ignacio manuel altamirano

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El BicentenarioDe: mexicodiplomatico.org Ignacio Manuel Altamirano Como Orestes en la esquiliana trilogía, yo te digo: Aquí estoy y te llamo, padre, escúchame. Manuel Gutiérrez Nájera ("Al Maestro Altamirano: Neniae") Comentario y sugerencias: [email protected] Fue un diplomático, escritor, periodista, maestro y político mexicano. A 175 años de su natalicio, Estudios y vida académica Nació (Tixtla, Guerrero, México, 1834 59 años--- San Remo, Italia, 1893) en la población de Tixtla, Guerrero, en el seno de una familia de raza indígena pura, su padre Francisco Altamirano tenía una posición de mando entre la etnia de los chontales y su madre Gertrudis Basilio. En el año de 1848 su padre fue nombrado alcalde de Tixtla y eso permitió al joven Ignacio Manuel, que a la sazón contaba con 14 años, la oportunidad de asistir a la escuela.

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Page 1: Ignacio manuel altamirano

―El Bicentenario‖

De: mexicodiplomatico.org

Ignacio Manuel Altamirano

Como Orestes en la esquiliana trilogía, yo te digo:

–Aquí estoy y te llamo, padre, escúchame. Manuel Gutiérrez Nájera

("Al Maestro Altamirano: Neniae")

Comentario y sugerencias:

[email protected]

Fue un diplomático, escritor, periodista, maestro y político

mexicano.

A 175 años de su natalicio,

Estudios y vida académica

Nació (Tixtla, Guerrero, México, 1834 —59 años--- San Remo, Italia, 1893) en la población de Tixtla, Guerrero, en el seno de una familia de raza indígena pura, su padre Francisco Altamirano tenía una posición de mando entre la etnia de los chontales y su madre Gertrudis Basilio.

En el año de 1848 su padre fue nombrado alcalde de Tixtla y eso permitió al joven Ignacio Manuel, que a la sazón contaba con 14 años, la oportunidad de asistir a la escuela.

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Aprendió a leer y a escribir, así como aritmética en su ciudad natal. Realizó sus primeros estudios en la ciudad de Toluca, gracias a una beca que le fue otorgada por Ignacio Ramírez, de quien fue discípulo. Recibió cátedra en el Instituto Literario de Toluca.

Tras reanudar sus estudios de leyes, Cursó derecho en el Colegio de San Juan de Letrán. Se tituló como abogado en 1859 y una vez victoriosos los liberales, fue elegido diputado al Congreso de la Unión para tres períodos, donde se reveló como uno de los mejores oradores de su tiempo.

¿Altamirano fue Licenciado en Derecho y se tituló como tal o no?

Hacemos este cuestionamiento por que antes de que se publicara el tomo XXI de las obras completas del maestro, en julio de 1992, por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Iconografía de Nicole Girón, que publico el Fondo de Cultura Económica en 1993; algunos dudaban que se hubieran recibido y negaban la posibilidad de que alguna vez hubiera ejercido la profesión.

Estas dudas se fortalecían con aquella anécdota que todo mundo conoce, cuando se dice que un Detractor de Altamirano, al verlo pasar le dijo: “ADIOS, ABOGADO, SIN TITULO”, y cuenta la anécdota que el Maestro le contesto: “ADIOS, TITULO SIN ABOGADO”.

Lo cierto es que el Abogado Altamirano, hizo la Carrera de Leyes de manera irregular, si se quiere decir de esa manera. El país vivía una época álgida y de permanente inestabilidad (la Revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma) por un lado. Y por otra parte, dada la condición de pobreza del Maestro Altamirano, le apremiaba, le urgía terminar la carrera de abogado para como el decía, en sus escritos, estar en condiciones de ayudar a su familia.

Textualmente, expresaba en una solicitud para reanudar la carrera, ―…con el objeto de formarme una posición modesta con la que pueda sostener a mi numerosa familia que sufre en el sur la mas espantosa miseria‖, o aquella en donde pide autorización para presentar exámenes del primero y segundo año de jurisprudencia: ―…con el deseo de poder aliviar lo mas pronto, con los recursos que mi profesión me de, a mi numerosa y desgraciada familia, de la cual soy la única esperanza”.

Esas dos razones hicieron que el Maestro Altamirano, suspendiera sus estudios de la carrera de abogado hasta por dos ocasiones y adelantara el segundo y el cuarto año con exámenes extraordinarios.

Altamirano, curso sus estudios de derecho en el antiguo Colegio de San Juan de Letrán que estaba destinado para mestizos pobres y obtuvo el titulo respectivo en el Ilustre y Nacional Colegio de Abogados. Costeaba sus estudios con la impartición de clases de ingles y francés en colegios particulares y de latín, en el propio colegio de San Juan de Letrán. Según sus biógrafos se inscribió a

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mediados de 1854, cundo tenia 20 años de edad, con el apoyo moral y económico de Don Luis Rovalo y se titulo, ocho años después, a los 28 años, el 21 de enero de 1862.

Así, su primera etapa como estudiante de jurisprudencia, va de mediados de 1854, cuando se inscribe, a diciembre de ese mismo año. (en 1855 se ausenta para reincorporarse a la Revolución de Ayutla). En su segunda etapa se autoriza su reincorporación el 2 de febrero de 1856. Altamirano presenta exámenes del 1º. y 2º. año de jurisprudencia. En julio de 1857, cursando el grado solicita se le autoricen los exámenes de 4º. los cuales sustento en diciembre de ese año.

En 1859, pide autorización para presentar su examen profesional, dado que el 5º. Grado lo había acreditado con la práctica de la abogacía. No puede hacer el examen por que antes de Septiembre se reincorporaría a las fuerzas liberales, que en Tixtla, comandaba el General Vicente Jiménez.

En 1861, Altamirano, es electo Diputado. Su brillante desempeño en el Congreso, no fue obstáculo para que el 21 de enero de 1862 presentara su examen profesional.

¿Altamirano, ejerció o no la profesión de abogado?

Para algunos, a partir de la fecha en que Altamirano se titula, (1862), no existen en su vida actividades estrictamente jurídicas, hasta 1868. Sin embargo, según Juan Pablo Leyva y Córdoba, existen referencias del propio Altamirano, en el sentido de que en 1864 atendió asuntos legales y se desempeño como asesor del Juez en Tixtla.

En una de las cartas que Altamirano, dirige al Dr. Manuel Parra, fechada en Galeana, probablemente de Tecpan de Galeana en octubre de 1864, Altamirano le dice al Dr. Parra, que estudio los autos que le remitieron y que, en un plazo perentorio, los tendría despachados con su dictamen. En otra carta, fechada en noviembre de 1886, se disculpa por su tardanza en el asunto de la testamentaría Guevara, explicando que el retrasó se debía a lo embrollado del asunto, el cual, finalmente, lo habría resuelto en base a que, tras largo estudio, encontró fallas en la notificación que favorecía a sus clientes.

Por lo que hace a su paso como asesor de Juez en Tixtla, el Lic. Leopoldo Parra, quien fuera Magistrado del Tribunal Superior de Justicia, Notario en Iguala, y descendiente del Dr. Manuel Parra; encontró en el Archivo del Tribunal originales de actuaciones judiciales, en las que Altamirano, participa como asesor del Juzgado en la Ciudad de Guerrero, es decir, en lo que hoy conocemos como Tixtla, con fechas de finales de 1858 y mediados de 1860. Además Nicole Girón, la biógrafa mas autorizada del maestro, nos informa que en 1859, en Tixtla, Altamirano, ejerció la abogacía mediante permiso oficial que le extendió Don Vicente Jiménez, entonces Gobernador Interino del Estado.

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Estos datos permiten concluir y demostrar el ejercicio profesional del abogado Altamirano y su desempeño en un cargo judicial, antes de que fuera electo Fiscal, Procurador General y Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

¿Y qué hay de Altamirano como Fiscal, Procurador General y Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación?

Altamirano fue fiscal penal de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a partir de febrero de 1868, seis años después de haberse titulado, a los 34 años de edad. De esa fecha y hasta 1873 (cinco años), el ilustre Tixtleco se desempeño también como Procurador General debido a la renuncia que presento León Guzmán, al cargo.

A partir de 1874 Altamirano, llego al rango de Ministro y en 1877, fue su presidente. Para algunos dejo de pertenecer a la Corte en 1878, pero el dato mas confiable es el de 1880, pues en 1879 todavía pronuncio a nombre de la Corte, la oración fúnebre de los restos de Ignacio Ramírez, su maestro, y amigo en una inolvidable ceremonia celebrada en la Cámara de Diputados.

¿Y cuál es el Legado Jurídico del Licenciado Altamirano?

El legado jurídico de este, hombre enorme, para las nuevas generaciones de guerrerenses, lo pudiéramos resumir en los siguientes puntos:

1).- Altamirano, fue pilar del Estado Laico, defensor de la Soberanía Nacional, defensor de la Constitución y de la división y respeto entre los poderes, las libertades y de la democracia.

2).- El reconocimiento que hace del derecho constitucional como la base de la ciencia jurídica y cuyo conocimiento no debiera ser exclusivo de los juristas, por lo que recomienda la impartición de nociones básicas desde la escuela primaria.

―Es necesario -decía, Altamirano,- que lo esencial del conocimiento jurídico descienda del alto sitial del jurista como lluvia menuda y fecundante sobre el pueblo; que todas las verdades democráticas, en principios claros y sencillos, lleguen al común de los ciudadanos. Es preciso que desde niños los mexicanos se enteren sobre el sufragio universal, la división de poderes, las garantías individuales, y la soberanía de los estados; en fin, de todo aquello que es indispensable para entrar a la vida de ciudadano. La patria debe hallarse presente en la escuela‖.

3).- La importancia que le concede a la noble profesión de la abogacía, desde su época de estudiante, según el estudio “Los tres derechos,” que presento en noviembre de 1857, para sustenta el tercer grado de jurisprudencia. “El joven que estudia las leyes esta llamado o a patrocinar a los desvalidos como abogado o a

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ser arbitro de la sociedad como juez o a hacer la felicidad de sus hermanos como legislador”.

4).- Un Hombre preocupado por la justicia.- Los pedimentos de Altamirano, como fiscal y procurador, revelan un basto conocimiento de la doctrina y la legislación, pero, sobre todo, nos muestran a un hombre preocupado por lograr el imperio de la justicia.

5).- Llevar hasta sus últimas consecuencias las ideas de igualdad y seguridad jurídica.

6).- Preservar a todo transe la Independencia del Poder Judicial (conformar la corte como un órgano netamente judicial) y el principio de la división de poderes. Siempre preocupado por que se respetara el principio de la separación de poderes, a propósito del Articulo 33 constitucional que aun faculta al Presidente de la República para expulsar del País a extranjeros perniciosos, se pronuncio, en su época, por que tal facultad se atribuya al poder Judicial por que solo mediante un juicio seguido ante los tribunales competentes se puede legalmente resolver dicha expulsión.

7).- Fue defensor del federalismo judicial.- La Corte a la que perteneció no revisaba las resoluciones de los poderes judiciales de las entidades federativas, pues, solo se atendían conflictos de competencia entre ellos. Sin embargo, ya se hablaba de la posibilidad de conceder el amparo contra las resoluciones de los Tribunales Locales de Justicia, tal y como prevalece en este momento, a lo que Altamirano, se opuso enfáticamente argumentando en tanto que, de tal suerte, los tribunales se convertirían en un tercera instancia y que además se violaría la soberanía de los estados.

Hoy se pide avanzar en el federalismo judicial de tal manera que, en algunas materias, las resoluciones de los poderes judiciales locales sean inatacables y no proceda ningún recurso en contra de ellos.

8).- Fortalecer la Unidad de Jurisdicción y la publicación de las sentencias del más alto tribunal del país, para la profesionalización de Jueces y Tribunales, unificando los criterios de interpretación de las leyes. Fue, así, precursor de lo que hoy conocemos como el Semanario Judicial de la Federación, en donde se publican las resoluciones de los tribunales federales y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

9).- Establece la improcedencia del juicio de amparo sobre un mismo acto fallado por la Corte a un cuando fuera diversa la garantía violada.

10).- Condena la arbitrariedad de los jueces de distrito y de los gobernadores, al hacer una aplicación inexacta de la ley.

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11).- Defensor de la libertad de imprenta.

12).- Amonesta a los Ayuntamientos y funcionarios que procuran el triunfo de su causa, con desprecio a las garantías individuales.

13).- Su aportación para definir el concepto de gobierno.- El gobierno es el conjunto de los órganos a los que constitucionalmente esta confiado el ejercicio del poder, o al órgano capaz de imponer las reglas de conducta y de tomar decisiones al servicio de la comunidad, para lo cual dispone de la fuerza representada por el ejercito y la policía. A su juicio, por gobierno debe entenderse únicamente al poder ejecutivo, pues, es el encargado de aplicar las leyes y de ninguna manera los tres poderes al mismo tiempo.

