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    HANS HEINZ EWERS: CUENTOS

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    LA ARAA

    Y en eso reside la voluntad, que no muere/Quin conoce los misterios de la voluntad, y

    su fuerza?

    GLANVILL

    Cuando el estudiante de medicina Richard Bracquemont decidi ocupar la habitacin

    nmero siete del pequeo hotel Stevens, situado en el nmero 6 de la rue Alfred

    Stevens, tres personas se haban ahorcado en esa misma habitacin colgndose del

    dintel de la ventana en tres viernes sucesivos.

    El primero era un viajante de comercio suizo. Su cuerpo no se encontr hasta la tarde

    del domingo; pero el mdico dedujo que su muerte debi de haberse producido entre las

    cinco y las seis de la tarde del viernes. El cuerpo colgaba de un robusto gancho hincado

    en el dintel de la ventana, que normalmente se utilizaba para colgar ropa. La ventana

    estaba cerrada. El muerto haba utilizado el cordn de la cortina. Como la ventana erabastante baja, sus piernas arrastraban por el suelo casi hasta las rodillas. El suicida debi

    http://juergstrassmann.ch/prosa/spinne/ewers.pdf
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    desarrollar, por tanto, una considerable fuerza de voluntad para llevar a cabo su

    propsito. Se comprob adems que estaba casado y que era padre de cuatro nios, as

    como que se encontraba en una situacin completamente desahogada y segura y que era

    de talante jovial y estaba casi permanentemente satisfecho. No se encontr ningn

    escrito que pudiera tener relacin con el suicidio, ni testamento alguno. Tampoco haba

    hecho jams manifestacin alguna en ese sentido a ninguno de sus conocidos.

    El segundo caso no era muy diferente. El artista Karl Krause, empleado como

    equilibrista sobre bicicleta en el cercano circo Medrano, alquil la habitacin nmero 7

    dos das ms tarde. Al no comparecer el siguiente viernes para su actuacin, el director

    envi al hotel a un acomodador, que se lo encontr colgado del dintel de la ventana,

    exactamente en las mismas circunstancias (la habitacin no haba sido cerrada pordentro). Este suicidio no pareca menos misterioso: a sus veinticinco aos, el prestigioso

    artista reciba un buen sueldo y pareca disfrutar plenamente de la vida. Una vez ms no

    apareci nada escrito, ningn tipo de manifestacin alusiva al caso. Dejaba a una

    anciana madre, a la que acostumbraba enviar puntualmente los primeros das de cada

    mes trescientos marcos para su manutencin.

    Para la seora Dubonnet, propietaria del pequeo y barato hotel, cuya clientela estaba

    formada casi exclusivamente por miembros de los cercanos espectculos de variedades

    de Montmartre, esta extraa segunda muerte en la misma habitacin tuvo consecuencias

    ciertamente desagradables. Algunos de sus clientes abandonaron el hotel y otros

    huspedes habituales regresaron. En vista de ello, acudi al comisario del distrito IX, al

    que conoca bien, el cual le prometi hacer cuanto estuviera en su mano para ayudarla.

    As pues, no slo prosigui las investigaciones, tratando de averiguar con especial celo

    las razones de los suicidios de ambos huspedes, sino que puso a su disposicin a un

    oficial que se aloj en la misteriosa habitacin.

    Se trataba del polica Charles-Marie Chaumi, que se haba ofrecido voluntariamente

    para el caso. Este sargento era un viejo lobo de mar que haba servido durante once aos

    en la infantera de marina, y durante muchas noches haba guardado en solitario

    numerosos puestos en Tonkn y Annan[1], dando la bienvenida con un vivificante

    disparo de su fusil a cualquier pirata de ro que se acercara furtivamente. Por lo tanto, se

    senta perfectamente capacitado para hacer frente a los fantasmas de los que se

    hablaba en la rue Stevens. Se instal, pues, en la habitacin el domingo por la tarde y se

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    retir satisfecho a dormir, despus de hacer los honores a la abundante comida y bebida

    que la seora Dubormet le haba ofrecido.

    Cada maana y cada tarde Chaumi haca una rpida visita al cuartel de la polica para

    presentar un informe. Durante los primeros das los informes se limitaron a constatar

    que no haba advertido nada en absoluto fuera de lo normal. El mircoles por la tarde,

    sin embargo, anunci que crea haber encontrado una pista. Al pedrsele ms detalles,

    suplic permiso para guardar silencio por el momento. No estaba seguro de que lo que

    crea haber descubierto tuviera en realidad relacin alguna con las muertes de ambos

    individuos, y tema hacer el ridculo y convertirse en el hazmerreir de la gente. El jueves

    pareca menos seguro, aunque ms serio; una vez ms no tena nada de que informar. La

    maana del viernes pareca en extremo excitado; opinaba, medio en broma medio enserio, que la ventana de la habitacin indudablemente ejerca un extrao poder de

    atraccin. No obstante, segua insistiendo en que este hecho no guardaba relacin con

    los suicidios, y que si deca algo ms, slo sera motivo de risa. Aquella tarde no se

    present en la comisara de distrito: lo encontraron colgado del gancho en el dintel de la

    ventana.

    Tambin en este caso las circunstancias, hasta en los ms mnimos detalles, eran las

    mismas que en los casos anteriores: las piernas se arrastraban por el suelo y, como soga,

    haba empleado el cordn de las cortinas. La ventana estaba cerrada y no haba cerrado

    la puerta con llave. La muerte se haba producido alrededor de las seis de la tarde. La

    boca del muerto estaba totalmente abierta y de ella le colgaba la lengua.

    Como consecuencia de esta tercera muerte en la habitacin nmero 7, todos los

    huspedes abandonaron ese mismo da el hotel Stevens, a excepcin de un profesor

    alemn de enseanza superior que ocupaba la habitacin nmero 16, el cual aprovechla oportunidad para lograr la reduccin de un tercio en el hospedaje. Fue un pobre

    consuelo para la seora Dubonnet que Mary Garden, la famosa cantante de la pera

    Cmica[2], se detuviera all con su coche algunos das ms tarde para comprar el cordn

    rojo de las cortinas, que consigui por doscientos francos. En primer jugar porque traa

    suerte y en segundo lugar... porque la noticia saldra en los peridicos.

    Si esta historia hubiera sucedido en verano, por ejemplo, en julio o agosto, la seora

    Dubonnet habra exigido por el cordn tres veces esa cantidad. Con toda seguridad los

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    diarios hubieran llenado sus columnas con el caso durante semanas. Pero en estas fechas

    tan agitadas del ao[3] (elecciones, desrdenes en los Balcanes, quiebra de bancos en

    Nueva York, visita de los reyes ingleses') realmente no sabran de dnde sacar espacio.

    Como consecuencia, la historia de la rue Alfred Stevens consigui menos atencin de la

    que probablemente mereca, y las noticias, breves y concisas, se limitaron casi siempre a

    repetir el informe de la polica, mantenindose al margen de cualquier tipo de

    exageracin.

    A estas noticias se reduca todo lo que el estudiante de medicina Richard Bracquemont

    saba acerca del asunto. Desconoca por completo un pequeo detalle, que pareca tan

    insignificante que ni el comisario ni ninguno de los restantes testigos lo haba revelado a

    los periodistas. Tan slo despus, una vez pasada la aventura del estudiante, se recordeste detalle: cuando los policas descolgaron el cadver del sargento Charles-Marie

    Chaumi del dintel de la ventana, de la boca abierta del muerto sali una enorme araa

    negra. El mozo del hotel la ahuyent con los dedos, exclamando: Demonios, otro de

    esos bichos!. En el curso de la siguiente investigacin, es decir, la relacionada con

    Bracquemont, el mozo declar que, cuando descolgaron el cadver del viajante de

    comercio suizo, haba visto deslizarse por su hombro una araa semejante... Pero de

    esto nada saba Richard Bracquemont.

    No ocup la habitacin hasta dos semanas despus del ltimo suicidio, un domingo. Lo

    que all experiment lo anot meticulosamente en su diario.

    DIARIO DE RICHARD BRACQUEMONT, ESTUDIANTE DE MEDICINA

    Lunes, 28 de febrero.

    Me instal aqu la noche pasada. Deshice mis dos maletas, orden unas pocas cosas ydespus me acost. He dormido maravillosamente; acababan de dar las nueve cuando

    me despert un golpe en la puerta. Era la patrona del hotel que me traa personalmente

    el desayuno. Indudablemente se muestra muy solcita conmigo, a juzgar por los huevos,

    el jamn y el exquisito caf que me trajo. Me he lavado y vestido; despus, mientras

    fumaba mi pipa, me he puesto a observar cmo haca la habitacin el mozo.

    Aqu estoy, pues. S muy bien que este asunto es peligroso, pero tambin s que si

    tengo suerte podr llegar al fondo de la cuestin. Y si antao Pars bien vala una

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    misa[4] ..., ahora no se consigue tan barata..., y creo que bien puedo arriesgar mi

    miserable vida por ello. Esta es mi oportunidad y no pienso desaprovecharla.

    A propsito: hay quienes se han credo tan listos corno para intentar resolverlo. Al

    menos veintisiete personas se han esforzado en conseguir la habitacin, algunos por

    medio de la polica y otros a travs de la patrona del hotel. Entre ellos haba tres damas.

    As pues, he tenido bastantes competidores; todos ellos, probablemente, unos pobres

    diablos como yo.

    Pero slo yo he conseguido el puesto. Por qu? Ah!, yo era probablemente el nico

    que poda ofrecer una idea a la astuta polica. Una hermosa idea! Por supuesto, se

    trataba de una mera argucia.

    Estas anotaciones van dirigidas tambin a la polica. Y me divierte decir a esos seores

    desde un principio que me he burlado de ellos. Si el comisario es sensato dir: Hum!

    Precisamente por ello, Bracquemont es el hombre adecuado. De cualquier forma, me

    tiene sin cuidado lo que diga despus. Ahora estoy aqu, y me parece de buen agero

    haber iniciado mi trabajo dando una buena leccin a esos caballeros.

    Primero hice mi solicitud a la seora Dubonnet, pero sta me mand a la comisara de

    polica. Durante una semana anduve dando vueltas por all todos los das; mi solicitud

    siempre estaba sometida a estudio, y siempre me decan lo mismo, que volviera otra

    vez al da siguiente. La mayora de mis competidores haca tiempo que haba arrojado

    ya la toalla; probablemente encontraron algo mejor que hacer que esperar hora tras hora

    en el mugriento puesto de polica. Para entonces, el comisario estaba muy irritado a

    causa de mi obstinacin. Por ltimo, me dijo claramente que era del todo intil que

    volviera. Me estaba muy agradecido, as como a los dems, por mis buenas intenciones,

    pero no poda recibir ayuda de legos aficionados. A menos que tuviera un plan

    cuidadosamente pensado.

    As pues, le dije que tena esa clase de plan. Naturalmente no tena nada por el estilo y

    no hubiera podido proporcionarle ni un solo detalle. Pero le dije que mi plan era bueno,

    aunque bastante peligroso, que probablemente podra terminar como el sargento de

    polica, y que se lo explicara tan slo si me prometa llevarlo a cabo personalmente. Me

    dio las gracias por ello, expresando que, desde luego, no tena tiempo para hacer una

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    cosa as. Pero me di cuenta de que yo dominaba la situacin cuando me pregunt si al

    menos poda adelantarle algo.

