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José María Iraburu 1 Siglas Catecismo = Catecismo de la Iglesia Católica, 1992. Código = Código de Derecho Canónico, 1983. Dominicae Coenae = Carta de Juan Pablo II, 1980. Denz = Enchiridion Symbolorum, Denzinger-Schönmetzer. Eucharisticum mysterium = Instrucción S. C. Ritos, 1967. MG = Patrologia graeca, J. P. Migne. ML = Patrologia latina, J. P. Migne. Mysterium fidei = encíclica de Pablo VI, 1965. OGMR = Ordenación general del Misal Romano, 1969. PE = Plegaria eucarística. SC = Sacrosanctum Concilium, constitución del Vaticano II, 1963. STh = Summa Theologica, Santo Tomás de Aquino. Bibliografía JUNGMANN, J.A., El sacrificio de la Misa, Madrid, BAC 68, 1959 3 . LECUYER, J., El sacrificio de la Nueva Alianza, Barcelona, Herder 1969. PARDO, A., Liturgia de la eucaristía. Selección de documentos posconciliares, coedit. Li- bros de la Comunidad 1981. RIVERA, J. - IRABURU, J. M., Síntesis de espiritualidad católica, Pamplona, Fundación GRATIS DATE 1994 4 . SAYÉS, J.A., La presencia real de Cristo en la eucaristía, Madrid, BAC 386, 1976. –El mis- terio eucarístico, ib. 482, 1986. –La eucaristía, Madrid, EDAPOR 1981. SOLANO, J., Textos eucarísticos primitivos I-II, Madrid, BAC 88 y 118, 1978 y 1979. SUSTAETA, J.M., Misal y eucaristía, Valencia, Fac. Teología, 1979. VELADO GRAÑA, B., Vivamos la santa Misa, Madrid, BAC pop. 1986 José María Iraburu Síntesis de la Eucaristía Fundación Gratis Date Pamplona 2001, 2ª ed.

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José María Iraburu 1

SiglasCatecismo = Catecismo de la Iglesia Católica, 1992.Código = Código de Derecho Canónico, 1983.Dominicae Coenae = Carta de Juan Pablo II, 1980.Denz = Enchiridion Symbolorum, Denzinger-Schönmetzer.Eucharisticum mysterium = Instrucción S. C. Ritos, 1967.MG = Patrologia graeca, J. P. Migne.ML = Patrologia latina, J. P. Migne.Mysterium fidei = encíclica de Pablo VI, 1965.OGMR = Ordenación general del Misal Romano, 1969.PE = Plegaria eucarística.SC = Sacrosanctum Concilium, constitución del Vaticano II, 1963.STh = Summa Theologica, Santo Tomás de Aquino.

BibliografíaJUNGMANN, J.A., El sacrificio de la Misa, Madrid, BAC 68, 19593.LECUYER, J., El sacrificio de la Nueva Alianza, Barcelona, Herder 1969.PARDO, A., Liturgia de la eucaristía. Selección de documentos posconciliares, coedit. Li-

bros de la Comunidad 1981.RIVERA, J. - IRABURU, J. M., Síntesis de espiritualidad católica, Pamplona, Fundación

GRATIS DATE 19944.SAYÉS, J.A., La presencia real de Cristo en la eucaristía, Madrid, BAC 386, 1976. –El mis-

terio eucarístico, ib. 482, 1986. –La eucaristía, Madrid, EDAPOR 1981.SOLANO, J., Textos eucarísticos primitivos I-II, Madrid, BAC 88 y 118, 1978 y 1979.SUSTAETA, J.M., Misal y eucaristía, Valencia, Fac. Teología, 1979.VELADO GRAÑA, B., Vivamos la santa Misa, Madrid, BAC pop. 1986

José María IraburuSíntesis de la EucaristíaFundación Gratis DatePamplona 2001, 2ª ed.

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Síntesis de la Eucaristía2

tal manera, que en cierto modo éstos se noshacen presentes. Así pues, todas las demásacciones sagradas y cualesquiera obras dela vida cristiana se relacionan con ella, pro-ceden de ella y a ella se ordenan» (OGMR1).

Ignorancia de la misaHay que reconocer, sin embargo,

que, a pesar de esa centralidad indu-dable, son pocos los cristianos que tie-nen acerca de la eucaristía un conoci-miento de fe suficiente.

Y esa ignorancia litúrgica viene delejos. La Iglesia de nuestros padres yantepasados –que en tantas cosas, sisomos humildes, se nos muestra aho-ra admirable–, padecía, sin embargo,notables ignorancias en materia de litur-gia. Todavía hoy, los cristianos de ma-yor edad saben que, cuando eran ni-ños o muchachos, era normal que du-rante la misa se rezara el rosario, o sehicieran desde el púlpito novenas ypredicaciones morales, que sólo cesa-ban durante el tiempo de la consagra-ción, para seguir después. Recuerdantambién las misas de comunión gene-ral o aquellas especialmente solemnes,que se celebraban ante la Custodia ex-puesta. En alguna ocasión habrían vis-to cómo en una misma iglesia, en dis-

Introducción

Centralidad de la eucaristía:fuente y cumbre

La Iglesia siempre ha comprendidoque su centro vivificante está en la eu-caristía, que hace presente a Cristo,continuamente, en el sacrificiopascual de la redención. En la santamisa, el mismo Autor de la gracia semanifiesta y se da a los fieles, santifi-cándoles y comunicándoles su Espíri-tu. El Vaticano II afirma por eso converdadera insistencia que la eucaristíaes «fuente y cumbre de toda la vida cris-tiana» (LG 11a; +CD 30f; PO 5bc, 6e;UR 6e). Ella es, secretamente, comodecía Pablo VI, «el corazón» de la vidade la Iglesia (Mysterium fidei). Comola sangre fluye a todo el cuerpo desdeel corazón, así del Corazón de Cristoen la eucaristía fluye la gracia a todoslos miembros de su cuerpo.

«La celebración de la misa –afirma la Or-denación general del Misal Romano–, comoacción de Cristo y del Pueblo de Dios or-denado jerárquicamente, es el centro de todala vida cristiana para la Iglesia universal ylocal y para todos los fieles individualmen-te, ya que en ella se culmina la acción conque Dios santifica en Cristo al mundo y elculto que los hombres tributan al Padre,adorándole por medio de Cristo, Hijo deDios. En ella, además, se recuerdan a lo lar-go del año los misterios de la redención de

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tintos altares laterales, varios sacerdo-tes solos celebraban diversas misas. Oes posible que recuerden cómo su pá-rroco, a primera hora del día, rezabacompleto el Oficio Divino, para que-dar ya libre de él durante toda la jor-nada...

¿Cómo pudo la Iglesia, incluso en excelen-tes cristianos, ir derivando en su vida litúrgi-ca a situaciones tan anómalas? Son muchasy graves las causas, pero aquí sóla-menteseñalaremos una. La capacidad de los fie-les para comprender y participar activa-mente en los sagrados misterios va dismi-nuyendo, más o menos desde el Renaci-miento, a medida que va creciendo en la es-piritualidad del Occidente cristiano unvoluntarismo de corte semipelagiano. Laclave de la santificación, entonces, no estátanto en la gratuidad de la liturgia sino enel esfuerzo de la ascética. Y en ésta es, du-rante los últimos siglos, donde centran suatención los autores espirituales.

Renovación litúrgicaEn este sentido, la renovación litúr-

gica impulsada por el Vaticano II es undon inmenso del Espíritu Santo a la Igle-sia actual. Es una gracia de cuya mag-nitud quizá no nos hemos dado cuen-ta todavía. Esta renovación, iniciadaun siglo antes, no sólamente ha verifi-cado los ritos litúrgicos en muchos as-pectos, devolviéndoles su sencillez ysu genuino sentido, sino que, sobretodo, ha impulsado la renovación espi-ritual litúrgica del mismo pueblo cris-tiano. En efecto, el concilio Vaticano IIexhorta con insistencia a una renova-da catequesis litúrgica –que, por otraparte, es imposible sin una simultáneacatequesis bíblica (SC 41-46)–, especial-mente en lo referente a la eucaristía.

Todos debemos ser muy conscientesde que la mejor formación espiritual

cristiana está en aprender a participarplenamente de la eucaristía. En efecto,

«la Iglesia, con solícito cuidado, procuraque los cristianos no asistan a este misteriode fe como extraños y mudos espectado-res, sino que, comprendiéndolo bien a tra-vés de los ritos y oraciones, participen cons-ciente, piadosa y activamente en la acción sa-grada, sean instruídos con la Palabra deDios, se fortalezcan en la mesa del Señor,den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse así mismos al ofrecer la hostia inmaculadano sólo por manos del sacerdote, sino jun-tamente con él; se perfeccionen día a díapor Cristo Mediador en la unión con Diosy entre sí» (SC 48).

Es honrado comprobar, sin embar-go, que esta renovación de los fieles entemas litúrgicos no se ha producido sinomuy escasamente. Todavía la mayorparte de los cristianos de hoy apenasentiende nada de lo que en la liturgia,concretamente en la eucaristía, se estácelebrando. Los mayores –que ya ve-nían, si vale la expresión, mal-forma-dos–, porque apenas han recibido enestos decenios el complemento nece-sario de catequesis litúrgica que hu-bieran necesitado; y los más jóvenes,porque han tenido que sufrir cateque-sis escasamente religiosas, excesiva-mente éticas, muy poco capaces de re-velar el mundo formidable de la gra-cia en la liturgia. Y así, unos y otros,aunque sean practicantes –para quédecir de los que no lo son–, entran congran dificultad en las acciones sagra-das de la misa; las siguen de lejos, conno pocas distracciones, tan devota-mente como pueden, pero sin facili-dad alguna para participar en ellas ac-tiva y conscientemente. Y no pocossufren la mala conciencia de aburrir-se durante la celebración de algo quesaben tan santo...

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Síntesis de la Eucaristía4

Llamada a los asiduos de la misaLos cristianos fieles conocen la eu-

caristía, ciertamente, entienden en lafe lo principal del misterio litúrgico:que allí está Cristo santificando másintensamente que en ningún otro mo-mento. Y por eso acuden a la misa condevoción, y perseveran años y añosen esa asistencia. Buscan a Cristo en laeucaristía con sincero corazón, y allí leencuentran. Esto es indudable.

Pero ellos mismos confiesan con fre-cuencia que tienen grandes dificultadeshabituales para seguir atentamente lamisa, para participar en todos y cadauno de sus momentos sagrados confácil y activa devoción... Muy pocosde ellos, si son padres, están en con-diciones de «explicar a su hijo» la san-ta misa. No es raro, pues, que el hijola vaya abandonando, y diga comoexcusa: «la misa no me dice nada». Yaún podría alegar: «¿Y cómo la podréentender, si nadie me la explica?»(Hch 8,31). Y el padre, a su vez podríadecir: «¿Y cómo podré explicar a mihijo lo que yo mismo apenas entien-do?»...

En la eucaristía, es evidente, debe-mos procurar que la mente esté aten-ta a las palabras y acciones de la cele-bración. Pero tantas veces esto no seda. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que,incluso en personas de buen espíritu,sea más frecuente en la misa la distrac-ción que la atención? Si en la misa se di-cen cosas tan grandiosas y bellas, tanformidables y estimulantes, y despuésde todo tan sencillas, ¿cómo es quetantos fieles no logran habitualmentedecirlas, interior o vocalmente, consincero y entusiasta corazón? ¿Por

qué algo tan fácil resulta a tantos tandifícil?

Pues, sencillamente, porque muchoscristianos no entienden suficientementeel acto litúrgico en el que, con su mejorvoluntad, están participando. No es quetengan el corazón «lejos del Señor»,no. Muchas veces, en ese mismo mo-mento, estarán pensando en Él, supli-cándole y alabándole. Lo que ocurre esque, psicológicamente, viene a ser enla práctica imposible atender sin enten-der. No es posible mantener la aten-ción en palabras y gestos cuya signi-ficación en gran parte se ignora.

El sacerdote, por ejemplo, dice: «Orad,hermanos»... Y el pueblo responde: «El Se-ñor reciba de tus manos este sacrificio, paraalabanza y gloria de su nombre, para nues-tro bien y el de toda su santa Iglesia». ¿Porqué, tantas veces, esa respuesta tan hermo-sa viene dada por el pueblo sin atención niintensidad? Pues porque muchos fieles ape-nas saben que la eucaristía es realmente elsacrificio de la Nueva Alianza; porque no sonsuficientemente conscientes de que la ala-banza y glorificación de Dios es el fin primor-dial de la Iglesia; porque apenas saben queestán en la eucaristía para procurar el biende la santa Iglesia, y no solo el bien perso-nal propio... Para ser más exactos: todo esolo saben por la fe, pero, por falta de forma-ción bíblica y litúrgica, no lo tienen actua-lizado mental y afectivamente de un modosuficiente.

Es, pues, conveniente y necesariohacer sobre tan grave tema un exa-men humilde de conciencia. ¿Será po-sible que un cristiano asiduo a la euca-ristía emplee cientos y miles de horasen leer los diarios o en desentrañar lasInstrucciones que acompañan a sus or-denadores y máquinas domésticas, oque van referidas a tantas otras acti-vidades necesarias o superfluas, y queapenas haya dedicado en su vida un

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tiempo para informarse acerca de lossagrados misterios de la eucaristía,que constituyen sin duda el centro vi-tal de su existencia? Sí, será posible, esposible. ¿Espera, acaso, este cristianoprogresar en la participación eucarís-tica por la mera repetición de asisten-cias? La realidad defrauda, sin duda,esta esperanza. ¿O quizá espere eseprogreso espiritual de una cierta cien-cia infusa?

Anímense, pues, los cristianos a pro-curar un mayor conocimiento de la li-turgia de la misa, para que puedan ce-lebrar los sagrados misterios con ma-yor provecho y gozo, y la mente enellos concuerde con su voz.

Llamada a los cristianosalejados de la eucaristía

La vida cristiana es una vida eclesial,que tiene su corazón en la eucaristía. Nopuede haber, pues, vida cristiana en unalejamiento habitual de la eucaristía, ypor tanto, de la Iglesia. Por eso la Igle-sia, que nunca da leyes que no seanestrictamente necesarias, dispone ensu Código de vida comunitaria: «El do-mingo y las demás fiestas de precepto losfieles tienen obligación de participar enla misa» (cn. 1247). Manda esto la Igle-sia porque está convencida de que losfieles no pueden permanecer vivos enCristo si se alejan de la eucaristía demodo habitual y voluntario. Desde elcomienzo de la Iglesia los cristianoshan sido siempre hombres que el domin-go celebran la eucaristía. Y así seguirásiéndolo hasta el fin de los siglos. Re-cordemos aquí sólamente algunos tes-timonios documentales:

Siglo I.–Jesús murió en la cruz «para con-gregar en uno a todos los hijos de Dios, queestán dispersos» (Jn 11,52). Por eso los que

habían creído «perseveraban en oír la en-señanza de los apóstoles, en la unión, en lafracción del pan [la eucaristía] y en la ora-ción» (Hch 2,42). «Reunidos cada día delSeñor [el domingo], partid el pan y dad gra-cias [celebrad la eucaristía]» (Dídaque 14).

Siglo II.–«Celebramos esta reunión gene-ral [eucarística] el día del sol [el domingo],pues es el día primero, en el que Dios creóel mundo, y en que Jesucristo resucitó deentre los muertos» (San Justino, I Apología67).

Siglo III.–«En tu enseñanza, invita y ex-horta al pueblo a venir a la asamblea, a noabandonarla, sino a reunirse siempre enella; abstenerse es disminuirla. Sois miem-bros de Cristo; no os disperséis, pues, le-jos de la Iglesia, negándoos a reuniros. Cris-to es vuestra cabeza, siempre presente, queos reune; no os descuidéis, ni hagáis al Sal-vador extraño a sus propios miembros. Nodividáis su cuerpo, no os disperséis»(Didascalia II,59,1-3).

Es clara, pues, y constante desde elprincipio de la Iglesia, la convicciónde que los cristianos, ante todo, hemossido congregados como pueblo sacerdotal,para ofrecer a Dios la eucaristía, el sa-crificio de la Nueva Alianza. En me-dio de una humanidad que da culto ala criatura y se olvida de su Creador,despreciándolo (+Rm 1,18-25), ésa es,como asegura San Pedro, nuestraidentidad fundamental:

«vosotros, como piedras vivas, sois edi-ficados en casa espiritual y sacerdocio san-to, para ofrecer sacrificios espirituales,aceptos a Dios por Jesucristo». Así pues,«vosotros sois linaje escogido, sacerdocioreal, nación santa, pueblo adquirido parapregonar el poder del que os llamó de lastinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,5.9).

Sería vano excusarse de la asistencia ala eucaristía, alegando que, sin ella, puedevivirse la moral evangélica, que es lo másimportante. Sí, hemos sido llamados

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los cristianos a una vida moral nueva,que sea en el mundo luz, sal y fermen-to. Es cierto. Pero recordemos sobreesto dos verdades fundamentales:

1º– La primera obligación moral delhombre es ésta: «al Señor tu Dios adora-rás, y a Él solo darás culto» (Mt 4,10).

Lo más injusto, lo más horrible, desde elpunto de vista moral –peor que la menti-ra, la calumnia o el robo, el homicidio o eladulterio–, es que los hombres se olvidende su Creador, «no le glorifiquen ni le dengracias», y vengan así, aunque seasólamente en la práctica, a «adorar a lacriatura en lugar del Creador, que es ben-dito por los siglos» (Rm 1,21.25). Y de esamiserable irreligiosidad, precisamente, esde donde vienen todos los demás pecadosy males de la humanidad (1,24-32).

2º– La fe cristiana nos asegura que esla eucaristía la clave necesaria para todatransformación moral. Cree en lo queafirma Cristo: «Sin mí, no podéis ha-cer nada» (Jn 15,5). En la misa, no sóloel pan y el vino se convierten en elCuerpo de Cristo, sino también laasamblea de los creyentes se va con-virtiendo en Cuerpo místico de Cris-to. Participando asiduamente en la eu-caristía es precisamente como los dis-cípulos de Jesús «nos vamos transfor-mando en su imagen con resplandorcreciente, a medida que obra en noso-tros el Espíritu del Señor» (2Cor 3,18).

Por otra parte, recuerden tambiénlos cristianos alejados que es Cristomismo quien nos convoca a la eucaristíacon todo amor y con toda autoridad.Celebrarla a lo largo de los días y delos siglos es para nosotros un manda-to del Señor, no un simple consejo:

«En verdad, en verdad os digo que, si nocoméis la carne del Hijo del hombre y nobebéis su sangre, no tendréis vida en vo-sotros... El que come mi carne y bebe mi

sangre permanece en mí y yo en él» (Jn6,53.56). Así pues, «tomad, comed mi cuerpoy bebed mi sangre. Haced esto en memoriamía» (+Mt 26,26-28; 1Cor 11,23-26).

Escuchemos, pues, la voz de Cristoy de la Iglesia, que desde el fondo delos siglos, hoy y siempre, nos está lla-mando a la participación asidua en laeucaristía. No despreciemos a Cristo, nomenospreciemos la «doble mesa del Se-ñor», en la que Él mismo nos alimen-ta primero con su Palabra, y en segui-da con su propio Cuerpo.

Los alejados, al no asistir habitualmentea la eucaristía, se privan así del pan de la pa-labra divina y del pan del cuerpo de Cristo.«La palabra del Señor es para ellos algo sinvalor: no sienten deseo alguno de ella» (Jer6,10). Y el pan del cielo no les sabe a nada:«se nos quita el apetito de no ver más quemaná» (Núm 11,6). Lo que ellos desean, se-gún se ve, es la comida de Egipto: «carney pescado, pepinos y melones, puerros, ce-bollas y ajos» (11,5).

Así las cosas, el Señor se queja con granamargura, diciendo a sus hijos alejados:«Pasmáos, cielos, de esto, y horrorizáos so-bremanera, palabra del Señor. Ya que es undoble crimen el que ha cometido mi pue-blo: Dejarme a mí, fuente de aguas vivas,para excavarse cisternas agrietadas, incapa-ces de contener el agua» (Jer 2,12-13). «¡Ah!Mi pueblo está loco, me ha desconocido»(4,22).

Que en no pocas Iglesias localesdescris-tianizadas un 50, un 80 % de losbautizados viva habitualmente alejado dela eucaristía es un espanto, es una in-mensa ceguera, es algo que no es po-sible sin una inmensa y generalizadafalsificación voluntarista del cristia-nismo. Por eso a todos los cristianosalejados les exhortamos, como el após-tol San Pablo, «con temor y temblor»(1Cor 2,3), y «con gran aflicción y an-gustia de corazón, con muchas lágri-

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mas» (2Cor 2,4). «En el nombre deCristo os suplicamos» (2Cor 5,20): «noos engañéis» (1Cor 6,9; 15,33; Gál 6,7),pensando que la eucaristía no os esnecesaria, «no recibáis en vano la gra-cia de Dios» (2Cor 6,1). «Miremos losunos por los otros, no abandonandonuestra asamblea, como acostumbranalgunos» (Heb 10,24-25).

Quiera Dios que las páginas que si-guen sean una ayuda para los cristia-nos que «perseveran en oir la ense-ñanza de los apóstoles y en la fraccióndel pan», y un estímulo también paraaquellos cristianos que viven, quemalviven, alejados de la eucaristía,donde Cristo se manifiesta y se comu-nica a sus fieles.

1Los sacrificios

de laAntigua Alianza

Religiosidad natural del sacrificio Casi todas las religiones naturales,

en unas u otras formas, han practica-do sacrificios cultuales, y los han ofre-cido mediante sacerdotes, hombres es-pecialmente destinados a ese ministe-rio. En efecto, partiendo de que esconnatural al hombre expresar su es-píritu interior por medio de signossensibles, Santo Tomás deduce que esnatural que «el hombre use de ciertas

cosas sensibles, que él ofrece a Dioscomo signo de la sujeción y del honorque le debe». Ahora bien, «siendo estoprecisamente lo que se expresa en laidea de sacrificio, se sigue que la obla-ción de sacrificios pertenece al derechonatural» (STh II-II,85,1).

El sacrificio exterior-litúrgico es, pues,signo del sacrificio interior-espiritual,por el cual el hombre, él mismo, se en-trega devotamente a su Creador, ysólo a Él, en alabanza y acción de gra-cias, en súplica de perdón y de favor(+85,2; III,82,4). Y suele implicar algúnmodo de alteración del bien ofrecido aDios: perfume derramado, inciensoquemado, animal sacrificado.

Pues bien, el sacrificio redentor de Je-sucristo lleva a su plenitud, en la eu-caristía de la Iglesia, una larga, muylarga, historia religiosa de la humani-dad. Y en esto, como en otro lugar he-mos escrito, conviene recordar que

«hay una continuidad entre lo sagrado-na-tural y lo sagrado-cristiano, que pasa por latransición de lo sagrado-judío, por supues-to. En efecto, la gracia viene a perfeccionarla naturaleza, a sanarla, purificarla, elevar-la, no viene a destruirla con menosprecio.Por eso mismo el cristianismo viene a con-sumar las religiosidades naturales, no a ne-garlas con altiva dureza. Hay, pues, conti-nuidad desde la más precaria hierofanía pa-gana hasta la suprema epifanía de Jesucris-to, imagen perfecta de Dios; desde el másprimitivo culto tribal hasta la adoracióncristiana “en espíritu y en verdad” (Jn4,24)» (Rivera-Iraburu, Síntesis 92).

Religiosidad judía del sacrificioLa vida religiosa de Israel es organi-

zada minuciosamente por el mismoDios, Creador del cielo y de la tierra.Sabemos por la Escritura que Yavé ins-

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tituye sacrificios cultuales y expiatorios,para fomentar por ellos en su Puebloel espíritu de alabanza y de reparaciónpor el pecado.

«El Señor habló a Moisés:... Éstas son lasfestividades del Señor en las que os reuni-réis en asamblea litúrgica y ofreceréis al Se-ñor oblaciones, holocaustos y ofrendas, sa-crificios de comunión y libaciones, segúncorresponda a cada día. Además de los sá-bados del Señor, además de vuestros donesy cuantos sacrificios ofrezcáis al Señor, seaen cumplimiento de un voto o voluntaria-mente» (Lev 23,33.37-38).

Y en el Nuevo Testamento, la cartaa los Hebreos nos enseña que todosestos múltiples sacrificios de la Anti-gua Alianza no eran sino una figura an-ticipadora del único sacrificio de Cristo,ofrecido en la Cruz. Recordemos, pues,ahora, aquellos antiguos sacrificios ju-díos, al menos los más significativos,para entender mejor el sacrificio úni-co de la Nueva Alianza.

Abraham y el sacrificiode su hijo Isaac (Gén 22)

Hacia el año 1850 (a.C.), es decir, enlos mismos comienzos de la historia dela salvación, «quiso Dios probar aAbraham», y le mandó ir a un monte,para que le ofreciera allí en holocaus-to a su unigénito amado, Isaac.

Sin dudarlo un momento, Abraham vacon su hijo a un monte de Moriah indica-do por Dios. Por el camino le dice Isaac:«Padre mío... Aquí llevamos fuego y leña,pero ¿dónde está el cordero para el holo-causto?». Respondió Abraham: «Dios pro-veerá el cordero para el holocausto, hijomío». Y cuando ya alzaba el cuchillo parasacrificar a su propio hijo, el ángel del Se-ñor detuvo su mano.

Vemos, pues, ya, al comienzo mismode la historia sagrada, cómo vincula

Dios misteriosamente la salvación delos hombres al sacrificio de un «hijounigénito», sustituido finalmente porun «cordero»...

Pero sigue la historia, y los hijos deAbraham, Isaac y Jacob, hacia 1700(a.C.), se ven obligados por el hambrea abandonar Palestina, para emigrarcomo esclavos a Egipto, donde perma-necerán durante varios siglos.

Sacrificio del cordero pascual,al salir de Egipto (Éx 12)

Hacia 1250 (a.C.), por fin, el fuertebrazo de Yavé va a intervenir en favorde su pueblo, dándole libertad y auto-nomía nacional, un culto y leyes pro-pias, como conviene a la nación queestá llamada en este mundo a ser elPueblo de Dios.

Yavé da entonces a Moisés las órdenesnecesarias. Cada grupo familiar debe tomaruna res lanar, cordero o cabrito, «sin má-cula, macho, de un año». Y el catorce delmes de Nisan, lo degollará en el crepúscu-lo vespertino. Su sangre marcará las puer-tas de los israelitas, para que así el ángel queva a exterminar a todos los primogénitosde Egipto pase de largo. Su carne, asada alfuego, será comida de prisa, ceñida la cin-tura, con el bastón en la mano, listos todospara salir de Egipto: «¡Es la Pascua deYavé!». «Este día será para vosotros memo-rable, y lo festejaréis como fiesta en honorde Yavé; lo habéis de festejar en vuestrassucesivas generaciones como instituciónperpetua».

Moisés cumple estas órdenes, y manda asu pueblo: «¡Inmolad la Pascua!... Habéis deobservar esta ordenanza como instituciónperpetua para ti y tus hijos. Y cuando ha-yáis llegado al país que Yavé os va a dar,conforme su promesa, y observéis este rito,si vuestros hijos os preguntán: “¿Qué sig-nifica tal rito para vosotros?”, responderéis:

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José María Iraburu 9

“Es el sacrificio de la Pascua en honor deYavé”».

Después de cuatrocientos treintaaños de esclavitud y exilio, el sacrifi-cio del Cordero pascual, seguido in-mediatamente del paso del Mar Rojo(Éx 14), significa, pues, para Israel supropio nacimiento como Pueblo deDios, y será celebrado cada año en lasfamilias judías como memorial perma-nente de aquella liberación primera.

Moisés, en el sacrificio del Sinaí,sella la Antigua Alianza (Éx 24)

Poco después, al sur de la penínsu-la arábiga, Yavé, por medio de Moisés,en el marco formidable del monteSinaí, va a establecer solemnemente laAlianza con su pueblo elegido:

«Escribió Moisés todas las palabras deYavé y, levantándose temprano por la ma-ñana, construyó al pie de la montaña unaltar con doce piedras, por las doce tribusde Israel». Sobre él se «inmolaron toros enholocausto, víctimas pacíficas a Yavé». Moi-sés, entonces, «tomó el libro de la alianza,y se lo leyó al pueblo, que respondió: “Todocuanto dice Yavé lo cumpliremos y obede-ceremos”. Tomó después la sangre y la es-parció sobre el pueblo, diciendo: “Ésta esla sangre de la Alianza que hace con voso-tros Yavé sobre todos estos preceptos”».

Así pues, en esta gran ceremonia li-túrgica, una vez celebrada la liturgiade la palabra, se realiza la liturgia delsacrificio, y en la sangre derramadaviene a sellarse la Alianza Antigua deamor mutuo que une a Yavé con suPueblo.

Posteriormente, ya en la tierra deCanán, vivirá Israel bajo la autoridadde Jueces (1220 a.C.) y de Reyes (1030a.C.). Después de Saúl, reinará el granDavid (1010 a.C.), cuyo hijo Salomónconstruirá el Templo, un lugar estable

y grandioso, en lo alto del monte Sión,destinado al culto de Yavé... Así vanpasando los siglos, y mientras el Se-ñor, en su bondad misericordiosa, per-manece siempre fiel a la Alianza, sonmuchas las veces en que Israel, supueblo, su esposa, la quebranta mise-rablemente.

Elías, en el sacrificio del Carmelo,restaura la Alianza violada (1Re 16-18)

Una de las más horribles infidelida-des de Israel se produce hacia el año850 (a.C.), cuando, después de Basá yde sus malvados sucesores, reina so-bre Israel el rey Ajab: «Él hizo el mala los ojos de Yavé, más que todos cuan-tos le habían precedido». Después decasarse con Jezabel, hija del rey deSidón, comienza a dar culto a Baal, yalza en su honor altares idolátricos,fomentando en Israel su culto. Jezabel,por su parte, hace cuanto puede paraeliminar a todos los profetas de Yavé...El principal de ellos, Elías, ha de huiry esconderse, hasta el día que el Señorquiera.

En efecto, llega el día en que el profetaElías consigue que Ajab reuna al pueblo deIsrael en el monte Carmelo, que, a la altu-ra de Nazaret, se alza sobre el Mediterrá-neo. Él es el único profeta de Yavé, y a laasamblea decisiva acuden cuatrocientos cin-cuenta profetas de Baal. Ha llegado el mo-mento de plantear claramente al pueblo:«¿Hasta cuándo habéis de estar vosotrosclaudicando de un lado y de otro? Si Yavées Dios, seguidle a él; y si lo es Baal, id trasél». Sin embargo, a tan clara pregunta, «elpueblo no respondió nada».

Acude entonces Elías a una espectacularprueba de Dios. Preparen los profetas deBaal el sacrificio de un buey, y Elías prepa-rará otro. Invoquen unos y otro el fuego

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divino para el holocausto. «El Dios querespondiere con el fuego, ése sea Dios».Esto sí convence al pueblo, que aprueba:«Eso está muy bien».

Los profetas de Baal, de la mañana almediodía, se desgañitan llamando a suDios, saltando según sus ritos, sangrán-dose con lancetas. Todo inútil. Elías ironiza:«Gritad más fuerte; es dios, pero quizá estéentretenido conversando, o tiene algún ne-gocio, o quizá esté de viaje»...

«Entonces Elías dijo a todo el pue-blo: Acercáos». Y tomando «doce pie-dras, según el número de las tribus delos hijos de Jacob, alzó con ellas un al-tar al nombre de Yavé». Hizo cavar entorno al altar una gran zanja, que man-dó llenar de agua. Y después clamó:«“Yavé, Dios de Abraham, de Isaac yde Israel... Respóndeme, para quetodo este pueblo conozca que tú, ohYavé, eres Dios, y que eres tú el queles ha cambiado el corazón”. Bajó en-tonces fuego de Yavé, que consumióel holocausto y la leña,las piedras y elpolvo, y aún las aguas que había en lazanja. Viendo esto el pueblo, cayerontodos sobre sus rostros y dijeron:“¡Yavé es Dios, Yavé es Dios!”».

Así fue como el gran profeta Elías,en la sangre de aquel sacrificio delmonte Carmelo, restauró entre Yavé ysu Pueblo la Alianza quebrantada.

Isaías y el cordero sacrificadopara salvación de todos

Entre los años 746 y 701 (a.C.) susci-ta Dios la altísima misión profética deIsaías. La segunda parte de su libro(40-55), contiene los Cantos del Siervode Yavé, al parecer compuestos por losaños 550-538 (a.C.). Pues bien, en estaprofecía grandiosa, que se cumplirá enJesucristo, se anuncia que Dios, en la

plenitud de los tiempos mesiánicos,dispondrá el sacrificio de un corderoredentor.

«He aquí a mi siervo, a quien yo sosten-go, mi elegido, en quien se complace mialma. He puesto mi espíritu sobre él, y éldará la Ley a las naciones... Yo te he for-mado y te he puesto por Alianza para mipueblo, y para luz de las gentes»... (42,1.6).«Tú eres mi siervo, en ti seré glorificado»(49,3).

«He aquí que mi Siervo prosperará, seráengrandecido y ensalzado, puesto muyalto... Se admirarán de él las gentes, y losreyes cerrarán ante él su boca, al ver lo quejamás vieron, al entender lo que jamás ha-bían oído» (52,13-15).

«No hay en él apariencia ni hermosuraque atraiga las miradas, no hay en él belle-za que agrade. Despreciado, desecho de loshombres, varón de dolores, conocedor detodos los quebrantos, ante quien se vuelveel rostro, menospreciado, estimado ennada.

«Pero fue él, ciertamente, quien tomó so-bre sí nuestras enfermedades, y cargó connuestros dolores, y nosotros le tuvimos porcastigado y herido por Dios y humillado.Fue traspasado por nuestras iniquidades ymolido por nuestros pecados. El castigo sal-vador pesó sobre él, y en sus llagas hemossido curados. Todos nosotros andábamoserrantes, como ovejas, siguiendo cada unosu camino, y Yavé cargó sobre él la iniqui-dad de todos nosotros.

