juan perez de guzman la patagonia

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ATENEO DE MADRID HS-í DESCUBRIMIENTO Y EMPRESAS DE LOS ESPAÑOLES EN LA PATAGONIA CONFERENCIA DE D. JUAN PÉREZ DE GUZMÁN leída el 3 de Marzo de 1892. MADRID ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO «SUCESORES DE RIVADENEYRA» IMPRESORES D E L A REAL CASA Paseo de San Vicente, n ú m . 20 l8q2

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Conferencia leida en 1892

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  • ATENEO DE MADRID HS-

    DESCUBRIMIENTO Y

    E M P R E S A S D E LOS ESPAOLES

    E N

    L A P A T A G O N I A C O N F E R E N C I A

    D E

    D. J U A N PREZ D E GUZMN leda el 3 de Marzo de 1892.

    MADRID E S T A B L E C I M I E N T O TIPOGRFICO SUCESORES D E RIVADENEYRA

    I M P R E S O R E S D E L A R E A L CASA

    P a s e o de S a n V i c e n t e , n m . 20

    l8q2

  • SEORAS Y SEORES:

    Hasta aqu el espectculo fsico y moral que os han ofrecido el descubrimiento, las exploraciones y conquistas sucesivas y la colonizacin del Nuevo Mundo, se destacan ante vuestra consideracin con los matices seductores de su natural gran-deza. Pero esta divina comedia tiene su infierno; y yo vengo trazaros aqu esta noche un cuadro sombro de patticas y trgicas aventuras; el horror de una naturaleza enteramente yerma, rida y esquiva, y la medrosa silueta de inmensos terri-torios de una esterilidad uniforme y de un pas donde contra todo lo que representa vida, y principalmente contra el hom-bre, se juntan en un aterrador concierto todas las inclemencias imaginables y todos los espantos de una muda desolacin.

    No temed, que por esto la maravillosa cadena de nuestras glorias nacionales, que aqu todos cantamos con emocin palpi-tante, se interrumpa. E l trgico dolor de los sacrificios frustra-dos impone tambin en los espritus viriles el sello de su vene-racin ; y aqu, en estos parajes, adonde por ventura era fuerza llegar en el rgimen meditado de estas conferencias, de la misma manera que en las comarcas ms afortunadas y florecien-tes que otros os han descrito, veris tambin durante tres siglos agotar nuestros animosos abuelos todos los recursos de su variada, heroica, sufrida, perseverante y frtil iniciativa, como en aquellas otras regiones donde las vegas encantadas de M-

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    jico, las cordilleras majestuosas del Per y las alegres mrge-nes del Orinoco son recreacin seductora y primor refinado de un esplndido espritu creador, donde los imperios opulentos de los Moctezumas y de los Incas acicates promovedores de las inauditas hazaas de la ambicin y el valor. E l cuadro de mi tapiz slo es distinto en los resultados, aunque lo inunde el mismo reflejo luminoso del arrojo para acometer las empresas que voy describiros y de la paciencia para sufrir sus contra-riedades. Porque, en efecto, aqu no habis de ver sino alientos animosos que naufragan en el pilago insondable de estriles herosmos.

    Y o vengo hablaros esta noche de aquel dilatado tringulo de las tierras patagnicas, ltimo tercio y trmino por donde el continente meridional del Nuevo Mundo marca al Sur el ex-tremo antrtico de la habitacin del hombre sobre la tierra firme del planeta y cuya extensin y lmites todava se evalan en el estadio cientfico por clculos de aproximacin; de aquel pedazo del globo que mide centenares de leguas de superficie, y que, despus de haber soportado tres siglos de nuestro do-minio, enteramente hipottico, y casi otro entero de que se lo disputen, no ms que sobre el mapa tambin, los nuevos pue-blos limtrofes emancipados que con la base de este tringulo al Norte y con uno de sus lados al Oeste, forman sus fronteras naturales, la Repblica Argentina, que se contiene, aun despus de las ltimas triunfales expediciones del general Roca, en la abrupta y larga margen del Ro Negro, y Chile en la barrera de fuego y de granito de la colosal y encendida costilla de los A n -des, sigue siendo un problema no resuelto, y que parece no se resolver en mucho tiempo, para la geografa lo mismo que para la poltica, pues en sus campos desamparados, de igual ma-nera han fracasado en nuestro siglo, que en los antecedentes la audaz y paciente subordinacin que han querido someterlos el imperio de la ciencia contempornea, que todo lo invade, se-duce y avasalla, y las empresas ms temerarias todava de la especulacin, del comercio y de toda la economa humana.

    Si acuds los manuales de la geografa que se ensea en aquel nuevo hemisferio en todas las escuelas de las deslenguas preponderantes, la Patagonia, incluyendo como su anexa la

  • T i e r r a de Fuego, mide un rea de 974.000 k i lmet ros cuadra-dos. S i consultis el Censo argentino, esta cifra asciende nada menos que 1.086.925 k i lmet ros cuadrados. Pero la Planome-t r a del Instituto Perthes os da 17.700 leguas geogrficas alema-nas cuadradas, siendo, como sabis , cada legua geogrfica ale-mana de 7.420 k i lmet ros , y en opinin de otros sabios, la misma mensura flucta entre 8.000 y 12.800 leguas geogrficas de las de 15 al grado. D e modo que ya en esto encont ra r i s un fondo esencial de divergencias cientficas que denotan que en cuanto esta vasta extens in de tierra americana se refiere, hemos de caminar tientas todava , como los principios del descubri-miento hace cuatro siglos, sin que los progresos de nuestra edad hayan podido romper hasta ahora elt velo de inclemencia que oculta aquel pas al ojo del po l t i co , de colonizador y del sabio.

    L a cons t i tuc in geolgica de su suelo, con los aditamentos de su fauna y de su flora, no son enigmas mejor descifrados. Lee r i s en todas las obras cientficas que tratan y describen la A m r i c a Mer id ional , las t eo r a s sobre lo que se ha convenido en denominar modernamente la formacin pa tagnica . U n o s os la asemejarn la de la Pampa, con la que el extremo su-perior de la Patagonia se comunica, y aun en parte se iden-tifica, sobre todo en el territorio intermedio, entre las dos corrientes del R o Negro y Colorado ; si bien desde aqu, como en la formacin pampera acontece, sobre el estuario de la formacin terciaria pa tagnica no se extiende el terreno dilu-viano que ha venido modificar aquellas otras ms frti les l la-nuras. Otros os la asimilarn la del P a r a n , en la provincia argentina de Ent re R o s , de un aspecto exterior tan discon-forme, pesar del abandono en que yacen sus fuerzas vegeta-tivas causa de la escasa poblac in de aquellos departamentos; pero donde se ha cre do hallar capas con los mismos fsiles de la Patagonia. Y no faltarn ilusos Cndidos que, buscando el tipo de semejanza en las ridas chapadas campos diamant fe-ros del Bras i l , induc i rn los incautos, quienes fci lmente alucina toda engaadora perspectiva de ventaja y de fortuna, perseguir placeres de diamantes entre el ingrato aspern y e l difuso acarreo de piedras eruptivas que en aquel suelo de l a Patagonia, que no produce ni hierbas, n i aun reptiles, se ex-

  • tiende hasta las mismas costas centenares de leguas de los volcanes andinos.

    Lo que el ojo cientfico moderno hasta ahora ha visto y estu-diado en aquellos parajes de desolacin, donde por todas partes no aparecen sino las ciclpeas ruinas de una naturaleza despe-dazada entre pavorosos trastornos plutnicos y la influencia no menos trastornadora del prximo polo, con excepciones muy limitadas y de inferior importancia, no va mucho ms lejos de lo que durante tres siglos de acometidas incesantes alcanzaron nuestros mayores; pues aunque en el siglo pasado, el jesuta ir-lands Thomas Falkner, destacado de nuestras misiones, y en este siglo el capitn alemn Muster, con varios otros intrpidos exploradores argentinos. Moreno, Lista y Moyano, y varios profesores de los establecimientos cientficos de Buenos Aires, entre ellos, los Doctores Burmeister, Heusser y Claraz, ya siguiendo los pasos de Snows y Darwin, ya emulando la teme-ridad de otros extraos aventureros, como el yanke Coan, el alemn Beertothns, la atrevida inglesa Lady Florence Dixies y el genovs Giacomo Bove, han querido hacer creer, en sus obras respectivas, en su mayor nmero ms novelescas inge-niosas que fruto de observaciones definitivas, que haban po-dido cruzar en direcciones varias tan vastas soledades, desde las corrientes del Ro Negro los inhospitalarios puertos de las costas del Atlntico, hasta las vertientes andinas y las mseras selvas magallnicas, todava no han conseguido agregar un dato ms de novedad y utilidad efectiva lo que nosotros durante nuestra dominacin conocamos, ni describir un terreno sobre el que no les hubiera precedido la planta, no menos audaz y te-meraria, de antiguos espaoles, ni hablarnos sustancialmente de nada de que no nos hubieran antes hablado con ingenua ver-dad, precisin y elocuencia las tres grandes generaciones que all envi el valor y el genio de Espaa para intentar adquirir el slido dominio de aquella tierra que escapa todos los resortes de la subordinacin: primero la generacin viril de los hroes y descubridores de hazaas casi legendarias; despus la genera-cin piadosa y pacfica de nuestros misioneros cristianos, y por ltimo, la tercera generacin de los hombres laboriosos de la administracin y la ciencia que en diversas expediciones mar-

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    timas y terrestres all fueron llenar los grandes ideales de la civilizacin y de la patria.

    Qudense, pues, las noticias incompletas que aun la ciencia nos da sobre la topografa de las tierras patagnicas para el acopio de los rudimentos escolares; que para nosotros el discu-rrir inciertamente sobre datos desconocidos nada ilustra el campo de nuestro estudio. De ninguno de los ros que cruzan en 245 leguas argentinas este territorio, desde las fuentes del Negro hasta el Estrecho de Magallanes, se alcanza ms de lo que saban nuestros abuelos, salvo que algunos nombres han cambiado. E l curso del ro Chubut todava no se dibuja sobre los mapas con un trazado definitivo. Los del San Jorge y De-seado, que desaguan en el golfo y puerto respectivo de sus nombres, se ignora dnde nacen, qu afluentes los alimentan y cul es su direccin tortuosa travs de las tierras incgnitas que atraviesan. E l que abre el puerto de San Julin, que tanto papel desempea en las relaciones de nuestros primeros explo-radores, ha perdido el nombre de Ro de jfuan Serrano, con que se le marca en los mapas antiguos desde la primera expedi-cin de Fernando de Magallanes. Estrechando ms abajo la punta austral de este continente, se ha pretendido dar una di-reccin acertada hacia sus orgenes Ro Chico, Ro de Santa Cruz, el Chalin que ste afluye, y Ro Gallegos, acentuando su inclinacin de N O . SO. desde las vertientes andinas y los lagos que manan sus pies hasta las orillas en que el puerto de San Julin y el de Santa Cruz ofrecen mayor abrigo las em-barcaciones que todo el contorno superior de la costa pata-gnica. Pero estos trazados son puramente arbitrarios. E l hom-bre civilizado no ha podido penetrar todava en el interior de aquellas tierras. Los ltimos gegrafos que sobre estos pases han escrito, se limitan hacer constar que, no existiendo un curso perenne de agua sino por cada 61 leguas y media de terreno, y no conocindose lagunas permanentes, aunque los indios hablen de ros interiores que nadie ha visto, que tal vez sean imagina-rios tal vez se sepulten en aquellos desolados desiertos, el l i -toral de la Patagonia no sirve para la agricultura, y por lo tanto, para la habitacin sedentaria y la poblacin del hombre. E l indio mismo evita el trnsito de aquellas mesetas interminables,

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    ridas, secas y desprovistas de vegetacin, cortadas intervalos por profundos bajos, y efectan sus peridicas emigraciones de un paraje otro por las vertientes de la cordillera, que ganan subiendo y bajando alternativamente las riberas de los ros.