    Y eso hice. Le cont una historia fantstica y bien aderezada, de la que ni yo mismo

    tena idea unos minutos antes. No entiendo en absoluto cmo me vinieron de repente

    esos pensamientos tan extravagantes. Le dije que, entre todas las horas de la semana,

    haba una que ejerca una misteriosa y extraa influencia. Se trataba de la hora en la que

    Cristo haba abandonado su tumba para descender a los infiernos: la sexta hora de la

    tarde del ltimo da de la semana juda. Y debera recordar que era a esa hora del

    viernes, entre las cinco y las seis, cuando se produjeron los tres suicidios. No le poda

    decir ms, por el momento, pero le record el Apocalipsis de San Juan.

    El comisario puso cara de haberlo entendido todo, me dio las gracias y me cit para esa

    misma tarde. Entr en su despacho puntualmente; ante l, sobre la mesa, vi un ejemplar

    del Nuevo Testamento. Entre tanto, yo haba hecho lo mismo: haba ledo el Apocalipsis

    de cabo a rabo... y no haba entendido ni palabra. De cualquier forma, me dijo con suma

    amabilidad, crea comprender adnde quera yo ir a parar, a pesar de mis vagas

    indicaciones, y se confes dispuesto a acceder a mi peticin y a apoyarla en todo lo

    posible.

    He de reconocer que su ayuda me ha facilitado mucho las cosas. Ha llegado a un

    acuerdo con la patrona para que, mientras dure mi estancia en el hotel, mi alojamiento

    sea totalmente gratuito. Me ha dado un estupendo revlver y una pipa de polica. Los

    agentes de servicio tienen rdenes de recorrer la pequea rue Alfred Stevens cuantas

    veces les sea posible y de subir a mi habitacin a la menor indicacin ma. Pero lo ms

    importante ha sido que ha hecho instalar en mi habitacin un telfono de mesa,

    mediante el cual estoy en contacto directo con la comisara. Como sta se encuentra tanslo a cuatro minutos de aqu, podr disponer de ayuda inmediata. Por todo esto

    entiendo que no debo temer nada.

    Martes, 1 de marzo.

    Nada ha ocurrido ni ayer ni hoy. La seora Dubonnet ha trado de otra habitacin un

    cordn nuevo para la cortina..., como tiene tantas libres! Aprovecha cualquier ocasin

    para venir a verme y siempre me trae alguna cosa. He dejado que me contara otra vez losucedido con todo detalle. Pero no me ha aportado nada nuevo. Tiene sus propias

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    opiniones respecto a los motivos de esas muertes. En cuanto al artista, piensa que se

    trataba de un amor desgraciado. Mientras fue su husped el ao anterior, haba sido

    visitado frecuentemente por una joven dama, que este ao ni apareci. Realmente no

    comprenda las razones que impulsaron al caballero suizo a tomar su decisin..., pero

    una no puede saberlo todo. Sin lugar a dudas, el sargento se haba quitado la vida slo

    para fastidiarla.

    He de confesar que estas declaraciones de la seora Dubonnet son un poco mezquinas.

    Pero la dej parlotear; eso al menos hace menos tedioso el paso del tiempo.

    Jueves, 3 de marzo.

    Nada todava. El comisario me llama un par de veces al da y yo le informo de que todo

    marcha maravillosamente. Evidentemente, esta informacin no le satisface del todo. He

    sacado mis libros de medicina y me he puesto a estudiar; as, al menos, tiene algn

    sentido mi retiro voluntario.

    Viernes, 4 de marzo. 2 de la tarde.

    He almorzado excelentemente. Adems, la patrona me ha trado media botella de

    champn. Ha sido una autntica comida de ltima voluntad; y es que me considera ya

    tres cuartas partes muerto. Antes de marcharse me suplic, con lgrimas en los ojos, que

    me fuera de all con ella; tena miedo de que yo tambin me ahorcara por fastidiarla.

    He examinado el nuevo cordn de la cortina. As, pues, pronto tendr que colgarme

    con esto? Hummm!, no siento grandes deseos. Adems, la cuerda es tosca y dura y

    sera difcil hacer con ella un nudo corredizo.... necesitara una considerable dosis de

    voluntad para seguir el ejemplo de los otros. Ahora estoy sentado en mi silla, con el

    telfono a la izquierda y el revlver a la derecha. Miedo no tengo, pero siento

    curiosidad.

    Seis de la tarde del mismo da.

    Nada ha ocurrido..., casi agregara desgraciadamente! La hora fatal lleg y se fue corno

    todas las dems. Cierta. mente no puedo negar que siento una especie de impulso de

    acercarme a la ventana... Ya lo creo, pero por otras razones! El comisario llam por lo

    menos diez veces entre las cinco y la seis; estaba tan impaciente como yo. Pero la

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    seora Dubonnet est contenta: alguien ha logrado vivir en la habitacin nmero 7 sin

    ahorcarse. Fabuloso!

    Lunes, 7 de marzo.

    Ahora estoy convencido de que nada descubrir, y me inclino a pensar que los suicidios

    de mis predecesores han sido una rara coincidencia. He pedido al comisario que

    contine con la investigacin de los tres casos, pues estoy convencido de que dar

    finalmente con los motivos. Por mi parte, pienso quedarme aqu todo el tiempo que

    pueda. Probablemente no conquiste Pars esta vez, pero aqu me hospedo gratis y me

    alimento satisfactoriamente. Adems, trabajo afanosamente y advierto que adelanto

    sobremanera. Finalmente, existe otra razn que me retiene aqu.

    Mircoles, 9 de marzo.

    Pues bien, he dado un paso ms. Clarimonde [5]...

    Por cierto, todava no he contado nada acerca de Clarimonde. Pues bien, ella es... mi

    tercera razn para seguir aqu. Precisamente ella es la causa por la que me hubiera

    acercado gustoso a la ventana en aquella hora fatdica.... pero no ciertamente, para

    ahorcarme. Clarimonde... Por qu la llamo as? No tengo ni idea de cmo se llama,

    pero tengo la sensacin de que debo llamarla Clarimonde. Y apostara a que algn da

    descubrir que se es su verdadero nombre. Descubr a Clarimonde los primeros das.

    Vive al otro lado de la estrecha calle y su ventana est exactamente frente a la ma. Est

    all sentada, detrs de las cortinas. Por otra parte, debo sealarles que ella me vio antes

    de que yo la descubriera y que mostr visible inters por m. No es extrao. La calle

    entera sabe que estoy aqu y por qu. De eso ya se ha ocupado la seora Dubonnet.

    No soy, en modo alguno, de esas personas enamoradizas y mis relaciones con las

    mujeres han sido siempre muy superficiales. Cuando uno viene a Pars desde Verdn

    para estudiar Medicina y apenas tiene suficiente dinero ni siquiera para comer

    decentemente cada tres das, tiene uno otras cosas en qu pensar antes que en el amor.

    Por lo tanto, no tengo mucha experiencia y este asunto quiz haya comenzado de un

    modo bastante estpido. Sea como fuere, me gusta.

    Al principio ni se me pas por la cabeza establecer comunicacin con mi extraavecina. Sencillamente decid que, puesto que de cualquier manera estaba all para hacer

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    averiguaciones y que probablemente no haba nada que descubrir, bien poda observar a

    mi vecina. Despus de todo, uno no puede pasarse el da entero delante de los libros.

    As pues, llegu a la conclusin de que Clarimonde vive aparentemente sola en el

    pequeo piso. Tiene tres ventanas, pero se sienta nicamente ante la que est enfrente de

    la ma; all sentada, hila en su rueca pequea y anticuada. En una ocasin vi una rueca

    semejante en casa de mi abuela, que ella ni siquiera haba usado; la haba heredado de

    su ta abuela. No saba que an hoy se utilizaran. Por cierto, la rueca de Clarimonde es

    un artefacto diminuto y muy delicado, blanco y aparentemente de marfil. Las hebras que

    hila deben ser extraordinariamente finas. Est todo el da sentada detrs de los visillos,

    trabajando incesantemente, y slo abandona la faena cuando oscurece. Por supuesto, en

    una calle tan estrecha oscurece muy temprano estos das de niebla. A las cinco de la

    tarde ya tenemos un hermoso crepsculo. Nunca he visto luz en su habitacin.

    Qu aspecto tiene? Eso no lo s realmente. Tiene cabellos negros con rizos ondulados

    y es bastante plida. Su nariz es estrecha y pequea, con aletas que palpitan dulcemente.

    Sus labios son plidos y me da la impresin de que sus pequeos dientes son

    puntiagudos como los de un animal feroz. Sus prpados son sombros, pero cuando los

    abre, brillan unos ojos grandes y oscuros. Todo esto, ms que saberlo, lo presiento. Es

    difcil describir con exactitud algo que se encuentra detrs de unos visillos.

    Algo ms: lleva siempre un traje negro, cerrado hasta el cuello, con grandes lunares

    color lila.

    Y siempre lleva largos guantes negros, posiblemente para no estropearse las manos

    mientras trabaja. Resulta curioso ver cmo esos delgados y negros dedos se mueven

    rpida y, en apariencia, desordenadamente, cogiendo y estirando los hilos... de forma tal

    que casi recuerda el movimiento de los insectos.

    Nuestras relaciones? He de confesar que son bastante superficiales, pero, aun as, me

    da la impresin de que son ms profundas. Comenzaron verdaderamente cuando ella

    mir hacia mi ventana... y yo hacia la suya. Me mir y yo a ella. Y luego deb de

    agradarle bastante, evidentemente, puesto que un da, mientras la observaba, me sonri.

    Y yo a ella tambin. Continuamos as durante unos das, sonrindonos de esa manera,

    cada vez ms a menudo. Ms adelante me propuse saludarla a todas horas, pero no s

    muy bien qu es lo que me impidi hacerlo.

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    Finalmente lo he hecho esta tarde. Y Clarimonde me ha devuelto el saludo. Casi

    imperceptiblemente, por supuesto; pero, a pesar de eso, he visto perfectamente cmo ha

    inclinado la cabeza.

    jueves, 10 de marzo.

    Ayer estuve sentado largo tiempo ante mis libros. A decir verdad, no estudi mucho;

    estuve haciendo castillos en el aire y soando con Clarimonde. Tuve un sueo muy

    agitado hasta muy entrada la maana.

    Cuando me acerqu a la ventana, all estaba Clarimonde. La salud y ella inclin la

    cabeza. Sonri y me mir durante largo tiempo.

    Quera trabajar, pero no encontraba la tranquilidad necesaria. Me sent en la ventana y

    la mir absorto. Luego advert que ella tambin pona las manos en su regazo. Tir del

    cordn y apart las cortinas blancas, y... casi al mismo tiempo ella hizo lo mismo. Los

    dos sonreimos y nos miramos.

    Creo que estuvimos sentados as quiz una hora.

    Luego comenz a hilar de nuevo.

    Sbado, 12 de marzo.

    Los das transcurren tranquilamente. Como y bebo y me siento ante la mesa de estudio.

