houellebecq y bernard henri levy

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  • 8/2/2019 Houellebecq y Bernard Henri Levy

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    Michel HouellebecqBernard-Henri Lvy

    Enemigos pblicos

    Traduccin de Jaime Zulaika

    EDITORIAL ANAGRAMA

    BARCELONA

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    Ttulo de la edicin original:Ennemis publics Flammarion / Grasset & Fasquelle

    Pars, 2008

    Diseo de la coleccin:Julio Vivas y Estudio AIlustracin: foto Olivier Laban-Mattei / Getty Images

    Primera edicin: enero 2010

    De la traduccin, Jaime Zulaika, 2010

    EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2010Pedr de la Creu, 5808034 Barcelona

    ISBN: 978-84-339-6302-4Depsito Legal: B. 43877-2009

    Printed in Spain

    Liberdplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polgono Torrentfondo08791 Sant Lloren dHortons

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    Bruselas, 26 de enero de 2008

    Querido Bernard-Henri Lvy:

    Todo, como se suele decir, nos separa, excepto un pun-

    to fundamental: tanto usted como yo somos individuosbastante despreciables.

    Especialista de nmeros descabellados y payasadas me-diticas, usted deshonra hasta las camisas blancas que lle-va. ntimo de poderosos, baado desde la infancia en unariqueza obscena, es emblemtico de lo que algunas revistas

    un poco de baja estofa comoMariannesiguen llamando laizquierda-caviar, y que los periodistas alemanes denomi-nan con ms finura la Toskana-Fraktion. Filsofo sin pen-samiento, pero no sin amistades, es adems el autor de lapelcula ms ridcula de la historia del cine.

    Nihilista, reaccionario, cnico, racista y misgino ver-

    gonzoso: sera hacerme un honor excesivo encasillarme enla poco apetitosa familia de los anarquistas de derecha; fun-

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    damentalmente, soy slo unpatn.Autor insulso, sin esti-lo, acced a la notoriedad literaria gracias nicamente a unainverosmil falta de gusto cometida, hace varios aos, por

    crticos desorientados. Desde entonces, mis provocacionesjadeantes han acabado cansando.

    Entre los dos simbolizamos perfectamente el apoltro-namiento espantoso de la cultura y la inteligencia france-sas, recientemente sealado, con severidad pero justeza,por la revista Time.

    No hemos aportado nada a la renovacin de la escenaelectro francesa. Ni siquiera figuramos en los crditos deRatatouille.

    Se renen las condiciones del debate.

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    Pars, 27 de enero de 2008

    El debate?Tres pistas posibles, querido Michel Houellebecq.Pista nmero 1. Bravo. Lo ha dicho todo. Su medio-

    cridad. Mi nulidad. Esa nada sonora que sustituye a nues-tro pensamiento. Nuestro gusto por la comedia, cuandono la impostura. Treinta aos hace que me pregunto cmoun tipo como yo ha podido, y puede, ilusionar. Treintaaos que, cansado de esperar al buen lector que me de-senmascare, multiplico las autocrticas descabelladas, sintalento, inofensivas. Pues bien, ya ha llegado. Gracias a us-

    ted, con su ayuda, quizs lo consiga. Su vanidad y la ma.Mi inmoralidad y la suya. Como dira otro despreciable,pero de alto vuelo, ensea sus cartas, yo muestro las mas,qu alivio!

    Pista nmero 2. Usted, de acuerdo. Pero por qu yo?Por qu iba a entrar, en definitiva, en este ejercicio de au-todenigracin? Y por qu iba a seguirle en ese gusto que

    usted manifiesta por la autodestruccin fulminante, mal-decidora, mortificada? No me gusta el nihilismo. Detesto

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    el resentimiento y la melancola que lo acompaa. Y pien-so que la literatura slo vale para contrariar ese depresio-nismo que es ms que nunca la contrasea de nuestra po-

    ca. Podra consagrarme, en este caso, a explicar que haytambin cuerpos felices, obras logradas, vidas ms armo-niosas de lo que parecen pensar los plaideros que nos de-testan. Asumir el mal papel, el verdadero, el de Filintocontra Alceste, y rendir un elogio sincero de sus libros y,si no hay ms remedio, de los mos. Es otra posibilidad.Otra manera de abrir la charla.

