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GUILLERMO SCHMIDHUBER DE LA MORA POR LAS TIERRAS DE COLÓN Drama Latinoamericano Por las tierras de Colón www.guillermoschmidhuber.com

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GUILLERMO SCHMIDHUBER DE LA MORA

POR LAS TIERRAS DE COLÓN

— Drama Latinoamericano —

Por las tierras de Colón

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PERSONAJES

Estela Fabremont, actriz de edad «sin cuenta».

Ignacio Montarsol, actor, esposo de Estela, 52 años.

Uriel Valente, director del Teatro Municipal de Bogotá, 33 años.

Roberto Piñeiro, capitán de las fuerzas gobiernistas, 45 años.

Militares jóvenes, cuando menos en número de tres.

Un Teatro.

Voces radifónicas textuales de los radio-amotinados.

Lugar: El Teatro Municipal de Bogotá, Colombia.

Tiempo: 1948, durante el célebre Bogotazo.

Acto I: Viernes 9 de abril, tarde.

Acto II: Sábado 10 de abril, noche hasta el amanecer.

Nota del autor: Esta obra es una versión libre de un pasaje de la vida de María Teresa Montoya, la

eximia actriz mexicana. Su hija, María Teresa Mondragón Montoya, ha otorgado la autorización al

autor para que los nombres de sus padres se puedan utilizar en escena.

Por las tierras de Colón

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Escena 1

Cuando el público llega al Teatro encuentra el telón abierto y el escenario en total desorden; una

multitud de trastos escenográficos, pertenecientes a obras olvidadas, se mira por doquier, como si

ahí se guardara toda la basura de la escenografía del mundo. La luz de trabajo ilumina torpemente

la escena. Al extremo izquierdo del público, se perfilan claramente una mesa y una radio con el

diagrama iluminado; el diseño de la radio es de un trasnochado estilo art deco con líneas góticas.

Algunos asistentes -los más observadores- descubren una figura humana perdida en la

penumbra, que inmóvil escucha la música de intenso sabor latinoamericano. Pasados unos

minutos, se adelanta lentamente y cambia de estación radiofónica una y otra vez. Cuando todo el

público ha llegado, las luces y el sonido aumentan ligeramente para invitarle a guardar silencio.

Por la puerta de acceso del público, entra la Actriz dando sonoras voces sin obtener respuesta.

ACTRIZ.— ¿Hay alguien ahí? [Regresa al pasillo de entrada, y llama a grandes voces al Actor que

está afuera.] ¡Parece que aquí tampoco hay nadie! [Regresa a la sala.] ¡Un teatro con la puerta

abierta y con una radio tocando, no puede estar vacío!

LA SOMBRA.— [Se despereza lentamente y exclama con voz fuerte.] ¡El teatro está cerrado!

ACTRIZ.— [Enfurecida.] ¿Por qué no había contestado antes? [No logra respuesta.] ¿Quién es

usted?

LA SOMBRA.— Yo soy...nadie...

ACTRIZ.— ¡No estoy para bromas! ¿Quien es usted?

LA SOMBRA.— Soy el director de este teatro.

ACTRIZ.— [Cordial y coqueta.] A usted precisamente lo buscaba. ¿Cómo se llama?

DIRECTOR.— Uriel Valente.

ACTRIZ.— [Ya sobre el escenario.] Es un placer conocerlo. [Le ofrece su mano al Director con

ademán explícito de besamano, pero el Director la saluda sin protocolo con un desabrido apretón

de manos. Ella se molesta.] Mis baúles están en la entrada ¿pudiera alguien traerlos?

DIRECTOR.— ¿Y Quién es usted?

ACTRIZ.— [Iracunda.] ¿De verdad no sabe quién soy?

DIRECTOR.—— No.

ACTRIZ.— ¡Yo no se lo voy a decir! Que alguien lleve mis pertenencias a mi camerino.

DIRECTOR.—— El personal del teatro no acudió hoy a trabajar.

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ACTRIZ.— ¿Nadie?

DIRECTOR.— Solamente yo.

ACTRIZ.— [Con gran voz.] ¡Apague esa radio, que estamos en un teatro y no en una radiodifusora!

[El Director obedece. Ella disminuye el volumen de su voz.] Supongo que el ministerio de cultura

no le entregó mi lista de necesidades para el estreno.

DIRECTOR.— No, ¿qué obra van a presentar?

ACTRIZ.— ¿No lo sabe?

DIRECTOR.— [Casi fatuo.] No tengo información, asi es que mejor usted me lo cuenta todo para

poder complacerla.

ACTRIZ.— [Con dificultad oculta la ira.] ¿Conoce...Un drama nuevo? [La Actriz deambula mirando

con desagrado el descuido en que se encuentra el escenario.]

DIRECTOR.— Conozco muchos dramas nuevos.

ACTRIZ.— [Con pedantería.] Me refiero a un drama nuevo de don Manuel Tamayo y Baus, la mejor

obra de teatro de la España decimonónica. [El Director la desconocía.]

DIRECTOR.— ¿Cuándo espera usted estrenar?

ACTRIZ.— [Con resolución.] ¡Estrenaremos mañana en la noche!

DIRECTOR.— El departamento de comunicaciones del Ministerio de Cultura no nos avisó de su

llegada. Me temo que no va a ser posible.

ACTRIZ.— [Perdiendo el control.] ¡Estrenaremos mañana conpúblico o sin público!

DIRECTOR.— ¿Ya se comunicó con la embajada maxicana?

ACTRIZ.— ¿Cómo sabe que soy mexicana?

DIRECTOR.— [Remedando a la Actriz.] ¿Cómo sabe que soy mexicana? [La Actriz se incomoda.]

Hoy la política importa más que la cultura, pregúnteselo a su embajador, él ya debe saberlo.

ACTOR.— [Desde los pasillos de entrada a la sala.] ¡Estela! ¡Estela! ¡Ayúdame!

ACTRIZ.— [Con enojo continuado.] ¿Y ahora qué te pasa?

[Se acerca al Actor; el Director aprovecha para encender la radio al mínimo volumen.]

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ACTOR.— [Va cargado de baúles y sombrereras, apenas se le ve la cara.] ¡Me ayudas o te quedas

sin sombreros! [La Actriz lo libera desganadamente de dos o tres cosas.] El taxista no quiso

esperarme, a pesar de que le ofrecí dinero. Dijo que algo terrible se avecina, y arrancó despavorido.

ACTRIZ.— ¿Y mis baúles grandes?

ACTOR.— [Sofocado llega al escenario.] Los bajé yo mismo, están en el vestíbulo. [Todas las cosas

se le caen al suelo, el Actor mira con ingenuidad a la Actriz y luego al Director.]

ACTRIZ.— [Con frialdad.] El señor Urías Valencia...

DIRECTOR.— [Corrige.] Uriel Valente.

ACTRIZ.— Director...de este...Teatro.

ACTOR.— [Muy cálido.] ¡Gracias por estar aquí esperándonos!

ACTRIZ.— El señor no nos esperaba.

[El Director sorpresivamente se dirige a la radio y sube el volumen al máximo; se escucha una voz

en arenga política.]

VOZ RADIOFÓNICA.— «¡Liberales de Colombia, a la una treinta minutos de hoy, 9 de abril de 1948,

asesinaron al doctor Jorge Eliécer Gaitán, al salir de su oficina situada en la carretera 7.a y la

avenida Jiménez, por órdenes del partido conservador y del gobierno conservador. Cuatro balazos

por la espalda le dio en forma mortal el matador. Su desaparición debe desencadenar una

revolución sin par en la historia de Colombia!»*

*

La voces radiofónicas han sido tomadas de las emisiones originales de los llamados radio-amotinados, según las

grabaciones elaboradas por el Ministerio de Comunicaciones, e incluidas en Azula Barrera, Rafael: De la revolución al orden

nuevo: proceso y drama de un pueblo, Bogotá, Editorial Kelly, 1965. Con mi agradecimiento al doctor Herbert Braun, quien

me las remitió, y cuyo libro The Assassination of Gaitán, The University of Wisconsin Press, 1985, me fue de gran utilidad

para lograr un mayor sabor histórico en la obra.

ACTRIZ.— [Con voz de mando.] ¡Apague esa radio! [El sonido es disminuido.] ¿Qué le pasa? [Baja

el volumen de su voz.] Ese aparato no pertenece a un Teatro y...

DIRECTOR.— [Con gran tristeza.] ¿No se da cuenta de la tragedia? ¡Eliécer Gaitán ha sido

asesinado!!El era la única esperanza de Colombia!

ACTRIZ.— [Fría.] Reciba mi... [Apaga la radio.] pésame. [Terminó hablando casi en susurro.]

Volvamos al mundo del Teatro.

DIRECTOR.— Señora, su Drama Nuevo no va a ser representado, porque el único drama es el de la

libertad del pueblo colombiano. [Sonó panfletario.]

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ACTRIZ.— [Al Director.] ¡Yo soy Actriz y no tengo sangre de heroína! Con revolución o sin ella

mañana presentaremos un drama nuevo,¡el mío! A eso venimos a Colombia y es lo único que

haremos, ¡Y usted nos va a ayudar! [Pausa.] ¿Dónde está mi camerino?

DIRECTOR.— [Sin emoción.] Los camerinos están detrás del escenario. [O donde estén.]

ACTRIZ.— ¿Dónde está el mío?

DIRECTOR.— Escoja el que desee, todos son iguales.

ACTRIZ.— [Fatua.] ¿De verdad no sabe quién soy?

DIRECTOR.— [Sin intimidarse.] No.

ACTOR.— [Intentando salvar la situación.] Es Estela Fabremont, la eximia actriz mexicana. Casi

suplica al Director su benevolencia.]

DIRECTOR.— [Sinceramente apenado.] ¡Perdóneme, señora Fabremont,nadie me avisó de su

llegada, de verdad no tengo nada en su contra...!

ACTRIZ.— [Interrumpe.] Ni tampoco en mi favor.

DIRECTOR.— [Con gran fuerza.] ¡Señora Fabremont, llega usted a Colombia en un día que

cambiará nuestra historia. Los colombianos tenemos que buscar una venganza ejemplar!

ACTRIZ.— ¡Yo... nosotros sólo entendemos de Teatro, no nos interesa la política! Mañana abriremos

el telón con sala llena o vacía, a las 9:00 de la noche, con su ayuda o sin ella.

DIRECTOR.— Señora, usted no sabe lo que es una revolución.

ACTRIZ.— [Ríe a caracajadas.] ¡Yo nací entre cañones! [El actor tose descubriendo la mentira.]

¡Yo sobreviví la primera, la única y la última revolución de América! ¡La Revolución Mexicana!

Esta escaramuza callejera no me detendrá... Ahora, tráiganme el resto de las maletas, ¡los dos!

[El Director y el Actor salen al vestíbulo por el resto de las maletas.]

ACTRIZ.— [Deambula por el escenario, mide distancias y observa con desagrado el desorden que

la rodea, prueba la acústica con grandes voces.] ¡Ah, Estela! [Palmea.] ¡Estela! [Queda

inconforme con la calidad. De un baúl grande saca una tela fina y busca un asiento, lo cubre,

regresa por un magnífico espejo con empuñadura de plata y un hermoso sepillo. Se sienta y, con

desgano, se acicala. Enciende la radio, aparece la voz revolucionaria.]

VOZ RADIOFÓNICA.— «La multitud se acerca a Palacio y pronto podremos anunciar la muerte del

tirano Ospina Pérez y de toda su cuadrilla de malhechores. La revolución está triunfante.»

[La Actriz permanece inmutable, con toda calma cambia de estación y un tango embruja la escena.

Con el espejo en una mano y los cosméticos en la otra, pinta y repinta su rostro con sensualidad

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felina. El Actor y el Director regresan cargando varias maletas y cajas. El Director carga una

enorme castaña verde en forma de pequeño ropero, caja de tesoros impresindible para las actrices

de la época dorada. Con grandes resoplidos y esfuerzos ambos personajes suben al escenario. Ella

los ve y continúa plácida con sus labores embellecedoras.]

ACTOR.— Nunca he entendido por qué no hacemos una gira con una sola obra, una de Benavente o

de Cocteau bastaría, ¿Para qué cargar con el vestuario de todo el Teatro Universal?

DIRECTOR.— [Con familiaridad al actor.] ¡Qué bueno que no es actriz shakespiriana!

ACTRIZ.— Un día haré una Lady Macbeth tan maldita, que el público será el que tenga que lavarse

las manos. [Mira los baúles y cuenta con rapidéz.] Falta el baúl café.

ACTOR.— ¡Y el verde! Ambos esperan a que la caravana de esclavos los traiga. [El Director inicia

una carcajada que es interrumpida por la mirada gélida de la ACTRIZ.].

ACTRIZ.— [Al Actor.] Nunca se te dio la comedia, ¿sabes?

[El Actor hace un ademán de impotencia e inicia mutis por el público, para traer los dos últimos

baúles. El Director percibe que se va a quedar solo con la Actriz y decide huir al vestíbulo.]

DIRECTOR.— [Al Actor.] Yo le ayudo.

ACTRIZ.— [Baja el volumen de la radio. Al Director.] Deje que Ignacio vaya solo, ya lo hemos

molestado bastante. Además, quiero hacerle unas preguntas. [El Director regresa al escenario.]

¿Cómo puedo localizar a Hernando Vega Escobar?

DIRECTOR.— [Con inmensa sorpresa.] ¿Lo conoce?

ACTRIZ.— ¡Claro que lo conozco!