    Entonces enciendo mi pipa y me inclino sobre los libros. Pero no logro leer una sola

    lnea. Lo intento una y otra vez, pero s de antemano que ser intil. Luego me acerco a

    la ventana. Saludo a Clarimonde y ella me devuelve el saludo miramos mutuamente...

    Sonremos y nos miramos durante horas.

    Ayer por la tarde, a eso de las seis, me sent un poco intranquilo. Oscureci muy pronto

    y experiment un miedo indescriptible. Me sent ante la mesa y esper. Senta un

    impulso irresistible de acercarme a la ventana..., no para colgarme, por supuesto, sino

    para mirar a Clarimonde. Me puse de pie de un salto y me coloqu detrs de las

    cortinas. Tena la impresin de que nunca la haba visto con tanta claridad, a pesar de

    que haba oscurecido ya bastante. Teja, pero sus ojos me miraban. Sent un extrao

    bienestar y un ligero miedo.

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    Son el telfono. Me enfurec contra el necio comisario que con sus estpidas preguntas

    haba interrumpido mis sueos.

    Esta maana ha venido a visitarme acompaado de la seora Dubonnet. Ella est

    satisfecha de mi trabajo: se conforma plenamente con que haya vivido dos semanas

    enteras en la habitacin nmero 7. Pero el comisario quiere, adems, resultados. Les

    insinu confidencialmente que estaba detrs de una pista muy extraa. El muy burro se

    crey todo lo que le dije. En cualquier caso, podr quedarme aqu semanas... y se es mi

    nico deseo. No es ya por la comida y la bodega de la seora Dubonnet (Dios mo, qu

    pronto se vuelve uno indiferente hacia esas cosas cuando se dispone de ellas en

    abundancia!) sino por su ventana, que ella tanto odia y teme, y yo tanto amo; la ventana

    que me muestra a Clarimonde.

    Cuando enciendo la lmpara dejo de verla. He escudriado a fondo para averiguar si

    sale de casa, pero nunca la he visto poner el pie en la calle. Dispongo de un cmodo

    silln y de una lmpara de pantalla verde, cuya luz me envuelve con su clido reflejo. El

    comisario me ha trado un paquete grande de tabaco; nunca he fumado nada mejor... y a

    pesar de eso no puedo trabajar. Leo dos o tres pginas y, al terminar, me doy cuenta de

    que no he entendido ni palabra. Mis ojos leen las letras, pero mi cerebro rechaza

    cualquier concepto. Qu extrao! Es como si mi cerebro hubiera puesto el letrero de

    Prohibida la entrada. Como si no admitiera ya otro pensamiento que no sea

    Clarimonde.

    Finalmente he retirado los libros, me he recostado en el silln y me he puesto a soar.

    Domingo, 13 de marzo.

    Esta maana he presenciado un espectculo. Recorra el pasillo de arriba abajo, mientrasel mozo ordenaba mi habitacin. junto a la pequea ventana que da al patio cuelga una

    tela de araa con una enorme araa negra. La seora Dubonnet no permite que la quiten:

    dice que las araas traen suerte y bastantes desgracias ha tenido ya en su casa. Entonces

    vi que otra araa, mucho ms pequea, corra cautelosamente alrededor de la tela: era

    un macho. Tmidamente, se acercaba un poco por los finos hilos hacia el centro, pero,

    apenas se mova la hembra, se retiraba apresuradamente. Daba la vuelta a la red e

    intentaba acercarse por otro extremo. Finalmente, la poderosa hembra pareci prestaratencin a su pretendiente, desde el centro de su tela, y dej de moverse. El macho tir

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    de uno de los hilos, primero suavemente y luego con ms fuerza, hasta que toda la tela

    de araa tembl. Pero su adorada permaneci inmvil. Entonces se aproxim

    rpidamente, aunque con suma prudencia. La hembra lo recibi pacficamente y se dej

    abrazar serenamente, conservando una inmovilidad y una pasividad completas. Durante

    algunos minutos las dos araas permanecieron inmviles en el centro mismo de la tela.

    Luego observ que la araa macho se liberaba lentamente, una pata tras otra; pareca

    como si quisiera retirarse en silencio, dejando a su compaera sola en su nido de amor.

    De repente, se solt del todo y corri tan deprisa como pudo hacia un extremo de la red.

    Pero, en ese mismo momento, una furiosa vitalidad se despert en la hembra, que al

    instante lo persigui. El macho negro se descolg por un hilo, pero su amada hizo lo

    mismo. Cayeron las dos en el alfizar de la ventana y la araa macho intent, con todassus fuerzas, huir. Demasiado tarde. Su compaera lo tena ya cogido con sus poderosas

    garras y se lo llev de nuevo a la red, al mismo centro. Y ese mismo lugar, que haba

    servido de lecho para sus lujuriosos apetitos, se convirti en algo muy distinto. En vano

    agitaba el amante sus dbiles patitas, intentando desembarazarse de aquel salvaje

    abrazo: la amada ya no lo dejaba marchar. A los pocos minutos lo tena atrapado de tal

    forma que no poda mover un solo miembro. Luego introdujo sus afiladas pinzas en el

    cuerpo de su amante y sorbi con fruicin su joven sangre. Finalmente, la vi dejar caerel lastimoso e irreconocible montn -patas, piel y hebras- y arrojarlo con indiferencia

    fuera de la red.

    As, pues, es el amor entre esas criaturas... En fin, me alegro de no ser una araa macho.

    Lunes, 14 de marzo.

    Ahora ni siquiera echo una mirada a mis libros. Me paso los das ante la ventana. Y sigo

    all sentado incluso cuando anochece. Ella ya no aparece, pero cierro los ojos y sigo

    vindola.

    Vaya, este diario se ha convertido realmente en algo muy distinto de lo que pensaba.

    Habla de la seora Dubonnet, del comisario, de araas y de Clarimonde. Pero ni una

    sola palabra acerca del descubrimiento que me propona hacer... Tengo yo la culpa?

    Martes, 15 de marzo.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Clarimonde y yo hemos descubierto un curioso juego que practicamos durante todo el

    da. Yo la saludo e inmediatamente ella me devuelve el saludo. Luego tamborileo con

    los dedos en el cristal de la ventana y ella, en cuanto lo ve, se pone tambin a

    tamborilear. Le hago seales y ella a su vez me las hace a m. Muevo los labios como si

    hablara y ella repite lo mismo. Luego, con las manos, me echo hacia atrs el cabello de

    mis sienes, y en seguida su mano se dirige a su frente. Un autntico juego de nios del

    que nos remos. Es decir..., ella realmente no se re, es una especie de sonrisa sosegada,

    lnguida..., como supongo que debe ser la ma.

    Por cierto, todo esto no es tan tonto como puede parecer. No se limita a ser una simple

    imitacin. Creo que, si as fuera, pronto nos cansaramos los dos. En esto debe

    desempear un papel importante una especie de transmisin de pensamiento. PuesClarimonde repite mis ms insignificantes movimientos en una fraccin de segundo; sin

    haber tenido tiempo siquiera de verlos, ya los est representando. A veces me parece

    que todo ocurre al mismo tiempo. Eso es lo que me estimula a hacer algo totalmente

    nuevo e inslito. Y es sorprendente cmo ella hace lo mismo simultneamente. A veces

    intento tenderle una trampa. Hago una serie de movimientos diversos sucesivamente;

    luego los repito de nuevo una y otra vez. Finalmente repito por cuarta vez toda la serie,

    pero cambiando el orden e introduciendo alguno nuevo, o bien olvidndome de alguno.Algo as como el juego infantil Lo que el jefe manda. Es notable que Clarimonde no

    haga un movimiento en falso ni una sola vez, a pesar de que yo los cambio con tal

    rapidez que casi no tiene tiempo de reconocer cada uno de ellos.

    Y as paso el da. Pero en ningn momento tengo la sensacin de perder el tiempo. Por

    el contrario, tengo la impresin de no haber hecho nunca nada ms importante.

    Mircoles, 16 de marzo.

    No es curioso que jams se me haya pasado seriamente por la cabeza dar una base ms

    slida a mis relaciones con Clarimonde que esos juegos interminables? Anoche medit

    sobre ello. S, verdaderamente slo tendra que coger el abrigo y el sombrero, bajar dos

    pisos, cruzar la calle en cinco pasos y subir otra vez dos pisos. En la puerta hay una

    pequea placa en la que pone Clarimonde ... . Clarimonde qu? No lo s. Pero s

    pone Clarimonde. Despus llamo y luego...

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    Hasta aqu me lo puedo imaginar todo fcilmente, puedo ver cada movimiento que

    hago. Pero de ningn modo puedo imaginar lo que suceder despus. La puerta se abre,

    eso an lo veo. Pero me quedo all de pie y miro a travs de la oscuridad que no permite

    reconocer nada en absoluto. Ella no viene..., nadie viene. En realidad all no hay nada;

    tan slo esa tenebrosa e impenetrable oscuridad.

    A veces es como si slo existiese la Clarimonde que veo all, en la ventana, y que juega

    conmigo. No me puedo imaginar a esa mujer con sombrero y con otro vestido distinto

    del que lleva: negro con grandes lunares color lila. Ni siquiera me la imagino sin sus

    guantes. Si la viera por la calle, incluso en un restaurante comiendo, bebiendo,

    charlando... Tengo que rerme, pues la escena me parece imposible.

    Hay veces que me pregunto si la amo. No puedo responder con certeza a esa pregunta,

    puesto que nunca he amado. Pero si el sentimiento que siento hacia Clarimonde es

    verdaderamente amor, entonces el amor es, sin duda, muy distinto de como yo lo vea

    entre mis compaeros o de lo que me ensearon las novelas.

    Me es muy difcil definir mis emociones. Sobre todo me es difcil pensar en algo que no

    est relacionado con Clarimonde.... o mejor dicho, con nuestro juego. Pues no he de

    negarlo: realmente ese juego es lo nico que me preocupa.... lo nico. Y, francamente,no lo entiendo.

    Clarimonde.. . S, me siento atrado por ella. Pero en esa atraccin se mezcla otro

    sentimiento, algo as... como si la temiera. Temor? No, tampoco es eso; tiene ms que

    ver con la aprensin, un leve miedo ante algo que no conozco. Y es precisamente ese

    miedo -que encierra algo curiosamente atrayente, voluptuoso- lo que me mantiene a

    distancia y a la vez me atrae hacia ella. Es como si recorriera un amplio crculo en torno

    a ella, me acercara un poco ms, me retirara otra vez, corriera de nuevo hacia ella y otra

    vez volviera a retroceder. Hasta que al final -y eso lo s positivamente- tendra que

    volver a ella otra vez.

    Clarimonde est sentada en la ventana e hila. Hilos largos, finos, infinitamente

    delgados. Est haciendo un tapiz; no s exactamente de lo que se trata. Y no puedo

    comprender cmo puede hacer esa red sin enredar ni romper una y otra vez tan

    delicados hilos. Su fino trabajo est plagado de dibujos fantsticos..., animalesfabulosos y criaturas grotescas.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Pero... qu estoy escribiendo? La verdad es que no puedo ver lo que teje; los hilos son

    demasiado finos. Y, sin embargo, tengo la impresin de que su trabajo es exactamente

    como me lo imagino... cuando cierro los ojos. Exactamente. Una gran red con muchas

    criaturas, animales fabulosos y seres grotescos.

    jueves, 17 de marzo.