14).- Fue el precursor de la ley de responsabilidades de los servidores públicos

15).- Fue precursor del derecho penitenciario. A propósito de la pena de muerte a la que se opuso con vigorosamente por considerarla inútil e inhumana, elaboro su contrapartida: Un sistema penitenciario que rehabilite eficazmente a los delincuentes y los prepare para su reincorporación a la sociedad.

El maestro Altamirano dio cátedra de oratoria forense en la Escuela de Jurisprudencia en 1881 y de Derecho Administrativo en la Escuela de Comercio. Quedo pendiente su aspiración de escribir un tratado de derecho.

Perteneció a asociaciones académicas y literarias como el Conservatorio Dramático Mexicano, la Sociedad Netzahualcóyotl, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, el Liceo Hidalgo, el Club Álvarez.

Altamirano, fue un hombre polifacético: soldado de la patria, político, legislador desde los 26 años; el mas grande orador de su tiempo; Liberal, reformista intransigente; fue el primer liberal social de México, (Ruiz Massieu); intelectual, literato, novelista, periodista, el mejor Escritor de su tiempo; Empresario Cultural del siglo XIX, (Krauze); Maestro de las Ideas y Maestro de la Vida; diplomático, en Barcelona, España y en París, Francia, en el ocaso de su vida.

Altamirano, llego a ser en una de las épocas más aciagas y convulsas de nuestra historia (1834-1893), uno de los mexicanos más completos de que se tenga memoria.

Fue un participante activo de la dinámica efervescente, conflictiva y esperanzadora del México en formación. Es el México que viene de la Independencia en busca de su identidad nacional y de su formación republicana. Vive su juventud en medio de confrontaciones entre liberales y conservadores. Es la época en la que se promulgan leyes que derogan la Constitución de 1824; se pierde más de la mitad del Territorio Nacional, es la última del dictador Santa Ana.

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Altamirano, lo hizo con el código y la espada en una mano, y con el Libro escolar y el mapa de las poesías y el espíritu popular, en la otra.

Dice Álvaro Fernando Morales Sarabia, que la Revolución de Ayutla y la Guerra de Reforma fueron acontecimientos en los que se conoció con más fervor su patriotismo y su grandeza.

Vida pública.

Altamirano, lo hizo con el código y la espada en una mano, y con el Libro escolar y el mapa de las poesías y el espíritu popular, en la otra.

Dice Álvaro Fernando Morales Sarabia, que la Revolución de Ayutla y la Guerra de Reforma fueron acontecimientos en los que se conoció con más fervor su patriotismo y su grandeza.

De entrada, hay que resaltar que una de las grandezas de este hombre no es solo lo polifacético de su personalidad, que ya de por si es relevante; si no la proeza que significa levantarse de la nada, sobreponerse a la adversidad del origen y el entorno, y elevarse hasta llegar a ser, para el caso de la parte que me corresponde explorar en esta ocasión, Juez, Fiscal, Procurador General y Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Pocos abogados guerrerenses han llegado a tener esa condición, y ese privilegio. Solo don Alberto Vázquez del Mercado y otro personaje que, sin ser guerrerense de nacimiento, se consideraba como tal, don Teófilo Olea y Leyva.

Solo dos Abogados guerrerenses, asimismo, pusieron en alto el nombre de Guerrero en Europa. Uno de ellos fue el ilustre Taxqueño, Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza; Y el otro fue el abogado Ignacio Manuel Altamirano, en su paso como Diplomático de México en España y en Francia. Por eso, otro abogado guerrerense talentoso José Francisco Ruíz Massieu, cuando fue Gobernador estableció la Semana Altamiranista y las Jornadas Alarconianas.

Gran defensor del liberalismo, tomó parte en la revolución de Ayutla en 1854 contra el santanismo, más tarde en la guerra de Reforma y combatió contra la invasión francesa. Después de este periodo de conflictos militares, Altamirano se dedicó a la docencia, trabajando como maestro en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Comercio y en la Nacional de Maestros; también trabajó en la prensa, en donde junto con Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez fundó el Correo de México y con Gonzalo Esteva la revista literaria El Renacimiento, en la que colaboran escritores de todas las tendencias literarias, cuyo objetivo era hacer resurgir las letras mexicanas. Fundó varios periódicos y revistas como: En 1852 publicó su primer periódico, "Los Papachos", hecho que le costó la expulsión del Instituto Literario de Toluca. Fue en esa época cuando escribió la polémica obra "Morelos en Cuautla", hoy pérdida, que le dio mucha fama, pero de la que más tarde, al parecer, se avergonzaba.

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El Correo de México (1876) con Ramírez y Prieto, El Renacimiento (1869), con Gonzalo A. Esteva, El Federalista (1871), La Tribuna (1875) y La República (1880).

Fue también procurador general de la República, fiscal, magistrado, presidente de la Suprema Corte y oficial mayor del Ministerio de Fomento, en cuyo carácter impulsó la creación de observadores astronómicos y meteorológicos y la reconstrucción de las vías telegráficas. Así como oficial mayor del Ministerio de Fomento. También trabajó en el servicio diplomático mexicano, desempeñándose como cónsul en Barcelona y París.

Sin embargo, su labor más importante fue la que desarrolló en pro de la cultura y la literatura mexicana, al preocuparse porque este género tuviera un carácter nacional y que llegara a ser un elemento activo para la integración cultural de su país.

Ignacio Manuel Altamirano fue quizá el primer mexicano que exploró la literatura inglesa, alemana, estadounidense e hispanoamericana, que en su tiempo eran desconocidas por la mayoría de los hombres de letras.

Con Ignacio Ramírez, "El nigromante", y Guillermo Prieto, fundó el Correo de México, y en enero de 1859 la revista "El Renacimiento", un hito en la historia de la literatura mexicana, en el cual reunió a escritores de todos los credos.

En la actividad pública, se desempeñó como diputado en el Congreso de la Unión en tres períodos, durante los cuales abogó por la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria.

Otras actividades.

ALTAMIRANO Militó como masón del Rito Escocés Antiguo

Se ha procurado averiguar el comportamiento de Ignacio Manuel Altamirano Basilio durante los últimos años de su vida, su exilio, su eventual apoyo o rechazo al régimen de Porfirio Díaz. Documentos públicos avalan hipótesis en muchos sentidos. Comentar sus actividades masónicas quizá pueda contribuir a [des]enredar sus preferencias políticas en los últimos años de su vida. Militó como masón del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. En 1878 era presidente del Supremo Consejo de ese rito el licenciado Alfredo Chavero (1841-1906, abogado, político, coautor de México a través de los Siglos) y Porfirio Díaz -masón escocés- era desde dos años atrás, presidente de la república. Hacia los años treinta el Rito Yorkino había desaparecido y el Rito Nacional

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Mexicano había declarado en 1877 su no beligerancia política: su candidato presidencial (a reelección), Sebastián Lerdo de Tejada, estaba derrotado y exiliado y los masones de su jurisdicción se habían ido a la cargada como muchos otros en épocas futuras y pretéritas. El 11 de enero de 1878 Altamirano resultó electo Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México, como resultado (según el escritor norteamericano Richard E. Chism) de "una conspiración". Chism redactó su libro Una Contribución a la Historia Masónica de México (1899) con fuentes porfiristas principalmente. Pronto esa Gran Logia se rebeló contra el Supremo Consejo Escocés alegando "que los masones, en general, no estaban contentos con el gobierno del Supremo Consejo". Con tres logias simbólicas, Altamirano y otros conformaron la Gran Logia Independiente de Estado del Valle de México No. 1 y su primera manifestación pública la hicieron mediante un escrito de fecha 31 de diciembre del mismo año de 1878. Para Chism es "divertido" (página 80) seguir los pasos de esta agrupación masónica: "Según las versiones corrientes, el hermano Altamirano, ‗por virtud de sus poderes como Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México‘, declaró por sí y ante sí, Soberano Gran Inspector General del grado 33 y, entonces, ‗por virtud de sus poderes como Soberano Gran Inspector del grado 33‘, procedió a conferir el grado 33 a Ermilo G. Cantón y a algunas más personas (sic), hasta completar el número suficiente para constituir el llamado Supremo Consejo del Gran Oriente de México". El primer decreto de Altamirano y su organización se expidió el 1º de enero de 1879. Hacia 1884 gobernaba ‗cosa de 120 logias‘ y llegó a obtener el reconocimiento de autoridades masónicas de España, Rumania, Túnez, Francia, Luisiana y Brasil. Altamirano publicó un manifiesto (Cfr. José María Mateos, Historia de la Masonería en México), en la que asentó que él y su organización se proponían ‗no rendir a los hermanos de altos grados los honores aristocráticos...porque... se prestan al ridículo [y] humillan a los hermanos de grados inferiores‘, pues por esto la masonería escocesa se había convertido en un ‗cuerpo jerárquico muy semejante a la aristocracia nobiliaria o... a la iglesia católica romana‘. El regaño iba dirigido a Alfredo para que lo entendiera Porfirio. Chism (crítico de Altamirano y parcial del Supremo Consejo) enlista en la introducción de su libro las fuentes usadas para su redacción. Nombra, entre otras (p.17), no faltaba más, las ‗entrevistas con el hermano Porfirio Díaz y licenciado Alfredo Chavero‖. Aquí podríamos aventurar una hipótesis: Altamirano fue disidente de la masonería escocesa porfirista y –como nunca se sabe en estos asuntos semisecretos-, pudo haber optado por exiliarse en Italia para morir el 13 de febrero de 1893.

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Sepulcro de Ignacio Manuel Altamirano en la

―Rotonda de las Personas Ilustres‖.

Abogó y sentó las bases de la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria a partir del 5 de febrero de 1882. Fundó el Liceo de Puebla y la Escuela Normal de Profesores de México; y para el mundo en general, escribió varios libros de gran éxito en su época, al cultivar diferentes estilos y géneros literarios. Sus estudios críticos se publicaron en revistas literarias de México.

Existe una recopilación de los discursos de Ignacio Manuel Altamirano. Amó las leyendas, las costumbres y las descripciones de paisajes de México. En 1867, comenzó a destacar por lo magistral de su obra, orientó su literatura hacia la afirmación de los valores nacionales, y destacó también como historiador literario y crítico, que fue el abanderado de varias generaciones.

Murió en Italia en 1893, en una misión diplomática.

En 1892, obligado por la tuberculosis pulmonar que lo aquejaba, Altamirano hizo un viaje a Italia –entonces residía en París– en compañía de su esposa Margarita Pérez Gavilán, con la esperanza de recuperar un poco las energías perdidas. Su espíritu de artista no pudo haber permanecido insensible ante las maravillas que admiró en aquel milenario país. Seguramente disfrutó lo mismo ante la marmórea belleza de los antiquísimos monumentos que el genio romano esparció por toda Italia, que ante los tesoros exhibidos en las pinacotecas y museos, porque Altamirano fue siempre un enamorado del arte, como puede observarse en sus muy variados escritos literarios.

Buscando el sitio adecuado para intentar un poco de alivio, los Altamirano llegaron a San Remo, ciudad famosa por su clima mediterráneo, cerca de Mónaco. Buscando con paciencia logró el maestro conseguir un pequeño cuarto en la Pensión Suiza, no tan espacioso y ventilado como lo hubiera deseado, aunque si con "un balcón que daba al patio, con vista sobre el mar".

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A la llegada de don Joaquín D. Casasús, al que acompañaban su esposa Catalina y su pequeño hijo Héctor, Altamirano no tenía ya fuerzas para tenerse en pie; por lo que acordaron entonces que lo más conveniente era buscar un alojamiento más amplio y mejor ventilado, pues consideraron que la pequeñez del cuarto ahogaba al enfermo. Casasús arrendó la Villa Garbarino, donde el maestro renovó sus esperanzas de continuar viviendo e hizo planes optimistas que realizaría al volver a México. Casasús era un excelente latinista y gran orador, de origen tabasqueño, que se consideraba orgullosamente discípulo directo del maestro Altamirano. Además, la relación familiar que existía entre ambos se debía a que la esposa de Casasús, Catalina, era media hermana de Margarita, esposa de Altamirano, y Catalina había sido adoptada desde muy joven por el maestro, dándole su apellido. Fue precisamente Casasús el receptor de las disposiciones testamentarias de Altamirano, que no tenía fortuna, ni deudas, ni problemas de familia. Lo que más le preocupaba era quedar para siempre lejos de México. “No quiero que me dejen en tierra extranjera; y como el medio más seguro para volver a la patria es la cremación de mi cadáver, después que yo muera, imponga usted –dijo a Casasús– su voluntad y mi deseo, y lleve a la patria mis cenizas‖.

