halbwachs - la memoria colectiva
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LA MEMORIA COLECTIVA
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LA MEM ORIA C OLECTIVA
Maurice Halbwachs
Traduccin
de Ins
Sancho-Arroyo
f >
Prensas Un ive rs i t a r i a s de Za ragoza
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FICHA CATALOGRFICA
HALBWACHS, Maur i ce
La memoria colectiva / Maurice Halbwachs ; traduccin de Ins Sancho-
Arroyo. Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza
192 p. ; 22 cm . (Clsicos ; 6)
2004
Trad. de: La mmoire collective. Paris : Presses Universitaires de Fran-
ce,
1968
ISBN 84-7733-715-2
1. Psicologa social. 2. Memoria. I. Sancho-Arroyo,
Universitarias de Zaragoza. III. Ttulo. IV. Serie: Clsicos
ras de Zaragoza) ; 6
159.953:316
316.6
Ins, tr.
(Prensas
I I . Prensas
Universita-
No es t permit ida la reproduccin total o parcial de es te l ibro , n i su t ratamiento informtico,
ni la t ransmis in de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrnico, mecnico, por foto
copia, por regis t ro u otros mtodos , n i su prs tamo, alqui ler o cualquier forma de ces in de uso del
ejemplar, s in el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
P resses Univer s i t a i r es de F ran ce , 196 8
D e la ed ic in espao la , P rensas Unive r s i t a r i as de Z ara goza
1 .
a
e d i c i n , 2 0 0 4
I lus t r ac in de l a cub ie r ta : Jos L u is Cano
Colecc in : C ls icos , n . 6
D i r e c t o r d e l a c o l e c c i n : L u i s G e r m n Z u b e r o
E dic in o r ig ina l : La mmoire collective, 2 .
e
d i t i o n
Par s: P res ses Univer s i t a i r es d e F ranc e , 196 8
E di tado por P rensas Univer s i t a r i as de Z aragoza
E di f ic io de Cienc ias Geo lg icas
C / P e d r o C e r b u n a , 1 2
5 0 0 0 9 Z a r a g o z a , E s p a a
Prensas Univer s i t a r i as de Z aragoza es l a ed i to r ia l de l a Univer s idad de Z aragoza , que ed i ta e
i m p r i m e l i b r o s d e s d e s u f u n d a c i n e n 1 5 4 2 .
I m p r e s o e n E s p a a
Im pr im e: L i toc in , S . L .
D . L . : Z - 2 4 2 8 - 2 0 0 4
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PREFACIO
En
sociologa
ocurre lo mismo que en las dems disciplinas: una vez
exploradas
las
regiones
lejanas, se
acerca
a la realidad
concreta
de la existen
cia. El camino que sigue Ma urice Halbwachs partiendo de un anlisis (hoy
clsico)de lasclasessociales para llegara lestudiodelos marcos socialesde la
memoriaes similar al que sigue Marcel Mauss deL'esquisse
d une
thorie
de la magieaTechniques d u corps:lasegunda generacinde laEscuela fran
cesadeSociologava de lolejano a lo cercano.
'
Resulta sorprendente cmo los ltimos anlisis de Maurice Halbwachs,
poco
despus
de su deportacin y
asesinato
a manos de los nazis, abren una
nueva va para el
estudio sociolgico
de la vida diaria; solamente cabe lamen
tar que las
sugerencias
contenidas en
La memoria colectiva,
libro postumo
publicado en 1 950, no hayan fructificado en otras investigaciones. Es cierto
que esta fecha marca en Francia el punto ms
lgido
que alcanz
este
neopo-
sitivismo, cuyos lmites precisaron Pitirim Sorokim y Georges Gurvitch
demostrando el
carcter
ilusorio de un anlisis que toma sus trminos y con
ceptos
de
ciencias ajenas
a su
objeto.
Nadie pone en duda que hoy el
eco
de
este
libro
sea
ms intenso ...
En su obra de 1925,
Les cadres sociaux de la m em oir,
Maurice Halb
wachs se muestra como un durkheimiano
exacto.
Si bien, hablando declases
sociales
y,
pronto, de suicidio,
desborda
el pensamiento del
maestro
de la
Escue
la rancesa su anlisis de la m emoria
se asemeja
directamen te a la inspiracin
1 Cab e aadir tam bin el no m bre de Ro bert Hertz , m uer to en la guerra de 1 914,
cuya Co ntribu tion une tud e sur la reprsentation collective de la mort
{L'anne socio-
logique,
1905-1906) iniciaba un estudio anlogo.
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Prefacio
de las
Formes lmentaires de la vie religieuse.
El autor demuestra aqu que
es
imposible
concebir
el problema del
recuerdo
y de la localizacin de
recuerdos
si no
se
toman
como
punto de
aplicacin los marcos sociales reales
que
sirven
de
puntos de referencia para
esta reconstruccin
que denominamos memoria.
Durkheim , en pginas muy
conocidas
(que aportaron una inmensa
con
tribucin a la
sociologa
del conocimiento), insista vehemen temente en
el hecho
de que los sistemas de
clasificacin social
y mental se asientan siempre
sobre
medios sociales efervescentes. Entonces, esta
idea
no
poda
cobrar
todo su
sig
nificado, del mismo modo que no poda adquirir
su verdadero alcance otrocon
cepto
durkheim iano: el de la
anomia.
2
Para mas precisin,
los contemporneos
retenan de lasugerenciade Durkheim la ideasomerade unarelacin mecni
ca entre lasclasificacionesm entales y lasclasificacionessociales, cuando se tra
taba de unacorrelacin dialcticaentre el dinamismo creadordelosconjuntos
humanos
su efervescenciaylaorganizacinderepresentaciones sencillas
sobreelcosmoso el entorno inerte de lasociedadestudiada.
Seguramente, los trminos de Durkheim se prestaban a la ilusin. El
mismo, durante toda su vida intelectual fue vctima de un vocabulario que
todos sus contemporneos
(incluido
Bergson)
empleaban tambin. Hemos
des
tacado cunto molest
este lenguaje
al fundador de la sociologa francesa en el
conocimiento de su propia investigacin: el
anlisis
de la conciencia
colectiva
(cuya trama presinti como inm anente a las conciencias parciales que la
com
ponen, permeables tinas a otras)
no
poda dar resultado, debido a la imagen
obsoleta
de la
conciencia
en
s,
encerrada
en s misma, que haba
legado
el
intelectualismo aesta generacin depensadores.
3
Sin embargo, por la mismapoca, Husserlpropona una definicin de la
intencionalidad que d ara significado al descubrimiento de Durkheim,
per
mitindole explicar claramente la aperturarecproca de lasconcienciasde los
sujetosy la participacin de loselementos que componen esta totalidad viva,
sin la cual la nocin deconciencia colectiva quedadesprovistadeeficaciaope
rativa. Pero el pensamiento de Husserl no cala en Francia; ni siquieralosele
mentos de la reflexin didctica, e incluso cierto afn marxista, que podan
haber dado lugar a un resultado comparable.
2 Vase, en este sen tido ,
Durkheim
(Presses Universitaires de France).
3 Georges Gurv i tch , La vocation actuelle de la sociologie, vol. II (Presses Universitai
res de France).
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Prefacio
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El
hecho
d e que Durkheim
se
hubiera deb atido durante toda su vida con
tra una frmula que
era contraria
a su actitud
lo
cualpuede
comprobarse sobre
todo en
sus estudios reunidos enSociologie et philoso ph ie)^
que, a falta de una
nueva
conceptualizacin, hubiera
planteado
hiptesis sobre
la
conciencia
colec
tiva y la sociedad
es
un problema que requerira un
largoanlisis.
Al menos, el
maestro lega sus dificultades
a la primera
generacin
de
sus
discpulos...
Pero cuando Maurice Halbwach s comienza a publicar suslibros, sepro
duce un cambio. No slo porque entran en Francia determinados conceptos
operativosnuevos, sinoporque, adems, laexperienciamism a impuso la refle
xin de temas de anlisis que iban a limitar el
vocabulario
fibsfico a una
revisin
generalizada.
Ya
que no
es seguro
que la
existencia
de los problemas
se
confunda con la de un sistema formado por el lenguaje,
sobre
todo en el mbi
to del conocimiento del hombre, donde la conceptualizacin slo cubre en
parte, y de manera aproximada, la riqueza infinita de una experiencia que
nunca fue completamen te dom inada?
El
hecho
de que esta poca estuviera dominada por la reflexin sobre la
memoria y el recuerdo, que el conocimiento
cientfico
y la
creacin
literaria
coincidieran en su afn poralcanzar en las mismas
regiones,experienciacolec
tiva e individual, noes acasoel indicio de quese superlaexpresin concep
tual establecidapor la realidad humana? Si
Proust
Bergson, Henry James,
Conrad Joycee talo Svevo hacen de la remem oracin y delanlisisde las for
mas noreflexivasde la mente un tema fundamental desusinvestigaciones, si
elsurrealismo(cuyo impacto sobre la reflexinfilosfica examin E Alqui)
sita la contingencia, laexploracin onrica y mem orializante en un primer
plano de su ascesis, juega conasociaciones cuyo aparentedesordenparece des
prenderse de una lgica oculta
cuyo psicoanlisis hace
posible la racionaliza
cin,
todo ello contribuye a crear un sinfn de interrogantes en el mismo
sentido: la dilucidacin de la realidad existencial
colectiva
e individual.
As es a pesar de que no se hayaresuelto ninguno delosproblemas fun
damentales del lenguaje filosfico francs. Ya que Bergson, hablando de la
mem oria, sufre, como Durkheim, por la inadecuacin de
los
trminoscient-
4 Pero tam bin es mu y
interesante
saber por qu motivo la experiencia (la experien
cia de los intelectuales) busca en determ inado s m om ent os su verdad en un a identificacin
de la existencia en el lenguaje. Estos cerramientos son los mismos de la experiencia que se
limita y se reduce a sus mnimos.