DIRECTOR.— [Duda.] ¿Para que lo necesita?

ACTRIZ.— Es nuestro actor invitado en Un drama nuevo, hará el Edmundo; en México lo interpretó

a nivel de excelencia.

[El Director se dirige apresuradamente a la radio, va de una estación a otra, hasta que se escucha

nuevamente la arenga revolucionaria.]

VOZ RADIOFÓNICA.— «Podemos informar que, a pesar de la orden dada desde Palacio para que la

motorización del Ejército abaleara al pueblo liberal, el Ejército se rebeló y está de parte de la

revolución. En este momento Bogotá está en llamas y el poder del pueblo liberal...»

DIRECTOR.— [Simultáneamente.] ¡Es él! ¡El primer actor libre de Colombia!

ACTRIZ.— ¡Apague esa locura! [El Director obedece.] ¿Ha actuado usted alguna vez?

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DIRECTOR.— ¡No!

ACTRIZ.— Lo suponía. Necesitamos un actor de su edad, pero con mejor apariencia, ¡claro! [Piensa

un instante.] ¿Cómo puedo comunicarme con el presidente Ospina Pérez?

DIRECTOR.— [Irónico.] Es muy fácil, simplemente vaya al palacio y pida audiencia.

ACTRIZ.— A usted tampoco se le da la comedia.

DIRECTOR.— [Con gran sinceridad.] ¡Se están matando en las calles y usted piensa en teatro!

ACTRIZ.— ¡Yo soy actriz y sólo pienso en el teatro! Usted no es gente de teatro. [El niega.] Por eso

no me entiende. ¡Yo actué el día en que murió mi padre; en la semana en que parí a mi hija, y

pienso actuar el día de mi muerte! Mañana estrenaremos ésta u otra obra, con público o sin público;

quizás pronto los conservadores quieran asistir al teatro para olvidar esta revuelta. [El Director

controla su ira. Pausa.] ¿Es usted casado?

DIRECTOR.— No.

ACTRIZ.— ¿Ha amado alguna vez a alguien... además de la Revolución?

DIRECTOR.— [Precipita la respuesta sin esperar a oir toda la pregunta.] ¡No!... [El Director se

ruboriza.]

ACTRIZ.— Usted tampoco podría ser dramaturgo; entrega en la primera escaramuza escénica el

diálogo que cerraría un mal tercer acto.

[El Actor había entrado hacía unos instantes y desde atrás escuchaba el diálogo; carga dos baúles

pesados.]

ACTOR.— ¡Es todo! [El Director se presta a ayudarlo, pero es interrumpido por la Actriz.]

ACTRIZ.— Una última pregunta: ¿De casualidad este Teatro tiene un teléfono? [Sonó sarcástica.]

DIRECTOR.— En el vestíbulo, a la izquierda. [O según esté situado.]

ACTRIZ.— [Al Actor.] Voy a llamar al Hotel Granada, los actores ya deberían estar aquí. [Hace

mutis con resolución.]

ACTOR.— [Conciliatorio.] ¡Qué tiempos nos ha tocado compartir! ¿Ha estado usted en México?

DIRECTOR.— Nunca.

ACTOR.— No es el mejor país del mundo, pero se vive bien.

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DIRECTOR.— ¿Por qué obedece a todo lo que ella pide?

ACTOR.— [Sin mostrar ira.] Por desgracia más de un país latinoamericano ha aprendido a gozar de

los gobiernos militares... ¡Le deseo lo mejor, amigo!

DIRECTOR.— [Desesperado.] ¡Colombia ya no puede ser peor!

ACTOR.— No lo crea, nunca se sabe qué tan terrible pueda ser un país... o una guerra. ¿Qué hace

aquí escondido?

DIRECTOR.— [Desconcertado.] ¡Yo no me escondo de nadie...! Cumplo con mi deber...

ACTOR.— ¿Por qué no se va? De todas maneras nosotros no vamos a estrenar... Allá lo necesitan.

DIRECTOR.— [Con pavor.] ¡Yo no quise unirme a la manifestación! Estamos sitiados por los

militares, nadie puede cruzar las calles. ¡El pueblo se ha vuelto loco! No sé cómo ustedes lograron

llegar.

ACTOR.— El barco que nos trajo por el río Magdalena atracó en Honda. Ahí nadie nos esperaba;

tuvimos que llegar a Bogotá por tren; en la estación tomamos un taxi. El taxista era boliviano, no

conocía ni las calles, pero en su rostro se leía el pavor.

DIRECTOR.— Ya debe ser hombre muerto... como lo seremos todos...

ACTRIZ.— [Entra dando grandes exclamaciones.] ¡La calle está llena de soldados y de gente! ¡No

podemos salir! ¡Los teléfonos del Hotel Granada están continuamente ocupados y en la embajada

mexicana no contestan! ¿Qué vamos a hacer?

DIRECTOR.— ¿Aún funcionan los teléfonos? [Intenta salir al vestíbulo a grandes zancadas; a la

mitad del camino le sorprende el estallido de una bomba a las afueras del Teatro. El Director

regresa en escapada hacia el escenario, en busca de la puerta de actores que está en la parte

posterior del Teatro. Al pasar cerca de la Actriz, ella lo atrapa por la fuerza.]

ACTRIZ.— ¿Por qué huye? [El Director está empavorecido.] ¿Quién es usted?

DIRECTOR.— [Intenta en vano zafarse.] ¡Ya se lo dije... nadie! [Sonó desesperado.] ¡Déjeme, se lo

ruego! [La Actriz lo suelta, pero el Director ya no hace ningún movimiento, porque varios militares

han entrado a la sala por las puertas del público.]

Escena II

CAPITÁN.— ¡Nadie puede salir ni entrar en este Teatro! ¡Identifíquense!

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ACTRIZ.— [Sin inmutarse.] ¡No tengo por qué identificarme! Si estuviera puesta la cartelera de la

obra que mañana estrenaremos, usted podría leer mi nombre.

CAPITÁN.— [Con admiración.] ¡Estela Fabremont!

ACTRIZ.— [Por una vez desconcertada.] ¿Me conoce?

CAPITÁN.— En Caracas le vi una obra.

ACTRIZ.— [Coqueta.] Es un placer conocerlo, General.

[Mira con desprecio al Director.]

CAPITÁN.— Soy el Capitán Roberto Piñeiro.

ACTRIZ.— Perdón, Capitán Piñeiro, es que en México a los Capitanes los hacemos Generales.

CAPITÁN.— No tema, señora, usted y su compañía están bajo la custodia del gobierno conservador.

En una hora más, la revuelta habrá terminado y todo volverá a la paz. Vamos a utilizar la azotea de

este teatro como atalaya para observar el Capitolio. [Al Actor.] ¿Quien es usted?

ACTOR.— Ignacio Montarsol.

ACTRIZ.— [Quitándole importancia.] Es mi marido.

CAPITÁN.— [Al Director.] ¿Y usted?

DIRECTOR.— [Mira con pavor al Capitán y musita un nombre falso.] Urías Valencia.

ACTRIZ.— [Al Capitán.] Intenta dirigir este teatro... [Suplicante con intencionada coquetería.]

Capitán, ¿Y mi obra?

CAPITÁN.— Señora, le prometo que pronto estrenará con sala llena. El propio presidente Mariano

Ospina Pérez vendrá a aplaudirle. Usted será la heroína cultural de la victoria. [Una bomba explota

ruidosamente a las afueras del Teatro, la luz parpadea. Se escuchan tiros y gritos de chusma en

ataque.] ¡Teniente, permanezca en el vestíbulo, que los demás hombres impidan que la revuelta se

aproxime al Capitolio! Yo daré las órdenes desde arriba. [Los militares obedecen. El Capitán se

aproxima al Director del Teatro.] ¡Muéstrenos el camino! [El Director duda un instante y se dirige

al fondo del escenario. El Capitán se cuadra ante la Actriz, quien le sonríe con modales cotesanos,

y sigue los pasos del Director. Mutis de los dos hombres y los tres militares.]

Escena III

[La pareja ha quedado sola. El Actor se acerca a la Actriz y la abraza.]

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ACTRIZ.— En la vida, como en el Teatro, el miedo dura poco. ¿Crees que este soldadito de plomo

cumpla su promesa?

ACTOR.— [Con pasión.] ¿A quien le importa una noche más de Teatro?

ACTRIZ.— [Con fuerza.] Los actores comen y cobran sueldo aunque no trabajen. Además, odio el

ocio.

ACTOR.— Quizás esta revolución sea una oportunidad de pensar en ti y... [La Actriz se desprende

del abrazo con frialdad.] ¿Nunca has pensado en retirarte?

ACTRIZ.— [Seca.] No, la muerte me bajará de las tablas.

ACTOR.— Y te enterrarán en una caja hecha con las tablas de un viejo escenario apolillado, sólo así

podrás descansar en paz.

ACTRIZ.— Soy la mejor actriz de Latinoamérica.

ACTOR.— Ser eso en estos países es como ser nadie. Si fueras europea, ya tendrías teatros que

llevaran tu nombre y las giras serían triunfales.

ACTRIZ.— No veo la diferencia, los teatros han estado llenos y los aplausos siempre han sido

generosos.

ACTOR.— Pero la taquilla no da para pagar la gira.

ACTRIZ.— Hacemos teatro por amor al Arte, ¿o no?

ACTOR.— ¡Pero el Arte no basta... al menos a mi, no!

ACTRIZ.— ¿Te ha faltado algo desde que nos casamos?

ACTOR.— ¡Tú!

ACTRIZ.— Me conociste en las tablas y sabías a qué venías.

ACTOR.— Tú también supiste, desde el primer momento, que yo no podría ser un primer actor a tu

altura.

ACTRIZ.— Todos los actores tenemos debilidades, pero encontramos cómo rebustecerlas, o al

menos cómo encubrirlas. Cuando estrenemos Un drama nuevo, tú serás el primer sorprendido de

tus capacidades.

ACTOR.— ¡Mañana no lo estrenaremos... ni nunca!

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ACTRIZ.— ¡Me lo tienes prometido!

ACTOR.— [Con desesperación.] ¡Ya no!

ACTRIZ.— [Recapacita.] No sé para qué volvemos a tocar el tema... ¡La culpa es de este Teatro que

parece una cárcel!...[Pausa larga.] Tengo que pensar en otra cosa... Vamos a hacer un ensayo a la

manera italiana.

ACTOR.— [Suplicante.] ¡Ahora no!

ACTRIZ.— Al menos para matar el tiempo. ¿Dónde pondría el libreto? [Se dirige a un baúl y lo

encuentra a la primera.] Siéntate en uno de los baúles. [El Actor obedece con irritación.] Vamos a

darle un repaso general a Un drama nuevo. Escena primera. Shakespeare [Se señala.] y Yorik.

[Señala al Actor.] Shakespeare. «Y, sepamos, ¿a qué es traerme ahora a tu casa?» [El Actor suspira

con fastidio.]

ACTOR [Yorick].— «¿Dueléte quizá de entrar en ella?»

ACTRIZ [Shakespeare].— «Pregunta excusada, que bien sabes que no.»

ACTOR [Yorick].— [Duda un poco.] «Pues,¿qué prisa tienes?»

ACTRIZ [Shakespeare]— «Aguárdanme en casa muchos altísimos personajes, que por el solo gusto

de verme vienen desde el otro mundo a este mundo.»

ACTOR [Yorick].— «Sabré yo desenojar... Sabré yo desenojar a tus huéspedes... con unas cuantas

botellas de vino de España. Dizque este vinillo resucita a los muertos, y sería de ver que... los

monarcas de Inglaterra resucitasen a la par y... y...» [La Actriz le apunta: y armaran contienda] «y

armaran contienda sobre cuál había de volver a sentarse...» [La Actriz apunta: en el trono.] «en el

trono...» [La Actriz apunta: Pero, ¿qué más resucitados que ya lo han sido por tu pluma?]

ACTOR.— ¡No puedo!

ACTRIZ.— No te estás concentrando.

ACTOR.— Lo que vas a conseguir con este ensayo es hacerme perder toda la seguridad que ya había

logrado.

ACTRIZ.— ¡Concéntrate! Vamos a repetirlo todo. Te daré pie con la primera línea de Shakespeare:

«Y, sepamos, ¿a qué es traerme ahora a tu casa?»

ACTOR [Yorick].— [Duda.] «¿Te duele entrar en ella?»

ACTRIZ.— [Corrige.] «¿Duélete quizá de entrar en ella?»

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ACTOR.— [Pierde la paciencia y se pone de pie.] ¿Cómo puedes hacer un ensayo a la italiana en

medio de una revolución?

ACTRIZ.— No veo la diferencia; en nuestra historia todo es ensayo, hasta la revolución.

ACTOR.— ¡No, la Historia no tiene ensayos, no es como el Teatro! Allá afuera los muertos no se

levantarán para agradecer los aplausos. ¡Desde que iniciamos esta gira no puedo quitarme de la

cabeza la idea que mientras hacemos teatro, nuestra América se desintegra! [La Actriz deambula en

silencio, el tiempo transcurre.]

ACTRIZ.— ¡La América nuestra es un proyecto y nada podemos hacer! [Pausa.] ¡No hay brújula

para nuestra historia! Fíjate en los países que hemos visitado en esta gira, ninguno parece tener un

ancla en el pasado, ni una saeta dirigida al futuro. ¡Con dictaduras, democracias o gobiernos

socialistas, Latinoamérica sólo va arrastrando su presente! Recuerda lo que vimos en la Dominicana

y en Cuba... o en Venezuela.

