la ciudad y el crÉdito en la organizaciÓn econÓmica … · entre los etruscos y los romanos. por...
TRANSCRIPT
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
1
LA CIUDAD Y EL CRÉDITO EN LA ORGANIZACIÓN ECONÓMICA DE LAS SOCIEDADES DE
ANTIGUO RÉGIMEN: LOS ORÍGENES MEDIEVALES DE UN PROBLEMA.1
Francisco Javier Cervantes Bello2
El papel de las ciudades en la organización económica y territorial ha sido uno de los puntos de mayor
referencia en la historia económica. Desde la obra de Henri Pirenne hasta las revistas contemporáneas
especializadas en historia urbana, este tópico se ha mantenido como uno de los más fructíferos e
interesantes. El caso más significativo ha sido el estudio de las ciudades-estado que en el transcurso de la
historia se basaron en los logros de su soberanía y fueron piezas clave de una conformación de un amplio
territorio (véanse los estudios reunidos en PARKER, 2004, en especial el estudio sobre las Comunidades
de Castilla pp.151-160). Pero no sólo fueron este tipo de ciudades las que tuvieron una marcada influencia
territorial sino que desde fines de la Baja Edad Media fue una característica económica y política que
acompañó a las principales capitales del mundo occidental.
Desde las primeras décadas del siglo XVI y la incorporación del Nuevo Mundo a la dinámica de la
sociedad hispana, la historia urbana hispanoamericana y la europea comparten gran parte de la
problemática que relaciona la ciudad y el territorio. Sin embargo las reflexiones y comparaciones sobre
ambos procesos han sido muy escasas en la historiografía. Un elemento de especial interés en nuestro
caso es la gran importancia que tuvo la Iglesia en la conformación del mundo urbano y en la organización
territorial, aspecto que conlleva con la experiencia hispana y de Europa Occidental en general. Este
problema parte de una configuración que se estableció desde la Edad Media en Europa, que tuvo
prolongaciones en la Época Moderna y posteriores adaptaciones en su traslado a la Nueva España. En
particular, la historiografía reciente se ha enfocado en la problemática del crédito eclesiástico en la era
colonial (MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO, 2010).
1 Este artículo se deriva del proyecto de investigación básica financiado por CONACYT denominado “MISAS PERPETUAS Y CRÉDITO ECLESIÁSTICO EN EL OBISPADO DE PUEBLA A FINALES DE LA ERA COLONIAL”, núm. 100455 2 Cuerpo Académico “Sociedad, Ciudad y Territorio, Puebla siglos XVI-XXI” Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
2
El objetivo de nuestra investigación--que versa sobre la importancia de la Iglesia en la
conformación de la ciudad de Puebla (México) y su territorio en la era colonial--nos ha llevado a la
necesidad de hacer un balance específico de los orígenes que medievales y a realizar un resumen de lo
que algunas obras han planteado. Las ciudades novohispanas compartieron muchas de las características
con las de la Europa Moderna, en especial con las hispanas. Ambas podemos señalar que se pueden
caracterizar de Antiguo Régimen en el sentido del peso de las corporaciones, de sus funciones políticas y
comerciales, de la importancia de la Iglesia en la estructura urbana, de su forma de crecimiento por
migraciones y de las funciones que tuvieron en la organización de su territorio circundante. Sin embargo
estas ciudades tenían, de una manera directa o indirecta el trasfondo de un origen medieval que dio origen
a estas características. Este ensayo trata de mostrar algunos aspectos de esos fundamentos y hemos
recapitulado para ello lo que se ha escrito sobre esta problemática.
Como nuestro proyecto pretende estudiar el papel de la ciudad de Puebla como organizadora del
crédito en un territorio y la importancia de la propiedad inmobiliaria--especialmente la urbana--en el mundo
financiero, hemos centrado este trabajo en rastrear los rasgos medievales de la ciudad en la conformación
del espacio a través del crédito y los flujos monetarios. Uno de los investigadores contemporáneos que ha
llamado la atención sobre los orígenes urbanos medievales del mundo mercantil, flujos de dinero y
problemas de crédito y usura ha sido John Munro (MUNRO, 2003, 2008, 2012). Sus investigaciones han
sido continuadas por una renovada escuela sobre estos aspectos ( ARMSTRONG, 2007).
Prestamos también especial atención a las funciones que las instituciones eclesiásticas tuvieron
en este proceso en la medida que fueron centros financieros importantes. El balance de algunas obras
sobre la ciudad medieval, nos permitiría conocer los orígenes de muchos problemas, los aspectos
comunes de su desarrollo y las peculiaridades que pueden resultar cuando se analizan las principales
ciudades novohispanas, en especial las que fueron capitales episcopales. Con este carácter la ciudad de
Puebla adquirió una gran proyección territorial, ya que su diócesis abarcó una franja del México central
desde el Golfo (Veracruz) hasta algunos puntos de la costa del Pacífico (CERVANTES BELLO, 2009).
Al menos a partir de Henri Pirenne (1978) se ha aceptado que las características de la ciudad de
Antiguo Régimen no surgieron en la Edad Moderna sino que se conformaron en la Baja Edad Media
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
3
(siglos XI-XV). El tan referido siglo XVI no juega, en esta trayectoria de larga duración, sino un papel
perfeccionador y de leves cambios con respecto a la revolución urbana de la Baja Edad Media que
prefiguró gran parte del desarrollo posterior de las ciudades. No es casual que lo mismo pase con el
estudio del crédito y la moneda, donde los siglos XII y XIII se plantearon como verdaderas encrucijadas de
cambio. La historia urbana y la monetario-crediticia se entrelazan así desde su mismo nacimiento.
LA CIUDAD EN LA HISTORIA
De acuerdo a Pirenne, el nacimiento de lo que propiamente son las ciudades (siglos X-XI) marcó
una nueva era en la vida interna de Europa Occidental. Estuvo asociado al tipo de renacimiento comercial
y mercantil imperante desde entonces, así como a la creación de un nuevo grupo, la burguesía, que vino a
agregarse al clero y a la nobleza. La composición de la ciudad no habría de cambiar sino hasta el final del
Antiguo Régimen: posee ya, al terminar la Edad Media, todos los elementos constitutivos y las
modificaciones por las que atravesará en el curso de los siglos. Los cambios posteriores no son, a decir
verdad, nada más que producto de las diversas combinaciones de la alianza entre los diferentes grupos
sociales ya establecidos. Los burgueses se constituyeron como un grupo privilegiado que gozó de
libertades a las que consideraron su monopolio. Este hecho es sustancialmente básico, mutatis mutandis,
para las ciudades novohispanas asociándolo con las oligarquías urbanas que gozaron de privilegios reales
aunque sin la autonomía que llegaron a alcanzar algunas ciudades medievales.
A pesar de la gran importancia que tuvo Europa Occidental en la constitución de un modelo de
sociedad urbana, se ha dejado de considerar como un espacio aislado en cuanto a flujos e influencias de
Europa Oriental e incluso más allá. Esto ha llevado a la necesidad de entender que la dinámica de la
ciudad occidental se tiene que entender desde una perspectiva más amplia, (NEW CAMBRIDGE, 2008,
vols, 4.1-7). Siempre es necesaria una visión horizontal que permita dar una explicación más clara de
fenómenos como los mercados, surgimiento de banqueros y otros aspectos que fueron fundamentales
para la ciudad medieval. Europa Occidental, no puede ser estudiada en aislamiento de sus vecinos con los
que tuvo una creciente interacción desde el siglo XI (NEW CABRIDGE, 2008, vol 4.1 p.1)
Las oleadas de nuevas ciudades medievales comprendían, como un elemento característico, la
población de mercaderes y usureros (siglos XII-XIII), que en Francia, como en otras ciudades, aparecen en
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
4
este período. Este sería uno de los rasgos distintivos de lo urbano, que va más allá de la ciudad como un
simple emplazamiento amurallado. La característica de las principales ciudades como centros financieros
se conservaría en muchas urbes de Antiguo Régimen.
Ha habido tres períodos en la historia en los que la fundación de las ciudades fue un elemento
fundamental. El Oriente medio, India y China se adelantaron a la primera revolución europea en dos mil
años. La vida en las ciudades se fortaleció en el mundo helénico por los siglos VII o VII AC y hacia el V
se había convertido en lo normal. La cultura griega se desarrolló en el marco de la polis, que se difundió
entre los etruscos y los romanos. Por su parte, la civilización romana y las ciudades.
A partir del siglo IV de nuestra era se inició la decadencia urbana y una segunda etapa de
crecimiento de las ciudades comenzó en el siglo X y culminó en el siglo XIII. Esta etapa sería la decisiva
durante mucho tiempo. Después, la vida urbana se estancó en el siglo XV y ni siquiera el siglo XVI
contempló una nueva reactivación del crecimiento urbano en el significado e importancia de las dos
anteriores revoluciones previas. Más bien fue un reducido número de emplazamientos urbanos los que
crecieron rápidamente (Amberes, Cádiz, Lisboa, París, Madrid y Ámsterdam) y lo que ocurrió en los siglos
XVII y XVIII fue un aumento muy lento de la vida urbana o incluso un estancamiento. No fue hasta el siglo
XIX, cuando se produjo una tercera revolución urbana, que nació el modelo de ciudades que hoy
conocemos. Era el fin de la ciudad de Antiguo Régimen.
