la gobernanza del miedo
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Asistimos al nacimiento de una ideología de la seguridad. La utilización autoritaria de estos principios genera sociedades despolitizadas y temerosas, movilizadas hacia la reproducción de relaciones sociales funcionales para la acumulación privada irrestricta y no distributiva de capital. En suma, sociedades sustentadas en el miedo. En ellas, se hace posible una forma arbitraria de concebir el poder, capaz de saltar las garantías constitucionales para implantarse a sí misma como fuente de normatividad y de legalidad. Debemos preguntarnos hoy si cada uno de esos pequeños «puntos de seguridad» o de observación no se están convirtiendo, precisamente por una falta de control sobre sus procedimientos, en «estados de excepción en miniatura». A la vez, la criminalización de la pobreza es ya un hecho cotidiano. La creciente visibilidad de los pobres, en permanente tránsito, sin hogar o habiéndolo perdido hace poco a manos de un banco, desposeídos en la práctica, aunque no en el plano formal,TRANSCRIPT
Dirección editorial: Miquel OssetDiseño cubierta: Cristina SpanòDiseño editorial: Ana Varela
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Primera edición: junio 2013
© Alicia García Ruiz© Para esta edición: Editorial Proteus c/ Rossinyol, 4 08445 Cànoves i Samalús www.editorialproteus.com
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El 1 de Diciembre de 2009 diversas televisiones cubrieron profusamente la noticia de una intervención policial en una sucursal bancaria de Burgos. Un individuo había tomado como rehén a una empleada de Cajacírculo Burgos. Tras cinco horas y media, una unidad de GEOS redujo al asaltante y liberó a la rehén.
Descendamos un poco a los detalles. JRT es un hombre de 60 años, sin antecedentes, que padecía graves problemas económicos tras el incendio de su casa. Al parecer había llegado a un punto en el que no podía hacer frente a la hipoteca y estaba en trance de embargo. En plena desesperación, asaltó la sucursal para exigir hablar, según sus propias palabras, «con el jefe de los jueces». Los testigos que se encontraban en el lugar recordaron haber escuchado gritar a JRT «los bancos me han arruinado la vida». Se resolvió a tomar la oficina para exigir la atención pública a su caso y que acudiera a hablar con él algún representante de la Justicia. Los primeros momentos del suceso quedaron registrados por la cámara del teléfono móvil de un testigo, que envió las fotografías a diversos periódicos. Tras varias horas de negociación, los policías se introdujeron en la sucursal bancaria disfrazados de periodistas, habiendo prometido previamente al asaltante que le realizarían
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una entrevista para difundir su caso. A la salida, las cámaras de televisión entrevistaron a un testigo que declaró visiblemente emocionado que la intervención había sido «preciosa, espectacular».
Cajacírculo Burgos emitió pocas horas después un comunicado que desvinculaba a la entidad bancaria de toda relación con lo sucedido. Según se leía, sin embargo, en varias intervenciones en el foro de discusión sobre la noticia publicadas en el Diario de Burgos, Cajacírculo Burgos había ido endureciendo durante meses las condiciones de los préstamos hipotecarios hasta hacerlas literalmente insoportables para muchos de sus clientes.
Hace ya más de tres años de esta historia y desde entonces se han multiplicado los ejemplos del comportamiento abusivo de las entidades bancarias, aunque la percepción social ha cambiado. Lo que en su día era tratado como un comportamiento social desviado, perturbado, hoy se percibe bajo otra óptica, una perspectiva que comienza a indagar en las causas que llevan a la desesperación a millones de personas por todo el mundo. No obstante, el proceso de criminalización de la pobreza no ha hecho más que empezar a mostrar sus aristas más duras. El suceso de Burgos y su tratamiento informativo nos arroja a la cara, unos años después, preguntas inquietantes pero cada vez más necesarias, comenzando por la primera de ellas: ¿qué clase de realidad social ha llegado a ser aquella donde una intervención policial se califica de «preciosa»?
Para responder a esta cuestión, tal vez debamos, otra vez, empezar por hacer un poco de historia.