«Maltratado y afligido, no abrió la bocacomo cordero llevado al matadero, comooveja muda ante los trasquiladores. Fuearrebatado por un juicio inicuo, sin quenadie defendiera su causa, cuando eraarrancado de la tierra de los vivientes ymuerto por las iniquidades de su pueblo...

«Ofreciendo su vida en sacrificio por elpecado, tendrá posteridad y vivirá largosdías, y en sus manos prosperará la obra deYavé... El Justo, mi siervo, justificará a mu-chos, y cargará con las iniquidades de ellos.

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Por eso yo le daré por parte suya muche-dumbres, y recibirá muchedumbres porbotín: por haberse entregado a la muerte,y haber sido contado entre los pecadores,cuando llevaba sobre sí los pecados de to-dos e intercedía por los pecadores» (53,2-12).

Los múltiples sacrificios de IsraelHemos evocado hasta aquí aquellas

principales figuras de la AntiguaAlianza, que anuncian y anticipan elsacrificio único y definitivo de laAlianza Nueva. Añadiremos todavíaalgunos datos más sobre los ritossacrificiales de Israel.

En Israel, como en otros pueblos, elsacrificio es una acción ritual por la quese ofrece a Dios algún bien creado, pri-vándose de él en todo o en parte, para ex-piar por el pecado (Miq 6,6-7), para eli-minar la culpa y la impureza (Lev 14,4-7.52; 16,21-25; Dt 21,1-9), para expresardevoción y adoración, y para ganarse,en fin, el favor y la protección deDios. En efecto, no conviene que lascriaturas se acerquen a su Creador sino es en actitud de perfecta sumisióny agradecimiento. Es el mismo Diosquien así lo manda: «No te presenta-rás ante mí con las manos vacías» (Ex23,15; 34,20).

Antes de seguir adelante, es importanteadvertir aquí que los israelitas –a diferen-cia de babilonios, egipcios y otros pueblosantiguos–, protegidos por la Palabra divi-na, nunca creyeron que la Divinidad necesita-se ser alimentada con los sacrificios ylibaciones rituales. Yavé, en efecto, dice a supueblo: «Las fieras de la selva son mías,tengo a mano cuanto se agita en los cam-pos. Si tuviera hambre, no te lo diría: puesel orbe y cuanto lo llena es mío» (Sal 50,8-13). No es Dios quien «necesita» los sacrifi-cios rituales; es el hombre el que está nece-

sitado de hacerlos, para, ofreciendo al Se-ñor parte de los dones de Él recibidos, afir-mar así su propio corazón en la sumisióny en el amor, y expiar por tantos abusos co-metidos en las criaturas, con desprecio desu Creador. La misma verdad inculcaráSan Pablo a los atenienses, tan apegados ala veneración de sus templos: «siendo Se-ñor del cielo y de la tierra, él no habita entemplos hechos por mano del hombre, nipor manos humanas es servido, como sinecesitase de algo, siendo Él mismo quienda a todos la vida, el aliento y todas las co-sas» (Hch 17,24-25).

El pueblo de Israel ofrece, pues, alSeñor de sus propios bienes, de susmedios de sustento, y hace sobre todovíctimas animales de sus propios ga-nados. Ofrece también pan, vino, acei-te u otros alimentos, o incluso oro yplata (Núm 7,31-50). Hace oblación delas primicias de los frutos del campoo de los ganados. Y según la condiciónnómada o sedentaria del pueblo, cam-bian, lógicamente, las ofrendas pre-sentadas al Señor.

En estos sacrificios la víctima pue-de ser ofrecida totalmente, como en elcaso del holocausto o sacrificio total.Pero otras veces se ofrece sólo una par-te de la víctima, la grasa, los riñones,y sobre todo la sangre, es decir, lo quees tenido como fundamento de la vida(Lev 3; 17,10-14), y el resto es consu-mido en un banquete sacrificial (Dt12,23-27). También en ocasiones sehace aspersión de la sangre victimalsobre el altar y el pueblo (Ex 24,3-8)

Los profetas y el culto de IsraelLa legislación sacerdotal y las pres-

cripciones rabínicas configuran alpaso de los siglos, particularmenteacerca del culto ofrecido en el Templo,

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un mundo ritual sumamente minu-cioso, en cuyos detalles no entrare-mos. Se multiplican más y más los sa-crificios de purificación o de expia-ción, de acción de gracias o de repa-ración, matutinos o vespertinos, etc.Y el pueblo judío, perdido a veces en-tre las exterioridades rabínicas, no po-cas veces no tiene escrúpulos de concien-cia para unir a esas prácticas rituales ex-ternas una vida moral indigna, desleal,injusta, como si la salvación viniera dela eficacia mágica de ciertas prácticasrituales reiteradas, y no estuviera másbien reservada para –como suele de-cirse en la Biblia– «los que aman al Se-ñor y cumplen sus mandatos» (+Sir2,15-16; Dan 9,4; Sal 118; +Jn 14,15;15,10). El sacrificio exterior, entonces,es algo completamente vacío, pues nova unido al sacrificio interior, es decir,a la ofrenda personal.

Contra esa ignominia claman una yotra vez los profetas de Israel. En efec-to, el mismo Yavé que ha suscitadoesos ritos cultuales, suscita tambiénprofetas y autores sapienciales quecon su enseñanza purifican al pueblode esos errores gravísimos, comotambién purifican los ritos judíos detoda adherencia idolátrica bastarda (Is1,10-16; 29,13; Jer 7, 4-23; Ez 16,16-19;Os 4,8-18; 8,4-6.11-13; Am 5,21-27; Miq6,6-8).

((Es falso, sin embargo, afirmar que los pro-fetas de Israel condenasen el culto y los sacri-ficios. Los profetas, lo mismo que lossalmistas (Sal 39,7-11; 68,31-32), reverencianel culto del Templo (Is 30,29), y se duelende que los desterrados se vean privados deél (Os 9,4-6).))

Así pues, cuando Jesucristo condenatoda exterioridad religiosa que esté vacíade verdad interior, hace suya, esta tra-dición profética: «Este pueblo me hon-

ra con los labios, pero su corazón estálejos de mí» (Mt 15,79 = Is 29,13). «Pre-fiero la misericordia al sacrificio, y elconocimiento de Dios al holocausto»(Mt 9,13 = Os 6,6). «Mi casa será llama-da casa de oración, pero vosotros lahabéis convertido en cueva de ladro-nes» (Mt 21,13 = Jer 7,7-11).

2El sacrificiode la Nueva

AlianzaEn la plenitud de los tiempos, des-

pués de treinta años de vida oculta,nuestro Señor Jesucristo –el Mesías deDios (Lc 9,20), el Hijo del Altísimo, elSanto (Lc 1, 31-35), nacido de mujer(Gál 4,4), nacido de una virgen (Is7,14; Lc 1,34), enviado de Dios (Jn 3,17),esplendor de la gloria del Padre (Heb1,3), anterior a Abraham (Jn 8,58), Pri-mogénito de toda criatura (Col 1,15),Principio y fin de todo (Ap 22,13), san-to Siervo de Dios (Hch 4,30), Conso-lador de Israel (Lc 2,25), Príncipe y Sal-vador (Hch 5,31), Cristo, Dios bendi-to por los siglos (Rm 9,5)–, durantetres años, predicó el Evangelio a loshombres como Profeta de Dios (Lc7,16), mostrándose entre ellos podero-so en obras y palabras (24,19).

Y una vez proclamada la Palabra di-vina, consumó su obra salvadora con elsacrificio de su vida. Primero la Palabra,después el Sacrificio.

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El Cordero de Dios,que quita el pecado del mundo

En cuanto Jesús inicia su misión pú-blica entre los hombres, Juan el Bau-tista, su precursor, le señala con sumano y le confiesa repetidas veces consu boca: «ése es el Cordero de Dios, quequita el pecado del mundo» (Jn 1,29.36).Él es el que tiene poder para vencer elpecado de los hombres, Él va a ser ver-daderamente nuestro Salvador.

Jesucristo, por su parte, es plenamen-te consciente de su condición de Corderode Dios, destinado al sacrificiopascual, para la gloria del Padre y lasalvación de los hombres. Si Juan Bau-tista, siendo sólo un hombre, en cuan-to lo ve, reconoce en él «el Cordero»dispuesto por Dios para el definitivosacrificio purificador del mundo, ¿noiba el mismo Cristo a ser conscientede su propia vocación? Porque Cris-to conoce el designio del Padre, anun-ciado en las Escrituras, por eso se re-afirma siempre en la misión redento-ra que le es propia, y por eso rechazainmediatamente –como sucede en lastentaciones diabólicas del desierto–toda tentación de mesianismostriunfalistas.

Por otra parte Jesús, en varias ocasiones,avanzando serenamente hacia la cruz, metade su vida temporal, predice su Pasión a losdiscípulos: «Entonces comenzó a manifes-tar a sus discípulos que tenía ir a Jerusalény sufrir mucho de parte de los ancianos, delos sumos sacerdotes y de los escribas, y serentregado a la muerte, y resucitar al tercerdía» (Mt 16,21; +17,22-23; 20,17-19). «Ellosno entendieron nada de esto, y estas pala-bras quedaron veladas. No entendieron loque había dicho» (Lc 18,34). Era para ellos

inconcebible que su Maestro, capaz de re-sucitar muertos, pudiera ser maltratado yllevado violentamente a la muerte.

En estas ocasiones, y en muchas otras, elSeñor se muestra siempre consciente deque va acercándose hacia una muertesacrificial y redentora. Él es el Pastor bue-no, que «da su vida por las ovejas» (Jn10,11). Él es «el grano de trigo que cae entierra, muere, y consigue mucho fruto»(12,24). Y por eso asegura: «levantado de latierra, atraeré todos a mí» (12,32; +8,28)...

La multiplicación de los panesEn el tercer año, probablemente, de

su vida pública, nuestro Señor Jesu-cristo, estando con miles de hombresen un monte, junto al lago de Tibería-des, poco antes de la Pascua judía, rea-liza una prodigiosa multiplicación delos panes y de los peces (Jn 6,1-15).

Más tarde, regresó a Cafarnaúm, yallí predicó, anunciando la eucaristía,sobre el pan de vida, un alimento infi-nitamente superior al maná que Moi-sés dio al pueblo en el desierto: «Yo soyel pan vivo bajado del cielo... Mi carne esverdadera comida, y mi sangre es verda-dera bebida... El que me come vivirá pormí» (6,48-59).

Muchos se escandalizaron de estaspalabras, que consideraron increíbles.Y «desde entonces muchos de sus dis-cípulos se retiraron, y ya no le se-guían». Pero los Doce permanecieroncon Él, diciendo: «Señor ¿a quién iría-mos? Tú tienes palabras de vida eter-na» (6,60-69).

Jesucristo, entre Moisés y ElíasTambién, seguramente, en el año ter-

cero de su ministerio público, Jesús,un día que se fue al monte con Pedro,

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«¿Qué hacemos, que este hombre hacemuchos milagros?... ¿No comprendéis queconviene que muera un hombre por todoel pueblo?... Profetizó así [Caifás] que Jesúshabía de morir por el pueblo, y no sólo porel pueblo, sino para reunir en la unidad atodos los hijos de Dios que están dispersos.Desde aquel día tomaron la resolución dematarle. Jesús, pues, ya no andaba en pú-blico entre los judíos, sino que se fue a unaregión próxima al desierto, a una ciudadllamada Efrem, y allí moraba con los discí-pulos» (Jn 11, 45-54).

Jesús celebra la PascuaLos sucesos van a precipitarse poco

después: la unción de Jesús en Betania,su entrada triunfal en Jerusalén, elpacto de Judas con el Sanedrín y, final-mente, en el Cenáculo, la celebraciónde la Pascua judía. En ella, hasta el úl-timo momento, observa Cristo con losdoce –«conviene que cumplamos todajusticia» (Mt 3,15)– cuanto Moisés ha-bía prescrito en este rito, instituídocomo memorial perpetuo:

«Cuando llegó la hora, se puso a la mesacon sus apóstoles. Y les dijo: He deseadoardientemente comer esta Pascua con vo-sotros antes de padecer. Porque os digo queya no la comeré hasta que se cumpla en elreino de Dios. Y tomando una copa, diogracias y dijo: Tomadla y repartidla entrevosotros. Pues os digo que no beberé ya delfruto de la vid hasta que llegue el reino deDios» (Lc 22,14-28).

Liturgia eucarística de la PalabraGracias al apóstol Juan (Jn 13-17),

conocemos al detalle el Sermón de laCena, esa grandiosa Liturgia de la Pala-bra, en la que Jesucristo revela plena-mente la caridad divina trinitaria, pro-clamando con máxima elocuencia laLey evangélica: el amor a Dios y elamor a los hombres.

Santiago y Juan, «mientras oraba», setransfiguró completamente, como si«la plenitud de la divinidad, que en élhabitaba corporalmente» (Col 2,9), yque normalmente quedaba velada porsu humanidad sagrada, fuese ahorarevelada por esa misma humanidadsantísima (Mt 17,1-13; Mc 9,2-13; Lc9,28-36).

Extasiados los tres apóstoles, vieron depronto que «se les aparecieron Moisés yElías, hablando con Él». «Ellos también apa-recían resplandecientes, y hablaban de sumuerte, que había de tener lugar en Jeru-salén». Y al punto salió de la nube la vozdel Padre, garantizando a Jesús: «Éste es mihijo, el predilecto: escuchadle».

Jesús, antes de sellar con su sangreuna Alianza Nueva y definitiva, reci-be así ante sus tres íntimos discípulosel testimonio de Moisés, el mediador dela Antigua Alianza, y de Elías, el que larestauró. Uno y otro cumplieron sumisión sobre un altar de doce piedras,con sangre de animales sacrificados; yJesús, en la última Cena, lo hará tam-bién sobre la mesa de los doce após-toles, pero esta vez con su propia san-gre. Por tanto, el mayor de los patriar-cas, Moisés, y el principal de los pro-fetas, Elías, dan testimonio de Jesús.Todo el misterio pascual de Cristo es,pues, un pleno cumplimiento de «la Leyy los profetas» (+Mt 5,17; 7,12; 11,13;22,40).

Se decide la muerte de CristoLa resurrección de Lázaro, ocurrida

en Betania, a las puertas de Jerusalén,y poco antes de la Pascua, exaspera to-talmente el odio que hacia Cristo sehabía ido formando, sobre todo entrelas personas más influyentes de Jeru-salén.

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–Amor a Dios: «Conviene que elmundo conozca que yo amo al Padre,y que, según el mandato que me dioel Padre, así hago» (14,31), «obedientehasta la muerte, y muerte de cruz»(Flp 2,8). Jesucristo entiende la cruzcomo la plena revelación de su amoral Padre; como la proclamación plenadel primer mandamiento de la ley deDios: «así hay que amar al Padre, y asíhay que obedecerle; hasta dar la vidapor su gloria».

–Amor a los hombres: «Viendo Jesúsque llegaba su hora de pasar de estemundo al Padre, habiendo amado alos suyos que estaban en el mundo, alfin extremadamente los amó» (Jn13,1). Y les dijo: «Amáos los unos a losotros, como yo os he amado» (13,34).«No hay amor más grande que dar lavida por los amigos» (15,13). El Señorentiende, pues, su cruz como la plenaproclamación del segundo manda-miento de la ley de Dios: «así hay queamar al prójimo, hasta dar la vida porsu bien».

Liturgia eucarística del SacrificioCuatro relatos nos han llegado sobre la

celebración primera del sacrificio de laNueva Alianza, es decir, sobre la insti-tución de la eucaristía. Los dos prime-ros, de Mateo y Marcos, son muy se-mejantes, y expresan la tradiciónlitúrgica judía, de Jerusalén, llevadapor Pedro a Roma. Los dos segundostestimonios representan más bien latradición litúrgica de Antioquía, di-fundida en sus correrías apostólicaspor Pablo y Lucas.

–Mateo 26,26-28. «Mientras comían, Jesústomó pan, lo bendijo, lo partió y dándose-lo a los discípulos, dijo: Tomad y comed,éste es mi cuerpo. Y tomando un cáliz y

dando gracias, se lo dió, diciendo: Bebed deél todos, que ésta es mi sangre, del NuevoTestamento, que será derramada por mu-chos para remisión de los pecados».

–Marcos 14,22-24. «Mientras comían,tomó pan y bendiciéndolo, lo partió, se lodió y dijo: Tomad, éste es mi cuerpo. To-mando el cáliz, después de dar gracias, selo entregó, y bebieron de él todos. Y lesdijo: Ésta es mi sangre de la Alianza, quees derramada por muchos».

–Lucas 22,19-20. «Tomando el pan, diogracias, lo partió y se lo dió, diciendo: Éstees mi cuerpo, que es entregado por voso-tros; haced esto en memoria mía. Asimis-mo el cáliz, después de haber cenado, di-ciendo: Éste caliz es la Nueva Alianza enmi sangre, que es derramada por voso-tros».

–San Pablo, 1 Corintios 11,23-26. «Yo herecibido del Señor lo que os he transmiti-do; que el Señor Jesús, en la noche en quefue entregado, tomó el pan, y después dedar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuer-po, que se da por vosotros; haced esto enmemoria mía. Y asimismo, después de ce-nar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es laNueva Alianza en mi sangre; cuantas ve-ces lo bebáis, haced esto en memoria mía.Pues cuantas veces comáis este pan y be-báis este cáliz anunciáis la muerte del Se-ñor hasta que Él venga».

Nótese que el relato de San Pablo,que se presenta explícitamente como«recibido del Señor», fue escrito en fe-cha muy temprana, hacia el año 55, yque a su vez refleja una tradicióneucarística anterior.

Institución de la EucaristíaSegún esto, en la Cena del jueves rea-

liza el Señor la entrega sacrificial de sucuerpo y de su sangre –«mi cuerpo en-tregado», «mi sangre derramada»–, an-ticipando ya, en la forma litúrgica del pan

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y del vino, la entrega física de su cuerpoy de su sangre, la que se cumplirá el vier-nes en la cruz.

–La acción ritual. Conforme a la tra-dición judía del rito pascual, el Señor«toma», «da gracias» a Dios (bendice),«parte» el pan y lo «reparte» entre losdiscípulos. Son gestos también apun-tados en la multiplicación de los pa-nes (Jn 6,11) o en las apariciones deCristo resucitado (Emaús, Lc 24,30;pesca milagrosa, Jn 21,13).

–Cordero pascual nuevo. «Cristo,nuestro cordero pascual, ha sido in-molado» (1Cor 5,7), para la salvaciónde todos. Hemos sido, pues, rescata-dos «no con plata y oro, corruptibles,sino con la sangre preciosa de Cristo,cordero sin defecto ni mancha, ya co-nocido antes de la creación del mun-do, y manifestado al fin de los tiem-pos por amor vuestro» (1Pe 1,18-20).San Juan en el Apocalipsis mencionaveintiocho veces a Cristo como Cor-dero. Y es justamente «el Cordero de-gollado» el que preside la grandiosa li-turgia celestial (Ap 5,6.12).

–La Nueva Alianza. En la Cena-Cruz-Eucaristía establece Cristo una Alian-za Nueva entre Dios y los hombres. Yesta vez la Alianza no es sellada consangre de animales sacrificados en ho-nor de Dios, sino en la propia sangrede Jesús: «Este cáliz es la NuevaAlianza en mi sangre». La alianza delmonte Sinaí queda definitivamentesuperada por la alianza del monte Cal-vario (+Ex 24,1-8; Heb 9,1-10,18).

«La eucaristía aparece al mismo tiempocomo el origen y fundamento del nuevopueblo de Dios, liberado ahora por la pas-cua de Cristo y fundado sobre la sangre dela Nueva Alianza» (Sayés, El misterioeucarístico 107). La Cena pascual de Moisésmarca el nacimiento de Israel como pueblo

libre. La Cena pascual de Cristo funda per-manentemente a la Iglesia, el nuevo Israel.

–Memorial perpetuo. Como la Pascuajudía, la cristiana se establece comoun memorial a perpetuidad: «hacedesto en memoria mía». En la eucaris-tía, por tanto, la Iglesia ha de actuali-zar hasta el fin de los siglos el sacrifi-cio de la cruz, y ha de hacerlo em-pleando en su liturgia la misma formadecidida por el Señor en la últimaCena.

–Presencia real de Cristo. En la euca-ristía el pan y el vino se conviertenrealmente en el cuerpo y la sangre denuestro Señor Jesucristo. Ya no haypan: «esto es mi cuerpo que se entre-ga»; ya no hay vino: «ésta es mi san-gre que se derrama». Se trata, pues, deuna presencia real, verdadera y subs-tancial de Cristo.

–Pan vivo bajado del cielo. Y es unapresencia que debe ser recibida comoalimento de vida eterna: «Tomad y co-med, mi carne es verdadera comida»;«tomad y bebed, mi sangre es verda-dera bebida».

–Sacrificio de la Nueva Alianza. LaCena-Cruz-Eucaristía, por tanto, es unsacrificio: el sacrificio de la NuevaAlianza, que tiene a Cristo como Sa-cerdote y como Víctima. En efecto,«Cristo ofreció por los pecados, parasiempre jamás, un solo sacrificio... Conuna sola ofrenda ha perfeccionadopara siempre a los que van siendoconsagrados» (Heb 10,12.14). Volvere-mos sobre esto una vez que hayamoscontemplado la Pasión.

La agonía en GetsemaníJesús, en el Huerto de los Olivos, baja

hasta el último fondo posible de la angus-

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tia humana (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42;Lc 22,40-46). «Pavor y angustia» (Mc),«sudor de sangre» (Lc), desamparo delos tres amigos más íntimos, que seduermen; consuelo de un ángel; refu-gio absoluto en la oración: «pase de míeste cáliz, pero no se haga mi volun-tad, sino la tuya»...

¿Es la muerte atroz e ignominiosa, quese le viene encima, «el cáliz» que Cristopide al Padre que pase, si es posible? Noparece creíble. El Señor se encarna yentra en la raza humana precisamen-te para morir por nosotros y darnosvida. Desea ardientemente ser inmo-lado, como Cordero pascual que, qui-tando el pecado del mundo, salva a loshombres, amándolos con amor extre-mo. Él no se echa atrás, ni en formacondicional de humilde súplica, ni si-quiera en la agonía de Getsemaní odel Calvario. Por el contrario, cuandose acerca la tentación y le asalta –«¿qué diré? ¿Padre, líbrame de estahora?»–, él responde inmediatamente:«¡para esto he venido yo a esta hora!»(Jn 12,27). Y cuando Pedro rechaza lapasión de Jesús, anunciada por éste:«No quiera Dios, Señor, que esto su-ceda», Cristo reacciona con terribledureza: «Apártate de mí, Satanás, queme sirves de escándalo» (Mt 16,21-23).

No. El «cáliz» que abruma a Jesús esel conocimiento de los pecados, consus terribles consecuencias, que a pe-sar del Evangelio y de la Cruz, van adarse en el mundo: ese océano dementiras y maldades en el que tantoshombres van a ahogarse, paganos obautizados, por rechazar su Palabra ypor menospreciar su Sangre en los sa-cramentos, sobre todo en la eucaristía.Más aún, la pasión del Salvador es cau-sada principalmente por el pecado delos malos cristianos que, despreciando

el magisterio apostólico, falsificarán osilenciarán su Palabra; avergonzándo-se de su Evangelio, buscarán salva-ción, si es que la buscan, por otro ca-mino; endureciendo sus corazonespor la soberbia, despreciarán los sacra-mentos, y sobre todo la eucaristía, pro-fanándola o alejándose de ella... En de-finitiva, es la posible reprobación final depecadores lo que angustia al Señor, y lelleva a una tristeza de muerte.

Como bien señala la madre María de Je-sús de Agreda, «a este dolor llamó Su Ma-jestad cáliz». Y en esa angustia sin fondopedía el Salvador a su Padre que, «siendoya inexcusable la muerte, ninguno, si era po-sible, se perdiese»... Y eso es lo que, con lá-grimas y sudor de sangre, Cristo suplica alPadre insistentemente, en una «como alter-cación y contienda entre la humanidad san-tísima de Cristo y la divinidad» (MísticaCiudad de Dios, 1212-1215).

La libre ofrenda de la CruzImporta mucho entender que en la cruz

se entrega Cristo a la muerte libre y vo-luntariamente. Otras ocasiones huboen que quisieron prender a Jesús, perono lo consiguieron, «porque no habíallegado su hora» (Jn 7,30; 8,20). Así, porejemplo, en Nazaret, cuando queríandespeñarle, pero él, «atravesando pormedio de ellos, se fue» (Lc 4,30). Aho-ra, en cambio, «ha llegado su hora, lade pasar de este mundo al Padre» (Jn13,1). Y los evangelistas, al narrar elPrendimiento, ponen especial cuidadoen atestiguar la libertad y la voluntarie-dad de la entrega que Cristo hace desí mismo.

–Cristo Sacerdote se acerca serena-mente al altar de la cruz. En el Huerto,recuperado por la oración de su esta-do espiritual agónico, sale ya sereno,plenamente consciente, al encuentro

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de los que vienen a prenderlo: cono-cía ciertamente que era Judas quieniba a entregarle (Jn 13,26), y «sabíatodo lo que iba a sucederle» (18,4).

–Hasta en el prendimiento manifiestaCristo su poder irresistible. Sin escon-derse, Él mismo se presenta: «Yo soy[el que buscáis]». Y al manifestar suidentidad, todos caen en tierra (Jn 18,5-6). Ese yo soy [ego eimi] en su labios esequivalente al yo soy de Yavé en los li-bros antiguos de la Escritura. Y Juanse ha dado cuenta de este misterio(+Jn 8,58; 13,19; 18,5). Los enemigos deCristo caen en tierra, se postran ante élen homenaje forzado, impuesto mila-grosamente por Jesús, que, antes depadecer, muestra así un destello de supoder divino y manifiesta claramen-te que su entrega a la muerte es per-fectamente libre.

–Jesús impide que le defiendan. Detie-ne toda acción violenta de quien in-tenta protegerle con la espada, y curala oreja herida de Malco, el siervo delPontífice (Jn 18,10-11). No se resiste,pudiendo hacerlo. Y explica por quéno lo hace: «Ésta es vuestra hora y elpoder de las tinieblas» (Lc 22,53).

–Jesús no opone resistencia. Él sabebien, y lo afirma, que hubiera podidopedir y conseguir del Padre «doce le-giones de ángeles» que le defendieran;pero quiere que se cumpla la provi-dencia del Padre. Él, que había ense-ñado «no resistáis al mal, y si algunote abofetea en la mejilla derecha, daletambién la otra» (Mt 5,39-41), practi-ca ahora su propia doctrina.

–Jesús calla. «Maltratado y afligido,no abrió la boca, como cordero lleva-do al matadero, como oveja mudaante los trasquiladores» (Is 53,7). Enlos pasos tenebrosos que preceden a su

pasión –interrogatorios, bofetadas,azotes, burlas–, «Jesús callaba» (anteCaifás, Mt 26,63; Pilatos, 27,14; Hero-des, Lc 23,9; Pilatos, Jn 19,9).

–Se entrega libremente a la muerte. Es,pues, un dato fundamental para en-tender la Pasión de Cristo conocer laperfecta y libre voluntad con que rea-liza su entrega sacrificial a la muerte:«Yo doy mi vida para tomarla de nue-vo. Nadie me la quita, sino que yo ladoy por mí mismo» (Jn 10,17-18). Je-sucristo es el Señor, también en Getse-maní y en el Calvario, por insondableque sea entonces su humillación y aba-timiento.

–La cruz es providencia amorosa delPadre, anunciada desde el fondo de lossiglos. Quiso Dios permitir en su pro-videncia la atrocidad extrema de lacruz para que en ella, finalmente, serevelara «el amor extremo» de Cristoa los suyos (Jn 13,1), pues, ciertamen-te, es en la cruz «cuando se producela epifanía de la bondad y el amor deDios hacia los hombres» (Tit 3,4). Nofue, pues, la cruz un accidente lamen-table, ni un fracaso de los planes deDios. Cristo, convencido de lo contra-rio, se entrega a la cruz, con toda obe-diencia y sin resistencia alguna, paraque «se cumplan las Escrituras», esdecir, para se realice la voluntadprovidente del Padre (Mt 26,53-54.56),que es así como ha dispuesto restau-rar su gloria y procurar la salvación delos hombres.

La ofrenda sacrificial que Cristo hacede sí mismo produce un estremecimien-to en todo el universo, como si ésteintuyera su propia liberación, ya defi-nitivamente decretada. Se rasga elvelo del Templo de arriba a abajo, y,eclipsado el sol, se obscurece toda la

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tierra; las piedras se parten, se abrensepulcros, y hay muertos que resuci-tan y se aparecen a los vivos; la mu-chedumbre se vuelve del Calvariogolpeándose el pecho; el centurión ylos suyos no pueden menos de reco-nocer: «Verdaderamente, éste era Hijode Dios» (Mt 27,51-53; Mc 15,38; Lc23,44-45).

Resurrección de CristoLos relatos de la resurrección de

Nuestro Señor Jesucristo y de sus apa-riciones (Mt 28,120; Mc 16,1-20; Lc 24;Jn 2021) ponen de relieve la desespe-ranza en que los discípulos quedaronhundidos tras los sucesos del Calvario. Seresisten, después, a creer en la realidadde la resurrección de Cristo, y éstehubo de «reprenderles por su incre-dulidad y dureza de corazón, pues nohabían creído a los que lo habían vis-to resucitado de entre los muertos»(Mc 16,14). Es el acontecimiento de laResurrección lo que despierta y funda-menta la fe de los apóstoles. Por eso,cuando se aparece a los Once, paraacabar de convencerles, come delantede ellos un trozo de pez asado (Lc24,42).

Y otras muchas veces come con ellos(Emaús, Lc 24,30; pesca milagrosa, Jn 21,12-13), apareciéndoseles «durante cuarentadías, y hablándoles del reino de Dios» (Hch1,3). Pues bien, ese comer de Cristo con losdiscípulos les impresionóespecialísimamente. En ello ven probadauna y otra vez tanto la realidad del Resuci-tado, como la familiaridad íntima que conellos tiene. Y así Pedro dirá en un discursoimportante, asegurando las apariciones deCristo: nosotros somos los «testigos de an-temano elegidos por Dios, nosotros, quecomimos y bebimos con Él después de su re-surrección de entre los muertos» (Hch

10,41). La alegría pascual que caracterizabaesas comidas, de posible condicióneucarística, con el Resucitado, es la alegríaactual de la eucaristía cristiana.

El sacrificio de la Nueva Alianza–Sacrificio. Jesús entiende su muerte

como un sacrificio de expiación, por elcual, estableciendo una Alianza Nue-va, con plena libertad, «entrega suvida» –su cuerpo, su sangre– para elrescate de todos los hombres (+Cate-cismo 1362-1372, 1544-1545). De sus pa-labras y actos se deriva claramente suconciencia de ser el Cordero de Dios,que con su sacrificio pascual quita elpecado del mundo. Que así lo enten-dió Jesús nos consta por los evange-lios, pero también porque así lo enten-dieron sus apóstoles.

La enseñanza de San Pablo es en estomuy explícita: «Cristo nos amó y se entre-gó por nosotros en oblación y sacrificio aDios de suave aroma» (Ef 5,2; +Rm 3,25).Es el amor, en efecto, lo que le lleva al sa-crificio: «Dios probó su amor hacia noso-tros en que, siendo pecadores, Cristo mu-rió por nosotros» (Rm 5,8; +Gál 2,20). Y poreso ahora «en Él tenemos la redención porla virtud de su sangre, la remisión de lospecados» (Ef 1,7; +Col 1,20). Por tanto,«nuestro Cordero pascual, Cristo, ya hasido inmolado» (1Cor 5,7; igual doctrina en1Pe 1,2.9; 3,18).

San Juan, por su parte, ve en Cristo cru-cificado el Cordero pascual definitivo, elque con su muerte sacrificial «quita el pe-cado del mundo» (Jn 1,29.37). Según dispo-nía la antigua ley mosaica sobre el Corde-ro pascual, ninguno de sus huesos fue que-brado en la cruz (19,37 = Ex 12,46). Los fie-les son, pues, «los que lavaron sus túnicasy las blanquearon en la sangre del Corde-ro» (Ap 7,14), es decir, «los que han venci-do por la sangre del Cordero» (12,11). Y eseCordero degollado, ahora, para siempre,preside ante el Padre la liturgia celestial

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(5,6.9.12). Así pues, el sacrificio de la vidahumana de Jesús gana en la cruz la salva-ción para todos: «él es la Víctimapropiciatoria por nuestros pecados, y nosólo por los nuestros, sino por los de todoel mundo» (1Jn 2,2).

–Sacrificio único y definitivo. La cartaa los Hebreos, por su parte, contempla aCristo como sumo Sacerdote, y su muer-te, como el sacrificio único y supremo, enel que se establece la Nueva Alianza. Eneste precioso documento, anterior qui-zá al año 70, puede verse el primer tra-tado de cristología. Y en él se enseñaque los antiguos sacrificios judíos –aunque establecidos por Dios, comofiguras anunciadoras de la plenitudmesiánica– «nunca podían quitar lospecados», por mucho que se reiterasen(10,11), y que por eso mismo estabanllamados a desaparecer «a causa de suineficacia e inutilidad» (7,18). Ahora,en cambio, en la plenitud de los tiem-pos, en la Alianza Nueva, nos ha sidodado Jesucristo, el Sacerdote santo,inocente e inmaculado (7,26-28), quesiendo plenamente divino (1,1-2; 3,6)y perfectamente humano (2,11-17;4,15; 5,8), es capaz de ofrecer una solavez un sacrificio único, el del Calvario(9,26-28), de grandiosa y total eficaciapara santificar a los creyentes (7,16-24;9; 10,10.14).

–Sacrificio de expiación y redención.Cristo nos ha redimido con su propia san-gre, sufriendo en la cruz el castigo quenosotros merecíamos por nuestros peca-dos. «Traspasado por nuestras iniqui-dades y molido por nuestros pecados,el castigo salvador pesó sobre él, y ensus llagas hemos sido curados» (Is53,5). De este modo nuestro Salvadorha vencido en la humanidad el peca-do y la muerte, y la ha liberado de lasujeción al Demonio.

