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La historia de Suecia ofrece un montón de material dramático, y Peter Englund reúne en su personauna extensa documentación objetiva escrita con la maestría estilística y la fuerza visionaria de un poeta.

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LA BATALLA QUE CONMOCIONÓ EUROPAPeter Englund

La batalla de Poltava en 1709 marca el nacimiento del Imperio ruso de Pedro elGrande. En 1700, el zar, de acuerdo con Dinamarca, Sajonia y Polonia, decidióacabar con la hegemonía sueca del norte de Europa. Cuando estas fuerzas in-ternacionales consiguieron derrotar a las tropas del rey Carlos XII en Poltava,Ucrania, empezó el principio del declive y colapso del Imperio sueco y el as-censo de Rusia.

Junio de 1709. La guerra dura ya nueve largos años, y el ejército de Carlos XIIsitia la ciudad de Poltava, en Ucrania. La caravana a Moscú se ha detenido, y elejército ruso bajo las órdenes del zar Pedro está solo a cuatro kilómetros dedistancia. Los suecos se han estado preparando para la batalla y las tropas,que habían estado desperdigadas por las llanuras de Ucrania, se han congre-gado. El plan consiste en marchar al amparo de la oscuridad y pillar a los rusospor sorpresa, pero cuando sale el sol todo el plan se desbarata. En este libro seretrata el golpe fatal, hora tras hora, la catástrofe que sesgó diez mil vidas. Seanalizan las estrategias en el campo de batalla, los detalles que hacen la historiacomprensible, real. A través de los diarios y cartas de los testigos, lo sucedidose llena de las voces de los que estaban allí: el general, sus sirvientes, variossoldados, el capellán castrense, la viuda de un soldado…

ACERCA DEL AUTORPeter Englund nació en 1957 en Boden (Suecia). Es historiador y escritor. Fueelegido miembro de la Academia Sueca en 2002. Desde 2009 es el secretariovitalicio de la Academia y es, asimismo, su miembro más joven. Ocupa desde2001 una cátedra de Narrativa Histórica y Social en la Escuela Universitaria deCine, Radio, Televisión y Teatro de Estocolmo. Entre otros, ha sido galardonadocon el Premio August en 1993 y con el Premio de Literatura Selma Lagerlöf en2002. Rocaeditorial publicó en 2011 su obra La belleza y el dolor de la batalla.

ACERCA DE LA OBRA«Un libro fascinante, impactante y muy fácil de leer.»GÖRAN HÄGG, AftonbLAdet

«Peter Englund te llega al corazón y te abre los ojos con su diáfano análisis ysu ritmo perfecto.»the europeAn

«Un espectáculo simplemente excepcional.»GÖRAN BENGTSSON, SvenSkA dAgbLAdet

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LA BATALLA QUECONMOCIONÓ EUROPA

Poltava y el nacimiento del Imperio ruso

Peter Englund

Traducción de Martin Simonson

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Título original: Poltava

Copyright © 1988 Peter Englund

Primera edición en este formato: septiembre de 2012

© de la traducción: Martin Simonson© de esta edición: Roca Editorial de Libros, S. L.Av. Marquès de l’Argentera 17, Pral.08003 [email protected]

ISBN: 978-84-9918-511-8

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas,sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajolas sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografía y el tratamiento informático, y la distribuciónde ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

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edico este libro al infante de línea sueco Erich Måne,perteneciente a la quinta escuadra1 de la compañía de Hundrahärads, del regimiento de Uppland. Su esposa se llamaba Karin

Matsdotter. En la madrugada del 28 de junio de 1709, Erich Måne recibió el impacto de una bala de cañón en el pecho, falleciendo al instante. Sus restos mortales todavía yacen en el lugar de su muerte, enterrados en un campo, a unos cuatro kilómetros al noroeste de la ciudad ucraniana de Poltava.

1. El término exacto del original es korpralskap, una unidad de sol-dados de infantería bajo el mando de un cabo. Sin embargo, en el ejércitosueco de esa época, las unidades bajo el mando de un cabo podían estarcompuestas de hasta 24 hombres y, por lo tanto, eran más parecidas entamaño a un pelotón. (N. del T.)

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Índice

PRÓLOGO1. El armiño .................................................................................... 13

EL DESPLIEGUE2. La mañana del domingo ............................................................ 173. El camino a Poltava .................................................................... 274. La guerra .................................................................................... 375. La campaña ................................................................................ 496. La anatomía de un campo de batalla ......................................... 677. Se reúne la plana mayor ............................................................ 858. La tarde del domingo ................................................................ 102

LA BATALLA9. «En el nombre de Dios, avancemos ya» ................................... 12110. «Al enemigo no hay que darle tregua» ................................. 14011. «¡Que avance la caballería, por Jesucristo!» .......................... 15312. «Sacrificando a los soldados en vano» ................................... 17213. «Dios quiera que venga el general Roos» .............................. 18114. «¡El enemigo rompe filas!» .................................................... 19915. «Sabe perfectamente que los soldados no son míos, sino del rey» ........................................................................... 208

16. «Corderos pobres e inocentes que acuden a la matanza» ..... 22117. «Ninguna bala mata al hombre» ............................................ 24018. «Como la hierba que siega la hoz» ........................................ 252

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19. «¡Ni el propio diablo es capaz de mantener la línea!» .......... 26120. «La cosa se tuerce, se tuerce» .................................................. 27521. «Dispara, pica, corta, aplasta» ................................................ 28622. «¡Todo está perdido!» ............................................................. 30823. «Que todos se replieguen a toda prisa» ................................. 32724. «Los cadáveres formaban montañas» ..................................... 339

LA RETIRADA25. «Una recompensa de cien mil rublos» .................................. 35926. «¡Lucharán cuando yo les diga!» ........................................... 37327. «Si preferían defenderse antes que caer prisioneros» ........... 38728. «No sin lágrimas» ................................................................... 406

EPÍLOGO29. Un puñado de tierra ............................................................... 425

Fuentes y bibliografía .................................................................. 427Índice onomástico ......................................................................... 444

ILUSTRACIONES1. La invasión sueca de Rusia 1708-1709 ..................................... 582. El punto de partida ................................................................... 1273. La infantería penetra la línea de reductos ............................... 1454. Desde la reagrupación hasta la batalla final ............................ 2175. La batalla final .......................................................................... 2686. La retirada ................................................................................ 3647. Perovolochna ............................................................................ 392

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Prólogo

i hubiera sido posible, habríamos puesto el poder en manosde los justos. Pero el poder no deja que lo manejemos como quere-mos, puesto que es una característica tangible. La justicia, por elcontrario, es algo espiritual, que podemos manejar como nos plazca.Por ello, ponemos la justicia en manos del poder, y es por eso porlo que llamamos justa aquella ley que estamos obligados a observar.De aquí deriva la ley de la espada, pues la espada proporciona elverdadero derecho.

