gomez mendoza, muñoz jimenes y ortega cantero, el pensamiento geografico

272
Alianza Universidad Textos Josefina Gómez Mendoza, Julio Muñoz Jiménez, y Nicolás Ortega Cantero El pensamiento geográfico Estudio interpretativo y antología de textos (De Humboldt a las tendencias radicales) Segunda edición corregida y aumentada Alianza Editorial

Upload: wehrmacht2

Post on 26-Dec-2015

1.027 views

Category:

Documents


21 download

DESCRIPTION

Sobre la epistemologia en la geografia.

TRANSCRIPT

Alianza Universidad Textos Josefina Gómez Mendoza,Julio Muñoz Jiménez, y Nicolás Ortega Cantero

El pensamiento geográficoEstudio interpretativo y antología de textos (De Humboldt a las tendencias radicales)

Segunda edición corregida y aumentada

AlianzaEditorial

Primera «edición en «Alianza Universidad Textos»: 1982Segunda edición en «Alianza Universidad Textos» (corregida y ampliada): 1988Primera reimpresión de la segunda edición en «Alianza Universidad Textos»: 1994

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

© Josefina Gómez Mendoza, Julio Muñoz Jiménez y Nicolás Ortega Cantero.

© Alianza Editorial, S. A.; Madrid, 1982,1988,1994Calle Juan I. Luca de Tena, 15 ,28Ó27 Madrid; teléf. 741 66 00 ISBN: 84-206-8045-1 Depósito legal: M. 39.774-1994 Compuesto en Fernández Ciudad, S. L.Impreso en LERKO PRINT, S. A.Paseo de la Castellana, 121; 28046 Madrid Printed in Spain

AGRADECIMIENTOS

Agradecemos a las siguientes personas, asociaciones, revistas y edito­riales la autorización para reproducir los textos que se incluyen en esta obra:

M. Etienne Juillard; M. Jean Tricart; Association de Géographes Fran?ais; The Geographical Journal, Royal Geographical Society; Asso- ciation of the American Geographers; The Canadian Association of Geo- graphers; The Geological Society of America; Armales de Géographie, Armand Colin Editeur; L’Espace Géographique, Doin Editeurs; Revue Géographique des Pyrénées et du Sud-Ouest; Cahiers de Géographie du Québec; Erdkunde, Ferd. Dümmlers Verlag; Hachette; Armand Colin Editeur; Edward Arnold (Publishers) Ltd.; Wissenschaftliche Buchge- sellschaft; Institute of British Geographers.

J . G. M.

N. O. C.

A Manuel de Terán, sin cuyo magisterio

—humana e intelectualmente inolvidable— no hubiese sido posible

este libro

)

c

NOTA A LA SEGUNDA EDICION

En el tiempo transcurrido desde la aparición inicial de este libro, en 1982, han pasado algunas cosas en el campo del pensamiento geográfico. Diversos estudios y reflexiones han procurado revisar el alcance de las últimas pers­pectivas y sugerir renovados puntos de vista sobre el sentido mismo que cabe atribuir al conocimiento geográfico. Pero, sobre todo, a lo largo de los años ochenta se ha abierto camino una conciencia cada vez más clara de la necesidad de hacer una pausa en la rápida sucesión de novedades de los últimos decenios y, en ocasiones, meditar acerca de la razón de ser de la Geografía.

Semejante conciencia se encuentra directamente relacionada con la crisis de los horizontes epistemológicos que pretendieron sucesivamente, desde los años cincuenta, negar los fundamentos de la tradición geográfica anterior y sustituirlos por otros de corte más sistemático, mejor adaptados a los requisitos de lo que se consideraba, en cada caso, científico. Tanto las ten­dencias analíticas como las de filiación marxista, dentro de las geografías radicales, proporcionaron, cada una a su manera, ejemplos consumados de esa intención. Pero el desarrollo de tales horizontes no logró los efectos anunciados. Con el paso del tiempo se ha podido ver, tras las ambiciosas declaraciones de principios, que los resultados presentan notables limitacio­nes y deficiencias. La confianza depositada en su momento en esas propues­tas de renovación de la Geografía ha ido, en consecuencia, disminuyendo progresivamente.

Se ha producido así un cierto descrédito de tales tendencias en sus expresas pretensiones de modificar sustancialmente la concepción misma de la Geografía. Y, en relación con ello, se ha producido asimismo, en los últi­mos años, una sensible preocupación por reconocer las claves epistemológicas originales del conocimiento geográfico, lo que ha llevado a algunos autores

i /

n Nota a la segunda edición

a interesarse por nuestra moderna tradición de pensamiento. Demasiado olvidada acaso en momentos anteriores, la tradición geográfica moderna co­mienza a ser últimamente objeto de crecientes atenciones. Se buscan en ella los rasgos genuinos del conocimiento geográfico, y esta búsqueda está per­mitiendo un mejor entendimiento de los puntos de vista tradicionalmente suscritos por la Geografía y la revalorización de algunas de sus ideas más características. v

Ese renovado y atento acercamiento a la tradición anterior es posible­mente uno de los aspectos más destacables del pensamiento geográfico de los últimos años. Hacia ella parece haberse desplazado recientemente parte del interés dirigido en decenios anteriores hacia las sucesivas novedades.Y este interés por la propia tradición lleva a reconocer el valor y la vigencia de sus horizontes epistemológicos, de su modo de entender lo geográfico, cobrando de nuevo actualidad — tras el menosprecio o el rechazo de mo­mentos anteriores— ideas tan presentes a lo largo de esa tradición como la de paisaje, la de región, la de las relaciones entre hombre y medio o la del carácter unitario de la Geografía.

Estas son, pues, algunas de las cosas que han ocurrido últimamente en el terreno del pensamiento geográfico. Conviene tenerlas en cuenta para completar, siquiera sea sumariamente, la trayectoria dibujada, hace más de seis años, en el estudio interpretativo que constituye la primera parte de este libro. Hemos añadido también, de otro lado, un nuevo texto a la segunda parte: se trata de un artículo reciente de David R. Stoddart que nos parece bastante indicativo de lo que acabamos de comentar. El acercamiento a la propia tradición y el propósito de ofrecer una concepción actual de la Geo­grafía consecuente con ella, que recoja y cultive sus propuestas cognoscitivas y sus ideas mayores, vertebran el razonamiento de Stoddart. Puede ser, en fin, un buen ejemplo de algunas de las actitudes y preocupaciones que están cundiendo desde no hace mucho en el ámbito del pensamiento geográfico.

Mayo de 1988.

J . G .M . J .M .J .N. O. C.

(

IN D ICE

Nota a la segunda ed ic ión ............................................................................................. iNota preliminar................................................ .............................................................. 15

PRIMERA PARTEEL PENSAMIENTO GEOGRAFICO...................................................................... 17

1. El pensamiento geográfico decimonónico........................................................ 19Las claves definitorias del proyecto científico decimonónico..................... 20Cientifismo universalista y dificultades para la constitución de la geogra­

fía humana como ciencia positiva-.............................................................. 25Evolucionismo darwinista y modificación del horizonte epistemológico del

conocimiento geográfico............................................................................... 31Naturalismo y evolucionismo en la geografía física decimonónica: signi­

ficado de la geomorfología davisiana........................................................ 33Biologismo y determinación geográfica en el pensamiento ratzeliano ........ 38Racionalismo positivista y dimensión ética en las formulaciones de Reclus

y Kropotlon................................................................................................... 422. El pensamiento geográfico clásico ................................................................... 48

Crisis de la razón positivista y desarticulación del proyecto cognoscitivogeográfico........................... ........................................................................... 48

Pervivencias positivistas y perspectiva general o sistemática de la geogra­fía clásica........................................................................................................ 54

Modificación del espacio epistemológico y articulación de la perspectivaregional o corológica de la geografía clásica ................................ ......... 61

Evolución del positivismo davisiano e incidencia de los planteamientos .regionales o corológicos en geografía física .............. . ......... ... ......... 84

Problemas y dificultades del proyecto cognoscitivo de la, geografía clásica. 913. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico . .................................... 96

1. Perspectivas analíticas y sistémicas del conocimiento geográfico ......... 96Entendimiento analítico de la racionalidad científica............................... 96Delimitación del proyecto analítico del conocimiento geográfico......... 103Conocimiento geográfico y teoría general de sistemas ........................... 111

11

Los planteamientos globales o integrados en geografía física y la inci­dencia del análisis sistémico................................................................... 118

2. Perspectivas fenomenológicas y sistémicas en el análisis geográfico dela percepción y del comportamiento espacial............................................ 127

3. Los radicalismos geográficos........................................................................ 134Desarrollos y coordenadas epistemológicas de las geografías radicales. 134Las críticas radicales a los saberes geográficos del statu q u o ............... 140La categorizadón marxista del espacio social................................... ........ 148

Y2 Indice

SEGUNDA PARTEANTOLOGIA DE T E X T O S....... .................................. ’ ......................................... 155

1. El pensamiento geográfico decimonónico........................................................ .....157A. von Humboldt: Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo. 159 K. Ritter: La organización del espacio en la superficie del globo y su

función en el desarrollo histórico....................................................................168W. M. Davis: El ciclo geográfico..........................................................................178W. M. Davis: Complicaciones del cido geográfico................................. ... 183A. Penck: Propuesta de una clasificación climática basada en la fisiografía. 188F. Ratzel: El territorio, la sociedad y el Estado............................................ .....193H. J. Mackinder: El objeto y los métodos de la geografía.......................... .....204E. Reclus: El hombre y la tierra..........................................................................217P. Kropotkin: Lo que la geografía debe s e r .................................................. .....227

2. El pensamiento geográfico clásico .................................................................... .....241P. Vidal de la Blache: Las divisiones fundamentales del territorio francés. 243P. Vidal de la Blache: Panorama de la geografía de Francia: prólogo ... 250 J. Brunhes: El carácter propio y el carácter complejo de los hechos de

geografía humana.............................................................. .......................... .....252M. Sorre: Los fundamentos biológicos de la geografía humana. Ensayo de

una ecología del hombre: conclusión........................................................ .....267A. Demangeon: Encuestas regionales. Tipo de cuestionario..................... .....275D. Faucher: De los «países» a las regiones................................................ ....... 280E. Juillard: La región: ensayo de definición.......................................................289H. Baulig: ¿Es una ciencia la geografía?........................................................ .....303A. Hettner: La naturaleza de la geografía y sus métodos.......................... .....311C. Troll: El paisaje geográfico y su investigación ......... ........................... .....323H. Bobek y J. Schmithüsen: El paisaje en el sistema lógico de la geo­

grafía .....................................................................................................................330H. H. Barro-ws: La geografía como ecología humana................................. .....336C. Sauer: La geografía cultural......................................................................... .....349R. Hartshome: La naturaleza de la geografía: conclusión ...................... .....355E. de Martonne: El clima, factor del relieve.......................................................366A. Cholley: Morfología estructural y morfología climática.......................... .....372S. Passarge: ¿Morfología de zonas climáticas o morfología de paisajes? ... 377K. Bryan: El papel de la geomorfología dentro de las ciencias geográficas. 381L. King: Principios generales de evolución del paisaje................................ .....386

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico...................................... .....393W. Christaller: Los lugares centrales .del sur de Alemania: introducción. 395W. Bunge: Geografía teórica. Una metodología geográfica...................... .....402I. Burton: La revolución cuantitativa y la geografía teórica..................... .....412D. Harvey: La explicación en geografía. Algunos problemas generales ........421 J. B. Racine: Modelos de investigación y modelos teóricos en geografía..... 430 A. Dauphiné: Matemáticas y conceptos en geografía................................. .....441

(

Indice 13

P. Dumolard: Región y regionalización. Una aproximación sistémica ... 452G. Bertrand: Paisaje y geografía física global................................................. 461G. Bertrand: La ciencia del paisaje, una ciencia diagonal........................... 465J. Tricart: El análisis de sistemas y el estudio integrado del medio natural. 470P. Gould: Las imágenes mentales del espacio geográfico........................... 477R. Brunet: Análisis de paisajes y semiología.................................................. 485J. Anderson: La ideología en geografía: una introducción.......................... 494R. de Koninck: Contra el idealismo en geografía....................................... 505W. Bunge: Perspectivas de la Geografía teórica ............................................ 521D. R. Stoddart: Altas miras para una geografía de final de siglo ......... 531

i

I

\

I

(

NOTA PRELIMINAR

El libro que presentamos responde a una doble finalidad. Se ha pre­tendido, en primer lugar, proporcionar una interpretación — respetuosa con los propios escritos de los autores consideradosi— de las grandes etapas de la configuración del pensamiento geográfico, enmarcándolas en el conjunto general de las perspectivas intelectuales y científicas de cada momento, y señalando asimismo las dificultades y las limitaciones de los diferentes proyectos de conocimiento geográfico. Y junto a esa finalidad — concretada en la primera parte del libro: El pensamiento geográfico— , se ha intentado también, en segundo lugar, dar a conocer, en versiones fidedignas, algunos de los textos fundamentales de la historia del pen­samiento geográfico, desde sus formulaciones universalistas decimonónicas hasta sus actuales y diferenciadas tendencias: éste es el objetivo expresa­mente perseguido en la segunda parte — Antología de textos— del libro.

La selección de los textos que integran la antología se ha llevado a cabo con arreglo a diversos criterios, entre los que ha prevalecido el que se refiere a su propia significatividad epistemológica — o a la de sus autores— , debido a su relevancia o a la influencia que ejercieron o todavía ejercen. No se trata, por tanto, de desvelar textos escasamente conocidos y que, por diversos motivos, hayan pasado inadvertidos en su momento, a pesar de su posible interés. Lo que se pretende es, más bien, reunir algunos de los textos más significativos de las perspectivas dominantes en la historia del pensamiento geográfico, de muchos de los cuales, sin embargo, no se disponía, hasta el momento, de versión castellana.

La mayor parte de las ausencias que se pueden advertir obedecen, junto a la obligada brevedad de la recopilación, a la existencia previa de obras importantes accesibles en nuestra lengua. Así ocurre, por ejemplo, con autores como Pierre George, Pierre Birot, Richard J . Chorley, Peter

15 f

(

16 Nota preliminar

Haggett, Brian Berry, Michael Chisholm o Yves Lacoste, sobre quienes contamos ya con elementos considerables — y, en ocasiones, suficientes— para conocer sus respectivos proyectos cognoscitivos geográficos. Hay que advertir también quí, en algunos —-pocos— casos, la imposibilidad de conseguir los textos originales adecuados nos ha llevado a prescindir de su inclusión (es el caso de los «naturalistas» alemanes decimonónicos) o a recurrir a traducciones de confianza en otros idiomas. Creemos que, en conjunto, se presenta un panorama suficientemente expresivo —aunque, claro está, de ninguna forma agotado— de la dinámica y de las tendencias del pensamiento geográfico.

Tanto en el estudio interpretativo como en la antología de textos, se dedica una parte relativamente importante a desarrollar la evolución de las ideas en geografía física. Al proceder así, nuestra finalidad ha sido doble: permitir, por un lado, una primera lectura, coherente y secuencial, de la historia de los planteamientos dominantes y de los debates internos en el dominio cognoscitivo de la geografía física, procurando interpretar esa historia — cubriendo así un aspecto que no nos parecía suficientemente atendido hasta ahorai— en relación con los más amplios contextos — geo­gráficos, intelectuales y científicos— en los que se desenvuelve; y, por otra parte, mostrar también, a través del ejemplo de la geografía física, los continuos esfuerzos — y las continuas dificultades— para conseguir un saber geográfico unitario e integrado. Creemos que los textos selec­cionados y las interpretaciones expuestas en este libro pueden cumplir esa doble finalidad.

Hemos tratado de evitar, en la medida de lo posible, la yuxtaposición de textos estancos e inconexos. De ahí que los textos se ordenen de acuer­do con el esquema básico propuesto en el estudio introductorio: el pen­samiento geográfico decimonónico, el pensamiento geográfico clásico y las tendencias actuales del pensamiento geográfico. Es esa misma atención a una línea argumenta! articuladora la que nos ha hecho prescindir, en algunos textos, de ciertos fragmentos de los mismos, procurando no que­brantar nunca, pese a ello, la organización interna del razonamiento — que es lo que más nos ha interesado tener en cuenta— de cada uno de los autores. Y , por el mismo motivo, hemos preferido, antes que prescindir, con la consiguiente quiebra argumental, de alguno de los textos selec­cionados, suprimir las notas y referencias bibliográficas que, en ocasiones, se encuentran originalmente en ellos. Confiamos en que esta forma de actuar confiera a este libro una unidad temática y una correcta integra­ción entre la interpretación que proponemos del pensamiento geográfico y la antología de textos incluida.

J . G. M. J .M .J .N. O. C.

(

Primera parte EL PENSAMIENTO GEOGRAFICO

V

!

Capítulo 1 EL PENSAMIENTO GEOGRAFICO DECIMONONICO

Las interpretaciones sobre la articulación y la evolución del saber geográfico coinciden frecuentemente en la afirmación del carácter resuel­tamente innovador y científicamente fundacional de las elaboraciones de­cimonónicas. El pensamiento geográfico del siglo pasado — y, en particu­lar, el procedente de Alexander von Humboldt y de Karl Ritter— ex­presaría así tanto una sensible solución de continuidad respecto a los planteamientos anteriores como el surgimiento de perspectivas llamadas a configurar el soporte de lo que suele considerarse geografía moderna y científica.

«Bajo la poderosa inspiración de Alejandro de Humboldt — escribía en 1873 Louis Vivien de Saint-Martin— se ha fundado una escuela nueva de geografía científica, que tiene por maestro al eminente Cari Ritter, de Berlín, cuya obra, el Erdkunde, ha «ido saludada como el código y evan­gelio» *. En el siglo xix se habría asistido, según la valoración intetipre- tativa de Jean Brunhes, «al verdadero renacimiento de la geografía en Europa», renacimiento iniciado precisamente por Humboldt-v-JUtter, y que conlleva la~ sustitución de la «antigua geografía» — descriptiva, inventarial y enumerativa— por una «nueva geografía» _o «geografía moderna» de- finitivamente explicativa, sistemática y científica2.

1 Vivien de Saint-Martin, L. (1873): Historia de la geografía y de los descubri­mientos geográficos. Traducida y anotada por M. Sales y Ferré, Sevilla y Madrid, Administración de la Biblioteca Científico-Literaria y Librería de D. Victoriano Suárez,2 tomos, 1878, t. II, p. 504. [El año que aparece, entre paréntesis, inmediatamente después del nombre del autor es siempre el de la edición original del trabajo. Cuando se ha utilizado alguna reedición o traducción del trabajo, la fecha de ésta aparece pos­teriormente, después del nombre de la editorial.]

2 Cfr. Brunhes, J. (1910): Geografía humana. Edición abreviada por Moje. M. Jean- Brunhes Delamarre y P. Deffontaines, Traducción de J. Coma Ros, Barcelona, Juven­tud, 3.a ed., 1964, pp. 25-26.

20 El pensamiento geográfico

Este tipo de interpretaciones tiene el mérito de resaltar las indudables y fecundas modificaciones introducidas por el pensamiento geográfico de­cimonónico. Pero el entendimiento del alcance y dé la significación de esas modificaciones — y de las dificultades conceptuales y metodológicas fsucesivamente planteadas— requiere tener en cuenta las estrechas rela­ciones existentes entre pensamiento geográfico y orden cognoscitivo ge­neral. Son esas relaciones, en efecto, las que permiten comprender en su contexto algunas de las" características definitorias y de las innovaciones relevantes de las sistematizaciones geográficas del siglo pasado, tales como, por ejemplo, su clara autoconciencia fundacional o su expresa asunción de perspectivas explicativas de signo progresista y cientifista.

Porque si algo caracteriza primordialmente al pensamiento geográfico decimonónico, es precisamente su expresa voluntad — acorde con las as­piraciones cognoscitivas generales del siglo— de fundar un sistema cien­tífico de conocimiento definitivamente superador de las deficiencias, erro- ,, res y limitaciones del saber tradicional. Al igual que en otros campos del conocimiento, en el campo de la geografía se manifiesta vigorosamente la intención de «establecer originariamente el Nuevo Orden Significante del Mundo», de iluminar semánticamente, por tanto, «lo que, siendo hasta ahora caos y confusión tradicional, "debe-ser-desde-ahora” cosmos ordenado y lleno de sentido» i .

Las claves definitorias del proyecto científico decimonónico

Los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix delimitan, como ha advertido Michel Foucault en su investigación sobre la arqueolo­gía de las ciencias humanas, un período de transición en el que se consuma una notable modificación en la configuración del sistema de positividades, en la caracterización del espacio general del saber: «No se trata de que la razón haya hecho progresos, sino de que el modo de ser de las cosas y el orden,que, al repartirlas, las ofrece al saber se ha alterado profun­damente»4. Lo que se produce es una mutación del espacio de orden que sustenta al saber reflexivo, una transformación del campo epistemo­lógico — de la episteme— en el que el conocimiento arraiga su positividad y se hace posible. Y es precisamente esa discontinuidad en la episteme de la cultura occidental, patente a principios del siglo xix, la que «señala el umbral de nuestra modernidad» 5.

La modificación del espacio general del saber que se produce en torno a los comienzos del siglo xix aparece basada, según Foucault, en dos hechos

3 Moya, C. (1975): «Henri de Saint-Simon y la fundación del positivismo cien­tífico social», en Saint-Simon, H. de (1821): El sistema industrial. Prólogo de C. Moya. Traducción de A. Méndez, Madrid, Ediciones de la Revista de Trabajo, 1975, pp. VII-

” Foucault, M. (1966): Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias . humanas. Traducción de E. C. Frost, México, etc., Siglo X X I Ed., 9 “ ed., 1978, p. 8.

5 Ibid., p. 7.

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 21

principales: por una parte, la asunción de la Historia como definidora de una empiricidad basada en el orden temporal de las cosas, de forma que la inteligibilidad de las mismas se anuda a su devenir, y, por otra, la introducción de una conciencia epistemológica del Hombre como tal y, en consecuencia, la aceptación de una nueva positividad que se refiere a las relaciones entre Naturaleza y Naturaleza humana6. La inédita , pe­netración de la Historicidad y del Hombre en el campo del saber occi­dental es lo que caracteriza prioritariamente al nuevo sistema„de. positi­vidades decimonónico: el orden temporal y el orden humano — así como las conexiones de este último con el orden natural— aparecen ahora como el soporte positivo de los conocimientos. Y en el campo del conocimiento geográfico esas nuevas positividades van a desempeñar, como veremos, un papel fundamental.

El nuevo sistema de positividades configura el contexto en el que se enraízan y se hacen posibles las sucesivas racionalidades decimonónicas: esas racionalidades — y, entre ellas, las racionalidades geográficas— ad­quieren sentido al procurar definir un orden cognoscitivo que ilumine y explique racionalmente las modalidades del orden percibido y aceptado que configuran el nuevo sistema de positividades. El conocimiento reflexivo y el saber científico definen así un orden cognoscitivo que explícita y ex­plica el orden implícito en el espacio general del saber. Y tanto un orden como otro — el del sistema de positividades y el de las racionalidades explicativas— se encuentran relacionados, en el siglo xix, con el ascenso del nuevo orden industrial y con la autoconciencia fundacional de la nueva sociedad industrial. Algo de verdad parecen encerrar las sintomáticas palabras que Henri de Saint-Simon escribió en 1808: «Las revoluciones científicas siguen de cerca a las revoluciones políticas» 7.

Este es, en resumen, el entramado en el que hay que situar el pro­yecto científico decimonónico y el orden cognoscitivo que proclama. Y uno y otro se apoyan, por otra parte, en un conjunto de pretensiones y de creencias básicas — que en ocasiones prolongan y reformulan algunos de los ingredientes ya presentes en el pensamiento occidental anterior— que pueden ser sistematizadas en torno a cuatro grandes apartados. En primer lugar, la expresa pretensión de racionalidad, entendida como adaptación de los medios a los fines tanto en los procesos de intervención sobre el medio natural como en las propias operaciones del conocimiento; y los fines predominantemente aceptados tenderán a situarse, de uno u otro modo, en la línea de la producción y de la adquisición de riqueza ma­terial.

En segundo lugar, culminada ya la dinámica de desacralización y ba- nalización de la Naturaleza que, como señala Mircea Eliade, posibilita la intervención humana en el orden natural y la constitución de la rienda

4 Cfr. Ibid., especialmente pp. 1-10 y 213-333.T Saint-Simon, H. de (1808): La physiologie sociale, París, Presses Universitaires

de France, 1965, p. 47.

22 El pensamiento geográfico

moderna8, se potencia decisivamente el sentido faustiano de dominación de la Naturaleza9, que se concreta y se expresa a través de la valoración positiva del trabajo. La unión de los dos aspectos citados, racionalidad y dominación de la naturaleza, permite articular una de las pretensiorfes Ifundamentales del proyecto científico decimonónico que, además, expresa ejemplarmente las relaciones éxistentes entre ese proyecto y el nuevo orden industrial: la pretensión de conseguir una manipulación racional del medio natural que acabase de una vez por todas con lo que cierto autor de la época denominaba «idolatría de la naturaleza» w.

En tercer lugar, y en estrecha relación confio anterior, hay que se­ñalar el relevante papel atribuido al pensamiento científico: la ciencia, convertida en «sustitutivo laico de la religión» u, se concibe y se practica como seguro eslabón entre racionalidad y dominación de la naturaleza.En la confianza depositada en la ciencia respecto a esa misión se basa tanto la decidida creencia en la infalibilidad científica como la sobrevalo- )ración que se hace de la «eficacia» como criterio de delimitación del inte­rés científico. Finalmente, el cuarto gran ingrediente básico del pensa­miento científico y del orden cognoscitivo decimonónicos es la fe en el progreso-, aunque se trate de una idea de la que «no puede probarse su verdad o falsedad» a , lo cierto es que la idea del progreso y la ciega creencia en ella subyacen firmemente arraigadas en el pensamiento de­cimonónico. El progreso se entiende como consecuencia ineludible de la intervención racional del hombre sobre la naturaleza a través de la efica­cia científica.

El pensamiento geográfico de la época se muestra, como tendremos ocasión de comprobar, particularmente receptivo en relación con las pre­tensiones y creencias enunciadas. A título de ejemplo, parece oportuno incluir aquí algunas consideraciones planteadas por Humboldt en su Cosmos que articulan magistralmente la pretensión de racionalidad, la positiva valoración de la dominación del medio natural, la segura confianza en la ciencia y, por último, la fe en el progreso: «Del mismo modo que, en las elevadas esferas del pensamiento y del sentimiento, en la filosofía, la poesía y las bellas artes, es el primer fin de todo estudio un objeto interior, el de ensanchar y fecundizar la inteligencia, es también el término hacia '

8 Cfr. Eliade, M. (1956): Tierreros y alquimistas. Traducción de E. T., Madrid, Taurus y Alianza (El Libro de Bolsillo, 533), 1974, pp. 153-154.

9 Cfr. Landes, D. S. (1969): Progreso tecnológico y revolución industrial. Traduc­ción de F. Antolín Fargas, Madrid', Tecnos, 1979, p. 39.

10 Marx, K. (1857-1858): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Borrador). 1857-1858. Traducción de P. Scarón. Edición a cargo de J. Aricó, M. Murmis y P. Scarón, Buenos Aires, etc., Siglo X X I Ed., 3 vols., 1971-1976, vol. 1, p. 362.

11 Soria y Puig, A. (1979): Hacia una teoría general de la urbanización. Intro­ducción a la obra teórica de Ildefonso Cerdá (1815-1876), Madrid, Colegio de Inge­nieros de Caminos, Canales y Puertos y Turner, p. 101.

12 Bury, J. (1920): La idea del progreso. Traducción de E. Díaz y J. RodríguezAramberri, Madrid, Alianza (El Libro de Bolsillo, 323), 1971, p. 16..

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 23

el cual deben tender las ciencias directamente, el descubrimiento de las leyes, del principio de unidad que se revela en la vida universal de la naturaleza. Siguiendo la senda que acabamos de trazar, los estudios físicos no serán menos útiles a los progresos de la industria, que también es una noble conquista de la inteligencia del hombre sobre la materia. Por una feliz conexión de causas y de efectos, generalmente aun sin que el hombre lo haya previsto, lo verdadero, lo bello y lo bueno se encuentran unidos a lo útil. El mejoramiento de ios cultivos entregados a manos libres y en las propiedades de una menor extensión; el estado floreciente de las artes mecánicas, libres de las trabas que les oponía el espíritu de corporación; el comercio engrandecido y vivificado por la multiplicidad de los medios de contacto entre los pueblos, tales son los resultados gloriosos de los progresos intelectuales y del perfeccionamiento de las instituciones políti­cas en las cuales este progreso se refleja. El cuadro de la historia mo­derna es, bajo este respecto, capaz de convencer a los más porfiados» I3. Como se ve, estamos ante una exposición paradigmática de los ingredien­tes básicos de la racionalidad decimonónica: y esa exposición remite ciar ramente a la presencia del orden industrial que posibilita el avance de la razón científica y las condiciones del progreso.

Sobre las premisas configuradoras descritas se articula el proyecto científico decimonónico. Un proyecto que considera a la ciencia positiva como modelo universal de todo conocimiento válido. Y esa ciencia posi­tiva, que ahora podrá referirse, salvando antiguas dicotomías, a la totalidad de los objetos de conocimiento naturales, humanos y sociales, se edifica imitando fielmente la caracterización conceptual y metodológica de un conocimiento científico que ha probado sobradamente su eficacia y su fe­cundidad: la ciencia física newtoniana. «El método científico universal, el método científico positivo, es el método de la ciencia física, modelo universal de todas las ciencias» I4. Se produce así una difusión y universa­lización del modelo físico de la ciencia', con la pérdida de la modestia cien­tífica a la que se ha referido Werner Heisenberg, pérdida que supone olvidar que la ciencia «formula enunciados válidos para dominios estric­tamente delimitados, y sólo en tales límites les atribuye validez» 15, los planteamientos y los resultados de la física newtoniana pasan a ser con­siderados como afirmaciones sobre todo el conjunto de la naturaleza y de la sociedad.

Y como se suponía que el objetivo fundamental de toda ciencia posi­tiva es desentrañar explicativamente las regularidades legales de los fe-

13 Humboldt, A. de (1845-1862): Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo. Traducción de B. Giner y J. de Fuentes, Madrid, Imprenta de Gaspar y Roig, Editores, 4 tomos, 1874-1875, t. I, p. 35. (Obra parcialmente incluida en este libro: cfr. A. von Humboldt: «Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo».) En las citas de esta obra se ha actualizado la ortografía,

l" Moya, C.: Op. cit., p. XXXVI.15 Heisenberg, W. (1955): La imagen de la naturaleza en la física actual. Traduc­

ción de G. Ferraté, Barcelona, etc., Ariel, 2.a ed., 1976, p. 148.

2 4 El pensamiento geográfico

nómenos considerados, lo que conllevaba entender — en estricta coherencia con el proceder de la mecánica newtoniana— el principio de determina­ción causal como un requerimiento pragmático de la propia ciencia, la generalización de la racionalidad científica fisicista implantaba una con­cepción de la naturaleza y de la sociedad que tendía a identificar a éstas con complejas maquinarias compuestas por elementos cuya dinámica obe­dece a estrictas leyes de causalidad. Es, por tanto, la misma pretensión de cientificidad positiva que impregna el pensamiento decimoriónico la que conlleva como exigencia insalvable la aceptación de esquemas trans­parentes de determinación causal. El determinispio decimonónico es, ante todo, una exigencia — y una garantía— de la cientificidad del discurso. Este hecho, perfectamente detectable en el campo del conocimiento geo­gráfico, no dejará de plantear graves problemas, sobre todo en la órbita de las investigaciones humanas y sociales. «Tomando las palabras al pie de la letra — ha escrito, en este sentido, Arturo Soria y Puig— , para hacer, emulando a Newton, una "física social”, hay que fisicalizar la socie­dad, reduciéndola, por ejemplo, a masas movidas por fuerzas económicas o a autómatas sometidos a un rígido determinismo. O dicho más lapida­riamente: para que la razón mecánica explique casi todo — como algunos creyeron en el xvm y en el xrx— , es necesario simplificar o reducir casi todo» 16.

La historiografía de las denominadas ciencias humanas y sociales suele situar la fundación y el primer desarrollo de las mismas en el contexto del proyecto científico decimonónico al que nos acabamos de referir. Pero en el caso del conocimiento geográfico la delimitación de los orígenes epistemológicamente fundacionales de su moderna configuración se com­plica por la doble vinculación existente, con variable hegemonismo, res­pecto a los dominios del saber natural y del saber humano y social. Además, el decidido afloramiento epistemológico de la Historicidad y del Hombre en el campo del saber decimonónico, la aceptación consecuente de la po­sibilidad de situar en el mismo horizonte de positividades los fenómenos de la Naturaleza y los de la Naturaleza humana, entrañaban, como ve­remos, graves dificultades conceptuales y metodológicas que, al menos en el dominio del conocimiento geográfico, tardarían en ser resueltas coherentemente y motivarían un cierto retraso en la consecución de una sistematización positivamente viable de la geografía humana.

El proceso de configuración de la geografía moderna desarrollado du­rante el siglo xix no es ni un proceso sencillo ni un proceso exento de discrepancias internas. Porque si teóricamente las pretensiones fundamen­tales estaban relativamente claras en autores como Humboldt o Ritter, la vía para poner en práctica esas pretensiones se encontraba obstaculizada por algunos problemas conceptuales y metodológicos sustanciales: y par­ticularmente por los problemas subyacentes en la pretensión de ubicar la investigación natural y la investigación humana — la geografía física

16 Soria y Puig, A.: Op. cit., p. 97.

1. El pensamiento geográfico decimonónico 25

y la geografía humana, si se prefiere— en coordenadas de positividad similares y con tratamientos científicos análogos. La clave resolutiva para estos problemas hay que situarla en la difusión y en la aplicación geográ­fica del instrumental conceptual y metodológico proporcionado por el evo­lucionismo darwinista, en los momentos en que el biologismo extiende, con diversa suerte, sus criterios explicativos al terreno de los conocimientos humanos y sociales. Seguidamente intentaremos, teniendo en cuenta el contexto de positividades y la caracterización básica del proyecto cientí­fico presentes en el siglo xix, aproximarnos a la dinámica del pensamiento geográfico decimonónico, señalando sus logros y sus fracasos, sus bloqueos y sus indefiniciones, sus discrepancias y sus propuestas de resolución de los problemas planteados. Intentaremos, en fin, aproximarnos a la diná­mica de un pensamiento geográfico que, con todas sus ambivalencias, todavía sorprende por la desmesurada ambición de sus pretensiones y por la envergadura de sus resultados.

Cientifismo universalista y dificultades para la constitución de la geografía humana como ciencia positiva

Los primeros intentos de sistematización general del conocimiento geo­gráfico acordes con las intenciones del proyecto científico decimonónico se deben a Alexander von Humboldt y a Karl Ritter. En Humboldt se manifiesta claramente la interpenetración de tres perspectivas culturales —y cognoscitivas— diferentes: en primer lugar, la línea del racionalismo ilustrado dieciochesco que impregna profundamente el pensamiento del autor: el ideario ilustrado humboldtiano, con sus ingredientes científicos e ideológicos, remite a la doble influencia del racionalismo francés17 y de la ilustración alemana14. También se encuentra presente en Humboldt, por otra parte, la perspectiva del romanticismo alemán: esta adscripción romántica, que no supone en ningún momento la aceptación humboldtia- na de los planteamientos idealistas relacionados con la denominada «filo­sofía de la naturaleza» 19 — y buena prueba de ello es la crítica dirigida contra el método de investigación de Humboldt por parte de Schiller 20— , se traduce en una aceptación por parte del autor del sentimiento, junto

17 Cfr. Minguet, C. (1969): Mexanire de Humboldt. Historien et géographe de VAmérique espagnole. 1799-1804, París, Fran?ois Maspero, pp. 64-72.

18 Cfr. Melón y Ruiz de Gordejuela, A. (1960): Alejandro de Humboldt. Vida y obra, Madrid, Ediciones de Historia, Geografía y Arte, pp. 8-9.

19 Cfr. Aranda, M. A. (1977): «El “Cosmos”: entre la crisis de la Ilustración y el Romanticismo alemán», en El «Cosmos» de Humboldt. Selección y comentario de M. A. Aranda, Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo-Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 11), 1977, pp. 8-9.

20 Cfr. Ortega y Medina, J. A. (1966): «Estudio preliminar», en Humboldt,_ A. de(1807-1811): Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España. Estudio preliminar,revisión del texto, cotejos, notas y anexos de J. A. Ortega y Medina. Traducción deV. González Arnao, México, Porrúa, 1966, pp. IX-CLXVII, p. X II. ,■

a la razón, y de algunos criterios deístas y holistas que, subyacentes en toda su obra, se manifiestan con particular nitidez en las páginas de sus magníficos Cuadros de la naturaleza2l. Por último, conviviendo coheren­temente con las dos perspectivas anteriores, se encuentra en el pensa­miento de Humboldt una clara asunción del proyecto positivista del co­nocimiento científico decimonónico. De la íntima conexión de los tres factores citados surge la articulación del pensamiento humoldtiano. La obra de Humboldt, plena de referencias y de interpretaciones originales en di­ferentes campos del saber, aparece como un ambicioso y sugerente intento de sistematización científica del conocimiento geográfico. Y si ese intento aparece prioritariamente dirigido, en conjunto, hacia el dominio del co­nocimiento natural — de la geografía física— , dominio en el que Humboldt establece criterios científicos indudablemente fecundos que han sido pos­teriormente reconocidos como germen de desarrollo en variados campos del saber, no debe olvidarse, sin embargo, su importante contribución al estudio de determinados aspectos inscritos en el terreno de los cono­cimientos humanos: a título de ejemplo, pueden citarse en este sentido los estudios sobre la población y sobre las relaciones entre población y recursos agrícolas incluidos en el Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España n , posteriormente utilizados por el propio Malthus 33.

El pensamiento geográfico de Ritter manifiesta algunas diferencias sensibles respecto al de Humboldt, aunque entre ambos autores exista, como veremos, un fondo de ideas comunes y de pretensiones epistemo­lógicamente afines. Lo primero que conviene señalar es que mientras que Humboldt circunscribe lo principal de su proyecto de sistematización geográfica al ámbito del conocimiento natural, Ritter aparece, por el con­trario, particularmente preocupado por llevar a cabo un proyecto similar en el dominio del conocimiento humano: es, en efecto, en el horizonte de la geografía humana donde se sitúa fundamentalmente el pensamiento ritteriano. Por otra parte, aunque sin duda en estrecha relación con lo que acabamos de señalar, las perspectivas culturales — y cognoscitivas— presentes en la obra de Ritter difieren sensiblemente de las actuantes en el caso de Humboldt. Si ambos comparten claramente los ingredientes característicos del proyecto científico decimonónico, Ritter, por su parte, completará esa perspectiva a través de la doble vinculación a la filosofía de la naturaleza articulada por Schelling y al formalismo neoplatónico 24. Es esta doble perspectiva, que sitúa a Ritter en las coordenadas del idea-

21 Cfr. Humboldt, A. de (1808): Cuadros de la naturaleza. Traducción de B. Giner, Madrid, Imprenta y Librería de Gaspar, Editores, 1876.

22 Cfr. Humboldt, A. de: Ensayo político..., op. cit.23 Cfr. Malthus, T. R. (1830): «A Summary View of the Principie of Population»,

en Demfco, G. J., Rose, H. M., Schnell, G. A., Eds. (1970): Population Geograpby: A Reader, Nueva York, etc., McGraw-Hill, pp. 44-71, p. 44.

24 Cfr. Nicolas-Obadia, G. (1974): «Cari Ritter et la formation de l’axiomatique géographique», en Ritter, C. (1852): Introduction h la géographie générale comparée. Traduction de D. Nicolas-Obadia. Introduction et notes de G. Nicolas-Obadia, París, Les Belles Lettres, 1974, pp. 3-32, pp. 7-17. (Obra parcialmente traducida en este

26 El pensamiento geográfico

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 27

lismo rechazado por Humboldt, la que explica, como ha advertido Georges Nicolas-Obadia, la particular configuración del pensamiento geográfico del autor: es precisamente el concepto schellingiano de Todo el que aparece «en el centro de la axiomática geográfica de Cari Ritter» 25. El intento de aunar la perspectiva del proyecto científico positivista decimonónico con las vías propiciadas por la filosofía de la naturaleza y por el forma­lismo neoplatónico — intento arriesgado y no exento de dificultades con­ceptuales y metodológicas— es uno de los factores que debe ser muy tenido en cuenta para entender algunas de las contradicciones y de las indefiniciones del discurso geográfico ritteriano. Discurso que, con todo, aparece como un complejo intento de articulación de un sistema de co­nocimiento geográfico referido al ámbito humano que, además de influir directamente en autores tan dispares como Hegel y Marx26, fuera del campo geográfico, y Elisée Reclus27, dentro de él, introdujo nociones y criterios interpretativos de indudable fecundidad.

Las diferencias expuestas entre los planteamientos de Humboldt y de Ritter no deben hacer olvidar que, como ya hemos advertido, ambos manifiestan una afinidad de pretensiones científicas que, por más que se resuelvan en cada caso por vías metodológicas diferentes, traducen su común vinculación al programa cognoscitivo decimonónico. Esa afinidad de pretensiones, que ya advirtió Paul Vidal de la Blachen, remite, en efecto, a la común asunción tanto de las nuevas positividades decimonó­nicas como de los ingredientes definidores del proyecto científico contem­poráneo. En relación con esto último, ambos apoyan sus discursos en las ya comentadas nociones de racionalidad, dominación de la naturaleza y ciencia, a la vez que consideran hechos de certidumbre empírica incues­tionable los progresos materiales e intelectuales de la humanidad. Así, por ejemplo, Humboldt, a quien ya nos hemos referido en este sentido, no sólo reconoce en su Cosmos el advenimiento de «una civilización avan­zada» que se opone a «la sencillez primitiva de las antiguas edades», y que el género humano ha trabajado para «conquistar progresivamente una gran parte del mundo físico por la fuerza de la inteligencia» 29, sino que acepta también el «progreso de la razón» y afirma que «lo que du-

libro: cfr. K. Ritter: «La organización del espacio en la superficie del globo y su función en el desarrollo histórico».)

* Ibid., p. 8:26 Cfr. Quaini, M. (1974): Marxismo e geografía, Florencia, La Nuova Italia,

pp. 20-27.27 Cfr. Nicolas-Obadia, G. (1974): «Biographie de Cari Ritter», en Ritter, C.:

Introduction..., op. cit., pp. 249-253, p. 253. Cfr. asimismo las opiniones sobre K. Ritter escritas por E. Redus en los párrafos de presentación de la traducción que este segundo autor realizó en 1859 del texto ritteriano titulado «De la confi- guration des continents sur la surface du globe et de leurs fonctions dans l’histoire», en Ritter, C.: Op. cit., p. 221.

28 Cfr. Vidal de la Blache, P. (1896): «Le principe de la géographie générale», Annales de Géographie, V, 15 Janvier, pp. 129-142.

29 Humboldt, A. de: Cosmos..., op. cit., t. I , p. 2.

28 El pensamiento geográfico

rante largo tiempo no ha sido sino objeto de una vaga inspiración; ha llegado poco a poco a la evidencia de una verdad positiva» 30.

En similar dirección se mueven los planteamientos de Ritter, quien, al exponer los fundamentos teóricos y metodológicos de su geografía general comparada, resaltando las relaciones existentes entre conocimiento histórico y conocimiento geográfico, se refiere al papel atribuible al pro­greso material e intelectual en los siguientes términos: «Los progresos realizados en la comunicación con el universo no solamente han trans­formado las distancias verticales, altura y profundidad, sino también las horizontales en todas las direcciones; no pensamos aquí tanto en las numerosas invenciones análogas a las que acabamos de mencionar como en los progresos científicos y en la expansión de las civilizaciones que han permitido a los pueblos difundirse por nuevas regiones, aclimatarse a las plantas y a los animales trasplantados a nuevos medios. ( .. .) Aquello cuya existencia no se suponía penetra súbitamente en la realidad, lo que resultaba inaccesible se aproxima y los cambios se multiplican» 31.

También comparten Humboldt y Ritter una clara intencionalidad cien­tífica universalista. Humboldt se refiere en su Cosmos — trabajo que articula y sistematiza magistralmente los planteamientos teóricos, con­ceptuales y metodológicos humboldtianos— a la grandeza y a la nece­sidad de un trabajo intelectual «que se hace hacia el infinito y para abrazar la inmensa e inagotable plenitud de la creación, es decir, de cuanto existe y se desarrolla» 32. Y el «principio fundamental» de su obra es precisamente «la tendencia constante de recomponer con los fenómenos el conjunto de la Naturaleza», la intención de mostrar «las grandes leyes por que se regula el mundo y hacer ver ( .. .) cómo del conocimiento de estas leyes se llega al lazo de causalidad que las une entre sí», consi­guiendo así, en conclusión, «desenvolver el plan del Mundo y el orden de la Naturaleza» 33. Y para conseguir estos objetivos Humboldt propone seguir las fases metodológicas aceptadas en el dominio del conocimiento científico físico-natural: comenzando por la observación y pasando por la experimentación racionalmente controlada, el análisis y la inducción per­miten seguidamente acceder al descubrimiento de las leyes empíricas. Esas son, según Humboldt, «las fases que la inteligencia humana ha recorrido»; es así «como se ha llegado a reunir el conjunto de hechos que constituyen hoy la sólida base de las ciencias de la naturaleza» 34.

Ritter, por otra parte, señala su intención de tratar «la geografía general comparada como un conjunto científico»35, y advierte expresa­mente que la investigación que se propone llevar a cabo debe «expresar la ley general de todas las formas importantes que muestra la naturaleza

30 Ibid., t. I, p. 13.31 Ritter, C.: Op. cit., p. 137.32 Humboldt, A. de: Cosmos..., op. cit., t. I II , p. 10.33 Ibid., t. I II , p. 9.» Ibid., t. I, pp. 57-58.35 Ritter, C.: Op. cit., p. 41.

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 29

a escala mundial y local», intento que no puede plantearse más que mediante la consideración de «leyes generales de todos los tipos domi­nantes y fundamentales de la superficie de la tierra inerte y animada», para que «la armonía del mundo de los fenómenos» quede manifestada3Ó. Y, concretando más su posición teórica, añade Ritter: «Toda reflexión sobre el hombre y sobre la naturaleza nos lleva a considerar lo particular en sus relaciones con el Todo y nos conduce desde lo que parece pura­mente fortuito hasta lo que obedece fundamentalmente a una ley. ( .. .) De la misma manera que es el Todo el que hace a la parte, lo particular no tiene existencia propia más que en la medida en que es observado en función de la ley que le constituye en individuo» 37. Sólo atendiendo a los códigos legales de los fenómenos geográficos pueden articularse siste­máticamente, en opinión de Ritter, los fundamentos de una geografía cien­tífica.

Las pretensiones científicas universalistas expresadas por Humboldt y Ritter van a tropezar, sin embargo, con un importante obstáculo que afectará fundamentalmente, dada su expresa intencionalidad, a la obra del segundo. Ese obstáculo reside en la incapacidad conceptual y meto­dológica que ambos manifiestan para conseguir resolver el problema del estudio de los fenómenos humanos con un grado de empiricidad ■—y de cientificidad— similar al del estudio de los fenómenos naturales, para suministrar procedimientos operativos con los que analizar positivamente, atendiendo a los procesos causales, los hechos humanos. Mientras que la historicidad aparece coherentemente integrada en las sistematizaciones de ambos autores, el tratamiento de la nueva positividad que alude al Hombre y a sus relaciones con la Naturaleza permanece, aunque se acepte teóricamente, sin un aparato conceptual y metodológico que permita ex­plicarla — iluminarla— racional y científicamente.

Pese a la autoconciencia de fundacionalidad científica de la que hace gala el saber decimonónico, sobre todo en su vertiente humana y social, se plantea durante toda la primera mitad del siglo, y como prolongación de situaciones anteriores, una nítida dicotomía entre los conocimientos físicos, matemáticos y naturales, conceptual y metodológicamente cohe­rentes y con una rigurosa operatividad, y los conocimientos humanos y sociales, mucho más endebles y confusos en ese sentido. Situación que no hace más que reflejar la severa y no resuelta distinción del criticismo kantiano entre el mundo natural, objeto de la razón teórica, y el mundo moral, dominio de actuación de la razón práctica. Distinción que el saber de la primera mitad del siglo xix es incapaz de salvar: el modelo con­ceptual y metodológico de las ciencias físicas y naturales se mostraba válido para estudiar la realidad natural o materiál, pero' el dominio de los fenómenos humanos permanecía aún, a pesar de las repetidas decla­raciones de intención en sentido contrario, excluido en general del campo

36 Ibid., pp. 4445.37 Ibid., p. 45.

¡

30 El pensamiento geográfico

de actuación operativa científicamente consistente de ese modelo. Esta dualidad, y las consiguientes fisuras que produce en la articulación del conocimiento, se manifiestan claramente en los proyectos científicos de Humboldt y de Ritter, situándose en la base del bloqueo existente res­pecto a la fundación de la geografía humana como ciencia positiva.

Humboldt no pasa de insinuar, en este sentido, su creencia en que «la descripción del Universo y la historia civil se hallan colocadas en el mismo grado de empirismo», y en que «las fuerzas inherentes a la ma­teria, y las que rigen el mundo moral, ejercen su acción bajo el imperio de una necesidad primordial»38. Pero, al misino tiempo, recuerda sinto­máticamente, aceptando la «sagacidad» kantiana, que «la física ( .. .) se limita a explicar los fenómenos del mundo material por las propiedades de la materia», de forma que «todo lo que va más allá, no es del do­minio de la física del mundo, y pertenece a un género de especulaciones más elevadas»39. Humboldt acepta, en resumen, «los límites de las ex­plicaciones físicas» señalados por Kant40. Y parece evidente, en todo caso, que Humboldt puede contentarse con estas someras insinuaciones en la medida en que su pretensión científica se dirige principalmente hacia la sistematización positiva del conocimiento geográfico de los hechos na­turales.

Por razones inversas, el problema es mucho más patente y decisivo en el caso de Ritter, preocupado precisamente por determinar y explicar las relaciones entre los fenómenos naturales y las actividades históricas. Ritter recurre a la cohesión interna del Todo y, por ende, a una deter­minación causal de alcance cósmico que afectaría por igual, en principio, a fenómenos naturales y humanos, y en la que pretende aislar lo que constituye la caracterización específica del determinismo geográfico. Pero las dificultades del empeño aparecen continuamente en la obra ritteriana: así, por ejemplo, tras señalar que «el descubrimiento del equilibrio de las fuerzas de atracción y de repulsión en la superficie del globo» remite a «un orden natural» que conduce «a admitir una oposición fundamental en todas las fuerzas que se manifiestan activamente en la naturaleza inerte o animada sobre la superficie de la tierra», se ve obligado a advertir que esas fuerzas «se manifiestan mucho más en el nivel de la naturaleza física bruta y en las primeras etapas de la evolución que en el nivel de la vida consciente donde pierden su intensidad»41. La respuesta a la limitación planteada pretende encontrarla Ritter en la utilización sistemática de unos procedimientos analíticos que aparecen apoyados, siguiendo la línea del formalismo neoplatónico, en la supuesta significatividad intrínseca de las formas espaciales. Pero, paradójicamente, al aceptar ese tipo de interpre­tación causal se adentra el autor en una argumentación apoyada en una

•perspectiva de predestinación teleológica que, además de no explicitar los

38 Humboldt, A. de: Cosmos..., op. cit., t. I, p. 30.39 Ibid., t. I, p. 30.40 Ibid., t. I, p. 30.41 Ritter, C.: Op. cit., p. 45.

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 31

criterios metodológicos adecuados para observar y constatar las relaciones teóricas que se enuncian, desdice claramente de las pretensiones de po­sitiva cientificidad que el propio Ritter atribuye a su sistematización del conocimiento geográfico.

Si en el terreno del análisis geográfico de los fenómenos naturales — en el terreno de la geografía física— , en el que se contaba con un aparato conceptual y metodológico suficientemente consistente y opera­tivo, la obra de Humboldt aportó una sistematización científica suma­mente coherente, por el contrario, a la hora de afrontar el análisis de las caracterizaciones espaciales humanas y sociales tanto ese autor como, sobre todo, Ritter manifiestan sensibles fisuras conceptuales y metodo­lógicas que expresan la carencia de un instrumental científico adecuado para abordar, con garantías de positividad, la explicación causal de esas caracterizaciones situadas en el ámbito de la geografía humana. Y a esa carencia fundamental habría que añadir, con mucha menor relevancia y a pesar de la indiscutible coherencia general del pensamiento humboldtiano, cierta ausencia en el autor del Cosmos de propuestas concretas de mode­los de clasificación, generalización y normalización.

Son estas carencias y limitaciones las que probablemente expliquen el hecho frecuentemente señalado de la escasa influencia directa ejercida por Humboldt y Ritter sobre los geógrafos inmediatamente posteriores 42. En efecto, mientras que los discípulos de Ritter «tomaron del maestro — como advierte elocuentemente Emmanuel de Martonne— mejor los de­fectos que las buenas cualidades: se repetían los grandes principios del método, pero cada vez se sabía menos la manera de aplicarlos» 43, entre los geógrafos físicos que suceden a Humboldt se plantea el problema que podemos denominar de la «descripción explicativa», es decir, de cómo dar sentido científico a los materiales que continuamente iba aportando la investigación de la superficie terrestre.

Evolucionismo darioinista y modificación del horizonte epistemológico del conocimiento geográfico

La publicación y la rápida difusión de El origen de las especies (1859) de Darwin incidió de forma decisiva en el panorama general del cono­cimiento decimonónico y, en concreto, en el del conocimiento geográfico. El planteamiento de Darwin proponía un modelo particularmente riguroso y expresamente científico para abordar coherentemente el tratamiento de las nuevas positividades decimonónicas referentes a la Historicidad y a la incorporación del Hombre y de sus relaciones con la Naturaleza a los objetos de conocimiento positivo. La gran fecundidad que habría de

42 Cfr., por ejemplo, Claval, P. (1964): Evolución de la geografía humana. Tra­ducción de A. Ferrer, Barcelona, Oikos-Tau, 1974, pp. 29-35.

43 Martonne, E. de (1909): Tratado de geografía física. Traducción de R. Candel Vila y J. Comas de Candel, Barcelona, Juventud, 3 tomos, 1964-1975, t. I, p. 34.

/

(!

32 El pensamiento geográfico

mostrar el paradigma explicativo evolucionista, trascendiendo el ámbito biológico inicial de su perspectiva, fue anunciada por el propio Darwin en su primera obra fundamental: «En un futuro lejano — escribe— veo abiertos caminos extensos para investigaciones y estudios de bastante mayor importancia. Estará basada la Psicología en nuevos cimientos: los de una precisa, necesaria adquisición por grados de toda energía mental y de toda inteligencia. se proyectará luz sobre el origen del hombre y su historia» M.

La perspectiva darwiniana aportaba una racionalidad general capaz de interpretar positivamente todos los fenóipenos del mundo viviente: las nociones de «adaptación» y de «selección natural», con las referencias analíticas que conllevan respecto a las interrelaciones entre me4io natural y funcionamientos de los seres vivos, podían ser aplicadas, en efecto, al estudio de las sociedades humanas. Nos encontramos así, como ha señalado Diego Núñez, con que la sistematización explicativa basada en el pen­samiento darwiniano se va a convertir, sobrepasando en ocasiones el alcance atribuido por él propio Darwin a su teoría, en «un modelo real­mente inédito» y capaz de justificar una «visión global de la realidad», de forma que «el darwinismo, ( .. .) bien como punto de cita inevitable, bien como impregnación conceptual de otras áreas de pensamiento, ejer­cerá una influencia omnipresente en la vida intelectual del último tercio del siglo xix» 45. Y con el aliciente de que en ese modelo evolucionista tienen cabida y encuentran explicación positiva las leyes del cambio y del progreso. «La idea de progreso, verdadero supuesto básico de la moderna cultura europea y motivo de continua satisfacción para el hombre deci­monónico, se encontraba por fin confirmada científicamente. ( .. .) Es como si todo un ambiente cultural, lleno de ingredientes historicistas y den­tistas, necesitara, para su completa autoafirmación, la obra de Darwin» 46. El modelo mecanicista es sustituido de esta forma por el modelo — por la fascinación— biologista.

Lo que resulta fundamental desde el punto de vista del pensamiento geográfico — y, en general, del pensamiento humano y social— es pre­cisamente la solución aportada por el evolucionismo darwiniano en relación con las dificultades conceptuales y metodológicas anteriormente expuestas. La decisiva influencia del darwinismo en el campo del conocimiento geo­gráfico es sumamente fecunda y claramente diversificada, ya que, en contra de lo que habitualmente parece creerse, no sólo se detecta en las elabo­raciones de Ratzel y de sus seguidores, sino que aparece también, aunque con perspectivas distintas y con ritmos desiguales, en otras líneas del pensamiento geográfico. Por una parte, la incidencia de los postulados evolucionistas va haciéndose lentamente patente en las formulaciones de

44 Darwin, C. (1859): El origen de las especies por la selección natural. Traduc­ción de J. M. Barroso-Bonzón, Madrid, Ediciones Ibéricas, 2 tomos, 2 * ed., 1963, t. I I , p. 280.

45 Núñez, D., Ed. (1977); El darwinismo en España, Madrid, Castalia, pp. 8-11.46 Ibid., pp. 7-8.

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 33

los autores que optan claramente, durante el último tercio del siglo xix, siguiendo la línea marcada por Julius Frobel, por una dedicación espe­cializada a la geografía física, rechazando las pretensiones integradoras de lo físico y lo humano. La receptividad evolucionista de esta perspec­tiva es, sin embargo, menor y más lenta que en otros casos: a comienzos del siglo xx, William M. Davis podía afirmar con razón que «el espíritu explicativo de la filosofía evolucionista» había penetrado con retraso en la geografía física y que todavía quedaba mucho camino por andar47.Y sería precisamente la geomorfología davisiana la que asumiría plena­mente los postulados del evolucionismo, desarrollándolos en un campo, el de las formas de relieve, que se consideraba alejado por su aparente estabilidad del dominio de aplicación de esos postulados.

Mucho más rápida y eficaz fue la penetración del darwinismo en el horizonte epistemológico de las corrientes geográficas totalizadoras, em­peñadas en la explicación causal y unitaria de los hechos físicos y humanos. El evolucionismo suministraba un instrumental analítico e interpretativo fundamental para explicar las conexiones entre unos hechos y otros y, en relación con ello, la dinámica de las actuaciones humanas y sociales en el espado geográfico. Pero esta segunda línea se subdivide a su vez en dos perspectivas sensiblemente diferentes que expresan dos modos muy distintos de asumir el darwinismo. En primer lugar, se encuentra la perspectiva que cristaliza en la elaboradón ratzeliana, caracterizada por remitir a las categorías darwinistas para argumentar interpretaciones de los procesos humanos basadas en rígidos esquemas de determinación na­tural, situándose en un horizonte significativamente próximo al del deno­minado darwinismo social. Y , por otro lado, se presenta el enfoque que, asumiendo los postulados darwinianos y prolongándolos y matizándolos en una dirección que parece más acorde con la intencionalidad del propio Darwin, fundamenta la adaptación evolutiva de la especie humana res­pecto al medio en nociones tales como las de «armonía natural» y «ayuda mutua»; insistiendo, además, en la consideración prioritariamente ética de las reladones entre naturaleza y naturaleza humana, y rechazando explídtamente las presuposiciones del darwinismo social. Esta ségunda perspectiva, generalmente eludida o postergada en las historias del pen­samiento geográfico, es la que protagonizan autores como Elisée Redus o Piotr Kropotkin.

Naturalismo y evolucionismo en la geografía física decimonónica: significado de la geomorfología davisiana

La falta de una propuesta explícita de modelo explicativo por parte de Humboldt — a la que ya nos hemos referido— sume a sus continua-

47 Cfr. Davis, W. M. (1912): «L’esprit explicatif dans la géographie modeme», Amales de Géographie, X X I, 115, pp. 1-19, p. 10.

