la demarcación

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  1 Publicado en Pucciarelli, Alfredo (comp.) Del poder de la demo cracia a la democra cia del  poder. Los año s de Alfonsín, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006. “La demarcación de la frontera entre economía y política en democracia. Actores y controversias en torno de la política económica de Alfonsín”* Mariana Heredia **  Presentación A contracorriente de la literatura disponible sobre otros períodos de la historia argentina contemporánea, los análisis sobre la transición democrática inauguran una estricta separación entre economía y política. Lo que se presenta a primera vista como una sencilla división disciplinaria del trabajo (entre economistas, por un lado, sociólogos y politólogos por el otro) constituye, en perspectiva, la expresión de un complejo proceso, a la vez epistemológico y social, de profundas consecuencias. En efecto, la transición contribuyó a sedimentar, entre eruditos y profanos, la distinción y la jerarquización entre dos dominios de lo real, bajo el supuesto de que cada uno de ellos obedecía a leyes e imperativos “relativamente” independientes. Una vez establecida la frontera, la centralidad acordada por estudiosos y protagonistas a ciertas cuestiones definidas como “políticas” tendió a subestimar, hasta hoy, la importancia de las polémicas, las controversias y las transformaciones ocurridas en aquellos aspectos que, desde entonces, fueron proclamados territorios exclusivos de la “economía”. Desde un foco de atención más vasto, el de los análisis históricos de largo plazo, la década de los ochenta aparece particularmente soslayada. Para unos, el modelo de posguerra se habría extendido hasta 1989, siendo la hiperinflación expresión de su crisis. Para otros, habría de ubicarse el punto de inflexión en la dictadura militar de 1976, en su voluntad manifiesta de romper amarras con el pasado. Para ambos, el gobierno de Alfonsín aparece estrechamente ligado a la “recuperación de la República perdida” y a un intento heterodoxo de estabilización que no inspiró mayores reflexiones sobre sus continuidades y rupturas con la década posterior y la precedente. Una línea de continuidad entre dictadura y democracia reside, justamente, en el establecimiento de una escisión, cada vez más tajante, entre economía y política y en el progresivo avance de economistas sin filiaciones partidarias en funciones de gobierno. Si durante la posguerra un conjunto heterogéneo de actores participaba de las polémicas y confrontaciones públicas relacionadas con la orientación de la economía, tras la dictadura, los marcos ideológicos y los repertorios de acción que habían organizado estos enfrentamientos parecieron volverse cada vez menos eficaces. En efecto, luego de años de desindustrialización y empobrecimiento, las iniciativas tendientes a promover el crecimiento y la redistribución de la riqueza no atinaban más que a alimentar la espiral inflacionaria. El gobierno decidió entonces delegar en especialistas la búsqueda de soluciones. Las controversias entre ellos ganaron estado público y fueron desplazando las anteriores confrontaciones político-  * Este trabajo presenta resultados preliminares de mi tesis doctoral en curso. María Laura Anzorena, Juan Pedro Blois, Gabriel Obradovich, María Clara Pintos y Pamela Sosa participaron de la recolección del material documental y la discusión de los primeros hallazgos. Monique de Saint Martin, Mariano Plotkin, Alexandre Roig, Luisina Perelmiter y los coautores de este libro enriquecieron con sus comentarios versiones preliminares de este artículo. A todos, mi sincero agradecimiento. ** Socióloga y docente de la Universidad de Buenos Aires, becaria del CONICET y estudiante del programa de doctorado de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Para comunicarse con la autora: [email protected].

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Alfonsín

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    Publicado en Pucciarelli, Alfredo (comp.) Del poder de la democracia a la democracia del poder. Los aos de Alfonsn, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.

    La demarcacin de la frontera entre economa y poltica en democracia. Actores y controversias en torno de la poltica econmica de Alfonsn*

    Mariana Heredia** Presentacin

    A contracorriente de la literatura disponible sobre otros perodos de la historia argentina contempornea, los anlisis sobre la transicin democrtica inauguran una estricta separacin entre economa y poltica. Lo que se presenta a primera vista como una sencilla divisin disciplinaria del trabajo (entre economistas, por un lado, socilogos y politlogos por el otro) constituye, en perspectiva, la expresin de un complejo proceso, a la vez epistemolgico y social, de profundas consecuencias. En efecto, la transicin contribuy a sedimentar, entre eruditos y profanos, la distincin y la jerarquizacin entre dos dominios de lo real, bajo el supuesto de que cada uno de ellos obedeca a leyes e imperativos relativamente independientes. Una vez establecida la frontera, la centralidad acordada por estudiosos y protagonistas a ciertas cuestiones definidas como polticas tendi a subestimar, hasta hoy, la importancia de las polmicas, las controversias y las transformaciones ocurridas en aquellos aspectos que, desde entonces, fueron proclamados territorios exclusivos de la economa.

    Desde un foco de atencin ms vasto, el de los anlisis histricos de largo plazo, la dcada de los ochenta aparece particularmente soslayada. Para unos, el modelo de posguerra se habra extendido hasta 1989, siendo la hiperinflacin expresin de su crisis. Para otros, habra de ubicarse el punto de inflexin en la dictadura militar de 1976, en su voluntad manifiesta de romper amarras con el pasado. Para ambos, el gobierno de Alfonsn aparece estrechamente ligado a la recuperacin de la Repblica perdida y a un intento heterodoxo de estabilizacin que no inspir mayores reflexiones sobre sus continuidades y rupturas con la dcada posterior y la precedente.

    Una lnea de continuidad entre dictadura y democracia reside, justamente, en el establecimiento de una escisin, cada vez ms tajante, entre economa y poltica y en el progresivo avance de economistas sin filiaciones partidarias en funciones de gobierno. Si durante la posguerra un conjunto heterogneo de actores participaba de las polmicas y confrontaciones pblicas relacionadas con la orientacin de la economa, tras la dictadura, los marcos ideolgicos y los repertorios de accin que haban organizado estos enfrentamientos parecieron volverse cada vez menos eficaces. En efecto, luego de aos de desindustrializacin y empobrecimiento, las iniciativas tendientes a promover el crecimiento y la redistribucin de la riqueza no atinaban ms que a alimentar la espiral inflacionaria. El gobierno decidi entonces delegar en especialistas la bsqueda de soluciones. Las controversias entre ellos ganaron estado pblico y fueron desplazando las anteriores confrontaciones poltico-

    *Este trabajo presenta resultados preliminares de mi tesis doctoral en curso. Mara Laura Anzorena, Juan Pedro Blois, Gabriel Obradovich, Mara Clara Pintos y Pamela Sosa participaron de la recoleccin del material documental y la discusin de los primeros hallazgos. Monique de Saint Martin, Mariano Plotkin, Alexandre Roig, Luisina Perelmiter y los coautores de este libro enriquecieron con sus comentarios versiones preliminares de este artculo. A todos, mi sincero agradecimiento.

    **Sociloga y docente de la Universidad de Buenos Aires, becaria del CONICET y estudiante del programa de doctorado de la cole des Hautes tudes en Sciences Sociales de Pars. Para comunicarse con la autora: [email protected].

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    ideolgicas. La dcada del ochenta se debati as, en gran medida, en un nuevo dilema entre heterodoxos y ortodoxos. Al mismo tiempo, los planes elaborados por los tcnicos convivieron, y por momentos reemplazaron, los viejos dispositivos de concertacin y acuerdo colectivo. Pero al calor de la accin gubernamental, tambin las distinciones entre los tcnicos parecieron erosionarse. Como consecuencia, ciertas propuestas de reforma, hasta entonces asociadas a una visin especfica, fueron consolidarse como opcin ineluctable.

    La despolitizacin de la economa y la emergencia de los economistas como actores polticos con presencia propia no son signos distintivos de la democracia argentina. El desconcierto de los actores tradicionales frente a la inflacin, la deuda y el estancamiento fue, en todo el continente, la antesala de una avanzada reformista cuya magnitud slo terminara de manifestarse en la dcada siguiente.1

    Ahora bien, ni el carcter inmanente y natural del mercado libre y abierto eran evidentes para profanos y especialistas ni las propuestas de ciertos tcnicos eran asumidas como neutras y necesarias. Si estas imgenes se tornaron finalmente predominantes en los noventa no fue sin antes atravesar una dcada particularmente conflictiva. El propsito de estas lneas es reconstruir este proceso y explorar algunas de las implicancias de la distincin cognitiva e institucional entre economa y poltica en democracia. Un conjunto de interrogantes guiaron nuestra bsqueda: cules fueron las circunstancias que propiciaron esta separacin y qu contenido asumi cada trmino en el discurso y la accin gubernamental del alfonsinismo?, cules fueron las consecuencias de esta diferenciacin en la organizacin de la vida pblica y poltica? En qu medida la experiencia del primer gobierno de la transicin oper una licuacin de las posiciones ideolgicas y de los clivajes tericos que asentaban, desde la segunda postguerra, las polmicas pblicas y las controversias tcnicas en torno de la poltica econmica?

    Estas lneas no se proponen un anlisis de sociologa econmica destinado a complementar, desde las otras ciencias sociales, las formalizaciones macroeconmicas. No se trata de adicionar al relato estructural informacin histrica, sociolgica o poltica. El objetivo ser, en cambio, integrar en una misma mirada la economa como ciencia (economics) y la economa como realidad (economy). Lejos de otorgar a la primera el mero papel de reflejo de la segunda, buscaremos rastrear el modo en que cientficos y tcnicos participaron, en dilogo con los profanos y al calor de los acontecimientos, de la definicin del rea de lo real que reclaman como objeto especfico de sus reflexiones (Callon, 1998:1).

    Renunciamos por tanto, de antemano, a pronunciarnos en primera persona sobre la naturaleza ltima de los fenmenos en debate. No interesa aqu nuestra mirada sobre la economa, la inflacin o los planes econmicos que se disearon. Tampoco, claro est, nuestras apreciaciones sobre el carcter estructuralista, heterodoxo u ortodoxo de los programas elaborados. La cuestin que nos ocupa es cmo estos fenmenos y posiciones fueron percibidos y experimentados tanto por los actores pertenecientes al mundo tcnico-acadmico como por aquellos que participaban del espacio pblico en trminos ms amplios. En este juego complejo, eruditos y profanos identificaron problemas, elaboraron diagnsticos, movilizaron aliados, renegociaron ideales, alcanzaron o abortaron soluciones de compromiso.

    1 La correspondencia entre reformas de liberalizacin y tecnocratizacin de las elites gubernamentales ha sido

    constatada en todos los grandes pases del continente. Pueden consultarse, entre muchos otros, Centeno (1984) y Babb (2001) para Mxico; Loureiro (1997) para Brasil, Montecinos (1988) y Valdez (1995) para Chile.

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    Nuestro trabajo se basa en material documental e informacin periodstica del perodo.2 El recorrido comienza en la dictadura con la reconstruccin de aquellos refugios de la crtica que combatieron la poltica econmica de Martnez de Hoz. Nos aproximamos luego al ministerio de Grinspun y al intento frustrado de los polticos por conservar la direccin econmica. El relato se centra despus en el pasaje del gabinete de hombres de partido al de tcnicos, desarrollando enseguida algunas notas referidas a la suerte del Austral. Estas pginas se cierran finalmente con una conclusin que intenta enhebrar este eslabn perdido de la historia reciente.

