identidades asesinas

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)-li2')()() Identidades asesinas es una denuncia apasionada de la locura que incita a los hombres a matarse entre sí en el nombre de una etnia, lengua o religión. Una locura que recorre el mundo de hoy desde Líbano, tierra natal del autor, hasta Afganistán, desde Ruanda y Burundi hasta . Yugoslavia, sin olvidar la Europa que navega entre la creación de una casa común y el resurgir de identidades locales en países como el Reino Unido, Bélgica o España, Desde su condición de h~mbre a caballo entre Oriente y Occidente, Maalouf intenta comprender por qué en la historia humana la afirmación de uno ha significado la negación del otro. Pero al mismo tiempo rechaza la aceptación . resignada y fatalista de tal hecho. Su mensaje es I que se puede ser fiel a los propios valores sin verse I amenazado por los de los demás. Ejemplos históricos, filosóficos y religiosos ilustran su teoría. Cuando a Maalouf se le pregunta si se siente más libanés o más francés él responde que por igual. y no 10 hace por diplomacia: "Lo que me hace ser yo mismo y no otro -dice Maalouf- es que estoy a caballo entre dos países, entre dos 9 tres lenguas, entre varias tradiciones culturales. Esa es mi identidad ... " . Identidades asesinas es un canto al ciudadano frente a la tribu, una llamada a la tolerancia. . 1. .. . . ;; l. ; ~ '. .& ;) .~ , v"" " -~ Alianea. Edi.éorW

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Page 1: identidades asesinas

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Identidades asesinas es una denuncia apasionadade la locura que incita a los hombres a matarseentre sí en el nombre de una etnia, lengua oreligión. Una locura que recorre el mundo de hoydesde Líbano, tierra natal del autor, hastaAfganistán, desde Ruanda y Burundi hasta .Yugoslavia, sin olvidar la Europa que navega entrela creación de una casa común y el resurgir deidentidades locales en países como el Reino Unido,Bélgica o España, Desde su condición de h~mbre acaballo entre Oriente y Occidente, Maaloufintenta comprender por qué en la historia humanala afirmación de uno ha significado la negación delotro. Pero al mismo tiempo rechaza la aceptación

. resignada y fatalista de tal hecho. Su mensaje esI que se puede ser fiel a los propios valores sin verseI amenazado por los de los demás. Ejemplos

históricos, filosóficos y religiosos ilustran su teoría.Cuando a Maalouf se le pregunta si se siente máslibanés o más francés él responde que por igual.y no 10 hace por diplomacia: "Lo que me hace seryo mismo y no otro -dice Maalouf- es que estoy acaballo entre dos países, entre dos 9 tres lenguas,entre varias tradiciones culturales. Esa es miidentidad ... " . Identidades asesinas es un cantoal ciudadano frente a la tribu, una llamada ala tolerancia.

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Amin Maalouf

Identidades asesinasVersión espafíola de Fernando Villaverde

Alianza Editorial

Page 3: identidades asesinas

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Título original: Les identités meurtrieres

Índice

Primera edición: 1999 (febrero)Primera reimpresión: 1999 (mayo)

1 Mi identidad, mis pertenencias 17

II Cuando la modernidad viene del mundo del Otro ... 59

Reservados todos los hechos. El contenido de esta obra estáprotegido por la Ley, que establecepe-nas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones pOr'daños y perjuicios,para quienes reprodujeren, plagíaren, dístríbuyeren o comunicaren públicemente, en todo o enparte, una obra literaria, artística o cíentifica, o su transformación, interpretacián o ejecuciánartística fijado en cualquier tipo de soporte o comunicado a través de cualquier medio, sin la

preceptiva autorización.

III La época de las tribus planetarias 103

N Domesticar a la pantera . 143

Epílogo . 191

© Éditions Grasset &Fasquelle, 1998© De la traducción: Fernando Villaverde, 1999

© Ed. cast.: Alianza Editorial S. A., Madrid, 1999Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15,28027 Madrid; teléf 913938888

ISBJv.·84-206-4485-4Depósito legaL'M. 19.843-1999

Impreso en Femdndez Ciudad, S. L.Printed in Spain

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~~jAsí es como se «fabrica»a los autores de las matanzas!-me dan ganas de gritar. Es ésta una afirmación un pocoradical, lo reconozco, pero trataré de explicarla en las pá-. .gmas que sIguep.

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Mi identidad, mis pertenencias

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Mi vida de escritor me ha enseñado a desconfiar de las.."R?J;~:r:~~~[<iS-queparecen-m~--a~;--~~~íen--ser·Ias--mástrai-~ioneiaS.-uúü·-a-e--esos'TáIsos' áiTIigos'es··preCisairierite..id ---"...-··a···a· .. ···-Fr:::-.r--·----··--·--···.-... ---,.-..--.---.--------.----t::--- ...---.---- -1 -- - ..-... ....«1 enn a ». 10UOSnos creemos que saoernos o que Slg111-fi¿i"esia:--paIabra y seguimos fiándonos de ella inclusocuando, insidiosamenre, empieza a significar lo contrario.

[Lejos de mí la idea de redefinir una y otra vez el con-cepto de identidad. Es el problema esencial de la filosofladesde el «conócete a ti mismo» de Sócrates hasta FreudJpasando por tantos otros maestros; para abordarlo denuevo hoy se necesitaría mucha más competencia de laque yo tengo, y mucha más temeridad.~ tarea que me heimpuesto es infinitamente más modesta: tratar de com-prender por qué tanta gente comete hoy crímenes ennombre de su identidad religiosa,étnica, nacional o de otranaturaleza. ¿Ha sido así desde los alboresde la historia o porel contrario hay realidades que son específicas de nuestra

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época~Pc posible que algunas de mis palabras le parezcanallecCcfrdemasiado elementales. Pero es porque he trata-do de reflexionar con la máxima serenidad, paciencia ylealtad que me han sido posibles, sin recurrir a ningúntipo de jerga ni a ninguna engañosa simplificación.

En lo que se ha dado en llamar el «documento deidentidad» figuran el nombre y los apellidos, la fecha y ellugar de nacimiento, una fotografía, determinados rasgosfísicos, la firma y; a veces, la huella dactilar: toda una seriede indicaciones que demuestran, sin posibilidad de error,que el titular de ese documento es Fulano y que no hay,entre los miles de millones de sereshumanos, ningún otroque pueda confundirse con él, ni siquiera su sosia o suhermano gemelo.

Mi identidad es lo que hace que yo no sea idéntico aninguna otra persona.

Así definido, el término «identidad» denota un con-cepto relativamente preciso, que no debería prestarse aconfusión. ¿Realmente hace falta una larga argumenta-ción para establecer que no puede haber dos personasidénticas? Aun en el caso de que el día de mañana, comoes de temer, se llegara a «donar» seres humanos, en senti-do estricto esos dones sólo serían idénticos en el momen-to de «nacer»; ya desde sus primeros pasos en el mundoempezarían a ser diferentes.[ La identidad de una persona está constituida por infi-

nidad de elementos que evidentemente no se limitan a losque figuran en los registros oficiale!J La gran mayoría de

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la gente, desde luego, pertenece a una tradición religiosa;a una nación, y en ocasiones a dos; a un grupo étnico olingüístico; a una familia más o menos extensa; a una pro-fesión; a una institución; a un determinado ámbito social...y la lista no acaba ahí, sino que prácticamente podría notener fin: podemos sentimos pertenecientes, con más omenos fuerza, a una provincia, a un pueblo, a un barrio, aun dan, a un equipo deportivo o profesional, a una pandi-lla de amigos, a un sindicato, a una empresa, a un partido,a una asociación, a una parroquia, a una comunidad depersonas que tienen las mismas pasiones, las mismas pre-ferencias sexuales o las mismas minusvalías físicas, o quese enfrentan a los mismos problemas ambientales.