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Un poco de historia
A partir de las ideas que Michel Foucault1 comenzó a vislumbrar contra el trasfondo social de crisis de los años 70, Gilles Deleuze visualizó agudamente un proceso social del que tenemos cada vez más evidencias en nuestra vida cotidiana y que quedó plasmado más tarde en su conocido texto, escrito en los años noventa, Postcriptum a las sociedades de control.2 Allí, Deleuze advertía que las sociedades de control sustituirían lenta e irreversiblemente a las formas de dominación del pasado, basadas en la disciplina. A diferencia de sus predecesoras, las sociedades de control se asientan sobre un principio tan simple como efectivo: los sujetos pueden participar en sus propias formas de dominación de manera consentida, dándose a sí mismos razones convincentes para ha
1 Son ya clásicas las referencias al programa intelectual de Michel Foucault, donde se anuda la relación, cada vez más poderosa, entre la creciente desigual distribución de la riqueza social y el aumento de la ideología de la seguridad, el refinamiento de los mecanismos de control social y el auge de la penalización preventiva. Se pueden recordar aquí, entre otras muchas obras suyas, Foucault, M.: Vigilar y Castigar, México, Siglo xxi, 1994; La vida de los hombres infames, Madrid, La Piqueta, 1991 o La verdad y las formas jurídi-cas, Gedisa, Barcelona, 1980.
2 Veáse, Deleuze, G.: Conversaciones (19721990), Valencia, Pretextos, 1999.
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cerlo. Esto quiere decir, en otras palabras, que no sólo se encuentran sujetos al poder sino que son sujetos del poder mismo, esto es, subjetividades producidas por relaciones de poder, que se efectúan a distinta escala hasta abarcar la totalidad de las dimensiones vitales.
Desde hace décadas, viene gestándose una fase paroxística de esta imbricación progresiva entre realidad, vida humana y poder, de esta filtración mutua entre máquinas, cuerpos y discursos. Se trata de una configuración de la existencia que hoy redefine las relaciones entre ontología y política, distribuyendo el control espaciotemporal de lo existente a partir de criterios peligrosos: la sospecha, la visibilidad y la exclusión.
Tanto a escala individual como social, los ciudadanos de las sociedades democráticas occidentales hemos venido consintiendo la implantación progresiva e imparable de una pléyade de dispositivos cotidianos de control, hasta llegar a un punto en el que los umbrales de tolerancia a la intrusión e incluso vejación, así como las garantías reales de diversos derechos constitucionalmente establecidos han descendido a niveles alarmantes. Como ha dicho, de un modo ciertamente problemático, Slavoj Zizek,3 en estas condiciones de aparente libertad es posible que decir «totalitarismo liberal» no sea un oxímoron, una contradicción, puesto que los requisitos necesarios para la autoperpetuación de las dinámicas del capitalismo de consumo neoliberal están secuestrando paulatinamente libertades
3 V. Slavoj Zizek: Prólogo a Beauvois, J.L.: Tratado de la servidumbre liberal: análisis de la sumisión, Madrid, La oveja roja, 2008.
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elementales de los ciudadanos de las llamadas democracias liberales.
Una extraña paradoja, la de que estas libertades vayan cayendo una a una merced a dudosas defensas efectuadas en su nombre. Es extraña porque lo que precisamente argumenta el ideario liberal es la salvaguarda de las libertades individuales como fundamento normativo y moral de la vida social. Y sin embargo, ¿qué tipo de libertad es la que se defiende cuando se habla de seguridad? ¿Por qué parece hoy materia de consenso que es preciso un rosario creciente de sacrificios de derechos y libertades en nombre de un nuevo derecho rector: el derecho a la seguridad? Algo parece estar sucediendo en las democracias liberales que las está corroyendo desde su interior, y se resume en una profunda tensión interna entre libertad y seguridad, una potente aporía central que se enmascara con conflictos de baja intensidad, a la caza y captura de enemigos interiores y exteriores.
El control y la seguridad, términos cada vez más presentes en las descripciones de la vida cotidiana, están transformándose hoy en los dos polos de un único continuo de dinámicas sociales; dinámicas sustentadas en el miedo, que generan una auténtica ideología del temor y que se ejercen fundamentalmente en dos direcciones: el miedo a los otros y el miedo a uno mismo.4
4 Debo esta idea a Fernando Aguiar, Científico Titular del IESAA, CSIC, con quien mantuve una conversación en torno a esta doble dirección de la gestión del miedo contemporánea.