«Dios estaba en Cristo, reconciliando almundo consigo, y no imputándole sus de-litos» (2Cor 5,19). En efecto, nosotros está-bamos «muertos a causa de nuestros peca-dos», pero Cristo nos ha hecho «revivir conél, perdonando todas nuestros delitos, ycancelando el acta de condenación que nosera contraria, la ha quitado de en medio,clavándola en la cruz. Así fue como despo-jó a los principados y potestades, y los sacóvalientemente a la vergüenza, triunfando deellos en la cruz» (Col 2,13-15). En la cruz,efectivamente, Cristo «ha destruido por lamuerte al que tenía el imperio de la muer-te, esto es, al diablo» (Heb 2,14), y «hacién-dose Sacerdote misericordioso y fiel», deeste modo misterioso e inefable, «ha expia-do los pecados del pueblo» (2,17).

–Sacrificio de acción de gracias. Aho-ra nosotros, «rescatados no con platay oro, corruptibles, sino con la sangrepreciosa de Cristo, cordero sin defec-to ni mancha» (1Pe 1,18-19), tenemosun ministerio litúrgico de alegría infini-ta, que iniciamos en la eucaristía deeste mundo, para continuarlo eterna-mente en el cielo, cantando la gloriade nuestro Redentor bendito:

«Él es el verdadero Cordero que quitó elpecado del mundo; muriendo, destruyónuestra muerte, y resucitando, restauró lavida. Por eso, con esta efusión de gozopascual, el mundo entero se desborda de ale-gría, y también los coros celestiales, los án-geles y los arcángeles, cantan sin cesar elhimno de tu gloria» (Prefacio I pascual).

((Los protestantes primeros –Lutero,Zuinglio, Calvino–, reconociendo el carác-ter sacrificial de la cruz, niegan que la misasea un sacrificio, porque ignoran que la eu-caristía no es sino el mismo misterio de lacruz. Partiendo de ese gran error, abo-mi-nan de la misa, como si fuera una supers-tición horrible, y del sacerdocio católico.Una de las dos o tres ideas fundamentalesde la Reforma protestante es, sin duda, laextinción del sacrificio euca-rístico y delsacerdocio católico.))

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En el signo de la CruzTodo el Evangelio tiene su clave en «la

doctrina de la cruz de Cristo» (1Cor1,18). Por eso el Apóstol no presumede saber de nada, sino de «Jesucristo,y éste crucificado» (1Cor 2,2). Segúnya vimos, es en la cruz donde se escri-be con sangre la ley divina fundamen-tal: cómo hay que amar a Dios y cómohay que amar al prójimo.

Pero en la cruz se nos revela tambiénel amor inmenso que Dios nos tiene. Esen la cruz donde se produce la supre-ma epifanía de Dios, que «es amor»(1Jn 4,8). Mirando a la cruz, que pre-side nuestras iglesias y que honra consu signo sagrado todo lo cristiano, escomo nos sabemos hijos «elegidos deDios, santos y amados» (Col 3,12).Pues, aunque sea un misterio insonda-ble, la cruz sucedió «según los desig-nios de la presciencia de Dios» (Hch2,23). No fue, como ya vimos, un ac-cidente imprevisto, ni un fracaso: fueun «mandato del Padre» (Jn 14,31),obedecido por el Hijo hasta la muerte(Flp 2,8). Todo lo relacionado con lacruz del Hijo de Dios es, sin duda, «es-cándalo para los judíos, locura paralos gentiles, pero fuerza y sabiduría deDios para los llamados, judíos o grie-gos» (1Cor 1,23-24). La cruz es, en efec-to, la locura del amor de Dios hacia loshombres.

«La verdad es que apenas habrá quienmuera por un justo; sin embargo, pudieraser que muriera alguno por uno bueno;pero Dios probó su amor hacia nosotros enque, siendo pecadores, murió Cristo por noso-tros» (Rm 5,7-8). El Padre, en efecto, «noperdonó a su propio Hijo, sino que le en-tregó por todos nosotros» (8,32). Este asom-bro de San Pablo es el mismo de San Juan:«En esto se manifestó el amor que Dios nostiene: en que Dios envió al mundo a su Hijoúnico, para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor: no en que noso-tros hayamos amado a Dios, sino en que élnos amó y nos envió a su Hijo como víctimade propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,9-10).

Los Padres de la Iglesia no apartan susojos de la cruz de Cristo, actualizadasiempre en la eucaristía, y no se cansande cantar su gloria en sus escritos y pre-dicaciones. Ningún otro aspecto de lafe es tratado por ellos con tanta fre-cuencia, con tanto gozo y amor. Y nohacen en eso sino prolongar la predi-cación de los apóstoles: «Estoy crucifi-cado con Cristo, y ya no vivo yo, esCristo quien vive en mí. Y aunque alpresente vivo en la carne, vivo en la fedel Hijo de Dios, que me amó y se entre-gó por mí» (Gál 2,19-20). Este espíritude los Padres, es el que ha animado alos santos de todos los tiempos. AsíSan Juan Crisóstomo:

«La cruz es el trofeo erigido contra losdemonios, la espada contra el pecado, laespada con la que Cristo atravesó a la ser-piente; la cruz es la voluntad del Padre, lagloria de su Hijo único, el júbilo del Espí-ritu Santo, el ornato de los ángeles, la se-guridad de la Iglesia, el motivo de gloriar-se de Pablo, la protección de los santos, laluz de todo el orbe» (MG 49,396).

La cruz, aún más que la resurrección,revela que Dios es amor, y manifiesta in-equívocamente el amor que nos ha teni-do Dios. Esto es lo que hace de la cruzla clave indiscutible del cristianismo.La resurrección gloriosa expresa demodo formidable la divinidad de Je-sucristo, su victoria sobre la muerte yel demonio, el pecado y el mundo.Pero la cruz, la sagrada y bendita cruz,es la revelación suprema de Dios, quees amor, y la prueba máxima del amorque Dios nos tiene. La misericordia deDios con los pecadores, la solicitudpaternal de su providencia, la locura

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del amor divino, la misteriosa natura-leza íntima del mismo Dios, se reve-lan ante todo y sobre todo en la cruzde Cristo, esa cruz que se actualiza enel sacrificio litúrgico de la misa. «Tan-to amó Dios al mundo, que le entregó[en Belén, y aún más, en el Calvario]su Unigénito Hijo» (Jn 3,16).

San Agustín exclama en sus Confe-siones:

«¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno,que “no perdonaste a tu Hijo único, sinoque lo entregaste por nosotros, que éramospecadores” [Rm 8,32]! ¡Cómo nos amaste anosotros, por quienes tu Hijo “no hizo alar-de de ser igual a ti, sino que se rebajó has-ta someterse a una muerte de cruz” [+Flp2,6]! Siendo como era el único libre entrelos muertos, “tuvo poder para entregar suvida y tuvo poder para recuperarla” [+Jn10,18]. Por nosotros se hizo ante ti vence-dor y víctima: vencedor, precisamente porser víctima; por nosotros se hizo ante ti sa-cerdote y sacrificio: sacerdote, precisamen-te del sacrificio que fue él mismo. Siendotu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nostransformó, para ti, de esclavos en hijos...

«Aterrado por mis pecados y por el pesoenorme de mi miseria, había meditado enmi corazón y decidido huir a la soledad;pero tú me lo prohibiste y me tranquilizas-te, diciendo: “Cristo murió por todos, paraque los que viven ya no vivan para sí, sinopara aquel que murió por ellos” [1Cor 5,75].

«He aquí, pues, Señor, que arrojo ya enti mi cuidado, a fin de que viva y pueda“contemplar las maravillas de tu voluntad”[Sal 118,18]. Tú conoces mi ignorancia y miflaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo úni-co, “en quien están encerrados todos lostesoros de la sabiduría y de la ciencia” [Col2,3], me redimió con su sangre. “No meopriman los insolentes” [Sal 118,122], por-que yo tengo en cuenta mi rescate, y locomo y lo bebo y lo distribuyo, y aunquepobre, deseo saciarme de él en compañíade aquellos que comen de él y son sacia-

dos por él. “Y alabarán al Señor los que lebuscan” [Sal 21,27]» (Confesiones X,43,69-70).

La cruz del Señor, actualizada cada díaen la eucaristía, es el sello de garantía detodo lo cristiano. Lo que no está mar-cado por su gloriosa huella es sin dudauna falsificación del cristianismo. Noes posible ser discípulo de Cristo, noes posible seguirle, sin tomar cada díala cruz (Lc 14,27). El verdadero cami-no evangélico, que lleva a la vida y ala alegría, es un camino estrecho, quepasa por una puerta angosta (Mt 7,13-14).

La Iglesia que «no se avergüenza delEvangelio» (+Rm 1,16; 2Tim 1,8) es laque se gloría siempre en la cruz de Cris-to (Gál 6,14), y no en otras cosas. Es laque en su fe, predicación y espiritua-lidad permanece fielmente centradaen la Cruz sagrada, de donde procedetoda salvación, honor y gracia. En talIglesia no se requieren grandes expli-caciones sobre la eucaristía. Pocas pa-labras bastan para introducir en elmisterio de su liturgia. Por el contra-rio, allí donde prevalezcan «los enemigosde la cruz de Cristo» (Flp 3,18), allí don-de se va dejando de lado la Pasión re-dentora, para centrar la atención de loscristianos en temas «más positivos», laeucaristía resulta ininteligible. Y en-tonces, de poco le servirán al pueblocristiano las explicaciones sobre la li-turgia eucarística, por minuciosas ypedagógicas que sean. Alejado de laCruz, el pueblo ha ido perdiendo lainteligencia de la fe.

Stabat Mater dolorosajuxta Crucem lacrimosa

No hemos de terminar esta breveevocación de la Pasión sin decir que

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en el mismo centro del Misterio Pascualestá la Virgen María: «junto a la cruzde Jesús estaba su madre» (Jn 19,25).Ella se une tan indeciblemente a Cris-to por el amor, que durante la Pasiónpuede decirse que es insultada, tenta-da por el demonio, abandonada porlos discípulos, azotada y despreciada,y que, como su Hijo, ella también su-fre pavor y angustia, pensando sobretodo en la posible suerte de los répro-bos. Finalmente, la lanza del soldado,más que a Cristo, ya muerto e impa-sible, la atraviesa a ella, que está viva,aunque medio muerta por la pena.

Se han cumplido, pues, aquellas palabrasproféticas que Simeón, con el niño Jesús ensus brazos, «dijo a María, su madre: Mira,éste está puesto para caída y levantamien-to de muchos en Israel y para señal de con-tradicción; mientras que a ti una espada teatravesará el corazón» (Lc 2,34-35).

La pasión de la Virgen María es,pues, parte integrante del MisterioPascual y, por tanto, de la santa misa,que lo actualiza bajo los velos de la li-turgia (+Catecismo 964).

3El misterio

de la liturgiaAscensión del Señor a los cielos

Cristo Salvador, una vez cumplida suobra, ascendió a los cielos. Había salidodel Padre para venir al mundo, y aho-ra deja el mundo para volver al Padre(Jn 16,28). Y a los discípulos les es

dado «ver» cómo Jesús se va del mun-do y asciende al cielo (Hch 1,9). Des-de allí ha de venir, al final de los tiem-pos, para juzgar a vivos y muertos (Mt25,31-33). Pero hasta que se produzcaesta gloriosa parusía, una cierta nostal-gia de la presencia visible de Jesús formaparte de la espiritualidad cristiana.

Y así dice San Pablo: «deseo morir paraestar con Cristo, que es mucho mejor» (Flp1,23); y también: «mientras moramos eneste cuerpo estamos ausentes del Señor,porque caminamos en fe y no en visión;pero confiamos y quisiéramos más partirdel cuerpo y estar presentes al Señor» (2Cor 5,6-8). Por eso, hasta entonces, «mien-tras esperamos la gloriosa venida de nues-tro Salvador Jesucristo», debemos «buscarlas cosas de arriba, donde está Cristo sen-tado a la derecha de Dios» (Col 3,1).

Ahora bien, no olvidemos que, an-tes de su ascensión, Cristo nos prome-tió su presencia espiritual hasta el fin delos siglos (Mt 28,20). No nos ha dejadohuérfanos, pues está en nosotros y ac-túa en nosotros por su Espíritu (Jn14,15-19; 16,5-15). Y esta presencia ac-tiva y misteriosa se produce sobre todoen los ritos litúrgicos. En efecto, as-cendido a los cielos, Jesucristo, sacer-dote eterno, «vive siempre para inter-ceder por nosotros» (+Heb 7,25).

La verdadera naturaleza de la liturgiacristiana nos viene, pues, definida entres afirmaciones básicas del VaticanoII.

1. La liturgia es «el ejercicio delsacerdocio de Jesucristo».

«En ella los signos sensibles significan y,cada uno de ellos a su manera, realizan lasantificación del hombre, y así el Cuerpomístico de Jesucristo, es decir, la Cabeza ysus miembros, ejerce el culto público ínte-gro» (SC 7c). En la liturgia, la finalidaddoxológica, por la que se glorifica a Dios

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(doxa, gloria), y la soteriológica, que procu-ra al hombre la salvación (sotería), vansiempre expresamente unidas.

2. La liturgia de la Iglesia visible esuna participación de la liturgia celestial.

«En la liturgia terrena pregustamos y to-mamos parte en aquella liturgia celestialque se celebra en la santa ciudad de Jeru-salén, hacia la cual nos dirigimos como pe-regrinos» (SC 8). Esta doctrina es la clavemisma de la carta a los Hebreos, y sin ellano puede entenderse la liturgia cristiana:«El punto principal de todo lo dicho es quetenemos un Sumo Sacerdote que está sen-tado a la diestra del trono de la Majestaden los cielos, como ministro del santuarioy del tabernáculo verdadero» (Heb 8,1-2).

3. La liturgia terrena es, pues, presen-cia eficacísima en este mundo del Cristoglorioso.

En efecto, «Cristo está siempre presente asu Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica.Está presente en el sacrificio de la misa, seaen la persona del ministro, ofreciéndoseahora por ministerio de los sacerdotes elmismo que entonces se ofreció en la cruz,sea sobre todo bajo las especies eucarís-ticas.Está presente con su virtud en los sacra-mentos, de modo que, cuando alguien bau-tiza, es Cristo quien bautiza. Está presenteen su palabra, pues cuando se lee en la Igle-sia la sagrada Escritura, es él quien habla.Está presente, por último, cuando la Igle-sia suplica y canta salmos, aquel mismo queprometió: «donde dos o tres están congre-gados en mi nombre, allí estoy yo en me-dio de ellos» (Mt 18,20)» (SC 7a). A partirde la presencia de Jesús, que está en los cie-los, han de entenderse todos estos modoseclesiales de hacerse realmente presente en-tre nosotros.

El pueblo cristiano sacerdotalTodo el pueblo cristiano es sacerdotal.

La comunidad reunida en torno aCristo forma «una estirpe elegida, un

sacerdocio real, una nación santa, unpueblo adquirido para pregonar el po-der del que os llamó de las tinieblas asu luz admirable» (1Pe 2,5-9; +Ex 19,6).También en el Apocalipsis los cristia-nos, especialmente los mártires, sonllamados sacerdotes de Dios (1,6; 5,10;20,6). Y esta inmensa dignidad les vie-ne de su unión sacramental a Cristosacerdote.

Así Santo Tomás de Aquino: «Todo elculto cristiano deriva del sacerdocio deCristo. Y por eso es evidente que el carác-ter sacramental es específicamente carácterde Cristo, a cuyo sacerdocio son configu-rados los fieles según los caracteressacramentales [bautismo, confirmación, or-den], que no son otra cosa sino ciertas par-ticipaciones del sacerdocio de Cristo, delmismo Cristo derivadas» (STh III,63,3).

Pues bien, en la liturgia Jesucristoejercita su sacerdocio unido a su pueblosacerdotal, que es la Iglesia. Y «realmen-te en esta obra tan grande, por la queDios es perfectamente glorificado ylos hombres santificados, Cristo aso-cia siempre consigo a su amadísimaesposa la Iglesia» (SC 7b). Concreta-mente, cualquier acción litúrgica,como enseña Pablo VI, «cualquiermisa, aunque celebrada privadamen-te por el sacerdote, sin embargo no esprivada, sino que es acto de Cristo y dela Iglesia» (Mysterium fidei; +LG 26a).

Y por otra parte la misma vida cris-tiana ha de ser toda ella una liturgia per-manente. Si hemos de «dar en todo gra-cias a Dios» (1 Tes 5,18), eso es preci-samente la eucaristía: acción de gra-cias, «siempre y en todo lugar» (Pre-facios). Si en la misa le pedimos a Diosque «nos transforme en ofrenda per-manente» (PE III), es porque sabemosque toda nuestra vida tiene que ser unculto incesante. Así lo entendió la

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Iglesia desde su inicio:La limosna es una «liturgia» (2 Cor 9,12;

+Rm 15,27; Sant 1,27). Comer, beber, reali-zar cualquier actividad, todo ha de hacer-se para gloria de Dios, en acción de gracias(1 Cor 10,31). La entrega misionera delApóstol es liturgia y sacrificio (Flp 2,17). Enla evangelización se oficia un ministerio sa-grado (Rm 15,16). La oración de los fieleses un sacrificio de alabanza (Heb 13,15). Enfin, los cristianos debemos entregar día adía nuestra vida al Señor como «perfumede suavidad, sacrificio acepto, agradable aDios» (Flp 4,18); es decir, «como hostiaviva, santa, grata a Dios; éste ha de servuestro culto espiritual» (Rm 12,1).

Así pues, todos los cristianos han deejercitar con Cristo su sacerdocio tantoen su vida, como en el culto litúrgico,aunque en éste no todos participendel sacerdocio de Jesucristo del mis-mo modo.

El sacerdote, ministrore-presentante de Cristo

Todo el pueblo cristiano es sacerdo-tal, pues tiene por cabeza a Cristo Sa-cerdote, y está destinado a promoverla gloria de Dios y la salvación de loshombres, haciendo de sus propias vi-das una ofrenda permanente. Peroquiso el Señor instituir un «especialsacramento [el del Orden] con el quelos presbíteros, por la unción del Espíri-tu Santo, quedan sellados con un carác-ter particular, y así se configuran conCristo sacerdote, de suerte que puedanobrar como en persona de Cristo ca-beza» (Vat.II, PO 2c). La gracia propiadel sacramento les da un nuevo ser,que les hace posible un nuevo obrar.En adelante, estos cristianos constitui-dos sacerdotes-ministros, han de vi-vir, siempre y en todo lugar, el minis-terio de la representación de Cristo en-

tre sus hermanos. Sacerdos alterChristus.

En efecto, el Vaticano II nos enseña que«el sacerdocio común de los fieles y elsacerdocio ministerial o jerárquico, aunquediferentes esencialmente, y no sólo en gra-do, se ordenan sin embargo el uno al otro,pues ambos participan a su manera del úni-co sacerdocio de Cristo. El sacerdocio minis-terial, por la potestad sagrada de que goza,forma y dirige al pueblo sacerdotal, confec-ciona el sacrificio eucarístico en la personade Cristo, y lo ofrece en nombre de todoel pueblo de Dios. Los fieles en cambio, envirtud de su sacerdocio real, concurren a laofrenda de la eucaristía, y lo ejercen en larecepción de los sacramentos, en la oracióny acción de gracias, mediante el testimoniode una vida santa, en la abnegación y cari-dad operante» (LG 10b).

Con más fuerza expresiva aún el SínodoEpiscopal de 1971, dedicado al tema delsacerdocio, afirma estas realidades de la fe:«Entre los diversos carismas y servicios,únicamente el ministerio sacerdotal delNuevo Testamento, que continúa el minis-terio de Cristo mediador y es distinto delsacerdocio común de los fieles por su esen-cia, y no solo por grado, es el que hace pe-renne la obra esencial de los Apóstoles. Enefecto, proclamando eficazmente el Evan-gelio, reuniendo y guiando la comunidad,perdonando los pecados y, sobre todo, ce-lebrando la Eucaristía, hace presente a Cris-to, Cabeza de la comunidad, en el ejerciciode su obra de redención humana y de per-fecta glorificación de Dios... El sacerdotehace sacramentalmente presente a Cristo, Sal-vador de todo el hombre, entre los herma-nos, no sólo en su vida personal, sino tam-bién social» (II,4).

Que el sacerdote re-presenta a Cristoen la eucaristía, y que obra en su per-sona, en su nombre, es algo cierto enla fe. Las oraciones eucarísticas presi-denciales, las que reza el sacerdotesolo, son oraciones «de Cristo con suCuerpo al Padre» (+SC 84). En la litur-

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gia de la Palabra, es Cristo mismo elque enseña y predica a su pueblo. EsÉl mismo, ciertamente, quien en la li-turgia sacrificial dice «esto es mi cuer-po, ésta es mi sangre». Es Él quien sa-luda al pueblo, quien lo bendice,quien, al final de la misa, lo envía almundo. Con sus ornamentos, palabrasy acciones sagradas, el sacerdote es sím-bolo litúrgico de Jesucristo; no tanto delCristo histórico, sino del Cristo resuci-tado y celestial, que sentado a la dere-cha del Padre, como Sacerdote de laNueva Alianza, «vive siempre parainterceder» por nosotros (Heb 7,25).

Por eso, la vivencia plena de la euca-ristía exige una facilidad para reconocera Cristo en el sacerdote. Apenas es po-sible entender bien en la fe la eucaris-tía, y participar de ella, si en la prác-tica se ignora este aspecto del miste-rio. En efecto, el ministro sacerdote enla misa visibiliza la presencia y la ac-ción invisible del único sacerdote, Je-sucristo. Y, por supuesto, el ministeriodel sacerdote visible no debe velar,sino revelar esa presencia invisible delSacerdote eterno.

((Si no se ve a Cristo en el sacerdote, la misaresulta en buena parte ininteligible, y será in-evitable que en su celebración se incurra enprácticas erróneas –sobre todo si el mismosacerdote vive escasamente este misterio dela fe–. Podemos apreciar esto con algunosejemplos. El presbítero en la sede re-pre-senta a Cristo, que preside la asambleaeucarística, sentado a la derecha de DiosPadre: una banquetilla, que hace de sede, pro-clama la ignorancia de esta realidad de lafe. El Domingo de Ramos los fieles en laprocesión aclaman a Cristo, re-presentadopor el sacerdote celebrante, que entra en eltemplo –en Jerusalén–, para ofrecer el sa-crificio, y le acompañan con palmas: si elsacerdote lleva también su palma no pareceque tenga muy clara conciencia de que en

esa procesión de los ramos él está simboli-zando a Cristo. Ignora igualmente el sacer-dote esa re-presentación misteriosa de Cris-to cuando, modificando los saludos y bendi-ciones, dice en la misa: «El Señor esté connosotros», la bendición de Dios «descien-da sobre nosotros», «Vayamos en paz». Enrealidad, actuando no en cuanto ministrorepresentante de Cristo-cabeza, sino comoun miembro más de Cristo, oculta al Señor,a quien debería visibilizar en esos actos mi-nisteriales.

Se podrían multiplicar los ejemplos,pero todos ellos nos llevarían a la mis-ma comprobación: la fe en el ministe-rio de la re-presentación litúrgica deCristo está hoy con frecuencia escasa-mente actualizada, incluso entre losmismos sacerdotes. El igualitarismo dela mentalidad vigente es, sin duda,uno de los condicionantes ambienta-les que explican ese oscurecimientode un aspecto de la fe.))

Lo sagrado cristianoEn la esfera litúrgica es frecuente el

uso de la categoría de «sagrado». Pero¿qué es lo sagrado en la Iglesia? En unsentido amplio, toda la Iglesia es sa-grada, pues es «sacramento universalde salvación» (LG 48b, AG 1a). Sinembargo, el lenguaje tradicional sue-le hablar más bien de sagradas Escri-turas, lugares sagrados, sagrados cáno-nes conciliares, sagrados pastores, etc.,y por supuesto, sagrada liturgia. Enefecto, en Cristo, en su Cuerpo místi-co, que es la Iglesia, se dicen sagradasaquellas criaturas –personas, cosas, lu-gares, tiempos, acciones– que han sidoespecialmente elegidas y consagradas porDios en orden a su glorificación y a lasantificación de los hombres.

Según esto, santo y sagrado son distintos.Un ministro sagrado, por ejemplo, si es pe-

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cador, no es santo, pero sigue teniendo unasacralidad especial, que le permite realizarcon eficacia ciertas funciones santificantes.De Dios no se dice que sea sagrado, sinoque es Santo. Lo sagrado, en efecto, es siem-pre criatura. Jesucristo, en cambio, es a untiempo el Santo y el sagrado por excelen-cia. En efecto, la humanidad sagrada deCristo, el Ungido de Dios, es la fuente detoda sacralidad cristiana.

La disciplina sagradade la sagrada liturgia

La Iglesia tiene el derecho y el deber deconfigurar las formas concretas de la sa-grada liturgia, porque ellas son la ex-presión más importante del misteriode la fe. El concilio Vaticano II, porejemplo, ateniéndose a esta verdad, danormas sobre imágenes y templos,cantos y ritos (SC 22), y por eso mis-mo, previendo las arbitrariedades po-sibles de orgullosos o ignorantes, or-dena «que nadie, aunque sea sacerdo-te, añade, quite o cambie cosa algunapor iniciativa propia en la liturgia»(22,3).

Lo sagrado es un lenguaje, verbal o fácti-co, que establece y expresa la comunión es-piritual unánime de los fieles. Pero un len-guaje, si es arbitrario, no establece comu-nicación, como no sea entre un grupo deiniciados. Por eso los ritos sagrados impli-can repetición tradicional, serenamente pre-visible. En este sentido, los fieles tienen de-recho a participar en la eucaristía de la Igle-sia católica –no en la de Don Fulano–. Ypara que puedan participar más profunda-mente en los ritos litúrgicos, «los ministrosno sólo han de desempeñar su función rec-tamente, según las normas de las leyeslitúrgicas, sino actuar de tal modo que in-culquen el sentido de lo sagrado»(Eucharisticum mysterium 20).

Que la mente concuerde con la vozHemos recordado brevemente la

naturaleza misteriosa de lo sagrado yde la liturgia. Afirmemos ahora, antesde analizar la celebración de la euca-ristía, el valor precioso de la oración vo-cal, y especialmente de la oración vocallitúrgica. Toda la liturgia, y concreta-mente la eucaristía, es una gran ora-ción, una grandiosa oración vocal:himnos y colectas, salmos, responso-rios, anáforas.

La oración vocal –como en otro lugar he-mos escrito– «es el modo de orar más hu-milde, más fácil de enseñar y de aprender,más universalmente practicado en la histo-ria de la Iglesia, y más válido en todas lasedades espirituales... El cristiano, rezandolas oraciones vocales de la Iglesia, proceden-tes de la Biblia, de la liturgia o de la tradi-ción piadosa, abre su corazón al influjo delEspíritu Santo, que le configura así a Cris-to orante. Se hace como niño, y se deja en-señar a orar» (Rivera- Iraburu, Síntesis 434).

El menosprecio de la oración vocalcierra en gran medida la puerta a laespiritualidad litúrgica. Por el contra-rio, tener devoción y afecto por lasoraciones vocales facilita en gran me-dida la vida litúrgica, y concretamen-te la vivencia de la misa. En efecto,una de las maneras más sencillas y efi-caces de participar en la eucaristía con-siste simplemente en procurar «que lamente concuerde con la voz». Esta nor-ma litúrgica del Vaticano II (SC 90) essumamente tradicional, y la encontra-mos, por ejemplo, en Santo Tomás(STh II-II,83,13) o en Santa Teresa (Ca-mino Perf. 25,3; 37,1). Digamos, pues,de corazón lo que decimos en la misa.Hagamos nuestro de verdad, con unacontinua atención e intención, todo loque dice el sacerdote. No tenga quereprocharnos el Señor: «Este pueblo

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me honra con los labios, pero su cora-zón está lejos de mí» (Mt 7,6 = Is29,13).

Y que la voz se oiga y entiendaEl sacerdote que preside, dando a su

recitación la claridad, entonación yvelocidad convenientes, ha de preten-der que los fieles asistentes a la cele-bración puedan con facilidad enten-der, atender y participar, haciendosuyo lo que él va diciendo. No está élhaciendo una oración sólamente orde-nada a su devoción privada, sino queestá orando, en un ministerio sagrado,en el nombre de Cristo y de la Iglesia.

Y los fieles congregados, por supues-to, deben participar también activa-mente en aquellos cantos y respues-tas, acciones y aclamaciones que lescorresponden, poniendo el corazón enlo que dicen o hacen. En la Casa deDios están en su casa, como hijos delPadre, hermanos de Cristo, unidos enun mismo Espíritu. No tienen, pues,que estar cohibidos. El respeto y la hu-mildad con que se debe asistir a lossagrados misterios no debe llevarles acolocarse al fondo de la Iglesia, lo máslejos posible del altar, o a recitar lo quees su parte en voz casi inaudible, comosi en cierto modo fueran espectadoresdistantes o intrusos ajenos a la cele-bración. Los cristianos no van a oirmisa, sino a participar en ella. Éste es,grandiosamente, su derecho y su de-ber.

4La liturgia

de la eucaristíaNombres

Los nombres hoy más usuales paradesignar la actualización litúrgica delmisterio pascual son: misa, eucaristía,cena del Señor, sacrificio de la NuevaAlianza, memorial de la Pascua, mesa delSeñor, sagrados misterios... Otros nom-bres, muy antiguos y venerables,como synaxis, anáfora, sacrum, y espe-cialmente fracción del pan (Hch 2,42),hoy han caído en desuso.

Lugar de la celebración–El templo. La eucaristía se celebra

normalmente en el templo, lugar desacralidad muy intensa y patente. Yrecordemos aquí que porque todo elmundo y todos sus lugares son deDios, por eso precisamente los cristia-nos le consagramos públicamente a Élalgunos lugares, los templos, que estánedificados como Casa de Dios, es de-cir, como lugares privilegiados paraorar, glorificar a Dios y santificar a loshombres. El Ritual de la dedicación deiglesias y de altares, renovado despuésdel Vaticano II (1977), expresa estasrealidades de la fe con preciosas lec-turas y oraciones.

«Con razón, pues, desde muy antiguo, sellamó iglesia al edificio en el cual la comu-nidad cristiana se reúne para escuchar lapalabra de Dios, para orar unida, para re-cibir los sacramentos y celebrar la eucaris-tía. Por el hecho de ser un edificio visible,

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esta casa es un signo peculiar de la Iglesiaperegrina en la tierra e imagen de la Igle-sia celestial» (OGMR 257).

Ahora bien, dentro del templo, y enorden a la eucaristía, hay tres lugaresfundamentales cuya significación he-mos de conocer bien: el altar, la sedey el ambón.

–El altar. El altar es el lugar de Cris-to-Víctima sacrificada. Su forma haido variando al paso de los siglos, con-servando siempre como referenciasfundamentales la mesa del Señor, en laque cena con sus discípulos, y el ara,significada a veces antiguamente porel sepulcro de un mártir, en la que seconsuma el sacrificio del Calvario. Entodo caso, la distribución espacial nosólo del presbiterio, sino de todo eltemplo, debe quedar centrada en el al-tar.

–El ambón. Es el lugar propio deCristo-Palabra divina. Los fieles con-gregados reciben cuanto desde allí seproclama «no como palabra humana,sino como lo que es realmente, comopalabra divina» (1Tes 2,13). Ha dedársele, pues, una importancia seme-jante a la del altar.

En efecto, «la dignidad de la palabra deDios exige que en la iglesia haya un sitioreservado para su anuncio... Conviene queen general este sitio sea un ambón estable,no un fascistol portátil... Desde el ambónse proclaman las lecturas, el salmoresponsorial y el pregón pascual; puedentambién hacerse desde él la homilía y laoración universal de los fieles. Es menosconveniente que ocupen el ambón el co-mentarista, el cantor o el director del coro»(OGMR 272).

–La sede. Es el lugar de Cristo, Señory Maestro, que está sentado a la dere-cha del Padre, y que preside la asam-blea eucarística, haciéndose visible, en

la fe, por el sacerdote. Cristo, en efec-to, «está presente en la persona delministro» (SC 7a). Por eso, lugar pro-pio del sacerdote, pre-sedente de laasamblea eclesial, es la sede, o si sequiere, la cátedra –de ahí viene elnombre de las catedrales–, desde lacual, en el nombre de Cristo, el obis-po o el presbítero preside y predica,ora y bendice al pueblo.

((No parece, pues, que una silla normal ouna banqueta sean los signos más adecua-dos de algo tan noble. Sería, por otra par-te, en general, un error pretender que la li-turgia de la Iglesia exprese la pobreza que Cris-to vivió en Nazaret o en su ministerio públi-co. Entonces sí, la sede sería una banqueta,el ambón un atril cualquiera, el altar y losmanteles una mesa común de familia, etc.Pero aunque es verdad que la hermosurapropia de la pobreza evangélica debe mar-car, sin duda, los signos de la liturgia, és-tos deben remitir eficazmente a las realida-des celestiales. Y en este sentido, como elVaticano II enseña, fiel a la tradición uná-nime de Oriente y Occidente, «la santa ma-dre Iglesia siempre fue amiga de las bellasartes, y buscó constantemente su noble ser-vicio y apoyó a los artistas, principalmentepara que las cosas destinadas al culto sagradofueran en verdad dignas, decorosas y bellas, sig-nos y símbolos de la realidades celestiales» (SC122b).))

Estructura fundamental de la misaLa estructura fundamental de la eu-

caristía, desde el principio de la Igle-sia, ha sido siempre la misma. Lo po-dremos comprobar, al final, en un bre-ve apéndice histórico. Como en la úl-tima Cena, siempre la eucaristía ha ce-lebrado primero una liturgia de la Pala-bra, seguida de una liturgia sacrificial,en la que el cuerpo de Cristo se entre-ga y su sangre se derrama; y este ban-quete, sacrificial y memorial, se ha ter-

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minado en la comunión.Pues bien, aquí nosotros analizare-

mos la celebración eucarística en suforma actual, que ya halla anteceden-tes muy directos en la segunda mitaddel siglo IV, cuando la Iglesia –tras laconversión de Constantino, obtenidaya la libertad cívica–, va dando a su li-turgia, como a tantas otras cosas, for-mas comunitarias y públicas más per-fectas.