BLAISE PASCAL, Pensamientos, 1670

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1. El armiño

a memoria es una cosa realmente extraña. Mucho tiempodespués de que la catástrofe llegara a su trágica culminación, yantes de su muerte en cautiverio, él todavía recordaba, con gran ni-tidez, el curioso episodio del armiño. Ocurrió el tercer día. Era un día sin sombras, caluroso y bo-

chornoso, en pleno verano. Tenía el rostro gris por culpa del can-sancio, y estaba irritado y atormentado tanto por la diarrea comopor el sofocante calor, mientras buscaba un lugar para refugiarsedel sol y robar unas horas de descanso. Alguien que oyó sus la-mentaciones y vio el deplorable estado en el que se encontraba lecolocó una estructura improvisada para protegerlo del sol. Junto aun pequeño carro, echaron una capa sobre unos postes que habíansacado de un par de estandartes. Agradecido, se quitó el abrigo y elchaleco. Algunas prendas fueron extendidas sobre el suelo, y unsombrero y una capa doblada hicieron las veces de almohada.No llevaba más que un breve rato tumbado cuando notó algo

desagradable: algo se estaba moviendo debajo de su cabeza. Se in-corporó, asustado; podría ser una serpiente u otro bicho peligroso.Sin embargo, la escrupulosa inspección de la capa de la cabeceraresultó infructuosa. El hombre concluyó que él mismo habría pro-vocado el movimiento y volvió a tumbarse. Transcurrió un breverato. De nuevo percibió un movimiento bajo la cabeza, esta vezmás fuerte. Se puso en pie de un salto y levantó la capa lenta-mente. Por debajo, la cabeza de un armiño sobresalía del som-

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brero. Rápidamente, la cabeza volvió a retirarse. El hombre seapresuró a agarrar el sombrero juntando los dos extremos del ala.El animal quedó atrapado. Llamó a algunos de los que estaban al-rededor y les enseñó cómo había atrapado un armiño vivo. Al-guien se puso un guante grueso y agarró la vivaracha criatura, quefue meticulosamente escrutada, con gran curiosidad. Una idea le vino a la cabeza: todos ellos estaban atrapados,

igual que el armiño. Como aquel animal que estaban sujetando fir-memente, también ellos se habían metido en una trampa. El hom-bre les dijo que soltaran el armiño sin hacerle daño, y envió unapetición, un deseo, a Dios: que, de la misma manera en que el ani-mal atrapado acababa de recuperar su libertad contra todo pronós-tico, también ellos, de alguna manera milagrosa, «pudieran escaparilesos de esta localidad».Ocurrieron unas cuantas cosas aquel año. Era el invierno más

frío que se recordaba, y a Francia había vuelto el hambre. En Ingla-terra, un hombre llamado Richard Steele comenzó a publicar la re-vista The Tatler, que más tarde alcanzaría gran fama, y en Italia seiniciaron las excavaciones de la ciudad de Herculano. En aguas te-rritoriales de Chile, una nave rescató a Alexander Selkirk, un mari-nero abandonado, de una de las islas del archipiélago Juan Fernán-dez, donde había pasado cuatro solitarios años; llegaría a ser lainspiración para Robinson Crusoe. Los afganos de Kandahar se re-belaron contra los persas, y en Japón llegó un nuevo sogún al poder,el reformista Tokugawa Ienobu. Y en algún punto de Rusia, un ar-miño atrapado fue liberado a modo de conjuro para evitar un desas-tre. El hombre no podía haber sabido que en menos de veinticuatrohoras él mismo habría llevado este desastre a su culminación.

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El despliegue

n el año 1700, bastantes años antes del comienzo de unanueva era más importante, el Este, ayudado por el dominio de laLuna, cosechará grandes triunfos y casi todos los pueblos del norteacudirán al reino.Lejos de su tierra, el rey perderá la batalla y su hueste huirá al

amparo de la dorada luna nueva…

Las profecías de Nostradamus, 1555

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2. La mañana del domingo

a guerra había durado nueve largos años, y aquellas personasque en esa mañana de verano supieran interpretar todos los signossabían que el momento decisivo estaba ya muy cerca; tal vez solofaltara un día. Era domingo, y alrededor de la pálida ciudad ucra-niana de Poltava dos grandes ejércitos, uno sueco y el otro ruso,estaban mirándose a los ojos. Eran como dos animales salvajes co-locados uno frente al otro, casi rozándose, con todos los músculosen tensión ante el asalto. El ejército ruso se había acercado lenta-mente, paso a paso, a la ciudad sitiada por los suecos. Ahora lastropas rusas se encontraban en Yakovtsi, a tan solo cinco kilóme-tros de distancia. La avanzadilla sueca podía observar cómo losrusos luchaban por fortificar su nuevo campamento. También enel lado sueco, la gente se preparaba con esmero ante el choque quese avecinaba. Las tropas que hasta la fecha habían estado dispersaspor la estepa ucraniana ya se habían agrupado en las inmediacio-nes de Poltava, y estaban preparadas. Los animales salvajes esta-ban barriendo el suelo con la cola, listos para abalanzarse unos so-bre otros; la única duda que quedaba era quién daría el primerzarpazo. El contacto entre los dos ejércitos había ido en aumento pro-

gresivamente a lo largo de la última semana. Los calurosos díastras el solsticio del verano habían transcurrido entre constantesescaramuzas. No habían dejado de producirse gran cantidad de pe-queños enfrentamientos, la mayoría por iniciativa de los rusos.