Hubo un cierto grado de continuidad entre estas tres fases. Muchos asentamientos urbanos del
Imperio Romano sobrevivieron aunque con dimensiones más reducidas y sobre sus cimientos se
construyó la red de ciudades medievales y algunas de éstas llegarían al siglo XIX. Sin embargo, las
diferencias que hubo entre los distintos tipos de asentamientos urbanos hacen imposible formular,
excepto en términos muy generales, una definición de ciudad que pueda ser aplicable a los tres períodos
de desarrollo urbano. La dicotomía entre ciudad y campo no existía en la ciudad antigua, ya que la polis y
la civitas formaban un todo con su territorio adyacente, mientras que en la ciudad medieval la separación
de las murallas parecía fundamental. Hay, sin embargo, dos características comunes a las ciudades de
todas las edades: estaban construidas de un modo compacto y en ellas tenía una importancia relativa
actividades no-agrícolas. Albergaban artesanos, comerciantes y mercaderes, pero no hay que excluir a la
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
5
agricultura del conjunto de las actividades desempeñadas en ellas. Las polis griegas eran
predominantemente agrícolas y, con excepción de las ciudades más grandes, las actividades rurales
siguieron siendo importantes y a veces dominantes en las ciudades medievales.
Una recapitulación (VRIES, 1987 en quien nos hemos basado) muestra cómo las funciones de las
ciudades cambiaron a través de la historia y quizá este sí haya constituido un hecho distintivo (véase
igualmente a POUNDS, 1981, 2005 y su obra en la NEW CAMBRIDGE, 2008). El elemento central de la
civitas era ser símbolo provincial de Roma, sede de gobierno local de culto imperial y de residencia de la
nobleza. Si no tenía estos atributos se convertía en una comunidad semi-rural. Lo distintivo de la ciudad
medieval fue la condición de la que gozaban sus ciudadanos. Otro aspecto importante es que las ciudades
medievales se convirtieron en un indicador de la historia económica medieval por su carácter de puntos de
convergencia comerciales y centros de manufactura. Este carácter comercial estuvo asociado en gran
medida a la conformación propia de la características de lo urbano, ya que implicó la existencia de un
grupo con intereses definidos, con instituciones propias y en un proceso de conformación de una cultura.
LOS ORÍGENES DE LA CIUDAD MEDIEVAL Y LOS TIPOS DE CIUDADES
No obstante la unidad que parezca existir en las características de la ciudad medieval, no
podemos afirmar que haya existido un solo tipo de ciudad. La tipología no sólo es necesaria porque da una
idea de la variedad, sino también porque muestra cómo se complementaron. De allí la necesidad de
establecer alguno tipos de las ciudades y cómo, al variar la composición de algunos de sus elementos o
características, variaban las funciones urbanas.
En general, hay un acuerdo en la historiografía en que se pueden diferenciar, geográficamente,
dos tipos de ciudades: las del mediterráneo y las de Europa noroccidental. En las primeras,
especialmente en el caso de las italianas, hubo una continuidad urbana (Amalfi, Venecia, Rávena por
ejemplo) y una la continuidad de funciones específicamente urbanas, entre ellas el comercio, que a su
vez estaba muy influenciado por consideraciones políticas dadas las relaciones con el Imperio Bizantino.
El desarrollo urbano italiano se debió en gran medida a la fragmentación de buena parte de Italia en
ciudades-estado. En cada uno de estos, la ciudad central tendió a aumentar su hegemonía limitando el
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
6
crecimiento de las restantes poblaciones de su comarca circundante. En cambio en el norte de España, y
en gran parte de Francia y Renania, la vida urbana quedó interrumpida, aunque en algunos casos no
totalmente abandonada. Ahí, a partir del siglo X ocurrió un resurgimiento urbano. En él, las instituciones
eclesiásticas funcionaron algunas veces como conexión y estructura, lo que explica, por ejemplo, el rígido
control a que fueron sometidas durante su renacimiento varias ciudades del norte de Francia. Muchas
ciudades fueron binarias, con dos núcleos distintos: uno de origen romano (administrativo y eclesiástico),
el otro altomedieval (comercial).
Con todo, se puede decir que las ciudades del siglo XI fueron muy heterogéneas. Se podría
caracterizar por tener un número relativamente grande de habitantes que vivían en proximidad,
fundamento en su caso de lo que sería la parroquia, y que se ganaban la vida sobre todo de oficios
especializados, en el intercambio y en otros servicios más que de una agricultura exclusiva. Muchos fueron
asientos de autoridad y llegaron a desarrollar una cultura cívica. Estos asentamientos variaban mucho en
tamaño, grado de especialización, su infraestructura y en su densidad. La heterogeneidad ha obligado a
estudios especializados y referencias específicas sin embargo en este renacimiento urbano del XI parece
haber tenido una gran importancia dos elementos: el desarrollo del comercio y la atracción religiosa como
centros de peregrinación y como sedes de emplazamiento de instituciones religiosas (NEW CAMBRIDGE,
2008, vols. 4.1 y 4.2).
Las ciudades leonesas y castellanas, de acuerdo a Gautier Dalché (1979), compartieron con
todas las aglomeraciones urbanas del Occidente medieval un cierto número de características. Eran
lugares cerrados y separados de la llanura. Se dividían en barrios muy individualizados que casi siempre
correspondieron a la división parroquial. Artesanos y comerciantes se agruparon de acuerdo al oficio y
comercio que ejercían. La ciudad frecuentemente rebasaba sus murallas, conteniendo en su prolongación
suburbios. Finalmente, una parte más o menos extensa del campo circundante dependía, desde el punto
de vista administrativo y económico, del centro urbano.
Hubo ciudades que no se derivaron de establecimientos romanos. En realidad la mayoría fueron
ciudades nuevas que se desarrollaron - principalmente a partir del siglo XI- alrededor de un núcleo
primitivo, que podía ser un monasterio o un castillo en torno al cual primero se formaba una comunidad
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
7
rural: primero se otorgaba el permiso para la celebración de un mercado en el pueblo y ello debía de ir
acompañado o seguido de la concesión de ciertos privilegios. De este modo, la población se convertía en
términos legales en una ciudad, aunque sus funciones urbanas no pasasen de celebrar poco más que un
mercado semanal. El otorgamiento de la carta de población como tal era, generalmente, el intento del
señor de apoderarse de los impuestos derivados del mercado, de rentas y de los beneficios de los
tribunales que, con toda seguridad, habría que establecer en la ciudad. Luego venía la corporativización
en esta pequeña comunidad de atributos urbanos, que ocurría antes del desarrollo de funciones
estrictamente de la ciudad.
Cuando los asentamientos se desarrollaron a partir de un núcleo preurbano (siglos X-XII),
basaron su existencia en el comercio, que se constituyó en una de sus funciones primarias, pero fueron
adquiriendo otras: se convirtieron en centros de producción de manufacturas artesanales, lugares donde
se realizaban transacciones financieras y centros de la administración secular y eclesiástica. Hasta cierto
nivel también, atrajeron hacia ellas a la clase rentista. Sin embargo, ninguna ciudad se aisló totalmente de
la producción agrícola circundante. Algunos burgueses estaban estrechamente relacionados con la
producción agraria e invertían en ella.
Las ciudades se pueden diferenciar por su relación con el exterior: hay ciudades que dependen y
venden casi exclusivamente en un entorno inmediato, otras se vincularon con un comercio a larga
distancia. No obstante que las combinaciones de ambos tipos existieron, esta distinción puede mantenerse
para un análisis formal. El primero de estos tipos se presentó sobre todo en Germania, más allá del Rhin.
Se trataba de ciudades con un radio de fuerte influencia a unas 4-5 horas de camino en el Occidente y de
6-8 en el Este. Al segundo corresponden ciudades como las de Italia y las de los países Bajos con un
crecimiento mucho más acelerado. Allí los mercaderes favorecieron el establecimiento de artesanos y otro
tipo de trabajadores capaces de cubrir la demanda que generaba este tipo de comercio que era de mayor
volumen y rapidez que en las ciudades dedicadas principalmente a su entorno.
LO URBANO EN LA CIUDAD BAJO MEDIEVAL
Se pueden generalizar ciertas tendencias en la ciudad bajo medieval en cuanto a sus características
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
8
urbanas:
a.-La variedad de funciones de una ciudad estaba en relación directa con su tamaño. En las de menor
población era más importante la agricultura y otro tipo de producción sólo cubría un corto radio a su
alrededor. En las ciudades de mayor número de habitantes y por lo regular más densamente pobladas, se
desarrolló una manufactura especializada dedicada a un mercado mayor y más variado y se podían
encontrar mercaderías de lugares lejanos y desarrollaron sector terciario mayor que en las del primer tipo.