    Y por fin, una tercera pista. En respuesta a la pregun-ta que me hizo la otra noche, en el restaurante, cuando senos ocurri la idea de este dilogo. Por qu tanto odio?De dnde procede? Y por qu, en cuanto se trata de es-critores, tiene una tonalidad, una virulencia tan extremas?Usted, en efecto. Yo. Pero, ms serio aunque diferente, elcaso de Sartre, escupido por sus contemporneos... El de

    Cocteau, que nunca pudo ver una pelcula hasta el finalporque haba siempre alguien que le esperaba a la salidapara romperle la cara... Pound en su jaula... Camus en sucaja... Baudelaire describiendo, en una carta terrible, a laespecie humana coaligada contra l... La lista sera larga.Porque habra que convocar entera a toda la historia de laliteratura. Y quizs habra que intentar sondear sera mi

    tesis al propio deseo de los escritores. Qu deseo? El dedesagradar, vamos. El gusto de desaprobar. El vrtigo, elgoce de la infamia.

    Usted elige.

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    2 de febrero de 2008

    Querido Bernard-Henri:

    Me resisto por ahora a los placeres que podramos go-

    zar (quegozaremos) con el depresionismo del que soy, enefecto, uno de sus representantes ms autorizados. Lo quepasa es que estoy en Bruselas, no tengo aqu ninguno demis libros y puede suceder que me enrede en tal o cual citade Schopenhauer, siendo as que Baudelaire es el nico au-tor al que creo poder citar ms o menos de memoria.

    Y adems, hablar de Baudelaire en Bruselas es siempre sim-

    ptico.En un pasaje probablemente anterior al que usted cita

    (puesto que an no la emprende contra la especie humana,sino slo con Francia), Baudelaire afirma que un granhombre no lo es sino a pesardel conjunto de sus compa-triotas, y que en consecuencia debe desarrollar una fuerzade agresin igual o superior a las fuerzas de defensa reuni-

    das por el conjunto de sus compatriotas coaligados.Un primer comentario que me viene a la cabeza es que

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    eso debe de ser sumamente fatigoso. Un segundo comen-tario es que Baudelaire muri a los cuarenta y seis aos.

    Baudelaire, Lovecraft, Musset, Nerval tantos autores

    que han contado en mi vida, por motivos diversos mu-rieron a los cuarenta y siete aos. Me acuerdo muy bien delda de mi cuarenta y siete cumpleaos. A media maana,puse fin al trabajo que realizaba entonces en La posibilidadde una isla y envi la novela al editor. Unos das antes ha-ba reunido textos nunca terminados que estaban en CD-ROM, en disquetes; antes de tirar los soportes amovibles

    reagrup estos documentos en el disco duro de un ordena-dor antiguo y a continuacin, de una forma totalmente ac-cidental, formate el disco duro, destruyendo as el con-

    junto de los textos. Me faltaba recorrer unos metros paraalcanzar la cima de la cuesta, y adivin ms o menos de quse compone la larga pendiente que constituye la segundaparte de la vida: las degradaciones sucesivas del envejeci-

    miento y despus la muerte. Varias veces se me ocurri laidea, mediante sugerencias breves, insistentes, de que nadame obligaba a vivir esta segunda vida; que tena el perfec-to derecho depalmar.

    No hice nada y empec mi descenso. Al cabo de algu-nos meses comprend que entraba en una zona incierta, decontacto viscoso, y que debera armarme de paciencia para

    salir de ella. Sent como cadas de tensin (a veces breves,a veces largas) en esta voluntad de desagradar que me en-frentaba con el mundo. Tuve cada vez ms a menudo mees penoso confesarlo el deseo de gustar. De gustar simple-mente a todos, como pueden hacerlo un deportista o uncantante, de penetrar en un espacio encantado sin acusa-ciones, sin malevolencias ni polmicas. Un poco de refle-

    xin me convenca cada vez, por supuesto, de que este sue-o era absurdo; la vida es limitada y el perdn imposible.