    Me encuentro en un notable estado de excitacin. Ya no hablo con nadie; apenas doy los

    buenos das a la seora Dubonnet o al mozo. Ni siquiera me tomo el tiempo para comer;

    ya slo quiero sentarme frente a la ventana y jugar con ella. Es un juego inquietante;

    realmente lo es.

    Y tengo el presentimiento de que maana suceder algo.

    Viernes, 18 de marzo.

    S, s, tiene que ocurrir hoy. Me digo a m mismo -bien alto, para or mi voz- que para

    eso estoy aqu. Pero lo malo es que tengo miedo. Y ese miedo de que me pueda ocu rrir

    en esta habitacin lo mismo que a mis predecesores se confunde curiosamente con el

    otro miedo: el miedo a Clarimonde. Apenas puedo separarlos.

    Tengo miedo. Quisiera gritar.

    Seis de la tarde del mismo da.

    Rpidamente, unas pocas palabras, con el sombrero y el abrigo puestos.

    Cuando dieron las cinco mi fortaleza me haba abandonado. Oh!, ahora s con toda

    seguridad que esta sexta hora de la tarde del penltimo da de la semana es bastante

    extraa... Ahora ya no me ro del truco que le hice al comisario. He estado sentado en el

    silln y me he aferrado a l con fuerza. Pero algo me arrastraba, tiraba materialmente de

    m hacia la ventana... y otra vez surgi ese horrible miedo a la ventana. Los vi all

    colgados. Al viajante de comercio suizo, grandote, de recio cuello y con barba de dos

    das. Y al esbelto artista. Y al sargento, bajo y fuerte. A los tres los vi, uno tras otro. Y

    luego los vi juntos en el mismo gancho, con las bocas abiertas y las lenguas fuera. Y

    luego me vi a m mismo entre ellos.

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    Oh, este miedo! Sent que era tan grande el temor que experimentaba hacia Clarimonde

    como el que me causaban el dintel de la ventana o el espantoso gancho. Que me

    perdone, pero es as. En mi vergonzoso terror, siempre la mezclaba a ella con las

    imgenes de los otros tres, colgando de la ventana, con las piernas arrastrando por el

    suelo.

    La verdad es que en ningn momento sent deseos o impaciencia por ahorcarme;

    tampoco tena miedo de desearlo... No, tan slo tena miedo de la ventana... y de

    Clarimonde.... de algo terrorfico, incierto, que deba ocurrir ahora. Aun as, senta el

    ardiente e invencible deseo de levantarme y acercarme a la ventana. Y tena que

    hacerlo...

    En ese momento son el telfono. Cog el auricular y, antes de que pudiera or una sola

    palabra, grit: Venga,

    Fue como si ese estridente grito hubiera hecho desaparecer al instante todas las sombras

    por entre las grietas del pavimento. De repente me tranquilic. Me sequ el sudor de la

    frente y beb un vaso de agua; despus reflexion sobre lo que dira al comisario cuando

    llegara. Finalmente me acerqu a la ventana, salud y sonre.

    Y Clarimonde salud y sonri.

    Cinco minutos ms tarde, el comisario estaba conmigo. Le dije que por fin haba llegado

    al fondo del asunto y le rogu que por el momento no me hiciera preguntas, que pronto

    estara en condiciones de poder hacerle una singular revelacin. Lo extrao de todo es

    que, mientras le menta, estaba completamente seguro de decirle la verdad. Y an lo

    creo... pese a la falta de toda evidencia.

    Probablemente advirti mi singular estado de nimo. Sobre todo cuando me excus por

    mi grito de terror e intent balbucear una explicacin lo ms razonable posible... sin que

    pudiera encontrar las palabras. Muy amablemente me sugiri que no necesitaba

    preocuparme por l; que estaba a mi disposicin; que era su deber; que prefera realizar

    una docena de viajes intiles a hacerse esperar una sola vez cuando fuera realmente

    necesario. Luego me invit a salir con l aquella noche; eso me distraera; no era bueno

    que estuviera tanto tiempo solo. He aceptado, aunque me resultaba difcil: no me gusta

    separarme de esta habitacin.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Sbado, 19 de marzo.

    Estuvimos en el Gaiet Rochechouart, en el Cigale y en el Lune Rousee. El comisario

    tena razn. Fue bueno para m salir de aqu y respirar otra atmsfera. Al principio me

    sent incmodo, como si estuviera haciendo algo malo, como si fuera un desertor que

    hubiera abandonado su bandera. Pero luego esa sensacin desapareci; bebimos mucho,

    remos y charlamos.

    Cuando me asom a la ventana esta maana me pareci leer un reproche en la mirada de

    Clarimonde. Aunque quiz slo fue una apreciacin ma. Cmo poda saber ella que yo

    haba salido la pasada noche? De cualquier forma, aquello no dur ms que un segundo,

    pues al instante sonri de nuevo.

    Domingo, 29 de marzo.

    Hoy slo puedo repetir lo que escrib ayer: hemos jugado todo el da.

    Lunes, 21 de marzo.

    Hemos jugado todo el da.

    Martes, 22 de marzo.

    S, y eso es lo que hemos hecho tambin hoy. Y ninguna otra cosa. A veces me

    pregunto para qu?, por qu? 0 bien, qu es lo que quiero en realidad?, adnde me

    lleva todo esto? Pero no me contesto. Pues lo ms seguro es que no desee otra cosa. Y

    que lo que suceder ms adelante es lo nico que anhelo.

    Por supuesto que en todos estos das no nos hemos dicho ni una sola palabra. Algunas

    veces hemos movido los labios; otras, simplemente nos hemos mirado. Pero nos hemos

    entendido muy bien.

    Tena yo razn: Clarimonde me reprochaba el haberme ido el pasado viernes. Despus

    le ped perdn y le dije que reconoca que haba sido tonto y poco amable. Me ha

    perdonado y yo le he prometido que nunca ms abandonar esta ventana. Y nos hemos

    besado: hemos apretado los labios contra los cristales durante mucho tiempo.

    Mircoles, 23 de marzo.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Ahora s que la amo. As debe ser, estoy impregnado de ella hasta la ltima fibra. Es

    posible que el amor sea distinto en otras personas. Pero existe, acaso, una cabeza, una

    oreja, una mano, igual a otra entre miles de millones? Todas son distintas. Por eso no

    puede haber un amor igual a otro. Mi amor es extrao, eso bien lo s. Pero es por eso

    menos hermoso? Casi soy feliz con este amor.

    Si no fuera por ese miedo! A veces se adormece y entonces lo olvido. Pero slo durante

    unos pocos minutos; luego despierta de nuevo y se aferra a m. Es como una pobre ratita

    que luchase contra una enorme y fascinante serpiente para librarse de su poderoso

    abrazo. Espera un poco, pobre y pequeo miedo, pues ya pronto te devorar este gran

    amor!

    jueves, 24 de marzo.

    He hecho un descubrimiento: no juego yo con Clarimonde..., es ella la que juega

    conmigo.

    Sucedi de este modo:

    Anoche, como de costumbre, pensaba en nuestro juego. Escrib algunas complicadas

    series de movimientos, con los que pensaba sorprenderla esta maana; cada movimiento

    tena asignado un nmero. Los practiqu, para poder ejecutarlos lo ms rpidamente

    posible, primero en orden y despus hacia atrs. Luego solamente los nmeros pares

    seguidos de los impares. Despus slo los primeros y ltimos movimientos de cada una

    de las cinco series. Era algo complicado, pero me produca gran satisfaccin porque me

    acercaba ms a Clarimonde, pese a no poder verla. Practiqu durante horas y al final los

    haca con la precisin de un reloj.

    Por fin, esta maana me acerqu a la ventana. Nos saludamos. Entonces empez el

    juego. Hacia delante, hacia atrs.... era increble lo rpidamente que me entenda; repeta

    casi instantneamente todo lo que yo haca.

    Entonces llamaron a la puerta: era el mozo que me traa las botas. Las cog. Cuando

    regresaba a la ventana repar en la hoja de papel en la que haba anotado mis series. Y

    entonces me di cuenta de que no haba ejecutado ni uno solo de esos movimientos.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Estuve a punto de tambalearme; me sujet al respaldo del silln y me dej caer en l. No

    lo poda creer. Le la hoja una y otra vez. La verdad es que haba ejecutado en la

    ventana una serie de movimientos.... pero ninguno de los mos.

    Y una vez ms tuve la sensacin de que una puerta se abra..., su puerta. Estoy de pie

    ante ella y miro a su interior ... ; nada, nada..., tan slo esa oscuridad vaca. Entonces

    supe que si me marchaba en ese momento, estara salvado. Y comprend perfectamente

    que poda irme. Sin embargo, no me fui. Y no lo hice porque tena el presentimiento de

    que estaba a punto de descubrir el misterio. Pars... iba a conquistar Pars!

    Durante unos momentos Pars era ms fuerte que Clarimonde.

    Ay! Pero ahora ya casi no pienso en eso. Slo siento mi amor y dentro de l ese miedo

    callado y voluptuoso.

    Pero en aquel momento eso me dio fuerzas. Le de nuevo mi primera serie y grab en mi

    mente con exactitud cada uno de sus movimientos. Luego volv a la ventana.

    Me fij bien en lo que haca: ni uno solo de los movimientos estaba entre los que me

    propona ejecutar.

    Decid entonces tocarme la nariz con el dedo ndice. Pero bes el cristal. Quise

    tamborilear sobre el alfizar de la ventana, pero me pas la mano por el cabello. As,

    pues, era cierto: Clarimonde no imitaba lo que yo haca; era ms bien yo quien haca lo

    que ella indicaba. Y lo haca con la celeridad del relmpago y casi tan instantneamente

    que incluso ahora me parece como si lo hubiera hecho por mi propia voluntad.

    Y soy yo, yo, que estaba tan orgulloso de haber influido en sus pensamientos, el que

    estoy total y completamente dominado. Slo que... este dominio es tan suave, tan

    ligero... Oh! No hay nada que pudiera hacerme tanto bien.

    Todava lo intent otra vez. Met ambas manos en los bolsillos y decid firmemente no

    moverlas de ellos, La mir. Vi cmo levantaba la mano, cmo sonrea y cmo me

    recriminaba suavemente con el dedo ndice. No me mov. Senta que mi mano derecha

    quera salir del bolsillo, pero clav profundamente los dedos en el forro. Seguidamente,

    pasados unos minutos, mis dedos se relajaron..., la mano sali del bolsillo y el brazo se

    elev. La reprend con el dedo y sonre. Era como si no fuera yo el que haca esas cosas,

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    sino un extrao al que observaba. No, no, no era eso. Yo, era yo quien lo haca... en

    tanto que un extrao me observaba a m. Precisamente era ese extrao, tan fuerte, el que

    intentaba hacer un gran descubrimiento. Pero se no era yo.

    Yo..., y a m qu me importa ya el descubrimiento? Estoy aqu para hacer lo que quiera

    ella, Clarimonde, a la que amo con delicioso terror.