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Este día, el 27 de junio de 1709, no era una excepción. Ya en la ma-drugada se oyeron voces de alarma entre los acantonamientos sue-cos. Un par de escuadrones de caballería rusa habían superado lospuestos de la primera avanzadilla, matando a algunos soldados.Habían estado a punto de entrar en el campamento propiamente di-cho antes de ser rechazados. Poco después, casi todo volvió a la nor-malidad y, puesto que aquel día era el segundo domingo tras laTrinidad, tocaba acudir a misa a las nueve en punto.En el ejército sueco había una severa disciplina religiosa, con

misas de campaña estrictamente reglamentadas todas las maña-nas y tardes, así como misas ordinarias todos los domingos y díasfestivos. Estas ceremonias, que eran sumamente importantes, so-lamente se cancelaban en situaciones de extrema gravedad, y aveces ni tan siquiera en estas ocasiones. A pesar del intenso fríodel riguroso invierno anterior, marcado por las numerosas conge-laciones de extremidades y por los cadáveres congelados, las misasde campaña se habían celebrado todas las mañanas a cielo descu-bierto. El rey, Carlos XII, participaba este domingo en la misa de la

Guardia de Corps. El encargado de darla era el predicador de bata-llón Andreas Westerman, de 37 años. Era el quinto año de Wester-man en el ejército. Había sido llamado a filas en 1705, tan solo me-dio año después de casarse. Durante el tiempo que había pasado encampaña, su mujer y su único hijo habían fallecido, dejándolo solo.El que predicaba esa mañana delante de los soldados arrodilladosde la Guardia de Corps era un hombre de estudios. Había leído unatesis doctoral con el extravagante título de De Adiaphoria in bello,vulgo neutralitate. Sin embargo, la guerra le había obligado a en-frentarse a una realidad fea y sucia, lejos de las teorías eruditas, lasgrandes celebraciones y otras distinguidas actividades académicas.El año anterior, en Golovchin, había caminado de un lado a otro enuna ciénaga, administrando la eucaristía en medio del lodo y entre

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los gritos de los moribundos. Durante el invierno le había costadoacudir a las enfermerías, que estaban llenas de pacientes moribun-dos y amputados que apestaban a pus y suciedad. Westerman y sus colegas constituían una pieza fundamental

en la maquinaria del ejército carolino. Consolaban a los heridos ya los moribundos, supervisaban estrictamente la vida entera de loscombatientes y se ocupaban de llevar a cabo todos los ritos religio-sos. Solamente se puede comprender a estas personas partiendo deque todos ellos eran creyentes y que la religión era una parte in-dispensable de su imagen del mundo; en esta época, el ateísmo re-sultaba prácticamente imposible. No se podía imaginar un mundosin Dios. El mundo era oscuro y frío, y el ser humano, pequeño ydesnudo, entregado al poder divino debido a su propia impoten-cia. La religión era una herramienta muy importante para influiren el pueblo y controlarlo, fueran campesinos o soldados a sueldo. Enel ejército se pretendía aumentar el espíritu de lucha de los solda-dos e inhibir su terror mediante la implantación de diferentesmaneras religiosas de ver la vida, algunas de ellas abiertamente fa-talistas. Un ejemplo: un asalto a una batería de artillería enemigasiempre era un asunto sangriento y costoso, debido a la relativa-mente alta cadencia de tiro de estas piezas. Ante esta situación, seanimaba a los soldados a no tratar de evitar el fuego enemigo nibuscar refugio. En lugar de esto debían seguir hacia delante con lacabeza alta y pensar que «caminando recto o torcido, ninguna balamata al hombre si no es por voluntad de Dios». Tras la batalla, losoficiales debían recordar a sus hombres —en referencia a los muer-tos— que lo ocurrido no había sido más que una manifestación dela voluntad de Dios. Con esta actuación podían esperar que latropa se mostrase «valiente y voluntariosa» en la siguiente bata-lla. Los pastores del ejército, como Westerman, tenían un papelimportante a la hora de fomentar la disciplina de los soldados yfortalecer su espíritu de lucha. Eran los policías del alma y de la

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carne. La imposición religiosa, que podía manifestarse bajo el as-pecto de esta temprana misa, entre otras cosas, era fundamentalpara mantener la disciplina. Los soldados rogaban al Todopoderosoque les enseñara a mantenerse fieles a la autoridad y a «llevar acabo afanosamente todo aquello que mis oficiales, en su nombre,me ordenen». Los servidores de la Iglesia también tenían un papelen la batalla: normalmente acompañaban al ejército a los camposde batalla para animar y vigilar a su rebaño. Había gran cantidad depastores que habían caído en combate, por ejemplo mientras in-tentaban convencer a los soldados que huían de que debían volveral fragor de la batalla. La dura disciplina religiosa del ejército se vuelve más com-

prensible al comprobar que todas estas personas estaban convenci-das de que Dios ejercía una gran influencia sobre el resultado de labatalla. En un reglamento para la infantería se afirma con claridadque «puesto que toda bendición proviene del Dios Todopoderoso,su gran nombre sagrado debe ser adorado con fe». Era importantellevarse bien con el Todopoderoso.La mayor parte del ejército estaría convencida de que Dios

realmente estaba de su lado, y esto se consideraba un hecho de-mostrado por la larga serie de victorias que los suecos habían cose-chado desde que se iniciara la guerra, unos nueve años atrás. El quetuviera la predisposición adecuada podía comprobar que la bendi-ción divina de las armas suecas no se reducía a unos cansados víto-res provenientes desde alguna grada celeste. Al revés; se conside-raba que muchas victorias en los campos de batalla de los añosprecedentes eran fruto de una intervención directa de Dios. Al de-sembarcar en Selandia, el embravecido mar se había calmado antela mirada del rey; en Narva, Dios había enviado aguanieve paraocultar el ataque de los suecos en el momento oportuno; al cruzarel peligroso Daugava habían sido bendecidos de una suerte sa-grada; durante la batalla de Saladen, unos poderes divinos habían