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    Pero la reflexin era intil, el deseo persista; y debo con-fesar que persiste hasta la fecha.

    Tanto usted como yo hemos buscado con perseveran-cia los placeres de la abyeccin, la humillacin, el ridculo;y lo menos que cabe decir es que hemos tenido un xitonotable. Subsiste el hecho de que esos placeres no son in-mediatos ni naturales, y que nuestro autntico deseo, nues-tro deseo primitivo (perdneme que hable en su lugar) es,como el de todo el mundo, que nos admiren, nos quieran

    o ambas cosas.Cmo explicar este extrao desvo que hemos segui-do, cada uno por su lado? En nuestro ltimo encuentro mesorprendi que usted siga haciendo bsquedas en Googlesobre su nombre, hasta el punto de utilizar la funcin dealerta, que te comunica cada nueva aparicin. Por mi par-te yo he desactivado esta funcin y despus he renunciado

    incluso a las bsquedas.Me ha dicho que desea estar informado de las posicio-

    nes del adversario con el fin de poder responder, llegado elcaso. No s si le gusta de verdad la guerra o ms bien des-de hace cunto le gusta, cuntos aos de entrenamiento hanecesitado para encontrarle inters y encanto; pero lo ques es cierto es que piensa, como Voltaire, que estamos en un

    mundo donde uno vive y otro muere con las armas en lamano.

    Esta falta de lasitud en el combatees una fuerza consi-derable. Le impide a usted, y se lo impedir durante mu-cho tiempo, ceder a esta apata misantrpica que es param el peligro ms grande; este enojo grun y estril queconduce a aislarse en un rincn repitiendo incansablemen-

    te: todos gilipollas, y, hablando literalmente, a no hacernada ms que eso.

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    La fuerza que en m podra desempear ese papel desocializacin es bien distinta: mi deseo de desagradarencu-

    bre un inmenso deseo de gustar. Pero quiero gustar por mmismo, sin seducir, sin ocultar lo que puedo tener de ver-gonzoso. Puede que me haya entregado a la provocacin;lo lamento, porque no es se mi carcter profundo. Llamoprovocador a quien, independientemente de lo que puedapensar o ser (y a fuerza de provocar el provocador no pien-sa ya, no es ya), calcula la frase o la actitud que provocar

    en su interlocutor el mximo desagrado o molestia; por su-puesto, a quien aplica el resultado de su clculo. Muchoshumoristas, en los ltimos decenios, han sido provocado-res notables.

    Al contrario, hay en m una forma de sinceridad per-versa: busco con obstinacin, con encarnizamiento, lo quepuede haber en mi persona de peor para depositarlo, todo

    bullicioso, a los pies del pblico: exactamente como un te-rrier deposita un conejo o una zapatilla a los pies de suamo. Y no lo hago para acceder a una forma cualquiera deredencin, pues este concepto mismo me es extrao. Nodeseo gustar a pesarde lo que tengo de peor, sino a causadelo peor que tengo, llego hasta desear que mi peor partesea lo que se prefiera en m.

    Resta decir que me siento incmodo, y desarmado,ante la franca hostilidad. Cada vez que he hecho una deesas famosas bsquedas en Google, he experimentado lamisma sensacin que cuando, aquejado por un ataque deeczema especialmente doloroso, acabo por rascarme hastahacerme sangre. Mis vesculas eczematosas se llaman Pierre

    Assouline, Didier Jacob, Franois Busnel, Pierre Mrot,

    Denis Demonpion, ric Naulleau, tantos otros, he olvida-do el nombre del de Figaro, ya no s muy bien, he acaba-

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    do renunciando a contar mis enemigos, pero todava no,pese a los consejos reiterados del mdico, a mis sesiones derascado.