    Jvenes, frvolos y muy presumidos al servicio de una lucha antipopular Las crticas al Proceso y los economistas no liberales durante la dictadura

    Hemos abordado, en otro trabajo, los conflictos y controversias que opusieron a distintos referentes del liberalismo durante la ltima dictadura militar (Heredia, 2004). Constatbamos entonces que aunque todos ellos coincidan en la defensa del libre mercado y la iniciativa individual, dos orientaciones distintas se haban ido perfilando a lo largo de la gestin del ministro Martnez de Hoz. Por un lado, los liberales tradicionales reclamaban al gobierno un recorte drstico del gasto pblico como nica solucin para detener el incremento de los precios. Por el otro, jvenes economistas formados en las grandes universidades americanas (los liberales tecnocrticos) aconsejaban al Ministro la adopcin de nuevas estrategias antiinflacionarias que no implicaban, necesariamente, la reduccin de las erogaciones estatales.

    Las disputas entre estos dos grupos de liberales se desarrollaron, a su vez, en el marco de un agudo enfrentamiento dentro de las fuerzas armadas. Si la lucha antisubversiva encolumn a toda la institucin y le sirvi de principio de legitimacin ante la sociedad, los lineamientos de la poltica econmica se convirtieron, en cambio, en el principal foco de conflicto interno. An antes del golpe de 1976, las opciones divergentes de Chile y Brasil haban resultado fuentes antagnicas de inspiracin para los militares argentinos. Las consecuencias de las medidas econmicas no hicieron sino agudizar estas diferencias. Los embates del comandante Massera, las resistencias de los militares estatistas y los resquemores del ala politicista del gobierno emergieron entonces como vectores de la oposicin interna al equipo econmico (Canelo, 2004).

    Esta situacin de bloqueo recproco ante una coyuntura crtica llev a las autoridades econmicas a la bsqueda de soluciones novedosas. Las propuestas de los jvenes economistas aparecieron como una estrategia capaz de afrontar la inflacin sin emprender la reduccin del Estado que tanto demandaban los liberales tradicionales desde fuera del gobierno y que tanto resistan las autoridades militares en el seno del poder. De este modo, aunque la participacin de estos jvenes no fue masiva ni permanente, la dictadura se sirvi de su asesoramiento para la toma de decisiones de compleja ingeniera tcnica.

    Las fracturas en el crculo ntimo del poder no slo tuvieron consecuencias en la elaboracin de la poltica econmica del Proceso: contribuyeron tambin a abrir cierto margen de tolerancia para visiones crticas respecto de la orientacin escogida. En un contexto signado por la censura, la desaparicin y el exterminio de los adversarios del gobierno, periodistas, partidos polticos y referentes intelectuales de distintas corrientes supieron encontrar canales de expresin para sus disidencias y denuncias. Un anlisis sistemtico de la

    2 Las fuentes documentales sern precisadas a lo largo del trabajo. La investigacin de la tesis contempla adems

    60 entrevistas en profundidad realizadas entre 2002 y 2004 con economistas argentinos de diversas generaciones, perfiles profesionales y orientaciones ideolgicas. Si bien los hallazgos de las entrevistas respaldan las interpretaciones de este artculo, por cuestiones de espacio, estas fuentes apenas sern mencionadas.

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    prensa del perodo revela que las polmicas y controversias en torno de la poltica de Martnez de Hoz revistieron una virulencia pocas veces explorada.

    Podra intuirse con razn que, como en otras experiencias totalitarias, los crticos del Proceso ensayaran retricas indirectas en espacios de enunciacin propios. La irona poltica ofici, cierto, como refugio de la oposicin al gobierno y fue precisamente la revista Humor la que feder a un conjunto heterogneo de adversarios de la dictadura. Hacia 1980, sus pginas incluan una serie de imgenes que retrataban tanto la crispacin especuladora propiciada por la poltica financiera del gobierno como sus consecuencias sobre el empleo, la industria y la economa domstica. Poco ms tarde y frente al eventual relevo del primer ministro de la dictadura, un periodista endilgaba las responsabilidades al equipo de iluminados que lo haba asesorado. La intencin de precisar culpables se contrapona, de este modo, a los esfuerzos gubernamentales por imputar a variables econmicas impersonales las causas de la crisis. Segn el columnista, el gasto pblico apareca, de pronto, como chivo expiatorio de todos los errores cometidos.

    En su nuevo papel de malo de la pelcula el personaje tiene respecto del anterior (el Ministro) evidentes desventajas para el pblico: no habla por televisin, no se le puede pedir la renuncia y no es amigo de Rockefeller. Pero su peor rasgo reside en que para suprimirlo se nos piden y se nos pedirn nuevos sacrificios. () Mi preocupacin sobreviene cuando advierto que el gasto pblico es un monstruo tan despersonalizado y ubicuo que acabamos sintiendo que nuestros males tienen una causa natural. Como la gripe o los terremotos. (Claudio Bazn, Humor, junio 1981: 34). Pero las crticas no se expresaban nicamente a travs del humor poltico ni de canales

    relativamente selectos del campo periodstico. El matutino de mayor circulacin del pas, Clarn, haba sido desde su fundacin el portavoz del ideario desarrollista. Perseverando en esta lnea, no se trataba ya de polemizar con los ajustes ortodoxos tradicionales: la apreciacin de la moneda, la apertura comercial, la liberalizacin financiera eran analizadas y rechazadas por los editorialistas del diario. As, el matutino alert tempranamente sobre la vulnerabilidad externa que implicaba el irrestricto flujo de capitales (Clarn, 17/2/77: 8). Del mismo modo, la apertura comercial fue considerada un desarme unilateral que no redundara en un incremento de la eficiencia industrial sino en una invasin de productos importados sin ms contrapartida que las medidas proteccionistas de las naciones centrales. Tambin el argumento de una cierta insuficiencia del mercado domstico como base de un posible desarrollo industrial era rechazado de plano. Para el matutino, esta postura implicaba asumir una posicin de inferioridad que no se corresponda ni con la historia ni con las aspiraciones del pas (Clarn, 20/12/1978: 12).

    Pero el peridico no se contentaban con servir de caja de resonancia de los acontecimientos que relataba: la oposicin era planteada en trminos doctrinarios y los editoriales marcaban su distancia con los programas monetaristas acusndolos de someter el conjunto de la economa nacional a la evolucin de la variable precios. Para el diario, estas ideas no alcanzaban slo a la Argentina y se imponan de la mano de crculos claramente identificados, con consecuencias fcilmente previsibles,

    El monetarismo hizo pie en otros pases, especialmente en el mundo subdesarrollado () la poltica ortodoxa deviene en aumentos de la tasa de desocupacin, cierres de fbricas y reclamos cada vez ms generalizados, no slo de los sectores asalariados, sino tambin de los empresarios que ven su futuro comprometido. En la Argentina, como en otros vecinos del Cono Sur, el monetarismo floreci en algunos crculos, preferentemente vinculados al capital financiero y a las corporaciones multinacionales y logr entronizarse en los ministerios de Economa( Clarn, 23/2/81: 8). En consonancia con el diario de Noble, los dirigentes del desarrollismo, Arturo

    Frondizi y Rogelio Frigerio, denunciaban los efectos destructivos del plan econmico sobre el sector empresario y el poder adquisitivo del salario (MID, 1981). Hacia 1981, el primero llegaba a reclamar una sancin para los responsables de la poltica econmica que

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    ... no slo quedan impunes sino que pueden ir al exterior a gozar de empleos y honores de empresas y organismos internacionales (Clarn, 1/2/81: 3). A los medios y partidos que asignaban al desarrollo un lugar primordial en sus

    programas se sumaban las voces crticas de todo el arco poltico. La poltica econmica se present, en efecto, como la ocasin ideal para que los dirigentes partidarios y los sindicalistas recuperaran presencia pblica y se acercaran a las inquietudes de la sociedad. En nombre de la Unin Cvica Radical y ya en 1978, Ricardo Balbn calificaba la poltica de Martnez de Hoz como abusiva, injusta e inconveniente y enfatizaba el incremento de la desocupacin, la subocupacin, las fbricas cerradas o paralizadas. Dos aos despus, el radicalismo deploraba la servidumbre a las leyes de la oferta y la demanda (Clarn, 6/4/1980: 11). Los mximos exponentes del partido presentaran un ao ms tarde un plan econmico de emergencia frente a una catstrofe nacional, con efectos tan graves como el de una guerra perdida (Clarn, 13/3/1981: 5). De igual manera, y tanto a travs de sus referentes polticos como sindicales, el peronismo haba asociado los reclamos salariales a una evaluacin crtica del plan econmico. En 1978, los gremios dieron a conocer un documento en el que acusaban a Martnez de Hoz de implementar una poltica francamente suicida. (Clarn, 21/12/1978: 9). Tiempo despus, tambin el vicepresidente del partido, Deolindo Bittel, afirmaba que el ministro de economa haba transformado al Proceso en un instrumento de la destruccin nacional (Clarn, 26/2/1981: 6). Los dirigentes de la Unin Obrera Metalrgica coincidan con el diagnstico y se lamentaban de que el gobierno hubiera permitido acceder al poder a jvenes cuya pedantera corre pareja con su falta de antecedentes (Clarn, 21/3/1981: 9).

    La mayor parte del empresariado era igualmente crtica de la orientacin econmica emprendida: representantes de la industria y el agro imputaban al primer ministro de economa del Proceso las dificultades que atravesaban. Las numerosas declaraciones registradas en la prensa y la protesta organizada por la Convocatoria Nacional Empresaria (CONAE) en febrero de 1981 constituyen una buena ilustracin de esas inquietudes.

    Sometido al firme acuerdo militar en torno de la lucha antisubversiva, el espacio pblico dictatorial apareca escindido en dos hemisferios de tolerancia bien diferente. Mientras la mayor parte de los periodistas, polticos, sindicalistas y empresarios guardaban silencio y, hasta en algunos casos, alentaban la intervencin castrense y la faena antiterrorista, la orientacin escogida por el equipo econmico era mayoritariamente acusada de antipopular y antinacional. Numerosas crticas partan, de este modo, de una estricta disociacin entre fuerzas armadas y Ministerio de Economa: si la moral y la eficacia de las primeras quedaban fuera de cuestin, las intenciones y consecuencias de la accin del segundo galvanizaban todas las oposiciones. Ms all de las diferencias, los diagnsticos coincidan en la gravedad de la situacin: una crisis sin precedentes en el pas; el adversario escogido: el ministro Martnez de Hoz y sus jvenes colaboradores; los efectos destructivos identificados: las quiebras empresarias, el retroceso industrial y la prdida de poder adquisitivo de los salarios, y los ganadores denunciados: la banca internacional, los especuladores, las empresas extranjeras. Insistan adems en la condena de una orientacin (en los trminos de la poca el monetarismo) que subordinaba todo objetivo de poltica econmica a la estabilizacin. El desarrollo -asociado a la industrializacin y la expansin del mercado interno- constitua una preocupacin desdeada por las autoridades y central para los dirigentes polticos e intelectuales que las criticaban.