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Prefacio
fieos a la realidad que se esfuerza en volver a
comprender.
El recurso al len
guaje
literario
(que baca decir a
algunos
que el autor de
M atire et m mo ire
desconfiaba de las ideas) no
es slo
un homenaje a la creacin artstica que
lleg
en aquel
entonces
ms
lejos
en la
investigacin
de los mbitos desconoci
dos de la experiencia, sino tambin un
esfuerzo
por constituir un nuevo voca
bulario.^ Este intento representa, sin embargo, el
esfuerzo
ms
coherente
por
extraer
la
reflexin
de una maquinaria mental desfasada y desbordada por
las
realidades
que
surgen
de una experiencia
que
ya no dom inamos.
As pues,
esta
preocupacin que centra la atencin en la memoria y la
duracinresponde, en
realidad
a una ruptura de l continuidad de
las
socie
dadeseuropeas.
Ruptura de
la guerra
de 1914, que
aleja
un pasado que nunca
haba sido percibido como tal ruptura de losnacionalismos hostiles, que
revelaa quconstruccinarbitrariaseabandona un grupo o una nacincuan
do quierenhacerde su historia una doctrina, ruptura en la vidaeconmica
que acenta la estratificacin y la divisin en clases yhacemssensiblela rela
cin entre la imagen q ue unosehace del hombre y del mundo y el lugar limi
tado que ocupa esta imagen en un conjunto organizado. El privilegio de la
conciencia universal se disuelve, y la etnologa acenta la contingencia de
mentalidades
primitivas
y
cientficas
(apesar de la inocencia de
esta
dico
toma). Es la poca en la que Lukacs postula que existe una subjetividad de
clase, lo cual lleva
consigo
su propia visin del mundo y su propia mem oria,
subjetividad que se convierte en objetividad
absoluta
cuando se trata de una
clase privilegiada
por el lugar eminente que le
concede
el
ilsofo
en la jerar
qua de
los grupos
y una visin carismtica de la historia.
Acaso
no es
tam
bin la primera vez que los
regmenes
po lticos pretenden
llevarse
una imagen
absoluta del hombre, cada vez distinta, pero tambin un sistema de valores,
segn los
cuales
se recomponen e l pasado y el futuro?
Poco
a
poco,llegamos
al
relativismo impresionista de Mari Mannheim, que pierde de vista el
arraigo
social
de las
ideologas
cuya
intensa
plenitud demuestra precisamente.
Estas preocupaciones, que corresponden a la intencin profundamente
sociolgicade nuestra poca,semanifiestan enlostem as de investigacin delos
historiadores socializantes comoMarcBlocho Lucien Febvre, en la m edida en
que dejan su impronta en la evolucin de Ma urice Halbwach s.
5 Es posible que la jerga filosfica haya sido una protesta co ntra la miseria conc ep
tual de la filosofa francesa: las crticas de Yvon Belaval y de J.-F. Revel son pertinentes y
estn bien fundamentadas.
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La topologa legendaria de los
vangiles en Terre sainte
(publicada en
1941) es uno de los testimonios de esta orientacin hacia lo concreto: no se
trata de demostrar cunto va ra la localizacin de
los recuerdos colectivos segn
los
distintos grupos (y
sus relaciones recprocas)
cuando
estos
ltimos
se
ampa
ran en una
representacin colectiva
comn? Bajo la superficie externa, que
recoge
una tradicin
respetuosa
y
naf
se superponen las distintas ca pas de
interpretacin, cada una de las
cuales corresponde
a las
perspectivas reales
que
uno u
otro
grupo (una u
otra secta)
define como
correspondientes
a su lugar en
un tiempo y un espacio. La
historia,
librada del
historicismo,
se une aqu a
la
sociologa
despojada del
sociologismo
de
sus
orgenes...
Los textos incluidos en
La m em oria colectiva
son el
otro
punto de
llega
da de
estainvestigacin.
Su importancia
es
m ayor porque nos incumben toda
va ms. Ello se
debe,
sin lugar a dudas, a que la factura de la obra donde se
renenesms libre que la detodos losdems textos de Ma urice Halbwachs, y
a que est totalmente cargadade intencionalidad literaria, en e l mejor senti
do de la palabra.
El inters del libro
reside sobre
todo en el
hecho
de que, por
oposicin
al
postulado positivista,
se
unen la interpretacin completa y el
anlisis
causal la
comprensin de
los
conjuntos y Lt de
lossignificados.
Si lo analizamos ms de
cerca, lo que se oculta tras
este
anlisis de la m emoria es una definicin del
tieyjpo. Deshecho, este ltimo ya no es el medio
homogneo
y uniforme en el
que sedesarrollan todos los fenmenos (segn una ideapreconcebidaen toda
la reflexin filosfica), sino e l simp le principio de la coordinacin entre ele
mentos que no dependen del pensamiento ontolgicoporque cuestionan regio
nes de la experiencia que no pueden someterse a l. Frente a una visin
platnica del tiempo que
hace
de
ste
la imagen mvil de la eternidad, fren
te a la interpretacin de unespiritualismoanticuado que afirma quelamate
rialidad arroja ennosotros el
olvido,
contra la concepcin hegeliana de un
devenir nico quesostieneuna lgicaracional
6
con Halbwachs, lasociologa
francesa empieza a
desencadenar
las
consecuencias
de la Revolucin iniciada
por Einstein. E l tiempo ya no
es
el
medio
privilegiado y
estable
donde
se
desa
rrollan todos los fenmenos humanos, comparable a lo que era la luz para los
fsicos antiguos.
Podemos
hablar de l como de una categora del entendi
miento fijado de una vez por
todas?
6 Cf. Georges Gu rvitch,
Diakctique et
Sociologie(Flam marion) .
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Prefacio
Maurice Halbwachs evo ca el testimonio, que nicamente tiene sentido
respecto
del conjunto del que forma parte, ya que supone un acontecimiento
real vivido en comn hace tiempoy,por ello,depende del
marco
de
referencia
en el que evolucionan actualmente el grupo y el individuo que presentan dicho
testimonio. Quiere
esto
decir que el
yo
y su duracin
se
sitan en el punto de
encuentro de dos
series
distintas, y en
ocasiones
divergentes: la que
se asocia
a
losaspectos vivosy materiales delrecuerdo y la quereconstruye lo que nica
mente forma parte ya del pasado. Qu
sera
este
yo
si
no
formase parte de
una comunidadafectivade un medioefervescente del que trata dedes
prenderse en el momento en que
se acuerda?
No cabe duda de que la mem oria individual existe, pero est arraigada
encontextosdistintos que la simultaneidad ola contingenciaacercanmomen
tneamente. La
rememoracin
personal
se
sita all donde
se
cruzan las
redes
de lassolidaridadesm ltiples en las queestamos implicados. Nada escapa de
la trama sincrnica de la existencia socialactual y de la combinacin de los
distintos elementos puede
emerger
esta forma que denominamo s
recuerdo
por
que la traducimos as en un idioma.
As
pues,
la conciencia nunca est encerrada en s misma, ni vaca, ni
solitaria. Nos vemos
arrastrados
en mltiples direcciones, como si el
recuerdo
fiera un punto dereferenciaque nos permitiesesituarnosen med io de la varia
cin continua de
los marcos
sociales y de la
experiencia colectiva
histrica. Ello
puede explicar el motivo por el que, en
los periodos
de tranquilidad
o
fijeza
momentnea de las
estructuras
sociales, el
recuerdo
colectivo reviste una
importancia menor que en
los
periodos de tensin o crisis, y en
estos
casos, a
veces, se convierte en m ito.
De todas lasinterferencias colectivas quecorresponden a la vida de los
grupos, el
recuerdo es como
la frontera y el lmite:
se
sita en la
interseccin
de
diversas corrientesdelpensamientocolectivo. Esteesel motivo por el cualnos
cuesta tanto
rememorar acontecimientos
que
slo nos conciernen
a nosotros. En
ta l
caso vemos
que no
se
trata ya de explicitar una
esencia o
una realidad
feno
mnica, sino de comprender una relacindiferencial...
Maurice
Halbwachs
ayuda a situar la aventura
personal de
la memoria, la
sucesin deelementos individuales, la cualresultadelos cambiosqueseprodu
cen en
nuestras relaciones
con
los grupos
con
los
que nos hemos
mezclado
y las
relacionesquese establecen entreestosgrupos.Acaso no dio Proust una descrip-
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cin de
esta investigacin
a un tiempo lcida y
ansiosa,
l que ve
cmo se borran
los recuerdos
m s ntimos (la imagen de suabuela,de su madre o
de
A lbertine)
con tanta inquietud que
carga
de una
emocin presente
la
comprobacinimpl
cita de la distancia que
le separa
de
lo
que
cree
haber perdido?
Pero
su
serhis
trico contradice
al
ser
ntimo al que
traiciona necesariamente
a l
socializarse.
Ah sesita, en Halbwach s, una distincin importante entre la mem oria
histrica, por una parte, quesuponelareconstruccind elasdatos facilitados por
elpresented e la vida social yproyectadaen el pasadoreinventadoy la mem oria
colectiva, por otra parte, querecompone mgicamenteel pasado. Entreestas dos
direcciones
de la
conciencia colectiva
e individual
se desarrollan las
distintas
for
mas de memoria,
las cuales
cambian
segn las intenciones
que enc ierran.
Esto no
significa,
en todo
caso,
que
las mentes estn separadas
unas de otras,
sino que la comb inacin de
los conjuntos colectivos
de
los
que forman parte
estas
mentes define mltiples experiencias del tiempo. Vemos cmo nace aqu una
reflexin queconduceal anlisis, tan importante en el pensamiento deGeorges
Gurvitch, sobre la multiplicidad de tiempos sociales. Tambin concebimos
cmola memoriacolectiva noseconfundeconla historia, cmoestetrmino de
memoria histrica es casi
absurdo, ya que
asocia dos conceptos
que
se
excluyen.
