hallando lo que soy
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hasta el capitulo 4, capitulo 5 proximamenteTRANSCRIPT
Hallando lo que soy
por Matías De La Sierra
hallandoloqesoy.at.ua
CAPITULO I
"Mi peor represor"
Buenos Aires, 2 de septiembre de 2017
No puedo escucharte, verte u oler a alguien con un perfume
parecido al tuyo sin evitar recordar que te extraño, sin evitar
enamorarme cada vez más de vos. ¿Qué demonios me hiciste? me
tomaste indefenso y me llevaste a un lugar de donde yo no sabia
como volver. Porque me vuelven loco tu voz, tus ojos marrones y tu
sonrisa pícara. Me enamoran tu boca, tu flequillo largo, tus gestos
cuando algo te causa gracia, tu cara de culo cuando algo no te
gusta, tu forma particular de esquivar a algunos compromisos, la
forma en que me toleras cuando hago o digo alguna idiotez, o
cuando simplemente no dejo de hablar. Me hacen perder la razón las
formas que tenés de decirme algo sin decirlo desdeñosamente, tus
provocaciones para hacerme enojar, la manera torcida de caminar
que tenés cuando estas cansado, el gesto al saludar que haces
cuando te vas. Me gustan de vos la manera en que intentas disimular
tus miedos, tus silencios y tu actitud pendenciera hacia cualquiera
que me quiera lastimar; que me causa mucha gracia. Me hechizan tu
letra horrible y tus errores de ortografía, los esfuerzos que haces por
no ser antisocial, losalfajores de chocolate que preferís; tu
vocabulario vulgar cuando estas nervioso y tu perfeccionismo. Me
encanta la obsesión por el pelo que compartimos, esa horrible
remera que detesto, tu manera rara de bailar. Me hipnotizan tus
dibujos feos, que para mi son los mejores porque sé que los haces
con amor. Y tus pestañas. Punto de inicio de todo. Nada hubiese sido
"algo" sin esas pestañas que me cautivaron desde que me miraste de
reojo ese primer día.
Para que mentir, me gustaste desde ese primer día. Aunque yo
nunca lo quise admitir en todos estos años, porque yo quería hacerte
creer que vos me elegiste, pero no. Yo te elegí y lo volvería a hacer
todos los días que me quedan. Sospecho que en algún momento te
diste cuenta que no fue así, porque en ese momento, en lugar de
irme, me quedé y estaba de mas nervioso. Vos lo viste, y no dijiste
nada. En lugar de enojarte, a pesar de que te dije que no, solo
sonreíste. Y a mi me latió mas fuerte el corazón.
Así empezaba la carta que le escribí a Dante.
Me llamo Pablo, pero me dicen Lolu. Tengo 26 años. Vivo con
mi mejor amiga Laura en un departamentito que alquilamos en
Belgrano. A los dos nos gusta el fútbol (esperamos ansiosos el
mundial que se realizará el año que viene en Argentina), amo bailar y
escuchar música. Trabajo de fotógrafo en una revista de moda. Soy
de Tauro y soy gay.
Tengo una enfermedad que me esta matando día a día. Pero no
se asusten, la llevo muy bien y tengo pensado vivir muchos años
mas.
Desde hace diez años que mi mamá y papá saben que soy gay y
mis tres hermanos menores creo que se enteraron un tiempo después,
aunque no me preocupé, en ese momento, por decirle nada a ellos. Se
enteraron como se entero toda mi familia. La gigantesca boca de
mamá se abrió para divulgarlo a todo el mundo sin preguntarme,
como siempre. Yo en esos días no me preocupaba por eso, solo
pensaba en el chico que por primera vez me había cautivado, con una
fuerza tan grande que logró sacarme del clóset, sin que yo me dé
cuenta. Porque si, nunca estuve realmente consiente de el paso que
estaba dando. Fue todo tan vertiginoso y tan torpe a la vez, que hiso
que sea todo insignificante e ilusorio. No me importaba nada lo que
dijeran los demás. Pero esto paso mas adelante.
En un principio, cuando todo esto comenzó, yo estaba en 2° año
de la secundaria, un momento y un lugar en la vida de un adolescente
más que complicado. Todos los que lo pasaron van a estar de acuerdo
conmigo en que si no sos igual a los demás, o igual a la idea que
tienen los demás de ellos mismos, la pasas mal. Venia sorteando
estos obstáculos. No me metía en problemas, no consumía drogas y
salía a bailar de vez en cuando al boliche de moda al cual todos los
chicos y chicas de mi zona iban.
Pero mi pequeño grupo de amigas sabía en el fondo que yo era
diferente, no era como los demás varones. Aunque me esforzaba por
aparentar que si, que no había ningún problema en mi y que tampoco
había que mencionar demasiado fuerte alguna broma al respecto,
porque eso era motivo de un bochorno gigante, al menos para mi. Fui
mi peor represor. Me convertí en el dictador más cruel de mis propios
sentimientos, palabras, formas e incluso pensamientos. Pero en ese
tiempo no lo sabia, creía que las cosas estaban bien siempre y cuando
nadie sepa mi "pequeño” secreto. Yo era mi peor represor.
Aparentaba todo lo mejor que podía. Tenía "novia” y hasta creí
estar enamorado de ella. Se llamaba Luna. Nunca supe, hasta el día
de hoy, si ese sentimiento efectivamente fue verdadero, o me deje
amoldar por la sociedad que tácitamente me obligaba a hacer cosas
que yo realmente no sentía. Razones para estar enamorado no me
faltaban; ella era simplemente perfecta. Castaña de pelo largo y ojos
color miel, sobre una sonrisa brillante y una figura, que deslumbraba
a cualquier hombre. Su inteligencia era única, y la reforzaba con
grandes valores éticos y morales. Si no era perfecta, es lo más
parecido a la perfección que conocí.