    E l capitn Muster ha querido sentar una teora peregrina so-bre la habitabilidad de estos territorios por medio del desvo de los cauces actuales de las aguas corrientes, hacindolas de-rramar sobre las mesetas infructferas para que las rieguen, y estableciendo desde luego para acometer paulatinamente tama-a empresa, que durara siglos, un cordn de ciudades y villas como el que se articula en la Argentina desde Jujuy hasta San Rafael, por toda la vertiente oriental de la cordillera; pero ste es uno de aquellos problemas que no son susceptibles de solu-cin. Las observaciones cientficas demuestran que desde el territorio de las Pampas, mientras ms se avanza hacia el Sur, mayor es la esterilidad, ms seco el clima y ms raras las preci-pitaciones atmosfricas. Todo all se combina para esta abru-madora desolacin: cielo y suelo, clima y vientos, y cuantos me-dios cuenta la naturaleza para otorgar negar las ddivas de su opulencia.

    De fauna y flora estamos lo mismo: el tipo zoolgico ms caracterstico de aquel vasto territorio, sobre todo en las cer-canas de los parajes hmedos, lagos ros, es el del guanaco, la providencia del indio, y el puma; desde las cordilleras que limitan estos desiertos con elevaciones de ms de dos mil me-tros, como el Machinmadiva y el Ynteles, surcan su cielo el cndor y el ibis, y sobre las aguas de sus mares al E . y al S. so-brenadaban, al aparecer all por vez primera los espaoles, focas y aun ballenas. Los tipos de su vegetacin no son ms numero-sos. E n los bajos, donde llega el influjo del agua, algunas gram-neas y glumceas) y varias especies de gynerios, phalaris y ti-phas; en los valles cubiertos de eflorescencias salinas algunas salicornias y sinantreas) y en todas partes los captus de espi-nas de dos y tres pulgadas, y tan resistentes, que abren el vientre los caballos. E n el valle del Ro Negro el sauce americano, que caus que nuestros primeros descubridores dieran tambin aqul, que es el mayor y ms poderoso de los ros patagnicos, el nombre de Ro de los Saltees, y en los lugares donde veces

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    hay pastos, ya entre el Negro y el Colorado, donde son ms per-manentes, ya en algunas zonas entre el Chubut y el Negro, la vegetacin leosa la forman algunos matorrales de plantas espi-nosas de menos altura que el hombre y caracterizadas por el mezquino desarrollo de sus hojas, que veces faltan por com-pleto, tales como las colletias insidiosas, las duvanas, los prosopis y una especie de j a r i l l a . E l indio no halla en aquel suelo estril tubrculos y hierbas alimenticias, y tiene que pro-curarse su sustento, por medio de la caza del guanaco y del llama, cerca de la cordillera, de los productos del mar en los pocos lugares de la costa que visita. Cerca de aquellas mismas cordilleras, en sus vertientes, se dilatan algunas fajas de arbo-lado, formando parte de los famosos bosques antarticos que, no slo se extienden hasta el Estrecho de Magallanes, sino que establecen una cintura arbrea por la Tierra del Fuego con una flora alpina caracterstica poca altura del mar; pero aun esta misma vegetacin languidece y hasta se extingue en la pendiente andina patagnica oriental hacia el 39o donde se ensancha el continente

    Del habitante de estas regiones, gracias la ponderacin de los primeros descubridores, y sobre todo al italiano Pigafetta, que tom parte en la expedicin de Magallanes, y aun en el si-glo ltimo al capitn Byron, Carteret, Cook y Forster, han existido en toda Europa durante ms de tres siglos las noticias ms exageradas. Se les crea gigantes y se hablaba de hombres de trece y hasta catorce pies y algunas pulgadas de altura. Nues-tros escritores de mayor autoridad slo les llamaron agiganta-dos, es decir, de estatura ms que mediana. Sobre el nmero y variedad de sus tribus, el jesuta Falkner tambin generaliz ideas poco exactas. Los europeos, desde el descubrimiento, slo han tratado los que en mseros toldos y aduares habitan los parajes cerca de los ros Negro y Chubut, y de los lagos abiertos al pie de las cordilleras, y que en su vida nmada y errante ya aparecen en las aproximaciones de las Pampas argentinas, ya trasmontan las empinadas fronteras chilenas, ya descienden hacia las lejanas extremidades del estrecho. As los indios serranos, como los aucas y tehuelches, hablan de multitud de naciones habitantes en el interior desde el Ro Negro hasta el

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    trmino austral; pero estos datos no son ms verdicos que el de los ignotos ros interiores y los de las antiguas consejas de la ciudad de los Csares. La tribu de los tehuelches es sin duda la ms numerosa y la ms genuinamente patagnica, y de sta y de la de los checheheches, que son los serranos montaeses, se originan las otras ramas de los leubuches, gente de ro, de los calichicheSy gente de la cordillera, y de los chulilancunis, lehuancunis, Jacanacums, etc. Los primeros descubridores espaoles estimaron que, dada la inmensa despoblacin de tan vasto territorio, aquellas tribus constituiran un conjunt l e habitantes de la Patagonia, no mayor de 20 24.000 almas, y, en efecto, todava esta es la cifra de aproximacin que consig-nan los tratados de geografa y los censos y estadsticas recien-tes, as de Chile como de la Repblica Argentina.

    Su vida corresponde la miseria de la naturaleza en que viven. No son siquiera bravos y feroces, como otras tribus ame-ricanas y como sus mismos vecinos transmontanos de los Andes, aquellos famosos habitantes del valle de Arauco, cuya paterni-dad algunos les adjudican. Su vestido se compone de un manto hecho de piel de guanaco, y sus galas son algunas plumas de ave con que se adornan. Desde que los espaoles connaturali-zaron el caballo en aquellas regiones, se hicieron diestros y atrevidos jinetes. Sus casas son rudas cabaas, y sus armas defensivas lanzas, flechas con puntas de pedernal y hondas para arrojar piedras. Falkner les atribuy algunas ideas religiosas; la creencia en un ser supremo que bajo su arbitrio tiene una potencia superior benfica y otra maligna con que dirige el des-tino de sus criaturas. Con todo, entre los tehuelches cada casa tena su Dios, quien crea que cada familia era deudora de su generacin particular. Creyendo en Ja inmortalidad del alma y en la existencia de una vida ulterior, profesan la religin de los sepulcros, y las ceremonias religiosas por los que mueren se diri-gen al espritu del mal para que los libre de sus venganzas. Los entierros se hacen con ritos solemnes. Una de las mujeres del muerto se designa para hacer el esqueleto, despojando al cad-ver as de sus entraas como de sus carnes, que se queman. Los huesos descarnados se exhuman en el lugar donde lo fueron los antecesores del difunto, y en su sepultura cuadrada se introduce

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    su caballo, que se mata. E l luto dura un ao, durante el cual la viuda est obligada al llanto y al ayuno, vivir encerrada y no lavarse la xara ni las manos. Los espaoles hallaron que cada tribu tena cierto nmero de hombres organizados para la guerra; pero verdaderamente se hallaron siempre en amigable comunicacin con ellos, hasta que el irlands Falkner trat de envalentonarlos contra nuestros colonos de la provincia del Plata y del Gobierno de Chile. Entonces se distinguieron algu-nos caciques, quienes siempre se les contuvo poca fuerza. E n esta paz han vivido despus de la emancipacin de nuestras colonias con las nuevas repblicas, pues las querellas promul-gadas por la Argentina en pblicos documentos para justificar la expedicin del general Roca y el ensanche de la frontera militar de la Repblica del Plata, deben estimarse como razo-namientos de buen parecer, innecesarios acaso, porque la obra de civilizacin realizada por esta empresa la dota de superiores ttulos de aplauso y aprobacin.

    Si los mitos y leyendas que desde el primer tiempo del des-cubrimiento del Nuevo Mundo sutiliz la rivalidad contra Coln y contra Espaa, procurando inundar el campo de la Historia, tuvieran ilusos adeptos contrapuestos la razn, que creyeran en tales fbulas, sera preciso remontar el descubri-miento de las tierras patagnicas algunos aos antes de que el gran navegante revelara al viejo continente desde sus cara-belas espaolas victoriosas la existencia de aquel ignorado hemisferio. E l autor de este prodigio fabuloso protocolombiano se supona ser un alemn bvaro, natural de Nuremberg, Martn de Behaim, famoso cosmgrafo de su tiempo, construc-tor de mapas y globos que, no slo alcanzaron una gran reputa-cin en su siglo, sino que habiendo llegado la posteridad algunos de estos documentos de la geografa antigua, han sido ponderados por nuestros sabios de mayor crdito con el entu-siasmo y casi fanatismo que suelen despertar estas reliquias venerandas cuando no pertenecen Espaa! Martn de

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    Behaim puso su ciencia cosmogrfica servicio del rey de Portugal D.Juan I I ; bajo sus auspicios residi algn tiempo en Lisboa; bajo sus auspicios tom parte en las expediciones exploradoras por las costas de frica; bajo sus auspicios se cas y habit varios aos en la isla de Fayal en las Azores, y causa de sus navegaciones en el Atlntico, la sombra de la ntida ensea que esmaltan las quinas legendarias de nuestros hermanos del Oeste, se le atribuy un viaje verificado en 1484, de que l fu el caudillo, y en el que, antes que Cabral! descu-bri la parte de Amrica conocida posteriormente bajo el nom-bre del Brasil. Pero todava hay ms; porque derrotando el rumbo de sus naves ms al Sur en demanda de los ltimos tr-minos australes, tuvo la fortuna de reconocer, antes que nadie pensara seriamente como Coln en la existencia de las tierras occidentales del Ocano, un pas cuyas tribus salvajes apelli-d patagones, por llevar los extremos del cuerpo cubiertos con pieles, de modo que ms bien parecan patas de osos que pies y manos de hombres.

    La novela de Martn de Behaim no ha alcanzado en buena crtica mayor crdito que las dems relativas los predecesores fabulosos de Coln, el Prncipe Madog ab Owen Gwynedd, de Gales, el navegante de Dieppe, Juan Cousin, y casi casi los ex-pedicionarios septentrionales del siglo v m al siglo xu . Pero en esta parte nosotros no podemos formular excesivos cargos los extranjeros. L a rivalidad contra Coln y sus triunfos inespera-dos, brot antes que en ninguna otra parte, y con tan insidiosas invenciones como en cualquier otra, en Espaa, el teatro de su gloria, y el nombre de Alonso Snchez de Huelva todava ex-cita prolijidades vituperables de una erudicin bastarda y mal dirigida, bajo la ilusin de un falso patriotismo, por oponer un nombre obscuro nacional al nombre brillante del genovs espa-ol, cuyo resplandor es tan grande ante el espectculo de la Historia, como la luz del sol ante el espectculo del da. Escri-tores espaoles de gran nota, ya que no pudieron con la fbula de Behaim, que lleg su noticia, poner en eclipse la viva lla-marada del genio en Coln, flecharon sus dardos envenena-dos contra otro extranjero no menos ilustre y para los espa-oles no menos venerable, contra Fernando de Magallanes, su-

  • poniendo que en el giro y direccin de su navegacin temera-ria en busca de la comunicacin de los dos grandes Ocanos, slo tuvo que guiarse por las indicaciones del globo que, segn unos, vi en la cmara del rey D . Juan II, y segn otros, Behaim construy para l. Pero esto no es sino otra conseja de la envidia inventada contra otro extranjero glorioso, encum-brado, en alas de sus triunfos, en servicio de los Reyes de Castilla. E l descubrimiento de la Patagonia enteramente se le debe, como consecuencia lgica del viaje de prueba que emprendi, y en que, despus de gozar de la embriaguez suspirada del triunfo, le toc ser vctima sangrienta de su valor y su audacia antes de demandar los lauros de la victoria al puerto de partida.

