hoja domingo iii de pascua

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DE LA CARTA PASCUAL DE MONS. D. JESÚS SANZ “…….. Son muchas las pesadillas que han podido afear nuestros mejores sueños. Y cuando esto sucede, de pronto aprendemos lo mucho que vale lo que no tiene precio. Una enfermedad que logra curarse, un desahucio que encuentra cobijo, una noche oscura que termina con la claridad de la aurora, una pena negra que se transforma en radiante alegría, el desencanto más devastador ante las mil pruebas de la vida, que concluye en el encanto de una esperanza que nunca caduca marchita. Es entonces cuando aprendemos cómo las cosas verdaderamente importantes son pocas, y deberíamos dedicarles más tiempo, más ilusión, más acogida de lo que habitualmente les damos y hacemos. Pero es esto lo que está señalando la pascua de resurrección de Jesús: renace la vida, lo más importante, lo único importante, y toma de nuevo su puesto debido en nuestra historia y en nuestra biografía. Esto es lo que con todo derecho hemos de saber contar, lo que con todo deber también deberemos saber cantar. Porque el mensaje de este día renacido y resucitado no puede ser otro que el ya sabido y no siempre entonado: el Señor ha vencido las pesadillas que nos alejan de Él, que nos enfrentan a nuestros deudos y que nos rompen por dentro como un destrozo inhumano. La palabra última tras todas las terribles palabras penúltimas, se la ha reservado Dios, y es la que con letra y música de aleluya hoy la Iglesia entera vuelve a entonar a plena voz. Esa palabra final que permite renacer lo que nos hace hijos ante el Señor, hermanos de todos los hombres, y hacedores de un mundo nuevo donde la paz y la justicia, la belleza y la bondad, la verdad y la alegría, se hacen estrofa, se hacen melodía, haciendo de la existencia un canto de esperanza. El Señor ha vencido, y nosotros en Él. Aleluya. Feliz Pascua”. (De la Carta Pascual de nuestro Arzobispo Mons. Jesús Sanz) Aleluya cantará quien perdió la esperanza, y la tierra sonreirá. ¡¡¡ALELUYA!!!

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Hoja, parroquia, domingo, pascua

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Page 1: Hoja Domingo III de pascua

DE LA CARTA PASCUAL DE MONS. D. JESÚS SANZ

“…….. Son muchas las pesadillas que han podido afear nuestros mejores sueños.

Y cuando esto sucede, de pronto aprendemos lo mucho que vale lo que no tiene

precio. Una enfermedad que logra curarse, un desahucio que encuentra cobijo,

una noche oscura que termina con la claridad de la aurora, una pena negra que

se transforma en radiante alegría, el desencanto más devastador ante las mil

pruebas de la vida, que concluye en el encanto de una esperanza que nunca

caduca marchita. Es entonces cuando aprendemos cómo las cosas

verdaderamente importantes son pocas, y deberíamos dedicarles más tiempo,

más ilusión, más acogida de lo que habitualmente les damos y hacemos.

Pero es esto lo que está señalando la pascua de resurrección de Jesús:

renace la vida, lo más importante, lo único importante, y toma de nuevo su

puesto debido en nuestra historia y en nuestra biografía. Esto es lo que con todo

derecho hemos de saber contar, lo que con todo deber también deberemos

saber cantar. Porque el mensaje de este día renacido y resucitado no puede ser

otro que el ya sabido y no siempre entonado: el Señor ha vencido las pesadillas

que nos alejan de Él, que nos enfrentan a nuestros deudos y que nos rompen por

dentro como un destrozo inhumano. La palabra última tras todas las terribles

palabras penúltimas, se la ha reservado Dios, y es la que con letra y música de

aleluya hoy la Iglesia entera vuelve a entonar a plena voz. Esa palabra final que

permite renacer lo que nos hace hijos ante el Señor,

hermanos de todos los hombres, y hacedores de un mundo

nuevo donde la paz y la justicia, la belleza y la bondad, la

verdad y la alegría, se hacen estrofa, se hacen melodía,

haciendo de la existencia un canto de esperanza. El Señor ha

vencido, y nosotros en Él. Aleluya. Feliz Pascua”.

(De la Carta Pascual de nuestro Arzobispo Mons. Jesús Sanz)

Aleluya cantará quien perdió la esperanza,

y la tierra sonreirá. ¡¡¡ALELUYA!!!

Page 2: Hoja Domingo III de pascua

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3,13-15.17-19): En aquellos días, Pedro dijo a la gente: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,1-5): Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,35-48): En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

La Pascua no es un recuerdo frío del pasado, sino una VIVENCIA.

Ser testigo del Resucitado es muy hermoso, pero comprometido.

Aquí van algunos compromisos del creyente que vive la Pascua:

Luchar contra todo lo que origina muerte, contra los violentos e

injustos, contra los que siguen crucificando la vida y sembrando la

corrupción.

Defender la vida en plenitud: el ser humano y la naturaleza toda. El

hombre de Pascua debe ser el mejor ecologista.

Combatir las causas de la pobreza, las estructuras insolidarias, el

egoísmo que anida en el corazón del hombre y del mundo.

Defender la libertad verdadera contra toda situación esclavizante:

íntima e individual, familiar y social. «Para ser libres nos libertó Cristo»

(Gál 5, 1). La Pascua es siempre fiesta de liberación.

Trabajar por la paz. La paz es un don de la Pascua que Cristo

resucitado ofrecía a sus discípulos conquistada por Él en dura batalla. El

que vive la Pascua debe irradiar la paz y debe construir la paz,

Debe llevar a todos la reconciliación y pregonar la no-violencia.

Ser testigo de alegría y esperanza. Saber dar razón de nuestra fe ante

todos aquellos que no creen en la primavera y no quieren florecer. Decir

que los ideales son necesarios y que las utopías son posibles. No tienen

razón los mediocres, los conformistas, los rutinarios. Tras la

resurrección de Jesús, todas las metas son posibles.

Vivir en la verdad. Nos estamos acostumbrando a las mentiras, a vivir

en la mentira. No sentimos lo que decimos, no expresamos lo que

pensamos, no cumplimos lo que prometemos, no somos lo que

aparentamos, no vivimos lo que creemos y profesamos. El hombre

resucitado se esfuerza por desenmascarar la hipocresía de la vida.

Vivir en el amor. Es el secreto último de la Pascua y la fuerza que lleva

a la resurrección. Un hombre resucitado es un hombre que perdona, que

comprende, que sufre, que comparte, que se entrega. En una sociedad

egoísta e inmisericorde, él debe poner misericordia. «El debe ser el

corazón de un mundo sin corazón».

Escucharemos tu voz, Señor