[No todas esas pertenencias tienen, claro está, la mis-ma importancia, o al menos no la tienen simultáneamen-te. Pero ninguna de ellas carece por completo de valor.Son los elementos constitutivos de la personalidad, casidiríamos que los «genes del alma», siempre que precise-mos que en su mayoría no son innatos.

Aunque cada uno de esos elementos está presente engran' número de individuos, nunca se da la misma combi-nación en dos personas distintas, y es justamente ahí don-de reside la riqueza de cada uno, su valor personal, lo quehace que todo ser humano sea singular y potencialmenteinsustituibl~J

Puede que un accidente, feliz o infortunado, o inclu-so un encuentro fortuito, pesen más en nuestro senti-miento de identidad que el hecho de tener detrás un lega-

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1

do milenario. Imaginemos el caso de un serbio y una mu-sulmana que se conocieron, hace veinte años, en un caféde Sarajevo, que se enamoraron y se casaron. Ya nuncapodrán percibir su identidad del mismo modo que unapareja cuyos dos integrantes sean serbios o musulmanes.Cada uno de ellos llevará siempre consigo las pertenenciasque recibieron de sus padres al nacer, pero ya no las perci-birá de la misma manera ni les concederá el mismo valor.eSigamos en Sarajevo. Hagamos allí, mentalmente, unaencuesta imaginaria. Vemos, en la calle, a un hombre decincuenta y tantos años.

Hacia 1980, ese hombre habría proclamado con or-gullo y sin reservas: «¡Soy yugoslavol»: preguntado unpoco después, habría concretado que vivía en la Repúbli-ca Federal de Bosnia-Herzegovina y que venía, por cierto,de una familia de tradición musulmana.

Si lo hubiéramos vuelto a ver doce años después, enplena guerra, habría contestado de manera espontánea yenérgica: «¡Soymusulmánl» Es posible que se hubiera de-jado crecer la barba reglamentaria. Habría' añadido ense-guida que. era bosnio, y no habría puesto buena cara si lehubiésemos recordado que no hacía mucho que.afirmabaorgulloso que era yugoslavo.

Hoy, preguntado en la calle, nos diría en primer lugarque es bosnio, y después musulmán; justo en ese momen-to iba a la mezquita, añade, y quiere decir también que supaís forma parte de Europa y que espera que algún día seintegre en la Unión Europea.

¿Cómo querrá definirse nuestro personaje cuando lovolvamos a ver en ese mismo sitio dentro de veinte años?

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¿Cuál de sus pertenencias pondrá en primer lugar? ¿Seráeur?feo, musulmán, bosnio ...? ¿Otra cosa? ¿Balcánico talvez)

No me atrevo a hacer un pronóstico. Todos esos ele-mentos forman parte efectivamente de su identidad. Na-ció en una familia de tradición musulmana; por su lenguapertenece a los eslavos meridionales, que no hace muchoque se agruparon en un mismo Estado y que hoy vuelvena estar separados; vive en una tierra que fue en un tiempootomana y en otro austriaca, y que¡farticipó en las gran-des tragedias de la historia europea. ~egún las épocas, unau otra de sus pertenencias se «hincho», si es que puede de-cirse así, hasta ocultar todas las demás y confundirse consu identidad entera. A lo largo de su vida le habrán conta-do todo tipo de patrañas. Que era proletario, y nada más.Que era yugoslavo, y nada más. y, más recientemente,que era musulmán y nada más; hasta es posible que le ha-yan hé~ho creer, durante unos difíciles meses, ¡que teníamás cosas e~-;'fmún con los habitantes de Kabul que conlos de Tries~

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En todas las épocas hubo gentes que nos hacen pensarque había entonces una sola pertenencia primordial, tansuperior a las demás en todas las circunstancias que estabajustificado denominarla «identidad». La religión para unos,la nación o la clase social para otroseEn la actualida5!l sinembargo, basta con echar una mirada a los diferentes con-flictos que se están produciendo en el mundo para adver-tir que no hay una única pertenencia que se imponga de

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manera absoluta sobre las demás. IAllí donde la gente sesiente amenazada en su fe, es la pertenencia a una religiónla que parece resumir toda su identidad. Pero si lo que estáamenazado es la lengua materna, o el grupo étnico, en-tonces se producen feroces enfrentamientos entre correli-gionarios. Los turcos y los kurdos comparten la misma re-ligión; la musulmana, pero tienen lenguas distintas; ¿espor ello menos sangriento el conflicto que los enfrenta?Tanto los hutus como los tutsis son católicos, y hablan lamisma lengua, pero ¿acaso ello les ha impedido matarseentre sí?También son católicos los checos y los eslovacos,pero ¿ha favorecido su convivencia esa fe comúnDi Con todos estos ejemplos quiero insistir en que, sibien en todo momento hay, entre los componentes de laidentidad de una persona, una determinada jerarquía, éstano es inmutable, sino que cambia con el tiempo y modifi-

1'\, .ca profundamente los comportamientos."]" Además, las pertenencias que importan en la vida de

cada cual no son siempre las que cabría considerar funda-mentales, las que se refieren a la lengua, al color de la piel,a la nacionalidad, a la clasesocial o a lcireligión. Pensemosen un homosexual italiano en la época del fascismo. Eseaspecto específico de su personalidad tenía para él su im-portancia, es de suponer, pero no más que su actividadprofesional, sus preferencias políticas o sus creencias reli-giosas. Y de repente se abate sobre él la represión oficial,siente la amenaza de la humillación, la deportación, lamuerte -al elegir este ejemplo echo mano obviamentede ciertos recuerdos literarios y cinematográficos. Así, esehombre, patriota y quizás nacionalista unos años 'antes, ya

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no es capaz de disfrutar ahora con el desfile de las tropasitalianas, e incluso llega a desear su derrota, sin duda. Alverse perseguido, sus preferencias sexuales se imponen so-bre sus otras pertenencias, eclipsando incluso el hecho depertenecer a la nación italiana --que sin embargo alcanzaen esta época su paroxismo. Habrá que esperar a la pos-guerra para que, en una Italia más tolerante, nuestrohombre se sienta de nuevo plenamente italiano.

[Muchas veces, la identidad que se proclama está calca-da --en negativo+- de la del adversariolUn irlandés cató-lico se diferencia de los ingleses ante fódo en la religión,pero también se considerará, contra la monarquía, repu-blicano, y si no conoce lo bastante el gaélico al menoshablará el inglés a su manera; un dirigente católico que seexpresara con el acento de Oxford parecería casi un rene-

gado.

Esa complejidad -a veces amable, a menudo trági-ca- de los mecanismos de la identidad puede ilustrarsecon decenas de ejemplos. Citaré algunos en las páginasque siguen, unos de manera sucinta, otros con más deta-lle, sobre todo los que se refieren a la región de la que pro-cedo: Oriente Próximo, el Mediterráneo, el mundo árabey, en primer lugar, Líbano, un país en el que la gente tie-ne que preguntarse constantemente por sus pertenencias,sus orígenes, sus relaciones con los demás y el lugar, al solo a la sombra, que puede ocupar en él.