ACTOR.— [Defensivo.] ¡En consecuencia tú no eres latinoamericana por que sí tienes un rumbo y

nada ni nadie te hace cambiarlo!

ACTRIZ.— [Cambia a juguetona.] ¡Y tú si eres un perfecto latinoamericano porque eres indolente...!

Anda, Yorick, dame líneas.

ACTOR.— ¡No quiero seguir!

ACTRIZ.— La obra corría en México perfectamente.

ACTOR.— ¡No puedo concentrarme! En este teatro parece que el tiempo no transcurre, siento como

si hubiéramos permanecido siglos aquí.

ACTRIZ.— Te digo que eres un típico latinoamericano, aún crees en la magia...

ACTOR.— Tengo hambre.

ACTRIZ.— Permíteme informarte que hoy no salimos de picnic, no tenemos nada para comer.

ACTOR.— Algo habrá, en los Teatros hay ratones porque siempre hay algo que comer.

ACTRIZ.— Vamos a hacer un ejercicio de concentración, el que tú me enseñaste para cuando no

puedo concentrarme, y que me relaja los nervios.

ACTOR.— ¿Cuál?

ACTRIZ.— El que jugamos varias veces en el barco, cuando veníamos navegando por el río

Magdalena. [Romántica sorpresivamente.] Nos sentábamos a irar el nacimiento y la muerte del sol.

Recuerdo que dijiste que el sol es un actor perfecto, porque hace las mejores entradas y los más

maravillosos mutis... ¿Jugamos?

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ACTOR.— Mejor sigue hablando, con el paso de los años, tus monólogos han dejado de ser vulgar

prosa, para convertirse en poesía.

ACTRIZ.— ¿Insinúas que hablo mucho?

ACTOR.— Ni lo afirmo ni lo niego...

ACTRIZ.— [Juguetona.] Lo dices en venganza a mis reproches por tus abundantes silencios.

ACTOR.— Si vas a comenzar con tu letanía de reproches, mejor jugamos a Duelo de Dramaturgos.

Si no me ayuda a concentrarme, de menos me hará olvidar que tengo hambre. [En caricatura.]

¡Madame, cómo le agradezco los afectuosos saludos que me trae de su presidente Miguel Alemán.

A pesar de que somos amigos, de verdad prefiero que usted haya sido la portadora del mensaje, en

su boca hasta un reproche sonaría a halago!

ACTRIZ.— [Sigue en farsa.] Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo y Molina. [El Actor le reconoce

la buena memoria.] La verdad es que la idea de la visita fue de nuestro representante, es un genio

para la publicidad.

ACTOR [En Trujillo].— ¡Yo soy un dictador que no gusta del teatro, prefiero el baile! [La Actriz no

responde. En Actor.] ¡Pierdes una a sero! [De inmediato, en imitación fársica.] Señora Fabremont,

pero mi esposa adora el Teatro, hasta sueña con ser dramaturga, ha escrito una obra.

ACTRIZ.— En cada país que visitamos, montamos una obra de un dramaturgo nacional. ¿Cómo se

llama la obra? [La Actriz pretende comprobar la memoria del Actor.]

ACTOR [En Trujillo].— Falsa amistad. A María le encantará la idea.

ACTRIZ.— Debe ser una farsa, es el único género dramático que puede reflejarnos.

ACTOR [En Trujillo].— No madame, es el melomelomelodrama el género quemejor perfila en

nuestra América a los triunfadores. La tragedia y la comedia sólo son para los perdedores. ¡Por eso

son sus dos géneros favoritos! [La Actriz no responde. En Actor.] ¡Dos a cero! [En farsa.] Es

absurdo, señor Bolívar, haber intentado unificar lo que es infinitamente disperso.

ACTRIZ [En Bolívar].— ¿Trescientos años de calma no bastan a su Majestad Isabel la Católica?...

ACTOR [En Isabel La Católica].— Quinientos o mil años serán lo mismo... ¡Libertador, levantaos

de vuestra tumba caraqueña

y mirad la América del siglo XX ¿Qué os parece?

ACTRIZ [En Bolívar].— Mi vocación es darle un destino a todo un continente, para poner el

universo en equilibrio.

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ACTOR [En Isabel La Católica].— Pues el continente sigue estando en desequilibrio, ¿qué vais a

hacer, Libertador?

ACTRIZ [En Bolívar].— Brincar con la mirada la trivialidad de la

historia latinoamericana, y esperar la creación de un mundo moderno que nuestre la majestad al

Mundo Antiguo. ¿Y vos qué haríais si la razón y la vida se os fuera devuelta, Emperatriz Carlota?

[El Actor no responde. En Actriz.] ¡Dos a uno! [En farsa.] ¿La Emperatriz de México ha perdido la

razón otra vez?

ACTOR [En Colón].— Brasil y México fueron las dos últimas monarquías

de América, pero creo que aún hoy los latinoamericanos tienen el corazón un poco monárquico,

¿sabe, Cristóbal Colón, por qué? [La Actriz pierde. En Actor.] ¡Tres a uno! [En farsa.] Os lo voy a

decir. porque esperan que su destino político lo cumplan otros.

ACTRIZ.— ¡Claro! Nunca nos hemos repuesto de no tener rey. Nuestra libertad nació con el primer

rey de América, el Negro Miguel!

La Actriz señala al Actor y ríe creyendole haber ganado.

ACTOR [En Negro Miguel].— [Versifica con dificultad y goza al lograrlo.]

So' el re' Negro Migué'...

Tengo un hijo y un cumbé'...

So' libre y no tengo re'...

¿Y vos qué pensá, Santa Rosita Limeña?

[El Actor ríe.]

ACTRIZ [En Santa Rosa de Lima].— Somos la tierra prometida de Dios. Judea y Roma lo

traicionaron, por eso somos la América Católica. La libertad del indio la dieron los frailes, no los

héroes; la misma Virgen María se hizo americana. ¡Que viva la Virgen de Guadalupe, Patrona de

las Américas! [En Actriz.] ¡Ya me cansé!

ACTOR.— ¡Cuatro a uno! [En Negro Miguel.]

Aunque me mate don Diego

y maten lo' negro' mío...

no pue' apagá' el fuego

de liberta' de lo crío'...

ACTRIZ.— Ahora soy yo la que tengo hambre.

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ACTOR.— ¡Cinco a uno! ¡Pierdes! [En la penumbra estaba el Director; se escucha su aplauso de

lentas y socarronas palmadas.]

ACTRIZ.— [Se molesta.] ¿Qué hace ahí escondido?

DIRECTOR.— No sabía que en el Teatro se puede improvisar como en el Jazz.

ACTRIZ.— [Con ira.] Unos podemos y otros no. Ya oyó que los dos tenemos hambre, ¿tiene algo de

comer?

DIRECTOR.— [Se adelanta. En mesero.] Recomiendo a la señora la sobrebarriga con papas

chorreadas, el chupe peruano, la cazuela chilena, el mole mexicano y el churrasco argentino,

servidos con suculentas arepas y con tortillas mexicanas, ¿o es que la señora sólo come comida a la

francesa?

ACTRIZ.— [En ataque.] ¡Por algo será que usted lleva el nombre del menor de los arcángeles, Uriel,

la Biblia casi no lo menciona! [Sonido de bomba.]

DIRECTOR.— La Biblia olvidó al Arcángel Uriel porque olvidó el fuego de Dios. [Bombas.]

ACTRIZ.— Usted es una persona extraña, yo creía haber conocido todos los tipos de Directores de

Teatros, pero nunca antes me había topado con un pusilánime.

ACTOR.— ¡Estela!

DIRECTOR.— Esa palabra no existe en mi diccionario.

ACTRIZ.— De alma pequeña, quizás para que haga juego con su cuerpo. Un hombresillo de libertad

reducida.

ACTOR.— ¡Estela, no sigas!

DIRECTOR.— ¡Usted solamente encarna a las grandes heroínas del Teatro, siga con su gira que no

hará a nadie un ápice más libre! ¡Yo hago hombres libres! [Alaridos de chusma.]

ACTRIZ.— ¿En serie o de uno por uno?

DIRECTOR.— ¡Colombia no merece esas palabras!

ACTRIZ.— ¿Y merece usted ser latinoamericano?

DIRECTOR.— [Con gran pathos.] ¡No! ¡Claro que no!

ACTOR.— Cuando terinen de jugar a Duelo de Dramaturgos, ¿podríamos buscar algo que comer?

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DIRECTOR.— [Aparentemente en calma.] Existe un ordenamiento que prohíbe comer dentro de este

Teatro.

ACTOR.— No creo que nadie lo haya obedecido.

DIRECTOR.— Queda un poco de café en mi cafetera... y la boletera tiene comida en un escondite

bajo la ventana de la taquilla. Es todo lo que hay.

ACTOR.— Déjeme ser yo el ladrón, ustedes sigan dalogando... cordialmente. [El Actor hace mutis.]

DIRECTOR.— [Contrito.] No quise ofenderla, pero me molestó cómo hablaban de... [No puede

continuar.]

ACTRIZ.— ¿De nuestra América?

DIRECTOR.— [Asistente.] ¿Sabe usted que la primera proclama política de la historia de la

humanidad que integra el concepto de felicidad fue escrita en Aérica? [Recita extasiado.] «Todos

los hombres han sido creados iguales y dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables

que comprenden la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.» [Pausa breve.]

ACTRIZ.— Usted es ateo, ¿no es cierto?

DIRECTOR.— Creo... en la felicidad... en la felicidad latinoamericana... algún día...

ACTOR.— [Desde la entrada.] ¡Café, azúcar, galletas, caramelos, chocolates, queso y medicamentos

para la indigestión! [Ríen. El Actor sube al escenario y conecta la cafetera en donde estaba la radio

apagada.] Este café nos reanimará, hasta las revoluciones se aprecian mejor con un café. El

Director se incomoda.] Perdón, hasta las dictaduras se aprecian mejor con un café. [El Director se

incomoda más.] ¡Mejor tomamos café y no hablamos de política!

ACTRIZ.— ¡Un café colombiano, el mejor del mundo! [El olor a buen café perfuma el escenario y la

butaquería.]

ACTOR.— ¿Quién sería el primero a quien se le ocurrió preparar el café?

DIRECTOR.— ¡Debió ser un visionario!

ACTOR.— [Al Director, remedando a un mesero.] ¿Cómo desea el señor su café?

DIRECTOR.— Con aroma y sin azúcar.

ACTOR.— ¿Y la señora?

ACTRIZ.— Con amor y con azúcar. [Ríen. El Actor sirve el café en tazas pequeñas y diferentes.] Mis

malos modales no van de acuerdo con ese servicio tan refinado. [Al Director, con sinceridad.] Le

debo una disculpa...

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DIRECTOR.— [Sonríe.] Conocía la pipa americana de la paz, pero no el café latinoamericano de la

paz. [Ríen.]

ACTRIZ.— [Cordial.] Nuestro Drama nuevo no llegará a escena, de menos en esta tierra de Colón. -

Suspira.] La historia ilustra la lucha del hombre por ser libre... el Teatro ejemplifica la lucha de la

libertad por ser humana... [Quedan un instante callados bebiendo el café.]

ACTOR.— ¡Europa brinda con vino, América debería brindar con café! ¡Les propongo un brindis!

¡Por los sueños y las esperanzas de Bolívar! [Tocan sus tazas y beben sus pensamientos, mientras

los sonidos de la chusma aumentan.]

ACTRIZ.— [Mágica.] El que espera no envejece, y el que no espera se hace viejo. ¡Viva la niña

América!

[Una bomba estalla con gran estrépito a las afueras del Teatro, la luz parpadea, se escuchan

alaridos de chusma acribillada y disparos.]

CAPITÁN.— [Que había entrado hacía unos instantes, a tiempo de escuchar el brindis.] ¡Nadie

puede invocar el espíritu de Bolívar en vano!

ACTRIZ.— ¡Así lo hemos invocado por más de un siglo!

CAPITÁN.— [Amistoso.] Se les ve contentos, ¿con qué brindan? ¿Con un buen vino?

ACTRIZ.— Brindamos con café aguado.

CAPITÁN.— Señora Fabremont, vengo a informarle que la revuelta ha sido sofocada, solamente

quedan unos pocos peleando por las calles, el Palacio y el Capitolio no han sido tocados. ¿Con qué

obra le gustaría abrir su temporada?

ACTRIZ.— Con alguna obra antibélica, existen muchas... Troyanas... Antígona... [Se escuchan

sonidos de disparos y lamentos de dolor.]

CAPITÁN.— El Teatro no es amigo de la guerra, señora, porque sólo cuando hay paz, existe el

Teatro.

ACTRIZ.— El Teatro es también una forma de hacer la guerra, Capitán. [Sonidos de metralla.]

CAPITÁN.— [Burlesco.] ¿Contra quien pelea su teatro, señora?

ACTRIZ.— [Con gran dignidad.] ¡Contra aquellos que mancillan las verdades eternas!

CAPITÁN.— Ya no existen verdades eternas, señora.

ACTRIZ.— Si todos los militares piensan como usted, ¡mejor prefiero que esta revolución gane!

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ACTOR.— ¡Estela! [El Director se ha sorprendido.]

CAPITÁN.— Siendo actriz, usted debe tener el poder de la empatía, así se llama, ¿verdad?, al poder

de ponerse en el lugar de otro. ¡Póngase en mi lugar! ¿Qué haría? ¿Apoyaría la justicia... o el

orden?

ACTRIZ.— ¡Apoyaría la libertad!

