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JORGE IGNACIO DUEÑAS AVILA

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EL ENIGMA DE LA ROSA NEGRA (I)

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EL ENIGMA DE LA ROSA NEGRA I Subtitulo: EL CÒDICE DE JULIANES

Derechos ebook Jorge Ignacio Dueñas Ávila

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JORGE IGNACIO DUEÑAS AVILA

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EL ENIGMA DE LA ROSA NEGRA I SUBTITULO

EL CÒDICE DE JULIANES

AUTOR

JORGE IGNACIO DUEÑAS ÀVILA

2011

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BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Jorge Ignacio Dueñas Ávila, fue estudiante de la facultad de Ciencias Administrativas de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD, en Colombia. Se ha desempeñado como Perito Evaluador de bienes inmuebles e intangibles. Desde niño le agradaba escribir aunque no logró recopilar sus creaciones. Sin embargo últimamente

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fue tentado por la musa de la inspiración y sintió que quedó atrapado en el mundo del arte y de las letras. Algo difícil de explicar. Su obra “El Enigma de la Rosa Negra I” o “El Códice de Julianes”, pese a ser una historia de fantasía, está inspirada en varios acontecimientos reales. El autor registra que durante su niñez y juventud, vivía esencialmente en un universo compartido entre lo imaginario y lo real. Dueñas trabaja actualmente en el borrador de su segunda novela de la serie “El Enigma de la Rosa Negra” y comparte actividades laborales en una Cofradía en el Valle de Aburrà, Departamento de Antioquia-Colombia).

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AGRADECIMIENTOS: Agradezco a la Antioqueñita Beatriz García, la recreación de su belleza y originalidad para la portada de este libro. Beatriz “La Lúdica”, como se le conoce cariñosamente en el medio social, dirige una Fundación para niños y actividades lúdicas, cuyo dinamismo es primordial en la interrelación de la creatividad y el desarrollo humano. Destaco también la colaboración del “Isleño” Diego Andrés Martínez, como diagramador del arte en el diseño final de la portada. Correspondo igualmente a David Spencer Dueñas Castro, estudiante Universitario de Sociología, por la maquetación de la obra. Agradezco a: autoreseditores.com, la innovación que brinda a los escritores para la cristalización de auto publicación.

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EL ENIGMA DE LA ROSA NEGRA

Una creación artística y literaria de: Jorge Ignacio Dueñas Ávila El contenido de este libro es propiedad intelectual de: JORGE IGNACIO DUEÑAS ÁVILA Esta obra está registrada en la dirección general de derechos de autor, cuyo registro es valido en 160 países. Prohibida su reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin el previo permiso escrito del autor. Dirección electrónica del autor: [email protected] [email protected] 2011

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DEDICATORIA

DeDico estas páginas a Dios toDo poDeroso, fuente del arte, la vida y la ciencia. a mis padres por su bondad y sensatez. A mi ferviente esposa y su familia, por su abnegación. A mis hijos por su enterezA y dedicación. A mis Amigos grAciAs.

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PALABRAS DEL AUTOR De niño siempre quise escribir un libro. Más de una vez inicié mi ilusión de novelista, escribiendo en las hojas de los cuadernos de la escuela. Curiosamente siempre refundía mis escritos; a veces pensaba que alguien los usurpaba. Posteriormente, opté por llevar un diario cifrado, con el icono de condensar mi inspiración, en un lenguaje que solamente yo entendiese y así evitar que los curiosos, averiguasen mis intimidades. Para mayor evidencia, custodiaba el diario bajo llave. Todo marchaba bien, pero un día, estando a punto de terminar mi primer libro, tuve una absurda sorpresa: Alguien se enteró de mi labor y me despojó de la obra, llevándose los folios más importantes. La llave del diario, no fue suficiente, para resguardar mis manuscritos. He aquí por fin, el fruto de mis anhelos. Una novela que enuncia la fe, la realidad y la fantasía de un niño que sufre de amnesia y encuentra consuelo en seres divinos que lo visitan. El drama lo represento con palabras sencillas, símbolos y mitología. Me agrada hacerlo de esta forma, pues así me siento más libre dándoles vida a los personajes, donde a veces emergen los rasgos de mi propia vida.

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RESUMEN DE LA OBRA

El Enigma de La Rosa Negra, o El Códice de Julianes, relata el melodrama o los episodios de un infante que ha perdido a sus padres y también su memoria. En medio de su candor, consternación y explotación, a que es sometido por sus tíos en una granja, va descifrando los misterios de su propia vida. La Rosa Negra aparece en profusos instantes de su supervivencia. Consecutivamente descubre que es victima de un experimento científico. Un juego aparentemente inocente, pero que en el fondo es maligno. Desde el principio van irrumpiendo una serie de personajes míticos, llenos de deleite. El melodrama se despliega entre lo humano, lo divino y las historias de cuentos de hadas. Julianes, el protagonista de esta historia, es encerrado en un castillo encantado por una hechicera, desde donde él empieza a escribir su leyenda. En medio del dolor es tocado por lo divino y logra descubrir el enigma fraguado por un conjunto de científicos que planea dominar y apoderarse de la mente humana. Julianes está en peligro, pues ha identificado a los causantes del maleficio. Descubre que le han puesto un

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microchip que tiene la clave que buscan los galenos para dominar el mundo. Salta la paradoja, pues el encierro en el castillo lo libra de volver a caer en las manos de sus experimentadores. Una Virgen divina florece como en epopeya en los momentos más críticos. Finalmente Julianes, decodifica e innova la información científica, apaciguando las fuerzas adversas que proyectan apoderarse del planeta. La proeza le cuesta a Julianes su desaparición. Algunos creen que descubrió una nueva dimensión donde cobijarse. ¡Algo para no creer! Sin embargo se deduce de su leyenda, que un día partió en compañía de unos seres divinos, dejando parte de sus manuscritos en el fortín. Ulteriormente surge un nuevo protagonista, “El Diamante Azur”, quien en cumplimiento de una predicción, descubre los manuscritos de Julianes y un códice que debe interpretar. Azur descubre que realmente, la historia es cierta. Es hostigado por La Rosa Negra, la enigmática mujer que esconde los secretos más profundos, quien unida a los científicos, y una logia de “mensajeros de la mente”, (personas versadas en los conocimientos de la telepatía), disponen dominar los sentidos de Azur, viendo en él, la semblanza de Julianes. Resulta insólito creer que parte del enigma es descubierto por Julianes dentro de: “El misterioso punto cero”, configurando un libro que nadie puede

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leer, excepto aquel que es rey y dueño del universo. No obstante Azur recibe el encargo divino de interpretar el preludio del códice de Julianes. Para entender bien la novela, es recomendable leerla dentro del orden que se presenta a los lectores.

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EL ENIGMA DE LA ROSA NEGRA (I) CAPÍTULO PRIMERO

LAMENTACIONES DE JULIANES EN EL CASTILLO

Oíd vosotros mis amigos, soy Julianes. La Rosa Negra se ha desvanecido mientras escribo mi historia; espero que la tinta alcance para mi pluma y que mis ojos logren ver sobre el papel, pues aquí donde me amparo, entra poca luz a causa del gris invierno que oscurece éste castillo. Solo he visto una brecha por donde se destila el agua que bebo, y dos pequeñas lumbreras que se sitúan en lo alto de las murallas. Estoy confinado a permanecer aquí, pues la denominada “Bruja del Bichir Hoque”, antes de partir furibunda, me enclaustró hábilmente. Si, afianzó con llave maestra todas las puertas exteriores y eclipsó las puertas y ventanas del portal, con su maléfico poder. Esta torre o castillo es descomunal; tiene diversas recámaras y aposentos que he podido apreciar a media luz. Asimismo hay un lugar bajo llave aquí

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dentro del castillo. Se trata de un inmenso cuarto con un balcón en su portada. Lo sé pues a través de los cristales de la ventana oscurecida del apartamiento, puedo advertirlo a media luz. Parece decorado esencialmente para un chiquillo, con su cama cuna y juguetes. ¡Que extraño!, ¿verdad? Realmente anhelo salir de aquí pronto. ¿Sabéis? Las palomas me colman de confianza cuando cada día esparcen sobre mí, las migas de pan y los pequeños trozos de frutas para poder subsistir mientras escribo. En todo caso, si no logro salir de aquí con vida, espero que alguien generoso encuentre mis manuscritos y los entregue a: “El Diamante Azur”, pues contienen “El Enigma de La Rosa Negra”, y de paso mi códice, si, “El Códice de Julianes”, cuyo preludio él debe interpretar. A vosotros, los que en alguna oportunidad buscaron auxiliarme, (antes de caer en poder de esta encantadora que me enclaustró), os doy mi gratitud en medio de vuestra agitación. Se que entendéis mi mensaje, no era misión fácil; dispensad mi tardanza. Recordad que por aquella época erais prodigiosamente ágiles, mientras yo había perdido mi memoria. A los embaucadores y a quienes pretendieron auxiliarme utilizando métodos torcidos, tengo que deciros, que no me fue plácido… Estáis fuera de contexto. Pero sabed que evidentemente he regresado, pese a mi aislamiento; Soy Julianes. El Señor de la vida, me ha revivido como el Ave Fénix y me ha sanado del maleficio que me