(t

34 El pensamiento geográfico

dores inmediatos en el problema de dar sentido positivo y científico a unos materiales de observación cada vez más abundantes y heterogé­neos. De ello proceden en gran parte los titubeos y los distintos derroteros de la geografía física decimonónica, cuyas manifestaciones más expresivas son las controversias alemanas que John Leighly ha interpretado como sucesivas fases del «inevitable conflicto» entre el naturalismo humboldtiano y la teleología de Ritter48. Hay algunos autores, como Julius Frobel, Oskar F. Peschel y Georg Gerland, que, a lo largo del siglo, rechazan de forma expresa el tratamiento geográfico de los hechos humanos, que inevitablemente abocaría a una especulación,subjetiva, y exigen para la geografía un estatuto exclusivo de ciencia natural. No hay 'puente posible, dice Gerland en 1887, entre el método de una ciencia física de la tierra y el estudio de la humanidad; sólo en la primera se puede reconocer una causalidad de tipo físico, mientras que el estudio social no puede cumplir el requisito científico de la explicación causal49. Esta línea na­turalista pura propone como objeto del trabajo geográfico la sistemati­zación de los fenómenos terrestres mediante la investigación de las fuérzas y procesos que interactúan en nuestro planeta, sin considerar convincentes los planteamientos teóricos y metodológicos que tienden a poner al hombre en el centro del interés científico de la geografía.

Pero la gran mayoría de los cultivadores de la geografía física, muchos de ellos procedentes o instalados en el campo de otras disciplinas y en­troncados con otras tradiciones científicas menos problemáticas, no entran en discusiones teóricas generales y, sin rechazar expresamente la finalidad generalizadora, insisten prácticamente en la acumulación de observaciones y en su clasificación e interpretación desde diversos puntos de vista, pos­poniendo para un futuro indeterminado, cuando la información sea sufi­ciente, la elaboración de leyes rigurosas con valor general. El estudio de las formas de relieve es, sin duda, el aspecto fundamental en torno al que se estructura el contenido de estos numerosos trabajos que, al rechazar de hecho la consideración del hombre como integrante de su objeto de análisis, se pueden englobar en una tendencia naturalista práctica. Y hay que reconocer con Alain Reynaud que su enfoque deriva en una parte muy sustancial de las concepciones geológicas, pudiendo decirse que mu­chos de los contenidos actuales de la geografía física llegaron, durante la segunda mitad del siglo xix, y ya con un alto grado de elaboración, desde la geología, lo que dificultó, y aún sigue dificultando, su integración no sólo teórica y metodológica, sino también desde el punto de vista aca­démico y administrativoso.

48 Cfr. Leighly, J. (1938): «Methodological Controversy in Nineteen Century Ger­mán Geography», Atináis of the Association o f American Geographers, XXVIII, 4, pp. 241-256, p. 241.

49 Gerland, G. (1887): «Vorsrort des Herausgebers», Beitr'áge zur Geophysik, I, pp. I-LIV.

50 Cfr. Reynaud, A. (1971): Epistemologie de la géomorphologie, París, Masson.

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 35

Tras el establecimiento de unas firmes bases científicas, a finales del siglo xviii, por parte de Abraham G. Werner, James Hutton, John Playfair, William Smith y Georges Cuvier, la geología había ya llegado, en torno a 1850, a grandes interpretaciones de conjunto acerca de la corteza terrestre, y contaba con un cuerpo teórico ordenado en el que se iban ensamblando de forma relativamente armónica las nuevas apor­taciones, como las de Charles Lyell, Elie de Beaumont, Eduard Suess o Pierre Termier. Este, y no el del naturalismo geográfico, es el marco en el que surgen los trabajos de A. Surell, exponiendo el esquema clásico de la erosión torrencial; de Jean Louis R. Agassiz, estableciendo las bases de la morfología glaciar; de J . Jukes, fijando los primeros conceptos sobre el trazado de los ríos; de Andrew Ramsay y Grove K. Gilbert, poniendo de manifiesto la capacidad de planación de las aguas corrientes; de John W. Powell y Clarence E. Dutton, calculando los ritmos de arrastre y sedimentación de los materiales51. Al mismo tiempo, una larga serie de investigaciones concretas sobre diferentes regiones o países van poniendo de manifiesto las relaciones del relieve terrestre con la estructura geológica y la dinámica interna del planeta; sus resultados aparecen ya sistematizados y ordenados en Les formes de Terrain, de La Noe y Emmanuel de Marguerie, publicado en 1888 52.

Dentro de esta avalancha de aportaciones rigurosas y brillantes refe­rentes a temas concretos muy relacionados con la 'geología, son los in­vestigadores alemanes los que mantienen con alguna daridad la pretensión humboldtiana de globalidad, de integradón de contenidos; así aun sin planteamientos teóricos completos y explídtos, su interés se diversifica, induyendo el clima, la vegetación, los suelos, etc., pretendiendo explicar las relaciones entre unos y otros. En esta línea se sitúan trabajos como los de Alexander Supan, Fritz Mataschek o Wladimir Kóppen, algunas de cuyas propuestas de zonificación o de dasifjcadón basadas en las in- fluendas mutuas de varios elementos están aún vigentes. Perteneciente a esta escuela, y muy vinculado a las perspectivas de origen geológico por su actividad profesional inicial, Ferdinand von Richthofen plantea a finales de siglo una definición y una estructuración precisas de los nuevos contenidos dentro del marco de una cienda geográfica caracterizada por la articulación armónica de tres niveles metodológicos sucesivos: el des­criptivo, el corológico y el de abstracción; para ello parte de los nuevos esquemas conceptuales de las ciencias básicas, entre las que dta ex­presamente la biología, «transformada en sus mismos fundamentos por Darwin». Define la geografía como ciencia de la superficie terrestre, pro­pugnando que la estructura del subsuelo y la tectónica, objetos propios de la geología, sólo sean consideradas como factores que inciden en la

51 Cfr. Chorley, R. J., Beckinsale, R. P., Dunn, A. J. (1964-1973): The History of Study of Landforms or the Development o f Geomorphology, Londres, Methuen, 2 vols.; I : Geomorphology before Davis.

52 Cfr. La Nóe, G. de, Marguerie, E. de (1888): Les formes du terrain, Pa­rís (s. e.). '

(

I

evolución de las formas que dicha superficie presenta, y aboga por el desarrollo de una «geografía biológica general» entroncada con los tra­bajos de Humboldt, admitiendo — influido por Ratzel— la posibilidad de integrar al hombre en tanto que ser vivo que forma parte e interactúa, aunque de forma muy especial, en la cambiante superficie del planeta.

Sin embargo, el modo que propone para alcanzar esos objetivos no es del todo acorde con la metodología positivista: se debe a Richthofen la for­mulación explícita de una idea — que subyace en la mayoría de l s pers­pectivas regionales posteriores— según la cual «el método de la geografía general ( .. .) no es progresivo, sino esencialmente regresivo, ya que de lo particular retrocede a lo general; va del efecto a la causa, del fenómeno individualizado al conjunto de fenómenos que guardan entre sí relación de analogía»; de acuerdo con esto, no se puede ni se debe pretender una labor generalizadora continuada, ya que los avances teóricos se han pro­ducido siempre y sólo se producen en «períodos singulares», en los que, tras largas etapas de recogida y de comparación de datos, aparece de forma natural «la necesidad de reunir los materiales análogos bajo la perspectiva de principios sistemáticos» 53.

Es William M. Davis, continuador de los estudios sobre el relieve terrestre de G. K. Gilbert y J. W. Powell, quien aporta una respuesta sistemática a gran parte de los problemas planteados al asumir y poten­ciar plenamente, en el campo de la geografía física, los postulados evo­lucionistas: «El tratamiento moderno y racional de los problemas geográ­ficos — afirma— exige que la forma del terreno sea estudiada desde el punto de vista de la evolución al igual que una forma orgánica» 54. En efec­to, según Davis, las formas superficiales son producto de una serie de procesos y, por ende, pueden ser adecuadamente descritas en esos tér­minos. Basada en las nociones de «estructura, proceso y tiempo», la descripción se hace «genética» y por tanto «explicativa», abocada a la obtención de leyes 55. A través del evolucionismo, Davis enlaza metodo­lógicamente el estudio del relieve, al que se dedica plenamente, con el resto de los estudios geográficos, al ofrecer una «descripción sistemática, aceptada y utilizada por todos los geógrafos, del mismo género que las usadas por los biólogos para las plantas y los animales»56. Y el propio autor afirma que su aportación fundamental es la resolución del problema

36 El pensamiento geográfico

53 Cfr. Richthofen, F. von (1883): «Tareas y métodos de la Geografía actual: el método de la Geografía General». Traducción de P. Plans, Didáctica Geográfica, 3,1978, pp. 49-62.

54 Davis, W. M. (1904): «Complications of the Geographical Cyde», Compte Rendu 8me. Congres de Géographie (Washington), pp. 150-163, p. 150. (Comunicadón par­dalmente tradudda en este libro: cfr. W. M. Davis: «Complicadones del ddo geo­gráfico».)

55 Davis, W. M. (1899): «The Geographical Cyde», Geographical Journal, XIV, pp. 481-504. (Artículo pardalmente traduddo en este Úbro: cfr. W. M. Davis: «El ddo geográfico».)

56 Davis, W. M. (1912): «L’esprit explicatif dans la géographie modeme», op. cit.,p. 12.

c

1, El pensamiento geográfico decimonónico 37

de lo que se ha denominado «descripción explicativa» mediante los plan­teamientos darwinianos: «Hemos creado una nueva filosofía de la Geo­grafía, una filosofía racional y evolucionista, uno de cuyos principios es que la mejor descripción de un paisaje se encuentra en su origen»57.

Davis, sin embargo, sólo aplica prácticamente los nuevos planteamien­tos al campo- de la geografía física que le interesa, a la geomorfología que él mismo organiza y a la que da nombre propio, y apenas se preocupa en sus investigaciones concretas — aunque sí lo hace en términos teóri­cos— por la integración real de este dominio con el resto del saber geo­gráfico. Por otra parte, el marcado y explícito acento deductivo de su método choca con el meticuloso empirismo de la corriente geográfica naturalista, fundamentalmente representada por los autores alemanes, en la que la observación directa y minuciosa y la consideración de las dife­rencias se valoran como el soporte fundamental de la verdadera ciencia. Esta corriente naturalista, que desde Richthofen ha recibido la influencia evolucionista pero no la ha asumido de un modo tan incondicional como Davis, está representada a finales de siglo por Albrecht Penck, cuyo planteamiento fue la única alternativa opuesta al davisianismo capaz de resistir el enorme éxito de la «teoría del ciclo»: según Penck, el método consiste también en describir, clasificar e interpretar el origen y la evo­lución de las formas que presenta la superficie terrestre, pero considera que para ello es preciso el establecimiento previo de una taxonomía lo más completa posible de esas formas, la elaboración de clasificaciones ba­sadas en su configuración fisionómica y la consideración de factores no estrictamente geomorfológicos, como el clima y su evolución c la vege­tación pasada y actual58.

Más que un método, el de Penck es un sistema riguroso de trabajo sobre cuyos resultados podría montarse a largo plazo un paradigma teórico general; frente a él, la metodología davisiana es completa, cerrada y afir­mativa, y se encuentra mucho más entroncada con las perspectivas cien­tíficas del último tercio del siglo xix. Es lógico, por tanto, que el modelo de Davis triunfase en toda la línea sobre otros enfoques aparentemente anticuados, poco elaborados y con menor aspecto de cientificidad; sin em­bargo, la geografía física alemana mantuvo en general sus puntos de vista y continuó centrada en la delimitación de unidades fisionómicas, en su clasificación detallada y en su explicación particularmente atenta a la conexión del relieve con los demás elementos o fenómenos de la superficie terrestre59.

n Ibid., p. 4.58 Cfr. Penck, A. (1894): Morphologie der Erdoberflache, Stuttgart, Engelhoms,

2 vols.59 Penck, A. (1910): «Versuch einer Klimaklassification auf physiographischer

Grundlage», Preussen Akademie der Wissenchaft Site, der physicalisch-matematischen, Klasse 12, pp. 236-246. (Artículo parcialmente traduddo en este libro: cfr. A. Penck: «Propuesta de una dasificadón climática basada en la fisiografía».)

(

Biologismo y determinación geográfica en el pensamiento ratzeliano

La incorporación de los criterios conceptuales y metodológicos del evo­lucionismo al estudio de los fenómenos humanos y sociales y de sus re­laciones con los procesos naturales permitirá a Friedrich Ratzel — y a otros autores que posteriormente estudiaremos— superar coherentemente los obstáculos conceptuales y metodológicos anteriormente planteados respecto al análisis geográfico de los hechos humanos y sociales y, en consecuencia, respecto al entendimiento unitario y totalizador del conocimiento geográ­fico. Contando con una inicial formación naturalista, que sin duda le facilitó la adecuada valoración de la aportación evolucionista, Ratzel se muestra particularmente preocupado por encontrar una rigurosa funda- mentación física y natural para la geografía humana: «La geografía del hombre — escribe en la introducción de su Anthropogeographie— no podrá tener una sólida base científica hasta que se sitúen como piedra angular de sus fundamentos las leyes generales que regulan la difusión de toda la vida orgánica sobre la tierra» 60.

La cientificidad de la geografía humana se logra, por tanto, cuando se reconoce la ley de evolución de las especies como ley natural que regula toda la dinámica social. Y esa ley permite, además, interpretar y explicar positivamente una de las creencias básicas decimonónicas: la creencia en el progreso material e intelectual de la humanidad, así como la existencia de etapas diferenciadas en esa secuencialidad progresiva.Y todo ello puede plantearse coherentemente en el pensamiento ratzeliano en la medida en que aparece basado en la adopción de «un punto de vista darwiniano» 61: porque, como advierte expresamente Ratzel, los plan­teamientos de Darwin habían producido «en el estudio de la vida de los pueblos, como en el de la vida en general, un movimiento del cual brotaron trascendentales verdades» 62.

El pensamiento ratzeliano, bastante acorde con las ideas evolucionistas generalmente aceptadas en su tiempo, entiende que la humanidad se com­porta como un todo unitario que, sin embargo, muestra distintas y gra­duales situaciones evolutivas que expresarían, según el autor, la incidencia ejercida en cada caso por los factores naturales — las causas exteriores— , que son los que determinan fundamentalmente el carácter de la evolución

38 El pensamiento geográfico

60 Ratzel, F. (1882-1891): Anthropogeographie. I : Grttndzüge der Anwendung der Erdkunde auf die Geschichte, I I : Die Geographische Verbreitung des Menschen, Stuttgart, J. Engelhorn, 2 vols., vol. 1 (la cita procede de la traducción italiana del primer volumen: cfr. Ratzel, F.: Geografía dell’Uomo (Antropogeografia). Principl d’aplicazióne della scienza geográfica alia storia. Tradotta da U. Cavallero, Milán, etc., Fratelli Bocca, 1914), p. 9.

41 Tatham, G. (1951): «Geography in the Ninfteenth Century», en Taylor, G., Ed. (1951): Geography in the Twentieth Century. A Study o f Growth, Vields, Tech- niques, Aims and Trends, Nueva York y Londres. Philosophical Library y Me- thuen, 3.* ed. ampliada, 1957, pp. 28-69, p. 64.

62 Ratzel, F. (1887-1888): Las razas humanas, Barcelona, Montaner y Simón, 2 to­mos, 1888, t. I, p. 4. En las citas de esta obra se ha actualizado la ortografía.

1. El pensamiento geográfico decimonónico 39

y los límites de la adaptación. Si «la humanidad constituye un todo, por más que éste sea múltiple en sus manifestaciones» 63, esas múltiples ma­nifestaciones, esas distintas situaciones evolutivas deben explicarse en fun­ción de las circunstancias geográficas exteriores. En este sentido llega incluso a polarizar visiblemente la noción de «adaptación», resaltando explícitamente el papel predominante que debe concederse, en todo m o­mento, a la influencia de los factores naturales, y limitando consecuente­mente la significación atribuible a las «aptitudes» humanas respecto a los procesos selectivos de adaptación evolutiva. «Cierto que dentro de los pueblos naturales encontramos gran diferencia en punto a aptitudes — es­cribe, por ejemplo, en esta línea— , y que en el curso del desenvolvimiento civilizador, los pueblos dotados de más relevantes cualidades se han ido asimilando cada vez más los elementos de cultura, dando a sus progresos un carácter de fijeza y de seguridad, mientras que los pueblos menos aptos han quedado atrasados; pero respecto de esta acción de progreso o de atraso deben reconocerse claramente y apreciarse las causas exteriores, por lo que es más justo y más lógico mencionarlas en primer lugar» M. Se trata, en suma, de no olvidar «cuán invariables permanecen, mientras vivimos, la mayor parte de los fundamentos de nuestro desenvolvi­miento» 65.

Este entendimiento de la dinámica evolutiva, que Ratzel expuso am­pliamente en sus trabajos etnográficos, es el que subyace y actúa como argumento básico en sus elaboraciones geográficas. En los dos dominios en los que esas elaboraciones resultan más acabadas y fecundas — en los de la geografía humana y la geografía política— , se encuentra siempsp presente la idea ratzeliana de que los procesos humanos, sociales y po­líticos que tienen lugar en el espacio geográfico responden a esquemas de determinación causal en los que las condiciones naturales desempeñan un papel incuestionablemente decisivo. Y, junto a esa idea, el discurso ratzeliano incorpora una dimensión organicista que aparece asimismo vincu­lada a las perspectivas biologistas dominantes en la época. Sobre esa doble base, deterninismo natural y organicismo, articula Ratzel sus plan­teamientos geográficos: las nociones de «espacio» y de «posición», fun­damentales en todo su discurso, aparecen así cargadas de sentido en la medida en que interfieren continuamente en la dinámica evolutiva de sociedades o de estados que se comportan como verdaderos organismos. La dimensión espacial o geográfica se encuentra así congruentemente inte­grada en la perspectiva evolucionista y organicista que articula el razo­namiento ratzeliano. El símil biologista adquiere asf una lógica inexorable y permite integrar en el interior de la argumentación los hechos espaciales. «Al igual que sucede con la lucha por la vida — escribe, por ejemplo, Ratzel en su Politische Geographie— , cuyo objeto fundamental es ganar

a Ibid., t. I, p. 2. « Ibid., t. I , p. 10 “ Ibid., t. I, p. 1.

( ;

40 El pensamiento geográfico

espacio, las luchas de los pueblos son la mayoría de las veces motivadas por lo mismo. En la historia moderna, la recompensa de las victorias ha sido siempre — o así ha sido interpretada— una ganancia de terri­torio»

El discurso geográfico ratzeliano aparece así articulado como una construcción rigurosamente consistente en términos conceptuales y me­todológicos: la perspectiva biologista permite edificar un razonamiento en el que los procesos humanos, sociales y políticos responden siempre a una dinámica evolutiva decisivamente determinada por las condiciones geo­gráficas. «En esta poderosa acción de la tienra — escribe Ratzel— , que se manifiesta a través de todas las fases de la historia al igual que en todas las esferas de la vida actual, hay algo de misterioso que no puede dejar de producir cierta angustia espiritual; porque la aparente libertad del hombre parece aniquilada. Vemos, en efecto, en la tierra el origen de toda servidumbre. El territorio, siempre el mismo y siempre situado en el mismo lugar del espacio, sirve de soporte rígido a los humores, a las volubles aspiraciones de los hombres, y cuando se les ocurre olvidar este sustrato les hace sentir su autoridad y les recuerda, mediante serias advertencias, que toda la vida del Estado tiene sus raíces en la tierra. Regula los destinos de los pueblos con ciega brutalidad. Un pueblo tiene que vivir sobre el territorio que ha recibido en suerte, tiene que morit en él, tiene que soportar su ley» 67.

Ratzel consigue elaborar una ambiciosa perspectiva de sistematización del conocimiento geográfico en la que los fenómenos humanos, sociales y políticos aparecen justificados y explicados, en términos positivamente científicos, en función de su indisociable pertenencia al mundo de las regularidades naturales. La importancia de esa perspectiva resulta evidente: Manuel de Terán ha señalado, por ejemplo, que Ratzel «planteó de un modo sistemático y científico el problema de las relaciones entre el hombre y el medio», intentando «poner de manifiesto la intervención del factor geográfico en la vida y actividad de los hombres y acometer el trata­miento metódico y sistemático, equipado con el saber científico acumulado en los decenios que le separan de Ritter, del viejo tema de las influencias que- el medio natural ejerce en la vida humana»68.

Pero el pensamiento ratzeliano, bastante influyente en posteriores ela­boraciones geográficas, no se encuentra exento de problemas y dificultades. El determinismo natural o ambiental, planteado en la obra ratzeliana con generalizada inflexibilidad •—y vinculado a una lectura del evolucionismo próxima a la del darwinismo social— , conlleva tanto una injustificada

64 Ratzel, F. (1897): Politische Geographie. Durchgesehen und Erganzt von E. Ober- hummer, Munich y Berlín, R. Oldenbourg, 3* ed., 1923, p. 270.

67 Ratzel, F. (1898-1899): «Le sol, la société et l’Etat», L ’Année Sociologtque, I II , pp. 1-14, p. 12. (Artículo traducido en esta obra: cfr. F. Ratzel: «El territorio, la so­ciedad y el Estado».)

68 Terán, M. de (1957): «La causalidad en geografía humana. Determinismo, po­sibilismo, probabflismo», Estudios Geográficos, X V III, 67-68, pp. 273-308, p. 284.

simplificación unilateral de las nociones darwinianas como, por otra parte, una sensible y distorsionadora reducción de la complejidad de las diná­micas espaciales — humanas, sociales o políticas— analizadas. Esa reduc­ción, bastante generalizada en el contexto de un conocimiento decimonó­nico empeñado, como vimos, en descubrir leyes universales garantes de un saber totalizador, aparece fuertemente intensificada en el pensamiento ratzeliano, y ello supone una acentuada polarización naturalista en la caracterización de los esquemas de determinación causal adoptados. Al uni- lateralizar excesivamente las nociones evolucionistas, el planteamiento rat­zeliano llega a dificultar, paradójicamente, la propia explicación positiva de las relaciones existentes: si el determinismo geográfico estaba presente en los planteamientos de Humboldt y de Ritter, en el pensamiento de Ratzel ese determinismo aparece ya desprovisto de sus anteriores con­notaciones cosmogónicas o teleológicas — lo que puede producir esa im­presión de pérdida de «la rigidez y simplicidad generalizadora de sus precursores» a la que se ha referido Manuel de Terán69— , mostrándose, por el contrario, fuertemente afianzado, y de ahí su mayor envergadura y su capacidad de influencia, en unas categorías analíticas sistemáticas y, lo que es más importante, conceptual y metodológicamente operativas. Así se instala dentro del conocimiento geográfico un enfoque interpretativo de signo unitario apoyado en una razón evolucionista significativamente próxima a la peculiar lectura potenciada por el denominado darwinismo social.

Las prolongaciones, más o menos fidedignas, de los planteamientos geográficos ratzelianos resultaron bastante variadas. En el campo de lo estrictamente geográfico, las obras de Ellen Churchill Semple70 y de Ellsworth Huntington71 aportan acabados — y distintos— ejemplos de la prolongación y de la reelaboración de los fundamentos del sistema geográfico ratzeliano, que a través de los autores citados influyó notoria­mente en la geografía norteamericana. Lo mismo puede decirse de la geografía inglesa, en la que los planteamientos — cargados de consecuen­cias—■ de Halford J. Mackinder ante la Real Sociedad Geográfica de Lon­dres, en 1887, sobre el objeto de la geografía72 suponen una decidida toma de postura positivista, una resuelta y programática aceptación del determinismo como clave explicativa de los hechos sociales, y finalmente una explícita consideración pragmática del saber geográfico. Según Mackin­der, en efecto, «la geografía política» tiene como misión «desentrañar y demostrar las relaciones entre el hombre en sociedad y las variaciones

1. El pensamiento geográfico decimonónico 41

« Ibid., p. 285.70 Cfr. Semple, E. C. (1911): Influences o f Géographie Environment: on the Basis

of Ratzel's System of Anthropogeography, Nueva York, Henry Holt and Company.71 Cfr. Huntington, E. (1915): Civilización y clima. Traducción de L. Perriaux,

Madrid, Revista de Occidente, 1942.72 Cfr. Mackinder, H. J. (1887): «On the Scope and Methods of Geography»,

Proceedings o f the Royal Geographical Society, IX , pp. 141-160. (Artículo traducido en este Ebro: cfr. H. J . Mackinder: «El objeto y los métodos de la geografía».)

42 El pensamiento geográfico

locales de su medio», y «nadie más puede realizar esta función de forma adecuada porque ningún otro análisis puede presentar los hechos en sus relaciones causales y su perspectiva verdadera»73. Ahora bien, «no puede existir una geografía política racional si no se construye sobre la base de la geografía física y consiguientemente a ella» 74, por lo que «las cuestiones políticas dependerán, en todos los casos, de los resultados del estudio físico» 7S, y el análisis del^hombre en sociedad será más breve que el del medio. En este estudio de las relaciones del hombre y su medio, Mackinder, fiel al biologismo ratzeliano, cree que hay que considerar, con fines ana­líticos, a las comunidades de hombres como «tunidades en la lucha por la existencia, más o menos favorecida por sus diversos medios»76. Con estos requisitos se podrá elaborar un cuerpo teórico y cognoscitivo que «satisfaga tanto los requerimientos prácticos del hombre de estado y del comerciante, como los requerimientos teóricos del historiador y del cien­tífico y los requerimientos intelectuales del profesor» 77. Como puede ad­vertirse, semejantes planteamientos suponen una versión fidedigna — y, desde luego, más pragmática— de la perspectiva cognoscitiva ratzeliana.

Finalmente, algunos de los ingredientes interpretativos ratzelianos se­rían profusamente utilizados, extrapolando al máximo los aspectos más expresivos de lo que ya Lucien Febvre había considerado el «megaloesta- tismo del maestro alemán» 78, por la perspectiva de la denominada geopo- litik, inaugurada por el sueco Rudolf Kjellen en 1905 y convertida por el alemán Karl Haushofer, como ha señalado André-Louis Sanguin, en una verdadera «máquina política a partir de 1924»79. Máquina política que se apoyaba en la afirmación de que «el objetivo práctico de la geopo­lítica era la restauración del Estado alemán en su fuerza y en su grande­za» 80. Así eran aplicados y prolongados determinados gérmenes de la obra ratzeliana: de una obra ambiciosa y ambivalente que no dejaba de contener afirmaciones dogmáticas susceptibles de las más variadas utili­zaciones.

Racionalismo positivista y dimensión ética en las formulaciones de Reclus y Kropotkin

La perspectiva ratzeliana no fue, como ya hemos advertido, la única que incorporó los planteamientos conceptuales y metodológicos evolucio­

73 Ibid., pp. 144-145.74 Ibid., p. 144. El subrayado es del autor.75 Ibid., p. 156.16 Ibid., p. 143, nota 3.77 Ibid., p. 159.78 Febvre, L. (1922): La Terre et l’évólution humaine. Introduction géographique

a l'histoire. Avec le concours de L. Bataillon, París, Albín Michel, 1970, p. 38.79 Sanguin, A.-L. (1975): «L’évolution et le renouveau de la géographie politique»,

Anuales de Géographie, LXXXIV, 463, pp. 275-296, p. 277.80 Ibid., p. 278.

c

1. El pensamiento geográfico decimonónico 43

nistas al tratamiento geográfico de los fenómenos humanos y sociales. Existe, en efecto, otra línea de pensamiento geográfico que asume igual­mente esos planteamientos, aunque esa asunción se lleva a cabo en este caso rechazando explícitamente las connotaciones y las extrapolaciones ca­racterísticas de las diversas modalidades del darwinismo social. Y es pre­cisamente está perspectiva la que se encuentra coherentemente articulada en el pensamiento geográfico de Reclus y Kropotkin.

EUsée Reclus expone sus planteamientos en una obra múltiple, en la que se aúnan una profunda cultura, un amplio conocimiento de las apor­taciones geográficas anteriores y una sugestiva riqueza literaria. Piotr Kropotkin aparece, por su parte, como un consumado científico que, con una formación naturalista y matemática importante, dedicó una particular atención a la investigación en el dominio de la geografía física, en el que destacaron sus trabajos geomorfológicos y biogeográficos, a la vez que se ocupaba igualmente del tratamiento sistemático de los procesos humanos y sociales.

Ambos autores afirman sin ambigüedades la decisiva importancia de la perspectiva evolucionista para conseguir un entendimiento integrador de los hechos naturales y humanos. «La evolución — escribe Reclus— es el movimiento infinito de cuanto existe, la transformación incesante del Universo y de todas sus partes, desde los orígenes eternos y durante el infinito del tiempo»81. Y esa dinámica evolutiva se manifiesta con una regularidad que afecta por igual a todos los fenómenos físicos y hu­manos: «En los límites reducidos de nuestro pequeño planeta, las mon­tañas que surgen y desaparecen, los océanos que se forman para luego agotarse, los ríos que fertilizan los valles y se secan como tenue rocío matutino, las generaciones de plantas, de animales y de hombres que se suceden, y los millones de vidas imperceptibles, desde el hombre hasta el mosquito, no son sino manifestaciones de la gran evolución, que arrastra todo en su torbellino sin fin» 82. Además, la perspectiva evolucionista per­mitía racionalizar y argumentar en términos cientáistas la decidida creencia en el progreso que ambos autores comparten: «Los progresos se consolidan entre sí — afirma, por ejemplo, Reclus— , y por eso nosotros los queremos a todos, según la medida de nuestra fuerza y de nuestros conocimientos: progresos sociales y políticos, morales y materiales, de ciencias, artes o in­dustria» a .

Con una lógica cientifista más inflexible, la adscripción evolucionista de Kropotkin es igualmente manifiesta: el autor expone su identificación con una perspectiva evolucionista qúe pretende «elaborar una filosofía sintética que abarque en una generalización todos los fenómenos de la naturaleza y, en consecuencia, también la vida de las sociedades» M. Siguien-

81 Reclus, E. (1897): Evolución, revolución y anarquismo. Traducción de A. López Rodrigo, Buenos Aires, Proyección, 1969, p. 7.

82 Ibid., p. 7.83 Ibid., p. 11.84 Kropotkin, P. (1913): «Ciencia moderna y anarquismo», en Kropotkin, P. (1971):

c

v

44 El pensamiento geográfico

do esa perspectiva puede elaborarse una concepción completa del mundo que se refiera indistintamente a los hechos físicos y naturales y a los hechos humanos y sociales: y ello sólo podrá lograrse en la medida en que se emplee también en el dominio de lo humano y de lo social la metodología científica que tan positivos resultados ha obtenido en el campo del conocimiento físico y natural. Intransigente positivista, Kropotkin rechaza explícitamente -£l «método dialéctico» como «algo desechado y felizmente olvidado ya por la ciencia»85. Su propuesta metodológica es clara y tajante: «Los descubrimientos del siglo diecinueve en los campos de la mecánica, la física, la química, la biolpgía, la psicología física, la antropología, la psicología de las naciones, etcétera, no se hicieron me­diante el "método dialéctico”, sino mediante el método científico-natural, el método de la inducción y la deducción. Y puesto que el hombre es parte de la naturaleza, y puesto que la vida de su "espíritu”, tanto personal como social, no es más que un fenómeno de la naturaleza, ( .. .) no hay motivo alguno para que cambiemos bruscamente nuestro método de inves­tigación por pasar de la flor al hombre, o de la colonia de castores a una población humana» 86.

La articulación de los criterios evolucionistas en el pensamiento de Reclus y de Kropotkin se plantea con unas características originales que proporcionan a sus elaboraciones geográficas un indudable interés. Ambos se encuentran empeñados en la difícil empresa de compatibilizar la entu­siasta creencia en el cientifismo universalista y, por ende, en la existencia de leyes naturales de alcance global que inciden también sobre las actua­ciones humanas y sociales — la geografía tiene como objetivo «descubrir las leyes que rigen el desarrollo de la tierra» 87— , y, por otra parte, el convencimiento, congruente con su adscripción anarquista, de que la li­bertad humana aparece como un factor primordial de los procesos humanos y sociales. Y es en ese empeño compartido en el que se encuentra la clave para entender las sensibles diferencias existentes entre la lectura evolucio­nista ratzeliana y la que proponen Reclus y Kropotkin.

El primero de estos autores, atendiendo siempre a las interrelaciones que se presentan, favoreciendo o dificultando la adaptación positiva y progresiva, entre los factores naturales y los de índole social, económica y política, articula su respuesta afirmando que la libertad humana sólo puede encontrarse garantizada y potenciada cuando el hombre sabe inte­grarse armónicamente en un orden natural que no tiende sino a apoyar, cuando no se le violenta, sus legítimas aspiraciones de libertad. Y Kro-

Fottetos revolucionarios. Edición, introducción y notas de R. N. Baldwin. Traducción de J. M. Alvarez- Flores y A. Pérez, Barcelona, Tusquets, 2 vols., 1977, vol. I, pp. 163- 219, p. 169.

85 Ibid., p. 171.84 Ibid., p. 171.87 Kropotkin, P. (1885): «What Geography Ought to Be», Antipode, X, 3 -X I, 1,

1979, pp. 6-15, p. 10. (Artículo traducido en este libro: cfr. P. Kropotkin: «Lo quela geografía debe ser».)

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 45

potkin, por su parte, enfrentado con el mismo problema, opta por atri­buir a la ley de «ayuda mutua» — que matiza y prolonga el pensamiento del propio Darwin88— , fundamentalmente dependiente de la voluntad de cooperación, mayor importancia respecto a la evolución que a la ley de lucha recíproca, anteponiendo así los principios de sociabilidad y de soli­daridad, con lo que se posibilita la compatibilización de los ingredientes sustentadores del pensamiento kropotkiniano.

Ambas respuestas — no exentas, desde luego, de ambivalencias— apa­recen, además, profundamente impregnadas de una dimensión ética que ilumina en gran medida la significación de los respectivos proyectos de conocimiento geográfico. Reclus plantea un entendimiento de las relaciones entre naturaleza y naturaleza humana basado en la idea de progresiva armonización liberadora: propone así un modelo que, a pesar de las con­tradicciones locales que su obra manifiesta, tiene el indudable mérito de procurar solventar el antagonismo entre determinación y libertad, afir­mando la feliz coincidencia entre el orden natural y un orden humano que sólo es tal en la medida en que se encuentre armónicamente integrado en el primero. Si el hombre forma parte inseparable del orden natural y si el ejercicio de la libertad es la condición inexcusable de todo acto verda­deramente humano, ambas condiciones pueden realizarse simultáneamente porque es precisamente en la equilibrada pertenencia al orden natural — en las relaciones armónicas entre naturaleza y naturaleza humana— donde el hombre encuentra la razón misma de su libertad y las seguras posibili­dades de su ejercicio. El conocimiento científico de la naturaleza es, por tanto, fundamental para conseguir hombres verdaderamente libres. Y el conocimiento geográfico aparece así como la clave de un proceso racional — y progresivo— de armonización entre naturaleza y naturaleza humana que es, ante todo, un proyecto ético en el que la libertad se acrecienta.

La noción kropotkiniana de ayuda mutua remite igualmente a un hori­zonte en el que la dimensión ética resulta fundamental y definitoria: «la gran importancia del principio de ayuda mutua — escribe Kropotkin— aparece principalmente en el campo de la ética, o estudio de la moral. Que la ayuda mutua es la base de todas nuestras concepciones éticas, es cosa bastante evidente» 89. Y el mismo autor añade: «En la práctica de la ayuda mutua, cuyas huellas podemos seguir hasta los más antiguos rudi­mentos de la evolución, hallamos ( .. .) el origen positivo e indudable de nuestras concepciones morales, éticas, y podemos afirmar que el principal papel en la evolución ética de la humanidad fue desempeñado por la ayuda mutua y no por la lucha mutua. En la amplia difusión de los prin­cipios de ayuda mutua, aún en la época presente, vemos también la mejor garantía de una evolución aún más elevada del género humano» 90.

88 Cfr. Kropotkin, P. (1902): El apoyo mutuo. Un factor de la evolución. Intro­ducción de C. Díaz. Prólogo de A. Montagu, Madrid, Zero-Zyx, 2.* ed., 1978, pp. 39-41.

ss Ibid., p. 286. so Ibid., p. 287.

(

V i

46 El pensamiento geográfico

Así se articula, en la obra de Reclus y de Kropotkin, una importante perspectiva del conocimiento geográfico en la que los planteamientos con­ceptuales y metodológicos evolucionistas sustentan coherentemente un cien- tifismo integrador que abarca simultáneamente, sin eludir la compleja pre­sencia activa de los factores humanos y sociales, el entendimiento positivo de las interrelaciones geográficas y de los mecanismos causales. Y esa perspectiva, frecuentemente ignorada o marginada en los estudios sobre la configuración del pensamiento geográfico, merece ser conocida y valorada debidamente, ya que aporta tanto un entendimiento general del conoci­miento geográfico ambicioso y fecundo como,, en relación con ello, un tratamiento crítico y bastante original de numerosos temas concretos. Baste citar aquí, a título de ejemplo, el interesante tratamiento que Reclus y Kropotkin dedican a temas como la enseñanza de la geografía — preocu­pación importante en ambos y que condice con su ya expuesto entendi­miento de la dimensión ética conllevada por las relaciones del hombre y su entorno— , las consecuencias de los procesos de industrialización y de urbanización o las relaciones entre población y recursos naturales.

Conviene advertir, además, que el horizonte teórico definido por ambos autores — horizonte impregnado de las rigurosas exigencias del cientifismo positivista— aporta algunas ideas referentes a las regularidades espaciales que anticipan, en el campo de la geografía, ciertos enfoques analíticos posteriores. Así sucede, por ejemplo, con las consideraciones planteadas por Reclus sobre las pautas teóricas de localización de los núcleos urbanos, que conllevan un entendimiento del orden espacial significativamente pró­ximo al que más tarde propondrán autores como Walter Christaller. Reclus advierte, en efecto, que si se diesen condiciones espaciales unifor­mes, la localización de los núcleos seguiría una disposición geométrica­mente regularizada: «Suponiendo una región llana, sin obstáculos naturales, sin río, sin puerto, situada de una manera particularmente favorable, y no dividida en Estados políticos distintos, la mayor ciudad se habría levantado directamente en el centro del país: las ciudades secundarias se habrían repartido en intervalos iguales en el contorno, espaciadas rítmicamente, y cada una de ellas habría tenido su sistema planetario de ciudades infe­riores, con su cortejo de pueblos» 91.

Y, por último, el análisis de los hechos y de las situaciones existentes se completa en todo momento con numerosas sugerencias dirigidas a mo­dificar lo que se considera perjudicial y a conseguir un orden espacial en el que naturaleza y naturaleza humana puedan convivir armónicamente. Se trata, en suma, de un proyecto en el que el conocimiento geográfico, cumpliendo los requisitos de la cientificidad positiva, proporciona un pa­

91 Reclus, E. (1905-1908): L'Homme et la Terre, París, Librairie UniverseUe, 6 to­mos, t. V, pp. 341-342. (Obra parcialmente traducida en este libro: cfr. E. Reclus: «El hombre y la tierra».)

(

1. El pensamiento geográfico decimonónico 47

radigma explicativo universal de signo evolucionista en el que la crítica de lo existente se aúna con la sugerencia utópica.

* * *

Las consideraciones anteriores pueden ayudar a entender y a valorar las líneas generales del proyecto decimonónico de sistematización del co­nocimiento geográfico. Proyecto variado y complejo que se concreta en diferentes opciones que, sin embargo, comparten la pretensión de convertir a la geografía, de una u otra forma, en una ciencia positiva. Según algunos autores, la cientificidad sólo quedaría asegurada en la medida en que se atendiese especializadamente a alguno de los dominios integrantes del saber geográfico. Pero otros autores estiman que debe y puede plantearse un conocimiento geográfico totalizador en el que queden científicamente sub- sumidos todos los fenómenos y procesos — naturales y humanos— que interactúan en el espacio. Esta pretensión, sin duda difícil y compleja, encontró en el discurso evolucionista el instrumento adecuado para articu­lar una respuesta que resolviese las dificultades conceptuales y metodo­lógicas inicialmente planteadas por el proyecto. El modelo evolucionista abría así una perspectiva inédita y decisiva para construir un conocimiento geográfico integrador, en el que por fin los hechos humanos y sociales quedasen explicados en términos positivos similares a los empleados en el campo del conocimiento físico y natural. La decidida voluntad de con­seguir una sistematización científica del conocimiento geográfico se traduce en la sucesiva articulación y en el desenvolvimiento de un pensamiento geográfico decimonónico que sorprende, como ya se ha indicado, por la desmesurada ambición de sus pretensiones y por la fecunda envergadura de sus resultados teóricos, conceptuales y metodológicos.

(

I

1

EL PENSAMIENTO GEOGRAFICO CLASICO

Capítulo 2

La transición del siglo xix al siglo xx enmarca una sensible modifica­ción del proyecto cognoscitivo geográfico. La geografía decimonónica, inscrita en el horizonte de la cientificidad positivista y de la racionalidad evolucionista, será gradualmente sustituida por los diversos planteamientos de la geografía clásica. Estos planteamientos — que actúan hegemónica- mente durante la primera mitad de nuestro siglo— han sido frecuente­mente interpretados como una reformulación afirmativa que, clarificando el panorama ofrecido por el pensamiento geográfico anterior y readecuando convenientemente sus coordenadas cognoscitivas, inaugura definitivamente la línea de una cientificidad geográfica específicamente diferenciada y rigu­rosamente delimitada. Sin embargo, el entendimiento de la geografía clásica no resulta tan sencillo. Porque el pensamiento geográfico clásico es en gran medida, como veremos seguidamente, el resultado —no siempre satisfactorio— de una crisis, la respuesta — no siempre consistente— a la ruptura del proyecto cognoscitivo de la cientificidad geográfica decimonó­nica. Y por ello la geografía clásica, que se desenvuelve en las coordenadas cognoscitivas generales de su tiempo, se configura, ante todo, como un conjunto de opciones que, de uno u otro modo, intentan defender la propia identidad de un conocimiento geográfico que se encuentra ahora amenazado por la dinámica desencadenada por la crisis de la razón positi­vista y evolucionista que había posibilitado anteriormente su coherente articulación.

Crisis de la razón positivista y desarticulación del proyecto cognoscitivo geográfico

El horizonte científico definido por el pensamiento decimonónico co­mienza a manifestar algunos síntomas importantes de crisis durante los úl­

48

(

2. El pensamiento geográfico clásico 49

timos años del siglo. Esa crisis finisecular, que no deja de afectar a los fundamentos y a las pretensiones generales de la concepción positiva del conocimiento, atenta expresamente contra el modelo evolucionista de racio­nalidad científica. La perspectiva evolucionista, que había conseguido for­mular, en términos conceptual y metodológicamente operativos, un proyecto coherente y fecundo de cientifismo positivo y universalista, parecía mostrar ahora, en las postrimerías del siglo xix, insuficiencias y fisuras explicativas de innegable importancia. Y el entendimiento de las características y de las consecuencias de esa crisis — que es, en último extremo, una crisis de la concepción científica positivista, que se adentra, hasta su culminación, en los primeros años del siglo xx— resulta fundamental para explicar la dinámica del pensamiento geográfico que comienza a articularse, en­marcado en unas coordenadas epistemológicas sensiblemente diferencia­das de las decimonónicas, a partir de los años situados en torno al cambio de siglo.

La profunda y decisiva crisis de la mentalidad positiva y de la raciona­lidad científica evolucionista, indudablemente relacionada con la nítida y generalizada quiebra del orden industrial decimonónico que se detecta, sobre todo, a partir de los años setenta1 y, en conexión con ello, con la quiebra de lo que Diego Núñez Ruiz ha denominado «una- etapa histórica­mente afirmativa del pensamiento burgués»2, se concreta fundamental­mente en el creciente rechazo de los planteamientos universalistas afirmados teóricamente por la sistematización positiva evolucionista. Porque, al acep­tar, de acuerdo con los planteamientos definitorios de la cientificidad decimonónica, la existencia de una ley evolutiva universal que afectaba por igual a todos los seres vivos, el evolucionismo aportaba un modelo teórico general y uniforme —la perspectiva del evolucionismo unilineal— para explicar todos los desenvolvimientos históricos. «El salvajismo — es­cribía ejemplarmente el antropólogo Morgan— ha precedido a la barbarie en todas las tribus de la humanidad; y la barbarie, como ya sabemos, ha precedido a la civilización. La historia de la raza humana es una en sus fuentes, una en su experiencia, una en su progreso»3. Este plantea­miento, que supone afirmar la existencia de una normalidad histórica — una ley evolutiva universal— uniformemente actuante en todas las sociedades, encontró serias y crecientes dificultades al ser contrastado con los cada vez más detallados resultados de las investigaciones empíricas

1 Cfr. Bernal, J. D. (1954): Historia social de la ciencia. Traducción de J. R. Ca- pella, Barcelona, Península, 2 tomos, 5.* ed., 1979, t. II, p. 301.

2 Núñez Ruiz, D. (1975): La mentalidad positiva en España: desarrollo y crisis, Madrid, Tucar, p. 14.

3 Morgan, L. H. (1877): Ancient Society, dt. en Lederc, G. (1972): Antropología y colonialismo. Traducdón de J. Martínez de Velasco, Madrid, Comunicadón, 1973, p. 33.

/

que menudearon precisamente durante los años próximos al cambio de siglo 4.

Las dificultades surgidas del desacuerdo entre los planteamientos teó­ricos evolucionistas y los resultados empíricos no pasaron desapercibidas, desde luego, en el campo del pensamiento geográfico de finales de siglo. A título de ejemplo, pueden señalarse en este sentido tanto las matizacio- nes críticas planteadas por Reclus respecto a la caracterización del proceso evolutivo, negando su supuesta continuidad directa e insistiendo en la compleja ambivalencia de sus tendenciass, como, por otra parte, las oportunas reticencias manifestadas por Ratzel respecto a la validez meto­dológica de algunos extremos de las interpretaciones sustentadas por los teóricos evolucionistas6. Y, además, en estas mismas coordenadas hay que situar la adscripción difusionista patente en el pensamiento ratzelia­no 7: porque, como ha advertido Nicholas S. Timasheff, la hipótesis de la difusión de las culturas, presente en la obra de Ratzel, constituye un intento de resolver, con nuevas interpretaciones, algunas de las más evidentes fisuras de la explicación propuesta por la teoría evolucionista". En todo caso, conviene señalar que, a pesar de su decidida vinculación a los planteamientos conceptuales y metodológicos evolucionistas, el pen­samiento geográfico de los últimos decenios del siglo xix no permanece insensible a los primeros síntomas críticos de la racionalidad evolucionista. Las dificultades surgidas en la perspectiva evolucionista se detectan cla­ramente en unas elaboraciones geográficas finiseculares que, sin embargo, al asumir plenamente el horizonte epistemológico del positivismo decimo­nónico, se consideran capaces de matizar o corregir debidamente algunas consecuencias oscuras o inconvenientes del edificio teórico evolucionista, que se sigue considerando tan adecuado como imprescindible para cons­truir un conocimiento geográfico positivamente científico.

Pero la quiebra de la razón científica positivista y del discurso evolu­cionista en ella enmarcado se intensificó gradualmente hasta a lam ar su apogeo en los primeros años del siglo xx. En los años veinte,- Lucien Febvre se refiere a esa dinámica, que considera consumada, al advertir sin ambigüedades que «el prejuicio de lo que se puede llamar la "evolución lineal” de la humanidad se ha reconocido como lo que es: un prejuicio, incluso doblemente un prejuicio», aludiendo inmediatamente después a la desvalorización del modelo interpretativo evolucionista producida por «la

50 El pensamiento geográfico

Cfr. Timasheff, N. S. (1955): La teoría sociológica. Su naturaleza y desarrollo. Traducción de F. M. Torner, México, Fondo de Cultura Económica, 4 * ed., 1968. pp. 169-176.

5 Cfr. Reclus, E. (1897): Evolución, revolución y anarquismo. Traducción deA. López Rodrigo, Buenos Aires, Proyección, 1969, especialmente pp. 11-15.

6 Cfr. Ratzel, F. (1887-1888): Las razas humanas, Barcelona, Montaner y Simón,2 tomos, 1888, especialmente t. I, pp. 4-5.

7 Cfr., en particular, Ratzel, F. (1882-1891): Anthropogeopraphie. I : Grundzüge der Anwendung der Erdkunde auf die Geschichte, I I : Die Geographische Verbreitung des Menschen, Stuttgart, J . Engelhom, 2 vols., especialmente vol. I.

8 Cfr. Timasheff, N. S.: Op. cit., pp. 174-176.

(

2. El pensamiento geográfico clásico 51

multiplicación de las observaciones», por «el crecimiento de la documen­tación científica sobre las poblaciones primitivas»9. Y la crisis del cienti- fismo universalista decimonónico, que aparece como un factor fundamental para explicar las diversas trayectorias posteriores de la geografía clásica de la primera mitad del siglo xx, se encuentra asimismo constatada, por poner otro ejemplo expresivo, en las afirmaciones planteadas por Cari Sauer sobre el desplazamiento de los geógrafos «de su primitivo y des­preocupado estado enciclopédico» y su consiguiente intento de «repliegue» hacia dominios cognoscitivos más limitados 10.

La crisis del horizonte científico positivista se tradujo de forma deci­siva en el campo del conocimiento geográfico. Porque si el cientifismo positivista decimonónico había permitido la articulación de sistematizacio­nes universalistas e integradoras del conocimiento geográfico que, a pesar de sus ya comentadas diferencias, compartían ampliamente, y con segura confianza, los presupuestos — epistemológicos, conceptuales y metodoló­gicos— y las intenciones de la cientificidad comúnmente asumida, la ruptura del horizonte científico positivista se iba a traducir, en el dominio del pensamiento geográfico, en una notoria fragmentación y diversificación de perspectivas y, por añadidura, en una sensible y generalizada pérdida de certidumbre en el terreno de la caracterización y de la viabilidad misma del conocimiento geográfico como conocimiento científico suficientemente identificable. Para delimitar el significado y el alcance de la transforma­ción producida conviene resaltar algunos hechos definitorios.

En primer lugar, el declive de la razón positivista conlleva el rechazo generalizado de la validez científica de las pretensiones universalistas del conocimiento que esa razón había justificado e impulsado prioritariamente; rechazo que se encuentra asimismo favorecido por la simultánea renuncia de las ciencias físico-naturales, elevadas a la categoría de paradigma de todo conocimiento válido por la razón positiva, a sus anteriores ambiciones universalistas: así sucede, por ejemplo, con el retorno, manifiesto ya en la obra de Heinrich Hertz, de la física a sus estrictas coordenadas cognos­citivas — las coordenadas de una ciencia natural referida a dominios limitados de la naturaleza— , y su consecuente rechazo de la improcedente pretensión de «desarrollar una concepción integral sobre el conjunto de la Naturaleza y sobre la esencia de las cosas» u. Además, en relación con lo anteriormente expuesto, el creciente y rápido proceso de diversificación y de especialización de los distintos campos del conocimiento manifestaba dos consecuencias importantes para el saber geográfico.

9 Febvre, L. (1922): La Terre et Vévolution ■ humaine. Introduction géographique a Vhistoire. Avec le concours de L. Bataillon, París, Albin Michel, 1970, p. 263.

10 Sauer, C. (1931): «Cultural Geography», en Wagner, P. L., Mikesell, M. V., Eds. (1962): Readings in Cultural Geography, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 5 “ ed., 1971, pp. 30-34, p. 30. (Artículo traducido en este libro: cfr. C. Sauer: «La geografía cultural».)

11 Heisenberg, W. (1955): La imagen de la naturaleza en la física actual. Traduc­ción de G. Ferraté, Barcelona, etc., Ariel, 2.‘ ed., 1976, p. 127.

(

í

52 El pensamiento geográfico

Por una parte, la integración del conocimiento físico y natural y del conocimiento humano y social, que la racionalidad positivista había per­mitido articular con cierta coherencia, se encontraba ahora, al ser discutida esa racionalidad, decisivamente amenazada. En efecto, la quiebra de una cientificidad que afirmaba sin ambigüedades la existencia de regularidades legales universales, indistintamente actuantes en el mundo físico y natural y en el mundo humano y social, con la consiguiente posibilidad de someter a ambos a idénticos criterios conceptuales y metodológicos, daba paso a unos nuevos planteamientos específicos que, al evidenciar con creciente claridad la existencia de lógicas diferenciadas y difícilmente identificables en uno y otro mundo, no hacían sino dificultar notablemente el mante­nimiento de un proyecto de conocimiento geográfico que precisamente se caracterizaba por su generalizada pretensión de abarcar unitariamente ambos órdenes cognoscitivos. Muchas de las dificultades y de las contra­dicciones de la geografía clásica de la primera mitad del siglo xx — y, entre ellas, su frecuentemente equívoca respuesta al tema de la determinación causal— se encuentran estrechamente relacionadas con esa pérdida de la racionalidad que había asegurado coherentemente la unidad del conoci­miento geográfico.

Y a todo esto hay que añadir, por otra parte, que el citado proceso de diversificación y de especializadón de los distintos campos del conoci­miento no se detuvo, claro está, dentro de cada uno de los dos grandes horizontes cognoscitivos que acabamos de señalar. Por el contrario, tanto en la órbita de los conocimientos físicos y naturales como en la de los conocimientos humanos y sociales se fueron desarrollando planteamientos específicamente diferenciados que tendían claramente a ir absorbiendo es­pacios cognoscitivos que anteriormente aparecían integrados en el amplio dominio del saber geográfico. En las coordenadas de la geografía física y en las coordenadas de la geografía humana se producían así, respectiva­mente, dinámicas de especialización que, además de mostrar también la especificidad característica de los distintos horizontes cognoscitivos ini­cialmente subsumidos en esas coordenadas, contribuían a incrementar las dificultades de la geografía para salvaguardar su identidad junto a los otros campos del conocimiento.

Estos problemas fundamentales, relacionados en todo momento con la crisis general de la razón positivista decimonónica, deben ser muy tenidos en cuenta para explicar la disgregación del proyecto geográfico universa­lista y, consiguientemente, la caracterización de las reformulaciones que, a partir de los años situados en torno al cambio de siglo, suceden a esa disgregación. En contra de lo que había predominado en la anterior etapa positivista, esas reformulaciones, articuladoras de lo que habitualmente se denomina geografía clásica, aparecen ahora con un alto grado de diversidad y de heterogeneidad conceptual y metodológica. De la seguridad se pasa a la inseguridad; del amplio acuerdo sobre lo que es y debe ser el conoci­miento geográfico se pasa a la incertidumbre y al desacuerdo. Cada autor o cada escuela intenta encontrar, a su manera, un horizonte cognoscitivo

(

2. El pensamiento geográfico clásico 53

en el que la geografía pueda mantenerse a salvo de las múltiples amenazas que parecen derivarse de los nuevos aires intelectuales y científicos. Las polémicas abundan, las indefiniciones y las ambigüedades proliferan: basta leer atentamente a los autores de la época para darse cuenta del alcance conflictivo de. la situación. Así, por ejemplo, Harían H. Barrows, tras afirmar que «siempre tiene que haber un nivel de indefinición en un campo cuyas especializaciones fronterizas se están desarrollando continua­mente hasta el momento en que rompen los lazos para convertirse en nuevas ciencias», advierte que lo «peculiar» de la geografía de los prime­ros decenios del siglo xx «son las diferencias radicales de opinión que existen entre los geógrafos respecto de sus funciones distintivas, respecto de su núcleo» a .

Y, por su parte, Cari Sauer, situado en una perspectiva sensiblemente diferenciada de la de Barrows, constata igualmente la existencia de «con­troversias» en las que «no se ha alcanzado la indispensable unidad» y de «campos irreconciliables» dentro de los planteamientos geográficos de esos mismos decenios13, controversias que en cierto modo culminan en el am­plio alegato pretendidamente conciliador de Richard Hartshorne14. En Alemania, por otra parte, la larga polémica mantenida entre Otto Schlüter y Alfred Hettner resulta asimismo expresiva de los dispares enfoques exis­tentes sobre la caracterización cognoscitiva de la geografía. Los ejemplos podrían multiplicarse: la literatura geográfica clásica se encuentra plagada de multiformes argumentaciones sobre las características y las posibles soluciones de la insatisfactoria situación de indefinición epistemológica planteada. Situación de indefinición que, por lo demás, no hace sino expre­sar la decisiva pérdida de identidad de un campo del conocimiento que ha visto derrumbarse las anteriores bases sustentadoras de su proyecto cognoscitivo y que, en relación con ello, se siente crecientemente acosado por el rápido y heterogéneo desarrollo especializado de otros espacios cognoscitivos. La resistencia frente a la creciente amenaza invasora de otros campos del conocimiento es una idea ampliamente generalizada en el panorama del pensamiento geográfico clásico. Las soluciones propuestas para conseguir una reformulación del conocimiento geográfico que asegure esa resistencia — que salvaguarde lo que Barrows denomina «un campo específico para la geografía» 15— son, como veremos, diferentes de unos casos a otros. Pero todas ellas comparten la pretensión expresada ejem-

12 Barrows, H. H. (1923): «Geopraphy as Human Ecology», Annals of the Associa­tion of American Geopraphers, X III, 1, pp. 1-14, pp. 2-3. El subrayado es del autor. (Artículo traducido en este libro: cfr. H. H. Barrows: «La geografía como ecología humana».)

13 Sauer, C.: Op. cit., p. 30.14 Cfr. Hartshorne, R. (1939): «The Nature of Geography. A Critical Survey of

Current Thought in the Light of the Past», Annals o f the Association of American Geographers, XXIX, 3, pp. 173-658. (Artículo parcialmente traducido en este libro: cfr. R. Hartshorne: «La naturaleza de la geografía: conclusión».)

15 Barrows, H. H.: Op. cit., p. 3. .

í/

54 El pensamiento geográfico

plarmente por Richard Hartshorne de evitar a toda costa que la geografía termine siendo «absorbida por las otras ciencias» 16.

Lo anteriormente expuesto puede ayudar a enmarcar las coordenadas generales en las que se desenvuelve el conocimiento geográfico clásico. El pensamiento geográfico experimenta, como hemos indicado, una notable modificación en el período de transición del siglo xix al siglo xx: a una etapa en la que el pensamiento geográfico, avalado por la razón positivista, se muestra decididamente afirmativo y pletórico de certidumbres sobre el sentido de su proyecto cognoscitivo, sucede otra en la que, por las razones anteriormente expuestas, ese pensamiento propende a dudar de su propia identidad y se desenvuelve preferentemente en términos defensivos. Se trata, sin duda, de una transformación decisiva que subyace en todo el discurso del pensamiento geográfico clásico. Y una simple lectura compa­rativa de los textos geográficos de una y otra etapa permite hacerse una cumplida idea del alcance y de la significación, en todos los sentidos, de esa transformación.

Pervivencias positivistas y perspectiva general o sistemática de la geografía clásica

El panorama del pensamiento geográfico clásico es algo más complejo de lo que en ocasiones se ha supuesto. Esa complejidad es consecuencia, entre otras cosas, del proceso de diversificación de perspectivas al que ya nos hemos referido. Hay que tener en cuenta, además, que ese proceso muestra una doble dimensión: si, por una parte, se produce una diferencia­ción de tendencias en el horizonte general del conocimiento geográfico — tendencias de signo predominantemente regional o corológico, por un lado, tendencias de carácter fundamentalmente sistemático o general, por otro— , no hay que olvidar, por otra parte, que a esa diferenciación se suma, interpenetrándose con ella, la procedente de la diversificación de «escuelas» geográficas nacionales — con sus rasgos distintivos— que se perfila nítidamente tras el declive de la decisiva hegemonía ejercida por el pensamiento alemán durante el período decimonónico.

Ya hemos señalado que la crisis de la cientificidad positivista decimonó­nica llevó consigo un sensible proceso de fragmentación y de diversifica­ción del proyecto cognoscitivo geográfico. Y que la creciente delimitación de los diferentes campos especializados del conocimiento contribuyó nota­blemente a dificultar el mantenimiento, en términos específicos y dife­renciales, de un espacio epistemológico propiamente geográfico. Se plantea así el problema de definir con alguna precisión la caracterización científica de la geografía: una caracterización que, en principio, debía responder

16 Hartshorne, R.: Op. cit. (las citas proceden de la reedición corregida de 1961: cfr. Hartshorne, R.: The Nature o f Geography..., Lancaster, Pennsylvania, Association of American Geographers, 1961), p. 468.

(

tanto a las exigencias intrínsecas de un conocimiento que se pretendiese científico como, por otra parte, a la necesidad reiteradamente manifestada de delimitar las coordenadas en las que ese conocimiento pudiese desenvol­verse específica y diferencialmente, procurando así evitar los peligros inva­sores procedentes de otros campos especializados del conocimiento. El problema subyace, de forma más o menos explícita, en las elaboraciones del pensamiento geográfico clásico, pero las soluciones propuestas se mues­tran bastante diversas, tanto por los términos en los que esas soluciones se articulan como por las opciones concretas que en cada caso sostienen.