Examinemos, pues, la misa en suspartes fundamentales:

-I. Ritos iniciales-II. Liturgia de la Palabra-III. Liturgia del Sacrificio: A. Prepa-

ración de los dones; B. plegaria euca-rística; C. comunión.

-IV. Rito de conclusión.

I. RITOS INICIALES

-Canto de entrada -Veneración del altar -La Trinidad y la Cruz -Saludo -Acto pe-nitencial -Señor, ten piedad -Gloria a Dios-Oración colecta.

Canto de entradaYa en el siglo V, en Roma, se inicia

la eucaristía con una procesión de en-trada, acompañada por un canto. Hoy,como entonces, «el fin de este canto esabrir la celebración, fomentar la uniónde quienes se han reunido, y elevarsus pensamientos a la contemplacióndel misterio litúrgico o de la fiesta»(OGMR 25).

Nótese que en las celebraciones solemnesde la eucaristía puede haber tres procesio-

nes hacia el altar: ésta, en la entrada; la quese realiza al ir a presentar los dones en elofertorio; y la de la comunión.

Veneración del altarEl altar es, durante la celebración

eucarística, el símbolo principal de Cris-to. Del Señor dice la liturgia que espara nosotros «sacerdote, víctima yaltar» (Pref. pascual V). Y evocando, almismo tiempo, la última Cena, el al-tar es también, como dice San Pablo,«la mesa del Señor» (1Cor 10,21).

Por eso, ya desde el inicio de la misa, elaltar es honrado con signos de suma vene-ración: «cuando han llegado al altar, el sa-cerdote y los ministros hacen la debida re-verencia, es decir, inclinación profunda... Elsacerdote sube al altar y lo venera con unbeso. Luego, según la oportunidad, inciensael altar rodeándolo completamente»(OGMR 84-85).

El pueblo cristiano debe unirse espiri-tualmente a éstos y a todos los gestos yacciones que el sacerdote, como presi-dente de la comunidad, realiza a lolargo de la misa. En ningún momentode la misa deben los fieles quedarsecomo espectadores distantes, no com-prometidos con lo que el sacerdotedice o hace. El sacerdote, «obrandocomo en persona de Cristo cabeza»(PO 2c), en-cabeza en la eucaristía lasacciones del Cuerpo de Cristo; pero elpueblo congregado, el cuerpo, en todomomento ha de unirse a las accionesde la cabeza. A todas.

La Trinidad y la Cruz«En el nombre del Padre, + y del Hijo,

y del Espíritu Santo». Con este formi-dable Nombre trinitario, infinitamen-te grandioso, por el que fue creado el

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mundo, y por el que nosotros nacimosen el bautismo a la vida divina, se ini-cia la celebración eucarística. Los cris-tianos, en efecto, somos los que «invo-camos el nombre del Señor» (+Gén4,26; Mc 9,3). Y lo hacemos ahora, tra-zando sobre nosotros el signo de laCruz, de esa Cruz que va a actualizar-se en la misa. No se puede empezarmejor.

El pueblo responde: «Amén». Y Diosquiera que esta respuesta –y todas laspropias de la comunidad eclesial con-gregada– no sea un murmullo tímido,apenas formulado con la mente ausen-te, sino una voz firme y clara, que ex-presa con fuerza un espíritu unánime.Pero veamos el significado de esta pa-labra.

AménLa palabra Amén es quizá la aclama-

ción litúrgica principal de la liturgiacristiana. El término Amén procede dela Antiguo Alianza: «Los levitas alzaránla voz, y en voz alta dirán a todos loshombres de Israel... Y todo el puebloresponderá diciendo: Amén» (Dt 27,15-26; +1Crón 16,36; Neh 8,6). Según losdiversos contextos, Amén significa,pues: «Así es, ésa es la verdad, así sea».Por ejemplo, las cuatro primeras par-tes del salterio terminan con esa ex-presión: «Bendito el Señor, Dios de Is-rael: Amén, amén» (Sal 40,14; +71,19;88,53; 105,48).

Pues bien, en la Nueva Alianza sigueresonando el Amén antiguo. Es la acla-mación característica de la liturgia ce-lestial (+Ap 3,14; 5,14; 7,11-12; 19,4), yen la tradición cristiana conserva todosu antiquísimo vigor expresivo(+1Cor 14,16; 2Cor 1,20). En efecto, el

pueblo cristiano culmina la recitacióndel Credo o del Gloria con el términoAmén, y con él responde también a lasoraciones presidenciales que en la misarecita el sacerdote, concretamente alas tres oraciones variables –colecta,ofertorio y postcomunión– y especial-mente a la doxología final solemnísima,con la que se concluye la gran plega-ria eucarística. Y cuando el sacerdoteen la comunión presenta la sagradahostia, diciendo «El cuerpo de Cris-to», el fiel responde Amén: «Sí, ésa esla verdad, ésa es la fe de la Iglesia».

SaludoEl Señor nos lo aseguró: «Donde dos

o tres están congregados en mi Nom-bre, allí estoy yo presente en medio deellos» (Mt 18,19). Y esta presencia mis-teriosa del Resucitado entre los suyosse cumple especialmente en la asam-blea eucarística. Por eso el saludo ini-cial del sacerdote, en sus diversas fór-mulas, afirma y expresa esa maravillo-sa realidad:

–«El Señor esté con vosotros» (+Rut 2,4;2Tes 3,16)... «La gracia de nuestro Señor Je-sucristo, el amor del Padre y la comunióndel Espíritu Santo estén con todos vosotros»(2Cor 13,13)...

–«Y con tu espíritu».

«La finalidad de estos ritos [inicia-les] es hacer que los fieles reunidosconstituyan una comunidad, y se dis-pongan a oír como conviene la pala-bra de Dios y a celebrar dignamente laeucaristía» (OGMR 24).

Acto penitencialMoisés, antes de acercarse a la zar-

za ardiente, antes de entrar en la Pre-

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sencia divina, ha de descalzarse, por-que entra en una tierra sagrada (+Ex3,5). Y nosotros, los cristianos, antesque nada, «para celebrar dignamente es-tos sagrados misterios», debemos solici-tar de Dios primero el perdón de nuestrasculpas. Hemos de tener clara concien-cia de que, cuando vamos a entrar enla Presencia divina, cuando llevamosla ofrenda ante el altar (+Mt 5,23-25),debemos examinar previamente nues-tra conciencia ante el Señor (1Cor11,28), y pedir su perdón. «Los limpiosde corazón verán a Dios» (Mt 5,8).

Este acto penitencial, que puede realizar-se según diversas fórmulas, ya estaba enuso a fines del siglo I, según el relato de laDidaqué: «Reunidos cada día del Señor, par-tid el pan y dad gracias, después de haberconfesado vuestros pecados, a fin de quevuestro sacrificio sea puro» (14,1). Antigua-mente, el acto penitencial era realizadosólamente por los ministros celebrantes. Ypor primera vez este acto se hace comuni-tario en el Misal de Pablo VI. En las misasdominicales, especialmente en el tiempopascual, puede convenir que la aspersión delagua bendita, evocando el bautismo, dé es-pecial solemnidad a este rito penitencial.

–«Yo confieso, ante Dios todopodero-so»... A veces, con malevolencia, seacusa de pecadores a los cristianos pia-dosos, «a pesar de ir tanto a mi-sa»...Pues bien, los que frecuentamos la eu-caristía hemos de ser los más conven-cidos de esa condición nuestra de pe-cadores, que en la misa precisamenteconfesamos: «por mi gran culpa». Ypor eso justamente, porque nos sabe-mos pecadores, por eso frecuentamosla eucaristía, y comenzamos su cele-bración con la más humilde peticiónde perdón a Dios, el único que puedequitarnos de la conciencia la manchaindeleble y tantas veces horrible denuestros pecados. Y para recibir ese

perdón, pedimos también «a SantaMaría, siempre Virgen, a los ángeles,a los santos y a vosotros, hermanos»,que intercedan por nosotros.

–«Dios todopoderoso tenga misericor-dia de nosotros, perdone nuestros peca-dos y nos lleve a la vida eterna». Estahermosa fórmula litúrgica, que dice elsacerdote, no absuelve de todos lospecados con la eficacia ex opere operatopropia del sacramento de la peniten-cia. Tiene más bien un sentidodepreca-tivo, de tal modo que, por lamediación suplicante de la Iglesia ypor los actos personales de quienesasisten a la eucaristía, perdona los pe-cados leves de cada día, guardando asía los fieles de caer en culpas más gra-ves. Por lo demás, en otros momentosde la misa –el Gloria, el Padrenuestro,el No soy digno– se suplica también, yse obtiene, el perdón de Dios.

El Catecismo enseña que «la eucaristía nopuede unirnos [más] a Cristo sin purifi-carnos al mismo tiempo de los pecados co-metidos y preservarnos de futuros peca-dos» (1393). «Como el alimento corporal sir-ve para restaurar la pérdida de fuerzas, laeucaristía fortelece la caridad que, en lavida cotidiana, tiende a debilitarse; y estacaridad vivificada borra los pecados veniales(+Conc. Trento). Dándose a nosotros, Cris-to reaviva nuestro amor y nos hace capa-ces de romper los lazos desordenados conlas criaturas y de arraigarnos en Él» (1394).Así pues, «por la misma caridad que en-ciende en nosotros, la eucaristía nos preservade futuros pecados mortales. Cuanto más par-ticipamos en la vida de Cristo y más pro-gresamos en su amistad, tanto más dificilse nos hará romper con él por el pecadomortal. La eucaristía [sin embargo] no estáordenada al perdón de los pecados morta-les. Esto es propio del sacramento de la Re-conciliación. Lo propio de la eucaristía esser el sacramento de los que están en ple-na comunión con la Iglesia» (1395).

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En este sentido, «nadie, consciente depecado mortal, por contrito que se crea,se acerque a la sagrada eucaristía, sinque haya precedido la confesión sacra-mental. Pero si se da una necesidadurgente y no hay suficientes confeso-res, emita primero un acto de contri-ción perfecta» (Eucharisticum myste-rium 35), antes de recibir el Pan devida.

Señor, ten piedadCon frecuencia los Evangelios nos

muestran personas que invocan aCristo, como Señor, solicitando su pie-dad: así la cananea, «Señor, Hijo deDavid, ten compasión de mí» (Mt15,22); los ciegos de Jericó, «Señor, tencompasión de nosotros» (20,30-31) oaquellos diez leprosos (Lc 17,13).

En este sentido, los Kyrie eleison (Se-ñor, ten piedad), pidiendo seis veces lapiedad de Cristo, en cuanto Señor, sonpor una parte prolongación del actopenitencial precedente; pero por otra,son también proclamación gozosa deCristo, como Señor del universo, y eneste sentido vienen a ser prólogo delGloria que sigue luego. En efecto,Cristo, por nosotros, se anonadó, obe-diente hasta la muerte de cruz, y aho-ra, después de su resurrección, «todalengua ha de confesar que Jesucristo esSeñor, para gloria de Dios Padre» (+Flp2,3-11).

Es muy antigua la inserción, en una uotra forma, de los Kyrie en la liturgia. Ha-cia el 390, la peregrina gallega Egeria, en suDiario de peregrinación, describe estas acla-maciones en la iglesia de la Resurrección,en Jerusalén, durante el oficio lucernario:«un diácono va leyendo las intenciones, ylos niños que están allí, muy numerosos,responden siempre Kyrie eleison. Sus vocesforman un eco interminable» (XXIV,4).

Gloria a DiosEl Gloria, la grandiosa doxología tri-

nitaria, es un himno bellísimo de ori-gen griego, que ya en el siglo IV pasóa Occidente. Constituye, sin duda, unade las composiciones líricas más her-mosas de la liturgia cristiana.

«Es un antiquísimo y venerable himnocon que la Iglesia, congregada en el Espíri-tu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cor-dero, y le presenta sus súplicas... Se cantao se recita los domingos, fuera de los tiem-pos de Adviento y de Cuaresma, en las so-lemnidades y en las fiestas y en algunas pe-culiares celebraciones más solmenes»(OGMR 31).

Esta gran oración es rezada o canta-da juntamente por el sacerdote y elpueblo. Su inspiración primera vienedada por el canto de los ángeles sobreel portal de Belén: Gloria a Dios, y paza los hombres (Lc 2,14). Comienza estehimno, claramente trinitario, por can-tar con entusiasmo al Padre, «por tuinmensa gloria», acumulandoreiterativamente fórmulas de extremareverencia y devoción. Sigue cantan-do a Jesucristo, «Cordero de Dios, Hijodel Padre», de quien suplica tres ve-ces piedad y misericordia. Y concluyeinvocando al Espíritu Santo, que vive«en la gloria de Dios Padre».

¿Podrá resignarse un cristiano a re-citar habitualmente este himno tangrandioso con la mente ausente?...

Oración colectaPara participar bien en la misa es

fundamental que esté viva la convic-ción de que es Cristo glorioso el prota-gonista principal de las oracioneslitúrgicas de la Iglesia. El sacerdote es

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en la misa quien pronuncia las oracio-nes, pero el orante principal, invisibley quizá inadvertido para tantos, «¡esel Señor!» (Jn 21,7). En efecto, la ora-ción de la Iglesia en la eucaristía, lomismo que en las Horas litúrgicas, essin duda «la oración de Cristo con sucuerpo al Padre» (SC 84). Dichosos,pues, nosotros, que en la liturgia de laIglesia podemos orar al Padre encabe-zados por el mismo Cristo. Así secumple aquello de San Pablo: «El mis-mo Espíritu viene en ayuda de nues-tra flaqueza, porque nosotros no sabe-mos pedir lo que nos conviene; él mis-mo ora en nosotros con gemidos in-efables» (Rm 8,26).

De las tres oraciones variables de la misa–colecta, ofertorio, postcomunión–, la colec-ta es la más solemne, y normalmente la másrica de contenido. Y de las tres, es la únicaque termina con una doxología trinitariacompleta. El sacerdote la reza –como anti-guamente todo el pueblo– con las manosextendidas, el gesto orante tradicional.

La palabra collecta procede quizá de queesta oración se decía una vez que el pue-blo se había reunido –colligere, reunir– parala misa. O quizá venga de que en esta ora-ción el sacerdote resume, colecciona, las in-tenciones privadas de los fieles orantes. Entodo caso, su origen en la eucaristía es muyantiguo.

Veamos una que puede servir comoejemplo:

/ «Oh Dios, fuente de todo bien, /escu-cha sin cesar nuestras súplicas, y concéde-nos, inspirados por ti, pensar lo que es rec-to y cumplirlo con tu ayuda. / Por nues-tro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y rei-na contigo, en la unidad del Espíritu San-to, y es Dios por los siglos de los siglos. –Amén».

La oración, llena de concisión, pro-fundidad y belleza, se inicia / invo-cando al Padre celestial, y evocando

normalmente alguno de sus principa-les atributos divinos. En seguida, apo-yándose en la anterior premisa de ala-banza, viene / la súplica, en plural,por supuesto. Y la oración concluyeapoyándose en / la mediación salvíficade Cristo, el Hijo Salvador, y en elamor del Espíritu Santo. Ésa suele serla forma general de todas estas oracio-nes.

Otros ejemplos. «Padre de bondad, quepor la gracia de la adopción nos has hechohijos de la luz, concédenos vivir fuera delas tinieblas del error y permanecer siem-pre en el esplendor de la verdad. Por nues-tro Señor, etc.» (dom. 13 T.O.). «Oh Dios,protector de los que en ti esperan, sin tinada es fuerte ni santo; multiplica sobrenosotros los signos de tu misericordia, paraque, bajo tu guía providente, de tal modonos sirvamos de los bienes pasajeros, quepodamos adherirnos a los eternos. Pornuestro Señor, etc.» (dom. 17 T.O.).

Gran parte de las colectas tienen ori-gen muy antiguo, y las más bellas pro-ceden de la edad patrística. Vienen,pues, resonando en la Iglesia desdehace muchos siglos. Cada una sueleser una micro-catequesis implícita, y deellas concretamente podría extraersela más preciosa doctrina católica sobrela gracia.

¿Será posible, también, que muchasveces el pueblo conceda su Amén aoraciones tan grandiosas sin haberseenterado apenas de lo dicho por el sa-cerdote? Efectivamente. Y no sólo esposible, sino probable, si el sacerdotepronuncia deprisa y mal, y, sobretodo, si los fieles no hacen uso de unMisal manual que, antes o después dela misa, les facilite enterarse de las ma-ravillosas oraciones y lecturas que enella se hacen.

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II. LITURGIA DE LA PALABRA

-Lecturas -Evangelio -Homilía -Credo -Oración de los fieles.

Cristo, Palabra de DiosNos asegura la Iglesia que Cristo

«es-tá presente en su palabra, pues cuan-do se lee en la Iglesia la sagrada Escri-tura, es él quien nos habla» (SC 7a). Enefecto, «cuando se leen en la iglesia lasSagradas Escrituras, Dios mismo hablaa su pueblo, y Cristo, presente en supalabra, anuncia el Evangelio. Por eso,las lecturas de la palabra de Dios, queproporcionan a la liturgia un elemen-to de la mayor importancia, deben serescuchadas por todos con veneración»(OGMR 9).

«En las lecturas, que luego desarro-lla la homilía, Dios habla a su pueblo,le descubre el misterio de la redencióny salvación, y le ofrece alimento espi-ritual; y el mismo Cristo, por su pala-bra, se hace presente en medio de losfieles. Esta palabra divina la hace suyael pueblo con los cantos y muestra suadhesión a ella con la Profesión de fe;y una vez nutrido con ella, en la ora-ción universal, hace súplicas por lasnecesidades de la Iglesia entera y porla salvación de todo el mundo»(OGMR 33).

Recibir del Padre el pande la Palabra encarnada

En la liturgia es el Padre quien pro-nuncia a Cristo, la plenitud de su pala-

bra, que no tiene otra, y por él nos comu-nica su Espíritu. En efecto, cuando no-sotros queremos comunicar a otronuestro espíritu, le hablamos, pues enla palabra encontramos el medio me-jor para transmitir nuestro espíritu. Ynuestra palabra humana transmite,claro está, espíritu humano. Pues bien,el Padre celestial, hablándonos por suHijo Jesucristo, plenitud de su palabra,nos comunica así su espíritu, el Espí-ritu Santo.

Siendo esto así, hemos de aprender acomulgar a Cristo-Palabra como comul-gamos a Cristo-pan, pues incluso delpan eucarístico es verdad aquello deque «no solo de pan vive el hombre,sino de toda palabra que sale de laboca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4).

En la liturgia de la Palabra se reproduceaquella escena de Nazaret, cuando Cristoasiste un sábado a la sinagoga: «se levantópara hacer la lectura» de un texto de Isaías;y al terminar, «cerrando el libro, se sentó.Los ojos de cuantos había en la sinagogaestaban fijos en él. Y comenzó a decirles:Hoy se cumple esta escritura que acabáis deoir» (Lc 4,16-21). Con la misma realidad leescuchamos nosotros en la misa. Y con esamisma veracidad experimentamos tambiénaquel encuentro con Cristo resucitado quevivieron los discípulos de Emaús: «Se dije-ron uno a otro: ¿No ardían nuestros cora-zones dentro de nosotros mientras en elcamino nos hablaba y nos declaraba las Es-crituras?» (Lc 24,32).

Si creemos, gracias a Dios, en la rea-lidad de la presencia de Cristo en elpan consagrado, también por graciadivina hemos de creer en la realidad dela presencia de Cristo cuando nos ha-bla en la liturgia. Recordemos aquíque la presencia eucarística «se llamareal no por exclusión, como si las otras[modalidades de su presencia] no fue-

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ran reales, sino por antonomasia, yaque es substancial» (Mysterium fidei).

Cuando el ministro, pues, confesan-do su fe, dice al término de las lectu-ras: «Palabra de Dios», no está querien-do afirmar sólamente que «Ésta fue lapalabra de Dios», dicha hace veinte omás siglos, y ahora recordada piado-samente; sino que «Ésta es la palabrade Dios», la que precisamente hoy elSeñor está dirigiendo a sus hijos.

La doble mesa del SeñorEn la eucaristía, como sabemos, la li-

turgia de la Palabra precede a la liturgiadel Sacrificio, en la que se nos da el Pande vida. Lo primero va unido a lo se-gundo, lo prepara y lo fundamenta.Recordemos, por otra parte, que ésefue el orden que comprobamos ya enel sacrificio del Sinaí (Ex 24,7), en laCena del Señor, o en el encuentro deCristo con los discípulos de Emaús (Lc24,13-32).

En este sentido, el Vaticano II, si-guiendo antigua tradición, ve en laeucaristía «la doble mesa de la SagradaEscritura y de la eucaristía» (PO 18;+DV 21; OGMR 8). En efecto, desde elambón se nos comunica Cristo comopalabra, y desde el altar se nos dacomo pan. Y así el Padre, tanto por laPalabra divina como por el Pan devida, es decir, por su Hijo Jesucristo,nos vivifica en la eucaristía, comuni-cándonos su Espíritu.

Por eso San Agustín, refiriéndose no sóloa las lecturas sagradas sino a la misma pre-dicación –«el que os oye, me oye» (Lc10,16)–, decía: «Toda la solicitud que obser-vamos cuando nos administran el cuerpode Cristo, para que ninguna partícula cai-ga en tierra de nuestras manos, ese mismocuidado debemos poner para que la pala-

bra de Dios que nos predican, hablando opensando en nuestras cosas, no se desva-nezca de nuestro corazón. No tendrá me-nor pecado el que oye negligentemente lapalabra de Dios, que aquel que por negli-gencia deja caer en tierra el cuerpo de Cris-to» (ML 39,2319). En la misma convicciónestaba San Jerónimo cuando decía: «Yo con-sidero el Evangelio como el cuerpo de Je-sús. Cuando él dice «quien come mi carney bebe mi sangre», ésas son palabras quepueden entenderse de la eucaristía, perotambién, ciertamente, son las Escrituras ver-dadero cuerpo y sangre de Cristo» (ML26,1259).

Lecturas en el ambónEl Vaticano II afirma que «la Iglesia

siempre ha venerado la Sagrada Escritu-ra, como lo ha hecho con el Cuerpo deCristo, pues sobre todo en la sagradaliturgia, nunca ha cesado de tomar yrepartir a sus fieles el pan de vida queofrece la mesa de la palabra de Dios ydel cuerpo de Cristo» (DV 21). En efec-to, al Libro sagrado se presta en elambón –como al símbolo de la presen-cia de Cristo Maestro– los mismos sig-nos de veneración que se atribuyen alcuerpo de Cristo en el altar. Así, en lascelebraciones solemnes, si el altar sebesa, se inciensa y se adorna con luces,en honor de Cristo, Pan de vida, tam-bién el leccionario en el ambón sebesa, se inciensa y se rodea de luces,honrando a Cristo, Palabra de vida. LaIglesia confiesa así con expresivos sig-nos que ahí está Cristo, y que es Élmismo quien, a través del sacerdote ode los lectores, «nos habla desde el cie-lo» (Heb 12,25).

((Un ambón pequeño, feo, portátil, que seretira quizá tras la celebración, no es, comoya hemos visto, el signo que la Iglesia quierepara expresar el lugar de la Palabra divinaen la misa. Tampoco parece apropiado con-

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fiar las lecturas litúrgicas de la Palabra a ni-ños o a personas que leen con dificultad. Si enalgún caso puede ser esto conveniente, nor-malmente no es lo adecuado para simboli-zar la presencia de Cristo que habla a supueblo. La tradición de la Iglesia, hasta hoy,entiende el oficio de lector como «un autén-tico ministerio litúrgico» (SC 29a; +Código230; 231,1).))

Podemos recordar aquí aquella escenanarrada en el libro de Nehemías, en la quese hace en Jerusalén, a la vuelta del exilio(538 a.C.), una solemne lectura del libro dela Ley. Sobre un estrado de madera,«Esdras abrió el Libro, viéndolo todos, ytodo el pueblo estaba atento... Leía el librode la Ley de Dios clara y distintamente, en-tendiendo el pueblo lo que se le leía» (Neh8,3-8).

Otra anécdota significativa. San Cipria-no, obispo de Cartago, en el siglo III, refle-jaba bien la veneración de la Iglesia antiguahacia el oficio de lector cuando instituye ental ministerio a Aurelio, un mártir que hasobrevivido a la prueba. En efecto, segúncomunica a sus fieles, le confiere «el oficiode lector, ya que nada cuadra mejor a lavoz que ha hecho tan gloriosa confesión deDios que resonar en la lectura pública dela divina Escritura; después de las sublimespalabras que se pronunciaron para dar tes-timonio de Cristo, es propio leer el Evan-gelio de Cristo por el que se hacen los már-tires, y subir al ambón después del potro;en éste quedó expuesto a la vista de la mu-chedumbre de paganos; aquí debe estarloa la vista de los hermanos» (Carta 38).

El leccionarioDesde el comienzo de la Iglesia, se

acostumbró leer las Sagradas Escritu-ras en la primera parte de la celebra-ción de la eucaristía. Al principio, loslibros del Antiguo Testamento. Y enseguida, también los libros del Nuevo,a medida que éstos se iban escribien-do (+1Tes 5,27; Col 4,16).

Al paso de los siglos, se fueron for-mando leccionarios para ser usados enla eucaristía. El leccionario actual, for-mado según las instrucciones del Vatica-no II (SC 51), es el más completo que laIglesia ha tenido, pues, distribuido entres ciclos de lecturas, incluye casi un90 por ciento de la Biblia, y respetanormalmente el uso tradicional deciertos libros en determinados mo-mentos del año litúrgico. De estemodo, la lectura continua de la Escritu-ra, según el leccionario del misal –ysegún también el leccionario del Ofi-cio de Lectura–, nos permite leer la Pa-labra divina en el marco de la liturgia,es decir, en ese hoy eficacísimo que vaactualizando los diversos misterios dela vida de Cristo.

Esta lectura de la Biblia, realizada enel marco sagrado de la Liturgia, nos per-mite escuchar los mensajes que el Señorenvía cada día a su pueblo. Por eso, «elque tenga oídos, que oiga lo que el Es-píritu dice [hoy] a las iglesias» (Ap2,11). Así como cada día la luz del solva amaneciendo e iluminando las di-versas partes del mundo, así la pala-bra de Cristo, una misma, va iluminan-do a su Iglesia en todas las naciones.Es el pan de la palabra que ese día, con-cretamente, y en esa fase del año litúr-gico, reparte el Señor a sus fieles. In-numerables cristianos, de tantas len-guas y naciones, están en ese día me-ditando y orando esas palabras de lasagrada Escritura que Cristo les ha di-cho. También, pues, nosotros, comoJesús en Nazaret, podemos decir:«Hoy se cumple esta escritura que aca-báis de oir» (Lc 4,21).

Por otra parte, «en la presente ordena-ción de las lecturas, los textos del AntiguoTestamento están seleccionados principal-

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mente por su congruencia con los del Nue-vo Testamento, en especial del Evangelio,que se leen en la misma misa» (Orden de lec-turas, 1981, 67). De este modo, la cuidado-sa distribución de las lecturas bíblicas per-mite, al mismo tiempo, que los libros anti-guos y los nuevos se iluminen entre sí, yque todas las lecturas estén sintonizadascon los misterios que en ese día o en esafase del Año litúrgico se están celebrando.

Profeta, apóstol y evangelistaLos días feriales en la misa hay dos

lecturas, pero cuando los domingos yotros días señalados hay tres, éstas co-rresponden a «el profeta, el apóstol yel evangelista», como se dice en ex-presión muy antigua.

–El profeta, u otros libros del Anti-guo Testamento, enciende una luz queirá creciendo hasta el Evangelio.

En efecto, «muchas veces y en muchasmaneras habló Dios en otro tiempo a nues-tros padres por ministerio de los profetas;últimamente, en estos días, nos habló porsu Hijo... el resplandor de su gloria, la ima-gen de su propio ser» (Heb 1,1-3). Es jus-tamente en el Evangelio donde se cumplede modo perfecto lo que estaba escrito acer-ca de Cristo «en la Ley de Moisés, en losProfetas y en los Salmos» (Lc 24,44; +25.27).

–El apóstol nos trae la voz inspiradade los más íntimos discípulos delMaestro: Juan, Pedro, Pablo...

–El salmo responsorial da una res-puesta meditativa a la lectura –a lalectura primera, si hay dos–. La Igle-sia, con todo cuidado, ha elegido esesalmo con una clara intencióncristoló-gica. Así es como fueron em-pleados los salmos frecuentemente enla predicación de los apóstoles (+Hch1,20; 2,25-28.34-35; 4,25-26). Y ya en elsiglo IV, en Roma, se usaba en la misael salmo responsorial, como también

el Aleluya –es decir, «alabad al Señor»–, que precede al Evangelio.

–El Evangelio es el momento másalto de la liturgia de la Palabra. Antelos fieles congregados en la eucaristía,«Cristo hoy anuncia su Evangelio»(SC 33), y a veinte siglos de distanciahistórica, podemos escuchar nosotrossu palabra con la misma realidad quequienes le oyeron entonces en Pales-tina; aunque ahora, sin duda, con másluz y más ayuda del Espíritu Santo. Elmomento es, de suyo, muy solemne, ytodas las palabras y gestos previstosestán llenos de muy alta significación:

«Mientras se entona el Aleluya u otrocanto, el sacerdote, si se emplea el incien-so, lo pone en el incensario. Luego, con lasmanos juntas e inclinado ante el altar, diceen secreto el Purifica mi corazón [y mis la-bios, Dios todopoderoso, para que anuncie dig-namente tu Evangelio]. Después toma el li-bro de los evangelios, y precedido por losministros, que pueden llevar el incienso ylos candeleros, se acerca al ambón. Llega-do al ambón, el sacerdote abre el libro ydice: El Señor esté con vosotros, y en segui-da: Lectura del santo Evangelio, haciendo lacruz sobre el libro con el pulgar, y luegosobre su propia frente, boca y pecho. Lue-go, si se utiliza el incienso, inciensa el libro.Después de la aclamación del pueblo [Glo-ria a ti, Señor] proclama el evangelio, y, unavez terminada la lectura, besa el libro, di-ciendo en secreto: Las palabras del Evange-lio borren nuestros pecados. Después de lalectura del evangelio se hace la aclamacióndel pueblo», Gloria a ti, Señor Jesús (OGMR93-95).

–La homilía, que sigue a las lecturasde la Escritura, ya se hacía en la Sina-goga, como aquella que un sábadohizo Jesús en Nazaret (Lc 4,16-30). Ydesde el principio se practicó tambiénen la liturgia eucarística cristiana,como hacia el año 153 testifica San

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Justino (I Apología 67). La homilía, queestá reservada al sacerdote o al diáco-no (OGMR 61; Código 767,1), y que «sehace en la sede o en el ambón»(OGMR 97), es el momento más altoen el ministerio de la predicaciónapostólica, y en ella se cumple espe-cialmente la promesa del Señor: «Elque os oye, me oye» (Lc 10,16).

«La homilía es parte de la liturgia, y muyrecomendada, pues es necesaria para ali-mentar la vida cristiana. Conviene que seauna explicación o de algún aspecto parti-cular de las lecturas de la Sagrada Escritu-ra, o de otro texto del Ordinario, o del Pro-pio de la misa del día, teniendo siemprepresente el misterio que se celebra y las par-ticulares necesidades de los oyentes»(OGMR 41).

–Un silencio, meditativo y orante,puede seguir a las lecturas y a la pre-dicación.

El CredoEl Credo es la respuesta más plena que

el pueblo cristiano puede dar a la Pala-bra divina que ha recibido. Al mismotiempo que profesión de fe, el Credo esuna grandiosa oración, y así ha venidousándose en la piedad tradicional cris-tiana. Comienza confesando al Diosúnico, Padre creador; se extiende en laconfesión de Jesucristo, su único Hijo,nuestro Salvador; declara, en fin, la feen el Espíritu Santo, Señor y vivifica-dor; y termina afirmando la fe en laIglesia y la resurrección.

Puede rezarse en su forma breve, que esel símbolo apostólico (del siglo III-IV), o enla fórmula más desarrollada, que procedede los Concilios niceno (325) y constan-tinopolitano (381).

La oración universalu oración de los fieles

La liturgia de la Palabra termina conla oración de los fieles, también llamadaoración universal, que el sacerdote pre-side, iniciándola y concluyéndola, enel ambón o en la sede. Ya San Pablo or-dena que se hagan oraciones por to-dos los hombres, y concretamente porlos que gobiernan, pues «Dios nuestroSalvador quiere que todos los hom-bres se salven y vengan al conoci-miento de la verdad» (1Tim 2,1-4). YSan Justino, hacia 153, describe en laeucaristía «plegarias comunes que confervor hacemos por nosotros, pornuestros hermanos, y por todos losdemás que se encuentran en cualquierlugar» (I Apología 67,4-5).

De este modo, «en la oración universalu oración de los fieles, el pueblo, ejercitan-do su oficio sacerdotal, ruega por todos loshombres. Conviene que esta oración sehaga, normalmente, en las misas a las queasiste el pueblo, de modo que se eleven sú-plicas por la santa Iglesia, por los gobernan-tes, por los que sufren algunas necesitadesy por todos los hombres y la salvación detodo el mundo» (OGMR 45).

Al hacer la oración de los fieles, he-mos de ser muy conscientes de que laeucaristía, la sangre de Cristo, se ofrecepor los cristianos «y por todos los hom-bres, para el perdón de los pecados». LaIglesia, en efecto, es «sacramento uni-versal de salvación», de tal modo quetodos los hombres que alcanzan la sal-vación se salvan por la mediación dela Iglesia, que actúa sobre ellos inme-diatamente –cuando son cristianos– oen una mediación a distancia,sólamente espiritual –cuando no soncristianos–. Es lo mismo que vemos enel evangelio, donde unas veces Cristosanaba por contacto físico y otras veces

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a distancia. En todo caso, nadie sana dela enfermedad profunda del hombre,el pecado, si no es por la gracia deCristo Salvador que, desde Pentecos-tés, «asocia siempre consigo a suamadísima esposa la Iglesia» (SC 7b),sin la que no hace nada.