    En este marco, Ral Alfonsn, presentaba una perspectiva particular. Por un lado, el dirigente radical se negaba a separar poltica (militares) de economa (ministerio), presuponiendo la complementariedad entre objetivos econmicos y estrategias represivas. Por

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    el otro y en coincidencia con algunos otros observadores, Alfonsn no se conformaba con ver en Martnez de Hoz al hijo dilecto de la aristocracia local; se refera, en cambio, a sus asesores: los masters de las ms renombradas universidades que revelan conocimiento e inteligencia, todo puesto al servicio de una lucha antipopular (citado por Yannuzi, 1996). El dirigente apuntaba entonces a

    fundaciones financiadas por pudientsimos grupos empresarios (que) publicaron estudios, encuestas y prospecciones que engaosamente intentaban probar que el equipo de jvenes, frvolos y muy presumidos conduca al pas a la bonanza (Redaccin 3/1981: 16). Estas crecientes impugnaciones pblicas a la orientacin econmica del Proceso no se

    apoyaban nicamente en la constatacin de la crisis. Tanto en el espacio poltico-ideolgico como en el mbito ms selecto de las discusiones acadmicas existan doctrinas econmicas y elaboraciones tcnicas alternativas que las respaldaban. Dudosamente poda Martnez de Hoz erigirse en nico portador de la verdad cuando existan referentes que, apelando a los procedimientos y la retrica cientfica, proponan visiones opuestas a los oficiales. En efecto, el reino de la censura no haba logrado ahogar todas las expresiones de la crtica erudita.

    En los espacios vinculados con la formacin y produccin de conocimiento en economa los esfuerzos por combatir todo pensamiento alternativo haban sido, no obstante, considerables. Numerosos referentes de las ideas definidas en la poca como de izquierda, dependentistas y nacional-populares haban desaparecido o se haban exilado. Al mismo tiempo, las autoridades militares se haban encargado de intervenir las universidades nacionales y de alinearlas a la doctrina oficial. En el caso de la Universidad de Buenos Aires, los cambios fueron notables. En 1977, una reforma del plan de estudios de la carrera de Economa redujo la presencia de asignaturas humansticas y consolid una orientacin terica neoclsica, una formacin fuertemente matematizada y un claro perfil profesional entre los egresados (Beltrn, 2004). El nuevo clima dentro de los claustros asoci fuertemente la cientificidad al grado de formalizacin de los argumentos y conden como literatura las otras corrientes tericas hasta entonces predominantes.

    Paralelamente, los esfuerzos por promover un ncleo liberal dentro del pensamiento econmico local fueron significativos. No slo la Fundacin de Investigaciones Econmicas Latinoamericanas (FIEL) se consolid como la consultora de las grandes empresas y del gobierno, tambin fueron fundados el Centro de Estudios Macroeconmicos (CEMA) y la Fundacin Mediterrnea (FM). Asimismo, la Asociacin de Bancos Argentinos (ADEBA) instituy un premio especial al mejor trabajo en economa que se mantendra durante las dcadas siguientes.

    A pesar de la persecucin ideolgica y la intervencin de los claustros universitarios, existieron durante la dictadura espacios acadmicos y tcnicos que persistieron en una aproximacin crtica a la poltica oficial3.

    3 Aunque no nos ocuparemos centralmente de ella por no haber ocupado un lugar de tanta relevancia en el

    retorno a la democracia, merece mencionarse aqu la importancia de la Fundacin de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) fundada en 1978 y fuertemente identificada con el desarrollismo (http://www.fidefund.com). Su revista especializada FIDE-Coyuntura y Desarrollo y su presencia en la prensa fustigaron los principios de la poltica econmica de Martnez de Hoz y los riesgos de subordinar permanentemente la evolucin de las actividades productivas a su poltica antiinflacionaria donde el doble juego de los tipos de cambio y de la tasa de inters tenan un rol preponderante (Clarn, 26/3/1981: 20). Del mismo modo, corresponde destacar la singularidad del Instituto Argentino para el Desarrollo Econmico (IADE) fundado en 1961 y de su revista, Realidad Econmica, que se publica desde hace ms de tres dcadas. Desde una posicin explcitamente identificada con los pequeos empresarios y los asalariados, este espacio mantuvo una posicin crtica tanto frente al equipo econmico de la dictadura como frente a los de Sourrouille y Cavallo (www.iade.org.ar).

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    Sin duda, el referente acadmico ms meditico de las posturas antiliberales era Aldo Ferrer. Autor del libro ms vendido de la historia de la literatura econmica local, La economa argentina, y ministro de economa en 1970, el especialista acceda a analizar la coyuntura articulndola siempre con un debate ideolgico-doctrinario ms vasto. Para Ferrer, el equipo econmico responda al proyecto de las minoras argentinas. El liberalismo local se asociaba a las recetas del monetarismo que Ferrer caracterizaba como la racionalizacin terica del proyecto preindustrialista (Redaccin, nmero 100, junio 1981: 19). Frente a quienes consideraban al equipo econmico como un grupo de tecncratas que se limitaban a administrar los medios para alcanzar los objetivos fijados por las autoridades, Ferrer alertaba sobre la ingenuidad de

    creer que los tecncratas existen. Con las experiencias que el pas tiene de las incursiones de los economistas neoclsicos en la conduccin econmica queda suficientemente demostrado que an los economistas ms cientficos son idelogos furibundos y, afortunadamente, polticos de poco xito y sin futuro (Ferrer, 1978). Figura pblica de renombre, Ferrer estaba adems estrechamente vinculado con uno de

    los espacios centrales de encuentro y discusin para los economistas no liberales durante la dictadura. En 1958, mientras era ministro de economa de la provincia de Buenos Aires, haba convocado a un grupo de economistas, historiadores y socilogos para desarrollar un proyecto intelectual conjunto. El Instituto de Desarrollo Econmico y Social (IDES) fue el producto de este acercamiento.

    El IDES y su revista (Desarrollo Econmico) sirvieron de espacio de confluencia a los economistas que, miembros iniciales del Instituto Di Tella, haba formado luego, hacia los tempranos 70, institutos de investigacin propios financiados con fondos de entidades internacionales. Entre ellos, cabe destacar a dos que tuvieron particular protagonismo en la reapertura democrtica: el Centro de Estudios de la Sociedad y el Estado (CEDES) y el Centro de Estudios sobre el Estado y la Administracin (CISEA). En el primero, hegemonizado inicialmente por socilogos y politlogos, Adolfo Canitrot y Roberto Frenkel haban ido expandiendo el rea econmica con la incorporacin de jvenes profesionales graduados de la Universidad de Buenos Aires. En el segundo, originariamente ms volcado a cuestiones de administracin pblica, se haba nucleado un grupo de cientficos sociales en torno de Dante Caputo, Jorge Roulet, Jorge Sbato y Jorge Schvarzer.

    Expulsados de las universidades, los investigadores de estos centros haban encontrado en los fondos internacionales tanto un sostn econmico como una fuerte proteccin simblica. Como afirman Dezalay y Garth (2002: 201), estas actividades eran toleradas por los militares en la medida en que el apoyo internacional las homologaba como actividades de naturaleza cientfica por oposicin a las polticas (la traduccin es nuestra).

    En estos espacios, los economistas formaban parte de un crculo ms amplio de cientficos sociales. A diferencia de las fundaciones privadas de investigacin financiadas por los grandes empresarios, cercanas a la dictadura y dedicadas a problemticas definidas como exclusivamente econmicas, los centros vinculados al IDES se caracterizaban por aglutinar especialistas de diversas materias y por alentar una visin integral del desarrollo.

    Los miembros de estos centros recuerdan aquellos aos como una experiencia de catacumbas. Sus vnculos internacionales y su tarea pedaggica les dieron, no obstante, una singular proyeccin. Por un lado, los economistas guardaban cierta relacin con las discusiones tcnico-acadmicas que tena lugar fuera del pas y mantenan vnculos fluidos con espacios como la Comisin Econmica para Amrica Latina (CEPAL), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), las fundaciones filantrpicas internacionales. Por el otro, el Instituto propuso cursos de formacin a las jvenes generaciones que permitieron, a

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    muchos graduados de las universidades intervenidas, conocer una produccin intelectual alternativa a la lnea privilegiada por el Proceso.

    Acompaando esta tarea de debate y difusin de otros saberes econmicos, el Colegio de Graduados de Ciencias Econmicas de la Capital Federal tambin ocup un lugar importante durante los aos de la dictadura. Como afirman Leuco y Diaz (1987: 253-254), el Colegio fue presidido durante cierto tiempo por una de las figuras tradicionales de los equipos tcnicos del radicalismo, Alfredo Concepcin, y aspiraba a convertirse en un espacio de discusin del proyecto econmico de la Unin Cvica Radical (UCR).

    Por un lado, la institucin public solicitadas y declaraciones en los medios con el propsito de alertar a la poblacin y a las autoridades militares sobre la marcha de la economa. En una de ellas y tras reafirmar su adhesin a los principios democrticos emanados de la Constitucin Nacional, el Colegio apuntaba que:

    6) El sistema productivo argentino se ha visto agredido y conducido a una situacin de deterioro irreversible que no tiene precedentes en la historia contempornea, contrariando la realidad universal se ha subsidiado el trabajo extranjero. 7) En forma soberbia y presuntuosa se ha esgrimido el principio de la eficiencia por sobre cualquier otro valor o consideracin de orden moral o poltico. 8) Mientras se le exige eficiencia al empresariado nacional, so pena de su quiebra, el Estado da muestras de su ineficiencia a cada instante. (Clarn, 29/3/81:15)

    Pero la intervencin del Colegio no se limitaba a la defensa de sus miembros y a las alertas pblicas. En 1978 y por iniciativa de sus autoridades tuvieron lugar cursos de actualizacin y capacitacin de los que participaron entre otros Aldo Ferrer, Adolfo Dorfman, Juan Vital Sourrouille, Adolfo Canitrot, Jorge Katz, Roque Carranza y Mario Broderson. El tema convocante fue entonces La estructura industrial argentina y la actual coyuntura del sector, indicando de por s cul era el sector econmico que cautivaba mayor inters entre organizadores y participantes. A lo largo de 1981, se organiz un ciclo de conferencias bajo el ttulo Aportes para superar los problemas econmicos argentinos. El fracaso de la poltica del Proceso era ya evidente y pareca oportuno reflexionar sobre los cursos de accin a seguir. Asociados a travs de su fundador al estructuralismo cepalino, los economistas ligados con el IDES fueron recortndose como representantes de un nuevo principio de clasificacin dentro del espectro terico-ideolgico de la economa: los heterodoxos. Las pginas de la revista Desarrollo Econmico constituyen un documental ineludible para aproximarse a los diagnsticos elaborados por quienes ocuparan luego cargos de relevancia. Hacia principios de los aos ochenta, el inters ya no era tanto el modelo de desarrollo en la Argentina como los programas de normalizacin econmica, bsicamente la naturaleza de la inflacin y los modos de combatirla. En efecto, para estos autores tanto la teora neoclsica como el estructuralismo se revelaban incapaces de aprehender los procesos de stagflation, abriendo un extenso campo terico muy poco explorado (Frenkel, 1979: 292).