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1fgual que otros hacen examen de conciencia, yo a ve-ces me veo haciendo lo que podríamos llamar «examen deidentidad>0 No tr:lto con ello -ya se habrá adivinado--de encontrar en mí una pertenencia «esencial» en la quepudiera reconocerme, así que adopto la actitud contraria:

[rebusco en mi memoria para que aflore el mayor número-posible de componentes de mi identidad, los agrupo yhago la lista, sin renegar de ninguno de elloD

LVengo de una famili~ originaria del sur de Arabia quese estableció hace siglos en la montaña libanesa y que sefue dispersando después, en sucesivas migraciones, porvarios rincones del planeta, desde Egipto hasta Brasil, des-de Cuba hasta Australia.[Tiene el orgullo de haber sidosiempre, a la vez, árabe y cristiana, probablemente desde

(,7 el siglo 11 o I1I, es decir, mucho antes de que apareciera elislam y antes incluso de que Occidente se convirtiera alcristianismo~"

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r-r:Ie El hecho de ser cristiano y de tener por lengua mater-

na el árabe, que es la lengua sagrada del islam, es una delas paradojas fundamentales que han forjado mi identi-dad. Hablar el árabe teje unos lazos que me unen a todoslos que la utilizan a diario en sus oraciones, a muchas pe!-sonas que, en su gran mayoría, la conocen peor que yo; sialguien que va por Asia central se encuentra con un viejoerudito a la puerta de una madrasa timurí, le basta con di-rigirse a él en árabe para sentirse en una tierra amiga ypara que él le hable con el corazón, como no se atreveríajamás a hacerloen ruso o en inglés.-7

La lengua árabe nos es comúná él, a mí y a más demil millones de personas. Por otra parte, mi pertenenciaal cristianismo ---da lo mismo que sea profundamente re-ligiosa o sólo sociológica- me une también de manerasignificativa a todos los cristianos que hay en el mundo,unos dos mil millones. Muchas cosas me separan de cadacristiano, como de cada árabe y de cada musulmán, peroal mismo tiempo tengo con todos ellos un parentesco in-negable, en el primer caso religioso e intelectual, en el se-gundo lingüístico y cultural.

(Dicho esto, el hecho de ser a la vez árabe y cristiano esuna condición muy específica, muy minoritaria, y nosiempre fácil de asumiª marca a la persona de una mane-ra profunda y duradera; en mi caso, no puedo negar queha sido determinante en la mayoría de las decisionesque hetenido que tomar a lo largo de mi vida, incluida la de es-cribir este libro.

Así, al contemplar por separado esos dos elementos demi identidad, me siento cercano, por la lengua o por la re-

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ligión, a más de la mitad de la humanidad; y al romarlosjuntos, simultáneamente, me veo enfrentado a mi especi-

ficidad.LLo mismo podría decir de otras de mis pertencmcias:el hecho de ser francés lo comparto con unos sesenta mi-llones de personas; el de ser libanés, con entre ocho y diezmillones si cuento la diáspora; pero el hecho de ser ambascosas, francés y libanés, ¿con cuántos lo comparto? Conunos miles, como m~cho. .' ~VCi:j'

Cada una de mis pertenencias me vincula con mu- _.... .vchas personas; y sin embargo, cuanto más numerosas son./')las pertenencias que tengo en cuenta, tanto más específi-ca se revela mi identidad. j .

Aunque me extienda un poco más sobre mis orígenes,debería precisar que nací en el seno de la comunidad quese denomina católica griega, o melquita, que reconoce laautoridad del Papa si bien sigue siendo fiel a algunos ritosbizantinos. A primera vista, eso no es más que un detalle,una curiosidad, pero pensándolo mejor resulta que es unaspecto determinante de mi identidad: en un país comoLíbano, donde las comunidades más fuertes han luchadodurante mucho tiempo por su territorio y por su parcelade poder, los miembros de las comunidades muy minori-tarias como la mía raras veces han tomado las armas, yhan sido los primeros en exiliarse. Personalmente, yosiempre me negué a implicarme en una guerra que me pa-recía absurda y suicida; pero esa forma de ver las cosas, esamirada distante, esa negativa a tomar las armas no deja detener relación con mi pertenencia a una comunidad mar-ginada .:

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Así que soy melquita. -Sin embargo, si alguien se entre-tuviera un día en buscar mi nombre en el registro civil--que en Líbano, como cabe imaginar, está organizado enfunción de las confesiones religiosas-, no me encontrarfaentre los melquitas, sino en la sección de los protestantes.¿Por qué? Sería demasiado largo de explicar. Me limitaré acontar aquí que en nuestra familia había dos tradicionesreligiosas enfrentadas, y que durante toda mi infancia fuitestigo de esa rivalidad; testigo y, en ocasiones, objeto deella: si me matricularon en la escuela francesa, la de los je-suitas, fue porque mi madre, decididamente católica, que-ría sustraerme a la influencia protestante que dominabaentonces en la familia de mi padre, en la que era tradicio-nal enviar a los hijos a los colegios americanos o ingleses; yes por ese conflicto por lo que soy francófono, yes por ellotambién por lo que, durante la guerra de Líbano, me fui avivir a París y no a Nueva York, a Vancouver o a Londres ypor lo que comencé a escribir en francés.

¿Más detalles todavía de mi identidad? Podría hablarde mi abuela turca, de su esposo, maronita de Egipto, y demi otro abuelo, muerto mucho antes de que yo naciera,del que me han contado que fue poeta, librepensador,masón tal vez, y en cualquier caso violentamente anticle-rical. Podría remontarme hasta un tío tatarabuelo míoque fue el primero que tradujo a Moliere al árabe y que lollevó, en 1848, a las tablas de un teatro otomano.

Pero no lo haré, pues basta con esto, y pasaré a unapregunta: ¿cuántos de mis semejantes comparten conmi-go esos elementos dispares que han configurado mi iden-tidad y esbozado, en líneas generales, mi itinerario perso-

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nal? Muy pocos. A lo mejor ninguno. Y es en esto en loque quiero insistir: gracias a cada una de mis pertenencias,tomadas por separado, estoy unido por un cierto paren-tesco a muchos de mis semejantes; gracias a esos mismoscriterios, pero tomados todos juntos, tengo mi identidadpropia, que no se confunde con ninguna otra.

Extrapolando un poco, diré queICon cada ser humano "tengo en común algunas pertenencias, pero que no hay en (r)I'Jd 'el mundo nadie que las comparta todas, ni siquiera que L ~

comparta muchas de ellas; de las decenas de criterios Lr!táv,que podría enumerar, bastaría con unos cuantos para es-tablecer con claridad mi identidad específica, que es dis-tinta de la de cualquier otra persona, incluso de la de mipropio hijo o de la de mi padre.]

Dudé mucho antes de ponerme a escribir las páginasprecedentes. ¿Debía extenderme así, desde el principio dellibro, sobre mi caso personal? Por un lado, y sirviéndomedel ejemplo que mejor conozco, quería decir de qué mane-ra una persona puede afirmar a un tiempo, en función dealgunos criterios de pertenencia, los lazos que la unen asus semejantes y lo que la hace singular. Por otro,Eo igno-raba que cuanto más nos adentramos en el analisis de uncaso particular, más riesgo corremos de que se nos repliqueque se trata precisamente de eso, de un caso particular]

Al final me tiré al ruedo, convencido de que todo elque trate con buena fe de hacer también su «examen deidentidad» no tardará en descubrir que su caso es tan par-ticular' como el mío. La humanidad entera se compone

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sólo de casos particulares, pues la vida crea diferencias, y sihay «reproducción» nunca es con resultados idénticos. To-dos los seres humanos, sin excepción alguna, poseemosuna identidad compuesta; basta' con que nos hagamos al-gunas preguntas para que afloren olvidadas fracturas e in-sospechadas ramificaciones, y para descubrimos' como se-res complejos, únicos, irreemplazables.