;Lahistorianoeselresultadode unaconstruccincristalizada por un grupo esta
blecidopara defenderse de laerosinpermanente del cambio, mientras que la
mem oria postula el m ovimiento de las perspectivas y su relativismo
recproco?
Dichoesto, los problemasde laduraciny el tiempo no se plantean en los
trminos en los que se basaba el
pensamiento filosfico
tradicional. Cualquiera
u
sea
la dificultad que
tenga
Maurice H albwachs para admitir la pluralidad
re l
de
los tiempos sociales
(aunque adivinaba
su existencia
a
pesar de que su
edu
cacin
le haba
enseado
que
exista
una nicatemporalidad aunque
estuviera
dividida segn la dicotoma
bergsoniana
demasiado simple entre duracin y
espacio),
su
reflexin desemboca
en
este descubrimiento
importante. Segn l
hay
u
distinguir un nmero determinado de
tiempos
colectivos,
tantos como grupos
separados
existan. L a muerte no le permiti ir
ms
all de
esta
observacin.
Sin embargo, si la memo ria
colectiva
no debe nada a la memoria
his
trica
y lo debe todo a la mem oria colectiva,
es
porque
la
primera
se
sita
7 Giles De leuze observ con tin o que , en Proust, el recu erdo era en prim er lugar
una angustia ante aquello qu e se haba perdido y ya no pod a ser revivido, aun que fuera en
imgenes:Proust etlessigneh(Viesses Universitaires de France).
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Prefacio
en lainterseccinentrevarias seriesqueseaproximan por azaropor el enfren-
tamiento de
los
grupos: la mem oria
no
podra ser la
base
de la con ciencia, ya
que no es ms que una de las direcciones, una
perspectiva
posible que~racio-
rializa la' mente. Por lo
tanto,
nos vemos
arrastrados
al estudio de los hechos
humanos ms simples, como
los
que
se
producen en la vida
real
a lo
largo
de
mltiples dramatizaciones donde
se
enfrentan los papeles
reales
e imaginarios,
las
proyecciones
utpicas y las
construcciones
arbitrarias.
A
los cruces
de
los tiempos sociales
donde
se
sita el recuerdo,
responden
los
cruces del
espacio, ya
se trate del espacio
endurecido y
cristalizado en
toda una
parte de s mismos,
los grupos
imitan la. pasividad de la materia
inerte),
ya se
tratedelas extensiones vacas dondelos gruposfijan,provisional odefinitivamen
te ,las acontecimientosquecorrespondenasus relacionesmutuascon otrosgrupos.
Religiones,
actitudes polticas,
organizaciones
administrativas llevan
con
sigo dimensiones temporales histricas) queconstituyen proyecciones hacia
elpasado o el futuro y responden a los dinamismos ms o menosintensosy
acentuados delos gruposhumanos; llevan la m arca pasajera de lareciprocidad
deestasconstrucciones, las murallas delasciudades, las paredes delas casas, las
callesde las ciudades olos paisajes rurales.
Evidentemente, podemos dudar de la eficacia real de la dicotoma de la
memoria
respecto
del
espacio
y de la memoria
respecto
del tiempo, ya que
la distincin entre
duracin
y
espacio
es
escolstica,
tal como ha demos
trado la fsica contem pornea. A l menos, Halbwachs extrae deestadistincin,
como de la queestableceentre lareconstruccin operada por la mem oriahis
trica y lareconstitucin de la memoria colectiva, un partido muy til que
la muerte no le permiti explotar. Llegado a
estepunto,
su pensamiento se
adentraba por una senda que lasociologatodava no haba abierto.
En suestado
actual
este libropostumo entraa una particularidad que
va ms all de lasociologa clsica, ya que en l encontramosloselementos
de una sociologa de la vida cotidiana o, ms concretamente,lospresupues
tos que permitiran al anlisissociolgico exam inar las situacionesconcretas
en las que se encuentra implicado el hombre de cada da en la trama de la
vida colectiva}
8 H en ri Lefebvre esboz un a investigacin de este m ism o tipo en su Critique de la
vie quotidienne.
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Estas
situaciones
no son simples
recortes
de la experiencia: cuestionan los
roles sociales
y animan el dinamismo parcial de los medios efervescentes.
Usurpndole
al tiempo (y ala mem oria)
su
privilegio d e dato inmediato de
la conciencia, despojndolo de su
esencia
platnica, la
sociologa
puede
emprender el anlisis de
hechos
humanos abandonados hasta
entonces
a la lite
ratura.
Tras
haber
reducido
durante tanto tiempo lo
heterogneo
a lo homo
gneo,
se permite examinar la
especificidad
del enm eno existencial ta l
como
se
entiende, en la red de mltiples
significados
q ue tan pronto
recortan
las cla
sificaciones
establecidas
como
corresponden
a las mutaciones profundas que
trastocan,
de
forma abierta o no, las
sociedades
modernas. Dicha
sociologa
vera cmo
se
abre ante s un campo vasto, el mismo que
exploraba
al azar la
literatura delsiglopasado. No podra conformarse con losproblemas abs
tractos, sino que debera dar respuesta a los interrogantesreales del hombre
vivo, tal comoes , y no reflejado en doctrinas o ideologas. Y quizs, de este
modo,lasociologaencuentre una nuevavocacinsin tratar ya detrasponer
lo individual a lo colectivo, sino de saber por
qu
en med io de la trama colec
tiva de la existencia, surgey seimpone la individua lizacin...
Jean DUVIGNAUD
Catedrtico de la Facultad de Letras
y Ciencias humanas de Orlans-Tours
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INTRODUCCIN
MAURICE HALBWACHS (1877-1945)
Fue un nio formal y
serio,
de familia universitaria, que lea a Julio
Verne
con un atlas; un estudiante normal hasta que, en el Instituto
Henri-IV
se convirti en alumno de Bergson. Deslumhrado por
su
personalidad yexal
tado
por la
revelacin
de la filosofa,
enseguida descubri
su vocacin. Y desde
entonces
desde los veinte aos
tras un
aspecto discreto
de cortesa y silen
cio,
encarn, por su parte, a esta
especie
humana a la vez
respetada
ycontes
tada que es el filsofo: aqul para quien la primera preocupacin es el
pensamiento. Sus am igos y l mismo sonrean ante sus frecuentes distracciones;
era porqueestaba siempre ocupado conalguna investigacin exclusiva, e inclu
sotirnica. No esquese encerraseen s mismo ni quese centraseen el
interior
l que tanto discuti la posibilidad de queexistiese un pensamiento puramen
te individual. Al con trario,siempre conciliola m editacin con una curiosidad
casiuniversa l: ya en el instituto y laescuelatrabajsobre Stendhal, Rembrandt
y m s a m enudo sobre Leibniz; analiz el entramado
social
y poltico, con
Pguy , y con Lucien Herr y Jaures. Este trabajador incansable, a lo largo de
to
su vida, supo sacar tiempo para
todo,
para su familia, para
hacer
gran
des viajes, para el arte y la poltica, incluso a
veces
para el mundo, y tambin
p r los compromisos sociales
que
le
impusieron, en
los
ltimos
aos de su
vida,
la magnitud de su
obra
y la amplitud de suactividad ms que su ambicin.
'
1 Desde 1932 fue correspondiente de
la
Academia de Ciencias Morales y Polticas.
Desde1935, miembro del Instituto Internacional de Estadstica. Desde 1938, presidente
tlInstituto Francs de Sociologa. Desde1943,vicepresidente de la SociedaddePsicolo
ga. En Ginebra fue miembro del B. I. T. (Oficina Internacional del Trabajo); en 1936,
-
8/11/2019 Halbwachs - La Memoria Colectiva
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18
Introduccin. Maurice Halbwach s (1877-1945)
Pero
por muy eficaz que fuera su contribucin y por muy valiosa que fuera
su presencia
benvola,
se
notaba que
slo
se
prestaba
a
asuntos
temporales,que su
reflexinseguasiendoloprincipal y que lo mantena todo y a todosal
mar
gen de laobservacin desinteresaday la valoracin.
Si biensiempre reconoci loqueledeba a Bergson, se plant tambincon
tra lenunefusivo movimiento de defensa. Pretendaserms erudito quefil
sofo.
Tras superar
el examen de
oposicin
mientras trabajaba
sobre losIndits
de Leibniz
que le
supuso
una
estancia
de un ao en Hannover en 1904
se
preparaba
para romper
con
su formacin filosfica y, tal vez, con su disposi
cin
para la metafsica.
Tras
reflexionar y
deliberar
decidi
dedicarse
a lo que
Comte denominaba la
ciencia
ltima, aquella en la que el
objeto es
lo ms
complejo, un lugar de
encuentro entre
lo mecnico y
lo
orgnico, por una parte,
y lo consciente, por otra. Fue a
ver
a Durkheim, al que an n o
conoca;
poster
gando la enseanza de la filosofa en el instituto, vivi precariamente en Pars
gracias
a una
beca
de estudios y volvi a la vida de estudiante.
Hizo
derecho,
aprendieconoma poltica,practic las matemticas. Quizs
esesta constante ansia denuevos conocimientos lo que hizo que su mentalidad
fuerasiempretanjoven. Tam bin es porqueera conscientedetenerque
abrir
por
suparte, elcaminoa una ciencia joven donde,segn lmismodice: nohay un
caminoreal; de ah, que ponga unacento algocombativo a veces, caracterstico
dequienestienen queconstruire lmtodoa la vez quedescubren elobjetode su
ciencia,como los bilogosdelsigloXIX.Durkheim y Simiand
su
amigo,
y alque
ms admir de
todos los socilogosfueron sus
guas;
pero enseguida se
abri
su
propio camino, a igual
distancia
de lo que
consideraba demasiado dogmtico
en
el primero y
demasiado emprico
en
el
segundo. Su metodologa y por
decirlo
de
algn
modo,
su doctrina,
solamente
se pueden
buscar
en
sus
libros, en
sus
clases y
en sus
numerosos artculos sobre
los temas ms variados. Nunca las distingui
explcitamente
de
las de la Escuelarancesa,
ya
que siempre estaba
a nsioso por rea
lizar
nuevos
trabajos, y retenido por una
especie
de despreocupacin por s
m ismo,
por
sumodestia,
que fue una de
las virtudes
de su
corazn
y de su mente.