Al lado de ella, mis escasos atractivos se volvían nulos. Yo era
castaño de pelo lacio, de ojos color verde y alto. Mi tez era pálida
como el papel y me costaba mucho mantenerme en forma. Siempre
tuve problemas con mi imagen. La inseguridad y la baja autoestima,
tal vez heredada de mamá y la necesidad de ser estético para los
demás, que tal vez heredé de papá, hicieron de mí una moneda que
podía caer de cara o seca. Algunos días me veía radiante y me
llevaba al mundo por delante. Otros días, me sentía el sapo más feo y
desagradable del pantano.
Salir con Luna me hacia sentir mal. Ella intentaba realizar algún
plan y yo ponía una nueva excusa para evitarla. Era insostenible. Ya
no daba para más. No me gustaba sentirme así, pero tenía miedo.
Miedo de dejarla y que todos dijeran cosas de mí. Debía mantener la
farsa cueste lo que cueste. Pero ella valía mucho, y un idiota como yo
no era nadie como para hacerla sufrir. Era ella o yo. Y preferí
salvarme.
Por esos días, mi mejor amiga era Celeste. Una chica que vivía
en mi barrio y también era mi compañera de curso. Era sincera
conmigo, o al menos eso era lo que yo creía. Pasaba la mayor parte
del tiempo con ella; salíamos a caminar, a bailar y a comprar ropa.
Confiaba en ella y ella en mí.
Un sábado de Julio había ido de visita a la casa de Celeste.
Teníamos pensado ver unas películas y quedarnos adentro, porque en
esos días hacía mucho frio. Pero por uno de esos misterios de la
naturaleza o del destino, esa mañana era hermosa. El sol radiante
iluminaba, sin negar sus rayos a todos aquellos que así lo quisieran.
Mi visión al respecto del astro era bastante extraña ese día, ya que
comúnmente lo odiaba. Evitaba a toda costa que mi pálida piel
tuviese contacto con un delgado hilo de su luz. Fue por esa mística
razón, que le propuse a mi amiga que salgamos a dar un paseo al aire
libre, a la plaza que quedaba a dos cuadras de su casa. Y fuimos.
En la plaza estaba todo el barrio y eso me molestaba, me sentía
observado. Me imaginaba los comentarios que estarían haciendo
algunas personas de mí y eso era bastante incómodo. Mi amiga
saludaba exageradamente a todos sus conocidos como si fueran sus
mejores amigos. Yo en cambio, me quedaba atrás y saludaba con la
mano a quienes no podía evitar no hacerlo.
En esa plaza también estaba Flor, compañera de la escuela. Con
un gesto de sorpresa en la cara por habernos encontrado allí, Flor se
acercó a saludarnos.
—¡Hola chicos!— saludó
—¿Cómo andás, Flor? — le respondimos.
—Bien, justo estoy de camino al supermercado, a buscar un par
de cosas, porque hoy es el cumpleaños de mi hermana— nos dijo.
—¿De Agus? — le preguntó Cele
—Si, Agus hoy cumple 18 y vamos a hacer una fiesta sorpresa
en mi casa. ¿Quieren venir? — nos invita amablemente Flor.
—¡Si! Yo quiero ir — le respondió Cele.
—No creo que pueda, tengo que hacer un par de cosas para
mañana — me disculpé.
—¡Dale, Lolu! ¡Tenés que divertirte un poco! — me dijeron
ambas.
—No es solo por eso, es que sinceramente a tu hermana no la
conozco, y me sentiría un poco desubicado yendo a su fiesta, mucho
más si ella no sabe quienes son los invitados.
—No te hagas drama por eso, —me tranquilizó Flor— van a ir
muchas personas que mi hermana no conoce, además es en mi casa
también.
—Tiene razón Lolu, aparte vas a estar conmigo y yo no te voy a
dejar solo — intentaba convencerme Cele— yo si conozco a Agus y
es re buena onda, no va a tener problema.
—No sé… voy a ver chicas. No les prometo nada. — concluí.
Horas mas tarde, ya habían logrado convencerme. Esa tarde me
preparé para ir a la fiesta. Me puse una camisa marrón chocolate y un
jean negro. La verdad es que no tenía muchas ganas de ir, pero me
habían insistido tanto que desistí. Me encontré con Cele a la hora que
habíamos pautado y llegamos juntos a la casa de Flor y Agus.
Flor abrió la puerta con una sonrisa y nos invitó a pasar.
—Hola chicos
—Hola flor, — la saludó Celeste— ¡Trajimos algo para tomar!
—Buenísimo, pasá por la cocina y guardálo en la heladera,
¿dale?— le dijo señalando un cuarto cercano —mientras, yo tengo
que hablar con Lolu.
Mi cara de sorpresa fue evidente. ¿Porqué querría Flor hablar
conmigo en privado? —Pensé— ¿Le habría molestado algo que dije?
—Tengo un amigo para presentarte — comenzó la charla.
Y yo me asusté.
Capitulo 2
"Perdonáme, no soy gay"
Flor esperaba una respuesta, al menos gestual, pero yo no pude
hacerlo instantáneamente. Me había descolocado. Me tomó un par de
segundos procesar la pregunta y luego concebir una respuesta. Me
acavaba de dar cuenta de que una persona, que yo pensaba que no me
conocía demasiado, se había animado a hacer lo que nadie hasta ese
momento había hecho, decirme las cosas de frente. Y eso me daba
vueltas en la cabeza.
Finalmente le respondí absurdamente. Sonreí y lo tomé como
una broma de su parte, huyendo así del problema.
Salí al pasillo y me encontré con Cele, la cuál me llevó al patio
trasero de la casa donde estaban todos. Y cuando digo todos, me
refiero a literalmente todos. Desde compañeros de la escuela, hasta
vecinos e incluso el chico que atiende el kiosco de la esquina. Como
llegamos tarde, todas las miradas se dirigieron hacia nosotros dos. No
me quería morir, solo quería que la tierra me trague. ¿Qué carajo
hacía yo ahí? Me Tenía que ir ¡ya!.
