la espiritualidad de un hombre de … conciencia de una existencia más allá de la muerte está...

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Revista destiempos N°44 Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 47 LA ESPIRITUALIDAD DE UN HOMBRE DE NEGOCIOS GENOVÉS ASENTADO EN EL MADRID DEL SIGLO XVII. JUAN BAUTISTA CASSANI VIVALDO Mercedes Gómez Oreña Universidad Nacional de Educación a Distancia, España La conciencia de una existencia más allá de la muerte está presente en el hombre desde los tiempos más remotos. En la Europa del siglo XVII, época en la que se encuadra esta investigación, se vivirá la espiritualidad muy intensamente como consecuencia de la lucha confesional surgida en el siglo anterior, de ahí que la historiografía haya prestado una gran atención a esta cuestión, que no sólo afectaba al ámbito de lo religioso, sino que también influyó en la economía, la política y a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, este interés que han mostrado algunos autores 1 no se ve reflejado a nivel de un individuo concreto, esto es debido a que las tendencias de la Historia Total, imperantes en el siglo pasado, conside- raban que el papel de una persona no aportaba nada a la ciencia histórica ni a su proceso evolutivo. No obstante, en las últimas décadas las biogra- fías han vuelto a resurgir, incluso las de mercaderes y financieros han llamado la atención de algunos investigadores, aunque la parte espiritual de estos últimos se ciñe al estudio de sus testamentos, lo que sólo permite conocer la religiosidad de los postreros años de sus vidas 2 . Si bien, nuestro 1 Caro Baroja Julio, Las formas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVI y XVII, Madrid: Akal Editor, 1978; Ariés, Philippe, El hombre ante la muerte, Madrid: Taurus, 1984; Álvarez Santaló, León Carlos Y Otros (coordinadores), La Religiosidad Popular, vol. II, Barcelona: Anthropos, 1989, Y Martínez Gil, Fernando, Muerte y Sociedad en la España de los Austrias, Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A., 1993. 2 Lapeyre, Henri, Una Familia de Mercaderes: Los Ruiz, Valladolid: Editorial Server-Cuesta, 2008; Ródenas Vilar, Rafael, Vida Cotidiana y Negocio en la Segovia del Siglo de Oro: El Mercader Juan de Cuellar, Junta de Castilla y León: Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1990; Vila Vilar, Enriqueta, Los Corzo y los Mañara: Tipos y Arquetipos del Mercader con Indias, Sevilla: Universidad de Sevilla, 2011; Maixé Altés, Juan Carlos, Comercio

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LA ESPIRITUALIDAD DE UN HOMBRE DE

NEGOCIOS GENOVÉS ASENTADO

EN EL MADRID DEL SIGLO XVII. JUAN BAUTISTA

CASSANI VIVALDO Mercedes Gómez Oreña

Universidad Nacional de Educación a Distancia, España

La conciencia de una existencia más allá de la muerte está presente en el

hombre desde los tiempos más remotos. En la Europa del siglo XVII, época

en la que se encuadra esta investigación, se vivirá la espiritualidad muy

intensamente como consecuencia de la lucha confesional surgida en el

siglo anterior, de ahí que la historiografía haya prestado una gran atención

a esta cuestión, que no sólo afectaba al ámbito de lo religioso, sino que

también influyó en la economía, la política y a la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, este interés que han mostrado algunos autores1 no se ve

reflejado a nivel de un individuo concreto, esto es debido a que las

tendencias de la Historia Total, imperantes en el siglo pasado, conside-

raban que el papel de una persona no aportaba nada a la ciencia histórica

ni a su proceso evolutivo. No obstante, en las últimas décadas las biogra-

fías han vuelto a resurgir, incluso las de mercaderes y financieros han

llamado la atención de algunos investigadores, aunque la parte espiritual

de estos últimos se ciñe al estudio de sus testamentos, lo que sólo permite

conocer la religiosidad de los postreros años de sus vidas2. Si bien, nuestro

1 Caro Baroja Julio, Las formas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVI y XVII, Madrid: Akal Editor, 1978; Ariés, Philippe, El hombre ante la muerte, Madrid: Taurus, 1984; Álvarez Santaló, León Carlos Y Otros (coordinadores), La Religiosidad Popular, vol. II, Barcelona: Anthropos, 1989, Y Martínez Gil, Fernando, Muerte y Sociedad en la España de los Austrias, Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A., 1993. 2 Lapeyre, Henri, Una Familia de Mercaderes: Los Ruiz, Valladolid: Editorial Server-Cuesta, 2008; Ródenas Vilar, Rafael, Vida Cotidiana y Negocio en la Segovia del Siglo de Oro: El Mercader Juan de Cuellar, Junta de Castilla y León: Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1990; Vila Vilar, Enriqueta, Los Corzo y los Mañara: Tipos y Arquetipos del Mercader con Indias, Sevilla: Universidad de Sevilla, 2011; Maixé Altés, Juan Carlos, Comercio

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análisis va más allá de la actitud ante la muerte de nuestro personaje, Juan

Bautista Cassani Vivaldo, por lo que nos centraremos también en la

sensibilidad emocional mostrada a lo largo de su vida, teniendo en cuenta

el contexto de su oficio, más materialista que espiritual, puesto que nos

encontramos frente a un banquero miembro de la prestigiosa casa

solariega genovesa de los Vivaldo3, que tenía tras de sí una trayectoria

profesional en el mundo de los negocios hispánicos de más de siglo y

medio4. La actividad económica principal que gestionaba se centraba en el

trasvase monetario entre España e Italia. La importante disponibilidad

económica y la notable reputación adquirida a lo largo de los años facilitó

que la Iglesia depositase en ella la tesorería de la Cámara Apostólica, la

cual desde el siglo XVI estaba en manos de financieros genoveses5, al

controlar éstos no sólo el mercado de transferencias de numerario, sino

que además dominaban el comercio del arrendamiento de los frutos de las

sedes episcopales vacantes de Castilla6. Independientemente de estas

actividades, Juan Bautista Cassani resultó ser un valioso diplomático para

los Cantones Católicos Esguízaros durante más de 37 años. La red

clientelar que configuró en torno al Consejo de Italia, del que dependía la

embajada, le permitió obtener una valiosa información que aprovechó para

gestionar la obtención de mercedes reales para aquellas personalidades

italianas que pretendían un ascenso social, lo que le reportó importantes

y banca en la Cataluña del siglo XVIII. La compañía Bensi & Merizano de Barcelona (1724-1750), Universidad de la Coruña: Departamento de Historia e Institucións Econónicas 1994; Iglesias Rodríguez, Juan José, El árbol de Sinople. Familia y patrimonio entre Andalucía y Toscana en la Edad Moderna, Sevilla: Secretariado de publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2008. 3 La casa Vivaldo fue una familia noble patricia, cuyos miembros ostentaron los más altos cargos del gobierno de la República de Génova. Rivarola Y Pineda, Juan Félix, Historia Chronológica y Genealógica, civil, política, y militar de la Sereníssima República de Génova, Madrid: Diego Martín Abad, en Madrid, 1929, p. 419. 4 Los Vivaldo se estableció en España durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando se asentaron también otros compatriotas: los Imperial, Centurión, Gentil, Lomellini, Doria, Spínola, Pichinotti, Pallavicino, entre otros. Todos ellos contribuyeron a la política expansionista de los citados monarcas, ya que aportaron la financiación necesaria para llevarla a cabo. 5 Renata Ago, Carriere e clientele nella Roma barroca, Roma: Editori Laterza e Figli, 1990, p. 27. 6 Carretero Zamora, Juan Manuel, “La Colectoría de España en el siglo XVI: los mecanismos de transferencia monetaria entre España y Roma (cambios y créditos)”, Hispania, vol. LXXIII, 243, 2013, pp. 79-103.

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beneficios, al igual que sus actuaciones como agente para otras

compañías foráneas.

1. JUAN BAUTISTA CASSANI VIVALDO

Los orígenes de este personaje se sitúan en la ciudad de Taggia, Diócesis

de Albenga y dominio de la Serenísima República de Génova. Fue uno de

los cinco vástagos del matrimonio formado por Juan María Cassani y

Benedicta Vivaldo, naturales de las ciudades de Génova y Taggia

respectivamente. Desconocemos la fecha exacta de su nacimiento, sin

embargo, teniendo en cuenta su traslado a Madrid para hacerse cargo de

la compañía familiar y que la mayoría de edad en Génova, al igual que en

España, se situaba en los veinticinco años, podemos estimar su

alumbramiento entre finales de los años veinte y principios de los treinta

del siglo XVII.