1936, delegado de la Conferencia de Estadst icos del Trabajo; y en 1937, miembro de la
Sociedad de Naciones como experto del comit mixto sobre la al imentacin de los tra
bajadores, etc.
En 1944, unos meses antes de su deportacin, acababa de set nombrado catedr
tico de Psicologa social en el Collge de France.
-
8/11/2019 Halbwachs - La Memoria Colectiva
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Introduccin. Maurice Halbwach s (1877-1945)
19
Por lo
tanto,
si quisiramos encontrar la historia de
su
pensamiento
-y
no
es
cuestin de
hacerlo
en una nota tan breve
habra que
seguir
antes de
nada en
su
primera obra:
Les expropriations et le prix des terrains Paris
de 1860 a 1900
(en forma
1
- de
tesis
de derecho publicada en
1909), losinten
tos de aprendizaje, mientras que como nefito en la
ciencia,
pretende
basarse
casienexclusivaen la forma deexperienciaque le parece la principal ensocio
loga: la estadstica. Le vemos extremarlas precauciones contra las extrapo
lacionesdemasiadoapresuradase incluso las hiptesis. Sabemosquepronto se
convirti en un maestroen estadstica, que hasta el finalla prcticoconabso
luto convencimiento y que precis, discuti y profundiz en sus leyes. Cabe
citar en 1913, la
Thorie de
l homme
moyen, Essai sur Quetelet et la sta-
tistique morale;
en 1924 (encolaboracin conFrchet),
Calcul des pro bab i-
lits la portee de
tous ; en 1923, su contribucin al tomo VII de la
Encyclopdie francaise: l espcehum aine , le point de vue du n om bre ,
etc.
Perohabra quedemostrar sobretodo cmoenseguidalaestadsticano fue
paral cada vez en m ayor medida, m s que unmediopararecopilarm edian
tecifrasuna materia socialpara la reflexin; materiacomo rastrodirecto y cuan-
tificado inmediatamente de
los acontecimientos
sociales, pero que no dice nada,
nomasque la naturaleza. E n 1913, ensus dos tesisdedoctoradodeletras
que
compusoa la vez queenseabaenlos liceosde Reimsy Tours
se asegurade que
elhechosocial aunque puede medirse por una parte, noesexterior para el eru
dito ni es
exterior
para los hombres que lo
viven.
D esde entonces, el problema
mismo de la
conciencia
social
es
decir para
l
de la
conciencia
a secas,
es
el que
domin, orient y unific
todas sus
investigaciones. En 1938, en su
breve
trata
do
Morphologie sociale
(Colin) escribi:
Comprendamos
bien que las formas
materiales
de la
sociedad
actan
sobre
ella , no en virtud
de
una limitacin fsi
ca
como
la de un
cuerpo
que acta
sobreotro,sino
por la
conciencia
que toma
mos
de ella, como
miembros
de un
grupo
que perciben su volumen, su
estructura
fsica y
sus
movim ientos en el espacio. He aqu un tipo de pensamiento o percep
cin
colectiva que
podramos denominar un
dato inmediato de la conciencia
social,
que
es
determinante para
todos las
dems y que no ha
sido suficientemente
percibido
por
los propiossocilogos.
Datos
inmediatos
que no se
desprenden
de la intuicinbergsoniana ni de n inguna psicologa y que no se pueden arrin
conar
tampoco
en el inconsciente; la
tarea
del socilogo, por una
exposicin
que
2
La obra profun dam ente retocada volvi a publicarse en 1928 bajo el
t tulo: La
poptUation etles tracesde voies a P aris depuis cent ans.
-
8/11/2019 Halbwachs - La Memoria Colectiva
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2
Introduccin. Maurice Halbwachs (1877-1945)
podemos denominar perfectamente fenomenologa,es hacerq ue pasen alestado
de
nociones
claras y diferenciadas. Ma urice
Halbwachs
consigu i, a fin de
cuen
tas,dominar odespreciarlos falsos problemasontolgicosque oponen al indivi
duo y a la sociedad al igual que
los
verdaderos
fenomenologistas supieron
alejar
el
falso
problema del
realismo
y el idealismo. La
sociologa
es ,para
l
el
anlisis
de la
conciencia segn se descubre dentro
de la sociedady
segn es
descubierta por
ella, y esla descripcin de esta sociedad concreta, esdecir de las condiciones
idioma, orden, instituciones,
presencias
y
tradiciones
humanas
que hacen
posible la
conciencia
de cada uno. No
podemos pensar
nada,
no podemospen
sarnos
a
nosotros mismos
sino a
travs
de
los
dem s y para
los
dems, y a condi
cin de
este acuerdo sustancial
que, a
travs
de lo colectivo,
persigue
lo universal
y
distingue,
tal
como
insisti
repetidamenteHalbwachs,elsueo
de la
realidad
la
locura
individual
de
la razan comn. Durkheim
trae
la razn de la
sociedad
y H albwachs demuestra que la razn
es
el
resultado
de esta forma humana que
realizay animasola constantementelaexistencia
social.
As, aunque la sociedad depende en gran medida d e
condiciones
natura
les,es bsicamente conciencia; en e lla se mezclan y entremezclan las
causas
y
los fines. Supo dar a sus anlisis el sentimiento de opacidad y potenciaenvol
vente del entramado social tal com o nos los hacen sentir Com te y, ms an,
Balzac, al que siem pre ley confervor. Por
esta
razn, se esforz en combinar
siempre el mtodo objetivo del
cientfico
y el mtodo reflexivo del filsofo.
En 1913, en
su
gran
tesis:La classe ouvrire et les nivea ux de vie,
apar
tir de una
encuesta sobre
los
presupuestos
obreros,
se encuentra
ante el problema
de las
clases
sociales, y
reflexionando sobre su
propia
experiencia
vivida, anali
zando la diversidad de comp ortamientos, tendencias,
sentimientos
por
los
que
nos
clasificamos nosotros mismos
y
clasificamos
a
los
dems, en la famosa esca
la social form la idea, magistral sin duda, de queel
hombre se
caracterizafun
damentalmente por su grado de
integracin
en el entramado de las
relaciones
sociales. Una idea
es ,
tanto para el erudito
como
para el filsofo, el camino
indispensable
del
descubrimiento.
Nos
lo
dice
expresamente:
La mayora de
las
ideas que atraviesan
nuestro
pensamiento, no se
reduce
al sentimiento, ms o
menos
preciso, de que si
quisiramos
podramos analizar su
contenido? Pero
rara vezllegamoshasta el final deestos anlisis?Ellibroenteroconstituyeun
3 Cadres sociaux de la mm oire, p . 226.
-
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Introduccin. Maurice Halbwach s (1877-1945)
21
ejemplo de anlisisperseguidocon obstinacin, que al final queda abierto. Nos
hace ver a
los obreros aislados
rente
a la materia
y,
por ende, como desintegra
dos
de lasociedad:
La sociedad
ha sabido fabricar herramientas para manejar
herramientas, situando fuera de s misma a toda un a
clase
de
hombres
dedica
dos al trabajo material. Si el ideal puede definirse como la vida social ms
intensa, la palabra de
clases superiores
adquiere todo su sentido. El problema
es,en el
caso
de
los
obreros,
acceder
en la
esfera
del
consumo
a una vida
social
bastante
complicada
e intensa,
participar en todas las necesidades nacidas
en
los
grupos,
crearse relaciones originales con los
dem s m iembros de las peque
as sociedades, de tal modo que
no
puedan
deshacerse
de toda
su
personali
dad cuando vayan a las
lugares
de trabajo. As, cuanto ms nos
acercamos
a
la
realidad
mejor
vemos
que la
sociedad lejos
de uniformizar a
los
individuos,
losdistingue: a medida quelos hombresm ultiplicansusrelaciones... cada uno
deellos toma msconcienciade su individualidad.
Tras
la ruptura de 1914-1918 (durante
la
guerra, Halbwachs
ense
en el
liceo
de Nancy
hasta
que la ciudad bom bardeada fue
evacuada,
y
despus
traba
j junto con su gran
amigo
Albert T homas en la
reorganizacin
de la industria
de guerra) se embarc
en la
enseanza
superior.
Primero en la
Facultad de
Caen
y,
de 1919 a 1935, en la
de
Estrasburgo, y finalmente en la
Sorbona,pudo, cum
pliendo el
deseo
de
sujuventud
asimilar casi por
completo sus clases
a
sus
inves
tigaciones personales.
Durante veinticinco aos, a travs de sus m ltiples e
incesantesactividades,entre lasquecabe destacar en1930 uncursoimpartido en
la Universidad deChicago, le vemosperseguirel mismo problema d e la conc ien
ciasocial aclarndolomediantetodos sus estudios anejosy profundizandoen esta
nocin. Si losocial se confundeconlo consciente, debeconfundirse tambin con
la
rememoracin
en
todas
sus formas. M ateria y
sociedad se
oponen; sociedad y
conciencia, y personalidadseimplican; por lotanto, con mayor
razn,
sociedad
y memoria. Retomando las trminos de Leibniz,
Materia est mens moment
nea, comprendi
que el
obrero representa
a la mente presa en la m ateria,
inmo
vilizada en
el presente perpetuo
del
gesto simplificado
y montono del
trabajo
mecanizado,
o,
por antfrasis, racionalizada.
Les cadres sociaux de la mm oire,
publicados
en 1925,
se
sitan,
como podemos
ver en el
centro
de su obra y
cons
tituyen sin duda la porcin ms duradera. En ninguna parte
se
ha
visto
ningn
observador
m s
i l
de la vida
social
co ncreta y cotidiana, en ninguna parte
se
ha
4 Por ejemplo, en 1930, Lescausesdu suicide; en 1942,L a topographie lgendaire des
Evangiles en
Terre
sainte,
etc.