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desviado por completo los proyectiles de los cañones rusos; enFraustadt, la nieve había vuelto oportunamente para cegar al ene-migo y después desaparecer, como por arte de magia, cuando car-garon los batallones suecos; también en las victorias de Pyhäjoki yVarta se consideraba que el Todopoderoso había intervenido. Estamanera de pensar, apelando a lo divino para explicar sucesos in-comprensibles o azarosos, resultaba completamente natural parael hombre preindustrial, y las ideas también eran reforzadas demanera activa por el alto mando militar. Y desde los púlpitos, y enlas misas de campaña, hombres como Westerman proclamaban aviva voz el mensaje de que los suecos contaban con el apoyo deDios, que era su pueblo elegido y su herramienta. Tampoco se tra-taba de una actuación para la galería; el propio rey estaba conven-cido de que aquello era verdad. Igual que los hijos de Israel, losguerreros suecos habían venido a la tierra para castigar a los após-tatas y a los pecadores. Los latigazos iban destinados a aquellos re-pugnantes y malditos mandatarios que habían proclamado gue-rras sin causas justificadas. También se podían sacar pruebas de lapreferencia divina por los suecos mediante diversos malabares ca-balísticos con palabras. Un pastor demostró a su escuadrón que lossuecos eran los israelitas de su época al invertir el nombre de As-sur (Asiria, el enemigo del pueblo de Israel) y sacar ¡Russa! De esta manera, se les otorgaba a los soldados suecos unas ar-

maduras cristianas que no solo les harían luchar con más con-fianza, sino que también les convertirían en soldados duros. La or-todoxia luterana, que había colocado sobre Suecia su camisa defuerza, cosida con hilos del Antiguo Testamento, promovía actitu-des e ideas que la oficialidad no tardaba en inculcar en los soldados.El castigo y la venganza eran dos piezas fundamentales en la pre-dicación, y el mensaje de que era absolutamente imprescindibleevitar la misericordia si la palabra de Dios recomendaba represa-lias repiqueteaba sobre los batallones, puestos de rodillas delante

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del predicador. Los hombres del ejército eran empujados a asolar ymatar en nombre del Todopoderoso. El baño de sangre de los israe-litas del Antiguo Testamento era utilizado como excusa para justi-ficar sus propias devastaciones.La idea de que el apoyo de Dios a los suecos se fundamentaba en

la sencilla ley de causa y efecto era un arma de doble filo. La pruebaresultaba convincente por su sencillez. Que Dios estaba de su ladoquedaba demostrado con las victorias en los campos de batalla,ya que los triunfos se consideraban imposibles sin el apoyo divino.La cuestión era qué ocurriría el día que se produjera una derrota enuna batalla importante. Entonces todo podría derrumbarse: la propiapropaganda se volvería contra ellos. Dios demostraría mediante he-chos que había traspasado su apoyo al enemigo, y esta idea resultabaespeluznante. A algunas personas les parecía que aquel caluroso ve-rano se podían ver señales de que las cosas no iban del todo bien.Detrás de fenómenos como el antinatural frío del invierno y el in-oportuno deshielo, podría haber causas más importantes que unossimples caprichos meteorológicos. Se atisbaba un castigo divino aSuecia y a los suecos. ¿Podría ser que Dios ahora, en junio de 1709,hubiera vuelto la espalda a su pueblo elegido? Westerman no pudo celebrar la misa en paz aquella mañana:

unos cosacos rusos aparecieron en medio de la predicación. Ca-balgaban entre gritos y disparos, y al final consiguieron llegar aunos centenares de metros de distancia de los vivaques suecos.Algunos de los zaporozianos, aliados de los suecos, acudieron so-bre sus caballos para hacer frente a los ruidosos intrusos, quefueron repelidos sin ofrecer demasiada resistencia. El aconteci-miento no resultaba especialmente llamativo; era otro ejemplomás de las pequeñas incursiones con las que los rusos atormen-taban al ejército sueco. Estas incursiones no provocaban grandeso significativos daños en cuanto a bajas mortales o destrozos ma-teriales, pero sí afectaban en mayor medida a la moral general de

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los suecos. Las continuas escaramuzas se producían incesante-mente, día y noche robaban muchas y necesarias horas de des-canso y provocaban un estado de alerta casi permanente que hacíamella en las tropas suecas. A esto debemos añadir la fuerte ola decalor que llevaba ya algún tiempo sofocando Ucrania. Algunosdecían que el calor resultaba directamente sobrenatural. Muchaspersonas en el ejército sueco empezaban a mostrar signos de unavanzado estado de agotamiento.La presión rusa aumentaba cada hora que pasaba. Las insisten-

tes provocaciones alrededor de las avanzadillas suecas no cesaron,sino que continuaron a lo largo de toda la mañana. Habían empla-zado un puesto avanzado con jinetes en una loma, cubierta de ár-boles, que corría paralela al río Vorskla; estaba allí para frenar laspatrullas rusas que no paraban de merodear por la zona. Estepuesto fue atacado y tres hombres cayeron por los disparos. Se en-viaron rápidamente refuerzos, veinte mosqueteros y seis jinetes,que no tardaron en llegar al puesto.Se sabía que las contramedidas rápidas podían dar un respiro a

las avanzadillas, algo que se había comprobado durante las escara-muzas del sábado, sin ir más lejos. Un puesto de soldados de laGuardia de Corps, comandado por el capitán Von Poll, se había es-condido en un soto detrás de una elevación del terreno. Unos co-sacos les habían disparado desde muy lejos. Cuatro jinetes habíancaído, uno tras otro. Entonces, uno de los oficiales de mayor rangodel ejército, el general Adam Ludvig Lewenhaupt, se acercó alpuesto montado en su caballo. Se tomó la decisión de enviar aveinte mosqueteros bajo el mando de un teniente segundo de die-ciocho años, Malcolm Sinclair, para tratar de conducir a los franco-tiradores cosacos a una emboscada. (A diferencia de su jefe, VonPoll, este joven teniente segundo sobreviviría a la guerra y moriríamucho tiempo después en circunstancias absolutamente especta-culares. Con el paso de los años se forjó una carrera notable y llegó