Aparece, ante todo, una sensible diferencia, que remite a los términos articuladores de las respuestas, entre la rigurosa y generalizada preocupa­ción teórica que caracteriza las formulaciones del pensamiento clásico ale­mán —preocupación en gran medida compartida por las perspectivas norteamericanas— y la simultánea y también generalizada despreocupación mostrada en ese mismo sentido por los autores vinculados a la escuela geográfica francesa. Si para Alfred Hettner, por ejemplo, la discusión sobre la caracterización del conocimiento geográfico sólo puede plantearse coherentemente partiendo de una clarificación teórica de las dimensiones estrictamente científicas de ese conocimiento 11, la escuela geográfica fran­cesa, salvo algunas excepciones — entre las que se encuentra, por ejemplo, la perspectiva brunhesiana— , propende claramente, por el contrario, a pos­tergar o incluso a excluir, en aras de un empirismo primario, la considera­ción teórica del proyecto cognoscitivo geográfico. No resulta extraño, por tanto, que en el dominio de la investigación regional — la investigación que «ha constituido la principal característica y el éxito más significativo de la escuela geográfica francesa» 18— se encuentre una fundamental y definitoria despreocupación, cuando no un explícito rechazo, hacia la de­finición teórica de sus planteamientos: la intensa hipertrofia de los tér­minos observacionales del discurso geográfico lleva consigo un paralelo abandono — al que aluden Lucien Febvre19, encomiásticamente, y, con menos optimismo, Etienne Juillard 20 y André Meynier 21— de los términos teóricos en la hegemónica perspectiva regional de la escuela francesa.

La definición del espacio epistemológico y la delimitación del horizonte conceptual y metodológico del conocimiento geográfico distan, por otra parte, de aparecer uniformemente caracterizadas en el panorama del pen-

2. El pensamiento geográfico clásico 55

17 Cfr., por ejemplo, Hettner, A. (1905): «Das Wesen und die'Methoden der Geographie», Geographische Zeitschrift, X I, 10, pp. 545-564, 11, pp. 615-629, 12, pp. 671-686. (Artículo parcialmente traducido en este libro: cfr. A. Hettner: «La na­turaleza de la geografía y sus métodos»); Hettner, A. (1927): Die Geographie. Ihre Geschichte, ihr Wesen und ihre Methoden, Breslau, Ferdinand Hirt.

18 Meynier, A. (1969): Histoire de la pensée géographique en France (1872-1969), París, Presses Universitaires de France, p. 97.

19 Cfr. Febvre, L.: Op. cit., especialmente pp. 387-398.20 Cfr. Juillard, E. (1962): «La región: essai de définition», Annales de Géographie,

LXXI, 387, pp. 483-499, p. 483. (Artículo traducido en este libro: cfr. E. Juillard: «La región: ensayo de definición».)

21 Cfr. Meynier, A.: Op. cit., pp. 97-116.

samiento dásico. Sin olvidar las discrepandas internas actuantes en cada caso, las tendendas del pensamiento geográfico dásico, que han sido objeto de algunos intentos de dasificadón 71, pueden considerarse, en prin- dpio, agrupadas en tomo a dos grandes perspectivas: la de los plantea­mientos que aparecen con una intendón predominantemente general o sistemática y, por otra parte, la de los enfoques preferentemente dirigidos hacia la investigadón regional o corológica. Aunque ambas perspectivas no se encuentren tajantemente separadas en todos los casos, sí; configuran inicialmente espacios epistemológicos sufidentemente diferendables y, en ocasiones, hasta daramente opuestos. Los primeros, sin negar las posibi­lidades de la geografía regional o corológica,’ se mueven en unas coorde­nadas cognoscitivas que prolongan, aunque con matices, las directrices establecidas por la racionalidad positiva decimonónica y por el proyecto de conocimiento geográfico articulado, sobre todo, durante la segunda mitad del período decimonónico. Si, en el dominio de la geografía física, esos planteamientos se encuentran representados, por ejemplo, como veremos, por los seguidores de la perspectiva davisiana, en el campo de la geografía humana se traducen en la afirmadón de que lo específica y diferendal- mente geográfico se refiere ante todo al estudio de las relaciones existentes entre los hechos naturales y los hechos humanos.

En esta última línea se inscriben, dentro de la geografía norteameri­cana de las primeras décadas del siglo, algunas de las figuras más repre­sentativas del Departamento de Geografía de la Universidad de Chicago, muy vinculadas también a la Asodación de Geógrafos Americanos, como R. D. Salisbury, Ellen Churchill Semple, Harían H. Barrows o Thomas Griffith Taylor. Y, dentro del panorama de la geografía dásica francesa, también en esa línea se sitúan las propuestas, por lo demás concretamente diferenciadas, de autores como Jean Brunhes y Max Sorre. Ubicándose en las coordenadas cognoscitivas delimitadas por la radonalidad evolu­cionista — coordenadas ejemplarmente resumidas por un pensamiento da- visiano que, en 1906, definía la geografía como «el estudio de las rela­ciones que existen entre el entorno físico y los organismos, en particular la espede humana», afirmando asimismo que un enunciado sólo adquiere «cualidad geográfica» cuando contiene «una relación razonable entre algún elemento inorgánico de la tierra que actúa como control y algún elemento orgánico que sirva de respuesta» 23— , esta línea de pensamiento, que sigue remitiendo a una definición del conocimiento geográfico directamente emparentada con la perspectiva de las ciencias naturales — y, en particu-

56 El pensamiento geográfico

22 Cfr. Pattison, W. D. (1964): «The Four Traditions of Geography», Journal of Geography, LX III, 5, pp. 211-216; Haggett, P. (1965): Análisis locacionál en la geo­grafía humana. Traducción de J. M. Obiols, Barcelona, Gustavo Gilí, 1975, pp. 16-24; Vilá Valentí, J. (1971-1973): «¿Una nueva Geografía?», Revista de Geografía, V, 1-2, pp. 5-38, VII, 1-2, pp. 5-57, I, pp. 12-16.

23 Davis, W. M. (1906): «An Inductive Study of the Content of Geography», cit. en Colby, C. C., White, G. F. (1961): «Harían H. Barrows, 1877-1960», Annals of the Association of American Geographers, LI, 4, pp. 395-400, p. 396.

( .

2. El pensamiento geográfico clásico 57

lar, de las dendas biológicas— , considera que la investigación geográfica no debe olvidar que «todos los fenómenos vivos dependen de un medio, pero de un medio que evoludona y evoludonará siempre»24, y que las caracterizaciones de las sodedades estudiadas pueden explicarse como si- tuadones de adaptación que se corresponden, en cada caso, con etapas de «un incesante proceso de evoludón»25.

Son, en suma, los «caracteres del ambiente» los que definen, como advierte Max Sorre, «las condiciones fundamentales de la constitución del ecúmene» 26, y por ello la perspectiva ecológica sigue considerándose fun­damental, aunque con distinto grado de restrictividad en los diferentes autores, para conseguir articular un conocimiento geográfico positivamente científico. Si Barro-ws afirma tajantemente que «la geografía es la ciencia de la ecología humana» 27, Sorre, algo más contemporizador con otras perspectivas del conocimiento geográfico — declara no querer «restringir el amplio campo de la geografía humana a la ecología entendida en el sentido más estrecho y más material del término»28— , señala también, sin embargo, que en todo caso el planteamiento ecológico «constituye el prefacio necesario de la antropogeografía», ya que es precisamente en ese planteamiento donde se encuentra la clave para explicar «las condiciones de la conquista dd globo y las razones profundas de la variedad de los pueblos» 29.

Así las cosas, no es extraño que se considere que el conocimiento geográfico — incluso el que se dirige al dominio de los fenómenos huma­nos y sociales— debe continuar prioritariamente vinculado al horizonte conceptual y metodológico de las dencias naturales: la perspectiva bio- logista subyace en todo el planteamiento barrowsiano30 y, por su parte, Sorre no duda en afirmar que, para delimitar «los datos del problema ecológico que se sitúa en la base de todo lo demás» y para caracterizar consiguientemente las condiciones y las razones profundas derivadas de esos datos, «los métodos eficaces son los de los biólogos, la observadón

24 Brunhes, J. (1913): «Du caractére propre et du caractére complexe des faits de géographie humaine», Anuales de Géographie, X X II, 121, pp. 1-40, p. 12. (Artículo traducido en este libro: cfr. J. Brunhes: «El carácter propio y el carácter complejo de los hechos de geografía humana».)

25 Barrows, H. H.: Op. cit., p. 12.26 Sorre, M. (1943-1952): Les fondements de la géographie humaine, París, Li-

brairie Armand Colin, 3 tomos, 4 vols., t. I, Les fondements biologiques. Essai d’une écologie de I homme (las citas proceden de la tercera edición, corregida y aumentada, de 1951, reeditada en 1971: cfr. Sorre, M.: Les fondements biologiques de la géogra­phie humaine. Essai d’une écologie de l’homme, París, Libraire Armand Colin, 1971). p. 412. (Obra parcialmente traducida en este libro: cfr. M. Sorre: «Los fundamentos biológicos de la geografía humana. Ensayo de una ecología del hombre: conclu­sión».)

27 Bafrows, H. H.: Op. cit., p. 3. El subrayado es del autor.28 Sorre, M.: Op. cit., t. I, p. 413.» Ibid., t. I , p. 413.30 Cfr. Barrows, H. H.: Op. cit., especialmente pp. 3-7.

(

V

1

y, en la medida en que se pueda practicar, la experiencia» 3l. Y en los planteamientos conceptuales y metodológicos de Jean Brunhes — cuya obra fundamental, La géographie humaine32, ha podido ser considerada «una prolongación y una profundización» del pensamiento ratzeliano33— tam­bién puede detectarse la presencia, algo menos explícita, de la óptica ecológica, enmarcada por lo demás en unas coordenadas generales de clara afirmación de la cientificidad positiva. El citado autor afirma, por ejemplo, que «las ciencias de observación económicas, morales y sociales deben convertirse en estudios de medios» M, y, tras señalar que «todas las co­nexiones biológicas, todas las verdades ecológicas no son y no pueden ser más que verdades estadísticas»35 — situación cognoscitiva igualmente válida en el dominio de la geografía humana— , advierte expresamente, en consonancia con su entendimiento de la cientificidad, que «los geógra­fos deben ser siempre realistas positivos»34.

Es, por tanto, el estudio de relaciones — relaciones ante todo ecoló­gicas— el que, como advierte críticamente Cari Sauer37, define funda­mentalmente el ámbito específico del conocimiento geográfico humano, según los autores ubicados en una perspectiva prioritariamente general o sistemática. Se trata, utilizando palabras de Brunhes, de buscar la «ver­dad relativa a las conexiones entre el marco de la naturaleza y la actividad humana» 3S. Y esas conexiones definen precisamente las coordenadas del espacio cognoscitivo geográfico: porque «no hay ciencia más que de las relaciones que establecemos entre los hechos» 39. Max Sorre, a la vez que recuerda la atención concedida por el pensamiento ratzeliano a este tipo de problemas, afirma que «la primera tarea de la geografía humana con­siste en el estudio del hombre considerado como un organismo vivo sometido a condiciones determinadas de existencia y reaccionando a los impulsos recibidos del medio natural»40. Y Barrows no duda en situarse en una línea geográfica que, con una actitud más restrictiva, define «su objeto de estudio como exclusivamente referido a las relaciones mutuas entre hombre y medio»41.

La concepción ecológica barrowsiana, que propone una severa y con­secuente limitación del horizonte cognoscitivo geográfico — propone «aban­

31 Sorre, M.: Op. cit., t. I , p. 413.32 Cfr. Brunhes, J . (1910): La géographie humaine. Essai de classification positive.

Principes et exemples, París, Félix Alean. (Existe traducción abreviada de esta obra: cfr. Brunhes, J.: Geografía humana. Edición abreviada por Mme. M. Jean-Brunhes Delamarre y P. Deffontaines. Traducción de J. Comas Ros, Barcelona, Juventud, 1948.)

33 Broc, N. (1977): «La géographie frangaise face á la Science dlemande (1870- 19Í4)», Annales de Géographie, LXXXVI, 473, pp. 71-94, p. 91.' 34 Brunhes, J .: «Du caractére propre...», op. cit., p. 12.

35 Ibid., pp. 28-29.* Ibid., p. 38.37 Cfr. Sauer, C.: Op. cit., pp. 30-31.38 Brunhes, J.: «Du caractére propre...», op. cit., p. 26.39 Ibid., p. 27.40 Sorre, M.: Op. cit., t. I , p. 6.41 Barrows, H. H.: Op. cit., p. 3.

58 El pensamiento geográfico 2. El pensamiento geográfico clásico 59

donar decididamente fisiografía, climatología, ecología vegetal y ecología animal»— , pretende así encontrar «un concepto organizador» — la ecolo­gía humana— capaz de aportar «un punto de vista distintivo» y un en­tendimiento unificador al conocimiento geográfico 42. Quedaría de esa ma­nera definida una caracterización científica de la geografía que en vano habrían intentado conseguir, según el mismo autor, quienes se dirigieron preferentemente hacia el estudio de «las causas de la distribución de los fenómenos superficiales» o hacia la «descripción explicativa de regiones» 43: «La geografía encuentra, por tanto, en la ecología humana un campo sólo escasamente cultivado por alguna o todas las demás ciencias naturales y sociales. Limitada de esta forma en su alcance, adquiere una unidad de la que si no carecería, y un punto de vista único entre las ciencias que se ocupan de la humanidad. A través de un estudio comparado de la adaptación humana a medios naturales específicos, ciertas generaliza­ciones o principios fiables han podido ser elaborados, mientras que muchos otros han sido propuestos a título experimental. Estos son los requisitos de toda ciencia: un campo específico y un punto de vista de control con el que organizar la información en relación al descubrimiento de verdades o principios generales»44. Y la geografía regional — rama culminante por englobar «hechos y principios de todas las divisiones y subdivisiones de la geografía sistemática»— debe asimismo ceñirse estrictamente al criterio ecológico unificador: «A la geografía regional, incluso en su sentido más amplio, le conciernen tan sólo las relaciones mutuas entre hombres y me­dios naturales de las regiones o áreas en las que viven»45.

Aunque su carácter restrictivo no sea compartido por otras perspectivas sistemáticas, los planteamientos barrowsianos definen con ejemplar claridad los criterios básicos de una concepción que prolonga en gran medida, como ya hemos indicado, las pretensiones de la cientificidad geográfica positivista. Y esa concepción aparece, en consecuencia, claramente preocu­pada tanto por el estudio de las regularidades — finalidad prioritaria de todo conocimiento positivamente científico— como por la delimitación de un horizonte conceptual y metodológico acorde con las pretensiones de positiva cientificidad asumidas. Los planteamientos de Jean Brunhes — autor que no olvida la decisiva importancia de las dimensiones con­ceptuales y metodológicas del discurso geográfico— son en ese sentido particularmente expresivos. Los estudios de geografía humana deben co­menzar siempre, según ese autor, «por la observación más positiva», ya que «el rigor de la observación debe ser la primera y fundamental garantía del posible acierto de la explicación ulterior» 4Í. Además, la observación de los hechos humanos debe enmarcarse en las coordenadas de «una cla­sificación positiva» que permita, a través de su «principio inspirador» y

42 Cfr. Ibid., p. 13.43 Cfr. Ibid., p. 13.44 Ibid., p. 7.« Ibid., p. 8.46 Brunhes, J.: «Du caractére propre...», op. cit., p. 12.

60 El pensamiento geográfico

de su «resultado objetivo», seleccionar «todo lo que, en la esfera de la actividad humana, debe relacionarse legítimamente con la geografía»: por­que los geógrafos «deben tener un terreno de examen y de análisis que les sea propio», y la geografía no debe ser «un bazar donde todo se venda», sino «un establecimiento muy especializado»47.

Los criterios metodológicos propuestos por Brunhes para conseguir esas finalidades se inscriben en un horizonte científico en el que la ra­cionalidad matemática desempeña un papel fundamental. A k vez que denuncia las limitaciones intrínsecas del empirismo primario — «todos los errores que pueden acumularse tras el veíp mistificador de una foto­grafía rigurosamente auténtica o una indiscutible observación individual o local»— , afirma sin ambigüedades que «un hecho de geografía humana, por muy curioso que sea, no adquiere ante nosotros la perfecta signifi­cación de dato científico más que cuando conocemos y podemos apreciar su coeficiente de valor estadístico» 4S. Por particulares y cambiantes que puedan parecer, en principio, los hechos observados, la razón científica positiva se dirige hacia la búsqueda del orden y de las regularidades sub­yacentes: sin necesidad de arriesgadas presuposiciones legales de carácter universal — la crisis del positivismo decimonónico no se ha producido en balde— , la razón matemática permite detectar estadísticamente el orden y las regularidades subyacentes que elevan los hechos a la categoría de datos científicos. En geografía no interesa «el hecho excepcional», sino la norma expresada por «el valor medio»: «Una sabia y racional medida estadística de los hechos observados en singular debe conferirles la im­portancia complementaria e indispensable de su exacto carácter general»4S. De esa forma, negando la supuesta «verdad» de los hechos y afirmando la importancia de la percepción subjetiva en la consideración de los mis­mos — atendiendo así oportunamente al fundamental problema episte­mológico de las relaciones entre observador y objeto observado— , el co­nocimiento geográfico puede incorporarse plenamente al horizonte común de la cientificidad positiva: porque «toda verdad científica es similar por su naturaleza, en un grado más o menos elevado, a lo que llamamos aquí una verdad de geografía humana», y esa verdad, referida en todo caso a las relaciones establecidas entre los hechos, «se basa siempre, confusa o claramente, conscientemente o no, en un cálculo de probabilidades»50.

Los autores anteriormente considerados, con sus diferentes formula­ciones concretas, expresan con suficiente claridad las pretensiones gene­rales definitorias, en el dominio de lo humano, de la perspectiva siste­mática del conocimiento geográfico. Se trata, en suma, de una perspectiva que, aunque procura matizar y corregir ciertos planteamientos del cien- tifismo decimonónico — como sucede, por ejemplo, con sus intenciones universalistas y con algunos de sus más rígidos enunciados sobre la inter­

di Cfr. Ibid., pp. 13-15.45 Ibid., p. 24.« Ibid., p. 24.50 Ibid., p. 27.

(

2. El pensamiento geográfico clásico 61

pretación de la causalidad— , continúa desenvolviéndose, con todas sus consecuencias, en el horizonte epistemológico de la racionalidad científica positivista. En este caso, la crisis de esa racionalidad se traduce tanto en el ya citado rechazo expreso de sus pretensiones más comprometedoras como en la incorporación, en mayor o menor grado, de enfoques inscritos' en otras coordenadas epistemológicas. En relación con lo primero, resultan bastante indicativas, por ejemplo, las sucesivas matizaciones de la inter­pretación causal propuestas por el «ambientalismo» norteamericano: flexi- bilizando sensiblemente la obediencia ratzeliana — no tan ciega, sin em­bargo, como a veces se ha supuesto— de Ellen Churchill Semple, Barrows modifica gradualmente su curso favorito dictado en la Universidad de Chicago, pasando así de ser un estudio de la «influencia de la Geografía en la Historia Americana» a configurar una «Geografía histórica de los Estados Unidos»51; y Taylor, que merece el crédito de la absoluta since­ridad de sus declaraciones de fe determinista — «los que estamos deseando proclamarnos, en alguna forma, "tallados en piedra determinista” creemos que, a lo largo de toda la historia humana, el medio ha sido un factor vital en la determinación del progreso humano»— , no por afirmar re­sueltamente «el control del medio» deja de reconocer la capacidad humana de elección y el distinto grado de «anclaje» natural dependiente de la escala de organización social52. Por otra parte, en relación con la incor­poración de otras propuestas cognoscitivas, puede señalarse, por ejemplo, la particular sensibilidad mostrada por los autores del ámbito francés, intensamente impregnado por las directrices de Vidal de la Blache, respecto a la aceptación de ciertos criterios procedentes de la perspectiva regional. Pero, en todo caso, se sigue considerando que la razón positivista, debida­mente actualizada, puede y debe seguir actuando como soporte articulador de un conocimiento geográfico específicamente delimitado y rigurosamente científico. Se plantea así una perspectiva que prolonga — atenuándola en determinados aspectos— la línea que, firmemente apoyada en la positi­vidad evolucionista, se había desenvuelto plenamente durante la segunda

\ mitad del siglo xix. La crisis de la racionalidad positivista no impidió, a pesar de todo, que su influjo se dejase sentir dentro del panorama de la geografía clásica.

Modificación del espacio epistemológico y articulación de la perspectiva regional o corológica de la geografía clásica

La otra gran perspectiva, a su vez internamente diversificada, del co­nocimiento geográfico clásico — k perspectiva regional o corológica— muestra sus primeras formulaciones suficientemente acabadas en los años

51 Cfr. Colby, C. C., White, G. F.: Op. cit., p. 396.52 Cfr. Taylor, G. (1942): «Environment, Viflage and City. A Genetic Approach

to Urban Geography; with some Reference to Possibilism», Annals of the Associationof American Geographers, X X X II, 1, pp. 1-67, especialmente pp. 1-2.

t

(

V i

1

62 El pensamiento geográfico

situados en tomo al cambio de siglo. Y se trata, en este caso, de unos planteamientos que precisamente se relacionan, de forma más o menos directa, con un horizonte epistemológico que pretende ocupar el vacío creado por la crisis de la cientificidad positivista decimonónica. Ese nuevo horizonte, que modifica sensiblemente los términos de la anterior racio­nalidad, es el definido por los planteamientos funcionalistas que a partir de esos años se difunden ampliamente en el dominio de los conocimientos humanos y sociales. En efecto, esos planteamientos se encuentran clara­mente articulados, en el terreno de la antropología, en los trabajos de autores como Bronislaw Malinowski o A. R. Radcliffe-Bro-wn; y en el campo de la sociología, esos mismos planteamientos aparecen en la obra de un autor que influyó directamente en Paul Vidal de la Blache53: Emile Durkheim, quien precisamente criticó con severidad algunas de las afir­maciones totalizadoras y uniformizadoras del pensamiento ratzeliano54.

El funcionalismo aparece, ante todo, como una reacción contra las interpretaciones monistas y unilineales del anterior evolucionismo: según Maurice Godelier, la introducción de los criterios funcionalistas supuso el abandono de la «pseudo-historia» evolucionista, basada en «hipótesis indemostradas e indemostrables», y la consiguiente atención al estudio de «los hechos en sí mismos»55. La posición funcionalista conlleva dos criterios fundamentales que se traducirían claramente en el caso del cono­cimiento geográfico: en primer lugar, esa posición supone un decidido rechazo de la concepción estrictamente unilineal de la historia y, en con­secuencia, el reconocimiento de procesos funcionalmente diferenciados que constituyen modalidades heterogéneas de desenvolvimientos evolutivos; en segundo lugar, esa posición subordina la teoría de la historia al estudio concreto de las historias particulares de las sociedades consideradas, a la vez que, en relación con ello, entiende que cada una de esas sociedades se comporta como una unidad funcional relativamente autónoma. En con­secuencia, la perspectiva funcionalista se apoya en el entendimiento de la «realidad» como un conjunto articulado de unidades — históricas, so­ciales, espaciales— claramente diferenciadas y con relativa autonomía fun­cional, que muestran comportamientos — y requieren estudios— específicos y desiguales.

Es, por tanto, la observación y la descripción detallada de esas uni­dades funcionales lo que debe constituir, huyendo de prematuras y estériles generalizaciones, el objeto primordial del conocimiento. El estudio del «todo», que, según la perspectiva funcionalista, aparece como la superior articulación de esas unidades básicas, sólo puede llevarse a cabo en una

53 Cfr. Buttimef, A. (1971): Sociedad y medio en la tradición geográfica francesa. Traducción de P. Martínez Cordero, Barcelona, Oikos-Tau, 1980, p. 53.

54 Cfr. .el comentario crítico durkheimiano a la primera parte de la Anthropo­geographie de Ratzel: Durkheim, E. (1898-1899): «Morphologie sociale. I. Les mi- grations humaines», U<Année Sociologique, I II , pp. 550-558.

55 Cfr. Godelier, M. (1972): Funcionalismo, estructurdismo y marxismo. Traduc­ción de J. Jordá, Barcelona, Anagrama, 1976, p. 25.

(

etapa posterior, después de haber considerado minuciosamente — monográ­ficamente— cada una de las unidades básicas presentes. La búsqueda de formulaciones generalizadoras y de teorías explicativas universales quedaba así consecuentemente relegada — y, en la práctica, frecuentemente aban­donada— , y, en su lugar, se proponía ahora el estudio detallado de las distintas e irrepetibles unidades que, como un mosaico, configuraban el complejo campo de observación y de interpretación.

La concepción funcionalista — simultáneamente opuesta al evolucio­nismo y al difusionismo56— mantiene evidentes relaciones con la pers­pectiva regional o corológica del conocimiento geográfico clásico y, en particular, con la inicial e influyente articulación de esa perspectiva pro­puesta por Paul Vidal de la Blache. Apoyado en una sólida — y decisiva­mente influyente en todas sus elaboraciones— formación histórica y en un directo conocimiento de la literatura geográfica precedente, el pen­samiento vidaliano plantea una reformulación del saber geográfico en la que, sin negar todavía la atención a los horizontes generales o sistemáticos, se concede un lugar destacadamente preferente al entendimiento regional.Y esa reformulación, a la que habitualmente se atribuye un carácter fun­dacional en relación con la denominada «escuela geográfica francesa» 57, ha mostrado una sensible capacidad de influencia, más o menos directa, en los planteamientos de la geografía clásica.

La articulación del pensamiento geográfico vidaliano resulta funda­mentalmente acorde con los criterios conceptuales y metodológicos pro­puestos por la perspectiva funcionalista. Las nociones de «región» y de «género de vida», verdaderos soportes del discurso geográfico vidaliano, adquieren toda su significación precisamente en conexión con las coor­denadas funcionalistas anteriormente expuestas. El género de vida, en­tendido, al modo vidaliano, como el conjunto funcionalmente articulado de actividades — o de «técnicas» en sentido amplio, como precisa Max Sorre58— que, cristalizadas por la fuerza de la costumbre, expresan las formas de adaptación o de respuesta de los diferentes grupos sociales al medio geográfico59, aparece, en efecto, como una noción de filiación fun­cionalista bastante similar, como ha advertido Paul Claval, a la noción de «cultura» manejada, en los mismos momentos, por las perspectivas antropológicas y etnológicas asimismo adscritas al funcionalismo “ . Y, por otra parte, la región se concibe en la perspectiva vidaliana como una uni-

2. El pensamiento geográfico clásico 63

56 Cfr. Timasheff, N. S.: Op. cit., p. 278.57 Cfr., por ejemplo, Febvre, L.: Op. cit., passim; Meynier, A.: Op. cit., pp. 7-35;

Claval, P. (1979): «Préface», en Vidal de la Blache, P. (1903): Tableaa de la géogra­phie de la France, París, Libraire Jules Tallandier, 1979, pp. I-XXII.

58 Cfr. Sorre, M,: Op. cit., t. I II , pp. 13-14. Cfr. asimismo Sorrcii M. (1948): «La notion de genre de vie et sa valeur actuelle», Anuales de Géographie, LVII, 306, pp. 97-108, 307, pp. 193-204.

59 Cfr. Vidal de la Blache, P. (1911): «Les genres de vie dans la géographie humaine», Annales de Géographie, XX, 111, pp. 193-212, 112, pp. 290-304.

60 Cfr. Claval, P. (1967): «Géographie et profondeur sociale», Annales. Economies. Sociétés. Civilisations, X X II, 5, pp. 1005-1046, pp. 1013-1018.

dad espacial con relativa autonomía funcional, a la vez que el espacio general se entiende configurado como un mosaico de esas unidades fun­cionales nítidamente diferenciadas: la noción de región se inscribe así igualmente en unas coordenadas cognoscitivas de signo funcionalista. Te­niendo en cuenta la notable influencia ejercida por la perspectiva regional vidaliana en el seno del pensamiento geográfico vinculado al ámbito fran­cés, conviene referirse, seguidamente a algunas de las características defi­nitorias de esa perspectiva.

La noción de región ha sido frecuentemente considerada, dentro y fuera de la escuela francesa, como el ingrediente primordial — y preferentemente definitorio— del pensamiento geográfico clásico. Se ha pretendido ver en el estudio regional, en la geografía regional, la quintaesencia y la definitiva culminación del trabajo geográfico: parece que es en la geografía regional donde mejor puede desplegarse, como afirma, por ejemplo, André Meynier, «la verdadera naturaleza de la geografía, el estudio simultáneo de los complejos y de las distribuciones»61, ya que, según el mismo autor, es precisamente en el marco de un territorio limitado donde es posible realizar los más acabados estudios de las interferencias de los distintos hechos actuantes o, empleando palabras del propio Vidal de la Blache, los más acabados estudios tendentes a «reconocer el encadenamiento que enlaza ( .. .) los fenómenos de los que se ocupa la geografía y que constituye su razón de ser científica» 62. El estudio regional pretende así «descubrir la verdadera vida de la región, relacionando constantemente los hechos físicos y los hechos humanos» 43.

Una vez que se acepta, en consonancia con la perspectiva funciona- lista, que el espacio geográfico puede ser entendido como un conjunto de unidades regionales, se afirma que es precisamente la observación y la descripción de esas unidades lo que debe constituir el objetivo primordial del conocimiento geográfico. Observación y descripción que quedan fa­cilitadas — eludiendo así los complejos problemas de definición y de deli­mitación— al afirmar también, como lo hace Vidal de la Blache y como suelen hacerlo sus numerosos seguidores, que las regiones aparecen como datos naturalmente establecidos —indiscutiblemente objetivos— que sólo esperan una lectura ajustada y respetuosa por parte del investigador. Porque «la naturaleza, en su inagotable variedad, pone al alcance de cada uno los objetos de observación» M, y, consecuentemente, «no tenemos más que mirar a nuestro alrededor para recoger ejemplos de divisiones na­turales» 65. Se trata, por tanto, de transcribir con fidelidad — de traducir

61 Meynier, A.: Op. cit., p. 26.62 Vidal de la Blache, P. (1888-1889): «Des divisions fondamentales du sol fran-

sais», en Vidal de la Blache, P., Camena d’Almeida, P. (1897): La France. Nouvelle édition entiérement refondue et illustrée, París, Armand Colín, 1909, pp. V-XXX, p. VI. (Artículo traducido en este libro: cfr. P. Vidal de la Blache: «Las divisiones fundamentales del territorio francés».)

63 Meynier, A.: Op. cit., pp. 97-98.64 Vidal de la Blache, P.: «Des divisions fondamentales...», op. cit., p. X.«5 Ibid., p. X III.

64 El pensamiento geográfico

(

2. El pensamiento geográfico clásico 65

intelectualmente— lo que la propia naturaleza ha construido de forma clara y perceptible. La región resulta directamente diferenciable y aprehen- sible gracias a su particular e irrepetible fisionomía natural; cuando Vidal de la Blache, en su fundamental artículo sobre las divisiones del territorio francés, se enfrenta al problema de la delimitación regional, la respuesta es tan sencilla' como expresiva: «resulta fácil reconocer la existencia de cinco grandes regiones, que se dibujan nítidamente sobre el conjunto del territorio francés» 66. Y esas cinco grandes regiones se han reconocido mediante la observación directa de las configuraciones fisionómicas na­turales, ya que cualquier división regional no hace sino traducir «el orden mismo de los hechos naturales»67.

Se atribuye así a la caracterización fisionómica — al «paisaje», de acuerdo con el entendimiento de este término propuesto por la geografía francesa clásica— una capacidad de significación suficiente para permitir distinguir, mediante su directa observación, esas individualidades espa­ciales denominadas regiones. Y esa caracterización fisionómica aparece, por lo demás, como el resultado histórico de las «respuestas» — y aquí se manifiesta la relación entre región y género de vida— que los grupos humanos han ido elaborando frente a los condicionamientos del medio natural. En la medida en que las relaciones entre datos naturales — a los que, a pesar de las contradicciones y ambigüedades de su obra, Vidal de la Blache atribuye una fuerte capacidad de determinación causal de la dinámica geográfica— y actuaciones humanas deben manifestar una cierta durabilidad para que puedan quedar expresadas en el paisaje, el estudio de las permanencias, de las herencias y de los equilibrios estables que se detectan en el proceso de desarrollo histórico de la región ocupa un lugar preferente en la geografía regional vidaliana68. Así, a través de la argu­mentación descrita, la perspectiva vidaliana propende claramente a hiper- trofiar el papel de la consideración histórica en el discurso geográfico: porque, según esa perspectiva, es el estudio histórico el que permite en cada caso plantear adecuadamente la dinámica de las respuestas articuladas por los grupos humanos frente a las condiciones naturales, respuestas que, en último extremo, son las que subyacen — permitiendo articular una ex­plicación— en la caracterización geográfica de las distintas regiones.

Todo ello remite, por lo demás, a la importante atención concedida a la dimensión ecológica en la propuesta regional viddiana y, en general, en los autores de la escuela francesa que se vinculan de forma más directa e inmediata a esa propuesta. El estudio regional es, en gran medida, el estudio de las relaciones entre hombre y medio en un fragmento concreto de la superficie terrestre. Esta sensible impregnación ecológica, claramente actuante en la articulación regional vidaliana — y que expresa, entre otras cosas, la patente influencia ratzeliana sobre el autor francés— , indica que,

“ Ibid., p. XV.« Ibid., p. XIV.68 Cfr. Lacoste, Y. (1976): La géographie, ga sert, d’abord, it faire la guerre, París,

Fran?ois Maspero, pp. 50-51.

(

V í

66 El pensamiento geográfico

en principio, la perspectiva regional francesa se mueve en un horizonte cognoscitivo en el que se interpenetran dos directrices: las que tienden preferentemente a caracterizar el objeto de estudio en términos de par­ticularidades individualizadas — directrices vinculadas, como vimos, al fun­cionalismo y ulteriormente reforzadas, como indicaremos posteriormente, por los planteamientos intuicionistas o vitalistas— y, por otra parte, las directrices, sensiblemente mutiladas ahora en sus pretensiones sistemáticas, que intentan encontrar en las relaciones entre naturaleza y actuación hu­mana el fundamento del campo geográfico del conocimiento.

Se produce así una notable corrección de la perspectiva positivista: los planteamientos regionales de la escuela francesa articulan inicialmente un conocimiento geográfico cuyo objeto primordialmente definitorio son las unidades regionales fisionómicamente particularizadas, y el estudio de las relaciones ecológicas debe quedar sustancialmente circunscrito a las coordenadas delimitadas por esas unidades. Porque lo que ahora importa ante todo no es la consideración estricta de las regularidades, sino, como advierte el propio Vidal de la Blache, la consideración de las formas de combinación y de modificación que adquieren esas regularidades al apli­carse a las diferentes partes de la superficie terrestre: y, en consecuencia, el objetivo especial del conocimiento geográfico es «estudiar las expresiones cambiantes que adopta según los lugares la fisionomía de la Tierra» m. La geografía, «ciencia esencialmente descriptiva», debe ocuparse ante todo de «localizar los diversos órdenes de hechos que le conciernen, determinar exactamente la posición que ocupan y el área que abarcan» 70. Y esta fina­lidad — que remite al espacio cognoscitivo característico de los plantea­mientos regionales o corológicos— debe cumplirse sin olvidar la consi­deración particularizada de las conexiones y de los encadenamientos que afectan a los hechos considerados 71: en esa línea — «el estudio de las relaciones entre fenómenos, su encadenamiento y su evolución»72— se encuentra la posibilidad de incluir una explicación causal en la investiga­ción geográfica. De esa forma se articula, en resumen, una modalidad de conocimiento geográfico prioritariamente dirigido hacia la descripción par­ticularizada de regiones, a la vez que el entendimiento causal de esas unidades regionales se centra ante todo en el estudio de la dinámica histórica en ellas manifestada por las relaciones entre medio natural y ac­tuaciones humanas: lo ecológico queda de esa forma subsumido en lo regional.

El planteamiento regional vidaliano ha ejercido, como ya hemos indi­cado, una notable influencia sobre los autores vinculados a la escuela geográfica francesa. Pero sería incorrecto suponer que ello ha conllevado

69 Vidal de la Blache, P. (1913): «Des caracteres distinctifs de la géographie», Annales de Géographie, X X II, 124, pp. 289-299, p. 292.

™ Ibid., p. 297.71 Cfr. Vidal de la Blache, P.: «Des divisions fondamentales...», op. cit., especial­

mente pp. V-X.72 Vidal de la Blache, P.: «Des caracteres distinctifs...», op. cit., p. 297.

(

2. El pensamiento geográfico clásico 67

la existencia de una caracterización homogénea en las elaboraciones pro­cedentes de esa escuela. Dejando ahora al margen a aquellos autores que, sin negar la importancia del estudio regional, continúan fundamentalmente vinculados al horizonte epistemológico positivista — con la consiguiente valoración preferencia! de las dimensiones generales o sistemáticas del conocimiento geográfico— , los planteamientos, sin duda mayoritarios, que aparecen inscritos en las coordenadas cognoscitivas definidas por la con­cepción regional muestran, dentro de la escuela francesa, una doble diná­mica. Por una parte, se produce una creciente separación entre la perspec­tiva de la geografía general y la de la geografía regional, separación que se corresponde con la también creciente tendencia a identificar conocimiento geográfico y conocimiento geográfico regional, y a restringir el campo de las investigaciones sistemáticas al estricto marco definido por las pre­tensiones sintéticas y unitarias de la geografía regional.

Esta dinámica, que intensifica y extrapola radicalmente la dicotomía ya presente, aunque de forma más flexible, en el planteamiento vidaliano, se encuentra favorecida por la incorporación, durante los primeros decenios del siglo xx, de las perspectivas filosóficas intuicionistas o vitalistas y, en particular, del pensamiento de Henri Bergson73. La cultura humanística en la que se educan los geógrafos franceses durante la primera mitad del siglo se encuentra, en efecto, sensiblemente impregnada de bergsonia- nismo, planteamiento que se muestra, si no claramente antirracionalista, sí al menos muy crítico con el cientifismo positivista. Porque el pensa­miento bergsoniano afirma, entre otras cosas, que sólo la intuición permite captar la «combinación indefinible de lo múltiple y de lo uno» y aprehen­der la verdad particular de «las existencias individuales» 74, mientras que, por el contrario, el entendimiento positivo presenta la realidad analítica­mente parcelada o, en otros casos, tratando de elevarse mediante la abstracción hasta la generalización, «cree encaminarse hacia la unificación de las cosas», cuando, de hecho, «procede por extinción gradual de la luz que hacía resaltar las diferencias entre los matices, y termina con­fundiéndolos juntos en una oscuridad común»7S. Y el pensamiento geo­gráfico de la escuela francesa clásica manifiesta con bastante frecuencia hondas resonancias bergsonianas: la generalizada caracterización de la ma­teria del conocimiento geográfico como «realidad viva» y la consiguiente afirmación de las dificultades intrínsecamente existentes para «definir» esa materia — aspectos ambos ejemplarmente expuestos, acudiendo ex­presamente al 'pensamiento de Bergson, por Jean Gottman76— indican claramente, por ejemplo, el alcance de esas resonancias.

73 Cfr. Meynier, A.: Op. cit., pp. 37-116.74 Cfr. Bergson, H. (193.4): La pensée et le mouvant, en Bergson, H. (1957):

Memoria y vida. Textos escogidos por G. Deleuze. Traducción de M. Armiño, Ma­drid, Alianza (El Libro de Bolsillo, 656), 1977, pp. 37-38.

m Ibid., p. 38.76 Cfr. Gottmann, J. (1947): «De la méthode d’analyse en géographie humaine»,

Annales de Géographie, LVI, 301, pp. 1-12, especialmente pp. 7-8.

(

t■V ¡

68 El pensamiento geográfico

La influencia bergsoniana adquiere, además, una particular importancia en el seno de una perspectiva regional francesa cada vez más propensa a entender su propia práctica cognoscitiva como un «arte» dedicado a «evocar» descriptivamente la «vida» de las regiones. Así puede llegar Pierre Birot a afirmar, resumiendo modélicamente el modo de entendimien­to citado, que «si las geografías generales físicas y humanas son ciencias naturales, puesto que clasifican tipos. reproducidos en un cierto número de ejemplares intercambiables, la geografía regional es un arte 'que tiende a evocar verdaderas individualidades. Y eso no ocurre sin el sentimiento de simpatía del biógrafo por su héroe, de amor por "lo que no se verá dos veces”» 77. Se tiende además a identificar de forma crecientemente generalizada, como ya hemos indicado, el espacio cognoscitivo específica y diferencialmente geográfico con el restrictivo espado cognoscitivo pro­puesto por la geografía regional: la geografía general no sólo debe estar al servicio de la geografía regional, como afirma ejemplarmente Maurice Le Lannou78, sino que, incluso, esa geografía general, renunciando a su propia identidad, debe reducir también sus pretensiones cognoscitivas hasta ajustarlas a la concepción particularista sustentada por la perspectiva regional. «Los hechos geográficos — escribe Pierre Gourou, refiriéndose a la caracterización de la geografía humana— son poco numerosos, y sor­prenden por su originalidad individual más que por su sumisión a unas reglas»79. Y, según el mismo autor, reconocer en el mundo de los hechos humanos «el reino de las leyes sería negarse a ver la especificidad de cada caso local» so.

Por otra parte, a la vez que se desenvuelve la línea anteriormente aludida, la perspectiva regional que estamos considerando aparece también caracterizada por la presencia en su seno de una dinámica que tiende a corregir gradualmente la noción de región inicialmente articulada en el planteamiento vidaliano. Esa dinámica, que ha sido expresivamente resumida por Etienne Juillard81, supone la transición desde un entendi­miento de la región como región natural, definida según el criterio de uniformidad, hasta otro planteamiento en el que la región se considera, ante todo, región funcional, delimitada de acuerdo con criterios de com- plementariedad y de cohesión. En efecto, tanto la perspectiva vidaliana como las elaboraciones inmediatamente posteriores plantean una conside­ración regional basada en la noción de región natural, noción que remite

77 Birot, P. (1950): Portugal. Traducción de A. López Viguri, Bilbao, Moretón, 1968, p. 68.

78 Cfr. Le Lannou, M. (1948): «La vocación actual de la geografía humana», en Randle, P. H., Ed. (1976): Teoría de la geografía (Primera parte), Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos, pp. 135-147, especialmente pp. 143-147.

79 Gourou, P. (1973): Introducción a la geografía humana. Traducción de I. Bel- monte, Madrid, Alianza (Alianza Universidad, 228), 1979, p. 304.

80 Ibid., p. 305.81 Cfr. Juillard, E.: Op. cit., especialmente pp. 485-487.

c

a una unidad espacial homogénea y continua82; ese tratamiento supone, como ha señalado Armand Frémont, una clara supeditación de todos los elementos geográficos considerados a la caracterización mostrada por los datos naturales: «Todo, relieve y vegetación, pero también densidades humanas, modos de hábitat, actividades económicas, costumbres y men­talidades, procedía directa o indirectamente del orden de la naturaleza» 83. Porque, como ha advertido Manuel de Terán, «el término región natural se presta al equívoco de no considerar como región sino la región geográ­fica definida por sus caracteres físicos, o, por lo menos, con subordinación de los humanos» 84.

El entendimiento natural de la región geográfica mostró fundamentales limitaciones a la hora de estudiar configuraciones espaciales en las que eran precisamente los factores económicos, industriales o urbanos — fac­tores inequívocamente humanos y difícilmente reducibles a las coordenadas de las delimitaciones naturales— los que parecían definir sus modos de articulación coherente. Es el problema que plantea con suficiente claridad Daniel Faucher: sin negar la posible existencia de la región natural — ex­presión de «armonías entre la tierra y el hombre»85— , afirma, sin em­bargo, que las profundas transformaciones operadas en los medios de comunicación y en la organización urbana — transformaciones iniciadas en el siglo X IX y prolongadas intensamente en el XX— han terminado por modificar sustancialmente «el contenido de la noción de región»86. Frente a la primitiva uniformidad atribuida a las unidades regionales, es ahora el fenómeno de nodalidad el que fundamentalmente permite explicar la organización regional. «La unidad regional es ahora menos una unidad de terreno, una unidad de clima, una identidad de géneros de vida que una diversidad coherente» 87.

Por su parte, Etienne Juillard, tras constatar las graves insuficiencias teóricas de la consideración regional tradicional, formula unos plantea­mientos igualmente inscritos en la línea de revisión actualizada de la noción de región: «De la misma forma que la yuxtaposición de "géneros de vida” ha dado paso, en las economías más evolucionadas, a estructuras socioprofesionales complejas, el espacio humanizado, en cuanto se ha superado el estadio de una economía de subsistencia, ve superponerse al mosaico de los paisajes corrientes de intercambio, formas diversas de

82 Cfr. Boudeville, J.-R. (1961): Leí espaces économiques, París, Presses Univer- sitaires dé France (Que sais-je?, 950), 3.* ed. puesta al día, 1970, pp. 8-10. _ _

83 Frémont, A. (1976): La région, espace vécu, París, Presses Umversitaires de

^w^Terán, M. de (1960): «La situación actual de la Geografía y las posibilidades de su futuro», en Enciclopedia Labor. Vol. IV. El hombre y la Tierra, Barcelona, Labor, 1960, pp. XXIII-XL, p. XXXIV. El subrayado es del autor. . . . ,

85 Faucher D. (1941): «Des “pays” aux régions», Bulletin de lUniverstte et de l’Académie de Toulouse, 8, pp. 285-301, p. 289. (Artículo traducido en este libro: cfr. D Faucher: «De los “países” a las regiones».)

86 Ibid., p. 297.87 Ibid., p. 297. El subrayado es del autor.

2. El pensamiento geográfico clásico 69

70 El pensamiento geográfico

vida de relaciones que expresan la coordinación de las actividades, que se apoyan en consecuencia sobre una red de centros organizadores — las ciudades— y que estructuran el espacio en conjuntos nuevos. La unifor­midad caracteriza rara vez a estos últimos; la complementariedad de elementos diversos es, por el contrario, la regla»8S. Si en otros momentos se buscó en el criterio de uniformidad el fundamento de la unidad regional, las nuevas situaciones ■*—económicas, urbanas— hacen que esa unidad se apoye en el criterio de cohesión, garantizado por la actuación coordi­nadora de un núcleo central: y las unidades así individualizadas «se ca­racterizan menos por su fisionomía que por su función», por lo que con­viene hablar de región funcional o de «espacio funcional» S9. Basando así la definición de la región «en la naturaleza de las funciones regionales», puede afirmarse que' «la articulación regional de un territorio es el calco de su armazón urbano y la región va a la par con el desarrollo económico y social» 90.

Se ha pasado así, dentro de la perspectiva regional de la escuela fran­cesa, de un entendimiento restrictivamente natural y fisionómico de la región, con la consiguiente subordinación de los datos humanos, a otro entendimiento más complejo en el que la unidad regional se concibe como un modo de cohesión espacial fundamentalmente dependiente de las capa­cidades de coordinación funcional, variables a su vez con el grado de desarrollo económico y social, de los centros urbanos. Los fenómenos de centralidad, de nodalidad, de polarización se sitúan así ahora en el núcleo del entendimiento geográfico regional. Y esta modificación del entendi­miento regional conlleva asimismo, por otra parte, una sensible corrección de los términos explicativos inicialmente propuestos. A la vez que se tiende a abandonar el entendimiento natural de la región — entendimiento particularmente adecuado para soportar la explicación ecológica propuesta por Vidal de la Blache— , se introducen nuevas dimensiones explicativas más acordes con la consideración funcional de la misma. Así, manteniendo la primacía atribuida al estudio de unidades regionales — único campo en el que, según Juillard, el geógrafo «alcanca su plena identidad» 91— , dentro de la escuela francesa se produce un claro abandono de la expli­cación en términos ecológicos y una penetración de criterios explicativos que, intentando responder debidamente a las complejas situaciones urbanas e industriales ahora estudiadas, remiten a la consideración de una «lógica interna» regional basada en la articulación funcional de la jerarquía urbana y en la caracterización de los flujos actuantes 92.

* * *

88 Juillard, E.: Op. cit., p. 487. El subrayado es del autor.89 Ibid., p. 487. El subrayado es del autor.90 Ibid., p. 492. El subrayado es del autor.» Ibid., p. 483.92 Cfr. Ibid., especialmente pp. 483491.

(

I

2. El pensamiento geográfico clásico 71

Las consideraciones llevadas a cabo hasta ahora sobre la perspectiva regional de la escuela geográfica francesa — perspectiva claramente domi­nante y que proporciona uno de sus rasgos más definitorios a esa escuela— no agotan, desde luego, el panorama regional o corológico del pensamiento geográfico clásico. En efecto, junto a esa perspectiva se encuentran otras, vinculadas a distintos ámbitos nacionales, que aportan también plantea­mientos que, con sus características específicas, se inscriben en las coor­denadas regionales o corológicas. El pensamiento geográfico alemán de la etapa clásica, en cuyo seno también se siguen desenvolviendo tendencias generales o sistemáticas que prolongan líneas de actuación delimitadas coherentemente con anterioridad, manifiesta una gran preocupación teórica — que contrasta con la simultánea y generalizada despreocupación de la escuela francesa— por definir exactamente la caracterización y el sentido de la concepción regional o corológica. Esa preocupación aparece de forma modélica, por ejemplo, en la ya citada polémica metodológica mantenida por Otto Schlüter y Alfred Hettner, y, más concretamente, en la obra de este último93, cuyos planteamientos difieren sensiblemente, aunque compartan ciertos criterios, de los procedentes de la línea vidaliana.

El pensamiento hettneriano aporta, en efecto, una rigurosa conside­ración sobre las coordenadas epistemológicas del conocimiento geográfico. Se trata, en este caso, de una definición abiertamente corológica de la cientificidad geográfica que pospone claramente el horizonte ecológico que, como vimos, ocupaba un lugar relativamente importante en el plantea­miento regional vidaliano. Porque, frente al entendimiento de la geografía como ciencia de relaciones propuesta por la perspectiva sistemática — en­tendimiento también presente, aunque con distinto alcance, dentro de la concepción regional de la escuela francesa— , Hettner se sitúa, siguiendo, como advierte Richard Hartshorne, el enfoque articulado por el pensamien­to kantiano, en una línea cognoscitiva que resuelve la definición del co­nocimiento geográfico en términos de ciencia del espacio94. Y , en esa línea, la propuesta epistemológica hettneriana aparece como una verdadera culminación, sin ambigüedades ni concesiones, de la perspectiva corológica del conocimiento geográfico.

Partiendo de una concepción unitaria de la ciencia — «la ciencia en sí misma es una sola»— y afirmando que, dentro de la diversificación producida por su creciente desarrollo, «cada ciencia ha de tener su campo de investigación donde sus cultivadores puedan trabajar con métodos de­terminados y propios», la intención del planteamiento hettneriano es pre­cisamente delimitar el campo de-investigación específicamente geográfico, definir el lugar ocupado por la geografía dentro del sistema lógico de las

93 Cfr. Hettner, A.: Die Geographie.-.., op. cit., passim.94 Cfr. Hartshorne, R. (1958): «The Concept of Geography as a Science of Space,

from Kant and Humboldt to Hettner», Annals' o f the Association of American Geographers, XLVIII, 2, pp. 97-108, especialmente pp. 105-107.

72 El pensamiento geográfico

ciencias95. En su opinión, la geografía no puede definirse como «ciencia general de la tierra» — definición bastante próxima a la que propone, por ejemplo, Jean Brunhes al afirmar que la geografía humana estudia la «superficie humana, o más exactamente todavía, humanizada de nuestro planeta»56— , ya que esa definición «rompe la homogeneidad de la ciencia» y hace que el conocimiento geográfico aparezca con una caracterización inevitablemente dual; además, esa definición — que «no es lógicamente posible», que «no tiene fundamento histórico» y que «en la práctica es dañina»— es responsable «de la extensión de la geografía sobre terrenos extraños y de la superficialidad causada por e$ta extensión» 91.

Dentro del sistema de las ciencias, primeramente subdividido — si­guiendo el criterio de Auguste Comte58— en ciencias abstractas y ciencias concretas, la geografía se encuentra, según el planteamiento hettneriano, entre las ciencias concretas que dirigen su atención hacia «la ordenación ' de las cosas en el espado»: son las dendas corológicas, las ciendas que estudian la dimensión espadal que, junto a las dimensiones objetiva y cro­nológica — respectivamente atendidas por las dendas sistemáticas e his­tóricas— , completa la caracterizadón tridimensional de la realidad La geo­grafía encuentra así un horizonte epistemológico específico y lógicamente delimitado que remite al estudio de la ordenadón espadal de la superfide terrestre, al estudio de las distribudones espadales y de las diferendas locales de esa superficie. «La geografía es la denda corológica de la superficie terrestre», o, dicho con otras palabras, «la cienda de la superfide terrestre según sus diferencias regionales» 10°. La geografía consigue de esa forma un objeto de estudio propio — objeto de estudio configurado principalmente por «hechos» y no por meras «reladones» que, por sí mis­mas, obligarían al conocimiento geográfico a mantener una «existenda parasitaria» 101— y consigue también, en consecuencia, una ubicadón ló­gicamente determinada en el sistema de las dendas. Así puede afirmarse, en suma, la definición regional o corológica del conocimiento geográfico sin renundar, como tiende a hacerlo la ya comentada dinámica intuidonista de la perspectiva regional francesa, a sus pretensiones estrictamente cien­tíficas.

El pensamiento hettneriano señala, por otra parte, la inconvenienda de aceptar la existencia de una separación tajante entre geografía general

95 Cfr. Hettner, A.: «Das Wesen und die Methoden der Geographie», op. cit., pp. 545-546.

96 Brunhes, J.: «Du caractére propre...», op. cit., p. 11.97 Hettner, A.: «Das Wesen und die Methoden der Geographie», op. cit. pp.

548-549.98 Cfr., por ejemplo, Comte, A. (1844): Discurso sobre el espíritu positivo. Ver­

sión y prólogo de J. Marías, Madrid, Alianza (El Libro de Bolsillo, 803), 1980, pp. 122-128.

99 Cfr. Hettner, A.: «Das Wesen und die Methoden der Geographie», op. cit., pp. 549-552.

100 Ibid., p. 553.101 Cfr. Sauer, C.: Op. cit., p. 31.

(

y geografía regional. Ambas deben ocuparse simultáneamente, aunque en distinto grado, de fenómenos generales y particulares; y, además, no hay razón para suponer que la primera deba ser únicamente analítica y la segunda exdusivamente sintética. «En realidad — afirma Hettner— ambas son partes equivalentes del saber geográfico; no existe entre ellas diferen­cias de rango» 102. Sin embargo, esa equivalencia se consigue, según el mismo autor, sólo en la medida en que sea predsamente la concepción corológica, ejemplarmente presente en la perspectiva regional, la que domine y delimite todos los ámbitos del conocimiento geográfico. Con lo que se afirma, aunque de forma más matizada y argumentalmente justi­ficada que en el caso francés, la primordial importancia del horizonte regional o corológico como definidor del espacio epistemológico específico y diferendal del conocimiento geográfico. Porque la geografía general — que «siempre corre el riesgo de perder de vista el aspecto corológico y convertirse en una ciencia objetiva»— «adquiere una completa autonomía frente a las vecinas ramas del saber sólo si se configura corológica- mente»103.

Así se resuelve la dicotomía: sin llegar a los extremos instrumentali- zadores posibilitados por el discurso regional de la escuela francesa, el planteamiento hettneriano considera que sólo la perspectiva corológica puede salvaguardar el contenido geográfico de la geografía general. En la geografía regional se encuentra «con toda su validez la propia esencia de la cienda geográfica» 104. «El geógrafo que no se preocupe del conocimiento de regiones — añade Hettner— , corre siempre el peligro de quedarse desprovisto, por completo, del fundamento geográfico. El solo conoci­miento de regiones, sin la Geografía general, es imperfecto, pero continúa siendo geográfico. En cambio, la Geografía general, sin el conocimiento de las regiones, de ningún modo puede cumplir la misión de la Geografía y con facilidad se sitúa fuera del ámbito de la disciplina» 105. El enten­dimiento regional aparece, por tanto, como soporte epistemológico de toda la cientifiddad geográfica: porque los estudios «que no tienen en cuenta las diferencias locales de la superficie terrestre, o que las consi­deran únicamente como fenómenos perturbadores, no pertenecen a la geo­grafía» 106. El conocimiento geográfico, definido en términos corológicos, se dirige entonces hacia la consideración de todas las «formas de com­portamiento de la realidad» — tanto naturales como humanas— existentes sobre la superficie terrestre: sin identificarse estrictamente con ninguna

2. El pensamiento geográfico clásico 73

102 Hettner, A.: «La sistemática de la Geografía. Geografía General y Geografía Regional». Traducción de A. Plans y P. Plans (traducción de Hettner, A.: Die Geogra- pbie..., op. cit., Sexta parte, Cap. 7, «Das System der Geographie. (Allgemeine Geo­graphie und Landerkunde)», pp. 398-404), Didáctica Geográfica, 1, 1977, pp. 33-38, p. 35.

i» Ibid., p. 35. i“ Ibid., p. 35.1“ Ibid., p. 35.ios Hettner, A.: «Das Wesen und die Methoden der Geographie», op. ctt., p. 553.

74 El pensamiento geográfico

de las dos, la geografía aparece simultánea e indisociablemente caracte­rizada como, «ciencia de la naturaleza» y «ciencia del hombre» l07.

Y estas dos perspectivas sólo pueden unificarse coherentemente, en opinión de Hettner, dentro.del planteamiento corológico: si la conside­ración de la naturaleza y del hombre dentro de un entendimiento general o sistemático conduce inevitablemente, malogrando la pretensión unifica- dora, a una caracterización dual del conocimiento geográfico, ese dualismo no se produce cuando se plantea «la concepción de la naturaleza y del hombre desde el punto de vista corológico», ya que esa concepción «re­sulta igual en todos sus puntos fundamentales, y no permite hablar de dos direcciones distintas dentro de la geografía» 108. La definición coro- lógica de la geografía se presenta así, en suma, como justificación episte­mológica de su ubicación intermedia entre el campo de los conocimientos naturales y el campo de los conocimientos humanos — ubicación que en­cuentra, sin embargo, «ciertas incompatibilidades prácticas»109— y, en relación con ello, como garantía de su pretensión unitaria. La unidad del conocimiento geográfico, que se considera irremediablemente amenazada en los planteamientos de la geografía general, se encuentra, por tanto, decididamente afirmada en la concepción corológica — en la perspectiva regional— propuesta por el pensamiento hettneriano.

Dentro del pensamiento clásico alemán se inscribe también la deno­minada geografía del paisaje. Esta perspectiva, asimismo ubicada en unas coordenadas cognoscitivas de signo corológico, considera que los paisajes configuran el objeto específico y diferencial del conocimiento geográfico. En esta línea, se ha producido una dinámica que, partiendo de una con­sideración predominantemente fisionómica del paisaje — la consideración propuesta, por ejemplo, por Sigfried Passarge y Otto Schlüter uo, y seve­ramente criticada por Hettner111— , ha desembocado en planteamientos más complejos y matizados en los que el paisaje se entiende, ante todo, como una unidad espacial conceptuahnente definible en términos formales, funcionales y genéticos.

La concepción corológica de Hettner — que considera que la geografía no puede encontrar la razón de su unidad en la apariencia del paisaje, sino en el carácter interno y complejo de las unidades territoriales reco­nocidas— se opone, en efecto, a algunas de las primeras definiciones fisionómicas del paisaje y, en particular, a la propuesta por Schlüter y Passarge. Según Schlüter — y la opinión es inicialmente compartida por Passarge, autor que, sin embargo, aceptará posteriormente otros modos

107 Cfr. Ibid., pp. 553-555.108 Ibid., p. 554.109 'Ibid., p. 554.110 Cfr., por ejemplo, Passarge, S. (1919-1920): Die Grundlagen der Landschaft-

kunde, Hamburgo, L. Friederischen, 2 vols.; Schlüter, O. (1920): «Die Erkunde in ihrem Verhaltnis zu den Natur- und Geisteswissenschaften», Geographische Anzeiger, X X I, pp. 145-152 y 213-218.

