo. Si Lyall iba a mandar que elpúblico se levantase, ¿cómo iba a conseguir que se sentase de nuevo?Se imaginaba a cientos de niños rompiéndolo todo y corriendo portodas partes como salvajes. Pero eso no parecía preocuparle a nadie más. Goldie sehabía puesto unos zapatos de tacón alto y daba vueltas en lahabitación con pasos cortos, como si tuviese pezuñas en vez de pies. Robert había empezado a escribir una nueva página de su ficheroparticular, donde detallaba la posición de cada ã(109)uno en el escenario, y Lyall estaba intentando ponerse unainmensa capa. Y entonces empezaron a actuar. Goldie se plantó en elcentro de la habitación y, sonriendo, exclamó: --Voy a construirme una casita de paja. Robert cogió a Cassy de la mano para llevarla a su sitio y Goldie se acercó a ellos, haciendo como si construyera algo. Acontinuación, se parapetó detrás del muro que había construido, yllegó Lyall. --¡Cerdito, cerdito! -gritó con su potente voz-. ¡Déjame entrar! --¡No! -chilló Goldie-. ¡No, no! ¡Lo juro por los pelos de

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mi barbita! ¡No podrás entrar! Cassy miró un instante por encima del hombro y vio cómoGoldie se acurrucaba y se estremecía, al tiempo que la voz deLyall sonaba grave y profunda: --¡Entonces soplaré, soplaré y soplaré Y Tu Casa Derribaré! Empezó a soplar con tanta fuerza que Cassy apenas podíacreer que a la vez pudiera estar musitándole a ella lo que tenía quehacer en el escenario. --¡Huff! (<Estremécete ligeramente, Cassy>). ¡Puff!(<Ahora con más fuerza>). ¡Huff! (<Ahora aléjate de Robert,pero no le dejes irse... Eso es. Bien>). ¡Puff! (<Ahora suelta lasmanos... y aléjate>). Robert soltó la mano de Cassy y se dirigió hacia laderecha, llevando tras de sí una imaginaria fila de niños. Cassy lo imitó desplazándose hacia la izquierda, aunque de forma menosexpresiva. Y Goldie chilló aterrorizada: --¡No! ¡No! ¡No! Lyall saltó sobre ella y, con otro grito penetrante, la hizodesaparecer en el interior de su capa. La expresión de espanto deella era perfecta, como si fuese verdad lo que le estaba sucediendo:sangre, dolor y muerte. ã(110) Pero ¿y si fuese porque en la vida de verdad...? --Tenemos que lograr que el cambio resulte tan suave como laseda, -estaba explicando Lyall-. Goldie, procura quitarte lamáscara de cerdito en cuanto estés debajo de la capa. Tú te pondrásla tuya, Robert. Y Cassy se ocupará de que los niñosvuelvan a sentarse. --¿Yo? Pero... Sin darle tiempo a replicar nada, Goldie le cogió la manoy tiró de ella. --Ahora tenemos que ir a la casita de madera, -le susurró-. YRobert será el cerdito. ¡Tiene tanta gracia! Cassy no había imaginado que Robert fuera buen actor y, encierto modo, tenía razón. Simplemente, fue al centro de lahabitación, colocó a Goldie y a Cassy en su sitio e hizoademán de sujetarlas juntas con un clavo. Se movió con la seriedad y solemnidad con que solía comportarsesiempre, se tratara de lo que se tratara: daba igual que estuvieseactuando, preparando el desayuno o copiando apuntes en la biblioteca.Y Goldie tenía razón: era irresistiblemente divertido. Al final dejó de martillar, se irguió y, llevándose las manos ala boca para hacer pantalla, anunció: --He hecho una magnífica casa de madera. Ahora, Lyall no les dio ninguna indicación. Lo único que hizofue acercarse y adoptar de nuevo su papel de lobo amenazador.Cassy tuvo que sujetar a Goldie del brazo para impedir quehuyera demasiado pronto. El lobo era enorme y fiero, y ahora estabamucho más cerca de ellas que la vez anterior: aullaba justo delantede sus caras. Las dos sintieron un alivio cuando al final pudieron

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marcharse. Robert no gritó en ningún momento. Cruzó los brazos ydesapareció sin más debajo de la capa. Lyall soltó unos rugidosaterradores, más propios de un león que de un lobo. --Ahora te toca a ti, -murmuró Goldie al oído de Cassy-. Tú tienes que construir la casa de ladrillos. ã(111) Cassy se quedó helada. --Pero yo no... --No hace falta que actúes, -dijo Robert saliendo de debajode la capa para dedicarle una rápida pero reconfortante sonrisa-.Basta que pienses que los ladrillos están aquí de verdad y que túestás construyendo una casa de verdad. --Pero no estoy construyendo una casa de verdad, -replicóCassy malhumorada. Lyall la cogió de los hombros. --¡Por Dios, chica! ¡Imagínatelo! Quizá te sorprendas a timisma. Deja volar tu imaginación. Nunca, nunca. La mente de Cassy se cerró herméticamente,como se cerraría un puño, mientras miraba a Lyall. --Pero si es fácil, Cassy -insistió Goldie mirándolacon su inocente y angelical sonrisa-. Piensa que eres la abuelaPhelan, que tu casa es la mejor del mundo. Cassy la miró otra vez, pero advirtió que su espalda seenderezaba y su barbilla se levantaba. Mientras llevaba a Goldie y a Robert hacia su puesto, se sintió exactamente igual quesi fuese Nan. Los muros de su casa imaginaria resultaron rectos yarmoniosos, y las esquinas formaban ángulos perfectos. Al final,Cassy se sacudió las manos y asintió con la cabeza, de la mismamanera que Nan cuando acababa de limpiar. --¡He construido una casa de ladrillos! Lyall sonrió. --Muy bien, Cassy, -dijo-. Ahora métete en ella. Cassy se deslizó entre Goldie y Robert y, después depasar, volvió a juntarlos para cerrar la puerta. Luego se acurrucódentro de la casa. Tras un segundo de silencio, oyó las pisadas deLyall, que se paseaba por delante de la casa. Automáticamente,Cassy se acurrucó aún más, ocultándose detrás de su muro deladrillos. Se detuvieron las pisadas y oyó una voz grave y oscura: --¡Cerdito, cerdito, déjame entrar! ------------------------------------------------ ã(112)

¤ XII ------------------------------------------------

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Las mandíbulas del lobo chasquearon al otro lado del muro.Chasquearon una y otra vez a lo largo de la inacabable y exasperantemañana. Hicieran lo que hicieran, siempre reaparecía la mismadentellada asesina. Muerte. Terror. El Gran Lobo Feroz no dejó de devorar a los cerditos en todo elensayo. Después, Lyall se detuvo y les contó la leyenda del lobo Fernis, cuyos dientes de pesadilla se clavaron en la muñeca deldios Tyr y le arrancaron la mano de cuajo. Y a continuación se pusieron a hablar de la vida verdadera, ylas historias resultaron aún más sangrientas y horripilantes.Cassy, Goldie y Robert interrumpían los relatos de Lyallsobre lobos y le informaban de algunos hechos, como si hubiesen sidotestigos presenciales. --¡Los lobos de la estepa rusa atacaron a los ejércitos deNapoleón cuando se retiraban de Moscú! --¡Los lobos escoceses escarban en los cementerios para comerselos cadáveres! --¡Los lobos indios raptan bebés! Y así siguieron durante mucho tiempo. Una extensa lista deacusaciones históricas, mitos y cuentos populares. Lobo, lobo, lobo.Uñas y colmillos. Terribles e incansables garras ligeras. Voces depesadilla aullando a la luna. ã(113) Y cantaron y cantaron para un público imaginario:

2 4¿Quién teme al Lobo Feroz,al Lobo, al Lobo...?

Parecía que después de la comida iba a resultar todo mejor. Trasdar cuenta de los bocadillos, se pusieron a ensayar la segunda partede la obra. --La lección, -exclamó Lyall-. En nombre del propio lobo.

Aquello sonaba maravillosamente aburrido. Tenía que ver conesquemas y gráficos y con una única voz, monótona y pesada. PeroCassy advirtió enseguida que no iba a ser así. En cuanto Lyall pronunció la palabra lección, Goldie dio un respingo dealegría. --¿Vamos a poner el vídeo? ¿El de los cachorros de lobo? Lyall asintió. --Primero el vídeo. Y luego los datos. Terminó de beberse la taza de café y se levantó. Cruzó lahabitación y sacó de una caja un montón de papeles. Cogió cuatro ocinco rollos de papel blanco, que parecían carteles, y comentó: --Yo daré la charla, y quiero que mientras tanto vosotros tres

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leáis esto en voz baja. Todo el rato. Cuando lleguéis al final,volved otra vez al principio y empezad de nuevo. Pero que vuestralectura sea sólo un murmullo, por lo menos hasta que os dé ungolpecito en el hombro. --¿Como hago yo en la representación de la jungla? -preguntóGoldie. --Eso es. Yo estaré detrás de vosotros mientras hablo. Y cuandoos toque con la mano, leeréis en voz alta y clara. Tomad. ã(114) Con gesto solemne y pausado, desenrolló los carteles y los pegóa la pared. Uno de ellos era un mapamundi coloreado en los sitiosdonde el lobo se había extinguido. Los otros sólo contenían palabras. Listas de parásitos. Listas de subespecies exterminadas. Listasde trampas y de formas de matar lobos. --Yo leeré los parásitos, -se apresuró a decir Cassy antesde que Lyall le asignara algo peor. Por lo menos, los nombresen latín no significaban nada para ella y bloquearían lo demás. Miró su póster con los ojos muy abiertos y los oídos cerrados. Yen el instante en que Lyall empezó a hablar, ella se puso arecitar en voz baja, monótona e inexpresiva, como si fuese unamáquina: --La tenia <Diphyllobothrium latum>, la tenia <Dipylidiumcaninum>, la tenia <Echinococcus granulosus>... Pero no funcionó. Seguía oyendo a Robert, que murmurabanombres de los animales exterminados. Y pudo oír la voz clara deGoldie, que subió de tono cuando Lyall la tocó en el hombro. --... la trampa de la nevera, la trampa del precipicio, lanzas,anzuelos... Dolor, muerte, sangre...

Trabajaron sin parar hasta las seis de la tarde, comprobandotodos los detalles de la obra. Lyall les hizo ensayar una yotra vez, hasta que consideró que todo salía bien y que Cassysabía lo que debía hacer. Cassy estaba exhausta. Miró a Robert, que tomaba notascuidadosamente, y se preguntó de dónde sacaría fuerzas para sostenerel bolígrafo. --¿Está todo ya? -preguntó Robert-. Empezaremos pordividirlos en grupos y enseñarles la canción. Luego, el ã(115)cuento de los tres cerditos y la leyenda del dios Tir. Después, los

mitos, cuando entramos los tres y leemos el informe. Lyall asintió. --Y a continuación sacas los papeles y pones a los niños a hacerla primera serie de dibujos. Los montaremos más tarde, a la hora decomer. --Hasta aquí no hay problema -Robert frunció el entrecejo,al tiempo que se golpeaba ligeramente los dientes con el bolígrafo-.Pero ¿qué vamos a hacer con la serie de dibujos? Habrá un lío

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terrible... Goldie le tiró de la manga a Lyall. --¿Es que tenéis que preparar todo esto ahora? Me muero dehambre, Lyall. ¿No podríamos discutir mañana los aburridosapuntes de Robert? Lyall jugueteó con el pelo de la mujer y le sonrió a Robert.

--¿Tenemos algo de comer? -preguntó. --Hay pan y queso... --¡No quiero más bocadillos! -interrumpió Goldie-. Estoyharta de comer bocadillos. ¿No queda nada mejor? Lyall hizo una mueca, dispuesto a decir que no quedaba nadamejor. Pero miró a Cassy, y su expresión cambió. --Creo que todos estamos un poco cansados, -dijo lentamente-. ¿Ysi comemos pescado con patatas? ¿Queréis que vaya al local deArnie y lo traiga? --¡Oh, sí! ¿Por qué no compras también huevos en vinagre? -Goldie volvía a saltar y le tiraba del brazo a Lyallsonriendo-. ¿Y puré de guisantes? Lyall miró de nuevo a Cassy, pero se limitó a decir: --Robert, recoge todo este desorden. A continuación, Goldie y él desaparecieron por lasescaleras, riéndose a carcajadas. Cassy se levantó del suelo ycogió un póster. Lo enrolló con cuidado para no estropear los bordes. --No te preocupes, -dijo Robert cogiendo otro póster-.Déjalo. Ya lo haré yo. ã(116) --No, no, te ayudo. Estoy bien --Creo que no. Pareces muy cansada. --¡He dicho que estoy bien! --De acuerdo, no hace falta que chilles -Robert dejó en elsuelo el rollo que tenía en la mano y la miró fijamente-. Te sentirásmejor si dejas de estar de mal humor, -añadió. --Pero si yo no... --No insistas. Sé que no quieres ayudarnos en la obra. En elmundo verdadero, los chicos no tienen que trabajar para ganarse lavida, ¿verdad? --No se trata de eso, -replicó Cassy-. En serio. --Entonces, ¿qué problema tienes? Ayer te comportaste de unamanera muy extraña, y hoy has estado quisquillosa todo el día. --Es que... ¡Oh, no me pasa nada! --No tienes por qué contármelo -Robert se encogió dehombros y le volvió la espalda. Un par de segundos después de darsela vuelta, añadió-: Pero puedes hacerlo si quieres. --Yo... -Cassy se detuvo y contempló la espalda del muchacho,ancha y fuerte; luego prosiguió lentamente-: Debo de estar loca. --Entonces, seguro que necesitas contárselo a alguien. --Bueno... Pero tienes que prometerme que guardarás el secreto. Robert sujetó el póster con una goma y se volvió para mirarla. --No creo que deba prometerte eso. Si quieres contármelo, tienes