Había también, entre ambos tipos de asentamientos urbanos, otros intermedios.
Las funciones no-agrícolas en las ciudades atraían dinero, y un gran número de vendedores
minoristas y sirvientes. También requirieron de ciertas especializaciones que fueron un incipiente apoyo
institucional para el desarrollo del comercio como los notarios y escribientes, ayudantes con cierto tipo de
conocimiento y posteriormente corredores y cambistas estrechamente asociados o confundidos con los
mercaderes. Como los productos de una ciudad se vendían en un área relativamente grande, los costos
de transporte fueron más importantes que los de una ciudad pequeña. En algunas de estas ciudades se
desarrolló alguna especialidad, por ejemplo paños, que contaban con una demanda más o menos
constante de mercados lejanos;
b.- Las instituciones eclesiásticas y sus actividades desempeñaron un papel también importante en la
atracción hacia las ciudades. Una de las primeras fue el establecimiento de cementerios en ellas, símbolo
de buen morir. Un especial atractivo, y de más larga distancia, tuvieron los santuarios. Finalmente, la
capacidad de atracción de las órdenes de frailes mendicantes podría servir de índice de la importancia de
las ciudades medievales. Casi todos los conventos eran urbanos; se fundaban como respuesta a las
necesidades espirituales urbanas. Con la integración de conventos de mujeres se hicieron más estrechos
los lazos de las familias con la Iglesia y se enriqueció la cultura urbana;
c.- Las instituciones eclesiásticas estimularon el mercado urbano. Es cierto que muchos monasterios se
abastecían de sus propias huertas y tierras de productos agrícolas que necesitaban. Pero seguramente no
de todos ellos y es probable que hubiera una demanda marginal fuera de su producción. También se
debieron vender sus productos agrícolas no consumidos en el mercado local. Por otra parte las
instituciones religiosas dependieron de servicios urbanos con una mayor urgencia: albañiles, vidrieros,
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
9
metalúrgicos relacionados con la construcción y mantenimiento de sus edificios, iglesias y propiedades
urbanas que fueron adquiriendo para proveerse de rentas. Además las instituciones clericales también
necesitaron de personal como sirvientes, cargadores y proveedores. La importancia que adquirieron las
instituciones eclesiásticas en la vida económica a partir del año 1000, ha sido resaltada en recientes
investigaciones (véase la edición de un coloquio con esta temática en AMMANNATI, 2012);
d.- Dada la gran importancia que para los asentamientos urbanos tenía la inmigración campesina, relación
ciudad –campo tenía un dinamismo que las fue vinculando, sobre todo en determinadas coyunturas
cuando ambas partes constituían un todo. Es cierto que, especialmente en Italia, la ciudad conquistó y
sometió a su condado pero también lo sedujo a través de la inmigración. Esta relación tuvo correlaciones
cambiantes. Por ejemplo, hasta c.1280, en la mayor parte del mundo cristiano la ola de prosperidad
urbana imantó al campo. Pero después, en especial a partir de 1330 - y de forma más desesperada con la
peste de 1348- la civilización urbana entró en crisis. En cierto modo, la ciudad fue ruralizada. Retomaría
de nuevo la dirección en el transcurso del siglo XV pero con dos cambios: el elemento más activo y
dinámico fue la pequeña ciudad y no la grande. Una red de ciudades de pequeño y mediano tamaño se
extendió. Las pequeñas ciudades, desde otro punto de vista, eran grandes pueblos. La otra novedad fue
que la ciudad quedó integrada en estados territoriales, unas veces siendo absorbidas por ellos, o (como
sucedió en Italia) extendiéndose hasta las dimensiones de la ciudad-estado. Fue la edad de oro de los
gremios, el período de los grandes mercaderes y de importantes confraternidades que serían de gran
importancia en la definición del rostro urbano de las ciudades de la Era Moderna (véanse los trabajos
recopilados por ejemplo en TERPSTRA, 2000, para Italia). Pero el estado había tomado el bastón de
mando que antes enarbolaban las ciudades y se impuso la tarea de diseminar sus modelos;
e.- Las calles de muchas ciudades feudales raramente eran rectas y servían de unión de espacios
irregulares que hacían las veces de mercados. Excepto en las ciudades nuevas, estos espacios no eran
sino reminiscencias de los pastos de la aldea. En la plaza central estaba frecuentemente una iglesia
parroquial o, en caso de las sedes episcopales, la catedral;
f.- Pocos datos tenemos sobre las viviendas medievales norte-europeas. En su mayoría eran de dos
plantas y ocasionalmente de tres. Se alineaban a lo largo de las calles, una al lado de otra, con un
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
10
pequeño patio en la parte posterior. A menudo en las plantas bajas se encontraban las tiendas y los
talleres, como en el caso de las tabernae romanas. En París, a partir de mediados del siglo XIII, se
generalizaron las edificaciones de tres plantas y e en Génova, reconocida como una ciudad de una
densidad altísima, las casas a veces se alzaban a siete plantas. Pocas fueron las casas en las ciudades
grandes que pudieron conservar grandes zonas de huertos hasta finales de la Edad Media. Los huertos
que en un tiempo ocuparon las partes posteriores de los edificios en las grandes ciudades, con el tiempo
se fragmentaron y edificaron. Lo que se debe resaltar es que para tomar todas las decisiones dentro de un
espacio limitado como era la ciudad, hubo desde el inicio, la necesidad de contemplar el emplazamiento y
tener una percepción espacial para adaptar cambios. La organización del espacio fue un punto clave para
la definición de lo urbano;
g.- En las principales ciudades medievales y de mayor tamaño la diferenciación y desigualdad social se
acentuaban más. Rápidamente se desarrolló una especialización espacial interna. Los trabajadores se
agruparon en algunos oficios por calles o secciones. En París los mercaderes y pañeros se encontraban
en los barrios donde vivía la gente rica que constituía su clientela. A los prestamistas y joyeros también se
les encontraba en la misma área.
LA CIUDAD Y LA PERCEPCIÓN DEL ESPACIO
En la concepción de lo urbano desempeñó un papel fundamental una percepción espacial de la
organización social que se puede analizar en la relación ciudad-campo, es decir desde dónde estaba
ubicada una ciudad, en qué encrucijadas viarias, cerca de qué recursos naturales, con cuáles
características de emplazamiento, y en relación a su visión interior de desarrollo, su organización interior,
aspecto ya esbozado en el punto anterior.
Aunque desde la Alta Edad Media la ciudad expresó una percepción y organización del espacio
singular (LOSEBY, 2011) no existía un antagonismo, propiamente dicho, entre ciudad y campo sino entre
un mundo cultivado y habitado (campo y ciudad) y lo cultivado y salvaje, es decir el bosque. En el
ambiente eclesiástico entre los mundos urbanos y eremítico era también fundamental (monasterio en
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
11
medio del bosque), en lo que algunas veces derivó en asociar la naturaleza urbana como un ámbito no
propicio para la religión. Pero hay que considerar que en la Alta Edad Media el monasterio muchas veces
fue, en el fondo, una nueva clase de ciudad, tal como lo ha propuesto por Mumford (1966). Además, en
varias ocasiones las ciudades medievales tuvieron su origen en un monasterio. La ciudad medieval
conservó ciertos rasgos del modelo urbano monástico, rasgos que a menudo constituyeron límites,
dificultades a su expansión.
En un inicio, cuando la zona de atracción de la mayoría de las ciudades medievales era muy
limitada, la ciudad medieval estuvo impregnada por el campo, ya que en realidad la mayoría de sus
habitantes eran en realidad campesinos y el folklore urbano era en realidad el del campo.
A partir de los siglos XII y XIII hubo una profunda alteración. La ciudad siguió siendo un centro de comercio
pero en este momento pasó a ser especialmente un centro de producción de bienes, de ideas y de
modelos culturales y materiales. Las ciudades tomaron la iniciativa en todo. Entre ciudad y el campo se
desarrolló un diálogo entre ahorrador y despilfarrador. Esta fuerza impulsora de las ciudades, nadie la
comprendió mejor en su tiempo que los superiores de las nuevas órdenes mendicantes -franciscanos,
dominicos, agustinos y carmelitas- que se enraizaron en el centro de las ciudades. La tradición monástica
dio un giro de la soledad o presencia en un medio más estimulante. Humberto de Romans -general de los
dominicos entre 1254 y 1236- proporcionó tres razones por las que los frailes se inclinaran por las
ciudades para su apostolado: 1- Predicar en la ciudad era más provechoso porque había más gente, 2.-La
predicación era más necesaria en las ciudades porque en ellas era la moral más laxa y 3.- A través de las
ciudades la predicación influiría sobre el campo pues éste siempre intentaba imitarla. De manera similar
san Alberto Magno, también dominico del siglo XIII, comentaba que se comparaba a los doctores de la fe
con una ciudad; porque como ella, proporcionan seguridad urbanidad, unidad y libertad
La ciudad modificó el entorno urbano con su demanda, especialmente con el comercio de telas y
la construcción. Con el comercio, las ciudades recuperaron un poder monetario que ya habían tenido en la
antigüedad. El dinero se convirtió quizás, una vez más, en el símbolo de la prosperidad urbana. La
acuñación de monedas de oro llegó a ser, un orgullo municipal.