    No es m quien me toca resear, sino por incidencia, aquel viaje homrico en busca del lejano estrecho que aquel ilustre navegante portugus, alma templada en crisol de acero, puso por timbre inmortal el escudo de su nombre. Pero no puedo menos de hacer resaltar aqu todo lo que vale en la apreciacin de aquella grandiosa conquista de la geografa y de la ciencia, un hecho tan culminante. Desde el momento en que se adqui-ri la certeza de haber puesto el pie en las primeras expedicio-nes del descubrimiento en la tierra firme de un dilatado conti-nente, el paso que lo comunicara con el mar opuesto las costas exploradas, fu la preocupacin asidua del mismo Coln y de todos los que persiguieron su obra portentosa. Aquella nave-gacin heroica de Magallanes por mares desconocidos y prea-dos de borrascas, por costas ingratas inhospitalarias, conlle-vando todos los furores del cielo y todas las iras de sus propios hombres, destaca de aquella odisea como un punto de los ms luminosos y como uno de los eslabones ms importantes del engranaje de aquella cadena de maravillas. Si Coln lo sim-boliza todo, puesto que l fu el primero en hallar la tierra des-conocida del tenebroso ocano, tras l van en la hueste glo-riosa que escal el Nuevo Olimpo los descubridores del Con-tinente Ojeda, Bastida, Sols; en pos de stos, el descubridor del Pacfico Vasco Nez de Balboa; pero continuacin, y no detrs, marcha Magallanes, hallando la comunicacin entre los dos mares, y asido l Sebastin Elcano, que di el primero

  • j -la vuelta al mundo. Despus de esta primera y gloriosa plyade de descubierta vendr la heroica inmortal de los conquistado-res sangrientos con aquellas figuras de gigantes y semidioses que se llaman Hernn Corts y Pizarro. Pero entretanto, qu empresa se asemeja la dantesca expedicin de Maga-llanes? Y a he dicho que desde que Cristbal Coln descubri en 1498 la Tierra Firme en las inmediaciones del Paria, que si-guieron las exploraciones minuciosas de Alonso de Hojeda, de Cristbal Guerra y Peralonso Nio, de Vicente Yfiez Pin-zn, de Rodrigo de Bastidas, de Diego de Lepe y el Comenda-dor Vlez de Mendoza, apoderse de Coln la conviccin profunda de la existencia de un estrecho que pusiese en comu-nicacin el mar Atlntico con el de las Indias. Las tentativas para encontrarlo, as en una como en otra direccin, fueron mu-chas y repetidas, pero infructuosas todas. E n 1506, Juan Daz de Sols y Vicente Yez Pinzn se adelantaron hasta descu-brir parte del Yucatn y el golfo de Honduras, y en 1508, con-tinuando la cadena de sus exploraciones al Sur, hacia el Brasil, reconocieron la costa hasta los 40o de latitud meridional, de-biendo ver por aquella parte el desaguadero del Ro Colorado, principio de la tierra patagnica. E n 1512, se prepar Sols para proseguir aquellas investigaciones; mas cuando en 1514 logr que se le diesen los despachos para su navegacin, ya haba ocurrido felizmente el descubrimiento mgico del mar del Sur desde el Daen por Vasco Nez de Balboa, y Pedrarias D-vila haba sido encargado de ir poblar aquel punto. Sali, no obstante, Sols, con sus tres navios, por las espaldas de Castilla del Oro, y entonces descubri aquel encantado ro del Plata, donde cpole en suerte ser msero despojo de los indios salvajes que poblaban sus orillas. Las noticias que de aquellos parajes trajeron los que regresaron, y la opinin cada vez ms firme que se haba formado de la existencia de un estrecho que la nave-gacin necesitaba para comunicacin ms fcil entre los dos mares y las tierras asentadas sobre sus riberas, hall paladn proporcionado en un hidalgo portugus, Fernando de Magalla-nes, natural de Oporto, criado que haba sido de la Reina Leo-nor, mujer de D . Juan I I , el cual, despus de haber viajado la India con su primer virrey, Francisco de Almeida, y de haber

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    hecho cosas de portento en la entrada y saco de Quiloa, en la toma incendio de Mombaza y en la conquista de Malaca, sin-tindose su regreso agraviado de su Soberano, con otros dos descontentos como l, el insigne astrnomo Ruy Falero y el mercader flamenco Cristbal de Haro, que se hallaba estable-cido en Lisboa, vnose Castilla en 1517 a ofrecer sus servicios la Corona.

    Acababa Carlos V de arribar Espaa desde Flandes, y ape-nas llegado Valladolid, trasladse Magallanes desde Sevilla la corte y acometi en seguida su negociacin. Mientras dur la discusin de sus propuestas, activamente procur el Rey de Portugal que sus gestiones fracasaran, dando de Magallanes al Emperador psimos informes, y reclamando su persona para que le fuera entregada; pero la firmeza de su carcter y su vi-gilante industria lograron dominar todos los obstculos, y al cabo consigui que se le diese una escuadra de cinco naos, cuya carena en Sevilla, aprovisionamiento y dotacin fueron para Magallanes incesante palenque de las contrariedades y los ar-tificios de la emulacin. E l duro temple de su alma se impuso entre trabajos sin cuento todas las adversidades, en cuyo yunque el nimo de Ruy Falero, que deba ser en su expedicin su consejero y conjunta persona, lleg enflaquecer tanto, que al fin perdi el juicio. No obstante, en los primeros das de Agosto de 1519, la armada de Magallanes se hallaba totalmente aparejada en la ribera sevillana del Guadalquivir para empren-der su viaje, y el 10 del mismo mes salieron de aquellas aguas para Sanlcar de Barrameda la nao Tr in idad arbolando la in-signia de su mando; la San Antonio, cuyo capitn era Juan de Cartagena, continuo de la casa Real de Castilla; la Concep-cin, mandada por Gaspar de Quiroga; la Victoria, por Luis de Mendoza, y la Santiago, por Juan Serrano. La expedicin la componan 265 hombres, verdadera ricia entre los que haba castellanos, vizcanos, andaluces, portugueses, italianos, fran-ceses , algn ingls y algn griego. E n la Concepcin iba por maestre Juan Sebastin de Elcano, muy ajeno, la verdad, de que en aquella expedicin haba de compartir enteramente la gloria con el caudillo general, pues si ste cabra la del xito en el hallazgo del Estrecho que se buscaba, Elcano regresara

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    su patria con la no menos inmarcesible aureola de haber sido el primero en dar la vuelta al planeta.

    Aunque al organizar la expedicin en Sevilla, y antes de zar-par de las aguas del perfumado ro, y en el acto de entregar Magallanes el asistente de la ciudad, Sancho Martnez de Leiva, el estandarte Real que se guardaba en la iglesia de Santa Mara de la Victoria de Triana, cada cargo haba hecho sus respecti-vos pleitohomenajes y todos el reconocimiento de su mando al navegante portugus, nombrado por el Emperador Capitn general de aquella armada, no tardaron en estallar en ella los conflictos de la disciplina, apenas emprendida la navegacin. Hernando de Magallanes di la vela en Sanlcar el 20 de Sep-tiembre, llegando el 26 la vista de Tenerife, de donde pas al puerto de Montaa Roja: de aqu, abastecido de pez, sali el 2 de Octubre navegando al SO. hasta el medioda siguiente, que se hall en 27o de latitud N . , y habiendo puesto rumbo al S. y S. VA SO. , Juan de Cartagena, el Capitn de la nao San Antonio, le promovi un altercado gritos, reclamando se ajustara la instruccin de su derrota, que tena firmada de su mano, y segn la cual Magallanes deba seguir rumbo SO. hasta la altura del 24o. Magallanes le contuvo con sus razones, le impuso su autoridad, y amenazndole con el castigo, segn las facultades inherentes su cargo, le conmin que se redu-jera simplemente seguirle, de da por su bandera y de noche por su farol, sin pedirle ms cuenta.

    E l mar de odios en que desde aquel momento qued sumer-gido el nimo rencoroso de Cartagena, fu la fuente de donde ya emanaron todas las trgicas malaventuras que en su vida inte-rior tuvo una expedicin que haba de realizar empresas tan grandiosas. E l 15 de Octubre se hallaban las naos en el paralelo de Sierra Leona, donde le sobrevinieron ms de veinte das de calma. Una de estas noches, Juan de Cartagena salud con un marinero Magallanes, diciendo: /Dios os salve, seor capitn y maestre buena compaa! Magallanes le envi decir que no lo saludase de aquel modo, sino llamndole Capitn gene-ral, que respondi Cartagena: Que con el mejor marinero de su nao le haba salvado, y que quiz otro da le sa lvar a con un pajel] y en efecto, en tres das no lo volvi salvar, aunque

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    en la instruccin Real se le mandaba hacerlo todos los das. A pocos, Magallanes mand viniesen su capitana los capitanes y pilotos de las otras naos, y estando juntos, despus de una aca-lorada discusin sobre la derrota y el modo de saludar, el Ge-neral agarr del pecho Cartagena, y le dijo: Sed preso! Cartagena requiri favor alguno de los capitanes y pilotos para prender Magallanes, y no habindoselo prestado, qued preso el capitn de la San Antonio, de pis en el cepo. Roga-ron los otros oficiales que se le entregase uno de ellos, y Ma-gallanes le di al tesorero Luis de Mendoza, tomndole jura-mento de que se le volvera cuando se le pidiese. Acto continuo nombr Antonio de Coca para el mando de la nao, de que era contador.

    E l 8 de Diciembre se avist la costa del Brasil, que era de playas planas, por los 19o 59' de latitud S., y el 13 entr en el Ja-neiro, cuyo puerto los espaoles llamaron Santa Luca. All relev Coca de la capitana de la San Antonio, sustituyn-dole por su sobrino Alvaro de la Mezquita, sobresaliente de la Trinidad, y provisto de aves, frutas y otros refrescos, el 27 de Diciembre continu su navegacin, reconociendo de cerca la costa con rumbo de OSO. E l 10 de Enero se hall en lati-tud S. 35o con el cabo de Santa Mara, de donde corra la costa al O. La tierra era arenosa, y un monte que tena figura de un sombrero, dieron el nombre de Monte vidi. Navegse por agua dulce y fondos de cinco, cuatro y tres brazas, reconociendo hasta lo ms interior de un ro que tena de ancho ms de veinte leguas, y que era el Plata. E n l renov la aguada hizo mucha pesca. Se les acercaron muchas canoas con naturales del pas; pero sin atreverse llegar bordo, hasta una noche en que un indio solo fu en una canoa y entr sin temor en la ca-pitana. Vesta una pelleja de cabra, y Magallanes mand darle una camisa de lienzo y otra camiseta de pao colorado, y ha-bindole enseado una taza de plata, el indio di entender que de aquello haba all mucho; pero pesar de los agasajos huy.