111 Cfr., por ejemplo, Hettner, A.: Die Geographie..., op. cit., pp. 128-129.

(

2. El pensamiento geográfico clásico 75

de entendimiento más próximos a la perspectiva regional— , el paisaje geográfico, noción profundamente vinculada a la geografía física y, más concretamente, a la geomorfología, configura un campo de estudio exclusi­vamente referido a los aspectos visibles, de forma que, en consecuencia, quedarían excluidos del estudio de los «paisajes culturales» todos los hechos de organización y de actividad humana no material que no queden reflejados visiblemente en la superficie terrestre. Este entendimiento res­trictivo del paisaje conlleva la aplicación de un método morfológico, diri­gido tanto a determinar la distribución y las asociaciones de las categorías de formas y fenómenos como a delimitar sus procesos de cambio en el tiempo. Por ello podría decir Hermann Lautensach posteriormente, al resaltar la notable influencia ejercida por el pensamiento schlüteriano — tanto en Alemania como, por ejemplo, en el ámbito norteamericano, a través de la obra de Cari Sauer— , que «Schlüter fundó la geografía cul­tural moderna sobre bases comparables a las de la geomorfología» .

Aunque posteriormente nos ocuparemos de forma más detallada de la repercusión de las perspectivas paisajísticas en el campo específico de la geografía física, hay que advertir ahora, sin embargo, que la noción de paisaje manejada por la escuela alemana — noción gradualmente mati­zada— tiende a distanciarse progresivamente de su inicial entendimiento meramente fisionómico, separándose así también, por añadidura, del en­tendimiento, también resuelto en términos fisionómicos, propuesto para esa noción por la escuela francesa. Por otra parte, hay que señalar asi­mismo que, aunque frecuentemente se ha afirmado su supuesta identidad, no siempre tienden a coincidir la noción alemana de paisaje y la noción francesa — más propensa que la alemana a la caracterización paisajística— de región. Directamente enraizada en los planteamientos de la geografía física, la noción alemana de paisaje configura, en efecto, un campo de estudio que, aunque pueda aproximarse en ciertos aspectos — y en unos autores más que en otros— , al delimitado por la perspectiva regional de la escuela francesa, muestra suficientes rasgos diferendadores como para definir una tendencia característica y diferenciable dentro del panorama regional o corológico de la geografía clásica.

Así, por ejemplo, los planteamientos de Cari Troll, sensiblemente in­fluyentes en las formulaciones geográficas posteriores, expresan con cla­ridad el alcance pretendido por la denominada «ciencia del paisaje» . Los paisajes, que configuran, según el autor, el objeto específico de la ciencia geográfica — «con los paisajes la Geografía ha encontrado su objeto propio, un objeto que ( .. .) no le puede disputar ninguna otta ciencia» 114— , aparecen como unidades espaciales — «unidades dé una taxonomía geo-

112 Lautensach, H. (1952): «Otto Schlüter Bedeutung für die Methodische Entwic- klung der Geographie», Vetermanns Geographische Mitteilungen, XCVI, pp. 219-231.

113 Troll, C. (1950): «Die Geographische Landschaft und ihre Erforschung», Studium Generóle, I II , 4-5, pp. 163-181, p. 163. (Artículo traducido en este libro: cfr. C. Troll: «El paisaje geográfico y su investigación».)

»+ Ibid., p. 163.

(

V fi

76 El pensamiento geográfico

gráfica» 115— articuladas fisionómica y funcionalmente. Y los paisajes pue­den ser, dependiendo de «la importancia de la intervención del hombre»116, paisajes naturales o paisajes culturales. Ambas modalidades de paisaje deben configurar, por tanto, el espacio cognoscitivo, entendido en términos re­gionales o corológicos, de la ciencia geográfica: «científicamente conside­rado, el paisaje es ( .. .) un concepto de Geografía Regional y Compara­tiva» ílr. „

Y, refiriéndonos a otro ejemplo suficientemente significativo, los plan­teamientos de H. Bobek y J . Schmithüsen sobre la definición y la ca- racterÍ2ación del paisaje muestran asimismo Ja compleja especificidad de la perspectiva comentada. «La Geografía del Paisaje — advierten expre­sivamente, contradiciendo la generalizada adscripción ideográfica de los horizontes corológicos— procede de forma normativa (o nomotética), com­parando las distintas partes de la superficie terrestre y ordenándolas en tipos y géneros haciendo abstracción de sus peculiaridades individuales» m . El paisaje puede definirse, según los mismos autores, a partir de su es­tructura y de su dimensión espacial — es decir, a partir de su «imagen», que comprende fisionomía y estructura— , a través de su trama funcional o dinámica interna — a partir de su «ecología»— , y, finalmente, a partir de su historia o de su génesis m. Estos tres puntos de vista, que conllevan el empleo de tres modalidades diferentes de investigación — la fisionómica, la ecológica y la histórica— , son los que permiten aprehender la carac­terización del paisaje. E l. paisaje, fragmento o sector de la superficie te­rrestre, aparece como «un sistema dinámico con estructura espacial»120.Y «los objetivos fundamentales del análisis geográfico del paisaje son descubrir el orden dentro de la multiplicidad y desentrañar y explicar con claridad el entramado de relaciones recíprocas que en él se dan» 121.

Este planteamiento — en el que se detecta ya claramente la utilización de algunas directrices vinculadas al entendimiento analítico de la cien­tificidad del que nos ocuparemos posteriormente— resulta significativo porque propone una definición de la perspectiva corológica que, además de mostrarse bastante matizada, intenta integrar algunas de las preten­siones definitorias de la racionalidad científica positiva. Las coordenadas cientifistas en las que se desenvuelve la escuela alemana — resaltadas además, en el caso de la geografía del paisaje, por su directa filiación naturalista— posibilita, en suma, unas articulaciones corológicas que, a

«s Ibid., p. 163.u<¡ Ibid., p. 164.117 Ibid., p. 164.118 Bobek, H., Schmithüsen, J. (1949): «Die Landschaft im Logischen System der

Geographie», Erdkunde, I II , 2-3, pp. 112-120, p, 113. (Artículo traducido en estelibro: cfr. H. Bobek, J . Schmithüsen: «El paisaje en el sistema lógico de la geografía».)

i» Cfr. Ibid., p. 113.m Ibid., p. 120.m Ibid., p. 120.

(

pesar de sus indudables problemas epistemológicosm, muestran, tanto en sus formulaciones más estrictamente regionales como en sus trayecto­rias basadas en el estudio de paisajes, una consistencia bastante superior a la de otras perspectivas nacionales de signo parecido. Y , en el dominio concreto del estudio de paisajes naturales — dominio al que la investiga­ción alemana ha dedicado una decidida atención, como demuestran, entre otros, trabajos como los de S. Passarge, H. Bobek, J . Schmithüsen o C. Troll— , se tiende gradualmente a identificar las unidades de paisaje con sistemas ecológicos complejos. Se articula así un planteamiento en el que el horizonte cognoscitivo corológico se dirige preferentemente hacia el estudio de unas unidades espaciales — unidades de paisaje— que, en distintas escalas, manifiestan caracterizaciones y funcionamientos ecoló­gicos tipológicamente diferenciables.

* * *

La búsqueda de la identidad científica del conocimiento geográfico se plantea también en Estados Unidos con más intensidad y rigor que en la escuela francesa, quizá como resultado del peculiar proceso de conso­lidación académica de la enseñanza geográfica en las universidades norte­americanas — con frecuencia partiendo de la geología— , quizá como ex­presión de una mayor preocupación epistemológica, no exenta, en ocasiones, de cierta desenvoltura y de la expresa intención de llegar a las últimas consecuencias de lo enunciado.' E l panorama de la geografía clásica nor­teamericana se ha mostrado considerablemente receptivo a los nuevos derroteros conceptuales seguidos por los geógrafos europeos, traduciéndose en ese panorama, con diversa resonancia, los planteamientos — y las po­lémicas— que hemos comentado anteriormente. Y, en este sentido, el pensamiento geográfico alemán, con sus diversas perspectivas, ha ejercido una notab’e influencia sobre la geografía clásica norteamericana. Al con­trario de lo que sucede con las propuestas regionales de la escuela francesa — Etienne Juillard recuerda, por ejemplo, el escaso eco obtenido por esas propuestas en Estados Unidos123— , las concepciones regionales o coro- lógicas alemanas dejaron una nítida huella en los planteamientos de la geografía clásica norteamericana. Pero, junto a esa receptividad y a esa influencia, los geógrafos norteamericanos de la primera mitad del siglo aportan un prolongado y profundo esfuerzo de clarificación de las coor­denadas epistemológicas, que se desenvuelve asimismo en una línea de progresivo desplazamiento de las perspectivas positivistas y sistemáticas y, recíprocamente, de creciente consolidación de las posturas corológicas, dinámica en la que no faltan, sin embargo, motivos de diversidad interna.

122 Cfr., por ejemplo, Liáis Gómez, A. (1980): El geógrafo español, ¿aprendiz de brujo? Algunos problemas de la geografía del paisaje, Barcelona, Universidad de Bar­celona (Geo-Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 25), especialmente pp. 9-15.

123 Cfr. Juillard, E.: Op. cit., p. 483.

2. El pensamiento geográfico clásico 77

(.k

El panorama de la geografía norteamericana muestra, en las dos pri­meras décadas del siglo xx, tanto una influencia dominante del pensa­miento davisiano — John Leighly ha comentado con cierta ironía cómo a lo largo de sus estudios en Michigan se le impuso por tres veces con­secutivas la lectura de los Geographical Essays de Davis m— como un cierto liderazgo de la Universidad de Chicago, desde donde Ellen Churchill Semple se erige en introductora y defensora del discurso ratzeliano. Ello significa, en el horizontg epistemológico, la aceptación de las .relaciones entre el medio y los organismos vivos como campo de estudio geográfico, y de las coordenadas del razonamiento evolucionista, con su teoría de la adaptación, como articulación explicativa. Y ésta es precisamente, como ya hemos señalado, la línea que aparece prolongada, con algunos matices, por el pensamiento de autores como Barrows o Taylor.

El afloramiento y el posterior desarrollo de las perspectivas regionaleso corológicas norteamericanas se plantean al mismo tiempo como un modo de alineación con las nuevas coordenadas cognoscitivas europeas — y, en particular, con las alemanas— y como una forma de respuesta frente a las propuestas ecológicas dominantes. «La doctrina biológica de la adaptación — señala, por.ejemplo, John Leighly— , principio físico y, por tanto, ra­cional, 'fue la creadora del determinismo del medio. Pero la cultura no es una función biológica: desde cualquier punto de vista racional, muchos de sus productos son monstruosidades» as. Y , en el propio Departamento de Geografía de Chicago, Robert S. Platt se preocupó insistentemente por borrar las huellas ambientalistas o deterministas dejadas por las con­cepciones geográficas de signo evolucionista06. Pero no por reaccionar al unísono contra lo que Sauer denominó «la concepción de la geografía como estudio de las relaciones con el medio» m, son coincidentes las propuestas regionales o corológicas norteamericanas. Los puntos de des­acuerdo son numerosos, y a veces fundamentales. Puede así distinguirse, al menos, entre la perspectiva de la Universidad de Berkeley, sustancial­mente articulada en torno a la figura protagonista de Cari Ortwin Sauer, más «paisajista» y fisionomista — directamente emparentada con las for­mulaciones de Schlüter— , y la propuesta regional de Richard Hartshorne, claramente vinculada a las elaboraciones hettnerianas.

Es Cari Sauer — y no Hartshorne, a pesar de lo que frecuentemente se ha afirmado después— quien primeramente atribuye a la geografía, dentro del pensamiento clásico norteamericano, la finalidad específica del estudio de la «areal differentiation», de la diferenciación en áreas de la

124 Cfr. Leighly, J . (1979): «Berkeley. Drífting into Geography in the Twenties», Annals o f the Association of American Geographers, LXIX, 1, pp. 4-9, p. 4.

125 Leighly, J . (1937): «Some Comments on Contemporary Geographie Methods», Annals of the Association of American Geographers, XXVII, 3, pp. 125-141, p. 140.

126 Cfr. Platt, R. S. (1948): «Determinism in Geography», Annals of the Associa­tion of American Geographers, XXXVIII, 2, pp. 125-132; Platt, R. S. (1948): «En- vironmentalism versus Geography», American Journal o f Sociology, L ili , March, pp. 351-358.

127 Sauer, C.: Op. cit., p. 31.

78 El pensamiento geográfico 2. El pensamiento geográfico dásico 79

superficie terrestre m , atribución que el propio autor considera «ingenua»o natural: «la Botánica — escribe Sauer— es el estudio de las plantas y la Geología de las rocas, porque estas categorías de hechos son evidentes para toda inteligencia que se haya ocupado del estudio de la naturaleza. En el mismo sentido, las áreas o los paisajes son el campo de estudio de la Geografía, porque se trata de una tesis no sofisticada, ingenua. ( .. .) El hecho de que todo escolar sepa que la Geografía suministra información sobre los diferentes países es suficiente para establecer la validez de esta definición» U9. Esas unidades espaciales — para las que Sauer prefiere, si­guiendo a Schlüter, la denominación de paisajes— se consideran constitui­das por una distinta asociación de formas tanto físicas como culturales : y, consiguientemente, a la vez que suscribe un entendimiento de las formas como componentes estructurales del paisaje y que, en relación con ello, afirma que la equivalencia funcional se traduce en similaridad de formas de las diferentes estructuras paisajísticas, Sauer defiende, siguiendo tam­bién de cerca en este caso las propuestas schlüterianas, la aplicación del método morfológico al estudio de los paisajes. Porque la aplicación del método morfológico — aplicación fecunda, en su opinión, en el dominio de los conocimientos sociales— resulta particularmente idónea para es­tudiar las formas que constituyen las unidades de paisaje: y, en la medida en que esos paisajes configuran precisamente el campo de estudio específi­camente geográfico, no parece extraño que Sauer asegure, expresando su pretensión cientifista — y la conexión de ese cientifismo con el actuante en el seno de la geomorfología— , que «es la disciplina morfológica la que hace posible la organización de los campos de la geografía como ciencia positiva» 131.

De esa manera, afirmando explícitamente el «significado genérico del paisaje» — «cualquiera que sea la opinión que uno tenga de la ley natural, nomotética, general o relación causal, una definición del paisaje como sin­gular, desorganizado o no relacionado no tiene validez científica 132, opinión compartida por John Leighly al advertir que «cuando sólo se expone el caos de los acontecimientos (y se lleva hasta sus últimas consecuencias la enumeración de los individuos) resulta ininteligible para la mente» U3-—, Sauer propone una concepción en la que la articulación del «contenido científico total de la geografía» responde a la definitoria finalidad de es­tudiar, desde distintos puntos de vista — tanto actuales como históricos— , la caracterización formal que en cada caso define la constitución unitaria del paisaje U4.

128 Cfr. Sauer, C. (1925): «The Morphology of Landscape», en Leighly, J., Ed. (1963): Land and Life. A Selection from the Writings of Cari Ortwin Sauer, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, pp. 315-350, p. 316.

129 Ibid., pp. 316-317.130 Cfr. Ibid., pp. 325-326.ui Ibid., p. 344.i s Ibid., p. 323.133 Leighly, J.: «Some Comments...», op. cit., p. 127.134 Cfr. Sauer, C.: «The Morphology of Landscape», op. cit., pp. 343-344.

(

‘V

80 El pensamiento geográfico

Las formulaciones de Cari Sauer se dirigen decididamente hada el es­tudio de los paisajes culturales. Porque, asumiendo y prolongando las di­rectrices establecidas por el pensamiento geográfico alemán, Sauer advierte que «la transformadón del paisaje natural en paisaje cultural» proporciona «un programa satisfactorio» que permite que el conocimiento geográfico dedique — respondiendo así a las pretensiones unitarias e integradoras tan insistentemente planteadas dentro de la perspectiva regional o coroló­gica dásica— igual atención a los hechos humanos o culturales que a los hechos físicos135. Aludiendo a las perspectivas geográficas generales o sistemáticas, Sauer critica la línea de pensamiento caracterizada por «el intento de tratar de limitarse al estudio de úna relación causal particular entre el hombre y la naturaleza»13é. Esta postura, a la que denomina «geografía humana» — y en la que se inscribe Harían H. Barrows, a quien Sauer contradice expresamente— , es rechazada por el pensamiento saueriano, ya que, según sus criterios, no reúne los requisitos epistemo­lógicos y metodológicos necesarios para garantizar una cientifiddad rigurosa: y esto es así porque «ningún campo científico se expresa a través de una relación causal particular», y porque la perspectiva criticada carece tanto de objetos de estudio factuales — «no hay selección de fenómenos, sino tan sólo de reladones»— como de método propio 137.

Frente a esa perspectiva, la geografía cultural propuesta por Sauer — «un capítulo de la geografía en su sentido amplio y siempre el último capítulo» 138— se inscribe deddidamente en un planteamiento corológico — la geografía es, ante todo, «dencia de las regiones»— que «parte de una descripción de los rasgos de la superficie terrestre para llegar, me­diante un análisis de su génesis, a una dasificación comparada de las regiones» 139. Así, prolongando los criterios metodológicos aplicados en el estudio de los paisajes naturales — toda geografía es geografía física en la medida en que el hombre confiere «expresión física al área»140— , la geografía cultural se ocupa predsamente de las unidades espaciales — paisa­jes culturales o áreas culturales— cuya caracterización depende principal­mente de las actuadones humanas. «La geografía cultural — escribe Sauer— se interesa, por tanto, por las obras humanas que se inscriben en la superficie terrestre y le imprimen una expresión característica. El área cultural constituye así un conjunto de formas interdependientes y se dife­rencia fundonalmente de otras áreas» 141. Y , rechazando la concepdón ecológica que atiende prioritaria o exdusivamente a las relaciones causales entre hombre y medio, el planteamiento saueriano afirma que, en la ex­

135 Cfr. Sáuer, C.: «Cultural Geography», op. cit., p. 32.136 Ibid., p. 30.137 Ibid., p. 31.138 Ibid., p. 31.139 Ibid., p. 32.M0 Ibid., p. 32.141 Ibid., p. 32.

(

2. El pensamiento geográfico dásico 81

plicación de los hechos que caracterizan el 'área cultural, «ningún tipo de causalidad tiene preferencia sobre otro» 142.

Esta línea de aproximación — que es, según Sauer, «geográfica tanto en sus métodos como en sus objetivos»— debe utilizar, además del mé­todo morfológico, «un método adicional, el específicamente histórico», que permita estudiar adecuadamente la dinámica evolutiva del paisaje cul­tural143: la concepdón saueriana aparece así impregnada de un nítido his- toridsmo — similar, por lo demás, al actuante en otras modalidades del entendimiento dásico de signo regional o corológico— que contribuye de forma importante a delimitar sus coordenadas epistemológicas y meto­dológicas. «La geografía cultural — resume Sauer— implica ( .. .) un pro­grama que está unificado con el objetivo general de la geografía: esto es, un entendimiento de la diferenciación en áreas de la tierra. Sigue siendo en gran parte observación directa de campo basada en la técnica del aná- lisis morfológico desarrollada en primer lugar en la geografía física. Su método es evolutivo, específicamente histórico hasta donde lo permite la documentación, y, por consiguiente, trata de determinar las sucesiones de cultura que han tenido lugar en un área» 144. Se trata, en suma, de una concepdón «que encuentra sus problemas metodológicos principales en la estructura del área» y cuyos objetivos inmediatos se refieren a «la descrip­ción explicativa de los hechos de la ocupación del área considerada» 145.

Resulta tan elocuente como significativo, por otra parte, el testimonio aportado por Leighly sobre la credente insatisfacción saueriana ante la práctica de los estudios regionales, a los que ya en 1934 consideraba «insulsos o difusos», e incapaces de formular problemas 14é. Y a este fuerte critidsmo se sumaría demoledoramente el propio John Leighly — colabo­rador directo de Sauer y deddidamente partidario de una cientificidad geográfica resuelta en términos naturalistas— en su importante artículo sobre «el método geográfico contemporáneo» 147, importante tanto por las tesis críticas en él sostenidas como por haber coadyuvado a desencadenar la reflexión teórica de Richard Hartshorne. Según Leighly, la heterogenei­dad de contenidos de las unidades espaciales — heterogeneidad que sirve de «pretexto» para emprender su estudio sintético— priva de toda via­bilidad científica a la descripción regional y la convierte en simple «des­cripción topográfica». En efecto, Leighly afirma que no puede haber ninguna ciencia que opere a través de la síntesis de hechos seleccionados arbitrariamente: «se puede tener un cuerpo de doctrina que opere de esta forma, pero es más un culto que una ciencia», conduye tajantemente Ms.Y si ya Sauer, sumando a su ya comentada pretensión dentifista un derto

M2 Ibid., p. 33.as Ibid., p. 33.i * Ibid., p. 34.

Ibid., p. 34.14í Cfr. Leighly, J.: «Berkeley...», op. cit., p. 8.147 Cfr. Leighly, J.: «Some Comments...», op. cit.ms Ibid., p. 131.

(

82 El pensamiento geográfico

aire de signo intuicionista y metadentífico, había reconoddo expresamente la presenda en el paisaje de cualidades estéticas que trascendían la di­mensión científica, hasta el punto de que, en su opinión, «una buena parte del significado del área cae más allá del dominio dentífico», siendo así necesaria, junto a la intención científica, la existenda de «un enten­dimiento en un plano superior no reducible a procesos formales» 149, John Leighly, por su parte, modificará los términos de la propuesta saueriana al advertir que no hay más sinteticista verdadero que el artista, íya que el arte es el único modo intelectualmente respetable de aprehensión y de expresión en forma de síntesis de hechos heterogéneos y arbitrariamente seleccionados. Consiguientemente, la única manera de abordar científica­mente los hechos inscritos en el paisaje es aislarlos en «clases interna­mente mensurables», puesto que las unidades espaciales, por su heteroge­neidad, no pueden ser consideradas como categorías explicativas últimas 150. Pero, llevando hasta sus consecuencias más extremas el naturalismo cien- tifista que sirve de hilo conductor a su argumentación y dando cabida tam­bién, en relación con ello, al historicismo saueriano, Leighly finaliza sus comentarios con una afirmación significativamente restrictiva: la imposi­bilidad del intento de aprehensión «racional» de los hechos culturales y la consecuente necesidad de plantear una comprensión «histórica» de los mismos 151.

La acalorada discusión provocada, fuera de programa, por el artículo de Leighly en la reunión anual de 1937 de la Asociación de Geógrafos Ameri­canos hizo que, como ha manifestado el propio Richard Hartshorne, Derwent Whittlesey, entonces editor de los Annals, encargase a este último una puesta a punto metodológica: de ahí surgió el trabajo, publicado dos años después, sobre «la naturaleza de la geografía» 152. No era la primera vez que Hartshorne se planteaba d problema de la delimitación de las coordenadas del conodmiento geográfico: en 1934, y en dos artículos di­ferentes, había tenido ocasión tanto de adscribirse a las concepdones antiambientalistas y de signo regional, como de defender el pleno derecho geográfico de la geografía política, oponiéndose así al entendimiento saue­riano — y schlüteriano— de un espacio cognoscitivo geográfico restringido a las configuraciones materiales y físicamente visibles153. Ambos puntos de vista habían de ser ampliamente desarrollados y sistematizados en The Nature o f Geography, tras una amplia investigadón en las universi­dades y bibliotecas alemanas y norteamericanas. La obra de Richard Hartshorne representa así la culminadón del esfuerzo del pensamiento

149 Sauer, C.: «The Morphology of Landscape», op. cit., pp. 344-345.150 Cfr. Leighly, J.: «Some Comments...», op. cit., pp. 140-141.151 Cfr. Ibid., p. 140.152 Cfr. Hartshorne, R. (1979): «Notes Toward a Bibliobiography of The Nature

o f Geography», Annals o f the Association o f American Geographers, LXIX, 1, pp. 63- 76, pp. 63-64 y 69.

153 Cfr. Ibid., p. 66.

(

2. El pensamiento geográfico clásico 83

dásico norteamericano por conferir un estatuto dentífico definido y jus­tificado a lá perspectiva regional o corológica.

Asumiendo explídtamente los fundamentos epistemológic.os definito- rios de la concepdón hettneriana, Hartshorne afirma que la geografía — ciencia «corográfica»— «trata de considerar, no tipos particulares de ob­jetos y fenómenos de la realidad, sino verdaderas secciones de la realidad»: «mientras que los estudios históricos consideran secciones temporales de la realidad, los estudios corográficos consideran secciones espadales; la geografía, en particular, estudia las secciones espadales de la superficie de la tierra, del mundo» 154. La geografía así definida es, al igual que la his­toria, una ciencia totalizadora — «el geógrafo completo ideal ( .. .) debería tener que saber todo acerca de cada ciencia que tenga que ver con el mundo, tanto de la naturaleza como del hombre» 155— y, por ende, es necesario «que la geografía considere no sólo los rasgos y las relaciones que pueden ser expresados en conceptos genéricos, sino un gran número de rasgos y relaciones que son, por esencia, únicos» 156.

Todo el saber geográfico debe dirigirse, en consecuencia, hada «un conocimiento completo de la diferendación en áreas de la tierra» 157, de forma que sigue siendo la perspectiva corológica la que delimita específica y exduyentemente el horizonte epistemológico de ese saber. La geografía sis­temática debe limitarse, en opinión de Hartshorne, a estudiar cada elementoo complejo de elementos «en fundón de su relación con la diferenciación total de áreas»: por eso no debe abordar «el estudio completo» de los fenómenos particulares — labor reservada a «la ciencia sistemática corres­pondiente»— , sino estudiarlos atendiendo únicamente a «su significación geográfica» — significación que remite a una cierta «expresión territorial» que no se manifiesta necesariamente «en términos de extensión física sobre el espacio»— o, dicho en otros términos, a «sus propias conexiones regionales» y a «las relaciones de sus variadones con aquellos otros rasgos que determinan el carácter de las áreas o regiones» 158. Y, en la cúspide del conocimiento geográfico, la geografía regional — que debe utilizar con­tinuamente, consumándose así la doble relación entre geografía general y geografía regional propuesta por Hartshorne, «los conceptos y prindpios generales que proceden de la geografía sistemática» 139— permite integrar «todo el conocimiento de las interrelaciones de todas las configuraciones en lugares determinados», condudendo así a una verdadera «geografía total de esos lugares» 160. Es por tanto en la geografía regional donde se ex­presa más claramente «el objetivo último de la geografía», y la geografía general o sistemática sólo puede «alcanzar el objetivo de la geografía y no

154 Hartshorne, R.: The Nature of Geography..., op. cit., p. 460.155 Ibid., p. 462.« Ibid., p. 464.157 Ibid., p. 463.iss Ibid., p. 465.159 Ibid., p. 468.i«> Ibid., p. 465.

Ci

84 El pensamiento geográfico

desaparecer, absorbida por las otras ciencias», en la medida en que man­tenga «constantemente su relación con la geografía regional» tóI.

La definición corológica del conocimiento geográfico propuesta por Hartshorne remite, por otra parte, a un entendimiento de la noción de región que difiere sensiblemente del habitualmente adoptado en otras con­cepciones de índole similar. No se entiende esa noción, en efecto, como fiel traducción objetiva de una «realidad» regional directamente aprehensible, sino que, por el contrario, situándose en unas coordenadas cognoscitivas que diferencian el horizonte de lo «real» y el horizonte del conocimiento, el pensamiento hartshomiano afirma expresamente que las unidades re­gionales manejadas por el conocimiento geográfico son siempre «represen­taciones distorsionadas de la realidad» 162. La noción de región es, por tanto, un instrumento cognoscitivo que permite organizar en un sistema de unidades espaciales el objeto de estudio de la geografía regional. «El objeto directo de la geografía regional — advierte Hartshorne— es el carácter variable de la superficie terrestre — que constituye una unidad simple que sólo arbitrariamente puede ser dividida en partes, las cuales, cualquiera que sea el grado de división, son, como las partes temporales de la historia, únicas en su carácter total. En consecuencia, los hallazgos de la geografía regional, aunque incluyen interpretaciones de detalle, son, en gran parte, descriptivos. El descubrimiento, análisis y síntesis de lo único no debe ser rechazado como "mera descripción”; por el contrario, representa una función esencial de la ciencia y la única función que puede realizar en el estudio de lo único. Conocer y comprender el carácter de lo único es conocerlo completamente; no es necesario elaborar proposicio­nes universales salvo la ley general de la geografía de que todas sus áreas son únicas» 163. Se trata, como se ve, de una ejemplar presentación de la caracterización epistemológica de la perspectiva regional del conocimiento geográfico.

Evolución del -positivismo davisiana e incidencia de los planteamientos regionales o corológicos en geografía física

La diferenciación, que acabamos de analizar dentro del panorama de la geografía clásica, entre unos planteamientos básicamente sistemáticos o generales y otros predominantemente corológicos o regionales se manifiesta en el campo de la geografía física en la consolidación, a lo largo del primer tercio de siglo, de dos líneas de pensamiento ya definidas en los últimos años del xix: por una parte, la geomorfología davisiana, entroncada con el más puro positivismo evolucionista, fundamentalmente deductiva y proclive en la práctica a desligarse del resto de la geografía; y, por otra,

“ i Ibid., p. 468. i62 Ibid., p. 467. i® Ibid., pp. 467468.

c

2. El pensamiento geográfico clásico 85

la escuela alemana encabezada por Albrecht y Walter Penck, defensora de una consideración integrada de todos los elementos que definen y dis­tinguen los diversos sectores de la superficie terrestre, partidaria del método inductivo y preocupada por la conexión de sus aportaciones con el resto de la ciencia geográfica. Entre ambas se desarrolla, en estos mo­mentos iniciales' una viva y brillante polémica, que obliga a una continuada revisión y depuración conceptual sin la cual no se hubieran elaborado trabajos de tanta precisión y trascendencia como Complications of the Geographical Cycle de W. M. Davis 164 o Die morphologische Analyse, de W. Penck 145.

Aunque los aspectos fundamentales de su teoría del ciclo morfológico ya estaban plenamente elaborados y expuestos antes del año 1900, Davis siguió realizando hasta su muerte, en 1934, aportaciones sustanciales, suscitadas en gran parte por la necesidad de dar razón de hechos que pare­cían contradecir o quedar fuera de su esquema explicativo y de responder a las críticas, que ya insistían sobre el excesivo idealismo, la discutible generalización o el forzado aislamiento de éste. Así, va introduciendo complicaciones debidas a la dinámica de la litosfera o a las diferencias climáticas existentes entre unas y otras regiones, pero sin llegar a consi­derarlas otra cosa que accidentes, interrupciones o anormalidades que no afectan a la validez del modelo general de evolución de las formas m.

Walter Penck, por su parte, rechaza los postulados básicos de la geo­morfología davisiana, tanto la generalidad del ciclo morfológico como la limitación temporal de la geodinámica que lo desencadena y la identifica­ción de su estado final con la consecución de un equilibrio hidrodinámico. Mediante la aportación y comparación de multitud de observaciones re­gionales, propias y ajenas, pone de manifiesto la simultaneidad de tectónica y acción erosiva, la excepcional dificultad de conseguir en la realidad una situación de equilibrio en los sistemas fluviales y, lo que es más importante, el diverso funcionamiento de éstos, así como de la dinámica de vertientes, según sea el clima y la vegetación. Sin embargo, en el modo de análisis inductivo que propone sigue dando una importancia primordial al factor tiempo y no queda dara la forma de considerar integralmente todos los factores que actúan al mismo tiempo en un sector determinado de la su­perficie terrestre.

La polémica protagonizada por A. Penck y Davis rebrota y se genera­liza con motivo de las conferencias pronunciadas por este último en Berlín en 1908, hasta el punto de que el propio Hettner, desde su perspectiva

164 Davis, W. M. (1904): «Complications of the Geographical Cycle», Compte Rendu 8me. Congrés de Géographie (Washington), pp. 150-163. (Comunicación par­cialmente traducida en este libro: cfr. W. M. Davis: «Complicaciones del ciclo geo­gráfico».)

165 Penck, W. (1924): Morpbological Analysis of Landforms. Translated by H. Czech y K. C. Boswell, Londres, McMillan, 1953.

166 Cfr. Davis, W. M.: «Complications...», op. cit.

86 El pensamiento geográfico

corológica, critica duramente la generalización y la teorización del sistema davisiano, cargado, a su modo de ver, de errores fundamentales 167.

Tras la desaparición de sus sistematizadores, las dos posiciones, que ya se han manifestado irreconciliables, interrumpen su diálogo y evolucionan de forma relativamente independiente. Mientras el davisianismo triunfa y se expande por los países de lengua inglesa y francesa, aunque comienza enseguida a sufrir adaptaciones y reformas, la geografía física alemana pervive en su país de origen y en otros de Europa central y oriental, buscando tenazmente la resolución de sus problemas e insuficiencias me­diante la asimilación de planteamientos de signo regional o corológico, vinculados a determinadas perspectivas biológicas y ecológicas y a algunas escuelas de la psicología experimental, sobre la base de la noción de paisaje, introducida, como ya indicamos, por Sigfried Passarge 168.

Aunque Davis siempre se consideró geógrafo, hasta el punto de que, según se ha dicho, fue su concepción del campo epistemológico de la geogra­fía la dominante en la escuela norteamericana de principios de siglo, sin embargo su definición de la disciplina, en la que se primaba el papel del medio, llevaba implícita un acotamiento del dominio geográfico y la posi­bilidad de autonomías sectoriales, que él mismo ya desarrolló en el caso de la geomorfología. De la misma forma, entre sus continuadores directos, como C. A. Cotton, N. M. Fenneman y A. N. Strahler, se extiende la duda acerca de la conveniencia de mantenerse dentro de un campo geográ­fico donde la descripción regional ganaba terreno o vincular de nuevo el estudio del relieve a una ciencia rigurosa y positiva como la geología. Así, en los países anglosajones la geomorfología es cultivada indistinta­mente por investigadores que se consideran geógrafos o geólogos, algunos de los cuales para mantener el carácter sistemático y deductivo de ésta tienden al uso generalizado de métodos cuantitativos 169.

Con André de Lapparent y, sobre todo, con Emmanuel de Martonne, las ideas davisianas enlazan con la tradición morfoestructural de Emmanuel de Marguerie170 y hacen que la geomorfología adquiera un papel muy importante en la geografía francesa y en las escuelas influidas por ella. Al no haberse resuelto las dificultades que este intento de integración de los planteamientos davisianos con el esquema regional clásico y al irse incrementando el cuerpo de conocimientos sobre el medio físico, las ideas cíclicas sufren un continuado proceso de adaptación. Si Lapparent llega a identificar «el nuevo orden de conocimientos» creado por los autores ame-

167 Cfr. Dickinson, R. E. (1969): The Makers of Modern Geography, Londres, Rontledge and Kegan Paul, pp. 119-122.

Cfr. Passarge, S. (1926): «Morphologie der Klimazonen oder Morphologie der Landschaftgürtel?», Vetermanns Geographische Mitteilangen, LXXII, pp. 173-175. (Ar­tículo traducido en este libro: cfr. S. Passarge: «¿Morfología de zonas climáticas o morfología de paisajes?».)

169 Cfr. Strahler, A. N. (1954): «Statistical Analysis in Geomorphic Research», Journal of Geology, 62, pp. 1-25.

170 Cfr. La Noe, G. de, y Marguerie, E. de (1888): Les formes du terrain, París (s. e.).

(

2. El pensamiento geográfico dásico 87

ricanos «bajo la influencia preponderante de W. M. Davis»171 con la totalidad de la geografía física científica, ya De Martonne lo considera un aspecto de ésta, quizá el más importante y elaborado, pero no el único, y se da cuenta de que no puede funcionar como un sistema cerrado, sino que en cada caso concreto ha de integrar datos ajenos, en especial los referentes al clima regional. Sus afirmaciones de que «las aguas corrientes no son las únicas responsables de la morfología superficial» y de que «el dominio de las formas de erosión normal abarca sobre todo los países cálidos exceptuando los desiertos, ( .. .) las montañas y la antigua extensión de los glaciares», y sobre todo su conclusión de que «el clima aparece como factor esencial en la determinación del modelado del reheve» indican con claridad una apreciable separación de la idea davisiana de un sistema con validez generalm .

En esta línea de adaptación y reforma del paradigma del ciclo destacan los trabajos de Henri Baulig y Pierre Birot. El primero, admitiendo la gran frecuencia de los movimientos corticales y de las variaciones relativas del nivel de los mares, llega a la conclusión de que todas las configuracio­nes de la superficie terrestre no son resultado de un ciclo morfológico más o menos complejo, sino de una sucesión de ciclos, es decir, son policíclicas 173. Birot, por su parte, introduce un mayor rigor y detalle en la observación, ampliando los factores que se deben considerar y acrecen­tando la complejidad del esquema: para él no existe un modo único y general de evolucionar el relieve, sino diversos' sistemas zonales o regionales, cada uno de los cuales se concibe, sin embargo, como una modalidad de ciclo morfológico en función del clima y la vegetación m.

El desarrollo lógico de estas revisiones, que van siendo tanto más profundas cuanto mejor es el conocimiento de la dinámica interna del planeta y de la diversidad de las condiciones y mecanisrnos bioclimáticos, aboca en torno a 1950 a posiciones que ya están muy cerca de la ruptura con el davisianismo. Las más importantes de ellas son las representadas por Kirk Bryan y Lester King en los países de expresión inglesa y por Jean Dresch y André Cholley, en Francia.

Kirk Bryan es un decidido defensor de la autonomía de la geomorfolo­gía, a la que considera una disciplina particular en el marco de las «cien­cias geográficas», dentro de las cuales el nivel básico corresponde a la Climatología. Según este autor, el estudio del relieve terrestre ha de fun­damentarse en una adecuada información climática regional e incluir con el mismo rango que la acción fluvial el análisis riguroso de la dinámica

171 Lapparent, A. de (1907): Legons de Géographie Vhysique, París, Masson.172 Martonne, E. de (1913): «Le climat, facteur du relief», Scientia, pp. 339-355.

(Artículo parcialmente traducido en este libro: cfr. E. de Martonne: «El clima, fac­tor del relieve».)

173 Cfr. Baulig, H. (1952): «Surfaces d’applanisement», Amales de Géographie, LXI, pp. 245-262.

174 Cfr. Birot, P. (1949): Essai sur quelques problemes de morphologie generale,Lisboa, Centro de Estudos Geográficos.

de vertientes, pero debe realizarse hasta donde sea posible mediante el uso de métodos cuantitativos que aseguren su sistematicidad científica 175. Desde estos supuestos, Bryan se muestra escéptico respecto a la posibilidad de construir un sistema de conocimientos geográficos integrado con articu­lación conceptual y metodológica de los análisis de geografía física y geo­grafía humana, no considerando viables más que integraciones parciales en casos regionales concretas.

El planteamiento de Lester King parte del rechazo de la generalidad atribuida por Davis a la «erosión normal», al observar que en la realidad son relativamente excepcionales las condiciones climáticas e hidrológicas que hacen posible dicha «normalidad». Considera que la dinámica de ver­tientes, con sus diversas modalidades, es el mecanismo máximamente ge­neralizado y es sobre ella sobre la que han de plantearse los princios gene­rales de la evolución morfológica. De acuerdo con esto, elabora un nuevo y mucho más complejo esquema cíclico, válido para todas las formas mode­ladas en contacto directo con la atmósfera176.

Por su parte, Dresch, geógrafo esencialmente práctico, pone de ma­nifiesto en sus estudios regionales sobre el Norte de Africa la imposibilidad de generalizar los conceptos davisianós, válidos para la Europa húmeda, al análisis morfológico de las zonas áridas. Considera que para enfrentarse con ellas hay que usar un planteamiento de tipo dialéctico, en el que el relieve se concibe como resultado de la interacción de la estructura geoló­gica y unos mecanismos de accionamiento, transporte y sedimentación condicionados, en cada caso, por los caracteres climáticosI7T. Cholley avanza más y plantea la necesidad de sustituir la metodología davisiana por «un planteamiento más acorde con la realidad» consistente en «tomar en consideración complejos o combinaciones de factores, que se deberían denominar sistemas de erosión», mediante los cuales, en cada sector de la superficie terrestre, el clima controla la morfología. Junto a este abandono de la abstracción generalizadora y esta introducción de planteamientos corológicos y funcionalistas, la crítica a Davis llega hasta un aspecto fun­damental de su modelo, el finalismo evolucionista: «La noción de ciclo — dice— está excesivamente impregnada de finalismo» y no se debe con­siderar la evolución geomorfológica «como una marcha hacia un fin deter­minado», ya que «cada momento de ella constituye un fin en sí mismo» 17S.

88 El pensamiento geográfico

175 Cfr. Bryan, K. (1950): «The Role of Geomorphology in Geographie Sciences», Annals of the Association o f American Geographers, XL, pp. 196-208. (Artículo par­cialmente traducido en este libro: cfr. K. Bryan: «El papel de la geomorfología den­tro de las ciencias geográficas».)

176 Cfr. King, L. C. (1953): «Canons of Landscape Evolution», Bulletin o f the Geological Society of America, pp. 721-746. (Artículo parcialmente traducido en este libro: cfr. L. C. King: «Principios generales de evolución del paisaje».)

177 Cfr. Dresch, J . (1941): Recherches sur Vévolution du relief dans le Massif Central du Grand-Atlas, le Haouz et le Sous, Tours, Arrault.

178 Cholley, A. (1950): «Morphologie structurale et morphologie climatique», An­nales de Géographie, LIX, pp. 331-335. (Artículo parcialmente traducido en este libro: cfr. A. Cholley: «Morfología estructural y morfología climática».)

2. El pensamiento geográfico clásico 89.

Con la formulación y difusión de estas ideas a mediados de siglo comienza a articularse, dentro de la escuela francesa, una perspectiva de geografía física, a la cual nos referiremos más adelante, que, partiendo de una adscripción expresamente regional o corológica, se distancia y se opone — ya abiertamente— al proceder positivista davisiano, introduciendo no­ciones, como dialéctica de fuerzas, interacción, plano de contacto o sistema abierto, totalmente ajenas a dicho proceder analítico.

Esta renovación conceptual y metodológica tiene una base y unos an­tecedentes propios, a los que acabamos de hacer referencia, pero indudable­mente está influida por los planteamientos que había ido desarrollando la escuela alemana, en la cual los métodos de análisis corológico integrado, prolongando la línea definida por los Penck, van siendo adaptados y desarrollados a partir de los años diez. Desde Sigfried Passarge179, Otto Schlüter180 y Karl Sapper181, que publican sus obras fundamentales alre­dedor de 1915, el objeto de la geografía física se concibe como el estudio científico de' las diversas configuraciones resultantes de los intercambios funcionales entre litosfera, hidrosfera y atmósfera que se dan en la super­ficie terrestre; y el método para realizar dicho estudio consiste en la observación y el análisis de los fenómenos que ocurren en este plano de contacto no aisladamente, sino en su convergencia en la unidad espacial, esto es en el «paisaje». La noción de paisaje, planteada como «totalidad»o «configuración», según el enfoque de la psicología gestaltista, y dotada de una dinámica del tipo definido por los nuevos planteamientos biológicos y ecológicos, es el punto de apoyo para integrar contenidos y se constituye en eje del análisis geográfico. Gracias a esta noción de paisaje ya en 1926 Passarge rechaza por insuficiente y poco acorde con la realidad una inter­pretación de la morfología terrestre basada en la influencia de las diversas condiciones climáticas zonales o regionales y propugna una «morfología de paisajes» 1S2.

Son muy numerosos e importantes los autores, desde K. Burger, N. Krebs y L. Waibel183 hasta H. Bobek y J. Schmithüsen I84, a los que ya nos hemos referido, que van realizando aportaciones teóricas y metodoló­gicas sobre la geografía del paisaje, en la mayoría de las cuales no se da un tratamiento específico a los temas de geografía física. Sin embargo, hay

179 Passarge, S. (1913): Physiogeographie und vergleinchende Landschaftgeographie, Hamburgo, Mitteilungen Geographische Gess., 27.

180 Schlüter, O.: «Die Erdkunde in ihrem Verhaltnis zu den Natur- und Geist- eswissenchaften», op. cit.

181 Sapper, K. (1914): «Uber Abtragungvorgange in den regenfeucten Troppen», Geographische Zeitsrift, XX, pp. 5-18 y 81-92.

182 Cfr. Passarge, S.: «Morphologie...», op. cit.183 Cfr.'Burger, K. (1935): Der Landschaftbegriff, Dresde, Geographische Stud., 7;

Krebs, N (1923): «Natur- und Kulturlandschaft», Zeitsrift der Gesellschaft für Erdkunde zu Berlín, pp. 81-94; Waibel, L. (1933): «Was verstehen wir untes Landschaftkunde?», Geographische Anzeiger, XXXIV, pp. 197-207.

184 Bobek, H., y Schmithüsen, J .: Op. cit.

90 El pensamiento geográfico

algunos, como Hermann L au tensachH einrich Schmitthennerm, Hans Carol187, K. H. Paffen188 y, sobre todo, el ya citado Cari Troll, que centran sus investigaciones en los componentes físicos del paisaje y des­arrollan concepciones de gran trascendencia, cuyos rasgos fundamentales son el establecimiento inicial de una taxonomía corológica, la importancia atribuida a los elementos bióticos (suelos, vegetación) y la asimilación generalizada de concentos funcionales elaborados en el dominio de la ecología.

Al mismo tiempo que lo hacen en el campo de las ciencias naturales el ruso Sukachev 189 y el inglés Tansley190, ^roll reconoce la necesidad tanto teórica como práctica de una convergencia entre geografía física y ecología, dentro de un planteamiento de la labor científica en el que la interdisciplinariedad sustituya a la separación rígida entre saberes conce­bidos como sistemas cerrados. En su opinión los paisajes naturales, incluso en el nivel corológico más reducido, son «asociaciones individuales» carac­terizadas por «una configuración y una localización determinadas», cuya estructura y dinámica permiten definirlos como ecosistemas o unidades topoecológicas. Los elementos de cuya interacción resultan estos sistemas son el subsuelo y el suelo, que tienen su lugar por debajo de la superficie topográfica, el microclima y el clima, que se dan por encima de dicha superficie, y la vegetación, que «se sitúa en el centro» como componente más sensible capaz de manifestar el estado del conjunto y de variarlo en caso de sufrir alguna alteración. El principio básico de la «geoecología» que Troll plantea es que «la Naturaleza se regula a sí misma y tiende a recuperar el equilibrio perturbado» 191; de acuerdo con él se disponen, interactúan y evolucionan los elementos del paisaje natural según unos mecanismos básicamente desarrollados a través de los componentes bió- ticos del mismo.

Así, la geografía física alemana encuentra en el replanteamiento de la noción de paisaje y en la utilización de las leyes de la ecología la posibi­lidad de conjugar su perspectiva corológica de filiación naturalista con sus pretensiones científicas. Es lógico que su influencia, favorecida por la cre­ciente valoración del medio ambiente y de los estudios interdisciplinarios dedicados a su conservación, sea importante en todas las escuelas europeas

185 Cfr. Lautensach, H.: Op. cit.185 Cfr. Schmitthenner, H. (1956): «Die Entstehung der Geomorphologie ais geo­

graphische Disziplin», Petermanns Geographische Mitteilungen, C, pp. 257-268.187 Carol, H. (1956): «Zur Diskussion im Landschaft und Geographie», Geogra-

phica Helvetica, pp. 111-113.188 Paffen, K. H. (1948): «Okologische Landschaftsgliederung», Erdkunde, II,

pp. 167-174.*89 Cfr. Sukachev, V. N. (1953): «On the Exploration of the Vegetation of the

Soviet Union», Proced. V II Congr. Int. Botanic. (Estocolmo), pp. 659-660.180 Cfr. Tansley, A. G. (1935): The use and misase o f vegetational terms and

concepts, Ecology, 16.191 Troll, C.: Op. cit.

c

2. El pensamiento geográfico clásico 91

y sirva de punto de partida a un proceso de reformulación de los estudios geográficos referentes a los aspectos físicos.

'Problemas y dificultades del proyecto cognoscitivo de la geografía'clásica

Las perspectivas anteriormente comentadas indican las sensibles dife­rencias existentes, dentro del panorama del pensamiento clásico, sobre la caracterización epistemológica y la articulación conceptual y metodológica del conocimiento geográfico. Y esas diferencias no hacen sino traducir las dificultades planteadas, tras la crisis de la racionalidad positivista y evo­lucionista decimonónica, para conseguir una definición de la cientificidad geográfica internamente coherente y específicamente diferenciada en el conjunto de los conocimientos científicos. Las dos grandes perspectivas a las que nos hemos referido muestran, en ese sentido, indudables proble­mas y limitaciones. Los partidarios de definir el conocimiento geográfico en términos preferentemente generales o sistemáticos disponen de articu­laciones conceptuales y metodológicas bastante consistentes — y directa­mente vinculadas, como vimos, a los planteamientos de las ciencias na­turales y, más concretamente, de las ciencias biológicas— , pero, como contrapartida, se mueven en un horizonte epistemológico que resulta en ocasiones difícilmente distinguible como específicamente geográfico. Sucede así que el campo del conocimiento geográfico adquiere un cierto rigor conceptual y metodológico a cambio de diluir las supuestas fronteras que delimitarían la especificidad de ese conocimiento y de asumir, en conse­cuencia, una dinámica que, tendiendo a la especialización, plantea graves problemas para el mantenimiento de la generalmente deseada unidad de la geografía.

Por su parte, los partidarios de delimitar el dominio del conocimiento geográfico en términos predominantemente corológicos o regionales inten­tan encontrar unas coordenadas epistemológicas — las definidas por el cri­terio corológico— que salvaguarden tanto su especificidad dentro del con­junto de las ciencias como su dimensión unitaria. Pero en este caso se plantean diversos problemas que remiten, por una parte, a la difícilmente sostenible ubicación de la geografía entre las ciencias naturales y las cien­cias humanas — intentando abarcar simultáneamente ambos horizontes— , y, por otra, a las dificultades existentes para articular, en el seno de la geografía clásica, planteamientos conceptuales y metodológicos interna­mente coherentes y científicamente adecuados para abordar la investiga­ción corológica propuesta. La pretensión de aunar en una síntesis tota­lizadora — no se ha dudado en definir a la geografía como «una ciencia de síntesis en la encrucijada de los métodos de ciencias distintas» 152— el

192 George, P. (1970): Los métodos de la geografía. Traducción de D. de Bas, Barcelona, Oikos-Tau (¿Qué sé?, 96), 1973, p. 5.

92 El pensamiento geográfico

conjunto de los hechos, naturales y humanos, y de las relaciones entre hechos actuantes en las unidades espaciales — regiones, paisajes— consi­deradas se encuentra, en efecto, con notables problemas. Además de las discutibles — científicamente discutibles— coordenadas holistas que sub- yacen en este tipo de planteamientos — coordenadas que eluden el carácter selectivo del conocimiento y que proponen un entendimiento del objeto de estudio como «totalidad» 193— , la pretensión de abarcar unificadora- mente hechos y relaciones respectivamente inscritos en los dominios de lo natural y de lo humano conlleva la fundamental dificultad de simulta­near y, sobre todo, de aunar planteamientos referidos a campos de cono­cimiento que responden — y en términos crecientemente especializados e internamente diversificados 194— a «lógicas» sustancialmente diferencia­das 195.

Esta dificultad, que en numerosas ocasiones se ha intentado soslayar mediante la reductora supeditación del conocimiento de lo natural a los límites’ impuestos por el conocimiento de lo humano — consiguiéndose así la «unidad», como propone Pierre George, a través de «una doctrina de la geografía como ciencia humana» 196— , es la que obstaculiza decisiva­mente el proyecto unitario e integrador de la perspectiva regional o co­rológica, y es la que explica, en relación con lo anterior, que muy fre­cuentemente ese proyecto de la geografía clásica haya derivado, en la práctica, hacia la mera yuxtaposición — yuxtaposición que subyace clara­mente, por ejemplo, en el cuestionario propuesto por Albert Demangeon para la investigación regional197— de sectores cognoscitivos inconexos.Y todo ello se relaciona, de forma más o menos directa, con la equívoca y frecuente tendencia a suponer que la simultaneidad de la percepción subjetiva de las áreas consideradas -—regiones o paisajes— puede extra­polarse sin problemas hasta el terreno de la explicación de las mismas: partiendo de una generalizada confusión entre las dimensiones subjetivas y objetivas de la unidad afirmada en la «síntesis geográfica», se supone, como advierte Christian Grataloup, que «lo que se ve simultáneamente debe poderse explicar también simultáneamente, en una misma disci­plina» 198.

Por otra parte, la perspectiva regional o corológica no se encuentra exenta de problemas y de dificultades en el terreno conceptual y metodo­lógico. Problemas y dificultades que se manifiestan, ante todo, en la ca-

193 Cfr. Luis Gómez, A.: Op. cit., pp. 10-11 y 15-17.194 Cfr. Sautter, G. (1975): «Quelques réflexions sur la géographie en 1975»,

Revtte Internationale des Sciences Sociales, X X V II, 2, pp. 245-263, pp. 250-251.195 Cfr. Grataloup, C. (1978): «Concept et paysage: deux mots antithétiques»,

en Géopoint 78. Concepts et construits dans la géographie contemporaine, Avignon, Groupe Dupont, Centre Littéraire Universitaire, 1978, pp. 239-242, pp. 240-241.

196 George, P.: Op. cit., pp. 8-9.197 Cfr. Demangeon, A. (1909): «Enquétes regionales. Type de questionnaire»,

Annales de Géographie, X V III, 97, pp. 78-81. (Artículo traducido en este libro: cfr. A. Demangeon: «Encuestas regionales. Tipo de cuestionario».)

198 Grataloup, C.: Op. cit., p. 240.

( .

2. El pensamiento geográfico clásico 93

renda de una definición rigurosa y operativa — y que permita, por tanto, la intercomunicabilidad científica— de las nociones centrales de región y de paisaje. Y esta situación se encuentra, en principio, sensiblemente facilitada por unos planteamientos que tienden a considerar que la propia objetividad atribuida a las. unidades espaciales consideradas y la consi­guiente posibilidad cognoscitiva de aprehenderlas directamente pueden eximir de la necesidad de acudir a complejas articulaciones conceptuales y metodológicas que trasciendan de las operaciones de observación. Las no­ciones de región y de paisaje — que aparecen en la geografía clásica más como nociones que como conceptos, de acuerdo con los criterios expuestos por Claude Raffestin199— muestran, en efecto, fuertes dosis de indefini­ción y de ambigüedad que se traducen tanto en la proliferación de inter­pretaciones subjetivas y heterogéneas como en la inexistencia de criterios coherentes que aseguren un cierto acuerdo en’, el tratamiento de los pro­blemas planteados — comenzando por el fundamental problema de la deli­mitación de unidades espaciales— en la investigación regional o corológica. Si Robert B. Hall advertía que «hay tantos conceptos de región como geógrafos regionales» 200, André Meynier podía afirmar, por su parte, que «la palabra región no tiene, ( .. .) hacia 1930, otro sentido que el de una porción cualquiera del espacio terrestre», constatando seguidamente que además «los modos de delimitación de esas porciones se muestran variados y de desigual interés» 201.

Conviene también señalar, en relación con lo aqterior, que la pers­pectiva regional o corológica del pensamiento clásico muestra frecuente­mente una notable debilidad metodológica — en buena medida compartida por todo el horizonte cognoscitivo funcionalista 202— que remite asimismo a la reiterada hipertrofia de los términos intuitivos y observacionales del discurso geográfico. Y, además, las dimensiones interpretativas y explica­tivas de ese discurso propenden en general a basarse en consideraciones de índole histórica. A la vez que sigue prestando, coincidiendo en ello con las formulaciones clásicas de signo general o sistemático, una decisiva atención a la capacidad causal de las condiciones naturales — las convic­ciones deterministas, matizadas o no, con apariencia «posibilista» o sin ella, subyacen consistentemente, a pesar de las frecuentes declaraciones de principios en sentido contrario, en las interpretaciones y en las expli­caciones propuestas por la geografía clásica— , la perspectiva regional o co­rológica acude decididamente al método histórico, distanciándose de la preferente adscripción metodológica a las ciencias naturales propuesta por las tendencias generales o sistemáticas, para resolver los contenidos expli­cativos del conocimiento geográfico. Se tiende así a confirmar el criterio

199 Cfr. Raffestin, C. (1978): «Les construits en géographie humaine: notions et concepts», en Géopoint 78..., op. cit., pp. 55-73, p. 60.

200 Hall, R. B. (1935): «The Geographie Región: A Resume», Annals of the Asso­ciation of American Geographers, XXV, 3, pp. 122-136, p. 122.

201 Meynier, A.: Op. cit., p. 100. El subrayado es del autor.202 Cfr. Timasheff, N. S.: Op. cit., p. 289.

(

v ¡

94 El pensamiento geográfico

establecido por el propio Vidal de la Blache: «El problema consiste en dosificar las influencias sufridas por el hombre, en delimitar un cierto tipo de determinismo actuando a través de los acontecimientos de la his­toria» 2(B.

Se produce, en suma, una sensible impregnación historicista del co­nocimiento geográfico clásico — se han podido confirmar, por ejemplo, las proximidades y las -influencias metodológicas existentes entre la «es­cuela histórica de los Annales», fundada por Luden Febvre y Marc Bloch, y la escuela geográfica francesa vinculada al pensamiento vidaliano 204— que no deja de plantear algunos problemas impprtantes; porque, sin negar la idoneidad que pueda mostrar la consideradón histórica para interpretar ciertos aspectos dinámicos de los objetos de conocimiento geográfico, re­sulta más que dudoso que los planteamientos metodológicos — y concep­tuales— procedentes del campo de la historia resulten los más adecuados para explicar unas dimensiones espaciales que remiten fundamentalmente a una «lógica del espado» que difiere sustancialmente, como ha recordado, entre otros, Gilíes Sautter, de la «lógica histórica» 203.

* * *

Las consideraciones anteriormente expuestas permiten delimitar algu­nos de los rasgos y de los problemas definitorios del espado epistemológico y del horizonte conceptual y metodológico del pensamiento geográfico dá­sico. De un pensamiento sensiblemente diversificado y heterogéneo que en gran medida se explica, como hemos visto, en reladón con la dinámica desencadenada por la crisis finisecular de la cientificidad positivista dedmo- nónica y de la racionalidad evolucionista inscrita en ella. De una o de otra forma, acudiendo a definidones de uno u otro signo, las distintas tenden- das de la geografía dásica se esfuerzan por salvaguardar la identidad científica de su campo de conocimiento, directamente amenazada por el creciente desarrollo especializado de otros dominios científicos. Para al­gunos autores, esa identidad sólo puede mantenerse asumiendo priorita­riamente una perspectiva epistemológica de índole general o sistemática; para otros, es la concepción regional o corológica la que únicamente puede lograr ese propósito. Ambos enfoques, a su vez internamente diversifi­cados, intentan responder a tina situación crítica que, a pesar de todo, dista de quedar suficientemente disipada en el panorama del pensamiento geográfico clásico. Los problemas subsisten y no faltan autores que lleguen a dudar explícitamente de la dentifiddad del conocimiento geográfico; así, por ejemplo, Henri Baulig, tras describir con cierto detalle el credente

203 Vidal de la Blache, P. (1922): Principes de géographie humaine. Publiés d’apres les manuscrits de l’Auteur par E. de Martonne. Avertissement de E. de Martonne, París, Armand Colin, 2 “ ed., 1936, p. 5.

204 Cfr. Burguiére, A. (1979): «Histoire d’une histoire: la naissance des Annales», Annales. Economies, Sociétés. Civilisations, X X X IV , 6, pp. 1347-1359, p. 1355.

205 Cfr. Sautter, G.: Op. cit., pp. 248-249.

(

2. El pensamiento geográfico clásico 95

desmembramiento del saber geográfico, plantea la posibilidad de que ese saber — del que asegura que no puede considerarse como una denda «en d sentido habitual del término»— quede reduddo a «una derta manera de considerar las cosas» 206. En todo caso, puede afirmarse que, a pesar de sus indudables logros pardales, el pensamiento dásico, predominante­mente dirigido 'hacia la perspectiva regional o corológica, no consigue articular, en su conjunto, un proyecto de conocimiento geográfico episte­mológicamente consistente y dentíficamente satisfactorio.

206 Baulig, H. (1948): «La géographie est-elle une Science?», Annales de Géographie, LVII, 305, pp. 1-11, p. 10. (Artículo traduddo en este libro: cfr. H. Baulig: «¿Es una ciencia la geografía?».)