CAPITÁN.— Algún día nuestros países podrán buscar gobiernos populares, pero no ahora, aún

requieren de un principio de autoridad, de un libertador o de un padre.

ACTRIZ.— ¡Yo no necesito un dictador!

ACTOR.— ¡Estela, no veo para qué empeorar nuestra situación[Se escucha una gran bomba a las

afueras del Teatro y se hace un apagón.]

CAPITÁN.— ¿Qué pasó? [El Actor ilumina el Teatro con un encendedor.] Vamos a la azotea del

teatro. Verán a Bogotá en llamas y a la plaza Bolívar llena de cadáveres. Ustedes mismos serán

espectadores de una escena que ni el teatro griego pudo presentar: La última contienda de una

revolución! [Los tres soldados entran al Teatro con gran estrépito, dos de ellos llevan lámparas de

mano.] ¡Vamos todos arriba! [El capitán encabeza el cortejo, sólo los soldados lo siguen; el

Capitán se detiene y ordena a los soldados con gran autoridad.] ¡Inviten a la señora y a sus amigos

a pasar a la azotea del Teatro! [Los soldados obligan a los tres civiles a seguir el cortejo hacia las

profundidades del escenario. El Capitán los ve pasar primero.] ¡Allá arriba, vamos a olvidarnos

del Teatro para enfrentarnos con la vida! [El cortejo hace mutis, y la oscuridad reina en la sala. Fin

del Acto Primero.]

ACTO SEGUNDO

Escena I

[La Actriz y el Actor están sentados en escena cuando la luz eléctrica regresa. La radio estaba

encendida y su sonido interrumpe el silencio. El público se ha ido sentando en la butaquería con la

ayuda de los soldados que hicieron guardia en el vestíbulo durante el entreacto. La Actriz cambia

de una estación radiofónica a otra con aparente desgano; algunas estaciones envían su mensaje

revolucionario.]

VOCES RADIOFÓNICAS.— «Yo invito a todos los obreros, a todos los trabajadores de la República, y

les pido en nombre del pueblo que paren inmediatamente sus labores... Huelga general y

permanente... Amigos, compañeros liberales de la República, hombres libres de la nación: la

revolución en Bogotá está triunfante.»

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[La Actriz disimula su creciente interés. Se incorpora y una luz mayor nos permite ver lo extenuada

que está, como si las treinta y tres horas que han pasado entre el Acto Primero y el Segundo

hubieran sido años. Llevan los personajes las mismas ropas, pero ahora las vemos desaliñadas y

pasadas de moda.]

ACTRIZ.— [Casi derrotada.] ¡Por el Teatro he aceptado muchas cosas malas!

ACTOR.— Como casarte conmigo...

ACTRIZ.— [Sin ánimo.] ¡Deja de jugar! No niego que hacer teatro es una audacia. Yo nunca creí que

el Teatro me iba a llevar al parnaso, pero esta vejación y este ayuno sobrepasan,con mucho, a los

malos tiempos que nos han estado persiguiendo.

ACTOR.— Aún estamos vivos, eso es lo importante... afuera hay muchos que no pueden decir lo

mismo.

ACTRIZ.— A esta hora estaríamos abriendo el telón. Yo ya perdí la cuenta del número de horas y de

bombas... Cierro los ojos y vuelvo a ver la escena más terrible que he visto en mi vida, ¡la multitud

se aproxima y los militares disparan!

ACTOR.— Nada podemos hacer... El que gane nos ayudará...

ACTRIZ.— Mejor hubiéramos alargado la temporada en México. ¡Para qué te hice caso de

aventurarnos en esta embajada artística!

ACTOR.— En unas horas todo habrá acabado. Después viajaremos al Cono Sur, ahí no hay

revoluciones y existe el mejor público de América.

ACTRIZ.— Fuimos unos ilusos al querer abarcar la mitad del continente en una gira... lejos de

nuestra hija y de los que queremos...

ACTOR.— Antes de partir querías visitar las veinte Américas. Y además, tú misma inventaste la

locura de montar una obra nacional en cada país que tocábamos, ¡como si la dramaturgia

latinoamericana se diera en racimos! ¡De este medio siglo, sólo permanecerán los dramaturgos en la

historia del teatro: Florencio Sánches y Rodolfo Usigli!

[Pausa larga.]

ACTRIZ.— [Mira al Actor con sinceridad.] ¿Por qué no soy feliz como todas las mujeres, con un

marido... con unos hijos y uns perros... con un hogar y un pueblo? ¿Por qué mi felicidad es

trashumante?

[Sonido lejano de bomba]

ACTOR.— No te mortifiques mientras que mi felicidad tambien lo sea.

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ACTRIZ.— Bien dices que no vale la pena todo nuestro esfuerzo. En estas revoluciones se matan por

construir una patria, y quizás algún día lo lograrán; pero tú y yo llevamos inútilmente una voz de

ciudad en ciudad... ¿Podrá cambiar el Teatro a un pueblo? [Pausa.] ¡Deverdad tenías razón, a nadie

le importa una noche más de Teatro...!

ACTOR.— [Animoso.] Vamos a hacer un esayo a la italiana, nos alentará.

ACTRIZ.— Ya lo intentamos varias veces, y no percibo el sabor de las palabras.

ACTOR.— Aunque has estado hablando por horas...[La Actriz lo ira con reproche.] Meditando en

voz alta me refiero.

ACTRIZ.— He llegado a imaginar que este Teatro será nuestra tumba...

ACTOR.— Si no hubieras sido actriz, ¿qué te hibiera gustado ser en la vida?

ACTRIZ.— Ami...[Descubre la trampa.] ¡Estás comenzando uno de tus juegos!

ACTOR.— Vamos a matar el tiempo con un ping-pong dramático.

ACTRIZ.— Esos juegos tuyos siempre terminan por hacerme daño.

ACTOR.— Son juegos de la verdad.

ACTRIZ.— Estoy muy cansada para oir verdades... Nunca me había sentido tan triste.

ACTOR.— Hoy has decidido dejar de ser Actriz, ¿a qué te gustaría dedicarte?

ACTRIZ.— Anada, absolutamente a nada...

ACTOR.— [Apunta.] Pondrías un negocio.

ACTRIZ.— Es una idea extraordinaria que desde hace mucho no se me puede quitar de la mente:

Una agencia de actores y actrices que son contratados para suplantar a personas famosas en una

entrevista o en una fiesta...

ACTOR.— [Fársico.] ¡Necesito un doble!

ACTRIZ.— ¿Un qué?...

ACTOR.— ¡Uno a cero! [En farsa.] ¡Necesito un doble que sea mi gemelo! Tengo dos citas

simultáneas a las que no puedo faltar.

ACTRIZ.— [Comprende.] Necesita un doble para sustituirlo en la cita que no puede asistir. ¡Se lo

proporcionaremos!

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ACTOR.— [Fársico.] Por el momento sólo requiero de un doble, en el futuro quizás necesite varios

más.

ACTRIZ.— [Fársica.] ¿En dónde quiere estar y no estar?

ACTOR.— En mi hogar.

ACTRIZ.— ¿Con su esposa?

ACTOR.— [Sincero.] Si.

ACTRIZ.— Tenemos a un primer actor que lo podrá doblar.

ACTOR.— Pagaría lo que fuese.

ACTRIZ.— Nuestro director escénico le hará el montaje, necesitamos saber todos los detalles... hasta

los más íntimos.

ACTOR.— ¿De verdad pueden sustituir a cualquier persona en cualquier lugar?

ACTRIZ.— Nuestro negocio está asegurado contra errores.

ACTOR.— [Intimo.] Pues entonces necesito dos actores, porque no quiero estar en ninguno de los

dos lugares.

ACTRIZ.— [En Actriz.] ¿Cuál es el otro sitio en el que no desea estar?

ACTOR.— [En Actor.] ¡En el Teatro! [La Actriz descubre la confesión personal del Actor y se

perturba.]

¡Dos a cero!

ACTRIZ.— [Volviendo a la realidad.] ¡Estoy uy cansada para otro de tus juegos...! ¡En el fondo eres

un dramaturgo... fracasado!

ACTOR.— ¡Tres a cero! [Como si hubiera escuchado. En farsa.] ¡Quiero dejar de ser yo aunque sea

por una velada!

ACTRIZ.— [Rápida en farsa.] ¡Le costará todos los pesos del mundo y la vida! [El Actor duda. En

ACTRIZ] ¡Tres a una! [En farsa.] Usted es un afamado político, ¿verdad? ¿En qué podemos

servirle?

ACTOR.— [En juego.] ¿Puede sustituirme en... una asamblea política?

ACTRIZ.— [En juego.] La agencia lo puede todo.

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ACTOR.— El actor tendrá un diálogo muy pequeño, solamente tiene que decir no.

ACTRIZ.— ¿En dónde será la negación?

ACTOR.— En la máxima asamblea que determinará el destino del país.

ACTRIZ.— Le costará diez millones de escudos.

ACTOR.— ¡Tanto por decir un no!

ACTRIZ.— Será un no que convenza a dos millones de patriotas que piensan y... [Medita.] a veinte

millones que tienen hambre. Ademá la negativa no caerá sobre su conciencia. [Bomba.]

ACTOR.— [Aplaude.] ¡Bravo por el discurso!

ACTRIZ.— ¡Pierdes por aplaudidor! ¡Tres a dos! Yo escojo personaje... Eres un Obispo. [El Actor

piensa un instante.]

ACTOR.— [En farsa.] ¡Necesito un doble para alguien muy importante!

ACTRIZ.— [En farsa.] Solamenete tenemos trato con los interesados, ¡por cuestión de sigilo

profesional!

ACTOR.— Hay que sustituir a un enfermo... su edad ya no le permite mostrarse en público... y es

terrible.

ACTRIZ.— ¿Es un actor decrépito, como hay tantos?

ACTOR.— Casi es un... obispo, se nos duerme en el Tedéum, necesitamos un doble que pueda ser

obispo simultaneamente de pobres y de ricos, y que sepa dar de vez en cuando un sentido fervorín.

ACTRIZ.— Le costará cien mil millones de soles.

ACTOR.— Las limosnas no dan para tanto, ¿por qué tan caro?

ACTRIZ.— Es que... [La Actriz duda.]

ACTOR.— ¡Pierdes! ¡Cuatro a dos! Pudiste haber contestado: Porrque el Actor sabrá latín. [Pausa.]

Déjame pensar un diálogo más inteligente...

ACTRIZ.— No creo que puedas. ¡Te reto a que tú pongas la Agencia de Actores, te juego dos puntos

por pérdida de diálogo!

ACTOR.— ¡Pero si voy ganando cuatro a dos!

ACTRIZ.— Te voy a hacer perder dos veces seguidas.

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ACTOR.— [En Actor.] Yo nunca supe comercializar las ideas tan bien como tú. [En farsa.] Nuestra

agencia hará lo imposible para satisfacer sus deseos, madame.

ACTRIZ.— [Corrige.] Mesié [Pronunció la venezolana.], por favor.[Finge la voz de un hombre.]

¡Necesito un primer actor!

ACTOR.— [En parodia de empresario.] ¡Ya no tengo actores, los han contratado a todos de por

vida! [Mira a la Actriz creyendo haber ganado este ajedréz dramático.]

ACTRIZ.— Alguien terndrá que prescindir de su doble. ¡Necesitamos el mejor! [Continúa sigiloso.]

¡Es un trabajo... de máximo secreto!

ACTOR.— ¿A quién tendrá que suplantar?

ACTRIZ.— No se lo puedo decir, si la verdad se supiera, Latinoamérica sufriría.

ACTOR.— Somos una compañía ciega, sorda y muda, cuando queremos serlo.

ACTRIZ.— Necesitamos un doble para... ¡él! [Bomba y metralla.]

ACTOR.— ¿Para él? Costará más que el Dorado.

ACTRIZ.— Se le pagará lo que pida. Hoy nuestro presidente será asesinado en Palacio, el Bogotazo

no pudo ser controlado. El ya cruzó la frontera con pasaporte falso, pero alguien debe morir en su

lugar.

ACTOR.— [En Actor.] ¿Matar al actor?

ACTRIZ.— ¡Pierdes! ¡Cuatro a cuatro! [En hombre.] Un presidente es más importante que un actor.

Tendrá que ser sacrificado.

ACTOR.— [En farsa.] ¿Tendrá parlamento al morir? Las últimas palabras no pueden ser

improvisadas, formarán parte de la Historia.

ACTRIZ.— [En hombre.] Se las dejamos a la inspiración del actor, al cabo el ruido de los disparos

las opacará. [Bomba y metralla.]

ACTOR.— Costará cien millones de francos suizos.

ACTRIZ.— ¿Por qué en moneda extranjera?

ACTOR.— Porque después de este golpe de Estado, ya no habrá país.

ACTRIZ.— No lo crea, nuestros países nacieron para ser eterna... aunque mediocres.

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ACTOR.— ¿Cómo sabrá la Agencia cuándo el juego termine y siga la vida?

ACTRIZ.— Nunca, porque nuestra historia siempre ha sido un juego. [La Actriz cambia

instantáneamente de papel y se convierte en abogado defensor ante un jurado - el teatro vacío -.]

Señores del Jurado, este empresario y su grupo de actores salvó la vida de nuestro presidente, la

revolución fue sometida y el gobierno fue reinstaurado, sólo murió un actor que la chusma

confundió con nuestro presidente. Para este héroe ocasional pido la medalla al mérito ciudadano.

[Al Actor.] ¿Qué opina?

ACTOR.— [Duda.] Yo...