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
12
La ciudad medieval marca un paso importante en la evolución del deseo de seguridad que fue
esencial en la historia de los sentimientos comunitarios, de identidad y de seguridad. La confianza se
expresaba en toda una serie de prácticas normativizadas y que fueron consideradas como civilizatorias.
Además desarrolló también un conocimiento técnico especial que tuvo que ser aceptado por la comunidad
como el control y la reglamentación de pesos, medidas y monedas.
La ciudad implicó una percepción y una organización del espacio. En primer lugar, al menos
desde el siglo XII, se concibió más marcadamente como un microcosmos relativamente autosuficiente:
ciudades rodeadas de murallas y divididas en cuatro cuartos (quartiers) por las cuatro calles principales -
de modo semejante a Roma- que representaban las cuatro partes del mundo. El plano cuadripartito,
(Londres, Copenhage y en varias ciudades de la Alemania del siglo XII) alcanzó su edad de oro en el siglo
XIII: en el centro de la ciudad, en el punto de intersección del quadrivium, generalmente había una plaza
en la que se hallaba el tribunal de justicia, la picota, la fuente y el mercado; las funciones judiciales y
económicas de la ciudad, que constituían aspectos esenciales de su cultura.
En la percepción del espacio en el que estaba ubicada la ciudad y sus lugares internos dieron
curso una organización singular. En primer lugar el entorno se moldeó a las necesidades urbanas y hubo
un ordenamiento del área circundante (por ejemplo en algunas partes los viñedos y otro tipo de producción
para el consumo urbano). En su interior la ciudad realizó cierto orden, que se expresó en la creación de
varios espacios fijos, sobre todo en las plazas, para un propósito comunitario (palacio municipal o donde
se reunía la asamblea general), para una función económica (plaza del mercado), o para una función
religiosa de algún nuevo tipo (por ejemplo, para que predicasen en ella los frailes de las órdenes
mendicantes, que solían hacerlo al aire libre y frente a sus iglesias). La estética y la perspectiva se
desarrollaron como fenómenos urbanos y los lugares comenzaron a tener cierto valor social: cuando en el
mundo rural feudal estaba más ligado a las personas que a las casas, en el mundo urbano confinaba a la
sociedad dentro de ellas y sirvió para una identificación mutua entre la familia, la casa y la calle. Pero con
ello también surgió un nuevo tipo de paria: "el hombre sin casa ni hogar", ya que se excluyó al vagabundo
y al indigente pero no en sí al forastero. Otro rasgo importante de la ciudad que aparece unido a la casa
es el de la familia lineal, que vino a sustituir al grupo de amigos de sangre. Una segunda base fue la
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
13
solidaridad familiar y, como "un tercer círculo protector", los bienes y los parientes. Estas características,
el hombre sin hogar, la familia y la hermandad, darán lugar al ejercicio de la piedad, fenómeno
básicamente urbano en la medida que sus objetos y actitudes forman parte de las implicaciones de la
estructuración de su vida cotidiana.
El terreno interior de la ciudad jugó un papel importante en la nueva economía y está asociado con
la aparición de las clases urbanas .Por lo general, los habitantes de las ciudades se establecieron en
terrenos que pertenecían a un señor a quienes pagaban renta por su ocupación, una especie de tenencia
que se describía como una posesión libre, en una tenencia urbana. Después "desapareció" la renta
pagada por los terrenos convirtiéndose en alodios urbanos, en algunos lugares esta tenencia burguesa
estuvo ligada a la promesa del nuevo ciudadano de dedicarse al comercio. El nuevo propietario podía
vender su casa, arrendarla o empeñarla como garantía de un préstamo a corto plazo. Eran los orígenes
del endeudamiento de las propiedades urbanas - casas y lotes- que se iría a mantener como una
constante durante varios siglos. También podía - y éste parece ser el fin más común al que se dedicaron-
cargar sobre su tenencia una nueva renta. Y éste vino a ser uno de los medios principales con que el
mercader podía adquirir el capital necesario para su tráfico. Por el contrario, la adquisición de rentas que
pesaban sobre la propiedad vino a ser el método común de inversión para cada individuo o corporación
que asegurase una renta fija y firme de un capital. El mercado de crédito fue provisto primariamente de
fondos por las familias de mercaderes que se retiraban del comercio después de haber hecho fortuna, y
por instituciones religiosas y de caridad.
EL DINERO Y EL CRÉDITO EN LOS CAMBIOS DE LA BAJA EDAD MEDIA
En el siglo XI hubo una revolución general en la organización de la sociedad con base en la ciudad. El
mercader se pudo comparar con el guerrero. Poco a poco se desarrolló una cultura urbana, especialmente
derechos de propiedad individual, conceptos de riqueza y pobreza. La conceptualización de la forma de
distribución de los bienes complementó y no contradijo a la ley natural. En este esquema, la pobreza daba
la oportunidad de ejercer la virtud y sólo era virtuosa cuando se aceptaba voluntariamente. A los teólogos
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
14
les importó los métodos de adquirir la riqueza que debía ser compatible con hecho ordenador al bien
común, el comercio en sí mismo no estaba prohibido sino las injusticias y vicios a los que daba origen. Por
ello estuvieron atentos a los métodos e instrumentos del comercio, a sus fuentes legítimas, al proceso de
los intercambios y de fijación de valores. Los métodos estaban representados por los pactos y los
contratos, declarando culpable de falsedad a quien no los cumpliera y dignos de sanción. Esta actitud
favoreció sin duda alguna a la confianza, factor fundamental para el desarrollo del crédito. El instrumento
necesario para los pagos fue el dinero. Aunque dependía de cada soberano asegurar su producción, a la
Iglesia correspondió la preocupación moral en cuanto a los cambios en su valor.
La determinación del valor de las mercancías fue resultado de acuerdo a la necesidad de los
consumidores, es decir de acuerdo a la demanda. La economía de la Edad Media estuvo basada mucho
tiempo en la familia, que a su vez estaba regida por el derecho de la Iglesia, que fijaba las condiciones de
nacimiento, gobierno y sucesión. Por ser indisoluble y monógamo, el matrimonio cristiano aseguraba una
serie de unidades estables y unificadas para la economía y daba el marco natural para aumentar la mano
de obra en el hogar. Al favorecer la propiedad conjunta de marido y mujer, y con su insistencia sobre la
dote, la Iglesia determinó las bases económicas de la familia. Al declarar las necesidades de la familia
mediante las normas sobre los precios, los teólogos hicieron que el valor de las cosas dependiera del
volumen del hogar. El problema era impedir los excesos .En cuanto a las disputas sobre el cambio de valor
de la moneda en las transacciones, las opiniones sobre el valor intrínseco en los intercambios se impuso al
nominalista.
Según Spufford, a quien principalmente retomamos en esta recapitulación (SPUFFORD, 1991),
los cambios en la disponibilidad y empleo del dinero son claves para explicar la estructura de la sociedad
rural y urbana medievales. A veces se subvaloraba el uso del dinero en el campo pero hay que considerar
que el campesinado pagaba diezmos e impuestos, rentas y contribuciones, y diversas multas en metálico
además de estar atrapado en la red del crédito rural. Al menos desde la Edad Media, la oferta monetaria
no sólo está conformada por las monedas mismas, ellas fueron sólo una parte de la oferta ya que desde
la Alta Edad Media se utilizaron como moneda otros diversos objetos, no sólo metal preciosos sin
amonedar, o mercancías valiosas, como pimienta, sino también por muestras sin valor intrínseco, como
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
15
pequeños trozos cuadrados de paño de una forma particular. Desde los siglos XII y XIII las monedas
estaban complementadas, en algunas regiones de Europa, por valores de deuda pública y depósitos
bancarios. Eran transferibles mediante entradas en los libros del banco o de los empleados del monte
(deuda pública de las ciudades) mediante letras de cambio, y desde el siglo XIV, mediante cheques. El
crecimiento de la deuda pública, principalmente entre acreedores que vivían dentro de las ciudades, y su
naturaleza de largo plazo, obligó a llevar los registros más pormenorizados, libros de becerro donde se
concentraba el estatus de las propiedades hipotecadas y de los acreedores, tal como ha sido mostrado
para el caso de una ciudad en Cataluña (ARAU, 2010). Este tipo de registros se extendería para todo tipo
de deudores a inicios de la Era Moderna, mediante el registro de los “libros de censo” que se llevaban en
cada ciudad.