La infancia y juventud de Juan Bautista Cassani se desarrolló en

Roma a donde se habían trasladado sus padres con sus respectivos hijos:

Domingo María, Marcos, Francisca y Ana Teresa. Su educación, al igual

que la de sus hermanos varones, estuvo orientada hacia la actividad

mercantil, si bien la preparación cultural que recibieron fue de mayor

consideración de lo que se esperaba en este tipo de profesionales, la cual

la realizaron en el Colegio Romano de los Jesuitas, donde se formaban los

hijos de las élites de dicha ciudad, así como muchos jóvenes extranjeros

que acudían allí por el prestigio que adquirió dicha institución desde su

creación. Acabada la instrucción se integraron en la compañía familiar. La

magnitud de la misma y la idiosincrasia de los negocios que gestionaban

hacían necesario que algunos de sus miembros residieran fuera de Italia y

se estableciesen como correspondientes en diferentes plazas financieras

europeas, formando de esta manera un circuito comercial muy amplio y

perfectamente coordinado, siguiendo el ejemplo de otras muchas

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compañías italianas7. Por lo tanto, en 1656 Juan Bautista se desplazó a

Madrid para hacerse cargo de la filial que los Vivaldo tenían en la Corte

Madrileña. Domingo María, después de estar trabajando como agente en

Nápoles hasta el año 16608, se trasladó a Flandes, donde se estableció

definitivamente y donde contrajo matrimonio con Teresa Torgard, con la

que tuvo cinco hijos. Marcos viajó a Madrid, cabe suponer que el importante

volumen de negocios hacía necesaria su presencia, pero la fecha de su

llegada no queda claramente determinada en la documentación

consultada, aunque en octubre de 1667 ya aparece señalado como vecino

de la capital, sin embargo, sí conocemos que en abril de 1671 regresó a

Roma definitivamente. Francisca, una de las hermanas, fue unida en

matrimonio al hombre de negocios romano Carlos Ghirlandari, con el que

tuvo tres hijos. Este enlace supuso la ampliación de la red de

correspondientes para la compañía, pues el marido, junto a su socio

Francisco Barlettani, actuarán de agentes comerciales en muchas

operaciones crediticias de Juan Bautista Cassani. La otra hermana, Ana

Teresa, tomó los hábitos en el Monasterio de Santa María del Trastévere

de Roma.

Juan Bautista Cassani a los siete años de su llegada a Madrid

contrajo matrimonio con Francisca Antonia Fernández y Valdés. La boda

se celebró el 11 de abril de 1663 en el Convento de Santa Clara, donde

había sido depositada la novia por su hermano y tutor, Simón Francisco,

religioso y Abogado de los Reales Consejos, ya que tras quedar huérfanos

se encargó éste de concertar los esponsales9. La diferencia de edad de la

pareja era notable, la joven estaba a punto de cumplir los quince años y el

7 Sanz Ayán, Carmen, Los banqueros de Carlos II, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1988, pp. 29-50 y Álvarez Nogal, Carlos, El Crédito de la Monarquía Hispánica en el Reinado de Felipe IV, Ávila: Junta de Castilla León, 1997, pp. 73-84. 8 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Madrid (AHPNM), protocolo (Prot.) 8356, fols. 57v-58v. 9 Archivo de la Iglesia de Santiago. Libro de Matrimonio de los años 1650 a 1665. También existe un traslado del certificado de matrimonio en el Archivo de la Iglesia de San Sebastián, Libro de Matrimonio, año 1664.

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novio ya pasaba de los treinta. El incentivo de la dote suponemos jugaría

un papel importante, ya que Francisca Antonia aportaba al matrimonio un

mayorazgo compuesto por varios inmuebles y una considerable suma de

dinero10.

Según consta en la correspondencia epistolar de Juan Bautista

Cassani su matrimonio fue bendecido con siete vástagos, sin embargo,

sólo hemos localizado la partida de bautismo de seis11. Dorotea Francisca

María vino al mundo el 8 de febrero de 1666, fue bautizada en la parroquia

de San Sebastián, a la que pertenecía la familia por residir en la Calle del

Lobo (actual Echegaray), ejerció como padrino el mayordomo de la casa,

el presbítero Juan Bautista Ruxero. María Teresa Blassa nació el 3 de

febrero de 1668 y fue apadrinada por su tío Marcos Cassani. El 3 de junio

de 1669 vio la luz el primer varón de la familia, Juan Bautista Manuel, en

esta ocasión ejerció de padre espiritual, previa dispensa del nuncio

apostólico Federico Borromeo, el padre Miguel, religioso carmelita

descalzo del Convento de la Madre de Dios. Estos tres hijos murieron en

la más tierna infancia como consecuencia de una epidemia de viruelas, en

apenas 45 días volaron al paraíso. Esta pérdida supuso para los padres un

duro golpe y aunque la aceptaron como designio divino quedaron muy

afligidos y desolados, a pesar de lo que se ha venido considerando a lo

largo del tiempo de que la alta mortalidad infantil impedía el encariñamiento

excesivo de los padres hasta después de cumplidos varios años y pasado

el peligro mortal. Aseveración que ponemos en duda teniendo en cuenta

las afirmaciones realizadas por Juan Bautista Cassani a varios amigos

cuando también sufrieron la pérdida de un ser querido12. En este mismo

10 AHPNM, Prot. 8357, sin foliar. 11 Archivo de la Parroquia de San Sebastián de Madrid: Libro de Bautismo 15, folio (fol.) 323; 509; libro de Bautismo 16, fol. 108¸ Libro de Bautismos 18, fol. 509. 12 Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid (BRAH), sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Misiva escrita a Francisco Barlettani el 4 de septiembre de 1687, y BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias Coronas. Carta dirigida al coronel de Beroldinghen el 30 de marzo de 1690.

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sentido autores de aquella época escribieron sobre el dolor producido por

la pérdida de los hijos13. Además, muchos predicadores para consolar a

los padres ante la muerte de hijos mozos, niños o tiernos, hacían discursos

adaptados a tan grande pérdida, lo que contradice la mencionada falta de

encariñamiento de los padres hacía sus pequeños vástagos14. Después de

esta adversidad y de haberse incluso temido por la salud de la madre, ésta

volvería a quedar embarazada, dando a luz el 26 de marzo de 1673 a José

Félix Joaquín Domingo, acontecimiento que devolvió la felicidad a la

pareja. Fue bautizado en la misma parroquia que sus hermanos, actuando

como padrinos dos prestigiosos religiosos: el nuncio apostólico Monseñor

de Marescotti y el padre fray Francisco Yecla, provincial de los Capuchinos.

Siete años más tarde, el 29 de octubre de 1680, llegó al mundo Francisco

Felipe Nicolás Antonio Narciso, quien también sería apadrinado por el

nuncio apostólico, aunque en esta ocasión el cargo lo detentaba Savo

Millini, y por el capuchino fray José de Madrid. Sin embargo, la alegría de

este alumbramiento no duró mucho tiempo puesto que la muerte volvió a

visitar a la familia, llevándose al pequeño y dejando un rastro de dolor, que

menguaría el 15 de febrero de 1685 cuando nació Nicolás Antonio

Francisco Javier, en esta ocasión sería su padre espiritual el predicador del

rey Francisco José de Martínez. Este pequeño llenó el vacío dejado por el

anterior, de manera cariñosa le llamaban el hermano chiquito, pero a pesar

de que se criaba fuerte y sano el sábado 31 de enero de 1688, cuando le

quedaban pocos días para cumplir tres años, falleció a consecuencia de un

catarro muy fuerte, no pensando sus padres que sucedería tal cosa, puesto

que al levantarle de la cama gozaba de una gran vitalidad, además había

comido bien y jugueteado por la casa todo el día, no obstante, la alta fiebre

13 Estos autores que nos referimos son Michel de Montagne y Jean-Bautiste Poquelin (Moliere), el primero de ellos dijo “He perdido dos o tres hijos que se criaban fuera, no sin dolor, pero sin enfado”. Hemos tomado esta información del Ariés, Philippe, El niño y la vida familiar… p 64. 14 Caro Baroja, Julio, Las formas complejas..., p. 317.