    Tampoco he renunciado a curar mi eczema, aun cuan-do creo haber comprendido que me acompaarn toda lavida esos microparsitos que literalmente no pueden pres-cindir de m, a los que proporciono una razn para existir,que llegan incluso, por ejemplo Pierre Assouline, reciente-mente, a buscar en una conferencia en Chile (donde, noobstante, yo me crea a salvo) lo que podra descubrir, re-

    cortando y mezclando un poco, para presentarme bajo unaspecto ridculo u odioso.Sin embargo, no tengo ganas de tener enemigos, ene-

    migos declarados y definitivos, no me interesa en absoluto.En la medida en que hay en m un deseo de gustar y un de-seo de desagradar inextricablemente mezclados, nunca hesentido nada que se parezca al deseo de vencer, y pienso que

    es en esto en lo que diferimos.Con ello no quiero decir que usted no conozca el de-

    seo de gustar, sino que tambin conoce el de vencer, que enresumidas cuentas camina sobre las dos piernas (lo que se-gn el presidente Mao Tse-tung es preferible). Si se quiereir deprisa y lejos, es preferible, en efecto. Por otro lado, losmovimientos de quien slo posee una pierna tienen algo de

    caprichoso e imprevisible; es un poco con respecto al ca-minante normal como el baln de rugby al baln de ft-bol; no es imposible que un amputado de una pierna pue-da escapar ms fcilmente a un francotirador.

    No sigo con estas metforas dudosas, que no son sinoun medio de eludir la pregunta que usted me formulaba:

    Por qu tanto odio? O, ms precisamente: Por qu no-sotros?Aunque se pueda admitir que nos lo hemos busca-

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    do, queda por saber cmo nosotros hemos tenido tantoxito. Cabra pensar que malgasto intilmente mi energademorndome con individuos tan insignificantes como

    Assouline o Busnel. Hay que decir que mis cochinillas per-sonales (y, paralelamente, las de usted) han, pese a todo,obtenido, por su encarnizamiento, algn resultado. Variasveces, en e-mails, lectores del liceo me han comunicadoque sus profesores les haban puesto en guardia contra lalectura de mis libros. Del mismo modo, flota alrededor deusted como un olor de linchamiento. A menudo, cuando

    le mencionaban en una conversacin, he visto aparecer unrictus feo que conozco bien, un rictus de alegra ruin y co-mn a la idea de alguien a quien se le va a poder insultarsin riesgo.Asist muchas veces, de nio (cada vez, en reali-dad, que me encontraba en medio de un grupo de varones

    jvenes), a ese horrible proceso de designacin de una vc-tima a la que el grupo podr posteriormente humillar e in-

    sultar a voluntad, y nunca me ha cabido la menor duda deque, en ausencia de una autoridad superior, ms concreta-mente la de los profesores o los polis, las cosas habran lle-gado mucho ms lejos, hasta la tortura o el homicidio. Almenos yo nunca he sentido el deseo de unirme al bando delos verdugos. Quizs usted y yo no seamos muy admirablesmoralmente, pero no tenemos nada de animal de jaura, y

    eso es algo que por lo menos cuenta a nuestro favor. Cuan-do en mi infancia me vi enfrentado a esas escenas penosas,me content con desviar la mirada y alegrarme de habermelibradopor esta vez.Y ahora que formo parte de las vcti-mas, puedo seguir apartando la mirada, ms o menos con-vencido de que las cosas no pasarn del estadio verbal, almenos mientras vivamos en un Estado razonablemente do-

    tado de policas.O bien puedo intentar comprender, examinar ese fe-

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    nmeno desagradable, sobre todo porque las explicacionesque se aducen al respecto, a base de historia de las religio-nes, nunca me han convencido realmente. Este fenmeno

    exista en las civilizaciones rurales, existe ciertamente ennuestras ciudades, seguir existiendo si las ciudades desa-parecen y la comunicacin se vuelve esencialmente virtual.Me parece absolutamente independiente del rgimen pol-tico, as como de las condiciones espirituales del momen-to. Las religiones reveladas, creo, podran desaparecer sinque se vea sensiblemente modificado.