    Siempre navegando y haciendo rumbo del S., SO., SO O, y O N O . el 24, estando en latitud S. 42o 541, se encontr frente de una entrada que corra al NO. , y reconocindola para ver si

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    era estrecho, observ ser una baha muy grande con cincuenta leguas de giro, sin fondo para surgir, donde en lo ms interior hall ochenta brazas, y la nombr B a h a de San Mateo. Con-forme adelantaba en el viaje iba teniendo ms malos tiempos, con lo que se dispersaban las naos, y los tres cuatro das se volvan reunir. E l 27, en latitud de 44o S., vi una baha en cuyo paralelo, distancia de tres leguas, haba dos piedras; ms adelante encontr otra, donde no hall agua ni lea de que se quera proveer. La tierra no tena gente y era llana, con lindos campos sin rboles. Aqu soport tres grandes temporales en que estuvieron en peligro de perderse y le faltaron varias ama-rras la capitana. E n algunos buques la tempestad de los ni-mos corra parejas con la de los mares, y Magallanes crey con-veniente sacar del poder de Luis de Mendoza al preso Juan de Cartagena, entregndolo Gaspar de Quesada, capitn de la Concepcin. Para ejercitar los nimos en otras ideas continu e] viaje rumbos del S., SO., OSO. y O N O . , y reconoci una baha muy hermosa, con pequea entrada; mas tantas fueron las tormentas y peligros que corri en ella, que la llam B a h a de los Trabajos. Navarrete cree que ste era el que despus se llam Puerto Deseado.

    E l 31 de Marzo, vspera del Domingo de Ramos, entr en el Puerto de San Julin, con nimo de invernar, y como la gente iba tan alborotada en casi todas las naos, el arreglo de las racio-nes di lugar que estallasen los disgustos que haban de hacer presenciar las costas de la Patagonia, en la primera visita que le hacan pueblos civilizados, escenas trgicas de rebelda y poder, en que se ceb con crueldad la muerte. Algunos repre-sentaron al General, que no habiendo esperanza de hallar ni el cabo de aquella tierra inhospitalaria, estril y fra, ni el estrecho que se buscaba, deban volver atrs; pero Magallanes los acall ofrecindose el primero la muerte cumplir lo que al Rey haba prometido. Las quejas y los rencores no se apaciguaron, y como al da siguiente, i.0 de Abr i l y Domingo de Ramos, el General invitara todos los capitanes, oficiales y pilotos asistir en tierra una misa y pasar despus la capitana comer con l, al acto religioso slo acudieron Alvaro de la Mezquita y Anto-nio de Coca con toda su gente, excusndose Luis de Mendoza,

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    Gaspar de Quesaday Juan de Cartagena; la comida slo se pre-sent Mezquita. Aquella misma noche Gaspar de Quesada y Juan de Cartagena pasaron con unos 30 hombres armados de la Concepcin la San Antonio, prendieron Mezquita y de-clararon suya la nao, diciendo que ya tenan la Concepcin y la Victoria, y como Juan de Elorriaga, maestre de la San A n -tonio, dijese Quesada: Requieroos de parte de Dios y del rey Don Carlos, que vos vais vuestra nao, porque no es este tiempo de andar con hombres armados por las naos, y tambin vos requiero que soltis nuestro capitn; Quesada se descom-puso, y gritando: An por este loco se ha de dejar de hacer nuestro hecho', sac un pual y di Elorriaga cuatro puala-das en un brazo, con lo que se aquiet la gente. Mezquita qued preso, el herido puesto curacin y Quesada ocup la nao.

    Dueos los amotinados de los tres buques, mandaron un es-quife requerir Magallanes para que dejase de maltratarlos y cumpliera las instrucciones de S. M . , de lo contrario, te-niendo aquellas tres naos, y los esquifes de las cinco, le abando-naran; mas que si atenda sus splicas todos se pondran lo que mandase, y que si hasta entonces le dieron tratamiento de merced, en adelante se le daran de seora y le besaran pies y manos. Magallanes contest llamndoles la capitana, y como no fuesen, detuvo su bordo el batel de la San Antonio que andaba en aquellas diligencias, y en el esquife de su nave mand la Victoria al alguacil Gonzlo Gmez de Espinosa con seis hombres armados secretamente y una carta para el tesorero Luis de Mendoza. Mientras la lea, el alguacil, aleve-mente, le di una pualada en la garganta, mientras otro mari-nero le descargaba otra en la cabeza, de lo que cay muerto. Acto continuo Duarte Barbosa, sobresaliente de la Tr in idad con otros quince hombres armados entr en la Victoria iz la bandera, y en seguida acercaron esta nao la capitana h i ' cieron lo mismo con la Santiago. Sin dar la gente descanso, para que no se repusieran los insurrectos de su temor, la gente del General se apoder de la San Antonio y la Concepcin, prendiendo Quesada, Coca y ms de otros cuarenta. A l amanecer del da 3 mand Magallanes sacar tierra el cuerpo de Mendoza, que fu descuartizado con pregn de traidor, y

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    el 7 fu degollado Quesada y descuartizado del mismo modo, sentenciando Juan de Cartagena y al clrigo Pedro Snchez de la Reina, por amotinador de la gente, quedar desterrado, en aquella playa, sin ms que unos costalillos de galleta y unas botellas de vino. Toda la chusma que se amotin fu perdo-nada, i Tal fu el primer espectculo que vieron aquellas tierras vrgenes, aunque inclementes, de sus primeros exploradores, pa-reciendo que el influjo de su inclemencia se haba guarecido en el pecho del sangriento General! Fu luego su muerte, tam-bin trgica inesperada, despus de su triunfo, y manos de otra gente salvaje, la expiacin providencial del drama aterra-dor que os he descrito, cindome en todo al testimonio de Herrera y Navarrete? Dios lo sabe! Porque, seores, ni aun los hroes estn exentos en la vida de la ley remuneratoria de la moral en sus acciones, y el principio de esta ley, que es la recproca garanta de todos los hombres grandes y pequeos,, regentes y dirigidos, amos y siervos, es inviolable.

    Hasta aquel momento la armada de Magallanes, aunque es-trechada con frecuencia por horribles tormentas, no haba su-frido ningn serio descalabro: desde aquel instante stos se sucedieron sin interrupcin hasta su muerte. E l primero lo lle-v la nao Santiago, del mando de Juan Serrano, enviada explo-rar lo longo de la costa hacia el Sur. Despus de descubrir el puerto y ro de Santa Cruz, el 22 de Mayo, sufri, como t res leguas de este paraje, un temporal que le rif todo el velamen y en que le falt el timn, yendo la nave estrellarse sobre la costa, en la que qued deshecha. E l regreso por tierra de los 37 hombres que se salvaron desde el lugar del naufragio hasta el puerto de San Julin, les acab de demostrar lo horrible de aquel suelo enteramente estril para el hombre. N i aun hierbas encontraban para comer: slo algunos mariscos de los que el mar sacuda sobre las playas. Llegaron extenuados al lugar donde se hallaban las uaves y donde fueron socorridos. Esto no impidi que Magallanes pensara en cumplir los deberes de su misin, tomando posesin de aquella tierra nombre del Rey de Espaa. A l efecto envi cuatro hombres bien armados, para que treinta leguas tierra adentro pusiesen una cruz, y les encomend que si el pas les era grato y

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    bueno se quedasen en l; pero no habiendo hallado agua ni gente, se volvieron.

    A los dos meses de hallarse la armada all aparecieron seis indios que queran ir las naos. Entrados en la capitana, se les di una caldera de mazamorra, que devoraron en un momento, porque eran, dice Herrera, ms grandes que el mayor hom-bre de Castilla. Vestan sus pieles caractersticas, y Oviedo aade que por tener disformes pies, aunque no desproporcio-nados su estatura, les llamaron patagones. La presencia de estos salvajes poca impresin dej en la efemride del descu-brimiento de la tierra que habitaban. Se les ense oro y plata y se mostraron indiferentes estos metales; no los conocan. Magallanes quiso retener dos en las naos para conducirlos Castilla. Pigafetta cuenta que su detencin di lugar al nico lance de hostilidad que hubo con los patagones, quienes hasta all se les haba visto pacficos y sin miedo. Las mujeres de los detenidos daban desde tierra espantosos gritos que llegaban las naos, y encontrando un grupo de espaoles que exploraban el contorno, los indios arremetieron flechazos contra ellos, matando Diego Barrasa, hombre de armas de la nao Tr in i -dad: los dems debieron la vida sus rodelas, porque se halla-ban sin armas para defenderse. Magallanes envi otros veinte hombres armados para castigar los indios; pero aunque los buscaron durante ocho das, no volvieron verlos ms.

    E n la suma de estos hechos que sucintamente os he recor-dado, se cifra el suceso del descubrimiento y primera toma de posesin de aquella extensa costa hasta entonces desconocida. Algunos de los puntos que visit Magallanes recibieron enton-ces un nombre que el tiempo despus ha perpetuado: otros han perdido el que recibieron en su primer bautismo espaol y cris-tiano. De cualquier manera la exploracin geogrfica qued iniciada, y si Magallanes no la puntualiz de otro modo, fu porque con ms poderoso atractivo y por la necesidad apre-miante de adelantar el giro de su empresa, tuvo que proseguir su incierto camino travs de aquel foso terrible y dilatado en cuya entrada logr la fortuna de dar, y que lo llamaba, para cumplir al Csar el empeo que haba adquirido, hazaas de mayor gloria, como era la de encontrar al fin de aquellas

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    tierras la suspirada comunicacin con el mar de la India verda-dera.

    E l segundo y tercer viaje al Estrecho que, despus de los sucesos referidos, hall Magallanes, y que di su nombre, ve-rificados, respectivamente, en 1526, por el Comendador de la Orden de San Juan, Frey Garca Jofre de Loaysa, y por Sebas-tin Cabot, uno y otro con nimo de visitar las Molucas, esca-sas circunstancias aaden las empresas del pas de que os ha-blo, cuyo trnsito y visita de algunos puntos de su costa, fu un mero accidente en expediciones dirigidas otro objetivo. E n una obra de mayor aliento sobre la Patagonia no podra pres-cindirse de ellos para apreciar con la debida consideracin el paulatino y lento proceso de la geografa y de la historia, prin-cipalmente de la primera de estas dos ciencias, porque, seo-res, cuntas observaciones son precisas para determinar la verdadera situacin de un punto geogrfico en la tierra! La expedicin del comendador Frey Garca Jofre de Loaysa, que parti de la Corua con siete navios, ltimo de Octubre de 1525, slo se hace notar por el signo heroico de los grandes sacrificios que cost al puado de espaoles que en ella tom parte, durante su laboriosa navegacin abundante en catstrofes y tormentas. E n las desavenencias del General con sus capita-nes, la nao de Pedro Vera se sali fuera del Estrecho y nunca la vimos ms, dicen las relaciones del tiempo. Ya antes vista del Estrecho y pensando entrar en l cuatro velas un domingo, encallaron en el abra de un ro cerca del cabo de las Once m i l Vrgenes, donde la nao de Juan Sebastin de Elcano di de tra-vs en la costa, y al salir tierra se le ahogaron nueve hombres. Los dems salieron medio ahogados, y como la tormenta recre-ci al da siguiente, la nao se deshizo, saliendo flote las pipas de vino y mercaderas que llevaban, y perdindose todo el pan. Re-cogidos en otra nao, que los llev lugar de abrigo, cuando qui-sieron subir donde qued la perdida para ver lo que se poda salvar y recoger, aunque no tardaron por tierra ms que cuatro das, al tercero pensaron ya perecer de sed; y con los nuestras orinas nos remediamos hasta que hallamos agua, dice el autor de esta relacin, actor y testigo de la empresa. E n estas tor-mentas la nao capitana estuvo perdida y desamparada del Ge-

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    neral y de toda la gente, salvo el maestre y los marineros. L a de D . Francisco de Hoces corri fuera del Estrecho la costa hacia el Sur hasta los 58o, y dijeron despus, los que tornaron, que les pareca que era all acabamiento de tierra. E n Mayo de 1526 las cuatro naos, que ya quedaban, sufrieron tal tormenta, que se derrotaron unas de otras y no pudieron jams volver juntarse. E l hambre y la miseria dominaba los que quedaron, y de ham-bre y miseria murieron el 30 de Julio el contador Tejeda y el piloto Rodrigo Bermejo; del peso de sus sufrimientos, luego, el Capitn general Loaysa, y el 4 de Agosto el nuevo Capitn ge-neral que haban nombrado, Juan Sebastin de Elcano, y el te-sorero de la nao, y pocos das despus el tercer General de la expedicin, Toribio Alonso de Salazar y el maestre de la capi-tana, Juan de Huelva Tantos y tan continuos y heroicos sacrificios nos impuso, seores, el honor, cuya gloria hoy aqu sostenemos, del descubrimiento, exploracin, conquista y colo-nizacin de aquel Mundo que, despus de creado por Dios, pa-rece como amasado con nuestra sangre!