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le alteró tanto la sangre que no hubo ningún remedio para aquietarla,

volando al paraíso en el término de seis horas15.

El fallecimiento de todos sus hijos a excepción de uno, José Félix,

que ingresó en religión, acabó con las expectativas de sucesión en el

negocio familiar de Juan Bautista Cassani, si es que las tuvo en algún

momento. De lo que sí se tiene constancia es de la vocación religiosa de

su hijo, tan firme, que a lo largo de dos años, por la mañana y por la tarde,

cuando se dirigía al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid,

donde estudiaba junto a la elite de la sociedad madrileña16, pasaba a la

Capilla del Buen Consejo para que la Virgen le exhortara a entrar de novicio

con los jesuitas. Nadie supo de sus anhelos salvo su maestro y confesor,

de hecho, estaba tan determinado en su pretensión que incluso se planteó,

si sus padres no le daban licencia, entrar con ayuda de su mentor en otro

colegio de esta institución que estuviera ubicado en Castilla, el cual estaría

prevenido llegado el momento. Empero, no fue necesario, ya que para sus

progenitores fue una grata sorpresa, concediéndole inmediatamente el

permiso, aunque impusieron una sola condición: que la Compañía les diera

licencia para poderle verle siempre que quisiesen, lo cual harían una vez a

la semana. El joven novicio resultó ser un gran estudiante y alumno

aventajado, tanto en virtud como en la ciencia, con una memoria que

parecía sobrenatural, según palabras de su padre y del rector del Colegio

Imperial, Gabriel de Bousemart, quien además dijo de él que descollaba

significativamente en “la vivacidad de su genio y la mucha aplicación”17.

Después de haber formulado sus votos simples continuó su instrucción en

Villarejo de las Fuentes (Cuenca), mientras que en Alcalá de Henares

15 Brah sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Carta escrita a Ana Teresa Cassani el 6 de febrero de 1688. 16 Simón Díaz José, “Historia del Colegio Imperial de Madrid (Del estudio de la villa al Instituto de San Isidro años 1346-1955”, Madrid: Instituto de Estudios Madrileños, 1992. 17 Estas palabras las hemos tomado de REY FAJARDO, JOSÉ DEL: “José Cassani Historiador Colonial”, Centro Gumilla, 29, 287, (julio- agosto 1966), quien a su vez lo tomó del padre Gabriel Bousemart O.c. 16.

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realizó los estudios mayores de Filosofía y Teología, y hacia 1698, tras

pronunciar sus últimos votos solemnes, regresó a la Corte. Su erudición

fue prodigiosa, lo que unido al conocimiento de idiomas, a su constancia y

a una buena metodología de trabajo le permitió estar vinculado a la vida

intelectual y cultural de la España del momento, accediendo a la Cátedra

de Matemáticas del Colegio Imperial, actividad que realizó a lo largo de

más de treinta años (1701-1732), asimismo, fue cofundador de la Real

Academia de la Lengua, donde llegó a ser decano de la misma, consultor

y visitador de las librerías del Santo Oficio y escritor, de cuya pluma salieron

obras de astronomía, matemáticas, historia y biografías de prestigiosos

religiosos de la Compañía de Jesús. A pesar de su intenso trabajo y de no

gozar de muy buena salud, José Félix tuvo como su padre una larga vida,

sin embargo, a partir de 1748 los continuos achaques de apoplejía le fueron

debilitando, lo que le obligó a retirarse al colegio jesuita de Alcalá de

Henares, donde murió en 1750.

2. UN HOMBRE CULTO Y DEVOTO Juan Bautista Cassani procuró siempre que se lo dejaban sus ocupaciones

laborales disfrutar de su familia, pero también ocupaba sus escasos ratos

libres en alimentar su espíritu. El estudio y la formación serán en ese

tiempo de acceso limitado a pocas familias, las cuales acotarán en

exclusiva la apertura al conocimiento, indispensable para gozar de esa

intelectualidad tan escasa en el siglo XVII. En este caso, las enseñanzas

de los jesuitas harán del protagonista de esta investigación un hombre

refinado y culto, amante de la lectura, las artes y el gusto exquisito. A través

del estudio de su biblioteca hemos podido conocer su sobresaliente nivel

intelectual, reflejado en la importante y variopinta colección que poseía. En

el inventario post-mortem se registraron un total de 192 títulos, repartidos

en 211 tomos. Es posible que esta cifra fuese superior, pero al entrar su

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hijo José Félix en la Compañía de Jesús sospechamos le entregaría

algunos ejemplares útiles para su formación. También, cabe suponer que

cuando fueron catalogados se excluyeron aquellos títulos de interés de su

heredero, al igual que hicieron con otros objetos. Aun así, la cantidad

registrada es elevada, superando a bibliotecas de personalidades de la

época, con las que además muestra una similitud en contenidos18, los

cuales hemos clasificados en función de que le sirvieran a nuestro

personaje como fuente de formación, de trabajo, de entretenimiento o de

devoción, siendo estos últimos los que centrarán nuestro atención.

Dentro de este grupo podemos distinguir hagiografías, flos

santorum, novenarios, guías espirituales, panegíricos y misales. En

relación a las primeras nos consta que en la biblioteca existían: la vida del

Padre de Rojas, religioso que estuvo al servicio de los pobres, para los

cuales fundó la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo nombre de

María, la vida de San Felipe Neri, la de San Juan de Sahagún, la de San

Juan de Dios ―probablemente el interés por estos dos últimos santos

vendría determinado porque sus canonizaciones, realizadas el 16 de

octubre de 1690, que resultaron ser un acontecimiento vivido con una gran

exaltación―, la de Santa Gertrudis, incluida en el martirologio romano en

1677, y la de Santa Teresa, obra que fue muy demandada y de la que se

realizaron impresiones por toda Europa, de hecho, la edición que poseía

nuestro personaje fue elaborada en Flandes.

Los flos santorum ―recopilaciones de la vida de los santos―

estuvieron también dentro de las preferencias de lectura de Juan Bautista

Cassani. Poseía dos, uno de la congregación de los Carmelitas y el otro de

Alonso Villegas, quien además de hacer un relato de estos bienaven-

turados narró la vida de Jesús en seis volúmenes, de los cuales en el

18 Dadson Trevor: Libros, lectores y lecturas: estudios sobre bibliotecas particulares españolas del siglo de Oro, Madrid: Editorial Arco/Libros, 1998.

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inventario sólo se registraron tres, el primero, que estaba incompleto, el

tercero y el cuarto.

En la Biblioteca se encontraban tres novenarios, uno de San

Ramón Nonato, patrón de las embarazadas, de los partos, de los niños y

las matronas, a quien nuestro personaje rogaría cuando su esposa se

encontrase frente a una nueva maternidad o cuando sus hijos estuvieron

al borde de la muerte, uno de Santa Teresa y otro de San Ignacio de

Loyola, a quien festejó desde su estancia en el Colegio Romano.

La preocupación constante que sintió Juan Bautista Cassani por la

salvación de su alma le llevo a sentir una especial inclinación por las guías

espirituales, con las que alcanzaría la meditación y el contacto con Dios.

Se contabilizaron los siguientes títulos: Práctica del amor de Dios e

Introducción a la vida devota, ambos de San Francisco de Sales, Tratado

del amor de Dios de Cristóbal de Fonseca, Místico del cielo en que se

gozan los bienes del alma y vida de la verdad, de fray Isidro de León, La

Eternidad consejera, del jesuita Daniel Bartholi, un tomo de las obras de

fray Diego de Estella ―creemos se trataba del Tratado de la vanidad del

mundo y meditaciones del amor de Dios, que fue publicado en cuatro

volúmenes―, Disposiciones para comulgar, del que desconocemos el

autor, y las obras de Ludovico Blosio, este escritor en varios ejemplares

predis-ponía a los lectores a realizar una vida interior completa.