    Este viraje temtico sera acompaado de una sensible transformacin de la retrica empleada: ecuaciones, cuadros y curvas se multiplican para desarrollar los argumentos. Bastara en este punto comparar los artculos del fundador del IDES, Aldo Ferrer, con los de otros miembros ms jvenes del IDES. Mientras el primero asuma una posicin ideolgica explcita, opuesta al liberalismo y tendiente a encontrar cursos de accin que viabilizaran las aspiraciones del populismo sin caer en sus vicios, inclua en sus artculos menciones a la historia poltica argentina y a los grandes antagonismos sociales, los segundos se centraban en un tema especfico y analizaban tcnicamente las inconsistencias y consecuencias ms negativas de los programas de estabilizacin ensayados en el pas y en el extranjero.4

    4Los textos de Canitrot (1980 y 1981) y Schvarzer (1981) constituyen en este sentido una excepcin. Sus anlisis sobre la poltica de Martnez de Hoz se convertiran en referencias obligadas para quienes deseaban aproximarse

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    El retorno a la democracia presentaran la ocasin para evaluar terica y prcticamente la herencia de la dictadura, al tiempo que exigira a los ahora llamados heterodoxos enfrentar un flagelo que los equipos castrenses haban combatido sin xito: la inflacin. Pero para ello era necesario primero que la poltica y los cuadros de partido se decidieran a circunscribir su mbito de accin, concediendo a la economa un territorio propio y especfico con expertos a quienes deba delegarse la bsqueda de las ansiadas soluciones.

    Con la democracia se come, con la democracia se cura, con la democracia se educa Los economistas de boina blanca y el ministerio de Grinspun

    Aunque fue la crtica a Martnez de Hoz y a sus sucesores la que permiti cierta revitalizacin de la actividad poltica en las postrimeras de la dcada del setenta, la campaa electoral de 1983 no otorgara a los que hoy definiramos como problemas econmicos un lugar central5. Por un lado y exceptuando al partido de Alsogaray y al de Frondizi, que les haban concedido desde siempre un lugar de privilegio, estas problemticas ocuparan, en el resto de las proclamas y plataformas partidarias, una importancia semejante a la brindada al tema de los derechos humanos, la relacin con las fuerzas armadas, el futuro del poder judicial, la poltica laboral y cultural. Por otro lado, eran los propios candidatos quienes declaraban pblicamente la orientacin que asumira la poltica econmica si triunfaba su partido. La presencia de los equipos tcnicos era ms bien secundaria y cuando era menester pedir la opinin de especialistas en la materia, tanto el radicalismo como el peronismo, apelaban a economistas con una acreditada trayectoria dentro de sus partidos. Los lmites mismos de la jurisdiccin caratulada como economa eran imprecisos. En un cuadro sinptico elaborado por Clarn, se asignaba un casillero particular (adems del correspondiente a deuda externa, salarios y concertacin, industria, campo y recursos naturales) a la economa. Una lectura longitudinal segn el candidato interpelado revela hasta qu punto cada cual poda asignar a este trmino una definicin propia. En un mismo espacio, el Movimiento de Integracin y Desarrollo (MID) se comprometa a alentar a los sectores productivos ms dinmicos y a recuperar un Estado planificador y redistributivo, la Unin del Centro Democrtico reclamaba la abolicin del Estado comerciante e industrial y la privatizacin de la economa, la UCR prometa el ataque a la extrema pobreza y la expansin del sector agropecuario y el Partido Justicialista (PJ) amenazaba con penalizar a los inversores que buscaran rendimientos sin esfuerzo. Entre varios partidos de derecha, centro e izquierda se perfilaba, no obstante, una novedosa asociacin entre problemtica econmica e inflacin. En este casillero, corresponda entonces reclamar antes que nada y ms all de toda referencia terico-ideolgica, la estabilidad. Acercando el foco a los ejes que estructuraron la campaa en esta jurisdiccin, la deuda externa, la inflacin y la situacin de la industria se recortan como las temticas ms recurrentes. En este punto, la semejanza entre los dos partidos mayoritarios es notable.

    Tanto para el radicalismo como para el peronismo, la deuda no era un problema de orden tcnico sino eminentemente poltico. Por esa razn, los candidatos impugnaban la refinanciacin de las deudas de las empresas pblicas emprendida por el gabinete econmico

    a la orientacin emprendida por la dictadura desde una perspectiva que integrara las transformaciones econmicas al proyecto socio-poltico del Proceso.

    5 Estas conclusiones se basan en el anlisis de la campaa electoral de 1983 a travs de la prensa nacional,

    bsicamente dos matutinos: Clarn y La Nacin, en los meses de septiembre y octubre. Sobre la importancia relativa de los diversos temas tratados en la campaa, puede consultarse el artculo que se comenta en el prrafo siguiente: Clarn, Suplemento Especial (elecciones), 28/10/83: 16-19. Tanto los artculos periodsticos como las entrevistas a los candidatos reflejan esta particular jerarquizacin.

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    de la dictadura antes de abandonar el poder. Segn los dirigentes polticos en campaa, las autoridades militares no podan legar a las civiles un compromiso del cual stas desconocan el origen y el monto real. Por otra parte, fuese cual fuese el volumen adeudado, los dirigentes se negaban a comprometer en pagos al exterior recursos que pondran en riesgo el futuro del pas. De acuerdo con los diagnsticos de la hora, era menester negociar duramente con el FMI a fin de asegurar condiciones de refinanciacin compatibles con el desarrollo de las exportaciones y el crecimiento de la economa local.

    La nica excepcin a esta perspectiva generalizada la constitua el candidato liberal lvaro Alsogaray. De acuerdo con sus declaraciones,

    La mayora de los polticos hablan de este tema sin saber nada de economa y lo que es peor, sin documentarse () Los intereses de la deuda externa argentina no son usurarios ya que son los intereses internacionales que se aplican a los pases que son deudores difciles(Clarn, 12/10/83: 11). Con respecto a la inflacin, la mayor parte del arco poltico sostena que su expresin

    ms dramtica era la puja distributiva, pero que su raz profunda se hallaba en la insuficiencia de la oferta de bienes. Con este diagnstico de corte estructuralista, los partidos mayoritarios proponan un acuerdo de precios y salarios que pusiera un lmite a la disputa por los ingresos, permitiera recomponer los salarios y atacar las causas del mal. Frente a la alternativa escogida por el gobierno militar de disciplinar los precios internos alentando el ingreso de productos importados, los polticos anteponan un tipo de cambio alto y medidas arancelarias que permitieran la provisin de materias primas y bienes de capital extranjeros pero que desalentaran la importacin de mercancas producidas en el pas o destinadas al consumo suntuario. La competencia extranjera era rechazada como instrumento de estabilizacin.

    Por ltimo, a la condena de la expansin de la especulacin financiera se asociaba una particular preocupacin por la suerte de la industria local. La misma se justificaba por la relevancia del sector en el sostenimiento del empleo y en el bienestar colectivo en su conjunto. En este sentido, las promesas de disminuir las tasas de inters y revitalizar el consumo interno se sumaban a las intenciones de promover ciertas actividades dinmicas y mejorar la competitividad de la produccin local.

    Pero los partidos mayoritarios no slo coincidan en los temas de relevancia y en las soluciones propuestas. Tanto la UCR como el peronismo consideraban que haba llegado la hora de la poltica y que era la voluntad ciudadana y la firmeza de los dirigentes la que determinara la suerte de la Argentina futura. Frente a la gravedad de la crisis, considerada por todos como indita, uno de los referentes econmicos del peronismo conclua la solucin ser poltica, o no ser (Clarn, econmico, 11/9/83: 16), del mismo modo, Grinspun se comprometa: Lucharemos por el bienestar del pueblo (Clarn, 11/12/83: 23).

    Esta hora poltica no se opona nicamente a lo que sera entendido desde entonces como la intromisin ilegtima de los militares en la conduccin de la Repblica, sino que se defina tambin contra una tecnocracia que haba modificado profundamente la realidad nacional. As, al poco tiempo de asumir las nuevas autoridades constitucionales, la Cmara de Diputados de la Nacin realiz, por unanimidad, una enrgica condena de la poltica econmica implementada desde el 2 de abril de 1976. Tal como lo haban hecho poco antes ciertas fracciones de las fuerzas armadas, las autoridades parlamentarias alentaron un proceso judicial contra Martnez de Hoz y su equipo tcnico. Con la iniciativa de la bancada justicialista, se solicitaba al Presidente el enjuiciamiento del ala econmica del Proceso (El Cronista Comercial, 22/12/83:18).

    Para los dirigentes polticos que vivan su gran hora, la economa era, en el mejor de los casos, una regin entre otras que habra de subordinarse a la soberana de la voluntad ciudadana. Difcil encontrar una expresin ms acabada de la reafirmacin de esta voluntad

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    que el discurso del candidato Alfonsn que encabeza este apartado. Aunque la democracia como rgimen institucional de la ley ira adquiriendo un valor propio frente a los horrores de la dictadura, todava segua justificndose, en gran medida, por su capacidad para morigerar la desigualdad y conquistar cierto bienestar material para las mayoras.

    Cuando el radicalismo triunf en las elecciones de octubre, el gabinete econmico que lo acompaara y los lineamientos generales que seran adoptados no resultaron una sorpresa para ninguno de los observadores atentos de la campaa.6 Uno de los datos significativos y menos recordados fue la decisin del Presidente de evitar la concentracin del poder econmico en su equipo, reservndose un derecho de injerencia y veto que, como veremos, desdeara ms tarde. As, mientras el Ministerio fue ocupado por los cuadros histricos del radicalismo, la Presidencia del Banco Central lo fue por Enrique Garca Vzquez (de perfil ms ortodoxo y afiliacin a la UCR comparativamente ms reciente) y la Secretara de Planificacin, por un grupo de tcnicos comandados por Juan Vital Sourrouille. Como sealaba la prensa de la poca:

    Bernardo Grinspun no ser un superministro. Ni siquiera por sus manos pasarn todas las riendas del carruaje econmico () Alfonsn resolvi quedarse con la ltima palabra (Clarn, econmico, 20/11/83: 4-5). Los acompaantes de Grinspun7 compartan un conjunto de caractersticas. Se

    destacaban, en primer lugar, por sus edades avanzadas: todos haban nacido en los aos 20 y muchos haba participado del equipo dirigido por Eugenio Blanco para aplicar el plan Prebisch durante la Revolucin Libertadora en 1956 y del gabinete econmico de Illia, poco menos de una dcada ms tarde. No slo el paso por la funcin pblica los asemejaba. Varios haban compartido una militancia universitaria antiperonista durante la primera mitad de los aos cincuenta, lo que ameritaba al ministro a presentarlos como amigos de aquellos aos de 1945, cuando las luchas por la libertad y la democracia (Clarn, 11/12/83: 23). Expulsados del gobierno, muchos haban desarrollado una actividad profesional en el marco de Bancos Cooperativos, entidades representativas de la pequea o mediana empresa u organismos internacionales tales como las Naciones Unidas y la CEPAL. Por su trayectoria y manifestaciones pblicas, los miembros del nuevo equipo econmico se presentaban ms como polticos dedicados a la economa que como profesionales comprometidos con la gestin. Las filiaciones tericas del gabinete tambin eran evidentes. Recibieron por tanto el espaldarazo inicial de los referentes locales del estructuralismo cepalino: no slo Aldo Ferrer

    6 Lo que sera considerado luego como proezas fallidas del romanticismo, cruzada cargada de idealismo y

    voluntarismo poltico, ejercicio de nostalgia (Acua, 1995: 63, 64 y 79 respectivamente) e ilusin keynesiana (Birle, 1997: 197) no era sino la traduccin en polticas de lo que se haba prometido en la campaa. Compromisos que, por cierto, haban sido refrendados por los votantes en las urnas. Se trataba adems de ideas que, como acabamos de apuntar eran compartidas por gran parte del arco poltico. Las imputaciones de anacronismo deberan, al menos, extenderse a gran parte del campo poltico y no slo al partido radical. Dudamos, no obstante, del estatuto de este tipo de juicios, reflejo de una exigencia de realismo que predominara tras el relevo de Grinspun y que resulta, epistemolgicamente, demasiado fcil cuando la historia ya est disponible para dar la razn al analista.