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que confiar en que lo entenderé. Si no, es mejor que no me digasnada. Pero Cassy había ido ya demasiado lejos para volverse atrás. "SiNan estuviese aquí...", pensó. Pero no estaba. --Es esa cosa amarilla, -dijo de pronto-. La sustancia quepusimos dentro de la máscara del lobo. Creo que es un explosivoplástico. Esperaba que Robert se riese de ella, pero no lo hizo. Se ã(117)sentó en el suelo con las rodillas levantadas hasta la altura de labarbilla. Se quedó pensativo en aquella postura al menos durante unminuto. Al final, levantó la vista hacia ella. --¿Por qué? --Porque... -Cassy cerró los ojos y añadió rápidamente, para quelo peor pasara lo antes posible-: Porque mi padre es un terrorista.Le busca la policía. Y la Brigada Especial. Y creo que se esconde enla casa de Nan. --¿Qué clase de terrorista? --Uno del IRA, creo. --Ya veo, -dijo Robert lentamente. Volvió a quedarse pensativo otra vez y, luego, empezó abombardearla con preguntas: --¿Por qué estás tan segura de que se esconde allí, en suapartamento? --He recordado dónde oí esa llamada especial. La que Goldie dijo que era una contraseña. Alguien entró en el piso llamando deesa manera. Justo la noche antes de que Nan me enviara aquí. --¿Y por qué había en tu bolsa un explosivo plástico, si es quelo es? --No lo sé -respondió Cassy en voz baja-. Pero creo queestá intentando recuperarlo. Él era el hombre del bosque. El queentró en la casa. Goldie le reconoció. --Goldie le reconoce en todas partes. En tiendas, enescaleras..., en cualquier sitio. ¿No te lo ha comentado Lyall? --Sí, pero... -cuanto más reflexionaba, más se convencía de quetenía razón-. Todo encaja, ¿no crees? Esa sustancia amarilla. Lacontraseña. El que Nan me enviara aquí. Y el hombre que intentabaentrar. Todo esto tiene que significar algo. --¿Y crees que Nan está metida en eso? -Robert sonrió conaire de incredulidad-. ¿Que sería ella entonces? ¿Un coronel del IRA?Vamos, Cassy. --Es su madre, -murmuró Cassy-. Y cuando la llamé... ã(118)para preguntarle por la sustancia amarilla..., no quiso hablarconmigo. La señora Ramage me dijo que estaba ocupada. --Dijiste que habías hablado con ella. --Sí, lo dije, -murmuró Cassy-. Pero mentí. Robert se apretó con fuerza las rodillas sin decir nada. Unmomento después, Cassy se sentó a su lado. --¿Qué estás pensando? ¿Crees que estoy loca?

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--Estoy pensando que... -vaciló un momento y sonrióirónicamente-. Pienso que esas cosas nunca ocurren de verdad. Noocurren en el mundo verdadero. Cassy hizo una mueca. --Se supone que tú no deberías decir eso. Se supone que túdeberías decir: "No seas tonta, Cassy. El explosivo plástico noes así. Es de color púrpura brillante con manchas verdes, huele a colhervida y chirría al apretarlo". Robert sonrió tristemente y negó con la cabeza. --Lo siento, pero es amarillo. Se miraron fijamente durante unos segundos sin decir nada.Luego, Cassy dirigió la vista hacia otro lado y dijo: --¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Ignorar todo esto?¿Llamar a la policía? ¿Sacar la sustancia amarilla de la máscara ydejarla en la acera para que la recoja él? No me estás ayudandomucho, la verdad. Robert hizo una mueca. --No puede ser cierto, ¿no crees? No puede ser verdad queestemos aquí sentados hablando tranquilamente de un tema así. Tieneque haber una explicación simple y clara de todo. Sólo que... --Sólo que ¿qué? -preguntó Cassy con gesto serio. --Sólo que a veces los relatos de terror son verdad. --¿Y entonces? Robert frunció el entrecejo. --Entonces tienes que decidir de qué lado estás, -dirigió aCassy una mirada penetrante y prosiguió en otro tono-: Mira, vamosa esperar hasta el lunes. La sustancia no ofrece ã(119)ningún peligro dentro de la máscara. El explosivo plástico esinofensivo sin un detonador. --Pero no podemos... --Necesitamos la máscara del lobo, -dijo Robert confirmeza-. Y no tenemos tiempo para hacer otra. De todos modos, nosvendrán bien un par de días para pensar sobre ello. --¿Y después? --Después se lo contaremos a Lyall. --¿A Lyall? --Él sabrá qué hacer. --Pero... En el cerebro de Cassy había aún miles de preguntas dandovueltas, pero antes de que la chica pudiese decir nada, se oyó elruido de la puerta principal al abrirse y la voz de Goldie quellamaba: --¿Verdad que hemos vuelto pronto? --¿De acuerdo entonces? -le susurró Robert-. ¿Será ése elplan? --Supongo que sí -contestó Cassy. El martes era, pues, eldía fijado. El martes tendrían que hacer algo. Se oyó el ruido de unos pasos que subían por la escalera, yGoldie entró en la habitación. Llevaba en los brazos un montón de

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paquetes calientes de color blanco que contenían el pescado y laspatatas fritas, y en su cara brillaba una amplia sonrisa. --¡Comida! Detrás de ella entró Lyall, con un cuchillo y un tenedoren una mano y un plato en la otra. Con una ampulosa y afectadareverencia, se agachó hasta casi tocar el suelo con la cabeza y selos tendió a Cassy. --¡Para usted! ¡Que tenga larga vida! Cassy sonrió entre tímida y violenta. Se daba cuenta de queLyall intentaba ser amable con ella, pero le resultaba un tipocada vez más incomprensible. ¿Qué haría cuando le contasen lo de lasustancia amarilla? ã(120) <Lyall, hay una bomba escondida en la máscara del lobo>. Tal vez tenía razón Robert: necesitaban tiempo parapensarlo. Quizá vería todo más claro después de dormir.

... su mano se elevó para llamar a la puerta y, cuando lo hizo,la puerta retrocedió, alejándose de ella.

Dentro, la oscuridad.

Y otra vez. El gesto se repitió con precisión. Su mano se elevóy llamó. Dos golpes rápidos. Luego una pausa. Y luego otros dos. La puerta se abrió un poco más.

Y otra vez. Su mano se elevó. Llamó. La oscuridad estabaabierta.

Y otra vez.

Nunca supo qué llamada provocó la respuesta. Una vezpronunciadas, las palabras parecían haber estado allí siempre.

<Entra, entra>.... ------------------------------------------------

ã(121)

¤ XIII ------------------------------------------------

La llamada la sacó de su sueño y la despertó, así que respiróprofundamente y se levantó en la oscuridad. --¿Quién está ahí?

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--Somos nosotros, -respondió Robert desde el otro lado dela puerta-. Ya es hora de levantarse. Nos vamos dentro de diezminutos. --¿Nos vamos? Pero Robert ya se alejaba por el recibidor hacia la cocina.Cassy cogió su ropa y empezó a vestirse. ¿Qué ocurría? ¿Acasohabía encontrado alguien el explosivo? Antes de que terminara de arreglarse, volvieron a llamar a lapuerta, ahora con más fuerza. Y la voz que llamaba era la deLyall. --¿No estás lista aún? ¡Date prisa! Ya tendríamos que habernosido. --¿Por qué? Pero no iba a decírselo. Lyall abrió la puerta, y Cassy sólo pudo ver su robusta y oscura silueta en el recibidor. --¡Rápido! -dijo-. Pronto sabrás por qué. Cassy se abrochó el último botón de la blusa. --¿Puedo lavarme la cara? --¡Por Dios! No vamos a hacerle una visita a la reina, -su vozreflejaba impaciencia-. Tienes veinte segundos. Pero te despellejaréviva si llegamos tarde. --¿Tarde para qué? --Ya lo verás. ã(122) Fue a abrir la puerta principal. Cassy cruzó el recibidorcorriendo y llegó a la cocina. Sobre una de las cajas había una velaencendida y, a la tenue luz de su llama, Robert metía unosbocadillos en una bolsa. --Desayunaremos en la furgoneta, -le dijo sonriente. --Pero ¿qué...? --Ahora no hay tiempo para explicaciones. A continuación salió, mientras Cassy se quedaba,malhumorada, lavándose la cara con el agua del grifo. Había olvidadola toalla, pero no se atrevió a volver a buscarla porque estabaoyendo cómo Lyall encendía el motor en aquel momento. Cogió elimpermeable y corrió hasta la calle, aún oscura. Cuando salió de la casa, la puerta de la furgoneta ya estabaabierta, esperándola. Subió al asiento delantero, y arrancaron sindarle tiempo a cerrar la puerta. Mirando por encima del hombro, vio a Robert acurrucado en la parte de atrás. --¿Dónde está Goldie? --¡No bromees! -exclamó Lyall soltando una carcajada-.Estaremos de vuelta antes de que Goldie se despierte. --De vuelta, ¿de dónde? --No te preocupes, -miró a Robert de reojo mientras doblabala esquina-. Anda, dale un bocadillo. Eso le mantendrá la menteocupada. Robert le pasó a Cassy un grueso bocadillo de queso.Cassy lo cogió y comenzó a mordisquearlo enfadada, mientras sepreguntaba por qué había ido con ellos. La habían arrastrado hasta

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allí y la habían obligado a correr sin darle tiempo a despertarse deltodo. Ni siquiera Robert quería decirle qué sucedía. La furgoneta atravesó varias calles y esquinas, metiéndose poralgunos callejones. Se veían muy pocos vehículos. Cassy pensóque debía de ser muy temprano. ¿Las cuatro de la madrugada? Quizáincluso las tres. ã(123) Pero para Lyall no era suficientemente temprano. Condujo agran velocidad durante todo el trayecto hasta que, con una últimasacudida, se detuvo ante una barrera y apagó el motor. --Ya estamos aquí. Cassy miró perpleja hasta que, de pronto, reconoció el lugar. --¿El zoo? -preguntó sorprendida. "Entonces esto no tiene nadaque ver con bombas", pensó, y sintió tanto alivio que estuvo a puntode reír-. Pero ¿qué hacemos aquí a estas horas? Está cerrado. Lyall sonrió. --Nos vamos a colar, -dijo. Durante un terrible instante, Cassy estuvo a punto decreerle. Pensó que habían ido a raptar un lobo. Con ellos todo eraposible. Vio mentalmente la escena con tanta claridad como si fueseuna pesadilla obsesiva, una horrible realidad. Se imaginó a Lyall al otro lado de la verja con un riflede adormecer animales. Le vio disparar y oyó el ruido de uno de loslobos al caer al suelo tras ser alcanzado. Luego, una ganzúa abría laverja. Y Lyall metía en un saco al lobo dormido, mientras queella y Robert mantenían alejados a los otros cinco. Entonces, Robert se levantó del asiento trasero y le puso unamano en el hombro. --Tranquila. Está todo preparado, -dijo. --Si es preciso, puedo colarme en cualquier sitio, -afirmóLyall riendo-. Pero déjame hacer unas comprobaciones. Salió de la furgoneta y, por primera vez, Cassy se fijó enla silueta oscura que había detrás de la barrera. Fuera quien fuese,levantó una mano y se acercó a ellos. Mientras Lyall salía a su encuentro, Cassy se volvió y lesusurró a Robert: --¿Puedes decirme qué está pasando aquí? ã(124) Robert negó con la cabeza. --Luego te alegrarás de que no te hayamos dicho nada antes detiempo. Espera y verás. --¿Por qué supones que me alegraré? Pero Lyall ya estaba de vuelta. Al momento siguiente, lacamioneta había cruzado la barrera y se encontraban dentro del zoo. --El señor Marriott me ha dicho que montemos nuestrascosas rápidamente, -murmuró Lyall-. Para no molestar después. ¿Qué cosas? En la oscuridad, Cassy apenas podía ver lo que Lyall y Robert llevaban en la parte de atrás; pero de repentese encontró con tres micrófonos y un montón de cables en las manos. --Los pondremos ahora, -murmuró Lyall-. Y luego buscaremos

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un lugar para esperar donde no puedan vernos. --Donde no puedan vernos, ¿quiénes? -pero Cassy ya suponíaque no le iba a contestar nadie. Lyall y Robert se limitaron aintercambiar una sonrisa y se adentraron en el zoo llevando una cajacada uno. Lo único que Cassy podía hacer era seguirlos y verqué sucedía.