Según esto, la Iglesia, por su enseñan-za y acción, y muy especialmente por laoración universal y el sacrificio eucarís-tico, sostiene continuamente al mundo,procurándole por Cristo incontablesbienes materiales y espirituales, e im-pidiendo su total ruina.

De esto tenían clara conciencia los cris-tianos primeros, con ser tan pocos y tanmal situados en el mundo de su tiempo. Esuna firme convicción que se refleja, porejemplo, en aquella Carta a Diogneto, haciael año 200: «Lo que es el alma en el cuer-po, eso son los cristianos en el mundo. Elalma está esparcida por todos los miembrosdel cuerpo, y cristianos hay por todas lasciudades del mundo... La carne aborrece ycombate al alma, sin haber recibido agra-vio alguno de ella, porque no le deja gozarde los placeres; a los cristianos los aborre-ce el mundo, sin haber recibido agravio deellos, porque renuncian a los placeres... Elalma está encerrada en el cuerpo, pero ellaes la que mantiene unido al cuerpo; así loscristianos están detenidos en el mundo,como en una cárcel, pero ellos son los quemantienen la trabazón del mundo... Tal esel puesto que Dios les señaló, y no es lícitodesertar de él» (VI,1-10).

Pero a veces somos hombres de poca fe, y nopedimos. «No tenéis porque no pedís» (Sant4,2). O si pedimos algo -por ejemplo, quetermine el comunismo-, cuando Dios porfin nos concede que desaparezca de mu-chos países, fácilmente atribuímos el bienrecibido a ciertas causas segundas –políti-cas, económicas, personales, etc.–, sin re-cordar que «todo buen don y toda dádivaperfecta viene de arriba, desciende del Pa-dre de las luces» (Sant 1,17). Es indudable

que, por ejemplo, las religiosas de clausu-ra y los humildes feligreses de misa diariacontribuyen mucho más poderosamente albien del mundo que todo el conjunto deprohombres y políticos que llenan las pá-ginas de los periódicos y las pantallas de latelevisión. Aquellos humildes creyentes sonlos que más influjo tienen en la marcha delmundo. Basta un poquito de fe para creer-lo así.

III. LITURGIA DEL SACRIFICIO

A. Preparación de los dones. -B. Plegariaeucarística. -C. Rito de la comunión.

A. Preparación de los dones-El pan y el vino -Oraciones de presenta-ción -Súplicas -Lavabo -Oración sobre lasofrendas.

El pan y el vinoLa acción litúrgica queda centrada des-

de ahora en el altar, al que se acerca elsacerdote. A él se llevan, en formasimple o procesional, el pan y el vino,y quizá también otros dones. En el pany el vino, que se han de convertir enel Cuerpo y la Sangre de Jesús, va ac-tualizarse a un tiempo la Cena últimay la Cruz del Calvario.

«Es conveniente que la participación delos fieles se manifieste en la presentacióndel pan y del vino para la celebración dela eucaristía, o de dones con los que se ayu-de a las necesidades de la Iglesia o de lospobres» (OGMR 101). Es éste, pues, el mo-mento más propio, y más tradicional, pararealizar la colecta entre los fieles.

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Oraciones de presentaciónEl sacerdote toma primero la pate-

na con el pan, «y con ambas manos laeleva un poco sobre el altar, mientrasdice la fórmula correspondiente»; y lomismo hace con el vino (OGMR 102).Las dos oraciones que el sacerdotepronuncia, en alta voz o en secreto,casi idénticas, son muy semejantes alas que empleaba Jesús en sus plega-rias de bendición, siguiendo la tradi-ción judía (berekáh; +Lc 10,21; Jn 11,41).Primero sobre el pan, y después sobreel vino, como lo hizo Cristo, el sacer-dote dice:

–«Bendito seas, Señor, Dios del universo,por este pan [vino], fruto de la tierra [vid]y del trabajo del hombre, que recibimos detu generosidad y ahora te presentamos; élserá para nosotros pan de vida [bebida desalvación]».

–«Bendito seas por siempre, Señor»(+Rm 9,5; 2Cor 11,31).

Súplicas del sacerdote y del puebloDespués de presentar el pan y el

vino, el sacerdote se inclina ante el al-tar orando en secreto:

–«Acepta, Señor, nuestro corazón contrito ynuestro espíritu humilde; que éste sea hoynuestro sacrificio y que sea agradable en tupresencia, Señor, Dios nuestro».

Ahora puede realizarse la incensa-ción de las ofrendas, del altar, del ce-lebrante y de todo el pueblo. En segui-da, el sacerdote lava sus manos, procu-rando así su «purificación interior»(OGMR 52), y vuelto al centro del al-tar solicita la súplica de todos:

–«Orad, hermanos, para que este sacrifi-cio mío y vuestro sea agradable a Dios, Pa-dre todopoderoso».

–«El Señor reciba de tus manos este sacrifi-cio para alabanza y gloria de su nombre,para nuestro bien y el de toda su santa Igle-sia» (OGMR 107).

Las oraciones de los fieles, uniéndosea la de Cristo, se elevan aquí a Dioscomo el incienso (+Sal 140,2; Ap 5,8;8,3-4). Y el pueblo asistente, uniéndo-se a Cristo víctima, se dispone a ofre-cerse a Dios «en oblación y sacrificiode suave perfume» (+Ef 5,2).

Oración sobre las ofrendasEl rito de preparación al sacrificio

concluye con una oración sacerdotal so-bre las ofrendas. Es una de las tres ora-ciones propias de la misa que se cele-bra. La oración sobre las ofrendas sue-le ser muy hermosa, y expresa mu-chas veces la naturaleza mistérica delo que se está celebrando. Valga unejemplo:

«Acepta, Señor, estas ofrendas en las quevas a realizar con nosotros un admirableintercambio, pues al ofrecerte los donesque tú mismo nos diste, esperamos mere-certe a ti mismo como premio. Por Jesucris-to nuestro Señor» (29 dicm.).

B. Plegaria eucarística-Prefacio -Santo -Invocación al EspírituSanto (1ª) -Relato y consagración -Memo-rial y ofrenda -Invocación al Espíritu San-to (2ª) -Intercesiones -Doxología final.

El ápice de toda la celebraciónLa cima del sacrificio de la misa se da

en la plegaria eucarística, que en el Oc-cidente cristiano se llama canon, nor-ma invariable, y en el Oriente anáfo-ra, que significa llevar de nuevo haciaarriba. En ningún momento de la misa

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la distracción de los participantesvendrá a ser más lamentable. Es elmomento de la suma atención sagra-da.

«Ahora es cuando empieza el centro y elculmen de toda la celebración, a saber: la ple-garia eucarística, que es una plegaria de ac-ción de gracias y de consagración. El sacer-dote invita al pueblo a elevar el corazónhacia Dios en oración y acción de gracias,y se le asocia en la oración, que él dirige,en nombre de toda la comunidad, por Je-sucristo, a Dios Padre. El sentido de estaoración es que toda la congregación de losfieles se una con Cristo en el reconocimien-to de la grandeza de Dios y en la ofrendadel sacrificio» (OGMR 54).

Con los mismos gestos y palabras dela Cena, Cristo y la Iglesia realizanahora el memorial que actualiza el mis-terio de la Cruz y de la Resurrección:misterio pascual, glorificación sumade Dios, fuente sobreabundante y per-manente de redención para los hom-bres. Y al mismo tiempo, la plegariaeucarística, pronunciada exclusivamentepor el sacerdote, es la oración suprema dela Iglesia, visiblemente congregada. Laforma básica de esta gran oración es laberakáh de los judíos, que se recitabaen la liturgia familiar, en la sinagogal,y por supuesto en la Cena pascual: esel modo propio de la eulogía, bendi-ción de Dios, y la eucharistía, acción degracias, frecuentes en el Nuevo Testa-mento.

«La naturaleza de las intervenciones pre-sidenciales exige que se pronuncien clara-mente y en voz alta, y que todos las escu-chen atentamente. Por consiguiente, mien-tras interviene el sacerdote no se cante nise rece otra cosa, y estén igualmente calla-dos el órgano y cualquier otro instrumen-to musical» (OGMR 12). Por eso mismo,durante la plegaria eucarística, «no se per-mite recitar ninguna de sus partes a un mi-

nistro de grado inferior, a la asamblea o acualquiera de los fieles» (S.C.Culto, instruc-ción 5-9-1970, 4).

Las diversas plegarias eucarísticasEn cualesquiera de sus variantes, la

plegaria eucarística incluye siempre laacción de gracias, varias aclamaciones,la epíclesis o invocación del EspírituSanto, la narración de la institución yla consagración, la anámnesis o me-morial, la oblación de la víctima, lasintercesiones varias y la supremadoxología final trinitaria (OGMR 55).Actualmente, el Misal romano presen-ta también cinco plegarias eucarís-ticas, y además de ellas existen trespara niños y dos de reconciliación.

I. Es el Canon Romano. Procede del sigloIV, y su forma queda ya casi fijada desdeSan Gregorio Magno (+604). Su uso se uni-versaliza en la Iglesia por los siglos IX-XI,y llega casi intacto hasta nuestros días.Goza, pues, de especial honor en la tradi-ción litúrgica.

II. Es una reelaboración de la anáfora deSan Hipólito (+225), la más antigua que seconoce de Occidente. Sencilla y breve, su-mamente venerable, es armoniosa y perfec-ta.

III. Esta plegaria, expresión de la tradi-ción romana y gálica, fue compuesta des-pués del Vaticano II, y el orden de sus par-tes, así como su conjunto, hace de ella unaanáfora de proporciones ideales. En ella fi-jaremos ahora especialmente nuestro co-mentario.

IV. Procedente de la tradición litúrgicaantioquena, es también una plegaria decomposición actual. Con prefacio fijo ypropio, es una pieza lírica muy bella, en laque se confiesa ampliamente la fe, contem-plando, a partir de la creación, toda la obrade la redención.

V. En 1974 aprobó la Iglesia la plegaria

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eucarística preparada con ocasión del Síno-do de Suiza, adoptada posteriormente porvarias Conferencias Episcopales, entre ellasla de España (1985). En lenguaje moderno,y con la estructura de la tradición romana,la plegaria, que tiene cuatro variantes, con-templa sobre todo al Señor que camina consu Iglesia peregrina.

En el Apéndice II reproducimos, dis-puestas en columnas, las cuatro plega-rias eucarísticas principales. Despuésdel Padrenuestro, son las más altas ybellas oraciones de la Iglesia. Convie-ne leerlas primero en vertical, paracaptar el ritmo y la armonía de cadauna, y después en horizontal, descu-briendo los paralelos que hay entreunas y otras.

PrefacioEn la misa «la acción de gracias se ex-

presa, sobre todo, en el prefacio: [en éste]el sacerdote, en nombre de todo elpueblo santo, glorifica a Dios Padre yle da las gracias por toda la obra desalvación o por alguno de sus aspec-tos particulares, según las variantes[hay casi un centenar de prefacios di-versos] del día, fiesta o tiempo litúr-gico» (OGMR 55a). Viene a ser así elprefacio el grandioso pórtico de entra-da en la plegaria eucarística, que serecita o se canta antes (prae), o mejor,al comienzo de la acción (factum)eucarística. Consta de cuatro partes:

–El diálogo inicial, siempre el mismoy de antiquísimo origen, que ya des-de el principio vincula al pueblo a laoración del sacerdote, y que al mismotiempo levanta su corazón «a las co-sas de arriba, donde está Cristo senta-do a la derecha de Dios» (Col 3,1-2).

–«El Señor esté con vosotros. –Y con tuespíritu. –Levantemos el corazón. –Lo tene-

mos levantado hacia el Señor. –Demos gra-cias al Señor, nuestro Dios. –Es justo y ne-cesario».

–La elevación al Padre retoma las úl-timas palabras del pueblo, «es justo ynecesario», y con leves variantes, le-vanta la oración de la Iglesia al Padrecelestial. De este modo el prefacio, ycon él toda la plegaria eucarística, di-rige la oración de la Iglesia precisa-mente al Padre. Así cumplimos la vo-luntad de Cristo: «Cuando oréis, de-cid Padre» (Lc 11,2), y somos dóciles alEspíritu Santo que, viniendo en ayu-da de nuestra flaqueza, ora en noso-tros diciendo: «¡Abba, Padre!» (+Rm8,15.26).

«En verdad es justo y necesario, es nues-tro deber y salvación darte gracias, Padresanto, siempre y en todo lugar, por Jesu-cristo, tu Hijo amado» (Pref. PE II).

–La parte central, la más variable ensus contenidos, según días y fiestas,proclama gozosamente los motivosfundamentales de la acción de gracias,que giran siempre en torno a la crea-ción y la redención:

«Por él, que es tu Palabra, hiciste todaslas cosas; tú nos lo enviaste para que, he-cho hombre por obra del Espíritu Santo ynacido de María, la Virgen, fuera nuestroSalvador y Redentor.

«Él, en cumplimiento de tu voluntad,para destruir la muerte y manifestar la re-surrección, extendió sus brazos en la cruz,y así adquirió para ti un pueblo santo» (ib.).

–El final del prefacio, que viene a serun prólogo del Sanctus que le sigue,asocia la oración eucarística de la Igle-sia terrena con el culto litúrgico celes-tial, haciendo de aquélla un eco deéste:

«Por eso, con los ángeles y los santos,proclamamos tu gloria, diciendo» ...

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Santo - HosannaEl prefacio culmina en el sagrado tris-

agio –tres veces santo–, por el que, yadesde el siglo IV, en Oriente, partici-pamos los cristianos en el llamado cán-tico de los serafines, el mismo que es-cucharon Isaías (Is 6,3) y el apóstolSan Juan (Ap 4,8):

«Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios deluniverso. Llenos están el cielo y la tierra detu gloria».

Santo es el nombre mismo de Dios,y más y antes que una cualidad mo-ral de Dios, designa la misma calidadinfinita del ser divino: sólo Él es elSanto (Lev 11,44), y al mismo tiempoes la única «fuente de toda santidad»(PE II).

El pueblo cristiano, en el Sanctus, di-rige también a Cristo, que en este mo-mento de la misa entra a actualizar suPasión, las mismas aclamaciones queel pueblo judío le dirigió en Jerusalén,cuando entraba en la Ciudad sagradapara ofrecer el sacrificio de la NuevaAlianza. Hosanna, «sálvanos» (hôsîa-na, +Sal 117,25); bendito el que viene enel nombre del Señor (Mc 11,9-10).

«Hosanna en el cielo. Bendito el que vie-ne en el nombre del Señor. Hosanna en elcielo».

El Prefacio, y concretamente el San-to, es una de las partes de la misa quemás pide ser cantada.

A propósito de esto conviene recordar lanorma litúrgica, no siempre observada: «Enla selección de las partes [de la misa] que sedeben cantar se comenzará por aquellas quepor su naturaleza son de mayor importan-cia; en primer lugar, por aquellas que de-ben cantar el sacerdote o los ministros conrespuestas del pueblo; se añadirán después,poco a poco, las que son propias sólo del

pueblo o sólo del grupo de cantores» (Ins-trucción Musicam sacram 1967,7).

Invocación al Espíritu Santo (1ª)En continuidad con el Santo, la ple-

garia eucarística reafirma la santidadde Dios, y prosigue con la epíclesis oinvocación al Espíritu Santo:

«Santo eres en verdad, Padre, y con ra-zón te alaban todas las criaturas... Te supli-camos que santifiques por el mismo Espíri-tu estos dones que hemos preparado parati, de manera que sean cuerpo y sangre de Je-sucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro» (III;+II).

El sacerdote, imponiendo sus manossobre las ofrendas, pide, pues, al Espí-ritu Santo que, así como obró la encar-nación del Hijo en el seno de la VirgenMaría, descienda ahora sobre el pan yel vino, y obre la transubstan-ciaciónde estos dones ofrecidos en sacrificio,convirtiéndolos en cuerpo y sangredel mismo Cristo (+Heb 9,14; Rm 8,11;15,16). Es éste para los orientales elmomento de la transubs-tanciación,mientras que los latinos la vemos enlas palabras mismas de Cristo, es de-cir, en el relato-memorial, «esto es micuerpo». En todo caso, siempre la li-turgia ha unido, en Oriente y Occi-dente, el relato de la institución de laeucaristía y la invocación al EspírituSanto.

Por otra parte, esa invocación, almismo tiempo que pide al Espíritu di-vino que produzca el cuerpo de Jesu-cristo, le pide también que realice suCuerpo místico, que es la Iglesia:

«Para que, fortalecidos con el cuerpo yla sangre de tu Hijo y llenos de su EspírituSanto, formemos en Cristo un solo cuerpo yun solo espíritu» (III; +II y IV).

«Por obra del Espíritu Santo» nace

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Cristo en la encarnación, se produce latransusbstanciación del pan en su mis-mo cuerpo sagrado, y se transforma laasamblea cristiana en Cuerpo místicode Cristo, Iglesia de Dios. Es, pues, elEspíritu Santo el que, de modo muyespecial en la eucaristía, hace la Iglesia,y la «congrega en la unidad» (I).

Todos estos misterios son afirmados yapor San Pablo en formas muy explícitas. Sipan eucarístico es el cuerpo de Cristo (1Cor11,29), también la Iglesia es el Cuerpo deCristo (1Cor 12). En efecto, «porque el panes uno, por eso somos muchos un solocuerpo, pues todos participamos de eseúnico pan» (1Cor 10,17). Es Cristo en la eu-caristía el que une a todos los fieles en unsolo corazón y una sola alma (Hch 4,32),formando la Iglesia.

Según todo esto, cada vez que loscristianos celebramos el sacrificioeucarístico, reafirmamos en la sangre deCristo la Alianza que nos une con Dios,y que nos hace hijos suyos amados.Reafirmamos la Alianza con un sacri-ficio, como Moisés en el Sinaí o Elíasen el Car-melo.

Relato - consagraciónEs el momento más sagrado de la misa,

en el que se actualiza con toda verdad laCena del Señor, su pasión redentora en laCruz. El resto de la misa es el marcosagrado de este sagrado momento de-cisivo, en el que, «con las palabras ygestos de Cristo, se realiza el sacrifi-cio que el mismo Cristo instituyó enla última cena, cuando bajo las espe-cies del pan y vino ofreció su cuerpoy sangre, y se lo dio a sus apóstoles enforma de comida y bebida, y les encar-gó perpetuar ese mismo misterio»(OGMR 55d).

«El cual, cuando iba a ser entregado a suPasión, voluntariamente aceptada, tomó

pan... tomó el cáliz lleno del fruto de lavid... Esto es mi cuerpo, que será entregadopor vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre,que será derramada por vosotros y por to-dos, para el perdón de los pecados»...

Por el ministerio del sacerdote cris-tiano, es el mismo Cristo, Sacerdote úni-co de la Nueva Alianza, el que hoy pro-nuncia estas palabras litúrgicas, de in-finita eficacia doxológica y redentora.Por esas palabras, que al mismo tiem-po son de Cristo y de su esposa la Igle-sia, el acontecimiento único del mis-terio pascual, sucedido hace muchossiglos, escapando de la cárcel espacio-temporal, en la que se ven apresadostodos los acontecimientos humanosde la historia, se actualiza, se hace pre-sente hoy, bajo los velos sagrados de laliturgia. «Tomad y comed mi cuerpo,tomad y bebed mi sangre»... Los cris-tianos en la eucaristía, lo mismo exac-tamente que los apóstoles, participa-mos de la Cena del Señor, y lo mismoque la Virgen María, San Juan y laspiadosas mujeres, asistimos en el Cal-vario al sacrificio de la Cruz...Mysterium fidei!

Ésta es, en efecto, la fe de la Iglesia,solemnemente proclamada por PabloVI en el Credo del Pueblo de Dios (1968,n. 24): «Nosotros creemos que la misa,que es celebrada por el sacerdote repre-sentando la persona de Cristo, es real-mente el sacrificio del Calvario, que sehace sacramentalmente presente ennuestros altares».

El sacerdote ostenta con toda reve-rencia, alzándolos, el cuerpo y la san-gre de Cristo, y hace una y otra vez lagenuflexión, mientras los acólitos pue-den incensar las sagradas especies ve-neradas. El pueblo cristiano adora pri-mero en silencio, y puede decir jacu-latorias como «¡Es el Señor!» (Jn 21,7),

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«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28); «elHijo de Dios me amó y se entregó pormí» (Gál 2,20). Y en seguida confiesacomunitariamente su fe y su devo-ción:

–«Éste es el sacramento de nuestra fe».

–«Anunciamos tu muerte, proclamamostu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap22,20). «Cada vez que comemos de estepan y bebemos de este cáliz, anunciamostu muerte, Señor, hasta que vuelvas»(+1Cor 11,26). «Por tu cruz y tu resurrec-ción nos has salvado, Señor».

MemorialDespués del relato-consagración,

viene el memorial y la ofrenda, que vansignificativamente unidos en las cin-co plegarias eucarísticas principales:

«Así, pues, Padre, al celebrar ahora el me-morial de la pasión salvadora de tu Hijo, desu admirable resurrección y ascensión alcielo, mientras esperamos su venida glorio-sa, te ofrecemos, en esta acción de gracias,el sacrificio vivo y santo» (III; +I, II, IV, V).

Memorial (anámnesis), pues, en pri-mer lugar. Los cristianos, de oriente aoccidente, obedecemos diariamente en laeucaristía aquella última voluntad deCristo, «haced esto en memoria mía».Éste fue el mandato que nos dio el Se-ñor claramente en la última Cena, esdecir, «la víspera de su pasión» (I), «lanoche en que iba a ser entregado»(III). Y nosotros podemos cumplir esemandato, a muchos siglos de distan-cia y en muchos lugares, precisamen-te porque el sacerdocio de Cristo es eter-no y celestial (Heb 4,14; 8,1):

«El sacrificio de Cristo se consuma en el san-tuario celeste; perdura en el momento de laconsumación, porque la eternidad es unacaracterística de la esfera celeste... Y si elsacrificio de Cristo perdura en el cielo, pue-

de hacerse presente entre nosotros en lamedida en que esa misma víctima y esa mis-ma acción sacerdotal se hagan presentes enla eucaristía... En realidad, el sacerdote nopone otra acción, sino que participa de laeterna acción sacerdotal de Cristo en el cie-lo... Nada se repite, nada se multiplica; sólose participa repetidamente bajo formasacramental del único sacrificio de Cristoen la cruz, que perdura eternamente en elcielo. No se repite el sacrificio de Cristo,sino las múltiples participaciones de él»(Sayés, El misterio eu-carístico 321-323).

De este modo la eucaristía perma-nece en la Iglesia como un corazónsiempre vivo, que con sus latidos hacellegar a todo el Cuerpo místico la gra-cia vivificante, que es la sangre deCristo, sacerdote eterno. En efecto, «laobra de nuestra redención se efectúacuantas veces se celebra en el altar elsacrificio de la cruz, por medio delcual “Cristo, nuestra Pascua, ha sidoinmolado” (1Cor 5,7)» (LG 3).

Y ofrendaEl memorial de la cruz es ofrenda de

Cristo víctima: «te ofrecemos, Dios degloria y majestad, el sacrificio puro,inmaculado y santo: pan de vida eter-na y cáliz de eterna salvación» (I); «elpan de vida y el cáliz de salvación»(II); «el sacrificio vivo y santo» (III);«su cuerpo y su sangre, sacrificio agra-dable a ti y salvación para todo elmundo» (IV); «esta ofrenda: es Jesu-cristo que se ofrece con su Cuerpo ycon su Sangre» (V).

En efecto, «la Iglesia, en este memo-rial, sobre todo la Iglesia aquí y ahorareunida, ofrece al Padre en el EspírituSanto la Víctima inmaculada. Y la Igle-sia quiere que los fieles no sólo ofrez-can la Víctima inmaculada, sino queaprendan a ofrecerse a sí mismos y que

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de día en día perfeccionen, con la me-diación de Cristo, la unidad con Diosy entre sí, para que, finalmente, Dioslo sea todo para todos» (OGMR 55f).

Cristo «quiso que nosotros fuésemos un sa-crificio –dice San Agustín–; por lo tanto,toda la Ciudad redimida, es decir, la socie-dad de los santos, es ofrecida a Dios comosacrificio universal por el Gran Sacerdote,que se ofreció por nosotros en la pasiónpara que fuésemos cuerpo de tan gran ca-beza... Así es, pues, el sacrificio de los cris-tianos, donde todos se hacen un solo cuer-po de Cristo. Esto lo celebra la Iglesia tam-bién con el sacramento del altar, donde senos muestra cómo ella misma se ofrece enla misma víctima que ofrece a Dios» (Ciu-dad de Dios 10,6). Y Pablo VI: «La Iglesia, aldesempeñar la función de sacerdote y víc-tima juntamente con Cristo, ofrece todaentera el sacrificio de la misa y toda enterase ofrece con él» (Mysterium fidei).

En conformidad con esto, adviér-tase, pues, que la ofrenda eucarística eshecha juntamente por el sacerdote y elpueblo, y no por el sacerdote solo:

«Te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen,este sacrificio de alabanza» (I); «te ofrece-mos, en esta acción de gracias, el sacrificiovivo y santo» (III; +II y IV).

Por otra parte, en la ofrenda cultualque los hombres hacemos no podemosrealmente dar a Dios sino lo que él pre-viamente nos ha dado: la vida, la liber-tad, la salud... Por eso decimos, «teofrecemos, Dios de gloria y majestad,de los mismos bienes que nos hasdado, el sacrificio puro, inmaculado ysanto» (I).

Podemos ahora por la oración hacernosofrenda grata al Padre. Con la oraciónde María: «He aquí la esclava del Se-ñor. Hágase en mí según tu palabra».Con la oración de Jesús: «No se hagami voluntad, sino la tuya». Con ora-ciones-ofrenda, como aquella de San

Ignacio, tan perfecta:«Tomad, Señor, y recibid toda mi liber-

tad, mi memoria, mi entendimiento y todami voluntad, todo mi haber y mi poseer;vos me lo diste, a vos, Señor, lo torno; todoes vuestro, disponed a toda vuestra volun-tad; dadme vuestro amor y gracia, que éstame basta» (Ejercicios 234).

Invocación al Espíritu Santo (2ª)La eucaristía, que es el mismo sacri-

ficio de la cruz, tiene con él una dife-rencia fundamental. Si en la cruz Cris-to se ofreció al Padre él solo, en el altarlitúrgico se ofrece ahora con su Cuerpomístico, la Iglesia. Por eso las plegariaseucarísticas piden tres cosas: –que Diosacepte el sacrificio que le ofrecemoshoy; –que por él seamos congregados enla unidad de la Iglesia; –y que así ven-gamos a ser víctimas ofrecidas con Cris-to al Padre, por obra del Espíritu San-to, cuya acción aquí se implora.

–Súplica de aceptación de la ofrenda. «Miracon ojos de bondad esta ofrenda, y acép-tala» (I); «dirige tu mirada sobre la ofren-da de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víc-tima por cuya inmolación quisiste devolver-nos tu amistad» (III); «dirige tu mirada so-bre esta Víctima que tú mismo has prepa-rado a tu Iglesia»(IV)

–Unidad. «Te pedimos humildemente queel Espíritu Santo congregue en la unidad acuantos participamos del cuerpo y Sangrede Cristo» (II); «formemos en Cristo unsolo cuerpo y un solo espíritu» (III); «con-gregados en un solo cuerpo por el Espíri-tu Santo» (IV).

–Víctimas ofrecidas. Que «él nos transfor-me en ofrenda permanente» (III), y así «sea-mos en Cristo víctima viva para alabanzade su gloria» (IV)

La verdadera participación en el sacri-ficio de la Nueva Alianza implica, pues,decisivamente esta ofrenda victimal de los

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fieles. Según esto, los cristianos son enCristo sacerdotes y víctimas, comoCristo lo es, y se ofrecen continua-mente al Padre en el altar eucarístico,durante la misa, y en el altar de su pro-pia vida ordinaria, día a día. Ellos, pues,son en Cristo, por él y con él, «corde-ros de Dios», pues aceptando la volun-tad de Dios, sin condiciones y sin re-sistencia alguna, hasta la muerte,como Cristo, sacrifican (hacen-sagra-da) toda su vida en un movimientoespiritual incesante, que en la eucaris-tía tiene siempre su origen y su im-pulso. Así es como la vida entera delcristiano viene a hacerse sacrificioeucarístico continuo, glorificador deDios y redentor de los hombres, comolo quería el Apóstol: «os ruego, her-manos, que os ofrezcáis vuestros mis-mos como víctima viva, santa, grata aDios: éste es el culto espiritual que de-béis ofrecer» (Rm 12,1).

IntercesionesYa vimos, al hablar de la oración de

los fieles, que la Iglesia en la eucaris-tía sostiene a la humanidad y al mun-do entero en la misericordia de Dios,por la sangre de Cristo Redentor. Puesbien, las mismas plegarias eucarísticasincluyen una serie de oraciones por lasque nos unimos a la Iglesia del cielo, dela tierra y del purgatorio. Suelen ser lla-madas intercesiones.

«Con ellas se da a entender que la euca-ristía se celebra en comunión con toda laIglesia celeste y terrena, y que la oblaciónse hace por ella y por todos sus miembros,vivos y difuntos, miembros que han sidotodos llamados a participar de la salvacióny redención adquiridas por el cuerpo y lasangre de Cristo» (OGMR 55g).

En la plegaria eucarística III, porejemplo, se invoca

–primero la ayuda del cielo, de la Vir-gen María y de los santos, «por cuyaintercesión confiamos obtener siem-pre tu ayuda»;

–en seguida se ruega por la tierra, pi-diendo salvación y paz para «el mun-do entero» y para «tu Iglesia, peregri-na en la tierra», especialmente por elPapa y los Obispos, pero también, conuna intención misionera, por «todostus hijos dispersos por el mundo»;

–y finalmente se encomienda las al-mas del purgatorio a la bondad de Dios,es decir, se ofrece la eucaristía por«nuestros hermanos difuntos y cuan-tos murieron en tu amistad».

Así, la oración cristiana –que es in-finitamente audaz, pues se confía a lamisericordia de Dios– alcanza en laeucaristía la máxima dilatación de sucaridad: «recíbelos en tu reino, dondeesperamos gozar todos juntos de la ple-nitud eterna de tu gloria».

Ofrecer misas por los difuntosLa caridad cristiana, si ha de ser cató-

lica, ha de ser universal, ha de interesar-se, pues, por los vivos y por los difuntos,no sólo por los vivos. La Iglesia, nues-tra Madre, que nos hace recordar dia-riamente a los difuntos, al menos, enla misa y en la última de las preces devísperas, nos recomienda ofrecer mi-sas en sufragio de nuestros hermanosdifuntos. Es una gran obra de caridadhacia ellos, como lo enseña el Catecis-mo:

«El sacrificio eucarístico es también ofreci-do por los fieles difuntos, “que han muertoen Cristo y todavía no están plenamentepurificados” (Conc. Trento), para que pue-dan entrar en la luz y la paz de Cristo:

«“Oramos [en la anáfora] por los santospadres y obispos difuntos, y en general por

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todos los que han muerto antes que noso-tros, creyendo que será de gran provechopara las almas, en favor de las cuales esofrecida la súplica, mientras se halla presen-te la santa y adorable víctima... Presentan-do a Dios nuestras súplicas por los que hanmuerto, aunque fuesen pecadores..., pre-sentamos a Cristo, inmolado por nuestrospecados, haciendo propicio para ellos ypara nosotros al Dios amigo de los hom-bres” (S. Cirilo de Jerusalén [+386])» (Cate-cismo 1371; +1032, 1689).

Doxología finalLa gran plegaria eucarística llega a

su fin. El arco formidable, que se ini-ció en el prefacio levantando los cora-zones hacia el Padre, culmina ahorasolemnemente con la doxología finaltrinitaria. El sacerdote, elevando laVíctima sagrada, y sosteniéndola enalto, por encima de todas las realida-des temporales, dice:

«Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Pa-dre omnipotente, en la unidad del Espíri-tu Santo, todo honor y toda gloria por lossiglos de los siglos».

Este acto, por sí solo, justifica la exis-tencia de la Iglesia en el mundo: paraeso precisamente ha sido congregadoen Cristo el pueblo cristiano sacerdo-tal, para elevar en la eucaristía a Diosla máxima alabanza posible, y paraatraer en ella en favor de toda la hu-manidad innumerable bienes materia-les y espirituales. De este modo, es enla eucaristía donde la Iglesia se expre-sa y manifiesta totalmente.

El pueblo cristiano congregado hacesuya la plegaria eucarística, y comple-ta la gran doxología trinitaria dicien-do: Amén. Es el Amén más solemne dela misa.

((Adviértase aquí, por otra parte, que es

el sacerdote, y no el pueblo, quien recita lasdoxologías que concluyen las oraciones presi-denciales. Y esto tanto en la oración colecta–«Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, quevive y reina», etc.–, como en la plegariaeucarística –«Por Cristo, con Él y en Él»,etc.–. Y que es el pueblo quien, siguiendouna tradición continua del Antiguo y delNuevo Testamento, contesta con la aclama-ción del Amén.))

C. La comunión -Padrenuestro -La paz -Fracción del pan-Cordero de Dios -Comunión -Oración depostcomunión.

La primera cumbre de la celebra-ción eucarística es sin duda la consa-gración, en la que el pan y el vino setransforman en cuerpo entregado ysangre derramada del mismo Cristo,actualizando el sacrificio redentor. Yla segunda, ciertamente, es la comu-nión, en la que la Iglesia obedece elmandato de Cristo en su última Cena:«Tomad y comed mi cuerpo, tomad y be-bed mi sangre».

El Padrenuestro El Padrenuestro es la más grande ora-

ción cristiana, la más grata al Padre yla que mejor expresa lo que el Espíri-tu Santo ora en nosotros (+Rm8,15.26), pues es la oración que nos en-señó Jesús (Mt 5,23-24; Lc 11,2-4).