Es exactamente eso lo que caracteriza la identidad decada cual: compleja, única, irre~mplazable, imposiblede confundirse con ninguna otraJIo que me hace insistiren este punto es ese hábito mental:"tan extendido hoy y ami juicio sumamente pernicioso, según el cual para queuna persona exprese su identidad le basta con decir «soyárabe», «soy francés», «soy negro», «soy serbio», «soy mu-sulmán» o «soy judío»; a quien como yo acabo de hacerenumera sus múltiples pertenencias se lo acusa al instantede querer «disolver»su identidad en un batiburrillo infor-me. en el que todos los colores quedarían difuminadoSjSin embargo, lo que trato de decir es lo contrario. No quetodos los hombres sean parecidos, sino que cada uno esdistinto de los demás. Un serbio es sin' duda distinto deun croata, pero también cada serbio es distinto de todoslos demás serbios, y cada croata distinto de todos los de-más croatas. Y si un cristiano libanés es diferente de unmusulmánlibanés, no conozco tampoco a dos cristianoslibaneses que sean idénticos, ni a dos musulmanes, delmismo modo que no hay en el mundo dos franceses, dosafricanos, dos árabes o dos judíos idénticos. Las personasno son intercambiables, yes frecuente observar, en el senode la misma familia ruandesa, irlandesa, libanesa, argelina

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o bosnia, y entre dos hermanos que han vivido en el mis-F:"'-mo entorno, unas diferencias en apariencia mínimas que ,:/sin embargo les harán reaccionar, en materia de política, ¡L./de religión o en su vida cotidiana, de dos maneras total- 'r;mente opuestas, y que incluso pueden determinar que uno""'''/de ellos mate y otro prefiera el diálogo y la conciliación.j

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fA pocos se les ocurriría discutir explícitamente todo loque acabo de decir. Pero nos comportamos como si nofuera asClPor comodidad, englobamos bajo el mismo tér-mino a lis gentes más distintas, y por comodidad tambiénles atribuimos crímenes, acciones colectivas, opinionescolectivas: «losserbios han hecho una matanza ...», «los in-gleseshan saqueado ...», «losjudíos han confiscado ». «losnegros han incendiado ...», «los árabes se niegan » Sinmayores problemas formulamos juicios como que tal ocual pueblo es «trabajador», «hábil» o «vago», «desconfia-do» o «hipócrita», «orgulloso» o «terco», y a veces termi-nan convirtiéndose en convicciones profundas.

LSé que no es realista esperar que todos nuestros con-temporáneos modifiquen de la noche a la mañana sus ex-presiones habituales. Pero me parece importante que todoscobremos conciencia de que esas frases no son inocentes,y de que contribuyen a perpetuar unos prejuicios que handemostrado, a lo largo de toda la historia, su capacidad deperversión y muerte.

Pues es nuestra mirada la que muchas veces encierra alos demás en sus pertenencias más limitadas, y es tambiénnuestra mirada la que puede liberarlos.

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\\\.j¡l";J ,<:::?~:'~1'~LLa identidad no se nos da de una vez por todas, sino

~ lí" que se va construyendo y transformando a lo largo deo ¡~i toda nuestra existenciajYa se ha dicho en muchos libros,

I ',% ¡:~y explicado con detalle, pero no está de más subrayadoI ~,;: nu~vamente:[os elementos de nuestra identidad que ya

," ;, estan en nosotros cuando nacemos no son muchos -al-~<~'gunas características físicas,el sexo, el color... y además, ni'\~ siquiera entonces todo'es innato. No es que el entorno so-

cial determine el sexo, desde luego, pero sí determina elsentido de esa condición; nacer mujer no significa lo mis-mo en Kabul que en Oslo, la feminidad no se vive deigual manera en uno y otro sitio, como tampoco ningúnotro elemento de la identidad.i.]L Parecidas observaciones podifan hacerse en el caso del

color. Nacer negro no significa lo mismo en Nueva York,Lagos, Pretoria o Luanda; casi diríamos que no es el mis-mo color a efectos de la identidadjara un niño que vie-

" " v ,\. \', .' '" -"", ',,' l,i '" \j' ~i" ! 35-~'... .. :,1 ~ ,,, -, \.J'

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iJlUN·,I\ ne al mundo en Nigeria, el elemento más determinante\~ de su identidad no es ser negro y no blanco, sino por

~;" ejemplo ser yoruba y no hausa. En Sudáfrica, ser negro of\ blanco sigue siendo un elemento significativo de la iden-1\. tidad, pero no loes menos la etnia -zulú"xhosa- a laJ' que se pertenece. En Estados Unidos, descender de un an-

tepasado yoruba en vez de hausa es por completo indife-rente; es sobre todo entre los blancos donde el origenétnico -italiano, inglés, irlandés u otro- resulta deter-minante para la identidad. Además, una persona que tu-viera entre sus antepasados tanto a blancos como a negrossería considerada «negra»en Estados Unidos, yen cambio -,«mestiza»en Sudáfrica o Angola.

¿Por qué el concepto de mestizaje se tiene en cuentaen unos países y no en otros? ¿Por qué la pertenencia a

. una etnia es determinante en unas sociedades y no lo es en, otras? Para cada caso podrían proponerse diversas explica-, '"ciones más o menos convincentes. Pero no es eso lo que

'\~¡\;:,\~me preocupa en este momento. He citado esos ejemplos\..,:~"·tf~~\·únicamente para insistir en quefni ~iq~era ~l color y el'c.., sexo son elementos «absolutos»'<re la identidad.¿ Con<~~,:~:''~más razón, todos los demás son todavía más relativo~\~:\,;~ Para calibrar lo que es verdaderamente innato entre

'\J (21 los elementos de la identidad podemos plantear un juegomental que es muy revelador: i11)aginemosa un recién na-cido al que se lo saca de su entorno nada más venir almundo y se lo sitúa en otro entorno distinto; se compa-ran entonces las «identidades» que podría adquirir, loscombates que tendría que librar y los que se ahorraría ...¿Hace falta decir que no tendría recuerdo alguno de «su»

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religión de origen, ni de «su»nación o «su»lengua, y quelo podríamos ver después luchando encarnizadamentecontra quienes deberían haber sido los suyos? [' ~,

[De manera que lo que determina que una persona ~1') "\. ;..

pertenezca a un grupo es esencialmente la influencia de *. i:)" "~~'1,. \\,los demás; la influencia de los seres cercanos -familiares, ". ,,~';compatriotas, correligionarios-, que quieren apropiarse ",(J",r el,de ella, y la influencia de los contrarios, que tratan de ex- ;\ ';~i:rr-

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cluirla. Todo ser humano ha de optar personalmente en- '.." "<tre unos caminos por los que se lo empuja a ir y otros que 'j, \>,)~:;le están vedados o sembrados de trampas; no es él desde el ','c'

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'\ c·principio, no se limita a «tomar conciencia» de lo que es, r" ',,' \ l..

sino que se hace lo que es; no se limita a «tomar concien- ,:' r

cia» de su identidad, sino que la va adquiriendo paso a ",",.r-pas~J ' .

El aprendizaje se inicia muy pronto, ya en la primera ~(~,¡'¡

infancia. Voluntariamente o no, los suyos lo modelan, lo el '/ ..conforman, le inculcan creencias de la familia, ritos, acti- 1, r' "

tudes, convenciones, y la lengua materna, claro está, y l.!

además temores, aspiraciones, prejuicios, rencores, junto i ,\

a sentimientos tanto de pertenencia como de no perte- 1, ;,

• t r\nenCIa. l.' .(y enseguida también, en casa, en el colegio o en la ea- l.'

lle de al lado, se producen las primeras heridas en el amorpropio) Los demás le hacen sentir, con sus palabras o susmiradas, que es pobre, o cojo, o bajo, o «patilargo», o mo-reno de tez, o demasiado rubio, o circunciso o no circun-ciso, o huérfano; son las innumerables diferencias,mínimaso mayores, que trazan los contornos de cada personalidad,que forjan los comportamientos, las opiniones, los temo-

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res y las ambiciones, que a menudo resultan eminente-mente edificantes pero que a veces producen heridas queno se curan nunca.