Una hora después, seguía sin saber nada. Estaba sentada sobre elfrío y duro camino asfaltado que rodeaba la jaula de los lobos, con Robert a un lado y Lyall al otro. Habían discutido sobrelos micrófonos, habían hecho pruebas de sonido y habían localizado elmejor lugar para esperar. Pero no ocurría nada. La única diferencia era que la oscuridadhabía dado paso a un amanecer frío y gris. Cassy estaba empezando a pensar que se trataba de una bromapesada. Quizá seguirían otra hora sentados allí, y luego Lyallle preguntaría qué era lo que esperaba oír. Y, respondiese lo querespondiese, quedaría como una idiota. ã(125) O quizá estaban haciendo una grabación para probar que los lobosno roncan. Ése era el tipo de ideas que se les podían ocurrir. Removiéndose incómoda en el duro suelo, decidió ignorarlostotalmente. En vez de preguntarse por qué estaban allí, se puso apensar en la representación. Si participaba en ella, interpretaría supapel lo mejor que pudiera. Así que repasó mentalmente susmovimientos e intentó recordar todo lo que tenía que decir. Murmullossobre lobos..., parásitos de los lobos..., dibujos de lobos... Los lobos de verdad la cogieron por sorpresa. De repente, en uno de los ángulos resonó un lamento, al quesiguió un prolongado y lastimero aullido que le erizó los pelos de lanuca. Intentó huir, pero Lyall estaba preparado para aquellareacción. Una de sus gigantescas manos la cogió del cuello y laobligó a sentarse de nuevo. Lyall se llevó el dedo índice a loslabios. El aullido se interrumpió y volvió a empezar. Ahora no sonósolo, sino que se le unieron otras voces, aunque no al unísono. Lostonos variaban sin interrupción, y cada uno de ellos evitabacoincidir con los demás. Los acordes y las discordancias se mezclabany se desvanecían y volvían a surgir formando extrañas melodías delamentación... Cassy tragó saliva y se enderezó. El sonido no se parecía ennada a una canción, pero llegaba a sus oídos como una música ruda,como una melodía rabiosa e irregular. Cuando los aullidos se hicieron cada vez más breves ypenetrantes, Lyall retiró la mano con que sujetaba a Cassy y se arrastró hacia el ángulo. Robert le siguió, sonrió aCassy y no dejó de llamarla por señas hasta que logró que sedeslizara junto a Lyall. Desde allí podían ver al otro lado el interior del recinto delos lobos. Los seis estaban en la parte superior del montículo, donde

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formaban un círculo y miraban hacia el cielo. Con los hocicoslevantados y los ojos entrecerrados, aullaban ã(126)en éxtasis. Cassy se clavó las uñas en la palma de la mano ydeseó que no se detuvieran. Quería que aquel bellísimo sonidoinhumano continuase para siempre. Pero, una a una, las voces se fueron apagando hasta que laúltima emitió en solitario el aullido final. Luego, el último loboagachó la cabeza y trotó tranquilamente ladera abajo. Cassyadvirtió que estaba temblando. Lyall le dio unos golpecitos al magnetófono y lo apagó. Despuésse volvió y sonrió triunfalmente. --¡Ya está! -dijo-. ¿Habías adivinado qué estábamos aguardando, Cassy? Todavía sin habla, Cassy negó con la cabeza. --¿A que ha sido mejor así? Cuando no sabes lo que vas a oír...lo oyes de verdad. --Yo creía... -dijo, y le tembló la voz; pero se recobróenseguida-. Yo creía que sólo hacen eso durante la noche, durante laluna llena. Robert asintió. --Por eso no te hemos dicho nada. Queríamos que sólo supieses loque has visto en las películas de miedo. --¡Au-u-u-u-u-u-llan! -Lyall echó la cabeza hacia atrás y soltóun aullido que le heló la sangre a Cassy-. ¡Nieva en la estepasiberiana! Unas garras se deslizan entre los árboles, persiguiendoalgo a través de las sombras, y... ¡Atacan! Sus ojos brillaron y, durante un segundo, se adueñó de la mentede Cassy una sombra: una figura alargada y repelente, con unáspero pelo gris y un hocico feroz lleno de colmillos. --No seas tonto, -dijo vacilante, señalando a los lobos del zoo-.Estos lobos no son así. --¡Oh, claro! -la interrumpió Lyall afablemente-. Éstosaúllan para demostrar que están aquí. Para avisar a los otros lobosde que se mantengan alejados de su territorio. --Realmente patético, -murmuró Robert-. Parece que se dancuenta de que la suya es una causa perdida. Lyall se encogió de hombros. ã(127) --Hay mucha gente que lucha por causas perdidas. Especialmentecuando esas causas tienen que ver con su territorio. De pronto, Cassy se agachó y desconectó el micrófono delmagnetófono. --Podríamos recoger ya, ¿no creéis? -dijo-. ¿O es que queréispasaros todo el día en el zoo? --¿Por qué no? -preguntó Lyall con una frivolidadpeligrosa-. ¿O es que no te ha gustado, Cassy? La chica sintió que se le ponía carne de gallina, pero antes deque pudiese contestar, Robert se agachó para ayudarla arecoger.

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--¡Oh, venga ya, papá! -dijo-. Volvamos a casa. Estamos todoscansados, y yo me comería ya otro desayuno. --Lo devorarías con un hambre de lobo, ¿a que sí? La risa de Lyall disipó el peligro. Él recogió los micrófonos, y Cassy y Robert hicieron lo mismo con el magnetófono. La vuelta a casa fue más lenta por culpa del tráfico. Durante unrato discutieron sobre cómo despertar a Goldie. --Podríamos aullar delante de su puerta, -sugirió Robert-.Como una manada de lobos. --¡Ni hablar! -exclamó Lyall-. Podemos dar la vuelta por detrásy tirar piedras a la ventana, siempre que no rompamos los cristales. --Podemos... -Cassy visualizó la parte trasera de la casa-.Podemos golpear el canalón que pasa junto a la ventana. --¡Buena idea! -Lyall soltó el volante y aplaudió-. Seguro quepodemos arrancarlo, meterlo por la ventana y gritarle al oído. --Podremos hasta hacerle cosquillas con él, -añadió solemnemente Robert-. Si es lo bastante largo como para atravesar lahabitación. --O soplar por él... -sugirió Cassy-. Como si fuese untrombón. ã(128) Pero no necesitaron hacer nada de eso. Cuando llegaron aAlbert Street, Goldie ya estaba levantada. Es más: ya se habíavestido y los estaba esperando en el porche. Cuando vio la furgoneta,se puso a hacer aspavientos con los brazos. --¿Qué demonios...? -Lyall estaba estupefacto. Aparcójunto al bordillo, salió de la furgoneta y la llamó-. ¿Qué pasa? ¿Quéte ha despertado? --Nadie... Quiero decir, nada, -respondió vivamente Goldie-. Me he despertado sola. De verdad. Y... Cassy se apeó y se dirigió a la parte trasera de la furgonetapara abrirle las puertas a Robert. En cuanto sacó las piernas,el muchacho miró a Cassy y le hizo una seña. --¿Qué le pasa a Goldie? Cassy se fijó y advirtió a qué se refería Robert. Goldiehablaba con mucha más rapidez que de ordinario, en un tono falso ysupuestamente divertido, y tan atropelladamente que no dejaba hablara nadie. --... Quería daros una sorpresa y prepararos algo de comer, perono he tenido tiempo y... --Quizá se ha asustado, -murmuró Cassy-. Porque la hemosdejado sola. --Quizá -asintió Robert, y la miró con gesto dubitativo-.Toma, ayúdame a llevar estos cables, ¿quieres? Cassy y él terminaron de descargar la furgoneta y llevaron elequipo al dormitorio principal. Mientras volvían por las escaleras, Robert le dedicó una sonrisa amistosa. --Lyall y Goldie están haciendo café y tostadas. ¿Quieres unpoco o prefieres irte a dormir un rato? --No tengo nada de sueño -Cassy bajó los dos últimos

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escalones-. Pero quiero quitarme el impermeable. Cruzó el recibidor, abrió la puerta de su cuarto y se quedóhelada. ¡Había pasado algo! Un sentido primitivo, más básico que lavista o el olfato, le puso la carne de gallina. Durante su ausencia había habido alguien en su habitación. ------------------------------------------------ ã(129)

¤ XIV ------------------------------------------------

Debió de entretenerse más tiempo que de ordinario, porqueRobert, al pasar hacia la cocina, se detuvo y se quedóobservándola. --¿Te encuentras bien? --Yo... Sí, claro. Robert se acercó vacilante. --No, no estás bien, -dijo-. Te pasa algo raro. --Alguien ha entrado en mi habitación, -susurró Cassy en untono casi inaudible-. Y ha estado revolviendo mis cosas. Robert miró por encima del hombro de Cassy. --¿Estás segura? -preguntó. No la creía. Y no era difícil adivinar por qué. El cuarto estabaperfectamente ordenado, tal como lo había dejado, con las mantasdobladas en el suelo al lado de la maleta. No faltaba nada, y nada sehabía movido. Sin embargo... --Está todo en líneas paralelas, -dijo Cassy en voz baja-.¿Ves? Las mantas están dobladas a escuadra, y los bordes están enparalelo con las tablas del suelo. Y el borde de la maleta está enparalelo con los bordes de las mantas. Y mi bolsa de aseo. Y elpaquete de postales que hay encima de la maleta. Robert no parecía convencido. --Pero ¿por qué iba a hacer alguien eso? --No lo sé -Cassy frunció el entrecejo, sorprendida de ã(130)tanto orden-. Quizá... lo ha hecho sin darse cuenta. Quizá sóloquería dejar el cuarto ordenado. --A lo mejor lo has dejado tú así. Eres muy ordenada. A lo mejor alineas siempre las cosas sin darte cuenta. --Entonces, ¿por qué lo encuentro extraño? Además... -Cassy se dio cuenta de un detalle importante-, aunque he doblado lasmantas esta mañana, es imposible que las haya doblado tan bien:estaba muy oscuro y no se veía nada. Robert se encogió de hombros. --Quizá ha sido una casualidad. Cassy no se molestó en contestarle. Sabía que era imposible, y

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él también. --Espera un segundo, -Robert dio media vuelta y gritó-:Goldie, ¿has estado aquí todo el tiempo que hemos pasado fuera? Goldie apareció rápidamente en la puerta de la cocina. --Sí, claro. ¿Por qué? --No le preguntes nada, -murmuró Cassy. Pero Robert no le hizo caso. --¿No ha venido nadie? Cassy piensa que ha entrado alguienen su cuarto. --¡Ah, sí! -Goldie enrojeció y soltó una risita aguda-. Losiento, Cassy, he sido yo. Sólo quería... unas tijeras paracortarme las uñas. Cassy miró a través del recibidor. Incluso desde donde seencontraba pudo ver las largas uñas pintadas de Goldie. Lasllevaba de color rojo, y en los bordes se le había saltado elesmalte. --¿Has acabado ya? -preguntó amablemente-. ¿Puedes devolvermemis tijeras? --¡Oh! -Goldie volvió a reírse, ahora casi sin aliento. Semiró las manos, siguiendo la mirada de Cassy-. No he encontradolas tijeras, así que al final no me he cortado las uñas. Cassy observó muy seria las uñas rojas de Goldie. ã(131) --Las cogeré yo, -dijo, y se volvió rápidamente para queGoldie no pudiera verle la cara-. Espera un momento. Robert la siguió sin que nadie se lo pidiera, y se quedó a suespalda mientras ella se arrodillaba para abrir la maleta. Sinmirarle siquiera, Cassy levantó la tapa. Las tijeras de lasuñas estaban donde debían estar, donde las había dejado la nocheanterior. Encima de todo, en el centro. --Ni Goldie hubiera podido no verlas, -comentó en voz baja-. ¿Nocrees? Robert no dijo nada; pero, ante la mirada de Cassy, negócon la cabeza. Su cara, delicada y oscura, parecía impenetrable y,durante un segundo, Cassy pensó que no le había convencido. --Además, Goldie no habría podido ordenar mi cuarto así-susurró-. No reconocería unas líneas paralelas aunque las tuvieradelante. Robert volvió a negar con la cabeza, pero siguió sin decir nada. --¿Entonces? -preguntó Cassy-. ¿Quién ha sido? ¿Y qué es lo quebuscaba? Robert tragó saliva. --Ha tenido que ser... él. Buscaba el explosivo. Probablementenos ha visto salir. --Y... Goldie le ha dejado entrar... Se miraron el uno al otro, y Robert asintió: --Ha debido de hacerlo. Cassy tuvo la sensación de que los dos pensaban lo mismo: <Esverdaderamente cierto. En la vida de verdad>. No necesitaban decirlo

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en voz alta. Se quedó pensativa. --¿Qué hacemos ahora? ¿Sigues pensando que debemos esperar hastael martes? Robert volvió a tragar saliva y negó con la cabeza. ã(132) --Tenemos que hacer algo ahora. Intenta telefonear a tu abuelaotra vez. Antes de que nos metamos en algo peligroso. --De acuerdo, -Cassy cerró los ojos para calcular los días y lashoras-. Pero ahora no serviría de nada: está en el hospital. Bueno,se supone que está allí.

--¿Y si lo hacemos esta tarde? Podemos salir a comprar pescado ypatatas fritas; así no tendremos que darle explicaciones a Lyall.

--De acuerdo. Lo haremos así -en realidad, Cassy no queríaesperar ni un segundo. Quería ir inmediatamente y averiguar de unavez por todas qué estaba ocurriendo. Pero se daba cuenta de que esono era sensato-. ¿Y qué hacemos hasta entonces para distraernos? --¡No seas tonta! -Robert sonrió, desconcertante-. Vamos aensayar, claro.