— Cele, estoy un poco descompuesto, creo que es algo que
tomé. Me voy a casa.
— Lolu, primero; no te podes ir, recién llegamos...— me
respondió Cele — Segundo; ¡no tomaste nada todavía!.
— Ya sé.. es que me siento incomodo, perdonáme pero me
voy.
— Dale, no nos podemos ir... mirá allá, hay un chico que me
gusta. ¡Es re lindo!— me atajaba Cele
— ¿Cuál?— fingí interés
— El morocho, que esta sentado allá…
Y ahí, fue que lo ví por primera vez. Sentado en un sillón de
jardín, en el fondo del patio y solo. Era una ilusión óptica, parecía
estar rodeado por una aurora de luz blanca que te enceguecía de
belleza. Era precioso por donde lo mires, nunca había mirado a un
chico con los mismos ojos con los que los ví a él, esa noche. Era
morocho igual que yo, pero tenía una especie de rulos brillantes, que
le daban un toque mas llamativo. Su rostro, de rasgos perfectos y
tez blanca, estaba cortado por un lunar en la parte izquierda inferior
de sus labios. Esos labios carnosos y besables que me desesperaban.
Como estaba sentado, no me pude dar cuenta si era alto o no, pero
mas tarde pude comprobar que casi tenía mi altura. Estaba muy bien
vestido, con una camisa blanca y un sweater gris, que a mi me
fascinó. Por varios minutos no pude dejar de observarlo, de
analizarlo, intentando descubrirle una furtiva sonrisa, o tal vez
buscaba la ilusión de que posara sus ojos, al menos por un segundo,
en mí. Intentaba descifrar que pensaba, que había detrás de ésa cara,
que no demostraba emoción.
Lo miraba fijo, disimuladamente, hasta que me percaté de algo;
no sabía de color eran sus ojos. No podía ver sus ojos, solo podía ver
sus hermosas pestañas. ¡Que hermosas pestañas tenía ese chico que
yo estaba mirando! Tenía ganas de gritárselo, que mi voz llegue al
otro lado del patio y que de esa forma él se dé vuelta y me mire. Pero
no podía. Eso era una locura que ni ebrio, drogado o amenazado por
un arma hubiese hecho; hasta ese momento.
— ¡Hey, Pablo!— Celeste pasaba la palma de su mano
extendida frente a mis ojos. — ¡Hola! ¿Me escuchas?
— Si, perdonáme. ¿Qué me decías? — me desperté del sueño
— Que me parece lindo ese chico que está sentado allá. — me
repitió
— Ah, ¿Ése chico? —actué—Si, puede ser, que se yo... sobre
gustos no hay nada escrito— y le sonreí.
Celeste hizo una pausa
— Estás raro últimamente, ¿Recién estabas de mal humor y
ahora me hacés chistes? — me miraba como extrañada
— Así soy yo, cambiante. —le dije— ¿Bailamos?
La decisión de irme de la fiesta de pronto había cambiado y me
di cuenta que eso no era tan malo, esas personas estaban cada una en
la suya y en el fondo no eran tan monstruosos.
Y así bailamos, bailamos y bailamos toda la noche. Yo en cada
giro, disimuladamente intentaba encontrar a ese chico, pero no, no lo
encontraba. Lo buscaba por todos los rincones que la vista me
permitía y nada, había desaparecido. No supe en que momento
desapareció. Lo perdí.
Mi cara había cambiado y se notaba. Me senté y esperé a ver
que pasaba.
—¡Ah! Ahí estabas— vi aparecer a Flor de la mano de un chico
desde mi izquierda
—Siempre estuve acá— le dije
—Te presento, el es Dante—haciendo gestos con la mano de
uno al otro—Dante, el es Pablo. Los dejo así se conocen.— y se fué
con cara de picardía.
¡Era él! Si, el chico que me había flasheado, el morocho de
rulos, el de las pestañas, el chico al cuál pude descubrir que tenía ojos
verdes, increíblemente expresivos y cautivadores, que me miraron
fijamente. Yo me quedé atónito.
—Disculpá a Flor por su entrometimiento, por favor—me dijo
con una voz absolutamente masculina y de manera educada.
De mi boca no podían salir palabras.
—Ella es así, un poco metida, pero es buena persona—seguía
hablándome con tal distinción con su refinada voz mientras se
sentaba al lado mío.
Yo seguía ahí, como un tonto sin poder decir nada. Solo le
devolvía la mirada fija. Hubo un silencio. Inesperadamente, para él y
mucho más para mí, después de unos segundos, me levante de la silla
y con voz temblorosa le dije:
—Disculpáme vos a mí, no sé lo que te habrá dicho Flor; pero
yo no soy gay.
Dante se quedó mirándome, pero a diferencia de lo que yo
esperaba, él no se ofendió, no me discutió, ni hizo un gesto negativo.
Solo hizo una aprobación con la cabeza y se fué, desapareciendo así
de mi vista.
Celeste a los segundos apareció y con cara de asombro me
preguntó que había sucedido, porqué había estado hablando con el
chico que a ella le gustaba, que si le hable de ella, que cuántos años
tenía, que si tenía lindos ojos y hasta como era su voz. Yo
simplemente no la escuchaba, estaba aturdido, eran muchas cosas las
que invadían mi cabeza, lo que hacía bastante difícil concentrarme en
una sola, ya que todas eran importantes. Me sentía mal y no sabía
porqué, pero no debía mostrarlo. Tenía que hacer de cuenta que no
había sucedido nada. Quería llorar, pero los hombres no lloran. Por
eso, saqué mi mayor sonrisa e hice lo que mejor sabía hacer, fingir.
Yo estaba bailando con mis amigas, cuando por última vez en
la noche el apareció nuevamente. Solo pasó cerca de donde estaba y
me miró unos segundos, con una mirada profunda y penetrante; pero
no amenazante, sino mas bien cómplice. Aunque tan solo duró unos
pocos segundos, a mí me hubiese gustado que dure toda la vida.