(Son esasheridas las que determinan, en cada fasede lavida, la actitud de los seres humanos con respecto a suspertenencias y a la jerarquía de éstas. Cuando alguien hasufrido vejaciones por su religión, cuando ha sido víctimade humillaciones y burlas por el color de su piel o por su

acento, o por. vest~r ~cu:apos,no l~ olvida nunca] Hasta",.:;::ahorahe venido insistiendo contmuamente en que la. ,,:ó~,identidad está formada por múltiples pertenencias; pero

" es imprescindible insistir otro tanto en el hecho de que es(, -~.única,y de que la vivimos como un todo.~ identidad de

= z; ::"una persona no es una yuxtaposición de pertenencias au-. 7ttónomas, no es un mosaico: es un dibujo sobre una piel

::::tirante; basta con tocar una~la de esas pertenencias para-T-' ,:,que vibre la personaentera ..J .

''':..:; [Por otra parte, la ge~tesuele:..~nder a reconocerse enla pertenencia que es mas aracada.la veces, cuando no sesienten con fuerzas para defenderla, la disimulan, y en-tonces se queda en el fondo de la persona, agazapada en lasombra, esperando el momento de la revancha; pero, asu-mida u oculta, proclamada con disctp:ión o con estrépito,es con ella con la que se identificanl.Esa pertenencia-atina raza, a una religión, a una lengua, a una clase...- in-vade entonces la identidad entera. Los que la compartense sienten solidarios, se agrupan, se movilizan, se dan áni-mos entre sí, arremeten contra «los de enfrente»~Para

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ellos, «afirmar su identidad» pasa a ser inevitablemente unacto de valor, un acto liberador ...

En. el seno de cada comunidad herida aparecen evi-dentemente cabecillas. Airados o calculadores, manejanexpresiones extremas que son un bálsamo para las heridas.Dicen que no hay que mendigar el respeto de los demás,un respeto que se les debe, sino que hay que imponérselo.Prometen victoria o venganza, inflaman los ánimos y aveces recurren a métodos extremos con los que quizás pu-dieron soñar en secreto algunos de sus afligidos hermanos.

G partir de ese momento, con el escenario ya dispuesto,puede empezar la guerra. Pase lo que pase, «losotros» se lohabrán merecido, y «nosotros»recordaremos con precisión«todo lo que hemos tenido que soportar» desde el co-mienzo de los tiemp~Todos los crímenes, todos los abu-sos, todas las humillaciones, todos los miedos; los nom-bres, las fechas, las cifras.

(Por haber vivido en un país en ~erra, en un barriobombardeado desde el barrio contigu~J por haber pasadouna o dos noches en un sótano transformado en refugio,con mi joven esposa embarazada y con mi hijo de cortaedad -fuera el ruido de las explosiones, dentro mil ru-mores sobre la inminencia de un ataque, y mil habladu-rías sobre familias pasadas a cuchillo--,Gé perfectamenteque el miedo puede llevar al crimen a cualquiera. Si en vezde rumores que nunca se confirmaron hubiera vivido enmi barrio una matanza de verdad, ¿cuánto tiempo habríaconservado la sangre fría? Si en vez de dos días hubiera te-nido que pasar un mes en aquel refugio, ¿me habría negadoa ~mpuñar el arma que me habrían puesto en las manos]

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Prefiero no hacerme esas preguntas con demasiada, insistencia. Tuve la suerte de no pasar por pruebas muyduras, de salir enseguida de la hoguera con los míos in-demnes, tuve la Suerte de mantener limpias las manos yclara la conciencia. Y digo «suerte», sí, porque, las cosashabrían podido ser distintas si, cuando comenzó la guerrade Líbano, yo hubiera tenido dieciséis años en lugar deveintiséis, si hubiera perdido a un ser querido, si hu-biera pertenecido a otro ámbito social, a otra cornuni-dad... I

("Después d~ cada matanza étnica nos preguntamos,conrazón, cómo es posible que seres humanos lleguen acometer tales atrocidad§ Algunas de esas conductas sinfreno nos parecen incomprensibles, indescifrable su lógi-ca. Hablamos entonces de locura asesina, de locura san-guinaria, ancestral, hereditaria. En cierto sentido es locura,efectivamente. Es locura cuando un hombre por lo demássano de espíritu se transforma de la noche a la mañanaen alguien que mata. Pero cuando son miles o milloneslos que matan, cuando el fenómeno se repite en un paístras otro, en el seno de culturas diferentes, tanto entre losseguidores de todas 'las religiones como e~n:e los que noprofesan fe alguna, decir «locura»no basta.jl,o que por co-modidad llamamos «locura asesina» es esa propensión denuestros semejantes a transformarse en asesinos cuandosienten que su «tribu» está amenazadal El sentimiento demiedo o de inseguridad no siempre obedece a considera-ciones racionales, pues hay veces en que se eX?gerao ad-quiere incluso un carácter paranoico; peroE partir delmomento en que una población tiene miedo, lo que he-

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mos de tener en cuenta es más la realidad del miedo que'(o'jDlapalidad de la amenaza. i /

l No creo que la pertenencia a tal o cual etnia, religión¿nación u otra cosa predisponga a matarJBasta con repasarlos hechos sucedidos en los últimos años para constatar quetoda comunidad humana, a poco que su existencia se sien-ta humillada o amenazada, tiende a producir personas quematarán, que cometerán las peores atrocidades convencidasde que están en su derecho, de que así se ganan el Cielo y laadmiración de los suyos(!Iay un Mr. Hyde en cada uno denosotros; lo importante es impedir que se den las condicio-nes que ese monstruo necesita para salir a la superficie."]

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....-l.No me atrevo a dar una explicación universal para to-

das las ~~tanzas, y aún menos a proponer un remediomilagroso.) Creo tan poco en las soluciones simplistascomo en rá's identidades simplistas. El mundo es una má-quina compleja que no se desmonta con un destornilla-dor. Pero no por ello hemos de dejar de observar, de tratarde comprender, de especular, de discutir, de sugerir enocasiones tal o cual vía de reflexión.

La que recorre como una filigrana todo este libro po- J )

dría formularse as1:@:los hombres de todos los países, de /todas las condiciones, de todas las creencias, se transfor-man con tanta facilidad en asesinos, si es igualmente tanfácil que los fanáticos de toda laya se impongan como de-fensores de la identidad, es porque la concepción «tribal»de la identidad que sigue dominando en el mundo enterofavorece esa desviación; es una concepción heredada de

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los conflictos del pasado, que muchos rechazaríamos sólocon pensado un poco más p~ro que seguimos suscribien-do por costumbre, por falta de imaginación o por resigna-ción, contribuyendo así, sin quererlo, a que se produzcanlas tragedias que el día de mañana nos harán sentimos' sin-ceramente conmovidos.l

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Desde el comienzo de este libro vengo hablando deidentidades asesinas, expresión que no me parece excesivapor cuanto que la concepción que denuncio, la que redu-ce la identidad a la pertenencia a una sola cosa, instala alos hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante,dominadora, a veces suicida, y los transforma a menudoen gentes que matan o el} partidarios de los .que lo hacen.Su visión del mundo está por ello sesgada, distorsionada.Los que pertenecen a la misma comunidad son «losnues-tros»; queremos ser solidarios con su destino, pero tam-bién podemos ser tiránicos con ellos: si los consideramos«timoratos», los denunciamos, los aterrorizamos, los casti-gamos por «traidores» y «renegados». En cuanto a losotros, a los que están del otro lado de la línea, jamás inten-tamos ponemos en su lugar, nos cuidamos mucho de pre-guntarnos por la posibilidad de que, en tal o cual cues-tión, no estén completamente equivocados, procuramos

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que no nos ablanden sus lamentos, sus sufrimientos, lasinjusticias de que han sido víctimas. Sólo cuenta el pun-to de vista de «los nuestros», que suele ser el de los másaguerridos de la comunidad, los más demagogos, losmás airados.