    7 Entre la vieja guardia que acceda a la direccin econmica pueden mencionarse, adems de Grinspun, a:

    Roque Carranza, Ministro de Obras y Servicios Pblicos, Alfredo Concepcin, Presidente del Banco Nacin, Leopoldo Portnoy (socialista pero cercano al radicalismo), vicepresidente del Banco Central, Ren Ortuo, Subsecretario de Economa. A ellos puede sumarse Aldo Ferrer nombrado Presidente del Banco Provincia y Carlos Garca Tudero, director del Banco Interamericano de Desarrollo. Varios hombres ms jvenes se sumaron al grupo, entre ellos: Mario Broderson como titular del Banco Nacional de Desarrollo; Norberto Betania, Secretario de Hacienda, Lucio Reca, secretario de Agricultura y Ganadera, Juan Becerra, secretario de Minera.

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    (Clarn, 20/11/83: 17) sino tambin el propio Ral Prebisch expresaron su apoyo a la poltica oficial (Clarn, 12/11/83: 10).

    La herencia recibida era juzgada, por cierto, como dramtica (ver Pesce, en este volumen). Para el flamante equipo econmico, el problema principal se hallaba en los altos niveles de desocupacin, los bajos salarios, la consiguiente retraccin de la demanda y la produccin. De estas premisas se derivaba el programa propuesto hacia fines de 1983. Se trataba de propiciar la reactivacin y la redistribucin progresiva de los ingresos, controlando a la vez algunas variables fundamentales como la inflacin, el tipo de cambio y la tasa de inters. Para lograr estos objetivos, el ministro se haba manifestado contra el paquetazo y a favor de medidas de reforma gradualistas. El lanzamiento del programa se acompaara asimismo de una iniciativa, tempranamente frustrada, de modificar las estructuras sindicales y de la trabajosa negociacin de los trminos de la deuda.

    En el primer punto, el ministro se propona responder a las expectativas de trabajadores y empresarios de recomponer sus ingresos a travs de un incremento del salario real y de una cierta expansin del gasto pblico. Tras conceder un aumento en las remuneraciones, el ministro dispuso, en efecto, un congelamiento de precios y salarios. Ms all de la confianza en la reactivacin como condicin para la estabilidad, el diagnstico oficial aceptaba tambin que una de las causas profundas de la inflacin se hallaba en la emisin monetaria y propona, por tanto, atacar el dficit fiscal, racionalizando el gasto e incrementando los recursos genuinos del Estado.

    En cuanto a la deuda, el gobierno se manifestaba dispuesto a honrar los compromisos asumidos, siempre y cuando se negociaran tanto los plazos como las condiciones y volmenes adeudados. En efecto, la cifra total era considerada impagable si seguan cayendo los precios de los productos exportados por el pas y si continuaba incrementndose la tasa de inters norteamericana. Las autoridades presuponan adems que las flamantes democracias latinoamericanas seran bien recibidas en el exterior y que los pases centrales se mostraran dispuestos a hacer concesiones para facilitar su consolidacin.

    El congelamiento de precios y la estrategia gradualista cosecharon numerosas crticas, confluyendo en la oposicin, actores de orientaciones ideolgicas dismiles. Por un lado, los sindicatos denunciaban la insuficiencia de los aumentos para recomponer la capacidad de compra de los salarios. Coincidentemente, los economistas del peronismo cifraban sus expectativas en una reforma financiera y alertaban sobre los lmites del gradualismo (El Cronista Comercial, 6/1/84: 7). Por el otro lado, empresarios y economistas diversos consideraban que el control de precios era una herramienta de corto plazo, desgastada por la experiencia y que no atacaba las causas profundas de la inflacin. Desde numerosos sectores, se demandaba una verdadera poltica antiinflacionaria aunque el reclamo no precisaba el contenido que deba asumir la misma.

    Los liberales (tradicionales y tecnocrticos ahora unificados) eran, finalmente, los que con mayor claridad e insistencia exponan sus diagnsticos y propuestas para combatir la inflacin. El Estado era sealado aqu una y otra vez como el gran culpable. Del mismo modo que lo haba reclamado durante toda la dictadura, el ingeniero Alsogaray exiga la contraccin drstica de la emisin monetaria y para ello instaba a una reduccin equivalente de los gastos y de la propia estructura estatal (Clarn, econmico, 25/9/83: 16). El diario La Nacin antepona ciertas promesas de austeridad del presidente a la voluntad expansiva del ministro (Sidicaro, 1993: 473). Soslayando las diferencias que haba manifestado y manifestara con este enfoque, tambin Cavallo reclamaba una drstica reduccin del dficit (Clarn, econmico, 20/11/83: 16).

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    Estas impugnaciones a las estrategias escogidas eran acompaadas por una fuerte crtica al voluntarismo del nuevo gobierno. Desde las pginas de El Cronista Comercial, Juan Carlos de Pablo, adverta, por ejemplo, sobre la necesidad de reconocer los problemas estructurales de la economa reemplazando las frmulas idealistas por otras con fundamentacin tcnica. La Nacin, por su parte, tema que las nuevas autoridades pretendieran arreglar la economa por decreto, burlndose de la pretensin de otorgar el bienestar colectivo por graciosa decisin de los poderes pblicos.

    Cuando en enero del ao siguiente el ministro present sus Lineamientos de un programa inmediato de reactivacin de la economa, mejora del empleo y los salarios reales y ataque al obstculo de la inflacin, las reacciones fueron unnimemente escpticas. No slo los tradicionales antagonistas del gobierno (la Sociedad Rural Argentina, los partidos de centro derecha, los tcnicos ortodoxos) elevaron sus crticas. Tampoco se limitaron stas al arco poltico y sindical del peronismo. Los propios aliados del Presidente y del ministro manifestaban pblicamente sus recaudos.

    De este modo, y en la medida en que los ndices inflacionarios en lugar de ceder, escalaban, comenz a generalizarse la idea de que los tres objetivos planteados inicialmente (reactivacin, redistribucin y estabilizacin) deban jerarquizarse y que, contrariamente al timing supuesto en el origen por el ministro, ni el crecimiento ni la recomposicin de los ingresos de las mayoras eran posibles si los precios seguan aumentando de manera descontrolada. An para quienes se sentan cercanos al gobierno, la inflacin haba dejado de ser un mero obstculo para transformarse en el centro de la poltica econmica. Los nmeros estaban all para respaldar estas conclusiones: la inflacin anual haba pasado de 343 por ciento en 1983 a 688 por ciento en 1984, augurando para 1985 una virtual hiperinflacin. Las cifras de las noveles encuestas de opinin concurran a alimentar las preocupaciones polticas. Segn datos citados por Sigal y Kessler (1997-98: 44), en 1985, la inflacin constitua el principal problema del pas para casi la mitad de los argentinos.

    Paralelamente, la oposicin fue profundizndose y demostr las dificultades de Grinspun para tejer apoyos incluso entre aquellos sectores sociales que su ministerio buscaba resarcir. De un lado, los empresarios alegaban que poltica impositiva, tasas de inters exorbitantes e inflacin conspiraban contra la expansin de las inversiones y la produccin. Del otro, los representantes de los trabajadores se crispaban en un complejo arco de conflictos donde se entremezclaban las luchas internas en el peronismo, la oposicin a un gobierno que haba intentado redefinir la dinmica interna de los sindicatos y la innegable licuacin de los salarios que no llegaban a ajustarse al ritmo inflacionario. La comn oposicin a Grinspun deriv, hacia marzo de 1984, en un primer acuerdo entre CGT y corporaciones empresarias que terminara cristalizando en enero del ao siguiente en la elaboracin de un documento conocido como los 20 puntos (ver Aruguete en este mismo volumen).

    En cierta medida el gobierno haba participado de este acercamiento al convocar a los actores sociales a una concertacin capitaneada por el Ministerio de Interior y de Trabajo. Estas iniciativas mostraban una vez ms que las fronteras entre los ministerios no eran claras y que el gabinete econmico estaba lejos de subordinar bajo sus lineamientos a las otras reas. En efecto, fiel al ideario radical (anticorporativista), Grinspun se haba mantenido inamovible en la tesis de que se deba gobernar y no concertar y que los representantes del capital y el trabajo deban limitarse a apoyar las medidas sin intervenir en la elaboracin de las mismas.

    De hecho ni el partido radical ni todos los participantes del gobierno se encolumnaban consensualmente tras la figura del ministro. Si bien ste contaba con la simpata de los

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    jvenes de la Coordinadora8 y con la amistad del propio presidente, la Lnea Nacional9 elaboraba, a travs de de la Ra, un programa econmico alternativo con el asesoramiento de dos tcnicos pertenecientes a la Fundacin Mediterrnea: Domingo Cavallo y Adolfo Sturzenegger (Clarn, 23/2/85: 17). Al mismo tiempo, el Presidente del Banco Central y el ministro manifestaban cada vez ms pblica y vehementemente sus discrepancias en torno de la poltica monetaria y financiera. La doble filiacin del ministro, al partido y al gobierno, era, no obstante, por todos reconocida. En ese carcter deba dar peridicamente cuenta de su gestin no slo ante el Poder Ejecutivo y el Legislativo sino tambin ante los propios miembros del Comit Nacional de la UCR.

    A la escalada incontenible de los precios se sum pronto la intransigencia de los acreedores y los pases centrales. Para la Argentina, como para el resto de los pases deudores de la regin, los intentos de renegociar la deuda cosechaban frutos amargos: las diversas estrategias se revelaron estriles y la intervencin del FMI pareca tornarse ineludible.

    Para algunos observadores del perodo, el fracaso de Grinspun pareca dejar algunas lecciones: la imposibilidad de estabilizar, reactivar y redistribuir a la vez, la prioridad que deba acordarse a la inflacin y el fracaso del esquema gradualista para enfrentarla. Ante la magnitud del dficit y la inexistencia de crdito interno y externo, el ajuste y las reformas estructurales reaparecan finalmente como nicas soluciones posibles.