Por eso, en la misa, la oración domini-cal culmina en cierto modo la gran ple-garia eucarística, y al mismo tiempo ini-cia el rito de la comunión. Comienza elPadrenuestro reiterando el Santo delprefacio –«santificado sea tu Nom-bre»–, asimila la actitud filial de Cris-

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to, la Víctima pascual ofrecida –«hága-se tu voluntad»–, y continúa pidiendopara la Iglesia la santidad y la unidad–«venga a nosotros tu reino»–. Perotambién prepara a la comunióneucarística, pidiendo el pan necesario,material y espiritual –«danos hoynuestro pan de cada día»–, imploran-do el perdón y la superación del mal–«perdona nuestras ofensas, líbranosdel mal»–, y procurando la paz con loshermanos –«perdonamos a los que nosofenden»–. No podemos, en efecto,unirnos al Señor, si estamos en peca-do y si permanecemos separados delos hermanos (+Mt 6,14-15; 6,9-13;18,35).

Merece la pena señalar aquí que, en lapetición «líbranos del mal», la Iglesia entien-de que «el mal no es una abstracción, sinoque designa una persona, Satanás, el Ma-ligno, el ángel que se opone a Dios» (Cate-cismo 2851; +2850-2853). Ahora bien, en laúltima petición del Padrenuestro, «al pedirser liberados del Maligno, oramos igualmen-te para ser liberados de todos los males,presentes, pasado y futuros de los que éles autor o instigador» (2854).

El Padrenuestro, que es rezado en lamisa por el sacerdote y el pueblo jun-tamente, es desarrollado sólo por elsacerdote con el embolismo que le si-gue: «Líbranos de todos los males, Se-ñor», en el que se pide la paz de Cris-to y la protección de todo pecado yperturbación, «mientras esperamos lagloriosa venida de nuestro Salvador Je-sucristo». Y esta vez es el pueblo el queconsuma la oración con una doxolo-gía, que es eco de la liturgia celestial:«Tuyo es el reino, tuyo el poder y la glo-ria por siempre, Señor» (+Ap 1,6; 4,11;5,13).

Conviene advertir que la renovaciónpostconciliar de la liturgia ha restaurado la

costumbre antigua, ya practicada por lasprimeras generaciones cristianas, de rezartres veces cada día el Padrenuestro, concre-tamente en laudes, en misa y en vísperas.«Así habéis de orar tres veces al día»(Dídaque VIII,3).

La pazSabemos que Cristo resucitado, cuan-

do se aparecía a los apóstoles, les salu-daba dándoles la paz: «La paz con voso-tros» (Jn 20,19.26). En realidad, la he-rencia que el Señor deja en la últimaCena a sus discípulos es precisamen-te la paz: «La paz os dejo, mi paz osdoy; pero no como la da el mundo»(14,27).

El pecado, separando al hombre de Dios,divide de tal modo la humanidad en par-tes contrapuestas, e introduce en cada per-sona tal cúmulo de tensas contradiccionesy ansiedades, que aleja irremediablementede la vida humana la paz. Por eso, en la Bi-blia la paz (salom), que implica, en ciertomodo, todos los bienes, no se espera sinocomo don propio del Mesías salvador. Élserá constituido «Príncipe de la paz: su so-beranía será grande y traerá una paz sin finpara el trono de David y para su reino» (Is9,5-6). Sólo él será capaz de devolver a lahumanidad la paz perdida por el pecado(+Ez 34,25; Joel 4,17ss; Am 9,9-21).

Pues bien, Jesús es el Mesías anunciado:«Él es nuestra paz» (Ef 2,14). Los ángeles,en su nacimiento, anuncian que Jesús va atraer en la tierra «paz a los hombres ama-dos por Dios» (Lc 2,14). En efecto, quiso «elDios de la paz» (Rm 15,33), en la plenitudde los tiempos, «reconciliar por Él consigo,pacificando por la sangre de su cruz, todaslas cosas, así las de la tierra como las del cie-lo» (Col 2,20). Y así él, nuestro Señor Jesu-cristo, quitando el pecado del mundo y co-municándonos su Espíritu, es el único quepuede darnos la paz verdadera, la que es«fruto del espíritu» (Gál 5,22) y de la justi-ficación por gracia (+Rm 5,1), la paz que ni

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el mundo ni la carne son capaces de dar,la paz perfecta, de origen celeste, la paz queninguna vicisitud terrena será capaz dedestruir en los fieles de Cristo.

El rito de la paz, previo a la comunión,es, pues, un gran momento de la eucaris-tía. El ósculo de la paz ya se daba fra-ternalmente en la eucaristía en los si-glos II-III. El sacerdote, en una oraciónque, esta vez, dirige al mismo «SeñorJesucristo», comienza pidiéndole parasu Iglesia «la paz y la unidad» en unasúplica extremadamente humilde:«no tengas en cuenta nuestros peca-dos, sino la fe [la fidelidad] de tu Igle-sia». A continuación, representando almismo Cristo resucitado, dice a losdiscípulos reunidos en el cenáculo dela misa: «La paz del Señor esté siemprecon vosotros».

Y puesto que la comunión está yapróxima, y no podemos unirnos aCristo si permanecemos separados denuestros hermanos, añade en seguida:«Daos fraternalmente la paz». De estemodo, la asidua participación en laeucaristía va haciendo de los cristia-nos hombres de paz, pues en la misa re-ciben una y otra vez la paz de Cristo,y por eso mismo son cada vez más ca-paces de comunicar a los hermanos lapaz que de Dios han recibido. «Bien-aventurados los que trabajan por lapaz, porque ellos serán llamados hijosde Dios» (Mt 5,9).

La fracción del panPartir el pan en la mesa era un ges-

to tradicional que correspondía al pa-dre de familia. Es un gesto propio deCristo, y lo realiza varias veces estan-do con sus discípulos –al multiplicarlos panes, en la Cena última, con losde Emaús, ya resucitado (Jn 6,11; Lc

24,30; 1Cor 11,23-24; Jn 21,13)–: tomó elpan, lo bendijo, lo partió y lo dió a los dis-cípulos. Por eso, la antigüedad cristia-na, viendo en esta acción un símboloprofundo, dio a veces a toda la euca-ristía el nombre de «fracción del pan».Y la liturgia ha conservado siempreeste rito, durante el cual el sacerdoteparte el pan consagrado, y antes de de-jar caer en el cáliz una partícula de él,dice: «El cuerpo y la Sangre de nues-tro Señor Jesucristo, unidos en estecáliz, sean para nosotros alimento devida eterna».

En todo caso, la significación más anti-gua de esta acción litúrgica está vinculadaa aquellas palabras de San Pablo: «Porqueel pan es uno, somos muchos un solo cuer-po, pues todos participamos de ese únicopan» (1Cor 10,17; +OGMR 56c). Es la co-mún-comunión eucarística en el Pan par-tido lo que hace de nosotros un solo Cuer-po, el de Cristo, la Iglesia. Los que partici-pamos de un mismo altar, somos uno solo,pues comemos y vivimos de un mismoPan, y «hemos bebido del mismo Espíritu»(1Cor 12,13).

Cordero de DiosA partir de los siglos VI y VII, du-

rante la fracción del pan –que enton-ces, cuando no hay todavía hostias pe-queñas, dura cierto tiempo–, el pueblorecita o canta el Cordero de Dios, repi-tiendo varias veces ese precioso títu-lo de Cristo, que ya en el Gloria hasido proclamado.

Como ya vimos más arriba, la idea delSalvador como Cordero inmolado, ya desdeel sacrificio de Isaac, pasando por la Pas-cua y por el Siervo de Yavé de que hablaIsaías, está presente en la revelación divi-na hasta el Apocalipsis de San Juan, quecontempla en el cielo el culto litúrgico quelos ángeles y los santos ofrecen al Corde-

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ro-víctima, esposo de la Iglesia (Ap 5,6; 6,1;7,10-17; 12,11; 13,8; 17,14; 19,7-9; 21,22). Lamisa es la Cena pascual del Cordero inmo-lado, y el rito de la fracción precede lógica-mente al de la comunión.

Seguidamente el sacerdote, mos-trando la hostia consagrada, diceaquello de Juan el Bautizador: «Éste esel Cordero de Dios, que quita el pecadodel mundo» (Jn 1,29). Y añade las pala-bras que, según el Apocalipsis, dice enla liturgia celeste «una voz que saledel Trono, una voz como de gran mu-chedumbre, como voz de muchasaguas, y como voz de fuertes true-nos:... “Dichosos los invitados al ban-quete de bodas del Cordero”» (+Ap19,1-9). En efecto, dice el sacerdote:«Dichosos los invitados a la cena del Se-ñor».

A ello responde el pueblo, recordan-do con toda oportunidad las palabrasdel centurión romano, que maravilla-ron a Cristo por su humilde y atrevi-da confianza: «Señor, no soy digno deque entres en mi casa, pero una palabratuya bastará para sanarme» (+Mt 8,8-10). Seguidamente el sacerdote, o eldiácono, distribuye la comunión: «ElCuerpo de Cristo». «Amén». Sí, así esrealmente.

De suyo, corresponde distribuir la comunióna quienes en la eucaristía re-presentan a Cris-to y a los apóstoles. Es el Señor quien «tomó,partió y repartió» el Pan de vida. Y en lamultiplicación milagrosa, por ejemplo, Cris-to, «alzando los ojos al cielo, bendijo y par-tió los panes, y se los dió a los discípulos[los apóstoles], y éstos a la muchedumbre»(Mt 14,19). De ahí la tradición universal dela Iglesia de que sean los ministros sagra-dos –y cuando sea preciso, los laicos auto-rizados para ello–, quienes distribuyan lacomunión eucarística (Código 910).

La comuniónLa comunión sacramental es el encuen-

tro espiritual más amoroso y profundo,más cierto y santificante, que podemostener con Cristo en este mundo. Es unainefable unión espiritual con Jesucris-to glorioso, y en este sentido, aunquese realice mediante el signo expresivodel pan, no implica, por supuesto, unadigestión del cuerpo físico del Señor–ésta sería la interpretación cafarna-ítica–.

Es notable, en todo caso, la gran so-briedad con que la tradición patrísticae incluso los escritos de los santos tra-tan de este acto santísimo de la comu-nión. Y es que se trata, en el orden delamor y de la gracia, de un misterio in-efable, de algo que apenas es capaz deexpresar el lenguaje humano. Cristo seentrega en la comunión como alimen-to, como «pan vivo bajado del cielo»,que va transformando en Él a quienesle reciben. A éstos, que en la comu-nión le acogen con fe y amor, les pro-mete inmortalidad, abundancia devida y resurrección futura. Más aún,les asegura una perfecta unión vitalcon Él: «El que come mi carne y bebemi sangre permanece en mí y yo en él.Y así como yo vivo por mi Padre, asítambién el que me come vivirá pormí» (Jn 6,57).

Los cristianos, comulgando el cuerpovictimal y glorioso de Cristo, se alimen-tan del pan de vida eterna dado contanto amor por el Padre celestial, par-ticipan profundamente de la pasión yresurrección de Cristo, reafirman en símismos la Alianza de amor y mutuafidelidad que les une con Dios, reci-ben la medicina celestial del Padre, laúnica que puede sanarles de sus en-fermedades espirituales, y ven acre-

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centada en sus corazones la presenciay la acción del Espíritu Santo, «el Es-píritu de Jesús» (Hch 16,7).

Sólo Dios, que por medio de la ora-ción actualiza en nosotros la fe y elamor, puede darnos la gracia de unadisposición idónea para la excelsa co-munión eucarística. Por eso la devo-ción privada ha creado muchas ora-ciones para antes de la comunión, y lamisma liturgia en el ordinario de lamisa ofrece al sacerdote dos, proce-dentes del repertorio medieval, queestán dirigidas al mismo Cristo.

«Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, quepor voluntad del Padre, cooperando el Es-píritu Santo, diste con tu muerte la vida almundo, líbrame por la recepción de tuCuerpo y de tu Sangre, de todas mis cul-pas y de todo mal. Concédeme cumplirsiempre tus mandamientos y jamás permi-tas que me separe de ti». O bien:

«Señor Jesucristo, la comunión de tuCuerpo y de tu Sangre no sea para mí unmotivo de juicio y condenación, sino que,por tu piedad, me aproveche para defensade alma y cuerpo y como remedio saluda-ble».

Disposiciones exteriorespara la comunión

–El ayuno eucarístico, de antiquísimatradición, exige hoy «abstenerse de to-mar cualquier alimento y bebida almenos desde una hora antes de la sa-grada comunión, a excepción sólo delagua y de las medicinas» (Código919,1).

–La Iglesia permite comulgar dos ve-ces el mismo día, siempre que se par-ticipe en ambas misas (ib. 917).

–«La comunión tiene una expresiónmás plena, por razón del signo, cuan-do se hace bajo las dos especies»

(OGMR 240). La Iglesia en Occidente,sólo por razones prácticas, reduce esteuso a ocasiones señaladas(Eucharisticum mysterium 32), mientrasque en Oriente es la forma habitual.

–Cuando se comulga dentro de lamisa, y además con hostias consagra-das en la misma misa, se expresa conmayor claridad que la comunión haceparticipar en el sacrificio mismo deJesucristo (+Catecismo 1388).

–Sin embargo, cuando los fieles pi-den la comunión «con justa causa, seles debe administrar la comunión fue-ra de la misa» (Código 918).

Disposiciones interiorespara la comunión frecuente

San Pablo habla claramente sobre laposibilidad de comuniones indignas:«Quien come el pan y bebe el cáliz delSeñor indignamente será reo del cuer-po y de la sangre del Señor. Examíne-se, pues, el hombre a sí mismo y en-tonces coma del pan y beba del cáliz;pues el que sin discernir come y bebeel cuerpo del Señor, se come y bebe supropia condenación. Por esto hay en-tre vosotros muchos flacos y débiles,y muchos muertos» (1Cor 11,27-29).Atribuye el Apóstol los peores malesde la comunidad cristiana de Corintoa un uso abusivo de la comunióneucarística... Esto nos lleva a conside-rar el tema de la frecuencia y disposiciónespiritual que son convenientes para lacomunión.

En la antigüedad cristiana, sobre todoen los siglos III y IV, hay numerosashuellas documentales que hacen pen-sar en la normalidad de la comunióndiaria. Los fieles cristianos más piado-sos, respondiendo sencillamente a la

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voluntad expresada por Cristo, «to-mad y comed, tomad y bebed», veíanen la comunión sacramental el modonormal de consumar su participaciónen el sacrificio eucarístico. Sólo loscatecúmenos o los pecadores sujetos adisciplina penitencial se veían priva-dos de ella. Pronto, sin embargo, in-cluso en el monacato naciente, estecriterio tradicional se debilita en lapráctica o se pone en duda por diver-sas causas. La doctrina de San Agus-tín y de Santo Tomás podrán mostrar-nos autorizadamente el nuevo criterio.

Santo Tomás (+1274), tan respetuoso siem-pre con la tradición patrística y conciliar,examina la licitud de la comunión diaria,adivirtiendo que, por parte del sacramen-to, es claro que «es conveniente recibirlotodos los días, para recibir a diario su fru-to». En cambio, por parte de quienes co-mulgan, «no es conveniente a todos acer-carse diariamente al sacramento, sino sólolas veces que se encuentren preparadospara ello. Conforme a esto se lee [enGenadio de Marsella, +500]: “Ni alabo nicritico el recibir todos los días la comunióneucarística”» (STh III,80,10). Y en ese mis-mo texto Santo Tomás precisa mejor supensamiento cuando dice: «El amor encien-de en nosotros el deseo de recibirlo, y deltemor nace la humildad de reverenciarlo.Las dos cosas, tomarlo a diario y abstener-se alguna vez, son indicios de reverenciahacia la eucaristía. Por eso dice San Agustín[+430]: “Cada uno obre en esto según ledicte su fe piadosamente; pues noaltercaron Zaqueo y el Centurión por reci-bir uno, gozoso, al Señor, y por decir elotro: No soy digno de que entres bajo mitecho. Los dos glorificaron al Salvador, aun-que no de una misma manera” [ML 33,201].Con todo, el amor y la esperanza, a los quesiempre nos invita la Escritura, son prefe-ribles al temor. Por eso, al decir Pedro“apártete de mí, Señor, que soy hombrepecador”, responde Jesús: “No temas”» (ib.ad 3m).

Durante muchos siglos prevaleció en laIglesia, incluso en los ambientes más fer-vorosos, la comunión poco frecuente, soloen algunas fiestas señaladas del Añolitúrgico, o la comunión mensual o se-manal, con el permiso del confesor. Yesta tendencia se acentuó aún más,hasta el error, con el Jansenismo. Poreso, sin duda, uno de los actos más im-portantes del Magisterio pontificio enla historia de la espiritualidad es eldecreto de 20 de diciembre de 1905. Enél San Pío X recomienda, bajo determi-nadas condiciones, la comunión frecuen-te y diaria, saliendo en contra de la po-sición jansenista.

«El deseo de Jesucristo y de la Iglesia de quetodos los fieles se acerquen diariamente al sa-grado convite se cifra principalmente en quelos fieles, unidos con Dios por medio delsacramento, tomen de ahí fuerza para re-primir la concupiscencia, para borrar lasculpas leves que diariamente ocurren, ypara precaver los pecados graves a que lafragilidad humana está expuesta; pero noprincipalmente para mirar por el honor yreverencia del Señor, ni para que ello seapaga o premio de las virtudes de quienescomulgan. De ahí que el santo Concilio deTrento llama a la eucaristía «antídoto conque nos libramos de las culpas cotidianasy nos preservamos de los pecados morta-les». Según esto:

«1. La comunión frecuente y cotidiana...esté permitida a todos los fieles de Cristo decualquier orden y condición, de suerte quea nadie se le puede impedir, con tal que estéen estado de gracia y se acerque a la sagradamesa con recta y piadosa intención.

«2. La recta intención consiste en que quiense acerca a la sagrada mesa no lo haga porrutina, por vanidad o por respetos huma-nos, sino para cumplir la voluntad de Dios,unirse más estrechamente con Él por la ca-ridad, y remediar las propias flaquezas ydefectos con esa divina medicina.

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«3. Aun cuando conviene sobremanera quequienes reciben frecuente y hasta diaria-mente la comunión estén libres de pecadosveniales, por lo menos de los plenamentedeliberados, y del apego a ellos, basta sinembargo que no tengan culpas mortales,con propósito de no pecar más en adelan-te...

«4. Ha de procurarse que a la sagrada co-munión preceda una diligente preparación yle siga la conveniente acción de gracias, se-gún las fuerzas, condición y deberes decada uno.

«5. Debe pedirse consejo al confesor. Pro-curen, sin embargo, los confesores no apar-tar a nadie de la comunión frecuente o co-tidiana, con tal que se halle en estado degracia y se acerque con rectitud de inten-ción» (Denz 1981/3375 - 1990/3383).

Parece claro que en la grave cues-tión de la comunión frecuente, la ma-yor tentación de error es hoy la actitudlaxista, y no el rigorismo jansenista,siendo una y otro graves errores. En-tre ambos extremos de error, la doc-trina de la Iglesia católica, expresadaen el decreto de San Pío X, permane-ce vigente. Hoy «la Iglesia recomien-da vivamente a los fieles recibir la san-ta eucaristía los domingos y los díasde fiesta, o con más frecuencia aún,incluso todos los días» (Catecismo1389).

La oración post-comunión«Cuando se ha terminado de distri-

buir la comunión, el sacerdote y losfieles, si se juzga oportuno, puedenorar un rato recogidos. O si se prefie-re, puede también cantar toda laasamblea un himno, un salmo o algúnotro canto de alabanza» (OGMR 56j).La práctica devocional de la Iglesia hadado siempre una importancia muy no-table a este tiempo de oración después de

la comunión. Esa «conveniente acciónde gracias», de que hablaba San Pío X,es un momento muy especial de gra-cia. Por eso es aconsejable realizarlafielmente, bien sea en ese momentode silencio, inmediato a la comunión,o bien después de finalizada la misa.

Es lo que la Iglesia recomienda: para quelos fieles «puedan perseverar más fácilmen-te en esta acción de gracias, que de modoeminente se tributa a Dios en la misa, se re-comienda a los que han sido alimentadoscon la sagrada comunión que permanezcanalgún tiempo en oración» (Eu-charisticummysterium 38).

Después de ese tiempo, más o me-nos largo, «en la oración después de lacomunión, el sacerdote ruega para que seobtengan los frutos del misterio celebra-do» (OGMR 56k). Estos frutos son in-cesantemente indicados y pedidos enlas oraciones de postcomunión. Enefecto, si hacemos una lectura segui-da de postcomuniones de la misa, ire-mos conociendo claramente cuálesson los frutos normales de la partici-pación eucarística, pues lo que pide laIglesia en esas oraciones, con toda con-fianza y eficacia, coincide precisamen-te con lo que el Señor quiere dar en laliturgia de la misa. Esto es lo propio detoda oración litúrgica, que realiza loque pide.

Veamos, a modo de ejemplo, algunas peti-ciones incluidas en postcomuniones de domin-gos del Tiempo Ordinario: «te suplicamos lagracia de poder servirte llevando una vidasegún tu voluntad» (1). «Alimentados conel mismo pan del cielo, permanezcamosunidos en el mismo amor» (2). «Cuantoshemos recibido tu gracia vivificadora, nosalegremos siempre de este don admirableque nos haces» (3). «Que el pan de vidaeterna nos haga crecer continuamente enla fe verdadera» (4). «Concédenos vivir tanunidos en Cristo, que fructifiquemos con

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gozo para la salvación del mundo» (5).«Busquemos siempre las fuentes de dondebrota la vida verdadera» (6). «Alcanzar undía la salvación eterna, cuyas primicias noshas entregado en estos sacramentos» (7; in-tención frecuente: +20, 26, 30, 31). «Sanenuestras maldades y nos conduzca por elcamino del bien» (10). «Que esta comuniónen tus misterios, Señor, expresión de nues-tra unión contigo, realice la unidad de tuIglesia» (11). «Condúcenos a perfección tanalta, que en todo sepamos agradarte» (21).«Fortalezca nuestros corazones y nos mue-va a servirte en nuestros hermanos» (22).«Sea su fuerza, no nuestro sentimiento,quien mueva nuestra vida» (24). «Nostransformemos en lo que hemos recibido»(27). «Nos hagas participar de su naturale-za divina» (28). «Aumente la caridad en to-dos nosotros» (33). «No permitas que nosseparemos de ti» (34). «Encontrar la saluddel alma y del cuerpo en el sacramento quehemos recibido» (Trinidad).

Éstos y otros preciosos efectos que laIglesia pide con audacia y confianzaen la oración postcomunión –comotambién en la oración colecta y la delofertorio– son los que la eucaristíacausa de suyo en nosotros, si no pone-mos impedimento a la acción de Cris-to en ella (+Catecismo, frutos de la co-munión: 1391-1398).

Comunión y santidad«Si no coméis la carne del Hijo del

hombre y no bebéis su sangre, no tendréisvida en vosotros. El que come mi carne ybebe mi sangre tiene la vida eterna y yole resucitaré el último día» (Jn 6,53-54).La cosa es clara: la santificación cristia-na tiene forma eucarística. Es así, al me-nos ordinariamente, como ha queridoCristo santificarnos. Y nosotros nopodemos santificar-nos según nues-tros gustos o inclinaciones –es absur-do–, sino según Cristo ha dispuestohacerlo, y nos lo ha dicho. Sólo él es

«Santo y fuente de toda santidad» (PEII).

En realidad, no es posible nuestra san-tificación sin verdaderos milagros de lagracia. ¿Cómo, si no, podríamos librar-nos de pecados, defectos o imperfec-ciones tan arraigados en nuestra per-sonalidad? San Juan de la Cruz nosmuestra claramente que la purifica-ción activa del cristiano no puede al-canzar la perfecta santidad, «hasta queDios lo hace en él, habiendose él pasi-vamente» (I Noche 7,5). Pues bien, aun-que nosotros hemos de realizar actosal comulgar, sobre todo de fe y deamor –en cuanto ello nos sea posible–, lo cierto es que de la comunión pue-de decirse, más o menos, lo que elDoctor místico afirma de la contem-plación: en ella «Dios es el agente y elalma es la paciente»; y el alma está«como el que recibe y como en quiense hace, y Dios como el que da y comoel que en ella hace» (Llama 3,32).

La comunión eucarística es, pues, unmomento privilegiado para esos milagrosde la gracia que necesitamos. Cristo enella, con todo el poder de su pasióngloriosa y de su resurrección admira-ble, nos concede ir muriendo a los pe-cados del hombre viejo, e ir renacien-do a las virtudes del hombre nuevo.Es en la eucaristía donde, por obra delEspíritu Santo, el pan y el vino se con-vierten en cuerpo y sangre de Cristo,y donde igualmente, por obra del Es-píritu Santo, los hombres carnales setransforman en hombres espirituales,cada vez más configurados a Cristo.

Los santosy la comunión eucarística

Sólo los santos conocen y viven ple-namente la vida cristiana. Y, concreta-

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mente, sólo los santos veneran como sedebe el gran sacramento de la eucaristía.Por eso en esto, como en todo, noso-tros hemos de tomarles como maes-tros. Santo Tomás de Aquino, porejemplo, según declaran en el proce-so de canonización sus compañeros,«omni die celebrabat missam cumlacrymis» (n.49), sobre todo a la horade comulgar (n.15). Y también San Ig-nacio de Loyola lloraba con frecuen-cia en la misa (Diario espiritual 14).No-sotros, hombres de poca fe, no llo-ramos, pues apenas sabemos lo quehacemos cuando asistimos a la misa.Son los santos, realmente, los que en-tienden, en fe y amor, qué es lo que enla misa están haciendo, o mejor, quéestá haciendo en ella la Trinidad san-tísima. Por eso han de ser ellos los quenos enseñen a celebrar el sacrificioeuca-rístico y a recibir en la comuniónel cuerpo y la sangre de Cristo.

San Francisco de Asís, siendo diácono,pocos años antes de morir, escribe una Car-ta a los clérigos, en la que confiesaconmovedoramente toda la grandeza delministerio eucarístico que desempeñan. Yen su Carta a toda la Orden reitera las mis-mas exhortaciones: «Así, pues, besándooslos pies y con la caridad que puedo, os su-plico a todos vosotros, hermanos, que tri-butéis toda reverencia y todo el honor, en fin,cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo ysangre de nuestro Señor Jesucristo, en quientodas las cosas que hay en cielos y tierrahan sido pacificadas y reconciliadas con elDios omnipotente [+Col 1,20]» (12-13). Él,personalmente, «ardía de amor en sus en-trañas hacia el sacramento del cuerpo delSeñor, sintiéndose oprimido y anonadadopor el estupor al considerar tan estimabledignación y tan ardentísima caridad. Repu-taba un grave desprecio no oír, por lo me-nos cada día, a ser posible, una misa. Co-mulgaba muchísimas veces, y con tanta de-voción, que infundía fervor a los presentes.

Sintiendo especial reverencia por el Sacra-mento, digno de todo respeto, ofrecía el sa-crificio de todos sus miembros, y al recibiral Cordero sin mancha, inmolaba el espíri-tu con aquel sagrado fuego que ardía siem-pre en el altar de su corazón» (II Celano201).

Es un dato cierto que los santos, mu-chas veces, han recibido precisamente enla comunión eucarística gracias especia-lísimas, decisivas en su vida.

Recordemos, por ejemplo, a Santa Tere-sa de Jesús. Ella, cuando no era costumbre,«cada día comulgaba, para lo cual la veía[esta testigo] prepararse con singular cui-dado, y después de haber comulgado estarlargos ratos muy recogida en oración, ymuchas veces suspendida y elevada enDios» (Ana de los Angeles: Bibl. Míst.Carm. 9,563).

Las más altas gracias de su vida, y con-cretamente el matrimonio espiritual, fueronrecibidas por Santa Teresa en la eucaristía.Ella misma afirma que fue en una comu-nión cuando llegó a ser con Cristo, en elmatrimonio, «una sola carne»: «Un día, aca-bando de comulgar, me pareció verdadera-mente que mi alma se hacía una cosa conaquel cuerpo sacratísimo del Señor» (Cuen-ta conciencia 39; +VII Moradas 2,1). Y Tere-sa encuentra a Jesús en la comunión resu-citado, glorioso, lleno de inmensa majestad:«No hombre muerto, sino Cristo vivo, y daa entender que es hombre y Dios, no comoestaba en el sepulcro, sino como salió de éldespués de resucitado. Y viene a veces contran grande majestad que no hay quienpueda dudar sino que es el mismo Señor,en especial en acabando de comulgar, queya sabemos que está allí, que nos lo dice lafe. Represéntase tan Señor de aquella po-sada que parece, toda deshecha el alma, seve consumir en Cristo» (Vida 28,8).

Otros santos ha habido que vivíanalimentándose sólamente con el Paneucarístico, es decir, con el cuerpo deCristo. En esos casos milagrosos ha

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querido Dios manifestarnos, en unaforma extrema, hasta qué punto tieneCristo capacidad en la eucaristía de«darnos vida y vida sobreabundante»(Jn 10,10).

El Beato Raimundo de Capua, dominico,que fue unos años director espiritual deSanta Catalina de Siena, refiere de ella que«siguiendo pasos casi increíbles, poco a poco,pudo llegar al ayuno absoluto. En efecto, lasanta virgen recibía muchas veces devota-mente la santa comunión, y cada vez obte-nía de ella tanta gracia que, mortificados lossentidos del cuerpo y sus inclinaciones,sólo por virtud del Espíritu Santo su almay su cuerpo estaban igualmente nutridos.De esto puede concluir el hombre de feque su vida era toda ella un milagro... Yo mis-mo he visto muchas veces aquelcuerpecillo, alimentado sólo con algún vasode agua fría, que... sin ninguna dificultadse levantaba antes, caminaba más lejos y seafanaba más que los que la acompañabany que estaban sanos; ella no conocía el can-sancio... Al comienzo, cuando la virgen co-menzó a vivir sin comer, fray Tommaso, suconfesor, le preguntó si sentía alguna vezhambre, y ella respondió: “Es tal la sacie-dad que me viene del Señor al recibir suvenerabilísimo Sacramento, que no puedode ninguna manera sentir deseo por comi-da alguna”» (Legenda Maior: Santa Catalinade Siena II,170-171).

El hambre de Cristo en la eucaristía era aveces en Santa Catalina torturante. Perocuando comulgaba quedaba a veces absor-ta en Dios durante horas o días. Una vez«su confesor, que le había visto tan encen-dida de cara mientras le daba el Sacramen-to, le preguntó qué le había ocurrido, y ellale respondió: “Padre, cuando recibí devuestras manos aquel inefable Sacramento,perdí la luz de los ojos y no vi nada más;más aún, lo que vi hizo tal presa en mí queempecé a considerar todas las cosas, no so-lamente las riquezas y los placeres del cuer-po, sino también cualquier consolación ydeleite, aun los espirituales, semejantes a un

estiércol repugnante. Por lo cual pedía yrogaba, a fin de que aquellos placeres tam-bién espirituales me fuesen quitados mien-tras pudiese conservar el amor de mi Dios.Le rogaba también que me quitase toda vo-luntad y me diera sólo la suya. Efectiva-mente, lo hizo así, porque me dio como res-puesta: Aquí tienes, dulcísima hija mía, tedoy mi voluntad”... Y así fue, porque,como lo vimos los que estábamos cerca deella, a partir de aquel momento, en cual-quier circunstancia, se contentó con todoy nunca se turbó» (ib. 190).

Los santos han cuidado mucho lapreparación espiritual para comulgar,ayudándose para ello de la confesión sa-cramental, y encareciendo ésta tanto omas que aquélla. En la Regla propia desanta Clara, por ejemplo, dispone lasanta: «Confiésense al menos doce ve-ces al año... y comulguen siete veces»(III,12.14). El laxismo actual en el usode la eucaristía lleva a lo contrario, acomulgar muchas veces, no confesan-do sino muy de tarde en tarde.

Atengámonos al Magisterio apostó-lico y a la enseñanza de los santos entodo, pero muy especialmente ennuestra vida eucarística, tema grave yaltísimo. Son los santos, expertos en elamor de Cristo, y especialísima-men-te la Virgen María, quienes podránenseñarnos y ayudarnos a comulgar.Ellos son los que de verdad conoceny entienden la locura de amor realiza-da por Cristo, cuando él responde conla eucaristía a la petición de sus discí-pulos: «quédate con nosotros» (Lc24,29). Así Santa Catalina:

«¡Oh hombre avaricioso! ¿Qué te ha de-jado tu Dios? Te dejó a sí mismo, todo Diosy todo hombre, oculto bajo la blancura delpan. ¡Oh fuego de amor! ¿No era suficien-te habernos creado a imagen y semejanzatuya, y habernos vuelto a crear por la gra-cia en la sangre de tu Hijo, sin tener que

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darnos en comida a todo Dios, esencia divi-na? ¿Quién te ha obligado a esto? Sola lacaridad, como loco de amor que eres» (Ora-ciones y soliloquios 20).

IV. RITO DE CONCLUSIÓN

Saludo y bendición. -Despedida y misión.

La inclusión es una forma poética,por la que el final vuelve al principio.No es rara en los salmos, por ejemplo,en el 102, que empieza y termina di-ciendo: «Bendice, alma mía, al Señor».También ocurre así en la misa.

Saludo y bendiciónAl finalizar la misa, en efecto, se

vuelve al saludo de su comienzo:–«El sacerdote, extendiendo las manos,

saluda al pueblo diciendo: El Señor esté convosotros; a lo que el pueblo responde: Y contu espíritu».

Y si la celebración se inició en elnombre de la santísima Trinidad y enel signo de la cruz, también en esteNombre y signo va a concluirse:

«En seguida el sacerdote añade: «la ben-dición de Dios todopoderoso –haciendo aquí laseñal + de la bendición–, Padre, Hijo y Espí-ritu Santo, descienda sobre vosotros». Y todosresponden «Amén».

El sacerdote aquí no pide que la ben-dición de Dios descienda «sobre noso-tros», no. Lo que hace –si realiza la li-turgia católica– es transmitir, con la efi-cacia y certeza de la liturgia, una bendi-ción, que Cristo finalmente concede a supueblo. De tal modo que, así como el

Señor, al despedirse de sus discípulosen el momento de su ascensión, «alzósus manos y los bendijo; y mientras losbendecía, se separó de ellos y fue lle-vado al cielo» (Lc 24,50-51), así ahora,por medio del sacerdote que le re-pre-senta, el Señor bendice al pueblo cris-tiano, que se ha congregado en la eu-caristía para celebrar el memorial de«su pasión salvadora, y de su admira-ble resurrección y ascensión al cielo,mientras espera su venida gloriosa»(PE III).