    Viernes, 25 de marzo.

    He cortado el cable del telfono. No tengo ya ganas de que ese estpido comisario me

    interrumpa, precisamente ahora que se acerca la hora fatal...

    Dios mo! Por qu escribo estas cosas? Nada de esto es cierto. Es como si alguienguiara mi pluma.

    Pero yo quiero..., quiero..., quiero escribir lo que ocurre. Tengo que hacer un atroz

    esfuerzo. Pero quiero hacerlo. Si pudiera hacer tan slo una vez ms... lo que

    verdaderamente quiero hacer.

    He cortado el cable del telfono. Ah!

    Porque tena que hacerlo. Por fin lo he escrito! Porque tena, tena que hacerlo.

    Esta maana hemos estado jugando frente a la ventana. Nuestro juego ha variado desde

    ayer. Ella hace algn movimiento y yo me resisto todo lo que puedo, hasta que

    finalmente tengo que ceder, impotente, y hacer lo que ella desea. Y difcilmente puedo

    expresar el maravilloso placer que supone esa rendicin..., esa entrega a sus deseos.

    Jugamos. Y, de repente, ella se levant y retrocedi. Su habitacin estaba tan oscura que

    casi ya no poda verla. Pareca haber desaparecido en la oscuridad. Pero pronto volvi,

    trayendo en sus manos un telfono de mesa igual que el mo. Lo coloc, sonriendo,

    sobre el alfizar de la ventana, cogi un cuchillo, cort el cable y se lo llev de nuevo.

    Durante un cuarto de hora me resist. Mi temor era mayor que nunca, y esa sensacin de

    sucumbir lentamente, cada vez ms deliciosa. Finalmente traje mi telfono, cort el

    cable y lo puse otra vez sobre la mesa.

    As es como sucedi.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Estoy sentado ante mi mesa. He tomado el t y el mozo se ha llevado ya la bandeja. Le

    pregunt qu hora era, ya que mi reloj no va bien. Son las cinco y cuarto, las cinco y

    cuarto...

    S que si miro ahora, Clarimonde estar haciendo algo. Estar haciendo algo que yo

    tendr que hacer tambin.

    De todos modos, miro. Est all, de pie y sonriente. Si pudiera siquiera apartar mis

    ojos!... Ahora se acerca a la cortina. Coge el cordn..., es rojo, como el de mi ventana...

    Hace un nudo corredizo. Cuelga el cordn arriba, en el gancho del dintel de la ventana.

    Se sienta y sonre.

    No, esto que experimento ya no puedo llamarlo miedo. Es un terror enloquecedor,

    sofocante, que aun as no cambiara por nada del mundo. Es una fuerza de una ndole

    desconocida, y no obstante extraamente sensual en su ineludible tirana.

    Podra correr inmediatamente a la ventana y hacer lo que ella quiere. Pero espero, lucho,

    me resisto. Siento que esa atraccin se va haciendo ms apremiante cada minuto que

    pasa...

    As, pues, aqu estoy otra vez sentado. Me he apresurado a hacer lo que ella quera:

    coger el cordn, hacer un nudo corredizo y colgarlo del gancho.

    Y ya no quiero mirar ms. Slo quiero estar aqu y mirar fijamente el papel. Pues ahora

    s lo que ella har si la miro ... ; ahora, en la sexta hora del penltimo da de la semana.

    Si la miro, tendr que hacer lo que ella quiera.... tendr entonces que...

    No quiero mirarla.

    Entonces me ro... en voz alta. No, no soy yo el que se re, alguien lo hace dentro de m.

    Y s por qu: por ese no quiero.

    No quiero, y sin embargo s con certeza que debo hacerlo. Debo mirarla, debo, debo

    mirarla... y despus... todo lo dems. Si todava no lo hago es tan slo para prolongar

    esta tortura. S, eso es. Estos indecibles sufrimientos constituyen mi ms sublime

    deleite. Escribo rpidamente para permanecer aqu ms tiempo, con el fin de prolongar

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    estos segundos de dolor que aumentan mi xtasis amoroso hasta el infinito. Ms, ms

    tiempo...

    Otra vez el miedo! S que la mirar, que me levantar, que me ahorcar. Pero eso no es

    lo que temo. Oh, no!... Eso es bueno, es dulce!

    Pero hay algo, algo ms... que ocurrir despus. No s lo que es... pero suceder con

    toda seguridad. Pues el gozo de mis tormentos es tan inmensamente grande... Oh!

    Siento, siento que ha de suceder algo terrible.

    No debo pensar...

    Debo escribir algo, cualquier cosa. Pero deprisa..., para no pensar.

    Mi nombre... Richard Bracquemont Richard Bracquemont, Richard... Oh!, no puedo

    seguir... Richard Bracquemont, Richard Bracquemont... Ahora..., ahora tengo que

    mirarla... Richard Bracquemont, tengo..., no, ms, ms... Richard... Richard Bracque...

    Al no obtener respuesta alguna a sus repetidas llamadas telefnicas, el comisario del

    distrito IX entr a las seis y cinco en el hotel Stevens. Encontr en la habitacin nmero

    7 el cuerpo del estudiante Richard Bracquemont, colgado del dintel de la ventana,exactamente en la misma posicin que sus tres predecesores.

    Tan slo su rostro tena una expresin distinta. Estaba desfigurado, con una mueca de

    terrible horror, y sus ojos, abiertos, parecan salirse de sus rbitas. Los labios estaban

    separados y los dientes fuertemente apretados.

    Y entre ellos, mordida y triturada, haba una gran araa negra, con curiosos lunares

    violeta.

    Sobre la mesa se encontraba el diario del estudiante. El comisario lo ley y se acerc

    inmediatamente a la casa de enfrente, slo para descubrir que el segundo piso haba

    estado vaco y deshabitado desde haca meses.

    (1907)

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  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    [1] Se trata de dos regiones de Indochina (hoy, Vietnam), antigua posesin colonial

    francesa

    [2] Se cre en Pars a principios del s. XVIII, en los teatros de ferias donde los

    titiriteros daban espectculos con episodios cantados. Eran de carcter satrico y

    parodiaban el estilo pomposo de la tragedia y de la pera.

    [3] Se refiere a la situacin internacional antes de la primera guerra mundial, poca,

    por tanto, en que est ambientado el relato.

    [4] Frase atribuida a Enrique IV de Francia, cuando resolvi abjurar del

    protestantismo para conseguir pronto acceso al trono y franca entrada en Pars

    [5] Nombre del personaje principal del cuento La muerta enamorada (1836), de

    Thophile Gautier. Se trata de una bellsima y atractiva mujer vampiro.

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    DE CMO ONCE CHINOS DEVORARON A SU NOVIA

    Illustration via A Journey round my skull.blog

    Esta es una historia sobre sodoma y bestialismo. La mayor parte de la gente ni

    comprende estas cosas ni siente agrado por ellas. No tiene importancia, pero de haber

    nacido trtaros no cabe duda de que las hubieran encontrado muy graciosas.

    Si algo relacionado con este tema es llevado a la Corte de Justicia, el juez, el fiscal, el

    abogado y hasta el secretario del juzgado reprimirn una sonrisa. Solamente la opinin

    http://ajourneyroundmyskull.blogspot.com/http://ajourneyroundmyskull.blogspot.com/
  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    pblica ser incapaz de encontrarle el humor. Est fuera de discusin porque la

    moralidad del pueblo no puede ser puesta en entredicho de ninguna de las maneras.

    As que disfrutad esta historia sobre el duelo de nuestra singular familia. Naturalmente

    se trata de algo inofensivo que nunca lanzar a nadie a las fauces de la sodoma o el

    bestialismo. En particular despus de haber ledo recientemente que llevar a la prctica

    semejante abominacin condujo a un pobre diablo a la crcel durante dos aos. Slo

    por no poder resistirse a pasrselo bien!

    Que en efecto es, todava, algo humano a los ojos de la ley. Pero si echamos un vistazo

    a la antigedad lo cierto es que las cosas no siempre fueron tan fciles. Hemos

    aprendido cmo la ira de Dios cay sobre las corrompidas ciudades de Sodoma y

    Gomorra, destruyndolas hasta los cimientos. Slo el noble Lot y sus hijas fueron

    salvados. Su mujer, en cambio, se convirti en una estatua de sal solamente por el hecho

    de girarse a echar un vistazo a esas ciudades blasfemas.

    Sin embargo la familia de Lot no fue siempre un ejemplo de moralidad y buenas

    costumbres. La postura original de este clan tan temeroso de Dios fue tal que tuvo que

    ser l expresamente quien tomara cartas en el asunto... enviando un puado de ngeles

    para advertirles!. Ante ello, Lot no dud en emborracharlos con vino y les suplic y

    rog, hasta el punto de ofrecerles a sus propias hijas para que hicieran de sus vientres

    cuanto quisieran.

    Qu es lo que estis pensando? Que tenan que ser realmente bonitas las hijas de Lot,

    para que su padre necesitase emborrachar a los ngeles?

    Pero esta pretende ser una historia cmica, a pesar de la sangre y el fuego cados del

    cielo. Tan cmica como cualquiera de las abominables variantes que de la sodoma

    puedan ejecutarse en estos tiempos.

    S, los sodomitas han sido con frecuencia horriblemente castigados: crucificados,

    divididos en varias partes, ahogados, triturados en la rueda de tormento, quemados en la

    estaca, y a pesar de ello todava existen!. La mala hierba de la sodoma y el bestialismocrece de nuevo una y otra vez, a lo largo y ancho del mundo. No existe jardinero lo

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    bastante eficaz como para erradicarlas del jardn de la humanidad. La apasionada lujuria

    humana nunca dejar de explorar todos los posibles deseos de la carne. Su latido se deja

    or en el campo y en la ciudad. Aqu y all, ese falso Dios, Sodoma, exige su sacrificio.

    La segunda mitad del siglo XI fue un perodo floreciente en lo que a la sodoma

    respecta: se dio en la Orden de los Templarios, la infame sociedad secreta de sodomitas.

    Un pequeo grupo de sodomitas convencidos existi tambin en Sicilia y en el

    Abruzzo. La cabeza de su organizacin se encontraba en la India.

    Hoy da, en el sur de China, en buena parte de Tnez y en lo ms profundo del Cucaso

    existe una abominable comunidad de sodomitas en cuyos templos se guardan

    celosamente secretas tcnicas amorosas. Y tienen seguidores en todas las ciudades del

    mundo. En cualquier pas que se nos ocurra, ya sea en esta ciudad o en aquella, la

    sodoma y el bestialismo florecen en este preciso instante. Primero es un pjaro; al poco,

    alguna bestia de cuatro patas que se hace extraamente popular.

    La corte de la venerable ciudad de Mettmann, en la zona del Rhin, ha sido siempre

    conocida por producir casos tan graciosos como graciosos los castigos que acarreaban.

    Mi amigo, el Juez de Paz John, incluso tom la decisin de dedicar al tema su tesis

    doctoral: Origen y Desarrollo Cultural Comn del Distrito de Mettmann y el Segundo

    Prrafo del Estatuto 175 R-G.B desde el Siglo XII hasta Hoy. Pero la Facultad de

    Heidelberg no simpatiz con el proyecto. Le sugirieron centrarse, por contra, en el

    endeudamiento del distrito de Hubbelrath lo que ciertamente es algo importante, pero ni

    la mitad de gracioso.