    Pero todava nos queda una expedicin heroica ms ne-tamente patagnica, la de Simn de Alcazaba, que fu por Gobernador de la provincia de Len por parte de la mar del Sur, y que se embarc en Sanlcar de Barrameda el 20 de Septiembre de 1534, bordo de las naos Madre de Dios y San Pedro, con 250 hombres en're bandas. Por hacer agua una de las naos, el 23 tuvo que arribar Cdiz, y vuelto salir de su baha el 24, la primera guardia di la Capitana un topetn en un bajo, que es frente Rota, de que se desgaj de la quilla un buen pedazo. Esta avera no se repar sino en la Gomera, cuya isla dejaron el da 15, y dende dos das, Alca-zaba di la ordei\ de lo que se haba de dar cada pasajero: esto es, diez onzas de bizcochos pesadas por peso, y cada diez hombres dos galletas de vino hecho brebaje, en que podran haber tres azumbres para cada da; dos sardinas diarias por ca-beza, y otras veces un poco de carne medio hedionda. Pasaban

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    semanas enteras sin dar carne ni pescado, porque entre las dos naos no llevaban sino tres pipas de carne que se da; otras tres de sardinas y como medio millar de cazones; con que du-rante el viaje slo se daba el vino y el pan, excepto lo que cada uno llevara de sus matalotajes. A los veinte das se disminuy la racin veinte onzas de pan, y desde el da de San Andrs la de vino, razn de dos galletas para cada quince hombres.

    E l 21 de Noviembre se hallaban en la costa del Brasil, y el 15 de Diciembre se perdi la nao San Pedro, pasando la capitana en tormenta continua la Pascua de Navidad y la de Reyes. E l 2 de Enero de 1535 vieron tierra en Cabo Blanco, y el 13 la costa de Ro Gallegos. E l 15 se hizo aguada en la costa, y cuando se tuvo agua, se suprimi el vino. Tampoco, aunque lo haba en las naos, se daba la gente pescado, habas ni garbar-zos. E l 17 entraron en el Estrecho y el 18 apareci en l la nao San Pedro, que se haba perdido y se haba provisto de agua en el cabo de Santo Domingo. Como el invierno entraba muy recia-mente y los vientos eran muy contrarios, el 3 de Febrero retro-cedieron buscar abrigo en la costa y se ancl en la baha del cabo de Santo Domingo, poniendo al puerto el nombre de Puerto de los Leones. Del 26 de Febrero al 9 de Marzo se fue-ron aderezando las cosas que eran menester para entrar la tierra adentro, as de armas como de vituallas, y estando todo prepa-rado, Simn de Alcazaba se hizo jurar por Gobernador, diciendo que esto era el eje d la conquista.. Hizo sus capitanes y alf-rez y cabos de escuadra. Eran capitanes: Rodrigo Martnez, de Cullar, que llevaba 42 lanzones, y Juan Arias, de Zamora, que llevaba 42 ballesteros; alfrez Zaraza, de Colindres, y cabos de escuadra. Chao, Navarro y Ortiz, de Medina de Pomar. Otro capitn era Gaspar de Sotelo, de Medina del Campo, que lle-vaba 42 lanceros, Ruison, su alfrez, y sus cabos el portugus uo lvarez, y otro medins, llamado Recio. E l cuarto capi-tn, Gaspar de vila, de Alcal, mandaba 33 arcabuceros y 10 ballesteros, llevando por cabos al florentino Micer Luis y otro vizcano llamado Ochoa. La guarda del Gobernador se compona de 20 hombres suyos, todos con templones y rodelas.

    E l martes 9 de marzo mand el Gobernador dar cada hom-bre en una mochila quince libras de pan, sin ningn otromante-

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    nimiento, debindolas llevar cuestas juntamente con sus armas. Se anduvieron aquel da no menos de cuatro leguas por monta-as y montes, sin caminos, que no lograron hallar. E l desplegue de la columna para emprender la jornada se organiz en esta forma: la capitana de los arcabuceros iba delante, luego la de los ballesteros, luego la de los lanceros, que eran dos, una en pos de otra, y en la retaguardia iba el Gobernador con sus 20 hombres. A la delantera iba como de gua y descubierta Alonso Rodrguez, piloto de una de las naos, con su aguja y astrolabio y carta de marear, el cual ya se diriga al Norte ya al Noroeste, llevando siempre el Noroeste por derecha. As se caminaron como unas doce leguas, al cabo de las cuales el Gobernador y Rodrigo Martnez, ste por ser viejo y aqul por enfermo, no pudiendo pasar adelante, se volvieron las naos con los hom-bres que ya en tan corto camino quedaron lisiados, despeados y flacos, en nmero de unos 30. Rodrigo de Isla Montaez, de Escalona, qued por teniente de Gobernador, y Rodrigo Mar-tnez traspas su capitana Juan de Mor. las quince leguas de la costa entraron en una tierra desierta y despoblada, adonde no se hallaban races ni cosa ninguna que comer, ni lea para quemar, ni agua para beber. La fatiga de la gente era inmensa y quiso Dios depararles una laguna de agua recin llovida; mas con tanta prisa se resuma por aquella enjuta arena, que apenas bebi el ltimo, desapareci enteramente. Anduvieron otras diez doce leguas y toparon unos barrancos muy hondos, donde volvieron refrescarse bebiendo, y otra legua de andadura dieron con un boho de ranchos por cubrir cerca de un ro muy caudaloso, y en ellos prendieron seis mujeres y un indio muy viejo, con quienes no hubo forma de entenderse por falta de lengua.

    Los hombres haban huido y los espaoles tomaron de sus viviendas algunos guanacos mansos que tenan y les servan de seuelo para atraer y cazar los del campo. De lea de sauces que haba en las mrgenes, formaron balsas para atrave-sar el ro de dos en dos, y como ya nadie llevase pan, un sol-dado industrioso prob como por burla la cabezuela de un cap-tus y todos le imitaron, hallndola tan exquisita como el ms rico manjar. Alonso Vehedor, el autor de la relacin de esta

  • empresa aade, que si no fuera por aquel casual hallazgo, pues las indias que llevaban no los coman, hartos duelos hubiera entre la gente que iba ya muy descaecida. E n otro ro, donde fueron dar, y cuyas aguas les supieron gloria, bebindolas hasta en ayunas sin que les hiciesen dao, algunos que llevaban anzuelos pescaron una especie de barbos de gran tamao. Todos estos trabajos tuvieron un vislumbre de esperanza de que termina-ran felizmente y pronto de una manera muy grata; porque una india anciana que cogieron, por seas que les haca con los cinco dedos, dbales entender que cinco jornadas ms adelante en-contraran mucho oro; pero aunque marcharon diez y hasta treinta por una tierra cada vez ms desierta, estril inhospita-laria, y la gente rendida ya no poda tirar ms, y la india vieja siempre segua sealando con los cinco dedos, sin entender ya los nuestros si quera decir cinco cincuenta, despus de haber recorrido, segn los clculos del piloto ms de cien leguas, ha-bido consejo entre el Teniente Gobernador y los capitanes, se acord dar la vuelta las naos. E l regreso se emprendi el lti-mo da de Pascua Florida.

    E l descontento de aquella gente rayaba en la desesperacin, no slo por las necesidades y fatigas que pasaban, sino por el desengao cruel de sus frustradas codicias, pues empresas de este linaje y por gente acostumbrada la vida de las armas y aventuras de la guerra, no se iba sino en expectacin de hallar nuevos imperios como el de los Motezumas y el de los Incas, con cuyos despojos enriquecerse. No otro precio se arries-gaba la vida en medio de tantas penalidades y trabajos! E l ham-bre y el espritu de insubordinacin era tan grande que los ca-pitanes Arias y Sotelo una noche vinieron de mano armada so-bre la tienda del Teniente Gobernador y le tomaron una arroba de pan, azcar, pasas y otras vituallas, y Arias quiso matarlo y todos sus criados, lo que evit el consejo de Sotelo, aunque no que los prendiese so pretexto de que haba enviado des-pacho al Gobernador Alcazaba para que no los recibiera en las naos. E l orden militar hasta all observado en la columna aventurera se deshizo; la gente marchaba la desbandada, buscando que comer, por lo que muchos se extraviaron y per-dieron y otros perecieron de hambre, y aquella lucida colum-

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    na, que en formacin tan bizarra y correcta rompi su primer marcha para exploracin tan desengaada, fu llegando las naos ramos de cuatro en cuatro y de seis en seis hombres, tardando algunos hasta quince das.

    E n esto los cabos de la escuadra de Juan Arias se adelantaron, y una noche, de improviso, llegaron las naos en un batel que haban tomado nado. Asaltando la capitana, pasaron esto-cadas en sus propios lechos al Gobernador y al piloto, echando despus los cadveres al agua. Se apoderaron de la nao y de la despensa, con muerte tambin del despensero, y aun quisieron matar al capitn Rodrigo Martnez. Sotelo y Arias, que llega-ron despus, hicieron paz y guerra de las cajas de los muertos, y de aqu empez haber nuevas discordias entre los dos cau-dillos de aquella sublevacin. Sotelo quera que fuesen con las naos al ro de la Plata esperar D . Pedro de Mendoza y jun-tarse con l. Arias slo se propona guarnecer la nao mayor, dotndola de los hombres ms traviesos y recios que all haba irse robar por el mar toda ropa, as de castellanos como de portugueses y genoveses, amparndose despus en Levante Francia. Pero una maana, en amaneciendo, el maestre de la nao capitana Juan de Echarruaga y Martn de Loriaga, con-tramaestre, con otras cinco seis personas y varios marineros armados, prendieron tambin en sus camas al capitn Arias y sus camaradas y los metieron en la bomba mientras hacan grillos, y llamaron Ochoa de Menaza para hacer justicia con ellos, alzando luego sus banderas por el Emperador. A l hacer recuento de la gente diezmada hasta el 30 de Junio en que lle-garon los ltimos rezagados de la expedicin al interior, se su-maron unas 80 bajas entre muertos y perdidos, asesinados por los insurrectos y justiciados por Ochoa de Menaza. No acaba-ron aqu las desdichas de la expedicin. poco de darse la vela para el regreso naufrag la capitana. La nao San Pedro salv las reliquias de tantas desdichas, y con ellas, aunque me-dio muertos de hambre, lleg el 11 de Septiembre la isla de Santo Domingo.