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a ser miembro de la comisión secreta del Parlamento. Fue enviado aTurquía en 1738, donde trataría de ganarse el apoyo del sultán enla nueva guerra contra Rusia que se atisbaba en el horizonte. Trascumplir su misión, en el camino de retorno a casa fue asesinadopor militares rusos que querían hacerse con sus documentos. Elacto provocó reacciones muy viscerales en Suecia. La muerte deSinclair sería utilizada frecuentemente en la propaganda del par-tido revanchista de Los Sombreros, por ejemplo mediante la cono-cida Canción de Sinclair, de noventa estrofas. Su destino contri-buiría a la declaración de la nueva guerra contra Rusia que seinició en 1741. De este modo, sobrevivió a esta guerra para des-pués, paradójicamente, contribuir con su muerte a causar otra. Latropa de Sinclair fue organizada para una emboscada, con los sol-dados tumbados, inmóviles, detrás de un soto. Los soldados reci-bieron la orden de no disparar hasta que los cosacos estuvieran alalcance de los mosquetes de los suecos. Acto seguido, Lewenhauptllevó consigo a una pequeña tropa de dragones y cargó contra loscosacos, que se replegaron inmediatamente. (Más tarde, el generalse enteró de que estos hombres tenían la misión de mantener a lossuecos ocupados mientras unos oficiales rusos de alto rango ins-peccionaban el terreno.) A continuación, los suecos intentaron en-gañarles, volviendo un trecho sobre sus propios pasos, fingiendoser presas de un terror repentino. Cuando los cosacos vieron aque-llo recuperaron rápidamente sus ganas de luchar y avanzaron algalope, profiriendo grandes alaridos entre las nubes de polvo le-vantadas por los cascos de los caballos. Cuando los suecos pararonpara hacer frente a sus enemigos, estos también frenaron en secoy comenzaron a disparar sus odiadas carabinas desde una distanciade más de doscientos metros. Generalmente, los cosacos eran bue-nos tiradores y usaban carabinas de cañones largos y rayados lla-madas «turcas». Con ellas podían acertar desde distancias impen-sables para los tiradores suecos, cuyos mosquetes tenían cañones

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gruesos y lisos. Tanto hombres como caballos fueron alcanzadospor el certero fuego. Lewenhaupt y los dragones se retiraron untrecho más, y los rusos reanudaron la persecución, que se convir-tió rápidamente en un nuevo tiroteo en cuanto los suecos pararon.El juego continuó de esta manera durante bastante tiempo. Al fi-nal consiguieron aproximar al enemigo al lugar de la emboscada,y situarlo dentro del alcance de los mosquetes. En aquel momento,los soldados escondidos se pusieron en pie. Una descarga atrona-dora llovió sobre los perseguidores. Estos, visiblemente aturdidospero extrañamente ilesos, se dieron a la fuga. No hubo más ata-ques en lo que quedaba del día.Sin embargo, durante este incidente, el general había visto

algo que le había asustado y preocupado al mismo tiempo: la des-carga no había tenido ningún tipo de efecto. Había observadocómo las balas de los mosquetes habían caído a tierra, generandopequeños surtidores de arena, a tan solo veinte metros de las bo-cas. Si el resto de la pólvora fuera tan floja, la eficacia del ejércitosueco se resentiría de manera fatal. Se trataba de un dato suma-mente preocupante, teniendo en cuenta que todo parecía indicarque se avecinaba una gran batalla. Aquel sábado, Lewenhaupt ha-bía informado a Carlos XII de lo que había visto. El rey se negó acreerle.Sin embargo, el domingo, a la hora de comer, volvieron a pro-

ducirse ataques rusos. Tres escuadrones de caballería rusa seaproximaron a los amplios campos, acariciados por el viento, querodeaban la pequeña aldea de Ribtsi. Los huertos del pueblo mar-caban el límite norte del alargado campamento de la caballeríasueca. Las tropas rusas comenzaron a disparar hacia las avanza-dillas; algunos regimientos de caballería recibieron la orden demontar.El contraataque fue iniciado por una avanzadilla del regi-

miento de caballería de Östgöta bajo el mando del capitán Axel

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Wachtmeister, de veintiún años. También en esta ocasión, los in-discretos intrusos fueron expulsados tras un enfrentamiento me-nor. Las bajas fueron bastante leves; cayeron tres jinetes suecos.Entre los heridos se encontraba uno de los escoltas del rey con ga-lones de oro, Ebbe Ridderschantz. Fue malherido por una estocadade espada que le atravesó el cuerpo de parte a parte. Ebbe fue sor-prendido por el ataque ruso mientras se encontraba en los campos,probablemente en una misión de reconocimiento. El ataque rusotambién formaba parte de una tarea de ese tipo. Alguien habíaavistado el grueso del generalato del zar, reunido en las afueras deRibtsi, adonde habían acudido para echar un vistazo a las posicio-nes suecas. Un poco más tarde llegó otra señal de que algo grande estaba

en ciernes. El rey se había restablecido muy bien de la fiebre delos últimos días, un efecto secundario de un impacto de bala en elpie que había sufrido el 17 de junio. Era un hombre joven de vein-tisiete años, con unas entradas profundas, nariz potente, labioscarnosos y un aspecto autoritario; un rey coronado por la volun-tad de Dios, acostumbrado a mandar y a ser obedecido, y ya se ha-bía recuperado lo suficiente como para inspeccionar, sentado enuna camilla, un puesto en la loma junto al río. Era el mismopuesto que había sido atacado un poco antes y que en aquella oca-sión había sido reforzado. En contra de las órdenes precedentes, elrey decidió que se retirase, sin más dilación, todo el destacamento.Al parecer, opinaba que ya no hacía falta que permaneciera en ellugar. Un oficial supuso —con referencia al asalto de los rusos—que esta medida se debía a que ahora pretendía poner fin a «estey otros insultos». Pensaba que el rey había decidido que ya tocabaatacar al enorme ejército ruso, que estaba esperando tan solo unoskilómetros al norte. La suposición era totalmente correcta.