    Estas cada vez ms generalizadas conclusiones se articularon adems con la idea de que gran parte de las dificultades provenan de la personalidad irascible del ministro y de su limitada formacin para hacer frente a los desafos planteados. Por un lado, las insuficiencias de la poltica inflacionaria se imputaban a la simpleza, el provincianismo o la desactualizacin de los instrumentos empleados. Por el otro, se difunda la sensacin de que la retrica encendida del ministro no alcanzaba para negociar eficazmente con acreedores y organismos internacionales. En este sentido, un matutino difundi, bajo el ttulo Un mal negociador, una ancdota narrada por un financista defensor de los intereses de la banca acreedora:

    El no estaba de acuerdo con el monto de la deuda que nosotros le reclambamos y sac de un bolsillo un viejo sobre en el que haba escrito su propia cifra, incorrecta por supuesto. Luego nos anunci que su representante en Nueva York sera en adelante su hijo, un estudiante en economa de una universidad norteamericana.

    A esta ridiculizacin del modo artesanal, improvisado y personalista de manejar las negociaciones, el matutino agregaba las declaraciones de un banquero participante de las tratativas con el club de Pars:

    Grinspun dramatiz la situacin econmica argentina diciendo que es indispensable para poder pagar una refinanciacin a quince aos. Luego de deliberar nosotros a solas, decidimos darle diez, con miras a discutir y llegar hasta doce aos. Pero al ofrecerle el primer plazo, acept inmediatamente sin plantear ninguna objecin. Al contrario, agradeci (ambas referencias corresponden a Clarn, 22/2/85: 14). Frente a esas acusaciones, Grinspun volvera con insistencia sobre lo que consideraba

    las fuentes de su legitimidad: una identificacin ideolgica definida, una prolongada militancia partidaria y una intachable transparencia en la administracin de los asuntos

    8 Fundada hacia fines de los aos 60, la Junta Coordinadora Nacional era una agrupacin de jvenes radicales

    de fuerte insercin en la universidad que detentaban ideas de izquierda y proponan cierto acercamiento con el peronismo. Para una historia, en clave periodstica: Leuco y Diaz (1987).

    9 La Lnea Nacional era una tendencia interna del radicalismo que agrupaba a exbalbinistas en el plano nacional

    y que se asociaba a posiciones ideolgicas liberal-conservadoras y fuertemente antiperonistas. La misma se present a los comicios internos con la candidatura de Fernando de la Ra, finalmente derrotado por el lder del Movimiento de Renovacin y Cambio, Ral Alfonsn (Acua, 1984: 126 y ss.).

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    pblicos. En los primeros dos criterios, resaltaba su conducta poltica, como podran hacerlo otros militantes comprometidos de su generacin. En el ltimo, subrayaba un principio caro, desde siempre, a la tradicin de la Unin Cvica Radical.

    La legitimidad representativa retroceda frente a la tecnocrtica. Fueran cuales fueran los orgenes poltico-ideolgicos de los cuadros gubernamentales, lo importante era ahora que detentaran un saber especfico y lo aplicaran con eficacia. Acusados de falta de idoneidad, los economistas de partido fracasaban en la piel de Grinspun en su pretensin de dirigir los destinos econmicos del pas. La espiral de precios haba acompaado de cerca esta experiencia hasta sofocarla.

    La cartografa de la agenda nacional se trastocaba: al borde de la hiperinflacin, la poltica se reconoca impotente frente a un territorio que le resultaba cada vez ms ajeno e incomprensible pero de cuya pacificacin dependa en gran medida la vida cotidiana de todos los ciudadanos y la suerte del gobierno, asociada por entonces, a la supervivencia misma del rgimen democrtico.

    Esto se llama, compatriotas, economa de guerra El ascenso de los profesionalistas y el nombramiento de Sourrouille

    Alfonsn y los principales referentes polticos del partido se lamentaron pblicamente al despedir a Grinspun. La prensa calificaba la decisin presidencial como un parto, que habra costado a la mxima autoridad nacional un desgarramiento por despedirse de un amigo personal (La Nacin, 20/2/85: 14). El Presidente y los legisladores nacionales no escatimaron elogios el da del recambio ministerial para con el funcionario saliente. La propia juventud coordinadora dramatiz su identificacin con Grinspun con una famosa pintada sobre la calle Las Heras que rezaba: Gan la patria financiera: lo cagaron al ruso (segn Leuco y Daz, 1987: 56). En todos los casos, se rescataban sus convicciones y la vehemencia con la que haba defendido los intereses del pas en la negociacin de la deuda. Una revista identificada con el progresismo sintetizaba el parecer de quienes lamentaban su alejamiento:

    No es un exquisito escribi alguna vez Dante Panzeri refirindose a Paulo Valentim el clebre goleador de boca- pero sabe por dnde va la pelota y sobre todo, dnde queda el arco de enfrente. Grinspun tampoco es un exquisito. Pero en trminos de renta y de poder sabe por dnde va la pelota y sobre todo dnde queda el arco de enfrente (El Periodista de Buenos Aires, nmero 24, 22-28/2/85: 3).

    El Presidente y sus voceros fueron, no obstante, particularmente cuidadosos al explicar el significado del recambio. Por un lado, Alfonsn se encarg de insistir sobre la continuidad en la concepcin econmica. Los medios remitieron entonces a las relaciones de Sourrouille con el IDES, con Aldo Ferrer y con el propio Prebisch para respaldar este aserto. Las propias publicaciones del tcnico daban cuenta de una sensibilidad estructuralista: a sus trabajos sobre la evolucin de la poltica econmica en la Argentina se sumaban los realizados sobre el comportamiento de las empresas transnacionales, el desenvolvimiento y la estructura del sector industrial y las polticas de promocin ensayadas durante la posguerra. Tambin las agencias pblicas en las que haba desarrollado su experiencia profesional estaban all para garantizar el perfil de un estructuralista, formado en la escuela de la CEPAL y un convencido de la intervencin estatal en el manejo de las variables clave de la economa (El Cronista Comercial, 19/2/85, contratapa).

    Sus coincidencias con Grinspun eran an ms evidentes si se tomaba en cuenta los nombres que se haban barajado para reemplazarlo. De acuerdo a los trascendidos recogidos por la prensa, la candidatura de Cavallo era alentada tanto por De la Ra como por el canciller Caputo (Clarn, econmico, 17/7/85: 12).

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    En consonancia con el Presidente e inaugurando un ejercicio que alentaran los nuevos ocupantes del gabinete, la prensa emprendi denodados esfuerzos por diferenciar al equipo del nuevo ministro, los profesionalistas, de quienes haban participado del gabinete de la dictadura, los tecncratas. El perfil tcnico de ambos era, en efecto, fuente de inquietud y los apoyos cosechados por el equipo ministerial en el extranjero alimentaron estos resquemores. La participacin de un experto independiente en el gabinete nacional era asimismo una caracterstica distintiva de las administraciones militares y, aun cuando el alfonsinismo ya haba incorporado figuras extrapartidarias, resultaba sugestivo que se les acordara, en este caso, nada menos que la cartera econmica. En este sentido, tanto la coordinadora como la izquierda peronista teman que la delegacin del ministerio en un tcnico permitiera, en los trminos de la poca, un avance de la derecha. Esto se deba, a que

    La condicin de tcnico de Sourrouilleevocaba experiencias pasadas cuando los gobiernos militares recurran a ministros de Economa que, amparados en una presunta asepsia tecnocrtica, impulsaban polticas antipopulares (El Periodista de Buenos Aires, nmero 26, 8-14/3/85: 11). Confirmando estas inquietudes, otro periodista interpretaba la cada del ministro como

    el resultado de las presiones ejercidas sobre el gobierno desde los grupos de poder. La derecha prefiere la tcnica, porque los elementos conceptuales de mayor utilizacin parten del supuesto de las necesidades de los capitalistas y no de las exigencias sociales, que slo pueden ser apreciadas por los polticos o los estadistas(El periodista de Buenos Aires, nmero 24, 22-28/2/85: 3). Por su parte, la prensa norteamericana y los crculos financieros estadounidenses se

    mostraban satisfechos con la renuncia de Grinspun y vean en Sourrouille a un hombre comprometido con la observancia de la austeridad que preanunciaba un mejor entendimiento entre Buenos Aires y el FMI (Clarn, 20/2/85: 7 y 21/2/85: 20).

    Ante al recambio, numerosas interpretaciones de la hora buscaban hacer inteligible la orientacin ideolgica del ministro frente a un abanico de opciones posibles10. La idea que subyaca a todas ellas era que el perfil tcnico de Sourrouille no eluda el hecho de que se le haba asignado un rol clave en la conduccin del pas y que esa funcin no poda ser ajena a visiones normativas ms amplias sobre el funcionamiento de la sociedad y sobre las relaciones entre Estado y Mercado. Slo los grupos ms cercanos al liberalismo llamaban a dejar de lado los rtulos y a

    establecer el debate sobre bases serias, desde el punto de vista de la ciencia econmica o nos dedicamos a pegar etiquetas y a descalificar polticas sin ir al fondo del asunto. Los Harvard-boys deberan entonces demostrar que sus mtodos son ms eficientes que un sistema econmico abierto, organizado en mercados y que opere con una rgida disciplina fiscal y monetaria. Mientras no lo hagan, sern solo Harvard-boys (El Cronista Comercial, 20/2/85: 4). Pero no slo el ala del alfonsinismo ms proclive a la redistribucin del ingreso y la

    confrontacin con los poderes econmicos manifestaba reticencias frente al nuevo ministro. Para los miembros tradicionales de la UCR, el nombramiento de Sourrouille se inscriba en un proceso de desradicalizacin del gobierno, del cual Brodersohn, Caputo, Lpez, Tomasini eran tambin fieles exponentes. La voluntad personalista del Presidente y el nombramiento de extrapartidarios o afiliados recientes inquietaba a quienes detentaban largos aos de militancia y evidenciaba la consolidacin del poder presidencial por sobre el control del partido.

    10Como ejemplo de este esfuerzo, la revista Somos inclua en su artculo sobre el nuevo nombramiento un cuadro de situacin. Esquemticamente, la publicacin propona cuatro lneas de pensamiento econmico, para las cuales especificaba el nombre del lder, la entidad empresaria, la fuerza poltica, la fuerza sindical que las respaldaban, y la relacin establecida con el gobierno. Los cuatro dirigentes mencionados eran Alsogaray, Frigerio, Ferrer y Cavallo. De acuerdo con la revista, ste ltimo era el que comparta mayores puntos de vista con el ministro recin nombrado, Somos, 22/2/85: 14.

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    La UCR no poda, no obstante, anteponer un diagnstico, una propuesta o un equipo econmico alternativo consensuado por todos sus miembros: si el radicalismo haba sido siempre un partido diverso en trminos ideolgicos, lo era an ms en los aos ochenta con el crecimiento de la Junta Coordinadora que guardaba pocos puntos de coincidencia con la Lnea Nacional. Frente a ellas, el Movimiento de Renovacin y Cambio y la figura del Presidente, que haban recuperado para el radicalismo a las mayoras electorales, constituan un punto de arbitraje y equilibrio difcil de cuestionar.