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causaron. ¡He vuelto a la existencia! Más no seáis quiméricos creyendo que mi mente perdura en el mismo lugar de mi niñez, pues he recuperado mi memoria y he madurado más que la mayoría de vosotros… En este momento tengo prisa de escribir lo ocurrido, lo cual expresaré en un lenguaje espontáneo y de paso cumpliré la honrosa promesa que en vida hice a mi abuelita Lourdes un poco antes de su muerte, y a Iris, la tía dulce, hermana de mi padre, quien me acompañó en mis aventuras. Así que dispongo de la tinta y los pergaminos en blanco que he visto en parca luz sobre un viejo mueble para escribir en honor a mi promesa. —Escribe en breve nuestra historia— me imbuyeron —será el camino que te conducirá a encontrar la luz de la verdad, donde gobiernan los misterios. Por tanto, forjaré la breve sinopsis de mi familia paterna. La de mi madre esperaría escribirla alguna vez con letras de oro, si es que tengo la fortuna de salir de aquí. En este orden de ideas un tanto recónditas, vosotros los lectores, tendréis la oportunidad de asemejar con mayor claridad, cómo fue que se fraguó el enigma de la rosa negra. ¡Quién lo creyera! Debo expresaros con fascinación, que parte del misterio se hallaba en un simple punto como éste. Es el punto que hace todo el mundo cuando escribe… Parece incoherente ¿verdad? Tened paciencia, más adelante lo vislumbraréis, pues el

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enigma que me atañe se hallaba comprendido en un punto minúsculo que posteriormente se dilata y se transforma en imágenes que revelan el centro de lo inédito. ---Mientras escribo, advierto en mi mente, los secretos y desconciertos que velaban mi niñez. Caminé mucho tiempo sin sospechar que había perdido mi memoria y sin saber que era victima de un experimento tenebroso. ¡Cuántos desengaños se escondían tras un amor que parecía filial! ¿Se trató de un acto ingenuo? ¿Deseos profanos de gloria y dinero? ¿Fue un protocolo de hechicería o de violencia extática? Todos callaban la verdad. ¿Qué escondían? Gracias a Dios pude llegar al corazón del misterio y descifrarlo. Más sabed, oh, vosotros los que me hicisteis mal, que ya os he perdonado y estáis en manos del rey del juicio y señor de la creación. —¡Dios mío! ¿Quien forjaría aquel juego que parecía inofensivo y emotivo, transformándose desde lo más elemental, rebasando lo más dificultoso y peligroso? Aquel inventor temía que el juego en su final, se hallase sellado y contramarcado con símbolos de ciencia asombrosa y desconocida. Esta información era lo que mis experimentadores perseguían, pues a estos les era imposible decodificar aquellos emblemas enigmáticos. Era como si alguna inteligencia superior o el mismo Dios, hubiese puesto allí aquellos emblemas secretos, creo yo, con el fin de impedir el ingreso de quienes

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llegasen a aquel lugar, con siniestras intenciones. ¿Acaso la restricción buscaba proteger así, el discernimiento superior? Juzgad vosotros, parte de lo que vi. Es lo que puedo mostrar. ¡Observen!

Tampoco es descabellado creer, que aquellos sellos, buscaban premiar a través de su creador, a quien los descubriese con bienhechoras intenciones, aplicando el intelecto de los sabios. Yo, que jamás en mi vida había recibido premio alguno, pese a ser el protagonista principal del experimento; por el contrario fui despojado varias veces de lo mío, sentía que el universo me legaba un galardón que nadie podía arrebatarme. Mis enemigos ocultos o gestores del proyecto, veían en mí, un simple conejillo de indias y el experimento como tal fue un maleficio en mí contra, solo que por el camino del sacrificio, seres divinos me guiaron a hallar el galardón de la

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sabiduría perpetua. En realidad esencias omnipotentes se opusieron al experimento y variaron el diseño impuesto por los humanos. Más de ello hablaré más adelante. Ahora me es necesario dejar de lamentarme y exponer en breve lo que os he prometido, en orden de prioridad, así: Mi abuelita y mi tía Iris, como dije, se marcharon de este mundo hace tiempo ya; pero recuerdo con nostalgia que en vida me confiaron sus historias y me revelaron su linaje. ¿Cómo no escribí antes? ¡Dios mío! Sí hubiese resuelto con diligencia estos misterios, quizá me hubiese librado de tantas contingencias y peligros. Bueno… De nada me sirve lamentarme ahora cuando empiezo a escribir en medio de mi triste soledad.

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CAPITULO II

HISTORIA Y PRINCIPIO DEL ENIGMA Empiezo por contaros que mi abuelita Lourdes de La Concepción, procedía de un roce de la aristocracia Española. Rogelio, su esposo, tenía raíces Portuguesas hasta que su sangre en buena hora se anudó con la de nativos Colombianos hace más de doscientos años… La madre de Lourdes, es decir mi bisabuela, Carmen Valentina, era propietaria de vastas extensiones de terreno en el viejo Tolima y de algunas granjas en La Provincia de Lengupá, en Boyacá, Colombia. Entre los años 1899 y 1902, nuestro país afrontó una guerra que incluyó a todos sus habitantes, provocando la pérdida de más del dos por ciento de la población, que por aquel entonces superaba los cuatro millones de habitantes. Este lúgubre episodio se conocería con el nombre de “La Guerra de los Mil Días”. El empobrecimiento del país fue general. La industria y la agricultura tuvieron sus reveses y un sin número de dificultades surgieron. Por estas razones, en medio de la guerra, mis antepasados se vieron obligados a abandonar sus tierras y ganados del viejo Tolima con el propósito de salvar sus vidas.

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Pese al sufrimiento y las secuelas causadas por el desplazamiento, mi familia logró establecerse definitivamente en la provincia de Lengupá, aquella región que tiene que ver con el misterio. Eran las tierras más fructíferas, bordeadas de límpidas quebradas, bosques, sementeras y cafetales, cuyo paisaje encantador, emitía su fulgor todos los días, y solían vislumbrar los campesinos desde el santuario de una hermosa colina. A pesar del duro revés económico de mis predecesores, generado por la violencia, con el auxilio de Dios Nuestro Señor, lograron redimirse con duro trabajo y préstamos agrícolas. Sus tareas fueros pues, la agricultura, y la cría de diversos animales domésticos, como vacas lecheras, ovejas, gallinas, patos, pavos y caballos. Gracias a ello, con el tiempo la penuria fue erradicada y la riqueza de mi familia floreció, especialmente bajo la sabia dirección de mi bisabuela, Carmen Valentina, una mujer nacida, alrededor de los años 1860-1865 y quien vivió hasta principios de la década de 1970. Mi bisabuela, era una dama de estatura media, mirada serena, ojos color marrón, tez pálida, nariz pulida, boca mediana, peinado de moña alta. Caminaba izada, resguardada de su bastón de guayacán; su tierna voz era apacible como el aura de la mañana. Cuando reía dejaba ver dos relucientes dientes de oro. Fue madre soltera de una agraciada niña llamada Lourdes, fruto de los amores que sostuvo con un general de La República. Muy allegado por cierto a la familia presidencial de la época, razón por la cual Lourdes,

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siendo niña, vio muy pocas veces a su padre el general, quien temía exponerse al escándalo social. Lourdes, la única hija de Carmen Valentina, era una linda chica de cabello rubio, tez blanca, ojos color esmeralda y facciones delicadas. Gozaba del embeleso de una reina dulce. Quienes comprendían su belleza, terminaban confundiéndola con la reina de un país lejano. Decían los ilustrados que parecía una muchacha Polaca, lo cual le valió el sobrenombre afectivo de “La Polaca“. Desde niña se convirtió en la mano derecha de Carmen Valentina. Tejía a la perfección las bufandas y ruanas de hilo de lana de oveja. Lavaba los trastos, tendía las camas, ordeñaba las vacas, cocinaba y alisaba la ropa con la plancha de fuelle y carbón de palo. Le atraían las diversiones sanas como el baile, el teatro; cantaba plegarias a la Santísima virgen y danzaba mientras hacía tintinear la pandereta y las castañuelas, lo cual sacaba a relumbrar en la escuela y las reuniones familiares. Llegó a convertirse en la reina de Lengupá y colaboró en obras sociales. Era una joven dócil, amable y atrayente; la cautivaban los perfumes y el pintalabios, los cuales compartía con su madre. Sobre los catorce años, incitó el sentimiento prematuro de enamoramiento, con un joven de diecisiete años que se educaba en la capital de Lengupá. ¿Un simple capricho de juventud? Desde niña Lourdes trabajaba como una adulta, lejos del afecto de su padre, aquel militar, que le dio la