    Diversos pasajes de Comedia, que acabo de terminar,me inducen a pensar que usted ha tenido la ocasin de me-ditar sobre la cuestin en su propio caso. Por tanto... juegausted.

    Y le saludo cordialmente.

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    4 de febrero de 2008

    Ah, el eczema...Sabe que hay unas pginas terribles de Cocteau sobre

    esto del eczema?

    Est en ese librito maravilloso, que es su diario de ro-daje de La bella y la bestia, y que Truffaut recomendaba leera todos los aprendices de cineastas.

    Tiene pginas interesantes sobre la propia aventura delrodaje, las relaciones con Brard, los desacuerdos con Ale-kan sobre la luz, el descubrimiento del travelling, los tru-cajes, el estilo, la paciencia de los figurantes, las estatuas vi-

    vientes, Jean Marais.Pero tambin hay (y estoy casi tentado de decir que es

    la obsesin del libro, su hilo conductor, lo que le da su rit-mo y su color) pginas asombrosas, casi penosas para el lec-tor, sobre lo que Cocteau llama sus comezones, su ms-cara de grietas, el coral de fuego o la zarza ardiente denervios que sustituyen sus facciones, sus fornculos, sus

    flemones, sus chirlos rojos, sus hinchazones, sus su-puraciones, sus llagas: el libro entero es una larga queja,

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    un grito de dolor vertido sobre el papel, la exposicin deuna cara corroda por un mal insoportable, hasta el puntode que algunas maanas slo puede presentarse en el roda-

    je con unas capas de manteca de cerdo que su jefe de elc-tricos le ha extendido por las mejillas y la nariz.Pobre Cocteau...Pobre prncipe de los poetas al que nunca me decid

    a detestar, a pesar de Arno Breker, a pesar de su arte de es-cribir en cartn piedra, a pesar de su lado enftico y rim-bombante...

    Y, por supuesto, pobre Baudelaire, el de la especie hu-mana, de Francia, de Blgica, como usted quiera. Cargacon todo el mundo a la espalda! Es la rebatia al instante!La reprobacin at first sight!Es la jaura, al principio cir-cunspecta porque la intimidan el lado dandy del hijo deCaroline y el cura rebotado de su primer marido, despusmuy viva, en la segunda parte de su vida, la de su estancia

    en Bruselas, en el Hotel Grand Miroir, ladrando cada vezms abiertamente. Pocos escritores, antes de Sartre que yno es una casualidad escribi un buen Baudelaire, habrnsido detestados hasta ese punto. Pocos habrn tenido queafrontar, en especial durante los aos de exilio, un repudiode semejante amplitud. Le envidio por estar en Bruselas,querido Michel. Yo me instal all para escribir mi novela

    sobre sus ltimos das (de Baudelaire). Fue unos meses des-pus de que demolieran y sustituyeran por un sex-shopaquel Hotel Grand Miroir, no obstante su nombre, tanadecuado tratndose del hombre que haca profesin devivir y morir delante de un espejo, para ser sublime sininterrupcin. Y haber llegado demasiado tarde, habermeperdido por tan poco el Grand Miroir y sus arcanos, es uno

    de los autnticos pesares literarios de mi vida. Le envidioque est all porque quedan, si le dicen algo, los adoquines

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    de la rue Ducale donde las chicas se tuercen todava los to-billos sobre los pasos del autor de Fuses; la plaza del PetitSablon, donde sobreviva, en mi poca, un burdel que a l

    le habra gustado; el convento de las agustinas, donde seencerr despus de la afasia; por no hablar de Namur,Saint-Loup de Namur, donde le roz, por primera vez, elviento del ala de la imbecilidad...

    Pero en fin.Su pregunta.Si he tenido ocasin, como dice, de meditar sobre la

    cuestin a partir de mi caso personal?Pues bien, en definitiva, s y no.S, naturalmente, en la medida en que tengo, aunque

    no est, suficientes ojos para ver y odos para or el ingratomurmullo que se forma en cuanto mi caso, en efecto, seplantea en un lugar pblico.