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3. El camino a Poltava

l ejército sueco se encontraba en la Ucrania profunda, amiles de kilómetros de la patria. ¿Qué extrañas fuerzas estabandetrás de aquella situación? Para encontrar la respuesta a esa pre-gunta debemos averiguar más cosas sobre esta guerra —que con eltiempo llegaría a ser conocida como la Gran Guerra del Norte— ytambién sobre los factores que estaban detrás del conflicto y delauge de Suecia como gran potencia. En estas fechas, el imperio de la gran potencia sueca tenía una

historia de unos ciento cincuenta años a sus espaldas. Los prime-ros cimientos de esta extraña creación databan de 1561. En aque-lla época, la desintegración del Estado de la Orden Teutónica ha-bía creado un vacío en la política del poder en los países bálticosque los rusos no tardaron en aprovechar avanzando hacia el Bál-tico. También Polonia y Dinamarca se metieron en la carrera.Ante esta situación, la corona sueca recibió varias súplicas deayuda. (Estas venían, en parte, de los angustiados burguesesde Reval —actual Tallin, capital de Estonia— que estaban per-diendo grandes beneficios debido a que el lucrativo comercio conRusia se había desviado a la ciudad de Narva, tomada por los ru-sos.) Se resolvió participar en el reparto del botín. A principios delverano de 1561, las tropas suecas desembarcaron en Reval. Lasautoridades suecas consiguieron hacerse con el apoyo de la bur-guesía de la ciudad y de la nobleza de tres de las provincias esto-nias. El salto al otro lado del mar Báltico ya estaba consumado, y

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se inició un largo duelo sobre el dominio en el noreste de Europaque duraría medio siglo. Se produjo una larga sucesión de guerras, la mayoría entre

Suecia, Dinamarca, Polonia y Rusia. De vez en cuando había acuer-dos de paz, pero nunca duraban demasiado tiempo. La cuestión esque los territorios más conflictivos de Europa habían empezado aser objeto de una nueva clase de guerra. Las anteriores confronta-ciones, que consistían en pequeñas guerras de limitado alcance, ha-bían sido relevadas por conflictos de mucha más envergadura; cadaguerra estaba entrelazada con otra, y la anterior normalmentedesembocaba en una nueva. La mayoría de los conflictos en elnorte beneficiaban a la corona sueca, que arrancaba una porción detierra tras otra, siempre a costa de países vecinos menos afortuna-dos (sobre todo aquellos que acabamos de mencionar). De esta ma-nera, Suecia llegó a estar inmersa en un estado de guerra casi per-petuo durante un siglo entero.Durante los años 1660-1661, Suecia firmó tres importantes

tratados de paz: en Oliva con Polonia, en Copenhague con Dina-marca, y en Kardis con Rusia. Con estos tres acuerdos, la fase ofen-siva de Suecia llegó a su fin; las grandiosas empresas de conquistaya habían terminado. El botín que habían conseguido durante es-tos años era impresionante, por decirlo de una manera suave: Po-lonia había tenido que desprenderse de Livonia, y en tierras alema-nas se habían apoderado de la provincia de Pomerania Occidental yuna parte de Pomerania Central, igual que de Wismar, Bremeny Verden. Dinamarca había perdido las provincias de Jämtland,Härjedalen y Halland, las islas de Gotland y Saaremaa, así comolas provincias de Escania, Blekinge y Bohuslän. Habían privado alos rusos del condado de Kexholm y la región de Ingria, y, de estamanera, se les había cerrado el acceso al mar. Ahora comenzabauna fase de consolidación, durante la cual el Estado sueco se aco-modaba como una boa para digerir la presa engullida con calma y

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tranquilidad. Se inició una época de fortificación y defensa de lastierras conquistadas que duraría el resto del siglo.No se puede negar que era un fenómeno histórico muy cu-

rioso. Suecia, que había sido un estado de segundo orden, invisible,insignificante y poco desarrollado, dio un paso hacia delante parahacerse con uno de los papeles protagonistas en el escenario polí-tico de Europa. De repente, el país se convirtió en una gran poten-cia de primer orden. ¿Qué factores estaban detrás de esta evolu-ción tan poco probable? Lógicamente, la pregunta ha intrigado amuchos historiadores y, a lo largo de los años, varias escuelas, cadauna con respuestas diferentes, han jugado a ser la autoridad histó-rica de turno. Un punto de vista que antes predominaba destacaba una serie

de acontecimientos singulares que en esta época llegaron a afectarla seguridad nacional de Suecia, y que más o menos la obligaron aembarcarse en todas estas conquistas. Se trataba, sobre todo, degrandes cambios paradigmáticos más allá de las fronteras del país.Rusia, la grande, había empezado a crecer de nuevo; la antigua es-tructura de poder de los países bálticos se estaba desintegrando(un efecto de la caída de la Liga Hanseática y de la Orden Teutó-nica), y la Contrarreforma también tuvo repercusiones en la polí-tica del continente, algunas de las cuales se notaban incluso en elnorte. A esto hay que sumar la antigua lucha con Dinamarca porla hegemonía en Escandinavia. Desde este punto de vista, las con-quistas suecas fueron provocadas por una preocupación por la se-guridad nacional ante diversas amenazas que venían de fuera. Seconstruyeron diferentes zonas de control para taponar el avancede los vecinos enemigos, y se buscaba lo que suele llamarse, em-pleando un concepto muy flexible, fronteras naturales. Un razonamiento parecido es el promovido por aquellos que

quieren explicar el dominio de la gran potencia no tanto como unaconsecuencia de la fortaleza de Suecia, sino como el resultado de la