El maestro murió el 13 de febrero de 1893, a la edad de 59 años, cumpliéndose así una de sus frases favoritas: "En 13 nací, en 13 me casé, en 13 he de morir".

Los Casasús no pudieron acompañarlo en los últimos momentos de su existencia, pues habían ido a Génova por los resultados de unos análisis, teniendo todavía la esperanza de que fueran distintos a los que ya conocían. Enterados en Génova del triste desenlace, volvieron presurosos a San Remo, donde don Joaquín se encargó de cumplir fielmente la voluntad última del ilustre maestro.

En San Remo existía un horno crematorio que había sido construido bajo los auspicios de una sociedad de librepensadores, integrantes de la Logia Masónica del lugar, "obligándose todos ellos a que sus cadáveres fueran cremados". Hasta entonces ningún cadáver había sido cremado en dicho horno, por lo que las autoridades de la ciudad, atendiendo la solicitud de Casasús y aprovechando al mismo tiempo la ocasión de hacerlo funcionar por primera vez, dieron todas las facilidades a los atribulados dolientes, que vieron satisfechos como el maestro, muerto ya, daba una última lección en tierra extraña, aunque hospitalaria. Un homenaje sencillo, pero significativo, recibió el maestro por parte de aquellos hombres innovadores, como él, cuando el señor Bernardo Calvino, al frente de una numerosa comitiva, depositó sobre su féretro una corona de flores y dijo a Casasús:

―Hemos sabido que el señor Altamirano, cuya muerte lamentan ustedes, era un viejo liberal, un patriota distinguido y un hombre de letras eminente, y hemos querido, los miembros de la Sociedad de Librepensadores de San Remo, venir a presentarle el testimonio de nuestra simpatía y de nuestra admiración y a acompañarlo al cementerio para ser testigos de la cremación

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de su cadáver. Va a dar un ejemplo él a esta ciudad, digno de ser imitado, y es muy justo que tomemos participación en esta que juzgamos importantísima ceremonia‖.

El 25 de febrero las cenizas fueron provisionalmente depositadas en el Cementerio de Pere-Lachaise, de París, en una austera ceremonia en la que Gustavo Baz dijo la oración fúnebre, de su alocución dijo:

―Altamirano merecía que se le recitase ante su urna un canto de Lucrecia, si su vida no fuese en sí misma una página de Plutarco, y si la estela de su genio y la dignidad de su carácter no hicieran que para honrarlo baste citar su nombre y apelar al testimonio de una generación educada. Estamos, señores, ante las cenizas de un apóstol porque defendió todo lo que amaba con peregrina elocuencia, porque enseñaba y levantaba a los humildes, porque siempre acompañó la acción a la palabra. Fue un precursor porque reclamando para su cuerpo la destrucción inmediata, nos enseñó a pensar el problema de la muerte de una manera levantada‖.

Las cenizas del maestro Altamirano fueron depositadas en una urna pequeña de madera labrada que en sus costados estaban grabados los símbolos masónicos, como correspondía a quien fue en vida un eminente masón, y llevadas por Casasús a París, luego a Nueva York, después a Veracruz y, finalmente, a la ciudad de México. Sus restos llegaron a Veracruz el 5 de Junio de 1893 en el vapor Orizaba, Las cenizas fueron llevadas al Palacio Municipal del puerto donde La Gran Logia Unida Mexicana de Veracruz organizó una velada fúnebre en la que hablaron Ignacio Pérez Guzmán y Miguel Macías a nombre del Liceo Altamirano. De Veracruz hacia México el traslado de las cenizas se realizó por medio de ferrocarril.

En Orizaba los integrantes de la Logia del lugar solicitaron que el tren se detuviera para realizar una Tenida Fúnebre.

En Apizaco, la masonería del lugar se reunió en torno del paso del tren, ahí el Gobernador de Tlaxcala Próspero Cahuatzin, a nombre de la Logia, en una pieza oratoria destacó la grandeza del Maestro Altamirano. El 7 de Junio de 1893 se efectuó la recepción de los restos en la estación ferroviaria de Buenavista de la ciudad de México, donde una gran multitud hizo acto de presencia para rendir su último tributo, la urna fue llevada a la Cámara de Diputados, donde había una nutrida comitiva oficial encabezada por el Presidente Porfirio Díaz Mori, al entrar los restos al recinto, la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música ejecutó la Marcha Altamirano, compuesta por el maestro Macedonio Alcalá.

El 10 de Junio a las 10:30 horas se efectuó la inhumación de los restos en el Panteón Francés y el 13 de noviembre de 1934, al cumplirse el centenario de su nacimiento, sus cenizas fueron depositadas en la Rotonda de los Hombres Ilustres, sita en el Panteón de Dolores de la ciudad de México.

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Así terminó la fructífera existencia de uno de los más grandes hombres que ha producido México. Su afán de superación fue constante y decidido; su dedicación al estudio, admirable y digna de ser imitada, y su amor a la patria, demostrado tantas veces con la pluma y con la espada, una lección imperecedera y ejemplar para todos los mexicanos.

Fue Altamirano un liberal avanzado, en época en que el liberalismo era la doctrina y la práctica que servía a la edificación del país. Por ello, valiéndose de la literatura, la política, el periodismo y la cátedra, fue uno de los constructores del México moderno que logró emanciparse, en fiera batalla, contra el poder feudalizante de la Iglesia y de todo el fardo colonial heredado del pasado.

EL APARECIDO AZTECA:

IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO EN EL

NECRONACIONALISMO MEXICANO, 1893

La muerte en la época moderna provoca un tipo de discurso nacionalista que podemos llamar necronacionalista. El necronacionalismo responde al dolor y a la ausencia por medio de la idealización de los muertos, cuyas vidas son transformadas en alegorías de la historia nacional y en códigos ejemplares. Puesto que el necronacionalismo anula la vida privada de un sujeto y la sustituye con un texto público de fines mitológicos o didácticos, podemos considerarlo una ficción. En otras palabras, el necronacionalismo rechaza los discursos de la intimidad que pudieran privar a la nación de los significados públicos de una vida, y se adueña de los muertos en contra de intereses partidarios o sectarios que desmienten el mito de la armoniosa "comunidad imaginaria" de la nación. Es, a la vez, un discurso autoritario y metafísico; lo podemos denominar monumentalista porque construye la vida de un sujeto como un principio nacional eterno e incuestionable y es metafísico en su afán de posibilitar una íntima e intangible relación entre el ciudadano y el muerto. El discurso necrológico que surgió en torno a la muerte de Ignacio Manuel Altamirano en 1893 subraya las maneras en que los vacíos producidos por su muerte fueron inscritos por el necronacionalismo.

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Las necrologías que se publicaron sobre Altamirano fundaron un discurso nacionalista dentro de la experiencia del duelo, particularmente en términos del indigenismo que había cundido entre pensadores mexicanos del periodo finisecular. Al coincidir la muerte de Altamirano con el período en que se debatía el valor de las leyes de instrucción pública y obligatoria, el escritor fue transformado en un indio ejemplar cuya vida subrayaba la posibilidad de redimir a la población indígena y absorberla dentro de la nación. El notorio jacobinismo político del joven Altamirano permitió que se le representara como uno de los grandes símbolos nacionales del período: el guerrero azteca Cuauhtémoc. Sin embargo, la asociación de Altamirano con la ira y fiereza de una raza indomable iba acompañada con una imagen radicalmente distinta, si no es que opuesta: la de un gran letrado clásico. Algunos comentaristas simplemente desdeñaron las contradicciones del compuesto de la frase indio/letrado y promovieron fórmulas transparentes sobre la redención nacional del indio Otros se enfrentaron más directamente al problema de reconciliar los valores estéticos y filosóficos del Maestro con su herencia indígena. En las páginas que siguen, asentaremos las bases de nuestro estudio del necronacionalismo indigenista que se apoderó de la imagen Altamirano en 1893 mediante una reconstrucción de cómo el mismo escritor se había enfrentado a su propia imagen de "indio feo" durante su vida. A pesar del orgullo que sintió por su etnia durante su larga vida pública de orador, diputado, periodista y maestro, Altamirano nunca quiso convertirse en portavoz de su raza. Irónicamente, al arrebatarle su presencia física en el mundo, la muerte crea las condiciones para que se la sustituya con una moraleja sobre la redención nacional del indio.

Ignacio Altamirano, indio feo Otros me ven desde lo alto de sus carruajes tirados

por frisones, pero me ven con vergüenza. Yo los veo desde lo alto de mi honradez y mi legítimo orgullo.

Ignacio Manuel Altamirano, 1869

La mitificación de Altamirano reunió elementos de la identidad étnica de Altamirano que habían circulado desde el comienzo de su vida pública. Si podemos hablar de una historia pública sobre la etnia de Altamirano, sería la de un gran hombre atrapado en la fisonomía de un "indio feo". A principios de 1873 el redactor del periódico cubano Voz de Cuba, José Triay, visitó México y conoció a muchos escritores y figuras públicas, incluyendo a Ignacio Manuel Altamirano, cuya obra literaria admiraba mucho. En una carta a su periódico, que fue reimpresa en un periódico mexicano en febrero de 1873, Triay escribe que Altamirano le había dicho que "se enorgullece de ser feo, y de poseer la espléndida fealdad de la raza azteca…" ("Cartas mexicanas"). Triay subraya que la mirada del Maestro tiene "ese sello de inteligencia que revela lo que es, y hay en su rostro rasgos que se separan de su opinión." Aunque no es bello, escribe Triay, la inteligencia y cultura de Altamirano lo "transfiguran" convirtiéndolo

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en un hombre de belleza espiritual ("Cartas mexicanas"). Si nos atenemos a los recuerdos de uno de los alumnos de Altamirano, podemos afirmar que éste se refirió a sí mismo como "indio feo" en otra ocasión también: "Altamirano era un indio feo. El mismo nos decía en un momento de buen humor…[ sic] 'porque yo soy feo, y no necesito de grandes razones para demostrarlo‘" (Torres Quintero). Sin embargo, como para disculparse de haber esgrimido la frase "indio feo", Torres Quintero escribe que Altamirano era bello por su talento y sus conocimientos. La representación de Altamirano como "indio feo" nunca fue exclusivamente de tendencia benévola. Desde su niñez, Altamirano venció la división de espacios sociales que impedían al indio acceso a espacios privilegiados, lo cual resultó en una serie de roces que dejaron huella en su persona. Altamirano había ingresado a la escuela de los "niños de razón", en Tixtla, porque su padre era alcalde de indios, pero no sin tener que enfrentarse a las protestas de sus compañeros de clase, que lo rechazaron por violar la separación de castas. Luego, como becario adolescente del Instituto Literario de Toluca, Altamirano fue el alumno de más baja extracción social, a pesar de su gran talento. Altamirano le contó a su amigo Juan de Dios Peza que al llegar a Toluca con su padre, después de un largo viaje a pie desde Tixtla, uno de los administradores de la escuela, que también era indio, se dirigió al padre de Altamirano de esta manera:

–No están las personas que buscas –le dijo con tono agrio; –pero puedes esperarlas, porque alguna de ellas ha de venir esta tarde.

Mi padre, en el colmo de la fatiga, se sentó en una silla, indicándome que yo a sus pies me sentara en la alfombra. Cuando este caballero nos

vió, miró con profundo desprecio a su [sic] pobre padre y le dijo con orgullo. –Vete con tu muchacho al corredor, porque aquí no se sientan los indios.

(J. de D. Peza)

Años más tarde, cuenta Peza, dio la casualidad que el mismo administrador se presentó en las oficinas de un periódico capitalino en el cual Altamirano estaba trabajando, para citarse con el escritor Manuel Payno, que en ese momento no se encontraba en el lugar. Azotado por los recuerdos de la humillante bienvenida que aquel hombre les había ofrecido a él y a su padre en Toluca, Altamirano le dijo: "Vaya usted a esperarlo en el corredor, porque en estos sillones no se sientan los indios" (Peza). Sin embargo, como escritor, Altamirano se rehusó a identificarse públicamente en términos raciales, prefiriendo subrayar una conceptualización social de la identidad étnica. En un discurso que dio en la apertura de la Sociedad de Beneficencia en 1871, Altamirano declara que:

Yo también soy hijo de la beneficencia, yo también nacido en la clase más humilde y más menesterosa, en la clase indígena, he debido mi instrucción

primaria a la beneficencia de un pueblo, y la instrucción

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daria a la beneficencia del Estado de México y de un digno y noble español a quien no puedo recordar sin la más tierna gratitud.