Cassy hizo una mueca al oírle, pero le vino muy bien el ensayo.Los mantuvo tan ocupados que no pudieron pensar en ninguna otra cosa.Desde las nueve de la mañana en punto hasta las seis de la tardehicieron lo que les mandaba Lyall: recitar textos y moverse de

acuerdo con sus indicaciones. Cassy estaba tan absorta en el trabajo que se sorprendiórealmente cuando, a las seis en punto, Robert dijo: --Pescado y patatas fritas, ¿de acuerdo? Iremos a la tiendaCassy y yo. --¿Estáis seguros? -preguntó Lyall, y se levantó-. Yotengo que ir a ver a Earl, así que puedo pasarme con lafurgoneta... --Necesitamos dar un paseo, -replicó Robert con firmeza-.Vamos, Cassy. La cogió de la mano y la llevó escaleras abajo. Lyall los

siguió. ã(133) --¿No queréis que os lleve? Cassy hizo acopio de toda su inteligencia: --No, gracias, nos vendrá bien un poco de aire fresco. Además noqueremos ir demasiado deprisa; si no, encontrarás frío el pescadocuando vuelvas. Lyall sonrió y cruzó el recibidor. Cuando Cassy y Robertllegaron a la acera, la furgoneta se alejaba ya de la casa, y la manode Lyall los saludaba desde la ventanilla. Bajaron juntos por la calle hasta la cabina telefónica, pero no

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se dijeron nada. Cassy miraba de soslayo, convencida de quesabía qué estaba pensando Robert: "No hay pruebas suficientespara tomárnoslo tan en serio... Tiene que haber una explicaciónracional...". El muchacho tenía el ceño fruncido y miraba fijamenteal suelo mientras caminaba mordiéndose el labio inferior. También Cassy empezaba a pensar lo mismo. Todo aquello leparecía absurdo. Realmente, no se imaginaba hablando con Nan debombas y terroristas. Sin duda, aquella idea desaparecería en cuantooyese su voz firme y juiciosa. "¡Ojalá pueda oírla!", se dijo, y le pareció que habían pasadosemanas..., meses..., desde su despedida de Nan a la puerta delapartamento. Desde entonces todo había ido mal, y Cassy echabade menos el sentido común de aquella casa. Entraron los dos en la cabina, y Robert sacó del bolsilloalgunas monedas. --Toma. Usa esto. --Gracias, -contestó Cassy, y sus manos temblaron al meterlas monedas en la ranura y pulsar los botones. "Por favor, que estéNan en casa. Por favor, por favor, por favor...", suplicó ensilencio. El timbre sonó una y otra vez, y cuando Cassy estaba ya apunto de colgar, oyó al otro lado la voz de la señora Ramage: --¿Dígame? ã(134) --Soy yo otra vez, señora Ramage. Soy Cassy. ¿Puedo hablarcon Nan? --¿Quién es? Creo que se ha confundido. --Soy Cassy. Su vecina. --¡Oh, Cassy! Hola, querida. ¿Estás pasando bien tus vacaciones? --Sí, gracias, -contestó Cassy, intentando disimular suimpaciencia-. ¿Podría llamar a Nan, por favor? La señora Ramage vaciló. --Hace bastante que no la veo, querida. Parece que también ellase ha marchado. A Cassy le zumbaron los oídos. --Estoy segura de que no se ha ido, -contestó-. Y necesito hablarcon ella. Por favor. --Es que iba a bañarme ahora mismo, -la señora Ramage parecíadolida, como si Cassy hubiera debido saberlo-. Y estoy encamisón. --Es muy importante, muy importante -Cassy cerró los ojosy contuvo la respiración. Nan se pondría furiosa con ella por habermolestado a la señora Ramage, pero no podía hacer otra cosa-. ¿Nopuede ponerse un abrigo y acercarse? Por favor. Se hizo un largo e incómodo silencio. Luego, la señora Ramagesuspiró. --Bueno. Si es tan importante, tendré que ir. Pero si vas aseguir llamando tan a menudo, será mejor que Nan se instale unteléfono. --Gracias, -dijo Cassy con toda la amabilidad que pudo-.

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Volveré a llamar dentro de cinco minutos. Colgó el auricular y se apoyó en una pared de la cabina.Robert la observó, pero ninguno de los dos dijo nada. Estabanesperando para hacer la segunda llamada. En la cabeza de Cassy resonaban las palabras de la señoraRamage: <Hace bastante que no la veo... Parece que también ella se hamarchado>... Pero Nan no iba nunca a ningún sitio, ã(135)salvo cuando salía a trabajar, iba a la compra o la acompañaba a ellaa casa de Goldie. Cassy no recordaba que hubiese mencionadonunca a ningún amigo. Tenía que estar allí. --Ya han pasado cinco minutos, -informó Robert en vozbaja-. ¿Llamas otra vez? Cassy respiró profundamente y metió monedas por la ranura. Estavez la señora Ramage contestó inmediatamente y habló antes de queCassy pudiese decir nada. Parecía enfadada y sin aliento. --Ya te lo he dicho, querida. No está aquí. He llamado tresveces, y no ha contestado nadie. Además no hay luz en el recibidor. Cassy apretó el auricular y respondió sin emoción alguna: --Gracias por intentarlo. Siento haberla molestado. --No me molesta si se trata de algo importante, -contestó laseñora Ramage de mala gana, e inmediatamente preguntó, llena decuriosidad-: ¿Pasa algo malo, querida? --No. Estoy bien. Le he escrito una carta. Adiós. Cassy colgó, con demasiada rapidez como para parecer educada, ytomó aire nuevamente. --¿No está en casa? -preguntó Robert. --Es muy extraño, -de pronto, Cassy tuvo una sensación deahogo. Luego continuó-: La última vez, Nan estaba en casa cuando nodebía estar. Y no quiso hablar conmigo. Y ahora no está cuandodebería estar. --A lo mejor ha cambiado el turno. O ha ido a visitar a unamigo. O ha bajado al bar. Todo eso era tan absurdo que Cassy no pudo menos desonreír. --Venga, vamos a comprar el pescado y las patatas fritas. Demomento no podemos hacer otra cosa. --¿No quieres volver a hablar con ella? --Por ahora no. Dieron la vuelta a la esquina y llegaron al cálido refugio de latienda. La mente de Cassy estaba en ebullición, y las ã(136)palabras del menú iniciaron una danza delante de sus ojos.Entremezcladas con ellas aparecían en la pared sus propias preguntas:

2 4Bacalao y -¿dónde puede estar Nan?Trucha ahumada, -nunca salía de casa-, patatas fritas.¿Estará bien? Seguramente él no, -y patatas fritas.Rodaballo y patatas fritas.

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Salchichas y -¿qué demonios hacemos ahora?

La última pregunta revoloteaba en su mente por encima de todaslas demás. "¿Qué hacemos? ¿Qué Podemos hacer?" Aparecía escrita en labolsa de papel y resonaba al ritmo de los pasos que daban Cassy yRobert al volver a casa. Ninguno de los dos dijo nada hasta que llegaron a AlbertStreet. Entonces Robert señaló hacia la casa y comentó: --Lyall no ha perdido el tiempo. La furgoneta ya ha vuelto. --Estupendo, -murmuró Cassy sin escuchar realmente. Pero fue Goldie quien les abrió la puerta, con la ingenuasonrisa de siempre. --Magnífico. Estoy muerta de hambre. Cassy, ¿quieresavisar a Lyall? Está arriba, en la habitación de los espejos. --¿No vamos a cenar allí? -preguntó Robert, y empezó asubir los escalones, pero Goldie le agarró de la manga. --Eso no es lo que Lyall ha dicho que hagamos. Él hadicho: "Dile a Cassy que venga a avisarme". Robert la miró extrañado. --Pero ¿por qué? --Eso es lo que ha dicho, -repitió Goldie obstinada-.Vamos, Cassy, sube. Cassy seguía teniendo la cabeza en otra parte. Apenas entendiólo que le decían, pero le pareció más fácil hacerlo que ponerse adiscutir. Subió las escaleras y llamó a la puerta del ã(137)dormitorio. Como no obtuvo respuesta, abrió para ver si Lyallestaba dentro. Se hallaba mirando por la ventana hacia el jardín, de espaldas a Cassy. Llevaba puesta la capucha del chándal y estaba inclinadohacia adelante, apoyado en el alféizar. --Lyall... Lyall se volvió. Durante un instante, Cassy quedó helada, y losacontecimientos parecieron desarrollarse a cámara lenta. Su mentecontempló una y otra vez la misma imagen. Se volvió... y en el lugar de su cara había una horrible masadeforme. Se volvió... y, al abrirse las mandíbulas, brilló súbitamente ladentadura amarilla. Se dio la vuelta... y todos los espejos de la habitaciónreflejaron en cientos de ángulos diferentes el largo hocico gris entonos azules, rosas y amarillos. Se volvió... Cassy lanzó un grito: --¡El lobo! Un lobo donde no debería haber lobo alguno. Detrás de la puerta,dentro de la casa, metido en la piel de una persona conocida,familiar...

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Hombre lobo. <Bzou. Loup garou, ligahoo, lagahoo>...,nombres de pesadilla para una pesadilla oculta en los más recónditosrincones de su mente. El terror hizo enmudecer a Cassy y paralizó su cuerpo.Luego, todas sus energías, todas las fibras de sus músculos, todo elaliento de sus pulmones estallaron en ese largo e incontrolablegrito. Fue sólo un momento. Antes de que se le cortase la respiración,pudo oír a Goldie gritar desde el arranque de la escalera: --¡Cassy! ¡Cassy, cariño! ¿Qué ocurre? Goldie corría. Robert corría. Y Lyall se quitó la máscara ã(138)de lobo. La vida verdadera, simple y razonable estaba allí, a sualrededor. No había ningún hombre lobo. Estúpida, estúpida,estúpida... Se tambaleó hacia atrás, pero Robert estaba allí parasujetarla. --¡Eres un irresponsable! -le gritó a Lyall-. No estáacostumbrada a tus juegos. Y ya tiene bastantes problemas sin tuayuda. --No, no... -balbuceó Cassy, buscando una explicacióncoherente. Sin hombres lobo-. Pero es que... esa máscara es muypeligrosa... por lo que le pusimos dentro... Robert la estrechó más con sus brazos, pero estaba demasiadodesorientada para darse cuenta del aviso. Volvió a repetir lo quehabía dicho para que no advirtiesen lo estúpida que había sido:

--Ya sabes, esa sustancia amarilla. Durante un segundo, vio que los tres la miraban fijamente:Robert con el ceño fruncido, Lyall con la cabeza ladeada y Goldie, desde la puerta, con la boca abierta. Nada teníasentido. Luego, Lyall se agachó y apagó el magnetófono quehabía en uno de los rincones. --¿Qué pasa con vosotros, chicos? -preguntó en voz baja. Fue Goldie quien contestó. De pronto, recobró la vitalidad,cruzó la habitación y apartó a Robert de Cassy. --¡Qué va a pasar, Lyall! -exclamó furiosa-. Que la hasasustado. ¡Mírala! -le rodeó la cintura y la llevó hasta el colchón-.Ven, Cassy. Siéntate y descansa. "No es un modo muy científico de tratar un choque", pensóCassy, todavía confundida. Nan habría corrido a preparar unainfusión. Pero el brazo de Goldie era sorprendentementeconfortable, y Cassy se apoyó en él antes de sentarse. Lyall le sonreía triste. Triste y con cierta curiosidad. --Reconozco que estamos todos muy cansados. Baja y ã(139)trae aquí la comida, Rob. Y nos iremos a dormir en cuantoacabemos de cenar. --Y yo me llevaré de aquí esto, -añadió Goldie. Con uninesperado y rápido movimiento, se agachó y cogió la máscara del

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suelo-. La dejaré en el otro dormitorio. Cassy apoyó la cabeza en la pared y vio como Goldie y lamáscara desaparecían por la puerta.

... el cuarto parecía estar como siempre, pero no lo estaba. Elfuego parpadeaba y proyectaba contra las paredes formas negrasalargadas. Coloreaba todo de un rojo mate y formaba encima de laalmohada una danza de sombras grotescas. Sombras imposibles...

... los ojos que asomaban por debajo del gorro de dormirbrillaban grandes y luminosos, parpadeando con el movimiento de lasllamas...

... los enormes ojos centellearon y la atrajeron poco a pocohacia la cama alta y suave en que estaban...

<Abuelita, qué ojos más grandes tienes>... ------------------------------------------------

ã(140)

¤ XV ------------------------------------------------

En cuanto abrió los ojos, Cassy se dio cuenta de quetodavía era muy temprano. La luz que se filtraba a través de la mantadel mirador era suave y pálida, y el aire húmedo y frío. Pero no tenía sentido intentar seguir durmiendo. Los enormes yvigilantes ojos del sueño la habían despertado definitivamente. Sepuso el impermeable sobre los hombros, se acercó al mirador y levantóuna punta de la manta. Fuera, la calle aparecía vacía y gris, pero enel cielo había un atisbo de sol. Iba a ser un buen día para pasarloen Berkshire. Automáticamente miró hacia la carretera, hacia la furgoneta.Estaba aparcada unas cuantas casas más abajo, con la parte traserahacia ella. Distraídamente, siguió con la vista el dibujo de lasramas que se extendían alrededor de las ventanas de atrás, e intentódescubrir las diferencias que pudiera haber entre unos dibujos yotros. Unos segundos después vio a aquel hombre. Debía de llevar muchotiempo en la carretera, junto al asiento del conductor e inclinadosobre el capó. Pero cuando se enderezó, Cassy pudo verle partede la cabeza, medio tapada por la capucha. Antes de que la imagen apareciese con claridad en su mente, eltipo echó a andar deprisa, en dirección contraria a donde ellaestaba, con una evidente cojera. Tenía un hombro más alto que el

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otro. Y caminaba con rapidez. ã(141) Cassy notó que se le secaba la boca. Era la primera vez quereconocía a su padre. Apenas pudo respirar mientras le vio cojearcalle abajo y dar la vuelta a la esquina. Pero cuando comprendió a qué había ido, ya había desaparecido.Se abrochó el impermeable y se puso las zapatillas de deporte. Luegofue de puntillas hasta la puerta principal, luchó con los cerrojos ylos abrió con el mayor sigilo que pudo. Al llegar a la furgoneta vio la hoja de papel. Estaba estrujadadebajo del limpiaparabrisas y tenía su nombre escrito en mayúsculaspequeñas y cuadradas.

Caitlin Phelan

Levantó con cuidado el limpiaparabrisas y cogió la hoja depapel. El corto y enigmático mensaje era muy revelador.

Querida Caperucita: No sé qué has hecho con las cosas que había en la bolsa de lacomida. Una era muy importante. Sin ella, tu abuela seguramentemorirá. En veinticuatro horas. Tráela otra vez. Y No Se Te Ocurra Hablar de Esto con Nadie. Te quiere.

EL LOBO FEROZ

Cassy releyó la nota tres veces, mientras enrollaba una esquinacon los dedos. Era una locura. Era como una película de terror, concuchillos, pistolas y bombas por todas partes. Era... Era de verdad. Y tenía que obligarse a sí misma a considerarlo así. Si no, Nanmoriría en veinticuatro horas. Volvió despacio hacia casa releyendo el papel y escuchando ã(142)en su mente aquellas palabras. Muerte. Asesinato. Bombas. Nan. Cuando llegó al sendero, vio que Robert la estabaesperando en la puerta. No la llamó, sino que esperó a que estuvieradelante de él. Y entonces le habló en voz muy baja: --Te he oído salir. ¿Qué ocurre? ¿No podías dormir? Por toda respuesta, Cassy le tendió la hoja de papel. Élla miró y, al ver el nombre escrito en ella, frunció el entrecejo.