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espalda a sus responsabilidades, escudándose en el qué dirá de la gente. Sobra decir que Lourdes era de vocación hogareña; por ello sería que se incomodó cuando su madre le pidió que cuidase la dieta de una vecina de la comarca. —Madre, yo siempre te ayudo sin perjurar de las labores de la hacienda, mas no me obliguéis a realizar ocupaciones en la vecindad; a mi edad me es desagradable. Odio que me miren con ojos de criada; bien sabéis que deseo proseguir mis estudios y cumplir las responsabilidades del reinado de belleza, sin interrupción. Por favor, madre, no insistáis… Carmen Valentina se sonrió examinando la explicación de Lourdes, enseñándole: —Nuestra vecina está en cinta; se trata de una caritativa mujer, nativa de Belén, del mismo lugar donde nació Jesús; sería un honor para nosotros, especialmente para ti si la auxiliáis. Lourdes se emocionó con la aclaración de su madre, advirtiendo: —Está bien mamá, iré—Ávida de poder servirle a aquella dama. —Mi futura bisabuela, anunció a Lourdes, que el cielo premiaría su dedicación de servicio, actitud de una auténtica reina cristiana lo cual le sumaría puntos a su real belleza. —Lo haré de buena gana — expresó Lourdes. Así fue como Lourdes, cuidó la dieta de aquella mujer, oriunda de Belén de Judea. De paso se

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convirtió en nodriza de una chiquilla a quién le dieron por nombre: Mariela; vale la pena aclarar que la señora proveniente de Belén de Judea, tenía un hijo mayorcito de un año de vida, de nombre Ismael, a quien Lourdes igualmente cuidó. En general la muchacha lavó pañales, cocinó, bañó y arrulló los niños; planchó la ropa, sirvió la mesa…Todo lo hizo bien. Cuando se cumplieron los cuarenta días de la dieta, la joven Lourdes culminó su labor con el semblante extenuado, aunque asimiló lo sucedido a modo de pequeño sacrificio. Entre tanto el esposo de la dama originaria de Belén, un rico hacendado de unos treinta y cinco años de edad, quedó tan satisfecho con la ayuda, de mi futura bisabuela, que le regaló una vaca lechera de raza cebú. Francamente el hombre se hallaba dichoso junto a la esposa y la parejita de retoños. (Mariela e Ismael). Sin embargo, por aquellos designios de Dios, el hombre enviudó al poco tiempo. En medio de su pena y soledad, le invadió un arrebato de pasión y fijó sus ojos en la joven Lourdes; más ella lo inquirió negativamente debido a la diferencia de años, pensando obviamente que no era bueno convertirse en la esposa de un hombre viudo por el que no sentía amor alguno, esencialmente cuando ella se hallaba comprometida con un chico contemporáneo, al que pertenecía su corazón. —Jamás idearía un desengaño contra mi enamorado —Expresó— No puedo imaginar el dolor que le causaría… Cuando él regrese de sus

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vacaciones de la capital le contaré lo sucedido. ¡Que tragedia! ¡No me figuro estar casada con un hombre tan mayor! ¡Podría ser mi padre! Pensó Lourdes, dándose la bendición. Ella era amante de los niños, pero le parecía ilógica la idea de tener que criar a dos criaturas huérfanas; máxime cuando todavía jugaba con muñecas y no conocía nada sobre la vida matrimonial. Lourdes estaba en la flor de la vida, anhelosa de convertirse en una bailarina estrella y modelar la moda de sus vestidos que pretendía inventar como confeccionista. —Bueno, pronto seré una figura del séptimo arte —Puntualizó— ¡Casarme ahora, ni loca! No obstante, la situación era llanamente engorrosa. Lourdes y Carmen Valentina, por aquellas cosas de la tradición, concurrieron al consejo del señor cura, quien advirtió que realmente, no era conveniente realizar ese matrimonio y dejó en claro que la chica era libre de elegir el amor de su vida. — ¡Es descabellado!— Afianzó el clérigo— Si la chica llegase a enlazarse con ese caballero, sería como si no estuviese verdaderamente casada. Sufriría… Con todo y eso, Carmen Valentina obligaría a Lourdes a casarse con aquel hacendado, invocando la multiplicación de la riqueza familiar, la reputación, la responsabilidad y la figura de respeto que infundía aquel caballero en la región de Lengupá. Contrapuso que por honor propio, prefería ver a su hija casada con un hombre viudo y mayor, antes que

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verla convertida en reina o actriz, pues creía que ese era un mundo de perdición. —Busco salvar tu alma— Con este sacrificio —arguyó. Lo más impactante para Lourdes, fue que su madre, le hizo saber que ella también se casaría el mismo día en la misma misa, pues no deseaba quedarse con el estigma de madre sola, teniendo una hija casada. —También yo me casaré hija mía; realizaremos una sola eucaristía. ¿Sabéis? Tengo un amor secreto. Prodigaremos el sí a nuestros galantes novios. ¡Que hermoso! ¿Verdad, hija? —Aseveró Carmen Valentina con inflexión espinosa. El acontecimiento era extremadamente inesperado; Lourdes a sus quince años, se casaría forzada por su propia madre con un caballero viudo que le doblaba la edad; por tanto, sería la madre precoz de dos niños huérfanos. Lourdes, que jamás tuvo un verdadero padre, ahora tendría padrastro, pues su madre se casaría con un señor de buena posición social de apellido Carvajal. —Un consejo, hija — Le expuso Carmen valentina a Lourdes — Si me dejáis plantada ese día y no te enlazáis con el caballero que he elegido para ti, tendréis que irte de la hacienda…Quizá te consiga un cupo en el convento; serías una buena monja ¡eh! — Enunció, frunciendo el ceño. Lourdes, desconsolada no tuvo otra opción. Se vio obligada a casarse con aquel hombre. (No

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mencionemos por ahora su nombre). Mi futura bisabuela Lourdes estaba a punto de llegar al altar, siguiendo la usanza de la época. La costumbre consistía en atar y anudar, las manos de los novios, con un lazo o cordón, lo cual simbolizaba la unión eterna de la pareja y su descendencia. Una tradición antigua de los evangelizadores Españoles del siglo XVI, que parece también fue usanza del pueblo Israelita. Tanto mi futura abuelita Lourdes y mi bisabuela Carmen Valentina experimentaron ese hecho, con sus respectivos novios. Realmente nunca creí en la tradición del lazo, pero años después, mi abuelita Lourdes me contó la ceremonia y aunque me pareció descabellado aquel ritual del lazo, mi madre cierta vez me detalló el mismo hecho cuando se casó con mi padre. La única diferencia es que a ellos les anudaron el cuello. Cuando mis dos ascendentes se casaron, la iglesia se engalanaba, acorde con la tradición de la época. Las dos novias y los dos novios, vestían como disponía nuestra madre iglesia. Los pretendientes caminaron por entre una alfombra roja y pétalos de rosa de varios colores. Ello representaba el honor, el respeto y el provecho del matrimonio. Lourdes llevó puesto un velo blanco, simbolizando su virginidad, el honor de la mujer, la virtud de esposa y la inocencia. El vestido blanco que adornaba su cuerpo, significaba la alegría, la pureza y la gloria del amor. Ella, mi futura abuela llevaba entre sus manos un ramo de flores, emblema del último regalo de su prometido y el primero que recibía como esposa.