LAS TENDENCIAS ACTUALES DEL PENSAMIENTO GEOGRAFICO

Capítulo 3

El panorama configurado por las tendencias más recientes del pensa­miento geográfico es variado y complejo. En él se desenvuelven, junto a las trayectorias que sostienen y prolongan, con mejor o peor fortuna, los horizontes cognoscitivos de la geografía clásica, otros planteamientos que, además de criticar de diversos modos esos horizontes clásicos, pro­ponen nuevas coordenadas para delimitar el campo del conocimiento geo­gráfico. Esas renovadas y renovadoras líneas de entendimiento aparecen suscritas por las perspectivas analíticas y sus prolongaciones sistémicas, por los horizontes prioritariamente ocupados en el estudio de la percep­ción espacial *y del comportamiento geográfico, y, finalmente, por las di­versas tendencias inscritas en las coordenadas de la geografía radical. Manteniendo entre ellas frecuentes enfrentamientos críticos y también algunos puntos de contacto y de convergencia, esas grandes direcciones del pensamiento geográfico, con sus respectivas diversidades internas y sus derivaciones, definen, en efecto, los rasgos fundamentales del espectro de la racionalidad geográfica de los últimos años. Racionalidad geográ­fica que, como en otras ocasiones, mantiene evidentes — y significativos— contactos con los más amplios horizontes intelectuales y científicos que se perfilan en el espado cognoscitivo general de esos mismos momentos.

1. PERSPECTIVAS ANALITICAS Y SISTEMICAS DEL CONOCIMIENTO GEOGRAFICO

Entendimiento analítico de la racionalidad científica

Las sensibles transformaciones producidas en amplios sectores del co­nocimiento a partir de los años cincuenta — transformaciones que afec­tarían decisivamente al campo del conocimiento geográfico— han podido

96

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 97

ser valoradas como una verdadera «revolución científica» — «la más gran­diosa desde el nacimiento de la teoría atómica contemporánea», en opinión de Mario Bunge1— , posibilitada, según el mismo autor, por el acerca­miento profesional, durante la segunda guerra mundial, de diversos y, en principio, heterogéneos campos del saber. Lo cual conllevó una inter­penetración conceptual y metodológica que, fuertemente impulsada des­pués de la terminación del conflicto bélico, se traduciría en tina sustancial reformulación de los planteamientos cognoscitivos. Y esa reformulación se dirige fundamentalmente hacia el dominio de los conocimientos huma­nos y sociales: porque, en efecto, en el campo de las ciencias naturales el proceso, aunque también actuante, aparece en gran medida como cul­minación y consolidación de perspectivas cognoscitivas más tempranamente adoptadas.

Esos nuevos planteamientos tienden expresa y prioritariamente, en todo caso, a incorporar a los diferentes ámbitos del saber los criterios conceptuales y metodológicos utilizados por las ciencias físicas. Emerge así un proyecto de reformulación del conocimiento — reformulación re­suelta, ante todo, en términos lógicos y matemáticos— que, afectando medularmente al dominio de los conocimientos humanos y sociales, vuelve a considerar, como ya lo había hecho la racionalidad positivista decimo­nónica, el campo de las ciencias físicas como modelo indiscutible de todo saber que se pretenda rigurosa y coherentemente científico. El proceso de reformulación del conocimiento articulado a partir de los años cin­cuenta puede entenderse, por tanto, como un nuevo intento de uniformi- zación del saber — el método científico es uno e indivisible— que aparece ahora basado en la positividad lógica que se atribuye al discurso de las ciencias físicas. Positividad lógica que, exactamente expresada en los tér­minos del lenguaje matemático, debe presidir y caracterizar, sin ambigüe­dades, los distintos sectores del conocimiento dispuestos a acceder defini­tivamente a la cientificidad.

Es así la aplicación generalizada e indiscriminada del lenguaje mate­mático — y, por tanto, del lenguaje lógico— a los distintos campos del conocimiento lo que caracteriza fundamentalmente a los citados procesos de transformación actuantes desde los años cincuenta. El lenguaje mate­mático aparece, en consecuencia, como la exacta y privilegiada expresión de un razonamiento que, si quiere atenerse estrictamente a las exigencias de la cientificidad, debe permanecer expresamente inscrito en las coordena­das de un discurso lógico. De esa manera pueda conseguirse — y ésa es la pretensión que subyace en los replanteamientos a los que nos estamos refiriendo— una efectiva homogeneización metodológica del conocimiento, y de esa manera pueden elevarse las «ciencias no físicas», adoptando el estatuto lógico y matemático de la cientificidad, a una situación de igual­dad con las ciencias físicas. «Esta revolución en las ciencias no físicas

1 Bunge, M. (1972): Teoría y realidad. Traducción de J. L. García Molina yJ. Sempere, Barcelona, Ariel, 2.“ ed., 1975, p. 10.

(S

98 El pensamiento geográfico

— afirma, en ese sentido, Mario Bunge— no es pues sino la adopción del método científico monopolizado en otro tiempo por lá física. Ahora entre las diferentes ciencias positivas sólo hay diferencias de objeto, de técnicas especializadas y de estadios de evolución: desde 1950 son me­todológicamente uniformes» 2.

Para entender adecuadamente la caracterización de las coordenas cog­noscitivas asumidas por^Ios nuevos planteamientos — que en ocasiones cuentan, como veremos que sucede en el campo del conocimiento geográ­fico, con algunos importantes precedentes— , es necesario tener en cuenta, ante todo, el horizonte filosófico — y epistemplógico— en el que se en­cuentran enraizados. Porque sólo en relación con ese horizonte adquieren los nuevos planteamientos y, más concretamente, los nuevos planteamien­tos geográficos, como ya se ha expuesto en otra ocasión, toda su compleja y coherente significación3. Y las reformulaciones conceptuales y metodo­lógicas a que nos estamos refiriendo — que conllevan, claro está, una nítida redefinición del espacio epistemológico— aparecen estrechamente relacionadas con las concepciones procedentes de la perspectiva filosófica analítica.

Tendiendo a rechazar, en principio, los términos del discurso kantiano y hegeliano4, y procurando simultáneamente revalorizar el pensamiento de David Hume — «distinguido como clásico predilecto por los filósofos analíticos de los años treinta»5— , las primeras articulaciones coherentes de la perspectiva filosófica analítica se encuentran en los trabajos de autores como Bertrand Russell — quien adoptó desde principios de siglo la «filosofía del atomismo lógico»6, que impregnó profundamente «la etapa clásica del análisis filosófico» 7— , George Edward Moore y Ludwig Wittgenstein — autor del fundamental e influyente, aunque no siempre correctamente interpretado, Tractatus Logico-Philosopbicus8— , y en los escritos, individuales o colectivos, procedentes de los integrantes del Círcu­lo de Viena — formalmente consolidado en 1929, en tomo a la figura del físico y filósofo Moritz Schlick— y de la Sociedad de Filosofía Empí­rica de Berlín. Lo que nos interesa resaltar aquí de los planteamientos inscritos en las coordenadas filosóficas analíticas — planteamientos que,

2 Ibid., p. 11.3 Cfr. Ortega Cantero, N. (1981): «Geografía y lenguaje matemático», Andes de

Geografía de la Universidad Complutense, 1, pp. 59-70.4 Cfr., por ejemplo, Russell, B. (1959): La evolución de mi pensamiento filosófico.

Traducción de J. Novella Domingo, Madrid, Alianza (El Libro de Bolsillo, 605), 1976, pp. 55-65.

5 Muguerza J . (1974): «Esplendor y miseria del análisis filosófico», en La con­cepción analítica de la filosofía. Selección e introducción de J. Muguerza, Madrid, Alianza (Alianza Universidad, 79 y 80), 2 vols., 1974, vol. I, pp. 15-138, p. 24.

6 Cfr. Russell, B.: Op. cit., p. 9.7 Muguerza, J.: Op. cit., p. 68.8 Cfr. Wittgenstein, L. (1921): Tractatus Logico-Philosopbicus. Introducción de

B. Russell. Traducción de E. Tierno Galván, Madrid, Alianza (Alianza Universidad, 50), 1973.

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 99

incluyendo diversas tendencias neopositivistas y empiristas, resultan bas­tante más variados, dinámicos y autocríticos de lo que con frecuencia se supone— es su fundamental acuerdo sobre la importancia del lenguaje y de su análisis. Situados, como ha advertido Javier Muguerza, en un espacio intermedio entre el horizonte de la fenomenología y el horizonte del marxismo9, los planteamientos analíticos aparecen, ante todo, común­mente caracterizados por su intención de analizar rigurosa y clarificado­ramente — los procesos de esclarecimiento analítico son fundamentales en esta perspectiva— las diversas modalidades del- lenguaje. «El objeto de la filosofía — afirma 'Wittgenstein— es la aclaración lógica del pensa­miento» 10. «El único método de la filosofía — advierte, por su parte, Rudolf Carnap— es el método de la sintaxis lógica; es decir, el análisis de la estructura formal del lenguaje como sistema de rfeglas» “ .

Estas consideraciones remiten — adquiriendo así sentido— a la afir­mación de una íntima interpenetración, que el propio Wittgenstein expone ejemplarmente12, entre lógica y lenguaje, y, profundizando algo más, entre lógica, lenguaje y mundo. Porque, como señala Alfredo Deaño, «en el fondo del lenguaje está la lógica» y «el lenguaje es lógico, aunque no lo parez­ca» 13. Y para detectar esa interpenetración profunda, no aparente, se plantea el análisis: «El análisis lógico nos permite restaurar — en el sen­tido que este verbo ha adquirido entre quienes tienen que ver con la pintura— el lenguaje» 14. Además, lenguaje y mundo muestran, según el pensamiento wittgensteiniano, una común «estructura lógica» u. Con lo que — y de ahí la fundamental importancia del lenguaje y de su análisis— el lenguaje, lógicamente «restaurado», no hace sino reproducir la estruc­tura lógica del mundo. «Decir "forma lógica” es, pues, decir "forma lin­güística” y "forma de la realidad”. El lenguaje y el mundo están ensartados en la lógica» 16.

La decidida preocupación por los problemas del lenguaje manifestada por la perspectiva filosófica analítica se dirigió preferentemente hacia el dominio del lenguaje científico. Hecho que no resulta extraño si tenemos en cuenta, además del evidente interés intrínseco del análisis de la es­tructura lógica de ese lenguaje artificial, que muchos de los autores vincu­lados al horizonte analítico se encontraban inscritos en las coordenadas del conocimiento físico y matemático: si Bertrand Russell se dedicó tem­pranamente, junto a Alfred North Whitehead, a investigar la estructu­

9 Cfr. Muguerza, J.: Op. cit., pp. 29-30.10 Wittgenstein, L.: Op. cit., p. 85.11 Carnap, R. (1935): «Filosofía y sintaxis lógica». Traducción de C. Solís, en

La concepción analítica de la filosofía, op. cit., vol. 1, pp. 294-337, p. 335.12 Cfr. Wittgenstein, L.: Op. cit., especialmente pp. 69-167.13 Deaño, A. (1980): Las concepciones de la lógica. Edición al cuidado de J. Mu­

guerza y C. Solís, Madrid, Taurus, p. 92. El subrayado es del autor.14 Ibid., p. 92. El subrayado es del autor.15 Wittgenstein, L.: Op. cit., p. 73.16 Deafío, A.: Op. cit., p. 93.

100 £1 pensamiento geográfico

ración lógica del razonamiento matemático11, el propio Wittgenstein «fue un ingeniero con concienzudos conocimientos de física»18, y en la pers­pectiva de los planteamientos analíticos coincidieron científicos como Mo- ritz Schlick, discípulo de Max Planck y directamente relacionado con Albert Einstein y con David Hilbert, Philippe Frank, catedrático de física teórica en la Universidad de Praga y amigo y biógrafo de Einstein, el matemático Hans Hahn o el físico Hans Reichenbach19.

Y conviene señalar, en relación con lo anterior, que fue precisamente en el campo de la ciencia física en el que se plantearon en primer lugar de forma positiva y rigurosa las líneas de crítica del lenguaje convencio­nalmente establecido y de estructuración lógica de un nuevo lenguaje científico. En efecto, los decisivos trabajos teóricos de Heinrich Hertz y. de Ludwig Boltzmann — opuestos al empirismo machiano e iniciadores de un nuevo planteamiento que afirma que las estructuras conceptuales de la ciencia física no son más que representaciones o modelos matemáticos lógicamente controlables20— fundamentan sólidamente, como han demos­trado Alian Janik y Stephen Toulmin, la argumentación lógico-filosófica wittgensteiniana21, notablemente influyente, a su vez, en posteriores ela­boraciones. La ciencia física demostraba claramente, en suma, que la exacta determinación de la naturaleza y de los límites del lenguaje científico re­sultaba imprescindible para definir el espacio de posibilidades teóricas en el que puede desenvolverse, con garantías de representatividad, la teoría considerada — señalando así «de qué manera el alcance de cualquier re­presentación teórica puede ser mostrado desde dentro»22— , y, en relación con ello, para proporcionar una estructura lógica al dominio cognoscible de referencia.

Esta perspectiva, tan innovadora como definitoria de los planteamien­tos de la actual física teórica, es la que subyace consecuentemente en las formulaciones -wittgensteinianas, y la que, en general, demuestra la per­tinencia — y la inexcusabilidad— del análisis lógico del lenguaje científico. Si, como advierte Wittgenstein, «las proposiciones de la lógica son tauto­logías» y, por tanto, «no dicen nada» — «son proposiciones analíticas»— , «el hecho de que las proposiciones de la lógica sean tautologías muestra las propiedades formales — lógicas— del lenguaje, del mundo»23. Y por ello la lógica articula y define intrínsecamente, como habían sugerido

17 Cfr. Whitehead, A. N., Russell, B. (1910-1913): Principia Mathematica, Cam­bridge, Cambridge University Press, 3 vols.

18 Janik, A., Toulmin, S. (1973): La Viena i e Wittgenstein. Traducción de I. Gó­mez de Liaño, Madrid, Taurus, 1974, p. 33.

15 Cfr. Kraft, V. (1950): El Círculo de Viena. Traducción de F. Grada, Madrid, Taurus, 2." ed., 1977, pp. 11-21.

20 Cfr. Heisenberg, W. (1955): La imagen de la naturaleza en la física actual. Traducción de G. Ferraté, Barcelona, etc., Ariel, 2* ed., 1976, pp. 127-131; Janik, A., Toulmin, S.: Op. cit., pp. 166-184.

21 Cfr. Janik, A., Toulmin, S.: Op. cit., pp. 183 y 211-254.22 Ibid., p. 183.23 Wittgenstein, L.: Op. cit., pp. 169 y 171. El subrayado es del autor.

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 101

convincentemente los planteamientos físicos de Hertz y Boltzmann, el al­cance del lenguaje científico: porque la función de las proposiciones lógicas «no es decir algo, sino mostrar los trazos del marco dentro del cual —y sólo dentro del cual— puede ser dicho todo» M. La delimitación lógica del lenguaje científico es, en consecuencia, la primera y fundamental ope­ración que debe efectuarse para determinar rigurosamente las coordenadas definitorias del propio conocimiento científico: porque es esa delimitación lógica la que permite, en efecto, definir coherentemente el campo de lo que puede decirse — y excluir el dominio de lo que no puede decirse— en términos estrictamente científicos.

No parece casual, teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, que el lenguaje científico se sitúe en el núcleo central de las preocupa­ciones de la filosofía analítica de la ciencia y de la propia perspectiva científica analítica. La constitución de un verdadero conocimiento cien­tífico supone necesariamente la articulación de un lenguaje científico capaz de asegurar tanto la lógica interna del razonamiento — toda ciencia debe ser, ante todo, «un sistema lógico de pensar», como afirma Einstein25— como la conexión lógica entre ese razonamiento y el orden atribuible,

i de una u otra forma, a los hechos de la experiencia. Además, para garan­tizar unas posibilidades de expresión y de comunicación — dentro de cada campo científico y entre los diversos campos científicos— exacta­mente definidas e inequívocas, el lenguaje científico debe cumplir otros dos requisitos. En primer lugar, debe ser intersubjetivo: debe constituir un sistema común de codificación — signos y reglas— con capacidades de designación invariables. En segundo lugar, debe ser universal: debe aparecer como un sistema conceptual — un sistema lógico— en el que pueda expresarse cualquier hecho científicamente cognoscible36.

El lenguaje que puede cumplir de forma más acabada las condicionesI señaladas, permitiendo la articulación de la metodología hipotético-deduo-i tiva necesaria para el funcionamiento de la ciencia como sistema lógico

— el propio Wittgenstein había negado explícitamente el carácter lógico de «la llamada ley de inducción» 27— , es precisamente el lenguaje mate­mático. Porque, como advierte Rudolf Carnap, «los principales procedi-

i mientos teóricos en ciencia — esto es, comprobar una teoría, proporcionaruna explicación para un hecho conocido y predecir un hecho desconocido— traen consigo como componentes esenciales deducción y cálculo; en otras palabras, la aplicación de la lógica y de las matemáticas»28. Y, por su parte, Hans Reichenbach se expresa de manera similar: «Lo que dio

24 Deaño, A.: Op. cit., p. 90. El subrayado es del autor.25 Einstein, A. (1936): «La física y la realidad», en Einstein, A. (1950): De mis

últimos años. Traducción de A. del Hoyo, México, Aguilar, 2* ed., 1969, pp. 68-106, p. 105.

26 Cfr. Kraft, V.: Op. cit., pp. 177-180.27 Wittgenstein, L.: Op. cit., p. 187.28 Carnap, R. (1939): Fundamentos de lógica y matemáticas. Traducción de M. de

Mora Charles, Madrid, Taller de Ediciones Josefina Betancor, 1975, p. 13.

(!

102 El pensamiento geográfico

poder a la ciencia moderna fue la invención del método bipotético-deduc- tivo, el método que construye una explicación en forma de hipótesis ma­temática de la que se deducen los hechos observados»29. Es, por tanto, la aplicación del razonamiento lógico y matemático lo que fundamenta la legitimidad teórica de un pensamiento científico que, consecuentemente, encuentra en la metodología hipotético-deductiva — que permite realizar «pruebas formales, en l s cuales se establece que las conclusiones a las cuales se llega son formalmente válidas» 30— el instrumento más adecuado para mantener la coherencia de sus articulaciones.

Porque, como advertiría expresamente Einstein, después de haber afir­mado que el conocimiento científico pretende conseguir «una unidad lógica en la imagen del mundo», puede apreciarse claramente «cuán grande es el error de aquellos teorizantes que creen que la teoría procede in­ductivamente de la experiencia»31, error del que ni siquiera pudo librarse «el gran Newton» — cuyos planteamientos impregnaron decisivamente, co­mo vimos, la racionalidad científica decimonónica— , quien solía rechazar abiertamente — «hypotheses non fingo»— la teorización desvinculada de la experiencia32. Pero la nueva física teórica se encargaría también de demostrar resueltamente la necesidad lógica — y epistemológica— del ar­gumento hipotético-deductivo: «No existe ningún método inductivo — afir­ma el propio Einstein— que conduzca a los conceptos fundamentales de la física. El fracaso en comprender este hecho constituye el error filosófico básico de tantos investigadores del siglo xix. ( .. .) El pensamiento lógico es necesariamente deductivo; se basa en conceptos hipotéticos y axiomas» 33.

Las consideraciones anteriores pueden ayudar a delimitar las caracte­rísticas definitorias del entendimiento analítico de la racionalidad cientí­fica que, tras haberse desarrollado particularmente en el dominio de la ciencia física, se extendió, de forma relativamente generalizada e intensa, a otros campos del conocimiento — y, entre ellos, al campo del conoci­miento geográfico— a partir de los años cincuenta. Y en ese entendi­miento el papel desempeñado por el lenguaje matemático — modalidad altamente desarrollada y formalizada de lenguaje lógico— es, como hemos señalado, decisivo y definitorio. El lenguaje matemático aparece, en suma, como el nuevo soporte y el nuevo eje vertebrador de una cientificidad que, resueltamente apoyada en la metodología hipotético-deductiva — me­todología que responde a la necesidad, recordada también por Bertrand Russell, de «buscar un principio distinto al de la inducción si hemos de

29 Reichenbach, H. (1951): La filosofía científica. Traducción de H. Flores Sán­chez, México, Fondo de Cultura Económica, 2 * ed., 1967, p. 111. El subrayado es del autor.

30 Ferrater Mora, J. (1941): Diccionario de filosofía, Madrid, Alianza Editorial, 6* ed., 4 vols., 1979, vol. 1, p. 725.

31 Einstein, A.: Op. cit., pp. 72 y 81.32 Cfr. Ibid., p. 81.33 Ibid., p. 87.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 103

aceptar los amplios esquemas de la ciencia»34— , condice fundamental­mente con el pensamiento wittgensteiniano sobre la capacidad del lenguaje matemático para representar la lógica del mundo: «la lógica del mundo, que en las proposiciones de la lógica aparece en tautologías, aparece en matemáticas en ecuaciones»35.

Delimitación del proyecto analítico del conocimiento geográfico

Las tendencias analíticas o lógico-matemáticas del conocimiento geo­gráfico definitivamente articuladas a partir de los años cincuenta — y ha­bitualmente denominadas, con cierta impropiedad, cuantitativas— incor­poran escrupulosameñte, como demuestran sus escritos definitorios, los planteamientos generales — epistemológicos, conceptuales y metodológi­cos— anteriormente expuestos. Pero conviene advertir, ante todo, que la penetración del horizonte analítico en el campo del conocimiento geográ­fico, aun siendo un proceso que fundamentalmente se resuelve a partir de los años cincuenta, remite, sin embargo, a una dinámica algo más di­latada y que manifiesta ciertas diferencias dignas de ser tenidas en cuenta entre la trayectoria seguida por las perspectivas dirigidas, de forma pre­ferentemente especializada, al dominio de la geografía física, y las que, por el contrario, pretenden atender, de manera aislada o, más frecuente­mente, dentro de unas coordenadas regionales o corológicas supuestamente integradoras, al estudio de los aspectos humanos.

Reproduciendo, en cierto modo, las respectivas direcciones seguidas, desde finales del siglo xix, por las ciencias naturales — más próximas y permeables respecto a las formulaciones analíticas— y por los conoci­mientos humanos y sociales ■—en los que, en general, aparece un sensible paréntesis, cubierto en gran medida por las concepciones de signo funcio­nalista y sus prolongaciones más o menos directas, que tiende a retardar la aceptación de esas formulaciones analíticas'— , dentro del campo del conocimiento geográfico, internamente heterogéneo y relacionado con am­bos dominios del saber, se produce una dinámica diferenciada que se traduce en una más fácil y temprana incidencia de la cientificidad analítica en las perspectivas generales o sistemáticas expresamente dedicadas al cul­tivo de la geografía física. Y esa incidencia más fácil y temprana se puede detectar tanto en el terreno de la geomorfología, donde, sobre todo en el ámbito anglosajón, las propuestas teóricas y las formulaciones metodo­lógicas deductivas de Davis tendían a facilitar, al margen de lá aceptación o el rechazo de su modelo interpretativo concreto, el desarrollo de tra­yectorias analíticas — trayectorias que, a pesar de su carácter minoritario y de su limitada influencia inmediata36, aparecen explicitadas en varios

34 Russell, B.: Op. cit., p. 13.35 Wittgenstein, L.: Op. cit., p. 183.36 Cfr. Burton, I. (1963): «The Quantitative Revolution and Theoretical Geogra­

phy», en Davies, W. K. D., Ed. (1972): The Conceptual Revolution in Geography,

(f

trabajos, entre los que se encuentra el muy temprano de G. K. Gilbert ^¡ que fundamentarían la posterior e influyente adscripción expresamente analítica, ya en 1950, de Arthur N. Strahlerposteriorm ente prolongada y profundizada en numerosos trabajos específicamente dedicados al análisis espacial en el dominio de la geomorfología39— , como en el terreno de la climatología, donde los planteamientos analíticos no hacen sino res­ponder naturalmente y sin dificultades a las necesidades inherentes, y ape­nas discutidas, de ese sector del conocimiento geográfico.

Por el contrario, dentro de las perspectivas del conocimiento geográ­fico que pretenden expresamente afrontar el»estudio de los aspectos hu­manos, la incorporación del horizonte analítico es algo más difícil y tardía. Tanto la decidida hegemonía mantenida en este caso por las concepciones clásicas de signo regional o corológico, como la generalizada impregnación historicista y la ambigua actitud en el tratamiento de la causalidad de esas perspectivas, no hicieron sino dificultar y retardar sensiblemente la penetración de los planteamientos analíticos. Contando, a pesar de todo, con algunos precedentes aislados — entre los que destaca el de Walter Christaller40— , la reformulación analítica del conocimiento geográfico re­ferente al dominio de lo humano resulta, en consecuencia, algo más difi­cultosa y tardía que en las parcelas de ese conocimiento específicamente dedicadas al estudio de lo físico: porque, como advierte Ian Burton, «la lucha más dura para la aceptación de los métodos cuantitativos se ha planteado con mucho en la geografía económica y humana» 41.' Si la irrup­ción generalizada y definitiva de esos métodos se produce, en todo caso, a partir de los años cincuenta, ello no debe ocultar que, sin embargo, esa irrupción se inscribe en trayectorias internas del conocimiento geográ­fico que manifiestan algunas diferencias, y esas diferencias remiten tanto a su desenvolvimiento anterior como a la mayor o menor proximidad epistemológica que, en principio, muestran esas trayectorias respecto al horizonte de la cientificidad analítica.

Teniendo en cuenta las consideraciones y las matizaciones precedentes, podemos pasar a delimitar las características definitorias de las perspec­tivas analíticas del conocimiento geográfico. Las transformaciones concep-

Londres, University of London Press, pp. 140-156, pp. 144-145. (Artículo traduddo en este libro: cfr. I. Burton: «La revolución cuantitativa y la geografía teórica».)

37 Cfr. Gilbert, G. K. (1914): The Transportation o f Debris by Running Water, Washington, G. P. O., U. S. Geographical Survey, Professional Paper N.° 86.

38 Cfr. Stralher, A. N. (1950): «Davis’s Concepts of Slope Development Viewed in the Light of Recent Quantitative Investigations», Annals o f the Association of American Geographers, XL, pp. 209-213.

39 Cfr., por ejemplo, Chorley, R. J., Ed. (1972): Spatial Análysis in Geomor­phology, Londres, Methuen.

40 Cfr. Christaller, W. (1933): Die zentralen Orte in Süddeutschland. Eine óko- nomischgeographische üntersucbung über die Gesetzmdssigkeit der Verbreitung und Entwicklung der Siedlungen mit stadtischen Vunktionen, Jena, Gustav Fischer. (Obra parcialmente tradudda en este libro: cfr. W. Christaller: «Los lugares centrales del sur de Alemania: introducdón».)

41 Burton, I.: Op. cit., p. 145.

104 El pensamiento geográfico3. Las tendendas actuales del pensamiento geográfico 105

tuales y metodológicas que caracterizan la denominada «revolución cuan­titativa» en el campo del conocimiento geográfico son, como afirma Ian Burton, «un proceso compartido por muchas otras disciplinas en las que se ha desterrado un orden establecido mediante una rápida conversión a un enfoque matemático»42. Y la interpretación que el mismo autor plantea sobre el sentido de esas transformaciones en el campo del cono­cimiento geográfico se encuentra directamente conectada con las ya co­mentadas pretensiones de las reformulaciones analíticas: «el movimiento hacia la cuantificación» es «una parte de la expansión y crecimiento ge­neral del análisis científico en un mundo anteriormente dominado por el interés hacia lo excepcional y lo único»43. Lo que se manifestaba era, en suma, la «necesidad genuina de hacer a la geografía más científica» y el «interés por desarrollar un cuerpo teórico»44.

Por ello las nuevas perspectivas geográficas analíticas conllevaban una severa crítica y un expreso rechazo de los planteamientos, predominante­mente regionales o corológicos, de la geografía clásica precedente. Ya Walter Christaller había advertido, en su fundamental y temprano trabajo sobre los lugares centrales de la Alemania meridional, la incapacidad de las interpretaciones clásicas para responder correctamente a los problemas de la localización espacial: siguiendo la línea de investigación abierta por autores como Johann Heinrich von Thünen4S, Alfred W eber46 y Oskar Englander 47, y afirmando desde el principio que en la distribución espacial de los núcleos de población «tiene que prevalecer algún principio orde­nador que hasta ahora no hemos podido reconocer» * , el discurso christa- lleriano confirma, en efecto, que la explicación de las regularidades espa­ciales — de la lógica espacial— no puede encontrarse ni en las condiciones naturales existentes, ni en los desarrollos históricos actuantes, ni, por úl­timo, en la mera argumentación estadística49. Todos esos aspectos, a los que el pensamiento geográfico clásico había atribuido una indudable ca­pacidad explicativa, resultan, en opinión de Christaller, explicativamente inútiles, y por ello es necesario reformular, en términos fundamentalmente teóricos, una perspectiva geográfica capaz de ahalizar rigurosamente, con criterios de estricta cientificidad lógica, las leyes articuladoras del orden espacial investigado. Porque es el análisis de las regularidades, de las leyes, del orden del mundo cognoscible lo que debe caracterizar defini-

« Ibid., p. 140.43 Ibid., p. 141.44 Ibid., p. 147.45 Cfr. Thünen, J . H. von (1826): Der isolierte Staat in Beziehung auf Land-

wirtschaft und Nationaldkonomie, Hamburgo, Perthes.46 Cfr. Weber, A. (1909): Uber den Standort der Industrien. I Teil. Reine Theorie

des Standorts, Tübingen.47 Cfr. Englander, O. (1924): Theorie des Güterverkehrs und der Frachtsatze,

Jena; Englander, O. (1929): Theorie der Volkswirtschaft. I Teil. Preisbildung und Preisaufbau, Viena.

48 Christaller, W.: Op. cit., p. 11.49 Cfr. Ibid., pp. 13-14.

(l

toriamente — al igual que sucede en cualquier otro campo científico— el horizonte epistemológico de la cientificidad geográfica.

La línea de crítica del pensamiento geográfico clásico se encuentra asimismo explicitada, por referirnos a otro ejemplo tan significativo como influyente, en el trabajo que Fred K. Schaefer dedicó a discutir metodo­lógicamente la perspectiva geográfica «excepdonalista» 50. Denunciando lo que el autor denomina «el espíritu anticientífico del historicismo» 51, y cri­ticando ampliamente las propuestas epistemológicas y metodológicas de los planteamientos clásicos de signo regional —científicamente irresolubles, tanto por su carácter predominantemente idiográfico como por su im­pregnación holista y gestaltista— , el pensamiento schaeferiano defiende abiertamente la concepción analítica del conocimiento geográfico y, en relación con ello, la necesidad de clarificar y delimitar lógicamente el lenguaje — ante todo, el lenguaje cartográfico— que puede permitir llevar a cabo las operaciones simbólicas requeridas por el análisis espacial52. De un análisis espacial que debe responder indiscutiblemente a las finali­dades generalizadoras y sistemáticas — y negadoras, por tanto, de la su­puesta «singularidad del material geográfico» 53— que caracterizan a todo conocimiento rigurosamente científico: porque «lo que verdaderamente hacen los científicos» no es sino aplicar «para cada caso concreto junta­mente todas las leyes que conciernen a aquellas variables que consideran más importantes», y «las reglas por las cuales estas leyes se combinan, reflejando lo que se denomina la interacción de las variables, se encuentran entre las regularidades que la ciencia trata de explicar» 54.

Tanto William Bunge como David Harvey ofrecen también, por su parte, ejemplos bastante elocuentes del discurso crítico dedicado por el pensamiento analítico a la geografía clásica55. Ambos discuten, en tér­minos parecidos a los propuestos por Schaefer, la supuesta unicidad o sin­gularidad de los objetos cognoscitivos geográficos que, siguiendo la pers­pectiva kantiana y hettneriana, aparece asumida en las formulaciones de Richard Hartshorne. Además, la detenida crítica de la «tesis kantiana» planteada por Harvey se ocupa también de revisar el entendimiento en términos absolutos del espacio que, implícitamente incluido en esa tesis, se encuentra decididamente presente en las articulaciones del pensamiento

106 El pensamiento geográfico

50 Cfr. Schaefer, F. K. (1953): Excepcionalismo en geografía. Traducción y estudio introductorio por H. Capel Sáez, Barcelona, Universidad de Barcelona, 2.* ed., 1974.

si Ibid., p. 58.52 Cfr. Ibid., especialmente pp. 74-76.

. * Ibid., p. 59.54 Ibid., p. 61. El subrayado es del autor.55 Cfr. Bunge, W. (1962): Theoretical Geography, Lund, The Royal University

of Lund (Lund Studies in Geography. Ser. C. General and Mathematical Geography, 1),C. W. K. Gleerup Publishers, especialmente pp. 5-13. (Obra parcialmente traducida en este libro: cfr. W. Bunge: «Geografía teórica. Una metodología geográfica»); Harvey, D. (1969): Explanadon in Geography, Londres, Edward Arnold, especial­mente pp. 69-78. (Obra parcialmente traducida en este libro: cfr. D. Harvey: «La ex­plicación en geografía. Algunos problemas generales».)

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 107

geográfico clásico56. Porque, remitiendo en último extremó a la definición euclidiana del espacio geométrico — definición asimismo subyacente en las concepciones espaciales absolutas de la física que fueron precisamente cri­ticadas por el pensamiento einsteiniano57— , la noción de espacio absoluto aparece, en efecto, claramente asumida por los planteamientos geográficos clásicos. Y ésa noción de espacio absoluto, que supone la aceptación de que las características geométricas y espaciales son independientes de la naturaleza de los objetos cuyas posiciones consideraS!, es la que subyace, como advierte Harvey, en las argumentaciones convencionales — particu­larmente potenciadas por la perspectiva regional o corológica—- sobre la unicidad de los objetos de conocimiento geográfico: «del hecho de aceptar un espacio absoluto se deriva que las localizaciones son únicas» S9.

Este tipo de planteamiento — al que se une además la frecuente con­fusión entre localizaciones y propiedades manifestada por las formula­ciones clásicas— debe ser sustituido, de acuerdo con las proposiciones de Harvey, por una nueva perspectiva cognoscitiva apoyada, al igual que sucede en otros campos del conocimiento científico, en un entendimientq relativo del espacio. Y si en un sistema de coordenadas determinado es posible hablar de localizaciones singulares, la concepción relativa del es­pacio pone en entredicho esa posibilidad al postular «un número infinito de posibles sistemas de coordenadas»: porque ese postulado, que plantea ahora la doble necesidad de acudir al concepto matemático de transfor­mación y de reformular las relaciones entre geografía y geometría, conlleva la negación del supuesto de la singularidad, en la medida en que, por ejemplo, resulta «posible transformar un mapa en otro de forma que las localizaciones proyectadas no sean únicas» ®. Los términos del proyecto cognoscitivo geográfico se modifican así sustancialmente: el rechazo del entendimiento absoluto del espacio y su sustitución por una nueva con­cepción espacial relativa plantea en cada caso el problema fundamental — y no eludido por el conocimiento geográfico analítico— de «identificar el sistema de coordenadas más apropiado para un fin geográfico dado»61, identificación que, por lo demás, sólo puede resolverse correctamente en el marco lógico definido por una verdadera teoría científica de la geo­grafía62. La crítica de las concepciones clásicas se enlaza así coherente­mente con la afirmación, reiteradamente argumentada por el discurso ana­lítico, de la necesidad de llevar a cabo una reformulación estrictamente científica — y capaz de dar lógica respuesta a las dificultades y a' los errores hasta entonces existentes— del horizonte cognoscitivo geográfico.

56 Cfr. .Harvey, D.: Op. cit., especialmente pp. 72-74.57 Cfr. Einstein, A.: Op. cit., pp. 76-77.58 Cfr. Ibid., pp. 76-77; Harvey, D.: Op. cit., p. 72.59 Harvey, D.: Op. cit., p. 73.« Ibid., p. 73.« Ibid., p. 73.62 Cfr. Ibid., pp. 73-75.

(

f

108 El pensamiento geográfico

Las perspectivas geográficas analíticas no eludan en afirmar que el '.método científico — «común a todas las ciencias»63— debe y puede ser aplicado en su dominio cognoscitivo. Según las consideraciones planteadas en este sentido por William Bunge, ni el problema de «la función de la descripción en geografía» — la descripción es científica y, además, no hay razón para considerarla la «más geográfica» de las diversas opera­ciones que configuran el conocimiento geográfico— , ni el problema de «la posibilidad de predicción de los fenómenos geográficos» — posibilidad existente siempre que la geografía renuncie a los anticientíficos presupues­tos de la «unicidad» y adopte el generalismo inherente a toda perspectiva científica— , constituyen obstáculos reales para esa aplicación64. Y, por otra parte, David Harvey, después de señalar que los problemas existentes en la aplicación del método científico a la geografía son de la misma clase, aunque puedan mostrar diferente grado, que los planteados en otros cam­pos del conocimiento ®, afirma resueltamente que «no existe ninguna razón lógica para suponer que la teoría no pueda desarrollarse en la geografía o que la totalidad de los métodos empleados en la explicación científica no puedan ser utilizados en los problemas geográficos»

De acuerdo con estos planteamientos, la reformulación analítica del conocimiento geográfico debe basarse, al igual que sucede en otros cam­pos del conocimiento, en la estricta aplicación, en su dominio específico, de los criterios que definen la caracterización del método científico. La gran importancia concedida al razonamiento teórico — la teoría, a la vez punto de partida y culminación del método científico, constituye «la matriz de toda la ciencia» 67— es buena prueba de la aplicación de esos criterios. Por ello la perspectiva analítica «se aparta — como advierte expresamente Christaller— del procedimiento habitual en la investigación geográfica» 68. Porque es la «teoría general, puramente deductiva», la que, impregnando definitoriamente todo el proceder analítico, debe anteponerse a cualquier otro tipo de actuación cognoscitiva: «es necesario desarrollar los con­ceptos imprescindibles para la posterior descripción y análisis de la rea­lidad»69. Y esa fundamental actuación del razonamiento teórico se desen­vuelve siempre — de acuerdo con los requisitos exigidos, como vimos, a todo lenguaje científico— en unas coordenadas estrictamente lógicas que definen — y definen desde dentro— la propia validez de las estructuras conceptuales planteadas. Como advierte explícitamente Christaller, resu­miendo modédicamente el entendimiento analítico de la cientificidad, «la teoría tiene una validez independiente de la realidad concreta, una validez

63 Abler, R., Adams, J . S., Gould, P. (1971): Spatial Organiza!.ton. The Geogra- pher's View of the World, Londres, Prentice-Hall International, 1972, p. 54.

64 Cfr. Bunge, W.: Op. cit., pp. 5-13.65 Cfr. Harvey, D.: Op. cit., p. 68.“ Ibid., p. 77.67 Abler, R., Adams, J . S., Gould, P.: Op. cit., p. 45.68 Christaller, W.: Op. cit., p. 15.® Ibid., p. 15.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 109

basada en su lógica y coherencia internas. Confrontando después la teoría con la realidad, podremos saber, en primer lugar, hasta qué punto la realidad corresponde a la teoría y se explica mediante ésta, y, en segundo lugar, qué aspectos de la realidad no coinciden con la teoría y no pueden, por tanto, ser explicados por ella. Estos hechos no explicados pueden entonces ser aclarados con el método histórico y geográfico. Se trata, en efecto, de "resistencias” particulares históricas y naturales de hechos que obligan a desviaciones de la teoría;' no tienen nada que ver con la teoría en sí, y, por lo tanto, no pueden en absoluto ser aducidos como prueba contra el acierto de la teoría» 70.

La teoría aparece, en conclusión, como verdadero núcleo articulador del discurso geográfico: y Harvey señala, además, que es precisamente en el desarrollo teórico donde puede encontrarse la clave para «la iden­tificación de la geografía como un campo independiente de estudio» 7l. Pero el desarrollo del núcleo teórico articulador del conocimiento .geográ­fico es una empresa tan lógicamente necesaria como intelectualmente com­pleja: como ya advirtió Ian Burton — y su advertencia permite aclarar la diferencia entre el proyecto analítico, con toda su arriesgada y dinámica envergadura teórica, y el mero «cuantitativismo» parasitariamente inscrito en la periferia instrumental de ese proyecto— , «mientras que el uso de métodos cuantitativos es una técnica que puede ser estudiada por la ma­yoría, pocos parecen tener la capacidad de discernimiento intelectual que conduce a nuevas teorías» u .

La aplicación del método científico, con sus fundamentales dimensio­nes teóricas y deductivas — dimensiones opuestas, por tanto, al razona­miento inductivo generalizado anteriormente y que configura, como re­cuerda Harvey, «un camino bastante débil para la formación de enunciados generales válidos que puedan funcionar como leyes totalizadoras» 73— , al campo del conocimiento geográfico supone, en suma, articular ese cono­cimiento como un sistema lógico. De ahí la decisiva importancia que, en estricta consonancia con las perspectivas científicas generales anteriormente expuestas, concede el pensamiento geográfico analítico al lenguaje ma­temático. La incorporación del lenguaje matemático — que no debe con­fundirse con la mera proliferación del instrumental cuantitativo-— supone la asunción de un lenguaje que aparece como un sistema lógico clarificador y coherente que permite tanto establecer sucesivamente las conexiones lógicas articuladoras de los enunciados y de las proposiciones con las di­mensiones factuales consideradas como, en relación con ello, garantizar en cada momento el propio ajuste lógico interno del razonamiento cien­tífico. Este complejo y riguroso entendimiento del papel representado por el lenguaje matemático en el campo del conocimiento geográfico es el que permite valorar debidamente las verdaderas dimensiones, frecuentemente

7° Ibid., p. 16.71 Harvey, D.: Op. cit., p. 78.72 Burton, I.: Op. cit., p. 151.73 Harvey, D.: Op. cit., pp. 78-79.

c4 l

110 El pensamiento geográfico

distorsionadas o trivializadas, del proyecto de matematización de ese co­nocimiento.

Porque la incorporación del lenguaje matemático es una consecuencia inexcusable de la cientificidad asumida. «Dada la necesidad de cumplir los rigurosos dictados del método dentífico — escribe, por ejemplo, Bur­ton— , la necesidad de desarrollar la teoría, y de probar la teoría con predicciones, las matemáticas son el mejor instrumento a nuestra dispo­sición para ese propósito»74. Y , por su parte, Bunge expone ejemplar­mente la importanda del lenguaje matemático — lenguaje altamente for­malizado— como garantía de la claridad científica: «La daridad se alcanza cuando una teoría se presenta en forma matemática, ya que la forma ma­temática asegura la transparencia y la ausencia de contradicción. El lenguaje tiene una estructura lógica y puede suministrar una trama para enun­ciados sobre hechos sensibles. Sin embargo, una teoría verbalizada tiende a la transparencia incompleta y a no estar totalmente exenta de la posi­bilidad de contradicción. Así, la denciá, en su búsqueda de la daridad, se ve obligada en último extremo a utilizar formas matemáticas»7S. Si, como afirma el mismo autor, la ciencia se articula a través de «una con­tinua interacción entre lógica, teoría y hechos» 76, lo que asegura rigurosa y coherentemente esa articulación es precisamente el lenguaje matemático.

La situación central del lenguaje matemático en la concepción analítica del conocimiento geográfico — centralidad epistemológicamente inevita­ble— se explica por su condición de «soporte lógico»77 del razonamiento dentífico. Con sus fundamentales capacidades de formalización y de de­sarrollo lógico de las estructuras teóricas y conceptuales — André Dauphiné se ha referido, por ejemplo, a la favorable influencia del razonamiento matemático sobre la articulación teórica y la definición conceptual del conocimiento geográfico78— , el lenguaje matemático se encuentra, en efec­to, en el lugar central de la cientificidad geográfica buscada por las ten­dencias analíticas. Y esas tendencias aparecen, en relación con lo anterior, apoyadas en procesos de razonamiento analógico que posibilitan, como expone Richard J. Chorley, la elaboración de modelos — representaciones ideales— que, internamente articulados en términos lógicos, se inscriben — y cobran su exacto sentido— i en una perspectiva metodológica dirigida «hacia la construcdón de teorías» 79. Y son precisamente los modelos teó-

74 Burton, I.: Op. cit., p. 148.75 Bunge, W .: Op. cit., p. 2.» Ibid., p. 7.77 Racine, J7 B., Reymond, H. (1973): L ’analyse quantitative en géographie, París,

Presses Universitaires de France, p. 10.78 Cfr. Dauphiné, A. (1978): «Mathématiques et concepts en géographie», en

Géopoint 78. Concepts et construits dans la géographie contemporaine, Avignon, Groupe Dupont. Centre Littéraire Universitaire, pp. 7-24, especialmente pp. 7-11 y 16-21. (Artículo traducido en este libro: cfr. A. Dauphiné: «Matemáticas y conceptos en geografía».) .

79 Chorley, R. J . (1964): «Geography and Analogue Theory», en Davies, w. K. D., Ed.: Op. cit., pp. 186-200, p. 188.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 111

ricos — modelos que pueden ser formalizados en términos matemáticos y que permiten, como advierte Jean-Bernard Racine, «simular lógicamente la realidad»80— los que configuran un instrumento particularmente idóneo y fecundo para acceder secuendalmente, induyendo los importantes y com­plejos procesos finales de confrontación y de verificadón de las condu- siones81, a la formuladón de teorías adecuadamente explicativas. El uni­verso lógico de los modelos, que induye variadas funciones intelectivas82 y diversos tipos de presentación y de representación83, delimita así un horizonte cognosdtivo en el que puede resenvolverse coherentemente la perspectiva metodológica analítica. Una perspectiva que pretende, como afirma Harvey, «pensar lógica y consistentemente», sin olvidar «las co­dificaciones y normas de exposición lógica e inferenda que tienen que aceptar los geógrafos en el curso de su investigación», codificaciones y nor­mas que, además, no pueden divorciarse de las de «la dencia como un todo», y que permiten definir «el papel del método científico ( . . . ) en geo­grafía» M. Porque se trata, en resumen, de poner coherentemente en prác­tica el proyecto de introducir el conocimiento geográfico, con todas sus consecuencias, en el estricto horizonte de la cientificidad.

Conocimiento geográfico y teoría general de sistemas

Para terminar de delimitar las características fundamentales del hori­zonte geográfico analítico, hay que señalar finalmente el papel desempe­ñado, sobre todo a partir de los años sesenta, por las propuestas proce­dentes de la denominada teoría general de sistemas. Moviéndose en las coordenadas generales definidas por la cientificidad lógico-matemática — e introduciendo un cierto cambio de acento en las finalidades cognosciti­vas propuestas— , la perspectiva sistémica, definitivamente articulada por Ludwig von Bertalanffy en varios trabajos posteriores a la segunda guerra mundial85, incidiría sensiblemente, y con creciente intensidad, en

80 Racine, J . B. (1974): «Modeles de recherche et modeles théoriques en géogra­phie», Bulletin de VAssociation de Géographes Frangais, L I, 413-414, pp. 51-62, p. 55. (Artículo traducido en este libro: cfr. J . B. Racine: «Modelos de investigación y mo­delos teóricos en geografía».)

81 Cfr. Chorley, R. J .: «Geography and Analogue Theory», op. cit., p. 196; Ra­cine, J . B.: Op. cit., pp. 58-59.

82 Cfr. Chorley, R. J ., Haggett, P. (1967): «Modelos, paradigmas y la nueva geo­grafía», en Chorley, R. J ., Haggett, P., Eds. (1967): La geografía y los modelos socio-

, económicos. Traducción de C. Ferrán Alfaro, J . J . Bosch Siates y E. de la Cruz Alarco, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1971, pp. 7-43, pp. 12-17.

83 Cfr., por ejemplo, Chorley, R. J .: «Geography and Analogue Theory», op. cit.; Durand Dastés, F. (1974): «Quelques remarques sur l’utilisation des modéles», Bulletin de VAssociation de Géographes Franjáis, L I, 413-414, pp. 43-50.

84 Harvey, D.: Op. cit., p. V II.85 Bertalanffy, L. von (1972): «Historia y situación de la teoría general de siste­

mas», en Bertalanffy, L. von, y otros (1972): Tendencias en la teoría general de sis­temas. Selección y prólogo de G. J . Klir. Traducción de A. Delgado y A. Ortega, Madrid, Aliarla (Alianza Universidad, 208), 1978, pp. 29-53, p. 34.

c /

112 El pensamiento geográfico

el campo del conocimiento geográfico: incidencia resaltada por el propio Bertalanffy al recordar que en principio «no se previo ( . . . ) que la teo­ría general de los sistemas habría de desempeñar un importante papel en las orientaciones modernas de la geografía»86. La propuesta sisté- mica — que intenta formular «una reorientación que se ha vuelto ne­cesaria en la ciencia en general, en toda la gama de disciplinas que va de la física y la biología a las ciencias sociales y del comportamien­to y hasta a la filosofía»87— pretende articular un modelo; analítico universal capaz de uniformizar lógicamente los procesos cognoscitivos de los diferentes campos científicos: esa perspectiva intenta, en efecto, como ha señalado Manuel García-Pelayo, «proporcionar una ^categoría analítica fundamental, buscar un modelo aplicable a grandes áreas por distintos que sean sus contenidos y, en último término, un modelo de validez universal» 88. «Existen modelos, principios y leyes — escribe, delimitando la caracterización de la teoría sistémica, Ludwig von Berta­lanffy— que pueden asignarse a los sistemas generalizados o a sus sub­clases, independientemente de su carácter particular, así como de la nar turaleza de los elementos componentes y de las relaciones o "fuerzas” que los ligan. Postulamos una nueva disciplina llamada teoría general de sis­temas. La teoría general de sistemas es una teoría lógico-matemática que se propone formular y derivar aquellos principios generales aplicables a todos los "sistemas”»89.

La perspectiva sistémica — basada en el supuesto de que el sistema subyace en todo dominio de lo cognoscible, siendo por tanto el modelo sistémico el instrumento más adecuado para llevar a cabo los correspon­dientes análisis científicos 90— se articula, como advierte el propio Ber­talanffy, en torno a tres ingredientes constitutivos definitorios e interre- lacionados 91. En primer lugar, el configurado por la «ciencia de los sis­temas» como aplicación general de la teoría sistémica a la investigación y a la explicación de los sistemas actuantes en los diversos dominios científicos, lo que puede realizarse, como señala Anatol Rapoport, utili­zando las posibilidades conceptuales y metodológicas derivadas de la for­mulación de isomorfismos y de modelos isomórficosa2. En segundo lugar, el que remite a la «tecnología de los sistemas» que, requiriendo la con­

86 Bertalanffy, L. von (1968): Teoría general de los sistemas. Fundamentos, desarro­llo aplicaciones. Traducción de J . Almela, México, Fondo de Cultura económica, 1976, p. X I I I .

87 Ibid., p. V III . „ J ^ .88 García-Pelayo, M. (1975): «La teoría general de sistemas», Revista de Occi­

dente, 3.a época, 2, pp. 52-59, p. 54.89 Bertalanffy, L. von: «Historia y situación.. op. cit., p. 34. El subrayado es

del autor.90 Cfr. García-Pelayo, M.: Op. cit., p. 54.91 Cfr. Bertalanffy, L. von: Teoría general de los sistemas..., op. cit., pp. X l l l -

X V III.92 Cfr. Rapoport, A. (1972): «Los usos del isomorfismo matemático en la teoría

general de sistemas», en Bertalanffy, L. von, y otros: Tendencias..., op. cit., pp. 54-94.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 113

junción de entendimientos generalistas y holistas — la teoría general de sistemas prétende hacer «posible la formulación exacta de términos tales como totalidad y suma» ®— , aparece fundamentalmente apoyada, en la línea de trabajos como los de W . Ross Ashby o Gerald M. Weinberg, en procedimientos analíticos directamente vinculados al campo de los trata­mientos informáticos y cibernéticos de datos94. Y , por último, la pers­pectiva sistémica conlleva igualmente una «filosofía de los sistemas», sub- dividida a su vez en una «ontología de los sistemas» — que establece la diferenciación entre «sistemas reales», «sistemas conceptuales» y «sistemas abstraídos»— , una «epistemología de sistemas» — que afirma, entre otras cosas, las indisolubles relaciones existentes entre observador y objeto ob­servado—-, y una línea dedicada particularmente al tratamiento de las «relaciones entre hombre y mundo», considerando, en este sentido, todo lo referente tanto a los símbolos y valores como a las entidades sociales y culturales que interfieren en esas relaciones.

Esta compleja y amplia perspectiva sistémica — complejidad y am­plitud que en gran medida explican los variados usos y las diferenciadas interpretaciones, no siempre consecuentes, de que ha sido objeto— apa­rece, en todo caso, articulada sobre un concepto de sistema estrechamente vinculado al utilizado en el campo del análisis físico de sistemas termo- dinámicos 9S. Un sistema puede ser rigurosamente definido — utilizando palabras de dos autores que se han ocupado de exponer la importancia y las consecuencias de la utilización geográfica del enfoque sistémico— como «un conjunto de elementos cibernéticamente interrelacionados en estructuras negaentrópicas sucesivas»96. En efecto, de acuerdo con los planteamientos de la termodinámica97, el sistema aparece configurado por un conjunto de variables o grupos de variables — un conjunto de ele­mentos— que, a través de la combinación de sus valores concretos, de­finen en cada momento el estado interno del sistema. Esos estados se expresan matemáticamente mediante las funciones de estado, que mani­fiestan la forma concreta de las interrelaciones de las variables y que re­miten, por tanto, el grado .de organización o de desorganización del sis­tema: la energía interna o la entropía, continuamente aludidas en la pers­pectiva geográfica sistémica, aparecen así como formas de traducir el estado interno del sistema, como funciones de estado del sistema. Y es precisamente la entropía — concepto clave en toda la perspectiva sistémica y, más concretamente, en la perspectiva sistémica del conocimiento geo-

93 Bertalanffy, L. von: «Historia y situación...», op. cit., p. 35.94 Cfr. Ashby, W . R. (1972): «Sistemas y sus medidas de información», en Berta­

lanffy, L. von, y otros: Tendencias..., op. cit., pp. 95-117; Weinberg, G. M. (1972): «Una aproximación por computadores a la teoría general de sistemas», en Berta­lanffy, L. von, y otros: Tendencias..., op. cit., pp. 118-167.

95 Cfr., por ejemplo, Ambroise, C. (1978): «Dynamique, thermodynamique et modélisation», Recherches Géographiques a Strasbourg, 2, pp. 95-133.

96 Racine, J . B., Reymond, H.: Op. cit., p. 27.97 Cfr., por ejemplo, Aguilar Peris, J . (1965): Termodinámica y mecánica esta­

dística, Valencia, Distribuidora Saber.

(

1 I

114 El pensamiento geográfico

gráfico— la que expresa directamente el grado de desorganización interna del sistema, de forma que un incremento del valor de la entropía supone siempre un aumento de la desorganización del sistema. Mientras que los sistemas físicos tienden naturalmente — de acuerdo con el segundo prin­cipio de la termodinámica— a incrementar su entropía hasta un valor máximo, los sistemas vivos se caracterizan por plantear dinámicas ten­dentes, por el contrario, ajnantener bajos niveles de entropía y, por ende, altos niveles de organización interna que aseguren la permanencia, ener­géticamente costosa, de sus funcionamientos.

Puede comprobarse, además, que el grado de organización interna del sistema se encuentra directamente relacionado con el nivel alcanzado en el mismo por la información, concepto estadístico que permite expresar la reducción o la eliminación de la incertidumbre: el aumento de infor­mación en el sistema hace decrecer, en efecto, el número de sucesos pro­bables e incrementa, por tanto, el grado de organización interna. Porque la información, al hacer disminuir la incertidumbre, regulariza interna­mente el sistema y hace decrecer el margen probabilístico de sus estados posibles, con lo que, en resumen, introduce orden en el sistema, Por ello es por lo que la información hace disminuir la entropía del sistema, comportándose así como una entropía negativa o, dicho en otros términos, como una negaentropía. «Cuando nuestra información sobre un sistema físico crece, su entropía decrece, o en otras palabras, la entropía mide la falta de información acerca del estado real de un sistema. Por esta razón la información que corresponde a un término negativo en la entropía final del sistema se denomina también negaentropía» 98 Y precisamente la negaentropía — que señala la información actuante en el mantenimiento del orden interno del sistema— aparece como un concepto básico para el entendimiento y la explicación de la caracterización organizativa — de la estructura interna— del sistema.

El orden interno de los elementos del sistema se traduce en cada momento, por tanto, en estructuras organizativas cuya caracterización de­pende de la negaentropía actuante. Y esas estructuras internas, que ex­presan las interrelaciones de los elementos, pueden modificarse y mani­festar así la propia dinámica del sistema: de esa forma el sistema aparece como una sucesión de estructuras negaentrópicas que pueden ser analiza­das — atendiendo a las interrelaciones de sus elementos constitutivos— en términos matemáticos o cibernéticos. Pero, por otra parte, el compor­tamiento del sistema depende ante todo de las relaciones energéticas que mantenga con el exterior. Los sistemas pueden así ser diferenciados en sistemas cerrados y sistemas abiertos, distinción que remite a comporta­mientos energéticos diferentes: en el primer caso, se trata de un sistema energéticamente aislado — sin intercambios de energía con el exterior— , mientras que, por el contrario, los sistemas abiertos sí efectúan inter­cambios energéticos con el exterior. Y la gran mayoría de los sistemas

98 Ibid., p. 316. El subrayado es del autor.

c■

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 115

analizados en el dominio del conocimiento geográfico pertenecen al se­gundo de los tipos citados, comportándose, en consecuencia, como siste­mas abiertos.

La perspectiva del análisis sistémico, apoyada en la articulación con­ceptual anteriormente expuesta, ha incidido con cierta intensidad, como ya hemos, indicado, en el campo del conocimiento geográfico. Y esa inci­dencia se ha manifestado claramente tanto en los horizontes analíticos expresamente inscritos en el dominio de la geografía física — Richard J. Chorley se ha referido, por ejemplo, a las importantes posibilidades derivadas de la aplicación de modelos sistémicos en geomorfología 99— , como en aquellos otros específicamente dedicados a plantear el análisis espacial en las coordenadas de la geografía humana. Porque, además de permitir, como advierte David R. Stoddart, una consistente reformulación — basada en el concepto de ecosistema— de la dimensión ecológica, tantas veces debatida, del conocimiento geográfico IC0, los términos teóricos pro­puestos por la perspectiva sistémica — aplicables al entendimiento de va­riadas organizaciones espaciales que abarcan desde los sistemas geomor- fológicos hasta los agrosistemas y los sistemas urbanos— proporcionan un valioso instrumento para la investigación de las diversas modalidades del orden espacial que centran la atención de la cientificidad geográfica analítica.

La perspectiva sistémica aportaba también, en relación con lo anterior, una formulación teórica y una articulación conceptual particularmente adecuada para permitir la expresa reconsideración — en términos lógica­mente consistentes— del entendimiento de la región y de la caracteriza­ción del análisis geográfico regional. Los planteamientos analíticos habían criticado y rechazado abiertamente, como ya hemos señalado, los enfoques regionales clásicos: y, como contrapartida, esos planteamientos analíticos proponían un nuevo entendimiento en el que la investigación regional aparece también sometida en todo momento — consiguiendo así la cohe­rencia que la geografía clásica no era capaz de proporcionarle— a los criterios lógicos y sistemáticos de toda práctica científica. Así, la inves­tigación regional — que debe configurar, según Fred K. Schaefer, el «la­boratorio» donde se verifiquen experimentalmente los resultados de la geografía general o sistemática 101— adquiere nuevo sentido, abandonando las inconvenientes y anticientíficas pretensiones clásicas, en las coordena­das delimitadas por el pensamiento geográfico analítico. La investigación geográfica regional puede dedicarse, como muestra William Bunge y cons­tata detalladamente David Grigg, a establecer criterios de clasificación

89 Cfr. Chorley, R. J . (1962): «Geomorphology and General Systems Theory», enDavies, W. K. D., Ed.: Op. cit., pp. 282-300.

100 Cfr. Stoddart, D. R. (1965): «Geography and the Ecological Approach: The Ecosystem as a Geographie Principie and Method», en Davies, W. K. D.: Op. cit., pp. 301-311.

101 Cfr. Schaefer, F. K.: Op. cit., pp. 4041.

116 El pensamiento geográfico

lógica similares a los que se aplican en cualquier campo científico m. Y en la investigación geográfica regional pueden utilizarse, como advierte Brian J . L. Berry, modelos conceptuales que permiten reformular mate­máticamente el análisis de los datos que definen significativamente la situación, las características y la dinámica del espacio regional103.

Pero si la perspectiva analítica pretende investigar la lógica — el orden espacial— subyacente en la. articulación regional — en el sistema regional— , el horizonte teórico sistémico proporciona un instrumental sumamente idóneo para delimitar las coordenadas de esa práctica regional analítica. En efecto, el concepto de sistema propuesto por ese horizonte teórico permite redefinir formalmente, en términos lógicos y matemáticos, el aná­lisis geográfico de los espacios regionales. «Las ventajas de considerar la región como un sistema abierto — afirma, por ejemplo, Peter Haggett— son que dirige nuestra atención hacia los vínculos entre proceso y forma y coloca a la geografía humana al lado de otras ciencias biológicas y socia­les que están organizando su pensamiento de esta manera» m.