Uno de los cambios más importantes del uso del dinero fue la revolución en las rentas, el cambio a
pago de las rentas preponderantemente en dinero, desbancando a las rentas en trabajo y en especie. Pero
hay que tener en cuenta que aunque muchas veces el inicio de estos cambios tuvo su origen en una
iniciativa del señor feudal, no era posible que esta transformación fuese plena sino hasta que existiera un
mercado y dinero que el campesino pudiera obtener vendiendo sus productos. Este tipo de pago significó
una carga más pesada para muchos campesinos. Los riesgos de las malas cosechas y los bajos precios
eran ahora asumidos por los dependientes que regularmente sólo disponían del excedente exclusivamente
para sus pagos. Cuando llegó el incremento de plata del siglo XIII el problema central para los rentistas fue
la presión inflacionaria, derivada de la presión poblacional sobre los productos agrícolas, de la disminución
del contenido de plata en las monedas y quizá, en lugares como Inglaterra, de la existencia de una mayor
cantidad de plata de la que la economía podía absorber. Esto se tradujo en una disminución real de las
rentas en dinero. Los señores trataron de defenderse de ello de diversas formas. En Inglaterra algunos de
ellos trataron de recuperar sus reservas arrendadas, contrataron a trabajadores a sueldo y exigieron
servicios en trabajo sólo estacionalmente. En Toscana, en el siglo XIII los arrendamientos a largo plazo
fueron sustituidos por arrendamientos cada vez más breves, ajustando la renta. Finalmente, lograron
compartir los beneficios de precios altos con contratos de mezziardía (medieros). Parece sorprendente
que las rentas, y sobre todo las tasas de interés, hayan permanecido con tan poco margen de variación sin
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
16
haber mermado constante y significativamente a la clase rentista. Por el contrario el rentismo se afianzó
como una forma de enriquecimiento. Esto nos lleva a presuponer a que existieron varias formas por las
cuales la clase rentista pudo crearse y mantenerse en un período tan extenso.
La iniciativa señorial de exigir las rentas en dinero formaba parte de una total revolución de las
actitudes hacia el dinero. De la misma forma que la tierra de cultivo dejó de considerarse como simple
fuente de productos de consumo y pasó a verse como fuente de dinero, otros recursos iban a considerarse
en función del dinero que podían producir, como los bosques, por ejemplo.
La mayor disponibilidad de dinero en manos de campesinos ricos y señores hizo posible el
establecimiento de impuestos directos en dinero en escala mucho mayor a todo lo intentado en la
antigüedad. Esto significó el fortalecimiento del poder político de la ciudad, especialmente de las capitales.
En el siglo XIII la carga de los impuestos directos sobre el campo era con frecuencia mucho mayor que la
de los impuestos indirectos sobre la ciudad. En algunos casos, esta excesiva carga impositiva era solo
parte de la explotación del contado por la ciudad. Los continuos préstamos de la ciudad al campo, y la
compra de rentas constituidas en el campo por los habitantes de la ciudad, sólo empeoraban la situación.
Sólo cuando los gobernantes tuvieron dinero en forma regular, pudieron pagar a los caballeros y
funcionarios en dinero en lugar de tierra. La existencia de rentas en dinero regulares y adecuadas hizo
posible una revolución en el gobierno de los estados. Las necesidades monetarias y financieras
propiciaron entonces la desateurización, para pagar mercenarios en Francia. Una vez que hubo un
volumen suficiente y regular de rentas en dinero y que la Banca estuvo bien establecida, los gobernantes
pudieron utilizar sus rentas como garantía de préstamos. Esto también trajo implicaciones espaciales.
Los gobernantes no tuvieron que residir forzosamente en un lugar cercano a la producción de sus
dominios y pudieron permanecer durante largos períodos con sus cortes y administradores en ciudades
que se convertirían en capitales regionales. Otros grupos señoriales disfrutaron también de esta libertad y
llevaron consigo sus rentas rurales a la ciudad o esperaban a que su dinero se les remitiera. Además
algunas grandes ciudades obligaron a la nobleza del condado a gastar cierta proporción dentro de sus
murallas. Las solemnes casas-torres de la nobleza y después los primeros palacios. El impacto que sobre
el mercado tuvo la demanda señorial de servicios, ejército y servidores incrementaron la demanda urbana.
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
17
Junto a la revolución comercial hubo cambios en las formas de financiamiento y crédito. La
asociación y financiamiento, que por lo regular se constituían para solo un viaje, adoptaron formas más
permanentes y duraderas. Se extendieron las sociedades y las participaciones pudieron transmitirse sin
romper la sociedad mercantil, donde frecuentemente una familia formaba el núcleo principal. El
comerciante sedentario de la ciudad se convirtió en un gestor responsable ante sus accionistas, a veces
llegando a ser el socio que sólo aporta el capital y su administración. Instrumentos del crédito y del
comercio también se desarrollaron: la correspondencia comercial se extendió, la contabilidad se hizo más
compleja y se desarrolló una infraestructura vial. Otra consecuencia de la regularidad y magnitud del
tráfico fue el desarrollo de la confianza recíproca entre los comerciantes internacionales, y entre estos y
sus proveedores y clientes. A partir de esa confianza podían realizarse ventas a crédito entre puntos
distantes y en cantidades considerables, incrementando así la cantidad de dinero. Esto hizo posible el
nacimiento y desarrollo de la letra de cambio, cuya forma definitiva se alcanzó en el siglo XIII, sus
antecedentes al menos tenían un siglo, con las firmas de cierto tipo de contratos notariales. La letra de
cambio ahorró esfuerzo y tiempo del transporte y permitió enviar y recibir cantidades en un solo lugar: la
ciudad. Se extendió su uso hasta el punto de que los tipos de cambio con relación al oro y la plata no
representaran otra ventaja mayor al de la letra. El uso de este instrumento fortaleció el dominio económico
de ciertas plazas, sobre todo las de peso en el comercio internacional, y creó una red entre las ciudades
involucradas en las transacciones. Además de los comerciantes, la letra de cambio comenzó a ser
empleada para todo tipo de transacciones en dinero (recaudadores de impuestos y todo tipo de pagos). A
comienzos del siglo XIV una gran parte de los pagos normales entre esa red de ciudades se hacía con
letras de cambio, aunque los pagos internacionales ordinarios finales continuaron siendo en metálico.
En el siglo XIII, la banca local se desarrolló a la par que la internacional. En algunas de las
principales ciudades comerciales los cambistas ampliaron sus actividades del simple cambio a la
recepción de depósitos y más adelante, a la transferencia de cantidades de una a otra cuenta, a
instrucción de los depositantes. Esto llegó a incluir transferencias entre cuentas de distintos bancos de la
ciudad, lo que presuponía que los banqueros tenían cuentas en otros bancos. Así surgió la interrelación de
los sistemas financieros. El principal de ellos estaba en Florencia, que tuvo hasta ocho bancos a inicios del
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
18
siglo XIV. Esto permitió que muchos pagos se pudiesen hacer por medio de los bancos y los cheques
suplantaron a las anteriores instrucciones al respecto. Además de estas negociaciones, a través de
cuentas corrientes, por las que los bancos no pagaban intereses, las instituciones financieras abrieron
cuentas de depósito con interés. Eran adecuadas para cantidades de dinero que no se requerían durante
varios años, por ejemplo, las dotes de huérfanas y otras obras pías, que el banquero podía invertirlas en
empresas a largo plazo. Es muy posible que esto haya también sido el sustento económico y base para la
fundación y rentabilidad de las obras piadosas. Estas prácticas hicieron que se generara una legislación
para proteger a quienes las usaban. Las bancas locales e internacionales llegaron a relacionarse e
incrementaron nuevamente la oferta monetaria. La importancia de estos grupos urbanos, muchas veces en
un principio iniciados como cambistas y cobijados a veces con una cofradía o hasta un gremio,
rápidamente se asoció a un patriciado y con el establecimiento de fundaciones pías, como ha sido
mostrado en el caso de la ciudad de Santiago de Compostela en los siglos XII-XIV (GONZÁLEZ ARCE,
2007)
A pesar de que frecuentemente se ha hablado de que fue la escasez de moneda lo que originó el
desarrollo del crédito y de los medios de pago, hay que considerar que esta escasez fue relativa ya que el
dinero bancario y otros componentes se desarrollaron donde la oferta monetaria era muy abundante no
donde era escasa . La plata extraída de Europa terminaba básicamente en Asia, una parte importante se
concentraba en las grandes ciudades comerciales. Fueron los intermediarios de esas ciudades quienes
obtuvieron los mayores beneficios y elevaron más el valor de los productos que pasaban por sus manos.