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El afortunado novio, no era otro que mi futuro abuelo Rogelio, quien a decir verdad, aventajaba a Lourdes en mas de veinte años y ese día vestía totalmente impecable. La ceremonia avanzó teniendo como protagonistas a mi abuela y bisabuela con sus respectivos novios. Un segmento del cortejo consistió en presentar trece monedas llamadas arras, que configuraban la promesa de cuidar los bienes familiares del futuro. —Esta es una costumbre hebrea, digna de practicar— Puntualizó el sacerdote— Que la felicidad siempre os acompañe— Recalcó, entregándoles una cinta azul— Porque el color del cielo está profundamente asociado con la morada divina. Perfeccionado el rito de mis predecesores, se hicieron las declaraciones de rigor e intercambiaron los anillos matrimoniales. Al finalizar la ceremonia, el sacerdote indicó: —¡Novios! ¡Pueden besar a sus novias!— Desde luego que Lourdes obedeció con la timidez de una niña, mientras se escuchaba a otro sacerdote añadir: —Este primer beso tiene un profundo significado, pues al besarse se mezclan los alientos, como si el alma de los novios se unieran eternamente en el amor, convirtiéndolos en uno solo… Pasados unos días, después de la ceremonia, Lourdes fue constreñida por su propia madre y su flamante esposo a jurar que no revelaría a nadie el

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secreto respecto al real origen de los niños que había dejado tras su muerte, aquella buena mujer oriunda de Belén de Judá. En consecuencia, en adelante, debería aceptarlos y amarlos como a sus hijos de sangre. El silencio se facilitaba, pues por aquella época, el niño mayorcito era de escasamente dieciocho meses y la niña, no alcanzaba aún los seis meses de nacida. Asimismo para aquel tiempo, era sencillo modificar los documentos de parentesco y en el futuro a nadie le importaría. El niño mayorcito huérfano, era mi futuro padre, a quien Rogelio bautizó con el nombre de Ismael. En contexto, tal como estaban las cosas, ya no era el niño huerfanito que había dejado la noble dama fallecida, proveniente de Belén, sino el hijo mayor de doña Lourdes y de don Rogelio. Igual ocurrió con la niñita menor, a quién le dieron el nombre de Mariela. En la vida usual, Ismael y Mariela, no sabrían nada sobre el dilema. En otras palabras, no habían quedado huerfanitos de madre, porque Lourdes de La Concepción, convertida ahora en la señora “Conchita”, les brindaba su amor como madre verdadera. Sobra decir que la dama fallecida, cuyo nombre jamás pude averiguar, era mi verdadera abuela paterna de sangre… Mientras tanto Rogelio, se sintió comprometido a enderezar sus errores; cuidar de su tierna esposa, amarla y respetarla, como lo predica la Santa Madre Iglesia. Parecía cumplir bien estos preceptos. Anexamente, no tomaba cerveza ni fumaba… Le interesaba vestir elegantemente con trajes diseñados sobre medidas. Sus botas relucientes

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con polainas, le daban la apariencia de un militar; se le veía feliz; pero unos meses después de su matrimonio, decidió cambiar su talante de vida. Se embriagaba y fumaba tabaco todo el día. Su refinada y fina indumentaria la cambió de la noche a la mañana, por ruanas de lana de oveja, sombrero de paño y alpargatas de fique. Bueno, “el hábito no hace al monje”, pero sus malas prácticas de comportamiento, eran alarmantes, como ya veréis. Mi abuelo Rogelio, era de mediana estatura, ojos color café; usaba bigote bien arreglado. Casi todo el tiempo permanecía con el ceño plegado. Su forma de hablar era grave y enérgica. Algo excepcional le ocurrió al hombre, podría pensarse que había optado por desprenderse de los bienes terrenales, empezando por sus lujosos vestidos. Malgastaba dinero en vestidos que difícilmente lucía, pues después de mirarse al espejo, volvía a su vestimenta de campesino. Los suntuosos trajes recién diseñados los quemaba en una hoguera. De señor caballeroso, pasó a asumir un camino pendenciero, empezando por la mala vida que le daba a Lourdes. — ¡Ordena mi casa y sírveme de comer! ¡Para eso te tengo! — Le gritaba en forma despectiva. Como si fuera insuficiente, la agredía físicamente con una vara. Algunos decían que el cambio del ex-caballeroso Rogelio, obedecía a una pena moral a causa de la muerte de su primera esposa. En ese sentido, los más eruditos de sus amigos, le confiaron tener progenie rápidamente con su bella y joven esposa. Entre tanto, el primer e infalible amor de Lourdes, regresó de la capital y al enterarse de lo

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acontecido, le propuso que se fugase con él a otras tierras. Ella en medio de su sufrimiento se negó, demandando la obediencia a los preceptos de La iglesia Católica, pues su conciencia de mujer virtuosa, la conducía a la entereza. Así, ante el drama, aquel joven que la amaba, en medio de su tristeza encontró consolación en la Santísima Virgen y Jesús Sacramentado, a tal punto que se convirtió en un ejemplar sacerdote. Rogelio por su parte, terminó obedeciendo los consejos de sus amigos, quienes le insistían: —Tu remedio para esa pena moral, está en los brazos de tu joven y bella esposa. ¡Sácale provecho y procrea con ella muchos hijos y ámala! Así fue como mi abuelita Lourdes se llenó de hijas e hijos y gracias a Dios, encontró en sus bellos retoños, la felicidad para su alma. —Sabed que la docena de hijos que tenemos todavía es poco— le dijo Rogelio Podría pensarse que con la docena de hijos tan lindos, venidos del cielo, Rogelio cambiaría, más ello no bastó para que el hombre mudara su conducta. Por esa razón Lourdes sufrió toda la vida. Lloraba todo el tiempo su desdicha, hasta que un día una enfermedad desconocida acabó con sus lágrimas, secándolas. Por supuesto la culpa recayó en Rogelio, aunque a él nada parecía interesarle. Hasta aquí, vosotros los que leéis, ya tenéis una impresión general referente a mi familia y me alegro de poder cumplir mi misión de escribir, tal como lo

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prometí a mis seres queridos. Ahora desearía tomar un breve descanso, mas temo que no podré hacerlo, pues siento ruidos y música allá arriba en cierta parte del castillo; probablemente, los ruidos provienen cerca del cuarto que vi arreglado para un niño. Tengo miedo de subir la torre, mas no tengo otra opción, lo haré; quiero saber que ocurre allí. No obstante quiero volver y reavivar mi labor de escribiente. Con permiso, os dejo un momento… Un día después: Tal como lo pretendí ayer, hoy escribo a vosotros otra vez. Lo hago desde un lugar más grato. ¿Sabéis? Me encuentro en la vieja biblioteca del castillo. El lugar queda junto a la habitación de un niño, más no se le ve por ningún lado. Sin embargo, tras el cristal de la ventana a media luz, hay un velo blanco que permite ver varios juguetes extraños. Uno de ellos es un ornamento metálico alargado en forma de vara, cuya base redondeada vislumbra cognición. También vi allí una recua, aunque estas cosas no me dicen nada… Tengo una buena noticia para vosotros: Conseguí una mesilla y un sillón. Hay aquí algunos lápices y acuarelas. En lo alto de las paredes hay varias brechas, las cuales me permiten ver mejor la luz sobre el papel mientras escribo. Tengo un poco de agua todavía en un jarrón y además parece que llovió y de alguna parte sin techo, el agua se desbordó hasta aquí cerca a un estanque. También recogí migas, pedazos de pan y trocillos de frutas que las palomas dejan caer al piso; es como si augurasen la necesidad que tengo de comer.

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Pareciera que alguien las enviase a alimentar esta pobre alma… Lo que ocurrió ayer, cuando escuché la música es inexplicable; subía yo por las largas y trenzadas escaleras que conducen del primer a segundo piso, de este castillo, cuando divisé una tenue luz sobre la ventana de la biblioteca. La melodía suave y ceremoniosa que en principio había escuchado, se tornó tan intensa que me olvidé del miedo. Al acercarme a echar un vistazo por la ventana, noté que su interior estaba íntegramente iluminado como el sol al medio día. Numerosas personas danzaban en la fiesta de una boda. Me entusiasmé creyendo que ya no estaba solo. Quise entrar, no sin antes observar los rostros de las personas. Con fascinación comprobé que se trataba de la fiesta de bodas de mi bisabuela Carmen Valentina y mi abuelita Lourdes, tal como la estoy escribiendo. ¡No es admisible! Reflexioné, pues yo no había nacido cuando ellas se casaron y aquí las veía demasiado jóvenes. Tampoco podía dar crédito a lo que advertía, pues, ellas habían muerto hacía tiempo ya. Mi sorpresa fue mayúscula al divisar a la mayoría de mis familiares en la boda. — ¡No puede ser! — Volví a recapacitar— ¡Esto tiene que ser una visión, debido a mi soledad! ¡Quizá tengo fiebre! ¡Ay Dios mío me voy a morir!— Exclamé. En aquel momento golpeé sobre el cristal de la ventana. Ansiaba entrar e indagar sobre lo que estaba pasando.