--¿Quién...? -preguntó --Yo. Es mi nombre escrito en gaélico. Robert esbozó una sonrisa.

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--Eso es tan revelador como una rúbrica, ¿no crees? Luego desdobló la hoja y se puso a leerla. Cassy le observó atentamente, pero su rostro no reflejaba suspensamientos. Sus ojos recorrieron la hoja en sentido horizontalmientras la leía, y luego volvieron arriba para leerla por segundavez. Al acabar, la dobló de nuevo y pasó las uñas con fuerza por lasmarcas de los pliegues iniciales. --¿Y bien? -preguntó Cassy. Quería que se quedase paralizado de terror. Que sintiese algoparecido a lo que ella sentía. Pero no le conocía bien: Robertempezó a analizar todo meticulosamente, como solía hacer. --¿A qué viene todo este montaje melodramático de película deespías? --¿A qué te refieres? --Bueno, si realmente quiere que se lo devuelvas, ¿por qué no ledice a tu abuela que te escriba una carta pidiéndotelo? --Porque mi abuela no escribiría nada, -replicó con firmezaCassy-. ¿Por qué crees que metió la cosa esa en la bolsa de lacompra? Si entonces ya no quería que él la tuviese, ahora no haránada para ayudarle. ã(143) --Humm, -asintió Robert sopesando la idea-. ¿Y cómo crees que hasabido dónde encontrarte? --Él... -Cassy reflexionó un momento y, de pronto, cayó en lacuenta-. ¡Se lo dije yo misma! Le mandé una postal... Nan le había dado las postales y le había dicho que no pusieraremite. Pero Goldie se había cambiado de casa. Así que cuandola postal se deslizó por debajo de la puerta y apareció encima de laalfombra en casa de Nan... Cassy cerró los ojos intentando no imaginar la mano desconocidaque la había recogido. --¿Qué hacemos ahora? --Tendremos que llamar a la policía, -contestó Robert sinperder la calma-. Ésta no es una historia en la que debas mezclartetú. Eran casi las mismas palabras que había utilizado Nan después dever las noticias sobre el último atentado del IRA. "Apágalo,Cassy", le dijo. "Ya hay bastantes problemas en el mundo". Ycuando Cassy empezó a decir que necesitaba saberlo, Nan lainterrumpió: "¡Ésta no es una historia que tú debas conocer!", ledijo. Luego fue a la cocina, se sentó, apoyó la cabeza en la mesa ypasó así un largo rato. Era un tema prohibido como todos los otros. Pero ahora Cassy tenía que pensar en él. Y sabía qué tenía que hacer..., qué lehabría dicho Nan que hiciera. --Sí -dijo forzándose a pronunciar las palabras-. Tenemos quellamar a la policía. Vamos a hacerlo ahora. ¿Por dónde empezamos? Era mejor acabar cuanto antes. Era mejor no pensar que Nanestaba en peligro. No pensar en la mortífera sustancia amarilla que

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podía salvarle la vida... y acabar con la de otras personas. Robert la obligó a entrar y cerró la puerta. --Empezaremos por contárselo a Lyall. Él sabrá qué hay quehacer. ã(144) --¿Lyall? Robert se mantuvo inflexible: --Sé que no te cae bien. Pero no es tonto. No le has visto encasos de apuro. Siempre sabe lo que hay que hacer. Además, es unadulto. La policía le creerá a él mucho más que a nosotros. --Supongo que sí. A regañadientes, Cassy acompañó a Robert, cruzó conél la casa y subió la escalera. Al llegar al cuarto de los espejos, Robert le indicó por señas que debían separarse en eldescansillo. --Yo despertaré a Lyall y le explicaré todo, pero no noscreerá hasta que vea la masa amarilla. ¿Por qué no vas a sacarla dela máscara? --De acuerdo. Mientras él alzaba la mano para llamar a la puerta, Cassycruzaba el descansillo y se dirigía hacia el dormitorio de enfrente. Allí estaban las cuatro máscaras en el suelo. Los tres cerditosestaban juntos, cuidadosamente alineados al lado de la pared. El loboestaba solo, un poco más lejos. Cassy observó la máscara y, durante un instante, sintió un ecodel pánico que la había invadido el día anterior. Ahora, pintada deuna forma exagerada, parecía una realidad de pesadilla. Earl lehabía pintado unos enormes dientes amarillos, salpicados de gotasrojas. Tenía unos gigantescos ojos saltones que la miraban fijamentey, en el extremo del afilado morro, unos agujeros de nariz pintadosde negro. Con un estremecimiento, Cassy se agachó para coger lamáscara. En cuanto sus dedos la tocaron, advirtió que pasaba algo,pero no supo qué era hasta que la abrió. Entonces vio el rugoso ysucio interior de color rosa. Robert y ella habían cubierto el explosivo amarillo con tiras depapel maché, haciendo una especie de rollo que habían ã(145)colocado dentro del cogote, a la altura de la nuca. Cassyesperaba ver esa protuberancia, que era gris como el resto. Pero estaba todo cambiado. La superficie del papel maché habíasido cortada, y la cavidad interior de la máscara se hallaba cubiertacon tiras de esparadrapo de color rosa brillante. Estaban colocadasen varias capas, dispuestas de cualquier manera, pero conseguíanocultar lo que había debajo. Cassy se quedó perpleja y, duranteun instante, su mente no logró encontrar ninguna explicación a lo queestaba viendo. Y antes de poner en orden sus ideas, oyó a su espalda la voz de Lyall, que decía: --Bueno, vamos a ver qué tenéis aquí.

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Se arrodilló al lado de Cassy y cogió la máscara con gestotranquilo y seguro. Goldie estaba en el quicio de la puerta,demasiado lejos para ver con claridad lo que sucedía. Robert seacercó para mirar por encima del hombro de Lyall. Cuando vio las tiras de esparadrapo, se quedó sin respiración ymiró a Cassy. Pero, al igual que ella, no dijo nada. Los dosobservaron inmóviles cómo Lyall las levantaba una tras otra ydescubría la cavidad de la máscara. Debajo de las tres primeras capas sólo había más esparadrapo.Pero cuando Lyall levantó la cuarta capa, brilló entre dostiras rosas un pequeño triángulo amarillo. Cassy contuvo larespiración. <Seguía allí>. No supo si sentía miedo o alivio. Lyall siguió quitando tiras de esparadrapo y, de repente,suspiró aliviado y sonrió a Robert. --Bueno, creí que erais un poco más listos. Esto no es unexplosivo plástico, cabeza de chorlito. Si no sabes qué es, habrástenido una infancia muy aburrida. --¿Qué? Robert se inclinó y palpó la masa amarilla. Cassy le oyórespirar entrecortadamente mientras la tocaba. Luego, Robert seolió los dedos y miró a la muchacha. ã(146) --Es plastilina, Cassy. --¿Plastilina? --Tócala tú misma. Cassy hundió un dedo en aquella sustancia. Robert teníarazón. No había ninguna duda: era plastilina. El corazón le latía confuerza. ¡Quizá estaba equivocada desde el principio! Sólo que... Sólo que antes no era plastilina. Antes era más brillante. Deeso estaba segura. Y aquella sustancia, aunque se hundía bajo sudedo, no tenía la misma textura grasienta. --Has tenido que estar muy nerviosa, -dijo Lyall en vozbaja-. ¿Qué te pasa, Cassy? ¿Estás preocupada por la función? --¡Claro que no! -no pensaba dejar las cosas así-. Estoypreocupada por el explosivo. Estaba aquí. Con los ojos fijos en la plastilina, Lyall se encogió dehombros y no dijo nada. --¿Y qué me decís de la nota de la furgoneta? -preguntó Cassy obstinadamente-. ¿A qué se refiere si no hay ningún explosivo? Lyall la miró con tristeza. --No lo sé. Dímelo tú. Al principio, Cassy no comprendió qué quería decir. Peroluego le vio mirar a Robert de reojo y levantar las cejas.Entonces se quedó helada. --No la he escrito yo, -murmuró furiosa-. No la he escrito yo.¿Por qué iba a hacerlo? Lyall sonrió, como si comprendiese sus razones mejor que ellamisma, y se levantó. --De eso hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? Ahora hay que

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arreglar la máscara. No olvidéis que tenemos que salir dentro de unahora. --Puedo arreglarla yo, -comentó alegremente Goldie desde lapuerta. Habían olvidado que estaba allí. Lyall se volvió haciaella. ã(147) --¿Puedes hacerlo? -preguntó con una sonrisa de alivio ysimpatía. --Claro que sí. Llevo esparadrapo en el bolso. Lo haré ahoramismo. Vamos. Lyall cogió la máscara y fue con Goldie aldormitorio. Cassy miró a Robert y apretó los puños. --¡No podemos irnos! ¿Cómo vamos a salir corriendo haciaBerkshire estando Nan en peligro? --Pero, Cassy... --¡Supongo que también tú crees que miento! ¿Me equivoco? Venga,dilo. Di que he sido yo quien ha escrito la nota. ¡Intenta decirmeque no viste el explosivo! --Yo no digo nada, -respondió pausadamente Robert-. Estoytratando de pensar con sensatez. Lo único que tenemos es un trozo deplastilina y una nota dirigida a Caperucita Roja. No creo que lapolicía nos haga mucho caso. --¡Muy bien! Entonces lo dejamos, ¿no? -Cassy hablaba casia gritos-. ¡Hagamos como si no hubiésemos leído la nota! ¡Como si nohubiese peligro de que mañana muera alguien! Robert respiró profundamente. --Mira. Cuando terminemos la obra... --¿La obra? -chilló Cassy-. ¿Qué importa la obra? ¿Cómo puedesmencionarla siquiera ahora? --Porque no estoy histérico -Robert la cogió de loshombros y la sacudió ligeramente-. ¿Por qué no me escuchas, Cassy? Te estoy diciendo algo sensato. Cassy dejó de gritar y le miró malhumorada. --No pretenderás decirme que nos olvidemos de Nan, ¿verdad? --No, claro que no. Lo único que digo es que para llamar a lapolicía hacen falta pruebas. Tenemos que trazar un plan y necesitamosque Lyall nos ayude. --¿Entonces? --Entonces tenemos que esperar, -suspiró Robert-. Sé ã(148)que es difícil. Pero en estos momentos, Lyall sólo piensa en laobra. No puede evitarlo. No quiere saber nada más. --Pero... --¡Escúchame! A las cuatro en punto habremos acabado. Y si túestás allí... Si los dos estamos allí... sé que podremos convencerle. Cassy seguía enfadada, pero no tenía ninguna idea mejor. Al cabode un rato, asintió a regañadientes: --Pero si lo que quieres es volver a aplazar todo... --No lo haré. Te lo prometo -Robert la soltó y le dio un

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golpecito amistoso en la espalda-. Bueno, vamos a desayunar. Hoy va aser un día muy largo. Cassy no se sentía con fuerzas para comer nada, pero se dejósacar del dormitorio y conducir a la habitación de los espejos. --¿Queréis desayunar algo? -preguntó Robert. Lyall asintió y Goldie levantó la vista de la máscara:estaba intentando arreglarla y tenía una tira de esparadrapo en lamano. Detrás de ellos, apoyada en la pared, se hallaba la viejafotografía que Goldie le había pedido a Cassy. En ella,aquel chico miraba a través de la habitación con sus ojos firmes ydecididos. Cassy tuvo que apretar los puños para no ponerse agritar. ¿Es que a ninguno de ellos le importaba nada Nan? ------------------------------------------------ ã(149)

¤ XVI ------------------------------------------------

<Sólo quedan veintidós horas>...., y ella, tranquilamentesentada en la parte trasera de la furgoneta, se alejaba más y más deNan. Cassy miraba a través de la ventanilla y contemplaba lospuentes, los camiones y los carteles azules y blancos de la autopistapara no escuchar la charla de Goldie, que iba en el asientodelantero. "¡Ojalá pudiese desconectar el cerebro hasta después de lafunción!", pensó. Robert la observaba, rodeado de cajas llenas de papeles, y lamuchacha se daba cuenta de que quería que también ella le mirara.Pero no volvió la cabeza. ¿De qué servía hablar con él? No leimportaba nada que no fuese la maldita representación del lobo. Robert se deslizó hacia ella y le susurró al oído: --Si quieres hacer algo útil, piensa dónde puede estar elexplosivo. ¿Quién más sabía que estaba allí? --Sólo lo sabíamos tú y yo. Yo no se lo dije a nadie. No sé quéhabrás hecho tú... De pronto, Lyall empezó a proferir insultos, pegó un frenazo yse salió de la carretera, gritando por la ventanilla. Cassy yRobert fueron proyectados violentamente contra las puertas y sequedaron aturdidos durante un instante. Robert, que fue el primero en recobrarse, musitó: --¡No seas tonta! ¡Tampoco yo se lo he dicho a nadie! ã(150) --Bueno, yo no he sacado de la máscara la masa esa, -murmuróCassy-. Aunque tú creas otra cosa. --Ya lo sé -respondió Robert-. Tampoco yo la he sacado.

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Pero ¿quién más ha podido hacerlo? --Es posible que alguien la sacara accidentalmente en casa deEarl. --Tal vez. Deberíamos ir allí y hacerle algunas preguntas. --¡No tenemos tiempo para eso! Cassy estaba tan excitada que casi gritaba. Lyall miróhacia atrás por encima del hombro. --¿Qué os pasa a vosotros? -preguntó-. No quiero que os peleéisahí detrás. --Tranquilo, -contestó inmediatamente Robert-. No hayningún problema. --Bueno, deja en paz a Cassy. Recuerda que es su primerafunción. Todo el mundo puede tener miedo escénico. Cassy le miró a Lyall a la nuca y murmuró para susadentros: "No tengo miedo escénico. No soy una histérica y no estoyloca". Y no lo dijo en voz alta porque no hubiera servido de nada, pues Lyall ya no le hacía caso. Con la barbilla apoyada en lasrodillas, la muchacha decidió ignorarlos durante el resto del día eintentó pensar qué debía decirle a Lyall cuando terminase larepresentación. Pero no podía pensar con claridad: se lo impedía unavoz que repetía incansablemente en su interior el mismo mensaje: <Sólo quedan veintidós horas>...