    Vase cmo, seores, un puado de hombres que, animados de un ciego y desordenado sentimiento de codicia, sali dis-puesto hacer de cada una de aquellas existencias una leyenda

  • del herosmo, trabajada por los sufrimientos y las penalidades, desalentada por el desengao y perdida toda esperanza de re-paracin de desquite, di en el extremo brutal de la insensi-bilidad y del crimen. Tan cerca estn en la condicin humana los ms incomprensibles contrapuestos, y slo el imperio de las circunstancias muchas veces puede labrar en una misma natu-raleza la aureola que encumbra la gloria la sevicia que en-gendra el delito!

    * * *

    Por mucho tiempo, despus de estas trgicas tentativas, las empresas directas la Patagonia quedaron suspendidas. E n la expedicin de Alonso de Camargo y de Juan de Ribera en 1540; en la de Juan Bautista Pastene en 1544; en la de Francisco de Ulloa en 1554; en las de D . Juan Ladrillero y Francisco Corts de Ojea en 1558; en la primera de Pedro Sarmiento de Gam-boa en 1580; en la de Diego Flores de Valds en 1583, y en la segunda de Sarmiento de Gamboa en 1584, cuantos tocaron en la costa patagnica, aunque hicieran ya en su topografa, ya en su constitucin, ya en su escasa poblacin observaciones de ma-yor menor importancia, ninguno tuvo, como la de Simn de Alcazaba, un objetivo directo sobre aquel extenso territorio. Y a procediesen del Atlntico, ya de las gobernaciones del Per de Chile, aquellas expediciones se dirigieron principalmente reconocer con ms precisin la tortuosa direccin del Estrecho y sus entradas y salidas, as como las tierras que le estaban ms cercanas, por el extremo del continente, y por la que lla-maban del Fuego. Solamente Diego Flores de Valds estuvo encomendado fundar poblaciones por aquella parte, lo que no logr, y en 1584 realiz con xito desgraciado Sarmiento de Gamboa en el Nombre de Dios y el Rey D . Felipe. No por eso dejaban de otorgarse por el Consejo de Indias derechos in-munidades sobre aquellos desolados desiertos que ninguno al-canzaba dominar. A D . Pedro de Mendoza, criado de S. M . y gentilhombre de su casa, que se ofreci conquistar y poblar las tierras y provincias que haba en el Ro de Sols, sea el Plata, y por all calar y pasar la tierra hasta llegar la mar del

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    Sur, se le otorgaron en 1534 adems en la banda opuesta dos-cientas leguas de luengo de costa de gobernacin, que empeza-ran donde acababa la que tena encomendada el mariscal don Diego de Almagro, hasta eJ Estrecho de Magallanes, pudiendo conquistar las tierras y provincias que all hubiese. Cuando mu-ri D . Pedro de Mendoza en el mar, esta misma concesin se renov en 1540 en Juan de Ayolas, quien l instituy por su heredero, si no fuese muerto en las empresas interiores que le haba confiado. Pero desde que se extendi el conocimiento, primero de los supuestos viajes clandestinos, ya de dos naves genovesas en 1526, ya de otras tres gallegas y furtivas en 1527, ya de las de la supuesta expedicin francesa, ya de las portu-guesas de Lpez Vaz en aquel mismo ao, y con mayor certi-dumbre y realidad de las de los piratas britnicos Francis Drake, John Wintery PeterCurder, en 1578, al Estrecho de Magalla-nes, toda la solicitud de Espaa estrib en fortificar y asegurar para nuestras naos el paso exclusivo de aquella angostura, cuyo objeto se dispuso la escuadra militar y numerosa que sali de Sevilla en 1587 bajo el mando de Flores Valds, llevando bordo, condecorado con el ttulo de Capitn general y gober-nador del Estrecho de Magallanes, Pedro Sarmiento de Gam-boa. As y todo el diario de tal expedicin no ofreci sino una serie no interrumpida de desastres como los que llevo relatados.

    No bastaron stos, pesar de ser tan continuos, para calmar el fuego de las imaginaciones acerca de las maravillas que toda-va, como si se tratase de un lugar encantado, en uno y otro mundo se referan de aquellas tierras incgnitas inaccesibles. Los espritus estaban imbuidos de tal manera en las ideas de lo sobrenatural y maravilloso, sobre todo tocante riquezas de imperios opulentos en que hacer igual carga de oro que de lau-reles, que ms crdito se prestaba las fbulas en que corran estos inventos, que las trgicas narraciones y la elocuente evidencia de la verdad. De entonces data la curiosa conseja de la existencia de una ciudad misteriosa llamada de los Csares. Conforme se fueron abandonando durante el siglo x v n las em-presas militares y colonizadoras sobre el pas patagnico, fu creciendo la fama de que 160 leguas de Mendoza, 140 de San Juan Luis de Loyola, 190 de San Juan y 286 de Buenos Aires,

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    en la banda de los Andes patagnicos y equidistante del Estre-cho de Magallanes y de la provincia de Cuyo, sirvindoles de fortificacin una laguna de muchas leguas, la laguna de Payeg, cerca de Llanquer, estero muy correntoso y profundo, exista en un ngulo de la Cordillera Nevada, donde las nieves son azu-les, rosadas y negras, entre los 45o y los 50o de latitud austral, una Confederacin de tres poblaciones habitadas como por mil espa-oles y vario nmero de indios chiquitos y de otras tribus, lla-madas, la primera. Los Hoyos, la segunda. E l Muelle, y la tercera. Los Sauces, y todas juntas comprendidas bajo la deno-minacin comn de la ciudad de los Csares. Tenan estas ciu-dades murallas con fosos, rebellines y una sola entrada protegida por su puente levadizo y artillera. Sus edificios eran suntuosos, casi todos de piedra labrada y techados al modo de Espaa. Nada igualaba la magnificencia de sus templos, cubiertos de plata maciza. De este metal eran sus ollas, cuchillos y hasta las rejas de los arados. Para formarse una idea de sus riquezas, bas-te decir que los habitantes se sentaban en sus casas en asien-tos de oro.

    Sobre el origen de estas ciudades se daban versiones diversas. Unos decan que las fundaron algunos espaoles que pudieron escapar de la ira de los araucanos en el desastre de Osorno. Otros las daban un origen anterior en las reliquias de los nave-gantes que en cuatro buques en 1523 entraron en el Estrecho, de los cuales se perdieron tres, y el que qued salvo fuese re-fugiar Lima. Quines hacan proceder sus primeros habitantes del equipaje de otros navios que entraron en el Estrecho en 1535, y que, habindose sublevado contra sus jefes, echaron las naos pique. Quines los refirieron la tripulacin de otros tres navios que en 1539 penetraron en la red de los canales magallnicos, de los cuales el primero naufrag, el segundo vol-vi de arribada, y el tercero pas al mar del Sur. Por ltimo, hubo quien asegur que la base de aquellas poblaciones estaba constituida por las 280 personas de la escuadra de Flores de Valds, con las que Sarmiento de Gamboa fund en el Estre-cho aquellas dos poblaciones del Nombre de J e s s y Rey Fe-lipe, que totalmente perecieron causa de no haber vuelto recibir auxilios de Espaa.

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    Claro es que todo esto era un tejido de aquellas fbulas y ponderaciones que la sazn constituan la conversacin ordi-naria, no slo de los yentes y vinientes desde la Pennsula y desde todos los puntos de Europa, pasando por la Pennsula, Amrica, y de Amrica la Pennsula, sino de los que desde el viejo continente eran asombrados espectadores de los xitos de Coln en su primer descubrimiento; de los de Corts en Mjico, devorando el rico imperio de los Aztecas, y de los de Pizarro en el Pe r , enriqueciendo su soldadesca aventurera con los despojos del no menos opulento imperio de los Incas. Lleg-ronse ponderar de tal modo hasta las fuerzas vegetativas de las nuevas tierras halladas, que hubo quienes ante escribano dieron fe del rbano criado en el valle de Cuzapa, cuyas hojas se ataron cinco caballos, y que, sin embargo, al comer de l le hallaron muy tierno. Nada digamos del meln de Icaque, que pes cuatro arrobas y tres libras! De la existencia de la ciudad de los Csares no slo se hablaba por testimonio extrao, sino que por su fe de hidalgos juraban haberla visto multitud de per-sonas constituidas en alto rango social las unas, y en elevadas jerarquas religiosas, polticas y militares las otras. As se vi en 1605 al Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Her-nandarias de Saavedra, emprender una expedicin formal para buscarla: slo que en vez de dirigir su exploracin al O E . para acercarse la cordillera, sigui el rumbo de la costa y fu dar la baha sin fondo. Frustrada aquella tentativa, sus sucesores no pensaron en mucho tiempo en hacer ensayos de este gnero; lo que no obst para que en 1642, teniendo en Madrid por ver-dadero lo que se segua diciendo de aquella ciudad incgnita opulenta, se mandase al Gobernador de la Plata que sus mora-dores se les hiciese pagar su tributo. Tributo los Patagones!

    Hasta en su principio, las misiones cristianas, que continuaron en nombre de Espaa, su asidua obra civilizadora por los ms recnditos rincones del Nuevo Mundo descubierto, no dejaron de tomar inters en el hallazgo de esta ciudad misteriosa, cuyas maravillas desconocidas de tal modo se decantaban. Desde el ar-chipilago de Chilo, en 1675, el padre jesuta Nicols Mascard atraves los Andes en busca de la ciudad de los Csares; pero apenas descendi de la cordillera Nevada, fu muerto por los

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    indios poyas. Ocho aos despus, en el de 1683, el Gobernador de la provincia del Plata, D . Jos de Herrera Sotomayor, re-present al rey Carlos II la necesidad de la conversin de los innumerables indios que poblaban todos los espacios y costa larga de mar, desde el distrito del puerto de Buenos Aires hasta el Estrecho, en una extensin de 238 leguas de graduacin que haba desde esta ciudad, fuera de otras parcialidades y nacio-nes que existan tierra adentro sobre las mrgenes de los ros y lagunas que tenan su principio en la gran cordillera de Chile, con lo que se aseguraran aquellas costas, que no estaban sino en manos de enemigos hasta ahora. E n efecto, por Real cdula de 21 de Mayo de 1684, se di licencia al Procurador de las provincias jesuticas del Paraguay y del Tucumn, P . Diego Altamirano, para emprender la obra de la catequizacin de los indios, para lo cual se dara los misioneros una escolta de 50 soldados, con tal que las poblaciones que se hiciesen de los indios que fueran sometiendo, hubiesen de ser en lo ms medi-terrneo y tierra adentro, huyendo de las poblaciones en la costa. Pero las primeras misiones no pasaron de los territorios habitados por los indios pampas y serranos. L a de 1707 ahond ms: por el Tandil y el Volcn, rumbo de SO., lleg hasta el pie de la cordillera, sirvindole de gua el espaol Silvestre Anto-nio de Rojas, que haca muchos aos viva entre los indios pe-genches. Esta expedicin anduvo 330 leguas, atravesando el territorio de los mayuheches, pimuches y chiquillanes, la ma-yor parte por llanuras de 30, 40 y ms leguas, sin pastos ni aguas; y al llegar al de los puelches se envanecan de que otras 30 leguas ms all encontraran la fabulosa ciudad ambicionada. Pero, pesar de las descripciones de Rojas, la ciudad nunca fu encontrada.