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¡Oh Insistencia vana! Parecía que nadie oía mis golpes sobre el cristal; mas yo permanecía ahí viéndoles. Les grité a todo pulmón: “¡Estoy aquí, dejadme entrar, soy Julianes! ¿Me recordáis?”. Inútil resultaron mis gritos, parecían sordos a mis llamados. No tuve más enmienda que limitarme a continuar mirando a través de la ventana. Más, ¡Oh! ¡Asombro! cuando menos lo esperaba, mi abuelita Lourdes se acercó a la ventana, vestida de novia, aún con su ramo de flores y mirándome a los ojos fijamente, me dijo delicadamente: ¡Mi pequeño Julianes! No podéis entrar aquí, pues entre el orbe tuyo y el mío existe una muralla que nos separa. Disfruta tu heredad todos los días de tu vida y sabed que me alegro de que estéis escribiendo. Triunfareis finalmente. Tened por cierto que la fiesta de mi boda que veis es un regalo para ti. No temáis, continuad escribiendo en este lugar que de antaño fue una biblioteca. Y ten en cuenta, que nuestra presencia te acompañará desde lo alto con nuestras plegarias al Altísimo. Atendía a mi abuelita hablando a través del cristal, cuando se acercó a mí y como si no existiese el vidriar, besó mi frente como solía hacerlo cuando yo era sólo un chico. Con el beso, se desvaneció también mi visión y acaeció que me hallé solo en este recinto donde ahora escribo. Es un anaquel con aberturas azuladas y al mirar hacia lo alto de las murallas, se divisa la techumbre transparente, permitiendo el paso de la luz del día; gracias a ello continúo subrayando lo que ahora leéis. Así las

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cosas, retomo nuevamente la historia de mi familia, antes de que retornen las sombras de la noche. A propósito, Carmen Valentina y Lourdes, gracias a su laboriosidad, llegaron a ser una de las estirpes más prósperas de la comarca. Para mi bisabuela, sin embargo, no todo fue color de rosa. Empezó a pagar caro su error de haber obligado a Lourdes a casarse, pues Rogelio también se ensañó contra ella, no la respetaba en lo más mínimo y llegó a tildarla de “madre vendida”. Para su congoja y desilusión, también sus nietos preferidos, Baltasar y Pompilio empezaron a mofarse de mi bisabuela. A estos dos personajes les correspondió ser los hermanos menores de Ismael, mi padre. Mientras éste trabajaba de sol a sol, aquellos se dedicaban a zanganear. Aparte de todo sustraían el ganado para fomentar su vicio del licor. En medio de sus borracheras deslumbraban con ínfulas de superioridad trasnochada, llegando a dividir a la familia en dos clases sociales: españoles e indios. Era lógico que estos dos atolondrados se auto incluyeran en el grupo que más les convenía: Los peninsulares. Divagaban haciendo alarde de su condición de realeza, incluso se anunciaron entre los moradores, como “nuevos feudales y conquistadores de Lengupá”. Para su vergüenza, sus propios vecinos los tacharon de chiflados y en adelante les llamaron con el sobrenombre de “los cafres “, incitando así las burlas de los aldeanos. No obstante, a causa de estos dos comediantes funestos, nuestra familia, y en especial mi padre,

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sobrellevó muchas penurias. Parece mentira, pero la primera víctima de estos desalmados, fue su propia hermana menor Iris. Ella sería en el futuro mi compañera de aventuras, pues en el momento yo aún estaba lejos de nacer. Lourdes, (mi futura abuela), profesaba por Iris la ternura más dulce; estaba pendiente de esta hija, pero los cafres, en proterva hora, se llenaron de odio contra ésta, sin justificación alguna y discurrieron la forma para hacerla sufrir. Lourdes, como es natural en toda madre, amaba a su docena de hijos, aunque en lo furtivo de su corazón, rebosaba su apego por Ismael, Iris y Mariela. Tal vez, los cafres lo adivinaban y con envidia tejieron sus acechanzas. Iris tuvo el privilegio de nacer, una tarde de chubasco y sol, con el arco iris vestido de hermosura. Por ello sería que mis abuelos le dieron ese nombre tan bonito: IRIS. Su nacimiento lo atendió una vecina comadrona, quien se sorprendió al observar, que la niña no lloró, pese a la palmadilla que le dio en la nalga, para que respirase bien, sino que se rió. Esto inquietó a los allí presentes y no faltaron los suspicaces que vieron en la sonrisa de iris, a una futura tontita. También se expresaron los optimistas, afirmando que la sonrisa de la niña, era símbolo de felicidad eterna. Infortunadamente, una pitonisa vecina, ave de mal agüero, presagió que Iris sufriría lo que no estaba escrito, como en efecto ocurrió, a costa de “los cafres”. La niña nacida, era de singular belleza, tez blanca, ojos color de cielo, cabello castaño, nariz

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respingada como las reinas, boca estilizada (parecía dibujada), labios rojos con sonrisa a flor de piel. Su semblante era delicado; cejas delgadas y un cuerpecillo esbelto bien proporcionado. Parecía una princesa vestida en un cuento de hadas… Sin ponderación, una diosa mitológica. Iris Teresa Antonia, era su nombre y gracias a Dios, Nació en el seno de una familia muy católica, si bien paradójicamente relegaron su bautismo. El inicuo dúo de cafres, optó por menospreciarla, empezando por cambiarle el bello nombre. Le decían, “Antuca”. Iris, iniciaba ya su adolescencia cuando fue a la escuela. No es de extrañar la edad, pues, por aquel tiempo los educandos campesinos, se instruían a partir de los diez o quince años de edad, siendo un evento normal. Sus dos hermanos contemporáneos (los cafres), eran sus compañeros de academia. Pompilio, el primero de éstos presumidos, representaba una edad de diecisiete años. Se deleitaba caminando, a manera de enseñar sus audacias varoniles; encorvaba los brazos a los costados garrafalmente, aparentando las dotes de luchador empedernido. Parecía un pavo marchando, de aquellos que tienen la vista torcida, pues ocurre que por aquellas cosas de la herencia, donde nadie tiene la culpa, poseía un ojo de color azul y otro de color azabache; era de tez blanca y un lunar grande similar a una mancha, le cubría el labio superior, lo cual trataba de esconder con el bozo que empezaba a nacerle. Su cabello era rojizo. Baja su

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estatura y el timbre de su voz, robusta y ronca, espantando casi siempre a quién hablaba con él. En cuanto a Baltasar, no alcanzaba los diez y ocho años. Era de contextura delgada. Mediano de estatura, pelo quieto de matiz negro y ojos pardos. Le atraía adornarse la cabeza con un birrete color esmeralda, lo cual se quitaba fastuosamente, para saludar a las chicas. Su modulante voz impostada, parecía la de un viejo. Los defectos físicos no interesan, pues todos los tenemos. Las actitudes en cambio, irradian nuestra personalidad. La envidia que los cafres sentían por Iris, saltaba a la vista. Más ella, era una excelente alumna, lo cual despertó todavía más, la maquinación de éstos, quienes no tenían vocación para el estudio. No tener la propensión de estudiante, no era ninguna infracción, pues lo hubiesen podido reconocer y dedicarse a otras prontitudes, pero les daba pena exteriorizar la verdad. Perversamente se desquitaban con su hermanita, borrándole las tareas escritas en el pizarrón, o alterando su contenido para situarla en ridículo ante los compañeros de clase. No sorprenda a vosotros los lectores, la forma de presentación de tareas en tableros o repisas, (pizarrines), y tiza, pues así era por aquel tiempo, pues el papel era demasiado costoso. En realidad la tiza era una pequeña piedra de yeso blanco. Cuando se quería borrar algo, se echaba un poco de aliento y se frisaba con un pañito. Las escuelas eran todas similares: Un salón grande con una tarima para el pedagogo. En la

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pared se destacaba un mapa de Colombia, que servía de fondo para de vez en cuando tomar fotos. No se utilizaban mesas, sino pupitres para dos y tres alumnos. Los bolígrafos aún no llegaban y se escribía era con pluma y tinta china. —Los castigos de los maestros eran con bofetadas —decía mi abuelita Lourdes —si la falta era muy grave, le pegaban varios reglazos en las palmas de las manos y si el docente era más estricto, castigaba a sus educandos haciéndoles levantar las manos con ladrillos, pero si el penitente se reía, el profesor lo hacía arrodillar, proclamando que “la letra con sangre entra”. Debido a ello, Iris sufrió lo injusto, pues los cafres le alteraban las tareas del pizarrón personal, pero antes copiaban los trabajos. Sin embargo, el profesor notaba con rareza que a Iris le iba bien en los exámenes de la escuela, entre tanto que los cafres no sobresalían, pero nunca imaginó la proporción del problema. Los enemigos de Iris no se quedaron quietos y vendieron la idea a la familia de la imposibilidad mental de ésta para estudiar, cuando los incapaces eran ellos. —Te persuadimos padre— decía —A que no invirtáis educación en la india pati rajada de Iris, pues es torpe para el estudio. —¡Oh, par de perversos! ¿Por qué habéis venido ha desmoralizarme en contra de vuestra hermana menor? Iris ningún mal les ha hecho —Refutó el viejo irritado.