Porque, en efecto, el planteamiento sistémico del análisis regional — que prolonga y culmina, en el ámbito anglosajón, la importante línea de revisión crítica que se suscita, sobre todo, en relación con la obra de Richard Hartshorne— se resuelve, como advierte Pierre Dumolard en su propuesta de sistematización conceptual, en el entendimiento de la región como un sistema abierto que manifiesta en cada momento un de­terminado estado o estructura interna105. Partiendo de ese entendimiento, puede delimitarse, como ejemplifica la exposición dumolardiana, tanto la caracterización dinámica del sistema regional, cuyo funcionamiento de­pende de un conjunto de intercambios energéticos — entre los que el «in­tercambio de información», que controla el nivel entrópico y, por tanto, el grado de organización del sistema, aparece como «base de tod^s' las demás formas de energía y de todos los demás intercambios» 106— , como, por otra parte, la caracterización de la estructura interna de ese sistema regional, definida a través de las estructuras locales o verticales de cada uno de los elementos regionales — lugares habitados— y de las relaciones horizontales o espadales entre esos elementos o lugares107. Por ello toda operación de delimitadón regional debe intentar, ante todo, «encontrar,

102 Cfr. Bunge, W .: Op. cit., especialmente pp. 14-26; Grigg, D. (1965): «The Logic of Regional Systems», Annals o f the Association of American Geographers, LV, 3, pp. 465-491.

103 Cfr. Berry, B. J . L. (1964): «Approaches to Regional Analysis: A Synthesis», Annals of the Association of American Geographers, L IV , 1, pp. 2-11.

104 Haggett, P. (1965): Análisis locacional en la geografía humana. Traducción de J . M. Obiols, Barcelona, Gustavo Gili, 1976, p. 29.

105 Cfr. Dumolard, P. (1975): «Región et régionalisation. Une approche systémi- que», L'Espace Géographique, IV , 2, pp. 93-111, p. 94. (Artículo parcialmente tradu­cido en este libro: cfr. P. Dumolard: «Región y regionalizadón. Una aproximación sistémica».)

i°6 Ibid., p. 94.M7 Cfr. Ibid., p. 94.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 117

sobre la base de las estructuras verticales, una reladón entre lugares o un orden en el conjunto de las reladones horizontales» los.

Y si, por una parte, la perspectiva sistémica puede dirigirse hada d análisis de regiones definidas en torno a una variable o grupo de variables temáticas selectivamente significativas — como sucede, por ejemplo, con las regiones urbanas o las regiones económicas— , también es posible aplicar esa perspectiva sistémica para intentar sobrepasar ese marco y pro­poner así un entendimiento más totalizador dd sistema regional. En esta segunda línea se mueven, por ejemplo, los planteamientos regionales de Roger Brunet109 y del ya citado Pierre Dumolard: negando ambos ex­presamente, en prindpio, la conveniencia de definir regiones en términos temáticos o univariados 110 — conveniencia ampliamente afirmada, por ejem­plo, en los planteamientos analíticos y sistémicos anglosajones, y cuya sig­nificativa negación por parte de Brunet y Dumolard remite, entre otras cosas, a la perceptible influencia ejercida por las pretensiones totalizado­ras dásicas sobre el pensamiento sistémico francés— , se propone un en­tendimiento regional en el que, como indica el razonamiento dumolardiano, las coordenadas temáticas delimitadas por la funcionalidad económica se completan, buscando así una caracterización más totalizadora, con la si­multánea consideración de la «comunidad de cultura» regional111. Esa co­munidad cultural — que traduce «la realidad sociopsicológica de la región» y que, por tanto, se adentra en el horizonte fenomenológico de la geografía de la percepción y dd comportamiento espacial— termina de definir, junto a la funcionalidad, la «cohesión regional» que, con sus diferentes modalidades formales, constituye el soporte asegurador de la posibilidad regionalm.

La aplicadón de la perspectiva sistémica ofrece, en suma, amplias y coherentes posibilidades de definición teórica y de formalización con­ceptual del dominio del análisis regional n3. Conllevando propuestas me­todológicas generalmente complejas y no exentas de dificultades — difi­cultades que tienden a acrecentarse a medida que el proyecto regional, subordinando los criterios de estricta delimitación selectiva, se aproxima al terreno de las pretensiones holistas— , los planteamientos sistémicos han permitido, en efecto, renovar lógicamente los términos del discurso geográfico regional.

«» Ibid., p. 94.109 Cfr. Brunet, R . (1972): «Pour une theorie de la géographie régionale», en

La pensée géographique frangaise contemporaine. Mélanges offerts a André Meynier, Saint-Brieuc, Presses Universitaires de Bretagne, 1972, pp. 649-662; Brunet, R. (1975): «Spatial Systems and Structures. A Model and a Case Study», Geoforum, V I, 2, pp. 95-103.

110 Cfr. Brunet, R .: «Pour une théorie...», op. cit., p. 652; Dumolard, P .: Op. cit., p. 93.

111 Cfr. Dumolard, P .: Op. cit., p. 96.Cfr. Ibid., pp. 95-96.

113 Cfr., por ejemplo, Dauphiné, A. (1979): Espace, région et systéme, París,Economica.

(

!

118 £1 pensamiento geográfico

Hay que advertir, finalmente, para terminar de delimitar el alcance de su incidencia en el campo del conocimiento geográfico, que la utilización de la perspectiva sistémica ha desbordado el marco general de las coordena­das analíticas. A la vez que, por una parte, ese marco se ampliaba y se pro­longaba mediante la introducción del análisis sistémico en el horizonte cognoscitivo, vinculado a las concepciones filosóficas y epistemológicas de signo fenomenológico, definido por el estudio de la percepción espacial y de los comportamientos geográficos, los planteamientos sistémicos eran también utilizados, por otra parte, dentro de trayectorias cognoscitivas que se habían mantenido fieles a los fundamentos epistemológicos de la geografía clásica. Porque, en este sentido, algunos autores han creído encontrar en la teoría general de sistemas un adecuado andamiaje con­ceptual para sostener y hasta potenciar, con una nueva y autorizada ter­minología, las pretensiones indiscriminadamente sintéticas y totalizadoras sostenidas por el pensamiento geográfico clásico. En esta línea se sitúan las adscripciones sistémicas — a veces apresuradas y que frecuentemente plantean, entre otros, importantes problemas metodológicos— que pre­tenden enlazar directamente — sin solución de continuidad epistemológi­ca— las perspectivas regionales o corológicas de la geografía clásica con las articulaciones conceptuales procedentes de la teoría general de sis­temas.

Y esta dinámica — relativamente frecuente, sobre todo, en el panorama del pensamiento geográfico alemán y francés— debe ser tenida en cuenta, por ejemplo, a la hora de explicar las trayectorias seguidas, dentro de la geografía física, por los planteamientos inscritos en las coordenadas de la «ciencia del paisaje» y de sus derivaciones que, asumiendo sin discusión las pretensiones sintéticas y totalizadoras de la perspectiva clásica regional o corológica — y por ello habitualmente enfrentados a las concepciones sistemáticas davisianas— , han intentado resolver esas indiscutidas preten­siones acudiendo precisamente, como propone un autor tan poco proclive a la cientificidad positivista y analítica como Jean Tricart114, a los tér- minos lógicos articulados por la teoría general de sistemas: seguidamente expondremos con más detalle las formas de articulación de estas tra­yectorias de la geografía física. En todo caso, dentro y fuera de las coor­denadas epistemológicas analíticas, y con mejor o peor fortuna, la pers­pectiva sistémica manifiesta, en resumen, una fuerte capacidad de inci­dencia en el complejo y variado panorama del pensamiento geográfico de los últimos años.

Los -planteamientos globales o integrados en geografía física y la incidencia del análisis sistémico

Como se ha señalado, entre los geomorfólogos vinculados a la .tradi­ción davisiana la asimilación de las nuevas perspectivas, tanto las analíticas

114 Cfr. Tricart, J . (1977): «Le terrain dans la dialectique de la géographie», Hérodote, 8, pp. 105-120, especialmente p. 106.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 119

como, posteriormente, las sistémicas, aparece como una prolongación co­herente de su práctica científica e incluso como reafirmación y enrique­cimiento de las posibilidades conceptuales y metodológicas de la misma, lo cual se manifiesta en un uso más riguroso y diversificado del lenguaje matemático por parte de numerosos autores anglosajones y en una es­tructuración más racional de los resultados de sus investigaciones us. Por el contrario, entre los geógrafos físicos entroncados con las posturas coro- lógicas y geoecológicas de mediados de siglo, mientras el proceder analítico es rechazado como versión corregida y aumentada del «idealismo» deduc- tivista de la geomorfología davisiana, la teoría de sistemas es recibida como el instrumento capaz de resolver los problemas epistemológicos planteados, de superar la contraposición entre los enfoques regionales y los generales y de permitir dar una respuesta adecuada y útil a los nuevos problemas suscitados por la ordenación del territorio y la conservación del medio ambiente 116.

En opinión de estos últimos, el método analítico, al consistir en una resolución del objeto en sus partes y en una reconstrucción conceptual a partir de éstas, sólo es válido en .los casos en que' no existe interacción entre dichas partes, gracias a lo cual es posible deslindarlas y volverlas a juntar sin que sufran alteración117; tal condición no la cumplen las entidades que consisten precisamente en conjuntos de elementos en in­teracción denominados «sistemas», entre los que se encuentran la mayoría de los objetos del interés de la geografía física. Si uno de estos sistemas es sometido a tratamiento analítico, el resultado es una suma heterogénea y, por lo tanto, carente de validez, de los estudios de las partes o el estudio de alguna de ellas olvidando a las demás, lo cual es igualmente inválido por su parcialidad. Así, según estos autores, las nuevas pers­pectivas analíticas incurren en los mismos errores cometidos en numerosas monografías regionales o en la geomorfología de filiación davisiana, como consecuencia de los cuales ni en uno ni en otro caso- se alcanzan las leyes específicas de los objetos analizados 118. Desde su punto de vista, las ver­daderas leyes geográficas, es decir, las que rigen el enorme sistema de interacción que es la superficie de la Tierra, solamente estarían al alcance de una geografía dotada de los instrumentos teóricos y metodológicos adecuados para abordar un tipo de objetos esencialmente complejos, las características de cuyos componentes no son sumativas, sino «constituti-

115 Cfr. Chorley, R. J ., Ed.: Spatial Amdysis in Geomorphology, op. cit.; Doorn- kamp, J . C., King, C. A. M. (1971): Numerical Analysts in Geomorphology. An Intro- duction, Londres, Edward Arnold.

1M Tricart, J. (1979): «L’analyse de systéme et l’etude intégrée du milieu naturel», Annales de Géographie, L X X X V III, pp. 705-714. (Artículo traducido en este libro: cfr. J . Tricart: «El análisis de sistemas y el estudio integrado del medio natural».)

117 Bertalanffly, L. von: Teoría general de los sistemas, op. cit.118 Cfr. Reynaud, A. (1974): El mito de la unidad de la Geografía. Traducción

de A. Redondo y H. Capel, Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo-Crítica. Cua­dernos Críticos de Geografía Humana, 2), 1976, pp. 5-8.

í/

'I

120 E l pensamiento geográfico

vas» en el sentido dado, a este término por von Bertalanffy119. Se afirma así la necesidad de entender los objetos de la geografía física como sis­temas y se asegura que precisamente los términos teóricos del análisis sistémico permiten aprehender correctamente — sin reducciones selecti­vas— las interacciones globales que definen las verdaderas características geográficas de las unidades espaciales estudiadas.

De esa manera, sin asumir en ningún momento los criterios cognos­citivos definitorios del proceder analítico, la teoría general de sistemas se descubre como instrumento ratificador — y hasta potenciador— de las pretensiones corológicas clásicas. Y todo ello pijede conducir, por lo de­más, a la elaboración de una teoría general del sistema de fuerzas y de relaciones actuantes en la superficie terrestre, teoría que volverá a en­contrar en el «paisaje» — manifestación visible del estado de dicho sis­tema 120— su punto de partida fundamental. Nuevamente el paisaje — no­ción fuertemente criticada, como expresión elocuente de las indebidas pretensiones totalizadoras y de la superficialidad del conocimiento geo­gráfico— se presenta como el objeto indiscutible de un estudio geográfico que, ahora en términos sistémicos, pretende acceder a una racionalidad científica propia. El paisaje proporcionará a la geografía, como afirma Jean Tricart, un campo de extraordinario valor para descubrir la dialéctica actuante entre leyes y fenómenos, entre conceptualización y- observación, poniéndose así de manifiesto además, en opinión de estos autores, la falacia de pretender disociar y contraponer una geografía teórica y una geografía referida a lo concreto m. Esta es, en resumen, la perspectiva que se desarro­llará ampliamente — no sin algunas dificultades epistemológicas y sin pro­blemas, a veces sustanciales, de orden metodológico— en el panorama, sobre todo alemán y francés, de la geografía física de los últimos años.

Siguiendo estos planteamientos se han desarrollado una serie de líneas de investigación en geografía física, denominadas «globales» o «integra­das», cada una de las cuales tiene personalidad propia pero sufre la in­fluencia de las aportaciones de las demás. Sintetizando al máximo, estas líneas se pueden organizar en tres direcciones fundamentales: la geomor­fología dinámica, la geografía física global o ciencia del paisaje integrado y la ecogeografía.

A partir de 1950 el rechazo del sistema geomorfológico de Davis ya no corresponde sólo a los autores alemanes m, sino que varias escuelas francesas de creciente importancia plantean decididamente, frente a una evolución morfológica cíclica, la idea de una morfogénesis continuada den-

119 Cfr. Aduerman, E . (1963): Las fronteras de la investigación geográfica. Traduc­ción de E . Prats y H. Capel, Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo-Critica. Cua­dernos Críticos de Geografía Humana, 3), 1976, pp. 15-16.

uo Richard, J.-F. (1975): «Paysages, écosystémes, environnement: une approche géogTaphique», L'Espace Géographique, IV , 2, pp. 81-92.

121 Tricart, J .: «Le terrain dans la dialectique de la géographie», op. cit., p. 120.122 Cfr. Büdel, J . (1950): «Das System der klimatischen Morphologie», Deutscher

Geographentag, pp. 65-100.

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 121

tro de una concepción del relieve terrestre como resultado de la dialéctica entre tectónica y fuerzas externas, con la pretensión de articular un en­foque radicalmente nuevo. En él la dependencia climática de la morfología de la superficie terrestre aparece como indudable y se reconoce la decisiva influencia de la vegetación en la evolución del relieve, así como la impor­tancia de la acción antrópica 123.

Esta geomorfología biodimática o dinámica, que se apoya expresa­mente en Troll, que tiene sus antecedentes en los trabajos, ya citados, de Dresch y sobre todo de Cholley y que asume tardíamente el enfoque sistémico, encuentra su exponente fundamental y más trascendente en la obra de Jean Tricart y André Cailleux, que constituye un cuerpo orgánico y completo, tanto desde el punto de vista teórico y metodológico como desde el punto de vísta instrumental o aplicado 124. Según ambos autores, la «erosión normal» no existe, es simplemente una construcción mental, muy brillante sin duda, pero esquemática e irreal. Es indudable que Davis partió para la elaboración de su sistema de hechos concretos y ciertos: la importancia de la escorrentía fluvial jerarquizada en las zonas templadas de Norteamérica y Europa. Es, sin embargo, inapropiada por excesiva la pretensión de generalizar un sistema de análisis basado en esta situación. Como habían puesto de relieve los primeros trabajos de Cailleux, la di­námica geomorfológica es en la realidad sumamente variada y compleja y los factores actuantes son múltiples y pertenecientes a diversos campos. Por ejemplo, la escasa importancia de la arroyada en los países templados y húmedos se debería de forma inmediata a la presencia de una densa cubierta vegetal, cuyo desarrollo se encuentra favorecido por el clima y el suelo; si esta cubierta fuese destruida por el hombre, el ataque erosivo llevado a cabo por las aguas sin jerarquizar alcanzaría unos niveles im­portantísimos 12S. Se hacía, pues, preciso sustituir el concepto de erosión normal por los de «regímenes morfoclimáticos» o «sistemas de erosión bioclimáticos», sobre la idea, constantemente apoyada por los estudios empíricos, de que los procesos de modelado se organizan y actúan según sistemas variables en función de las relaciones mutuas entre la estructura geológica, el clima, la vegetación y las modificaciones de estos por la acción del hombre126.

Tricart, por su parte, señala cómo, cuanto más se profundiza, con más claridad aparecen las conexiones entre los distintos aspectos de la geografía. La geomorfología resulta así una pieza dentro de la geografía física. Se trata, asumiendo lo más fundamental de las aportaciones de

123 Cfr. Tricart, J . (1952): «Climat, végetation, sol et morphologie», en Cinquante- naire du Laboratoire de Géographie, Rennes, pp. 240-254.

m Tricart, J ., Cailleux, A. (1962): Introduction a la Géotnorphologie climatique, París, S. E. D. E. S.; Tricart, J ., Cailleux, A. (1962-69): Traité de Géomorphologie, París, S. E. D. E. S., 4 vols.

125 Cailleux, A. (1948): «Le ruisellement en pays temperé non montagneux», An­nales de Géographie, L V II, pp. 21-39. .

126 Tricart, J . (1977): Précis de Géomorphologie. II . Géomorphologie dynamtquegénérale, París, S. E. D. E. S., pp. 14-15.

122 El pensamiento geográfico

Troll, de una ecología de formas, en la que modelado y estructura geoló­gica interactúan en el ámbito del sistema que es la superficie terrestre. Este se define expresamente como plano de contacto donde operan fuer­zas internas y externas, que modifican su forma constantemente. En con­secuencia, los relieves han de ser entendidos como resultado presente de una morfogénesis ininterrumpida y explicados mediante el estudio de los mecanismos actuantes y su evolución, teniendo en cuenta que las combinaciones de dichos mecanismos y los cambios que en ellas se pro­ducen se realizan al modo ecológico, es decir, buscando siempre una situa­ción de equilibrio con el medio127. De ahí que para hacer un estudio geomorfológico sea preciso, en principio, definir en el ámbito espacial considerado las condiciones morfoestructurales y climáticas, hacer un aná­lisis morfodinámico y llegar a la elaboración de una cartografía deta­llada128.

De acuerdo con estos presupuestos, no es posible una geomorfología entendida como ciencia de la forma del relieve, haciendo abstracción de los restantes aspectos que se imbrican e interactúan con ella; su estudio, como el de las restantes disciplinas de la geografía física, ha de referirse a unidades espaciales integradas — a paisajes— , que pueden ser clasifi­cados y ordenados según una taxonomía específica. Ello hace imprescin­dible la existencia de una «ciencia del paisaje» capaz de conectar y dar sentido general a la geomorfología, la climatología, la biogeografía, e tc .129. Las aportaciones teóricas y metodológicas realizadas en este sentido es­pecialmente por autores soviétivos, franceses y alemanes, a las que se pueden unir las derivadas de trabajos prácticos de ordenación territorial realizados en Australia, constituyen la denominada geografía física global.

En la Unión Soviética, la escuela encabezada por V. B. Sochava plantea una teoría global sobre el medio físico, incluyendo en éste las modifica­ciones introducidas por la acción antrópica, cuyo punto de partida es el concepto de «geosistema» o «sistema territorial natural». Se define éste como el «sistema geográfico natural y homogéneo ligado a un territorio» y se caracteriza «por una morfología, es decir, por unas estructuras es­paciales verticales (geohorizontes) y horizontales (geofacies); por un fun­cionamiento, que engloba el conjunto de las transformaciones ligadas a la energía solar o gravitacional, a los ciclos del agua y a los biogeociclos,

'"'así como a los movimientos de las masas de aire y a los procesos de geomorfogénesis, y por un comportamiento específico, que se expresa en los cambios de estado que se producen en él en una determinada secuencia

127 Cfr. Tricart, J . (1965): Principes et méthodes de la Géomorphologie, París, Masson.

128 Tricart, J . (1973): «La Géomorphologie dans les études integrées du mílieu na- turel», Amales de Géographie, L X X X II, pp. 421453.

129 Bertrand, G. (1972): «La Science du paysage, une Science diagonale», Revue Géographique des Pyrénées et du Sud-Ouest, X L III , pp. 127-133. (Artículo traducido en este libro: cfr. G. Bertrand: «La ciencia del paisaje, una ciencia diagonal».)

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 123

temporal» E0. Fuertemente influida por la cibernética y por la teoría de sistemas, lá aplicación de este planteamiento exige un alto nivel de cuan- tificación, la posibilidad de disponer de mediciones muy completas y exactas y el uso de técnicas matemáticas muy complejas. Al precisar de una im­portante infraestructura (redes de observación permanentes, laboratorios, etcétera) y de ún período de análisis muy largo, sólo se ha plasmado en realizaciones concretas en algunos países socialistas al amparo de grandes planes de ordenación territorial.

También en relación con las necesidades de la planificación, aparecen los métodos de «landscape survey» desarrollados en Australia por la C. S. I. R. O. (Commonwealt Scieníific and Industrial Research Orgatfi- zation). Se trata de una metodología, elaborada a partir de trabajos con­cretos realizados desde mediados de siglo con la finalidad de proporcionar con rapidez una información global comprensible y utilizable acerca de la organización y la dinámica del medio, que se basa en el aprovecha­miento exhaustivo de los documentos de teledetección, en especial de la fotografía aérea, y en la delimitación y cartografía de unidades espaciales integradas, o paisajes, que se organizan taxonómicamente en tres niveles («land systems», «land units» y «land facets»). Aunque el interés teórico de sus primeras formulaciones, muy empíricas y descriptivas, es escaso, posteriormente ha sido objeto de sucesivos planteamientos cada vez más rigurosos y más influidos por las concepciones sistémicas y ha inspirado, incluso como blanco de críticas, otras concepciones más completas y ela­boradas 131.

Entre estas concepciones la de mayor trascendencia es la planteada por Georges Bertrand132 y desarrollada, entre otros, por F. Taillefer133, G. Allaire m, G. Rougerie135, J. C. W ieber136 y J. F. Richard137. En ella

130 Cfr. Sochava, V. B. (1971): «Geography and Ecology», Soviet Geography,X II , 5, pp. 277-283.

131 Cfr. Christian, C. S. (1958): «The Concept of Land Units and Land Systems», Proceedings of the 9th Pacific Science Congress, pp. 74-81.

132 Bertrand, G. (1968): «Paysage et Géographie phisique globale. Esquisse métho- dologique», Revue Géographique des Pyrénées et du Sud-Ouest, X X X IX , pp. 249-272^ (Artículo parcialmente traducido en este libro: cfr. G . Bertrand: «Paisaje y geografía física global».)

133 Cfr. Taillefer, F. (1972): «Le premier colloque interdisciplinaire sur la science du paysage et ses applications. Rapport de synthése», Revue Géographique des Pyré­nées et du Sud-Ouest, X L III , pp. 135-141.

134 Cfr. Allaire, G., Phipps, M., Stoupy, M. (1973): «Analyse écologique des structures de l’utilisation du sol», L'Espace Géographique, I I , 3, pp. 185-197.

135 Cfr. Rougerie, G., Mathieu, D., Wieber, J . C. (1972): «Presentation de fiches techniques pour l’observation coherente et systematique des éléments du paysage», en La pensée géographique frangaise contemporaine..., op. cit., pp. 175-177.

136 Cfr. Massonie, J . P., Marthieu, D., Wieber, J . C. (1971): «Application de Tanalyse factorielle a l’étude des paysages», Cahiers de Géographie de Besangon, pp. 1-51.

137 Cfr. Richard, J . F. (1972): Problemes de Géographie du paysage. I: Essai de définition théorique, Adiapodoumé, O. R. S. T. O. M.

124 El pensamiento geográfico

el paisaje se concibe como una combinación dinámica en la que interactúan todos los «elementos geográficos», abió ticos, biológicos y antrópicos,. de los cuales uno o un grupo tiene carácter central y actúa como cataliza­dor ¡3S. Este papel dominante no se decide arbitrariamente, sino que de­pende en forma decisiva de la escala, o, lo que es lo mismo, de- la po­sición de la unidad que se trata de estudiar dentro de una taxonomía general. En el nivel de un terrazgo agrícola de montaña, por ejemplo, la pendiente tiene carácter prioritario, mientras que en el nivel d d ’conjunto montañoso donde está enclavado puede ser el clima el elemento funda­mental m . Resulta, pues, absolutamente básica fe elaboración de una taxo­nomía de paisajes, en la que las unidades menores se incluyen en la in­mediatamente superior y éstas a su vez en las de mayor rango, del mismo modo que los individuos biológicos constituyen especies y éstas géneros. Como en geografía se trata de unidades espaciales que ocupan una de­terminada superficie, la magnitud o escala dimensional es un aspecto básico que se ha de tener en cuenta, junto a la estructura interna y los caracteres dinámicos, que son los normalmente tomados en consideración.

Siguiendo y desarrollando la escala dasificatoria de formas de relieve elaborada por Cailleux y Tricart140 y sobre la base de las «discontinuida­des» que el espacio terrestre presenta 141, la taxonomía básica de paisajes establecida por Bertrand consta de seis niveles, que de mayor a menor son la zona, el dominio, la región natural, el geosistema, la geofacies y el geotopo. De ellos el fundamental a efectos de análisis geográfico es el geosistema, cuyo significado es diferente del que Sochava atribuye al mismo término. «Se trata — dice Bertrand— de una unidad comprendida entre unos kilómetros cuadrados y unos^centenares de kilómetros cua­drados. En esta escala es en la que se dan la mayor parte de los fenómenos de interferencia entre los elementos del paisaje y en la que se desarrollan las combinaciones dialécticas más interesantes para el geógrafo. En un nivel superior sólo importan el relieve y el clima y, complementariamente, las grandes masas vegetales. En un nivel inferior, los elementos biogeo- gráficos tienden a ocultar las combinaciones del conjunto. En fin, el geo­sistema constituye una buena base para los estudios de ordenación del espacio, ya que está a la escala del hombre»142. Disponiendo de esta taxo­nomía, el localismo y la inconexión han de desaparecer del análisis geo­gráfico, ya que cualquier paisaje estudiado pasa a ser un individuo per­teneciente a una especie, de cuyos rasgos y problemas participa; por lo tanto, analizarlo es participar en la comprensión de dicha especie y, a tra­vés de ella, en el conocimiento del paisaje total.

138 Bertrand, G .: «Paysage...», op. cit., pp. 255-256.139 Cfr. Bertrand, G. (1973): «Les structures naturelles de l’espace géographique.

L ’exemple des montagnes cantabriques centrales (Nord-Ouest de í ’Espagne)», Revue Géographique des Pyrénées et du Sud-Ouest, XLIV, pp. 172-206.

140 Cfr. Tricart, J . : Principes et méthodes..., op. cit.141 Cfr. Brunet, R. (1967): Les phénombnes de discontinuité en Géographie, París,

C .N .R .S .142 Bertrand, G .: «Paysage...», op. cit., p. 259.

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 125

Una vez realizada la labor taxonómica, el análisis propiamente dicho tiene tres pasos cuyo orden se ha de decidir de acuerdo con el elemento, o conjunto de elementos, dominante según la escala: estudio de las rela­ciones entre los componentes vivos y la geomorfogénesis; estudio de la dinámica y desarrollo histórico, y examen de las imágenes, vivencias y com­portamientos suscitados por el paisaje objeto de estudio 143. Se trata, pues, de un planteamiento fundamentalmente espaciotemporal que supera los límites estrictos de la geografía física; en él el concepto de evolución di­námica y el factor tiempo son básicos en la comprensión del paisaje, en­tendido como una estructura que refleja, en un momento determinado de su evolución, el estado de un sistema delimitado en la superficie terrestre por «discontinuidades objetivas» y constituido por la interacción de tres subsistemas: un potencial físico, una explotación biológica y una acción antrópica 144.

La insistencia en tomar en consideración el factor tiempo es, pues, característica de esta escuela francesa del «paisaje integrado»: si éste se define como estado de un sistema, es imprescindible saber el significado de tal estado dentro del desarrollo del mismo, tanto en su sentido pro­piamente histórico como, sobre todo, ecológico. Es muy clara en este sen­tido la influencia de conceptos tan importantes en ecología como «rexis- tasia», «biostasia», «balance energético» o «nivel de productividad».

Un enfoque mucho más ligado a la ecología, según el cual el paisaje es un sistema abierto cohesionado por intercambios de masa, energía e información que se encuentra en un cierto nivel de integración, estabilidad y equilibrio, fundamenta los trabajos de los continuadores de la Land- schaftdkologie alemana, en la cual las aportaciones de Cari Troll, propug­nando un entendimiento de la geografía como ecología de paisajes y ela­borando una taxonomía de los mismos, han seguido siendo fundamentales e inspirando las demás líneas de investigaciónI45. Metodológicamente, esto se traduce en un análisis muy minucioso desarrollado a lo largo de cortes espaciales significativos («catenas» o «toposecuencias»), que permite de­tectar «geocomplejos»; una vez localizados y definidos éstos, se los so­mete a un reconocimiento fisionómico previo y después a un estudio de su funcionamiento ecológico, tendente a la realización de balances. De acuer­do con los resultados se realiza la delimitación definitiva y la cartografía de los paisajes, que, como expone G. Haase, no son unidades visualmente

143 Bertrand, G., Dollfus, O. (1973): «Le paysage et son concept», L’Espace Géo- graphique, I I , 3, pp. 161-163.

144 Bertrand, G.: «Paysage...», op. cit., pp. 259-260.145 Cfr. Troll, C. (1970): «Landschaftokologie (Geoecology) und Biogeoceonologie.

Eme terminologische Studie», Revue Roumaine de Géologie, Géophysique et Géogra­phie (Série de Géographie), 14, pp. 9-18; Troll, C. (1971): «La Geocología y la di­ferenciación a escala planetaria de los ecosistemas de alta montaña». Traducción de J . J . Sanz Donaire, Geographica, 2, pp. 143-155.

perceptibles de las que se parte, sino unidades dinámicas a las que se llega al final de la investigación146.

El panorama de los planteamientos integrados se ha incrementado recientemente con la aparición de una nueva línea denominada por sus creadores, Jean Tricart y Jean Kilian, «ecogeografía» I47. Se trata de un in­tento de superar la visión estática que, en distinto grado, subyace a los «landscape survey» y a -los estudios de paisaje integrado y deriva de su uso como ptinto de apoyo de inventarios o descripciones fisipnómicas; proponen para ello una metodología en la que incluso la taxonomía previa se elabora teniendo en cuenta los caracteres dinámicos. Partiendo de una concepción del medio físico como sistema abierto que ocupa el plano de contacto o «interfaz litosfera-atmósfera, su caracterización ha de basarse en el modo como esta interfaz cambia, es decir, en su grado de estabili­dad» 141. Dicho grado de estabilidad depende de la relación de fuerzas que en cada lugar y momento se da en la superficie terrestre y se mani­fiesta en el balance entre flujos, tanto horizontales como verticales, de materia y energía. El resultado de la interferencia de estos flujos puede ser una situación caracterizada por modificaciones apreciables de la su­perficie topográfica que dificultan el desarrollo de los suelos y la coloni­zación vegetal o una situación en la que los desplazamientos de materiales son muy limitados y predomina la edafogénesis en una superficie colo­nizada por la vegetación, o bien una situación intermedia entre ambas. De ahí que la clasificación básica de los medios naturales sea una distinción entre medios estables, inestables y peniestables. La influencia de la «teoría biorexistásica» de H. Ehrart149 es indudable en este planteamiento taxo­nómico e igualmente lo es en el método que la ecogeografía propone, centrado en el análisis del balance edafogénesis-morfogénesis. Como reco­nocen expresamente Tricart y Kilian, su pretensión es «hallar el deno­minador común de la ecología, la edafología y la geografía física» y, par­tiendo de las consecuciones de la primera de estas disciplinas en el esta­blecimiento de balances, análisis de flujos y definición de modalidades de evolución, realizar la «integración dinámica» de los estudios sobre el medio físico mediante la aplicación de «los mismos esquemas lógicos en los que se basan el estructuralismo y la teoría de sistemas» 15°.

De esta forma pueden caracterizarse, en suma, las líneas cognoscitivas que, dentro de la geografía física, pretenden incorporar los términos de los planteamientos sistémicos para reformular el' estudio «integral» y «glo­

14í Cfr. Haase, G. (1964): «Landschaftokologische Detailuntersuchung und natu- rraumlichen Gliederung», Petermanns Geographische Mitteilungen, C V III, pp. 8-30; Neef, E . (1967): «Entwicklung und stand der Landschaftokologischen Forschung in der D. D. R.», Geographische Gessettchaft D. D. R., pp. 22-34.

147 Tricart, J ., Kilian, J . (1979): L'écogeograpbie et V amenagement du milteu na- turel, París, Frangois Maspero.

mü Ibid., p. 80. , , .149 Cfr. Erhart, H. (1956): La genese des sois en tant que phenomine geologique

París, Masson, 1967.m Tricart, J ., Kilian, J .: Op. cit., p. 230.

126 El pensamiento geográfico

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 127

bal» de las unidades espaciales o «paisajes». La teoría general de sistemas sirve, como se ve, para actualizar y revitalizar, de forma más o menos consecuente, las pretensiones «totalizadoras» — y opuestas por principio a las operaciones de selectividad cognoscitiva— de las perspectivas re­gionales o corológicas.

2. PERSPECTIVAS FENOM ENO LO GIAS Y SISTEMICAS EN E L ANALISIS GEOGRAFICO DE LA PERCEPCIONY DEL COMPORTAMIENTO ESPACIAL

El interés por la trascendencia geográfica de las actitudes y aprecia­ciones de los grupos humanos acerca del medio en que viven se encuentra explícitamente en la geografía cultural de filiación saueriana y, de forma implícita o marginal, en otras perspectivas clásicas, pero sólo a partir de mediados de la década de los cincuenta comienzan a aparecer trabajos centrados de modo específico en la percepción y el comportamiento espa­ciales. Realizados en principio casi exclusivamente por autores del ámbito anglosajón relacionados con los grupos promotores de la geografía analí­tica, estos trabajos habían aportado ya en torno a 1965 un extenso y variado cuerpo de conocimientos apoyado en enfoques conceptuales y me­todológicos propios',-al' que se dio el nombre de geografía de la percep­ción 1. Teniendo en cuenta el momento de su aparición y las vinculaciones académicas de sus primeros cultivadores, ha habido quienes han conside­rado esta línea de investigación, qué después se ha desarrollado y diversi­ficado extraordinariamente incorporando autores entroncados con otras corrientes geográficas, como una faceta de la geografía analítica. Sin em­bargo, a pesar de los permanentes contactos que siempre han existido entre ambas y que se han visto facilitados por la creciente asimilación de planteamientos sistémicos, un análisis riguroso muestra que cada una de ellas se mueve en un horizonte epistemológico distinto.

Al basarse en el postulado de que el conocimiento no existe indepen­dientemente del hombre, sino que debe partir de la experiencia humana del mundo, la geografía de la percepción se inscribe — como señala Vincent Berdoulay— en el dominio de las concepciones fenomenológicas 2. De acuer­do con este contexto filosófico, tiende a situarse abiertamente en un plano cognoscitivo que resulta muy distinto del estrictamente configurado por la geografía analítica y a oponerse más o menos explícitamente a algunos de los principios básicos asumidos por ésta, llegando incluso a criticar abier­tamente el mantenimiento de los presupuestos positivistas y cientificistas y las pretensiones de «objetividad» de los geógrafos analíticos 3.

1 Cfr. Capel, H. (1973): «Percepción del medio y comportamiento geográfico», Revista de Geografía, V II, 1-2, pp. 58-150.

2 Berdoulay, V. (1974): «Remarques sur la géographie de la perception», L'Espace Géographique, I I I , 3, pp. 187-188.

3 Cfr. Downs, R. M. (1970): «Geographie Space Perception: Past Approaches and Future Prospects», en Progress in Geography, 2, pp. 65-108.

i

128 El pensamiento geográfico

Hoy se acepta generalmente que el tema de la percepción entra en la geografía contemporánea debido a la influencia que ejercen sobre ella dos concepciones metodológicas ajenas: el nuevo análisis económico regional de Herbert A. Simón y el análisis urbanístico de la «escuela de Chicago» encabezada por Kevin Lynch. Los métodos convencionales de análisis eco- . nómico, frecuentemente empleados por ciertos sectores de la geografía analítica inicial, partían Je la idea de que el medio se percibe tal cual es («transparencia del medio») y de que el hombre como agente económico puede clasificar los hechos existentes en él según una escala de preferencia única y racional («racionalidad de elección»)4. 'Estos postulados, que per­mitían unas formulaciones matemáticas rigurosas similares a las de las ciencias físicas, fueron objeto de una crítica radical por parte de H . Simón: en su libro Models o f man, social and rational: Mathematical essays on rational behavior in a social seeting, publicado en 1957, señala cómo, al analizar agentes económicos en la realidad, resulta evidente que las deci­siones se deben a las motivaciones de las entidades con capacidad operativa y están basadas en órdenes de preferencia múltiples; lo normal, en conse­cuencia, es lo que denomina la «incoherencia potencial de elección». Por otra parte, la información de que disponen los sujetos de decisión espacial raramente es completa y muchas veces está distorsionada; no es real tampoco, por lo tanto, la presunta transparencia del medio. Es preciso, pues, basarse en modelos de conducta imperfectamente racionales y en decisiones tendentes, más que a una maximización teórica de los rendimien­tos, a alcanzar un cierto nivel de satisfacción, que no es fijo sino muy relativo. Así, para H . Simón, la toma en consideración de las «imper­fecciones del conocimiento», es decir,' la evaluación de los límites y con­dicionamientos de la percepción, resulta imprescindible para realizar todo análisis económico espacial, lo cual implica el paso de un nivel «objetivo», considerado irreal e inviable, a un nivel fenomenológico5.

Este planteamiento crítico, que viene a coincidir fundamentalmente con las conclusiones de los estudios acerca de la difusión espacial de las innovaciones y de los factores desencadenantes de las migraciones reali­zados desde 1953 por Torsten Hagerstrand6 y otros geógrafos suecos de la escuela de Lund7, adquiere una gran trascendencia en el campo geográfico por medio de los trabajos de Julián Wolpert dedicados tam­bién al análisis de las migraciones8. En ellos se muestra cómo estos mo­

4 Cfr. Isard, W . (1956): «Regional Science, the Concept of Región, and Regional Structure», Papers o f the Regional Science Association, 2, pp. 13-26.

5 Cfr. Simón, H. A. (1957): Models of Man, Social and Rational. Mathematical Essays on Rational Behavior in a Social Setting, Nueva York, John Wiley.

6 Cfr. Hagerstrand, T. (1953): Innovation Diffusion as a Spatial Process, Chicago, Chicago University Press.

7 Cfr. Hannefaerg, D., Hagerstrand, T., Odeving, B., Eds. (1957): Migration in Sweden. A. Symposium, Lund, Lund Studies in Geography, 13.

8 Cfr. Wolpert, J . (1964): «The Decisión Process in a Spatial Context», Annalsof the Association o f American Geographers, L IV , pp. 537-558; Wolpert, J . (1965):

í

vimientos de población se encuentran prioritariamente dirigidos por los valores conferidos por los grupos susceptibles de migrar a los distintos lugares, con independencia del valor intrínseco de las condiciones de éstos, que por otra parte es imposible de determinar. El problema central tanto de la economía regional como de. la geografía — o de cualquier otra dis­ciplina que trate de distribuciones espaciales humanas— está por lo tanto en la percepción que la población tiene del medio y en la interpre­tación de los signos que en él percibe; ello implica la asimilación de planteamientos conceptuales y metodológicos elaborados por la psicología y la semiología.

En esta misma línea, y expresamente dedicados a poner de manifiesto los ingredientes subjetivos que invalidan las presuposiciones de transpa­rencia y racionalidad asumidas en buena medida por la primera geografía analítica, están los estudios sobre la percepción de los riesgos naturales realizados en los Estados Unidos con la finalidad de servir de base a gran­des planes de ordenación territorial. Estas investigaciones, iniciadas por Gilbert F . White y desarrolladas por un numeroso grupo de geógrafos, ponen de manifiesto que la utilización o el abandono de las tierras depende de la estimación subjetiva de los riesgos naturales que en ellas existen y de la eficacia que se atribuye a los medios de protección9. Sobre estas conclusiones de trabajos concretos abiertos a la aplicación, articulan sus sistemas de análisis de percepción de riesgos, que ya se han hecho clásicos, Robert W . Kates 10, Ian Burton11 y Thomas F. Saarinen n. Son ellos los que utilizan por primera vez de forma sistemática en geografía las técnicas de la psicometría, incluso los tests proyectivos, con lo que, dentro de un enfoque conceptual muy distinto, introducen unas posibilidades de rigor estadístico y una operatividad matemática comparables a los de la geografía analítica.

Como se señaló, el tema de la percepción también se introduce y des­arrolla en geografía a través de otra línea de investigación interesada, no por espacios extensos, sino por el ámbito más concreto de la ciudad e inspirada directamente por los urbanistas de la llamada «escuela de Chica­go», en especial por Kevin Lynch, cuya obra fundamental, The Image of the City, aparece en 1960. En ella la ciudad se concibe como «una pauta conexa de símbolos» que es objeto de una «lectura» más o menos fácil, de

«Behavioral Aspects of the Decisión to Mígrate», Papers and Proceedings of the Regio­nal Science Association, 15, pp. 159-169.

9 Cfr. White, G. F. (1973): «La investigación de los riesgos naturales», en Chor­ley, R. J ., Ed. (1973): Nuevas tendencias en Geografía. Traducción de J . Hernández Orozco, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1975, pp. 281-319.

10 Cfr. Kates, R. W. (1962): Hazard and Choice Perception in Flood Plain Mana­gement, Chicago, Chicago University Press (Department of Geography Research Pa­per 78).

11 Cfr. Burton, I., Kates, R., Snead, R. (1969): The Human Ecology o f Coastal Flood Hazard in Megdopolis, Chicago, Chicago University Press (Department of Geo­graphy Research Paper 115).

12 Cfr. Saarinen, T. F. (1969): Perception o f Environment, Washington, Association of American Geographers.

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 129

c!

130 El pensamiento geográfico

la cual se derivan unas «imágenes mentales» a . Esta perspectiva abre nuevas vías para el entendimiento de la percepción espacial y suscita en geografía la aparición de una serie de trabajos en los que se plantea rigu­rosamente el análisis de los complejos procesos relativos a la elaboración y el contenido de los esquemas mentales referentes a la organización espacial. Dentro de ella destacan con claridad las aportaciones de David Lowenthal, en la que se-estudia mediante el uso de métodos de la psico­logía experimental la influencia de la estructura social, la cultura y el lenguaje en la formación de las «geografías personales» y las relaciones de éstas con los diversos tipos de «comportamiento geográfico»M. Enw¡e— esta misma órbita se inscriben las investigaciones sobre el atractivo resi­dencial, es decir, sobre «el modo que la gente tiene de percibir y evaluar los diversos sectores de un territorio a efectos de establecer una vivienda permanente», iniciadas por Peter Gould, en las cuales se elaboran repre­sentaciones cartográficas expresivas de los puntos de vista compartidos por los grupos sociales, que han recibido la denominación de «mapas mentales» 15.

Las dos corrientes iniciales citadas coinciden en la consideración de que la mente humana — entre cuyas funciones está la percepción del medio, la elaboración de imágenes acerca de él y la toma de decisiones tendentes a modificarlo— es un campo fundamental e insoslayable de investigación geográfica, para cuyo tratamiento es preciso basarse en un aparato con­ceptual y metodológico procedente de la psicología. Dicha coincidencia permite que ambas converjan, o se sumen, en la segunda mitad de los años sesenta y constituyan un cuerpo científico de relativa coherencia, que es objeto de diversas sistematizaciones entre las cuales destacan las realizadas por el propio Lowenthal16, por Henry C. Brookfield17 y por Roger M. Downs 18. De esta forma la geografía de la percepción afianza su personalidad y se desarrolla en múltiples direcciones. Así, en 1975 P. Gould puede reconocer la existencia de «seis líneas de investigación que tratan de los problemas geográficos de la percepción», cuyos objetos de interés son los siguientes: la influencia de los contenidos culturales en la apreciación y uso de los recursos; los distintos modos de estructurar

13 Lynch, K. (1960): The Image o f the City, Cambridge, Massachusetts, M. I. T. Press.

14 Lowenthal, D. (1961): «Geography, Experience and Imagination: Towards a Geographical Epistemology», Annals o f the Association o f American Geographers, L I, 3, pp. 241-260.

15 Gould, P. (1975): «People in Information Space: The Mental Maps and In­formation Surfaces of Sweden», Lund Studies in Geography, 42, pp. 1-161, p. 17. (Ar­tículo parcialmente traducido en este libro: cfr. P. Gould: «Las imágenes mentalesdel espado geográfico».)

16 Cfr. Lowenthal, D. (1967): Environmental Perception and Behavior, Chicago, Chicago University Press. (Department of Geography Research Paper 109.)

17 Cfr. Brookfield, H. C. (1969): «On the Environment as Perceived», en Progress in Geography, 1, pp. 51-80.

18 Cfr. Downs, R. M.: Op. cit.

las imágenes regionales según la pertenencia a unos u otros grupos cul­turales; la percepción de los riesgos ambientales; el desarrollo de las capacidades de comprensión espacial según la edad; los factores del com­portamiento espacial en la ciudad; y, finalmente, las variaciones territo­riales del atractivo residencial («mapas mentales»)19. Todas estas líneas son desarrollos, profundizaciones o simplemente aplicaciones de aspectos ya planteados, sin que aparezcan en ellas nuevas aportaciones sustanciales de tipo conceptual, lo cual a primera vista podría considerarse como una ausencia de problemas epistemológicos o una resolución satisfactoria de los mismos por parte de los primeros autores o sistematizadores. Existían sin embargo dos cuestiones aún no resueltas: la asimilación rigurosa de los conceptos y métodos semiológicos y la superación de las diferencias con la geografía analítica mediante la aplicación de las formulaciones sistémi­cas, abriéndose así en los últimos años — con notable participación de los geógrafos del ámbito francés— una nueva y bien diferenciada ten­dencia investigadora.

Un antecedente significativo de esta tendencia se puede encontrar en la obra de David Harvey, para el cual la articulación de la percepción espacial con el comportamiento geográfico no quedaba adecuadamente resuelta con los planteamientos psicológicos comunes en la geografía de la percepción. Considera, por el contrario, que el aparato conceptual y metodológico de la semiología es más adecuado para realizar de forma coherente y equili­brada este tipo de estudios geográficos. En su opinión, han de tenerse en cuenta tres componentes interdependientes en todo proceso perceptivo: el «atributivo», que conlleva una categorización de lo percibido, el «afec­tivo», que supone una apreciación o valoración de lo percibido, y el «expectativo», que atribuye unas significaciones prescriptivas a los distintos elementos del entorno percibido20.

Esta misma valoración crítica de la influencia predominante de la psicología en unos análisis geográficos cada vez más alejados del problema que los da sentido — esto es, las relaciones del hombre con su entorno a través del comportamiento— aparece también en los estudios franceses sobre el estado y las perspectivas de la geografía de la percepción, reali­zados por Vincent Berdoulay21, Antoine S. Bailly22 y Armand Frémont23 entre 1970 y 1975. En ellos se propugna igualmente un mayor uso de conceptos semiológicos, lo cual permite establecer a través de la teoría de

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 131

w Gould, P.: Op. cit., pp. 15-16.20 Harvey, D. (1969): «Conceptual and Measurement Problems in the Cognitive-

behavioral Approach to Location Theory», en Cox, K., Golledge, R., Eds. (1969): Behavioral Problems in Geography: A Symposium, Evanston, Nortbwestem University, pp. 35-67.

21 Cfr. Berdoulay, V.: Op. cit.22 Cfr. Bailly, A. S. (1974): «La perception des paysages urbains. Essai méthodo-

logique», L'Espace Géographique, I I I , 3, pp. 211-217.23 Cfr. Frémont, A. (1974): «Recherches sur Pespace vécu», L'Espace Géographi­

que, I I I , 3, pp. 231-238.

(

132 El pensamiento geográfico

la información una vía de enlace de los estudios de .percepción espacial con las nuevas formulaciones sistémicas del estudio de paisajes.

Refiriéndose a los nuevos modos de aproximación geográfica al paisaje, señala Sylvie Rimbert la existencia de dos puntos de vista epistemológicos bien diferenciados: «el que considera el espacio como un objeto de obser­vación» y «el que toma al individuo como punto de partida»z4. Mientras el primero, ampliamente compartido en geografía física, da por supuesto que el paisaje es un sistema real cuyos elementos e interacciones son los que son, con independencia de la percepción o el significado que les den las personas carentes del distanciamiento y los instrumentos teóricos adecuados para un «conocimiento objetivo», el segundo, entroncado con la visión fenomenológica de la geografía de la percepción, parte de la idea de que el entorno en tanto que percibido no es algo neutro y con organización propia, sino un conjunto de signos que se leen y se estructuran en forma de paisaje según una sistemática semiológica propia del sujeto. También Georges Bertrand y Oliver Dollfus reconocen la presencia de esta escuela geográfica que entiende el paisaje «como un espacio subjetivo, sentido y vivido», en contraposición con la que lo «considera en sí mismo y por sí mismo, en una perspectiva esencialmente ecológica» 2S.

Para la citada S. Rimbert, así como para Renée Rochefort26, Armand Frémont27, Alain Metton28, Michel-Jean Bertrand29, André Fel30, Roger Brunet31 y todos los autores que, de forma más o menos intensa, investigan en esta línea, el paisaje es en gran parte una composición mental resul­tante de una selección y estructuración subjetiva a partir de la información emitida por el entorno, mediante el cual éste se hace comprensible al hombre y orienta sus decisiones y comportamientos. Dado su carácter subjetivo, aunque sus elementos procedan de la «realidad», dicha compo­sición está sustancialmente influida por la personalidad, la cultura, los in­tereses y, en general, por todo lo que constituye el «punto de vista del observador». Los propios geógrafos sueleh decir que lo que ellos pueden ver en la superficie terrestre es inaccesible a la mayoría de las personas, que el paisaje del geógrafo es algo para cuya contemplación es necesario

24 Rimbert, S. (1973): «Approches des paysages», L’Espace Géographique, I I , 3, pp. 233-241, p. 233.

25 Bertrand, G., Dollfus, O. (1973): «Le paysage et son concept», L'Espace Geo- graphique, I I , 3, pp. 161-163, p. 161.

26 Cfr. Rochefort, R. (1974): «La perception des paysages», L Espace Geographt- que, I I I , 3, pp. 205-209.

27 Cfr. Frémont, A.: Op. cit.25 Cfr. Metton, A. (1974): «L’espace pergu: diversité des approches», LEspace Geo-

graphique, I I I , 3, pp. 228-230.» Cfr. Bertrand, M.-J. (1974): «Les espaces humains d’un paysage», LEspace

Géographique, I I I , 2, pp. 147-148. . .30 Cfr. Fel, A. (1974): «Paysages, geographie, semiologie», LEspace Géographique,

I I I , 2, pp. 149-150. . , .31 Cfr. Brunet, R. (1974): «Analyse des paysages et semiologie», LEspace Geogra-

phique, I I I , 2, pp. 120-126. (Artículo traducido en este libro: cfr. R. Brunet: «Análi­sis de paisajes y semiología».)

c

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 133

dotarse de una perspectiva especial; es frecuente la afirmación, más o menos explícita, de que la geografía en último término es una forma de ver las cosas. Sin embargo, resulta casi imposible dotar conscientemente a un grupo profesional o científico de unos esquemas de percepción rigurosa­mente idénticos, de modo que lo normal es que cada investigador, de acuerdo con su especialidad o sus métodos de trabajo, defina y estructure su propio paisaje. Por el contrario, las comunidades humanas son capaces mediante mecanismos psicológicos en gran parte inconscientes de estruc­turar imágenes colectivas de su entorno, es decir, de crear un paisaje con validez y trascendencia sociales. Este «reflejo de las estructuras producidas por los sistemas espaciales»32 es incompleto y deformado e incluso está manipulado de acuerdo con los intereses de quienes tienen capacidad de decidir acerca de la información, pero es el único capaz de «producir un impacto efectivo susceptible de orientar las decisiones de los individuos y de los grupos» 33. Por ello es el punto de partida más firme para abordar el estudio de la percepción del entorno por los hombres y los comporta­mientos que de ella se derivan, así como «el conocimiento de las retroac­ciones de sus elementos sobre los sistemas» 34.

Conforme a este planteamiento, la geografía de la percepción tiende a plantear el análisis de un sistema de interacción cuyos elementos son las estructuras espaciales, los «filtros» que afectan a su percepción, la informa­ción percibida, el paisaje, los agentes que inciden en la toma de decisiones y el comportamiento. Ello implica un modo muy peculiar de entender lo perceptivo, que introduce algunas variaciones significativas con respecto a los supuestos básicos característicos de las restantes líneas investigadoras en este campo. Como señala R. Brunet, el esquema de estudio propuesto supone la aceptación de cuatro hipótesis: que existe un «mundo real», una estructura espacial independiente de la percepción humana, aunque no sea posible su conocimiento «plenamente objetivo»; que, de acuerdo con las «exigencias esenciales» de la perspectiva sistémica, existen flujos de infor­mación, gradientes o potenciales energéticos y retroacciones que aseguran la regulación del sistema; que hay «medios de acción» no definibles en términos psicológicos, cuyo funcionamiento se adapta a las leyes de la economía; y, finalmente, que para un análisis científico riguroso «el Hom­bre no existe», sólo existen «los hombres», es decir, las apreciaciones, valoraciones, decisiones y comportamientos colectivos35. Brunet plantea así expresivamente un ejemplo del intento de inscribir el estudio geográfico de la percepción en el contexto de los procedimientos analíticos proporcio­nados por la teoría de la información y la teoría general de sistemas — en buena medida provocado por el mantenimiento de las pretensiones cog-

32 Ibid., p. 120.33 Rimbert, S.: Op. cit., p. 235.34 Brunet, R.: Op. cit., p. 120.35 Brunet, R . (1974): «Espace, perception et comportement», I I I , 3, L'Espace Géo­

graphique, pp. 189-204.

c/

134 El pensamiento geográfico

noscitivas formalmente científicas— a costa de un claro distandamiento del enfoque fenomenológico, al que, sin embargo, no se renuncia del todo.

Este intento, valioso y arriesgado, de superar las diferencias con la geografía analítica, compaginando Si máximo dos perspectivas epistemoló­gicas diferentes, con sus respectivas posibilidades y sus respectivos proble­mas, viene a completar el panorama actual de la geografía de la percepción. Panorama en el que, a pesar de todo, las líneas de trabajo iniciadas en los años sesenta, dotadas ahora de propuestas conceptuales y metodológicas perfeccionadas por el uso, continúan siendo mayoritarias.

»

3. LOS RADICALISMOS GEOGRAFICOS

Desarrollos y coordenadas epistemológicas de las geografías radicales

La confianza — la casi arrogancia— de los geógrafos analíticos en sus fundamentos conceptuales, en su eficacia metodológica y, en ultima ins­tancia, en la «homologación» científica del sistema de conocimiento geo­gráfico, estaba abocada a ser puesta en entredicho y sometida a cargas de profundidad, desde finales de los sesenta. En efecto, en estos años, pero, sobre todo, en la década de los setenta, se produce, si no lo que Hunt y Schwartz han llamado — y asume James Anderson 1— «la crisis general de la ideología liberal de la guerra fría», sí el quebrantamiento de la confianza en la función social desempeñada por la geografía y por las ciencias sociales en general y el surgimiento — a partir de distintos focos— de un movimiento intencional y profundamente crítico que se fija como tarea prioritaria la denuncia del conservadurismo e ideologismo científicos y la responsabilidad de reasumir el compromiso geográfico con la práctica de la persecución de la justicia social.

Este movimiento no es, en forma alguna, exclusivo de la geografía, sino paralelo y concomitante a reconsideraciones de índole semejante en otras ciencias humanas y sociales 2. Si acaso, apunta Anderson, «la geogra­fía, junto con otras "disciplinas ambientales” se ha mostrado lenta en reac­cionar», y esto porque «si la geografía parece conservadora no es tanto porque sea ideológica ( . . . ) sino más aún porque sus ideologías tienden a estar desfasadas»3. Las perspectivas críticas radicales en geografía se insertan en un movimiento de conjunto que nace y se alimenta de unas situaciones políticas y sociales muy concretas, dolorosamente sentidas en ciertos medios universitarios y que unos y otros coinciden en identificar

1 Hunt, E ., Schwartz, J . G., Eds. (1972): A Critique of Economic Theory, cit. en Anderson, J . (1973): «Ideology in Geography: An Introduction», Antipode, V, 3, pp. 1-6, p. 4. (Artículo traducido en este libro: cfr. J . Anderson: «La ideología en geografía: una introducción».)

2 Q u in tan il la , M . A. (1977): «Adversus ingenieros (Hada un replanteamiento de las reladones entre teoría y acción en las ciendas sociales)», Información Comercial Española, 3-4, pp. 248-274, pp. 249-250.

3 Anderson, J . : Op. cit., p. 4.

c

como el revulsivo que dio al traste con su buena conciencia profesional4. Obviamente, se trata en Estados Unidos, sobre todo, por una parte del largo movimiento en favor de los derechos civiles, con sus múltiples epi­sodios trágicos y el «descubrimiento» por parte de muchos intelectuales de las bolsas de miseria en el país de la opulencia y, por otra, de los mo­vimientos pacifistas surgidos como respuesta a la guerra del Vietnam. En Europa, se plantea el final de la etapa de bienestar característica de las dos décadas consecutivas a la Segunda Guerra Mundial, el recrudecimiento de los conflictos sociales, la gran crisis universitaria de mayo del 68, las primeras tomas de conciencia de la crisis ecológica, en conjunto un nuevo clima social, si no radicalmente crítico, sí crispado, con el agotamiento en el ámbito académico de los estereotipos organizativos de las distintas dis­ciplinas. Ni es ocasión, ni es nuestra intención, ahondar en lo que no puede llegar a llamarse factores desencadenantes, aunque sí apremiantes incitaciones a la reconsideración de la práctica profesional geográfica y a la adquisición de un compromiso tanto individual como colectivo. Sí lo es el interrogarnos sobre los supuestos epistemológicos que fundamentan tanto la denuncia sistemática e intencionadamente demoledora de los quehaceres geográficos vigentes — analítico, clásico y fenomenológico— como las nuevas propuestas y el nuevo contexto de la teorización geo­gráfica.

Es difícil aproximarse a las perspectivas radicales en geografía. Y es difícil no sólo por su diversidad de ámbitos de nacimiento y desarrollo, por su diversidad de pronunciamientos y direcciones y la heterogeneidad de sus «fuentes». Sólo una voluntad abusiva de simplificación conceptual o de contraposición de paradigmas permite hablar de «una Geografía Radical». Pero es difícil, además, por la evolución experimentada por los propios planteamientos radicales, en particular por los anglosajones, por el carácter vivo y cambiante de los horizontes radicales franceses, tras una entrada en escena vibrante y provocadora5, por su encomiable resistencia a las reificaciones de la catalogación e his tarificación, por un cierto come­dimiento o ralentización de su inicial impetuosidad. Todo ello contribuye a impedir lecturas unidireccionales e interpretaciones cerradas.

En todo caso, los horizontes radicales se desarrollan en geografía en dos ámbitos privilegiados: el ámbito anglosajón, con cierto protagonismo de la geografía estadounidense 6, y el ámbito latino, en el que corresponde

3. Las tendendas actuales del pensamiento geográfico 135

4 Cfr. Ibid., p. 1.; Bunge, W. (1979): «Perspectives on Theoretical Geography», Annals of the Association o f American Geographers, L X IX , 1, pp. 169-174, p. 170. (Artículo traducido en este libro: cfr. W. Bunge: «Perspectivas de la Geografía teó­rica».)

5 Cfr. Lacoste, Y . (1976): «¿Por qué Hérodote? Crisis de la geografía y geografía de la crisis», en Lacoste, Y., Santibañez, R., Varlin, T., Giblin, B. (1977): Geogra­fías, ideologías, estrategias espaciales. Traducdón de I. Pérez-Villanueva. Introducdón y edición a cargo de N. Ortega, Madrid, Dédalo, pp. 25-66; Lacoste, Y. (1976): La géographie, qa sert, d’abord, i faire la guerre, París, Franfois Maspero.