    No en expedicin religiosa, sino militar, en 1711, el general D . Juan de Mayorga, vecino de Mendoza, junt gente por mandado del Gobernador y Presidente de Chile, D . Juan Francisco Uztriz, y acometi la misma empresa. Su ejrcito pas mil penalidades, y despus de una batalla con los indios, la gente se amotin y hubo que retroceder para no entregarla la muerte. No volvi despertarse el peridico ardor de aquellas tentativas, hasta 1740, en que bajo los auspicios del Goberna-

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    dor de las provincias del Plata, D . Miguel de Salcedo, volvie-ron los jesutas introducirse en medio de los indios, y adems de haber obtenido opimos resultados en su obra de evangeliza-cin, lograron imbuir ciertos principios de organizacin pol-tica entre aqullos. Crearon una especie de municipio, conde-coraron los caciques y jefes con ttulos de autoridad, y des-pus de acostumbrar los indios una vida ms arreglada y laboriosa, les ensearon en la colonia de la Concepcin, que fundaron, labrar los campos, que por vez primera reciban de las manos del hombre los beneficios de la agricultura. Por c-dula de Felipe V , de 6 de Diciembre de 1741, se reforzaron aquellas misiones con escoltas de 20 25 soldados, y se orden hacer entrada en el interior de los patagones y extender la la-bor de la misin hasta el ltimo extremo magallnico. E l pa-dre Juan Jos Rico acept la invitacin de S. M . y obtuvo otra Real cdula de 24 de Noviembre de 1743 para que el Go-bernador de Buenos Aires, D . Domingo Ortiz, mandase la exploracin de la costa sur hasta el Estrecho una embarcacin que llevase bordo dos P P . de la Compaa de Jess y la es-colta correspondiente, con medios para fundar, donde mejor se estimase, un nuevo establecimiento. Reiterada en 23 de Julio de 1744 y 5 de Enero de 1745, la anterior Real cdula, el 6 de Diciembre de 1745, sali de Buenos Aires el navio San Anto-nio, del mando del teniente de navio D . Joaqun de Olivares y Centeno, llevando bordo los P P . Jos Quiroga, Matas Strobl y Jos Cardier, este ltimo fantico con la idea de des-cubrir los Csares. E l objeto de aquel viaje era sealar un punto favorable para fundar una poblacin. Se reconoci el Puerto Deseado, el de San Julin, la Baha de San Gregorio y Cabo de Matas, y aunque pareci el mejor el segundo, todava no satisfizo, del todo por ser aquella tierra estril, pobre de caza, de combustible y hasta de agua potable.

    E l cuadro de aquellos sacerdotes en el trabajo de su explo-racin, descrito por los P P . Quiroga y Cardier, es interesante. Cuando iban por la campaa, sin camino, el P . Quiroga mar-chaba en medio y los dems extendidos en ala lo largo; cuando por sendas de indios, e lP . Quiroga se pona el primero, atempe-rando su paso al de los menos fuertes para no hacerlos caminar

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    ms de lo que pudieran. Llevaba al pecho el crucifijo y un bculo en la mano, y en l grabada una cruz. Llevaban 25 sol-dados al mando del alfrez D. Salvador Mara del Olmo, y en Buenos Aires todos los de aquellas milicias queran ser de la mstica expedicin; pero el Gobernador hubo de atenerse las rdenes de S. M . E l P. Matas Strobl animaba la gente con continuas plticas y se di principio la novena de San Fran-cisco Javier, apstol de las Indias: de modo que las jornadas se hacan pensando en Dios, bendiciendo sus pasos civilizadores por medio de la oracin y encaminando al honor de la patria aquellos speros trabajos sufridos con santa resignacin. Des-pus de persuadirse de la esquivez de aquel punto para recibir el beneficio que llevaban por norte de su empresa, pasaron en el San Antonio al Puerto Deseado. Su exploracin no fu me-nos desengaada. Cansados de caminar tierra adentro, no ha-llaron huella ni rastro de hombres, ni bosques, ni lea, sino tal cual matorral, ni aguadulce, ni tierra fructfera; sino peascos, quebradas y horribles despeaderos. Apagaron la sed que los de-voraba en algunos pocitos de agua en las concavidades de las peas, de la lluvia que haba cado el da antes. Desde los altos no se descubran sino tierras interminables de la misma aterra-dora desolacin.

    A u n as no se apag el fervor piadoso de aquellos misioneros, y en los aos de 1746 y 1747se emprendironlas exploraciones en direccin la cordillera, continuando la catequizacin co-menzada con frutos. Indudablemente stos hubieran sido opi-mos, no venir esterilizarlos la brbara medida de Carlos III de la expulsin total de los individuos de la Compaa de todos los dominios de Espaa. Una Real orden de 4 de Octubre de 1766, dispuso que dos frailes de San Francisco pasasen al terri-torio de los patagones para tantear la reduccin de los indios en las costas del Estrecho de Magallanes, y aunque salieron para este objeto el 17 de Septiembre de 1767, los resultados no correspondieron las esperanzas que se depositaron en ellos.

    E l beneficio de las misiones de los jesutas en las relaciones de los indios con Espaa tuvo resultados tan inmediatos como los siguientes. E n 1752, la Casa de Contratacin de Cdiz mand

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    Buenos Aires Jorge Barne, capitn del navio San jforge, con carga de ropa y esclavos negros. E l consignatario le mand al puerto de San Julin cargar sal con un bergantn llamado San Mar t in . Por Marzo tena su carga hecha, y antes de volver Buenos Aires, trat de dejar all alguna gente que cuidase del trfico de la sal. Se ofrecieron ello Santiago Blanco, natural de Galicia, un indio paraguayo, llamado Hilario Taparay, y un chino, de nombre Jos Gombo. A l volver en Noviembre todos haban desaparecido. Jorge Barne dispuso una batida tierra adentro para buscarlos. A distancia de tres leguas del puerto hall unos 150 indios caballo, cuyo aspecto agigantado inspir miedo la gente que l llevaba. Pero los indios que entre sus jefes tenan un catequizado, se acercaron sin hacerles dao, los montaron en sus caballos y los llevaron hasta el puerto. V o l -vieron internarse, y pocos das hallaron otros mil cuatro-cientos indios indias con sus hijos, los cuales los acogieron con cario, y por ellos pudieron comprender que el indio para-guayo y el chino mataron al gallego Santiago Blanco, as como al chino Gombo lo mat despus el paraguayo Taparay. Este incidente revela tambin que desde el Gobierno de Buenos Aires comenzaban ya ensayarse sobre las tierras patagnicas otras empresas muy distintas de las de los dos siglos antece-dentes: las empresas de la utilidad por medio de la explotacin de los productos naturales y el comercio. E n efecto, en estas tentativas seriamente se pensaba ya de igual manera por el Go-bierno de Madrid.

    Entre los jesutas de nuestras misiones haba ido la Patago-nia un joven irlands Thoms Falkner, que, prescindiendo de su celo cristiano, fu siempre ms ingls que espaol. Despus de la impoltica y poco piadosa expulsin de los de su Orden por Carlos I I I , se retir Inglaterra, donde public un libro de sus observaciones en las regiones australes de la Amrica Meridional, excitando al Gobierno de su pas que tomase po-siciones en un territorio abandonado por Espaa, y que ofreca

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    muchas ventajas los navegantes ingleses por su proximidad los mares del Sur. Carlos III, que desde aples trajo la corona de Castilla prevencin personal hostil contra los ingleses, alar-mse con la publicacin de aquel libro y transmiti su hijo Car-los I V el cuidado de vigilar aquellos territorios para evitar que sus enemigos se estableciesen en ellos. Diversas expediciones martimas, ya con objetos polticos, ya con pretextos cientficos, fueron enviadas aquellas extremas regiones desde 1758 por el general D . Pedro Ceballos, Gobernador de Buenos Aires; pero al mismo tiempo se form el proyecto de fundar lo largo de la extensa costa patagnica algunos establecimientos comerciales, que sirvieran de base futuras poblaciones. Para dirigir mejor esta empresa, por Real cdula de i.0 de Agosto de 1776 se elev virreinato el Gobierno de Buenos Aires. Hasta entonces en toda la Patagonia oriental no existan ms que dos sombras de establecimientos espaoles, el del Ro Negro y la guardia de la Baha de San Jos. Sustituido Ceballos por el mejicano don Juan Jos Vertiz y despus de un nuevo reconocimiento de la Baha sin fondo, de la de San Julin y de los dems parajes que se consideraban aptos para la poblacin, en 14 de Mayo de 1776 se expidi ttulo de comisario y jefe superior de las nuevas po-blaciones nonnatas D . Juan de la Piedra y de superintendente D . Francisco de Viedma, un rico propietario y agricultor de Jan, que habiendo querido declinar este cargo, por hallarse muy contento con el estado floreciente que haba hecho lle-gar sus propias posesiones en Andaluca, se le contest, que por este mismo motivo se le designaba para aquella empresa, para que hiciera con las desiertas costas de la Patagonia lo que haba hecho en las frtiles campias de Jan. E n 22 de Julio se public otra Real orden para que se estimulase en aquellas pro-vincias, cuyos instintos emigradores son de tradicin inmemo-rial, concertar con algunas familias de Espaa pasar las nue-vas tierras que se iban colonizar, y que se compusieran de gentes instruidas en todas las labores del campo y otras faenas concurrentes la mejor enseanza de las cosas domsticas, para que con su ejemplo se lograra que aquellos naturales lle-gasen la perfeccin apetecible para formar buenos vecinda-rios de pueblo* A l cabo, en 15 de Diciembre, sali de Montevi-

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    deo una expedicin de cuatro embarcaciones armadas en guerra con 114 hombres de tropa y oficiales, llevando bordo don Juan de la Piedra . E l 7 de Enero entraron en una baha los 4 Io 30' de latitud S., que llamaron B a/iza s in fondo. Se hicieron reconocimientos en el r o Colorado y en el Negro , donde se estableci poblacin. Se continuaron las mismas operaciones por el puerto de Santa Elena, el golfo de San Jorge y Puer to Deseado, donde ya los esperaba Viedma. N o ms pronto fu reunirse los dos jefes de la colonizacin, que no poderse enten-der, estallando entre ellos un mar de discordias, que obligaron V i e d m a retirarse Montevideo en el paquebot Santa Teresa. Entre tanto la mala calidad de los v veres que L a Piedra haba llevado y la falta de agua potable y de caballos, bueyes y muas , para acarrearla de los puntos donde se ha-l lara, enferm la gente, y en pocos das murieron de escorbuto 28 hombres.