Altamirano,"Bosquejos"

Dentro de este marco ser indio es una condición social, no un hecho permanente o una calidad intrínseca. Para Altamirano la degradación de la clase india, cuya vida es "automática y poco distinta de la vida de los brutos", es el producto de la tiranía del español en el período colonial, y de la "indiferencia" estatal en el período republicano (Altamirano, "Bosquejos"). El protagonista de su famosa novela El Zarco, el honrado y heroico herrero Nicolás, es descrito en términos que dan eco a este argumento: "era un indio, pero no un indio abyecto y servil […] un hombre culto ennoblecido por el trabajo" (Altamirano, El Zarco). Estos argumentos nos ayudan a explicar la escasez de referencias a su propia etnia en sus escritos; tan pronto que se cumplen ciertas condiciones sociales, el calificativo de indio pierde sustancia. De hecho, en una sesión de la Cámara de Diputados de 1881, Altamirano declaró neutralidad frente a su propia identidad india, diciendo que aceptaba el calificativo de indio "sin humillación y sin orgullo", y que si había dicho que se identificaba con los vencidos de la conquista era simplemente como contrapeso retórico a la celebración de la conquista entre algunos conservadores y españolizantes en México ("Cámara de diputados"). En otras palabras, la identificación con lo indígena se da de manera estratégica o contextual, y no como imperativo en sí. El escrito más autobiográfico de la obra de Altamirano, una crónica titulada "La semana santa en mi pueblo", que se publicó en su periódico La República en 1880, confirma este distanciamiento de lo indio por parte de Altamirano. A pesar de que la crónica evoca con gran nostalgia los recuerdos de la semana santa en su pueblo natal de Tixtla, Altamirano oscila entre un registro autobiográfico (expresado en el uso de la primera persona) por el cual se identifica con lo indígena abiertamente), y una expresión más antropológica (que rompe con el uso de la primera persona) y que concibe al indio en términos de la otredad, como si el indio no fuera él mismo, sino un objeto de estudio aparte. Altamirano intenta resolver la contradicción de discursos por medio de una analogía sobre la niñez, permitiéndose un margen para el yo étnico a la misma vez que sitúa el mismo yo en un espacio caduco.

Cuando la luz meridiana de la ciencia y de la realidad hacen desvanecer en el espíritu los bellos fantasmas de la juventud soñadora, aquellos recuerdos

persisten sin embargo, aquellas impresiones se fijan en la imaginación como una negativa imborrable, y es: que el hada de la niñez no

se ahuyenta, como la maga de las ilusiones juveniles, sino que permanece despierta, graciosa y risueña en el dintel que el cariño levanta en el

santuario de la memoria. (Altamirano, "La semana santa en mi pueblo")

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La cita resuelve la relación de Altamirano con sus propias nostalgias sobre Tixtla en términos similares a la visión social expresada en el discurso de la Sociedad de Beneficencia: el yo indio no es una condición permanente, sino una estación de vida que puede ser superada. En el caso del entramado autobiográfico de "La semana santa en mi pueblo", ser indio se supedita a la niñez, a una bella pero primitiva concepción del mundo que, con el paso del tiempo, queda esparcida en la imaginación y en la memoria. De esta manera, la niñez –y por extensión, el yo-indio– quedan desmaterializados en un presente que Altamirano asocia con la "madurez", y la "razón”. El indio en el imaginario nacional mexicano, 1867-1894

La resistencia de Altamirano frente a su identidad racial no debe ser entendida como una evasión personal, producto de una condición que pudiéramos llamar psicológica, sino más bien como una postura ideológica que armoniza con una de las corrientes progresistas del pensamiento liberal del XIX. A partir de las Guerras de Reforma, varios pensadores liberales concibieron la degradación del indio en términos de condiciones sociales, así asentando las bases de programas educativos para su mejora e incorporación a la ciudadanía. Sin embargo, el famoso debate entre Justo Sierra y Francisco G. Cosmes en el periódico positivista La Libertad en 1883 pone al descubierto las divisiones entre nacionalistas y aquellos intelectuales influidos por el racismo científico. La discusión se desata gracias al apoyo que rinde Altamirano al estado de Puebla por haber aprobado una ley de instrucción obligatoria. Cosmes afirma que la instrucción obligatoria no se puede realizar en México a causa del hermetismo fundamental del indio, que necesita de sus hijos para la sobrevivencia. Sierra responde con un ataque a los excesos del pensamiento spenceriano que violentan la dignidad de la "especie" mexicana y la verdad histórica; las deficiencias de ciertos grupos, arguye, no representan una fatalidad sino realidades modificables. A fin de cuentas, los raciocinios de Sierra y otros defensores de la educación del indio consiguieron la ratificación de una ley de instrucción pública para el distrito federal en 1888, la cual fue clave para la centralización y difusión nacional de la instrucción pública obligatoria a partir de 1896. Sin embargo, la disensión se sigue manifestando por medio de obras de tinte racista como El porvenir de las naciones latinoamericanas (1899) de Francisco Bulnes, y La génesis del crimen en México de Julio Guerrero (1901), cuyo determinismo biológico atentan contra el argumento del carácter modificable del indio. Como coadyuvante de la defensa liberal de las capacidades morales e intelectuales del indio, también se intensificaron los discursos nacionalistas en torno a la figura mítica del indio de la antigüedad azteca. En la primera mitad del siglo XIX, el romanticismo mexicano e hispanoamericano manifestó un compromiso con imágenes idealizadas de los aztecas, como en el caso de José María Heredia, el poema de Ignacio Rodríguez Galván "Profecía de Guatimoc" (1839), y la novela de Gertrudis Gómez Avellaneda, Guatimozín, el último emperador de Méjico (1846). Sin embargo, no fue sino hasta la segunda mitad del

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siglo XIX, después de la guerra con EE.UU. y la consolidación interna del liberalismo por medio del movimiento de Reforma, que lo azteca empezó a revestirse de un sentido nacional. La historia azteca, como las glorias de la independencia, contribuiría a la creación de mitos de origen que pudieran facilitar la construcción de la nación. En las palabras de José María Vigil:

Desearíamos ardientemente que nuestra educación literaria y científica formara un carácter acendrado y profundo de mexicanismo; que nuestras

antigüedades fuesen el objeto de la más exquisita solicitud por parte de los gobiernos; que no se perdonara medio en su conservación y estudio;

que el idioma nahoa figurase al lado de las lenguas sabias […] y en una palabra, que la civilización de nuestros antepasados, más variada,

más rica y más grandiosa que la sangrienta barbarie de las antiguas tribus del norte, fuese el fundamento de nuestros estudios históricos y literarios.

(Florescano)

La aparición entre 1884 y 1889 de México a través de los siglos, una monumental historia de México editada por Vicente Riva Palacio, hizo real la integración deseada por Vigil, por medio de una visión abarcadora que se sobrepuso a las limitaciones de la historiografía de partidos o de períodos separados, a favor de una visión integradora y nacional (Florescano). En esta época, la iconografía azteca también se desplazó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, cuyos concursos bienales de pintura entre 1885 y 1894 se enfocaron principalmente en temas de la historia precolombina o de la azteca, como Visita de Cortés a Moctezuma (tema del concurso de 1885), El hallazgo del nopal y el águila o la fundación de México (1889), Cristóbal Colón en la Rábida (1891), y Los informantes de Moctezuma (1893). Sin embargo, el más atrayente personaje azteca fue Cuauhtémoc. La resistencia de Cuauhtémoc a los españoles se convirtió en una alegoría fácil para un nacionalismo que se nutría de las tragedias y triunfos frente a invasores extranjeros, como los Estados Unidos y Francia. Por ejemplo, como lo señala Brian Hamnett en un estudio sobre la carga simbólica de la ejecución de Maximiliano de Habsburgo en 1867, el propio Juárez había declarado que México estaba vengando las muertes de Moctezuma y Cuauhtémoc y afirmando una nacionalidad mexicana que provenía de los aztecas (Florescano). La inauguración de un monumento oficial a Cuauhtémoc en el Paseo de la Reforma el 21 de agosto de 1887 reiteró este entramado nacionalista de manera pública. Una semana antes de la inauguración, el propio Ignacio Altamirano formuló una explicación de la trascendencia nacional de Cuauhtémoc, sugiriendo que el azteca era un tipo "esencialmente mexicano" que "se presenta más real cuando se le ve reproducido en el gran Morelos, nuestro contemporáneo…" (Altamirano, "Cuauhtémoc").

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Altamirano rechaza una tradición de historiografía colonial y republicana que había elevado a Cortés por encima de Cuauhtémoc, y también a la prensa ibérica de la ciudad de México, que por años había puesto en tela de juicio el nacionalismo indigenista de los liberales mexicanos. El apogeo del culto a Cuauhtémoc se dio en 1893, el año de la muerte de Altamirano. Para la Exposición Universal Colombina de Chicago, el estado porfirista respaldó a Joaquín Ramírez hijo, y Leandro Izaguirre para que produjeran grandes lienzos sobre Cuauhtémoc y Cortés.

―Luego traen a Cuahtemoctzin en una barca.

Dos, solamente dos lo acompañan, van con él. El capitán Teputztilóloc y su criado Yaztachímal.

Y uno que iba remando tenía por nombre Cényautl;

Y cuando llevan a Cuauhtemoctzin luego todo el pueblo le llora. Decían:

Ya va el príncipe más joven, Cuauhtemoctzin. ¡ya a entregarse a los españoles!

¡Ya a entregarse a los dioses!‖

El cuadro de Ramírez, La rendición de Cuauhtémoc representa al caudillo indio, vestido lujosamente, siendo recibido como prisionero por Cortés y sus soldados. La distancia entre los españoles y Cuahtémoc confiere al líder azteca suficiente espacio para legitimarlo, como si Cortés y Cuauhtémoc estuvieran tratándose como iguales y no como vencedor y vencido. Con un leve gesto del dedo de Cuauhtémoc, cuyo brazo no está alzado, Ramírez indica que el líder no es un bárbaro o un simple rehén, sino un interlocutor de Cortés. El gesto comunica la subordinación del azteca a Cortés, pero también enfatiza su sensatez y dignidad.

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El suplicio de Cuauhtémoc de Izaguirre representa al líder azteca atado un obelisco y sentado en un bloque de piedra tallado, con los pies en una hoguera mientras Cortés y sus hombres lo rodean. La resistencia de Cuauhtémoc es subrayada por su rostro impasible, por las líneas relativamente rectas de su postura, y por la manera que le devuelve la mirada a Cortés, mientras que otro azteca bajo el suplicio retrae las piernas y pies del fuego con una expresión de dolor. De esta manera, en la Exposición Universal de 1893 la elegancia del Cuauhtémoc de Ramírez, que contradice la noción de la barbarie, se cruza con el carácter bravo y combatiente del Cuauhtémoc de Izaguirre. Cuauhtémoc emerge como una figura híbrida: el orientalismo occidental lo recrea con gran elegancia y exotismo, mientras que a la misma vez preserva su asociación con el estereotipo bélico de los guerreros aztecas. Como veremos en las páginas que siguen, la combinación de estas cualidades pondrá las bases del necronacionalismo que surge en torno a la muerte de Altamirano.

Altamirano y el necronacionalismo

Comenzamos señalando un lugar común del necronacionalismo que encontró amplia y repetida expresión después de la muerte de Altamirano: la idea de que la muerte de los grandes hombres: Constituye una forma de progreso porque posibilita la eternización de un principio, facilitando la absorción de los espíritus o almas de los grandes hombres por la ciudadanía, como si los muertos se transformaran en brisas ligeras o perfumes que pudieran ser ingeridos por los vivos. En las páginas de El Demócrata, Gabriel González Mier escribe que el progreso exige la muerte de Altamirano: "Del humus social en que se convierten las generaciones caídas, nace la juventud, que es el renuevo de las ideas del pueblo" (González Mier). Alfredo Chavero, uno de los diputados del Congreso que leyó un discurso en honor a Altamirano cuando llegaron sus cenizas a México en Junio de 1893, comparó el vuelo del alma de Altamirano de Europa a México, luego de la incineración de su cuerpo, con la leyenda del águila que salió de las llamas cuando se incineró el cuerpo del Emperador Augusto ("Discurso del Sr. Lic. D. Alfredo Chavero",).

