la familia el derecho deber de educar a los hijos (final)
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Padre de todos los hombres, bendice a nuestras familias.
Que la comunicación entre los esposos sea sincera, profunda y
respetuosa. Ayúdales a saberse colaboradores tuyos en la transmisión de
la vida.
Que los padres acierten en la educación de los hijos.
Que los hermanos se acepten unos a otros y que compartan lo que son y
lo que no tienen. Ayúdalos a fortalecer la familia en el seno de la cual
vivimos y a todas las familias donde se genera y fragua al hombre nuevo
para una nueva sociedad.
Perdónanos nuestros errores y danos lucidez , fuerza y esperanza, en las
adversidades.
Por Cristo, nuestro Señor.
Amen.
María, madre de la iglesia ruega por nosotros.
Lograr que la familia reconozca su derecho fundamental como
educadora de los hijos a través de la transmisión de valores
humanos y cristianos que garanticen su dignidad y pleno
desarrollo.
Que la familia, como iglesias doméstica tome consciencia y asuma
su deber como formadora de personas, educadora de la fe y cuna
del mas rico humanismo
Los padres educan fundamentalmente con
su conducta. Lo que los hijos y las hijas
buscan en su padre o en su madre no son
sólo unos conocimientos más amplios que
los suyos o unos consejos más o menos
acertados, sino algo de mayor categoría:
un testimonio del valor y del sentido de la
vida encarnado en una existencia
concreta, confirmado en las diversas
circunstancias y situaciones que se suceden
a lo largo de los años.
La clave suele estar en la confianza: que
los padres sepan educar en un clima de
familiaridad
¿Cómo ser buen padre y
buena madre?
Los padres son los principales educadores de sus
hijos, tanto en lo humano como en lo
sobrenatural, y han de sentir la responsabilidad
de esa misión, que exige de ellos comprensión,
prudencia, saber enseñar y, sobre todo, saber
querer; y poner empeño en dar buen ejemplo. No
es camino acertado, para la educación, la
imposición autoritaria y violenta. El ideal de los
padres se concreta más bien en llegar a ser
amigos de sus hijos: amigos a los que se confían
las inquietudes, con quienes se consultan los
problemas, de los que se espera una ayuda eficaz
y amable.
La paternidad y la maternidad no terminan con el
nacimiento: esa participación en el poder de Dios,
que es la facultad de engendrar, ha de
prolongarse en la cooperación con el Espíritu
Santo para que culmine formando auténticos
hombres cristianos y auténticas mujeres cristianas
¿Qué papel tiene la
familia en la educación
de los hijos?
Es necesario que los padres encuentren tiempo
para estar con sus hijos y hablar con ellos. Los
hijos son lo más importante: más importante que
los negocios, que el trabajo, que el descanso.
En esas conversaciones conviene escucharles con
atención, esforzarse por comprenderlos, saber
reconocer la parte de verdad −o la verdad
entera− que pueda haber en algunas de sus
rebeldías. Y, al mismo tiempo, ayudarles a
encauzar rectamente sus afanes e ilusiones,
enseñarles a considerar las cosas y a razonar; no
imponerles una conducta, sino mostrarles los
motivos, sobrenaturales y humanos, que la
aconsejan. En una palabra, respetar su libertad,
ya que no hay verdadera educación sin
responsabilidad personal, ni responsabilidad sin
libertad.
¿Cómo solucionar la
falta de tiempo que
sienten hoy muchos
padres para estar con
sus hijos, para la vida
familiar?
“La Escritura dice: Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre para unirse con su esposa y los dos formaran un solo
ser(…) Ustedes, padres, no irriten a sus hijos, sino mas bien
edúquenlos, corríjanlos y enséñenles tal como lo haría el
señor.”
La Familia es el ámbito donde el ser humano
puede nacer con dignidad, crecer y
desarrollarse de un modo integral.
La institución familiar transita por tiempos difíciles, en los que la
proliferación de anti valores o nuevas “estructuras de pecado”, se
han hecho presentes de manera mas evidentes.
En este escenario se hace necesario revisar, tomar conciencia y
asumir el tema de los derechos y deberes de la familia en cuanto a
su vocación educativa.
Educar no es fácil, ya que el ser humano le fue dotado por su
creador de cualidades únicas, la libre determinación, la
creatividad, la capacidad de expresar sus pensamientos, las ansias
de infinito y la capacidad de amar como su máxima y plena
realización.
La conjunción de estos elementos extraordinarios no vienen “ya
dados”, le corresponde a los padres, la función fundamental de
ayudar a sus hijos a construir una personalidad única e irrepetible,
con una vocación enmarcada en los valores emanados de la fe, el
buen juicio y comprometidos con su familia, su patria y el mundo
que los rodea.
Educar significa etimológicamente: sacar fuera, llevar hacia el
exterior, como el buen pastor, que “ a sus ovejas las llama una por
una y las saca fuera” (Jn. 10,3).
La educación debe ser impartida desde las fuentes de la
comprensión, el afecto y el respeto a ese ser que crece día a día
frente a los ojos de los padres.
Con todo esto nos referimos al surgimiento de nuevas formas de
familias que por caracterizarse de una actitud individualista,
legalista y relativista han delegado buena parte de la educación de
sus hijos al azar de la educación gubernamental, de los medios de
comunicación de las masas , de nuevas doctrinas y de otras
instancias o personas que no garantizan una verdadera y saludable
formación integral y personalista de los hijos de cara a su propio
futuro.