    V i e d m a no slo elev sus quejas Madr id , sino que p o n d e r los pases que haba visto, y enumer , entre las ventajas que de su colonizacin se sacar an, la pesca de la ballena, el abasto de sal Buenos Ai re s , fomentando el comercio de carnes, abrir puertos seguros de arribada y almacenes de abastecimiento la navegac in , caminos por mar y por tierra para V a l d i v i a y Chile y asegurar las fronteras de Buenos Ai res y proteger nues-tros buques en aquellos mares contra las pirater as de los ingle-ses y de sus colonos insurrectos. Dispuesta una nueva expe-dicin bajo la jefatura de Viedma , el i.0 de A b r i l de 1780, des-e m b a r c en el Puerto de San Ju l i n , procediendo desde luego ratificar los derechos posesorios de E s p a a sobre aquellos territorios, y tomando posesin real, c iv i l , c o r p o r a l ^ / quas i de aquel puerto, su tierra, entradas y salidas y dems pertenen-cias adyacentes, cuyo efecto embarc y d e s e m b a r c , cor t ramas, a r ranc matas, deshizo terrones, movi piedras, di man-dobles al aire, retando quien viniera disputarle aquel dere-cho, y no habiendo aparecido nadie, se levant acta ante testi-gos, y certific el contador de la armada D . Vicente Fa lcn . E n la misma forma el 20 de Febrero t o m posesin del puerto de Santa E lena , el 6 de Marzo del de San Gregorio , el 3 de Mayo de Puerto Deseado, y el 4 de Jul io comunicaba estos

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    actos al Ministro D . Jos de Glvez, informndole de que, reco-nocido el Puerto de San Jos, no era sitio propsito para poblar, en contrario de lo que La Piedra haba informado en 1778 y en 1779 D. Custodio S y Fara. Tantas esperanzas se haban puesto en Madrid en aquella empresa, que el 15 de Abr i l de 1781 se hizo salir del puerto de la Corua la fragata portuguesa San Jos y San Buenaventura, su capitn D . Juan Acosta, conduciendo 500 personas desde dos aos de edad arriba y 36 nios de los dos aos abajo de las familias colecta-das para las nuevas poblaciones, y hasta 658 individuos con la tripulacin. Ya el Intendente de Buenos Aires haba recibido orden de tener preparados dinero, arados y mantenimientos para cuando tocasen en las aguas del Plata. E l intendente don Manuel Ignacio Fernndez compr, por cuenta de la Real Hacienda, un paquebot y cinco bergantines para conducir desde Montevideo la costa patagnica tropas, operarios, vveres y efectos, gastando en todo esto 83.509 pesos fuertes y un real. Encargado de los reconocimientos topogrficos el piloto don Basilio Vallarino en 24 de Abr i l de 1782, fund el primer pueblo estable, y que aun subsiste, de aquel pas: la poblacin de CAR-MEN DE LOS PATAGONES, la que di este bello nombre del ber-gantn que mandaba, Nuestra Seora del Carmen y Animas . Otras poblaciones en la misma forma, aunque no con la misma vitalidad, se fundaron sobre la Baha de San Julin, sobre el Ro Negro en los puertos de San Jos y de San Antonio, y sobre el ro de Santa Cruz; pero antes del ao estaban desacredita-dos. Slo en el establecimiento del Carmen se haba logrado una cosecha de 1.269 fanegas y tres cuartillas del trigo del que se sembr: en los dems, la vida era imposible, y los pobladores se alimentaban de los vveres que les transportaban los buques y de la escasa carne de guanaco que los indios les proporciona-ban. De Madrid se comunicaba Vertiz que era preciso mode-rar los gastos de la colonizacin ante la inminente perspectiva de la guerra con la Gran Bretaa, y como Vertiz entonces representara que hasta Mayo de 1782 se haban gastado en los establecimientos patagnicos 1.240.051 pesos fuertes y 3 reales, y como los pobladores informaran adems que sufran muchas incomodidades y vean perecer sus compaeros, en Buenos

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    Aires y Montevideo primero, y despus en Madrid, preponder la idea del abandono, hasta que lleg realizarse.

    Todava en 1789 formse una compaa martima para fundar uno dos establecimientos en la Patagonia, empezando por Puerto Deseado; pero el nico pensamiento de consideracin que por aquel tiempo se formul, y que ochenta aos despus ha venido realizar la Repblica Argentina por medio de la conquista de la Pampa y de la ilustre expedicin militar del general Julio A . Roca, que ha dotado su pas de una nueva lnea de fronteras, despus de haber visitado un poco del desierto y elevado los conocimientos militares hasta el lago de Nahuel-huap cerca de la cordillera, fu el de nuestro Sebastin Undiano y Gaztelu, un navarro avecindado en Mendoza, donde se haba casado con una natural del pas, y que en 1800 propuso la conquista pacfica de 17.000 leguas cuadradas de territorio, sin invadir extranjeros ni derramar sangre humana. Proponaya una nueva lnea frontera de defensa formada con los caudalo-sos ros Diamante y Negro, que al fin y al cabo fu el objetivo-y fu el triunfo de la expedicin argentina de T88O.

    Tiempo es ya de terminar. E l deseo de presentaros, seoresr un cuadro lo ms completo posible, dados los trminos que hay que circunscribirse para una conferencia, de la variedad de empresas iniciativas que durante tres siglos acometi Espaa casi sin tregua ni descanso por dar aquel inmenso territorio los medios de vitalidad y de cultura de que se halla desprovisto fa-talmente por la Naturaleza, me ha obligado n o trazaros sino bosquejos al vivo de cada una de las principales tentativas, des-tituyndolas, en gracia de la brevedad, del relieve de la elo-cuencia y de los razonamientos de la profunda filosofa que se prestan. Cbeme, sin embargo, en estos breves esbozos, el ho-nor, que desde aqu reclamo, de ser el primero en haber com-puesto el embrin histrico que habis escuchado, y que sin textos de autoridad ni guas previas y prcticas de otros acredi-tados escritores, he tenido que entresacar de los olvidados do-

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    cumentos del tiempo; si bien algunos de stos han sido publi-cados originales en las colecciones de nuestro Navarrete en Espaa, de Amuntegui y Vergara en Chile y de De Angelis en la Argentina. Exploradores en el sentido de la ciencia y en el sentido del arte, no han faltado en los cincuenta ltimos aos, y las producciones literarias que han emanado de sus doctas plu-mas forman ya una regular biblioteca en que abundan los nom-bres ilustres. Pero no busquis en estos libros la fe de la historia. Slo se ha acudido ella cuando las dos Repblicas limtrofes han contendido sobre los derechos de su posesin, nicamente, hasta aqu zanjados en el pequeo territorio de la Isla del Fuego. E n todo lo dems prepondera el frrago de la novela, las im-presiones personales y las deleznables observaciones de paso. La salsa de estos libros de viajes, falta de base histrica y de cimiento verdaderamente cientfico, consiste en alguna anc-dota tomada al vuelo y que no siempre suele conformarse con la verdad. Pero en lo que directamente la representa, en la re-coleccin de los documentos diplomticos, debo aprovechar aqu esta ocasin, que es tan solemne, para rectificar algunas opiniones de Pedro de Angelis, vertidas indudablemente bajo la presin de las circunstancias, y en aquel tiempo, por ventura, pasado para siempre, en que era moda en la Amrica recin emancipada siempre y con todo motivo hablar mal de Espaa. Con el ejemplo y el testimonio de los hechos que os he ex-puesto, lcito ha de serme afirmar que no es cierto que Espaa no haya hecho nada para mejorar la suerte de la Patagonia en los tres siglos de su Soberana. Ciertamente no era posible ago-tar en ella los medios de colonizacin, administracin y go-bierno, de que fuimos hasta prdigos en la Nueva Espaa, en el Per, en las provincias de Chile y del Plata, en el Nuevo Reino de Granada, y en las Audiencias de Quito y de Panam. Pero no son ms laudables, por lo mismo que fueron siempre frus-trados, los esfuerzos perdidos en regin tan insensible los be-neficios de nuestra civilizacin? Qu medio de dominacin fecunda economizamos? Alaefemr ide de su exploracin y re-conocimiento se une un nombre tan grande como el de Fer-nando de Magallanes, no inferior Coln y Corts, los dioses mayores de aquella nueva cumbre celeste. La romntica expe-

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    dicin de Simn de Alcazaba alcanza proporciones legendarias, y en el pretendido descubrimiento de la Ciudad de los Csares se aspira as como un aroma embriagador de un cuento de Hadas. L a presentacin de los misioneros jesutas en aquel campo virgen de conquista y evangelizacin, es pattica y su-blime, y cuando el sentido utilitario y prctico de la administra-cin se impuso en el siglo ltimo todos los ensayos de los pro-cedimientos antiguos que caan en desuso, nadie que de con-ciencia sana y recta presuma, censurar de avara y cicatera una nacin como la nuestra que en pocos aos envi algunos miles de sus hijos emigraciones tan inciertas y gast en apoyar aquella ltima tentativa de colonizacin milln y medio de pesos fuertes.

    Qu pudo hacer Espaa ms? Qu han hecho sus sucesores? Nuestros herederos independientes de uno y otro lado de la cordillera andina en este siglo no han dado un paso ms de los que nosotros dimos. Hasta ahora la nica poblacin que merece el nombre de tal, que all existe, Carmen de Patagones, fu fun-dada por nosotros sieteleguas de la embocadura de Ro Negro. Teniendo esta poblacin de origen espaol por base, en la orilla opuesta del mencionado ro se ha formado otra casi tan grande como ella, y en diversos puntos, entre Ro Negro y el Colorado hasta la ensenada de San Blas, varios caseros aislados. Una colonia de galenses ha asentado sus reales junto la margen del Chubut, pero se sostiene expensas del Gobierno argentino, que los auxilia. Tambin Chile sostiene una colonia semejante en Punta Arenas en el Estrecho magallnico. Veremos si el reciente reparto que las dos Repblicas se han hecho de la Tierra del Fuego, da aquel sucinto suelo patagnico, ms sus-ceptible de habitabilidad que el del continente, la animacin que los ingleses, apoderados en este siglo de las Malvinas, han prestado aquellas islas patagnicas, antes casi solitarias. De cualquier manera, el cuadro que os dejo bosquejado demuestra, respecto nuestra patria, en las tierras desoladas de la Patago-niay en los tres siglos de su dominacin, lo que al principio os dije, que la paternal solicitud y los heroicos sacrificios de Espaa no se regatearon en ningn tiempo, desde su descubri-miento por Magallanes, pesar de la esterilidad, inclemencia y

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    pobreza de aquella tierra, como si se tratase de conquistar en ella las risueas vegas de Mjico, las majestuosas cordilleras del Per las alegres mrgenes del Orinoco. Nuestro papel, esencialmente civilizador, par que heroico, en aquella parte, como en todas las dems del pedazo de planeta que regalamos desde entonces al progreso de la humanidad, la redencin de la fe y al triunfo de la civilizacin, fu perfectamente cum-plido. All como en todas partes, erigiendo los altares de nues-tra gloria, nos hicimos dignos de la gratitud universal.

    HE DICHO.

  • CONFERENCIAS PUBLICADAS.

    SR. CNOVAS DEL CASTILLO.Criterio histrico con que las distintas personas que en el descubrimiento de Amrica intervinieron han sido despus juzgadas.

    SR. OLIVEIRA MARTINS.Navegaciones y descubrimientos de los portugueses ante-riores al viaje de Coln.

    SR. FERNNDEZ DURO.Primer viaje de Coln. SR. GENERAL GMEZ DE ARTECHE.La Conquista de Mjico. SR. FERNNDEZ DURO.Amigos y enemigos de Coln. SR. PI Y MARGALL.Amrica en la poca del descubrimiento. SRA. PARDO BAZN.Los Franciscanos y Coln. SR. GENERAL REINA.Descubrimiento y conquista del Per. SR. RIVA PALACIO. Establecimiento y propagacin del Cristianismo en Nueva

    Espaa. SR. MONTOJO.Las primeras tierras descubiertas por Coln. SR. BALAGUER.Castilla y Aragn en el descubrimiento de Amrica. SR. MARQUS DE HOYOS.Coln y los Reyes Catlicos. SR. CORTZAR.Gea americana. SR. DANVILA.Significacin que tuvieron en el gobierno de Amrica la Casa de la

    Contratacin de Sevilla y el Consejo Supremo de Indias. SR, ZORRILLA DE SAN MARTN.Descubrimiento y conquista del Ro de la Plata SR. RODRGUEZ CARRACIDO.Los metalrgicos espaoles en Amrica. SR. D. PEDRO A . DEL SOLAR.El Per de los Incas. SR. JARDIEL.El venerable Palafo