En consecuencia era en sus ciudades, y en algunas zonas de producción primaria, como la Inglaterra
productora de lana, donde se concentraban las mayores acumulaciones de plata. Por tanto, sólo en un
número limitado de ciudades, fundamentalmente del norte de Italia, el dinero alcanzó un grado de
desarrollo adecuado para el desarrollo de la banca comercial. La concentración y desarrollo dinerario y
comercial llevaron a cabo un cambio cualitativo. Entre las consecuencias naturales de esa revolución en
el uso del dinero y las mayores posibilidades de inversión productiva estuvo un cambio radical de las
actitudes hacia el préstamo. Mucha riqueza se movilizó para ser invertida. En lugar del atesoramiento
encontramos un fenómeno contrario, por ejemplo grandes comerciantes genoveses que en siglo XIII, al
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
19
morir, tenían menos del 7% de sus bienes en moneda y el 46% estaban invertidos en empresas
comerciales de otros. Además se encuentra también que muchos pequeños inversores confiaron
pequeñas cantidades a comerciantes mayores. Esto hizo que se movilizaran grandes cantidades de
dinero. Cuando los préstamos comerciales se convirtieron en elemento ordinario de la vida económica del
norte de Italia, los canonistas reelaboraron la doctrina de la usura para hacer aceptable el pago de
intereses en determinadas circunstancias. La clave de la nueva interpretación fue el argumento de lucro
cesante, el beneficio que el prestamista habría obtenido si se hubiera guardado el dinero para comerciar,
pero se privaba él prestándolo para que el prestatario pudiera utilizarlo en el comercio. El canonista
lombardo Enrique de Susa, conocido por Hostiensis porque llegó a cardenal obispo de Ostia, en
1271señaló que en el caso que un mercader, acostumbrado a invertir en el comercio para obtener
beneficios, le prestara, le estaría obligado a pagar intereses.
Una vez salvada la prohibición de cobrar utilidades, el capital dedicado préstamos fue
respondiendo más a la oferta y la demanda, aunque nunca hubo un mercado libre que fijara la tasa de
interés. En las ciudades del norte de Italia, donde había más oferta dinero, este tipo de rendimientos
cayeron. En Génova (1200) y Florencia (1211), los préstamos comerciales eran del 20% anual. Los
empréstitos personales y sobre la tierra estaban al mismo nivel. En la primera mitad del siglo XIV, en
Génova, se podían obtener al 7%, aunque solían ser mayores, en Florencia, la banca Peruzzi pagaba a
sus depositantes el 8% y cargaba un 2% más en los préstamos. En Venecia, en los años treinta del siglo
XIV, el banquero Cornario pagaba a sus depositantes entre el 5 y el 7%, y cobraba el 8% en los préstamos
a zapateros y artesanos. Las ciudades pagaron tipos aún menores en los préstamos forzosos pero tenían
que nivelarse al pedir voluntarios. En general se puede decir que las tasas de interés pasaron, en las
principales ciudades de Italia durante el siglo XIII, del 20% o más anual al 10% o menos. Con respecto a
los préstamos de obras pías, en el siglo XII los fondos que se dedicaban al comercio en Levante también
reportaban un 20%, pero con la caída bajaron a tal grado que en algunas ocasiones llegó al 5%. Quienes
manejaban la deuda pública, las ciudades y la realeza, desempeñaron un papel activo y trataron de limitar
la tasa de interés que pagaban. Esto fue muy claro a inicios de la Era Moderna cuando imperios como el
español, y no la Iglesia, fijaron una tasa de interés. Incluso ésta llegó a ser diferenciada, pagando una
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
20
tasa más alta en el Nuevo Mundo que en la península.
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
21
Aunque se fue conformando el mundo del dinero, éste tuvo un alcance muy delimitado. La
mayoría de los habitantes de las ciudades se alimentaban y se vestían con los productos de sus vecinos.
Incluso la minoría que poseía dinero dependía en sus necesidades fundamentalmente del campo
circundante. Únicamente en las ciudades mayores, como Venecia y Florencia, obtenían sus bienes
básicos de grandes distancias. La interacción entre ciudad y campo era mucho más importante que la
interacción entre una ciudad y otra. El incremento de la oferta monetaria puede no haber sido la causa
directa de la revolución comercial, pero fue una precondición. Sin embargo también hay que decir que el
aumento de una oferta monetaria afectó también al campo, aunque de manera estacional, al permitir a los
señores aprovecharse de las ventajas de una la población en aumento y de un excedente agrícola en sus
manos.
Como ya se ha señalado, uno de los cambios más importantes a lo largo del siglo XIII fue la
monetarización de la economía rural, pero el uso del dinero en el campo y la ciudad era muy diferente. Los
campesinos podían vender mucho, pero lo hacían generalmente a la vez, en una época del año de
acuerdo al producto. Luego venía el reflujo, puesto que los campesinos ricos pagaban a sus trabajadores y
todos los que tenían dinero compraban productos manufacturados (rejas de arado y otros productos de
hierro) y de lujo, productos urbanos o que, como la pimienta, que se distribuían a partir de las ciudades. En
esta segunda fase los préstamos funcionaron como una pieza clave. La nueva oleada de prestamistas
urbanos que se encuentra en Francia en el siglo XIII, judíos, cahorsinos o lombardos de Asti y esa zona,
atendía las devoluciones de los campesinos en momentos fijos del año. En Île de France los préstamos de
los judíos a los campesinos se devolvían por Todos Santos (1 de noviembre) según la ordenanza real de
1230. El cobro de impuestos como el diezmo y otros civiles, tenía lugar también en esta época. Esta
pauta de flujo y reflujo estacional, de acuerdo a SPUFFORD (1991) y nuevamente en coincidencia con la
periodización de la historia urbana, "continuó durante toda la era preindustrial". El modelo de empleo del
dinero en las ciudades era muy distinto, porque se utilizaba durante todo el año, aunque la naturaleza
estacional del empleo del dinero en el campo tuvo ciertos efectos. Aún así, el dinero se gastó con mayor
regularidad en la ciudad, los jornales se pagaban diario o a destajo, la naturaleza de la oferta urbana era
por piezas pequeñas (pan y no tanto el trigo, la carne más que animales enteros) lo que hacía de la urbe
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
22
un mercado regular. Los habitantes de las ciudades acostumbraban usar el dinero durante todo el año en
pequeñas transacciones. El dinero negro y, más tarde, las monedas de cobre solo eran realmente útiles
para uso urbano. El dinero blanco y la plata buena, sin embargo, podían utilizarse en la ciudad y el campo.
La moneda de oro era de uso casi exclusivamente urbano y generalmente era para ventas de una escala
mayor y no salía de la ciudad.
LA IGLESIA ANTE EL DINERO Y EL CRÉDITO
Uno de los grandes problemas de la Iglesia en la Edad Media fue el de establecer qué operaciones
económicas eran permisibles. La principal preocupación fue impedir la usura, que se definía, según la
tesis que Graciano recogió de San Ambrosio, como cualquier cosa percibida por el prestamista por
encima del capital prestado. Hay referencias a la prohibición usura en el Antiguo Testamento. Se prohibió
para el clero por el concilio de Nicea (325) y para los fieles por el Papa León I (440-461). Los Padres de la
Iglesia, justificaron esta prohibición por la caridad y el amor al prójimo y los emperadores cristianos
comenzaron a imponer limitaciones al tipo de interés. Esta tradición fue continuada por cánones
conciliares y decisiones papales: Alejandro III (1159-1181) prohibió las hipotecas y las ventas a precios
aumentados; Inocencio III (1198-1216) prohibió la falsa compra como disfraz de interés y Gregorio IX
(1227-1241) el “préstamo marítimo". Sin embargo la vida económica, los intereses eclesiásticos y el mismo
derecho exigían una relajación de estos principios al menos en ciertos casos. Se aceptaron pagos
adicionales cuando la causa no estaba relacionada con el espíritu especulativo, es decir una justa
compensación por pérdidas o daño emergente. La palabra interés parece haber sido acuñada por Azo, e
introducida en la terminología canónica por uno de sus discípulos, llamado Lorenzo de España. La glosa
común la tomó de Lorenzo y la hizo corriente en la terminología de su tiempo. Este interés tuvo su
justificación el daño emergente (damnum emergens) y el lucro cesante (lucrum cessans). La primera se
refiere principalmente a compensar por no pagar la suma en la fecha establecida, aunque se resistían a
aceptar que el interés se pagara desde el inicio del contrato, como avalaba la opinión romanista. Con
respecto a la segunda, el Hostiense fue el primero en admitir que la caridad obliga a compensar porque
obstaculiza los propios negocios del prestador. Esta tesis fue adoptada por la Summa de Asti; pero frente
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
23
a ella perduró una fuerte oposición de algunos teólogos hasta fines de la Edad Media. Los riesgos hicieron
también a las ganancias de los cambistas y de las sociedades igualmente válidas. A este orden de
transacciones pertenecía la anualidad, concebida y permitida como pago perpetuo mediante el cual se
enajenaba una propiedad (venta mediante censo enfitéutico). Esta operación era muy corriente en
regiones que disfrutaban del derecho consuetudinario y especialmente en las ciudades.
En cierta medida, el interés público de las ciudades permitía cierto tipo de préstamos forzosos
muchas veces con el gran riesgo de no ser reembolsado. En estos casos la Iglesia permitió, aunque no
fomentó, ciertos préstamos con interés. Como se ha planteado: ¿Por qué no había de intentar la Iglesia,
en provecho de los cristianos necesitados, hacer aquello que el interés público de la ciudad permitía
realizar? Con esta base los franciscanos establecieron las instituciones mutuas de crédito en los Montes
de Piedad. Dos concilios ecuménicos ratificaron esta institución, y los principios que la autorizaban
abrieron la puerta a unas transacciones más liberales.