A la inversa, desde el momento en que concebimosnuestra identidad como integrada por múltiples perte-nencias, unas ligadas a una historia étnica y otras no, unasligadas a una tradición religiosa y otras no, desde el mo-mento en que vemos en nosotros mismos, en nuestrosorígenes y en nuestra trayectoria, diversos elementos con-fluentes, diversas aportaciones, diversos mestizajes, diver-sas influencias sutiles y contradictorias, se establece unarelación distinta con los demás, y también con los denuestra propia «tribu». Yano se trata simplemente de «no-sotros» y «ellos», como dos ejércitos en orden de batallaque se preparan para el siguiente enfrentamiento, para lasiguiente revancha. Ahora, en «nuestro» lado hay personascon las que en definitiva tengo muy pocas cosas en co-mún, y en el lado de «ellos»hay otras de las que puedosentirme muy cerca. t;'

Pero, volviendo a la actitud anterior, es fácil imaginarde qué manera puede empujar a los sereshumanos a lascon-ductas más extremadas: cuando sienten que «los otros»constituyen una amenaza para su etnia, su religión o sunación, todo lo que pueden hacer para alejar esa amenazales parece perfectamente lícito; incluso cuando llegan a lamatanza, están convencidos de que se trata de una medi-da necesaria para preservar la vida de los suyos. Y comotodos los que los rodean comparten ese convencimiento,

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losautores de la matanza suelen tener buena conciencia, yse extrañan de que los llamen criminales. No pueden ser-lo, juran, pues sólo tratan de proteger a sus ancianas ma-dres, a sus hermanos y hermanas, a sus hijos.

Ese sentimiento de que actúan por la supervivencia delos suyos, de que son empujados por sus oraciones, de que,si no de manera inmediata sí al menos a largo plazo, lo ha-cen en legítima defensa, es una característica común a to-dos los que en estos últimos años, en varios rincones delplaneta, desde Ruanda hasta la antigua Yugoslavia, hancometido los crímenes más abominables.

Y no se trata de unos cuantos casos aislados, pues elmundo está lleno de comunidades heridas, que aún hoysufren persecuciones o que g'Uardan el recuerdo de an-tiguos padecimientos, y que sueñan con obtener ven-ganza. No podemos seguir siendo insensibles a su calva-rio; no podemos por menos de apoyarlas en su deseo dehablar' en libertad su lengua, de practicar -sin temor sureligión o de conservar sus tradiciones. Pero de esa com-prensión derivamos a veces hacia la indulgencia. A losque han sufrido la arrogancia colonial, el racismo, la xe-nofobia, les perdonamos los excesos de su propia arro-gancia nacionalista, de su propio racismo y de su propiaxenofobia, y precisamente por eso nos olvidamos de lasuerte de sus víctimas, al menos hasta que corren ríos desangre.

¡Es que nunca se sabe dónde acaba la legítima afir-mación de la identidad y dónde se empieza a invadir losderechos de los demás! ¿No decíamos antes que el térmi-no «identidad» era un «falso amigo»? Empieza reflejando

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una aspiración legítima, y de súbito se convierte en uninstrumento de guerra. El deslizamiento de un sentidoal otro es imperceptible, natural, y todos caemos en él al-guna vez. Denunciamos una injusticia, defendemos losderechos de una población que sufre y al día siguientenos encontramos con que somos cómplices de unasmuertes.

Todas las matanzas que se han producido en los últi-mos años, así como la mayoría de los conflictos sangrientos,tienen que ver con complejos y antiquísimos «conten-ciosos» de identidad; unas veces, las víctimas son sin re-medio las mismas, desde siempre; otras, la relación se in-vierte: los verdugos de ayer son hoy las víctimas, y vice-versa. Pero esos términos no tienen sentido en sí mismosmás que para los observadores externos; para los que es-tán directamente implicados en esos conflictos de iden-tidad, para los que han sufrido, para los que han sentidoel miedo, sólo están el «nosotros» yel «ellos», la ofensa yla reparación, ¡nada más! «Nosotros» somos necesaria-mente, por definición, víctimas inocentes, y «ellos» sonnecesariamente culpables, culpables desde' hace muchotiempo y al margen de lo que hoy puedan estar pade-ciendo.

y cuando nuestra mirada -la de los observadores ex-ternos- entra en ese juego perverso, cuando asignamos auna comunidad el papel de cordero y a otra el de lobo, loque estamos haciendo, aun sin saberlo, es conceder poranticipado la impunidad a los crímenes de una de las par-tes. En conflictos recientes hemos llegado a ver cómo al-gunas facciones cometían atrocidades contra su propia po-

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blación porque sabían que la opinión internacional acusaríaespontáneamente a sus adversarios.

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A esta forma de indulgencia se añade otra no menosdesafortunada. La de los eternos escépticos que, ante cadanueva matanza por razones de identidad, se apresuran a de-clarar que ha sido siempre así, desde los albores de la Histo-ria, y que sería iluso e ingenuo esperar que las cosas fuerana cambia{~n ocasiones, lasmatanzas étnicas seven, de ma-nera consciente o no, como crímenes pasionales colectivos,lamentables sin duda pero comprensibles y en todo ~inevitables,pues son «inherentes a la naturaleza human~

Esta actitud de «dejar que maten» ha hecho ya mu- .chos estragos, y el realismo en que pretende basarse meparece un realismo usurpadoíI Que la concepción «tribal»de la identidad siga prevaleciendo hoy en todo el mundo,y qQ sólo entre los fanáticos, es por desgracia la pura ver-dad. Pero hay muchas concepciones que han estado vigen-tes durante muchos siglosy que hoy ya no son aceptables]como por ejemplo la supremacía «natural» del hombrecon respecto a la mujer, la jerarquía entre las razas o inclu-so, en fechas más recientes, el apartheid y otros sistemas desegregación. Antaño también se consideraba la torturacomo práctica «normal» en la administración de justicia,y la esclavitud fue durante mucho tiempo una realidadcotidiana que grandes personalidades del pasado se guar-daron mucho de poner en entredicho.

Después fueron imponiéndose poco a poco ideasnuevas: que todo ser humano tenía unos derechos que ha-

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bía que definir y respetar; que las mujeres debían tener losmismos derechos que los hombres; que también la natu-raleza merecía ser preservada; que hay unos intereses que-son comunes a todos los seres humanos, en ámbitos cadavez más numerosos ~l medio ambiente, la paz, los in-tercambios internacionales, la lucha contra los grandesazotes de la humanidad; que se podía e incluso se debíaintervenir en los asuntos internos de los países cuandono se respetaban en ellos los derechos humanos funda-mentales ...