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debilidad de los países vecinos. Aquí se opta por señalar las dife-rentes circunstancias externas que favorecieron la expansiónsueca. Polonia se debilitaba progresivamente y sufría divisionesinternas. Rusia era débil y carecía de poder tras el sangriento régi-men de Iván el Terrible: las revoluciones populares y las confusasluchas dinásticas internas paralizaron al país. En Alemania existíauna profunda división feudal, y también la posición de Dinamarcaestaba empeorando cada vez más. Todo ello posibilitaba que Sue-cia, pobre en recursos, pudiera crecer a costa de estos estados debi-litados. Contra estos puntos de vista se ha esgrimido una forma total-

mente diferente de ver las cosas: el impulso detrás de la política deexpansión de la época era, sobre todo, económico. La corona suecapretendía crear un monopolio del comercio de Rusia, y del norestede Europa, que estaba destinado al oeste. Quería controlar este co-mercio y gravarlo con impuestos. Con la caída del Estado de la Or-den Teutónica se presentó la oportunidad de conseguirlo. Suecia yPolonia (y hasta cierto punto también Dinamarca) iniciaron untira y afloja en busca del dominio de estas vías de comercio, tan su-mamente lucrativas, mientras que los propios rusos luchaban poralcanzar el Báltico y, de esta manera, establecer el contacto directocon los comerciantes de Europa del oeste. Semejantes objetivoseconómicos también habían estado sobre el tapete durante la GranGuerra del Norte. Un cuarto modelo ha sido propuesto por aquellos que quieren

encontrar la explicación a la expansión en las condiciones internasde la sociedad. Opinan que detrás de todo estaba la aristocraciasueca, una clase feudal que, gracias a las guerras, podía crecer, en-riquecerse y prosperar a costa de los campesinos nacionales y delos aristócratas extranjeros. Se explican las conquistas como unmétodo empleado por la aristocracia sueca para rapiñar, más allá delas fronteras del estado, todo aquello que no podían conseguir den-

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tro del mismo. Los campesinos suecos eran fuertes y podían opo-nerse a los abusos demasiado exagerados por parte del Estado y delos terratenientes. Ante esta situación, una explotación en el exte-rior en forma de guerra parecía una buena alternativa. La clasedominante se beneficiaba de manera importante de las campañasbélicas y la expansión de Suecia. Para un aristócrata, la guerra su-ponía la oportunidad de hacer una carrera meteórica y de conse-guir grandes y rápidos beneficios. Las conquistas se han calificadocomo una acción, inspirada por intereses feudales, para consolidary aumentar la posesión de tierras de labor alrededor del Báltico.Además se ha afirmado que la lógica interna de las campañas béli-cas, con especial referencia a la financiación de las guerras, tendíaa provocar otras guerras por su propia dinámica. Una vez que unestado equipaba un ejército para una campaña, resultaba primor-dial sacarlo del país cuanto antes y meterlo en tierras del enemigo,donde podía alimentarse mediante diversos métodos de saqueomás o menos sofisticados. Mantener a un ejército equipado dentrode las fronteras supondría nada menos que un desastre econó-mico. La financiación sueca de las guerras estaba construida de talmanera que, mientras las fuerzas propias triunfaban, todo mar-chaba sobre ruedas, pero un revés de cualquier tipo echaba por tie-rra todos los cálculos. La paz suponía una catástrofe inmediata.Si a uno no le obsesiona demasiado la idea de encontrar La

Causa Última de Todas las Cosas, no creo que sea imposible com-binar, al menos hasta cierto punto, estos puntos de vista que apriori pueden parecer tan diferentes entre sí. Las posibles objecio-nes a ellos a menudo son el resultado de los desatinos que surgencuando uno trata de explicarlo todo a partir de un único factor. La teoría del vacío —que, como hemos visto, pretende explicar

la expansión a partir de la debilidad de los países vecinos— posi-blemente sea el modelo que menos puede aportar. Podría explicarla gran envergadura de las conquistas, pero lo cierto es que dice

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muy poco acerca de la razón por la que se produjeron. En cuanto ala teoría económica —la expansión como intento de controlar elcomercio de la zona— existen muchas pruebas de que semejantesobjetivos económicos jugaban un papel importante para aquellosque tomaban las decisiones. Sin embargo, se desprende que noeran el principal motor detrás de todas las decisiones estratégicasimportantes. Las consideraciones de política comercial incluso po-drían llegar a jugar un papel claramente subordinado frente a losobjetivos más puramente políticos. Durante los cien años en los que se edificó el dominio de las

grandes potencias, las personas que estaban en el poder debieronenfrentarse a una sucesión de retos y situaciones de lo más vario-pinto. A veces los objetivos económicos parecían ser la motivaciónpara la actuación, a veces eran los objetivos más puramente vincu-lados a la política de seguridad, y a veces se trataba de una combi-nación de ambas cosas. (Lo que hay que recordar es que la estrictadiferenciación entre objetivos políticos, por un lado, y económicos,por el otro, es, en gran medida, una abstracción. Estas esferas esta-ban entrelazadas. Si pretendías defender tu reino tenías que em-plear la guerra. Y con el nuevo tipo de guerra que había surgido alo largo del siglo XVI, que requería enormes recursos, era impera-tivo aumentar y asegurar tus bienes económicos.)Lo que sí resulta indiscutible es que las condiciones internas de

Suecia habían desempeñado un papel muy importante, por no de-cir decisivo, como catalizador de esta larga serie de guerras, y en suexpansión sin precedentes. Sin embargo, no hay que creer que los príncipes y la nobleza

provocaban todas estas rimbombantes guerras porque eran estúpi-dos, o malvados, o tal vez ambas cosas. Estos conflictos eran un fe-nómeno derivado del sistema feudal; en esta época la guerra erasin más la manera más rápida de cosechar grandes y rápidos bene-ficios. La economía estaba dominada, por no decir paralizada, por