    Los largos aos de desactivacin partidaria mostraban as su herencia. Los partidos contaban con dirigentes envejecidos o bien con jvenes llegados mucho ms tarde a la poltica. Carentes unos y otros de espacios y oportunidades de encuadramiento, discusin tcnico-ideolgica y formacin para la gestin durante la dictadura, las opciones estratgicas terminaron por importarse de aquellos ncleos intelectuales que se haban especializado en la observacin sistemtica de la evolucin del pas y en los cursos de accin que podan derivarse de esas reflexiones.

    Los esfuerzos del primer gobierno de la transicin por crear o fortalecer instancias pblicas11 de formacin de cuadros partidarios, intelectuales y administrativos no contaron con un apoyo poltico y financiero consecuente en el tiempo. Esta primera experiencia democrtica de importacin de hombres e ideas termin por consolidarse como rasgo estructural de la vida poltica nacional.

    Por un lado, la vida interna del radicalismo fue perdiendo el activismo ideolgico de la campaa y los primeros aos de democracia. En la medida en que se reforzaba el liderazgo personalista del Presidente y ste manifestaba particular inters por las figuras intelectuales extrapartidarias, el partido ocup un rol ms bien secundario en la elaboracin y debate de los lineamientos estratgicos de la accin pblica.

    Por el otro, las universidades pblicas acogieron el retorno de profesores e investigadores exiliados e inauguraron un ciclo de indito pluralismo pero se mostraron ciertamente incapaces de garantizar las condiciones propicias para el desarrollo consecuente de la investigacin acadmica. Al menos en la Capital y en lo que respecta a las ciencias sociales, gran parte de los especialistas refugiados en los centros privados de investigacin, prefirieron preservar estos espacios independientes rechazando la posibilidad de fusionarse en los renacientes claustros universitarios pblicos. La experiencia de inestabilidad institucional que muchos haban padecido en carne propia y la prioridad otorgada por las dirigencias universitarias a la expansin de la matrcula y las actividades docentes (Levy, 1996: 71) contribuyeron a consolidar un cierto divorcio entre espacios de produccin y de transmisin de conocimientos.

    Finalmente y asesorado por miembros del CISEA que se haban inspirado a su vez en la experiencia francesa de la cole Nationale dAdministration, el gobierno instituy el Cuerpo de Administradores Gubernamentales. La intencin era crear un grupo de burcratas de alta calificacin que complementara una reforma administrativa ms vasta destinada a ordenar y mejorar la calidad de las intervenciones estatales. Estos propsitos fueron pronto abandonados por un criterio fiscalista en la evaluacin del aparato estatal que vivi, desde entonces, sujeto a la reduccin de personal y a la degradacin de las remuneraciones.

    De este modo, los centros privados de investigacin en ciencias sociales que haban surgido como refugios marginales y temporarios a lo largo de perodos de crispacin poltica

    11 An concientes de la creciente ambigedad de este trmino, emplearemos aqu una nocin de pblico por

    oposicin a privado, con el fin de circunscribirnos a los espacios histricamente financiados de manera permanente por recursos pblicos y no por contratos circunstanciales con el Estado.

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    y cercenamiento de la libertad de expresin, sobrevivieron a las condiciones que haban alentado su emergencia. En palabras de Levy, estas organizaciones cumpliran, en democracia, funciones otrora localizadas en el sector pblico y que ste ltimo no desea o no puede asumir (1996: 258, la traduccin es nuestra). Una vez establecido este nuevo vnculo, partidos y Estado recurriran, con frecuencia, a estos centros en busca de programas de gobierno, perspectivas analticas y cuadros tcnicos especializados.

    Pertenecientes a estos espacios, los acompaantes de Sourrouille12 compartan como los de Grinspun, un conjunto de atributos diferenciales. Por empezar, la mayora de ellos eran entre quince y veinte aos ms jvenes que los anteriores ocupantes del ministerio. Todos tenan una slida formacin acadmica y haban desarrollado sus estudios o tareas de investigacin y docencia bsicamente en el CEDES y el IDES. Varios se haban formado en organismos de planificacin y/o en centros universitarios norteamericanos y europeos. Pero haba una caracterstica que resultaba particularmente irritante para los radicales tradicionales: no eran pocos los que haban simpatizado con el peronismo o tenan vnculos profesionales estrechos con cuadros tcnicos del partido de la oposicin.

    Esta confluencia de cuadros devenidos radicales con otros cercanos al peronismo no era casual. Segn un protagonista de la poca (miembro en aquellos das del instituto fundado por Ferrer), los economistas parafraseaban por entonces un slogan famoso para su generacin: Alfonsn al gobierno, el IDES al poder!.La confluencia de varios de sus miembros en el gobierno no era, en efecto, casual. Segn un joven cercano al grupo:

    Hubo una especie de pacto, segn me contaron, en ese grupo, en el grupo del IDES. Es un grupo que viene de muchos aos. Y la idea es que si ganaban los peronistas, Lavagna, Frenkel iban a llamar a los otros, y si ganaban los radicales, algo as tambin. Porque si bien eran de distintos partidos, eran todos economistas heterodoxos.

    Pero este pacto de caballeros que anteponan las identificaciones profesionales a las lealtades partidarias y que les permita acercarse a la cspide del poder poltico sin haber pasado por los senderos de la militancia, presagiaba, como bien intuan los medios de la poca, una aproximacin realista y pragmtica de hacer poltica. Donde se valoraba y exiga lealtad partidaria se evaluara ahora eficiencia tcnica.

    As, no slo los polticos tradicionales vean con desagrado el desembarco de los tcnicos. Estos mismos perciban, con malestar, las prcticas de los miembros del partido radical devenidos funcionarios. An con los recaudos que ameritan los testimonios que recogimos veinte aos despus, la percepcin generalizada de los tcnicos que participaron de esta experiencia es que los polticos radicales eran ignorantes, frvolos e incapaces de desempear las funciones para las que haban sido elegidos.

    Ahora bien, la distancia entre los equipos de Grinspun y Sourrouille no remita nicamente a una diferencia de generaciones, trayectorias y relaciones partidarias. En gran parte en respuesta a la nueva coyuntura heredada y a la inexorabilidad de ciertos constreimientos internacionales, los primeros anuncios de Sourrouille revelaban ya una discrepancia de prioridades y enfoques.

    12 El ncleo duro del nuevo gabinete econmico estaba formado por el propio ministro; Adolfo Canitrot,

    secretario de Coordinador Econmica; Jorge Gndara, subsecretario Tcnico y de Coordinacin Administrativa; Jos Luis Machinea, subsecretario de Poltica Econmica; Juan Carlos Torres, subsecretario de Relaciones Institucionales y Ricardo Carciofi, subsecretario de Presupuesto. A ellos se sumaran ms tarde Roberto Lavagna como secretario de industria y Roberto Frenkel como jefe de asesores. Estos ltimos, de pblica relacin con el PJ. A ellos podan adicionarse varios de los miembros del CISEA que, como Dante Caputo o Jorge Sbato, haban migrado de los centros de estudio a la gestin pblica.

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    En efecto, en su primer discurso pblico, el ministro eluda las precisiones pero dejaba en claro que los dos objetivos centrales del gobierno seran a partir de entonces recuperar la capacidad de crecimiento y combatir la inflacin, slo as, y ni siquiera mereca mencionarse en su alocucin, podra tenderse a una mayor equidad distributiva. Finalmente, y tras las negociaciones infructuosas con la banca acreedora, Sourrouille apareca como el garante de los compromisos asumidos por el pas con sus deudores externos (El Cronista Comercial, 1/3/84: 2). Las intenciones enunciadas se enmarcaban en un documento precedente Lineamientos para una estrategia de desarrollo econmico 1985-1989 que perfilaban el modo de pagar la deuda y a la vez reactivar la economa con un programa basado en el aumento de las exportaciones.

    La magnitud del cambio de orientacin quedara de manifiesto recin un mes ms tarde, en el discurso pronunciado el 26 de abril de 1985. Desde los balcones de la Casa Rosada y en un acto pblico convocado para defender a la democracia tras un levantamiento militar, el Presidente Alfonsn escogera el mensaje elaborado por el Palacio de Hacienda y dejara de manifiesto que las amenazas que se cernan sobre la Repblica no eran ya las minoras absurdas e insignificantes que se haban amotinado contra las autoridades constitucionales sino la economa desquiciada y el Estado desvastado. Sus palabras se consagraran entonces a la gravedad de la crisis econmica e instaran a una plaza colmada a sus pies, no slo a postergar sus justas reivindicaciones sino a sacrificarse y asumir las exigencias de una economa de guerra. El adversario se haba vuelto, ciertamente, menos material y visible. Como concluye Neiburg (2004), La crisis argentina era a partir de ahora sinnimo de desequilibrio monetario. Seran necesarias terapias de emergencia para salvar a la Nacin del abismo.

    Notable constatar cmo las preocupaciones y el lenguaje econmico haban colonizado el discurso presidencial: ms de la mitad de su discurso refera a estas cuestiones, con una minuciosidad hasta entonces inusitada. Los lineamientos y la retrica se correspondan asimismo, puntualmente, con las declaraciones que Sourrouille haba formulado apenas unas semanas atrs. Frente a ese nuevo predominio asignado a la economa y desprovista de varios de los objetivos centrales a los que se haba comprometido, la democracia adquira una nueva significacin: a lo largo del discurso presidencial la democracia era invocada como sinnimo de orden, seguridad, respeto a la vida, paz, libertad, responsabilidad y moral pblica.

    En pos de esta definicin y no otra de democracia, el Presidente ajustara su prctica de gobierno. Aquello que lo inmortalizara en la historia sera tambin piedra angular de las crticas que se le formularon tanto a la izquierda como a la derecha del arco poltico. Alfonsn cedera demasiado -a los mercados o a los sindicatos, segn el gusto de cada cual- cuando intua una amenaza al rgimen democrtico con el que se senta profundamente comprometido.

    Para Landi (1993) se cerraba as el ltimo gran acto de la poltica tradicional, que dara paso a pasiones ms voltiles estrechamente asociadas con la novel videopoltica; para Leuco y Diaz (1987) era de algn modo el comienzo del fin de la Coordinadora, con la consolidacin de profesionales de la poltica cuyas trayectorias y orientaciones estaban ms vinculadas con la acumulacin electoral que al ejercicio de una militancia de base y de fuertes contenidos ideolgicos. Se trataba, sin dudas, de un punto de inflexin que instaurara una nueva relacin entre economa y poltica en el seno de los gobiernos democrticos. La suerte y las desventuras del Plan Austral se inscribiran en esta nueva historia.

    Soy monetarista, estructuralista y todo lo que haga falta para bajar la inflacin y si hay que recurrir a la macumba, tambin

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    Los clivajes tericos en la urgencia, controversias entre heterodoxos y ortodoxos La inflacin se haba consolidado ya desde la segunda mitad de los aos setenta como el gran tema de reflexin de la ciencia econmica (Nelson, 1989: 11). Especialistas de regiones remotas del planeta constataban la propagacin del fenmeno y sus esfuerzos por delimitarlo y contenerlo alimentaban controversias a nivel internacional, forzando el desarrollo de enfoques cada vez ms tcnicos y sofisticados.