Después de ésto, él solo se fué y me dejó ahí solo, en ese montón de
gente que creí desaparecida durante los pocos segundos en los que él
me miraba.
No lo conocía, no sabía nada de él. Pero cuando lo ví irse, el
corazón se me hundió en el pecho y se me puso la piel de gallina.
Supe entonces, que me había equivocado. Y mucho. Mientras miraba
el piso, recordaba sus rulos y sus pestañas y me sentía cada vez peor.
El día después de la fiesta, estaba con una mezcla de
sensaciones. Por un lado, no podía evitar estar contento por haber
conocido a la persona, que con magia, me había roto la cabeza; y me
hacia sonreir sin ningun motivo cuando estaba solo. Por otro, un
remordemiento atroz me hacía sentir tremendamente infeliz, por
haber desperdiciado la oportunidad de mi vida, de por primera vez
hacer lo que realmente me hacía sentir bien.
Ese día, mis viejos tenían un velorio. El velorio de una señora
que yo pocas veces había visto, pero que decían que era mi tía. Mi
mamá me dijo si quería acompañarlos, que era una buena
oportunidad para conocer a otra parte de mi familia; pero la verdad es
que yo tenía cosas mucho más importantes para pensar ese día, y no
fui.
Me quedé solo en casa y eso ayudo a que pusiera bien en claro
mis pensamientos, sin tanta gente a mi alrededor aturdiéndome. Y
decidí hacerlo de manera ordenada.
Evidentemente, lo que me pasó anoche con ese chico, fué
atraccion.— pensaba— Pero no puedo dejarme llevar por los
impulsos y tengo que reaccionar mas cauto. ¿Realmente vale la pena
este chico? ¿Vale la pena lastimar a todas las personas que tengo
alrededor, por un poco de placer personal? ¿Vale la pena armar todo
este show, por solo probar? ¿Y si me arrepiento? ¿Y si estoy
confundído ? El magnetismo hacia ese chico era innegable, incluso
en pensamientos. Me imaginaba un día encontrandomelo
casualmente en un colectivo o una sala de espera de un hospital. Y
ahí, decirle cuanto me arrepentía de haberle hecho esa escena aquella
noche. Luego de unos segundos de imaginar eso, yo mismo detruía
los planes, pensando en lo irreal que se hacía que yo me anime a
hacer eso.
Cada día de esos largos meses, que separaron la noche en que lo
conocí y el día en que tomé una decisión; lo primero que hacía al
levantarme era pensar en él. Durante el día, mientras realizaba mis
actividades, pensaba en que estaría haciendo y si se acordaría de mí.
A la noche, en la cama y en la oscuridad de mi habitacion, mirando el
techo, inocentemente recordaba sus rulos y sonreía.
Esos meses fueron largos y yo actuaba bastante raro; estaba
mas callado que lo habitual y y no salía nunca. Valoraba las horas en
mi habitación a solas, escuchando musica bien fuerte y garabateando
lineas en un papel.
Todo estaba relativamente en calma, cuando en una de esas
tardes en las que estaba encerrado en mi habitación, sonaron unos
toques y la puerta se abrió. Era mi mamá. Rapidamente escondí los
papeles que estaba escribiendo e hice como que estaba leyendo un
libro.
—Pablito, ¿Cómo estás? —me dijo con voz susurrante,
mientras se acercaba a acomodarse en un silloncito que estaba al lado
de mi cama.
—¿Yo? ¡Bien! — Le respondí a la defensiva.
— Quiero que hablemos de vos, últimamente no se nada y te
noto extraño. Ya casi no salís con esa chica simpática que viene a
casa y a tus amigos no los ves en otro lugar que no sea la escuela. Y
eso me preocupa—realmente se le notaba la cara
de preocupación mientras hablaba— Vos sabés que yo te amo como
a nada en el mundo y que quiero verte bien. Mi instinto de madre me
dice que vos estas mal.¿Hay algo que quieras contarme?
Yo me quedé callado y apenas respiraba.
Luego de unos segundos, tomé aire, la miré y le respondí...
—Si, me pasa algo.
Capitulo 3
"El mensaje de texto”
Otra vez me encontraba en un nuevo aprieto, pero esta vez no
pensaba huir, no. Bueno, tal vez si. Por última vez. Es la última vez
que miento, pensé.
—Má, lo que pasa es que me peleé con Luna…
—Ah, —puso cara de desconfianza y luego de duda— ¿Es eso
nada más? ¿Estás seguro?
—Si, ¿Qué otra cosa me puede pasar? — volví a actuar.
— ¡Estoy preocupada!, ¿Está mal eso?
—No hay nada de que preocuparse, no busques problemas
donde no los hay.
—Pablo, hay personas, que no sé si por malas, o por sinceras
me preguntan cosas de vos y yo muchas veces no sé que
contestarles… — y me miró fijamente.
— ¿Porqué siempre te importa tanto lo que piensen las otras
personas?— un hilo de pánico me recorrió el cuello.
—Me importa, porque sos mi hijo, y no quiero que nadie hable
mal de vos.
—No te preocupes, que no hay nada malo que puedan decir de
mí.
— ¿Estás seguro?
—Absolutamente — le respondí con toda la seguridad que me
salió.
—Bueno, discúlpame. A veces me dejo llevar un poco por los
comentarios que me llegan.
—Sí, lo sé. Pero esos comentarios no son ciertos. —Ni yo me
creía esa mentira.
—Esta bien, entonces te dejo que sigas con lo que estabas
haciendo —me dijo al levantarse. Un aire tenso se tornó en la
habitación y se evidenciaba en mi cara, que no pretendía continuar
con la conversación.
—Por favor, tengo que entregar esto para mañana— y miré una
pila de papeles y carpetas.
—Está bien, me voy. —Hizo un paso hacia la puerta y se dio
vuelta rápidamente. — Preparáte, porque esta noche invité a cenar a
Esthela, la vecina y su familia a cenar. — Y se fué sin mirar mi
expresión, ya que seguramente pensó que seria negativa.