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Más que ninguno de sus contemporáneos, sin embargo, el escritor Jesús Urueta desarrolló el significado de lo que pudiéramos llamar el necroprogreso. La muerte es una forma de vida universal que construye los mitos que son la savia principal de la identidad nacional. "Los grandes escalones del progreso son lápidas", declara Urueta, "…de las gloriosas cenizas de Altamirano se exhala el alma del poeta y del tribuno, se difunde en la atmósfera, la respiramos…" (Urueta). La idea de que un gran hombre se transforma en una esencia accesible a los vivos subraya las características espirituales, y hasta espiritistas, del necronacionalismo, sugiriendo que la comunión con la historia nacional se puede dar por medio de la presencia fantasmagórica de los muertos entre los vivos. El propio Altamirano desarrolló este tema en una de sus crónicas urbanas sobre el “Día de los Muertos en México”. Agobiado por preguntas existenciales y hondas preocupaciones sociales sobre la degradación social representada por el Día de los muertos, Altamirano acude al cementerio de San Fernando y al anochecer se deja encerrar en el panteón. Altamirano escucha la losa de una tumba moverse y se encuentra con el fantasma del prócer liberal Melchor Ocampo, vestido de negro y con la cara ensangrentada. Ocampo conversa con Altamirano y lo lleva a una conferencia de muertos en el panteón que incluye a Guerrero y Juárez. Ocampo le ofrece a Altamirano sabias observaciones sobre la historia patria, enaltece la ley moral como principio en la política y critica a aquellos mexicanos cuya ambición es el poder (Altamirano, "Día de los muertos"). Irónicamente, después de su muerte Altamirano desempeñará la misma función que Melchor Ocampo en este texto: conciencia de la nación. El principio espiritual que hace de los muertos una moraleja por aprender o un fantasma por conocer, va acompañado de un impulso monumentalista que asocia a los grandes hombres eternizados con estructuras arquitectónicas asociadas con la solidez. En otras palabras, los grandes hombres mitificados no son solamente una condición subjetiva para la ciudadanía, sino también una función externa de la permanencia, de la continuidad y del poder de la nación. El poeta Guillermo Prieto hace un llamado a que todo mexicano levante un templo para honrar a Altamirano "para mostrar un día a vuestros hijos/el que fue vuestra gloria y vuestro ejemplo" (Prieto, "Para el Liceo Mexicano"). Un escritor trabajando bajo el pseudónimo de Betances escribe:"Sí; grabad su nombre en el mármol funerario, oh Mexicanos…Y dejad que me acerque a vosotros para ornar su tumba de laureles" (Betances). El énfasis de tal discurso funerario no está en la metafísica de esencias espirituales a las que pueden acceder los ciudadanos, sino a los ritos de subordinación al principio de poder y autoridad representados por el monumentalismo arquitectónico.

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El necronacionalismo que suscitó la muerte de Altamirano también conllevó importantes reflexiones generales sobre la nacionalidad, y sobre su codificación por medio de la biografía de un ciudadano. Algunos necrólogos notaron que Altamirano se prestaba particularmente bien a la celebración nacional por sus diversas contribuciones a la república. En las palabras de la Redacción de El Partido Liberal:

…no se individualizó en ninguna de esas esferas limitadas de la acción humana, llegando á preponderar en ésta o en aquella, porque su espíritu

expansivo le llevaba a la cátedra, á la tribuna, al periódico, al libro, á la batalla, á la escaramuza, a la guerrilla, a la historia, al arte, a la filosofía,

a las ciencias naturales... ("Ignacio Manuel Altamirano")

La participación de Altamirano en tantas esferas resalta cómo su vida puede operar como un diagrama de los diversos registros por los cuales la nacionalidad se manifiesta: por medio de la gesta militar, el progreso científico, los cargos públicos y la palabra civilizadora. En otras palabras, el "espíritu expansivo" de Altamirano es el de la nación en sí. De esta manera, El Partido Liberal subraya que la nación debe ser entendida como un conjunto de papeles o cauces coherente y no un agregado de esferas de acción diferentes y de distinto valor5. Ermilio G. Cantón, hermano masón de Altamirano, reitera este argumento, exclamando que Altamirano fue simultáneamente soldado de la patria, soldado de la reforma, soldado de la ciencia, soldado del arte y soldado de la masonería (Cantón). Por otra parte, el hecho que Altamirano haya sido indio y también veterano de las Guerras de Reforma, como Juárez, posibilita una visión unificadora de la historia mexicana muy en acorde con las tentativas historiográficas y literarias de postular un entramado que unificara períodos diferentes en un todo coherente. En la trayectoria de la vida de Altamirano se conjuga el pasado precolombino y colonial con la gesta de la Reforma, cuyo liberalismo y batallas por la soberanía nacional la identifican como legítima heredera de las glorias de la independencia mexicana. Las referencias a la etnia en las necrologías sobre Altamirano se despliegan en varios registros. Una de sus manifestaciones más notables es la imagen pastoril y romántica del indio como noble salvaje, emisor privilegiado de la Madre Naturaleza. Altamirano es una "ave nacida en las vírgenes selvas americanas", un hombre natural libre criado "con el beso cálido del sol", y el poeta que capta la voz de las montañas, los vientos de la tierra y las oleadas del mar ("Discurso del Sr. D. Balbino Dávalos"

Era Altamirano indio puro. Pertenecía á esa raza que algunos han dado en apellidar inferior, sin duda para ahogar la voz de la conciencia como

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bajo una mortaja, y poder con esa nota lúgubre condenarla sin piedad al exterminio; pero esa raza, dándoles el mentís más solemne, ha producido

esta trinidad formidable: Juárez, Ramírez y Altamirano, continuadores sublimes de las glorias mexicanas… (Betances).

Como la figura mítica de Cuauhtémoc y Benito Juárez, Altamirano permite una recuperación de las etnias indígenas para el proyecto nacional en el presente. La realidad del indio no se desplaza hacia fórmulas literarias gastadas como la del salvaje noble, sino que se ancla en un presente real y palpable. Y, como la cita antepuesta demuestra, en vez de ser atavismos dañinos a la nación, o elementos marginales, dentro de esta recuperación los indios pueden ser concebidos como figuras nacionales. Persistirían por muchos años referencias a Altamirano (como a Juárez) en debates sobre las capacidades morales e intelectuales del indio. Por esta razón, a pesar de las limitaciones reales del indigenismo mexicano finisecular, subrayamos que la mitificación de Altamirano como "indio ejemplar" no implicaba una pérdida de conciencia social sobre las condiciones reales de los indios. Frecuentemente, los necrólogos de Altamirano usaban su muerte y su ejemplaridad para condenar la pobreza, dependencia y falta de protección del indio. Guillermo Prieto evoca la figura de Altamirano- el indio para sugerir que todos los mexicanos deben seguir el ejemplo de su labor a favor de los derechos de los indios.

Quién eres tú? –Residuo de la raza Que el desprecio y la miseria espira

A la que creen que el porvenir rechaza, Y que es para ella la razón, mentira.

Vengo de la tiniebla y la pobreza, De Cuauhtémoc la sangre aliente el pecho,

Vengo a servir de escarnio a la nobleza Y a vindicar al indio al derecho. (Prieto, "Para el Liceo Mexicano",)

De esta manera, los orígenes sociales y étnicos de Altamirano son convertidos en una lección sobre las responsabilidades de los liberales de proteger al indio para permitir que surjan los Altamirano de mañana. Como escribe Ermilio Cantón, "si queremos ser dignos del Maestro, es indispensable que le imitemos, es indispensable (Cantón ). Iracundo pero platónico: los dos Altamiranos. Como hemos visto, varios necrólogos encauzaron el mito de Altamirano sin cuestionar e investigar las tensiones del significado de su vida como indio letrado, ofreciendo argumentos coherentes para explicar la relación entre el carácter indio de Altamirano y su perfil como letrado; este discurso necrológico daba por sentado que era posible superar el destino fatal de la sangre por medio de la educación.

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Sin embargo, otros necrólogos pusieron estos argumentos en tela de juicio, y dieron expresión a visiones más complejas y contradictorias de Altamirano como indio letrado. Para estos escritores, Altamirano no representaba un ideal nacional estable, sino una confluencia de realidades contradictorias. Sin menospreciar conscientemente al Maestro, la búsqueda de una visión auténtica de Altamirano, y de un balance de su trascendencia en la vida mexicana del momento, llevó a algunos a subrayar la otredad étnica de Altamirano y así fragmentar la comunidad imaginaria de la nación. Las dos figuras que mejor representan este impulso son Jesús Urueta, cuyo discurso sobre Altamirano en la Cámara de Diputados en Junio de 1893 fue recibido con apasionados aplausos en el recinto, y el Duque Job, Manuel Gutiérrez Nájera, cuya crónica, "Memorias de un curioso”, es un fascinante pero atrevido recuerdo de su querido Maestro. Tanto Urueta como Gutiérrez Nájera resaltan las limitaciones del indigenismo nacionalista liberal, señalando que el compuesto indio letrado no era un término singular, sino uno plural y en tensión. En su famoso discurso, Jesús Urueta asocia al Maestro con el fiero Cuauhtémoc que aparece en el cuadro de Leandro Aguirre con los pies en la hoguera. La fogosidad de Altamirano, producto de su formación política como jacobino, es reinterpretada como una suerte de atavismo racial.

La célebre hoguera proyectaba un resplandor auroral en la frente del

guerrero indio y una lividez dantesca en la frente del guerrero español. –Altamirano era un aparecido azteca; vino al mundo a continuar la

lucha de sus abuelos contra la España intelectual y moral, contra la idea española, contra la aspiración española… ay! fue vencido –como los suyos–

gloriosamente vencido! El podría, él debía maldecir a España; nosotros hijos de españoles, que por la conquista hemos comunicado con la

civilización europea, debemos amarla. El genio de Altamirano, como historiador nacional, es el odio… (Urueta)

Aparte de construir a Altamirano como expresión de un rencor heredado de sus antepasados, en términos afines a aquellos que veían al indio como cauce de antiguos y peligrosos impulsos violentos, Urueta transforma al Maestro en una figura fantasmagórica; la sombra de Altamirano intervendrá en la posteridad de la nación para dar voz a la herida simbólica de la conquista. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en otras ficciones fantasmagóricas, Urueta nota que la lección de este aparecido azteca no es necesariamente una lección para todos los mexicanos. Al sugerir que el odio que definió a Altamirano es la herencia de su raza india, y no de los criollos mexicanos, Urueta se desvía del afán nacional e integrador del culto a Cuauhtémoc para subrayar las divisiones del cuerpo político.

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En esta evocación de la nación, Altamirano no es el vocero de todos, sino de una experiencia histórica ajena a la hispanidad de la nación. La idea de que Altamirano representa una visión y experiencia histórica distinta a la de otros mexicanos es desarrollada cuando Urueta propone que la identidad india de Altamirano le permite descifrar las heridas de la conquista en la historia y el presente mexicano. Altamirano es el testigo y el narrador privilegiado de aquel pasado histórico caracterizado por la violencia, la ruina, el olvido, la tragedia y la mutilación; es el artista capaz de dar expresión a la sangre derramada y de las experiencias que vagan "entre las grietas de la historia" (Urueta). Esta historia de los vencidos expresaba "toda una raza clamando justicia y la revelación de toda una historia demandando culto" (Urueta). El propio Urueta, sin embargo, complica esta visión de Altamirano, al razonar que la capacidad privilegiada del Maestro, como indio, de sentir el sufrimiento social e histórico, desemboca en parajes clásicos y platónicos:

Entonces, sus discípulos veían a Atenas con su blanca floración de estatuas y de templos, de mujeres divinas y de Dioses frágiles; escuchaban

la desgranada risa del Olimpo y el susurro de los peplos bajo los pórticos de mármol; sentían la dulce embriaguez de las olas de seda del Mediterráneo

que riman himnos azules, de los horizontes en que flotan, como cabelleras de Inmortales, los celajes rubios de la tarde, de la ambrosía

que hace chispear la palabra erótica en los labios y humedece en los ojos del deseo; y sus espíritus se llenaban del ruido de los carros brillantes de la música de miel de los diálogos platónicos, del clamor desesperado de

la gran batalla y del peán entusiasta de la gran victoria! (Urueta ).

Urueta traslada a Altamirano de lo indecible de la experiencia de la conquista a la cima del ideal platónico, de la iracunda letra sangrienta, signo de una raza y de una expresión histórica autóctona, a la cima del ideal clásico occidental, con sus artificios universalistas y lugares comunes. Altamirano se mueve entre el peso y la asperidad de la historia y de su violencia cotidiana a las brisas suaves y etéreas del Mediterráneo. A pesar de que Urueta es incapaz de reconciliar a Altamirano el indio con la comunidad imaginaria de la nación, tampoco está dispuesto a descartar por completo el concepto del letrado nacional a favor de la ira de Cuauhtémoc; tiene que encontrar otra salida, otra manera de proyectar al Maestro por fuera de la famosa hoguera hacia la cultura de los vencedores, hacia aquella historia y experiencia que no pertenece a los márgenes. El resultado de estas maniobras retóricas y conceptuales es un Altamirano dividido y contradictorio: es la ira, pero también el himno azul; es la ruina y la soledad a la misma vez que la perfección de pórticos de mármol que reciben la bendición de las brisas del Olimpo. Altamirano es el Maestro, el cauce de las luces de la cultura de occidente, pero también es el indio bravo, los nervios de un pueblo en los márgenes de la experiencia letrada, y cuya memoria colectiva es una fuente de violencia expresiva, si no histórica y literal.