¡t~Asípues, las ideas que han estado vigentes a lo largode toda la Historia no tienen por qué seguir están dolo enlas próximas décadas. Cuando aparecen realidades nuevas,hemos de reconsiderar nuestras actitudes, nuestros hábi-tos; a veces, cuando esas realidades se presen~ con granrapidez, nuestra mentalidad se queda re~~ y resultaasí que tratamos de extinguir los incendios rociándoloscon productos inflamables. -

[En la época de la mundialización, con ese procesoacelerado, vertiginoso, de amalgama, de mezcla, que nosenvuelve a todos, es necesario -iY urgentel-c- elaboraruna nueva concepción de la identidad. No podemos limi-tarnos a obligar a miles de millones de personas descon-certadas a elegir entre afirmar a ultranza su identidad yperderla por completo, entre el integrismo y la desintegra-ción. Sin embargo, eso es lo que se.~~. de la concepciónque sigue dominando en este ám~ a ~strosc~._j:.c:m1?ºrªº-t:.osI!º~eJº~J119t~_é!Jl!!.e asum3.!l-__sJJs_~_últiplespertenencias, si no pueden conciliar s-u.--necesidadd~-rener-una -Identidad con una actitud abierta, con franqueza y

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sin complejos, ante las demás culturas, si se sienten obli-gªsl()§__ª_~J~~f_~g~~~_l1:~garsea sí _m~~fIl()s_y_r.i~ar-ªJº-sº~rºs,

___e_~taremos-.formandoJegíQii~_s--aeJº[email protected]!l<IIiº~,legio-:--nes de seres extraviados.

Me gustaría no obstante volver brevemente sobre losejemplos que he puesto al comienzo del libro: si consigueasumir su doble pertenencia, el hombre de madre serbia ypadre croata no participará jamás en ninguna matanza ét-nica, en ninguna «depuración»; si se siente capaz de asu-mir los dos «elementos confluentes» que lo han traído almundo, el hombre de madre hutu y padre tutsi no inter-vendrá nunca en matanzas ni genocidios; y el joven fran-coargelino al que antes me refería, igual que el otro ger-manoturco, no estarán jamás del lado de los fanáticos silogran vivir serenamente su identidad compuesta.

También aquí sería un error ver en estos ejemplos úni-camente casos extremos. En todos los lugares en que hoyviven en vecindad grupos humanos de diferente religión,color, lengua, etnia o nacionalidad; en todos los lugares enque existen tensiones más o menos antiguas, más o menosviolentas --entre inmigrados y población local, o entreblancos y negros, católicos y protestantes, judíos y árabes,hindús y sijs, lituanos y rusos, serbios y albaneses, griegosy turcos, anglófonos y quebequeses, flamencos y valones,chinos y malayos ...-; sí,¡en todas partes, en todas las so-ciedades divididas, hay utt- cierto número de hombres ymujeres que llevan en su interior pertenencias contradic-torias, que viven en la frontera entre dos comunidades

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que se enfrentan, seres humanos por los que de algúnmodo pasan las líneas de fractura étnicas, religiosas o deotro tipo.

No nos estamos refiriendo a un puñado de margina-dos, pues se cuentan por miles, por millones, y serán cadavez más. «Fronterizos» de nacimiento, o por lasvicisitudesde su trayectoria, o incluso porque quieren serio delibera-damente, pueden influir en los acontecimientos y hacerque la balanza se incline de un lado o del ot¡:o~Los «fron-terizos» que sean capaces de asumir plenamente su diver-sidad servirán de «enlace» entre las diversas comunidadesy culturas, y en cierto modo serán el «aglutinante» de lassociedades en que viven. Por el contrario, los que no lo-gren asumir esa diversidad suya figurarán a veces entre losmás virulentos de los que matan por la identidad, y se en-sañarán con los que representan esa parte de sí mismosque querrían hacer olvidar. Es el «odio a uno mismo»del que tantos ejemplos tenemos en todas las épocas de laHistoria ...

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(Mis palabras son, sin duda, las de un migrante, y las.de un minoritario. Pero me parece que reflejan una sen-sibilidad cada vez más compartida por nuestros contem-poráneos. '¿No es característico de nuestra época haberconvertido a todos los seres humanos, de algún modo,en migrantes y minoritariosil'Iodos estamos obligados avivir en un mundo que se parece muy poco al terruñodel que venimos; todos hemos de aprender otros idio-mas, otros lenguajes, otros códigos; y todos tenemos laimpresión de que nuestra identidad, tal como nos la ve-nimos imaginando desde la infancia, se encuentra ame-nazada.r-

LMuchos se han ido de su tierra natal, y muchos otros,sin irse, ya no la reconoc~llo se debe sin duda, en par-te, a una característica permanente del espíritu humano,que tiene una inclinación natural a la nostalgia; pero sedebe también a que al acelerarsela evolución hemos recorri-

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do en treinta años lo que antaño sólo se recorría en mu-chas generaciones.

Asimismo, la condición de migrante ya no es única-mente la de una categoría de personas separadas de su me-dio ~tricio, sino que además ha adquirido un valor ejern-plar.]El migrante es la víctima primera de la concepción«trib'ar»de la identidad. Si sólo cuenta con una pertenen-cia, si es absolutamente necesario elegir, entonces el mi-grante se encuentra escindido, enfrentado a dos caminosopuestos, condenado a traicionar o a su patria de origen oa su patria de acogida, traición que inevitablemente vivirácon amargura, con rabia.

Antes de ser inmigrante, se es emigrante; antes de lle-gar a un país se ha tenido que abandonar otro, y los sen-timientos de un~ persona hacia la tierra que abandona noson nunca simples. Si se va es porque hay cosas que recha-ziDla represión, la inseguridad, la 'pobreza, la falta de ho-rizontes. Pero muchas veces ese rechazo está acompañadopor un sentimiento de culpabilidad. Hay personas cerca-nas a las que siente haber abandonado, una casa en la queha crecido, tantos y tantos recuerdos agradábleslHay asi-mismo lazos que persis§, los de la lengua o la religión, ytambién la música, los compañeros de exilio, las fiestas, lacocma.

[Paralelamente, no son menos ambiguos sus senti-mientos hacia el país de acogi~ Si se ha ido a vivir a él esp'orque espera hallar allí una VIdamejor, para sí mismo ypara los suyos; pero junto a esa esperanza ve con recelo lodesconocido -porque la relación de fuerzas es desfavora-ble para él; teme verse rechazado, humillado, está muy

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pendiente de toda actitud que denote desprecio, ironía ocompasión.

[El primer reflejo no es pregonar su diferencia, sino pa-sarT;;'advertidQ)El sueño secreto de la mayoría de los mi-grantes es que se los tome por hijOl.del país. Su tentacióninicial es imitar a sus anfitriones,Gosa que algunos consi-guen. Pero la mayoría n~ Al no tener el acento correcto, niel tono adecuado en lá piel, ni el nombre y apellido ni lospapeles que Fcesitarían, su estratagema queda pronto aldescubiertoUviuchos saben que no merece la pena ni si':'quiera intentarlo, y se muestran, por orgullo, como brava-ta, más distintos de 10 que so~ Hay incluso quienes-¿hace falta recordarlo?- van aún más lejos, y su frus-tración desemboca en una contestación brutal.

No me detengo así en los estados de ánimo del mi-grante sólo porque ese dilema me resulte personalmentefamiliar. También porque~ en ese ámbito más que enotros donde las tensiones por causa de la identidad pue-defLconducir a las desviaciones más criminale~

lEn los muchos países en que hoy conviven una pobla-ción autóctona, portadora de la cultura local, y otra llegadaen tiempos más recientes con otras tradiciones distintas, semanifiestan tensiones que influyen en los comportamien-tos individuales, en el clima social, en el debate político~por eso aún másj!llprescindible que ~~~~~!!o~.~t:.an-¡:@=-

~len Co~~d]!ii~enidª-djLa cordura es uria-escrecha senda que discurre por la

cresta de una montaña, entre dos precipicios, entre dos

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~~_.-concepciones extremas. /En el caso de la inmigración, laprimera de esas dos concepciones extremas es la que ve elpaís de acogida como una página en blanco en la que cadacual puede escribir lo que quiera, 0, peor aún, como unsolar desocupado en el que cada cual puede instalarse con .armas y bagajes, sin cambiar lo más mínimo sus gestos nisus costumbres. En la otra concepción extrema, el país deacogida es una página ya escrita e impresa, una tierra cu-yas leyes, valores, creencias y características culturales yhumanas ya se habrían fijado para siempre, de maneraque losinmigrantes no tienen más remedio que ajustarsea ellas.