    Nadie puede negar que la sodoma y el bestialismo revisten un lado cmico. Desde elAsno de oro de Apuleyo hasta los tiempos actuales hay una larga cadena de ancdotas

    hilarantes. Todas ellas, pequeos crmenes inofensivos. Es una verdadera lstima que la

    literatura mdica no se haya dedicado a consignar estos casos. Slo constan en las actas

    de los juzgados, y ello por las terribles penas que acarreaban.

    No vayis a pensar que sobre ello slo chismorrea la gente comn, tambin la clase alta,

    la as llamada chusma ilustrada lo hace. El pueblo tiende a rerse con estas ancdotas,pero tambin Boccacio, Aretino, Voltaire, Goethe y Balzac han hecho brillantes chistes

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    al respecto.

    Uno de los poemas sarcsticos de Heine comienza as:

    "Zu Berlin im Alten Schlosse,

    Sehen wir in Stein gemetz

    Wie ein Weib mit einem Rosse

    Sodomitisch sich ergotzt."

    Cincelado en las viejas piedras

    De un antiguo castillo de Berln

    Vemos cmo una doncella y su caballo

    De la sodoma hacen un festn

    La familia real no ha olvidado todava estas burlonas imgenes sobre sus ancestros,

    representadas en la lujuriosa jinete grabada en piedra. Cmo podran realmente

    tomrselo en serio? Federico el Grande siempre se congratul de ello, lo que no le

    impidi censurar un borrador que Voltaire haba comenzado sobre l y sus famosos

    galgos.

    A Federico, adems, siempre le divirti la ilustracin del francs para Pucelle, quemuestra a la virgen Juana de Arco en el momento de entrar en su alcoba acompaada de

    un asno, despus de la conquista de Orlens. En realidad, Voltaire pretenda representar

    el amor entre la doncella y la Iglesia Catlica, simbolizada en el asno.

    Se tiene constancia de esta clase de chanzas desde el siglo XVIII, no ya por parte del

    pueblo sino de las mismas autoridades que gobernaban a ese pueblo. Los Lores

    revisaron y reescribieron un viejo juicio a un pobre desgraciado sorprendido en medio

    de alguna obscenidad con una cabra y condenado a arder en la hoguera. El ofensor

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    debe arder, sentenci la Ley. Los astutos Lores transcribieron por su parte: Que se

    cumpla la sentencia y la cabra arda.

    Federico el Grande fue un gran amante de los animales con un gran sentido del humor.

    Cuando un miembro de su caballera fue encontrado haciendo el amor con su yegua

    hizo colgar a ambos, con un cartel en el que se especificaba el delito: Por haber

    querido ser transferido a la infantera. Hoy difcilmente se hubiera informado a sus

    compaeros del tema.

    La prctica de la sodoma y el bestialismo, secretamente florecientes durante la I Guerra

    Mundial, lleg al punto de generar constantes chistes. Una vaca fue conocida entre los

    soldados como La seorita Sargento Mayor en el Este, y semejante tipo de

    desposamientos entre soldados y bestias de a cuatro patas se dio en todos los ejrcitos

    implicados en la guerra.

    Que es simplemente como las cosas son, y ningn Juez ni ningn clrigo lograr

    cambiarlas. Todo el mundo ha odo decir que centauros, faunos y otras bestias

    mitolgicas proceden del ayuntamiento de humanos y otras especies animales. Se acepta

    sin ms y nadie se rasga las vestiduras.

    Lo mismo ocurri con esta aventura incidentalmente sangrienta de los once chinos

    que me dispongo a relatar. Un singular amor al que sera equivocado juzgar

    severamente por nuestra parte.

    Bueno, pues todo empieza con estos once chinos de Chicago.

    Pero no, creo que debo empezar de otro modo. Mi amigo Fritz Lange viva en Chicago.

    Era dueo de un negocio de lavanderas. En realidad, sera ms justo decir que era un

    tasador de fincas al que le encantaba apostar en las carreras de galgos; pero esa es otra

    historia.

    Solamente en Amrica puede un hombre entregarse con libertad a su vocacin:

    camarero, friegaplatos, hombre-anuncio, chico de las mudanzas o cualquier otra cosa.Fritz fue extremadamente afortunado y se cas con la hija del propietario de una

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    pequea lavandera. Comenz a trabajar all para aprender cmo se llevaba el negocio, y

    de ese modo poder seguir mantenindolo a flote cuando el viejo muriera. Ahora es

    dueo de una cadena de establecimientos repartidos por toda la ciudad.

    Un da acudi a m presa de la excitacin. Necesitaba que le echase una mano con un

    asunto. Once de sus trabajadores haban sido arrestados. Once chinos, se entiende, ya

    que los chinos son de largo los mejores y ms baratos empleados del gremio que uno

    puede encontrar. Fritz saba que yo era la persona adecuada porque casualmente conoca

    al juez que llevaba el caso.

    Se trataba del juez Mc Ginty, con quien yo me reuna dos veces a la semana para jugar

    al pquer. Ginty era un tipo sociable de gran conversacin. Por lo visto se resista a

    poner en libertad a los chinos demasiado fcilmente, e iba a ser una tarea complicada

    convencerlo de ello. Los once individuos haban dado una soberana paliza a un

    desgraciado rapaz de catorce aos, un pillo irlands de pelo rojo llamado Jackie

    Murphy.

    Por qu hicieron eso?, le pregunt.

    Sedujo a su novia, dijo Fritz Lange.

    Mala cosa, opin. El juez Mc Ginty es un buen hijo de Irlanda y es seguro que se

    inclinar por apoyar al chico antes que a los hermanos amarillos. De todas formas,

    intentar hacer algo con ayuda de algunos whiskies.

    Es un asunto delicado!, se lament mi amigo Lange. La novia!... As es como mischinos la llaman. Pero no es la novia de uno, es la novia de los once!. Para ellos no es

    slo una novia. En fin, para decrtelo claramente, esta novia no es un ser humano. Es

    una cerda!

    Y Jackie la sedujo?, pregunt.

    Correcto, asinti mi amigo. Los chinos apenas necesitan nada para sobrevivir en estaciudad. Se limitan a ahorrar y ahorrar da tras da y ao tras ao esperando el momento

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    en que puedan volver a su pas con el bolsillo lleno. Slo hay una cosa a la que no

    pueden renunciar y es a su necesidad de carne fresca, les da igual la carne de quien sea.

    Son lascivos como monos y no pueden evitarlo. Debieron coger parte de sus ahorros y

    se compraron esta cerda. Desde un punto de vista econmico no deja de ser una buena

    idea, difcilmente encontraras otra solucin ms barata

    Viven todos hacinados en el stano de un apartamento continu- y la cerda vive all

    con ellos. Jackie, que es el hijo del casero, se escondi en algn sitio y pudo ser testigo

    de esa obscenidad. Luego, cuando mis chinos regresaron a su puesto de trabajo, baj al

    stano y se meti en el corral con la amante. Y con l la cuenta sube a doce. Cuando lo

    descubrieron, los chinos se volvieron locos de celos y apalearon al chaval casi hasta

    matarlo.

    Por Dios!, dije. La cosa no pinta muy bien. Sabe el juez Mc Ginty todo esto?

    Por supuesto que lo sabe, respondi Fritz Lange. Su padre hizo que los arrestaran a

    todos. Se disculparon por su atrocidad y por haber golpeado al chaval, pero cuando se

    enteraron de que iban a ir a prisin comenzaron a gritar que Jackie tambin se haba

    acostado con ella. Fue as como el padre se enter de lo que realmente haba pasado

    Y qu pas luego?

    La pena mnima segn la ley del estado de Illinois es de doce aos. Aqu no son tan

    tolerantes como al otro lado del ocano. Perder a mis mejores empleados!. Pero

    todava hay una esperanza. El caso todava est en manos de la polica, no ha llegado a

    los juzgados. Siempre he mantenido buenas relaciones con la polica. A ti te necesitopara que hagas algo con el juez Mc Ginty

    Busc en su maletn y extrajo una piedra, que result ser jade imperial de un glorioso

    color verde, realmente maravilloso de ver, incrustado en turquesa. Su valor llegara sin

    duda a unos cuantos cientos de dlares.

    Mira, me suplic. Los tipos me han dado esto. Se trata de algo muy valioso quepuede ayudar a sacarlos del aprieto. Llvaselo al juez Mc Ginty, creo que acceder a

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    discutir contigo.

    As que tom la piedra y fui a ver a Mc Ginty, pero en ese momento no estaba en su

    casa. Me recibi su mujer. Era bonita y distinguida a pesar de sus cincuenta y cuatro

    aos y me hizo objeto de grandes atenciones. Con alegra, le mostr el trozo de jade; sus

    ojos se abrieron desmesuradamente.

    He recibido esto como un regalo, dije a media voz. Me preguntaba si le interesara a

    su marido. Actualmente tengo una gran necesidad de unos cientos de dlares.

    En ese momento lleg Mc Ginty.

    Cmpralo!, grit dirigindose a l. Siempre he querido tener una piedra como esta.

    No te costar demasiado, slo

    El juez cogi la piedra, la observ y luego la dej encima de la mesa.

    Tenga la amabilidad de acompaarme, me dijo. Prefiero que ella no escuche lo que

    tengo que decirle.

    Me llev fuera, ignorando a su esposa que se qued all ofrecindome cincuenta dlares

    y suplicando con las manos.

    De qu va todo esto?, me pregunt ya en la calle.

    Ver, dije, Se trata de estos chinos que fueron arrestados ayer. Mi amigo Lange tienenecesidad de que sus empleados regresen a sus puestos de trabajo. Ayer le entregaron

    esta piedra para que la vendiese y poder as organizar su defensa

    Mc Ginty me mir con dureza.

    Ponerlos en libertad no estara bien, comenz. Qu sabe usted exactamente sobre el

    asunto?

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    Pues nada especial, ment. Que dieron una paliza a un chico de catorce aos

    Nada ms?, me pregunt el honorable juez.

    Hizo un guio y me dio con el dedo en las costillas.

    Pues no recuerdo nada ms del asunto, me re.

    l tambin se ri para s, y luego continu. Bien, comprar la piedra ya que mi mujer

    la desea con tanto fervor. Pero no puedo darle por ella ms de diez dlares. Eso es

    suficiente para que los chinos organicen eficazmente su defensa. Vaya a ver cuanto

    antes a Jim Mc Namus, el abogado, usted lo conoce. Dle los diez dlares a l. Espere

    un minuto, sac otro dlar que uni al montn. Eso hace un dlar por cada chino.

    El bribn de Murphy deber encargarse de la defensa de su hijo, ya que es irlands. No

    se preocupe, no protestar.

    Dgale a Mc Namus que est en el juzgado a las seis en punto de esta tarde aadi-

    para que as podamos librarnos de este asunto de una vez. Ahora, por favor, disclpeme.

    Voy a ver a darle a mi mujer esta bagatela que tanta ilusin le ha hecho

    El juez Mc Ginty saba lo que estaba haciendo. Esa tarde fui al juzgado de lo penal. Un

    polica me puso al corriente: los once chinos haban dado una paliza al joven Murphy.