No fue sólo este aspecto en el que se realizaron avances en torna a nuevas actitudes ante los
préstamos. LE GOFF (1989) ha señalado la vital importancia de los siglos XII-XIII al respecto. En la
medida que el avance del capital era irrefrenable y de las nuevas necesidades económicas, de las cuales
la Iglesia no estaba exenta, tuvo que crearse toda una mentalidad que permitiera la reconciliación de
estos factores, estamos ante la invención del Purgatorio y el fortalecimiento de la Iglesia como la gran
rentista de la sociedad.
CONSIDERACIONES FINALES
Existe una coincidencia entre el desarrollo de la historia urbana y el de la monetaria (y crediticia), al menos
en los términos en cuanto a larga duración se refiere. Parece que en los siglos XI-XIII se adquirieron
ciertas características propias, tanto urbanas como monetarias, que habrían de conservarse, en términos
generales, durante el Antiguo Régimen. Esta concurrencia se deriva en gran parte del carácter específico
de la ciudad medieval, que funcionó como un espacio de articulación espacial económica y como un
espacio interior -físico y cultural- con ciertas prerrogativas políticas capaz de otorgar la ciudadanía.
Las ciudades guardaron con el exterior cierto tipo de complejas relaciones ante las cuales se
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
24
definía. Por un lado no podemos negar los orígenes rurales de muchas ciudades, especialmente algunas
mediterráneas, donde la ciudad en un principio no fue sino una mera prolongación de la relaciones
sociales del campo. En un grado más avanzado se percibe cierta complentareidad. En primer lugar las
ciudades contienen a su alrededor un entorno rural muy apegado a ellas, los suburbios, que se fue
constituyendo en un elemento natural de estos emplazamientos. En segundo término, la relación entre el
entorno agrario de la ciudad, el campo propiamente, y el emplazamiento urbano ha servido para establecer
una tipología de las ciudades. Por último el renacimiento continuo de las ciudades sólo se puede entender
por la inmigración dadas las condiciones de mortandad existentes. En un tercer término está la importancia
que adquirió el comercio a larga distancia y la red de ciudades que se fue conformando en una cadena de
mercados, ferias y caminos. Las rutas marítimas y los ríos jugaron un papel importante en la conformación
de la ciudad como un lugar en el espacio vial, mercantil y natural que la ciudad se concibe. Entonces se
define como un espacio natural y como un espacio social propio.
El naciente poder económico, y después político, de las ciudades, especialmente de las capitales,
hizo que en ellas surgieran cierto tipo de instituciones. El desarrollo de las eclesiásticas urbanas resalta
como una de ellas e influyó decisivamente en la conformación de lo urbano. El establecimiento de la
caridad y piedad como instituciones básicamente urbanas, permitió el surgimiento de cierto tipo de
instrumentos, como los préstamos, que operaron a diferentes niveles. En el económico permitieron una
mayor subordinación del campo hacia la ciudad. Además permitieron emplear con mayor eficacia los
recursos dinerarios al complementar el uso estacional del dinero en el campo con los préstamos
otorgados y controlados por las ciudades y sus instituciones. De esta manera podemos afirmar que el
crédito tomó un cariz predominantemente urbano, ya que además permitió vivir a grupos citadinos de la
renta. Sirvió como un elemento catalizador de la economía e impulsó cambios en las actitudes mentales y
espirituales. Todo ello en un marco de ordenación espacial del que las ciudades eran una red y una
constelación en el espacio abierto que constituyó el mundo del siglo XIII.
Esta recapitulación nos parece que ha mostrado claramente al crédito asociado a las funciones
urbanas y a la Iglesia como una de las instituciones más importantes. A través de la cultura urbana, la
piedad se consolidó como una institución económica y social de primer orden. Esto permitió legitimar la
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
25
existencia de ciertos grupos, los mercaderes y otros oficios condenados, a la vez que fortalecer a una
multitud de instituciones eclesiásticas que surgieron en estos emplazamientos. El cruce entre lo ciudad, el
crédito y la Iglesia como organizadora de la piedad y la cultura urbana se expresó con la fundación de
catedrales medievales. Fueron una autoridad que hermanaba la Iglesia y la monarquía, un espacio público
abierto y un símbolo de salvación (DUBY, 1997). El estudio sobre la catedral de Saint Paul en el Londres
medieval (ROUSSEAU, 2011) muestra la importancia que en ellas tuvieron las capellanías, fundaciones
perpetuas para la salvación de las almas y a la vez fuentes de rentas clericales. De manera particular, las
investigaciones sobre las catedrales castellanas (LOP OTÍN, 2003) muestra también el impacto en el
medio urbano en el que insertaban.
Los estudios medievales muestran que las ciudades más importantes y que irradiaron una fuerza
territorial, fueron a la vez mercados y sobre todo centros de administración monetaria y crediticia por dos
vías: la de las instituciones eclesiásticas y la de los grupos de cambistas-banqueros. En las ciudades
novohispanas las catedrales fueron mucho menor en número y emplazadas en las capitales diocesanas de
un territorio mucho más extenso y en contraste no hubo un grupo de cambistas-banqueros, aunque
muchos comerciantes operaran mediante el crédito y llegaran a destinar parte de sus recursos para
realizar préstamos, nunca sin llegaron a especializarse en esta rama (CERVANTES BELLO, 2009).
También es notorio que en el Nuevo Mundo no existió tampoco una nobleza de peso social. En cambio en
Hispanoamérica el hecho colonial fue un factor de ordenamiento territorial fundamental bajo el cual se
desarrollaron las ciudades, las rutas mercantiles, los mercados y las instituciones eclesiásticas.
Podemos recapitular algunos aspectos del resumen que hemos hecho de algunos estudios sobre
la ciudad medieval para dirigirlo a nuestro objetivo particular, los orígenes compartidos con algunas
funciones y características de la ciudad de Puebla durante la era colonial. En realidad prácticamente sólo
las capitales episcopales pudieron contener algunos elementos, con las peculiaridades señaladas, que las
ciudades de Antiguo Régimen heredaron del Medioevo. En gran parte porque sólo en las ciudades
episcopales del Nuevo Mundo pudo concentrarse tres funciones de poder importantes:
1. El constituirse como asentamientos de autoridad de un orden político-religioso, que invistió al
poder real de una misión providencial y que fue la base de la legitimidad de la dominación
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
26
hispana;
2. La función económica de articular el mercado interior a una economía colonial, en ella el control
de la moneda de plata fue fundamental y las instituciones eclesiásticas fueron uno de los
principales elementos reguladores de los préstamos en moneda y del sistema de crédito en
general y
3. La generación de una auténtica cultura urbana donde las instituciones eclesiásticas
desempeñaron un papel de primer orden.
Los datos empíricos que hemos recopilado en diversas investigaciones nos han mostrado que en efecto,
en Puebla y otras sedes diocesanas se depositaron estas funciones. Es de nuestro interés que estuvieron
a su vez asociadas en la constitución de la ciudad de los Ángeles, como se le conoció en gran parte de la
era colonial, como un centro financiero y de organización del crédito. Este fue un elemento sustancial en la
conformación que la ciudad hizo de su territorio. Gran parte de su dinamismo estuvo vinculado a su
concurrencia o excentricidad con los caminos coloniales de la plata.
Fue en virtud de ser capital de la diócesis de Puebla, que una variedad de instituciones
eclesiásticas se establecieron en ella, vivificando su economía con su demanda de bienes, atrayendo
diezmos y rentas clericales de un amplio obispado hacia ella y generando una cultura urbana. Como
puede observarse estos elementos tuvieron ya sus orígenes en un modelo urbano común a una ciudad de
Antiguo Régimen y cuyos orígenes se puede descubrir desde un pasado muy lejano al que raras veces se
reconoce.
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
27
BIBLIOGRAFÍA
AMMANNATI Francesco (ed)
2012 Religione e istituzioni religiose nell’economia europea, 1000 - 1800/ Religion and Religious Institutions in the European Economy, 1000 - 1800, Firenze University Press, Florence [en prensa]
ARAU, Albert Martí 2010 “Governar el deute en temps de crisi: Castelló d’Empúries (1386-1421)”, Anuario de
Estudios Medievales, 40/1, enero-junio de pp. 129-179 ARMSTRONG, Lawrin David, Ivana Elbl, Martin M. Elbl (eds.) 2007 Money, Markets and Trade in late Medieval Europe: Essays in Honour of John A.
Munro. Leiden - Boston, Ed. Brill, 648 pp. ASSADOURIAN, Carlos Sempat
1983 El sistema de la economía colonial. El mercado interios, regiones y espacio económico. México, Nueva Imagen, 367 pp.