ACTRIZ.— [En ACTRIZ.—] ¡Pierdes!

ACTOR.— Me hiciste trampa, cambiaste de personaje a la mitad de la escena, te faltó unidad

sicológica.

ACTRIZ.— Siempre encuentras excusas para no ganar. Te doy una última oportunidad. ¡El que gane

ahora, gana el partido!

ACTOR.— ¡De acuerdo!

ACTRIZ.— ¡Ring! ¡Ring! [Simula contestar un teléfono.] Sí, sí... entiendo... es un secreto de

Estado... ahora mismo. [La Actriz va hacia uno de los baúles, lo abre y saca una pistola de teatro,

se acerca al Actor y le da tres disparos a quema ropa. El rostro del Actor se desfigura por el

pavor. La Actriz regresa al supuesto teléfono.] Señor Presidente, su deseo ha sido cumplido, ya no

hay dobles, ya no existe el teatro... sólo la política. [En Actriz.] ¡Gané una vez más! [Ríe con gran

carcajada, el Actor aún no sale de su estupor. La caracajada queda congelada por la entrada

intempestiva de varios militares y el Capitán Piñeiro con las armas a punto de disparar.]

ACTOR.— ¡No disparen! ¡Era sólo un juego!

CAPITÁN.— ¡Déme la pistola! [La Actriz se la entrega estupefacta.]

ACTOR.— ¡Con ella los personajes matan o se suicidan!...

CAPITÁN.— ¡Perdone, señora, pero afuera no hacemos Teatro, allá matamos hombres, no

personajes!

ACTRIZ.— ¿Nunca ha pensado en apuntar a su boca abierta y disparar?

CAPITÁN.— [Con pavor.] ¡Señora, su comentario no me agrada!

ACTRIZ.— [Como pitonisa.] ¿Nunca lo ha pensado?

CAPITÁN.— [En un acceso de sinceridad.] Alguna vez... todos lo pensamos, ¿o usted no?

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ACTRIZ.— [Mintiendo.] ¡Después de esta gira quiá lo haga!

CAPITÁN.— Tenga la pistola, la va a necesitar. [El Capitán le entrega la pistola, la Actriz apunta al

Capitán y dispara lentamente tres tiros sin petardo. El Capitán no parpadea.]

ACTRIZ.— Es solamente Teatro..., la guerra es diferente.

CAPITÁN.— ¡No, señora Fabrmont, la guerra y el teatro son semejantes, ambos solucionan

conflictos, la única diferencia es que en la guerra matan hombres, y en el teatro matan almas!

[Sonidos de bombas y lamentos.]

ACTRIZ.— ¡Usted parece ser personaje de un mal dramaturgo, le sobra tema y le falta trama! ¡Vaya

y gane esa escaramuza, y luego regrese, aunque sea como público... si tiene suerte de sobrevivir!

El Capitán iracundo quiere decir algo, pero se contiene e inicia utis con determinación.] ¡En el

Teatro los personajes nunca comen, pero en la guerra, si! ¡Tenemos hambre! [El Capitán la mira

una vez más. Mutis de los militares.

ACTOR.— ¿En qué papel estabas? ¿En Medea o en Antígona?

ACTRIZ.— En vulgar soldadera mexicana, ¡que viva la revolución... pero con el estómago lleno!

ACTOR.— ¿Cuál revolución? ¿La tuya... la de ellos... o la mía?

ACTRIZ.— ¡La única revolución válida es la que nos permite ser niño o niña, hombre o mujer, la que

nos impulsa a llegar a ser!

ACTOR.— [En farsa.] ¡Condeno a la acusada a un siglo de cárcel, en celda sin luz ni voces, la

condeno al olvido, ahí se morirá y nadie sabrá que existió! ¡Y a nadie hará falta!

ACTRIZ.— ¿A nadie? [El Actor pierde parlamento.] ¡Uno a cero, pero no en el juego sino en la vida!

¿Por qué te gustan los juegos y no las apuestas a la vida?

ACTOR.— [Cerebral.] Porque me gusta jugar.

ACTRIZ.— Son juegos que hacen sufrir.

ACTOR.— Son juegos de la verdad... de la verdad teatral, que también es verdad, entre tantas

verdades... [Sonidos de bombas y metralla.]

ACTRIZ.— ¡Ya no quiero jugar más..., siempre me siento desnuda al final!

ACTOR.— Este juego nos enseña a conjugar el verbo nadar; yo no soy nada, tú no eres nada, ellos no

son nada, ¡pero juntos constituímos una sociedad! ¡Vive la Liberté, L'Egalité y la Fraternité! [Lo

dice en francés con asento castellano.]

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ACTRIZ.— [Personal.] ¿Aún me quieres? [El Actor duda.]

¡Me apunto un nuevo triunfo! ¿Aún me quieres? [Sonido de metralla.]

ACTOR.— [Sincero.] No. [La Actriz duda.] ¡Ahora gano yo!

ACTRIZ.— ¿Y me lo dices?

ACTOR.— ¿Y me lo preguntas?

ACTRIZ.— ¿Me vas a abandonar antes de que termine la gira? [El Actor duda.] ¡Gano desgraciada-

mente otra vez!

ACTOR.— ¡No lo sé!

ACTRIZ.— ¡Necesito saberlo!

ACTOR.— ¡Aún no lo sé! [Bomba.]

ACTRIZ.— No hay actor que te sustituya, ¿sabes? [En productor.] Escogí un drama nuevo sólo por

ti, es una obra escrita para un actor, no hay papel para mi, es tu oportunidad... Buenos Aires es la

capital del teatro, aún mejor que Madrid. ¡Será tu consagración como actor en el papel de Yorick!

ACTOR.— ¡Yo nunca alcanzaré la consagración, Estela!... ¿Para qué tocaste el tema?

ACTRIZ.— ¡Este es tu juego de la verdad!... ¡Tú nunca me amaste! [Pausa.] ¡Te vuelvo a ganar! [La

Actriz comienza a llorar con sinceridad.]

ACTOR.— Te he seguido por veinte años, he sido tu actor... en todo. [Silencio de ambos.] ¡Ahora yo

soy el que gano! ¿Qué más quieres? ¿Que también sea tu admirador? Nos acostamos juntos, pero la

cama es el peor de los escenarios, ni tú eres Fedra ni yo soy Marco Antonio. Somos dos vulgares

humanos que desayunamos con café, que sudamos y apestamos, que un día moriremos y nadie se

acordará de nosotros. ¡Pero también los hombres y las mujeres pequeñitos son personas..., persona

significa per se una, una por sí misma! ¡Yo ya no quiero convivir con una mujer de mil máscaras y

sin alma! [Pausa.] ¡Pierdes una vez más! ¡Yo me había prometido acompañarte en toda la gira, y

abandonarte antes de volver a México. [Ella no responde.] ¡Ahora hasta ganando pierdo! [Bomba.]

ACTRIZ.— [En personaje griego.] ¡Ay, quién pudiera entender la vida!

ACTOR.— [Fingiendo susurro.] Habla en susurro, que en el Teatro existe el gran grito y el amplio

ademán; pero en la vida sólo existe la incomunicación. [Pausa. Casi llora el Actor.] ¡Gano de

nuevo y, como siempre, no sé contar mis triunfos!

Escena II

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Entra por el vestíbulo el Capitán seguido de dos militares cargados de alimentos y de dos botellas

de vino.

CAPITÁN.— ¡Un poco de queso, pan y vino faltarán en muchos hogares colombianos, pero no aquí!

[El Capitán no se acerca al escenario, los dos soldados suben y depositan los alimentos sobre los

baúles.]

ACTRIZ.— ¡Nada puede saciar el hambre que siento!

CAPITÁN.— Unas horas más y la revolución será sofocada. Mi promesa está vigente. La compañía

estrenará con gran éxito en Bogotá, sólo pedimos un poco de paciencia. Una revuelta tarda en

formarse y tarda en aniquilarse. [Los soldados hacen mutis.]

ACTRIZ.— ¿Qué es para un militar una revolución? [Gritos y balas.]

CAPITÁN.— Los hipos de una sociedad con mala digestión.

ACTRIZ.— ¡Yo nací en el año de la última guerra de independencia de América, la cubana; viví

todos los años de la revolución mexicana, y ahora sufro este Bogotaso! ¡Por lo que soy tres veces

latinoamericana! ¡Usted quizás no llegue a serlo ni una vez! ¡Gracias por los alimentos! ¡La

paciencia es, por desgracia, más duradera que el hambre!

El Capitán da media vuelta con gran ira y hace mutis por los pasillos que van al vestíbulo, en

medio de sonidos de bombas y disparos.

ACTRIZ.— [Coloquial.] Con el hambre que tengo, no sé cómo pude tener el diálogo tan suelto.

Vamos a ver qué nos trajo ese «generalito». Dos botellas de vino [Creciendo en interés.], queso,

pan y... [Derrotada.] ¡Carne cruda! ¿Qué vamos a hacer?

ACTOR.— ¿No has oído hablar de la carne asada?

ACTRIZ.— ¿Pero cómo la asamos?

ACTOR.— En el Teatro puedes estar segura de hallar desengaños... y madera. ¡Hoy cenaremos carne

asada estilo del «mero» norte, allá donde empiesa la América que nos pertenece! [Baja a la

butaquería y arranca despiadado un pedazo de madera. Sube a escena y casi milagrosamente

prende un fuego con ayuda de unos papeles que arranca sin misericordia del manuscrito de Un

drama nuevo; se ayuda con un poco de alcohol de un estuche de primeros auxilios que saca de un

baúl.]

ACTRIZ.— ¡Pero no tenemos sal!

ACTOR.— ¿Por qué tiene que ser la vida perfecta para que te haga feliz? Tenemos las manos sucias,

que es lo mismo. ¿Po qué no podemos disfrutar de una vida plena de imperfecciones? Es tan bello

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vivir sin triunfos, comiendo sin sal y bebiendo cafés aguados. ¡Adoro vivir medias felicidades! La

vida no nos da vinos añejos ni panes del horno. [Con una parrilla de piso, que cubre las luces

escénicas, el Actor ha improvisado un asador, sobre el que coloca con maestría la carne.]

ACTRIZ.— ¿De verdad no me vas a abandonar?

ACTOR.— ¿Quién me lo pregunta: Medea, Electra, Nora o Estela? [Pausa.] ¡No me obligues a

llegar a la frontera del amor!... ¡Hay que comer y hay que vivir, que el destino de todas maneras nos

alcanza, y ante él nada podemos hacer!

ACTRIZ.— Hablas como un personaje griego.

ACTOR.— ¿Nunca soñaste con estar casada con Edipo?

ACTRIZ.— ¿Hubieras sido feliz si yo no hubiera sido una artista?

ACTOR.— ¿Te hubieras casado conmigo, si yo hubiera sido un campesino?

ACTRIZ.— ¡Acaba de asar la carne, que el hambre nos está haciendo decir verdades, y no quiero! -

Pausa.]

El Director aparece por el fondo del Teatro; se le ve agitado.

DIRECTOR.— ¡Cómo se atreven a encender un fuego en el escenario! ¡No les bastan los incendios de

Bogotá! [El olfato le comunica la verdad.] ¿Carne asada?

ACTRIZ.— Esto es lo que le falta al Teatro... y a usted: fuego, ¡fuego!, ¡fuego!, carne, ¡carne! ¡carne!

[El rito de la carne continúa.]

DIRECTOR.— [Gratamente sorprendido.] ¿Quién trajo la carne?

ACTRIZ.— ¡La dictadura!

ACTOR.— La carne estará en un momento, pero tenemos pan, queso y vino. De verdad que a los

dramaturgos les falta imaginación, siempre los personajes ya han comido o van a comer, o, como en

el teatro de vanguardia, nunca comen, ¡pero olvidan llevar a escena un banquete! [Comen queso y

pan.]

ACTRIZ.— O una simple carne asada.

ACTOR.— Ningún hombre es más humano que cuando come...

DIRECTOR.— [Interrumpe.] Y que cuando fornica.

ACTRIZ.— [Con picardía.] Ustedes cuidan esta carne, que yo me encargo de la otra.

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ACTOR.— [Cita a las brujas de Macbeth, Acto I, Escena III.] «¡Hermanas fatídicas, enlacemos las

manos! ¡Mensajeras de la tierra y del mar, giremos, giremos!... ¡Tres vueltas por ti y por mi, y otras

tres para que sean nueve!» [Las vueltas van por la carne.].

ACTRIZ.— Si sabe a lo que huele, eres mejor cocinero que actor. [El aroma delicioso invade la

butaquería.]

ACTOR.— ¡Cuando comencé a asar esta carne, pensé que no me extrañaría que el director de este

Teatro recobrara los sentidos y olfateara la vida!... ¡Yo soy Ignacio Montarsol, real mesonero de

Segovia, heredero del triste vatel, sacerdote del culto del gusto, el único sentido que los dioses no

tienen; soy chef-sacerdote del culto gourmet al dios de la degustación! [Ha arrancado el Actor un

pedazo de papel de un trasto escenográfico para utilizarlo como plato. Coloca un trozo de carne y

lo ofrece a la ACTRIZ.—] ¡Por vu, madame! [Ella lo acepta.]

ACTRIZ.— ¡Delicioso! [El Actor le sirve al Director un buen trozo de carne en un sombrero de

paja.]

ACTOR.— Pour Monsieur. [Le entrega el manjar.]

ACTRIZ.— [Con la boca llena.] ¡En mi sombrero de la Dama de las Camelias, no!

ACTOR.— ¡Las camelias no se pueden comer, Madame!