    La pasin comparativa que acompa estos impulsos constituye, a la luz de la literatura local, un fenmeno sin precedentes. En efecto, si las inquietudes vinculadas con el desarrollo haban cuestionado la unidad entre las naciones presupuesta por el liberalismo, jerarquizando pases y regiones en funcin del grado de complejizacin de sus estructuras econmicas, el interrogante sobre la inflacin volva a la Argentina, junto a numerosos casos nacionales, parte de un mismo laboratorio de observacin de experiencias y polticas inflacionarias. El conocimiento de cierta informacin pertinente y su condensacin en complejos modelos economtricos parecan tornarse indispensables para examinar y actuar sobre el caso argentino.

    Cuando a principios de 1985, Alfonsn deleg la cartera econmica en el equipo de Sourrouille, el desafo que se plante a estos jvenes profesionales era, en cierta medida y en condiciones ms crticas, el mismo que se haba impuesto al gabinete de la dictadura: cmo compatibilizar las teoras que imputaban la inflacin a modalidades estructurales y de largo arraigo con una estrategia de corto plazo que pudiera contenerla y articular un mnimo de legitimidad y viabilidad poltica.

    Para los herederos del estructuralismo cepalino, se trataba de revisar un diagnstico que era considerado como uno de los grandes aportes de la ciencia latinoamericana a la teora econmica. Producto de las reflexiones iniciales del argentino Julio Olivera, el enfoque estructural de la inflacin haba alcanzado poco ms tarde a la CEPAL nutriendo estudios para otros contextos nacionales y elaboraciones ulteriores en los crculos intelectuales de la regin y del mundo entero (Fernndez Lpez, 2000: 148-164). De acuerdo con el paradigma cannico del estructuralismo, si bien la inflacin constituye un fenmeno monetario, las causas que lo producen no remiten siempre y necesariamente al comportamiento de otras variables monetarias (por ejemplo, un incremento en la emisin de moneda). En algunos casos especficos, deben buscarse las causas del incremento de precios en la estructura o composicin de la demanda y de la oferta de bienes. En otras palabras, cuando una economa se desarrolla, se produce una alteracin en las condiciones que determinan los precios relativos y la posicin de equilibrio real del sistema se desplaza. El modo de luchar contra el incremento de precios es, en este caso, la promocin de un desarrollo ms vigoroso que aliente un nuevo ajuste entre sectores econmicos.

    Ahora bien, para las jvenes generaciones de profesionales, la insuficiencia de este enfoque y de la propedutica sugerida era cada vez ms evidente. Por un lado, la urgencia y gravedad del fenmeno inflacionario en la Argentina impeda esperar al desarrollo de los sectores productivos ms dinmicos para alcanzar la anhelada estabilidad de precios. Por el otro, la persistencia en el tiempo de la inflacin haba contribuido a desgastar la concertacin y el congelamiento como estrategias de contencin de la puja distributiva. Si se apostaba a lo primero, los plazos eran insostenibles, si se apelaba a lo segundo, se confinaba al Estado a un rol policaco que era, a la luz de la experiencia, cada vez menos efectivo.

    En el marco de una abierta crisis de paradigma tanto del modelo preconizado por el Fondo como de los enfoques estructuralistas, el equipo de Sourrouille dise un plan mixto que imputaba la inflacin a causas diversas y pretenda atacarla desde varios flancos.

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    Aceptando una relacin sobre la cual los referentes locales del liberalismo haban insistido durante aos, el nuevo equipo asuma que la inflacin obedeca en ltima instancia al dficit fiscal y que, en la medida en que el Estado careca en ese momento de financiamiento interno y externo, tena que recurrir a la emisin monetaria para enfrentar sus erogaciones. El ministro movilizaba, no obstante, cifras recientes para demostrar que la asociacin entre inflacin y gasto pblico no era necesaria ni suficiente: durante 1984, el gobierno disminuy sus gastos y redujo el dficit y, sin embargo, la inflacin se increment (Clarn, econmico, 3/3/85: 1).

    Haba entonces otros factores que explicaban la espiral de precios: bsicamente una tendencia inercial que llevaba a la inflacin a perpetuarse a s misma. En los nuevos trminos, el problema era la tendencia de los agentes econmicos a estimar sus expectativas sobre la base de la inflacin del perodo precedente. En los debates heterodoxos de los ochenta, la historia de las polticas econmicas (locales e internacionales) poda leerse ahora en esa clave: el xito inicial de muchos planes antiinflacionarios se imputaba justamente a una seal contundente de ruptura con el pasado. Esa ruptura se consideraba tanto ms creble cuanto ms desbocada fuera la espiral de precios porque en esos casos los agentes no se inspiraban en la inflacin pasada para fijar sus expectativas sino en un precio de referencia: en este caso, el valor del dlar.

    La argumentacin heterodoxa contemplaba, de este modo, una prctica que se haba generalizando entre los argentinos. Expuestos a la depreciacin incesante de la moneda local, muchos de ellos haban desarrollando estrategias para paliar sus efectos ms destructivos. La tendencia era entonces procurarse activos ms estables como reservas de valor, en otras palabras: comprar dlares. Si bien esta estrategia alimentaba un crculo vicioso en el cual la mayor demanda de divisas encareca su precio, incrementaba a su vez el costo de los servicios de la deuda y aumentaba por consiguiente el volumen del dficit fiscal, ella misma poda constituirse ahora en aliada de la poltica antiinflacionaria. Si las autoridades econmicas lograban fijar y sostener en el tiempo el precio del dlar, la inflacin terminara por ceder.

    La conclusin era que haba que atacar a la vez lo que se consideraban las causas profundas del problema y su tendencia inercial. Durante los primeros meses de 1985, las autoridades econmicas prepararon las condiciones para el lanzamiento del shock. Este lleg el 14 de junio de 1985, da en que se anunci el Programa de Reforma Econmica, pronto conocido como el Plan Austral.

    All estaban explicitas las causas de la inflacin identificadas por los economistas y los remedios por ellos diseados para atacarlas. Contra el dficit: el compromiso de elevar los ingresos fiscales, racionalizar gastos y acudir nicamente a un prstamo del FMI (y no a la emisin) para cubrir las brechas previstas. Contra la inercia y las pujas distributivas: la vieja estrategia de congelamiento a la que se sumaba ahora una reforma monetaria que sustitua el peso por el austral, estableca un tipo de cambio fijo (0,80 centavos de austral por dlar) y contemplaba un complejo sistema de desindexacin para los contratos que precedan al lanzamiento de las nuevas reglas. Podra agregarse finalmente que, contra el desequilibrio entre sectores productivos, se propiciara una estrategia exportadora en materia industrial.

    Pero este complejo diseo de reforma macroeconmica que deba mantenerse en secreto hasta el da D no fue slo producto del universo esterilizado con el que suelen asociarse, idealmente, los laboratorios cientficos. En efecto, no slo el debate internacional haba enlazado las reflexiones del equipo argentino a las de otros colegas profesionales del mundo entero, inscriptos en universidades y organismos internacionales de asistencia (muy

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    especialmente aqu los heterodoxos norteamericanos y la CEPAL)13, tambin un conjunto selecto de actores haban accedido de antemano a los grandes lineamientos del programa.

    Aqu una aclaracin se impone. A diferencia de otros colegas heterodoxos del continente y de otros tcnicos que alcanzaron antes y despus el control del Ministerio econmico, la mayor parte del gabinete de Sourrouille poda enarbolar un singular aislamiento en la formacin y el ejercicio profesional de sus cuadros en relacin a los partidos, los sindicatos y los grandes empresarios. Nadie poda apelar a sus orgenes de clase ni a sus trayectorias ni a los patrocinantes de sus trabajos para acusarlos de representar intereses sectoriales especficos. Ahora bien, este pasado, considerado por ellos mismos como garanta de neutralidad, no les impedira derivar de los modelos economtricos diseados los apoyos indispensables para la viabilidad del programa. El inters de los tcnicos en que el Austral funcionara deba a su vez encadenarse con los intereses de aquellos grupos cuyo apoyo se revelaba imprescindible. La convergencia entre unos y otros no ha de buscarse entonces necesariamente en una suerte de colusin espuria entre funcionarios estatales y agentes econmicos sino en conexiones histricamente contingentes que articulan los conocimientos y diagnsticos producidos con las preocupaciones y eventuales apoyos de los distintos grupos sociales14.

    Sobre la base de la problemtica identificada (la inflacin) y la poltica propuesta (el Austral), dos crculos de interlocutores, mucho ms restringidos e ntimos, reemplazaran a las grandes corporaciones de trabajadores y empresarios. An cuando el gobierno siguiera apelando circunstancialmente a la concertacin entre estas entidades, la apelacin al shock inaugurada por el Austral repos sobre un procedimiento distinto. El mismo constituy menos un ejemplo paradigmtico de decisionismo presidencial que una modalidad especfica de construccin de apoyos selectivos. Por una parte y con el fin de contener la emisin, era imperativo gestionar un prstamo con el FMI y negociar una solucin de compromiso entre sus criterios de condicionalidad y las estrategias diseadas por el equipo econmico. Por la otra y con el propsito de contener los precios y relanzar la inversin, era necesario dialogar con el gran empresariado. En este ltimo punto y como apunta Osteguy (1990: 326), el radicalismo opt por privilegiar el contacto directo con los grandes dirigentes patronales en lugar de apelar a las corporaciones empresarias centenarias.

    En suma, el Fondo y cierta porcin del empresariado estuvieron al tanto del programa antes de que el mismo tomara estado pblico y la estrategia para instituirlo fue un decreto presidencial. Las directivas emanadas de quienes buscaban dirigir la inextricable regin econmica no necesitaban legitimarse siquiera en el acuerdo de quienes se replegaban en los territorios ahora circunscriptos de la poltica.

    13 Una suerte de internacional heterodoxa sigui de cerca el desenvolvimiento de los planes diseados en

    Amrica Latina y el mundo entero. Ejemplos de estos encuentros y discusiones son: la conferencia Inflation and indexation: Argentina, Brazil and Israel realizada en Washington y patrocinada por el Institute of Internacional Economics (Williamson, 1985) y el Seminario sobre planes antiinflacionarios recientes en Argentina, Bolivia, Brasil y Per realizado en la sede Fedesarrollo (Bogot) y cuyos aportes se publicaron en El Trimestre Econmico, 1987.

    14 Esta confluencia no se limita a las ciencias sociales. Como lo detalla Shapin (1985), evocando una serie de

    ejemplos provenientes de las ciencias exactas y naturales, el conocimiento y los dispositivos tcnicos de ellos derivados no son nunca resultado de la produccin contemplativa de individuos aislados. Se producen y aprecian en funcin de objetivos especficos fijados por la colectividad. La suerte de las innovaciones intelectuales depende adems, en gran medida, del hecho de que logren ser apropiadas por actores ajenos al espacio cientfico y tcnico hasta ser incorporadas en el automatismo de las prcticas cotidianas.