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En Junio de 1893, Manuel Gutiérrez Nájera publicó en El Partido Liberal una crónica titulada "Memorias de un curioso" que demuestra muchas de las mismas tensiones simbólicas que hemos apuntado en el caso del discurso de Urueta (Gutiérrez Nájera, "Memorias de un curioso",). Antes de la muerte de Altamirano, en la década de los ochenta, Gutiérrez Nájera publicó enfáticos elogios del Maestro que subrayan el profundo afecto y respeto que sintió por el famoso letrado, a quien había admirado desde su niñez. En 1884, por ejemplo, Gutiérrez Nájera celebró la galanura y el arte de la expresión literaria que Altamirano plasmó en Paisajes y leyendas. Tradiciones y costumbres de México (235-239). Luego, en homenaje a Altamirano en las vísperas de su partida a Europa en 1889, declaró que el Maestro era "el coautor… de casi todas las obras buenas de nuestras dos últimas generaciones literarias… Ha sido algo así como presidente en la república de las letras mexicanas" ("Ignacio Manuel Altamirano", 358-362). Es natural que la noticia de la muerte de Altamirano produjera en Gutiérrez Nájera una respuesta particularmente emotiva. En las tres necrologías que publicó entre el 16 y el 24 febrero en El Partido Liberal, se resaltan dos conceptos entrelazados: Altamirano como padre y Altamirano como semi dios. La muerte del gran hombre provoca sentimientos de orfandad y abandono en el escritor que desembocan en una mitificación absoluta, como vemos por ejemplo en el siguiente aserto: "Hay que agradecerle la merced que nos hizo [el destino] en dejarnos al ser divino por algún tiempo entre nosotros" ("Página enlutada"). Tres meses después de la publicación de sus necrologías sobre Altamirano, Gutiérrez Nájera publica "Memorias de un curioso", en donde la mitificación cede la palabra al discurso autobiográfico y a la anécdota, descubriendo un análisis más complejo de Altamirano. Gutiérrez Nájera esboza de manera conmovedora sus últimos recuerdos de Altamirano y la soledad que siente ante su ausencia, escribiendo "me haces falta para la educación de mi espíritu, para abrigo y solaz de mis noctámbulas ideas!" ("Memorias de un curioso",). Gutiérrez Nájera prosigue con la anécdota de cómo conoció a Altamirano por primera vez durante la gira mexicana de la famosa actriz italiana Adelaida Ristori en 1871. En aquel entonces, Gutiérrez Nájera contaba menos de catorce años y había llegado al teatro de la mano de su padre para conocer a Ristori. Gutiérrez Nájera queda deslumbrado por el cuadro de la gran Ristori conversando con Altamirano, recuerdo que capta su iniciación en los misterios del arte. Cuando escribe que en ese momento un inmenso amor nació en él, un amor cuya vida quedará entrelazada con los latidos de su corazón hasta su muerte, Ristori y

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Altamirano adquieren el perfil de padres espirituales del poeta. El ángel tutelar femenino se funde con el ángel masculino para inaugurar la sagrada comunión del joven adolescente con el arte y la cultura. Las dos figuras logran esta sublime combinación porque son espíritus afines, y no opuestos raciales o culturales. En las palabras de Gutiérrez Nájera, "no formaba contraste aquella mujer helénica junto a aquel indio reciamente moreno"; los dos cuerpos encarnaban el mismo ideal eterno ("Memorias de un curioso"). Como otros necrólogos, Gutiérrez Nájera subraya el carácter iracundo y orgulloso del Maestro, pero a diferencia de ellos, rebate la caracterización de éste como indio puro por medio del contraste de la elevación espiritual y estética de Altamirano con un pintoresco catálogo de la barbarie exótica sugerida por sus facciones indígenas.

Su larga y ancha boca, de gruesos labios, era la de un casique [sic] criado en la montaña. Y es lo raro, que engañaba ese aspecto montaraz é indomable;

ese color de la raza vencida y sacrificada, ese odio, llameante en las pupilas. Viéndole, se pensaba en los ritos pavorosos, en los fakires

trémulos, en los guerrero de penachos cimbradores, en los sacerdotes impasiblemente crueles, en la India, en el Egipto, en los aztecas; el filtro

que mata, en la yerba que hechiza, en el árbol que crece de un sólo brinco, en los rebaños de pesados búfalos; y no era así, no era Altamirano el indio puro, como han dicho casi todos: era el luminoso espíritu latino

tostado por el sol americano. (Gutiérrez Nájera, "Memorias",)

A pesar de que el aspecto de Altamirano debería justificar las comparaciones orientalistas y primitivas desplegadas en la cita, Gutiérrez Nájera termina anulando el concepto racial a favor de la idea de las almas gemelas de Altamirano y la Ristori. Refuerza este argumento al recordar la imagen del Presidente Sebastián Lerdo de Tejada acompañando a la Ristori, lo cual provoca la siguiente comparación del alto funcionario con el famoso literato y periodista:

"El moreno era más griego que aquel pálido. Porque el moreno

había absorbido por todos sus poros el sol de Grecia" ("Memorias de un curioso",).

A diferencia de Jesús Urueta, Gutiérrez Nájera se resiste a la caracterización de Altamirano

como indio. Reconoce el "conjunto satánico" de las facciones indígenas del Maestro y las

describe con más color que ninguno de sus contemporáneos, pero se rehúsa a interpretarlas

como seña de la identidad del alma que late debajo de ellas; Altamirano es un ser tan luminoso

como la legendaria actriz Italiana, tan latino como ella.

La disolución del concepto racial es tan absoluta que nuestro poeta queda capacitado para

imaginar a Altamirano y Adelaida Ristori como sus padres espirituales en el camino del arte y

de la estética. En esta visión, Altamirano se perfila no como embajador de realidades

americanas o mexicanas (a pesar de haber sido tostado por el sol americano) sino de ideales

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clásicos y universales que guían a sus discípulos hacia Europa.

"¡Ah! Vuelvo los ojos de mi imaginación a tu París”, escribió Gutiérrez

Nájera en su primera necrología dedicada al Maestro, "la ciudad hermosa que te enamoró, que me enseñaste a amar, y la increpo

lanzándole la injuria que le arroja Daudet al fin de una novela: Coquine! Coquine!" ("Memorias de un curioso",).

Conclusión: En busca de Altamirano

Como Domingo Faustino Sarmiento y otros letrados fundadores del XIX, Ignacio Manuel Altamirano esgrimió la palabra de la modernidad en contra de la oralidad de aquellos agentes sociales cuyo ámbito era el de los márgenes del poder y de la expresión escrituraria. Por ejemplo, la guarida de los bandidos en su novela El Zarco, Xochimancas, está poblada con un habla y cultura popular que reflejan la barbarie de los crueles bandidos que en ella se esconden. En varias de sus crónicas urbanas y rurales, se reproduce esta postura de condena: Altamirano se declara enemigo de la cultura popular mientras que enaltece expresiones nacionalistas que se fundamentan en modelos europeizantes, como la novela y el teatro social. Por esta razón, no sorprende que gran parte de la crítica reciente sobre Altamirano se haya fundamentado en las dimensiones disciplinarias de su nacionalismo, las cuales lo sitúan dentro de las corrientes elitistas del liberalismo cultural del XIX. Sin embargo, es importante equilibrar esta visión de los contornos ideológicos de Altamirano con la particularidad histórica de su experiencia como indio letrado. El presente estudio se ha propuesto contribuir a una visión más matizada de Altamirano por medio de un análisis de su mito necronacionalista en 1893. A diferencia de otros nacionalistas decimonónicos, el perfil público de Altamirano se nutrió desde el principio por sus humildes orígenes indígenas, los cuales convirtieron su vida en una moraleja nacionalista sobre la redención de su raza. El necronacionalismo provocado por su muerte buscaba consolidar esta imagen indígena del Maestro para la posteridad. Sin embargo, como hemos apuntado en este estudio, las tensiones entre el concepto del erudito clásico y el indio iracundo revelan las limitaciones del indigenismo nacionalista del Porfiriato. Como el propio Altamirano intentó hacerlo durante su vida, descubriendo rastros de una identidad india en ciertos escritos y escondiéndolos en otros, su mito necronacionalista intentó encontrar un equilibrio entre el origen étnico y el destino político del hombre. Por esta razón, es imposible desentrañar al Altamirano real y póstumo de la contradicción y de la hibridez; como la nación que defendió con su vida y su obra, Altamirano era producto de Europa y de la América indígena. Y quizás ésta sea la imagen más fiel que podamos dar del Maestro.

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Con motivo del centenario de su natalicio, sus cenizas fueron depositadas en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México. Se creó la medalla "Ignacio Manuel Altamirano" con la finalidad de premiar los 50 años de labor docente.

Obra

Escribió varios libros de gran éxito en su época, cultivó el cuento y el relato, la crítica y la historia; el ensayo y la crónica, la biografía y los estudios bibliográficos, la poesía y la novela. Su obras literarias retratan la sociedad mexicana de época, entre las más destacadas se encuentran:

Rimas (1880) Clemencia (1869)

El Zarco (1869)

http://books.google.com.mx/books?id=Dg7iAiUaW64C&printsec=frontcover&dq=el+zarco&source=bl&ots=P85Q3Glfc2&sig=gn5yM8hLdUJ6d5Qc1I4q8CVu3Vk&hl=es&ei=oUywS7_kEIqwsgPN1snkDQ&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CAYQ6AEwAA#v=onepage&q=&f=false

El Zarco (Resumen).

El libro fue escrito durante la Guerra de Reforma y se demuestra en la obra

con las apariciones de Benito Juárez y porque se nombra a la guerra

durante el transcurso de la trama. Altamirano participo directamente en la

política del país, esto le da el ambiente general de esta obra.

La acción se desarrolla en Yautepec, Morelos en el Valle de Yautepec, donde se ubicaban las haciendas de: Cocoyoc, Atlhuayán y San Carlos: todas ellas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar.

Los pobladores son gente buena, hospitalaria, tranquila, franca, sencilla y trabajadora. El río y los árboles frutales son su tesoro. Todos son mestizos.

La banda de El Zarco, tenia su cuartel en Xochimancas, hacienda antigua y arruinada, no lejos de Yautepec.

El vivir en Yautepec, significaba hablar siempre de robos y asesinatos, bandas y tropas.

En Yautepec, vivían Dona Antonia con su hija Manuela y su ahijada Pilar.

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Doña Antonia vivía desesperada, pues temía que su hija Manuela fuese raptada por la banda de El Zarco, debido a su belleza, por lo que su deseo era que Manuela se casara con Nicolás a quien ella no amaba, o bien irse a la Ciudad de México con su hermano, quien por todo los problemas que había en la zona, no iba por ellas.

Nicolás les prepara su salida a la capital con las tropas del gobierno, sin sospechar que con esto, perdería a su amada.

Manuela, había engranado a su mama, ya que ella, todas las noches vivía momentos apasionados con El Zarco. Juntos planearon su fuga, para así, evitar su separación.

El Zarco, vio por primera vez a Manuela en Cuernavaca, él era uno de los jefes más renombrados de las bandas de bandoleros por sus infames proezas y horribles venganzas en las haciendas en que había servido, por su crueldad y valor temerario. Ella se deslumbro por su gallardía, riqueza en su vestir y la fama que le precedía.

Al descubrir Dona Antonia la fuga de su hija, busca la ayuda de las autoridades del pueblo, pero debido al miedo, nadie salió en su búsqueda, sin embargo el pobre de Nicolás fue puesto preso, acusado del rapto de Manuela, gracias al amor que Pilar sentía por él, hizo que lo liberaran y así logra que Nicolás se fije y enamore de ella.

Dona Antonia no pudo superar el dolor y muere, mientras Manuela vive una pesadilla en el campamento de los ladrones y descubre que en realidad no ama a El Zarco, sino que era solo pasión.

Conforme pasaban las idas, Manuela descubría cosas horribles sobre El Zarco y más lo odiaba y temía, empezando a hacer comparaciones con Nicolás y descubriendo en el todas las virtudes que alguna vez pensó que El Zarco tenia.

Desenlace

El Zarco, tras secuestrar a un extranjero, para con la recompensa comprarle joyas y vestidos a Manuela, tiene una discusión con ella y comprende que fue un error llevársela y le dice que a partir de ese momento deberá ser parte del grupo y complacer a todos sus amigos; Manuela desesperada, llena de remordimientos y miedo, decide huir.

Martín Sánchez, tras perder a sus hijos y padre a manos de El Zarco, y ver como enloquecía su esposa, deja todo en busca de la venganza y junto con su pequeño ejército.