Juan Bautista Cassani se sintió atraído también por la vida de sor

Úrsula Micaela Morata, religiosa fundadora del Convento de Clarisas

Capuchinas de Alicante, la cual tuvo una vida mística con experiencias

sobrenaturales (milagros, visiones y profecías), adquiriendo tal renombre

que fue consultada por personajes relevantes de la sociedad de la época,

entre los que se encontraban el mismo Rey Carlos II y su hermanastro, don

Juan José de Austria. Así se explica que poseyera una edición del sermón

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fúnebre panegírico realizado por Isidro Sala, canónigo de la Catedral de

Orihuela, a la venerable madre el 24 de mayo de 1703, aunque la fecha de

su muerte fue el 9 de enero de dicho año19. Pero la obra que al parecer

más le impactó fue la de sor María Jesús de Ágreda. En una de las cartas

que escribió al caballero José de Beroldinghen, con el que compartió la

afición por la literatura, apreciamos la impresión que le produjo:

“V.I.I. se holgará muchísimo de leer estas obras sobrehu-

manas, porque todos los demás libros le han de parecer de

nada. En el poco tiempo que se permiten leer se han hecho

cinco impresiones muy grandes, pero no es fácil ni posible

dar a entender la grandeza de estas obras sino cuando se

leen”20.

Por último, dentro de los libros devocionales hemos incluido un

ejemplar titulado Apología de don Fermín, entendiendo la Apología en

sentido religioso, una Historia de los Capuchinos, la cual estaba

incompleta, ya que sólo tenía los tomos cuarto y quinto, y un volumen del

padre Juan Eusebio de Nieremberg, aunque en la catalogación no se

menciona el título, sólo anotaron que era el tomo segundo.

Al recogimiento interior no sólo se llegaba a través de las lecturas

piadosas, también las conversaciones con religiosos ayudaban a solventar

cualquier duda que pudiera presentarse en determinados momentos. Juan

Bautista Cassani pudo contar con guías espirituales dentro de su propia

familia, puesto que no sólo su hijo y su hermana hicieron carrera dentro de

la iglesia, también dos primos siguieron esta senda: Juan Vivaldo y Juan

Francisco Pascua, aunque la relación con los tres últimos fue a través de

la correspondencia. También entre sus amistades más entrañables se

19 Saéz Vidal Joaquín: “Textos sin imágenes: jeroglíficos en las exequias celebradas en Alicante a la muerte de Sor Úrsula Micaela Morata (1703)”, Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, D.L., 1987, pp. 304-320. 20 Brah, sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Carta escrita al caballero José de Beroldinghen en febrero de 1687.

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hallaban grandes personalidades eclesiásticas, como los nuncios apostó-

licos, con los que mantuvo una intensa relación debido al contacto casi

diario que con ellos tuvo por cuestiones concernientes a la tesorería de la

Cámara Apostólica, lo cual contribuirá a que el vínculo fuera más fraternal,

de hecho, Savo Millini, visitaba, cuando sus actividades se lo permitían, la

Casa-Huerta que tenía nuestro personaje a las afueras de Madrid21.

Además, cuando los nuncios finalizaban su representación diplomática y

se desplazaban a Roma, o a otro destino, continuaban su relación a través

de la correspondencia epistolar, al menos así lo hizo con Millini y

Marescotti.

Sin lugar a dudas, con quien mantuvo nuestro personaje una

sintonía más íntima fue con los padres de la Compañía de Jesús,

especialmente con los padres Francisco Morejón y Juan de Palazol, con

este último compartió Juan Bautista Cassani su gran pasión por el arte y la

cultura, al menos es lo que se desprende de las cartas que le escribió

cuando fue a Roma en 1687 para la elección del nuevo general de la

compañía. En ellas le aconsejaba que visitara algunas de las maravillas de

esa ciudad y de otras partes de Italia22. La amistad tan profunda que

mantuvo con los dos se aprecia en el deseo de que tuvieran una viaje y

estancia placentera, lo que obligó a Juan Bautista Cassani a escribir a sus

familiares y amigos de Milán y Roma para que los recibieran y agasajaran

por todo lo alto. En la primera ciudad contaba con un gran deudo suyo, el

conde Carlos Borromeo, y en la segunda contaba con su primo Félix Alfaroli

-que luego no secundaría la demanda solicitada-, sus dos hermanas,

Francisca y Ana Teresa; el abad Oddi y los cardenales Marescotti y

Millini23.

21 García Cueto, David, Relaciones Artísticas entre España y Boloña durante el siglo XVII, Tesis doctoral, Universidad de Granada, 2005. Pp. 355-356, nota al pie 1223. 22 Brah, sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Carta remitida al padre Palaçol en mayo y septiembre de 1687. 23 BRAH, sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Cartas remitidas en mayo de 1687.

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La religiosidad de Juan Bautista Cassani no sólo se circunscribía

a las relaciones con los religiosos, su interés por la salvación de su alma

se vislumbraba a través de un comportamiento personal virtuoso, dado que

cumplía con los mandamientos establecidos por la Iglesia. Uno de ellos era

oír misa, lo cual hacía diariamente, de hecho, el primer cometido que

realizaba al comenzar el día era éste, pudiéndolo hacer en su propio

oratorio o en cualquiera de las numerosas iglesias que existían en Madrid,

cuya relación nos aparece muy detallada en la Guía y Avisos de Liñan

Verdugo24. Tanto en su residencia habitual de la calle del Lobo como en la

de la Casa-Huerta contaba con una capilla. En la primera sabemos que

estaba consagrada a la Virgen de las Viñas y a San Juan Bautista, sus

imágenes de alabastro y pasta de Lucca, respectivamente, coronaban el

altar. Al lado de ellas había dos urnas, una de ébano y concha, y la otra en

pasta con decoración de frutas y flores, en cuyo interior se podían

contemplar dos figuras del Niño Jesús. También en el altar, y sobre una

peana negra con sobrepuestos de plata, se ubicaba una concha del mismo

metal sobredorada, formando una especie de cueva donde se podía

contemplar un Nacimiento. En todo oratorio no podía faltar el crucifijo, en

éste había dos, uno realizado en metal y el otro en marfil, cuya peana y

cruz eran de madera de ébano. De los diecisiete relicarios y agnus25 que

poseía la familia cuatro estaban ubicados en esta sala. La decoración del

resto de la capilla se completó con seis pinturas de pájaros realizadas en

finas piedras de ágata de Florencia, cuatro pequeñas figuras de estaño con

pies en forma de pirámide y coronas de plata. El mobiliario se componía de

la mesa de altar, dos bufetes de jaspe negro de tipo de los de estrado y

algunas sillas. En el inventario se contabilizaron además los objetos

24 Liñan Y Verdugo, Antonio, Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte, Madrid: Editora Nacional, 1980, pp. 270-273. 25 Los agnus eran una lámina gruesa de cera con la imagen impresa del Cordero o de algún Santo, que habían sido bendecidos por el Papa.

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necesarios para oficiar los actos litúrgicos: un cáliz de plata con patena

sobredorada, una caja de madera para guardar las formas, una campanilla

de altar de bronce, un marco con cartelas de plata usado para las palabras

de la consagración, un misal impreso en 1688, un cofrecito pequeño de

concha guarnecido de bronce y varios platos de latón y de charol labrados

y pintados con imágenes, flores y orlas. Aparte de estas piezas registraron

la indumentaria que se utilizaba para el culto: el alba, la bolsa de

corporales, las casullas, estolas y manípulos, todas confeccionadas en

ricas telas de damasco verde y en raso. Para iluminar la estancia utilizaban

catorce candeleros de diferentes tamaños y estilos, siendo los de latón

para el altar y las bujías de cristal de bohemia para alumbrar las imágenes

y el resto de la estancia.

La capilla de la Casa-Huerta, según consta en la documentación

consultada y contrastada con el estudio de David García Cueto, fue

decorada por Dionisio Mantuano26. En el altar había un gran cuadro de San

Juan Bautista con el marco de madera sobredorada, mientras que en el

resto de la sala pintó Mantuano un Nacimiento de Cristo, una Trinidad de

la tierra y una huída a Egipto (copias de Lucas Jordán), un San Juan

Evangelista, una Encarnación, una mujer adúltera, un Ecce Homo, un

Jesús en la Cruz, una Oración del Huerto, un Prendimiento de Cristo, una

María Magdalena, una Santa María Egipciaca, una Cena del Señor y un

Sepulcro de Cristo, ubicado éste encima de la puerta, frente al altar. Los

espacios libres entre las pinturas citadas fueron cubiertos con jarrones,

flores y niños, estos últimos también fueron representados en el techo con

la Santa Cruz y con diferentes adornos en grutesco. Del mobiliario y útiles

usados en este oratorio no tenemos constancia, aunque serían similares a

los usados en la anterior.