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— ¿Insinúan que la zamba de mi hija es bruta? —Con mayor razón merece estudiar para que se torne inteligente. Así amparó aquella vez Rogelio, el honor de Iris, de las picardías de Pompilio y Baltasar, más éstos prorrogaron la coerción. El abuelo mantenía su compostura en favor de Iris, hasta que un día enfermó de una fuerte influenza. Iris ese día ofreció su ida a la escuela, para cuidar al viejo y éste sintió que sería bueno en adelante, tener a alguien de confianza en casa para cuidarle de sus achaques. (Aunque sus dolencias no eran por ser de edad avanzada, sino a causa del licor y el tabaco que incluso lo envejeció prematuramente). Así que promovió la posibilidad de no enviar más a su hija a la escuela, recalcando: —Oíd bien cafres: Iris no irá más a la escuela por atolondrada, como pensáis vosotros, pues ciertamente ella es inteligente. Simplemente la necesito para que cuide mis dolencias. La decisión de Rogelio fue nefasta, pues los malandrines que odiaban a Iris, proseguirían con el carácter destructivo en contra de su hermana. La situación se prestaba, pues en medio de todo, el viejo le temía a la soledad y al achaque. Así que farfulló: —¡Oh!, ¡mi fiel Antuca! Velaréis por mí. Servidme agua de panela caliente —Después sacaba la pluma y escribía sobre un cartón, haciendo cálculos, así:

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—El trabajo de Iris me ayudará a reducir los gastos de dos obreros… Je, je, je, ji, ji… La escuela podría personificar un peligro para mí atolondra. En parte los cafres tienen razón—Puntualizó. Este es pues el paralelo de Rogelio con los cafres, en contra de Iris. Desde aquel día el hombre optó por sentar a Iris sobre sus rodillas, simulándole el cariño de padre y le daba a beber guarapo amargo. (Bebida fermentada campesina), con el fin de inducirla al trago y distraerla. Cuando iris se dormía la cubría con su ruana y le acariciaba la cabeza, diciéndole ladinamente:” ¡Oh! mi Antuca de mi alma, cada día que viváis te haré más tontita”. Para la época en que vivió Iris, la mayoría de las enfermedades no eran diagnosticadas por los médicos, sino por los familiares o vecinos del supuesto enfermo. Bastaba tener un enemigo para que arguyese: Está enfermo, está poseído, tiene el pensamiento inverso, o sufre de locura. Los más lanzados se atrevían a pronosticar que eran manifestaciones del más allá. Bastaba la opinión de alguien medio conocido en la comarca, para lesionar a una persona. Fue esencialmente lo que ocurrió con Iris. Sin que mediara diagnóstico médico, su propio progenitor y sus dos hermanos, la condenaron a ser tonta, con el fin de utilizarla, en la servidumbre familiar. —Tenemos que revelar a vuestros vecinos con mucho dolor—dijeron los cafres—que nuestra hermanita Iris, fue declarada tonta, según nuestra inspiración y entendimiento…

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¡Que vergüenza siento por los cafres! ¡Que ignorancia la de la época! Entonces le mudaron su elegante peinado de niña bonita, por dos gruesas y rústicas trenzas. Su uniforme de colegiala fue reemplazado por unos chiros viejos. Las zapatillas de charol que tanto le encantaban, fueron canjeadas por unas quimbas resbaladizas. No obstante casi siempre se le veía caminando a pie limpio dejando ver sus hinchazones y heridas. Su bello rostro y sus ojos tristes, destellaban melancolía; eran las marcas del trauma y sometimiento y la humillación; el maltrato y explotación. Por eso sería que cada mañana cuando ella iba a la quebrada a recoger agua en las cantinas, miraba su reflejo en las cristalinas aguas y se le oía decir: —No soy ninguna tonta. Yo soy una princesa celestial… Estoy siendo oprimida, más sé que en el cielo mi vida será dulce —luego, hablaba con algún ser divino; alzaba su rostro, extendía sus brazos en cruz, abría las palmas de sus manos y con voz apacible exponía: —¡Virgencita Santa!: Comprendo tu mensaje, más no me dejéis mucho tiempo aquí. Intercede ante Jesús, para que quienes me maltratan hallen consolación. Después, se introducía en las aguas de la quebrada y uniendo las palmas de sus manos en oración, volvía a mirar el cielo azul, entonando una melodía extraña y las lágrimas que brotaban de sus ojos, se mezclaban con las aguas de la quebrada…

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Los cafres habían logrado humillar a Iris, más he aquí abuelito que tengo un lamento contra ti: ¿Por qué permitiste semejante infamia? Por mi parte, pido perdón a Iris, por las afrentas a que fue sometida. ¡Oh, tía Iris, mi fiel compañera de aventuras, cuánto te ofendieron aquellos astutos! Te desairaban mientras te servían la comida en los platos esmaltados donde almorzaban los perros, y en las tazas donde tomaban la leche los gatos… ¿Qué más podíais esperar de los cafres? Esto fue lo que te originó aquella severa infección en garganta y nariz, dejándote la voz gangosa. Bueno, querida Iris, tan solo vivisteis cuarenta y nueve años, más mi consuelo es saber que estáis en la gloria. Tal como en buena hora te lo prometió vuestra señora del cielo…También debo recordar con alegría que tú, me acompañasteis aquí, a este castillo, varias veces, al lado de Sultán, nuestro perro y amigo inseparable. Nunca imaginé, que volvería aquí sin vosotros, a causa de la bruja del Bichir Hoque, más en mi soledad, aprovecho a escribir la historia de vuestra familia, así como te prometí a ti y a Lourdes mi abuelita. Ciertamente ella me insistía: —Julianes, te confío que escribáis una breve historia de vuestra familia, pues es menester que las futuras generaciones asimilen lo bueno y desdeñen lo malo y nunca más se repita la rivalidad familiar, pues resulta penoso y deshonroso a los ojos de Dios. Se que no eres el mejor escribiente, pero sois sincero y de buena voluntad obediente. Yo valoré tus primeras

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letras, cuando ibais a la escuela y me impresionaba tu razonamiento y tus dibujos repletos de insignias insólitas… Mi abuelita Lourdes, tenía sensatez en estas cosas, así que prosigo mi historia y vosotros, amigos lectores, tened aguante, pues por simple estética de presentación textual, debo revelar cada cosa en su momento y los misterios y resoluciones donde corresponde. En cuanto a los cafres, no se condolían del dolor ajeno. Refugiados bajo la imaginación y el ropaje de nobles caballeros, cometían toda clase de fechorías. En mi concepto, eran una ofensa a los verdaderos caballeros de nuestra madre España y al gran quijote de la mancha. Los cafres eran pueblerinos usuales y corrientes; era para sentirse orgullosos de ser Colombianos y de pertenecer a Lengupá, donde habita la gente de clase y nobleza, orgullosos de su machete y azadón. Allá en esa tierra hermosa, donde las bellas mujeres son trabajadoras y sobre todo son personas cristianas, dignas y hacendosas. Referente a mi padre Ismael, cuando ocurrieron los hechos más importantes de Iris, se hallaba en compañía de Lourdes, trabajando en una de las granjas de mi bisabuela, distante a unas cinco horas en mula y cuando regresaron después de varios meses y se enteraron de lo ocurrido, quisieron remediarlo, pero ya Iris no quiso volver a la escuela y señaló que si su trabajo en la finca, y el cuidado a su padre, favorecía los intereses de la familia, ella aceptaba venturosa este pequeño sacrificio.

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Mi padre Ismael lloró escuchando a Iris. Él era una persona humilde y tratable. Era de mirada serena y furtiva; alto de estatura, ojos ligeramente claros con matices verde marrón; tez trigueña, tono de voz agradable y firme. Vestía con distinción en los festejos y reuniones, aunque en las labores del campo destellaba un overol con botas y sombrero de labriego. Ostentaba conocimientos fundamentales en ciencias agrarias y ganaderas, despertando sin proponérselo, la rivalidad de los cafres… Cuando mi padre esparcía las semillas en los surcos de la tierra para sembrar, los plantíos se multiplicaban copiosamente. Además, algo bueno ocurría con las vacas de cría, cuando las acariciaba y estas se convertían en auténticas vacas lecheras. Cierta vez los cafres intentaron hacer lo mismo, pero la leche de las vacas se secó. La buena imagen de mi padre en la región circulaba y le llamaban cariñosamente, “El Rey del rebaño y la labranza”. Lo convidaban a la sazón los lugareños, para que palpase un poquito las sementeras marchitas. Al poco tiempo, éstas florecían milagrosamente, pero mi padre no cobraba nada. Algo afín pasaba con los animales domésticos, cuando enfermaban, mi padre los recuperaba tocándolos y solicitando la ayuda de Dios. Mi padre Ismael y mi tía Mariela, pese a ser huérfanos de madre, jamás se lamentaron, pues no conocieron la verdad y en consecuencia, Lourdes era su madre. Eran las cabezas mayores de una

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docena de hermanos. Sobra decir que mi padre era fructuoso y puntual en su trabajo, magnánimo y noble. Pero los cafres, que habían arruinado ya la vida de Iris, ahora se trazaban la idea de demoler a mi progenitor. Se lamentaban del corazón clemente que poseía mi padre, pues eran de corazón malo. Miraban a su hermano mayor con descrédito y envidia, a causa de su buen nombre. Creían que mi abuela Lourdes e Ismael, llegarían a ser los legatarios preferidos de Carmen Valentina en vida. Este escenario les irritaba a tal punto que sospechaban que existía un testamento, que debían impugnar. La anchura exuberante de las tierras y los frutales; la labranza y el ganado, eran tesoros de valor excepcional, gracias al ahínco de Carmen Valentina, Lourdes y mi padre, quienes con el refuerzo de obreros de confianza, habían sacado adelante la hacienda, mientras los cafres se dedicaban a flojear. —Obstaculicemos a Ismael —Señalaron los cafres— tendámosle una coartada. Con rutilante vergüenza acudieron a su madre, Carmen Valentina, pidiendo equidad en el uso de la tierra, exigiendo que las tierras que sembraba mi padre, les fueran dadas a éstos y a la vez Ismael aceptara las tierras que ellos pocas veces labraban, pues creían que mi padre poseía las mejores tierras, mientras ellos sufrían las inclemencias de una tierra infértil. —Es por este motivo que Ismael obtiene éxitos y nosotros fracasos— aseveraron.