Y tenía razón en pensar así, Esthela y su familia eran el grupo
de personas que visitaban mi casa, que más me desagradaba en el
mundo. Empezando por ella, una mujer regordeta de casi 50 años, de
cabellera teñida de rubio amarillo chillón, de exagerado maquillaje y
grotesca vestimenta. Era irritante, metída, irónica y falsa. Al punto
tal, que no podía oírla ni verla.
Su esposo, Luis, de aspecto desgarbado y cansado, aunque no
tan desagradable como su mujer, no dejaba de ser repulsivo a la vista
y al oído. Pero él, era mucho mas disimulado y reprimido, ya que
para mí, para estar o por estar tantos años al lado de una mujer así,
tenés que ser parecido o haber adoptado su forma de ser.
El miembro menor de esta familia, era un pre púberto de 12
años, Mario o "Marito”,como le decían sus amigos. Petiso y castaño;
luego de la madre, era el ser mas horrible que vivía en el barrio.
Burlista, pendenciero y soberbio. Se escapaba religiosamente tres o
cuatro veces por semana de la escuela, para juntarse con los amigos
en una esquina a fumar o a tomar alcohol. Iban por el barrio en una
patota de cinco o seis chicos, que al igual que él, compartían el gusto
de no hacer nada.
Cuando digo horrible, no me refiero solo a la parte física; era
una horrible persona, como todos en su familia. Pero no me sentía tan
mal por pensar esto, ya que yo sabía que en el fondo, los tres me
odiaban a mí también. Me odiaban, pero no lo demostraban. Lo
insinuaban cada vez que me ponían en vergüenza frente a todo el
mundo, divulgando chismes falsos (algunos no) sobre mí, o con
miradas seguidas de risitas burlonas, que me propiciaban cada vez
que yo pasaba frente a su casa. Se notaba que estaban llenas de odio,
envidia y resentimiento.
Cele, siempre decía que Esthela hacía magia negra; y a
cualquier situación que a mi me desfavorecía, o que mi suerte fallaba,
siempre le echaba la culpa a ella. Yo nunca creí que eso fuera verdad;
pero que las hay, las hay.
Eran cerca de las 10.20, cuando mi mamá me dijo que bajara,
que la cena ya estaba lista. Con mínimas ganas, pero con hambre,
bajé. Ahí estaban los tres sujetos de los que les he hablado, sentados
alrededor de mi mesa. Esthela parecía un ajolote mexicano, con sus
ojos saltones y su sonrisa falsa. A Luis le encontré el parecido a una
hiena en descomposición. Y al más joven del trío, solo me lo imaginé
como una desagradable rata. Los fulminé con la mirada uno por uno,
para que no se olviden que yo, no era tan ingenuo como mis padres y
que no les iba a perdonar una. En la primera de cambio, me levantaba
y les tiraba un plato de fideos en la cabeza. Seguido a esto, los saludé
con un simple "Buenas noches”, a los que ellos respondieron
falsamente con un "Que agrado que hayas bajado” (Luis), "¡Que alto
está este chico!”(Esthela). Haciendo oídos sordos, me senté en una
silla lo mas alejado posible de ese repugnante clan.
La cena transcurrió con normalidad. Yo estaba concentradísimo
en mi plato y trataba de no oír los comentarios cargados de maldad,
que irónicamente Esthela hacía sobre todos los vecinos del barrio.
Mis padres la escuchaban como demostrando interés. La verdad es
que no entendía para que los habían invitado, y después se me
ocurrió que tal vez ellos se habían invitado solos. Estaba todo en
orden, hasta que el ajolote posó sus ojos en mí y con una sonrisa de
lo más hipócrita me preguntó:
— ¿Cómo estás, Lolu? Tu mamá me contó que estabas saliendo
con una chica, Luna —Dijo la arpía y agrandó los ojos como
clavándome un puñal.
—Si, es verdad— le dije con una mirada llena de odio, mientras
intentaba respirar despacio para no matarla.
— ¡Ay! ¡Qué buena noticia! Es que hay gente que es mala y
comenta… con esta noticia les cerras la boca a tod…— se detuvo y
me miró con pánico.
Mi cara se había tornado de un morado brillante y tenía los ojos
desorbitados. Ya no podía mantener la educación, esa serpiente
venenosa había colmado mi paciencia. Apreté los puños fuertemente
bajo la mesa, al punto de lastimarme las palmas con las uñas. Respire
profundo y con calma, pero con un tono mas alto de lo habitual en la
conversación, y le pregunté:
— ¿Qué es lo que habla la gente de mí, señora?
Se hizo un silencio sepulcral.
—Bueno, se decían cosas feas, querido. Por ejemplo la veci…
—nuevamente se interrumpió, pero esta vez, fué porque torpemente
mi mamá había empezado a juntar los platos, intentado disipar el aire
tenso de la habitación, que se cortaba con un cuchillo.
— ¡Yo te ayudo, querida!— dijo la arpía al tiempo que se
levantaba de su silla, abandonando la conversación.
Me quedé irritado, clavado en mi silla como esperando una
respuesta y en parte no. Fulminé a todos los presentes con una mirada
y nadie me la respondió. Como ví que luego de ese momento de
silencio todos hicieron como que no había pasado nada, me levante y
subí a mi habitación.
Entré y pateé un tacho de basura, que dio contra la pared y
desparramó por todo el piso papeles y cascaras de bananas.
En los días que siguieron esa cena, caí en una profunda
depresión. No comía, no salía, no sonreía. No era en respuesta a lo
que había pasado aquella noche, era porque en el fondo estaba
enojado conmigo mismo. Todas las noches soñaba lo mismo; que
encontraba a Dante solo en una plaza o en la sala de espera de un
hospital. Yo me acercaba y me sentaba al lado de él; pero este, se
levantaba y se iba. Así como lo desprecié yo a él, la noche en que lo
conocí. Seguido a esto, me despertaba triste y así seguía todo el día.