; A mi juicio, estas dos concepciones son por igual ea-rentes de realismo, estériles y nociva:5]Podría decírsemeque las he presentado como una caricatura. No lo creo,por desgracia. Además, aun suponiendo que efectivamen-te así fuera, las caricaturas no son inútiles, pues nos per-miten calibrar lo absurdo de nuestras posiciones si las lle-váramos hasta sus últimas consecuencias; habrá quienesseguirán obstinándose; per(Íos que tienen sentido co-mún darán un paso adelantellacia el evidente terreno delpunto medio, es decir, que el país de acogida no es ni unapágina en blanco ni una página acabada, sino una página---.que se está escribiendo.]

[Su historia debe respetarse; y cuando digo historia lodigo como apasionado de la Histori~palabra que para míno es sinónima de vana nostalgia ni de retrógrado apegoal pasado, sino que muy al contrario comprende todo loque se ha construido a lo largo de los siglos, la memoria,los símbolos, las instituciones, la lengua, las obras artísti-

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'\1, cas, cosas a las que legítimamente nos podemos sentir

unidos0I mismo tiempo, todo el mundo admitirá que elfuturo de ~n país no puede ser una mera prolongación desu historit'? sería incluso desolador que un pueblo, cual-quiera, venerara más su historia que su futuro; un futuroque se construirá con cierto espíritu de continuidad perocon profundas transformaciones, y con importantes apor-taciones del exterior, como ocurrió en los grandes mo-mentos del pasado.

¿No habré hecho hasta aquí más que enumerar evi-dencias con las que todos estamos de acuerdo? Es posible.Pero como las tensiones persisten, y se agravan, será en-tonces que esas verdades no son lo bastante evidentes niestán tan profundamente aceptadas. Lo que trato de ex-traer de esasbrumas no es un consenso, sino un código deconducta, o al menos una serie de cautelas para unos ypara otros.

Para unos y para otros, insisto. En el planteamientoque yo suscribo hay constantemente una exigencia de re-ciprocidad, que es a un tiempo deseo de equidad y deseode eficacia. Es con ese espíritu con el qu¡~e gustaría de-cirles, primero a los «unos»: «cuanto más os-ímpregnéis dela cultura del país de acogida, tanto más podréis impreg-narlo de la vuestra»; y después a los «otros»: «cuanto másperciba un inmigrado que se respeta su cultura de origen,más se abrirá a la cultura del país de acogida».)

Son dos «ecuaciones» que formulo de Uiltirón, pues«sesostienen entre sí», inseparablemente, como en un ta-burete de tres patas. 0, en términos aún más prosaicos,como las cláusulas sucesivas de un contrato. Pues la cues-

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tión tiene mucho de contrato, efectivamente, de un con-trato moral cuyos elementos ganarían al precisarse en cadacaso particular: ¿qué es lo que, en la cultura del país deacogida, constituye el bagaje mínimo que toda persona sesupone que ha de asumir, y qué es lo que legítimamentese puede discutir o rechazar? Lo mismo vale decir de lacultura de origen de los inmigrados: ¿qué componentesde ella merecen ser transmitidos al país de adopción comouna dote de gran valor, y qué otros --qué hábitos, quéprácticas- deberían dejarse «en el vestuario»?

Es necesario plantear estas preguntas, y que cada cualhaga el esfuerzo de reflexionar sobre ellas, caso por. caso,aun cuando las diferentes respuestas que se les pueden darno sean nunca totalmente satisfactorias. Yo mismo, quevivo en Francia, no me atrevería a enumerar todo lo que,,en la tradicióri de este país, debería ser aceptado por losque quieren tener en él su residencia; todas y cada una delas cosas que podría citar -un principio republicano,un aspecto del modo de vida, un personaje destacado, unlugar emblemático--, todas sin excepción, podrían legíti-mamente discutirse; pero sería un error sacar de ello laconclusión de que se puede rechazar todo a la vez. Queuna realidad sea imprecisa, imperceptible y fluctuante noqufe:'e decir que no exista.

LUna vez más, la palabra clave es «reciprocidad»: siacepto a mi país de adopción, si lo considero como mío,si estimo que en adelante forma parte de mí y yo formoparte de él, y si actúo en consecuencia, entonces tengo de-recho a criticar todos sus aspectos; paralelamente, si esepaís me respeta, si reconoce lo que yo le aporto, si a partir

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de ahora me considera, con mis singularidades, como par-te de él, entonces tiene derecho a rechazar algunos aspec-toS de mi cultura que podrían ser incompatibles con sumodo de vida o con el espíritu de sus instituciones~

El derecho a criticar al otro se gana, se merec~i tra-ramos a alguien con hostilidad o desprecio, la menor ob-servación que formulemos, esté justificada o no, le parece-rá una agresión que lo empujará a resistir, a encerrarse ensí mismo, difícilmente a corregirse; y a la inversa, si le de-mostramos amistad, simpatía y consideración, no sola-mente en las apariencias sino con una actitud sincera ysentida como tal, entonces es lícito criticar en él lo que es-timamos criticable, y tenemos alguna posibilidad de quenos escuche. ' ,

[¿Pienso acaso, al escribir estas palabras, en controver-sias como la que se ha producido en varios países sobre el«veloislámico»?No es lo esencial, aunque sí estoy conven-cido de que los problemas de ese tipo serían más fáciles deresolver si las relaciones con los inmigrados se abordarancon un espíritu distin:~ Cuando sienten que su lengua esdespreciada, que su religión es objeto de mofa, que se mi-nusvalora su cultura, reaccionan exhibiendo con ostenta-ción los signos de su diferencia; cuando por el contrario sesienten respetados, cuando perciben que tienen un sitioen el país que han elegido para vivir, entonces reaccionan

d1-'9tra manera.LPara ir con decisión en busca del otro, hay que tenerlos brazos abiertos y la cabeza alta, y la única forma de te-ner los brazos abiertos es llevar la cabeza alt~ Si a cadapaso que da una persona siente que está traicionando a los

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suyos, que está renegando de sí misma, el acercamiento alotro estará viciado; si aquel cuya lengua estoy estudiandono respeta la mía, hablar su lengua deja de ser un gesto deapertura y se convierte en un acto de vasallajey sumisión.

~l Volviendo brevemente a la cuestión del «velo», estoy

seguro de que se trata de un comportamiento nostálgico yretrógrado. Podría extenderme mucho para explicar porqué pienso así, a la luz de mis convicciones y recordandodiversos episodios de la historia del mundo árabe musul-mán y de la larga lucha de sus mujeres por la emancipa-ción. Pero sería inútil, pues no está ahí el meollo de lacuestión. No está en saber si nos enfrentamos a un con-flicto entre arcaísmo y modernidad, sino en saber porqué, en la historia de los pueblos, la modernidad se ve aveces rechazada, por qué no se percibe siempre como unavance, como una evolución positiva.

En una reflexión sobre la identidad, esta pregunta esesencial, y lo es hoy más que nunca. Y el ejemplo del mun-do árabe es a este respecto.sumamente revelad~

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II

Cuando la modernidad vienedel mundo del Otro

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