    Pero no, al mismo tiempo, porque hay un fenmeno

    bastante extrao por el cual al contrario que usted, segnparece nunca he conseguido considerarme ni sentirmecomo la vctima de una verdadera persecucin.

    Me atacan como a pocos escritores.Recibo, por cada uno de mis libros, una cantidad de

    injurias que desmoralizaran a ms de uno.Y en cuanto al eczema... Ah!, el eczema... Si fuese un

    criterio, debo reconocer que tambin soy un experto bas-tante bueno en historias de eczemas.

    Ahora bien, el hecho es que me cuesta un gran trabajono dir darme por enterado de esos ataques, sino adecuar-me a la imagen que me transmiten, a hacerla y sentirla ma,a asociar ese reflejo poco halageo, a veces lamentable, ami identidad profunda o simplemente social.

    Un ejemplo. La pelcula que hice hace doce aos y queme vali para leer de cerca el Diario de La bella y la bestia.

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    S lo que dicen y lo que siguen diciendo cuando no est to-talmente borrada del recuerdo. Estoy al corriente del tos-tn, la obra oficialmente indigente, la pelcula (Serge

    Toubiana dixit, entonces director de Cahiers) ms mala dela historia del cine. S que hay gente que, cuando la pro-graman en la televisin, organiza cenas de idiotas donde elidiota es la pelcula y, de paso, su autor. Pero cmo decir-le? Lo s, pero sin vivirlo. Soy consciente de ello, pero nolo asumo. Por mucho que est informado de la avalanchade barro que la sepult a su estreno, no llego a verme como

    el autor-de-la-pelcula-ms-indigente-y-ms-cubierta-de-lodo-de-la-historia-del-cine y bien puede ocurrir que meencuentre en una situacin, un debate, una reunin deamigos, un mitin donde, sin ver las risas burlonas de alre-dedor, inconsciente del ridculo en que me meto o del en-gorro educado que ocasiono, hablo de ella como de unapelcula normal, ms bien bonita, casi importante y de la

    que estoy orgulloso.Otro ejemplo, ms cargado de sentido y de conse-

    cuencias: el que yo sea judo... Ser judo, en principio, estener una relacin especial con este asunto de la persecu-cin. Ser judo, para la mayora de ellos, es un pasaporteautomtico para una visin de uno mismo como vulnera-ble, precario, nunca del todo en su sitio, secuaz de antise-

    mitismo. Y adems conozco pocos judos que no conser-ven en su memoria una ancdota familiar o personal, aveces una escena primitiva, que testimonia esta familiari-dad natal con una ofensa. Pues bien, tampoco es ste micaso. Lucho contra el antisemitismo, por supuesto. Ustedsabe que soy de los que no dejan pasar nada, nada de nadasobre el tema. Pero quizs sea una forma de negacin. Qui-

    zs sea el sntoma de mi neurosis fundamental. Quizs estligado con el hecho de que nac en una regin del mundo

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    en que los judos fueron relativamente poco perseguidos.Lo cierto es que nunca he tenido el sentimiento de lucharpor mi propia salvacin cuando lucho por los judos. Lo

    cierto es y de verdad le pido que me crea que no meacuerdo de haber tenido que sufrir, ni de nio ni despus,en mi carne o en mi alma, discriminacin, afrentas contralas que protesto y me sublevo. Hay judos que sufren; yosoy un judo que pelea. Hay judos que viven su judasmocomo un viaje al fin del desamparo y de la noche; yo soyun judo feliz: Jean-Claude Milner dira un judo de afir-

    macin (y Albert Cohen, uno de esos judos solalinos,es decir, en su lxico, solares y casi griegos, que slo vengloria, fasto y luz en la memoria bblica y talmdica de laque son legatarios).