26 García Cueto, David, Relaciones Artísticas entre… p. 351.

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Si Juan Bautista Cassani no escuchaba misa en casa salía de ésta

y se acercaba a una de las iglesias de Madrid. Por la ubicación de su

vivienda era parroquiano de la Iglesia de San Sebastián, que no distaba

mucho de su domicilio, puesto que se hallaba en la Calle de Atocha,

aunque él prefería asistir a la de San Pedro y San Pablo del Hospital de los

Italianos. Suponemos que una de las razones de esta elección sería el

ahorrar tiempo, dado que era gobernador de dicho hospital y coadminis-

trador, junto al abad Francisco Milazzo, de una de las capillas de dicha

iglesia, la de Nuestra Señora de las Viñas, la cual había sido fundada por

Juan Pío Marín, vecino y natural de Génova27. Además, se localizaba a

apenas unos pasos de su vivienda y también le permitía confraternizar con

compatriotas suyos, siempre satisfactorio al hallarse tan lejos de su país.

Pero éste no era el único lugar donde asistía a misa, de hecho, cuando su

hijo entró en el noviciado del Colegio Imperial asistía, al menos una vez a

la semana, a la iglesia del citado colegio, pues de esta manera

aprovechaba la ocasión para ver a su vástago y para dialogar con otros

padres de la compañía, especialmente con el ya mencionado padre

Palazol.

Con independencia de donde acudiera Juan Bautista Cassani a oír

misa, lo que si podemos aseverar es que para él era un acto litúrgico de

vital importancia, al que sólo faltaba cuando la enfermedad de la gota se lo

impedía. En la correspondencia epistolar de nuestro personaje aparecen

muchas referencias a su delicado estado de salud. Sus frecuentes indispo-

siciones incidían en el normal desarrollo de su actividad diaria, dejándole

postrado en el lecho durante muchos días, incluso meses, con la

particularidad de que a menudo el intenso dolor que padecía en la

articulación del dedo gordo del pie derecho le dificultaba conciliar el

27 AHPNM, Prot. 8354, fols. 1248-1252r.

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sueño.28. Este achaque le afectaba a todas las extremidades, pero

generalmente lo padecía en la inferior derecha, aunque hubo momentos

que le atacó a las dos a la vez. El reposo era fundamental, su médico, el

doctor Gabino Fariña, presidente del Protomedicato, le recomendaba

continuamente que no realizase tarea alguna que le perjudicase, pero a la

más mínima mejoría se levantaba y procuraba cumplir con el trabajo,

especialmente si estaba relacionado con los compromisos reales. De

hecho, el día de San Simón (28 de octubre) asistió a Palacio para dar la

enhorabuena al rey por el cumpleaños de su nueva esposa, Mariana de

Neoburgo, aunque todavía no se hallaba en España. Con una cojera muy

pronunciada acudió Juan Bautista Cassani a la recepción, a pesar de que

podía haber eludido el compromiso, pues el rey estaba al corriente de su

convalecencia29. En otra ocasión, y a pesar de hallarse “tan cargado de

sangre” que el doctor Gabino Fariña le recomendó que no dilatase en

hacerse un par de sangrías, se fue a visitar al Almirante de Castilla, aunque

finalmente no pudo entrevistarse con él porque cuando llegó al Arco de los

Premostratenses vio como salía éste hacía la Plaza de Santo Domingo,

optando por regresar a casa al sentirse indispuesto a consecuencia de su

dolencia30. Pocos días después le dio un ataque de gota al pie derecho y,

“para divertirla”, le hicieron dos sangrías en el izquierdo como era su

costumbre, quedando con ello más aliviado, pero sin poder “aplicarse a

papeles”31. El sangrado era un remedio administrado frecuentemente por

la creencia de que el cuerpo estaba cargado de humores que debían de

evacuarse de forma periódica para evitar la formación de apostemas,

28 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Carta dirigida al coronel Carlos Conrado de Beroldinghen el 2 de abril de 1691. 29 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Carta dirigida a su homónimo el Conde Carlos Cassati el 27 de octubre de 1689. 30 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Nota escrita al Almirante de Castilla el 10 de marzo de 1690. 31 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Cartas escritas al coronel Carlos Conrado de Beroldinghen los días 17 y 20 de marzo de 1690.

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llegando las mujeres a efectuar esta práctica tan perniciosa para ellas y

que se añadía a la pérdida mensual de sangre que sufrían en la edad fértil.

3. LA ACTITUD ANTE LA MUERTE Y EL TESTA-

MENTO ESPIRITUAL

Juan Bautista Cassani fue una persona muy devota que a lo largo de toda

su vida cumplió con los preceptos establecidos por la iglesia. Su piedad se

acentuó tras el fallecimiento de su esposa, cuando sintió la llamada de Dios

para entrar a formar parte de la Compañía de Jesús, a la que estuvo muy

unido desde su más tierna infancia, por lo que su actitud ante la muerte tal

vez fuera menos angustiosa.

El fin último de la existencia de una persona era el tránsito hacia la

otra vida, la verdadera, a pesar de ello el miedo al más allá estará presente

en los hombres. Este temor será vivido cotidianamente, pues la

enfermedad y la muerte visitaban con frecuencia a los vecinos, a los

amigos y a los familiares. Cuando el deceso llegaba había que estar

preparado, tanto para solventar las cuestiones materiales como espiri-

tuales. Las primeras eran más fáciles de resolver, haciendo llegar a la

cabecera del enfermo un escribano que junto a tres firmantes anotase las

últimas voluntades, aunque en caso de extrema necesidad, motivado por

estar el testador muy enfermo o por no dar tiempo a que éste se

presentase, podía ser sustituido por un cura, siendo en este caso necesaria

la presencia de cinco testigos del lugar donde se otorgaba el documento.

Las segundas eran más difíciles de cumplir, pues no sólo bastaba el

arrepentimiento de los pecados para llegar hasta la presencia divina, se

precisaba una preparación a lo largo de toda la vida. No obstante, dada la

importancia que suponía el trance de la muerte, todo lo relacionado con

ella se seguía con una escrupulosa formalidad, quedándolo establecido el

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ritual a seguir en el testamento, en el cual, no sólo se expresaba la última

voluntad del difunto en cuestiones materiales, también se anotaban las

disposiciones que se tomaban para la otra vida. A través de este

documento el testador se ocupaba de dar a cada uno lo suyo: el cuerpo a

la tierra, las deudas a los acreedores, la hacienda a los herederos, la

limosna a los necesitados y el alma a Dios32. Será en la primera parte de

los testamentos donde se registraba todo lo referente a la salvación del

alma. Los notarios solían escribir siempre las mismas fórmulas, si el

testamentario se hallaba enfermo en la cama anotaban: “Estando en la

cama de la enfermedad que Dios Nuestro Señor ha sido servido de me dar,

pero en mí juicio entero y natural”, pero si estaban sanos exponían:

“Estando en píe y bueno por la misericordia de Dios y en sano juicio y

entendimiento natural”33. Indistintamente que estuviese sano o enfermo

continuaban con la profesión de fe:

Creyendo, como firmemente creo en el Misterio de la

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres perso-

nas distintas y un solo Dios verdadero, y en todo lo demás

que cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia Romana,

debajo de cuya fe y creencia ha vivido y protesta vivir y morir

como católico cristiano34.

Terminadas las coletillas anteriores proseguía con las orientaciones que el

difunto quería que se siguiesen tocantes a la parte de la salvación del alma,

comenzando con la siguiente frase: “Mando mi alma a Dios nuestro señor

que la crió y redimió con su preciosísima sangre”35. Después seguían con

las disposiciones concernientes al cuerpo: dónde quería ser enterrado, el

32 Esta explicación fue dada por San Francisco de Borja, repitiéndola posteriormente otros autores. Tomado de Martínez Gil, Fernando, Muerte y Sociedad..., p. 511. 33 AHPNM, Prot. 13547, fols. 73-104, y BRAH, leg. 20 Jesuitas, sig. 9/7234, 26 de octubre de 1704. 34 AHPNM, Prot. 13547, fols. 73-104, y BRAH, leg. 20 Jesuitas, sig. 9/7234, 26 de octubre de 1704. 35 Al igual que las otras disposiciones las hemos tomado del testamento de Juan Bautista Cassani. Aunque en otros testamentos de familiares y amigos aparecen fórmulas muy similares.