¡Sólo el pan y la carne... y lo cotidiano!

ACTRIZ.— No te conocía tan hacendoso... y tan creativo.

ACTOR.— ¡Pues has perdido veinte años de tu vida!

ACTRIZ.— Siempre creí entenderte, pero ahora te me escapas...

ACTOR.— [Abre una botella de vino, ya estaba descorchada.] ¡Cinco sentidos y una vida, lo demás

es ateísmo o religión!

ACTRIZ.— [Al Director.] En qué día tan malo... y tan bueno llegamos a su Teatro. [La botella va de

boca a boca por no haber copas.] ¿Qué tendrá este Teatro que se parece al oráculo de Delfos? Aquí

no puede mentirse a uno mismo.

DIRECTOR.— [Inocente.] ¿Cree usted en la magia teatral?

ACTRIZ.— [Ríe.] ¡Si! ¿Y usted?

DIRECTOR.— [Sincero.] Yo... yo ya no sé en lo que creo.

ACTRIZ.— Yo le hice una pregunta que nunca me contestó, ¿quién es usted?

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DIRECTOR.— [Come; infantil.] No lo sé, sé quien fui y quien seré, pero no quien soy.

ACTRIZ.— ¡Felicitaciones! [La Actriz mira al Actor.] Yo sé quien fui, pero no quién soy, ni menos

quien seré.

ACTOR.— ¡Come y cállate! que sólo los gurmé conversan mientras comen, y hoy somos perros

hambrientos. [Los tres comen en silencio por unos instantes.]

ACTRIZ.— [Con la boca llena.] ¿Y la radio? [Corre y la enciende, sólo se escucha el silencio y un

sonido invariable y gris; busca en vano todas las estaciones. La Actriz comienza a llorar de

verdad; el Director y el Actor esconden las lágrimas a la mexicana; todos continúan comiendo en

silencio. Despues de que ha acabado la Actriz su último bocado, declama.] ¡Lo único valedero en

nuestros países es el silencio! Pero dice tanto y mueve a tan pocos! Yo nunca he entendido por qué

en la vida no se puede gritar como en el teatro griego. [Deambula y grita al teatro vacío. ¡Ay, cómo

me duele mi América! ¡México, Cuba. La Dominicana. Guatemala, El Salavador... Honduras,

Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia... Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia... Brasil, Chile,

Argentina, Paraguay, Uruguay, Haití, Puerto Rico!... ¡Ay, cómo me tortura ver a mi pueblo luchar

tanto y llegar a tan poco! [Sonó a aria operística acompañada por la música de la pólvora y el

dolor.]

DIRECTOR.— [Después de una pausa.] Aquí, en este teatro, oí muchas veces hablar a Eliécer

Gaitán, aquí tenía sus reuniones políticas... pero ahora está muerto... ¿por qué, si teníamos todo para

triunfar?... [Deambula con desesperación.] Latinoamérica es una tierra grande y rica... con una

cultura anterior que se pudo sumar a la europea... Cuando Europa no tenía salida, América aparece

como un mundo nuevo, aquí debía de haber continuado la historia de Occidente, pero algo sucedió

y Latinoamérica se disminuye, se menosprecia... Ya no somos tan jóvenes, cuatro siglos pesan

sobre nuestra memoria, y nunca hemos pasado de ser una promesa. ¡Quizás ya hemos entrado en la

vejéz, sin nunca alcanzar la plenitud! [Pausa breve.] Todavía la conquista no termina, todos los

días Europa sigue conquistando a América. ¡Nuestra lucha por la independencia aún continúa

porque no tenemos nuestros destinos en nuestras manos! ¡Todas las revoluciones irán al fracaso

porque no basta el bolivarismo! no se puede construir nuestra América. Marx debió de nacer aquí.

Tenemos que inventar, no imitar. El sueño de Bolívar de una Hispanoamérica unida no ha pasado

de ser una utopía. ¡Somos tantos pero hemos sido tan torpes! [Pausa larga.]

ACTRIZ.— [Conmovida.] No me has respondido, ¿quién eres?

DIRECTOR.— [Intimo.] ¿Yo?... Cadaver... sombra... polvo... nada...

ACTRIZ.— ¡No hagas literatura, habla por ti mismo!

DIRECTOR.— ¡Yo soy uno de ésos a los que no nos tocó vivir la plenitud de la historia! [Sonidos de

chusma ametrallada.]

ACTRIZ.— ¿Pero, quien eres tú?

DIRECTOR.— [Desolado.] ¿Yo?... ¡Un traidor!, yo debí de estar allá luchando... y aquí estoy...

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ACTOR.— Así fue porque así debía de ser...

DIRECTOR.— ¡No! ¡Mis amigos deben estar muertos...y yo no sabré sobrevivirlos!

ACTOR.— ¡Tú puedes hacer tanto!

DIRECTOR.— ¡No! ¡Yo quiero estar muerto!

ACTOR.— ¿Te conocen ellos? [Señala a los militares.]

DIRECTOR.— Si.

ACTOR.— ¡Vete! ¡Escóndete en otro sitio! ¡Este y todos los teatros pueden esperar! [Sonido de

metralla.]

Escena III

CAPITÁN.— [El Capitán había entrado hacía un instante.]

¡Es mi deber avisarles que la avanzada enemiga ha sido detenida y que el gobierno de Ospina Pérez

ha sofocado este conato de revolución! ¡Viva Colombia! [El Capitán se acerca al escenario.] ¡Viva

Latinoamérica! [El Capitán intenta subir al escenario por el lunetario. Uriel Valente saca una

pistola -verdadrera- de su saco y dispara tres veces al Capitán, cuando éste pretendía subir la

escalerilla que conduce al escenario. El Capitán, aún de pie, se mira las heridas y con ojos

desconcertados mira a la Actriz.— El Director huye en dirección equivocada, luego corrige el

rumbo y se pierde en las tinieblas de las profundidades de la escena. El Capitán se desploma sobre

el escenario; los dos actores corren en su auxilio. El Capitán habla con dificultad.] ¿Por qué? ¿Por

qué? ¡No había necesidad! [Los militares han acudido al sonido de las balas, entran por el

vestíbulo, el herido les eñala la ruta del asesino.] ¡Por ahí se fue! [Los militares siguen la dirección

marcada en la oscuridad, sus pasos se escuchan hasta que se hace el silencio.] ¡Ayúdenme a

recostarme! ¡No tengo nada! [Los dos actores acuestan al Capitán en el escenario, la Actriz coloca

una cobija sobre el herido y un envoltorio de ropa a manera de almohada. De vez en cuando se

escuchan sonidos lejanos.]

ACTRIZ.— Así estará mejor.

CAPITÁN.— ¿Qué tengo? ¡Díganme! ¿Qué tengo? No siento nada.

ACTOR.— [Con gran dolor.] Varias heridas en el abdomen o en el pecho...

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CAPITÁN.— [Agónico.] ¡Tápenme las heridas... háganme un torniquete!... ¿Por qué no hacen nada?

[Con pavor.] ¿Son también gaitanistas? [Se despiertan las voces y las lágrimas de la paz por las

calles.] [A la ACTRIZ.—] No veo dónde tiene las heridas, todo está cubierto de sangre.

ACTRIZ.— [Mintiendo.] ¡Dáme tu corbata, hay que ponerle un torniquete! [El Capitán se desmaya.]

¡Ha perdido el conocimiento!

ACTOR.— ¡Voy a pedir ayuda! [Intenta salir por el lunetario.]

ACTRIZ.— ¡Ignacio, espera!... ¡No te quiero perder!

ACTOR.— ¡Cualquiera puede hacer el papel de Actor característico...! ¡Adiós, Estela, ya no hay

razón para vivir... de menos para vivir juntos! [El Actor ha salido del vestíbulo.]

ACTRIZ.— [Al Actor.—] ¡Espera, Ignacio! [Llora. Al Capitán, como Pietá.] ¡Espera, no huyas, que

vivir es esperar contra toda esperanza; para vivir, a veces no hay una razón, pero para morir tiene

que haberla! ¡No te mueras, soldadito de plomo, pedacito de la historia de éste 1948 de Colombia,

héroe y traidor inútil! ¡Vive y demuestra que eres hombre y no fusil, corazón y no látigo! ¡No te

mueras en mis brazos, que solamente se ver morir...y matar... en escena! ¡Quiero que vivas tú, que

vivan todos!

[Llora desconsolada.]

ACTOR.— [Regresa y dice desde la entrada del vestíbulo.]

Las calles están desiertas, no hay militares, solamente quedan los muertos.

ACTRIZ.— ¡Ven, Ignacio, abrázame!

ACTOR.— [Se acerca a la Actriz.—] ¿Qué te pasa?

ACTRIZ.— ¡Volviste!... ¡No me dejes! ¡No podría...!

ACTOR.— Yo ya no te sirvo. [No sonó a reproche.]

ACTRIZ.— Nunca te he querido por ser útil. [Unos ruidos señalan el regreso de los tres militares

por el fondo del Teatro. La Actriz los ve venir y dice:] ¿Se escapó?

SOLDADO I. Sí. [La Actriz y el Actor se ven aliviados.]

SOLDADO II.— El que pierde, corre.

ACTOR.— El que corre, no pierde. [Los soldados no entendieron.]

ACTRIZ.— ¡Vayan a pedir auxilio!

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SOLDADO I.— ¿Para qué?

ACTRIZ.— ¡El Capitán se muere!

SOLDADO III.— Déjelo morir. Yo he visto morir a muchos, y cuando la pelada se fija en uno, no hay

forma de correr.

ACTRIZ.— ¡Pero todavía vive!

SOLDADO I.— Yo no me voy a arriesgar. [Mira a sus compañeros.] Quién se anima? [Ambos

niegan.] Nadie es tan estúpido que quiera ser héroe.

ACTOR.— ¡El Capitán necesita un doctor con urgencia!

SOLDADO III.— Lo tendrá si puede esperar a que esta vaina de revolución termine.

ACTRIZ.— ¿No les duele que el Capitán se muera?

SOLDADO I.— Si muere éste, habrá otro Capitán.

SOLDADO II.— En esta revuelta poco soldado ha muerto, entre menos se llevarán las medallas.

ACTOR.— ¡Hablan del Capitán como si fuera una especie animal inextinguible!

ACTRIZ.— ¿Qué hacían antes de ser soldados? [Mira al Soldado I.]

SOLDADO I.— Sembraba...[La Actriz interpela con la mirada al Soldado II.]

SOLDADO II.— Nada... [La Actriz continúa con el interrogatorio.]

SOLDADO III.— Lo mismo...

ACTOR.— ¿Era tan malo este Capitán que no les duele que se muera?

SOLDADO II.— [Sonríe.] Le pagamos con la misma moneda, si losmuertos fuéramos nosotros, a él

poco le importaría.

ACTOR.— ¿Qué es Latinoamérica para ustedes?

SOLDADO I.— ¿Quién?

ACTOR.— ¡Nosotros!

SOLDADO II.— [Levanta los hombros.] Yo no había conocido más allá de Pasto, hasta ahora llego a

la Capital...

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ACTRIZ.— ¿Conocen lo que es México... Argentina... Perú?...

SOLDADO III.— Oímos hablar de esas ciudades, pero... [Encoge los hombros.]

ACTOR.— ¿Creen en Dios? [Sonido de una gran bomba.]

SOLDADO II.— ¡Claro! ¡Porque si no existiera, no podríamos estar aquí peleando! [Ríe

vulgarmente.]

ACTRIZ.— [Que había estado refrescando el rostro del Capitán con un pañuelo.] Váyanse, no

quiero verlos más! ¡No regresen, salvo que traigan a un doctor! ¡Largo! [Los soldados se miran

entre sí y salen con toda calma. La Actriz comienza a llorar con gran tristeza.]

ACTOR.— [Los ve salir. En farsa.] Perdone, señorita que la incomode, pero quisiera hacerle una

entrevista, su organización benéfica bien pudiera cambiar el mundo...

ACTRIZ.— [Aún con lágrimas.] ¡No juegues ahora! ¡Te lo suplico!

ACTOR.— [Siguiendo con el juego.] Este artículo será de publicación mundial, nuestra difusión no

tiene límites.

ACTRIZ.— ¡Guarda silencio, que podemos perturbar!...

ACTOR.— [En farsa.] Solamente usted puede ayudarnos. Necesitamos descubrir el eslabón perdido

entre el hombre pobre y el hombre rico. Nuestro periódico ha logrado una entrevista con el hispano

más rico del mundo, ahora buscamos al más pobre para entrevistarlo.

ACTRIZ.— [Entrando con esfuerzo al diálogo.] ¡Hay tantos!

ACTOR.— Nuestras estadísticas la señalan como la mecenas que más ha ayudado a nuetros pobres.

¿Cuál ha sido su criterio para diferenciar a los verdaderamente pobres de los que no lo son? [La

Actriz duda. En Actor.] ¡Uno a cero!

ACTRIZ.— [Habla automáticamente.] Pobre es el que no come.

ACTOR.— Con esa definición la mitad somos pobres. ¡Necesitamos una definición más precisa! [La

Actriz duda.] ¡Dos a cero! ¿Quién es verdaderamente pobre?

ACTRIZ.— [Contesta como autómata.] Aquellos que no pueden nacer, ni crecer, ni tener hijos, sólo

morir, todo por motivos económicos.

ACTOR.— Aún son demasiados, necesitamos un criterio más estricto, ¿quiénes son pobres?

ACTRIZ.— Pobres son los que roban para comer.