Tenía que hacer algo para que eso cambie, y sabía como. Tenía
que salir y decirlo; al menos a él. Pero, ¿Cómo encontrarlo? Era solo
en sueños, que lo encontraba mágicamente en una plaza o en la sala
de espera de un hospital…. La sala de espera de un hospital, nunca
me había puesto a pensar en eso. Una plaza o un colectivo eran
lugares comunes, pero ¿Una sala de espera? Estaba bastante desviado
de mi eje, seguramente.
Estaba llegando la primavera, había pasado mas de dos meses
del día en que lo conocí. Durante ese tiempo, planeé como sería
nuestro encuentro; pero no caí en cuenta que no sabía como
encontrarlo. O sí, pero eso conllevaría muchos riesgos, que no estaba
preparado a afrontar. Tenía que hablar con Flor, si o si.
Antes de hacer cualquier cosa, lo pensé bien. Le iba a decir a
Flor que me pase el número de teléfono de su amigo, porque yo le
quería presentar otro amigo. Parecía una idea convincente.
Ese mismo lunes, tomé coraje y fui a encarar a Flor. La llevé a
un lugar donde no nos oyera nadie y le dije lo siguiente:
—Flor, te quiero pedir algo
—Si Lolu; lo que quieras —dijo la chica sonriendo
—En realidad, no es un favor para mi… es para un amigo.
— ¿Y en qué puedo ayudar yo, a tu amigo?
—Mi amigo es gay,—pronuncié esa palabra rápido— y le conté
lo de…. Ese chico, ¿Cómo se llamaba? El de tu fiesta…
— ¿Dante?—me preguntó dudosa
— ¡Si, ese! Bueno, me pareció que tal vez se lo podía
presentar…— estaba fingiendo todo lo mejor que podía, pero no me
estaba saliendo demasiado bien.
—Mirá, yo no tengo el numero de él. Pero si me das el número
de tu amigo, yo se lo puedo hacer llegar por medio de mi hermana…
— ¡No! Me parece que es mala idea, lo que pasa es que mi
amigo se quería comunicar con él directamente… —dije mirando el
suelo.
—Bueno, si me das un segundo le hablo a mi hermana y veo
que puedo hacer.
Dió media vuelta y desapareció por un pasillo de la escuela.
Cinco minutos mas tarde, estaba volviendo por el mismo
pasillo, gloriosa, con un papelito en la mano.
—¡Lo tengo!— Me gritó cuando llegaba.
—Buenisimo, mi amigo va a estar contento—decía intentando
ocultar mi propia felicidad.
—Nunca me hablaste de tu amigo, ¿Dónde vive?
—Vive lejos, va… masomenos. —Estaba sonando cada vez
mas dudoso.
Y ahí fue cuando llegó el primer milagro. Sonó el timbre. Una
muchedumbre de jóvenes nos llevó por delante y nos dejó en la
puerta de nuestra aula, impidiéndonos terminar de hablar, porque el
profesor ya estaba ahí.
La clase terminó, y sonó nuevamente el timbre, pero esta vez de
salida. Escabullido en la muchedumbre, me fuí lo más rápido posible
a mi casa. Cuando llegué, subí corriendo a mi habitación. El papel
que apretaba fuertemente como si fuese un tesoro, estaba un poco
arrugado y mojado por la transpiración de mis manos. Por un
momento tuve miedo que el sudor hubiese borroneado algún número,
pero al mirarlo me relajé. Era un número celular de ocho dígitos, lo
cuál me pareció muy raro. De más está decir, que estaba muy
nervioso por el paso que iba a dar. En toda mi vida, había mandado
miles de mensajes de texto; pero sabía que este mensaje, me iba a
cambiar la vida. Con solo presionar «send» algo iba a pasar, no sabía
si bueno o malo, pero algo estaba por cambiar en mí.
Agarré el celular y lo miré como si fuese la primera vez que lo
veía, tenía crédito por suerte. Marqué el número y escribí lentamente
el siguiente mensaje:
Hola, soy Pablo.
El chico que conociste en la fiesta de Agus.
Quiero hablar con vos,
por favor no le digas nada a nadie.
Y lo mandé. En ese mismo momento, me arrepentí y tiré el
teléfono abajo de la cama para que al cortarse la señal, no lo envié.
Pero cuando me agaché a buscarlo, ya era tarde, lo había enviado.
Espere la respuesta por horas, hasta llegué a pensar que me
había equivocado de número y eso un poco me consoló. Rápidamente
controlé el número que había mandado, con el del papelito. Estaba
bien. También pensé en volver a pedirle el número nuevamente a
Flor, ya que tal vez me lo dió mal, pero eso no me hacía mucha
gracia. Me decidí a esperar. ¿Y si Dante lo había recibido, pero no
me quería contestar? ¿Y si todo esto fué una equivocación?
Habían pasado exactamente tres horas, cuando el teléfono sonó.
Con el corazón en la boca, lo agarré y leí: «Tienes 1 MensajeNuevo»
Capitulo 4
"Martes 13”
Abrí el mensaje. Pero no era de él. Era de Luna. Me decía que
estaba cerca de mi casa y me preguntaba si podía pasar, así
hablábamos. Le respondí que si, que venga. Ya sabía lo que tenía que
hacer y esa era una buena oportunidad.
Cuando llegó Luna, me sonrió y me dio un beso al que sentí
amargo. No por algo que tuviera ella, era yo. Lo sentía fuera de mi
realidad. Falso.
— ¿Cómo estás, Luna?
—Muy bien, te estuve extrañando mucho. ¿Qué te estuvo
pasando? Te mandé mensajes, te llamé y vos nunca me respondías…
—Mi celular anda bastante mal—le dije—debe ser por eso…
— ¡Ah! No pasa nada, eso responde todo— y mostró sus
hermosos dientes en una amplia sonrisa.