    El chaval no declar nada. Los chinos no declararon nada. La defensa solicit una

    sentencia leve.

    El juez Mc Ginty orden que cada uno pagara un dlar al Estado y otro ms por daosal padre del joven. Fritz Lange inmediatamente pag los veintids dlares y adems

    otros veinticinco por los costes del procedimiento. Todo el mundo se fue a casa

    contento. El asunto no llev ms de cinco minutos de reloj.

    Un semana ms tarde, Fritz me detuvo en la calle. Me rog que fuera con l a ver a los

    chinos, queran darme las gracias. De modo que fui. Bajamos al stano, estaban los once

    y tambin se encontraba all el pequeo bribn pelirrojo de Murphy.

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    Fueron muy corteses conmigo, ofrecindome Sake y un poco de arroz. Entonces

    comenz el festn: salchichas de cerdo.

    Haban prometido que no volveran a hacerlo; as que mataron a la cerda, la

    descuartizaron y ahora se la estaban comiendo con envidiable apetito.

    Me tengo por un tipo escaso de prejuicios y moderadamente abierto de mente. Y

    tampoco soy un experto culinario. Pero debo admitir que aquello fue demasiado para

    m.

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    EL PAS DE LAS HADAS

    Una maana, encontrndose el vapor amarrado en el puerto de Port-au-Prince, la

    pequea Blue Ribbon entr corriendo en el comedor del barco. Se aproxim sin aliento

    a las mesas.

    "No est mam aqu?"

    No, mam se encontraba todava en su camarote, pero los oficiales y los otros pasajeros

    acogieron a Blue Ribbon con gran placer. Nunca mujer alguna fue tan bien recibida a

    bordo delPresident, como esta despreocupada niita de seis aos. Si beba de la copa de

    alguien, ese alguien era afortunado por todo lo que restaba del da. Llevaba siempre un

    vestido blanco, y un lazo azul con el que recoga sus mechones de pelo dorado. Todos

    los das se lo preguntaban un centenar de veces: "Por qu te llaman Blue Ribbon?". Y

    ella siempre responda riendo: "Porque as me encontrarn si me pierdo!". Pero esto

    nunca haba ocurrido, ni siquiera cuando era tragada por las multitudes que agolpaban

    los alrededores de los ms extraos puertos. Era como un elfo. Grcil, lista como un

    animalito.

    En la mesa nadie pudo retenerla. Al final se dej convencer por el capitn y trep a su

    regazo. El corpulento frisn rea; Blue Ribbon siempre lo prefera a l, y l se lo tomaba

    como el mayor de los cumplidos. "La mojo!, exclam la nia, y empap su galleta en

    la taza de t.

    "Dnde has estado esta maana?", pregunt el capitn. "Oh, oh", dijo la nia, y sus

    ojos azules sonrieron, ms radiantes que la cinta de su pelo. "Mam debe venir

    conmigo, usted tambin! hemos llegado al pas de las hadas!"

    "El pas de las hadas? Hait?", exclam el capitn. Blue Ribbon ri.

    "No me importa cmo le digan a este pas, es el pas de las hadas! Lo he visto yo

    misma, un montn de monstruos maravillosos que viven en el puente de la plaza del

    mercado. Uno tiene las manos tan grandes como una vaca, y el que est a su lado tiene

    la cabeza tan grande como dos vacas!. Hay otro con escamas, como un cocodrilo... Son

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    ms bonitos y maravillosos incluso que los que hay en mi libro de cuentos! va usted a

    venir conmigo a verlos, capitn?"

    Entonces sali corriendo hacia una mujer muy guapa que acababa de entrar en el

    comedor. "Mam, rpido, tmate el t, deprisa, deprisa! Tienes que venir conmigo,

    hemos llegado al pas de las hadas".

    Todos fueron con ella, incluso el jefe de mquinas. El hombre no dispona de mucho

    tiempo y todava no haba participado del desayuno; saba que algo no sonaba bien en

    sus mquinas y deba repararlo mientras el barco se hallase atracado en el puerto. Pero

    Blue Ribbon se lo haba ganado con sus atenciones desde que descubri que el

    mecnico tallaba bonitas conchas de carey. Y dado que la nia era la verdadera capitana

    del barco, tuvo que acompaarla tambin.

    "Recuperar el tiempo trabajando esta noche", le dijo al capitn.

    Blue Ribbon lo oy y asinti con la cabeza, como una sabia: "S, hgalo as. Yo estar

    durmiendo"

    Blue Ribbon diriga la columna caminando por entre las asquerosas calles del puerto,

    seguida por las miradas de los negros curiosos que atisbaban desde puertas y ventanas.

    Todos brincaban y saltaban tratando de evitar los grandes canales de desage, y Blue

    Ribbon se ech a rer con regocijo cuando el doctor resbal y el agua sucia salpic su

    traje blanco. Sigui adentrndose en los arrabales, a travs de los andrajosos puestos del

    mercado, donde resonaba el eco insoportable de los gritos de los negros.

    "Mirad, mirad! all estn, los maravillosos monstruos!". Blue Ribbon se solt de la

    mano de su madre y corri hacia un pequeo puente de piedra que conduca a un arroyo

    seco. "Venid, venid rpido. Mirad estas criaturas, los maravillosos monstruos".

    Aplaudi con alegra y sigui avanzando a grandes pasos por entre el ardiente polvo.

    Haba mendigos all; una dantesca exhibicin proporcionada por el hospital. Los nativos

    pasaban sin prestarles atencin, pero ningn extrao poda hacerlo sin que la piedad los

    moviese a aflojar la cartera. Esto era algo perfectamente calculado. Se supona que

    deba ser as: la simple impresin del primer vistazo produca al menos un cuarto de

    dlar, e incluso alguna dama, desorientada por el sbito mareo, daba un dlar.

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    "Oh, mira, mam, mira al que tiene escamas. No es bonito?"

    Seal a un negro con un hongo espantoso que le desfiguraba todo el cuerpo. Era

    amarillo verdoso, y su virulenta infeccin colgaba en pliegues triangulares sobre la piel.

    "Y all, capitn, mire all! Qu gracioso! Tiene cabeza de bfalo. La piel de su cabeza

    es ms grande que el resto de l". Blue Ribbon toc con su parasol la mano de un

    enorme negro. El hombre sufra un avanzado estado de elefantiasis y su cabeza se

    asemejaba a una monstruosa calabaza: alargada, con una protuberante explosin de pelo

    lanudo que le caa por todos lados. El capitn trat de agarrar a la nia pero ella se

    liber, temblando casi de excitacin, y se aproxim a otro de los mendigos.

    "Oh, querido capitn, haba visto usted una mano como esta? No me diga que no es

    maravillosa". Blue Ribbon sonra con entusiasmo; se inclin sobre el mendigo cuyas

    dos manos estaban hinchadas por la enfermedad.

    "Mam, mam, mira aqu! sus dedos son ms grandes que mis brazos!" Oh, mam,

    cundo podr yo tener unas manos tan bonitas?". Y coloc su pequea mano junto a la

    del negro, dejndola all, como un pequeo ratoncito blanco reclinado junto a la

    infeccin.

    La mujer guapa gritaba, casi desvanecida por el terror en los brazos del ingeniero. Los

    dems se agolparon a su alrededor; el doctor empap su pauelo en colonia y le frot la

    frente. Blue Ribbon busc en el bolso de su madre, encontr un frasco de perfume y lo

    puso bajo su nariz. De sus ojos azules cayeron sobre el rostro de su madre grandes

    lgrimas de frustracin.

    "Querida mam, despierta, despierta por favor! Despierta pronto, mamita, tengo que

    ensearte estas maravillosas criaturas, no puedes dormirte ahora, mam, estamos en el

    pas de las hadas!"

    Das Feenland, 1907

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    http://lh6.ggpht.com/-ib0ccyhmt38/TrbKPtAVMUI/AAAAAAAAC_M/2jR0RV_XaUw/s1600-h/ewers-ex-libris6.jpg
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    MAMALOI

    Estimado seor:

    Como ve, mantengo la promesa que le hice. Tal como me pidi contar todo desde elprincipio. Haga con ello lo que guste, slo le pido que en consideracin a mis parientes

    se abstenga de mencionar mi verdadero nombre. Quisiera ahorrarles otro escndalo; el

    anterior ya fue suficiente para sus nervios.

    Segn su deseo, comenzar con un breve resumen de mi vida. Llegu aqu como un

    muchacho de veinte aos para unirme a una firma comercial alemana en Jeremie. Ya

    sabe usted que los alemanes poseen casi en exclusiva el dominio colonial en este lugar.

    Me tent el salario ciento cincuenta dlares al mes, y puede decirse que ya casi me

    vea como millonario. En fin, hice lo mismo que hacen todos los hombres jvenes que

    vienen a parar a este lugar, el ms adorable y el ms envilecido que existe sobre la

    tierra: caballos, mujeres, bebida y juego. Slo unos pocos consiguen evitarlo; por lo que

    a m respecta me salv mi salud de hierro. La intencin que tena no era esa. En cambio,

    mi castigo fue permanecer postrado durante meses en el hospital alemn de Port-au-

    Prince. Luego, en un momento dado, hice un buen negocio con el Gobierno, un negocio

    que en Alemania habran calificado de estafa descarada envindome tres aos a prisin;

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    aqu, me cubrieron de honores. Sea como sea, de ser procesado por todo lo que yo y

    otros hicimos tendra que haber vivido quinientos aos para poder ver otra vez la luz del

    sol. Habra aceptado con gusto la condena de sealarme a un hombre de mi edad que en

    este pas y en mis circunstancias hubiese obrado de otro modo. Lo cierto es que incluso

    en Alemania es posible que un juez de mentalidad progresista nos hubiera dejado

    marchar impunemente, porque todos nosotros apenas ramos conscientes de nuestros

    actos. Considerbamos que lo que hacamos era, no slo permisible, sino

    extremadamente honesto.

    En fin, con la construccin del muelle de Port-au-Prince que por supuesto nunca se

    complet sent los cimientos de mi fortuna personal; un botn que compart con

    algunos ministros locales. En la actualidad poseo uno de los ms prsperos negocios dela isla y soy un hombre muy rico. Toco o estafo, como usted dicecon las ms variadas

    ramas, en verdad con cualquier cosa que pueda imaginar; vivo en una bonita villa, doy

    paseos por jardines maravillosos y bebo con los oficiales de la lnea Hamburgo-

    Americana cuando hacen parada en este puerto. Gracias a Dios no tengo mujer e hijos.

    Por supuesto usted calificara como "hijos" mos a todos estos pequeos mulatos que

    corretean por mi hacienda, simplemente porque yo los engendr que Dios me libre de

    usted y de su moral!; pero yo carezco de esos escrpulos. De hecho, no tengo ningnproblema a ese respecto.