De manera profética la iglesia ya se pronunciaba en 1983 con la
“Carta de los Derechos de la Familia”, en la que reflejaba el
pensamiento de la iglesia sobre la materia. De igual forma, merece
retomar la riqueza del documento ”Familiaris Consortio”
(Exhortación Apostólica del Papa Juan Pablo II, sobre la misión de la
Familia cristiana en el mundo actual), para iluminar el camino por
el que transita la familia de hoy.
La familia y específicamente los padres, son los principales
educadores de sus hijos por derecho propio. Este derecho viene de la
mano desde el comienzo de los tiempos y de las primeras sociedades
humanas.
El padre pone sus ojos en sus hijos desde el momento en que le ve
salir a la luz, la manera natural e instintiva es acoger a la creatura
de sus entrañas y brindarle todo lo necesario para sostener su vida
con la intención de trasmitirle también todo lo mejor de si para
acompañarlo en su crecimiento y subsistencia como miembro valioso
de su familia.
El derecho de educar a los hijos , es un derecho paternal que tiene
su origen en la “imagen y semejanza de Dios” que nos ha sido dada
como gracia.
Dios padre ha sido y sigue siendo quien, por amor, ha tomado la
iniciativa de educar al hombre en su recorrido por la historia con su
Palabra y con sus obras maravillosas.
Alentando en sus aciertos y ayudándolo a levantarse en sus caídas y
desaciertos encaminándolo asi a descubrir el verdadero rostro de su
creador.
El derecho de los padres a educar a los hijos es insustituible,
inalienable, irrenunciable, porque son los padres quienes conocen y
aman verdaderamente a sus hijos.
Ningún poder humano puede exigir a los padres la renuncia total o
parcialmente de ser los principales educadores de sus hijos, aun
cuando sean argumentadas o justificadas todas las razones para ello
o en el nombre de doctrinas, creencias o ideologías que se le
quieran imponer.
Por lo tanto, son los padres los responsables primarios de la
educación de sus hijos. Es su deber dar testimonio de esta
responsabilidad con la creación de un hogar , donde se vivan los
valores humanos y cristianos.
Como lo enuncia el Catecismo de la Iglesia Católica en su No. 2223
“El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes.
Esta requiere el aprendizaje de la abnegación , de un sano juicio,
del dominio de si, condiciones de toda libertad verdadera.
Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones
materiales e instintivas a las interiores espirituales.
Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos
a sus hijos.
Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen
mas aptos para guiarlos y corregirlos.”
Con tristeza y con dolor hemos constatado, que en nuestro país y
en particular en nuestras comunidades, se viven acontecimientos
que atentan gravemente contra la dignidad humana. Se trata de
una explotación del hombre por el hombre, cuya raíz es el pecado
de la ambición de poder y corrupción, generando un sistema de
estructuras injustas que generan no sólo explotaciónn, sino
exclusión que se manifiesta en las abismales desigualdades sociales,
así como en precarias condiciones de vida para muchos.
Ni que decir de los hechos de violencia que han provocado
muerte, dolor y sufrimiento. Los constantes fenómenos del
secuestro, desapariciones y extorsiones, siguen a la orden del
día, propiciando temor y angustia, mientras que las estrategias
de seguridad continúan mostrándose insuficientes.
Aunado al problema de la inseguridad, nos encontramos ante
una situación económica cada vez más crítica, reflejada en
salarios deplorables, alza de precios, desempleo o mayor
empleo informal, explotación laboral. Todos estos fenómenos
ocasionan un sentimiento de incertidumbre y desconfianza ante
un futuro que parece sombrío.
Jesús – Reino de Dios, se propone como visión y acción
organizadora como el referente, capaz de responder a todos los
desafíos de hoy.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos
por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos” (Mt. 5, 9-10).
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Es necesario comprometernos a una conversión total a Cristo y
hacia el amor a los demás, en quienes Él está presente (cf. Mt.
25,40). Tener coherencia y armonía entre fe y vida, de manera
que todo aquello que decimos creer lo llevemos a cabo en la
práctica con hechos concretos en nuestras realidades personales
y comunitarias.
Propiciar una formación en los valores de la justicia, la libertad,
la honestidad, la solidaridad, el amor, el sentido de comunión
fraterna, así como a la formación de una recta conciencia.
Mediante estos valores construir una sociedad más digna.
Una formación integral humana que tenga su inicio desde la
misma familia, la cual a su vez, se ha de fomentar y salvaguardar
su integridad, ya que la familia es la célula del tejido social.
Organizarse, insertarse e incidir en el medio político, económico,
social y en el corazón de la cultura, con el fin de transformar las
estructuras sociales, de manera que sean más justas, solidarias,
que sirvan al bien común y que estén al servicio de la dignidad
humana, haciendo presente el Reino de Dios en el aquí y ahora.
Defender en todo momento, la dignidad de cada persona,
denunciando todo aquello que atente contra la dignidad humana.
“La propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación
personal con Dios, ni una mera suma de pequeños gestos
dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual constituiría
una “caridad a la carta”, una serie de acciones sólo para
tranquilizar la conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf.
Lc 4, 43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la
medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será
ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para
todos” (Evangelii Gaudium, n. 176-180).(Exhortación Apostólica
del Papa Francisco sobre el anuncio del Evangelio en el mundo
actual)