— ¡No, no está bien Luna! — Me había molestado mucho su
reacción— ¡No está bien lo que hice, porque pude haber hecho otras
cosas para verte o hablarte! —Bajé un poco la voz al ver que se había
asustado de la reacción que tuve, y continué— ¿No te das cuenta
Luna? No quise buscarte. Pero no es por algo que hayas hecho o
dicho, es porque no lo sentía. No quiero que esto continúe así como
hasta ahora. Vos sos una chica hermosa, y yo soy una basura. Te
mereces algo mejor que yo. — y la miré esperando una respuesta.
Sabía en el fondo, que si continuaba con esto, me estaba pagando de
a poco una estadía en el infierno.
La chica estaba muda, y unas lágrimas brotaban de sus ojos
color miel. Se le notaba en la cara una gran angustia y dolor. Tenía
las manos entrelazadas y se miraba las uñas como buscando una
forma de huir. Luego de unos segundos, levanto la mirada y me
preguntó:
— ¿Te gusta otra chica?
Lo que hice en ese momento fue horrible, y hoy me arrepiento.
Pero creí que fue necesario decir…
—Si, Luna. Hay otra chica que me gusta. — Tragué saliva y
continué—Eso no quiere decir que es mejor que vos, significa que es
una persona que está mas a mi nivel, vos sos mucho para mí.
—Yo puedo ser lo que vos necesitas que sea. Puedo cambiar,
así nos complementamos mejor… — se notaba un ligero tono de
desesperación en su voz y tenía los ojos vidriosos.
—Las cosas no son así de fácil como vos pensás, hay mas
cosas. Lo mejor es que no nos veamos por un tiempo y descubramos
por nuestra cuenta si realmente queremos estar juntos, o lo que
teníamos era solamente acostumbramiento.
Luna permaneció callada y después de que se produjo un
silencio, ella bajó la mirada y luego me miró fijo a los ojos.
—Creo que te vas a arrepentir. — el semblante le había
cambiado por completo— Después que pase todo este tiempo, te vas
arrepentir de todo lo que perdimos.
—Puede ser. Pero en este momento es lo que siento y no te
quiero lastimar más.
— Yo te amo Pablo, y eso no va a cambiar. El día que decidas
volver conmigo yo te voy a esperar con los brazos abiertos, y te voy a
perdonar, porque me estas destruyendo. — dos lágrimas volvieron a
caerle de los ojos.
— Te pido perdón, desde lo mas profundo de mi corazón.
Pero espero que algún día entiendas, que lo que estoy haciendo, es
por tu bien.
Luna se levantó lentamente y sin decir nada, se fué.
Pasaron horas y horas desde que se había ido Luna. Y mas allá
de la tristeza que me había producido haber terminado con ella, había
otra cosa que me preocupaba mucho más. No había recibido la
respuesta de Dante.
Mil dudas me invadían, no sabía si él querría saber algo de mí
o no. Cada minuto que pasaba se me hacía eterno, hasta que al fin,
sonó el teléfono y lo agarré casi sin esperanzas, (aunque en el fondo
me moría de ganas que fuese él). El mensaje decía lo siguiente:
Hola Pablo. Si querés nos podemos ver este Martes, y
charlamos bien ¿qué te parece? Dante.
Decir que me aterroricé, es poco para definir el estado al que
llegué al terminar de leer esa frase. Pensé que todo esto era una
locura. ¿Un martes? Ese día era jueves, lo que me daba bastantes
días para planear todo, lo cual era positivo. Pero por otro lado, cuatro
días no me alcanzaban para decidir el rumbo de mi vida. No estaba
preparado. Miré el calendario y empalidecí por un instante. Martes
13 de Octubre. Martes 13, lo que me faltaba. Era bastante
supersticioso como para no ir, pero no tan idiota como para rechazar
su invitación por una simple superstición. Así que le respondí.
Bueno, ¿Qué te parece la plaza San Martín, en Retiro a las 5?
Esta vez, su respuesta llegó mas rápido que la anterior, lo cuál
me relajó. Había aceptado el lugar y la hora que yo le propuse. No le
mande ningún mensaje más.
Todo el jueves 8, e inclusive el viernes 9 y el sábado 10, estuve
en la duda si había hecho bien o mal en no seguir la conversación por
mensajes de texto. Pero llegué a la cuenta, de que lo mejor era dejar
las cosas como estaban, si continuaba la conversación, podía arruinar
las cosas.
El Domingo 11, mi papá se despertó contento. Nos desayunó a
todos con que esa tarde iba a cambiar el auto. Me pareció algo
positivo, ya que cuanto mas ocupados estén en sus asuntos, menos
ocupados iban a estar de lo que yo hiciera. Y así fue, como con la
entrega de nuestro auto viejo, mas unos ahorros que él tenía, pudo
comprar el auto que él tanto deseó por mucho tiempo. Era un auto
muy moderno, y a la vista parecía bastante mas caro de lo que había
pagado. A priori, era un muy buen negocio el que había hecho. ¿Un
muy buen negocio?
Yo veía a mi papá feliz y muy ocupado lustrando su auto. Eso
me transmitía tranquilidad, ya que cuando me hablaba por cualquier
asunto, no dejaba de mirar su nueva adquisición. Siempre veía como
positiva cualquier situación en que su atención esté fuera de mí. Con
tres hermanos, menores y varones, no era bastante difícil. Para mi
papá prácticamente yo no existía, y mas que entristecerme, eso me
liberaba de presiones. Marcos, Manuel y Luca ocupaban toda su
atención y su tiempo. Con él compartían salidas a la cancha, partidos
de futbol y su pasión por los autos. Yo era el "excluido” y eso
irónicamente me gustaba. Mi papá tenía una idea bastante mala de las
personas homosexuales. Era uno de esos hombres con pensamiento
cerrado, que no entienden el comportamiento de algunos seres
humanos, a los que los hace mas feliz estar en pareja con personas de
su mismo sexo. Eso me desagradaba mucho de él. Pero lo toleraba.