    Durante mucho tiempo me sent nostlgico y miserable. Seguro que puede entenderlo,

    he permanecido cuarenta aos lejos de Alemania. Llegu a dar vueltas a la idea de

    desprenderme de todas mis propiedades, malvendindolas si era preciso, con objeto de

    pasar mis postreros das en mi vieja patria. Y una vez resuelto esto, mi anhelo se hizo

    tan fuerte que apenas pude esperar al momento de mi partida. Aplac pues la venta de

    mi propiedad y todos esos engorrosos negocios y, con lo que tena ahorrado, fui all a

    pasar unos seis meses.

    Bien, permanec tres semanas, y de demorar mi regreso un da ms el juez del distrito se

    hubiera encargado l mismo de proveerme alojamiento por otros cinco aos. Ese fue el

    escndalo al que me refera en las primeras lneas de esta carta. "Otro Caso Sternberg",

    escribieron los peridicos de Berln, y mis parientes tuvieron que sufrir la humillacin

    de ver el apellido familiar escrito bajo el titular con letras de imprenta. Nunca olvidar

    la ltima entrevista que mantuve con mi hermano. El pobre hombre es nada menos que

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    Consejero Privado! La cara que puso cuando le jur con toda inocencia que esas chicas

    ya tenan al menos once, probablemente doce aos de edad! Cuanto ms trataba de

    justificarme, ms me hunda en el fango. Cuando le asegur que yo no era una bestia y

    que aqu en Hait preferimos a las chicas incluso ms jvenes, se dio con la mano en la

    frente y murmur: "Cllate, desgraciado, cllate. Mirarte a los ojos es como mirar al

    fondo de un pozo inmundo". Durante tres aos estuvo furioso conmigo y slo me gan

    su perdn porque le promet legar a cada uno de sus once hijos una suma de dinero nada

    despreciable, y especialmente porque comenc a remitirle una asignacin mensual para

    todos ellos. En gratitud me incluye cada domingo en sus oraciones. Ahora, cuando le

    escribo, no me olvido nunca de tranquilizarlo indicndole que esta o aquella muchacha

    de mi vecindario ha alcanzado la razonable edad de ocho aos, y que tras mucho

    aguardar por fin me permito dispensarle mis favores, rogndole que rece por este viejo

    pecador. Ojala sirva de algo! Una vez me respondi que tena que pelear cada da con

    su conciencia para aceptar las sumas de dinero que le llegaban de manos de un hombre

    tan incorregible; que a punto haba estado de devolvrmelas; y que slo la consideracin

    y la piedad que le suscitaba su nico hermano lo haban persuadido a aceptarlo. Pero de

    pronto un da cay la venda de sus ojos y pareci entender que slo estaba bromeando.

    Porque yo tena sesenta y seis aos y, bien pensado, era simplemente incapaz de

    cometer tamaas fechoras. Pero me rog con insistencia que me abstuviese de bromear

    as en el futuro. Le respond. Tengo aqu una copia de mi carta que, como buen hombre

    de negocios, decid conservar:

    "Querido hermano: Tu carta ha herido profundamente mi orgullo. En correo aparte te

    remito un paquete con hojas y corteza de rbol de toluwanga, que un viejo negro de

    aqu se encarga de proveerme de forma regular todas las semanas. El tipo afirma tener

    ciento sesenta aos de edad en realidad tiene ciento diez. En cualquier caso, y gracias

    al excelente preparado de este rbol, el negro es el ms reputado Don Juan de toda la

    isla, despus de tu hermano claro est. Te informar de paso que este ltimo est

    todava bastante seguro de su vigor y slo usa la preciosa solucin en ocasiones

    especiales. Es por ello que est en su mano desprenderse de parte de sus provisiones y

    hacrtelas llegar garantizndote sus rpidos efectos. Pasado maana, en honor de tu

    cumpleaos, organizar un pequeo banquete, y en esta ocasin ha resuelto superarse a

    s mismo, lo que debera ser obligado en cualquier fecha conmemorativa. Al mismo

    tiempo beber a tu salud. Adjunto a esta carta, como un pequeo extra para las

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    Navidades que se acercan, encontrars un cheque de tres mil dlares (3000$). Con mis

    mejores deseos para ti y los tuyos: tu querido hermano. P.S.: por favor, infrmame si

    has recordado incluirme en sus oraciones de Navidad"

    Seguramente mi hermano tuvo otra de sus habituales batallas con su conciencia, pero al

    final la caridad cristiana hacia este pobre pecador se impuso en su corazn. En cualquier

    caso se qued el cheque.

    No s realmente qu ms contarle de mi vida, estimado seor. Podra aadir un centenar

    de pequeas aventuras y chistes, pero seran seguramente los mismos que escuchara de

    boca de cualquier hombre blanco en este pas.

    Releyendo esta carta, me doy cuenta de que tres cuartos de lo que tena intencin de que

    compusiera mi curriculum vitae est consagrado a hablar de mujeres. Bien, sin duda

    esto hay que atribuirlo a la idiosincrasia del propio autor. Despus de todo, poco

    interesante resultara lo que yo pudiera contarle sobre mis caballos, mis vinos o las

    mercancas con las que comercio. Y el pquer lo dej hace ya mucho tiempo. En este

    pueblo soy el nico hombre blanco, aparte del agente de la lnea Hamburgo-americana,

    y l juega tan poco como los oficiales que se acercan a visitarme ocasionalmente. Eso lo

    reduce todo a un nico tema, qu quiere que le diga?.

    As pues, introducir esta carta en la carpeta que contendr las anotaciones que usted me

    pide, y que todava no he comenzado. Quin sabe si nunca les sern enviadas o si, en

    tal caso, se limitarn a una carpeta vaca.

    Aprovecho para saludarle, mi estimado amigo.

    Suyo,

    FX

    A la carta le seguan la siguientes notas:

    18 de agosto.

    Mientras abro este cuaderno vaco me asalta la sensacin de que algo nuevo est

    entrando en mi vida. El qu?

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

    43/109

    El joven doctor que aloj en mi casa durante tres das me sac la promesa de investigar

    un misterio y de embarcarme en una extraa aventura; un misterio que, tal vez, no

    existe, y una aventura que puede haber tenido lugar slo en su imaginacin. Se lo

    promet un poco a la ligera; pero ahora tengo miedo de que se sienta decepcionado.

    Ciertamente, el muchacho me sorprendi. Cinco meses llevaba recorrindose este pas y

    pareca conocerlo mucho mejor que yo mismo, que he vivido aqu durante cincuenta

    aos. Me cont mil cosas de las que nunca haba odo hablar, o que s haba odo, pero

    sin darles el ms mnimo crdito. Seguramente no hubiese prestado la menor atencin a

    sus historias, de no haberme sonsacado con sus preguntas un gran nmero de detalles

    sobre los que apenas haba reflexionado y que ahora se me aparecan bajo una nueva

    luz. Y aun as, seguro que lo habra olvidado todo poco despus, de no haber tenido

    lugar aquel pequeo incidente con Adelaide.

    Qu fue? Bien, la negrita es la ms hermosa y la ms resistente de mis sirvientes y mi

    favorita en realidad, desde que puso los pies en esta casa estaba acercndonos en ese

    momento la bandeja del t. De pronto, el doctor interrumpi la charla y la observ con

    especial atencin. Cuando la negra se fue me pregunt si me haba fijado en el pequeo

    anillo de plata con una piedra negra que llevaba en el pulgar de la mano derecha. Yo lo

    haba visto mil veces sin reparar realmente en l. Me haba fijado en si lo llevabatambin alguna otra de las chicas? Tal vez; no poda recordarlo. Movi la cabeza

    pensativo. Cuando la muchacha vino otra vez a servirnos t en el porche, el doctor, sin

    mirarla, murmur unas notas; una meloda ridcula acompaada de algunas pocas

    palabras en la lengua de los negros, que no alcanc a entender:

    Leh! Eh! Bomba, hen, hen!

    Cango bafio te

    Cango mount de le

    Cango do ki la

    Cango li!

    Paf! La bandeja del t cay al suelo, las tazas y platos saltaron hechos pedazos. Con un

    chillido la muchacha se alej de la casa. El doctor la mir irse; ri y me dijo:

    "Le juro que lo que tiene usted aqu es una mamaloi"

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Charlamos hasta entrada la medianoche, al recordarle las sirenas del carguero que tena

    que subir a bordo. Cuando lo acompa en mi bote casi me haba convencido de que yo

    haba estado viviendo como un ciego en medio del ms extraordinario mundo, cuyo

    horror hasta haca poco constitua el mayor de los secretos.

    Bien, he aguzado ojos y odos. Hasta el momento no he visto nada raro. Siento mucha

    curiosidad por leer los libros que el doctor ha prometido remitirme desde Nueva York.

    De hecho, tuve que darle la razn cuando dijo que era una verdadera lstima que en

    todos estos aos yo no hubiera ledo ni un solo libro acerca de este pas. Ni siquiera

    pens que existieran; nunca vi ninguno en casa de ningn amigo.

    27 de agosto.

    Una vez ms, Adelaide se ha marchado para visitar a sus padres en el interior del pas.

    Es realmente la nica nativa entre las que conozco que muestra ese desorbitado apego a

    sus parientes. Sospecho que se fugara si me negara a concederle estas pequeas y

    puntuales vacaciones. Los das previos siempre se muestra nerviosa y, a su regreso, el

    dolor por la despedida la abruma de tal modo que parece hundida bajo el peso de sus

    obligaciones. Imagnese: una muchacha de color!. Dicho sea de paso, aprovech su

    ausencia para examinar su habitacin; muy meticulosamente. Me prepar leyendo sobre

    ello en una novela de detectives. No hall nada, absolutamente nada sospechoso. La

    nica de sus posesiones que desde el principio me pareci que se sala de lo razonable

    era una piedra de color negro, oblonga, de contornos redondeados, que tena colocada

    sobre un plato lleno de aceite. Pienso que debe usarla para sus masajes; todas estas

    muchachas se masajean el cuerpo.

    4 de septiembre

  • 7/28/2019 Hans Heinz Ewers - Cuentos

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    Los libros de Nueva York ya han llegado; no veo el momento de comenzar su lectura.

    Entre ellos hay tres alemanes, tres ingleses y cinco franceses, algunos de ellos

    ilustrados. Adelaide ha vuelto de su viaje. Tan destrozada que ha tenido que guardar

    cama. Pero la conozco; en unos pocos das estar bien otra vez.

    17 de septiembre

    Si solo el diez por ciento de lo que afirman estos libros es verdad, realmente vale la

    pena investigar los secretos en los que segn el doctor me muevo diariamente. Pero lo

    cierto es que estos libros de viaje sencillamente intentan ser interesantes, copiando unos

    las idioteces que dicen los otros. Debo estar tan ciego que nunca, en todos estos aos, he

    notado ni una pizca de ese culto al vud del que hablan, con su adoracin a la serpiente

    y sus miles de sacrificios humanos. Unas cuantas cosas curiosas s me han sucedido de

    vez en cuando, pero nunca les prest atencin. Intentar recordar cualquier detalle que

    pueda tener alguna conexin con este asunto del vud.

    En cierta ocasin mi ama de llaves yo viva en Gonaives por entonces se neg en

    redondo a comprar carne de cerdo del mercado. Dijo que poda ser carne humana. Me

    re en su cara y le record que compraba cerdo todos los das del ao. "S, pero nunca

    en Pascua!", respondi. Fue imposible sacarla de ah y tuve