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Nicolás se une con su grupo al de Martín y finalmente en un combate se enfrenta a El Zarco, hiriéndolo y capturándolo para entregarlo a las autoridades junto con Manuela.

Sin embargo, debido a la desorganización que había en todo el país, los amigos en el poder que tenían los plateados, el soborno etc. al ser trasladados, hay una emboscada y son liberados, iniciando así una nueva ola de crímenes en la comarca.

Sánchez se presenta con el Presidente Juárez quien acababa de triunfar con las Leyes de Reforma, pero que luchaba aun contra miles de adversarios y peligros. Por todo esto, Juárez autoriza el que cualquier bandido que sea atrapado por Sánchez, sea colgado en el acto.

Mientras tanto, Pilar y Nicolás, quienes eran muy queridos por todos, gracias a la lucha que emprendieron contra los ladrones, preparaban su boda, cuando Manuela aparece pidiendo piedad y perdón. Sánchez logro capturar a El Zarco y frente a Manuela recibe 5 tiros y el de gracia, para finalmente ser colgado. Manuela enloquece y muere de ira y dolor.

Personajes.

El Zarco: Hombre atractivo, 30 años, alto, rubio, elegante, de bajos instintos y “rico”, jefe de una banda de ladrones y salteadores.

Tiene carácter bravío y duro. Hijo de padres honrados, que lo obligaban a estudiar y trabajar, lo que no le gustaba y es por eso que huye de su casa, para irse como ayudante de un caballerango, haciendo algo de dinero y aprendiendo todos los secretos de la equitación. Por su mal carácter, cambia constantemente de trabajo y vive consagrado al ocio, el juego y la holganza.

Con excepción de Manuela, no amaba ni quería a nadie, pero si odiaba a todos.

El apodo de El Zarco, le viene del color azul claro de sus ojos.

Manuela : Bella joven de educación moral, quien se enamora del Zarco y suena con partir a su lado, para vivir románticas aventuras.

Es altiva, 20 anos, blanca, ojos oscuros y vivaces, boca encarnada y risueña, soberbia, de sonrisa burlona.

Pilar: 18 anos, morena, tipo criollo, ojos grandes, oscuros, sonrisa triste, cuerpo frágil, de aspecto melancólico, con carácter diametralmente opuesto a Manuela.

Nicolás: Enamorado de Manuela. Herrero de profesión. Honrado, trabajador, huérfano, originario de Tepoztlán, Morelos.

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Trigueño, tipo indígena, cuerpo alto y esbelto, ojos negros, nariz aguileña, boca grande, dentadura blanca, labios gruesos, barba naciente y escasa, aspecto melancólico pero fuerte y varonil.

Doña Antonia: Mama de Manuela y madrina de Pilar.

Martín Sánchez Chagollan: Personaje histórico, campesino, sin antecedentes militares, pacifico, fanático de la honradez. 50 anos, fuerte y viril, de estatura pequeña, ojos pequeños, verdosos y vivos, nariz aguileña, labios delgados, barba rasurada, cabeza redonda, espalda ancha, consumado jinete.

Presidente Benito Juárez

Argumento.

Eran épocas de guerra y algunos pueblos eran controlados por los Plateados, un grupo de bandidos. En una casa de Yautepec, un pueblo que vivía con temor, vivía Doña Antonia y su hija, Manuela. Doña Antonia quería que Manuela se casara con el herrero del pueblo, Nicolás, pero ella no quería, ya que amaba en secreto al Zarco, bandido líder de Los Plateados, a quien veía todas las noches a escondidas y con quien decide fugarse un día. La madre al darse cuenta de esto llama a los tíos de pilar, amiga de Manuela, y a ella. Ellos le ayudan a verificar y en ese momento reciben de un joven una carta donde Manuela confiesa que se fugo con el hombre que ella amaba. Nicolás llega y al saber lo ocurrido decide pedir ayuda con el comandante, pero este se niega y Nicolás cuestiona su autoridad y es condenado a muerte, entonces se da cuenta que Pilar lo amaba, y el la empieza a amar y a olvidar a Manuela. Se le hace un juicio y el liberado de todo cargo. Cuando vuelve a Yautepec se entera que Doña Antonia estaba moribunda debido al impacto de la noticia de la fuga, y le confiesa a Pilar su amor, tiempo después fallece Doña Antonia. Mientras tanto, en Xochimancas, Manuela y El Zarco llegan a la guarida de Los Plateados y Manuela no es tratada con respeto por parte de los bandidos y empieza a arrepentirse y siente una atracción por Nicolás. El Zarco le advierte que si seguía sintiéndose triste iba a cometer una barbaridad, Manuela le dice que solo fingía estar deprimida. Entonces se unen a una fiesta con los bandidos para bailar y nuevamente Manuela es tratada con irrespeto, en esa fiesta reciben un anuncio que decía que Marín Sánchez estaba listo para capturar y colgar a todos los bandidos, y se preparan para la batalla. La guerra se desarrolla en La Calavera, donde El Zarco es herido por Nicolás y capturado junto con Manuela, son encarcelados y El Zarco es condenado a muerte por órdenes del Presidente Benito Juárez. Lega el día de la boda de Pilar y Nicolás y cuando vuelven a la ex-casa de Doña Antonia y ahí encuentran a un pelotón listo para fusilar a El Zarco donde también estaba presente Manuela. Ellos se alejan y Manuela presencia el fusilamiento, en ese momento también muere Manuela.

Antonia y Beatriz Atenea

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Cuentos de invierno (1880) La Navidad en las montañas (1871) Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1986) Crónicas de la semana (1969) La literatura nacional (1949) Obras (1899) Obras literarias completas (1959) Obras completas (1986)

Asimismo, "Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México" (1986), "Crónicas de la semana" (1969), "La literatura nacional" (1949), "Obras" (1899), "Obras literarias completas" (1959) y "Obras completas" (1986), que lo convirtieron en el escritor más destacado de su época.

Clemencia (novela).

Durante su lucha contra Maximiliano de Habsburgo alcanzó el grado

de coronel, experiencia que plasmó en su novela "Clemencia" (1869),

quizá una de sus obras literarias más conocidas.

TEXTO COMPLETO:

Capítulo I DOS CITAS DE LOS CUENTOS DE HOFFMAN. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/1.html

Capítulo II EL MES DE DICIEMBRE DE 1863. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/2.html

Capítulo III EL COMANDANTE ENRIQUE FLORES. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/3.html

Capítulo IV EL COMANDANTE FERNANDO VALLE. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/4.html

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Capítulo V LLEGADA A GUADALAJARA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/5.html

Capítulo VI GUADALAJARA DE LEJOS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/6.html

Capítulo VII GUADALAJARA DE CERCA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/7.html

Capítulo VIII LA PRIMA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/8.html

Capítulo IX LA PRESENTACION. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/9.html

Capítulo X LAS DOS AMIGAS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/10.html

Capítulo XI LOS DOS AMIGOS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/11.html

Capítulo XII AMOR. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/12.html

Capítulo XIII CELOS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/13.html

Capítulo XIV REVELACION. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/14.html

Capítulo XV UN SALÓN EN GUADALAJARA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/15.html

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Capítulo XVI FRENTE A FRENTE. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/16.html

Capítulo XVII LA FLOR. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/17.html

Capítulo XVIII CLEMENCIA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/18.html

Capítulo XIX EL PORVENIR. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/19.html

Capítulo XX CONFIDENCIAS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/20.html

Capítulo XXI EL AMOR DE ENRIQUE. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/21.html

Capítulo XXII OTRO POCO DE HISTORIA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/22.html

Capítulo XXIII LA ULTIMA NAVIDAD. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/23.html

Capítulo XXIV EL DESAFIO. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/24.html

Capitulo XXV EL CARRUAJE. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/25.html

Capítulo XXVI BIEN POR MAL. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/26.html

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Capítulo XXVII ALTER TULIT HONORES. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/27.html

Capítulo XXVIII PRISION y REGALOS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/28.html

Capítulo XXIX EL TRAIDOR. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/29.html

Capítulo XXX PROCESO Y SENTENCIA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/30.html

Capítulo XXXI EN CAPILLA. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/31.html

Capítulo XXXII ANTES DE LA EJECUCION. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/32.html

Capítulo XXXIII DESENGAÑO. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/33.html

Capítulo XXXIV SACRIFICIO INUTIL. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/34.html

Capítulo XXXV EL SALVADOR. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/35.html

Capítulo XXXVI LA FATALIDAD. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/36.html

Capítulo XXXVII BAJO LAS PALMAS. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/37.html

Epílogo http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/clemencia/epilogo.html

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RESUMEN

Clemencia es una novela del célebre literato, político y diplomático Mexicano Ignacio Manuel Altamirano. En ella retrata el lenguaje popular, el paisaje, las tradiciones, y las situaciones genuinas que constituían la Guadalajara de ese entonces.

En esta novela contada en forma de "relato" y ambientada en la Guadalajara mexicana del siglo XIX, en el momento de la invasión francesa de México.

El "doctor" relata a sus comensales una acerca de dos citas de Hoffman escritas por un tal Fernando Valle poco antes de ser fusilado. El comandante Enrique Flores era un joven de buena familia, guapo, y tenía la cualidad de ser muy simpático, era el favorito de su jefe y era muy querido por sus soldados. Así mismo, era irresistible a las mujeres, era un seductor, y era tenía una buena suerte como nadie.

El comandante Fernando Valle, era todo lo contrario a Flores, cuya apariencia era un tanto pálida y enfermiza, para algunos repugnante. Era reservado, frío, y antipático para todo el mundo, sobre todo para las mujeres.

Cuando llegó el batallón a Guadalajara, Valle fue a visitar a una tía y prima que tenía en la ciudad, llegó de allá muy emocionado lo que era raro en él. Enrique, le preguntó la razón de su felicidad, a lo cual le contestó que había visto a su prima, quien era una bella señorita, Fernando claramente se encontraba atraído por ella. Enrique inmediatamente le preguntó cuando la podría conocer, y Fernando, quien sentía un tanto de agrado hacía Enrique, accedió a llevarlo.

Ya en la casa de su prima, se encontraron a la tía, Mariana, quien estaba acompañada por una amiga de Isabel, una linda muchacha blanca, de cabellos negros. Posteriormente, Fernando presentó a su prima Isabel a Enrique, e Isabel hizo lo mismo con su amiga Clemencia. Las jóvenes cautivadas por la belleza de Enrique no podían contener sus miradas de interés, mientras que Fernando se encontraba conversando con su tía, pero no dejó de observar el interés de las jóvenes por Enrique. Al fin, se retiraron los jóvenes.

Después, las mujeres conversaban sobre Fernando y Enrique, señalando la apariencia enfermiza de Fernando, a la que Clemencia argumentó que no le parecía tan repulsiva como a Isabel. Y pasando a Enrique, ambas halagaban su elegancia y caballerosidad. De esto, surgieron las sospechas que ambas encontraban encantador a Enrique, y tal vez de ahí podría surgir alguna rivalidad entre ellas.

Mientras que los dos amigos al caminar comentaban sobre la visita a aquella casa. Fernando escuchaba como su amigo se expresaba diciendo que el no tenía corazón, de cómo las mujeres por naturaleza acaban con la fuerza del hombre, y

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Fernando, siendo un romántico, se encontraba espantado ante las cosas que su amigo decía. Al oír Fernando hablar a Enrique sobre la hermosura de su prima y de cómo le gustaría conquistarle, Valle palideció, lo que delató sus sentimientos hacía su prima. Sin embargo, Enrique que comprendió esto, le dijo que tenía el camino libre para conquistarle y que el se conformaría con la linda morena, Clemencia. Fernando comprendía que sólo así libraría a su prima de las garras del insensible conquistador que era Enrique.

A la tarde del día siguiente, al llegar de nuevo Fernando y su amigo a la casa de Isabel, está los recibió con cierta timidez, que no había mostrado el día anterior. Más tarde llegó Clemencia, saludo a todos en la sala, y Enrique comenzó una plática sobre la sociedad en México, que las tenía atentas. Mientras que Fernando quedaba olvidado. Clemencia sugirió que Isabel tocará el piano, pues lo hacía excepcionalmente, Isabel se sintió avergonzada, pero Clemencia se ofreció a tocar primero, si estaba bien con ella. Enrique acompañó a Clemencia, y ante la melodía que la morena tocaba, Enrique se encontraba extrañamente dominado, pues la melodía expresaba los sentimientos de Clemencia. Fernando no tardó en mirar la expresión de celos y angustia de su prima que claramente estaba enamorada de Enrique.