Cuando llegaron al colegio, le dolía la cabeza de tanto pensar.Había repasado mentalmente los hechos una y otra vez. Y no habíaencontrado ninguna solución práctica e inteligente. Se apeó de la furgoneta, casi sin advertir dónde estaban, ã(151)y se puso a ayudar a los demás a descargar el equipo. Se sumergieronen un mar de caras sonrientes, de profesores que les daban labienvenida y les ofrecían tazas de café, y de niños que susurraban asu paso: "¡Son los actores!". A Cassy le resultaba todo aquello tan extraño como un sueño,pero Lyall se adueñó rápidamente de la situación. Condujo atodos al patio y les hizo sentarse formando un inmenso círculo.Organizó las cosas con tanta rapidez que Cassy apenas pudodarse cuenta de lo que pasaba. Y cuando quiso reaccionar, ya había comenzado la función.Después de tantos ensayos y ensayos, la obra del lobo acababa deempezar. Lyall, de pie en el centro del círculo, levantó los brazoscon un ademán solemne. Se apagaron los murmullos. Las risas cesaron.Durante medio minuto, el silencio fue total y expectante. Luego,Lyall apoyó las manos en las caderas y dio la señal de empezar laobra. Cassy no necesitaba pensar en lo que hacía. Lo habían ensayadotanto que los gestos le salían automáticamente. Cogió su máscara decerdito y se la colocó en la cara al mismo tiempo que Goldie yRobert. Y una vez que se puso la máscara, todo cambió.

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El público se redujo a las pocas personas que podía ver por lasestrechas aberturas de los ojos de su careta. La voz de Lyall,que hacía la presentación y daba algunas instrucciones, le llegabaconfusa a través de las capas de papel maché. El mundo exteriorparecía casi tan confuso como el interior de su mente. Cuando Lyall levantó la máscara para ponérsela, empezó elcanturreo, que le llegaba Cassy de bocas que ella no podía ver.Era como si saliese de su propia imaginación.

2 4¿Quién teme al Lobo Feroz,al Lobo Feroz, al Lobo Feroz...?

ã(152) Y empezaron a actuar. Cassy construyó su casa deladrillos. Gruñó como un cerdito. Oyó a Lyall contar la leyendadel lobo Fenris. Pero estuvo todo el tiempo pensando en otracosa. Nan y el explosivo. Contraseñas secretas y llamadas telefónicasfallidas. Tarjetas postales y papel maché y policías. Ésas eran cosasimportantes de la vida verdadera. Todo lo que oía y veía le parecíaintrascendente e irreal. Hasta el momento en que Lyall se levantó y gritó: --Ahora, ¡A Dibujar! ¡Hemos traído papel y lápiz! ¡Tenéis cincominutos para dibujar al lobo! De pronto, estaban los tres fuera de lo que habían ensayado. Yacto seguido, Cassy estaba fuera de la maraña de sus propiospensamientos. Corría de un lado a otro con papel y lápices y teníaque concentrarse en lo que hacía. Y eso mismo la obligaba a fijarseen lo que había a su alrededor. Vio los dibujos. En todo el patio las mismas figuras, dibujadastosca y rápidamente con trazos oscuros. Bocas enormes abiertas.Colmillos goteando sangre. Ojos grandes y terroríficos que la mirabanamenazadoramente, y cuerpos alargados y estilizados, que saltaban deun lado a otro de las hojas. <¿Quién teme al Lobo Feroz...?> La mente de Cassy se detuvo, y la chica pensó: "Lobo". Enese momento, Robert salió del patio y puso en marcha elmagnetófono. El primer aullido la estremeció. De repente, todo el patio estaba en silencio. Se oían conclaridad todas las notas, mientras se iban uniendo otras voces delobo, cada una con su propio y penetrante aullido. Cassy miróel fajo de papeles con dibujos monstruosos que tenía en las manos yse acordó de las seis cabezas de lobo que aullaron a la luna. Cuando acabó el último aullido, Lyall se puso en pie.Habló ã(153)en tono coloquial, casi en voz baja, pero se le oyó en todo el patio:

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--Eso es todo por ahora. Esta tarde seguiremos hablando delobos. "Diecisiete horas y media", pensó Cassy mientras salía conél. Y volvió a sentir un escalofrío.

Pasaron la mayor parte del almuerzo preparando la segunda parte.Cuando la gente volvió al patio, lo encontró lleno de mapas y listas.También había una enorme fotografía de lobos envenenados. Y en elcentro estaba la pantalla de televisión para el vídeo. Cassy no lo había visto nunca porque en casa no podían ponerlo.Se sentó y contempló en silencio cómo los torpes lobeznos luchabancon sus hocicos para hacerse un sitio en la guarida en que habíannacido. Vio cómo la madre les lamía los vientres, suaves y peludos.Los comentarios eran breves y objetivos. El tipo de comentarios quepodía haber escrito Robert:

... los lobos adultos cuidan siempre de sus cachorros. Cuando uncachorro se acerca a un adulto que acaba de comer, este últimoregurgita el alimento ingerido para dar de comer al cachorro...

--Todo eso es muy bonito, -dijo Lyall secamente al finaldel vídeo-. Pero ¿son los lobos tan cariñosos con nosotros? ¿Sabéishasta que punto son peligrosos? <¿Quién teme al Lobo Feroz...?> La pregunta revoloteóinquietante en la mente de Cassy mientras Lyall hacía unapausa y miraba a su alrededor. Estrujándose los dedos, la muchachaesperó a que él prosiguiera: --Ahora mismo hay veinte mil lobos en Norteamérica y ã(154)Canadá -afirmó en voz baja-. En zonas aisladas donde el invierno esmuy duro y los hombres salen a cazar solos. ¿Cuántas personas creéisque mueren cada año por culpa de los lobos? Tras un momento de vacilación, se levantaron muchas manos pararesponder a la pregunta: "¿Mil?", "¿Dos o tres?", "¿Diez mil?"... Nadie acertó. Lyall miró a su alrededor con una sonrisairónica y, al fin, dio la respuesta en el momento adecuado: --No hay ninguna noticia de que un lobo haya atacado alguna veza un hombre en Norteamérica. Ninguna. "Menos de dieciséis horas", pensó Cassy, antes de poderreprimir ese pensamiento. Se detuvo bruscamente y empezó a repasar lalista que debía leer. Puesto que no lograba pensar en nadainteligente, prefirió concentrarse en las tenias. Pero cuando abrió la boca para empezar a recitar su texto, oyóque Goldie empezaba a leer al otro lado de Lyall: --Trampas, cepos, corrales, caídas por acantilados, la trampa dela nevera... Sintió un nudo en el estómago. En lo más recóndito de su mentecojeaba una extraña figura: una pesadilla que se desarrollaba durante

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el día. Con voz segura, empezó a leer los nombres de las tenias.

Pero ahora no podía librarse de la imagen de su padre, que nodejó de rondar por su mente en toda la tarde y que aparecía cada vezque recordaba la imagen de un lobo o pensaba en un dato. Los niños se arrastraban alrededor de los cuatro y secomunicaban en silencio con sus cuerpos y sus caras, como los lobos.Y Cassy volvió a ver la oscura figura inclinada sobre el capóde la furgoneta y saltando el muro del jardín. Luego, el público se dividió en varios grupos. Granjeros. ã(155)Cazadores. Ecologistas. Discutían acaloradamente sobre un ataque delobos a un pueblo. Examinaban las fotografías de los corderos matadospor lobos hambrientos. Y Cassy pensó en bombas y en miembrosdestrozados. "Todas aquellas mujeres y niños..." "¡No seas insensata!", pensó de mal humor. "¿Qué te dice siempreNan? Que no sirve de nada revolver la basura cuando lo que habría quehacer es arrojarla fuera". Tenía que acabar con sus obsesiones ytrazar un plan. Pero era incapaz. Cada vez que lo intentaba, la imagen del lobosurgía en su mente con una forma nueva y más complicada: peligrosa,astuta, vulnerable. Y durante todo aquel tiempo, su reloj mentalseguía avanzando por detrás de todo eso. <Quedan quince horas y media>... <Quedan quince horas>... Sólo quedaban catorce horas y media cuando Lyall los llamóde nuevo. Mientras se sentaban, él se levantó y sonrió mirando a sualrededor. --Ahora, volved a dibujar. Coged un papel y pintad un lobo. Cassy repartió hojas de papel y recogió los dibujos que lefueron dando. Y aquellos dibujos eran muy diferentes de los anteriores. Algunos de los lobos seguían en la postura dominante en latradición: cabeza levantada, orejas erectas y rabo en alto. Perohabía docenas en otras actitudes. Había lobas cuidando a suscachorros. Lobos sumisos, aterrorizados, con los ojos temblorosos,las orejas gachas y el rabo entre las piernas. Había hasta undiagrama que señalaba con flechas clavadas como dardos las partesdonde atacaban al lobo los diferentes parásitos. Todos los parásitosestaban cuidadosamente clasificados, y junto a los bordes habíadiseños de trampas, cuerdas y pistolas que apuntaban al lobo desdefuera. Lobos. Lobos, lobos, lobos lobos loboslobos: el tema le ã(156)causaba un auténtico mareo. ¿Cómo analizar algo tan complicado? ¿Cómohacer planes sensatos con algo tan importante, peligroso y aterrador? Mientras recogía los dibujos, oía a su espalda el alegremurmullo de la concurrencia. Pero Lyall estaba intranquilo. Sesentó tenso en el borde del escenario esperando a que todos los

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dibujos estuvieran recogidos. Luego se levantó de repente y alzó losbrazos. --¡Lobos! Un aplauso espontáneo surgió del público. Pero Lyall nosonrió. En vez de eso, sacudió la cabeza y levantó una de sus cejasmientras miraba los dibujos. --Si los de antes eran lobos..., ¿qué son éstos? "¡No!", pensó Cassy, que había olvidado el último actoporque nunca lo habían ensayado. "¡No! ¡No quiero volver a ver los deantes!". Pero no pudo evitarlo. Goldie y Robert entraron en elpatio con un enorme rollo de papel y lo extendieron sin decir nadamientras un murmullo recorría el lugar. Los dibujos que los niños habían hecho por la mañana estabanpegados por todo el papel: uñas, mandíbulas amenazadoras, colmillosasesinos y ojos inyectados de sangre. --Éstos no son lobos, -exclamó Lyall, y el murmullo que seelevó del público corroboró sus palabras. Pero todavía no habíaacabado-. Entonces, ¿en qué estabais pensando? ¿Por qué habéisdibujado todos el mismo hocico peludo? ¿Los mismos ojos gigantescos?Mirad cómo gotea sangre de los colmillos. Aquí. Y aquí y aquí y aquí.No es casual que todos se parezcan. Pero ¿qué son en realidad? Cassy apartó la vista de los dibujos. "No son nada. ¡Nada!",pensó. Lyall esperó diez segundos. Luego, susurró muy lentamente: --Vuestros dibujos no son lobos, pero son verdaderos. ã(157)Tan verdaderos como una pesadilla. ¿Y de qué pesadilla se trata? "¡Una pesadilla no puede ser verdadera!", pensó Cassydesesperada, intentando convencerse con sus propias palabras. Pero nopodía pensar tan alto como para tapar la voz de Lyall. --¿Qué es lo que son? El público dudó unos instantes. Muchos murmuraban susurrándosepalabras y mirándose unos a otros. Y de pronto llegó la respuesta,como un inmenso clamor: --¡Hombres Lobo! "¡No! ¡No!", pensó Cassy. "¿Por qué hablar de ellos? ¡Noson de verdad!" Y entonces alguien gritó. No fue un grito fingido y ensayado. Fue un grito de verdad,emitido por una garganta torturada y aterrorizada, y sacudió aCassy como una descarga eléctrica. <¡Nada es tan malo que no pueda ser verdadero! ¡No es posibleeliminar las tinieblas! El mundo está lleno de bombas, sangre,asesinatos, muertes y violencia>... No pudo seguir callada. No pudo dominar su terror y aparentarser juiciosa, tranquila y realista. Su tiniebla interior eraverdadera y crecía destruyendo a su paso un mundo estrecho yconfortable. Era su voz la que gritaba.

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Aunque su boca no se había abierto, aunque no salía de suslabios sonido alguno, el grito seguía sonando y sonando. Y Cassy se daba cuenta de que se estaba escuchando a sí misma. No podíahablar, ni pensar, ni respirar. La envolvía la desolación, salvaje yprimitiva. La rodeaba el antiguo bosque ... Peligro... ã(158)

... y la cosa surgió de entre las sombras... La boca abierta,negra, hambrienta... Sus ojos rojos la miraban fijamente, y sintió sufuerte aliento en la cara... Era enorme y de color gris, sus patas delobo sobresalían por debajo de un traje humano... Era un animal, unabestia... Y no había tiempo para pensar en Nan ni en qué hacer o encómo esquivar los afilados y asesinos colmillos de su dentadura... Yla oscuridad avanzaba, avanzaba, avanzaba, no quedaba tiempo, noquedaba tiempo para defenderse ni para hacer nada que no fuese gritary gritar y gritar_y_gritar_y_gritar_y_Gritar... ------------------------------------------------

ã(159)

¤ XVII ------------------------------------------------

...Y Gritarygritar... Se le había juntado todo: Nan, el lobo, el peligro y laoscuridad la sacudían como un huracán y le golpeaban la cara, losojos y el cerebro. Las terroríficas caras de los hombres lobolanzaban dentelladas, gruñían y saltaban hacia ella, y el aullidograbado en el magnetófono se mezcló con el chillido ronco y real queal fin salió de su boca. Pero ahora sabía por qué gritaba. No era por un cuento, ni porun sueño, ni por una función con una máscara de papel maché. Ahoragritaba por un peligro real que había en el mundo en que ella vivía.En el piso, detrás de la puerta del cuarto del fondo. Dentro de lapiel de su padre... Con sus colmillos en la nuca de su abuela. Estaba sucediendo. Era verdadero. Era <real>, pero no podíahacer otra cosa que tragar saliva y gritar una y otra vez, luchandopara no morir asfixiada. Entonces, Lyall la rodeó con sus brazos y la levantó. Conrapidez y discreción, la cogió en volandas y se la llevó del patio,del edificio y de las miradas del público, mientras ella seguíarígida y no dejaba de gritar. Sin intentar hablar con ella, Lyall cruzó el aparcamientocon paso firme y se dirigió hacia la furgoneta.