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Mi bisabuela se echó a reír, escuchándoles y accedió a su oferta, con esta advertencia: —Que se haga como vosotros demandáis, para vuestra vergüenza. Mi padre enseñado a trabajar, toleró el canje sin ningún reparo. —Conste que la idea es vuestra — Les dijo en tono saleroso, mientras tarareaba una canción mexicana. El tiempo pasó y llegó el momento de recoger la cosecha, tanto de las tierras de los cafres, así también las de mi padre. En primer plano parecía que la teoría de los cafres era real, toda vez que los plantíos sembrados por ellos, en las antiguas tierras de mi padre, eran muy frondosas, en aquel año que sembraron yuca. En cambio las sementeras trabajadas por mi progenitor, se veían, de escaso florecimiento y de corta altura. —Hemos triunfado sobre ti Ismael— Le dijeron carcajeándose— Vete de la hacienda, antes de que te echemos como a un perro. Carmen Valentina, reconoció el incidente e intervino, inquiriéndoles: — ¡Un momento, cafres insensatos! Respetad a vuestro hermano mayor y sabed que a veces las apariencias engañan, pues la mata de yuca no necesariamente se mide por la forma de sus ramas. Hagamos la prueba — indicó— mientras ella misma arrancaba un arbusto, del tubérculo sembrado por los cafres. Para desconsuelo de éstos, el fruto producido era pequeño y escaso.

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—¡Dios se ha aparatado de nosotros! — Gimieron los cafres avergonzados. Cuando examinaron la cosecha sembrada por Ismael mi padre, vieron fascinados que si bien es cierto las matas eran pequeñas, las yucas eran colosales y abundantes, en general con una sobreproducción. Iracundos los cafres, desafiaron a Ismael a la pelea, diciéndole: — ¡Te retamos a un duelo con machete! ¡A ver quien gana!— inquirían los truhanes, desenvainando sus alfanjes, haciendo piruetas amenazadoras similares a la de los espadachines. Ismael no se dejó despabilar, ni profirió palabra alguna. Con actitud reverente, se quitó el sombrero de su cabeza y lo sostuvo a la altura del pecho. Miró a lo profundo del cielo azul como descubriendo a alguien. Después se persignó emocionado y sonrió tímidamente, Al instante algo extraordinario surgió y un ventarrón erizó la piel de los cafres, quienes rodaron por el piso entumecidos. Un colosal pánico les circundó, haciéndoles llorar y tiritar de pies a cabeza. Ismael, permaneció reverente, vislumbrando el cielo diáfano y cuando volvió a ponerse el sombrero, los cafres pudieron moverse, huyendo despavoridos… Los cafres se aplacaron por un tiempo. Lourdes había cambiado significativamente su físico, debido a sus desconsuelos cotidianos, pero seguía siendo bella. Por su parte, Rogelio continuaba displicente con su mujer y no ejercía bien su figura paterna. Creo que nunca es tarde para decir que mi abuela

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se veía de estatura mediana; ni gorda ni flaca. Sus ojos eran dos auténticas esmeraldas. Su cabello rubio ensortijado, adornado con guirnaldas y un mechón color nieve, prematuro. Sus manos eran muy bonitas y delicadas. Acostumbraba vestir mantos de diversos tintes, los cuales le daban la semblanza de una reina venerable. Era graciosa al sonreír. Todavía forjaba el baile de su niñez y le extasiaba referir las historias familiares. Lourdes, Carmen Valentina y mi futuro padre Ismael, resguardaban la vida de Iris, por el peligro que representaban los cafres. Adicionalmente durante una temporada, éstos se portaron bien. Siendo Ismael mi futuro padre, asiduo practicante católico, se marchó una mañana muy temprano a la eucaristía de los domingos, pues la noche anterior, había soñado que en la santa misa, vería a su futura esposa. Cuando arrimó a la Iglesia se estancó un instante al ingreso, del templo, concentrándose en el canto de entrada, que entonaba el coro de las novicias. Se ubicó por ahí cerca de las cantoras, llamándole la atención una de ellas que sostenía entre sus manos, un ramo de rosas blancas. Con asombro observó que por encima de la cabeza de la novicia, aparecía la imagen de varios niños semidesnudos, flotando sobre el aire. Mayor fue su sorpresa cuando vio aparecer a una mujer semejante a una virgen, cubriendo su rostro con un velo terso y blanco, peinada con una moña alta y una rosa laureada y blanca, aunque con un pétalo negro azulado. Ismael que tenía buena vista, podía verla a través del cendal transparente que la cubría.

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La virgen que afloraba, dibujaba una sonrisa y de pronto entre sus brazos, manifiesta un bebé y lo alimenta de sus pechos. —¡Virgen Santísima! ¿Qué indicación es ésta? —Se preguntó atónito Ismael. Más no quiso contar a nadie en misa su visión, por el riesgo a ser ridiculizado. Cuando la Eucaristía culminó, cesó también la visión, más él se concebía caminando por las nubes, pues no comprendía lo ocurrido. Finalmente sonrió y se acercó a la novicia que tenía el ramo de flores y la saludó sensiblemente. Ella le correspondió el saludo aclarándole: —Jamás había visto antes a vuestra merced, pero anoche soñé con alguien semejante a vos, a quien vi salvarse de un toro que le amenazaba. La novicia no habló más y se alejó para entrar a la sacristía. Por su puesto, Ismael quedó perplejo y procuró volver a ver a la novicia. Sin embargo, duró más de un mes sin hallarla, por lo cual tuvo el atrevimiento de subirse en la tapia del convento. Desde allí vio a la novicia a quién le hizo gestos para que lo mirase. La madre superiora se alteró con aquel irrespeto, pero pensando que se trataba de un familiar de la novicia, consintió en que hablasen transitoriamente en la sala de recibimiento, no sin antes regañarlo y le fue vedado aparecerse de esa forma. Cuando Carmen Valentina se enteró de lo acontecido, pronosticó a Ismael: —La novicia que habéis visto, aunque lo dudéis, no será monja. Será tu esposa. El toro

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salvaje que soñó la novicia, del cual se libró un hombre semejante a ti, representa el furor de tus hermanos, del cual saldrás avante. Los niños que visteis flotando en el aire semidesnudos, serán tus hijos, y la virgen de la rosa blanca con el pétalo negro azulado y el niño, que alimenta de sus pechos, contiene un doble enigma, difícil de representar, pero es algo grande e incomprensible… Al poco tiempo empezaron a cumplirse las palabras proféticas de Carmen valentina, pues la novicia dejó sus hábitos, por asuntos ajenos a su buena voluntad y se casó con Ismael. El nombre de la ex novicia, y futura madre mía es: María de los Ángeles Arcángeles, una dama ejemplar. Ahora este humilde narrador, os pide permiso para tomar un breve descanso, y fisgonear un poco, aprovechando la luz del día que entra por entre las aberturas del castillo, pues pronto cesará la jornada y debo buscar antorchas y cerillas para alumbrar la noche. Aprovecharé además a escrutar alguna salida para escapar. Ya registraré lo que pase y espero proseguir la historia… Dos días después: He vuelto nuevamente, un poco tardío. Ocurren aquí cosas que ni yo creería, sino es porque me suceden. Buscaba cerillas y antorchas para alumbrarme y caminé hasta el rincón de esta biblioteca, al pié de un espejo grande. Veía el adorno del enmarcado en metal similar al oro puro.