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una agricultura parsimoniosa y subdesarrollada en la que el pro-greso era tan lento que a menudo resultaba difícil apreciarlo. Laconquista territorial y el botín de guerra eran la única manera deconseguir rápidos beneficios en aquella época. Y esta era una ver-dad tanto para los estados como para los individuos. Además hayuna diferencia importante entre un sistema social capitalista yotro feudal. El típico lugar de competición en el primero es la es-fera de la economía y el mercado; el escenario habitual de compe-tición feudal era el campo de batalla, y la herramienta de competi-ción más común, la espada. En una economía capitalista, los rivalespueden crecer y prosperar a la vez. En una feudal esto no era posi-ble, porque el factor central en la creación de valor, la tierra, no po-día aumentar, sino que se limitaba prácticamente a cambiar dedueño, y estas conquistas se producían con la espada en la mano,como ya hemos señalado. De esta manera, las largas y numerosasguerras se convertían en una consecuencia casi inevitable del sis-tema social feudal. No es difícil llegar a la conclusión de que tenía que haber de-

terminadas personas con un interés especial en promover estasangrienta política. Se suele decir que los intereses no mienten, yno hay duda de que la principal institución beneficiada de la con-solidación de Suecia como una gran potencia era la aristocracia dela nación. A través de su educación y formación, los aristócratasestaban destinados a la profesión de guerrero. Para los jóvenes no-bles con grandes ambiciones profesionales, en la práctica sola-mente había dos alternativas que merecían la pena: o bien la víadiplomática, o bien la vía militar. De estas dos, la carrera de armasera sin duda la más atractiva. En determinados períodos, más del80 por ciento de los nobles estaban involucrados en el poder mili-tar. Hay que entender que estas personas tenían una opinión de laguerra que dista mucho de la que predomina hoy en día. Para ellosno era algo inherentemente malo, sino que suponía sobre todo

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una oportunidad para hacer una carrera profesional y lucrarse rá-pidamente; era la actividad más adecuada para un verdadero noble.A sus ojos, la paz, por el contrario, podía parecer un peligro dolo-roso, que les amenazaba con la desmovilización y las dificultadeseconómicas. Un aristócrata de alto rango, Gustaf Bonde, declaróuna vez en el consejo que era en las guerras pasadas donde «nume-rosos caballeros habían alcanzado su plenitud; gracias a ellas ha-bían podido mantener su estatus, y sin ellas hubieran tenido quevivir una vida vulgar y de miserias». Adam Ludvig Lewenhaupt, elgeneral que había participado en la emboscada de los cosacos,afirmaba sobre sí mismo que «estaba más contento combatiendoen el extranjero, aunque fuera en una batalla menor, que per-diendo el tiempo en casa ignominiosamente, con empresas vanas».Su opinión estaba relativamente extendida entre sus semejantes.(Esta opinión positiva de la guerra seguía vigente más tarde, en elsiglo XVIII. Los eternos codazos en la lucha por los escasos puestosen tiempos de paz hacían que muchos nobles echaran la vista haciaatrás con nostalgia, glorificando los tiempos pasados de guerras enmar y en tierra.)En la época había muchas personas que, en los momentos más

duros de la expansión de la gran potencia sueca, no dudaban encondenar las guerras por no ser sino un método empleado por laaristocracia para fortalecer su posición y mantener la paz interna.Se decía que los nobles se beneficiaban de las guerras de varias ma-neras: se les regalaban las mejores fincas en agradecimiento por losfavores recibidos, y en los campos de batalla se enriquecían graciasa los botines y las soldadas. Debido al peculiar sistema de impues-tos, aquellos nobles que a pesar de todo se quedaban en casa teníanderecho a percibir de sus campesinos la mitad de las partidas que elParlamento destinaba al armamento. Además, se decía que tanto laaristocracia como la corona utilizaban las levas como un métodoconveniente para deshacerse de campesinos rebeldes. Algunos iban

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tan lejos como para afirmar que no eran las guerras las que provo-caban la asignación de soldados al ejército, sino que era la necesi-dad del reclutamiento forzoso como medida disciplinaria la queprovocaba las guerras. Sin embargo, es importante no simplificar las cosas ni crear

una imagen de la aristocracia sueca como una jauríaa de agresivosmastines en perpetua busca de nuevas presas. También podían de-mostrar un importante grado de responsabilidad hacia el Estado yla sociedad, y hay historiadores que, con una mirada retrospectiva,han querido caracterizar a la aristocracia sueca como la más pro-gresista de toda Europa en esta época. Entre los nobles, aparte delos militares, también había muchos competentes estadistas, bri-llantes académicos, ambiciosos poetas y buenos científicos. Lasguerras a menudo suponían una carga también para la aristocra-cia, y no todos los nobles, ni mucho menos, eran belicistas. (Porejemplo, en el Consejo había personas que se manifestaban clara-mente en contra de la política de expansión durante muchotiempo, pidiendo la paz obstinadamente.) A pesar de ello, no esarriesgado afirmar que es en la aristocracia donde encontramos ala mayoría de los promotores de la guerra, así como el grueso delos beneficiarios de la misma. Lo que hizo que esta, la Gran Guerra del Norte, fuera un tanto

especial es que no comenzó como una guerra de agresión sueca, loque había sido la tónica durante el siglo XVII, sino que empezócomo un ataque por parte de los estados vecinos. Sin embargo, setrataba claramente de una guerra de revancha, tal y como tendre-mos ocasión de comprobar. Los agresores pretendían, en primerlugar, recuperar las tierras que los suecos les habían quitado enépocas precedentes. Los soldados carolinos que participaron en labatalla de Poltava estaban luchando por mantener este botín. Losfieles infantes de línea del rey Carlos luchaban y morían por aque-llos que se beneficiaban del imperio y que por esta razón querían

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preservarlo: todos los nobles suecos que habían recibido grandes eimpresionantes fincas en las tierras conquistadas, las diferentesasociaciones de comercio capitalista que se embolsaban grandescantidades de dinero gracias al comercio con el este de Europa, y elEstado sueco, que se deleitaba con el cobro de aduanas y el grava-men impositivo de este enorme comercio. Eran sobre todo estosactores los que se veían amenazados cuando las nubes de tormentacomenzaban a juntarse hacia finales del siglo XVII, y quedaba cadavez más claro que una nueva contienda importante estaba a laspuertas.

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