En una ocasión, él me contó algunas cosas que había vivido en
la época de la dictadura militar, y las cosas que le hacían a los
homosexuales. Esos acontecimientos lo habían marcado. Me contó
que los encarcelaban, golpeaban, torturaban y desaparecían. Me
contó de los allanamientos a los baños públicos de hombres, a los
cines, y las revisiones en la colimba. Estas cosas me ayudaban a
entenderlo un poco.
Este tema, era muy delicado para mí en los tiempos posteriores
a la decisión. Evitaba de todas formas tocar el tema y obviaba
escuchar algo al respecto ya que me incomodaba bastante.
Mis tres hermanos menores, aunque aún no entendían mucho
del tema, lo apoyaban en sus ideas y también en sus bromas al
respecto. Yo solo sonreía falsamente.
El lunes 12, tenía que enfrentarme con una situación tensa en la
escuela. Allí me encontraría con Flor y sabría si Dante había hablado
con ella de nuestra "cita”. Y para mi sorpresa, cuando la encontré, no
sucedió nada que me diese a entender que habían hablado al respecto.
Me relajé.
Estaba saliendo todo muy bien, mis padres estaban ocupados y
concentrados en lo suyo, mis hermanos disfrutando de mi padre, mis
amigas organizando una nueva fiesta de primavera, Luna estaba fuera
de juego, Dante me esperaría mañana en la plaza que acordamos y
nadie sabía nada. Era un plan perfecto. Era una semana perfecta,
estaba feliz. O la más parecido a la felicidad que conocía hasta ese
momento. Es una lastima que este momento no haya podido durar
por mas tiempo.
El Martes 13 llegó, y prometía ser un día soñado. Había salido
el sol y eso me alegro bastante. Esa noche no pude dormir muy bien,
ya que un insomnio atroz me lo prohibía. Estaba ansioso y
excitado. No podía parar de pensar en como sería el encuentro, en
como reaccionaría ante él, en como sería conmigo. Estaba cansado,
pero lleno de una sensación indescriptible, a la que podría comparar
con la alegría que me producía el comienzo de una nueva vida.
Mi nueva vida estaba empezando despacito, paso a paso. Había
nacido con una decisión, la decisión de cambiar de vida. Aunque yo
en ese momento no lo sabía, era muy joven o muy estúpido para
darme cuenta de esa situación.
Me bañé a la mañana, como todos los días y me preparé como
para ir a la escuela, aunque ese día no iba a hacer eso. Me vestí,
perfumé, peiné y me fuí a la plaza. Cuando estuve ahí, faltaba una
hora para que llegue él.
Durante la hora que me separaba del momento en el que él
debería llegar, se me cruzó la idea de escaparme tres veces. Pero por
alguna extraña razón no podía hacerlo. Me senté frente al
monumento a los caídos y me quedé mirando a los granaderos. No
podía creer que no se movieran para nada. Me dí vuelta y miré el
reloj, faltaban 5 minutos para las 5 de la tarde. Miré lentamente hacia
los costados y lo vi asomarse desde la cima de las escalinatas. Bajaba
lentamente como si flotara entre nubes de algodón. Todavía no había
logrado verme. Lo miraba y no podía dejar de admirar su belleza, su
piel blanca a la luz del sol y sus rulos moviéndose al ritmo del viento.
A la mitad de las escalinatas, Dante se alertó de que yo estaba abajo y
me sonrió con un gesto de satisfacción. Levantó la mano y la movió
para saludarme.
Cuando terminó de bajar la mano, un sonido proveniente de mi
bolsillo, avisaba el comienzo de una de las experiencias mas tristes
que viví en la vida.
Era mi celular. Mi mamá me estaba llamando. Todo el cuerpo,
de pies a cabeza, me comenzó a temblar. Miré por unos segundos
alternativamente a el teléfono sonando y a la persona mas hermosa
que había conocido, bajar por unas escalinatas un día de sol. Entré en
pánico. La primera situación que se me cruzó por la cabeza; fue que
mi mamá había descubierto todo mi plan y que estaba al tanto de lo
que estaba haciendo. Los ojos alertaban lágrimas y con un nudo en la
garganta, atendí.
—Hola mamá, ¿Qué pasa?— le pregunté tembloroso.
La voz de mi mamá fue devastadora. Se le notaba un profundo
dolor y llanto en lo poco que le podía entender.
— ¡Qué pasa mamá, no me asustes! ¡Mamá! —se me erizó la
piel.
—Hijo, tenés que venir urgente. Se quieren llevar preso a papá.
— ¿Qué? ¡No puede ser! ¿Por qué? ¿Qué hizo? —las lagrimas
me empezaron a brotar y caían formando líneas en las mejillas. No
me importaba el volumen al que hablaba y que las personas que
estaban en la plaza me empezaran a mirar.
—Pablo, vení lo más rápido posible, que te necesito. La policía
está acá todavía.
—¡Ya voy!— le respodí nervioso
Terminé de decir estas palabras y me percaté de la esbelta
figura que estaba a mi lado. Era Dante, que me miraba absorto sin
entender nada. Con el pulso agitado le expliqué la situación a grandes
rasgos y le dije que esto iba a quedar para otro momento. No dijo
muchas palabras, solo dijo «Te entiendo» y eso me bastó para creerlo
un tanto conforme. Le pedí disculpas y salí corriendo hacia la
estación.
Hice un par de metros y me dí vuelta para mirarlo por última
vez. Estaba parado, solo mirándome. Lo observé por unos segundos
como despidiéndolo con una mirada desconsolada. Y él me la
respondió.
Llegué a mi casa y todo era un caos. Había un patrullero en la
puerta y en el living dos policías, con mi papá esposado sentado en
un sillón. Esa imagen me destruyó. Corrí a abrazarlo y lloré, como no
había llorado desde hace mucho tiempo.