    Y, por otra parte, ya que estamos en los recuerdos deinfancia, yo tambin voy a contarle uno. Como usted, heconocido esas clases de perversos polimrficos donde se

    ponen de acuerdo sobre un cabeza de turco al que van a ro-barle la cartera, vaciarle el estuche o embadurnarle la caracon tinta. En el liceo Pasteur de Neuilly, donde yo cursabamis estudios secundarios, el cabeza de turco oficial se lla-maba Mallah. No recuerdo su nombre de pila. Pero vuelvoa ver su cara excesivamente plida, sus gestos torpes y asus-tadizos, sus miradas de bondad suplicante a sus persegui-

    dores. Y he recordado su nombre sobre todo estos dascuando le en los peridicos que la madre del presidenteSarkozy proceda de una familia juda de Salnica que seapellidaba precisamente... Mallah. Era un pariente? Unprimo? Una especie de primognito de los Sarkozy? Lo ig-noro. Por otro lado, no s qu fue de l, ni si sigue vivo. Loque s s es que, como usted, me mantuve a distancia del

    rebao de pequeas hienas que venan a humillarle, a bus-carle, hasta dentro del metro. Y que, sin conformarme con

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    no participar en la caza de Mallah, no contento con man-tenerme aparte del escuadrn de linchadores en agraz,tom a aquel chico bajo mi proteccin e hice de l mi ami-

    go durante varios aos seguidos. No extraigo de ello, comotampoco usted, un mrito especial. Pero observo este rasgode psicologa que no era, al fin y al cabo, evidente para elnio judo que yo era a finales de los aos 50: tan incon-cebible era para m la idea de convertirme en una presapara aquel tipo de jaura, tan lejos de m estaba el temor deser otra diana posible para la misma horda de cabrones, tan

    profundamente ajeno me era, si prefiere, el fantasma per-secutorio, que no tena ningn tipo de problema en exhi-birme con Mallah y que le vieran relacionarse conmigo.

    Por otro lado, algn tiempo despus hice un descubri-miento sumamente perturbador. Tena un profesor de le-tras, en el curso preparatorio, que se llamaba Jean Depruny que era, con treinta aos de distancia, el sosias del pe-

    queo Mallah (el mismo tipo de genio febril, la misma ca-beza gruesa sobre un cuerpo deforme, la misma tez maci-lenta para una carne asombrosamente lozana y que parecano haberse estrenado nunca). Se conduca de un modo ex-trao conmigo. Casi hostil. Sin explicrmelo, vea el cui-dado que pona en evitar mi mirada cuando me sacaba a lapizarra para comentar un poema de Maurice Scve o una

    pgina de Salamb. Hasta un da en que cit su nombre enla mesa familiar y mi padre exclam: Deprun? Pero si yole conoca mucho...!, y se puso a contarme que aquel emi-nente erudito, especialista de la filosofa de la inquietuden los escritores del siglo XVIII, haba sido durante la gue-rra, en la escuela de oficiales de Cherchell, una especie deprimer Mallah, atormentado por la coalicin de jvenes,

    perseguido, martirizado, y que l, mi padre, le haba to-mado bajo su proteccin, exactamente como yo hara, a

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    mi vez, treinta aos ms tarde, con su reencarnacin deNeuilly.

    Le cuento este episodio, lo recuerdo y se lo digo, por-que siempre me ha fascinado, en principio, el misterio deesos gestos antiguos que actan como un sortilegio y quereproducimos sin saberlo.

    Pero es sobre todo para decirle que el grupo en uninposiblemente criminal, la multitud linchadora, devorado-ra, destripadora, la fiera sin pelo y maligna de que habla

    Franz en el monlogo de Los secuestrados de Altona, la es-pecie carnicera y que ha jurado nuestra perdicin, el grananimal, en una palabra, escondido en los ojos ntimos denuestros seres prximos y que no pide ms que surgir, losconozco, en cierto modo, por partida doble: conozco, casigenealgicamente, su aliento caracterstico, su paso preci-pitado, sus signos precursores, su grito de guerra, su trapa-

    cera; pero nunca he tenido excesivamente el sentimientoni de que me acecharan en especial ni de que perda nadaesperando, porque mi turno llegara tarde o temprano...