Despedida y misiónLa palabra misa, que procede de

missio (misión, envío, despedida), yadesde el siglo IV viene siendo uno delos nombres de la eucaristía. En efec-to, la celebración de la eucaristía termi-na con el envío de los cristianos al mun-do. Y no se trata aquí tampoco de unasimple exhortación, «vayamos enpaz», apenas significativa, sino dealgo más importante y eficaz. En efec-to, así como Cristo envía a sus discípu-los antes de ascender a los cielos –«idpor todo el mundo y predicad el evan-gelio a toda criatura» (Mc 16,15)–,ahora el mismo Cristo, al concluir laeucaristía, por medio del sacerdoteque actúa en su nombre y le visibiliza,envía a todos los fieles, para que vuel-van a su vida ordinaria, y en ella anun-cien siempre la Buena Noticia con pa-labras y más aún con obras.

–«Podéis ir en paz».

–«Demos gracias a Dios».

Entonces el sacerdote, según costumbre,venera el altar [como al principio de lamisa] con un beso y, hecha la debida reve-rencia, se retira» (OGMR 124-125).

La misa ha terminado.

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ta, para salvarnos del pecado y darnosvida divina. De Cristo nos viene,pues, juntamente, la capacidad de mo-rir a la vida vieja, y la posibilidad derecibir la vida nueva y santa. De Él nosviene esta gracia, y no sólo como ejem-plo, sino como impulso que íntima-mente nos mueve y vivifica.

Ahora bien, siendo la misa actuali-zación del misterio pascual, es en ellafundamentalmente donde participa-mos de la muerte y resurrección delSalvador. Por tanto, de la eucaristía flu-ye, como de su fuente, toda la vida cris-tiana, la personal y la comunitaria. «To-das las obras de la vida cristiana se re-lacionan con ella, proceden de ella y aella se ordenan» (OGMR 1).

Esto nos hace concluir que la espiri-tualidad cristiana ha de arraigarse siem-pre y cada vez más en la eucaristía. Quie-re Dios que haya en la Iglesia diver-sas espiritualidades, en referencia a unsanto fundador, a un cierto estado devida, a un servicio de caridad predo-minante. Pero, en todo caso, será ex-céntrica cualquier espiritualidad cris-tiana concreta que no tenga su centroen el sacrificio de la Nueva Alianza. Y,pasando ya del plano teórico al de loshechos, habrá que reconocer que hayespiritualidades concretas más o menoscentradas en la eucaristía. Las más cen-tradas en el sacrificio eucarístico sonlas más perfectas, las más conformesa la revelación y a la tradición; las me-nos centradas son las más deficientes.Éstas, al extremo, pueden ser simple-mente una falsificación del cristianis-mo.

Eucaristía y vida sacramentalEl concilio Vaticano II nos enseña

que todos los sacramentos «están unidos

5Fuente

y cumbreComenzábamos nuestro escrito afir-

mando con la Iglesia que «la celebra-ción de la misa es el centro de toda lavida cristiana» (OGMR 1). Volvamos,pues, sobre este tema, una vez que he-mos analizado y contemplado las di-versas partes de la eucaristía.

Eucaristía y vida cristianaEn todo momento de gracia, el cristia-

no, muriendo al hombre viejo carnal, viveel hombre nuevo espiritual. Si un cris-tiano perdona, mata en sí el deseo devenganza y vive la misericordia deCristo. Si da una limosna, muere alegoísmo y vive la caridad del Espíri-tu Santo. Si se priva de un placer pe-caminoso, toma la cruz y sigue a Cris-to. Y así sucede «cada día», en todos ycada uno de los instantes de la vidacristiana: muerte y vida, cruz y resu-rrección. No se puede participar de lavida divina sin inmolar al Señorsacrificialmente toda la vida humana,en cuanto está marcada por el pecado:sentimientos y afectos, memoria, en-tendimiento y voluntad. San Juan dela Cruz es, quizá, quien más profun-damente ha explicado este misterio.

Esto significa que toda la vida cristia-na es una participación en el misteriopascual de Cristo, que muere y resuci-

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con la eucaristía y a ella se ordenan,pues en la sagrada eucaristía se con-tiene todo el bien espiritual de la Igle-sia, Cristo mismo, nuestra Pascua ypan vivo, que por su carne vivificaday vivificante en el Espíritu Santo, davida a los hombres» (PO 5b).

Todos los sacramentos contienen la graciaque significan, y la confieren a los fieles quelos reciben con buena disposición. «Pero enla eucaristía está el autor mismo de la san-tidad» (Trento: Denz 876/1639). Y en todosy cada uno de los sacramentos –bautismo,penitencia, etc.–, participa el cristiano de lapasión de Cristo, muriendo al pecado, y desu gloriosa resurrección, renaciendo y vi-viendo a la vida santa de la gracia.

Eucaristía y Liturgia de las Horas«La “obra de la redención de los

hombres y de la perfecta glorificaciónde Dios” (SC 5b) es realizada por Cris-to en el Espíritu Santo por medio desu Iglesia no sólo en la celebración dela eucaristía y en la administración delos sacramentos, sino también, con pre-ferencia a los modos restantes, cuan-do se celebra la Liturgia de las Horas.En ella, Cristo está presente en laasamblea congregada, en la palabra deDios que se proclama y “cuando laIglesia suplica y canta salmos” (SC7a)» (Ordenación general de la Liturgiade las Horas 13).

–Preparación a la eucaristía. Pues bien, se-gún nos enseña la Iglesia, «la celebracióneucarística halla una preparación magnífica enla Liturgia de las Horas, ya que ésta suscitay acrecienta muy bien las disposiciones queson necesarias para celebrar la eucaristía,como la fe, la esperanza, la caridad, la de-voción y el espíritu de abnegación» (ib. 12).

–Extensión de la eucaristía. Y, por otra par-te, «la Liturgia de las Horas extiende a los dis-tintos momentos del día la alabanza y la ac-

ción de gracias [de la eucaristía], así como elrecuerdo de los misterios de la salvación,las súplicas y el gusto anticipado de la glo-ria celeste, que se nos ofrecen en el miste-rio eucarístico, “centro y cumbre de todala vida de la comunidad cristiana”» (ib.).

El Misal de los fielesEstimamos sumamente recomendable

el uso habitual del Misal de los fieles. Élpone en nuestras manos las maravi-llosas oraciones del Ordinario de lamisa, especialmente las PlegariasEucarísticas, y cada día nos ofrece laslecturas bíblicas, las oraciones varia-bles, que van celebrando, con distin-tas tonalidades, el Año del Señor, susgrandes misterios, las fiestas de lossantos.

Es tal la riqueza del Misal en doctri-na y espiritualidad, que apenas puedeser asimilada, si sólo en el momentode la celebración, entra el fiel en con-tacto con las oraciones y lecturas,anáforas, antífonas y aclamaciones.Sin embargo, la espiritualidad de loscristianos, sin duda alguna, debe bus-car y encontrar en el Misal y en lasHoras las fuentes más preciosas dedonde mana inagotablemente el Espí-ritu de Jesucristo y de su Iglesia.

En los años de la renovación litúrgica queprecedieron al concilio Vaticano II se difun-dieron abundantemente entre los fieles losMisales manuales, normalmente bilingües.Ellos ayudaron mucho a los fieles a parti-cipar en la eucaristía. Pero después del Con-cilio, una vez traducida la liturgia a las len-guas vernáculas, el uso de esos Misales hadisminuido notablemente. Es, por tanto,muy deseable que todos los hogares cristia-nos tengan un Misal de fieles, como debentener la Biblia o el Catecismo de la Iglesia.Y los utilicen, claro.

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El culto de la eucaristíafuera de la misa

El pueblo cristiano, con sus pastoresal frente, al paso de los siglos, ha idoprestando un culto siempre creciente ala eucaristía fuera de la misa: oraciónante el Sagrario, exposiciones en laCustodia, procesiones, Horas santas,visitas al Santísimo, asociaciones deAdoración nocturna o perpetua, etc.Esto lo ha ido haciendo la Iglesia, bajola guía del Espíritu Santo, que nosconduce «hacia la verdad plena» (+Jn14,26; 16,13). Con toda verdad di-joCristo del Espíritu Santo: «Él me glo-rificará» (Jn 16,14).

Recordemos en esto la enseñanza delCatecismo de la Iglesia Católica:

«El culto de la Eucaristía. En la liturgia dela misa expresamos nuestra fe en la presen-cia real de Cristo bajo las especies de pany de vino, entre otras maneras,arrodillándonos o inclinándonos profunda-mente en señal de adoración al Señor. “LaIglesia católica ha dado y continúa dandoeste culto de adoración que se debe al sa-cramento de la Eucaristía no solamente du-rante la misa, sino también fuera de su ce-lebración: conservando con el mayor cui-dado las hostias consagradas, presentándo-las a los fieles para que las veneren con so-lemnidad, llevándolas en procesión”(Mysterium fidei)» (1378).

«Es grandemente admirable que Cristohaya querido hacerse presente en su Igle-sia de esta singular manera. Puesto queCristo iba a dejar a los suyos bajo su formavisible, quiso darnos su presencia sacramen-tal; puesto que iba a ofrecerse en la cruzpor nuestra salvación, quiso que tuviéra-mos el memorial del amor con que nos ha-bía amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), has-ta el don de su vida. En efecto, en su pre-sencia eucarística permanece misteriosa-mente en medio de nosotros como quien

nos amó y se entregó por nosotros (+Gál2,20), y se queda bajo los signos que expre-san y comunican este amor:

«“La Iglesia y el mundo tienen una grannecesidad del culto eucarístico. Jesús nos es-pera en este sacramento del amor. No es-catimemos tiempo para ir a encontrarlo enla adoración, en la contemplación llena defe y abierta a reparar las faltas graves y de-litos del mundo. No cese nunca nuestraadoración” ([Juan Pablo II], Dominicae cenae3)» (1380).

Todo hace pensar que si Dios le con-cede a un cristiano la gracia de la co-munión diaria, querrá concederletambién la gracia de adorarle diaria-mente, en una oración más o menosprolongada, ante el sagrario.

La eucaristía,«prenda de la gloria futura»

«¡Oh sagrado banquete (o sacrumconvivium), en que Cristo es nuestracomida; se celebra el memorial de supasión; el alma se llena de gracia, y senos da la prenda de la gloria futura!».Como dice esta antigua oración de laIglesia, la eucaristía es, en efecto, comodice esta antigua oración de la Iglesia, «laanticipación de la gloria celestial» (Ca-tecismo 1402). Es la reunión con Diosy la comunión con los santos. Es, pues,el cielo en la tierra. O si se quiere, esel punto eclesial de tangencia entre laesfera celestial y la esfera terrestre.

El mismo Cristo quiso que la Cenaeucarística fuera entendida tambiéncomo prenda anticipadora del ban-quete celestial, «hasta que llegue elreino de Dios» (Lc 22,18; +Mt 26,29;+Mc 14,25). Por eso, «cada vez que laIglesia celebra la Eucaristía recuerdaesta promesa, y su mirada se dirigehacia “el que viene” (Ap 1,4). Y en su

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oración, implora su venida: “Maránathá” (1Cor 16,22), “Ven, Señor Jesús”(Ap 22,20), “que tu gracia venga y queeste mundo pase” (Dídaque 10,6)» (Ca-tecismo 1403).

Cada vez que nos reunimos en la eucaristíadebe avivarse en nosotros el deseo del cielo,pues la celebramos «mientras esperamos lagloriosa venida de nuestro Salvador Jesu-cristo» (oración después del Padrenuestro;+Tit 2,13). Con frecuencia las oraciones dela misa, especialmente las postcomuniones,piden que cuantos celebran aquí la eucaris-tía, lleguen a participar «en el banquete delReino de los cielos». La eucaristía, pues, escomo una puerta abierta al más allá celes-tial. Por eso en ella pedimos al Padre en-trar «en tu reino, donde esperamos gozartodos juntos de la plenitud eterna de tugloria; allí enjugarás las lágrimas de nues-tros ojos, porque, al contemplarte como túeres, Dios nuestro, seremos para siempresemejantes a ti y cantaremos eternamentetus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro»(PE III, en misa por difuntos).

«La creación entera hasta ahoragime y siente dolores de parto, y nosólo ella, sino también nosotros, quetenemos las primicias del Espíritu, ge-mimos dentro de nosotros mismos,suspirando por la adopción, por la re-dención de nuestro cuerpo. Porque esen esperanza como estamos salvados»(Rm 8,22-24). Pues bien, en este tiem-po de prueba, paciente y esperanzado,la eucaristía es la anticipación y laprenda más segura de «los cielos nue-vos y la tierra nueva» (2Pe 3,13), allídonde, finalmente, «Dios será todo entodas las cosas» (1Cor 15,28).

María y la eucaristíaSabemos que, después de la ascen-

sión de nuestro Señor Jesucristo, laVirgen María fue «acogida en la casa»

del apóstol San Juan (Jn 19,27). Comotambién sabemos que los apóstolescomenzaron a celebrar la eucaristía apartir de Pentecostés. Esto nos hace,por tanto, suponer con base muy cier-ta que la santísima Virgen participóen la eucaristía cuantas veces pudohasta el momento de su asunción a loscielos.

La Virgen María es, pues, indudable-mente el modelo perfecto de participaciónen la misa. Nadie como ella ha vividola liturgia eucarística como actualiza-ción del sacrificio de la cruz. Nadie hareconocido como ella la presencia deJesús en los fieles congregados en suNombre. Nadie como ella ha distin-guido la voz de su hijo divino en la li-turgia de la Palabra. Nadie ha hechosuyas las oraciones, alabanzas y súpli-cas de la misa con tanta fe y esperan-za, con tanto amor como la VirgenMaría. Nadie en la misa se ha ofreci-do con Cristo al Padre de modo tantotal a como ella lo hacía. Nadie hacomulgado el cuerpo de Cristo, ni elmayor de los santos, con el amor de laVirgen Madre. Nadie ha suplicado lapaz y la unidad de la santa Iglesia conla apasionada confianza de la Virgenen la misericordia de Dios providente.Nadie, en toda la historia de la Iglesia,ha estado en la misa tan atenta, tanhumilde y respetuosa, tan encendidaen oración y en amor, como la Madrede la divina gracia.

Conviene, pues, que tomemos a la Vir-gen María como modelo y como interce-sora para adentrarnos más en el miste-rio eucarístico. Oigamos la Palabra«con la fe de María». Elevemos al Pa-dre la atrevida oración de los fieles«con la esperanza de María». Acer-quémonos a comulgar «con el amor

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de María». Que sea ella, la que estuvoal pie de la Cruz, la que, con la pacien-cia propia de las madres, nos enseñea participar más y mejor en la santamisa, sacrificio de la Nueva Alianza.

I APÉNDICE

Textoseucarísticosprimitivos

En el libro de los Hechos, San Lucasatestigua la asidua celebración de laeucaristía en Jerusalén: los que habíancreído, «perseveraban en escuchar laenseñanza de los apóstoles y en la co-munidad de vida, en la fracción delpan y en las oraciones» (Hch 2,42). El«día primero de la semana» (20,7) erael día más apropiado para la celebra-ción de la eucaristía.

De las formas en que ésta se celebra-ba tenemos huellas muy valiosas.Además de la breve descripción de laeucaristía que nos ofrece San Pablohacia el año 55, en 1 Corintios 10,16-17.21; 11,20-34, y a la que ya nos hemosreferido más arriba, tenemos otras re-laciones de textos muy antiguos.

La Doctrina de los doce apóstoles(Dídaque) (70?)

La Dídaque o Doctrina de los doceapóstoles, escrita quizá hacia el año 70,

es uno de los más antiguos documen-tos cristianos extrabíblicos. En ella serecogen algunas plegarias de carácterplenamente eucarístico, en las que sedescriben usos y formas litúrgicas yavigentes.

«Respecto a la acción de gracias (eucaris-tía), daréis las gracias de esta manera.

«Primeramente, sobre el cáliz: Te damosgracias, Padre santo, por la santa viña deDavid, tu siervo, la que nos has reveladopor Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria porlos siglos.

«Luego, sobre el trozo de pan: Te damosgracias, Padre nuestro, por la vida y la cien-cia que nos revelaste por medio de Jesús,tu siervo. A ti la honra por los siglos.

«Como este pan partido estaba antes dis-perso por los montes y, recogido, se ha he-cho uno, así sea reunida tu Iglesia de los con-fines de la tierra en tu reino. Porque tuyaes la gloria y el poder por Jesucristo en lossiglos.

«Pero que nadie coma ni beba de vuestraeucaristía sin estar bautizado en el nombredel Señor, pues de esto dijo el Señor: “Nodeis lo santo a los perros” [Mt 7,6].

«Y después de que os hayáis saciado, dadasí las gracias:

«Te damos gracias, Padre santo, por tu san-to Nombre, que hiciste que habitara ennuestros corazones; y por el conocimientoy la fe y la inmortalidad que nos manifes-taste por Jesús, tu siervo. A ti la gloria porlos siglos.

«Tú, Señor omnipotente, creaste todas lascosas por tu Nombre, y diste a los hombrescomida y bebida para su disfrute. Mas anosotros nos hiciste gracia de comida y be-bida espiritual y de vida eterna por tu Sier-vo. Ante todo, te damos gracias porqueeres poderoso. A ti la gloria por los siglos.

«Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para li-brarla de todo mal y para perfeccionarla entu caridad. Y reúnela de los cuatro vientos,ya santificada, en tu reino, que le tienes

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preparado. Porque tuyo es el poder y lagloria por los siglos.

«Venga la gracia y pase este mundo. Ho-sanna al Dios de David. El que sea santoque se acerque. El que no lo sea, que hagapenitencia. Marán athá. Amén.

«A los profetas permitidles que den gra-cias cuantas quieran (Did. 9-10).

«Reunidos cada día del Señor, partid elpan y dad gracias, después de haber confesa-do vuestros pecados, para que vuestro sacri-ficio sea puro. Todo aquel, sin embargo,que tenga contienda con su compañero, nose reuna con vosotros hasta tanto no se ha-yan reconciliado, a fin de que no se profa-ne vuestro sacrificio. Pues éste es el sacri-ficio del que dijo el Señor: “En todo lugary en todo tiempo se me ha de ofrecer unsacrificio puro, dice el Señor, porque soy yoRey grande, y mi nombre es admirable en-tre las naciones” [+Mal 1,11-14]» (Díd. 14).

San Justino (+163)El filósofo samaritano Justino, con-

vertido al cristianismo, escribe haciael 153 su I Apología en defensa de loscristianos, dirigida al emperadorAntonino Pío, al Senado y al puebloromano. Y en Roma selló su testimo-nio con su sangre. En ese texto halla-mos una primera descripción de lamisa, muy semejante, al menos en suslíneas fundamentales, a la misa actual.

«Nosotros, después de haber bautizado alque ha creído y se ha unido a nosotros [bau-tismo y comunión eclesial], le llevamos alos llamados hermanos, allí donde están re-unidos, para rezar fervorosamente las ora-ciones comunes por nosotros mismos, porel que acaba de ser iluminado y por todoslos otros esparcidos por todo el mundo, su-plicando se nos conceda, ya que hemos co-nocido la verdad, ser hallados por nuestrasobras hombres de buena conducta, y cum-plidores de los mandamientos, de suerteque consigamos la salvación eterna. Acaba-

das las preces, nos saludamos mutuamen-te con el ósculo de paz. Seguidamente, alque preside entre los hermanos, se le pre-senta pan y una copa de agua y de vino.Cuando lo ha recibido, alaba y glorifica alPadre del universo por el nombre de suHijo y por el Espíritu Santo, y pronunciauna larga acción de gracias, por habernosconcedido esos dones que de Él nos vie-nen. Y cuando el presidente ha terminadolas oraciones y la acción de gracias, todo elpueblo presente aclama, diciendo: “Amén”.“Amén” significa, en hebreo, “Así sea”. Yuna vez que el presidente ha dado graciasy todo el pueblo ha aclamado, los que en-tre nosotros se llaman diáconos dan a cadauno de los presentes a participar del pan, y delvino y del agua sobre los que se dijo la ac-ción de gracias, y también lo llevan a los au-sentes (I Apol. 65).

«Este alimento se llama entre nosotroseucaristía; de la que a nadie es lícito partici-par, sino al que [1] cree que nuestra doctri-na es verdadera, y que [2] ha sido purifi-cado con el baño que da el perdón de lospecados y la regeneración, y que [3] vivecomo Cristo enseñó. Porque estas cosas nolas tomamos como pan común ni bebidaordinaria, sino que así como Jesucristo,nuestro Salvador, hecho carne por virtuddel Verbo de Dios, tuvo carne y sangre pornuestra salvación; así se nos ha enseñadoque, por virtud de la oración al Verbo quede Dios procede, el alimento sobre el quefue dicha la acción de gracias –alimento deque, por transformación, se nutren nues-tra sangre y nuestra carne– es la carne y lasangre de aquel mismo Jesús encarnado. Pueslos apóstoles, en los Recuerdos por elloscompuestos llamados Evangelios, nos trans-mitieron que así les había sido mandado,cuando Jesús, habiendo tomado el pan ydado gracias, dijo: «Haced esto en memo-ria de mí; éste es mi cuerpo» [Lc 22,19; 1Cor11,24], y que, habiendo tomado del mismomodo el cáliz y dado gracias, dijo: «Ésta esmi sangre» [Mt 26,27]; y que sólo a ellos lesdio parte» (66).

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Síntesis de la Eucaristía66

«Nosotros, por tanto, después de estaprimera iniciación, recordamos constante-mente entre nosotros estas cosas, y los quetenemos, socorremos a todos los abandona-dos, y nos asistimos siempre unos a otros.Y por todas las cosas de las cuales nos ali-mentamos, bendecimos al Creador de todo pormedio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu San-to. Y el día llamado del sol [el domingo] setiene una reunión en un mismo sitio de to-dos los que habitan en las ciudades o en loscampos, y se leen, en cuanto el tiempo lopermite, los Recuerdos de los apóstoles o lasescrituras de los profetas. Luego, cuando ellector ha acabado, el que preside exhorta eincita de palabra a la imitación de estosbuenos ejemplos. Después nos levantamostodos a una y elevamos nuestras preces; y,como antes dijimos, cuando hemos termi-nado de orar, se presenta pan, vino y agua,y el que preside eleva a Dios, según sus po-sibilidades, oraciones y acciones de gracias, yel pueblo aclama diciendo el “Amén”. Se-guidamente viene la distribución y participa-ción, que se hace a cada uno, de los alimen-tos consagrados por la acción de gracias, ya los ausentes se les envía por medio de losdiáconos. Los que tienen y quieren, cadauno según su libre voluntad, dan lo que bienles parece, y lo recogido se entrega al presi-dente, y él socorre de ello a los huérfanosy las viudas, a los que por enfermedad opor cualquier otra causa se hallan abando-nados, y a los encarcelados, a los foraste-ros de paso, y, en una palabra, él cuida decuantos padecen necesidad. Y celebramosesta reunión general el día del sol, puesto quees el día primero, en el cual Dios, transfor-mando las tinieblas y la materia, creó el mun-do, y el día también en que Jesucristo, nues-tro Salvador, resucitó de entre los muertos.Pues un día antes del día de Saturno [sá-bado] lo crucificaron y un día después delde Saturno, que es el día del sol, se apare-ció a los apóstoles y discípulos, y nos en-señó estas cosas que he propuesto a vues-tra consideración» (67).

San Ireneo (130?-200?)El obispo de Lión, sede primada de

las Galias, San Ireneo, mártir, ve la eu-caristía como el sacrificio de Cristoque la Iglesia ofrece siempre el Padre.

«Cristo tomó el pan, que es algo de lacreación, y dio gracias, diciendo: “Esto esmi cuerpo”. Y de la misma manera afirmóque el cáliz, que es de esta nuestra creaciónterrena, era su sangre. Y enseñó la nuevaoblación del Nuevo Testamento, la cual, re-cibiéndola de los apóstoles, la Iglesia ofre-ce en todo el mundo a Dios» (Adversushaereses 4,17,5).

Traditio apostolica (215?)El canon eucarístico más antiguo

que se conoce es el que se expone enla Traditio apostolica, documento escri-to probablemente en Roma por SanHipólito (+235). Esta anáfora, de nota-ble plenitud teológica, muy antigua yvenerable, y que muestra una tradi-ción litúrgica anterior, tuvo gran in-flujo en las liturgias de Occidente eincluso de Oriente. En ella está inspi-rada actualmente la Plegariaeucarística II. Y también siguen su pau-ta las otras plegarias eucarísticas, porejemplo, en el solemne diálogo inicialdel prefacio.

«Ofrézcanle los diáconos [al ordenadoobispo] la oblación, y él, imponiendo lasmanos sobre ella con todos los presbíteros,dando gracias, diga: “El Señor con vosotros”. Y todos digan: “Y con tu espíritu”. “Arri-ba los corazones”. “Los tenemos ya elevadoshacia el Señor”. “Demos gracias al Señor”.“Esto es digno y justo”. Y continúe así:

«Te damos gracias, ¡oh Dios!, por medio detu amado Hijo, Jesucristo, que nos envias-te en los últimos tiempos como salvador yredentor nuestro, y como anunciador de tuvoluntad. Él es tu Verbo inseparable, porquien hiciste todas las cosas y en el que te

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has complacido. Tú lo enviaste desde el cie-lo al seno de una virgen, y habiendo sidoconcebido, se encarnó y se mostró comoHijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y dela Virgen. Él, cumpliendo tu voluntad yconquistándote tu pueblo santo, extendiósus manos, padeciendo para librar del su-frimiento a los que creyeron en ti. El cual,habiéndose entregado voluntariamente a lapasión para destruir la muerte, romper lascadenas del demonio, humillar al infierno,iluminar a los justos, cumplirlo todo y ma-nifestar la resurrección, mostrando el pany dándote gracias, dijo: “Tomad, comed.Éste es mi cuerpo, que por vosotros serádestrozado”. Del mismo modo, tomó el cá-liz, diciendo: “Ésta es mi sangre, que porvosotros es derramada. Cuando hacéis esto,hacedlo en memoria mía”.

«Recordando, pues, su muerte y su resu-rrección, te ofrecemos este pan y este cáliz,dándote gracias porque nos tuviste por dig-nos de estar en tu presencia y de servirtecomo sacerdotes.

«Y te pedimos que envíes tu Espíritu San-to sobre la oblación de la santa Iglesia. Re-uniéndolos en uno, da a todos los santosque la reciben que sean llenos del EspírituSanto, para confirmación de la fe en la ver-dad, a fin de que te alabemos y glorifi-quemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tugloria y tu honor con el Espíritu Santo enla santa Iglesia, ahora y por los siglos de lossiglos. Amén» (4).

–La comunión primera de los neófitos. «To-das estas cosas el obispo las explicará a losque reciben [por primera vez] la comunión.Cuando parte el pan, al presentar cada tro-zo, dirá: “El pan del cielo en Cristo Jesús”.Y el que lo recibe responderá: “Amén”. Sino hay presbíteros suficientes para ofrecerlos cálices, intervengan los diáconos, aten-tos a observar perfectamente el orden; elprimero sostenga el caliz del agua; el segun-do, el de la leche, y el tercero, el del vino.Los comulgantes gusten de cada uno de loscálices (21).

–La comunión ordinaria de los domingos.

«Los domingos, si es posible, el obispo dis-tribuirá de su propia mano [la comunión]a todo el pueblo, mientras que los diáconosy los presbíteros partirán el pan. Luego eldiácono ofrecerá la eucaristía y la patena alsacerdote; éste las recibirá, las tomará en susmanos para luego distribuirlas a todo elpueblo. Los demás días se comulgará si-guiendo las instrucciones del obispo» (22).

–La comunión realizada privadamente encasa. «Todos los fieles tengan cuidado detomar la eucaristía antes de que comancualquier otro alimento...Y cuídese que nola tome un infiel, ni un ratón ni otro ani-mal, y de que nadie la vuelque ni la derra-me, ni la pierda. Siendo el Cuerpo de Cris-to, que será comido por los creyentes, nodebe ser menospreciado» (37). «También elcáliz bendito en el nombre del Señor se re-cibe como sangre de Cristo. Por eso nadadebe ser derramado... Si tú lo menospre-cias, serás tan responsable de la sangre ver-tida como aquél que no valora el precio porel que fue adquirido» (38).

Orígenes (185-253)Asceta y gran teólogo, lleva Oríge-

nes a su apogeo la escuela de Alejan-dría, y sufre diversos tormentos en lapersecución de Decio. Este gran doc-tor venera de modo semejante la pre-sencia eucarística de Cristo en el Pany en la Palabra:

«Conocéis vosotros, los que soléis asistira los divinos misterios, cómo cuando reci-bís el cuerpo del Señor, lo guardáis contoda cautela y veneración, para que no secaiga ni un poco de él, ni desaparezca algodel don consgrado. Pues os creéis reos, yrectamente por cierto, si se pierde algo deél por negligencia. Y si empleáis, y con ra-zón, tanta cautela para conservar su cuer-po, ¿cómo juzgáis cosa menos impía haber des-cuidado su palabra que su cuerpo?» (SobreÉxodo, hom. 13,3).

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Síntesis de la Eucaristía68

San Cipriano (210-258)El obispo de Cartago, San Cipriano,

mártir, halla siempre para la Iglesia enel sacrificio eucarístico la fuente detoda fortaleza y unidad.

La misa es el sacrificio de la cruz. «Si Cris-to Jesús, Señor y Dios nuestro, es sumo sa-cerdote de Dios Padre, y el primero que seofreció en sacrificio al Padre, y prescribióque se hiciera esto en memoria de sí, nohay duda que cumple el oficio de Cristoaquel sacerdote que reproduce lo que Cris-to hizo, y entonces ofrece en la Iglesia aDios Padre el sacrificio verdadero y pleno,cuando ofrece a tenor de lo que Cristo mis-mo ofreció» (Carta 63,14). «Y ya que hace-mos mención de su pasión en todos los sa-crificios, pues la pasión del Señor es el sacri-ficio que ofrecemos, no debemos hacer otracosa que lo que Él hizo» (63,17). La euca-ristía, pues, consiste en «ofrecer la oblacióny el sacrificio» (12,2; +37,1; 39,3).

La celebración es diaria. «Todos los díascelebramos el sacrificio de Dios» (57,3).

La plegaria eucarística ha de ser sobria.«Cuando nos reunimos con los hermanosy celebramos los divinos sacrificios con elsacerdote de Dios, no proferimos nuestrasoraciones con descompasadas palabras, nilanzamos en torrente de palabrería la peti-ción que debemos confiar a Dios con todamodestia» (De oratione dominica 4).

La comunión es la mejor preparación parael martirio, y por eso debe llevarse a los con-fesores que en la cárcel se disponen a con-fesar su fe (Carta 5,2). «Se echa encima unalucha más dura y feroz, a la que se debenpreparar los soldados de Cristo con una feincorrupta y una virtud acérrima, conside-rando que para eso beben todos los días elcáliz de la sangre de Cristo, para poder de-rramar a su vez ellos mismos la sangre porCristo» (58,1).

Los pecadores públicos no deben ser recibi-dos en la eucaristía. No han de ser recibidosa ella los que no están reconciliados y en

paz con la Iglesia, ni han hecho penitencia,ni han recibido la imposición de manos delobispo o del clero (Carta 15,1; 16,2; 17,2).

Eusebio de Cesarea (265?-340?)Nacido y educado en Cesarea, de la

que fue obispo, Eusebio, afectado porel arrianismo, es autor de importantesobras doctrinales e históricas. En el si-guiente texto refleja la profunda uni-dad que la Iglesia antigua descubreentre la eucaristía litúrgica y el sacri-ficio espiritual de toda vida cristianafiel.

«Nosotros enseñamos que, en vez de losantiguos sacrificios y holocaustos, fue ofre-cida a Dios la venida en carne de Cristo yel cuerpo a Él adaptado. Y ésta es la buenanueva que se anuncia a su Iglesia, como ungran misterio... Nosotros hemos recibidociertamente el mandato de celebrar en la mesa[eucarística] la memoria de este sacrificio pormedio de los símbolos de su cuerpo y de susalvadora sangre, según la institución del Nue-vo Testamento... Y así todas estas cosas pre-dichas por inspiración divina desde anti-guo, se celebran actualmente en todas lasnaciones, gracias a las enseñanzas evangé-licas de nuestro Salvador... Sacrificamos,por consiguiente, al Dios supremo un sa-crificio de alabanza; sacrificamos el sacrifi-cio inspirado por Dios, venerado y sagra-do; sacrificamos de un modo nuevo, segúnel Nuevo Testamento, “el sacrificio puro”,y se ha dicho: “mi sacrificio es un espírituquebrantado”; y “un corazón quebrantadoy humillado Tú no los desprecias” [Sal50,19]... “Suba mi oración como incienso entu presencia” [140,2].

«Por consiguiente, no sólo sacrificamos,sino que también quemamos incienso. Unasveces, celebrando la memoria del gran sacri-ficio, según los misterios que nos han sidoconfiado por Él, y ofreciendo a Dios, pormedio de piadosos himnos y oraciones, laacción de gracias [eucaristía] por nuestra

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José María Iraburu 69

salvación. Otras veces, sometiéndonos a no-sotros mismos por completo a Él, y consa-grándonos en cuerpo y alma a su Sacerdo-te, el Verbo mismo. Por eso procuramosconservar para Él el cuerpo puro e inma-culado de toda deshonestidad, y le entre-gamos el alma purificada de toda pasión ymancha proveniente de la maldad, y lehonramos piadosamente con pensamientossinceros, con sentimientos no fingidos ycon la profesión de la verdad. Pues se nosha enseñado que estas cosas les son másgratas que multitud de hostias sacrificadascon sangre, humo y olor a víctima quema-da [+Is 1,11] (Demostración evangélica 1,10).