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acompañamiento que quería llevar y las misas que se debían dar por su

alma. Concluidas las cuestiones espirituales se procedía con las de tipo

económico, es decir, el reparto de los bienes entre los herederos, aunque

en esta parte, a veces, se incluían algunas mandas tocantes también a la

salvación del alma, más misas y capellanías, entre otras.

La presencia del sacerdote, así como la de los familiares, amigos

y deudos representaba un consuelo para el moribundo en los últimos

momentos finales de su vida terrenal. El primero confesaba al moribundo y

le preparaba para realizar el último acto de contrición, arrepentirse de todos

los pecados cometidos, para así poderle aplicar el último sacramento, la

extremaunción, que disponía al agonizante al encuentro definitivo con el

Creador, quedando de esta manera fortalecido y reconfortado. El cura

invitaba a los presentes a rezar puesto que de esta manera se podría

conseguir una unión más íntima con dios, llenar el espíritu de energía

sobrenatural36. El poder de la oración se consideraba esencial, de hecho,

a ella se recurría en los momentos más angustiosos de la vida y,

especialmente, en sus postrimerías, dado que mitigaba el dolor y el miedo

del moribundo, de los familiares y amigos que le acompañaban. Según el

profesor Sánchez Belén la oración “consuela y hace más llevaderos los

sufrimientos, pero su práctica resulta un pobre paliativo para afrontar el

miedo a la muerte que se apodera de los hombres”37.

Cuando el agonizante se halla en sus últimos momentos, o bien

cuando disponía el pasaje hacia la otra vida, en el testamento tenía muy

presentes las misas, debido a las grandes indulgencias que otorgaban.

Cuantas más se ajustasen antes se acercarían a la presencia de Dios, lo

36 Esta referencia la hemos tomado de Herrero, Félix “Las Misiones Populares de los Jesuitas en el Siglo XVII”, en Vergara Ciordia, Javier (Coordinador), Estudios sobre la Compañía de Jesús: Los Jesuitas y su influencia en la cultura Moderna (S.XVI-XVII), Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2003, p. 328. 37 Sánchez Belén, Juan Antonio, “El Gusto por lo Sobrenatural en el Reinado de Carlos II”, Revista Cuadernos de la Historia Contemporánea, 3, pp.11-12.

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que conllevó que con el tiempo su número se disparase considerable-

mente, llegando a su máxima elevación a mediados del siglo XVII, después

de esta fecha el declive fue importante. El descenso no supuso ninguna

pérdida económica para la Iglesia a consecuencia del progresivo

encarecimiento de las ceremonias a lo largo de los años, pasando del real

y medio de vellón a los dos reales, incluso se llegarían a pagar por ellas

tres reales de vellón. El estatus social y la disponibilidad económica eran

dos condiciones que pesaban en la decisión de la cuantía de las mismas,

pero también el remordimiento y la inseguridad en la propia salvación, pues

algunos sujetos de escasa o media fortuna contrataron a menudo misas

por un valor superior a su riqueza. Para hacernos una idea de las

cantidades que se otorgaban nos puede servir de ejemplo las que algunos

familiares de Juan Bautista Cassani ofrecieron. Su tío Pedro María Vivaldo,

fallecido en 1649, encargó 8.000 misas para la salvación de su alma38.

Francisca de Valdés y Ancurica, su suegra, pese a que su disposición

económica era similar a la de Pedro María Vivaldo, a quien siguió a la

tumba ocho meses después de su óbito, sólo dispuso que se oficiasen

2.000 misas39, duplicando este número su marido, Miguel Fernández de

Merodio,40 que falleció dos años más tarde. Esta tendencia a rebajar el

número de misas se mantiene en el seno de la familia en el transcurso de

la centuria. Es verdad que Francisca41, la nieta de los anteriores, fallecida

en el año 1682, sólo dispuso que se celebraran 300 misas, pero hay que

tener en cuenta en este caso que carecía de ingresos propios. Francisca

Antonia, la esposa de nuestro personaje, que expiró en 1697, encargó a

38 AHPNM, Prot. 6241, fols. 911-916r. Pedro María Vivaldo otorgó testamento el 22 de agosto de 1649 ante Francisco Suárez y Rivera. 39 AHPNM, Prot. 8713, fols. 197-200r. El testamento de Francisca de Valdés y Ancurica fue realizado a los ocho días de su deceso, el 9 de junio de 1657, habiendo dado previamente poder a su marido, Miguel Fernández de Merodio, para su ejecución ante el escribano de número Antonio de Vega. 40 AHPNM, Prot. 8715, fols. 582-588. El testamento de Miguel Fernández de Merodio lo dispuso el 16 de agosto de 1659, ante el escribano Antonio de Vega. 41 AHPNM, Prot. 11453, fol. 1074-1074v. Sebastiana de Merodio realizó el testamento de su hija Francisca de Morales el 12 de octubre de 1682 ante Andrés Lorenzo.

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sus testamentarios que abonasen 4.000 misas por su salvación, la misma

cantidad que dispuso su padre en el testamento. Finalmente, Juan Bautista

Cassani optará porque se oficien sólo 400, cantidad muy por debajo de la

que le correspondía por su estatus social, aunque esta disminución estará

directamente relacionada con su situación financiera.

Independientemente del número y el precio, las misas podían ser

ordinarias y perpetuas. Las primeras eran las más habituales, las segundas

podían ser solicitadas para oficiarse a diario, para todos los domingos del

año, para el día del aniversario del fallecimiento, para el día de todos los

santos o cuando el difunto dispusiese, siendo solicitadas en algunos casos

todas las anteriores por una misma persona. Las misas además podían ser

cantadas, lo que proporcionaba mayores indulgencias, por lo tanto, su

precio era mayor, siendo generalmente elegida esta modalidad para el día

del entierro. Además, si eran ofrecidas con diácono y subdiácono todavía

se ganaba más misericordia divina. Independientemente del número que

se dispusiesen, la cuarta parte de ellas debía oficiarse en la parroquia a la

que pertenecía el difunto, el resto podían celebrarse en cualquier otra

iglesia. Cabe considerar, por otra parte, que existían predilecciones por el

lugar de celebración de las mismas, ya que algunos altares al haber sido

privilegiados concedían más gracia divina, por lo que solían ser escogidos

por muchos fieles.

Era una práctica muy aceptada, sobre todo entre las personas más

acaudaladas, establecer una capellanía para administrar estas celebra-

ciones litúrgicas, para ello dejaban asignado propiedades o un determinado

capital que generaba las rentas precisas para el sustento de las mismas.

En el documento fundacional se especificaba no sólo los bienes aportados,

sino también quién se encargaría de administrarlos y el sacerdote que

oficiaría las misas. En algunas ocasiones el patrimonio legado se incre-

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mentaba con aportaciones nuevas realizadas por algún familiar del

fundador, un ejemplo de lo mencionado se dio en la familia de nuestro

personaje, puesto que su tío Pedro Mª Vivaldo dotó a la capellanía

instaurada por sus antepasados en el Convento de Santo Domingo de la

ciudad de Taggia, como ofrenda perpetua por el alma de sus padres y

abuelos, 264 reales de vellón de renta anual. También los suegros de Juan

Bautista Cassani fundaron una a la que se destinaron 10.954 reales de

vellón. Nuestro personaje y su mujer no gozaron de una capellanía hasta

pasados muchos años de su fallecimiento, aunque sí dejaron establecido

que sería de una misa rezada todos los días del año, para lo cual dejaron

asignados 2.200 reales de vellón que serían apartados de las rentas que

reportaban los dos edificios del mayorazgo que disfrutó su esposa. El

inmediato sucesor a este privilegio era su hijo José Félix, pero al entrar en

la Compañía de Jesús pasó a su tía Sebastiana. No obstante, el 9 de abril

de 1696, un año antes de la defunción de la madre del novicio, acordó con

su hermana que la cantidad fuera entregada al joven religioso para cubrir

sus necesidades42. Cuando éste muriese el importe no revertiría sobre el

mayorazgo, sino que con el se fundaría una capellanía perpetua por el alma

de los tres en la Iglesia de San Pedro y San Pablo del Hospital de los

Italianos43.