    Digmoslo de otra forma.Haber reflexionado sobre esta cuestin, s, por supuesto.Saber, evidentemente, que es el fenmeno por exce-

    lencia, saber que es constitutivo del vnculo social y que lo

    es ms an que, pongamos, el amor, el contrato o la sim-pata universal entre los hombres.

    Saber que slo hay inclusin si hay exclusin, recordarque si dos hombres se juntan es porque se han puesto deacuerdo, en general, para rechazar y proscribir a un terce-ro, desconfiar, en otras palabras, de lo que los griegos lla-maban el sincretismo, y del que siempre he pensado que

    era menos, como pretende la etimologa, unin de varioscretenses que todos unidos contra el cretense (que era el

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    ser peor visto, el de peor fama de la antigedad): perfecto.Pero as como he desarrollado este saber a propsito

    del prjimo, as como he escrito pginas y pginas sobre su

    lgica profunda, y creo haber, por ejemplo, y para respon-der a una de sus observaciones, contribuido a demostrar,siguiendo la va abierta por Ren Girard, que las religionesreveladas no son en absoluto responsables de esta produc-cin de chivos expiatorios, y que incluso contribuyen msbien a atenuar su salvajismo, as tambin tengo la impre-sin de que mi caso personal, mi experiencia de joven o de

    adulto no me ha servido de ayuda en este asunto.Extrao, pero es as.Esto no casa con la idea de la que hemos partido, la de

    escritor repudiado, insultado, arrastrado ms bajo que latierra, etc., pero es la verdad.

    Una ltima palabra.

    Parece usted escptico cuando le digo que esas cosasque se escriben sobre m y que de vez en cuando encuen-tro en el diablico Google slo me importan en la estrictamedida en que me informan del estado del terreno, las dis-posiciones del adversario, sus fallos eventuales y las rplicasadecuadas.

    Se equivoca usted.

    Porque le aseguro, aqu tambin, que es as.Nada ms leerlos y extradas las conclusiones tcticas o

    estratgicas pertinentes, olvido los artculos de esa gente.No tienen efecto sobre el narcisismo.Ego garantizado ignfugo, blindado, frente a los ata-

    ques.Y un lado pizarra mgica que hace que la malevolencia

    as difundida se evapore en el instante muy preciso en queha terminado de esparcir sus efluvios y de informarme so-

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    bre el emplazamiento de lo que Flaubert, en una carta aBaudelaire, llamaba las bateras y los tiraderos del ban-do contrario.

    Dicho de otra manera, no hay antdoto ms til que elgusto de vencer, y aqu, en cambio, tiene usted razn, con-tra esos dos peces gemelos que son la voluntad de gustar yde disgustar.

    Nada es ms til que el sentido de la guerra, no slopara proteger una obra, ponerla a cobijo, darle un santua-rio, sino para llevarla a buen puerto y conservar intacto

    contra vientos, mareas y rebatias el deseo de continuarla.Haba olvidado ese dicho de Voltaire.Pero debo decir que me gusta y que me gusta imagi-

    narme as a los escritores que admiro: vivir y morir con lasarmas en la mano..., en la guerra como en la guerra, al es-tilo del gran Valmont..., pintor de batallas, yo tambin,pero de las ms, como en ese libro de Prez Reverte del que

    usted me habl y que, en efecto, me parece asombroso...Pero me detengo aqu, querido Michel.Porque si no tendramos que abordar este arte de la

    guerra.Es decir, este campo de batalla que es, concretamente,

    con todo detalle, la escena literaria o filosfica.O este estado constantemente armado que es, si cree-

    mos tambin a los ms grandes, la vida de un escritor.Kafka, por ejemplo...Kafka que, como sabe, era un admirador de Napolen

    y vea en las vacilaciones del emperador en la batalla de Bo-rodino o en el escenario de la retirada de Rusia la verdadcifrada de estas campaas y maniobras que eran la prc-tica corriente de su vida de novelista.

    Crea en mi palabra; ganaremos tiempo.

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