6 Cfr. Johnston, R. J. (1979): Geography and Geographers. Anglo-American HumanGeographe since 1945, Londres, Edward Arnold, pp. 143-174.

136 El pensamiento geográfico

xana indudable iniciativa a la geografía francesa. A grandes rasgos, y con las salvedades hechas, la crítica radical americana que, en conjunto, se articula en torno a la revista Antipode. A Radical Journal o f Geography, cuyo primer número apareció en agosto de 1969, presenta ciertas conno­taciones caracterizadoras y específicas, tanto una cierta asunción institu­cional de las primeras insatisfacciones producidas por la geografía acadé­mica, como un lento proceso de radicalización desde posiciones liberales iniciales, resultado de debates a veces ásperos y de progresivos procesos de decantación ideológica, en el que se advierte tanto la influencia de la testimonial tradición manásta estadounidense mantenida en torno a la Monthly Review, en particular por Paul Baran y Paul Sweezy, como la más depurada y matizada de los métodos de entender el conocimiento y sus compromisos de algunos de los pensadores de la Escuela de Frankfurt, proceso de radicalización que conduce, en todo caso, a la aceptación mayo- ritaria por parte de los radicales del discurso marxista.

Para el primer aspecto al que se ha hecho referencia — las manifesta­ciones «institucionales» del malestar geográfico académico y científico én general— resulta ejemplar la postura adoptada por Wilbur Zelinsky, pre­sidente de la Asociación de Geógrafos Americanos en 1973, en dos tra­bajos de 1970 y 1975 sobre las posibles respuestas geográficas al «síndrome del crecimiento» y a la consideración de la ciencia como religión del siglo actual, respectivamente7. Tras argumentar que resulta ya imposible seguir considerando la acumulación material como progreso, el autor reivin­dica las connotaciones geográficas de la crisis del crecimiento, la conse­cuente necesidad de intervencionismo geográfico en sus tres posibles formas: la del «diagnóstico», aplicando «el estetoscopio geográfico» a una sociedad enferma y mapificando sus males; la de la «profecía» y la del geógrafo como «arquitecto de la utopía», apoyando a los que corresponda la responsabilidad de conducir a la sociedad a través de la «Gran Tran­sición».

Los interrogantes que se planteaba Zelinsky iban a encontrar resonancia crítica en otra conferencia presidencial de la Asociación de Geógrafos Ame­ricanos, la de Ginsburg, para quien la «trivialidad» en que estaban incu­rriendo las ciencias sociales se manifestaba en «su tendencia a no plantearse las preguntas más importantes, precisamente porque son las más difíciles de resolver» 8; iban, asimismo, a suscitar la preocupación por los mismos temas del Instituto de Geógrafos Británicos y un importante debate entre posiciones «liberales» y «radicales» sobre la aplicabilidad geográfica en la

' 7 Cfr. Zelinsky, W. (1970): «Beyond the Exponentials: The Role of Geography in the Great Transition», Economic Geography, X L V I, pp. 499-535; Zelinsky, W. (1975): «The Demigod’s Dilenrima», Annals of the Association o f American Geogra­phers, LXV, pp. 123-143.

8 Ginsburg, N. (1973): «From Colonialism to National Development: Geographical Perspectives on Patterns and Policies», Annals of the Association of American Geo­graphers, L X III , pp. 1-21, p. 1.

c

revista inglesa Area9, polémica fecunda y que se había de prolongar en otros foros, en particular en Antipode, ganando en virulencia en el en­frentamiento entre Brian Berry y David Harvey 10.

Pero, como queda dicho, a medida que las posiciones se decantaban, se asistía a una progresiva negación de las formulaciones del liberalismo y a un correlativo resurgimiento del interés por la incorporación de los presupuestos marxistas. Se ha llamado la atención sobre el papel desem­peñado en este redescubrimiento por los pequeños grupos que tanto en Estados Unidos — a pesar del maccarthysmo— como en el Reino Unido habían mantenido viva la tradición marxista11. Menos conocida y más compleja es la incidencia del pensamiento de filiación frankfurtiana no sólo en el «redescubrimiento» del marxismo, sino también, en virtud de la profunda revisión crítica a que sometió al mismo, en la articulación de un radicalismo geográfico que, en ocasiones, sobrepasa ampliamente las coor­denadas marxistas.

Los miembros de la Escuela de Frankfurt — denominación bajo la cual se pueden agrupar desde los «fundadores», como Max Horkheimer y Theodor Adorno, hasta Herbert Marcüse, Erich Fromm y, con criterio muy amplio, a pesar de la distancia generacional, Jürgen Habermas— , cuya diáspora forzada por el nazismo les dispersó por diversas universi­dades anglosajonas con la consiguiente difusión de sus planteamientos, comparten, a pesar de flagrantes diferencias conceptuales, la «teoría crí­tica» enunciada contra la llamada «teoría tradicional», caracterizada por la derivación lógica de los enunciados y la exigencia de comprobación em­pírica. Lo que nos interesa resaltar aquí, junto a la «vitalización» del marxismo n — hasta los límites de la «disidencia» o traspasándolos— es, a efectos de nuestro razonamiento, la oposición frankfurtiana al empirismo

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 137

9 Cfr., sobre todo, Chisholm, M. (1971): «Geography and the Question of “Rele- vance”», Area, 3, pp. 65-68; Eyles, J . (1971): «Pouring New Sentiments into Oíd Theories; How else can be look at behavioral patterns?», Area, 3, pp. 242-250; Smith, D. M. (1971): «America, America? Views on a Pot Melting. Radical Geogra­phy -The Next Revolution?», Area, 3, pp. 153-157.

10 Cfr. Berry, B. J . (1972): « “Revolutionary and Counter-revolutionary Theory in Geography”. A Ghetto Commentary», Antipode, IV , 2, pp. 31-33; Harvey, D. (1972): «A Commentary on the Comments», Antipode, IV , 2, pp. 36-41; Berry, B. J . (1974): «Review of H. M. Rose (ed.). Perspectives on Geography 2, Geography of the Ghe-_ tto, Perceptions, Problems and Alternatives», Annals o f the Association o f American' Geographers, L X IV , pp. 342-345; Berry, B. J . (1974): «Review of Social Justice and the City of David Harvey», Antipode, V I, 2, pp. 142-145; Harvey, D. (1974): «Dis- cussion with Brian Berry», Antipode, V I, 2, pp. 145-148; Harvey, D. (1975): «Review of B. J . Berry. The Human Consequences of Urbanisation», Annals of the Association of American Geographers, LXV, pp. 99-103.

11 Cfr. García Ramón, M. D. (1978): «La geografía radical anglosajona», en García Ramón, M. D., Ed. (1978): Geografía radical anglosajona, Barcelona, Üniversitat Autó­noma de Barcelona (Documents d’Análisi Metodológic en Geografía, 1), pp. 59-69, P ’ 6L _

12 Cfr. Jay, M. (1973): La imaginación dialéctica. Historia de la Escuela de Vrank furt y el Instituto de Investigación Social (1923-1950). Traducción de J . C. Curutchet, Madrid, Taurus, 1974.

c

138 El pensamiento geográfico

positivista y al abuso de métodos cuantitativos. Para Horkheimer, el positivismo lógico «significa en última instancia la abdicación de la refle­xión», que acaba conduciendo a la «absolutización de los hechos y la reificación del orejen existente». Positivismo y metafísica no están, en realidad, tan distantes uno de otra: tanto al limitar la razón al entendi­miento discursivo y el conocimiento a lo empíricamente dado como al aspirar a la conceptualizadón matemática de lo conocido, se cae «en una metafísica tan perniciosa como la que los positivistas habían deddido refutar» 13. Habermas, por su parte, denuncia «la ilusión objetivista» del neopositivismo, y «la eficada tecnocrática» como uno de los elementos de legitimadón del capitalismo avanzado 14. El espíritu crítico frankfurtiano, en todo caso, en continua tensión con la sociedad, pretende una crítica «concreta», en donde la teoría ocupa un papel fundamental, pero consciente de sus raíces históricas y determinaciones sociales, aunque no identificada con ninguna dase sodal en particular, sino con el interés de liberación del conjunto de la humanidad.

Otros rasgos característicos y diferenciadores de la configuración del horizonte radical anglosajón en geografía que deben ser reseñados son tanto el anterior protagonismo de buen número de sus principales cultiva­dores en la introducción y consolidación del paradigma analítico — tal es el caso, sobre todo, de Harvey, Bunge o Peet— y su procedencia liberal, que les lleva a manifestar en ocasiones dudas y reticencias iniciales res­pecto de la viabilidad del proyecto revoludonario — «los sueños de revolu­ción son ingenuos, decía Morrill en 1969 15; la Nueva Izquierda exagera su apoyo potencial y subestima la capacidad de nuestra sodedad para cambiar»— , como la sensible dimensión ética que las nuevas actitudes manifiestan y que ilustra de forma ejemplar la singular trayectoria vital y profesional de William Bunge16. Las «expediciones geográficas» de Bunge, tanto la de Detroit como las canadienses, su «aprendizaje» de la miseria, «indispensable para la exploración urbana» 17, él, que había sido «criado en el mundo secreto dd capitalismo» 18 y que «había pasado su vida entre libros» 19, su descubrimiento vital de la «utilidad sodal de la geografía» al llevar «los problemas globales de la tierra al nivel de las vidas normales de la gente», son otros tantos testimonios de su inaplazable exigencia de

13 Horkheimer, M. (1933): «Materialismos und Metaphysic», cit. en Jay, M.: Op. cit., pp. 115-116.

14 Cfr. Habermas, J . (1968): La technique et la Science cotnme «idéologie». Tra- duit de 1’aUemand et préfacé par J . R. Ladmiral, París, Gallimard, 1973, p. 74.

15 Morrill, R. (1969): «Geography and the Transformation of Society», Antipode, I , 1, pp. 6-9, pp. 7-8.

16 Cfr. Racine, J . B. (1976): «De la géographie théorique i la revolution: William Bunge. L’histoire des tribulations d’un explorateur des continents et des íles d’urbanité, devenu “taxi driver”», Hérodote, 4, pp. 79-90.

17 Bunge, W .: «Perspectives...», op. cit., p. 170.18 Bunge, W. (1973): «Ethics and Logic in Geography», en Chorley, R. J., Ed.

(1973): Directions in Geography, Londres, Methuen, pp. 317-331, p. 320.19 Bunge, W .: «Perspectives...», op. cit., p. 170.

f

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 139

trabajar induso físicamente por la justida y contra la miseria, pese a sus airadas protestas de dentificidad y de despreocupación ética. «Soy un científico — dice— . Esto es sufidente. No hago juicios de valor en mi trabajo, ni me preocupo por la ética o por hacerlo bien (o mal). ( . . .) Mi postura es quizá demasiado grandiosa; es decir, que proteger a los niños está más allá de cualquier argumento. Quizá por ello mis amigos siguen tratando de confinarme en la simple moralidad»20.

El contexto de radicalización geográfica de ámbito francés es sensible­mente distinto. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que el mundo geográfico francés no sólo venía manifestando un mayor sentido crítico a la estereotipadón del discurso geográfico — con menor trascendentalis- mo, por lo demás, que entre los anglosajones— , sino, sobre todo, un amplio rechazo — quizá desconocimiento— frente a los planteamientos básicos de la geografía analítica y una cierta renuencia — fruto quizá de la impotencia— a los mecanismos de instrumentalización tecnocrática del saber geográfico. Otro hecho diferenciador es, sin duda, la mayor permea­bilidad política de las universidades francesas, y una presencia del pensa­miento marxista más o menos tibia o profunda, pero, al menos en parte, asumida académicamente, lo que, desde luego, no hacía posible un «redes­cubrimiento» geográfico del mismo ni tan «primario» ni — en algunos casos— tan ortodoxo como en el mundo angloamericano. Por su parte, la herencia — la fascinación— del espíritu de mayo del 68 no podía sino alimentar el distanciamiento crítico de toda ortodoxia, áun asumiéndolas como cuerpos teóricos de referencia inevitable. Todas estas diferencias con el mundo anglosajón se traducen en el tono mismo con el que se expresan las consideradones radicales en el panorama francés, voluntariamente más desenfadadas y menos explícitamente trascendentes, más inclinadas a la paradoja y a la provocación eficaz del orden estableado, a la sutileza lite­raria o la complicidad cultural.

Pero junto a estas diferencias de estilo, expresivas por lo demás de culturas diversas, los planteamientos del radicalismo francés — que se van articulando en torno a la figura de Yves Lacoste por un grupo de discusión de la Universidad de Vincennes y que se plasman en la revista Hérodote, desde su manifiesto fundacional21— intentan un programa de denuncia y clarificación bastante original: clarificar los contenidos ideológicos y estratégicos del saber geográfico en sus relaciones con el poder — o los poderes— ■, denunciar la obra de mistificación de gran amplitud del saber académico — la geografía de los profesores— cuya función es precisa­mente «impedir el desarrollo de una reflexión política sobre el espacio y enmascarar las estrategias espaciales de los detentadores del poder»22, todo ello orientado hacia la búsqueda de un saber geográfico «operativo». Es de señalar que esa investigación entre saber — en este caso saber geo­gráfico— y poder se aproxima a las preocupadones de Michel Foucault.

2° Ibid., pp. 172-173.21 Cfr. Lacoste, Y .: «¿Por qué Hérodote?...», op. cit.22 Lacoste, Y .: La géographie..., op. cit., p. 271.

( ,

/

140 El pensamiento geográfico

Los radicalismos geográficos, como por lo demás todos los radicalis­mos, coinciden, no obstante, en su esfuerzo de introspección de la función científica y de la búsqueda de una identidad a través de la reflexión crítica sobre el papel ideológico de la ciencia. La «responsabilidad de los inte­lectuales», señala Noam Chomsky, «entraña una preocupación básica por su papel en la creación y en el análisis de la ideología» 23. Y Harvey, desde el espacio cognoscitivo geográfico llama la atención sobre la «irrelevancia» de seguir acumulando información empírica y sobre la urgencia de acometer la «construcción de un nuevo paradigma para la geografía social» elaborado a través de «una profunda crítica de nuestros conceptos analíticos» en un proceso de «movilización intelectual» orientado a conseguir un «humani- zador cambio social»24. Programa similar al que en 1973 trazaba Anderson cuando, tras poner de manifiesto, a propósito del debate en la revista Area sobre la relevancia de la geografía, el hecho de que un paradigma social­mente «relevante» tan sólo podría surgir de una crítica profunda de la geografía existente, insistía en la necesidad, para evitar que la geografía radical volviera a ser «un entusiasmo efímero», de efectuar una crítica en profundidad de esa geografía vigente «que constituye al mismo tiempo una crítica de la geografía de la realidad objetiva» 25. Si fieles a estas reco­mendaciones, las perspectivas radicales se sustentan básicamente en la im­prescindibilidad de ahondar en los componentes ideológicos de los saberes geográficos, debemos ahora abordar cómo se articula y cómo se desarrolla la crítica de I q s mismos.

Las criticas radicales a los saberes geográficos del statu quo ,,

Los planteamientos críticos radicales se dirigen hacia una u otra forma de la geografía «establecida» — geografía clásica, analítica o de la percep­ción— según los ámbitos y círculos de los que emanan. Mientras los ataques de los radicales americanos, coherentes tanto con la influencia frankfurtiana como con la neta hegemonía adquirida por el paradigma neopositívista, se dirigen preferentemente contra los fundamentos, resul­tados y responsabilidades de las perspectivas analíticas, los del equipo de Hérodote fulminan la rutina clásica e incitados por unos y por otros, italianos, alemanes, canadienses u holandeses se incorporan a la dinámica crítica diversificando sus denuncias según las raigambres de cada escuela. La mayoría coincide, no obstante, en la denuncia del contenido ideológico de la ciencia y en su función de legitimación del orden injusto establecido. Analizaremos, en primer lugar, la discusión crítica de la geografía analítica y, con posterioridad, las de la geografía clásica y de la percepción.

23 Chomsky, N. (1968): «La responsabilidad de los intelectuales», en Chomsky, N.: La responsabilidad de los intelectuales y otros ensayos históricos y políticos (Los nue­vos mandarines). Traducción de J . R. Capella, Barcelona, Ariel, 2 * ed., 1971, pp. 33-80, p. 59. •

24 Harvey, D. (1973): Social Justice and the City, Londres, Edward Amold, pp. 144-145.

25 Anderson, J .: Op. cit., p. 5.

c

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 141

Es indispensable, en el caso de la geografía analítica, aceptar como punto de partida, de acuerdo con Jean-Bernard Racine, que la gran mayoría de sus críticos no pretenden en absoluto una vuelta atrás, hacia esa «es­pecie de colección académica de sellos» constituida por las síntesis regio­nales, «refugio de lo multívoco y de lo implícito», sino que, por el contrario, consideran adquirida e irrenunciable la revolución cuantitativa en lo que conlleva de progresos de cientificidad26. A título de ejemplo, la propia «geobiografía del ghetto» de Bunge, su Fitzgerald: Geography of a Revolution, se apoya en un aparato matemático y gráfico que no desdice la inicial filiación cuantitativista del autor27. La cuestión no se plantea, pues, en términos de «contrarrevolución» científica, sino en los más inci­sivos de la «superficialidad» e «irrelevancia» de los resultados alcanzados por la geografía del positivismo lógico.

Porque es, en efecto, de falta de interés, debido a su incapacidad para explicar la realidad, de lo que se tacha a la geografía analítica pre­matura e «instantáneamente envejecida» zs. «La revolución cuantitativa — decía Harvey en 1972— ha seguido su curso con resultados aparente­mente cada vez menos interesantes. ( . . . ) Existe una clara disparidad entre el complejo marco teórico y metodológico que estamos utilizando y nues­tra capacidad para decir algo realmente significativo sobre los aconteci­mientos tal y como se están desarrollando a nuestro alrededor ( . . . ) Resu­miendo, nuestro paradigma no está a la altura. Está maduro para ser de­rrocado» 29. Aspectos en los que abundaba Folke en el mismo año al sostener que «cientos y cientos de estudios de lugares centrales cada vez más sofisticados han demostrado: ¡esto es como es! Muy pocos análisis que llevasen la etiqueta de "geografía” se han enfrentado con el problema mucho más importante de ¿cómo podría cambiar?»30. Por su parte Haré, según relata R. J . Johnston, achacaba a la incapacidad epistemológica de la geografía su deficiente contribución a la política territorial y — de nuevo en la recurrente búsqueda por parte de la geografía de su propia identidad científica— argumentaba que los geógrafos deben reconstruir su disciplina sobre la base de las interacciones del hombre con su medio

26 Cfr. Racine, J . B. (1977): «Discours géographique et discours idéologique: pers­pectives épistemologiques et critiques», Hérodote, 6, pp. 109-157, pp. 117.

27 Cfr. Bunge, W . (1971): Fitzgerald: Geography of a Revolution, Cambridge, Massachusetts, Schenkman Publishing Company.

28 De Koninck, R. (1978): «Contre l’idéalisme en géographie», Cahiers de Géogra­phie du Québec, X X II , 56, pp. 123-145, p. 128. (Artículo traducido en este libro: cfr. R. De Koninck: «Contra el idealismo en geografía».)

29 Harvey, D. (1972):. Teoría revolucionaria y contrarrevolucionaria en geografía y el problema de la formación del ghetto. Traducción de J . P. Teixidó, Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo-Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 4), 1976, pp. 13-14.

30 Folke, S. (1972): «Por qué una geografía radical debe ser marxista». Traducción de J . P. Teixidó, en Geografía y teoría revolucionaria (II), Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo-Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 5), 1976, pp. 5-11, p. 6.

(/

y de un nuevo protagonismo de la geografía física sólidamente anclada en los enunciados y supuestos biológicos 31.

Por todo ello, la geografía «ahoga la explicación bajo un diluvio (otros autores utilizarán la metáfora de ocultar tras una cortina de humo) de mediciones» que sólo «parcialmente o con parcialidad» miden los hechos reales32, y aún así, las más de las veces con mucho retraso sobre ellos. Los tan elaborados análisis cuantitativos o bien se aplican sobre funciona­mientos económicos superados e inexistentes como son los del mercado perfecto, en una realidad de capitalismo competitivo y monopolista, ó bien ignoran la complejidad social como en el caso de la mecanicista difusión jerárquica de Berry33. Es por ello por lo que estas’y otras manifestaciones de la instrumentación tecnocrática de los estudios sociales, de lo que tan expresivamente denominó Karl Popper «ingeniería social» nunca podrán aspirar a modificar verdaderamente la realidad social, todo lo más podrán intentar calmar los síntomas — la «ciencia-aspirina» de Claude Raffes­tin 35— , aportar «remedios parciales para problemas globales».

Los análisis de sociología de la ciencia, de inicial obediencia kuhniana, contribuyen, junto con el diagnóstico de incompetencia a que nos acabamos de referir, a desmitificar y deteriorar la imagen de objetividad de la ciencia geográfica positiva. Primero, el artículo de extraordinaria difusión de Harvey sobre «las teorías revolucionaria y contrarrevolucionaria en geo­grafía y el problema de la formación del ghetto»36, después el de Taylor sobre «el debate cuantitativo en la geografía británica»37 someten, siguien­do el procedimiento seguido por Johnson con la revolución keynesiana en economía38, a un verdadero proceso de disección las motivaciones y com­portamientos de la geografía analítica. Y de acuerdo con este proceso, se enjuician sucesivamente los planteamientos de la «nueva» geografía ana­lítica desde su inicial ataque a los enunciados centrales de la ortodoxia conservadora, la de la geografía clásica, sin llegar no obstante a aniqui-

31 Cfr. Haré, F. K. (1974): «Geography and Public Policy: A Canadian View», Transactions. Institute o f Brilisb Geographers, 63, pp. 25-28; Haré, F. K. (1977): «Man's World and Geographers: A Secular Sermón», en Desfcins, D. R., y otros, Eds. (1977): Geographie Humanism, Andysis and Social Action: A Half Century of Geography at Michigan, Michigan, Michigan Geographical Publication 17, Ann Arbor, cit. en Johnston, R. J . : Op. cit., pp. 148-149.

32 De Koninck, R .: Op. cit., p. 128.33 Cfr. Berry, B. J . L. (1972): «Hierarchical Diffusion: The Basis of Developmental

Filtering and Spread in a System of Growth Centers», en Hansen, N. M., Ed. (1972): Groiwth Centers in Regional Economic Devélopment, Nueva York, The Free Press, pp. 108-138. .

■ 34 Popper, K. (1954): La miseria del historicismo. Traducción de P. Sch-wartz, Ma­drid, Taurus, 1961.

35 Cfr. De Koninck, R.: Op. cit., p. 130.36 Cfr. Harvey, D.: Teoría revolucionaria..., op. cit.37 Cfr. Taylor, P. J . (1976): El debate cuantitativo en la geografía británica. ^Tra­

ducción de D. Batallé y P. Cassa, Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo-Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 10), 1977.

38 Cfr. Johnson, H. J . (1971): «The Keynesian Revolution and the MonetaristCounterrevolution», American Economic Review, L X I, pp. 1-14.

142 El pensamiento geográfico

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 143

Iarla para no comprometer la perdurabilidad de la disciplina, hasta la incorporación de un grado suficiente de complejidad y una metodología de prestigio conseguidos a través de la matematizadón como procedimiento disuasorio para los «Antiguos», pasando por el revestimiento con nuevos y desconcertantes nombres de viejos conceptos. Así, la nueva geografía, habría recorrido premeditadamente todos los pasos necesarios para el des­plazamiento de los clásicos del poder académico y el acaparamiento en su beneficio del mismo. Lejos de la pretendida objetividad, se presentaba a los analíticos, pues, bajo la imagen desmitificadora de la defensa de los intereses de grupo.

Pero si todo esto es así, es porque no existe ciencia objetiva, exenta de juicios de valor y políticamente neutra. Toda ciencia es ideológica, toda ciencia, y especialmente las ciencias sociales, sirven algún propósito político. Pero, además, dice Richard P eet39, «la función de la ciencia con­vencional y establecida es servir al sistema social convencional y estable­cido y, en definitiva, permitirle sobrevivir». Y ello de dos maneras prin­cipales: «Sea suministrando "soluciones” parciales ( . . . ) a los problemas provocados por las contradicciones del capitalismo; sea expulsando de la explicación los problemas insolubles ( . . . ) o distrayendo la atención de las contradicciones inherentes al sistema.» Y añade: «Los científicos desem­peñan una función fundamental en producir proposiciones ideológicas que encubren los procesos causales que subyacen a los problemas sociales.» Aun cuando las ideologías científicas no siempre sirvan directa e inme­diatamente los intereses de las clases dominantes ‘l0, la visión distorsionada y parcial de la realidad introduce necesariamente confusión en el entendi­miento de cómo funciona la sociedad y de cómo puede ser modificada, porque, en última instancia, «la honestidad científica no garantiza la ob­jetividad» 41.

En esta perspectiva, ampliamente compartida por los autores radicales, la ciencia geográfica, en su dimensión analítica, presenta ciertas facetas ideológicas concretas. Dos en particular: por una parte, el «reduccionismo» naturalista de sus planteamientos con todas sus consecuencias; por otra, su «fetichismo espacial». Ambos aspectos han sido estudiados por Ander­son en el artículo que venimos citando con reiteración.

En el primer caso, parece claro que las perspectivas analíticas se fijaron como ideal y garantía de cientificidad la teorización y la metodología de las ciencias naturales, lo que les llevó tanto a realizar analogías entre el campo cognoscitivo de los hechos naturales y el de los acontecimientos sociales, como a imponerse una matematizadón en el tratamiento de su información y presentación de sus resultados. Para Anderson, las ana­logías naturales, cuya fecundidad en el campo de la geografía no niega,

39 Peet, R. (1977): «The Development of Radical Geography in the United States», en Peet, R., Ed. (1977): Radical Geography. Alternative Viewpoints on Contemporary Social Issues, Londres, Methuen, 1978, pp. 6-30, p. 6.

40 Cfr. Anderson, J . : Op. cit., p. 1.« Ibid., p. 2.

c/

1

144 El pensamiento geográfico

han conducido a introducir camufladamente ciencia natural en el contexto social, a menudo «prematura y equivocadamente, una falsa precisión con una expresión cuantitativa dura de hechos blandos y aislados» 42.

Por su parte, la formalización geométrica del espacio a la que procedió la ciencia analítica y su consideración de la geografía como ciencia espa­cial y del espacio como objeto de la geografía, ha conducido, según la crítica radical, a un «espacialismo», a un «fetichismo espacial», en el que «las relaciones entre" grupos o clases sociales se presentan como rela­ciones entre áreas»43. Se ha intentado de esta forma explicar las confi­guraciones espaciales permaneciendo en el nivel explicativo espacial, a tra­vés de una reflexión directa sobre el espacio y 'recurriendo a teoría propia­mente espacial. Así, por ejemplo, Rodolphe De Koninck le reprocha a Paul Claval44, como también lo hace Cor van Beuningen45, el expulsar de la explicación geográfica al capital, al no ser el capital, en primera instancia, espacial. Ello conduce, de acuerdo con el primer autor citado, al más serio de los «bloqueos reaccionarios» en las posibilidades explicativas de la geografía. Porque, en efecto, el espacio, como tendremos ocasión de señalar, no es, desde los presupuestos radicales, una variable indepen­diente, sino que recibe «en cada momento su significación concreta para un grupo humano determinado a partir de los actos de producción terri­torial del propio grupo»46. De esta forma, la geografía, «al hacer hincapié en las relaciones espaciales "isotropizadas” » suministró, «en un campo rico en problemas capitalistas, tan sólo explicaciones espaciales para fenómenos espaciales». «No estaba preparada — concluye Peet— para proceder a un análisis en profundidad de los orígenes sociales de los fenómenos espa­ciales. Por lo que se concentró en vestir teorías espaciales unidimensionales con "sofisticadas” ropas (cuantificación y el fetichismo metodológico sub­secuente) y se mostró hipnotizada por su propia imagen que sólo respondía lenta y débilmente a los urgentes servicios reclamados por la sociedad»47.

Algunos trabajos radicales se han preocupado de sistematizar las defi­ciencias de la práctica analítica. Slater resume en los siguientes puntos el «fracaso» de la aproximación empiricista,anglosajona: en primer lugar, el haber invertido la metodología, al haber acumulado información en forma desproporcionada con el desarrollo de la teoría explicativa; en se­gundo lugar, el realizar abstracciones mecanicistas de la realidad socioeco­nómica, incapaces de explicar problemas tales como el subdesarrollo; ter-

« Ibid., p. 2.« Ibid., p. 3.44 Cfr. De Koninck, R.: Op. cit., p. 134.45 Cfr. Beuningen, C. van (1979): «Le marxisme et l ’espace chez Paul Claval. Quel-

ques reflexions critiques pour une géographie marxiste», L'Espace Géographique,V III , 4, pp. 263-271.

« Ibid., p. 265. „ . _ , . , ,47 Peet, R. (1979): «Societal Contradiction and M am st Geography», Annals of toe

Associathion o f American Geographers, L X IX , 1, pp. 164-169, p. 165.

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 145

cero, el concentrar su atención sobre la descripción formal y no sobre las explicaciones subyacentes; también, en cuarto lugar, el limitarse a for­mulaciones teóricas primarias, derivadas y no críticas; por fin, y en último termino, el ignorar la función crucial de la política económica y de la estructura y conflictos de clase en la estructuración del espacio. Esta co­rriente, termina diciendo tajantemente Slater, «aparece así como una ba­rrera total para cualquier desarrollo positivo del estudio de las estructuras espaciales y de su organización. Debe, por tanto, ser abandonada» 48.

Ante esta situación, los geógrafos radicales se plantean el requerimien­to de superar el empiricismo a través de una filosofía social revolucionaria de la geografía, de una nueva ciencia social que contenga a la geografía. Esta nueva ciencia social puede ser, para muchos de los radicales anglo­sajones, el marxismo — no para Bunge, para quien el «reducdonismo mar­xista es tan ideológico y tan exagerado en sus pretensiones como el re- duccionismo fisicista» 49— , ya que éste «si no ha superado la ideología se acerca mucho a la objetividad»50 y constituye un «corpus teórico de referencia indispensable»51. Fue Stephen Folke52 el primero en intentar en 1972 formalizar la aproximación marxista en geografía. De la articu­lación de este proyecto marxista y sus dificultades nos ocuparemos en el apartado siguiente.

La crítica del saber — y del quehacer— geográfico dásico procede, por su parte, fundamentalmente del ámbito francófono, por haber sido precisamente en este ámbito donde más prolongada vigencia y menores fisuras mostrara la perspectiva tradicional. Los geógrafos radicales ame­ricanos o ingleses se limitan a menudo, en efecto, a situar la instrumenta- dón ideológica de la geografía dásica en la secuencia de «servicios» pres­tados sucesivamente por el saber geográfico «a medida que se desarrollaba el modo de producción capitalista»: desde la etapa «gloriosa» de los usos prácticos de la disciplina mientras se procedía al descubrimiento y puesta en explotación de la tierra, tanto ayudando a la exploración como cola­borando en el inventariado y descripción de los recursos y de los procesos naturales, etapa correspondiente primero a la fase del capitalismo comer­cial y después a la del industrial, hasta la función ideológica cumplida por el determinismo físico en la «hegemonía eurocapitalista del mundo», desde el momento en que esta corriente del pensamiento geográfico man­tiene, en última instancia, que «los pueblos pertenecientes a medios físicos superiores merecían su privilegiada posidón dentro de la civilizadón»53.Y siguiendo el hilo del argumento que acaba de resumirse, Peet interpreta

48 Slater, D. (1975): «The Poverty of Modern Geographical Enquiry», en Peet, R., Ed.: Radical Geography..., op. cit., pp. 40-57, pp. 41-49.

49 Bunge, W.: «Perspective...», op. cit., p. 171.50 Anderson, J . : Op. cit., p. 3.51 Cfr. De Koninck, R .: Op. cit., p. 127.52 Cfr. Folke, S.: Op. cit., pp. 9-11.53 Peet, R.: «Societal Contradiction...», op. cit., p. 165.

(/

146 El pensamiento geográfico

la perspectiva regionalista dásica como repliegue táctico, al terminar, con «la finitud de la tierra», «la edad "gloriosa” de la expansión geográfica imperialista» y tambalearse el simplismo ideológico del determinismo físico «ante las obvias complejidades de la realidad antropológica socioeconómica y geográfica».

Frente a planteamientos tan lineales, Lacoste y el grupo de Hérodote realizan una disecdón crítica* sumamente original, como ya se ha señalado, de los saberes geográficos tradicionales, pero, sobre todo, de esa 'crista­lización académica de los mismos que constituye «la geografía de los pro­fesores», noción que debe ser entendida y valorada por contraposición a «la geografía de los estados mayores» — el conjunto de «los diferentes análisis geográficos, estrechamente reladonados con prácticas militares, políticas o económicas» de «los estados mayores», entendiendo por tales «desde los ejércitos a los grandes aparatos capitalistas» 54.

Para Lacoste, frente a la «utilidad» y «eficacia» de la geografía de los estados mayores, una de las misiones «inconsdentes» de la de los profesores es «enmascarar la importanda estratégica de los razonamientos que se refieren al espacio», «disimular la temible eficada del instrumento de poder constituido por los análisis espaciales». Con este fin la geografía académica clásica «impone la idea de que lo que se refiere a la geografía no depende del razonamiento» y, sobre todo, «no depende de un razona­miento estratégico dirigido en función de un contenido político»55. Y todo ello con independencia de las adscripciones políticas personales, debido, en gran parte, a «la alergia» e «indolencia» epistemológicas que han si­tuado a la 'geografía académica en la categoría de «saber inútil» y no de cuerpo dentífico.

A lo que añade Rodolphe De Koninck, desde una ortodoxia materia­lista no estrictamente afín a los planteamientos lacostianos, que esta si­tuación de «bloqueo» fuerza a la tradición dásica a emprender «una ince­sante huida hacia una u otra forma de idealismo», tanto «reduciendo la relación natural-social al aspecto natural» como suministrando información útil para los poderes que la «subvencionan», conduyendo con aspereza: «Es difícil morder la mano que da de comer» 56.

Resulta particularmente interesante y significativa la consideración por parte de Lacoste de la región geográfica de origen vidaliano como «un poderoso concepto-obstáculo» 57 que, al restringir el entendimiento espacial a unos marcos determinados para los que se seleccionan hechos que dejan en la oscuridad fenómenos económicos y político-sociales recientes, ha im­pedido la consideradón de otras representaciones espaciales y, sobre todo, ha imposibilitado la comprensión de la «espacialidad diferencial», de los muy diversos comportamientos y escalas de las prácticas espaciales, de

54 Lacoste, Y .: «¿Por qué Hérodote?...», op. cit., pp. 58-59.55 Ibid., pp. 35-36.56 De Koninck, R .: Op. cit., p. 127.57 Lacoste, Y .: «¿Por qué Hérodote?...», op. cit., pp. 58-59.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 147

las distintas «reladones operadonales y semióticas» que cada sodedad o cada grupo mantiene con su espado 58.

Avanzando aún más en el mismo razonamiento, el grupo REMICA llegó a negar la existenda de niveles regionales operadonales entre los sistemas espadales locales, por una parte, y los nadonales y supranado- nales, por otra, debido a la falta de consistencia en ámbitos regionales de las fuerzas identificadas como actuantes sobre el espacio (concentradón económica, avance tecnológico de las comunicadones, intensificadón de la vida de relaciones, urbanización masiva y acelerada y, por último, volun­tad de control social de los procesos espadales)59. Desde esta perspectiva, la región, nivel predilecto e identificante del análisis tradicional, carecería de viabilidad.

Aunque posturas tan deddidamente antitregionalistas han sido objeto de posteriores matizaciones, resultan ejemplares de hasta qué punto los ataques a la perspectiva tradidonal de la geografía se han dirigido — como en el caso antes comentado de la geografía analítica— a sus mismos fun­damentos y puntos neurálgicos. No deja, por ello, de resultar paradójico d detectar entre algunos radicales-exanalíticos anglosajones una cierta ten- denda a apostar por la «baza» regionalista, como garantía de autenticidad y utilidad del análisis geográfico para la transformación de la sociedad. «(Hay) — dice De Koninck— una característica inherente a la práctica tradicional de la geografía que puede considerarse una baza: su afición por lo único. En efecto, esta "sabiduría” la protege de las tendendas re­duccionistas de todas las aproximadones nomotéticas» 60. Y William Bunge, el antes severo antihartshorniano de la Tbeoretical Geography, escribe en 1979: «Hartshorne tuvo razón al afirmar el carácter único de las localizacio­nes. ( . . . ) Las localizaciones y la gente son evidentemente generales. Pero también son únicas. No fue Hartshorne quien me persuadió de su singu­laridad y generalidad. Fue la lucha por la- vida. La primera idea de la utilidad de la singularidad me la formulé cuando hada geografía histórica en Fitzgerald»61. Búsqueda de la utilidad a través de la singularidad que tiene evidentemente más de rechazo de las pretensiones proyectivas y ge- neralizadoras de las dendas sodales que de aceptación o retomo a las perspectivas regionalistas tradidonales.

Por lo que se refiere a las escuelas geográficas de inspiradón feno- menológica, su condena desde posiciones radicales ha sido mucho menos desarrollada que en d caso de la geografía dásica o de la analítica, pero igual de contundente. Según los horizontes epistemológicos y la intencio­nalidad crítica de los autores se ha reprochado a la geografía de la per- cepdón desde la falta de verificabilidad de sus enundados y su carenda

ss Cfr. Ronái, M. (1977): «Paysages II» , Hérodote, 7, pp. 71-91, p. 74.59 Cfr. REMICA (Recerques Midi-Catalunya) (1974): «Sistemas espaciales y estruc­

turas regionales», Revista de Geografía, V III , 1-2, pp. 5-17.60 De Koninck, R.: Op. cit., p. 139.61 Bunge, W .: «Perspective...», op. cit., p. 173.

148 £1 pensamiento geográfico

de dimensión práctica («deja al mundo tal como es», dice De Koninck62), producto de su vinculación fenomenológica hasta — como reproche más generalizado— su idealismo y abstracción del contexto material e ideoló­gico de clase de las decisiones individuales y de grupo y, en última ins­tancia, su ahistoricismo. De acuerdo con el estudio crítico de Reiser, la geografía de la percepción y de los comportamientos incurre en un psico- logismo que, en último término, tiende a «oscurecer las obvias condiciones económicas que operan independientemente sobre el individuo; limita además el entendimiento del cambio social en función de su aproximación ahistórica y a menudo hace hincapié sobre ternas triviales» 63.

Sin extendernos más sobre las diversas facetas críticas de las perspec­tivas radicales, conviene, no obstante, recordar que es precisamente a par­tir de este esfuerzo de introspección sobre las motivaciones y repercusiones de las distintas formas de hacer geografía, como se intenta hacer surgir una alternativa de «ciencia social» y la articulación de un nuevo proyecto cognoscitivo. En la mayoría de los casos, este nuevo proyecto pasa por la caracterización marxista del conocimiento espacial, si bien es verdad que con enormes diferencias de vinculación, desde la dogmática a la me­ramente referencia!.

La categorización marxista del espacio social

El discurso marxista se está llevando a cabo en geografía, hasta ahora, a través de dos derroteros de investigación algo distintos: por un lado, se procede a rastrear la existencia de una verdadera teoría de la geografía en los textos fundacionales del materialismo histórico, y, en particular, del propio Marx, mediante una minuciosa «lectura geográfica» de los mis­mos, lo que ha motivado una ya larga polémica entre los que afirman y los que niegan la existencia de un pensamiento geográfico en M arx64; por otro, se persigue la elaboración de una geografía marxista, a través no sólo de la aceptación de los conceptos y del método, sino también mediante un esfuerzo de nueva categorización geográfica dentro de las coordenadas del materialismo dialéctico.

62 De Koninck, R.: Op. cit., p. 132.« Reiser, R. (1973): «The Territorial Illusion and Behavioural Sink: Critical Notes

on Behavioural Geography», Antipode, V, 3, pp. 52-57, p. 54.64 Cfr., en relación con este debate, Quaini, M. (1974): Marxismo e geografía, Flo­

rencia, La Nuova Italia; Quaini, M. (1975): La construzione della geografía umana, Florencia, La Nuova Italia, especialmente pp. 110-146; Lacoste, Y .: La géographie... op. cit., especialmente pp. 95-110; Claval, P. (1977): «Le marxisme et l’espace», L’Espace Géographique, V I, 3, pp. 145-164; Collectif de Chercheurs de Bordeaux (1977): «A propos de l’artide de P. Claval: "Le marxisme et l ’espace”», L’Espace Géographique, V I, 3, pp. 165-177; De Koninck, R. (1978): «Le matérialisme historique en géographie», Cahiers de Géographie du Québec, X X II , 56, pp. 117-122; Benin- gen, C. van: Op. cit.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 149

No es nuestra intención reproducir y discutir aquí los términos en los que se desenvuelve la polémica sobre el contenido geográfico de la obra de Marx. Baste decir que mientras hay autores, como sobre todo Massimo Quaini, para quienes Marx — sin poder en forma alguna ser considerado como «precursor» o «fundador» de la geografía, por la misma adisdpli- nariedad de su pensamiento— habría desarrollado una teoría de la geo­grafía de la misma manera que ha desarrollado una teoría de la historia y de la sociedad ®, otros, como Lacoste o Paul Claval, insisten en la des­preocupación del fundador del marxismo por el espacio y en su progresiva ocultación de las consideraciones y problemas referidos a é l66. Sí nos in­teresa, en cambio, detenernos en las formas que reviste — y los proble­mas que suscita— la adecuación de conceptos y métodos marxistas como alternativa paradigmática a las «otras» geografías cuyas dificultades epis­temológicas hemos ido estudiando a lo largo de las páginas anteriores.

Por muy variable que sea la «obediencia» marxista de unos y otros autores, la mayoría coincide tanto en la aceptación de la prioridad del método como en la afirmación de la viabilidad del materialismo como teoría general de la sociedad. Respecto al método marxista, señala Harvey que cree no equivocarse «al decir que lo más importante que se puede aprender de la obra de Marx es su concepción del método», deduciéndose fácilmente la teoría de esta misma concepción67, afirmación que remite a Sweezy cuando reproduce la frase de Georg Lukács: «En cuestiones de marxismo, la ortodoxia se relaciona exclusivamente con el método»6S. Poc.su parte, en uno de sus últimos artículos, Richard Peet admite que «del materialismo procede una concepción de la estructura general de la sociedad basada en el modo de producción de las necesidades materiales de la vida»69.

En el campo específico del conocimiento geográfico, el discurso mar­xista supone en todos los casos aceptar la existencia de relaciones mutuas y complejas entre sociedad y espacio, entre procesos sociales y configu­raciones espaciales. Peet dice de forma tajante que «la geografía marxista es la parte del conjunto de la ciencia que se ocupa de las interrelaciones entre procesos sociales por un lado, y medio físico y relaciones espaciales por el otro»70. La aceptación de esta conexión entre sociedad y espacio no deja de ser un lugar común asumible desde horizontes conceptuales muy diversos. Lo definitorio y distintivo de las perspectivas marxistas es el que privilegian la dimensión social, el que, nuevamente en palabras de Peet, «las relaciones espaciales deben de ser entendidas como manifes-

65 Cfr. Quaini, M.: Marxismo..., op. cit., p. 44.66 Cfr. Lacoste, Y .: La géographie..., op. cit., pp. 95-103; Claval, P.: «Le marxis-

me...», op. cit., passim.67 Harvey, D. (1973): Urbanismo y desigualdad social. Traducdón de M. González

Arenas, México, etc., Siglo X X I Ed., 1977, p. 301.68 Sweezy, P. M. (1942): Teoría del desarrollo capitalista. Traducdón de H. La-

borde, México y Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 3." ed., 1963, p. 21.69 Peet, R.: «Sodetal Contradiction...», op. cit., p. 166.70 Peet, R.: «The Devdopment...», op. cit., p. 22.

(/

150 £1 pensamiento geográfico

tildones de las reladones sodaies (de dase) sobre el espado geográfico», el que, en definitiva, el espado aparezca, con todas sus consecuendas, como un producto sodal.

Este enundado tiene de hecho un considerable alcance tanto concep­tual como metodológico. Supone, en primer lugar, negar autonomía a lo espadal y admitir que recibe su contenido y significadón de la sodedad; que cada formación social confiere su propio significado concreto a todas las variables espadales. Por ello, señala Harvey 71, el espacio no piiede ser «en sí mismo y ontológicamente» ni absoluto — es decir, «algo en sí», con existencia independiente, tal como es considerado desde una óptica geográfica tradicional— , ni relativo — en fundón de la reladón mantenida «entre» objetos, consideración característica de la geografía analítica— , ni «reladonal», entendiendo por tal el espado contenido «en» los objetos. Puede llegar a ser una de estas tres cosas — o las tres— según las circuns­tancias de la práctica humana con respecto a él.

Pero si el espado es la proyecdón de la sociedad, sólo podrá ser ex­plicado — y ésta es la .consecuencia metodológica fundamental de la asun­ción inidal— desentrañando en primer lugar la estructura y el funciona­miento de la sociedad o formación sodal que lo ha produddo. No es posible, según este razonamiento, explicar las configuradones espadales permanedendo en el nivel de lo espadal, hay que adquirir primero las daves del sistema de reladones sociales, hay que aproximarse al estudio espadal «a través del análisis histórico de las bases de los modos de pro- ducdón de la formación sodal» 72. De esta forma, el concepto de modo de producdón aparece como concepto central. «La utilización del concepto de modo de producdón — dice R. De Koninck— permite comprender mejor el desarrollo de las técnicas de producdón y de las sociedades dasistas y, por tanto, la naturaleza del dominio territorial»73, mientras Peet afirma que «formaciones sociales estructuradas por el mismo modo de producción dan lugar generalmente a geografías similares» 74, y Paul Vieille sostiene que «genéticamente los procesos de creación del espacio y del modo de producdón son inseparables»7S. En resumen, pues, el en­tendimiento, desde perspectivas marxistas, del espacio supone aceptarlo como uno de los resultados de los procesos de producción históricamente actuantes en el seno de las estructuras sociales.

Los geógrafos marxistas aspiran así a dotarse de un verdadero objeto teórico de análisis. Van Beuningen ha manifestado que al partir de «un espacio sodalmente produddo, es decir, un espado significante y signifi­cativo teóricamente, adecuado para la geojgrafía social, ( . . . ) , nuestra dis­ciplina podrá por primera vez adquirir (crear) un objeto teórico realmente

71 Cfr. Harvey, D.: Urbanismo..., op. cit., pp. 5-6.72 Peet, R.: «Societal Contradiction...», op. cit., p. 166.73 De Koninck, R.: «Contre l ’idéalisme...», op. cit., p. 137.74 Peet, R.: «Societal Contradiction...», op. cit., p. 166.75 Vieille, P. (1974): «L’espace global du capitalisme d’organisation», Espaces et

Sociétés, 12, pp. 3-32, p. 32.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 151

teórico y podrá, por fin, deshacerse de su objeto empiridsta que sólo permite explicaciones ad hoc». Y conduye: «Es necesario comenzar la elaboradón científica de una geografía marxista»76. Se trata, en resumen, de lograr una cienda que construya el espado en modos de producdón y formaciones sociales, de forma similar a lo que intenta realizar Al- thusser con el tiempo como objeto de la historia71.

Aceptando en toda su dimensión el modelo general de fundonamiento espadal descrito, Richard Peet intenta, no obstante, avanzar algo más en la conceptualizadón de las relaciones entre espado y sodedad y en la proposición de lo que él llama «marxismo regional», insistiendo en la no pasividad dd entorno y del espado ante nuevos procesos de configura­ción espadal, es decir, poniendo de manifiesto que procesos similares pue­den operar de distinta forma bajo diferentes circunstancias ambientales, debido predsamente a la «rigidez» conferida a estos medios por anteriores conformadones sodaies. Señala, en este sentido, que «un determinado modo de producción se expresa de forma diferente en diferentes condi- dones físicas, o en áreas de transmisión cultural diversa a partir de modos de producción decadentes, dando lugar a diferendas entre y dentro de las formaciones sodaies que genera» 78. De acuerdo con dicho autor, estas «variaciones geográficas», originariamente sodaies, pueden llegar a con­ferir un peso específico considerable a los procesos sociales, hasta el punto de que sea legítimo hablar de «verdaderos procesos espaciales» 79. Los nue­vos procesos sociales configurantes tomarán elementos — se imbuirán— de los contenidos de las regiones, «esto es, de la historia de la interac- dón local entre d modo de producdón y el espacio ambiental», de tal forma que aunque «las relaciones espaciales son básicamente relaciones de clase, éstas a su vez contienen los efectos del espacio y del medio» 80. Se pretende así salvaguardar en el plano teórico tanto el prindpio de inte- rrelación dialéctica, en d más puro espíritu marxista, como la identidad geográfica, sin restar en nada protagonismo a los modos de producdón como factor explicativo.

El planteamiento esbozado pone de manifiesto hasta qué punto la geografía debe las más de las veces buscar sus explicaciones en la historia — aunque sea en la historia más reciente— y, por tanto, hasta qué punto se entiende la geografía, de acuerdo con la definición de Ludo Gambi, como «la historia de la conquista consciente y de la elaboradón regional de la tierra en fundón de cómo se ha organizado la sociedad» 81. De este entendimiento historicista surgen algunos de los problemas tanto epistemo­lógicos como metodológicos de las perspectivas radicales marxistas y, en

76 Beuningen, C. van: Op. cit., p. 271.77 Cfr. Lipietz, A. (1977): Le capital et son espace, París, Fran?ois Maspero.78 Peet, R.: «Societal Contradiction...», op. cit., p. 166.79 Peet, R.: «The Development...», op. cit., p. 22.80 Peet, R.: «Societal Contradiction...», op. cit,, p. 167.81 Gambi, L. (1973): Una geografía per la storia, dt. en Quaini, M.: Marxismo...,

op. cit., p. 44.

(

152 El pensamiento geográfico

particular, como en seguida trataremos de mostrar, las dificultades de con­ciliar y engranar los lenguajes de la espacialidad y de la temporalidad.

Ciertos autores, en efecto, han señalado que el mismo enunciado del espacio como producto social no sólo entraña ambigüedades y se presta a equívocos, hasta el punto de resultar, como ya se ha dicho, asumible incluso desde perspectivas «convencionales» y «conservadoras», sino que, además, podría llegar a resftltar epistemológicamente limitativo, al quedar reductoramente subsumidas las características propias del espacio, tanto organizativas como funcionales, en una argumentación que remite funda­mentalmente al entendimiento de los procesos históricos sociales y econó­micos 82. Por ello, y desde campos de conocimiento no geográficos, Henri Lefebvre, en su obra sobre la producción del espacio ha llamado la aten­ción sobre la necesidad de un entendimiento omnicomprensivo de ambos conceptos: producción no debe entenderse con un sentido económico res­trictivo, sino incorporando las dimensiones de práctica, percepción, repre­sentación y vivencia del espacio; y en cuanto a éste, sus posibilidades cognoscitivas, aún circunscritas a las categorías analíticas y explicativas de lo social, deben insistir en los usos que de él se hacen y en sus pro­piedades cualitativas.

Pero aun con un entendimiento tan flexible como el preconizado por Lefebvre de los dos conceptos — producción y espacio— de la proposición central de la geografía marxista — el espacio como producto social— , no quedan resueltos los problemas limitativos planteados por dicho enun­ciado ni las formas de lograr conferirle en geografía una verdadera opera- tividad analítica. La escuela lacostiana es la que se ha mostrado más es­céptica en ese sentido y el propio Lacoste escribe: «Entre las ciencias socia­les, la geografía es, sin duda, aquella en la que el análisis marxista tiene más dificultades para desarrollarse» M. Señala, en efecto, dicho autor que, con el enfoque marxista, los problemas básicos del entendimiento geográ­fico quedan diluidos e irresueltos en un discurso articulado por — y para— otros dominios del conocimiento social, de forma que a menudo no se hace sino extrapolar, para las estructuras espaciales, interpretaciones que remiten a estructuras económicas y sociales, a reflexiones de la historia y de la economía política. Siempre según Lacoste, el razonamiento mar­xista no basta, en particular, para garantizar un fecundo entendimiento de las estrategias diferenciales sobre el espacio85. Se acepte o no en toda su dimensión la crítica lacostiana al discurso geográfico marxista, parece indudable que éste supone un modo de entendimiento que, al centrar toda su argumentación explicativa en las capacidades de determinación que se

82 Bonneville, M. (1978): «Implications et applications du concept de production de l’espace», en Géopoint 78. Concepts et construits dans la géographie contemporaine, Avignon, Groupe Dupont, Centre Littéraire Universitaire, pp. 181-189.

83 Cfr. Lefebvre, H. (1974): La production de l’espace, París, Anthropos, p. 465.84 Lacoste, Y .: «¿Por qué Hérodote?...», op. cit., p. 40.85 Cfr. Ibid., pp. 39-44 y 58-63; Lacoste, Y .: La géographie..., op. cit., pp. 95-110

y 163-180.

(

3. Las tendencias actuales del pensamiento geográfico 153

atribuyen a los procesos históricamente actuantes, se ve abocado a negar de hecho — explícita o implícitamente— la espacialidad.

Junto a estas dificultades de articulación analítica de la temporalidad y la espacialidad hay otro aspecto que conviene tener en cuenta, pese a que por el momento no haya sido objeto de consideración detenida, y pese a que muchos geógrafos radicales se hayan mostrado sensibles a la grave­dad de la actual crisis ecológica. Y es que el «productivismo», habitual en el marxismo, y consecuencia de su creencia en un progreso histórico «científicamente» constatable — presentes ambos aspectos por lo menos en los textos fundacionales— , dificulta considerablemente la comprensión de las dimensiones ecológicas y energéticas de lo espacial. En este sentido, falta todavía una toma de conciencia rigurosa, así como conceptual y ana­líticamente viable, por parte de los radicales, a pesar de su interpretación de la crisis ecológica como contradicción entre la naturaleza acumulativa del capitalismo y el carácter frágil y finito de los recursos terrestres ®.

Los problemas planteados — aún tan esquemáticamente— son sufi­cientemente expresivos de las dificultades surgidas a la hora de articular un modelo de conocimiento geográfico distinto, y de la imposibilidad, cara al futuro, de encerrarse en sistemas explicativos estancos o de conformarse con cristalizaciones dogmáticas o inhibitorias de métodos potencialmente fecundos. «Rehusemos — dice Paul K. Feyerabend— sentimos cómodos con un método particular, que incluye un conjunto particular de reglas» 87.Y fiel a este precepto, parece necesario para toda perspectiva geográfica que se pretenda «radical» y «crítica» basarse en la más ««radical» y «crí­tica» aversión a codificaciones doctrinarias, a sistemas de entendimiento supuestamente autosufidentes y pretendidos monolitismos cognoscitivos.

* * *

Las complejas y variadas tendencias que hemos expuesto anterior­mente configuran — con sus diferentes propuestas, sus oposiciones, sus puntos de contacto y sus respectivas prolongaciones— el panorama del pensamiento geográfico actual. Un panorama que, a pesar de todo, se encuentra todavía lejos del acuerdo suficientemente generalizado sobre la caracterización — epistemológica, conceptual y metodológica— del cono­cimiento geográfico. A la vez que las perspectivas clásicas han prolongado su presencia activa, de forma más o menos corregida, hasta nuestros días — y a la vez también que se asiste a un cierto «redescubrimiento» del pensamiento geográfico decimonónico— , cada uno de los planteamientos más recientes — analíticos y sistémicos, fenomenológicos y radicales— han aportado nuevos puntos de vista y nuevas posibilidades cognoscitivas, y, al tiempo que han formulado propuestas diversas de reformulación de las

86 Cfr. Peet,,R .: «Societal Contradiction...», op. cit., pp. 167-168.87 Feyerabend, P. K. (1970): Contra el método. Esquema de una teoría anarquista

del conocimiento. Traducción de F. Hernán, Barcelona, Ariel, 1975, p. 10.

(/

154 El pensamiento geográfico

coordenadas del conocimiento geográfico, han planteado asimismo renova­dos y sustanciales problemas — desde el problema de la delimitación es­trictamente científica del conocimiento geográfico hasta el de sus impli­caciones éticas y políticas— que han permitido llevar a cabo un impor­tante intento de discusión y de clarificación en el dominio del pensamiento geográfico. El horizonte del conocimiento geográfico de nuestros días se muestra, en consecuencia, bastante amplio y, desde luego, no exento de problemas: pero todo parece indicar que son precisamente’ los problemas los que, al negar la conveniencia — y la viabilidad— de las cristalizaciones estáticas y de las autocomplacencias intelactuales, permiten ahondar críti­camente, cuando no se soslayan o se ocultan, en el campo del conocimiento. En la discusión de esos problemas planteados y en la renuncia — intelec­tualmente ineludible— a los sedantes dogmatismos de todo tipo puede quizá encontrarse una de las claves para proseguir el proyecto de cons­trucción de un conocimiento geográfico críticamente flexible y consistente.

(

Segunda parte

ANTOLOGIA DE TEXTOS

Capítulo 1EL PENSAMIENTO GEOGRAFICO DECIMONONICO

(

Alexander von Humboldt *

COSMOS. ENSAYO DE UNA DESCRIPCION FISICA DEL MUNDO **

Consideraciones sobre los diferentes grados de goce que ofrecen el aspecto de la Naturaleza y el estudio de sus leyes

( v .)Si se considera el estudio de los fenómenos físicos no en sus rela­

ciones con las necesidades materiales de la vida, sino en su influencia general sobre los progresos intelectuales de la humanidad, el más elevado e importante resultado de esta investigación es el conocimiento de la co­nexión que existe entre las fuerzas de la Naturaleza y el sentimiento íntimo de su mutua dependencia. La intuición de estas relaciones es la que amplía nuestras perspectivas y ennoblece nuestros goces. Este ensanche de hori-

* Alexander von Humboldt (1769-1859). Además Sel que corresponde al texto in­cluido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Humboldt, A. von (1807-1811): Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España.

Estudio preliminar, revisión del texto, cotejos, notas y anexos de J . A. Ortega y Medina. Traducción de V. González Amao, México, Porrúa, 1966.

Humboldt, A. von (1807-1834): Voyage aux régions equinoxiales du Nouveau Continent fait en 1799, 1800, 1801, 1802, 1803 et 1804 par Alexandre de Humboldt et Aimé Bonpland, rédigé par A. de Humboldt, París, Schoell, Dufour, Maze et Gide,30 vols.

Humboldt, A. von (1808): Cuadros de la Naturaleza. Traducción de B. Giner, Madrid, Imprenta y Librería de Gaspar, Editores, 1876.

Humboldt, A. von (1814-1834): Examen critique de Vhistoire de la géographie du Nouveau Continent, et des progrés de l’astronomie nautique aux XVe et XVI‘ siécles, París, Gide, 2 vols.* * Humboldt, A. von (1845-1862): Cosmos. Ensayo de una descripción física del

mundo. Traducción de B. Giner y J . de Fuentes, Madrid, Imprenta de Gaspar y Roig, Editores, 4 tomos, 1874-1875; t. I, pp. 1-8; t. IV , pp. 10-12. Se ha actualizado la ortografía.

159

/

160 Antología de textos

zontes es resultado de la observación, de la meditación y del espíritu del tiempo en el que se concentran todas las direcciones del pensamiento. La historia revela a todo el que sabe penetrar a través de las capas de los siglos precedentes hasta las raíces profundas de nuestros conocimientos cómo, desde hace miles de años, el género humano ha trabajado por co­nocer, en las mutaciones incesantemente renovadas, la invariabilidad de las leyes naturales y por conquistar progresivamente una gran parte del mundo físico por la fuerza de la inteligencia. Interrogar los anales de la historia es seguir esta senda misteriosa, sobre la cual la imagen del Cosmos, revelada primitivamente al sentido interior comb un vago presentimiento de la armonía y del orden en el Universo, se ofrece hoy como fruto de largas y serias observaciones.