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Lo tocaba cuando encontré una puerta oculta y pensando que era una salida para escapar, crucé el umbral. Se trataba de una galería esférica y refulgente, no mayor a diez o doce pasos y la luz no originaba molestia alguna a mi vista. Al acercarme a la elipse brillante y caminar, pude distinguir, la silueta de varias personas. —¡Dios mío! ¡Alguien me aguarda al otro lado! — Creí. Al otro extremo del umbral, hay personas que me sonríen y logro ver a varios de mis seres queridos fallecidos. Me ensanchan sus brazos entrañables. Voy hacia ellos, pero súbitamente se dispersan de mi vista y aparezco junto a una rotonda colosal, similar a un estadio. No doy crédito a lo que veo: Muchedumbres de seres saliendo de miles de pasadizos esféricos conexos al que os describí antes. Las personas que vi, visten túnicas, resplandecientes, más unas brillan crecidamente y de acuerdo con esa medida, unas damas y caballeros hermosísimos, los van separando en grupos, obedeciendo la similitud de luminiscencia. Después los mandan a una palestra similar a un aeródromo. Allí se alistan y despegan naves de color desconocido, jamás visto en la tierra. El color plateado, natural es el más cercano, a la comparación, pero está distante de la realidad. Las naves que vi, parecen torres de templos, monumentales. En el centro y en la cúpula sobresalen varios anillos y se elevan velozmente con las personas que os describí. Me acerqué más para ver; pues se me hizo extraño que nadie me ubicó en

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grupo alguno. Recuerdo haber visto una línea blanca sobre el piso y estuve a punto de cruzarla, cuando un par de muchachas, cuya lindura no admite semejanza, me tomaron de las manos y mirándome a los ojos me aclararon: —¡Julianes! ¿Tu aquí? Con esas palabras, el panorama desapareció de mi vista y me encontré con en el aura flotando, de una dulce señora vestida de alba con un velo cristalino sobre el semblante, que permite ver su belleza, jamás imaginada. —¡Debe ser la misma virgencita que mi padre Ismael vio antes de su matrimonio, al pie de mi futura madre, pues guarda similitud, hasta con el ramo blanco y el pétalo negro —Pensé. La virgen se descubre el velo y me sonríe. Yo estoy asombrado, mas he aquí que vuelvo a emerger al pie del espejo de la biblioteca donde escribo y ni la virgencita ni la muchedumbre, ni las naves se ven por alguna parte. ¡Todo es insólito! Ante mi desconsuelo, vuelvo a mover el espejo que protege la puerta secreta y me vuelven a suceder las mismas cosas. Así varias veces, hasta que la virgencita que aparece me dice: —Ya está bien hijito. No temáis, yo estoy contigo. Cuando amaneció, fui a dar un reconocimiento por el castillo. Desde un alcor, pude ver que el fortín era colosal; cuando lo vi con Iris, no parecía tan grande. Era como ver una quinta campestre, pero esto tiene más de diez estadios. Es aventurado encontrar una salida, así que decidí regresar a mi tarea de escribiente, no sin antes bañarme con el

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agua que hallé en una ciénaga. Bueno, también encontré frutas para comer y por su puesto localicé el nido de las palomas. No se de donde sacan los trozos de pan. Parece que duré dos días sin escribir. Es difícil mantener la noción del tiempo. La última vez les contaba, respecto al matrimonio de mis padres. Gracias a este acontecimiento, los cafres se incorporaron a un periodo de fraternidad. Hasta Iris, volvió a departir con estos. La tranquilidad no duró más de tres años, tiempo durante el cual nacieron mis dos hermanos mayores: Tobías y Marimar. Los cafres pusieron fin a su pausa, farfullando: —Ahora que le nacieron hijos a la mujer de Ismael, tenemos que conjurarnos en su contra, pues vuestra herencia, corre el peligro de ser menguada. La vieja Carmen Valentina se encariñará de los retoños de éstos y les dará lo nuestro a éstos aparecidos—Murmuraban. Planearon causar mal en la labranza y el ganado de la granja para culpar a mi padre, pero mi Bisabuela Carmen, descubrió sus marrullerías, advirtiéndoles: —El trabajo de vosotros es insignificante. La labranza y el ganado se aumentan gracias a Dios, por la mano maravillosa, que el Altísimo le ungió a Ismael. Erráis creyendo que desheredaré a vuestro hermano mayor. En verdad, si yo decido darles legado a los hijos de Ismael, es asunto mío… Mis padres se sintieron entre la espada y la pared. No estaban seguros de quedarse o marcharse de la

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granja, pues no estaban dispuestos a aguantar las confabulaciones de los cafres. Esa noche hicieron el santo rosario, pidiendo iluminación. Mi padre escuchó una voz de un ángel en sueños diciéndole: —En la mañana, cuando despertéis, tu esposa te dirá lo que has de hacer— Cuando despertó, mi madre ya estaba de pié, advirtiéndole: —Esposo mío, debemos dejar la granja y marcharnos para la Capital. Mi padre entendió el mensaje y así se hizo. Con tristeza, pero con esperanza, caminando sobre una colina, le dijo adiós a las tierras de su trabajo, mientras mi madre se despedía de su terruño. El rey de la labranza y el rebaño, no regresaría. Aquel día los cafres bailaron y se embriagaron llenos de tranquilidad, aplaudiendo la partida de mis padres y de mis dos pequeños hermanos. —¡Los hemos corrido! ¡Nos han dejado el camino libre! ¡Disfrutaremos nuestra herencia!—Repetían, en medio de grotescas carcajadas. Mis padres, llegaron a la capital de la República (Bogotá) al rededor de 1950 y emprendieron un nuevo roll de trabajo. Adecuaron un almacén de víveres. En esa vocación, trabajaron toda la vida. Mi padre conservó el don de la abundancia, que Dios le concedió y los alimentos rendían y conservaban su frescura y sabor. La clientela se multiplicaba. —Hasta en la cocina rinden los alimentos, cuando vuestro padre los prepara—decía mi madre.

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Mis padre tuvieron numerosos hijos, yo ocupo un lugar intermedio entre ellos Aquí reaparece el misterio, pues cuentan que siendo yo muy niño, casi un bebé, mis padres se vieron abocados a llevarme a vivir junto a mis abuelos paternos. Aquella determinación como veréis, marcaría mi vida. Mis abuelos, debido a las desavenencias que suscitaban los cafres, fraccionaron a la familia en varios grupos. Mi bisabuela Carmen, quedó prácticamente sola, con su marido en Lengupá. Los demás hermanos de mi padre empezaron a independizarse y los famosos cafres convivían con Mis abuelitos Lourdes y Rogelio respectivamente. Adicionalmente integraban el grupo familiar, iris y Dorotea, (mis tías). En esta oportunidad, el escenario es una granja campestre, ubicada en las goteras de la ciudad capital. Solo en casos urgentes mis familiares viajaban a Lengupá. En hechos confusos que nadie de mi familia, supo exponer, solo atando cabos, intuí que sufrí un accidente, siendo muy niño, quedando al borde de la muerte. Mis allegados, empezando por mis padres, guardaron silencio y jamás se pronunciaron sobre el tema en cuestión, causándome detrimento y haciendo más penoso resolver: “EL ENIGMA DE LA ROSA NEGRA”. El accidente fue tan cruel, que me declararon clínicamente muerto. Empero, por obra divina volví a la vida, algo inexplicable para la ciencia. El dictamen daba cuentas de un traumatismo cerebral y otras lesiones irreversibles. La pérdida de mi memoria fue absoluta. Los recuerdos de mi corta vida se desvanecieron. La amnesia sería mi compañera constante. Tuve que

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partir mi vida de cero nuevamente, expuesto a los peligros y acechanzas de mis enemigos causantes del accidente. Yo no lo sabía, no recordaba nada, ni imaginaba que era parte de un experimento científico clandestino que podía costarme la vida en cualquier momento. Los cafres y varias personas próximas a mi familia, eran cómplices de esta tragedia, pero mis padres, no sospechaban que los cafres y enemigos ocultos, estaban tomando venganza contra ellos. Los motivos: La envidia y la intolerancia. Mis padres nunca comprendieron la gravedad de los hechos. Yo era un simple conejillo de indias, conviviendo la mayor parte del tiempo con los vengadores y enemigos, los cafres. El ENIGMA DE LA ROSA NEGRA, había entrado a mi vida. Era un misterio humano y a la vez divino. Mi bisabuela Carmen Valentina lo había pronosticado aquel día, cuando advirtió a Ismael, que se casaría con la novicia. —El niño (Que la virgen alimenta de sus pechos), es un doble enigma. Difícil de representar pero es algo grande e incomprensible— Puntualizó años atrás mi bisabuela. Parece increíble pero yo era parte del misterio, referente a la visión que tuvo mi padre en la Eucaristía de un domingo. La hermosa virgen que vi hace dos días, con el ramo blanco y un capullo negro, era la misma virgen, más todo sucedió tan presuroso que emocionado, no pude decirle nada. Ella es el misterio divino, que profetizó mi bisabuela.

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Es la rosa pura, mi madre universal. La otra rosa, complemento del misterio, es indescifrable.