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Tipo de documento: Introducción Autor: Alberto Prieto Título del libro: Procesos revolucionarios en América Latina Editorial: Ocean Sur Año de publicación: 2009 Páginas: 1-4 Tema: Historia

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Page 1: Introduccion procesos-revolucionarios-en-america-l

Tipo de documento: Introducción

Autor: Alberto Prieto

Título del libro: Procesos revolucionarios en América Latina

Editorial: Ocean Sur

Año de publicación: 2009

Páginas: 1-4

Tema: Historia

Page 2: Introduccion procesos-revolucionarios-en-america-l

Introducción a Procesos revolucionarios en América Latina

Proceso revolucionario es la denominación que se brinda al conjunto de fases evolutivas de un fenómeno progresivo, que transforma de manera

cualitativa una sociedad debido a la metamorfosis del antiguo régimen social en otro nuevo, mediante los cambios que se producen en el Estado y sus

instituciones o dependencias, tras ser ocupado el poder político con el objetivo de alterar el derecho y consecuentemente las formas de propiedad.

Dado este concepto, se comprende el hecho de que no toda revuelta

implica una revolución, pues el propósito de alcanzar un mundo mejor es imprescindible para calificar de aquella manera la mutación llevada a cabo.

Por lo tanto, se debe subrayar que las heroicas resistencias simbolizables en Hatuey, Cuauhtémoc, Rumiñahui, o Caupolicán, a pesar de haber

representado la más admirable y tenaz oposición a la conquista foránea, solo tenían la intención de preservar las sociedades precolombinas tal y

como se encontraban hasta el momento de la Conquista y no la de establecer un modo de vida superior.1

De igual forma sucedió con las tempranas rebeliones que se produjeron en la Hispanoamérica colonial, como las encabezadas por Gonzalo Pizarro,

Rodrigo Contreras, Álvaro de Oyón, Sebastián de Castilla, Francisco Hernández Girón, o Martín Cortés,2 segundo marqués del Valle de Oaxaca,

quienes, soberbios, se alzaron en armas al sentir que algunos de sus privilegios adquiridos durante la Conquista, estaban amenazados por la

implantación de las antes desconocidas ordenanzas absolutistas emanadas de la metrópoli feudal.3 Por eso, dichas insurrecciones no dejaron huellas

visibles de avance material ni gloria alguna en la historia de nuestro subcontinente.

En lo que hoy constituye la América Latina, hubo que desarrollar una creciente división social del trabajo que ligara los diversos territorios entre sí,

para que empezara a forjarse la necesaria e indisoluble unidad económica entre las diferentes regiones, pues entonces se trazaban caminos y se

impulsaban las vías de comunicación. De esa manera se iniciaba una existencia común para todos los pobladores, los cuales comenzaban a constituir

una colectividad social estable, con un mismo idioma junto a una conformación mental y ética propia, muy distinta a la de los peninsulares.

La nueva psicología comenzó a reflejarse en valores literarios originales, como en Cuba Espejo de paciencia, escrito por Silvestre de Balboa en 1608,4

el cual evidenciaba una fisonomía espiritual diferente de las demás; su esencia se expresaba en peculiaridades culturales formadas durante

generaciones como resultado de condiciones específicas de vida. Estas características desempeñaban un papel aglutinador y constituían una

idiosincrasia, al ser asimiladas y puestas en práctica por todas las personas susceptibles de conformar una comunidad de cultura.

Una situación similar se expresa en la trascendente Historia do Brasil, escrita en 1627 por Vicente de Salvador,5 en la que se exponen los contrastes y

diferencias entre autóctonos y metropolitanos en un sinfín de cuestiones. Por ello, no puede extrañar que a partir de 1630, cuando se produjo la

invasión holandesa a Pernambuco,6 los criollos —blancos, mulatos y negros libres— bajo el mando de André Vidal y Enrique Dias, combatieran con

persistencia y denuedo contra el dominio extranjero hasta la recuperación de Recife a principios de 1654, a pesar de las múltiples treguas y hasta

alguna alianza pactadas entre los gobiernos de Lisboa y los Países Bajos.7 Ese gran triunfo militar reveló el poderío de las fuerzas nativas, que habían

estructurado un formidable movimiento popular contra los ocupantes gracias a la aglutinación de todas las clases y grupos sociales, en un proceso que

demostró su capacidad de hacerse respetar en la consecución de objetivos propios.8 Pero la conciencia emancipadora estaba lejos aún, pues el amor

al suelo patrio se mezclaba todavía con sentimientos de fidelidad hacia el soberano y la metrópoli colonialista. Por ello los criollos, al vencer a los

invasores, en vez de luchar por constituir un Estado independiente, decidieron restablecer en Pernambuco la soberanía de Portugal.