-
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22
Introduccin. Maurice Halbtuachs (1877-1945)
visto analistams penetrante,llegandoaveces hastala sutileza; cuan doreleemos
todo lo que
escribi sobre
la nobleza, la
propiedad
la
relacin entre
generaciones,
la funcin delos ancianos como guardiasdel pasado, el papel delos nombresde
pila en el idioma ylas relacioneshumanas. Nadie hacomprendido ni ha dado a
entender
mejor
la con tinuidad
social la
idea rectora,
segn
Comte),
es
decir
este
encadenamiento
temporal propio de la
conciencia
com n, que, en forma de tra
dicin
y
culto
al pasado, de previsiones y proyectos, condiciona y suscita, en cada
sociedad el
orden
y el
progreso
humanos. A
pesar
de alguna
expresin
equvoca,
nos hace comprender profundamente que no
es
el propio individuo ni ninguna
entidad
social
la querecuerda,sino que
nadie
puede
acordarse efectivamente
de
que, en lasociedad la
presencia
o la
evocacin
y por
lotanto,
mediante el
soco
rro de
los
dems o de sus obras,
nuestros primeros recuerdosy,
por lo
tanto,
la
trama de
todos los
dems
los
trae y mantiene
seguramente
la familia. Un
hom
bre
q ue
recuerda slo aquello
que
los
dem s no
recuerdan
se
parece
a
alguien
que
ve lo que
los dems
no
ven(p.
228 de la
versin francesa).
El texto aqu publicado, extrado de los papeles que dej Halbwach s, nos
ofrece
los fragmentos de la gran obra que pretenda
elaborar
con el tiempo, lo
que confirma bastante que las
relaciones
de la memoria y de la sociedad
se
haban convertido efectivamente en el
centro
y el trmino de
su
pensam iento.
Esta obra fue perseguida a
travs
de la tormenta de la ltima
guerra
que afec
t a
los suyos
con tanta
insistencia
y
crueldad.
En julio de 1944, qued rota
por la brutal
tragedia
que
conocemos:
su
arresto
por la Gestapo, tras el
arresto
de uno de sus hijos, y en marzo de 1945, su muerte en el campo de B uchen-
wald.
Evocando el
recuerdo
de Frdric
Rauh,
5
que fue su m aestro durante
variosmesesy que se convirti en su amigo, deca que la mayor virtud del
filsofo
es
quizs su intrepidez intelectual. Esta virtud implicaba, para Ma u
riceHalbwachs, eldesprecio de las habilidades y la indiferencia ante losardi
des de la vida social.Es la parte socrtica que hay a todas luces en todos
losverdaderos servidoresde la mente. Podr parecersimblicoque uno de los
hombres que msseem pe en definir la nocin de hombrecomo personadis
tinta de las cosas, lo cualsuponela condena radical de la herramienta huma
na, del material humano, sufriera el infierno de un campo de concentracin
donde tanto la
sociedad como
el individuo se ven
negados
y anulados.
J. Michel ALEXANDRE
5 Sesin de la Sociedad de Filosofa de 24 de febrero de 1934.
-
8/11/2019 Halbwachs - La Memoria Colectiva
22/191
NOTA A LA SEGUNDA ED ICIN
La primera edicin de 1950 contena exclusivamente los cuatro cap
tulos manuscritos hallados entre los papeles de Maurice Halbwachs, bajo
el ttulo:
La mmoire colective.
Salvo algunos pasajes demasiado inacaba
dos especificaba la nota (y cuyo corte se seala me dia nte pu nto s sus
pensivos), el manuscrito ha sido reproducido ntegramente. Los ttulos de
los captulos fueron elegidos por el autor; los editores nicamente han aa
dido los subttulos.
En 194 9, hace casi veinte aos, no se consider p ertin ente introd ucir
en el libro un artculo publicado en vida por Maurice Halbwachs en la
Revue philosophique
(1939, n .
os
3-4): La mmoire collective chez les
musiciens, aunque se plante, como una mera posibilidad, hacer de este
artculo el primer captulo de la obra. Jean Duvignaud cree hoy que este
anlisis de la memoria musical parece confirmar los puntos de vista que l
mismo formul en su Prefacio, sobre la evolucin del pensamiento de
Maurice Halbwachs y su orientacin hacia lo concreto. Por lo tanto, se
ha opta do por a ad ir el artculo al libro, pero para no mod ificar la estruc
tura de este ltimo, ha sido incluido como anexo. Se ha efectuado otro
aadido: el de la Introduccin biogrfica, escrita en 1948 por J. Michel
Alexandre, que nicamente se public en
L'anne
sociologique (3 .
a
serie,
1940-1948) , donde la obra fue publ icada de manera p r io r i t a r i a por
G. Gurvitch, con el ttulo
Mmoire et
socit.
J. M. A.
-
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CAPTULO I
MEMORIA COLECTIVA
Y MEM ORIA INDIVIDUAL
Confrontaciones
Recurrimos a los testimonios, para fortalecer o invalidar, pero tam
bin para completar lo que sabemos acerca de un acontecimiento del que
estamos informados de algn modo, cuando, s in embargo, no conocemos
bien m uch as de las circunstancias q ue lo rodea n. Ah ora b ien, el prim er tes
t igo al que s iempre podemos recurrir somos nosotros mismos. Cuando
una persona dice: no puedo creer lo que estoy viendo, siente que tiene
dentro de s misma a dos seres: un ser sensible que es como un testigo que
acaba de declarar sobre lo que ha visto, frente al yo que no ha visto real
mente, pero que quizs vio en otra ocasin, y, quizs tambin, se ha forja
do una opinin basndose en los testimonios de los dems. As, cuando
volvemos a una ciudad donde hemos estado anteriormente, lo que perci
bimos nos ayuda a recomponer un cuadro del que habamos olvidado
muchas partes. Si bien lo que vemos hoy se sita en el contexto de nues
tros recuerdos antiguos, estos recuerdos se adaptan, sin embargo, al con
junto de nuestras percepciones actuales . Todo sucede como si
confrontsemos diversos testimonios. Como en lo bsico concuerdan, aun
con algunas divergencias, podemos reconstruir un conjunto de recuerdos
con el fin de reconocerlo.
-
8/11/2019 Halbwachs - La Memoria Colectiva
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26
Memoria
colectiva
y mem oria individual
Efectivamente, si nuestra impresin puede basarse, no slo en nuestro
recuerdo, sino tambin en los de los dems, nuestra confianza en la exacti
tud de nuestro recuerdo ser mayor, como si reiniciase una misma expe
riencia no slo la misma persona sino varias. Cuando vemos a un amigo del
qu e la vida nos ha separad o, al princ ipio, al retomar el con tacto con l, sen
timos cierta pena. Pero enseguida, despus de evocar juntos diversas cir
cunstancias de las que se acuerda cada uno, que no son las mismas a pesar
de referirse a los mismos hechos, en general, no conseguimos pensar en
ellas y recordarlas en comn, y los hechos pasados no adquieren ms relie
ve,
no creemos revivirlas con m s fuerza, po rque ya no som os los nicos q ue
se los imaginan, y porqu e las vemo s ahora, como las vimos en su m om en
to ,c uan do las veamos, a la vez qu e con nuestros ojos, con los de otro?
Pero nuestros recuerdos siguen siendo colectivos, y son los dems
quienes nos los recuerdan, a pesar de que se trata de hechos en los que
hemos estado implicados nosotros solos, y objetos que hemos visto noso
tros solos. Esto se debe a que en realidad nunca estamos solos. No hace
falta que haya otros hombres que se distingan materialmente de nosotros,
ya que llevamos siemp re con nosotros y en nosotros una dete rm inad a can
tidad de personas qu e no se confu nde n. Llego por prim era vez a Londres,
y doy varios paseos por la ciudad, una vez con un aco m pa ante y otras con
otro.
Unas veces voy con un arquitecto, que llama mi atencin sobre los
edificios, sus proporciones o su disposicin. Otras veces, voy con un his
toriador: aprendo que esta calle ha sido trazada en tal poca, que esta casa
vio nacer a un hombre famoso, que aqu y all han sucedido aconteci
m ientos im porta ntes. C o n un p intor, m e fijo en las tonalidade s de los par
ques,la lnea de los palacios, de las iglesias, los juegos de luces y la sombra
de los muros y las fachadas de Westminster, la catedral de San Pablo, el
Tmesis. . . Un comerciante, un hombre de negocios me lleva por las vas
ms pop ulosas de la ciudad, m e detiene a nte las tiendas, libreras, grandes
almacenes. . . Pero aunque no camine junto a alguien, basta con que haya
ledo descripciones de la ciudad, todas ellas realizadas desde distintos pun
tos de vista, que me hayan aconsejado ver determinados aspectos, o sim
plemente, que haya estudiado el plano. Supongamos que pasee solo. Se
dira que, de este paseo, solamente puedo guardar recuerdos individuales,
que fueran slo mos? Sin embargo, nicamente me pase solo en apa
riencia. Pasando delante de Westminster, pens en lo que me haba dicho
mi amigo historiador (o, lo que viene a ser lo mismo, lo que haba ledo
-
8/11/2019 Halbwachs - La Memoria Colectiva
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Elolvidopor desvinculacin de un grupo
27
en un libro de historia). Atravesando un puente, me fij en el efecto de
perspectiva que me haba indicado mi amigo pintor (o que me haba lla
mado la atencin en un cuadro o un grabado). Me orient, remitindome
con el pensamiento a mi plano. La primera vez que estuve en Londres,
ante Saint-Paul o Mansion-House, en el Strand, en los alrededores de la
Co urt 's of Law, m uch as impresiones m e recordab an las novelas de Dickens
qu e le du ran te m i infancia: as que paseaba por ah con D ickens. En todos
estos momentos, en todas estas circunstancias, no puedo decir que estu
viera solo ni que reflexionase solo, ya que me colocaba con el pensamien
to dentro de uno u otro grupo, el que formaba con el arquitecto y, aparte
de l, con aquellos que eran slo mi intrprete, o con el pintor (y su
grupo), con el gemetra que haba trazado este plano o con un novelista.