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ACTOR.— Eso lo hacen tantos que escapan a mis estadísticas, además no todos los ladrones

comenlo mismo. [La Actriz no responde.] ¡Tres a cero! ¿Quién es el hombre más pobre que habla

español?

ACTRIZ.— [Habla despacio.] ¡El hombre más pobre no es el que no come, sino el que no defeca!...

ACTOR.— ¡Yo soy el hombre más pobre del mundo! Tengo un ojo bueno y otro ciego, pero quizás

mi padre fue ciego; soy medio sordo, pero hay quien no oye; mi lengua es completa, habla y

acaricia; no hay alguien tan pobre que no pueda oler, y aquí [Señala su frente.]no todo está oscuro.

Es cierto que no tuve padres, ni engendré hijos, ¡pero no soy tan pobre que quiera morirme!

ACTRIZ.— [Llora sincera, en Actriz.] ¡Ignacio, no me dejes ahora, te necesito más que nunca! ¡Me

siento... vieja! ¡Me doy asco! ¡Soy como nuestras tierras, pasé de ser niña a ser vieja, sin que nunca

alcanzara la plenitud! ¡No me abandones!

ACTOR.— ¡Nunca pudimos llegar a ser el matrimonio que soñamos!... ¡Nos faltó tanto!...

ACTRIZ.— Tanto como le falta a este continente para ser el continente de la felicidad?...

ACTOR.— Tanto y más... Estela, ya no deseo compartir la vida contigo...

ACTRIZ.— ¡Yo todavía te quiero!

ACTOR.— ¡Yo un día dejé de quererte! [Suspira.] ¡Ahora me siento libre!

ACTRIZ.— [Serena, pero con infinita tristeza.] Si así estan las cosas, ya nada hay que se pueda

hacer... [Pausa.]

ACTOR.— [Mira al Capitán, había muerto hacía varios minutos.] ¡Está muerto! [La Actriz se

sorprende.]

ACTRIZ.— [Se incorpora, abre un baúl y saca una enorme tela blanca, y con ella cubre el cadáver

del Capitán.] Nunca supimos si tenía esposa e hijos, supongo que todos los militares lo tienen. Sólo

supimos que gustaba de la milicia... y del Teatro... [La tela se ha ido tiñendo de sangre.]

ACTOR.— [Mira al fondo del escenario.] ¿Dónde estará el Director?

ACTRIZ.— ¡Ha de estar entre sus amigos tramando cómo construir una América plena!...

ACTOR.— [Con pasión.] ¿Sabes lo que he descubierto en este Teatro ruinoso? Que amor es decirle a

otra persona que la querrás cuando ya no la quieres... Estela, yo ya no te quiero, pero estaré siempre

contigo... [Se abrazan con gran comprensión.] ¡Está amaneciendo afuera... ya no hay sonidos de

guerra... quizás todo haya terminado!...

Por las tierras de Colón

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ACTRIZ.— [Con lágrimas plácidas.] ¡Vámonos fuera...! ¡Volvamos a México... a luchar juntos

nuestra contienda...! Hoy por primera vez en mi vida, no hubo Teatro, Colombia no nos ha

querido... ¡Como tampoco ha querido la Libertad!...

Los dos actores salen por entre el público, sus brazos se entrecruzan cariñosos, y sus rostros tienen

la expresión de infinita plenitud. Los pasillos se iluminan con el gran sol del amanecer que afuera

está empezando a brillar, la luz matutina es una promesa de Libertad. Fin del Acto Segundo.

Aix-en-Provence, Francia

7 de diciembre de 1985

Monterrey, México

4 de enero de 1986

Por las tierras de Colón

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Palabras ociosas I

Detrás de mi obra Por las tierras de Colón se esconde una multitud de experiencias personales que

indudablemente conformaron este drama. La más reciente fue la exposición museográfica «La

magia de la escena», que ayudé a organizar en el Centro Cultural Alfa, de Monterrey, México en

1985.Ahí entre maquetas y libros, dibujos y programas, al lado de manuscritos originales de Buero

Vallejo, Lorca, Usigli, O'Neill y Claudel, estaba montado un camerino en homenaje a la actriz

María Teresa Montoya, a los veinte años de su muerte. Una multitud de objetos personales y

medallas, un abanico regalo de don Jacinto Benavente, y un mantón obsequio de los hermanos

Alvarez Quintero, daban marco perfecto a su bellísima mascarilla post mortem y al modelo en

bronce de sus manos inertes. Con motivo de la exposición conocí a las dos hijas de la actriz y leí su

excelente autobiografía, en donde conocí la anécdota que dio origen a la trama de esta obra.

La primera vez que me acerqué al teatro profesional tras bambalinas, fue en un curso que

tomé en 1961 con Estela Inda, una de las mejores actrices que ha tenido México, actuó en Los

olvidados de Buñuel. Con ella viví dos montajes: La Gaviota de Chejov y Proceso de Jesús de

Diego Fabbri. Anteriormente a esta fecha, fui sólo público; yo no fui un niño teatral como tantos

dramaturgos, nunca recuerdo haber jugado al teatrito; pero me ufano de haber sido un niño-público,

ya que desde mis primeros años vi mucho teatro y me asomé, de un modo particular al mundo de la

farándula. Mi padre había muerto, y mi madre y yo vivíamos con una hermana de ella, tía Elvira,

que era argumentista cinematográfica en la época de oro del cine mexicano. Desde cuarto de niño

recuerdo de la primera vez que pude ir al teatro en mi vida. Mi madre y yo fuimos caminando desde

la calle en que vivíamos hasta el teatro Ideal, como años más tarde supe que se llamaba, para ver

una obra de la Montoya. A la entrada, mi madre vio unas fotografías publicitarias, en las que el

drama se representaba con el máximo ademán, en una escena que quizá no aparecía en la obra, pero

que resumía la trama; en ellas mi madre descubrió algo inmoral a su juicio, y decidió que no

entráramos. Así es que esa tarde fuimos a ver a un mago, y yo seguí siendo niño por unos meses

más.

La primera obra de teatro que tengo memoria de haber visto, fue La vida es sueño de

Calderón, en Guadalajara, actuada por una improvisada compañía de niñas y adolescentes de un

colegio de monjas. En vez de teatro, actuaron en un entarimado en medio del patio de mi colegio,

por nombre Cervantes, que yo ubico en mi memoria al lado de la casa en que nació el poeta

mexicano Enrique González Martínez. Conservo esa imagen esfumada de la presentación, años

pasaron para que yo la recordara y la identificara; sin embargo, recuerdo que, con mi mente de ocho

años, llegué a la luminosa conclusión de que el autor debía ser un señor muy inteligente, porque a

pesar de que había escuchado la avalancha de palabras con toda atención, no había entendido casi

nada... pero mis ojos habían quedado fascinados.

Años más tarde, en mi primera juventud, encontré en los libros los mejores amigos y en el

teatro la emoción máxima. En ese período conocí Un drama nuevo de Tamayo y Baus, que me hizo

descubrir el eslabón que une el teatro con la vida. Por esos años vi muchas obras que quedaron

imborrables en mi memoria: La casa de los siete balcones, La Orestiada, El mártir del Calvario,

La señorita Julia, Yo también hablo de la rosa... Y admiré desde lo lejos a gente de teatro, de quien

Por las tierras de Colón

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conservo su presencia luminosa en mi recuerdo: María Douglas y Dolores del Río, la voz meliflua y

patética de Bertha Singerman, Xavier Rojas-por quien comprendí la existencia de un artista llamado

director-, y las tardes de zarzuela con Pepita Embil y don Plácido Domingo... Muchas de esas tardes

de teatro nunca han sido superadas por otras representaciones, a pesar de que he visto teatro en tres

continentes; quizás porque con los años y con el conocimiento teatral, perdí la ingenuidad y la

emoción lúdica, que es lo que determina el poder vivir la aventura del pensamiento y de la emoción

que es el teatro.

Por todo esto se comprenderá que mi personaje de Estela Fabremonto es un híbrido de

Estela Inda, Virginia Fábregas y María Teresa Montoya, en nombre y personaje; y que Ignacio

Montarsol lo es también de Ignacio López Tarso -a quien por primera vez le vi en una obra griega:

Edipo Rey, cuando todavía leía a Salgari y a Verne-, de Fernando Soler - con sus melodramas

españoles, como La muralla y La herida luminosa-, y Ricardo Mondragón, esposo de la Montoya, a

quien nunca vi en escena, pero que conozco por muchos comentarios gratos. Así es que Por las

Tierras de Colón es un producto de mi imaginación; de la Montoya sólo conservo la anécdota y los

nombres del capitán Roberto Piñeiro y del actor Hernán Vega Escobar. El director del Teatro

Municipal, Uriel Valente, no existió en la vida real.

Esta obra la escribí como si hubiera salido a cazar mariposas con una red llamada

Latinoamérica, porque desde que leí Las Meninas de Buero Vallejo, que presenta toda la tristeza de

España, soñé con una obra, escrita por mí o por otro autor, que llorara toda la tristeza de

Latinoamérica. Tardé varios años en encontrar la anécdota de esta obra, y cuando ya había decidido

escribirla, aprovechando un viaje para asistir a un congreso de museos, supe por Osvaldo Obregón

de la Primera Reunión Europea de Teatro Latinoamericano en el Exilio, en Aix-en-Provence,

Francia, así es que logré asistir a las dos citas por coincidencia. La reunión del exilio fue excelente,

los que asistimos jamás la olvidaremos. Al día siguiente de la clausura, partí hacia Avignon y París

por tren, mientras la pluma volaba sobre el papel.

Hoy hace exactamente un año que terminé la primera versión de Por las tierras de Colón, y

sin embargo ya tiene el premio «Letras de Oro» de la Universidad de Miami y American Express

Company, hecho que me da una inmensa alegría. Al escribirla la dediqué a Ofelia González y a

René Buch, de Repertorio Español de Nueva York, porque un día les prometí una obra. Sin

embargo, ahora que escribo estas líneas ociosas, reconozco en esta obra la presencia indeleble de

tantos amigos que me descubrieron a Latinoamérica: Orlando Rodríguez, Gabriela y Osvaldo

Obregón, Matías Montes Huidobro, Fernando de Toro, Gléider Hernández, Luis Mario Schneider,

Juan Valencia, don José Arrom, Gabriela Mora, Gregor Díaz, Sergio Arrau, Luis Molina,

Marcelino Duffau, Glides Ribero Peña -mi hermana uruguaya-, y los parientes de la Reunión de

Teatro Latinoamericano en el Exilio... y los latinoamericanos sólo de corazón, George Woodyard,

Raquel Thiercelin, y don Alfredo Gracia Vicente y tantos otros... Todos estos amigos son

visionarios desperdigados, semillas a voleo que, sin darse cuenta, proponen con sus vidas la única

esperanza que podrá dar forma un día al TEATRO LATINOAMERICANO, en ese increíble día en

que nuestros teatristas tengan su visión continental de pensamiento y sigan el ejemplo de su

búsqueda personal; en ese día increíble en que puedan olvidarse las fronteras que nos dividen y nos

disminuyen, y de los vanos coloquialismos que nos separan. Imagino ahora un diseño gráfico de

todos estos nombres, que perfile la silueta de Nuestra América...aunque sólo para mí.

Por las tierras de Colón

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Cincinnati, Estados Unidos,

4 de enero de 1987.

Palabras ociosas II

Siempre me ha interesado descaminar el camino andado para desconstruir la creación de mis obras

de teatro. Estas palabras son una crónica de los jirones de vida que gestaron mi drama Por las

tierras de Colón (1987) y, paralelamente, de mi descubrimiento del papel que Colombia ha tenido y

tiene en el devenir de los destinos latinoamericanos.

Al principio de los años ochenta, comencé a barruntar una obra. Por otro lado, hacía ya

tiempo que sentía el deseo de llevar a la escena a una pareja madura que vive el ocaso del amor. Es

inusitado experimentar cómo las tramas y los personajes lo buscan a uno en medio de la calle, sin

previa cita, pero, por el contrario, faltan a la cita está sentado con el tiempo para crear sobre el

papel. Así varias experiencias personales me entregaron el tema y la trama de esta obra. Durante mi

lectura de la autobiografía de la actriz mexicana María Teresa Montoya en 1985, experimenté un

raro momento de encuentro con algo que yo andaba buscando sin saberlo; en ese instante tuve la

certeza que la información estaba allí esperándome. Fue uno de esos instantes de confluencia de

ideas dispares que implotan en la mente hacia la creación de una unidad. La actriz recordaba una

experiencia vivida en Bogotá, durante el célebre Bogotazo. El viernes 9 de abril de 1948, la actriz y

su compañía teatral habían llegado a Bogotá. Mientras el grupo se instalaba en el Hotel Granada, la

actriz y su esposo Ricardo Mondragón, se dirigieron caminando por la Carretera 7a. hacia el

entonces llamado Teatro Municipal. Unos minutos más tarde, en la contraesquina del hotel, el líder

Jorge Eliécer Gaitán iba a ser asesinado. La pareja de actores entró en el teatro para conocer la sala

y preparar la próxima presentación. Era mediodía y aún no habían comido. En esos mismos

instantes, en la confluencia de la carretera 7a. y Jiménez, Gaitán salía de su oficina acompañado de

varios amigos, iba a comer a su casa; en donde su esposa lo esperaba. Un hombre sacó una pistola y

disparó sobre Gaitán en el pórtico de su oficina. El agresor intentó huir pero fue detenido por los

transeúntes que, entre gritos y lágrimas, pasaban la voz de que acaban de balear al apreciado

abogado y posible candidato a la presidencia de Colombia. Este fue el inicio de un gran día de ira,

uno de los más violentos que registra la historia de Latinoamérica. El pueblo hizo uso de su derecho

a exigir justicia, y, como en Fuente Ovejuna, se unió para descubrir a los autores del asesinato. La

historia de Colombia guarda luto de esta jornada sangrienta. Miles de personas salieron a las calles

pidiendo justicia. Pronto los clamores y las gesticulaciones se convirtieron en acciones, destrucción,

incendio y muerte. El ejército conservador, con la venia del presidente Ospina Pérez, utilizó las

armas para detener al pueblo; mientras los actores quedaron apresados en el teatro por 33 horas.