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Al principio, Cassy no hacía otra cosa que sollozar,recobrar el aliento y volver a sollozar, exhausta, asustada yaterrorizada. Pero el ritmo de los pasos fue calmándola, y ã(160)apoyó la cabeza en el hombro de Lyall, que estaba caliente yhúmedo por el sudor, pero resultaba muy reconfortante. Cuando llegaron a la furgoneta, ya se encontraba perfectamente. Lyall abrió las puertas de atrás y la metió con cuidado, deforma que la cabeza quedó apoyada en la harapienta alfombra delsuelo. Luego se apartó un poco. --Lo siento, -dijo-. He cometido una estupidez poniendo lagrabación sin haberte avisado antes. --No ha sido culpa tuya, -contestó Cassy con toda la fuerzaque pudo reunir-. Normalmente no me comporto así. --Todo el mundo se comporta así en situaciones complicadas.Especialmente si... -se detuvo un momento y la miró, vacilante-.Especialmente si está pasando una época difícil. Cassy se levantó bruscamente. --Está bien, -Lyall le puso una mano en el hombro-. Lo comprendo.No debe de ser fácil para ti tener que vivir con nosotros. La gentesiempre hace cosas muy extrañas cuando está sometida a una grantensión. --Tú crees que estoy loca, -dijo Cassy mirándoledirectamente a los ojos-. Crees que me he inventado toda lahistoria... del explosivo plástico. Pero no he hecho tal cosa. Esverdad. --De acuerdo. No te preocupes -Lyall la rodeó con subrazo, pesado y caliente-. Siéntate y descansa. --Pero yo no... --Cassy... -la miró sonriendo y sacudió la cabeza. Y de repente le pareció todo fácil y sencillo. Sentada allí,agotada por sus propios gritos, Cassy advirtió que el terrorque sentía iba disminuyendo poco a poco. Comprendió por primera vezque Lyall era un hombre atento y afable a pesar de su aspectosalvaje y de sus gestos violentos y agresivos. Y al mismo tiempo comprendió también que Lyall nunca ã(161)creería sus palabras. Aunque se pasase el día entero discutiendo conél. Intentar convencerle sería una pérdida de tiempo, y ella no teníatiempo que perder: sólo quedaban catorce horas. Pero aún le quedaba una duda por resolver. Se apoyó en elrespaldo del asiento trasero y sonrió. --De acuerdo, lo pensaré. ¿Por qué no vuelves y acabas lafunción? Siento haberla estropeado. --No subestimes a Robert -contestó Lyall riendo-. Yahabrá encontrado alguna salida. A lo mejor les ha hecho creer que tugrito formaba parte de la escena final. Luego se alejó a grandes zancadas, mientras Cassy, yarecuperada, contemplaba tranquilamente el patio de recreo. El terror había desaparecido, y su mente estaba lúcida y

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vigilante. Ya había perdido mucho tiempo buscando un plan prudente. Sehabía estrujado infructuosamente el cerebro para intentar salvar aNan sin poner a nadie en peligro. Ya estaba harta. No había unasolución segura y prudente. No iba a aparecer ningún guardabosque quela librase de las garras del lobo. Estaban en el mundo de las pesadillas, donde no tiene cabida larazón. Pero las pesadillas tienen su propia lógica, tan rígida comola de las matemáticas. Y, sentada en la parte trasera de lafurgoneta, descubrió lo que necesitaba. Tenía que hacer un gesto dramático y desesperado. Lyall no escuchaba ningún argumento. Pero Cassy sabíaahora que Lyall actuaría como un relámpago si llegaba a laconclusión de que ella se encontraba en peligro. Así que decidióponerse en una situación arriesgada y confiar en que, entonces,Lyall la tomaría en serio. Iría a ver a su padre. Contemplando los campos de fútbol, empezó a meditar cómohacerlo.

ã(162) La parte más difícil fue ignorar a Robert. Durante todo elviaje de vuelta, Robert no cesó de susurrarle indicacionessobre lo que debían hacer. Con la mirada fija en el suelo, Cassy las ignoraba y fingía no oírlas. Quería que Robert dijeradespués que ella se había comportado de manera muy extraña mientrasregresaban a casa. Quería que se inquietase por ella y, así, pudiera convencer aLyall de que se encontraba en peligro. Cuando llegaron a casa, Robert ya había desistido, congran satisfacción de Cassy. Ella dejó que cogiera las máscarasy, mientras él desaparecía por el callejón hacia la ventana de laparte de atrás, se dirigió a donde estaban Lyall y Goldie. --¿Puedo ir a comprar algo de comida mientras acabáis dedescargar la furgoneta? Lyall la miró receloso. --¿Quieres ir de verdad? --De verdad. Yo... -dudó un segundo, para que Lyall lorecordase más tarde-. Yo puedo ir sola perfectamente. --¿Tú sola? -exclamó Goldie-. También a mí me vendría bienun poco de aire fresco. Es muy aburrido descargar la furgoneta. --No seas cabezota, -replicó Lyall-. Cassy lo necesita másque tú -cogió el vídeo y se lo puso en los brazos-. Lleva esto yespera a que Robert te abra la puerta. Goldie puso mala cara, pero se dirigió sumisamente hacia lacasa. Lyall buscó en los bolsillos y sacó algo de dinero. --Toma, -dijo-. No te molestes en buscar algo especial para lacena. Y vuelve pronto, ¿de acuerdo? --De acuerdo, -contestó Cassy sin mirarle-. Voy a coger elimpermeable.

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Entró en la furgoneta, cogió el impermeable y buscó en elbolsillo. Mientras Lyall se ocupaba de llevar a casa elmagnetófono, ella sacó la nota que había escrito durante el rato quehabía pasado junto a los campos de fútbol. No necesitó releerlaporque se la sabía de memoria ã(163)

Sé que Nan está en peligro. Había un explosivo plástico en lamáscara del lobo. Y la nota de la furgoneta No la Escribí Yo. Mi padre está en el apartamento y la tiene como rehén. Voy a salvarla por mi cuenta porque ninguno de vosotros me cree.

La colocó cuidadosamente detrás de las cajas llenas de papelespara que no pudieran dejar de verla cuando acabaran de descargartodo. Así tendría tiempo suficiente para alejarse.

Luego miró a Lyall con una sonrisa triste y subió por la callehacia la carretera principal. Hacia la estación de metro más próxima.

Se sentó en el vagón y contempló tranquilamente cómo pasaban lasestaciones hasta que llegó a la de White City. Entonces selevantó, salió mecánicamente del tren y de la estación y pasó pordelante del estadio. Jugueteó nerviosa con las llaves que llevaba en el bolsillo.Cuando llegó al edificio y empezó a subir al tercer piso por la suciaescalera de cemento, sus dedos recorrían una y otra vez los ásperosbordes dentados de las llaves. Notó que tenía miedo, y lo más natural en aquellascircunstancias era tener miedo. Pero notó que su pulso era firme yque sus rodillas no temblaban al llegar a la puerta del piso de Nan. Comenzó por llamar al timbre porque no quería que su llegadacogiera a nadie por sorpresa. Eso no formaba parte de su plan.Escuchó quieta cómo el timbre resonaba en todo el apartamento. Peronadie abrió la puerta. En realidad, no esperaba que alguien lohiciera. ã(164) Con la mayor lentitud y el mayor ruido posibles, metió la llaveen la cerradura. El corazón le latía con fuerza, pero la mano que asía la llaveestaba firme, de modo que acertó a la primera. Luego la giró, abrióla puerta de un empujón y entró corriendo, como si volviera delcolegio. La cerró tras de sí y, dirigiéndose a la puerta entreabiertadel cuarto trasero, exclamó: --Soy yo, Cassy. Cathleen. He venido a verte. Mientras hablaba miró a su alrededor, examinando todo. Elrecibidor estaba limpio y ordenado, y encima de la mesa había tres ocuatro cartas con los bordes perfectamente alineados. Por la puerta

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de la cocina pudo ver los platos, recién lavados, ordenados según sutamaño. También su dormitorio tenía la puerta abierta y, al observarlodetenidamente, se le puso la carne de gallina. Él había tenido muchocuidado de no dejar ningún rastro de su paso por allí. No había niropa ni libros. Ni un cepillo ni un peine. Nadie había fumado en lahabitación, y Cassy estaba convencida de que si levantaba laalmohada, no encontraría ningún pijama. Pero sabía que él había estado viviendo allí. Estaba todo ordenado con precisión matemática. Las cortinascolgaban en pliegues perfectos, seis a cada lado de la ventana. Lasmuñecas de encima de la cama estaban dispuestas en filas paralelas.El borde de la colcha colgaba perfectamente horizontal, a diezcentímetros del suelo. Cassy se imaginó a su padre tumbado en su cama y contemplandolos pósteres con las manos detrás de la nuca. Y lo vio levantarse unay otra vez para sujetar las esquinas de los pósteres que estuviesenlevantadas. Había colocado cuidadosamente las figuras de porcelanachina de la chica en tres filas idénticas. Y había corrido unoscentímetros la silla para que quedara exactamente en el centro de lapared. Había marcado instintivamente su dormitorio, de la misma maneraque un lobo marcaría su territorio. Y una reacción ã(165)también instintiva y primaria hizo que a Cassy se le erizaranlos pelos de la nuca. Mientras contemplaba en silencio su habitación, una voz hablódesde el cuarto del fondo. Era una voz grave y ronca. Como la de Nan,pero todavía más ronca y profunda. --¡Vamos! Ya que has venido, entra. Pasa. ------------------------------------------------ ã(166)

¤ XVIII ------------------------------------------------

Se parecía tanto a Nan que Cassy se quedó sin aliento encuanto empujó la puerta para verle. Estaba sentado en la cama frente a ella y la miraba con unosojos astutos y brillantes. Con su cara alargada, sus huesudasmejillas y sus melenas de pelo negro, parecía la viva estampa de Nan.Se asemejaba a ella hasta en los huesos del antebrazo, largos ydelgados. Pero las manos eran diferentes. Las manos de Nan hubieran estadoocupadas en algo útil o apoyadas tranquilamente en su regazo. Las deél jugueteaban con el rifle que tenía sobre las rodillas, acariciando

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el gatillo y moviendo el cañón hacia arriba y hacia abajo. Cassy miró el tubo de metal, que apuntaba hacia su pecho.Robert y Lyall tenían que haber encontrado su nota hacía una hora,por lo menos. ¿Cuánto tardarían aún en llegar? --¿Dónde está Nan? -preguntó. --Me la comí. Humor negro, sin sonrisas. Durante todo aquel tiempo, sus ojosno habían parado de moverse, vigilantes, en todas las direcciones:observando a Cassy por si hacía algún movimiento brusco,mirando hacia la puerta por si aparecía algún policía que la hubieseseguido. Vigilando todo un mundo hostil y peligroso. Cassy no parpadeó. --Sigue viva, ¿verdad? ã(167) --Quizá -contestó él mientras sus manos recorrían el rifle,cambiando de postura. Los ojos escrutaron a Cassy de arribaabajo-. Vamos, ¿dónde está? Cassy respiró hondo. --¿Te refieres a tu explosivo? Él asintió con la cabeza y extendió una mano. Una mano larga y

huesuda con las uñas mordisqueadas. --¡Venga! -dijo-. No tengo tiempo que perder. ¡Dámelo! (Tiempo. ¿Cuánto necesitarían los otros? ¿Cuánto podría aguantarhablando con él?) --Todavía no, -contestó mirándole directamente a los ojos-. Antestengo que ver a Nan. Así sabré si se encuentra bien. --Has venido por ella, ¿verdad? En su voz había algo inesperado. Algo inquietante. Cassyle sostuvo la mirada. --Quiero asegurarme de que no le has hecho daño. Su boca esbozó una sonrisa nada agradable. --Claro que le he hecho daño. ¿Acaso no me he pasado toda lavida haciéndole daño? -se levantó, sin apartar del pecho de Cassy la boca del arma-. Vamos. --¿Adónde...? --Al baño. Hizo un rápido gesto con el cañón del rifle, y Cassy salióal recibidor caminando de espaldas. Mientras la seguía, él levantó lamano y, sin mirar, corrió el pestillo de la puerta del piso. Ahoraestaban encerrados. Cassy volvió la cabeza, retrocedió por el recibidor y abrió lapuerta del baño. Al principio, creyó que Nan estaba muerta. La encontró tumbadaboca arriba en la bañera, con los ojos cerrados y la cabeza torcidahacia un lado. El color de la cara era gris y enfermizo, y su bocaestaba abierta de una forma grotesca por culpa de los pañuelos que laamordazaban. Unas cuerdas ã(168)atadas a las manos la sujetaban a los grifos que había encima de su