Si las misas permitían llegar antes a la presencia divina, las bulas

de alma, de purgatorio o de difuntos no se quedaban atrás, aunque fueron

menos demandas, tal vez, por el coste económico, que suponemos sería

elevado. Pero, ¿qué eran las bulas de difunto? Tomando referencias de la

obra del jesuita Busenbaum, publicada en 1703, el Pontífice concedía

indulgencias a modo de absolución para que se pagase por entero o en

parte la pena que debía padecer el alma en el purgatorio por los pecados

42 AHPNM, Prot. 13542, fols. 84-85r. 43 AHPNM, Prot. 13546, fols. 343-346v, y Prot. 13547, fols. 116-117v.

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cometidos, aunque para que fuera más efectiva debía estar el espíritu en

estado de gracia. En los testamentos que conocemos de algunos de los

familiares de Juan Bautista Cassani y su esposa solamente nos consta que

la solicitó el abuelo de esta última, Lope de Valdés, quien demandó que

tras su muerte, y a la mayor brevedad, se tomasen ocho bulas de alma. El

motivo de que solicitara tantas nos lo explica el citado autor, quien

responde a la pregunta formulada por él mismo: ¿Si es útil tomar más de

una vez la bula por una alma?, a lo que responde:

Que sí, porque es contingente que a veces falta algún

requisito con que no tenga efecto la indulgencia, y así, es

bien tomar muchas veces la Bula por una misma alma,

porque si alguna vez o veces faltó algún requisito, se supra

en otras. Cada año no puede tomarse más de dos Bulas por

una alma misma, pero puédanse tomar todos los años44.

Esta última afirmación nos lleva a suponer que el deseo de Lope de Valdés

no sería cumplido hasta pasados cuatro años después de su fallecimiento.

La bula de difuntos solía tener cuatro viñetas xilográficas en las esquinas

en las que aparecían representadas escenas de las almas en el Purgatorio

pidiendo clemencia a Dios. En el texto impreso había espacios en blanco

para rellenar la fecha de emisión, el nombre del difunto, el del familiar que

la abonaba y el de la persona que la tomaba. Por último, se incluía el

escudo y sello papal45.

El acompañamiento del difunto hasta la iglesia era otro punto

importante a tener en cuenta. El séquito que escoltaba al finado hasta su

última morada estaba determinado por el estatus social, su composición lo

constituían los familiares, amigos, cofrades y frailes, a los que se sumaban

44 Busembaum, Hermann, Medula de la Theología Moral. que con fácil, y claro estilo explica, y resuelve sus materia, y casos, Barcelona: Imprenta de Guasch, 1703, p. 342. 45 Fernández González, Carlos, “Un volumen de bulas facticio conservado en la Biblioteca Histórica “Marqués de Valdecilla”: descripción y catalogación”, Pecia Complutense, Año 5, núm. 8, 2008, pp. 104-115.

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los pobres vergonzantes y los niños de los hospicios, estos últimos

portando velas y hachones. Cuantos más integrasen esta comitiva más

oneroso era, sin embargo, mayores serían las indulgencias y mayor

demostración de la calidad y riqueza del difunto, por lo que no ha de

extrañarnos que en algunas exequias las cifras se disparasen, citemos por

ejemplo el acompañamiento llevado por Miguel Fernández de Merodio, el

suegro de Juan Bautista Cassani, quien dispone en su testamento que el

cortejo fúnebre esté constituido por los siguientes religiosos: 30 del

convento de Nuestra Señora de la Merced, 30 del convento de la Trinidad

Descalzos, 30 del convento de la Victoria y 24 clérigos que acompañasen

la Cruz de la parroquia, a todos ellos se les donaría la limosna

acostumbrada46. Dos años antes, su mujer, Francisca de Valdés, ordenó

que siguiesen su féretro acompañando la cruz de la parroquia 12

mercedarios, 12 trinitarios, 12 franciscanos y 12 sacerdotes. También,

determinó que a los pobres que acudieran a su funeral se les entregase un

vestido de paño ordinario y unos cirios encendidos de color amarillo, los

cuales rodearían su cuerpo, aprovechando el resto de los hachones para

los oficios religiosos47. De forma similar actuó Pedro María Vivaldo, aunque

en su testamento no aparece el número de religiosos que debían

acompañar su féretro, pero éstos no debieron ser pocos, pues dejó

ordenado que a las congregaciones de los capuchinos de la Paciencia, a

los trinitarios descalzos, a los recoletos agustinos, a los carmelitas

descalzos y a los mercedarios descalzos se les entregasen 11 reales de

vellón de limosna48.

Por otro lado, este dispendio está contrarrestado con la decisión

de la esposa de nuestro personaje que quiso ser enterrada de secreto. Este

46 AHPNM, Prot. 8715, fols. 582-588. 47 AHPNM, Prot. 8713, fols. 197-200 48 AHPNM, Prot. 6241, fols. 911-916.

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tipo de funeral se realizaba sin acompañamiento y de noche, lo habitual era

que se efectuase entre las once de la noche y las dos de la mañana. Al

elegir esta forma de sepelio se eliminaba totalmente el boato y la

ostentación, lo que demostraba una gran humildad del finado, garanti-

zándose también con ello unos beneficios divinos.

La mortaja representaba también una cuestión significativa en las

decisiones que tomaba el testador. Generalmente se elegía para esta

ocasión el hábito de una orden eclesiástica, siendo el más demandado el

de los franciscanos, por ser el que mejor significaba el espíritu de pobreza

del fallecido, lo cual fomentaba la misericordia divina. Además, desde que

el Papa León X concedió indulgencia plenaria a los que se sepultase con

él, fue muy requerido. Sin embargo, Juan Bautista optó por el que utilizaban

los miembros de la Compañía de Jesús, a la que pertenecía.

Otro de los elementos a tener en cuenta fue la sepultura, ya que

era un escarnio muy grande el no ser inhumado, de hecho, algunas

legislaciones penales castigaban determinados delitos, no sólo con la

muerte, sino que a los cadáveres se les infligía otros castigos vejatorios

como el descuartizamiento, siendo después depositados los restos en

aquellos lugares de la ciudad donde se había cometido la falta, para

ejemplo de los demás mortales49. La sepultura, por tanto, era una cuestión

principal, dependía mucho de la situación económica del fallecido, los más

ricos disponían que sus cuerpos fueran depositados en el interior de las

iglesias, los pobres, sin embargo, eran enterrados en los cementerios

contiguos a las mismas, ya que la iglesia tenía la obligación de dar

enterramiento en lugar sagrado. Cuanta más riqueza más cerca del altar

49 Corral José Del, La Vida Cotidiana en el Madrid del Siglo XVII, Madrid: Ediciones La Librería, 1999, p. 127. Según el autor, la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, desde el 8 de abril de 1566, se ocupaba, el día de jueves santo, de recoger de las calles madrileñas los restos humanos de los condenados que habían sido castigados con ese pena. Una vez reunidos todos se depositaban en la Iglesia de la Victoria, donde al día siguiente, viernes santo, se les daba cristiana sepultura.

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se situaba la tumba, no obstante, el ser enterrado en capilla propia dentro

de la Iglesia suponía la categoría máxima. Estas capillas estaban situadas

en los laterales de la nave principal, en ellas, rodeado de los familiares, se

oficiaban las misas para el difunto. El coste de las capillas era muy elevado,

y las sumas entregadas, bien para la construcción de la misma, bien para

ser inhumado dentro de las iglesias, eran en concepto de derecho de

fábrica, de subsidio o de limosnas. La Iglesia utilizaba este subterfugio

porque no podía hacer una venta directa de sepulturas para no caer en el

pecado de simonía. Juan Bautista Cassani y su esposa optaron por una

capilla, la de la Virgen del Buen Consejo del Colegio Imperial de Madrid,

aunque no era de su propiedad, pero al pertenecer a la cofradía que se

reunía allí bajo la advocación de la virgen y ser el hijo del matrimonio

miembro de la compañía facilitó que fueran cumplidos sus deseos. El único

familiar de nuestro personaje que contó con capilla propia fue su tío Pedro

María Vivaldo, quien solicitó a sus herederos que mandaran construir una

en la Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Asunción de Clérigos

Regulares, comúnmente llamada de los Padres Agonizantes de Madrid,

situada en la calle Fuencarral, con cuyos frailes mantuvo gran amistad. No

obstante, la temprana muerte de su hermano y heredero, Jerónimo Vivaldo,

impidió llevar a cabo su deseo, encargándose Juan Bautista Cassani años

más tarde de los trámites de su construcción, firmando el contrato de

ejecución con los religiosos del convento el 29 de septiembre de 1667.