En cuanto al sacrificio eucarístico, «de lamisma manera que nuestro Salvador y Se-ñor en persona, el primero, después todoslos sacerdotes procedentes de Él, cumplien-do el espiritual ministerio sacerdotal, segúnlos ritos eclesiásticos, por todas las nacionesexpresan con pan y vino los misterios de sucuerpo y de su salvadora sangre. Y estas co-sas las vio ya de antemano Mel-quisedec,en el divino Espíritu, pues él usó de figu-ras de las cosas que habían de suceder, se-gún lo atestigua la Escritura de Moisés, di-ciendo: “Y Melquisedec, rey de Salén, pre-sentó panes y vino; y era sacerdote del DiosAltísimo, y bendijo a Abraham” [Gén14,18ss]. Con razón, pues, sólo a Aquél queha sido manifestado “el Señor le ha juradoy no se arrepiente: Tú eres sacerdote eter-no, según el rito de Melqui-sedec” [Sal109,4]» (ib. 5,3).

San Atanasio (295-373)Obispo de Alejandría, doctor de la

Iglesia, San Atanasio hubo de sufrirvarios exilios y muchas persecuciones,como gran defensor de la fe católicaen Cristo, contra los errores de losarrianos.

«Nosotros no estamos ya en tiempo desombras, y ahora no inmolamos un corde-ro material, sino aquel verdadero Cordero quefue inmolado, nuestro Señor Jesucristo, el que

fue conducido al matadero como una ove-ja, sin que dijera palabra ante el matarife[+Is 53,7], purificándonos así con su precio-sa sangre, que habla mucho más que la deAbel [+Heb 12,24] (Carta 1,9).

«Nosotros nos alimentamos con el pan de lavida, y deleitamos siempre nuestra alma consu preciosa sangre, como si fuera una fuen-te. Y, sin embargo, siempre estamos ardien-do de sed. Y Él mismo está presente en losque tienen sed, y por su benignidad llamaa la fiesta a aquellos que tienen entrañas se-dientas: “Si alguno tiene sed, venga a mí ybeba” [Jn 7,37]» (Carta 5,1).

II APÉNDICE

Ordinariode la Misa

Nota.-En el texto que sigue se usan es-tos signos: – habla el sacerdote; > habla elpueblo, o el pueblo con el sacerdote; ( ) esacción optativa, p.ej., (incienso); (+) haymás fórmulas alternativas.

Ritos iniciales

Reunido el pueblo, el sacerdote vacon los ministros al altar, mientras seentona el canto de entrada, lo besa (in-cienso) y va a la sede.

CRUZ - TRINIDAD–En el nombre del Padre, + y del

Hijo, y del Espíritu Santo.>Amén

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Síntesis de la Eucaristía70

.SALUDO–El Señor esté con vosotros.(La gracia de nuestro Señor Jesucris-

to, el amor del Padre y la comunióndel Espíritu Santo estén con todos vo-sotros). (+)

>Y con tu espíritu. (+)

ACTO PENITENCIAL–Hermanos: Para celebrar digna-

mente estos sagrados misterios, reco-nozcamos nuestros pecados. (+)

>Yo confieso ante Dios todopodero-so y ante vosotros, hermanos, que hepecado mucho de pensamiento, pala-bra, obra y omisión. Por mi culpa (gol-peándose el pecho), por mi culpa, pormi gran culpa.

Por eso ruego a Santa María, siem-pre Virgen, a los ángeles, a los santosy a vosotros, hermanos, que interce-dáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

–Dios todopoderoso tenga miseri-cordia de nosotros, perdone nuestrospecados y nos lleve a la vida eterna.

>Amén.SEÑOR–Señor, ten piedad.>Señor, ten piedad.–Cristo, ten piedad.>Cristo, ten piedad.–Señor, ten piedad.>Señor, ten piedad.

GLORIA>Gloria a Dios en el cielo, y en la

tierra paz a los hombres que ama elSeñor. Por tu inmensa gloria te alaba-mos, te bendecimos, te adoramos, teglorificamos, te damos gracias, SeñorDios, Rey celestial, Dios Padre todo-poderoso.

Señor, Hijo único, Jesucristo. SeñorDios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;tú que quitas el pecado del mundo,ten piedad de nosotros; tú que quitasel pecado del mundo, atiende nuestrassúplicas; tú que estás sentado a la de-recha del Padre, te piedad de nosotros;porque sólo tú eres Santo, sólo tú Se

ñor, sólo tú Altísimo, Jesucristo,con el Espíritu Santo en la gloria de

Dios Padre.>Amén.

ORACIÓN COLECTA–Oremos (silencio):«Oh Dios, fuente de todo bien, escu-

cha sin cesar nuestras súplicas, y con-cédenos, inspirados por ti, pensar loque es recto y cumplirlo con tu ayu-da» (Dom. 10 T.O.) Por nuestro SeñorJesucristo, tu Hijo, que vive y reinacontigo en la unidad del Espíritu San-to, y es Dios por los siglos de los siglos.

>Amén.

Liturgia de la Palabra

En el ambón.

LECTURA O LECTURAS–Palabra de Dios.>Te alabamos, Señor.

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José María Iraburu 71

SALMO INTERLECCIONAL

EVANGELIO–El Señor esté con vosotros.>Y con tu espíritu.–Lectura del santo Evangelio según

San N.>Gloria a ti, Señor.Una vez leído:–Palabra del Señor.>Gloria a ti, Señor Jesús.

HOMILÍA

CREDO>Creo en Dios Padre todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra, detodo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo,Hijo único de Dios, nacido del Padreantes de todos los siglos: Dios de Dios,Luz de Luz, Dios verdadero de Diosverdadero, engendrado, no creado, dela misma natu-raleza del Padre, porquien todo fue hecho; que por noso-tros, los hombres, y por nuestra salva-ción bajó del cielo, y por obra del Es-píritu Santo se encarnó de María, laVirgen, y se hizo hombre; y por nues-tra causa fue crucificado en tiemposde Poncio Pilato; padeció y fue sepul-tado, y resucitó al tercer día, según lasEscrituras, y subió al cielo, y está sen-tado a la derecha del Padre; y de nue-vo vendrá con gloria para juzgar a vi-vos y muertos, y su reino no tendráfin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor ydador de vida, que procede del Padre

y del Hijo, que con el Padre y el Hijorecibe una misma adoración y gloria,y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, san-ta, católica y apostólica. Confieso quehay un solo bautismo para el perdónde los pecados. Espero la resurrecciónde los muertos y la vida del mundofuturo. (+)

Amén.

ORACIÓN DE LOS FIELESEl sacerdote inicia a la oración, y él

u otro ora, ordinariamente por estasintenciones:

–por la Iglesia,–por los gobernantes y por el mun-

do,–por necesidades de particulares–y por la comunidad local.El sacerdote termina con una ora-

ción conclusiva.

Liturgia eucarística

A - Preparación de los dones

En el altar.

PAN–Bendito seas, Señor, Dios del uni-

verso, por este pan, fruto de la tierray del trabajo del hombre, que recibi-mos de tu generosidad y ahora te pre-sentamos; él será para nosotros pande vida.

>Bendito seas por siempre, Señor.

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Síntesis de la Eucaristía72

El sacerdote mezcla con el vino unpoco de agua, diciendo en secreto:

–El agua unida al vino sea signo denuestra participación en la vida divi-na de quien ha querido compartirnuestra condición humana.

VINO–Bendito seas Señor, Dios del uni-

verso, por este vino, fruto de la vid ydel trabajo del hombre, que recibimosde tu generosidad y ahora te presen-tamos; él será para nosotros bebida desalvación.

>Bendito seas por siempre, Señor.

SÚPLICA DEL SACERDOTE (en se-creto)

–Acepta, Señor, nuestro corazóncontrito y nuestro espíritu humilde;que éste sea hoy nuestro sacrificio yque sea agradable en tu presencia, Se-ñor, Dios nuestro.

(Incienso sobre las ofrendas)

LAVABOEl sacerdote se lava las manos, di-

ciendo en secreto:–Lava del todo mi delito, Señor, lim-

pia mi pecado.

SÚPLICA DE TODOS–Orad, hermanos, para que este sa-

crificio, mío y vuestro, sea agradablea Dios, Padre todopoderoso. (+)

>El Señor reciba de tus manos estesacrificio, para alabanza y gloria de su

nombre, para nuestro bien y el detoda su santa Iglesia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFREN-DAS

–«Acepta, Señor, estas ofrendas enlas que vas a realizar con nosotros unadmirable intercambio, pues al ofre-certe los dones que tú mismo nos dis-te, esperamos merecerte a ti mismocomo premio» (29 dicm.). Por Jesucris-to nuestro Señor.

>Amén.

Plegarias eucarísticas

Iª Plegaria

PREFACIO–El Señor esté con vosotros.>Y con tu espíritu.–Levantemos el corazón.>Lo tenemos levantado hacia el Se-

ñor.–Demos gracias al Señor, nuestro

Dios.>Es justo y necesario.

SANTO - HOSANNA>Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del Universo. Llenos están el cie-lo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo. Bendito el queviene en el nombre del Señor. Hosan-na en el cielo.

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José María Iraburu 73

PRESENTACIÓN DE DONES–Padre misericordioso, te pedimos

humildemente por Jesucristo, tu Hijo,nuestro Señor, que aceptes y bendigasestos + dones, este sacrificio santo ypuro que te ofrecemos, ante todo, portu Iglesia santa y católica, para que leconcedas la paz, la protejas, la congre-gues en la unidad y la gobiernes en elmundo entero, con tu servidor elPapa N., con nuestro Obispo N., y to-dos los demás obispos que, fieles a laverdad, promueven la fe católica yapostólica.

INTERCESIONES–VIVOS–Acuérdate, Señor, de tus hijos N. y

N. y de todos los aquí reunidos, cuyafe y entrega bien conoces; por ellos ytodos los suyos, por el perdón de suspecados y la salvación que esperan, teofrecemos, y ellos mismos te ofrecen,este sacrificio de alabanza, a ti, eternoDios, vivo y verdadero.

-BIENAVENTURADOS–Reunidos en comunión con toda la

Iglesia, veneramos la memoria, antetodo, de la gloriosa siempre VirgenMaría, Madre de Jesucristo, nuestroDios y Señor; la de su esposo, San José;la de los santos apoóstoles y mártiresPedro y Pablo, Andrés, [Santiago yJuan, Tomás, Santiago, Felipe,Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo;Lino, Cleto, Clemente, Sixto,Cornelio, Cipriano, Lorenzo,Crisógono, Juan y Pablo,Cosme yDamián,] y la de todos los santos; porsus méritos y oraciones concédenos entodo tu protección.

PRESENTACIÓN DE DONES–Acepta, Señor, en tu bondad, esta

ofrenda de tus siervos y de toda tu fa-milia santa; ordena en tu paz nuestrosdías, líbranos de la condenación eter-na y cuéntanos entre tus elegidos.

INVOCACIÓN–Bendice y santifica, oh Padre, esta

ofrenda, haciéndola perfecta, espiri-tual y digna de ti, de manera que seapara nosotros Cuerpo y Sangre de tuHijo amado, Jesucristo, nuestro Señor.

RELATO - CONSAGRACIÓN–El cual, la víspera de su Pasión,

tomó pan en sus santas y venerablesmanos, y, elevando los ojos al cielo,hacia ti, Dios, Padre suyo todopodero-so, dando gracias te bendijo, lo partió,y lo dio a sus discípulos, diciendo:

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL,PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUESERÁ ENTREGADO POR VOSO-TROS.

Del mismo modo, acabada la cena,tomó este cáliz glorioso en sus santoasy venerables manos, dando gracias tebendijo, y lo dio a sus discípulos, di-ciendo:

TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL,PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MISANGRE, SANGRE DE LA ALIAN-ZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁDERRAMADA POR VOSOTROS YPOR TODOS LOS HOMBRES PARAEL PERDÓN DE LOS PECADOS.

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Síntesis de la Eucaristía74

Haced esto en conmemoración mía.

–Éste es el sacramento de nuestra fe.(+)

>Anunciamos tu muerte, proclama-mos tu resurrección. ¡Ven, Señor Je-sús! (+)

MEMORIAL - OFRENDA–Por eso, Padre, nosotros, tus sier-

vos, y todo tu pueblo santo, al celebrareste memorial de la muerte gloriosa deJesucristo, tu Hijo, nuestro Señor; desu santa resurrección del lugar de losmuertos y de su admirable ascensióna los cielos,

te ofrecemos, Dios de gloria y majes-tad, de los mismos bienes que nos hasdado, el sacrificio puro, inmaculado ysanto; pan de vida eterna y cáliz deeterna salvación.

Mira con ojos de bondad esta ofren-da y acéptala, como aceptaste los do-nes del justo Abel, el sacrificio deAbrahán, nuestro padre en la fe, y laoblación pura de tu sumo sacerdoteMelquisedec.

Te pedimos humildemente, Dios to-dopoderoso, que esta ofrenda sea lle-vada a tu presencia hasta el altar delcielo, por manos de tu ángel, para quecuantos recibimos el Cuerpo y la San-gre de tu Hijo, al participar aquí deeste altar, seamos colmados de graciay bendición.

INTERCESIONES–DIFUNTOS–Acuérdate también, Señor, de tus

hijos N. y N., que nos han precedidocon el signo de la fe y duermen ya el

sueño de la paz. A ellos, Señor, y acuantos descansan en Cristo, concé-deles el lugar de la luz y de la paz.

–BIENAVENTURADOSY a nosotros, pecadores, siervos tu-

yos, que confiamos en tu infinita mi-sericordia, admítenos en la asambleade los santos apóstoles y mártires Juanel Bautista, Esteban, Matías y Bernabé,[Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pe-dro, Felicidad y Perpetua, Agueda,Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia,] y detodos los santos; y acéptanos en sucompañía, no por nuestros méritos,sino conforme a tu bondad.

Por Cristo, Señor nuestro, por quiensigues creando todos los bienes, lossantificas, los llenas de vida, los ben-dices, y los repartes entre nosotros.

DOXOLOGÍA–Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios

Padre omnipotente, en la unidad delEspíritu Santo, todo honor y toda glo-ria por los siglos de los siglos.

>Amén.

IIª Plegaria

PREFACIO–El Señor esté con vosotros.>Y con tu espíritu.–Levantemos el corazón.>Lo tenemos levantado hacia el Se-

ñor.–Demos gracias al Señor, nuestro

Dios.>Es justo y necesario.

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José María Iraburu 75

–En verdad es justo y necesario, esnuestro deber y salvación, darte gra-cias, Padre santo, siempre y en todolugar, por Jesucristo, tu Hijo amado.

Por él, que es tu Palabra, hiciste to-das las cosas; tú nos lo enviaste paraque, hecho hombre por obra del Espí-ritu Santo y nacido de María, la Vir-gen, fuera nuestro Salvador y Reden-tor.

Él, en cumplimiento de tu voluntad,para destruir la muerte y manifestarla resurrección, extendió sus brazosen la cruz, y así adquirió para ti unpueblo santo.

Por eso, con los ángeles y los santos,proclamamos tu gloria, diciendo:

SANTO - HOSANNA>Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del Universo. Llenos están el cie-lo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo. Bendito el queviene en el nombre del Señor. Hosan-na en el cielo.

ALABANZA–Santo eres en verdad, Señor, fuen-

te de toda santidad;

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SAN-TO (1ª)

–por eso te pedimos que santifiquesestos dones con la efusión de tu Espí-ritu, de manera que sean para noso-tros Cuerpo y + Sangre de Jesucristo,nuestro Señor.

RELATO - CONSAGRACIÓN–El cual, cuando iba a ser entregado

a su Pasión, voluntariamente acepta-da, tomó pan, dándote gracias, lo par-tió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL,PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUESERÁ ENTREGADO POR VOSO-TROS.

Del mismo modo, tomó el cáliz lle-no del fruto de la vid, te dio gracias ylo pasó a sus discípulos, diciendo:

TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL,PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MISANGRE, SANGRE DE LA ALIAN-ZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁDERRAMADA POR VOSOTROS YPOR TODOS LOS HOMBRES PARAEL PERDÓN DE LOS PECADOS.

Haced esto en conmemoración mía.

–Éste es el sacramento de nuestra fe.(+)

>Anunciamos tu muerte, proclama-mos tu resurrección. ¡Ven, Señor Je-sús! (+)

MEMORIAL - OFRENDA–Así, pues, Padre, al celebrar ahora

el memorial de la muerte y resurrec-ción de tu Hijo,

te ofrecemos el pan de vida y el cá-liz de salvación, y te damos graciasporque nos haces dignos de servirteen tu presencia.

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SAN-TO (2ª)

–Te pedimos humildemente que elEspíritu Santo congregue en la unidada cuantos participamos del Cuerpo ySangre de Cristo.

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Síntesis de la Eucaristía76

INTERCESIONES–VIVOS–Acuérdate, Señor, de tu Iglesia ex-

tendida por toda la tierra; y con elPapa N., con nuestro obispo N. y to-dos los pastores que cuidan de tu pue-blo, llévala a su perfección por la ca-ridad.

–DIFUNTOSAcuérdate también de nuestros her-

manos que durmieron en la esperan-za de la resurrección, y de todos losque han muerto en tu misericordia;admítelos a contemplar la luz de turostro.

–BIENAVENTURADOSTen misericordia de todos nosotros,

y así, con María, la Virgen Madre deDios, los apóstoles y cuantos vivieronen tu amistad a través de los tiempos,merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,compartir la vida eterna y cantar tusalabanzas.

DOXOLOGÍA–Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios

Padre omnipotente, en la unidad delEspíritu Santo, todo honor y toda glo-ria por los siglos de los siglos.

>Amén.

IIIª Plegaria

PREFACIO–El Señor esté con vosotros.>Y con tu espíritu.–Levantemos el corazón.

>Lo tenemos levantado hacia el Se-ñor.

–Demos gracias al Señor, nuestroDios.

>Es justo y necesario.

SANTO - HOSANNA>Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del Universo. Llenos están el cie-lo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo. Bendito el queviene en el nombre del Señor. Hosan-na en el cielo.

ALABANZA–Santo eres en verdad, Padre, y con

razón te alaban todas tus criaturas, yaque por Jesucristo, tu Hijo, Señornuestro, con la fuerza del EspírituSanto, das vida y santificas todo, ycongregas a tu pueblo sin cesar, paraque ofrezca en tu honor un sacrificiosin mancha desde donde sale el solhasta el ocaso.

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SAN-TO (1ª)

–Por eso, Padre, te suplicamos quesantifiques por el mismo Espíritu es-tos dones que hemos separado para ti,de manera que sean Cuerpo y + San-gre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señornuestro, que nos mandó celebrar estosmisterios.

RELATO - CONSAGRACIÓN–Porque él mismo, la noche en que

iba a ser entregado, tomó pan, y dan-do gracias te bendijo, lo partió y lo dioa sus discípulos, diciendo:

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José María Iraburu 77

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL,PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUESERÁ ENTREGADO POR VOSO-TROS.

Del mismo modo, tomó el cáliz lle-no del fruto de la vid, te dio gracias ylo pasó a sus discípulos, diciendo:

TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL,PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MISANGRE, SANGRE DE LA ALIAN-ZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁDERRAMADA POR VOSOTROS YPOR TODOS LOS HOMBRES PARAEL PERDÓN DE LOS PECADOS.

Haced esto en conmemoración mía.

–Éste es el sacramento de nuestra fe.(+)

>Anunciamos tu muerte, proclama-mos tu resurrección. ¡Ven, Señor Je-sús! (+)

MEMORIAL - OFRENDA–Así, pues, Padre, al celebrar ahora

el memorial de la pasión salvadora detu Hijo, de su admirable resurreccióny ascensión al cielo, mientras espera-mos su venida gloriosa,

te ofrecemos, en esta acción de gra-cias, el sacrificio vivo y santo.

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SAN-TO (2ª)

–Dirige tu mirada sobre la ofrendade tu Iglesia, y reconoce en ella la Víc-tima por cuya inmolación quisiste de-volvernos tu amistad, para que, forta-lecidos con el Cuerpo y la Sangre detu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo,

formemos en Cristo un solo cuerpo yun solo espíritu.

INTERCESIONES–BIENAVENTURADOS–Que él nos transforme en ofrenda

permanente, para que gocemos de tuheredad junto con tus elegidos; conMaría, la Virgen Madre de Dios, losapóstoles y los mártires, [San N., san-to del día o patrono] y todos los san-tos, por cuya intercesión confiamosobtener siempre tu ayuda.

–VIVOSTe pedimos, Padre, que esta Víctima

de reconciliación traiga la paz y la sal-vación al mundo entero. Confirma enla fe y en la caridad a tu Iglesia, pere-grina en la tierra; a tu servidor, el PapaN., a nuestro obispo N., al ordenepiscopal, a los presbíteros y diáconos,y a todo el pueblo redimido por ti.

Atiende los deseos y súplicas de estafamilia que has congregado en tu pre-sencia.

Reúne en torno a ti, Padre miseri-cordioso, a todos tus hijos dispersospor el mundo.

–DIFUNTOSA nuestros hermanos difuntos y a

cuantos murieron en tu amistad recí-belos en tu reino, donde esperamosgozar todos juntos de la plenitud eter-na de tu gloria.

DOXOLOGÍA–Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios

Padre omnipotente, en la unidad delEspíritu Santo, todo honor y toda glo-ria por los siglos de los siglos.

>Amén.

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Síntesis de la Eucaristía78

IVª Plegaria

PREFACIO–El Señor esté con vosotros.>Y con tu espíritu.–Levantemos el corazón.>Lo tenemos levantado hacia el Se-

ñor.–Demos gracias al Señor, nuestro

Dios.>Es justo y necesario.–En verdad es justo darte gracias, y

deber nuestro glorificarte, Padre san-to, porque tú eres el único Dios vivoy verdadero, que existes desde siem-pre y vives para siempre, luz sobretoda luz.

Porque tú solo eres bueno y la fuen-te de la vida, hiciste todas las cosaspara colmarlas de tus bendiciones yalegrar su multitud con la claridad detu gloria.

Por eso, innumerables ángeles en tupresencia, contemplando la gloria detu rostro, te sirven siempre y te glori-fican sin cesar. Y con ellos tambiénnosotros, llenos de alegría, y por nues-tra voz las demás criaturas, aclama-mos tu nombre cantando:

SANTO - HOSANNA>Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del Universo. Llenos están el cie-lo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo. Bendito el queviene en el nombre del Señor. Hosan-na en el cielo.

ALABANZA–Te alabamos, Padre santo, porque

eres grande y porque hiciste todas lascosas con sabiduría y amor.

A imagen tuya creaste al hombre yle encomendaste el universo entero,para que, sirviéndote sólo a ti, suCreador, dominara todo lo creado.

Y cuando por desobediencia perdiótu amistad, no lo abandonaste al po-der de la muerte, sino que, compade-cido, tendiste la mano a todos, paraque te encuentre el que te busca.

Reiteraste, además, tu alianza a loshombres; por los profetas los fuistellevando con la esperanza de salva-ción.

Y tanto amaste al mundo, Padresanto, que, al cumplirse la plenitud delos tiempos, nos enviaste como salva-dor a tu único Hijo.

El cual se encarnó por obra del Es-píritu Santo, nació de María, la Vir-gen, y así compartió en todo nuestracondición humana menos en el peca-do; anunció la salvación a los pobres,la liberacióna los oprimidos y a losafligidos el consuelo.

Para cumplir tus designios, él mis-mo se entregó a la muerte, y, resuci-tando, destruyó la muerte y nos dionueva vida.

Y porque no vivamos ya para noso-tros mismos, sino para él, que por no-sotros murió y resucitó, envió, Padre,al Espíritu Santo como primicia paralos creyentes, a fin de santificar todaslas cosas, llevando a plenitud su obraen el mundo.

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INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SAN-TO (1ª)

–Por eso, Padre, te rogamos que estemismo Espíritu santifique estas ofren-das, para que sean Cuerpo y + Sangrede Jesucristo, nuestro Señor, y así ce-lebremos el gran misterio que nos dejócomo alianza eterna.

RELATO - CONSAGRACIÓN–Porque él mismo, llegada la hora

en que había de ser glorificado por ti,Padre santo, habiendo amado a los su-yos que estaban en el mundo, los amóhasta el extremo.

Y, mientras cenaba con sus discípu-los, tomó pan, te bendijo, lo partió yse lo dio, diciendo:

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL,PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUESERÁ ENTREGADO POR VOSO-TROS.

Del mismo modo, tomó el cáliz lle-no del fruto de la vid, te dio gracias ylo pasó a sus discípulos, diciendo:

TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL,PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MISANGRE, SANGRE DE LA ALIAN-ZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁDERRAMADA POR VOSOTROS YPOR TODOS LOS HOMBRES PARAEL PERDÓN DE LOS PECADOS.

Haced esto en conmemoración mía.–Éste es el sacramento de nuestra fe.

(+)>Anunciamos tu muerte, proclama-

mos tu resurrección. ¡Ven, Señor Je-sús! (+)

MEMORIAL - OFRENDAPor eso, Padre, al celebrar ahora el

memorial de nuestra redención, recor-damos la muerte de Cristo y su des-censo al lugar de los muertos, procla-mamos su resurrección y ascensión atu derecha;

y mientras esperamos su venida glo-riosa, te ofrecemos su Cuerpo y San-gre, sacrificio agradable a ti y salva-ción para todo el mundo.

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SAN-TO (2ª)

–Dirige tu mirada sobre esta Vícti-ma que tú mismo has preparado a tuIglesia, y concede a cuantos compar-timos este pan y este cáliz, que, con-gregados en un solo cuerpo por el Es-píritu Santo, seamos en Cristo víctimaviva para alabanza de tu gloria.

INTERCESIONES–VIVOS–Y ahora, Señor, acuérdate de todos

aquellos por quienes te ofrecemos estesacrificio: de tu servidor el Papa N., denuestro obispo N., del orden episcopaly de los presbíteros y diáconos, de losoferentes y de los aquí reunidos, detodo tu pueblo santo y de aquellosque te buscan con sincero corazón.

–DIFUNTOSAcuérdate también de los que mu-

rieron en la paz de Cristo y de todoslos difuntos, cuya fe sólo tú conocis-te.

–BIENAVENTURADOSPadre de bondad, que todos tus hi-

jos nos reunamos en la heredad de tu

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reino, con María, la Virgen Madre deDios, con los apóstoles y los santos; yallí, junto con toda la creación libre yadel pecado y de la muerte, te glorifi-quemos por Cristo, Señor nuestro, porquien concedes al mundo todos losbienes.

DOXOLOGÍA–Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios

Padre omnipotente, en la unidad delEspíritu Santo, todo honor y toda glo-ria por los siglos de los siglos.

>Amén.

Rito de Comunión

PADRE NUESTRO

–Fieles a la recomendación del Sal-vador, y siguiendo su divina enseñan-za, nos atrevemos a decir: (+)

>Padre nuestro, que estás en el cie-lo, santificado sea tu Nombre; vengaa nosotros tu reino; hágase tu volun-tad en la tierra como en el cielo. Da-nos hoy nuestro pan de cada día; per-dona nuestras ofensas, como tambiénnosotros perdonamos a los que nosofenden; no nos dejes caer en la ten-tación, y líbranos del mal.

–Líbranos de todos los males, Señor,y concédenos la paz en nuestros días,para que, ayudados por tu misericor-dia, vivamos siempre libres de peca-do y protegidos de toda perturbación,mientras esperamos la gloriosa veni-da de nuestro Salvador Jesucristo.

>Tuyo es el reino, tuyo el poder y lagloria, por siempre, Señor.

LA PAZ–Señor Jesucristo, que dijiste a los

apóstoles: «La paz os dejo, mi paz osdoy», no tengas en cuenta nuestrospecados, sino la fe tu Iglesia, y, confor-me a tu palabra, concédele la paz y launidad. Tú que vives y reinas por lossiglos de los siglos.

>Amén.–La paz del Señor esté siempre con

vosotros.> Y con tu espíritu.–Daos fraternalmente la paz. (+)

FRACCIÓN DEL PANEl sacerdote parte el pan consagra-

do, dejando caer una partícula en elcáliz, mientras dice en secreto:

–El Cuerpo y la Sangre de nuestroSeñor Jesucristo, unidos en este cáliz,sean para nosotros alimento de vidaeterna.

Mientras tanto se dice o canta:

CORDERO DE DIOS>Cordero de Dios, que quitas el pe-

cado del mundo, ten piedad de noso-tros. Cordero de Dios, que quitas elpecado del mundo, ten piedad de no-sotros. Cordero de Dios, que quitas elpecado del mundo, danos la paz.

El sacerdote ora en secreto:–Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo,

que por voluntad del Padre, coope-rando el Espíritu Santo, diste con tumuerte la vida al mundo, líbrame porla recepción de tu Cuerpo y de tu San-gre, de todas mis culpas y de todomal. Concédeme cumplir siempre tus

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mandamientos y jamás permitas queme separe de ti.

(Señor Jesucristo, la comunión de tuCuerpo y de tu Sangre no sea para míun motivo de juicio y condenación,sino que, por tu piedad, me aprovechepara defensa de alma y cuerpo y comoremedio saludable.)

–Este es el Cordero de Dios, que qui-ta el pecado del mundo. Dichosos losinvitados a la cena del Señor.

>Señor, no soy digno de que entresen mi casa, pero una palabra tuya bas-tará para sanarme.

Comulga el sacerdote y distribuye lacomunión:

–El Cuerpo de Cristo.>Amén.

Canto de comunión. Oración en si-lencio o canto de alabanza. El sacerdo-te purifica el cáliz, diciendo en secre-to:

–Haz, Señor, que recibamos con uncorazón limpio el alimento que acaba-mos de tomar, y que el don que noshaces en esta vida nos aproveche parala eterna.

ORACIÓN DE POSTCOMUNIÓN–Oremos (silencio).«Escucha, Señor, nuestras oraciones,

para que la participación en los sacra-mentos de nuestra redención nos sos-tenga durante la vida presente y nosdé las alegrías eternas» (Martes IVsem. Pascua). Por Jesucristo nuestroSeñor.

Rito de conclusión*BENDICIÓN–El Señor esté con vosotros.>Y con tu espíritu.–La bendición de Dios todopodero-

so, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, des-cienda sobre vosotros. (+)

>Amén.

*MISIÓN - DESPEDIDA–Podéis ir en paz. (+)>Demos gracias a Dios. El sacerdote besa el altar, y se reti-

ra.

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Síntesis de la Eucaristía82

Indice

IntroducciónCentralidad de la eucaristía: fuente

y cumbre, 2. -Ignorancia de la misa. -Renovación litúrgica. -Llamada a losasiduos de la misa. -Llamada a los cris-tianos alejados de la eucaristía.

1. Los sacrificios de la AntiguaAlianza

Religiosidad natural del sacrificio, 7.-Religiosidad judía del sacrificio. -Abraham y el sacrificio de su hijoIsaac. -Sacrificio del cordero pascual,al salir de Egipto. -Moisés, en el sacri-ficio del Sinaí, sella la Antigua Alian-za. -Elías, en el sacrificio del Carmelo,restaura la Alianza violada. -Isaías y elcordero sacrificado para salvación detodos. -Los múltiples sacrificios de Is-rael. -Los profetas y el culto de Israel.

2. El sacrificio de la Nueva Alian-za

El Cordero de Dios, que quita el pe-cado del mundo, 12. -La multiplica-ción de los panes. -Jesucristo, entreMoisés y Elías. -Se decide la muerte deCristo. -Jesús celebra la Pascua. -Litur-gia eucarística de la Palabra. -Liturgiaeucarística del Sacrificio. -Instituciónde la eucaristía. -La agonía deGetsemaní. -La libre ofrenda de laCruz. -Resurrección de Cristo. -El sa-crificio de la Nueva Alianza,. -En elsigno de la Cruz. -Stabat Mater doloro-sa juxta Crucem lacrimosa.

3. El misterio de la liturgiaAscensión del Señor a los cielos, 23.

-El pueblo cristiano sacerdotal. -El sa-cerdote, ministro representante deCristo. -Lo sagrado cristiano. -La dis-ciplina sagrada de la sagrada liturgia.-Que la mente concuerde con la voz.-Y que la voz se oiga y entienda.

4. La liturgia de la eucaristíaNombres, 28. -Lugar de la celebra-

ción. -Estructura fundamental de lamisa.

I. RITOS INICIALES

Canto de entrada, 30. -Veneracióndel altar. -La Trinidad y la Cruz. -Amén. -Saludo. -Acto penitencial. -Señor, ten piedad. -Gloria a Dios. -Ora-ción colecta.

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Cristo, Palabra de Dios, 35. -Recibirdel Padre el pan de la Palabra encar-nada. -La doble mesa del Señor. -Lec-turas en el ambón. -El leccionario. -Profeta, apóstol y evangelista. -El Cre-do. -La oración universal u oración delos fieles.

III. LITURGIA DEL SACRIFICIO

A. Preparación de los donesEl pan y el vino, 40. -Oraciones de

presentación. -Súplicas del sacerdotey del pueblo. -Oración sobre las ofren-das.

B. Plegaria eucarísticaEl ápice de toda la celebración, 41. -

Las diversas plegarias eucarísticas. -Prefacio. -Santo-Hosanna. -Invoca-ción al Espíritu Santo (1ª). -Relato-consagración. -Memorial. -Y ofrenda.-Invocación al Espíritu Santo (2ª). -In-tercesiones, -Ofrecer misas por los di-funtos. -Doxología final.

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C. La comuniónEl Padrenuestro, 49. -La paz. -La

fracción del pan. -Cordero de Dios. -La comunión. -Disposiciones exterio-res para la comunión. Disposicionesinteriores para la comunión frecuen-te. -La oración post-comunión. -Co-munión y santidad. -Los santos y lacomunión eucarística.

IV. RITO DE CONCLUSIÓN

Saludo y bendición, 59. -Despediday misión.

5. Fuente y cumbreEucaristía y vida cristiana, 60. -Eu-

caristía y vida sacramental. -Eucaris-tía y Liturgia de las Horas. -El Misalde los fieles. -El culto de la eucaristíafuera de la misa. -La eucaristía, «pren-da de la gloria futura». -María y la eu-caristía.

I APÉNDICE

Textos eucarísticos primitivosLa Doctrina de los doce apóstoles

(Dídaque). -San Justino. -San Ireneo.-Traditio apostolica. -Orígenes. -SanCipriano. -Eusebio de Cesarea. -SanAtanasio.

II APÉNDICE

Ordinario de la Misa, 69