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cabeza. El cañón del arma apareció por detrás de Cassy y golpeó elhombro de Nan, que abrió los ojos lenta y dolorosamente, sin fijarseen nada concreto. Como si Cassy no estuviese allí. --¿Nan? -preguntó Cassy. Eso la despertó. Levantó instantáneamente la cabeza y Cassy notó cómo se sobresaltaba al verla. Los débiles músculos de sucara se tensaron. --Mira, mamá. Ha venido. Ya te dije que vendría, -afirmó él, yempujó a Cassy hasta el borde de la bañera-. ¿Qué se siente alver que alguien te prefiere a la dinamita plástica, mamá? Los ojos de Nan estaban inyectados de sangre y la piel dealrededor de las órbitas se hallaba amoratada. Pero la mujer miró a Cassy con más viveza que nunca. Cassy oyó cómo le costabatrabajo respirar, cómo tragaba aire con dificultad, haciendo ruido encada inspiración. --Venga, ya está bien, -dijo él paseando el arma por la espaldade Cassy-. No puedo seguir aquí más tiempo. Dámelo. Todavía no podía decirle la verdad. Lyall y Robert debíande estar convenciendo a la policía. Y aunque los coches patrullasalieran a toda velocidad... Cassy agarró con fuerza el borde de la bañera. --¿No me vas a decir por qué lo necesitas tanto? ¿Por qué nopuedes ir y coger otro? --¿Dónde? ¿En unos grandes almacenes? -Cassy volvió asentir la presión del arma-. Cuando me encomiendan un trabajo, lohago. Y si tengo problemas no vuelvo a pedir ayuda. Y tampoco lostraiciono. Las últimas palabras iban dirigidas a Nan y fueron pronunciadascon gran desprecio. Cassy se volvió para poder mirarledirectamente a los ojos. ã(169) --¿Crees que tiene que estar de tu lado sólo porque es tu madre? --Es natural que sea así. O, al menos, eso dicen. Tenía la cara muy cerca de la de ella. Cassy veía lospelos hirsutos de una barba de tres días y las gotas de sudor que lebrillaban en la nariz. La rodeaba el olor de su cuerpo, penetrante,pero no familiar. De repente, Cassy se enojó. --Entonces, ¿cómo explicas tu conducta? -preguntó. --¿Mi conducta? --Yo soy sangre de tu sangre, -dijo-. Tú eres mi padre. ¿Cuándote has ocupado de mí? --¡Ah, no es lo mismo! -exclamó, y miró de reojo a Nan-. Yo yahacía lo que hago antes de que tú nacieses. Incluso antes de conocera Goldie. El trabajo que yo tenía que hacer era más importante. El dolor de su mirada sorprendió a Cassy: parecía un dolorfísico. --¿Como un lobo? -exclamó-. Eso es lo que dice siempreGoldie. Como un lobo que defiende su territorio -Cassy habló

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en tono irónico, pero él no reaccionó. --Hasta Goldie tiene razón a veces. --¡En este caso no! -gritó Cassy con vehemencia-. Loslobos pelean, de acuerdo. Son peligrosos, temibles y astutos. Peronunca olvidan... --¿Qué es lo que no olvidan nunca? -dijo, y acercó aún más elrostro al de su hija, de suerte que ahora casi se tocaban-. ¿Me estásechando algo en cara? <¿Me estás echando...?> Esas palabras resonaron en la mente de Cassy. Esaspalabras pronunciadas por esa voz. Y despertaron un recuerdo que nocreía tener. Tenía... ¿dos años?, ¿dos y medio? Estaba sentada en una sillabastante alta y metía una cuchara en un tarro de mermelada. ã(170)Y había dos caras que la miraban mientras la mermelada volaba entodas las direcciones. Nan fruncía el entrecejo. La miraba con sus ojos claros ybrillantes, le quitaba la cuchara de la mano, y su blanca dentadurapostiza subía y bajaba para decirle que se estuviese quieta. La otra cara que había enfrente de la de Cassy era lamisma que veía ahora..., y a la vez no lo era. Sus ojos claros reían.Su voz reía también. "¿Qué me estás echando, Cassy?", decía, yuna mano quitaba la mermelada de alrededor de la boca. La boca eragrande y, como la de Nan, estaba abierta, pero mostraba unos dientessucios e irregulares. <¡Oh, abuelita, qué dientes más grandes...!> --Los lobos nunca se olvidan de sus hijos, -dijo Cassy. Y de repente dejó de importarle la posibilidad de ganar tiempo.Ahora ya no le importaba nada esperar a que llegasen Robert yLyall, ni siquiera le importaba salvar a Nan. Las preguntas eranmás importantes que cualquier otra cosa. --¡Te olvidaste de mí por completo! Cuando era pequeña solíasjugar conmigo. ¿Por qué dejaste de hacerlo? ¿Por qué Nan empezó amandarme lejos? --¡Por Dios, Cassy! -la cogió del hombro y la sacudió confuerza-. No grites. --Eso es lo único que te preocupa. No quieres saber nada de mí,¿verdad? Intentó decir algo más, pero se le hizo un nudo en la garganta.Intentó darse la vuelta, pero él seguía sujetándola. --¿Crees que es fácil? -le susurró con vehemencia-. A vecestienes que tomar decisiones que te hacen pedazos. Cuando aprendiste ahablar, era muy arriesgado. Podías ir a cualquier parte y balbucearque yo estaba aquí... Clavó los dedos en el hombro de Cassy, pero ella seguíasin darse por satisfecha. ã(171) --¡Necesitaba saber algo de ti! -gritó-. Y lo único que hicistefue alejarme de tu lado. Nunca lo habrías hecho si...

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Y entonces recordó otra imagen. No era un recuerdo viejo, sinoalgo que había visto recientemente en el vídeo de Lyall. Era laimagen de unos lobeznos que, torpes y medio dormidos, se restregabancontra el hocico de unos lobos adultos y apretaban sus tiernascabecitas contra aquellos afilados colmillos, esperando que lesdiesen de comer. --¡Nunca lo habrías hecho si hubieras sido un lobo! -gritó fuerade sí. No tenía sentido decir nada más. No necesitaba deletreárselo.Mirándole a los ojos, pudo advertir que él sabía todo sobre los lobosy sus cachorros. Sobre la manera de jugar con ellos, de cuidarlos yde alimentarlos con su propia comida. Lo sabía... y no podíaevitarlo. Cassy le vio levantar el cañón del rifle y dar un paso atráspara poder apoyarlo contra su pecho. --¡Ya hemos hablado bastante! -gritó él salvajemente-. Ahoradame el explosivo. Cassy cerró los ojos y apretó los puños. --¿Qué es tan importante para ti? ¿Qué consideras tan importantecomo para atar a tu propia madre y disparar contra tu hija? Vamos,Mick el Lobo, dímelo. De repente se quedó todo en silencio. Cuando volvió a abrir losojos, Cassy vio que las manos de él habían dejado de mover el

arma. Nan tenía la cara rígida e inexpresiva, como si todas susarrugas hubiesen sido esculpidas en granito. --Dímelo, -insistió Cassy, ahora con más suavidad. Durante un segundo, su padre la miró, y ella se dio cuenta deque estaba buscando las palabras adecuadas. Parecía una criatura deotro planeta intentando explicarle cómo era su mundo. Pero antes de que pudiese decir nada, se oyó correr por lagalería a alguien que llevaba zapatos de tacón; luego sonó ã(172)el timbre de la puerta. Inmediatamente, el rifle golpeó el pecho de Cassy, y su padre le ordenó con un gesto brusco mantenersecallada. Volvió a sonar el timbre. Después se hizo un silencio y Cassy contuvo la respiración: sabía lo que venía a continuación, pero nose atrevía a creerlo. Y sucedió. Dos timbrazos más. Las manos se tensaron sobre el arma, y él miró hacia elrecibidor. Mientras pensaba si podía fiarse de la contraseña, alguienabrió la rendija del buzón. --¡Mick! Soy yo. Déjame entrar. Te traigo lo que querías. Era Goldie. La mente de Cassy se pobló de imágenes que encajabanperfectamente y con claridad meridiana. Goldie en su cuarto alvolcarse la bolsa. "¿Qué es esa cosa amarilla, Cassy?" Goldieen el jardín de atrás, buscando a Mick... Goldie en el quiciode la puerta, y Cassy chillando asustada por la máscara. "Esa

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máscara es muy peligrosa... por lo que le pusimos dentro". Goldie con esparadrapo en el bolso... Goldie había cogido el explosivo. Para su querido Mick. La voz seguía llamando por el buzón. --¡Date prisa! ¡Tenemos poco tiempo! Con la boca del rifle frente al pecho, Cassy apenas seatrevía a decir nada, pero murmuró amable y quedamente: --Si sigue gritando, la señora Ramage saldrá a ver qué pasa. Los ojos de él recorrieron el cuarto de baño. Luego cogió aCassy del brazo, la empujó hasta el recibidor, cerrando tras de síla puerta del baño, y la llevó con rudeza hacia la puerta de entrada. --Ábrele, -le susurró-. Pero hazlo deprisa. Y no olvides que yoestoy en el salón con el arma. Aquello encajaba. Por eso no se había puesto al teléfono Nan.Con un rifle apuntándole a los riñones, incluso ella había tenido queacatar las órdenes. ã(173) Cassy esperó hasta que él desapareció de su vista, dejando lapuerta entreabierta. Entonces cruzó el recibidor y, a través delcristal, pudo ver una mancha borrosa, que debía de ser Goldie.Con cuidado, descorrió el cerrojo y abrió la puerta. Goldie estaba de pie en el balcón. Al ver a Cassy, surostro se iluminó de alegría y alivio. Cassy notó algo raro yvaciló un segundo. Luego advirtió que Goldie llevaba algo entrelas manos. Era algo cristalino, que reflejó en el oscuro recibidor laluz del apartamento de al lado y brilló como un rayo de luz en elclaro de un bosque. <¿Me la das, Cassy? Por favor. No tengo ninguna foto deMick... y yo siempre quise que fuésemos una verdadera familia>. La fotografía. Las manos de Cassy se movieron con larapidez del rayo y cogieron el marco. Durante un instante, lamuchacha sintió en las yemas de los dedos el tacto del explosivopegado al reverso del marco y los bordes ásperos del esparadrapo quelo sujetaba. Entonces lo lanzó al patio por encima de la galería con toda lafuerza que pudo. Diez metros más abajo se rompió el cristal, y lamasa brillante amarilla se estrelló contra el cemento. En ese preciso instante, Goldie la cogió de los brazos yla tiró al suelo, al tiempo que oía cómo el rifle disparaba a suespalda. La bala atravesó el hombro de Cassy y pasó silbandoentre los policías que pasaban corriendo junto a ella e invadían elapartamento como una oleada de azul marino. Goldie abrazó a Cassy entre sollozos. --¡Creía que no íbamos a llegar a tiempo! ¡Han sido muy lentos!¡No habría podido soportarlo! Cassy apoyó la cabeza en el hombro de Goldie y oyóconfusamente cómo la señora Ramage hablaba desde lejos con lospolicías que se llevaban a su padre: ã(174) --¡Tendrían que estar todos encerrados! ¡Son todos unos

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salvajes!

--¿No sabías que lo tenía Goldie? -preguntó Robert-.Creí que habías huido para recuperarlo. Cassy negó con la cabeza. Apoyándose en los barrotes, miró haciadonde estaban los lobos. --¿Por qué iba a dármelo? --¡Oh, vamos! Es tu madre, ¿sabes? --Pero lo robó para él... --Claro. Pero perdió el control cuando se enteró de que tehabías ido. Cogió el explosivo, nos llevó a la policía y losconvenció para tenderle una trampa. Tenía mucho miedo de que tematara. Cassy miró a los lobos, que, grandes y pálidos, caminaban sincesar sobre la tierra desnuda. --A mí también me importa mucho ella. Mucho más de lo que yomisma creía. Sólo que... es tan difícil de aceptar. Goldie, Nany... él. ¿Qué voy a hacer ahora? Robert sonrió. --¿Necesitas planificar en este instante todo el resto de tuvida? Tómate un respiro, Cassy. Cuando la abuela Phelansalga del hospital, seguro que querrá que vuelvas con ella. YGoldie seguirá siendo Goldie. Sólo que... --Sólo que ahora estará bien, -asintió Cassy en voz baja-.¿Y qué será de... él? --De eso no tienes que preocuparte. No saldrá de la cárcel enmuchos años, hasta que seas adulta. Puedes olvidarte de él. Cassy recorrió con el dedo uno de los barrotes. Pero no dijonada. Simplemente contempló cómo los lobos, vigilantes, daban vueltasdentro de su jaula. --Ellos también se irán pronto, -dijo Robert siguiéndolos ã(175)con la vista-. Ya no tendrás que pensar en el Lobo Feroz. Se lo hadicho a Lyall la vigilante: como no hay bastantes, los van atrasladar. --¿Y lo único que tendremos que hacer es vivir felices parasiempre? -dijo Cassy, y sonrió.

"... y vivieron felices para siempre". Nan cerró el libro y seinclinó sobre la cuna para darle a Cassy un beso fugaz. --¿Y qué le pasó al lobo? -preguntó Cassy. --¡Oh! Se fue muy lejos, querida. Y nunca más tuvieron quepreocuparse de él. --¿Y no le importó a él? --¡Ya es suficiente! -dijo Nan bruscamente-. Si sigues pensandocosas así, tendrás pesadillas. Cierra los ojos y duérmete, como unaniña buena, -corrió las cortinas, apagó la luz, salió y cerró lapuerta tras de sí. Echada en la cuna con los ojos abiertos y mirando la oscuridad,

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Cassy empezó a redactar mentalmente una carta: <Querido lobo,no vuelvas a desaparecer en el bosque oscuro. Necesito saber más deti. Quizá pueda ir a visitarte, o... o...> Sus párpados se fueron cerrando lentamente. Sabía que noacabaría de escribir la carta en aquel sueño, pero le daba lo mismo. Ya la escribiría cuando se despertase. ------------------------------------------------ ------------------------------------------------

¤ FIN DEL VOLUMEN II¤ Y DE LA OBRA ------------------------------------------------