BARBER, Elionor G. 1975 "Valores fundamentales religiosos y morales" en La burguesía en la Francia del siglo XVIII. Madrid, Biblioteca de la Revista de Occidente, pp. 43-60
BRAUDEL, Fernand 1981 El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
México, FCE, 2 vols. 1984 Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII. Madrid, Alianza
Editorial, 2 vols. BRENNER, Robert
1988 "Las raíces agrarias del capitalismo europeo" en El debate Brenner. T.H. Ashton y C.H.E: Philipin (eds.) Barcelona, Península, pp. 224- 386.
CERVANTES BELLO, Francisco Javier 2009 “La Iglesia en la conformación del territorio. Reflexiones sobre el caso del obispado
de Puebla.” En Francisco Javier Cervantes Bello (coord.), Puebla: territorio y globalización. Variaciones sobre un problema. Puebla, BUAP, pp. 19-77.
DUBY, Georges 1997 La época de las catedrales, Madrid, Cátedra. FASOLI, Gina
1984 "Ciudad y feudalidad" en Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo. Pierre Bonnaise et al. Barcelona, Crítica, 215- 240 pp. FRYDE, E.
1972 "El crédito público: con referencia especial al noroeste de Europa" en Historia Económica de Europa, T III. M. M. Postan, H. J. Habakkuk (dir.), Madrid, Revista de Derecho Privado, pp. 547-704. GAUTIER DALCHÉ, Jean
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
28
1979 Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media (siglos IX-XIII). Madrid, Siglo XXI, 470 pp. GONZÁLEZ ARCE, José Damián 2007 “Los cambistas compostelanos, un gremio de banqueros pionero en la Castilla
medieval (siglos XII-XV)” en Medievalismo, núm. 17, pp. 85-120 HIBBERT, A.
1972 "La política económica de las ciudades" en Historia Económica de Europa, T III. M. M. Postan, H. J. Habakkuk (dir.), Madrid, Revista de Derecho Privado, pp.195-289. KONRAD, Herman W.
1992 "Urban Influences in the Formation of Colonial Mexico Agriculture" en La ciudad y el campo en la historia de México. Memoria de la VII Reunión de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos. México, UNAM, pp. 523-536.
KRUG, Frances Mary 1992 "The Indian Municipality within a Spanish Urban Context: Seventeeth
Century Puebla" en La ciudad y el campo en la historia de México. Memoria de la VII Reunión de Historiadores Mexicanos y
Norteamericanos.México, UNAM, pp. 59-68 LE BRAS, Gabriel
1972 "Concepción de la economía y sociedad" en Historia Económica de Europa, T III. M. M. Postan, H. J. Habakkuk (dir.), Madrid, Revista de Derecho Privado, pp. 705-731. LE GOFF Jacques
1989 El nacimiento del purgatorio. Madrid : Taurus, 251 pp. LOCKHART, James
1976 "Introduction " en Provinces of Early Mexico. Variants of Spanish American Regional Evolution. Ida Altman y James Lockhart , eds. Los Angeles, UCLA, pp. 3-28 1976a "The Center" en Provinces of Early Mexico. Variants of Spanish American Regional Evolution. Ida Altman y James Lockhart , eds. Los Angeles, UCLA, pp. 97-98. 1976b "Capital and Province, Spaniard and Indian: The Example of late
Sixteenth-Century Toluca" en Provinces of Early Mexico. Variants of Spanish American Regional Evolution. Ida Altman y James Lockhart, eds. Los Angeles, UCLA, pp. 99-124. 1992 "Complex Municipipalities: Tlaxcala and Tulancingo in the Sixteenth
Century" en La ciudad y el campo en la historia de México. Memoria de la VII Reunión de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos. México, UNAM, pp. 45-58.
LOP OTÍN, María José 2003 “Las catedrales y los cabildos catedralicios de la Corona de Castilla durante la Edad Media, un balance historiográfico” en La España medieval, Nº 26,
2003 , págs. 371-404
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
29
LÓPEZ, Roberto
1953 "An Aristocraty of money in the Early MIddles Ages " en Speculum LOSEBY, Simon T. 2011 “Reflections on urban space: streets through time Reflections on urban space:
streets through time”, Reti Medievali Rivista, 12 (1), pp 3-24 MANDROU, Robert
1974 "La agricultura al margen del desarrollo capitalista: el caso de los Fugger" en Agricultura y desarrollo del capitalismo. Sereni E.
et. al Madrid, Alberto Corazón, pp. 381-393 MARAVAL, José Antonio
1986 Estado moderno y mentalidad social. Siglos XV-XVII. Madrid, Alianza Editorial, 2 vols.
MARÍAS, Fernando 1989 El largo siglo XVI. Madrid, Taurus, 745 pp.
MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO, María del Pilar 2010 “La Iglesia y el crédito en la Nueva España: entre viejos presupuestos y nuevos retos
de investigación” en Ma. Del Pilar Martínez López-Cano, La Iglesia en la Nueva España. Problemas y perspectivas de investigación. México, UNAM, pp. 303-352.
MUMFORD, Lewis 1966 La ciudad en la historia : sus orígenes, transformaciones y perspectivas. Buenos
Aires, Infinito, 435 pp. MUNRO John, 2003 “The Medieval Origins of the Financial Revolution: Usury, Rentes, and Negotiability”,
The International History Review,: September XXV(3), pp. 505-756 2008 "The Usury Doctrine and Urban Public Finances in Late-Medieval Flanders (1220-
1550): Rentes (Annuities), Excise Taxes, and Income Transfers from the Poor to the Rich", en Simonetta Cavaciocchi , La fiscalità nell'economia europea. Secc. XIII-XVIII/ Fiscal Systems in the European Economy from the 13th to the 18th Centuries (edited by), Firenze University Press, Florence, 973–1026
2012 "Usury, Calvinism and Credit in Protestant England: from the Sixteenth Century to the Industrial Revolution", en Francesco Ammannati (ed) Religione e istituzioni religiose nell’economia europea, 1000 - 1800/ Religion and Religious Institutions in the European Economy, 1000 - 1800, Firenze University Press, Florence.
NELL, E. J. 1984 "Circulación del crédito e intercambio en la transformación de la sociedad agraria" en Historia y teoría económica. Barcelona, Crítica,
NEW CAMBRIDGE 2008 The New Cambridge Medieval History. Cambridge, Cambridge Histories Online,
Cambridge University Press, 7 vols.
pp. 93-131. PARKER, Geoffrey 2004 Sovereign city: the city-state ancient and modern. London, Reaktion Books, 253 pp.
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
30
PIRENNE, Henri
1978 Las ciudades en la Edad Media. Madrid, Alianza Editorial, 166 pp. POUNDS, Norman J.
1981 Historia económica de la Europa medieval. Barcelona, Crítica, 617 pp. 2005 The medieval city. Westport (EE.UU), Greenwood Press, 233 pp.
ROOVER, Raymond de
1972 "La organización del comercio" en Historia Económica de Europa, T III. M. M. Postan, H. J. Habakkuk (dir.), Madrid, Revista de Derecho
Privado, pp. 51-147. ROUSSEAU, Marie-Hélène. 2011 Saving the souls of medieval London: perpetual chantries at St Paul’s Cathedral, c.1200–1548. London, Ashgate e-book. SCHWALLER, John F.
1990 Orígenes de la riqueza de la Iglesia en México. Ingresos eclesiásticos y finanzas de la Iglesia, 1523-1600. México, FCE, 261 pp.
SZEWCZYK, David 1976 "New Elements in the Society of Tlaxcala, 1519-1618" en en Provinces of Early
Mexico. Variants of Spanish American Regional Evolution. Ida Altman y James Lockhart, eds. Los Angeles, UCLA, pp. 137-154
SPUFFORD, Peter 1972 "La moneda y los sistemas monetarios" en Historia Económica de
Europa, T III. M. M. Postan, H. J. Habakkuk (dir.), Madrid, Revista de Derecho Privado, pp. 733- 768.
1991 Dinero y moneda en la Europa medieval. Barcelona, Crítica, 604 pp. TERPSTRA, Nicholas (ed) 2000 The Politics of Ritual Kinship Confraternities and Social Order in Early Modern Italy. Cambridge, Cambridge University Press, 2000. TUTINO, John M.
1976 "Provincial Spaniards, Indian Towns, and Haciendas: Interralated Agrarian Sectors in the Valley of Mexico and Toluca, 1750-1810" en Provinces of Early Mexico. Variants of Spanish American Regional Evolution. Ida Altman y James Lockhart, eds. Los Angeles, UCLA, pp. 177-194 1992 "Urban Power and Agrarian Society: Mexico city and its Hinterland During the
Colonial Era" en La ciudad y el campo en la historia de México. Memoria de la VII Reunión de Historiadores Mexicanos y
Norteamericanos. México, UNAM, pp. 507-522. VRIES, Jan de
1987 La urbanización en Europa, 1500-1800. Barcelona, Crítica, 501 pp. WERVEKE, H. van
1972 "El auge de las ciudades" en Historia Económica de Europa, T III. M. M. Postan, H. J. Habakkuk (dir.), Madrid, Revista de Derecho Privado, pp. 3-50.