Éstos dieron el visto bueno sin ninguna objeción, entre otros motivos

porque Pedro Mª Vivaldo les había perdonado a los frailes grandes

cantidades de dinero, superando en alguna ocasión los 12.000 reales de

vellón. La condonación de las deudas aparejaba la concesión de la

sepultura perpetua para él, sus sucesores y herederos. Además, nuestro

personaje les entregó para las obras de la citada capilla otros 33.000 reales

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de vellón. Asimismo, su tío dejó establecido que, hasta que estuviese

concluida, su cuerpo descansaría al lado del altar mayor, donde se hallaba

una losa con el escudo de armas de su casa50.

Indistintamente del lugar de enterramiento que se eligiese, éste se

podía realizar directamente sobre la tierra, envuelto en un sudario o en

ataúd. La elección de uno u otro también respondía a la situación econó-

mica del fallecido, siendo el último más oneroso, tal vez porque ocupaba

más espacio. La diferencia entre ellos, si tenemos en cuenta la partida de

defunción del abuelo de la esposa de nuestro personaje, Lope de Valdés,

era aproximadamente de la mitad. En el documento consultado consta que

el yerno del difunto, Miguel Fernández de Merodio, dio de sepultura “doce

ducados, y no obstante, que se enterró con ataúd, no quiso dar nada por

ello, y debe dar seis ducados, además de los doce”51.

No debemos olvidarnos tampoco de un punto ineludible que debía

incluirse en el testamento espiritual, las denominadas mandas forzosas o

acostumbradas, establecidas por las autoridades para costear las obras de

caridad, especialmente para sustentar y mantener los Santos Lugares de

Jerusalén y la Redención de Cautivos Cristianos. Aunque puedan parecer

como de obligado cumplimiento, no eran más que una recomendación de

los notarios a los testadores en el momento de realizar su última voluntad

para que tuviesen presente estas disposiciones52. Todos los familiares de

Juan Bautista Cassani, incluido él mismo, cumplieron con este requisito, si

bien las cantidades que concedió cada uno variaron. El más generoso de

todos fue Pedro Mª Vivaldo, éste destinó para las forzosas 20 reales de

vellón, las cuales serían entregadas de una vez, asimismo, para la

50 AHPNM, Prot. 9351, fols. 746-748r. 51 Archivo Parroquia de Santiago de Madrid, Libro de Defunciones núm. 3 (17), fol. 241v. 52 Barrera Aymerich, Modest, “Religión y Asistencia Social en el Antiguo Régimen. Las Mandas Pías de los Testadores de Castelló y Borriana, de los siglos XVII y XVIII”, Estudio 16, Universidad de Valencia, Departamento de Historia Moderna, 1991, p. 119.

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Redención de Cautivos de Jerusalén dio 100 reales; Miguel Fernández de

Merodio ofreció 66 reales, dedicando su mujer a cada una de ellas 1 real;

el padre de esta última donó 4 reales; su bisnieta, Francisca de Morales, 6

reales; Juan Bautista Cassani otorgó 60 reales, y su esposa, sólo 8 reales.

Como podemos comprobar no hubo uniformidad en las donaciones.

Finalmente, resta por analizar el duelo, siendo un último requisito

que tenía muy presente una persona cuando preparaba su paso a la otra

vida. Los más allegados lo seguían con una considerable manifestación

pública, cuyas normas estaban previamente fijadas por la propia sociedad.

El luto era el más visible, lo guardaban los familiares y criados del difunto,

a los que se les debía surtir de ropa negra. El decoro y la compostura eran

tenidos muy en cuenta, sobre este punto contemplamos un ejemplo

esclarecedor en la correspondencia epistolar de nuestro personaje. En una

de sus cartas explica que cuando murió de tabardillo la mujer de su

diputado, Alonso Carnero (secretario del Consejo de Italia), no pudo tratar

con él de negocios porque había dejado de asistir a los consejos, además

no recibió visitas en su casa hasta que pasó el novenario. Éste consistía

en que en los primeros nueves días después del óbito se realizaba la

ofrenda de un acto litúrgico con su responso, además, en una de estas

jornadas se hacían las honras, que incluían unas vísperas y una misa

cantada solemne también con responso. Mientras se realizaba el novenario

no se trataban asuntos de negocios, ni temas mundanos, sólo se visitaban

a los familiares del difunto para consolarles por la gran pérdida sufrida.

Fuera como fuere, llegado los momentos finales de la vida, las

creencias y las devociones se acentuaban, por lo que la salvación del alma

y el enterramiento cobraban una especial importancia. Realizar una buena

muerte era el objetivo final del difunto, de hecho, sobre ella se realizaron

numerosos tratados, pero, ¿en qué consistía ésta? Fundamentalmente en

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eliminar todo dramatismo, no hacer demostraciones excesivas de dolor, a

fin de evitar ofensas a Dios, dado que la muerte era el paso a la vida

auténtica. Por lo tanto, el que era bueno y honesto lloraba con mesura,

entendiendo que el cuerpo y el alma estaban unidos, y como todo lo que

está unido cuando se separa produce dolor53. Dios le dio al hombre la

libertad de escoger entre el bien y el mal, por lo cual, para la salvación del

alma la persona debía de haber practicado a lo largo de su vida las virtudes

que le acercaban al creador, puesto que la felicidad era sabiduría, la

sabiduría virtud, y ésta la verdadera religión.

Después de aproximadamente 75 años de existencia, edad muy

avanzada para la época, enfermo y en la cama, Juan Bautista Cassani

entregó su alma a Dios, reconfortado en su lecho de muerte por su único

hijo, del que siempre estuvo muy orgulloso; del presbítero Ángelo Majis,

que le asistió espiritualmente; de su pariente Carlos Vivaldi, que le acom-

pañó en los últimos años de su vida; de su secretario Diego Puche y el hijo

de éste, Román, quien también trabajaba para el difunto; del paje Manuel

Valdés; de las criadas Teresa Goñi y Catalina de la Peña, y Domingo

Antonio de Figueras, empleado del notario Antonio Marrón, quien fue

llamado porque Juan Bautista Cassani quiso realizar una declaración

notarial ratificando el testamento protocolarizado un mes antes, y dando

así poder a su hijo para ensanchar, extender, explicar e interpretar dicho

documento, aunque la escasez de fuerzas para realizar la firma obligó a

nuestro personaje a solicitar a Diego Puche y al presbítero Ángelo Majis

que lo hiciesen en su nombre.

53 García Gascón, María José, “El ritual funerario a finales de la Edad Moderna: una manifestación de la religiosidad popular”, en Álvarez Santaló, León Carlos y otros (coordinadores): La Religiosidad Popular, Barcelona: Vol. II, Anthropos, 1989.

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CONCLUSIÓN Según Caro Baroja “no es la conciencia la que determina la vida, sino que

es la vida la que determina la conciencia54”, en este sentido, se comprende

que el hombre es dueño de sus sentimientos, sin embargo, éstos vienen

condicionados por el devenir de la vida. Juan Bautista Cassani demostró

siempre tener una grandeza espiritual excepcional y una fe inquebrantable

en Dios, a pesar de tener que afrontar acontecimientos muy dolorosos

como la pérdida de sus hijos a temprana edad, la muerte de su esposa y

el padecimiento de una enfermedad tan dolorosa como la gota, lo que le

predispuso a tener un sentimiento trágico de la vida y una forma de

entender la existencia terrenal que difiere de la visión que podríamos tener

de una persona dedicada a las finanzas. Aunque no sólo se alimentará su

espíritu con las adversidades, los momentos de gozo se los proporcionarán

su mujer, el único hijo que le sobrevivió y las lecturas piadosas. Los medios

para llegar a Dios serán la tónica que guíe a este personaje, de ahí que

cumpla todos los preceptos divinos, sobre todo el de la misa diaria. No ha

de extrañarnos, por tanto, que al final de su vida, y ante la ausencia de su

esposa, decidiese hacerse hermano de la Compañía de Jesús, lo cual

además de reconfortarle le unía, aún más si cabe, a su vástago.

54 Caro Baroja José, Las formas complejas… p. 600.