Otros hombres tuvieron estos recuerdos en comn conmigo. Es ms, me
ayudan a acordarme de estos momentos: para recordarlos mejor, me fijo
en el los , adopto momentneamente su punto de vis ta , me adentro en su
grupo, del que sigo formando parte, ya que todava siento el impulso y
encuentro en m muchas ideas y formas de pensar que no habra aprendi
do solo, y gracias a las cuales sigo en contacto con ellos.
El olvido por desvinculacin de un grupo
Para confirmar y rememorar un recuerdo, no hacen falta testigos en
el sentido co m n del trm ino , es decir, individu os presentes en una forma
material y sensible.
De hecho, no seran suficientes. Sucede que una o varias personas, reu
niendo sus recuerdos, pueden describir con gran exactitud hechos u objetos
que
hem os visto a la vez qu e ellas, e incluso reco nstru ir tod a la serie de nue s-
nosactos y palabras que pronunciamos en circunstancias definidas, sin que
nosotros recordem os na da de tod o ello. Es, por ejem plo, el caso de un hecho
cuya
realidad no es discutible. Nos aportan las pruebas certeras de que se
produjo
tal acontecimiento, de que estbamos presentes y que participamos
activamente
Sin em bargo , esta escena nos resulta extraa, co m o si fuera un a
persona distinta de nosotros la que hubiera desempeado nuestro papel.
Pira
retom ar un ejemplo al que nos hemos enfrentado, en nuestra vida hu bo
on determinado nmero de acontecimientos que es imposible que no se
-
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28
Memoria colectivay m emoria individual
produjeran. Seguro que hubo un da en que fui por primera vez al institu
to ,
un da en que entr por primera vez en una clase, en primero, en segun
do de bachillerato, etc. Sin embargo, aunque podamos localizar este hecho
en el tiem po y en el espacio, incluso aun qu e m is padres y amigos me lo con
tasen con pelos y seales, me encuentro ante un dato abstracto al que me
resulta imposible asociar ningn recuerdo vivo: no me acuerdo de nada. Y
no reconozco tampoco el lugar por el que pas sin duda una o varias veces,
la persona a la que seguram ente cono c. Y, sin e m bargo , ah estn los testi
gos.
Es qu e su papel es totalme nte accesorio y com plem entario, qu e m e sir
ven sin duda para precisar y completar mis recuerdos, a condicin de que
stos reaparezcan antes, es decir, que estn conservados en mi mente? Pero
nada de esto debe extraarnos. No basta con que haya asistido o participa
do en una escena de la que otros hombres eran espectadores o actores, para
que, ms tarde, cuando la evoquen ante m, cuando recompongan pieza a
pieza la imagen en m i m en te, de repe nte esta construccin artificial se anim e
y tome la forma de algo vivo, y que la imagen se transforme en recuerdo.
Muchas veces, es cierto que estas imgenes que nos impone nuestro entor
no modifican la impresin que hayamo s podid o conservar de un he cho a nti
guo o de una persona que conociramos en el pasado. Es posible que estas
imgenes reproduzcan de manera inexacta el pasado, y que el elemento o la
parcela del recuerdo, qu e antes se encon traba en nuestra m ente , las expresen
de m anera ms exacta: a los recuerdos reales se aade as una m asa c om pac
ta de recuerdos ficticios. En cambio, es posible que los testimonios de los
dems sean exactos y que corrijan y reparen nuestro recuerdo, a la vez que
se incorp oran a l. En un o y otro caso, si las imgenes se funden de m ane ra
tan estrecha con los recuerdos, y si parecen adoptar su sustancia, es porque
nuestra m emo ria no era como una tabla rasa, y porque no s sentamos capa
ces,por nuestras propias fuerzas, de percibir ah, como en un espejo borro
so, algunos rasgos y contornos (quizs ilusorios) que nos reflejaban la
imagen del pasado. Del mismo modo que hay que introducir un germen en
un medio saturado para que cristalice, en este conjunto de testimonios aje
nos a nosotros, hay que aportar una especie de semilla de la rememoracin,
para qu e arraigue en u na masa con sistente de recuerdos. Si, en cam bio , esta
escena parece no haber dejado, como suele decirse, ni rastro en nuestra
memoria, es decir, si debido a la ausencia de estos testigos nos sentimos
totalm ente incapaces de recon struir cualquier p arte, quienes nos la describan
podrn reconstruir una imagen viva, pero nunca ser un recuerdo.
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El
olvido
por desvinculacin de un grupo
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Cu an do decimos que u n testimo nio no nos recordar nada si no qu eda
en nuestra mente algn rastro del hecho pasado que tratemos de evocar, no
queremos decir que el recuerdo o alguna de sus partes haya tenido que sub
sistir igual en nosotros, sino que, desde el momento en que nosotros y los
testigos formemos parte de un mismo grupo y pensemos en comn en
determinados aspectos, seguimos en contacto con dicho grupo, y somos
capaces de identificarnos con l y confundir nuestro pasado con el suyo.
Cabra decir, del mismo modo: desde ese momento, no tenemos que haber
perdido en absoluto la costumbre ni el poder de pensar y acordarnos como
miem bros de un grupo del que dicho testigo y nosotros mismos formam os
parte, es decir, utilizando todas las nociones com unes a sus miem bros. Pon
gamos por caso a un profesor que ense durante diez o quince aos en un
instituto. Se encuentra con uno de sus antiguos alumnos y apenas lo reco
noce. Este le habla de sus compaeros de entonces. Recuerda los sitios que
ocupaban en los distintos bancos de la clase. Evoca muchos acontecimien
tos de tipo escolar que se produ jeron en esa clase, dur an te ese curso, los bu e
nos resultados d e uno s y otro s, las extravagancias y distracciones de o tros, las
partes de la clase, las explicaciones que llamaron la atencin de los alumnos
o qu e les interesaron especialmente. Ahora bien, es m uy posible que el pro
fesor no guarde ningn recuerdo de todo ello. Sin embargo, su alumno no
se equivoca. Seguro, por otra parte, que durante aquel curso, durante todos
los das, el profesor tu vo m uy en m ente el cuadro qu e le presentaba el con
jun to de alum no s, as com o la fisionoma de cada un o de ellos, y todos aque
llos acontecimientos o incidentes que modifican, aceleran, rompen o
ralentizan el ritmo de la vida de la clase, y hacen que sta tenga una histo
ria. Cmo ha olvidado todo esto? Y cmo es que aparte de unas pocas
reminiscencias bastante vagas, las palabras de su antiguo alumno no des
piertan en su memoria ningn eco del pasado? Todo se debe a que el grupo
que conform a un a clase es en esencia efmero, al m eno s si tene m os en cuen
ta que la clase incluye al profesor a la vez que a los alum no s, y no es el mism o
cuando los alumnos, incluso los mismos quizs, pasan de una clase a otra y
se encuentran en otros bancos. Una vez terminado el curso, los alumnos se
dispersan, y esta clase definida y concreta no volver a formarse nunca. De
todos modos, conviene distinguir. Para los alumnos, vivir todava algn
tiempo; al menos, tendrn muchas veces la ocasin de pensar en l y recor
darlo. Como tienen ms o menos la misma edad, y pertenecen quizs a
entornos sociales parecidos, no olvidarn que han estado unidos bajo el
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3
Memoria colectiva y mem oria individual
mismo profesor. Las nociones que ste les haya comunicado llevan su hue
lla: muchas veces, cuando vuelvan a pensar en ello, a travs de esta nocin y
ms all de ella, percibirn al profesor que se la ha enseado, y a sus com
paeros de clase que la recibieron a la vez que ellos. En el caso del maestro,
ser tota lm en te d istinto. C ua nd o estaba en su clase, ejerca su funcin: aho ra
bien , el aspecto tcnico de su actividad n o guarda relacin con una clase ms
que con otra. De hecho, mientras un profesor vuelve a dar de un ao a otro
la misma clase, cada uno de estos cursos de enseanza no se opone tan cla
ramente a todos los dems como se distinguen para los alumnos cada uno
de los cursos escolares. Su enseanza, sus exhortaciones, sus reprimendas, e
incluso sus muestras de simpata por un o u ot ro, sus gestos, su acento, inclu
so sus bromas, son nuevos para los alumnos, pero para l no son ms que
un a serie de actos y formas de ser habituales, norm ales en su profesin. N ad a
de esto puede formar un conjunto de recuerdos que se asocien a una clase
ms que a otra. No existe ningn grupo duradero, del que el profesor siga
formando parte, en el que haya tenido ocasin de volver a pensar, y desde
cuyo pu n to de vista pueda volver a colocarse, para recordar con l el pasado.
Pero sucede lo mismo con todos los casos en que otros reconstruyen
por nosotros hechos que hemos vivido con ellos, sin que tengamos la sen
sacin del
deja vu.
Entre estos hechos, quienes han estado implicados y
nosotros mismos, hay discontinuidad, ya no slo porque el grupo dentro
del cual los percibamos entonces ya no existe materialmente, sino tam
bin porque ya no hemos pensado en l , y no tenemos ningn modo de
recon struir su imag en. C ada u no de los m iem bros d e esta sociedad se defi
na ante nosotros por el lugar que ocupaba entre los dems, y no por sus
relaciones con otros entornos, que nosotros ignorbamos. Todos los
recuerdos que podan nacer en el interior de la clase se basaban unos en
otros y no en recuerdos exteriores. La duracin de dicha memoria se limi
taba a la fuerza, por lo tanto, a la duracin del grupo. Ahora bien, si sigue
hab iendo test igos, por ejemplo, antiguos alum nos qu e recuerdan y pued en
trata r de reco rdarle a su profesor aq uello d e lo qu e l no se acuerda , es po r
que dentro de la clase, con algunos compaeros, o bien fuera de la clase,
con sus padres, formaban pequeas comunidades ms estrechas, o en todo
caso ms duraderas, y porque los acontecimientos de la clase interesaban
tambin a estas sociedades ms reducidas, tenan su repercusin en ellas y
dejaban marca. Pero el profesor estaba al margen, o al menos, si los miem
bros de estas sociedades lo incluan, l no saba nada.