Ese tipo de problemática evidencia la necesidad de poseer una adecuada ideología, susceptible de ayudar en la correcta organización de las ideas

acerca de qué hacer luego de la toma del poder político, teniendo en cuenta las heterogéneas condiciones materiales de los variados componentes

sociales. Ello determina que aun cuando en todas partes se esgrima la misma concepción del mundo, los procesos de cambio tienen que ser

diferentes, pues cada cual debe adecuar su convicciones a las características socioeconómicas y a las tradiciones que sustentan la identidad; por

empecinado que sea cualquiera en romper con el pasado, siempre encuentra límites en los nexos de continuidad, objetivos o subjetivos, que

sobreviven. Se comprende así que las relaciones entre las clases y grupos sociales, e incluso los individuos, se tienen que practicar con gran tacto, ya

que resulta imprescindible desarrollar el arte de lo posible al máximo.

A partir de los principios, leyes y axiomas esenciales de una concepción ideológica, y teniendo muy en cuenta a quién se desea beneficiar, los que han

pretendido moldear una sociedad nueva a partir de la antigua han tenido que realizar evaluaciones de las exigencias fundamentales de las clases y

grupos sociales que viven en los territorios de su incumbencia, para diseñar entendimientos según el precepto de satisfacer la principal demanda de

cada agrupación y sacrificar las otras de aquellos interesados en transitar hacia un sistema que se avenga mejor a sus intereses.

Desde la Conquista, además, los hegemónicos siempre han contado en nuestra región con el apoyo de influyentes fuerzas provenientes del exterior. Y

emanciparse de ese poderío foráneo aliado de las elites dominantes, ha requerido que se conciban políticas de amplias y creadoras alianzas. Por eso,

el paradigma ha sido defender los reclamos básicos de la mayoría, al reivindicar los derechos generales de la sociedad; nada más se han excluido los

privilegiados de adentro y sus socios externos. Sin embargo, llevar a cabo semejante tarea no solo implica una profunda comprensión de las

características socioeconómicas de la población, sino también haber calado en sus rasgos psicológicos, los cuales se manifiestan en la cultura; es

conocido que esta expresa la subjetividad de los valores humanos propios, íntimamente relacionados con los acontecimientos históricos. Estos se

proyectan mediante las tradiciones, las cuales recuerdan lo que en su momento se debía hacer. Y si hecho está, dicen quién lo hizo. Las tradiciones

sostienen los anhelos de las etnias, nacionalidades, clases y grupos sociales; dejan saber lo deseable de un cambio y siempre lo preceden, como

anticipo del hecho mismo.

Cuando se llega al criterio de que, para implementar una transformación que alcance el éxito se deben conocer bien las peculiaridades del desarrollo

material y espiritual de una sociedad determinada, se comprende la magnitud del reto existente para metamorfosearla. Por eso, se requiere una

dirigencia capaz, decidida y firme, susceptible de formar una vanguardia nacional-liberadora que, por medio de una política acertada, adecue su

ideología a la realidad concreta, sin abandonar los preceptos básicos e insoslayables que sostienen su visión del mundo. Entonces, se podrá tomar el

poder y avanzar hacia una sociedad superior mediante la revolución.

Notas

1. Alberto Prieto: Las civilizaciones precolombinas y su conquista, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1982.

2. Juan Suárez de Peralta: La conjuración de Martín Cortés y otros, UNAM, México, 1945.

3. Severo Martínez Peláez: La patria del criollo, Editorial Universitaria, Guatemala, 1970, pp. 70 y ss.

4. Enrique Anderson Inbert: Historia de la literatura hispano-americana, Editora Revolucionaria, La Habana, 1972.

5. Helio Jaguaribe: The Dynamics of Brasilian nationalism, obstacles to change in Latin American, Oxford University Press, New York, 1969.

6. E. Córdova-Bello: Compañías holandesas de navegación, agentes de la colonización neerlandesa, Editorial Estudios Hispanoamericanos,

Sevilla, 1964.

7. Pombo Rocha: Historia do Brasil, Edicoes Melhoramentos, São Paulo, 1963.

8. Jaime Contosao: Brasil, Editora Salvat, Barcelona, 1956.