La obra de teatro que mi mente barruntaba aún tuvo que madurar por algunos meses, en los

que me conté la historia desde varias perspectivas. Ahora que he repasado papeles viejos, he

encontrado varios apuntes escritos durante 1985 para una obra futura con el tema del Bogotazo,

más centrados en el problema de la pareja que en el pueblo Colombiano. Al final de ese año volví a

percibir uno de esos raros encuentros que hacen confluir las vagas experiencias y los pensamientos

Por las tierras de Colón

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deshilvanados, en una estructura dramática. Asistí a la primera reunión de teatristas

latinoamericanos en el exilio, en Aix-en-Provence, Francia, allí escuché largas conversaciones

sobre el teatro que es arrancado de su tierra y llevado a países no hispanos, en donde sobrevive con

dificultad, porque en ese espacio extranjero no existe ni la lengua ni el interés político. Mientras

viajaba en tren, mi mente comprendió por primera vez la obra, los personajes, y sobre todo el tema:

nuestro destino individual y nuestro destino continental en un mundo de violencia.

La violencia es una palabra que hoy parece estar en todas las bocas. Investigué su origen y

descubrí que no existió en los siglos en que el castellano medieval gestó la lengua que ahora

hablamos. Fue después, en el siglo XIII que hizo su aparición como adjetivo, violento. Después, en

el siglo XIV, el adjetivo que describía una cualidad concreta dio origen a un concepto que parece

vivir por si mismo en el mundo de las ideas; La violencia. ¿Qué es la violencia? El Diccionario de

Autoridades de 1726 da varias definiciones; 1) Fuerza o ímpetu en las acciones, específicamente en

las que se incluya movimiento; 2) Se llama asimismo la fuerza que se hace a una cosa para sacarla

de su estado, modo o situación natural; 3) Fuerza con la que alguno se le obliga a hacer lo que no

quiere por medios a que uno no puede resistir; 4) La acción violenta o contra el natural y racional

modo de proceder; y 5) El acto torpe ejecutado contra la voluntad de alguna mujer. Estas mismas

definiciones se encuentran hoy en un diccionario moderno. Todos aportan definiciones de la

violencia como efecto, pero la violencia que yo había palpado en el Bogotazo era otra forma de

violencia, una violencia de causa; no era ni un medio ni un fin, era un principio de conducta y de

pensamiento que antecedía a la acción. El hacer violencias es una cualidad moral, el ser violento es

una cualidad metafísica, la primera pertenece al reino de la ética, y la segunda al de la metafísica.

Mi obra de teatro fue escrita de noviembre a enero de 1986. Las primeras escenas seguían

centradas en los actores y su problema de pareja, pero iban naciendo preguntas sin respuesta: si

cada concepto tiene un contrario, como el amor al odio y la muerte a la vida, ¿por qué la violencia

no tiene un contrario? La paz ciertamente no lo es. Habría que inventar ese vocablo, algunos lo han

calificado de antiviolencia, pero ese vocablo no me satisfacía. Gaitán era una promesa política a

nivel continental, el Castro de la década de los cuarenta y el Allende de los setenta. Si, pero también

era algo más. El Bogotazo es importante porque sucede en un momento en que la perspectiva

latinoamericana se enfocaba especialmente en Colombia. Por eso allí la Primera Reunión

Panamericana, con la presencia de los grandes políticos de entonces. La Montoya actuaba como

parte del programa cultural de esa reunión. José Eliécer Gaitán era un abogado de extracción

popular, hijo de una maestra, versado legista con estudios en Italia, cuya tesis fue un análisis sobre

la posibilidad constitucional de tener gobiernos inspirados en la indiosincracia latinoamericana, no

en modelos de inspiración francesa o norteamericana. Sus desfiles del silencio, en los que

simbolizaban sus calladas esperanzas. Sus famosos discursos políticos de alta oratoria, no invitaban

a la violencia, sino a eso otro que no había yo identificado. En el teatro municipal donde María

Teresa Montoya pasó tantas horas de espera, tenía Gaitán sus reuniones políticas, por eso hoy lleva

el nombre de Teatro Eliécer Gaitán. Era la esperanza de Colombia, un gobierno de apertura

popular, socialista pero alejado del marxismo. Acaso hubiera sido el primer presidente con la idea

de un gobierno de raigambre latinoamericana, sin ideas prestadas. Por algo decía Simón Rodríguez,

el maestro de Bolívar, «tenemos que inventar, no imitar», palabras que yo le di a uno de mis

personajes.

Por las tierras de Colón

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La obra quedó terminada para otoño de 1986, el título de Por las tierras de Colón, conlleva

la idea de «por las tierras de Colombia» y abarca los veinte países hispanoamericanos (contando a

Puerto Rico, por supuesto). Esa misma navidad, ya había ganado el premio Letras de Oro de la

Universidad de Miami, con un jurado internacional (Osvaldo Dragún, Frank Dauster, Luis

Goitisolo, Fernando Sánches Mayáns y George Woodyard). El premio me lo entregó personalmente

Octavio Paz en Miami, y pronto se hicieron tres ediciones de mi drama.

En 1988 tuve oportunidad de volver a Colombia —después de mi primer viaje de 1973—

como invitado del Festival Hispanoamericano de Teatro. Durante todo un domingo recorrí el centro

de Bogotá. Mi punto de partida fue la esquina en que mataron a Eliécer Gaitán. Ahí encontré una

placa que anunciaba el sitio del asesinato. Me dirigí hacia el teatro Eliécer Gaitán, caminando por la

Carretera 7a. La calle estaba cerrada al tránsito automotriz, cientos de bogotanos caminaban

plácidamente y disfrutaban de una vendimia popular. Me resultó impensable la comparación de

aquella muchedumbre pacífica y sonriente, con la chusma enfebrecida del 9 de abril; aunque sus

padres o sus abuelos vivieron el Bogotazo. El teatro había sido convertido en sala cinematográfica.

La función todavía no había comenzado, por lo que pude sigilosamente pasar al escenario, pasando

por un foso de orquesta que nunca había imaginado en mi obra. Crucé bajo la gran pantalla

cinematográfica y encontré el verdadero espacio teatral iluminado torpemente. Allí había estado la

Montoya y su esposo Ricardo Mondragón, ahí pasaron desde el mediodía del viernes hasta la

mañana del domingo, escondidos y aterrados, lejos de su hija y de sus amigos-actores que

permanecían en el hotel. Allí también había dirigido la palabra muchas veces Eliécer Gaitán a sus

seguidores. En las voces que provenían del escaso público creí reconocer los ecos de sus piezas

oratorias plenas de sabiduría que alguna vez había leído. Por mi mente pasaron varias escenas de mi

obra teatral, no sabía si eran vividas de nuevo en aquel escenario real o imaginadas en el escenario

de mi mente. La entrada de la actriz por la butaquería

y su encuentro con con un teatro vacío. La toma del teatro por los militares conservadores, que por

ser el edificio más alto de ése entonces, podía servir de atalaya del Capitolio. La huída del director

del teatro, quien era simpatizante de Gaitán, pero que se había escondido dentro del teatro que

administraba por miedo a la muerte. Aunque éste personaje es de mi creación, yo lo imaginaba con

los personajes históricos. Hasta llegué a sospechar que sobre el escenario aún estaba el cadáver del

Capitán, quien en mi obra es muerto por el director del teatro. Hay una escena en que los actores

asan la carne que les trajeron los militares, en mis acotaciones yo pido una parrilla escénica, de las

que se usaban en los teatros antiguos para poner diablas luminosas en el piso. Con gran sorpresa

encontré que éste teatro tenía éste y muchos de los requerimientos de mi pieza. Repentinamente las

luces se apagaron, como en ese 9 de abril, pero esta vez para anunciar que la película había

comenzado; coincidentemente era una película bélica norteamericana, dirigida por Stanley Kubrik.

Salí al foyer para ver de cerca el gran busto de bronce de Eliécer Gaitán, obra de Mardoqueo

Montaño. Descubrí una escueta placa: «Gaitán, Caudillo y Mártir, 23 de enero de 1898, 9 de abril

de 1948».

Nunca pensé poder conocer parientes y amigos de mis personajes. Sin embargo, llegué a

conocer a la nieta de Gaitán, Claudia. Ella me acompañó a visitar la tumba de su abuelo, en la sala

de la que fuera su casa. Todo está conservado intacto. Aún el plato espera en el comedor al

comensal, y el reloj está detenido a la 1:30 PM, hora del atentado. El pórtico donde tuvo lugar el

asesinato ha sido llevado a la casa. Visitamos su cuarto, su angosta cama y su vestuario. Su

biblioteca,leí muchos de los títulos, libros que señalan una gran cultura: arte y leyes. Allí, Claudia

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me enseñó la libreta de sitas de su abuelo. Vi una nota, escrita con la letra de Gaitán, el 9 de abril

tenía cita que nunca tuvo lugar, con un joven líder de los estudiantes cubanos, un tal Fidel Castro,

que por entonces contaba con 21 años. ¿Qué hubiera pasado si Gaitán hubiera vivido su vida

completa para mostrar su camino a los destinos de nuestra América, como la llama cariñosamente

José Martí? ?Hubiera seguido Cuba la misma ruta política que conocemos? Le regalé a Claudia un

ejemplar dedicado de Por las tierras de Colón, sintiéndome que lo dedicaba a la nieta de uno de mis

personajes que se había salido del reino teatral.

En esta tierra de nadie en que existe entre la ficción y la realidad,se encuentra, creo yo, no

solamente mi aventura vital de ser dramaturgo, sino también la manera de cómo entendemos los

latinoamericanos nuestra realidad. Construimos escenarios políticos, con personajes reales--como el

pueblo--y con personajes de ficción--como los héroes y los políticos--. Con grandes temas

intentamos fundamentar el escenario político, la democracia,la libertad, el desarrollo. Y vivimos

nuestras vidas cotidianas plagadas de violencia. Ya no sabemos dónde está la realidad, ni dónde

está el camino certero de nuestra historia. Uno de mis personajes dice al momento en que se da

cuenta que el Bogotazo ha sido sofocado:

Director.— Latinoamérica es una tierra grande y rica... con una cultura anterior que se pudo sumar

a la europea. Cuando Europa no tenía salida, América aparece como un mundo nuevo, aquí debía

de haber continuado la historia de Occidente, pero algo sucedió y latinoamérica se disminuye, se

menosprecia. Ya no somos tan jóvenes, cuatro siglos pesan sobre nuestra memoria, y nunca hemos

pasado de ser una promesa. Quizás ya hemos entrado en la vejez, sin nunca alcanzar la plenitud.

Todavía la conquista no termina, todos los días Europa sigue conquistando a América, !Nuestra

lucha por la independencia aún continúa porque no tenemos nuestros destinos en nuestras manos!

(Pausa.) El sueño de Bolívar de una Latinoamérica unida no ha pasado de ser una utopía. ¡Somos

tantos pero hemos sido tan torpes! (71-72)

Colombia es un país que ha ido adelantando el paso de la historia de nuestra América

durante el siglo XX. El Bogotazo fue el primer movimiento popular espontáneo que sucedió en

nuestra historia. Su violencia fue diferente de la violencia de acto, algo más profundo movió al

pueblo a la rebelión. Ejemplos similares se han multiplicado, no son solamente movimientos

populares que van en contra de una consigna política, sino son expresiones del sentir de nuestros

pueblos. El Tlatelolco mexicano de 1968 es un ejemplo de la posibilidad del pueblo nuestro para

hacer su historia, cuando deje de creer en ese mundo de ficción política y se enfrente de una vez por

todas a la realidad de su historia. ¿Qué es, pues, esta otra forma de violencia dentro de este

contexto? La no aceptación de la historia como la hemos ido viviendo. Hay un deseo popular de

purgar, de purificar, de aniquilar el presente. La violencia espontánea del pueblo es un síntoma que

pregona que aún los destinos latinoamericanos no han llegado a la felicidad social y un aviso de que

aun estando cansados tenemos la reciedumbre para seguir jalando el carro de nuestra historia.

Cuando con la magia de la escena vi montada mi obra por el grupo PROTEAC de

Monterrey, bajo la dirección de Luis Martín, el sufrimiento personal y colectivo de esta historia fue

como un rito de purificación, que me hizo comprender cuál era el verdadero concepto de la

violencia popular. No era la violencia que genera más violencia, sino era una ira popular nacida de

la esperanza latinoamericana, cuando ésta se cansa de esperar. Así la violencia cotidiana, la que

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llena las páginas de la prensa, es gestada por la pérdida de la caridad, al no ver en el otro un igual;

mientras que la violencia expuesta en el Bogotazo fue una violencia nacida de la pérdida de la

esperanza. Por eso el Bogotazo es y será un paradigma de cuando el pueblo decide por sí solo hacer

la historia.

Louisville, Kentucky, 9 de abril de 1991

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