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El
olvido
por desvinculacin de un grupo
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Cuntas
veces
sucede, de hecho, que, en las sociedades de cualquier
naturaleza que formen los ho m bre s, un o de ellos no se hace un a idea pre
cisa del lugar que ocu pa en el pen sam iento de los dem s, y cunto s m alen
tendidos y desilusiones de la diversidad de puntos de vista tienen su origen
en este hecho. En las relaciones afectivas, donde la imaginacin desempe
a una funcin tan importante, un ser humano muy amado y que ama
con moderacin, a menudo no se da cuenta hasta muy tarde o no se da
quizs cuenta nunca de la importancia que se da a sus actos ms triviales
y a sus palabras ms insignificantes. El que ms haya am ad o, recordar m s
tarde al otro las declaraciones y promesas de las que ste no conserva nin
gn recuerdo. No siempre se debe a la inconstancia, la infidelidad ni la
ligereza. Simplemente, estaba mucho menos implicado que el otro en esta
sociedad basada en un sentimiento compartido de manera desequilibrada.
Del m ismo m odo , un ho m br e m uy devoto, cuya vida fuera sencil lamente
edificante, y que fuera santificado tras su muerte, se extraar/a mucho si
resucitase y si pudiera leer su leyenda: sin embargo, sta fue compuesta
con ayuda de recuerdos cuidadosamente conservados, y redactados con fe,
por aquellos con quien es com pa rti aquella parte de su vida que con taron .
En este caso, es probable que muchos de los hechos recopilados, que el
santo no reconocera, no se hayan producido; pero quizs haya algunos
que no le hayan llamado en absoluto la atencin, porque la concentraba
en la imagen interior de Dios, y se hayan fijado en ellos quienes le rodea
ban, porque su atencin se fijaba en l.
Pero tambin es posible que, en un momento dado, nos hayamos
interesado tanto como los dems e incluso ms que ellos en un aconteci
miento y, en cambio, no conservemos ningn recuerdo, hasta el punto de
que no lo reconocemos cuando nos lo describen, porque, tras el momen
to en que se produjo, salimos del grupo que lo percibi y no volvimos a
entrar en l. Hay personas de las que se dice que estn siempre en el pre
sente, es decir, que slo se interesan po r las personas y las cosas del e nto r-
ncrenel que se encuentran en ese momento, y que estn en relacin con
el objeto actual de su actividad, o cupa cin o distraccin. Un a vez liquida
do un asunto o terminado un viaje, ya no piensan en quienes fueron sus
socios o com pa eros. E nsegu ida se interesan por otras cosas y se in tro du
cen en otros grupos. Una especie de instinto vital les pide que aparten de
su pensamiento todo lo que pueda distraerles de lo que les preocupa
actualmente. A veces, las circunstancias hacen que estas personas se agru-
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Memoria
colectiva
y m emoria individual
pen de algn modo en un mismo crculo y vayan de un grupo a otro,
como esos viejos figurines de baile que, cambiando sin cesar de bailarn,
encuentran al mismo, aunque a intervalos bastante breves. Entonces, slo
se pierden para volver a encontrarlos y, como la misma facultad para olvi
dar se ejerce alternativamente en detrimento y a favor de cada uno de los
grupos por los que pasan, podemos decir que los encontramos enteros.
Pero tambin sucede que a part ir de ese momento s iguen un camino que
nunca se vuelve a cruzar con aqul al que han dejado, y que incluso les
aleja cada vez m s. En este caso, si nos enco ntram os ms ad elante a m iem
bros de la sociedad que se nos ha hecho extraa, por mucho que estemos
con ellos, nunca volvemos a recrear el antiguo grupo. Es como si tomse
mo s una carretera que hubiram os recorrido en o tra ocasin, pero de lado,
como si la visemos desde un punto de vista desde el que no la hubise
mos visto antes. Volvemos a situar los distintos detalles en otro conjunto,
formado por nuestras representaciones del momento. Parece como
si
lle
gsemos a una carretera nueva. Los detalles slo adquiriran su antiguo
sentido en relacin con cualquier otro conjunto que nuestro pensamiento
ya no abarca. Por m uc ho que nos recuerden todo s los detalles y su respec
tivo orden, de donde habra que partir es del conjunto. Ahora bien, no
podem os hacerlo porq ue, desde hace mu cho t iem po , nos hemo s alejado y
tendramos que volver muy atrs.
A qu tod o sucede com o en el caso de esas amn esias patolgicas qu e se
refieren a un conjunto bien definido y limitado de recuerdos. Se ha com
probado que a veces, tras un golpe en el cerebro, se olvida lo que ocurri
durante todo un periodo, en general antes del golpe, remontndose hasta
una fecha determinada, a pesar de que se recuerda todo lo dems. O bien
se olvida toda una categora de recuerdos del mismo tipo, independiente
mente de la poca en la que fueron adquiridos: por ejemplo, todo lo que
se saba de una lengua extranjera y slo una. Desde el punto de vista fisio
lgico, esto parece explicarse bien, pero no por el hecho de que los recuer
dos de un mismo periodo o de un mismo tipo se localicen en una parte
determinada del cerebro, que sea la parte daada. La funcin cerebral del
recuerdo deb e alcanzarse en su con junto . El cerebro deja entonces de cu m
plir determinadas operaciones, y slo sas, del mismo modo que un orga
nismo debilitado ya no es capaz de caminar, hablar o asimilar los
alimentos d ura nte un tiem po, a pesar de que pued a seguir realizando todas
las dems funciones. Pero cabra decir, tambin, que lo que se consigue es
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La
necesidad
de una comunidad afectiva
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la facultad general para relacionarse con los grupos de los que se compo
ne la sociedad. En tal caso, uno se des pre nd e d e un o o varios de ellos y slo
de aqullos. Todo el conjunto de recuerdos que tenemos en comn con
ellos desaparece bruscam ente. O lvidar un periodo de la propia vida es per
der contacto con aquellos que nos rodeaban entonces. Olvidar un idioma
extranjero es no ser ya capaz de com pren der a quienes se dirigan a noso
tros en dicho idioma, ya fuesen personas vivas y presentes o autores cuyas
obras leamos. Cuando nos fijbamos en ellos, adoptbamos una actitud
concreta, al igual que ante cualquier ser humano. No depende de nosotros
que adoptemos esta actitud y nos fijemos en dicho grupo. Ahora podre
mos encontrarnos con alguien que nos garantizar que hemos aprendido
bien este idioma y, hojeando nuestros libros y cuadernos, encontrar en
cada pgina pruebas fehacientes de que hemos traducido ese mismo texto
y sabamos aplicar esas reglas. Nada de todo esto bastar para restablecer
el contacto interrumpido entre nosotros y todos aquellos que se expresan
o h an escrito en ese idiom a. Lo qu e ocu rre es que ya no tenem os suficien
te capacidad de atencin para m ant en er la relacin a la vez con ese g rupo
y con otros con los que, sin dud a, no s relacionamos ms estrecha y recien
temente. De hecho, no podemos extraarnos de que estos recuerdos se
anu len todos a la vez y por s solos, pues form an un sistema inde pen dien
te, ya que son los recuerdos de un mismo grupo, asociados unos a otros y
basados en cierto modo unos en otros, y este grupo se disringue clara
mente de todos los dems, aunque podamos estar, a la vez, en todos stos
y fuera de aqul. De un modo menos brusco y, quizs, menos brutal,
cua nd o no hay problem as patolgicos con cretos, nos alejamos y nos aisla
mos poco a poco de determinados entornos que no nos olvidan, de los que
slo conservamos un vago recuerdo. Podemos incluso definir en trminos
generales los grupos con los que h em os te nid o un vncu lo. Pero ya no nos
interesan, porque en el momento actual todo nos distancia de ellos.
La necesidad de una comunidad afectiva
Supongamos ahora que hemos realizado un viaje con un grupo de com
paeros a los que ya no hem os vuelto a ver desde entonces. En aquel m om en
to , nuestro pensamiento estaba a la vez muy cerca y muy lejos de ellos.
Ha blba m os con ellos. C on ellos nos interesbamos por los detalles del cam i-
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Memoria colectivay mem oria individual
no y los distintos incidentes del viaje. Pero, al mismo tiempo, nuestras refle
xiones seguan un curso del que ellos quedaban al margen. Llevbamos con
nosotros, efectivamente, sentimientos e ideas que tenan su origen en otros
grupos, reales o imaginarios: nos entrevistbamos interiormente con otras
personas; recorriendo este pas, lo poblbamos con el pensamiento de otros
seres:
un determinado lugar, una determinada circunstancia adquiran a
nuestros ojos un valor que no podan tener para quienes nos acompaaban.
M s tarde, quizs nos encon tremo s con un o de ellos y men cionar particula
ridades de este viaje del que se acuerda y del que deberamos acordarnos, si
hubiramos mantenido la relacin con quienes lo hicieron con nosotros, y
que, entre ellos, han comentado a menudo despus. Pero hemos olvidado
todo lo que l evoca y se esfuerza en vano en hacernos recordar. En cambio,
nos acordaremos de lo que sentamos nosotros entonces al margen de los
dems, como si este tipo de recuerdo hubiera quedado marcado con ms
fuerza en nuestra memoria porque slo nos concerna a nosotros. As, en este
caso, por una parte los testimonios de los dems no podrn recomponer
nuestro recuerdo abo lido; y po r otra, nos acordaremos, aparentem ente sin el
apoyo de los dems, de impresiones que no habamos comunicado a nadie.