Al finalizar Clemencia, Isabel se dirigió al piano a tocar una melodía también. Mientras tocaba, Enrique se inclinó hacia ella y le dijo algo al oído, lo que la hizo turbarse e interrumpir la melodía por un momento, pero luego continuó y finalizó la pieza. Enrique no cesaba de halagar el don de Isabel, quien se negaba a aceptar el cumplido. Al momento de despedirse, se notaba la afinidad que había entre Enrique e Isabel, y no hubo para Fernando más que una mirada fría de Isabel. Clemencia, por el contrario, se despidió de Enrique amablemente, pero con indiferencia, mientras que a Fernando le extendió la mano y Clemencia le dio una mirada tan poderosa que el pobre joven se turbó, además le dijo dulcemente “Hasta mañana, Fernando”.

Al salir, Enrique comentó lo equivocados que estaban al haber hecho el acuerdo, y le dijo a Fernando que Isabel claramente no estaba interesada en él y que debía el poner atención en Clemencia. Fernando pasó la noche pensando en Clemencia y el recuerdo del amor que sentía por Isabel, se fue desvaneciendo.

Al día siguiente en casa de Clemencia hubo una reunión, durante ésta, Clemencia buscaba tema de conversación con Fernando, a quien le era nuevo la experiencia de una conversación amena con una mujer joven. A la hora de sentarse a la mesa, quedaron de frente las dos parejas. Estaban sirviendo el vino cuando de repente Fernando vio una mirada de celos que Clemencia dirigía su amiga Isabel, tan rápida como un rayo, pero inmediatamente Clemencia cuestionó a Valle sobre las flores, y ofreció regalarle una como recuerdo. Clemencia llevó a Fernando al corredor para darle la flor y la puso en ojal de su levita. Fernando le confesó que al principio creía que era sólo un juguete para acercarse a Enrique, Clemencia desmintió tal cosa.

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Al terminar la reunión, el coche de Clemencia llevó a Mariana e Isabel a su casa, e Isabel le confesó que era muy feliz. Al llegar a su casa, Clemencia exclamó que como podía Isabel haberle ganado, y luego pensó con remordimiento el mal que había hecho al jugar con el corazón de Fernando, pensó y se arrepintió de haberle dicho tantas cosas falsas. Y se propuso conseguir el amor de Enrique.

Isabel va a visitar a su amiga Clemencia y le dice lo feliz que está, pues Enrique quería hacerla su esposa, pero Clemencia, ya sea por conveniencia o por buena amiga, le decía que no se confiará de las promesas que hacen los hombres, e Isabel se asustaba al oír a su amiga hablarle así, pues se encontraba profundamente enamorada de Enrique. Isabel le preguntaba que como iban las cosas con su primo y Clemencia respondió que él se encontraba enamorado de ella y que lo encontraba como una alma generosa y elevada, que le agradaba.

Dos semanas después Isabel llamó a Clemencia para que fuera a su casa, ésta la encontró llorando en la más profunda tristeza, le confesó que Enrique le había dicho que faltaba poco para irse de la ciudad y le pedía que se fuera con él y abandonara a su madre o que le diera la prueba más grande de su amor para irse tranquilo, sabiendo a lo que se refería, Isabel lo corrió de su casa, y sintió morir en ese instante. Clemencia le dijo que había hecho lo correcto, pero Isabel confesaba que aún los seguía amando.

La fiesta de Navidad sería en la casa de Clemencia, a la hora de ir a bailar Enrique llevó a Clemencia, quedando Fernando solo, pero este tenía miedo que algo ocurriera entre su amigo y su amada, pues Enrique le había prestado visitas a Clemencia en las últimas semanas. Se quedó junto a una puerta que daba al corredor. De repente escuchó que dos personas se acercaban, eran Clemencia y Enrique, escuchó como Clemencia le daba a Enrique un retrato y cabello, que éste le había pedido. Fernando sintió desfallecer, pues lo más horroroso le había sucedido. Al notar su ausencia, fueron a buscarlo y lo encontraron exaltado. Fernando pudo controlar su rabia, y al retirarse le cogió a Flores por el brazo y le dijo “Mañana”, en señal de desafío. Clemencia se encontraba alterada pues sabía que lo que iba pasar había sido provocado por ella.

Sin embargo, Enrique acusó a Valle con el general, quien lo reprendió por tal desafío en tiempo de guerra. Fue hecho prisionero, hasta que el batallón salió de Guadalajara. Pensaba que no le quedaba otra opción más que el suicidio, pero el Doctor le convenció que existían mejores formas. Así que decidió dejarse morir en la primera batalla.

Al aproximarse los franceses a Guadalajara, algunas familias se fueron, hacia Colima que estaba defendida. Iba pues, el carruaje de la familia de Clemencia, junto con Mariana e Isabel, camino allá, cuando un bache en el camino terminó por voltear el carruaje y rompió una de las ruedas, al no poder seguir a pie, mandaron a un sirviente por ayuda, o un carruaje nuevo o un carpintero.

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El sirviente fue detenido más adelante por una tropa que venía, lo llevaron con el comandante, a quien explicó la situación, era Fernando Valle. Así pues, Valle dejó su tropa para dirigirse a la ciudad a pedir un carruaje a un amigo suyo para que la familia de Clemencia pudiera continuar. Ya consiguió el carruaje y le dijo al cochero que no recibiera gratificación de la familia, y le pagó con tres onzas y un reloj de oro. Como su caballo estaba desfalleciendo, le dijo al sirviente que le vendiera el caballo de su amo, este accedió y se fue en el carruaje. Fernando regresó a su tropa y siguió su camino.

Vio el padre de Clemencia el carruaje, y el mozo le dijo que una comandante lo había conseguido y que no le pagara al conductor. Clemencia afirmaba que tenía que haber sido Enrique, que no había duda. Vieron pasar un tropa a lo lejos y asumiendo que era Enrique, se preguntaban por qué no habría querido que lo vieran.

Flores fue ascendido y pidió ser mandado a Guadalajara, y se le concedió, pasó a ser jefe de Valle, quien se disgustó al enterarse, pero se presentó a disponer de sus órdenes. Cuando Flores se enteró de que Fernando había dejado su tropa y se fue con un correo de Guadalajara, quiso sacar ventaja y lo acusó de traición. Pues le estorbaba para sus futuros planes. Al recibir la noticia Valle, fue escoltado hasta Zapotlan donde se vería con el general.

Camino a Zapotlan vio a unos mozos que iban con unos caballos de parte del señor R... (padre de Clemencia), y preguntaban por el coronel Flores. Les respondió, y cada cual continuo por su camino. Llegaron los mozos donde Flores y le entregaron los caballos y junto con éstos una carta de agradecimiento, Enrique comprendió entonces porque Fernando había dejado sus tropas. Ahora temía que su falsa acusación se descubriera, y que aquella familia le descubriera y que Clemencia sintiera simpatía por aquel pobre diablo.

Valle se presentó ante el jefe del ejército y fue cuestionado por las acciones de que se le acusaba, Fernando lo negó que fuera un traidor y explicó lo que en realidad había sucedido, el jefe del ejército comprendió que había sido Valle y no Flores quien había conseguido el carruaje para el señor R...

Terminando de explicar sus acciones, Fernando dio informe a su superior de que había encontrado a un correo de Flores, llevando un pliego al enemigo, el general M... Valle le entregó el pliego, y en éste venían las órdenes reservadas del ejército liberal. Acusando a Flores de traidor. El correo confirmó todo y mandaron arrestar a Flores. Y fue llevado a Colima para ser enjuiciado. Las pruebas lo declaraban claramente culpable y fue sentenciado a muerte por traidor. Desafortunadamente, Fernando quedó a cargo de custodiar al reo Flores, y casi se le obligaba a vengarse de su enemigo. Al acusarlo Valle hizo lo correcto pues era un traidor, pero no quería ser el verdugo que lo llevara a su muerte.

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Al enterarse, la familia de Clemencia se volvió desesperada y hacía lo que podía para evitar la ejecución, el señor R... ofrecía la mitad de su fortuna, por los deseos de su hija, pues sabía que si no lo hacía ella era capaz de darse a la muerte.

Clemencia no concebía la idea de que Enrique fuera un traidor, esto tendría que ser una calumnia, y al enterarse que fue Valle quien lo acusó. Comprendió que su amor era la causa de la desgracia de Flores, pues la rivalidad entre ellos había llevado a esto. Así, pensó lo más malvado y vil de Fernando, lo llamaba infame y calumniador, lo despreciaba con toda su alma. Todo el asunto de la próxima muerte de Enrique, revivió la llama en el corazón de Isabel, a quien no le importó que no era amada, pero sufría con tanta pena su desgracia.

Clemencia fue a ver su amante, acompañada por su madre e Isabel, les dijeron que Valle estaba a cargo y éste otorgó el permiso para que pasaran. Enrique, desesperado, le pedía por un veneno, para evitar la vergüenza de ser fusilado, mientras que Clemencia le decía que su padre conseguiría el indulto. Al salir de la celda Clemencia se dirigió hacia Valle y le reclamó con un desprecio supremo el haber calumniado a su amante, le llamó infame, cobarde. Al salir las mujeres, Fernando vacilaba en desplomarse porque aquellas palabras le habían herido en lo hondo.

Enrique velaba en su celda, asustado, abatido. Pues no era de esos hombres que no le temen a la muerte, no tenía rasgo de valor. De repente alguien se acercaba a su celda, era Fernando Valle. Venía Fernando a librarle de su prisión, no sin antes aclararle que no era él, sino su traición la que lo había llevado hasta ahí. Quería que viviera para que amara a Clemencia y fueran felices. Él sabía que después de ayudarle a escapar, tomaría su lugar en la ejecución. Le dio indicaciones, se intercambiaron ropas y Enrique huyó a la casa de Clemencia.

En casa de Clemencia, lo oyeron llegar y Clemencia e Isabel se emocionaron al verlo. Enrique les dijo que Fernando era quien lo había ayudado a escapar. Pidió que le ensillaran un caballo y dijo que se dirigiría a Guadalajara, pues solo ahí estaría seguro. Enrique les confesó la verdad, que había colaborado con los franceses. Al despedirse, Enrique iba a abrazar a Clemencia, pero ésta le rechazó por traidor, y farsante. Todo el amor que alguna vez sintió por él se convirtió en odio y desprecio. Pensó en el pobre Fernando, a quien había maltratado injustamente y se dio cuenta que a Enrique lo condenaba su crimen, pero a Fernando ella lo mataba.

Más tarde, llegó una carta de su padre donde decía que había logrado cambiar la mitad de su fortuna por la vida de Enrique, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó el padre de Clemencia, le dijeron lo que había sucedido, además el señor R.. se había enterado que no fue Flores sino Valle quien había conseguido el carruaje. Así, dijo que ofrecería la mitad de fortuna que le quedaba por salvar la vida del muchacho noble.

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La orden del general había llegado era la sentencia de muerte para Valle. También liberaba al señor R... de su compromiso y le regresaba la mitad de su fortuna ofrecida por Flores. Antes de morir, Valle llamó al Doctor y le contó la historia de su vida, pues quería que después de morir alguien le recordara. Le pidió que le entregara una carta a su padre y le dejó el caballo que había comprado del mozo del señor R..

Al día siguiente, iban las columnas de militares que guiaban la carroza donde Fernando venía al lugar donde sería fusilado, Fernando bajó tranquilo. Al mismo tiempo, otra carroza llegaba, era la de Clemencia. Había intentado inútilmente entrar en la celda de Fernando para pedirle perdón de rodillas por todo. Decidió hacerlo en la ejecución. Clemencia intentaba pasar entre la multitud, pero todos parecían impedirle el paso. Gritó y la muchedumbre le abrió pasó, pero faltaba una fila de soldados por pasar, se encontró de frente a él, y quiso gritar para llamar la atención de su última mirada, pero no pudo, pues se encontraba congelada. Se oyó la descarga y Fernando cayó muerto. Clemencia se desmayó, su padre la llevó al carruaje, después se dirigió al cadáver y le cortó un mechón de cabellos que guardó. Cuando Clemencia despertó, ya en su casa, su padre le entregó el mechón y dijo que a Fernando es a quien debería haber amado y soltó el llanto. La familia del señor R.. dio sepultura al cuerpo de Fernando Valle con la adoración de un mártir.

El Doctor cumpliendo los deseos de Fernando, llevó a la familia de éste la carta del difunto, era el cumpleaños del padre, había un desfile en la calle del ejército francés y entre sus filas se podía ver a Enrique Flores sonriendo coquetamente a las hermanas de Fernando. El padre abrió la carta y dio un grito de dolor “Han matado a Fernando”, su padre desfalleció, su madre se desmayó y las hermanas corrieron, aquella celebración se había convertido en sollozos y desesperación.

En cuanto a Clemencia, se metió a un convento y se hizo hermana de la Caridad, lo único que le quedaba eran los cabellos de Fernando, que atesoraba bajo su hábito.