Quiere esto decir que la m em oria individual, por op osicin a la me m o
ria colectiva, es una condicin necesaria y suficiente de la rememoracin y
del reconocim iento de los recuerdos? D e ning una m anera. Ya qu e, si este pri
mer recuerdo se ha anulado, si no podemos volver a encontrarlo, es porque
hace ya mucho tiempo que no formamos parte del grupo en cuya memoria
segua vivo. Para que nuestra m em oria se ayude de la de los dem s, no basta
con que stos nos aporten sus testimonios: adems, hace falta que no haya
dejado de coincidir con sus mem orias y que haya bastantes pu nto s en c om n
entre una y otras para que el recuerdo que nos traen pueda reconstruirse
sobre una base comn. Para obtener un recuerdo, no basta con reconstruir
pieza a pieza la imagen de u n hecho pasado. Esta reconstruccin debe reali
zarse a partir de datos o nociones comunes que se encuentran en nuestra
m ente al igual que en la de los dems, p orq ue pasan sin cesar de stos a aqu
lla y viceversa, lo cual slo es posible si ha n form ado par te y siguen form an
do p arte de una m isma sociedad. Slo as pued e entenderse qu e un recuerdo
pued a reconocerse y reconstruirse a la vez. Qu m e im po rta que los dem s
sigan estando dominados por un sentimiento que experiment con ellos en
su mo m ento , y que ya no experimento? N o p uedo despertarlo en m , ya que
hace m ucho que no tengo nada en com n con m is antiguos comp aeros. N o
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La
necesidad
de una comunidad afectiva
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hay que culpar a mi memoria ni a la suya. Pero ha desaparecido una memo
ria colectiva mayor, que inclua a la vez la ma y la suya. Asimismo, a veces
sucede que hombres a los que han unido las necesidades de una obra en
co m n , su dedicacin a uno de ellos, la influencia de alguno , una preocup a
cin artstica, etc., se separan a continuacin en varios grupos: cada uno de
estos grupos es lo suficientemente reducido como para retener todo lo que
ocu p el pen sam iento del partido , del cenculo literario, de la asamblea reli
giosa que los una an tes a todos. Ad em as, se apegan a un aspecto de este pen
samiento y slo guardan el recuerdo de una parte de esta actividad. De ah
que muchas descripciones de un pasado comn no coincidan y que ningu
no sea realmente exacto. Dado que ahora se han separado, ninguno de ellos
puede reproducir todo el contenido del antiguo pensamiento. Si, ahora, dos
de estos grupos entran de nuevo en contacto, lo que les falta precisamente
para comprenderse, llevarse bien y confirmar mutuamente los recuerdos de
aquel pasado en comn, es la facultad para olvidar las barreras que les sepa
ran en la actualidad. Un malentendido pesa sobre ellos, como sobre dos
hombres que se encuentran y, como suele decirse, ya no hablan el mismo
idiom a. Respecto al hecho de que guardam os el recuerdo de impresiones que
ninguno de nuestros compaeros de entonces poda conocer, no constituye
tam poc o un a prueb a de que nuestra m em oria pued e ser suficiente y no siem
pre necesita apoyarse en la de los dems. Supongamos que en el momento
en que nos fuimos de viaje con una sociedad de amigos, nos encontrsemos
en un momento de profunda preocupacin, que ellos ignoraban: absortos
ante u na idea o un sentim iento, tod o lo que nos sorprenda ver u or lo rela
cionbamos con ello: alimentbamos nuestro pensamiento secreto con todo
aquello que percibamos y poda estar relacionado co n l. Tod o suceda c om o
si no hubiramos dejado al grupo de seres humanos ms o menos alejado al
que nos vinculaban nuestras reflexiones; incorporbamos todos los elemen
tos del nuevo en tor no qu e po dan asimilarse a ellos; a este ento rno , conside
rado en s mismo y desde el punto de vista de nuestros compaeros, nos
vinculbamos a travs de la parte ms dbil de nosotros mismos. Si pensa
mos,
ms tarde, en ese viaje, no podemos decir que nos situaremos desde el
pu nt o de vista de quienes lo hicieron con nosotros. A ellos mism os, slo los
recordaremos en la medida en que sus personas formaban parte de nuestras
preocupaciones. As es como al entrar por primera vez en una habitacin al
caer la noche, vimos las paredes, los muebles y todos los objetos sumidos en
la penumbra; aquellas formas fantsticas o misteriosas siguen en nuestra
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Memoria
colectiva
y m emoria individual
memoria como el marco apenas real del sentimiento de inquietud, sorpresa
o tristeza que nos acompaaba en el m om en to en que llamaban nuestra aten
cin. Para recordarlo no bastara con que visemos la habitacin a la luz del
da: tendramos que pensar a la vez en nuestra tristeza, nuestra sorpresa o
nuestra inquietud. Era sta nuestra reaccin personal ante estas cosas lo que
ta nt o las transfiguraba para nosotros? S, pu ed e ser, pero n o debem os olvidar
que nuestros sentimientos y pensamientos ms ntimos se originan en entor
nos y circunstancias sociales definidos, y qu e el efecto de con traste proceda,
sobre tod o, de lo que buscbamos e n estos objetos: no lo qu e vean aquellos
a quie nes les resultaban familiares, sino lo q ue se asociaba a las preocup acio
nes de otros hombres cuyo pensamiento se aplicaba por primera vez a esta
habitacin con nosotros.
Sobre la posibilidad de una memoria estrictamente individual
Si este anlisis es exacto, el resultado al que nos conduce tal vez per
mita responder a la objecin ms seria y, de hecho, ms natural a la que
nos exponemos cuando afirmamos que uno slo recuerda a condicin de
situarse en el p u n to de vista de un o o varios grup os y volver a colocarse en
un a o varias corrientes de pens am iento colectivo.
Nos admitirn quiz que muchos recuerdos reaparecen porque los
dem s nos los recuerdan; nos adm itirn incluso qu e, cuando estos hom bres
no estn fsicamente presentes, podemos hablar de memoria colectiva cuan
do evocamos un hecho que ocupaba un lugar en la vida de nuestro grupo
y que hemo s planteado o planteamo s ahora en el m om en to en que lo recor
damos, desde el punto de vista de este grupo. Tenemos todo el derecho a
pedir que se nos reconozca este segundo p u nt o, ya que esta actitud m ental
slo es posible en un hombre que forma o ha formado parte de una socie
dad y porque, al menos, a distancia, todava experimenta su impulso. Basta
con que para poder pensar en un objeto tengam os qu e estar inm ersos en el
contexto de un grupo, para que la condicin de este pensamiento sea evi
dentemente la existencia del grupo. Por este motivo, cuando un hombre
vuelve a casa sin que le acompae nadie, sin duda durante un tiempo ha
estado solo, segn el lenguaje comn. Pero slo lo ha estado en aparien
cia, ya q ue incluso en este intervalo, sus pen sam ientos y sus actos se expli-
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Sobrelaposibilidad de una mem oria estrictamente individual
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can por su naturaleza de ser social y porque en ningn momento ha deja
do de estar encerrado en alguna sociedad. La dificultad no radica ah.
Pero acaso no hay recuerdos que reaparecen sin que sea posible rela
cionarlos de ningn modo con un grupo, porque nosotros hemos percibi
do el hecho que reproducen cuando estbamos solos, no en apariencia,
sino solos en la realidad, y cuya imagen no se sita en el pensamiento de
ningn grupo de hombres, y el cual recordaremos s i tundonos en un
punto de vista que slo puede ser el nuestro? Aunque los hechos de este
tipo se produzcan muy pocas veces, incluso slo ocasionalmente, bastara
con que pudiramos demostrar algunos para establecer que la memoria
colectiva no explica todos nuestros recuerdos, y, quizs, que no explica por
s sola la evocacin de cualquier recuerdo. Al fin y al cabo, nada demues
tra que todas las nociones e imgenes tomadas de los medios sociales de
los que formamos parte , que intervienen en la memoria, no cubran a
modo de pantalla el recuerdo individual, incluso en el caso en que no lo
percibamos en absoluto. Todo se reduce a saber si dicho recuerdo puede
existir, si es concebible. El hecho de que se haya producido, aunque sea
una sola vez, bastara para demostrar que nada se opone a que intervenga
en todos los casos. Entonces, en la base de todo recuerdo, estara el recuer
do de un estado de conciencia puramente individual, que (para distin
guirlo de las percepciones donde entran tantos elementos del pensamiento
social) podramos denominar
intuicin sensible.
Charles Blondel explicaba que experimentamos cierta inquietud
cuando vemos cmo desaparece del recuerdo, o casi, cualquier reflejo de
esta
intuicin
sensible
que no es, sin du da, toda la percepcin , sino que es,
evidentemente, el prembulo indispensable y la condicin
sine qua non...
Para que no confundamos la recomposicin de nuestro propio pasado con
la que podemos hacer del de nuestro vecino, para que este pasado empri
ca, lgica y socialmente posible nos parezca que se identifica con nuestro
pasado real, es necesario que en algunas partes al menos sea algo ms que
una reconstruccin realizada con materiales copiados
(Revuephilosophique,
1926,
p. 296). Dsir Roustan, por su parte, escriba: Si usted se limita
se a decir: cuando creemos evocar el pasado, hay un 99 % de reconstruc
cin , y un 1 % de verda dera evocacin. Este 1 % r estan te, qu e se resistira
a su explicacin, bastara pa ra volver a plantear to do el pr ob lem a de la con
servacin del recuerdo. Ahora bien, puede evitarse este 1 %?.
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Memoria
colectiva
y mem oria individual
1. Recuerdos de la infancia
Resulta difcil encontrar recuerdos que nos trasladen a un momento
en que nuestras sensaciones no eran ms que el reflejo de objetos externos,
en que no mezclbamos ninguna de las imgenes, ninguno de los pensa
mientos que nos vinculaban con los h