A estas dos épocas en la consideración del mundo exterior, al primer destello de la reflexión y al período de civilización avanzada, correspon­den dos géneros de goces. El uno, propio de la sencillez primitiva de las antiguas edades, nace de la percepción del orden expresado por la regular sucesión de los cuerpos celestes y el desarrollo progresivo de la organización; el otro, resulta del exacto conocimiento de los fenómenos. Desde el momento en que el hombre, al interrogar a la Naturaleza, no se limita a la observación, sino que genera fenómenos bajo determinadas condiciones, desde que recoge y registra los hechos para extender la in­vestigación más allá de la corta duración de su existencia, la Filosofía de la Naturaleza se despoja de las formas vagas que desde su origen le ca­racterizan; adopta un carácter más serio, compulsa el valor de las observa­ciones, ya no adivina, combina y razona. Las afirmaciones dogmáticas de los siglos anteriores se conservan sólo en las creencias del pueblo y de las clases que; por su falta de ilustración, se aproximan a él, y se perpetúan sobre todo en algunas doctrinas que se cubren con una apariencia mística para ocultar su. debilidad. Los lenguajes recargados de expresiones figura­das conservan los rasgos de estas primeras intuiciones. Un reducido nú­mero de símbolos, producto de. una feliz inspiración en tiempos primitivos, es capaz de ir tomando poco a poco formas vagas y, mejor interpretados, llegar a incorporarse incluso en el lenguaje científico.

La Naturaleza, considerada por medio de la razón, es decir, sometida en su conjunto a la acción del pensamiento, es la unidad en la diversidad de los fenómenos, la armonía entre las cosas creadas que difieren por su forma, por su constitución y por las fuerzas que las animan; es el Todo an im arlo por-un soplo de vida. La consecución más importante de un es­tudio racional de la Naturaleza es aprehender la unidad y la armonía que existe en esta inmensa acumulación de cosas y fuerzas; asumir con el mismo interés tanto los resultados de los descubrimientos de los pasados siglos como lo que se debe a las investigaciones de los tiempos en que se vive y analizar los caracteres de los fenómenos sin sucumbir bajo su masa. Penetrando en los misterios de la Naturaleza, descubriendo sus se­cretos y dominando por la acción del pensamiento los materiales recogidos

(

Alexander von Humboldt 161

mediante la observación, es como el hombre puede mostrarse más digno de su alto destino.

Si reflexionamos acerca de los diferentes grados de goce que suscita la contemplación de la Naturaleza, encontramos que, en primer lugar, debe colocarse un tipo de impresión enteramente independiente del conoci­miento profundo de los fenómenos físicos e independiente también del carácter individual del paisaje y de la fisonomía de la región que nos rodea. En cualquier lugar de una llanura monótona, sin más límites que el horizonte, donde una vegetación homogénea de brezos,, jaras o gramíneas cubre el suelo, en cualquier sitio donde las olas del mar bañan la costa y marcan su paso con estrías verdosas de algas, el sentimiento de la Na­turaleza, grande y libre, embarga nuestra alma y nos revela, como por una misteriosa inspiración, que las fuerzas del Universo están sometidas a leyes. El simple contacto del hombre con la Naturaleza, esta influencia de los grandes espacios, o del «aire libre», como dicen otras lenguas con más bella expresión, ejercen una acción de sosiego, aplacan el dolor y calman las pasiones, al tiempo que el alma se siente íntimamente agitada. Esta benéfica influencia la recibe el hombre en todas partes, cualquiera que sea la zona que habite y cualquiera que sea el grado de cultura inte­lectual que haya alcanzado. Cuanto de sobrecogedor y de solemne hay en las impresiones que señalamos se debe al presentimiento del orden y las leyes, que surge espontáneamente del simple contacto con la Na­turaleza, así como del contraste que ofrecen los estrechos límites de nues­tro ser con la percepción de lo infinito que se revela por doquier, en la estrellada bóveda del cielo, en el llano que se extiende más allá de nuestra vista, en el brumoso horizonte del océano.

Otro tipo de goce es el producido por la configuración concreta del paisaje, por la forma de la superficie del globo en una región determinada. Las impresiones de este género son más- vivas, mejor definidas, más acor­des con ciertos estados de ánimo. Unas veces es la inmensidad de las masas, la lucha de los elementos desencadenados o la desolación de las estepas, como en el norte de Asia, lo que excita nuestra emoción; otras, bajo el dominio de sentimientos más dulces, la suscita el aspecto de los campos cubiertos de abundantes cosechas, la casa en la orilla de un torrente o la acrecentada fecundidad del suelo vencido por el arado. Recalcamos aquí menos los grados de intensidad que distinguen estas emociones que el diferente tipo de sensaciones que suscita el carácter del paisaje y a las que éste confiere su encanto y duración.

(. . .)La tentativa de descomponer en sus diversos elementos la magia del

mundo físico está llena de riesgo, porque el carácter fundamental de un paisaje y de cualquier escena imponente de la Naturaleza deriva de la simultaneidad de ideas y de sentimientos que suscita en el observador. El poder de la Naturaleza se manifiesta, por así decirlo, en la conexión de impresiones, en la unidad de emociones y sentimientos que se produ­cen, en cierto modo, de una sola vez. Si se quieren detectar sus orígenes

(/

162 Antología de textos

parciales, es preciso descender por medio del análisis a la individualidad de las formas y a la diversidad de las fuerzas...

No se trata en este ensayo de la Física del Mundo de reducir el con­junto de los fenómenos sensibles a un pequeño número de principios abstractos, sin más base que la razón pura. La Física del Mundo que intento exponer no pretende elevarse a las peligrosas abstracciones de una ciencia puramente racional de la Naturaleza; es una Geografía Física unida a la descripción de los espacios celestes y de los cuerpos que se encuentran en dichos espacios. Ajeno a las preocupaciones .de la Filosofía puramente especulativa, mi ensayo sobre el Cosmos es una consideración del Universo fundada en un empirismo razonado, es decir, sobre un conjunto de hechos registrados por la ciencia y sometido a la acción de un entendimiento que compara y combina. Sólo dentro de estos límites la obra que he empren­dido se entronca con el tipo de trabajos a que he consagrado mi larga tra­yectoria científica. No me aventuro a entrar en un campo donde no sabría moverme con soltura aunque quizá otros puedan intentarlo con éxito. La unidad que trato de detectar en el desarrollo de los grandes fenómenos del Universo es la que ofrecen las concepciones históricas. Todo cuanto se relacione con individualidades accidentales, con el componente variable de la realidad, tanto se trate de la forma de los seres como de la agru­pación de los cuerpos, o de la lucha del hombre con los elementos y de los pueblos con los pueblos, no puede ser deducido sólo con ideas, .es decir, racionalmente construido.

Creo que la descripción del Universo y la historia de las sociedades se encuentran en el mismo grado de empirismo, pero, sometiendo los fe­nómenos físicos y los acontecimientos al trabajo de la inteligencia y remon­tándose por medio del razonamiento a sus causas, se confirma cada vez más la antigua creencia de que las fuerzas inherentes a la materia y las que rigen el mundo moral ejercen su acción bajo el imperio de una nece­sidad primordial y según movimientos que se repiten de forma periódica o en intervalos irregulares. Esta necesidad de las cosas, este encadena­miento oculto pero permanente, esta renovación periódica en el desarrollo progresivo de las formas, los fenómenos y los acontecimientos, constituyen la Naturaleza, que obedece a un impulso primario dado. La Física, como su propio nombre indica, se limita a explicar los fenómenos del mundo material por medio de las propiedades de la materia. El último objeto de las ciencias experimentales es, pues, llegar al conocimiento de las leyes y generalizarlas progresivamente. Todo lo que va más allá no es del do­minio de la Física del Mundo y pertenece a un género de especulaciones más elevadas. Emmanuel Kant, uno de los pocos filósofos que hasta ahora no han sido acusados de impiedad, ha señalado los límites de las expli­caciones físicas con una extraordinaria sagacidad en su célebre «Ensayo sobre la teoría y la construcción de los Cielos», publicado en Koenisberg en 1755.

(...)

(

Alexander von Humboldt 163

Límites y métodos de exposición de la descripción física del Mundo

(...)La descripción del Mundo, considerado como objeto de los sentidos

exteriores, necesita indudablemente el concurso de la Física General y de la Historia Natural descriptiva, pero la consideración de las cosas creadas, enlazadas entre sí y formando un todo animado por fuerzas interiores, da a la ciencia que nos ocupa en esta obra un carácter particular. La Física se concreta a las propiedades generales de los cuerpos, es resultado de la abstracción y la generalización de los fenómenos sensibles. Ya en la obra donde se establecieron las primeras bases de la Física General, en los ocho libros físicos de Aristóteles, todos los fenómenos de la natura­leza se consideran dependientes de la acción primaria y vital de una fuerza única, principio de todo movimiento en el Universo. La parte te­rrestre de la Física del Mundo, para la que conservaría de buen grado la antigua y muy expresiva denominación de Geografía Física, trata de la distribución del magnetismo en nuestro planeta según sus relaciones de intensidad y dirección, pero no se ocupa de las leyes que rigen las atrac­ciones o repulsiones de los polos ni de los medios para producir corrientes electromagnéticas permanentes o pasajeras. La Geografía Física define tam­bién a grandes rasgos la configuración, compacta o articulada, de los Con­tinentes, la extensión de su litoral en relación con su superficie, la dis­tribución de las masas continentales en los dos hemisferios, que ejerce una poderosa influencia en la diversidad del clima, y las modificaciones meteorológicas de la atmósfera; señala el carácter de las cadenas monta­ñosas que, levantadas en diferentes épocas, forman sistemas individualiza­dos unas veces paralelos entre sí y otras divergentes o transversales; analiza la altitud media de los continentes sobre el nivel de los mares y la posición del centro de gravedad de su masa, la relación entre el punto culminante y la altura media de la línea de cumbres con su distancia a la costa más cercana. Describe también las rocas eruptivas como factores de movimiento, ya que actúan sobre las rocas sedimentarias, a las que atra­viesan, levantan e inclinan; estudia los volcanes tanto si se encuentran aislados como si están dispuestos en series sencillas o dobles, tanto si extienden su actividad a diversas distancias como si crean rocas en forma de espigones largos y estrechos u oquedades en el suelo cuya amplitud aumenta o disminuye con el paso de los siglos. La parte terrestre de la ciencia del Cosmos describe, por último, la lucha del elemento líquido, con la tierra emergida; expone cuanto tienen de común los grandes ríos en su curso superior o inferior y en sus bifurcaciones, cuando su lecho no está aún enteramente fijado; presenta cómo las corrientes de agua cortan las más elevadas cadenas montañosas o siguen durante largos trechos un curso paralelo a ellas, unas veces a su mismo pie y otras a grandes dis­tancias, cuando el levantamiento de los estratos de un sistema orográfico y la dirección del plegamiento son conformes a la que siguen los bancos más o menos inclinados de la llanura. Los resultados generales de la Oro-

164 Antología de textos

grafía y de la Hidrografía comparadas pertenecen específicamente a la ciencia de la cual quiero determinar aquí los límites reales, pero la enu­meración de las mayores alturas del globo, la descripción de los volcanes aún en actividad, la división del territorio en cuencas y la multitud de ríos que las surcan son hechos que pertenecen al campo de la Geografía propiamente dicha. Sólo consideramos aquí los fenómenos en su mutua dependencia, en las reladofies que presentan con las diferentes zonas de nuestro planeta y su constitución física en general. Las modalidades de la materia informe u organizada, dasificadas de acuerdo con la similitud de sus formas y de su composición, son indudablemente un tema de estudio del mayor interés, pero están vinculadas a un marco de ideas completa­mente distintas de las que constituyen el objeto de esta obra.

Las descripdones de países diversos ofrecen materiales muy impor­tantes para la elaboración de una Geografía Física; sin embargo, la reunión de estas descripdones, induso ordenadas en series, no nos daría una ver­dadera imagen de la conformadón general de la superfide de nuestro planeta, lo mismo que las flores de las diferentes regiones puestas las unas detrás de las otras tampoco formarían lo que designo con el nombre de Geografía de las Plantas. Por medio de la reflexión sobre las observa­ciones concretas, a través del espíritu que compara y combina, llegamos a descubrir en la individualidad de las formas orgánicas, es decir, en la Historia Natural de las plantas y de los animales, los caracteres generales que presenta la distribución de los seres según los climas; la inducdón es la que nos revela las leyes numéricas según las cuales se regulan la proporción que cada grupo natural significa con respecto al total de las espedes y la latitud o localizadón geográfica de las áreas donde cada forma orgánica alcanza el máximo desarrollo. Estos modos de considerar las cosas, gracias a la generalizadón de sus perspectivas confieren un carácter más elevado a la descripdón física del globo; y es efectivamente de este reparto local de las formas, del número y la vitalidad de las que predominan en cada mesa, de lo que dependen el paisaje y la impresión que nos produce la fisonomía de la vegetación.

Los catálogos de seres orgánicos, a los que se solía dar el pomposo título de Sistemas de la Naturaleza, nos ponen de manifiesto una sensible relación de analogías de estructura tanto en el desarrollo total de dichos seres como en las diferentes fases que recorren según una evolución en espiral; por un lado las hojas, las brácteas, el cáliz, la corola y los órganos reproductores, y por otro, con mayor o menor simetría, los tejidos celulares y fibrosos de los animales, sus partes más o menos diferendadas. Pero todos estos pretendidos sistemas de la Naturaleza, ingeniosos en sus cla­sificaciones, no nos muestran los seres en su distribución espacial en relación con la latitud y la altura sobre el nivel del Océano ni según las influencias climáticas que sufren como consecuenda de factores generales, a veces muy distantes. El objeto de la Geografía Física es, por el contrario, como hemos dicho antes, reconocer la unidad en la inmensa variedad de los fenómenos y descubrir, por el libre ejercicio del pensamiento mediante

(

Alexander von Humboldt 165

la combinadón de observadones, la regularidad de los fenómenos dentro de sus aparentes variadones. Si en la exposidón de la parte terrestre del Cosmos hay que descender alguna vez a hechos muy concretos, es sólo para recalcar la conexión que tienen las leyes de la distribudón real de los seres en el espacio con las normas de la dasificación ideal en fa­milias naturales, basadas en las analogías de organización interna y de evoludón progresiva.

(...)Estamos aún muy lejos de poder reducir a la unidad de un prindpio

racional por medio de la reflexión lo que perdbimos por medio de los sentidos. Y puede dudarse que en el campo de la Filosofía de la Naturaleza se llegue a conseguir esto. La complejidad de los fenómenos y la inmensa extensión del Cosmos parecen oponerse a tal fin; pero, aun cuando d problema fuera insoluble en su conjunto, no por ello una solución parcial, una tendencia hada la comprensión del mundo, dejaría de ser d objeto eterno y sublime de toda observación de la Naturaleza. Fiel al carácter de las obras que he publicado hasta ahora y los trabajos de medida, experi­mentación e investigación que han llenado mi vida científica, me sitúo en el campo de las concepciones empíricas.

La exposición de un conjunto de hechos observados y combinados entre sí no excluye la pretensión de agrupó los fenómenos de acuerdo con su enlace racional, ni de generalizar lo que sea susceptible de generalizadón en el conjunto de las observaciones concretas, ni de llegar, en fin, al des­cubrimiento de leyes. Concepdones del Universo fundadas únicamente en la razón, en los principios de la Filosofía especulativa, asignarían sin duda a la ciencia del Cosmos un objeto más elevado. No quiero censurar los esfuerzos que yo no he intentado ni criticarlos por d solo motivo de que hasta hoy han tenido un éxito muy dudoso. Contra los deseos y consejos de los profundos y destacados pensadores que han dado nueva vida a concepdones con las que ya se había familiarizado la Antigüedad, los sistemas de la Filosofía de la Naturaleza se han desinteresado durante algún tiempo en nuestro país de los serios estudios de las dendas matemáticas y físicas. La embriaguez de pretendidas conquistas, un nuevo lenguaje excéntricamente simbólico, la predilección por fórmulas de un radonalismo escolástico tan estrechas como nunca las conodó la Edad Media, han marcado, por el abuso de las fuerzas en una generosa juventud, el efímero triunfo de una dencia puramente ideal de la Naturaleza. Recalco la ex­presión «abuso de las fuerzas», porque espíritus superiores entregados a la vez a los estudios filosóficos y a las ciencias de observadón han sabido preservarse de estos excesos. Los resultados obtenidos por investigadones serias basadas en la experienda no pueden estar en contradicdón con una verdadera Filosofía de la Naturaleza. Cuanto tal contradicdón existe, el defecto está o en lo vado de la especuladón o las exageradas pretensiones del empirismo, que pretende haber probado por la experienda más de lo que la experienda es capaz de probar.

( . . . )

( 1

166 Antología de textos

Resultados particulares de la observación en el dominio de los fenómenos terrestres

Si, en una obra en la que se dispone de un material inmenso formado por los más diversos objetos, se quieren dominar estos materiales, es de­cir, poner en orden los fenómenos de tal manera que se pueda apreciar fácilmente su interdependencia, el único medio de hacer dara la exposi­ción es subordinar los conceptos particulares, y más en un campa tan lar­gamente abierto a la observación, a la perspectiva más elevada de la unidad del Mundo. La esfera terrestre, opuesta a la ¿releste, se divide en dos partes: la Naturaleza inorgánica y la Naturaleza orgánica. Comprende la primera la magnitud, forma y densidad de la Tierra, su calor‘interno, su actividad electromagnética, la constitución mineralógica de su corteza, la influencia de su interior sobre su superficie, que se realiza dinámicamente por ruptura y químicamente por fenómenos que forman y transforman las rocas, la invasión parcial de la superficie sólida por las aguas y el mar, el contorno y las articulaciones de la parte sólida que emerge sobre las olas, es decir, de los continentes y las islas, y, por último, la envoltura gaseosa que envuelve el globo, o, en otros términos, la atmósfera. El do­minio de la Naturaleza orgánica comprende, no las formas particulares de vida cuya descripción es propiamente el objeto de la Historia Natural, sino las relaciones de localización que existen entre los seres vivos y las partes sólidas o líquidas de la superficie terrestre, es decir, la Geografía de las Plantas y de los Animales y de las divisiones de la especie humana en razas y tribus a pesar de su unidad específica.

En cierto modo esta división data de la Antigüedad. Ya por entonces se distinguían los dos órdenes de hechos: por una parte, los fenómenos elementales y la transformación de las sustancias; por otra, la vida de las plantas y los animales. Al no existir medios para aumentar la capacidad de percepción, la distinción entre los vegetales y los animales era pura­mente inuitiva o se basaba sólo en la capacidad que tienen los animales de alimentarse por sí mismos y en el mecanismo interior que los permite moverse. El tipo de percepción intelectual que llamo intuición y, más aún, la asociación de ideas, tan penetrante y fecunda en Aristóteles, le revelaron lo aparente de la solución de continuidad entre lo animado y lo inanimado, entre la sustancia elemental y la planta, y le llevaron a ver que, al tender siempre la vida a elevarse en la escala de los seres, existen gradaciones insensibles de las plantas a los animales inferiores. La historia de los organismos, tomando la palabra historia en su sentido inicial, es decir, transportándonos a la época de las faunas y las floras antiguas, está tan íntimamente unida con la Geología, con la superposición de los es­tratos y la edad de los levantamientos de territorios enteros o simplemente de montañas, que no he creído que en una obra como el Cosmos se deba tomar como punto de partida la división, muy natural por otra parte, entre Naturaleza orgánica y Naturaleza inorgánica y hacer de ella una base fundamental de clasificación. La gran división que he planteado me

Alexander von Humboldt 167

parece más adecuada al objeto que me propongo, ya que expresa mejor el enlace de vastos fenómenos que ocupan un lugar considerable en el Universo. En consecuencia, no me es posible ceñirme a un punto de vista morfologico. Lo que pretendo básicamente es trazar un cuadro general de la Naturaleza, que permita abarcar el conjunto de todas las fuerzas que concurren a animarla.

FAHCE Biblioteca CentralNro. irr...3.£.3.3<?......... Sin “ in..................... <SOM ¿j-Z

c 1

LA ORGANIZACION DEL ESPACIO EN LA SUPERFICIE DEL GLOBO Y SU FUNCION EN EL DESARROLLO HISTORICO **

Karl Riiter *

Examinemos un globo terrestre. Por muy grande que sea, no puede aparecemos más que como una miniaturización y una representación im­perfecta del modelado externo de nuestro planeta. Sin embargo, su per­fecta esfericidad, que contiene tanta diversidad, no deja de ejercer una profunda influencia sobre nuestra imaginación y nuestro espíritu. Lo que nos sorprende al observar un globo terrestre es la arbitrariedad que pre­side la distribución de las extensiones de agua y de tierra. No hay espacios matemáticos, ninguna construcción lineal o geométrica, ninguna sucesión de líneas rectas, ningún punto; sólo la red matemática establecida a partir de la bóveda celeste nos permite medir artificialmente una realidad inapre- hensible: los propios polos no son más que puntos matemáticos defi­nidos en función de la rotación de la Tierra y cuya realidad se nos escapa todavía. No hay simetría en el conjunto arquitectónico de este Todo terrestre, nada que lo emparente en este sentido con los edificios cons­truidos por la mano del hombre o con el mundo vegetal y animal, cuyos

* Karl Ritter (1779-1859). Además del que corresponde al texto traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Ritter, K. (1822-1859): Die Erdkunde im Verhaltms tur Natur und zur Geschichte des

Menschen oder allgemeine vergleichende Geographie, ais sichere Grundlage des Studiums und Unterrichts in physicalischen und historischen Wissenschaften, Ber­lín, G. Reimer, 19 tomos, 21 vols.

Ritter, K. (1861): Geschichte der Erdkunde und der Entdeckungen. Vorlesungen an der Üniversitat zu Berlín gehalten. Herausgegeben von H. A. Daniel, Berlín, G. Reimer.* * Ritter, C. (1850): «De l’organisation de l ’espace á la surface du globe et de

son role dans le cours de l ’histoire» (Discurso pronunciado el 1 de abril de 1850), en Ritter, C. (1852): Introduction a la géographie générale comparée. Traduction deD. Nicolas-Obadia. Introduction et notes de G. Nicolas-Obadia, París, Les Belles Lettres, 1974, pp. 166-189. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

168

c

Karl Ritter 169

organismos presentan, tanto en los vegetales como en los animales y en el hombre, una base y una cúspide, una derecha y una izquierda. Sí, este Todo terrestre perfectamente asimétrico, al no obedecer aparentemente a ninguna regla y ser difícil de captar como un conjunto, nos deja una impresión extraña y nos vemos obligados a utilizar diversos métodos de clasificación para borrar la idea de caos que de él se desprende. Por eso han interesado más hasta ahora sus partes constitutivas que su apariencia global, y los compendios de geografía se han dedicado fundamentalmente a describir sus partes. Habiéndose contentado hasta ahora con describir y clasificar someramente las diferentes partes del Todo, la geografía no ha podido, en consecuencia, ocuparse de las relaciones y de las leyes ge­nerales, que son las que únicamente pueden convertirla en una ciencia y darle su unidad.

Aunque la Tierra, como planeta, sea muy diferente de las represen­taciones a escala reducida que de ella conocemos y que no nos dan más que una idea simbólica de su modelado, hemos tenido que acudir a esas miniaturizaciones artificiales del globo terrestre para crear un lenguaje abstracto que nos permitiese hablar de ella como un Todo. Así es, en efecto, y no inspirándonos directamente en la realidad terrestre, como hemos podido elaborar la terminología de las relaciones espaciales. Sin em­bargo, teniendo en cuenta que la red matemática proyectada sobre la Tierra a partir de la bóveda celeste se ha convertido así en el elemento determinante, esta terminología ha permanecido hasta ahora incompleta y no permite actualmente una aproximación científica a un conjunto es­tructurado considerado en sus extensiones horizontales y verticales o en sus funciones.

Existe una diferencia fundamental entre las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre: por bellas, simétricas o acabadas que estas últimas puedan parecer, un examen atento revelará su falta de cohesión y su tosca trama. El tejido más fino, el reloj más elegante, el más hermoso cuadro, el pulido más liso del mármol o de los metales nos reservaría, visto ai microscopio, semejante sorpresa. Inversamente, la asimetría y la apariencia informe de las obras de la naturaleza desaparecen con un examen profun­do. La lupa del microscopio hace surgir en la tela de una araña, en la estructura de una célula vegetal, en el aparato circulatorio de los animales, en la estructura cristalina y molecular de los minerales, elementos y con­juntos de una textura siempre más fina. Pero las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre difieren también por la amplitud y el ca­rácter que se trasluce en su composición y en sus funciones. En efecto, las investigaciones efectuadas en fisiología han revelado la existencia de una relación entre las fuerzas de la naturaleza; han permitido descubrir sistemas y leyes naturales a los que la química, la física, la óptica y la me­cánica deben especialmente su existencia.

¿No deberíamos volver a encontrar esta diferencia en el caso del mayor cuerpo natural que conocemos, es decir, nuestro planeta, aunque es cier­to que no lo conocemos más que superficialmente... y su superficie mo-

170 Antología de textos

delada por las fuerzas ciegas de la naturaleza parece deber su apariencia actual y tan extraña al azar y al desarrollo arbitrario de las aguas y de las tierras? Pero ¿cómo conciliar esta aprehensión global de nuestro planeta con lo que sabemos de todo lo que en él vive, pueblos y demás; con lo que conocemos de la aventura humana que en él se ha desarrolla­do, y cómo conseguirlo si concebimos el globo como el lugar y la morada que ha ofrecido al hombre, durante el tiempo de su paso por la Tierra, el marco necesario para desarrollarse? ;

Toda planta quiere tener y encuentra un suelo propicio para florecer y dar frutos. Toda criatura, para prosperar, ha ,de vivir en su elemento. ¿Será el hombre una excepción y será el único en vivir en un medio modelado por fuerzas ciegas que acosan la tierra, las aguas y los aires, teniendo en cuenta que ha asegurado su supervivencia durante milenios? Aun reconociendo su gran riqueza y diversidad formal, por considerar la Tierra, ese cuerpo inorgánico, como un todo rígido que ha aparecido en nuestro sistema para permanecer inmutable, ¿habría que inducir que no está en condiciones de procurar a nuestra especie lo que necesita para desarro­llarse; habría que admitir que, contrariamente a todas las criaturas que alberga, sólo la Tierrra está desprovista de esa fuerza creadora que en­gendra una fuerte estructura interna? Todo nos lleva a no buscar en el presente la imagen de la eternidad, a no confundir apariencia y esencia, las impresiones que obtenemos de una cosa o de un fenómeno y la reali­dad de esa cosa o de ese fenómeno, a no interpretar las leyes naturales establecidas como construcciones lógicas de nuestro intelecto, sino a con­siderarlas como una feliz descubrimiento de un mundo fenoménico que nos rodea y que todavía no habíamos logrado dilucidar. La génesis de ese enjambre de estrellas que constituyen las nebulosas planetarias, el estudio de la formación de los vientos se cuentan entre las cosas que nos han enseñado a no tachar de incoherente el desorden aparente del mundo que nos rodea.

En efecto, cuanto más avanzamos en el conocimiento de la distribu­ción espacial en la.superficie del globo terrestre y cuanto más nos intere­samos, más allá de su desorden aparente, en la relación interna de sus partes, más simetría y armonía descubrimos en él, y en mayor medida las ciencias naturales y la historia pueden ayudarnos a comprender la evolución de las relaciones, espaciales. Si, gracias a la determinación astro­nómica de los lugares, a la geodesia, a la hidrografía, a la geología, a la meteorología y a la física, han podido realizarse hasta ahora grandes progresos en materia de orden espacial, queda todavía mucho por hacer y podemos esperar conseguirlo mediante la intervención en el estudio de las relaciones espaciales de nuestros conocimientos relativos a la historia de los hombres y de los pueblos y a la distribución local de los productos de los tres reinos de la naturaleza.

(. . .)Los comentarios que hemos hecho anteriormente sobre las dimensio­

nes horizontales de los continentes nos dispensan de estudiar más dete­

(

Karl Ritter 171

nidamente los detalles de sus relaciones. Basta con recordar aquí que, en los tres continentes del Viejo Mundo, la forma oval de Africa, romboé­drica de Asia y triangular de Europa han determinado para cada uno de ellos tres tipos de relaciones dimensionales. El carácter uniforme que adquieren en Africa (el mismo largo y el mismo ancho en longitud y en latitud) se opone fundamentalmente al que asumen en Europa. Aquí, en efecto, la longitud este-oeste del continente equivale a dos o tres veces su anchura, que decrece sucesivamente desde la base del triángulo adosa­da a Asia hasta su vértice orientado hacia el Atlántico. Si Africa, ese cuerpo compacto y replegado sobre sí mismo, está desprovista de toda articulación, el corazón del continente asiático, igual de macizo pero más potente, es menos penetrable; al este y al sur se encuentra además muy finamente articulado. Europa, por su parte, se abre en todas las direc­ciones; no sólo al sur y al oeste, sino hacia el norte y hacia el interior mismo de las tierras cuyas ramificaciones han tenido tanta importancia como la que tuvo el núcleo central respecto al desarrollo del proceso de civilización. Teniendo en cuenta la menor superficie de las tierras y la mayor riqueza natural de los miembros aislados, en este caso la civilización ha podido penetrar, en efecto, en el interior de las tierras. El cuerpo más recogido de Asia no se abre en todas partes a los mares como el de Euro­pa. Los mares no penetran allí en el interior de las tierras, aunque las hienden profundamente al este y al sur. No consiguen, pues, como en Europa, instaurar un equilibrio entre diferentes formas que se interpe- netran. Así es como el amplio núcleo central de este individuo terrestre que es Asia (y que se asemeja desde este punto de vista a la masa com­pacta del conjunto de Africa) se' ha encontrado privado de las ventajas inherentes a sus articulaciones y de sus efectos. Si es hacia el sur donde la periferia de Asia está mejor articulada, es hacia el norte donde lo está menos, con las ventajas y los inconvenientes que esto implica. Aunque abarque una superficie igual a la mitad de la de Europa, los miembros siguen siendo aquí mucho menos importantes que el cuerpo compacto y potente que ha conseguido frenar la evolución de la civilización en el con­junto del continente. Los pueblos de la periferia que habían alcanzado un desarrollo superior han permanecido, en efecto, aislados en sus sistemas peninsulares.

Si el núcleo central del continente asiático se ha mantenido, por tanto, como la patria monótona de los pueblos nómadas, sus antepaíses, sus penínsulas articuladas y privilegiadas por la naturaleza — pensamos ahora en China, en Indochina, las Indias, Arabia, Asia Menor y sus subdivisio­nes— han constituido individualidades físicas y humanas. Estas, sin em­bargo, no han sido capaces de propagar su civilización en el interior del continente.

Al ser las costas africanas periféricas poco articuladas, son más cortas que las de los demás continentes. De ahí la pobreza de los contactos entre el mar y el interior de las tierras y la dificultad de acceso al corazón del continente. Las condiciones naturales y humanas han negado al cuerpo

c

í

I

172 Antología de textos

inarticulado de Africa toda individualización. Teniendo en cuenta que aqui los diversos extremos se sitúan a igual distancia del interior de las tierras, como la situación astronómica del continente a un lado y otro del ecua­dor hace que los contrastes climáticos se repartan regularmente en las zonas tropicales y subtropicales, todos los fenómenos característicos de este individuo terrestre, que constituye el verdadero Sur de la Tierra y donde culmina el mundo ..tropical, han conservado un carácter uniforme y sin embargo particular. Esto es lo que explica que el estado primitivo y patriarcal en el que viven los pueblos de este continente haya permane­cido al margen de los progresos y del tiempo, qije Africa parezca obligada a ofrecer todavía durante milenios asilo a la elaboración de un futuro desconocido. Esta tierra presa del inmovilismo no conoce efectivamente más que desarrollos colectivos. Las plantas, los animales, los pueblos y los hombres no evolucionan individualmente. Se encuentran palmeras y ca­mellos en los extremos norte y sur, este y oeste de la tierra africana. La. raza negra, que constituye aquí la principal población autóctona, está dispersa en todas las direcciones. Al igual que el continente, no ha conocido más que una evolución colectiva y somera que no ha favorecido en absoluto la aparición de culturas, de Estados, de pueblos y de seres fuertemente individualizados. Los diversos dialectos hablados por estas po­blaciones negras convergen finalmente en una fuente lingüística común. En este sentido, sólo estrechas bandas costeras repartidas discontinuamen­te en las regiones más favorecidas del continente constituyen una excep­ción. Pero esta situación privilegiada procede la mayor parte de las veces de aportaciones exteriores.

Aunque no es más que parcialmente esférico, el extraordinario desarro­llo costero de Asia ha engendrado un mundo de fenómenos completamen­te diferentes. Los miembros articulados del continente poseen aquí, en todas partes, una individualidad propia. Aislados del resto del continente,

5ero comunicados entre sí por el mar, han sido diversamente configura­os en su totalidad por la naturaleza, sus montañas, sus valles, sus ríos,

sus mares, sus vientos y sus productos. Sus propios pueblos y sus culturas los convierten en mundos aparte. Esto es lo que explica por lo demás el carácter fuertemente diferenciado de las individualidades constituidas por el mundo chino, malayo, hindú, persa, árabe, sirio y próximo oriental. Sin embargo, contrastando de forma sorprendente con el cuerpo del con­tinente que ha permanecido replegado entre sí mismo, los progresos lleva­dos a cabo por su civilización no han podido todavía influir o modificar la vida de los nómadas que circulan por aquél desde hace milenios, esos pueblos cuyos antepasados debieron dispersarse en los amplios espacios occidentales y que llamamos hoy mongoles, turcomanos, kirguises, bukaros (uzbekos), kalmukos y demás. Menos aún han podido alcanzar el norte del continente, que, a pesar del aspecto espectacular de los fenómenos típicamente orientales que se manifiestan en su inmenso territorio, se en­cuentra desprovisto de esa armoniosa unidad que proporciona una civiliza­ción adquirida en común. Este estado de cosas se debe además igualmente

(

Karl Ritter 173

al carácter gigantesco de las formas naturales orientales, tanto más difí­cilmente comprensibles cuanto que no se cuenta con ningún dato histórico sobre ellas. Y depende, finalmente, de la excesiva riqueza de los dones y de los productos naturales que, debido a las variaciones climáticas, apa­recen en este caso fuertemente contrastados. Extendiéndose desde el ecua­dor hasta las. tierras polares, este continente posee, en efecto, sobre su suelo las plantas y los animales más diversos. Se los encuentra no sólo a lo largo de las diferentes latitudes, sino, debido a su formidable exten­sión de oeste a este, a lo largo de los meridianos que se reparten entre un mundo oriental y un mundo occidental con caracteres fuertemente con­trastados. Para ilustrar esta oposición, bastará comparar entre sí la civi­lización china y la civilización del Próximo Oriénte. Para ilustrarla en el terreno de los resultados naturales, basta apuntar la presencia del cocote­ro, del sagú, del tigre en el este, y de la palmera datilera y del león al oeste; poner en paralelo, en lo que se refiere a Asia septentrional y meridional, una vegetación alpina, el bosque de coniferas, el reno y, por otra parte, el árbol del pan, la caña de azúcar, el pisang de anchas hojas, el elefante, el rinoceronte, el tapir y el mono.

A la riqueza inagotable de las relaciones naturales en esta parte del Globo, corresponde la diversidad de las relaciones humanas. Aunque desde el comienzo de las grandes migraciones este continente haya suministrado a sus vecinos contingentes de población, nunca ha agotado sus recursos humanos. Al contrario, siempre ha estado abundantemente provisto de pueblos de raza, de talla y de color diferente, con modos de vida, nacio­nalidades, religiones, organización política, castas, Estados, civilizaciones, lenguas y etnias propias. Comparativamente y desde el comienzo de la historia de la humanidad, ningún otro continente ha podido mostrar se­mejante diversidad. Por eso Asia se encuentra en el origen de todas las civilizaciones humanas.

Europa es la amplia prolongación dél Asia media. Según va, al alejarse, progresando hacia el oeste, desarrolla sus superficies con una autonomía creciente. Así, y con miembros proporcionalmente más importantes que el cuerpo, supera a su vecina oriental precisamente en el sentido de que, no constituyendo obstáculo ni en altura ni en anchura, el núcleo central no consigue aislar los miembros. Este individuo terrestre fuerte­mente compartimentado que es Europa ha podido, pues, conocer un des­arrollo armónico y unificado que ha condicionado desde el comienzo su carácter civilizador y ha antepuesto la armonía de las formas a la fuerza de la materia. El menor de los continentes estaba así destinado a dominar a los más grandes. Así como Asia, continente que se extiende sobre las tres zonas climáticas, beneficiándose de notables dones naturales y con esencial predominio de las pesadas masas de tierra, estaba abocada desde su configuración a beneficiar con sus riquezas a los continentes vecinos sin empobrecerse por ello , Europa, continente circunscrito a la zona tem­plada, finamente articulado, dotado de un relieve a escala humana y de formas continentales y marítimas que se interpenetran, estaba particular­

174 Antología de textos

mente predispuesta, por no disponer ni de los extremos ni de las riquezas de aquélla, a acoger lo que le era extraño. La energía desplegada por sus pueblos industriosos para ordenar las condiciones locales la han hecho apta para utilizar sus dones planetarios de forma que ha producido una civilización humana caracterizada por la armonía misma que le confiere el hecho de ser un lugar de paso que garantiza a todos los demás pueblos del Globo la mejor de las acogidas. Si se sabe que la vocación, que se ha unido a la infinita riqueza- de las formas a lo largo de la historia de esta parte del mundo que es Europa, se ha encontrado confirmada en la' historia universal, es menos sabido que estaba en cierta forma inscrita en ella desde toda la eternidad; se ha atribuido el honer únicamente al hombre, en este caso el europeo, cuando sólo lo merece en parte. Para ser conci­sos, no destacaremos en la estructura básica de Europa más que tres de sus relaciones características: el desarrollo de sus costas, la articulación de sus tierras septentrionales, las islas que la rodean.

Desde el punto de vista de la relación de su desarrollo costero con su superficie, Europa es indiscutiblemente el mayor de los continentes. Si Asia, cuya superficie es cinco veces la de Europa, posee 7.000 millas (52.000 km.) de costas, Africa, con su superficie tres veces superior a la de Europa, no posee más que 3.800 (28.000 km.). Las 5.400 millas (40.000 km.) del litoral europeo alcanzan, por el contrario, una longitud igual a la del ecuador. Aunque situada en el corazón del universo terres­tre, Europa, al dejar sus articulaciones que penetren todos los mares del Viejo Mundo, se beneficia del más rico contacto posible con el mundo marino. A esta cualidad de contacto se añaden una situación marítima privilegiada respecto al movimiento general de los mares y los vientos, y una abundancia de golfos y de puertos naturales cuya configuración, con­secuencia lógica de la articulación del continente, ha favorecido el desarro­llo del arte de la navegación, asegurándole así el dominio de los mares. Desde este punto de vista, es el archipiélago británico, con sus numerosos puertos y sus costas bien recortadas, el que actualmente ocupa el lugar que tuvo en el Mediterráneo y durante la antigüedad la Grecia peninsu­lar en su época de plenitud. Las costas árticas de Europa, bañadas por el Báltico y el mar del Norte, profundamente hendidas por el mar Blanco, que se extienden por los distintos antepaíses, islas y penínsulas escan­dinavas, han asegurado a esta parte septentrional del continente un des­arrollo tan rico como el que proporcionan a la parte meridional las tres notables penínsulas de Grecia, Italia y España. E l mundo escandinavo confiere a Europa del norte una gran superioridad sobre la vecina Asia. Por no estar tan bien articuladas, por estar separadas de la parte meridio­nal y mejor desarrollada de Asia, por padecer, encontrándose encajadas entre las tierras polares y la alta Asia central de los nómadas, una situa­ción doblemente desfavorable, por estar, finalmente, insuficientemente do­tadas por la naturaleza, las tierras llanas de Siberia han sido tributarias de la Europa del noreste en materia de progreso y de civilización.

Karl Ritter 175

Finalmente, y en comparación con los demás continentes, las islas que rodean a Europa se distinguen por varios aspectos. Integradas, en tanto que islas costeras, al territorio continental, enriquecen, como ver­daderas estaciones marítimas, las extensiones oceánicas satélites y dan más amplitud al Todo. Manteniendo con el cuerpo y los miembros del conti­nente una relación de amplitud relativamente importante, han ofrecido grandes superficies favorables al establecimiento de conexiones entre los pueblos y las civilizaciones que han contribuido mucho no sólo a doblar la superficie de los espacios considerados, sino a intensificar su desarrollo. No son, sin embargo, pequeñas islas aisladas, archipiélagos rocosos alineados en los océanos o promontorios áridos y de difícil acceso; en efecto, Ingla­terra meridional es una prolongación natural del norte de Francia, igual que Sicilia de Calabria y Candía (Creta) de Morea. ¡Imaginemos sencilla­mente cuál sería el empobrecimiento de la historia, del desarrollo local y de las relaciones marítimas de Europa del norte provocado por la súbita desaparición del archipiélago británico! Privada de Seeland y de Fionia, la península de Jutlandia no sería más que una simple lengua de arena; en la antigüedad, sin el granero de trigo siciliano, la historia de Roma y de Italia hubiera sido muy diferente; finalmente, y gracias a Creta, el archipiélago egeo y las islas jónicas han servido de puente a las civiliza­ciones jónicas e indoeuropeas en Grecia y en Hesperia (Magna Grecia).

No tenemos la intención de analizar aquí las consecuencias de la ausen­cia total de islas a lo largo de las costas africanas, a las que ni siquiera pertenece la gran isla de Madagascar, aislada y rechazada hacia el mundo oceánico por las corrientes y los espacios marinos. También! está fuera de lugar intentar comprender las especificidades de la giganteca extensión insular, en el sudeste asiático, del mundo malayo marítimo, es decir, del grupo indochino y de sus prolongaciones en las islas de la Sonda hacia Australia: el mayor y más rico en individualidades del planeta, puesto que su superficie triangular es igual a la de Europa. Este istmo asiático ofrece por k demás, a causa de su posición entre dos continentes, una cierta analogía con el istmo de Panamá, entre las dos Américas. Señalaremos simplemente el hecho de que la densidad demasiado elevada de estas islas tan extendidas y ricamente dotadas les ha permitido constituir un universo autónomo con su propia población insular, los malayos. En efecto, no se pueden considerar estas islas como miembros desgajados y dependientes del continente vecino y de su litoral, sino como miembros autónomos que, independientemente de esta proximidad, han sido menos enriquecidos por el continente vecino de lo que lo han sido otras islas costeras del resto del mundo.

La observación de Estrabón a propósito de Sicilia, esto es, que las articulaciones dirigidas hacia los continentes, y sobre todo las islas, son las partes del mundo más ricamente dotadas, se confirma tan completamente en el archipiélago que se extiende de Ceilán a Nueva Guinea, que cada una de sus islas parece haber recibido un capital específico de dones natu­rales que incluyen en el proceso de desarrollo del comercio universal en

(

176 Antología de textos

la zona ecuatorial. Así se encuentra, en Ceilán, el elefante blanco, perlas, canela y rubíes; en Sumatra rinocerontes, tapires, orangutanes, tintes naturales y maderas preciosas; en Bangka los yacimientos de estaño más ricos del mundo; en Borneo oro, diamantes y mil riquezas más; en Java el alimento más nutritivo, la cebada, conocida desde la época de Tolomeo, el árbol del pan y la caña de azúcar; las pequeñas islas de la Sonda tienen, cada una, especias particulares; en las Molucas y en Nueva Gui­nea, finalmente, las auténticas maderas preciosas, el sagú, las palmeras de aceite muy rico en sustancias nutritivas, las aves del paraíso y numerosas producciones de los tres reinos de la Naturaleza han encontrado su patria sin tener que instalarse en el continente. Aquí/ en la más estrecha unión de los mundos terrestres, oceánicos y tropicales, dotados de las más ricas producciones de los tres reinos de la Naturaleza, la vida física del globo terrestre aparece con toda su intensidad y su potencia. Si el grado más alto de desarrollo y de civilización hubiera debido coincidir con una posi­ción planetaria muy favorable, aquí es donde debiera haberse producido. La ley que dirige el mundo del espíritu es, sin embargo, diferente de la que gobierna el mundo físico.

Si el desmenuzamiento en las islas separadas del continente hubiera sido el principio general de estructura de la Tierra, lo que vemos aquí realizado en el más alto grado, el continente europeo, que tiene 150.000 leguas cuadradas (8.282.000 km2), hubiera podido dividirse en quince gran­des islas como Borneo, Sumatra, las Célebes, o comparables en su super­ficie a Anatolia y a España; los pueblos de la Tierra hubieran estado perfectamente aislados en una falta total de cohesión. En la forma de Europa encontramos realizado, por el contrario, el contacto y la penetra­ción recíproca más favorables, así como el más perfecto equilibrio entre las oposiciones de las formas sólidas y fluidas en el globo terrestre. No encontramos por eso, en este caso, los inconvenientes de la excesiva articu­lación y del desmenuzamiento del archipiélago indonesio, tan opuesto a las grandes masas continentales inarticuladas. En la fragmentación de la corteza terrestre en ese archipiélago y en su concentración en las masas terrestres compactas de Africa, tenemos dos formas extremas que actúan diferentemente, incluso de forma opuesta, sobre las relaciones naturales y humanas. Han debido ejercer ambas influencias negativas e inhibidoras sobre el desarrollo de sus primeros habitantes. En un caso, en la máxima parcelación, la etnia más dividida y más desgarrada de la Tierra: los pue­blos malayos del archipiélago indonesio; en otro, en la máxima compacti­bilidad de las tierras, los diferentes grupos de pueblos negros se encuentran en el entorno natural más monótono, más uniforme y menos desarrollado que existe.

Estas dos formas terrestres resultan bastante poco favorables a la evo­lución que hace salir a los pueblos del estado de barbarie primitiva. Entre estos dos extremos, Europa, lejos de inhibir, estimula. Su superficie, me­nos importante a escala humana y, por tanto, más rápidamente dominada en el tiempo, su desarrollo costero, sus articulaciones, sus islas, son otros

(

Karl Ritter 177

tantos dones que, en comparación con las formas insulares precedentes, la han provisto de las condiciones espaciales naturales más propicias para la realización precoz de su vocación planetaria inscrita desde el origen en su estructura. Como individuo terrestre quizá aparentemente menos pro­visto de dondes naturales, Europa estaba efectivamente destinada a con­vertirse en el crisol de las riquezas y de las tradiciones del Viejo Mundo al mismo tiempo que en el lugar privilegiado para el desarrollo de la acti­vidad intelectual y espiritual apropiada para absorber y organizar el con­junto de la humanidad. Posteriormente, esta vocación se ha extendido al conjunto más amplio constituido por el Viejo y el Nuevo Mundo, que, receptivos a todo, han podido librarse mejor de las coacciones naturales locales, permitiendo así a sus pueblos alcanzar su pleno desarrollo humano.

En los encadenamientos de causa a efecto que la Naturaleza y la His­toria nos muestran se puede prever, puesto que el planeta parece tener una vocación más noble revelada por la continuidad histórica, una organi­zación superior y que por lo demás no sería de naturaleza puramente física. Esta organización debe ser fundamentalmente diferente de la de los organismos naturales sustentados por el planeta, que se mueven en él y dotados de una existencia forzosamente más breve. Pues si los pensadores que contemplan la superficie aparentemente disimétrica y caótica de la Tierra se encuentran turbados por los resultados de su contemplación, ello no se debe a la ausencia de organización en las relaciones espaciales que pueden ser analizadas gracias a estudios más profundos.

A pesar del desorden aparente en que se encuentra inmerso el Globo para un ojo inexperto, es en las diferencias entre superficies y formas donde reside el secreto del sistema interno y superior de organización planetaria que expresa una infinidad de fuerzas cuyos efectos invisibles están en interacción. Estas fuerzas, que influyen en la Naturaleza y en la Historia, actúan de una forma análoga a la actividad fisiológica que determina la vida de los organismos vegetales y animales.

Es precisamente en la repartición diferencial y en la amplitud irregular de las extensiones de tierra y de agua, así como en las temperaturas variables que las acompañan necesariamente y en los movimientos aparen­temente desordenados de los vientos, donde reside la razón fundamental de su ubicuidad y de su interacción general. Así, el hecho de que los continentes tengan superficies diferentes explica el poderío de los pueblos y la posibilidad que les es dada de dominarlas. E l aparente azar que pre­side la disposición relativa de las masas de tierra refleja una ley cósmica superior que ha determinado necesariamente todo el proceso de desarrollo de la humanidad. La separación a primera vista puramente física del Viejo y del Nuevo Mundo, de los continentes y de las islas resulta ser la esencia de la relación espacial universal. La desigual distribución de los dones naturales es el estimulante fundamental del desarrollo de los intercam­bios universales. La débil superfide de Europa y la armonía de sus formaslimitadas es la condición de su libertad y de su capacidad de dominación./ \

(

' /

William M. Davis *

E L CICLO GEOGRAFICO * *

La clasificación genética de las formas de relieve

Todas las variadas formas del terreno dependen — o, como se diría en lenguaje matemático, son función de— tres variables, que se pueden de­nominar estructura, proceso y tiempo. Inicialmente, cuando las fuerzas de deformación y levantamiento acaban de determinar la constitución y dis­posición de una región, la forma de su superficie traduce directamente su organización interna y su altura está en relación directa con la intensidad del levantamiento que ha sufrido. Si sus rocas fuesen capaces de soportar sin variar el ataque de los procesos externos, su superficie permanecería inalterada hasta que las fuerzas de deformación y levantamiento actuasen otra vez; en estas condiciones la estructura resultaría el único control de la forma. Pero las rocas no son inalterables; hasta las más resistentes ceden ante el ataque de los agentes atmosféricos y se fragmentan en derru­bios que son arrastrados por las aguas y se deslizan por las pendientes;

* William M. Davis (1850-1934). Además de los artículos traducidos en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Davis, W. M. (1909): Geographical Essays, Boston, Ginn & Co.Davis, W. M. (1912): «L’esprit explicatií dans la Géographie moderne», Annales de

Géographie, X X I, 115, pp. 1-19.Davis, W . M. (1915): «The Principies of Geographical Description», Annals of the

Association o f American Geographers, V, pp. 61-105.Davis, W. M. (1922): «Peneplains and the Geographie Cycle», Bulletin o f the Geolo-

gical Society o f America, pp. 587-598.Davis, W. M. (1932): «Pediment Benchlands and Primarrumpfe», Bulletin of the

Geological Society o f America, pp. 399-440.* * Davis, W. M. (1899): «The Geographical Cycle», Geographical Journal, XIV ,

pp. 481-504. Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

178

c

William M. Davis 179

por lo tanto, todas las formas, sea cual sea su altura y resistencia, han de acabar por ser arrasadas y, de este modo, el proceso erosivo adquiere un papel equivalente al de la estructura en la determinación de la forma de un volumen de terreno. El proceso, sin embargo, no puede realizar por completo su acción en un instante y, por lo tanto, la importancia de la transformación'a partir de la forma inicial es función del tiempo. Así el tiempo completa el trío de controles geográficos y es, entre ellos, uno de los de más frecuente aplicación y más validez práctica en la descripción geográfica.

(. . .)

La Geografía «Teórica»

Es evidente que esta propuesta de clasificación geográfica basada en estructura, proceso y tiempo ha de ser deductiva en alto grado. Y reco­nocemos expresamente que lo es. Como consecuencia de ello, el esquema adquiere un verdadero carácter «teórico» que no es del gusto de algunos geógrafos, cuyas investigaciones parten de la idea de que la Geografía, a diferencia de las otras ciencias, debe desarrollarse sólo mediante el uso de ciertas facultades mentales, en especial las de observación, descripción y generalización. Pero parece claro que la Geografía ya se ha perjudicado demasiado por no utilizar la imaginación, la invención, la deducción y las demás facultades mentales que contribuyen al logro de una explicación rigurosa. Es como andar con un pie o ver con un ojo excluir de la Geo­grafía la mitad «teórica» de la capacidad cerebral, que otras ciencias consi­deran conveniente poner por encima de la mitad «práctica». Verdadera­mente, sólo de un malentendido puede resultar la idea de que existe una contraposición entre teoría y práctica, pues en Geografía, como en toda labor científica válida, ambas se ejercen siempre de forma concertada y fructífera. Está claro que no se puede alcanzar un desarrollo completo de la Geografía hasta que todas las facultades mentales cuyo cultivo resulte adecuado en algún sentido sean dominadas y ejercitadas en la investigación geográfica.

(...)Es importante recalcar que el geógrafo necesita conocer el sentido, el

modo de explicación y el origen de las formas que observa, y que para ello es una gran ayuda precisar y describir con todo rigor dichas formas. Sin duda hay que asumir éste principio y tenerlo siempre presente, si se quiere evitar el error de confundir los objetos del estudio geográfico con los del geológico. Este último analiza los cambios ocurridos en el pasado en sí mismos, puesto que la Geología trata de la historia de la Tierra, mientras que el primero sólo estudia las transformaciones pasadas en tanto que sirven para dar razón del presente, dado que la Geografía trata esencialmente de lo que ahora existe en la Tierra. La estructura

/

1

180 Antología de textos

es un elemento importante en el estudio geográfico, porque en la mayoría de los casos influye en la forma; nadie trataría hoy de describir el Weald sin hacer referencia a los lechos de margas resistentes que dan lugar a sus colinas marginales. Una importancia equivalente tiene el proceso, pues en todos los casos ha influido en mayor o menor grado en la determinación de la forma, y siempre se encuentra en actividad. Es verdaderamente curio­so encontrar manuales de* Geografía en los que se incluyen como partes de su contenido los vientos, los arroyos y los ríos, mientras que la meteo- rización o los fenómenos de arrastre no son en absoluto tomados en consideración. El tiempo es indudablemente un ^importante elemento geo­gráfico, porque allí donde las fuerzas de levantamiento y deformación han desencadenado hace poco (a escala geológica) un ciclo de transforma­ción, los procesos destructivos sólo han podido efectuar una reducida acción y el relieve es «joven»; donde ha transcurrido más tiempo, la su­perficie ha de haber sido más intensamente erosionada y el relieve pasa a ser «maduro»; y donde ha transcurrido un período muy dilatado desde el levantamiento inicial, la superficie habrá sido reducida a una llanura de escaso relieve desarrollada poco por encima del nivel del mar, y la morfología se puede denominar «vieja». De esta manera se ha de des­plegar una serie completa de formas a lo largo de la historia de una región determinada, y todas las formas de dicha serie, aunque a primera vista puedan parecer independientes, pueden ser relacionadas desde el punto de vista temporal en tanto que expresión de diferentes etapas en el desarro­llo de una misma estructura, La larva, la ninfa y el imago de un insecto, o la bellota, la encina desarrollada y el viejo tronco caído no están más naturalmente asociadas, al representar diferentes fases en la vida de una misma especie orgánica, que el joven bloque montañoso, los picos y valles montanos esculpidos en el estadio de madurez y la vieja montaña casi arrasada, que representan diferentes momentos en la vida de un mismo conjunto geográfico. Del mismo modo que las formas del relieve, las acciones que sobre ellas tienen lugar cambian de comportamiento y con­figuración al pasar el tiempo. Una forma de relieve joven presenta canales de erosión torrencial también jóvenes, mientras que un relieve viejo ha de tener viejos cursos de agua con lenta e incluso imperceptible corriente, como después se explicará con más detalle.

El Ciclo Geográfico Ideal

De acuerdó con esto, la secuencia en el desarrollo de las transforma­ciones de las formas del terreno es tan sistemática como la sucesión de cambios en el más conocido desarrollo de las formas orgánicas. Es funda­mentalmente por esta razón por la que el estudio de la génesis de las formas de relieve ■— o Geomorfología, como algunos lo llaman— resulta un apoyo práctico, útil al geógrafo desde todos los puntos de vista. Y ello

(\

quedaría más claro mediante la consideración detallada de un caso ideal, que convendría apoyar con un gráfico.

William M. Davis 181

En la figura, la línea horizontal a w representa el paso del tiempo, mientras que las verticales perpendiculares a ella expresan la altitud sobre el nivel del mar. En la época 1, una región con una determinada estruc­tura y forma ha sido levantada, representando B la altitud media de sus partes más altas y A, la de sus partes más bajas, expresando en conse­cuencia AB el relieve medio inicial. La superficie del roquedo es atacada por los agentes atmosféricos. El impacto de la lluvia en la superficie ex­puesta a la intemperie y el arrastre por el agua de los elementos accciona- dos por ella rehúnden las pendientes iniciales tendiendo a generar perfües cóncavos, cuyas pendientes convergen; en ellos se establecen corriente que fluyen en sentidos conformes al descenso de dichas líneas de concavidad. El mecanismo de los procesos destructivos se pone así en movimiento y comienza el desarrollo del modelado de la región. Los ríos más importan­tes, cuyos lechos inicialmente tienen una altitud A, excavan rápidamente sus valles y en la época 2 han hecho descender dichos lechos a una altitud mediana, representada por C. Los sectores más altos de los terri­torios situados entre los citados cursos de agua, afectados sólo por la meteorización como consecuencia de la concentración en estos últimos de aguas, son rebajados con mucha mayor lentitud, y en la época 2 han visto reducida su altura solamente hasta D. De este modo el relieve del territo­rio resulta acrecentado en el paso de AB a CD. A partir de este momento los ríos principales van disminuyendo su ritmo de excavación durante el resto de su desarrollo, como expresa la curva CEGJ, y el ataque a las tierras más elevadas, cada vez más fragmentadas por la red de corrientes, pasa a ser más rápido que la profundización de los valles principales, como se observa comparando las curvas DFHK y CEG J. El intervalo 3-4 es en el que registra el más rápido rebajamiento de los sectores elevados y está por ello en fuerte contraste con el período 1-2, en el que es más rápida la excavación de los valles principales. En el período inicial el relie­ve va aumentando rápidamente de energía al abrirse, siguiendo las con­cavidades primarias, valles de vertientes escarpadas. A lo largo del período 2-3 se alcanza la máxima energía del relieve y la complejidad de las formas

182 Antología de textos

se incrementa de forma muy importante por la incisión remontante de los valles secundarios. Durante el período 3-4 el relieve va perdiendo energía con más velocidad que nunca y la pendiente de las vertientes de los valles se va suavizando progresivamente; en todo caso, estas transformaciones íse producen con mucha mayor lentitud que en el primer período. De la época 4 en adelante el relieve que aún permanece se va reduciendo más y más, haciéndose las pendientes cada vez menores, de modo que en algún momento posterior al último estadio representado en el diagrama la íegión, cualquiera que fuese su altura originaria, es sólo una llanura baja y ondu­lada. Este último proceso de transformación se .realiza con tal lentitud que reducir a la mitad la pequeña distancia JK requiere tanto tiempo como el transcurrido hasta alcanzarla; y, dado que sólo han de quedar pendientes muy suaves, la posterior continuación de ataque por fuerza ha de ser sumamente lenta. La frecuencia de los arrastres torrenciales y de los desprendimientos de tierra en las montañas jóvenes y maduras, en contraste con la quietud de las perezosas corrientes y los lentos movimien­tos del suelo en las superficies de erosión, es suficiente para poner de manifiesto con qué razón el grado de erosión es un asunto tan estricta­mente geográfico como de interés geológico.

De este breve análisis se desprende que un ciclo geográfico puede sub- dividirse en varias partes de desigual duración, cada una de las cuales se caracteriza por una energía y un tipo de relieve y por un ritmo de trans­formación, así como por la cuantía del cambio acumulada desde el comien­zo de dicho ciclo. Habrá una breve juventud caracterizada por un rápido aumento de la energía del relieve, una madurez con un vigoroso relieve y una gran variedad de formas, un período de transición, en el que el relieve decrece en poco tiempo aunque con poca intensidad, y una indefinidamen­te prolongada vejez caracterizada por un suave relieve, en la que los cam­bios son abrumadoramente lentos. No existe, por supuesto, solución de continuidad entre estas subdivisiones o etapas; cada una se subsume en la que le sigue, aunque cada una está caracterizada básicamente y diferen­ciada por rasgos que no se dan en las otras.

(

William M. Davis

COMPLICACIONES D EL CICLO GEOGRAFICO *

La Geografía Moderna

En tiempos ya superados, cuando se pensaba que la historia de la Tierra se desarrolló en el pasado en coordenadas diferentes de las actuales, era bastante natural que la Geografía de los diversos territorios hubiese de ser estudiada de forma ajena a los métodos geológicos. Ahora, que recientemente se ha reconocido cómo el ayer de la Geología es semejante al hoy de la Geografía y cómo las formas de relieve del presente son el natural resultado del pasado, resulta de un conservadurismo poco lógico mantener los métodos empíricos en Geografía, én lugar de adoptar los métodos naturales de la Geología. El tratamiento racional y moderno de los problemas geográficos exige que las formas del terreno, lo mismo que las formas orgánicas, sean estudiadas desde el punto de vista de su evo­lución y que, hasta donde este método de estudio lo requiera, el geógrafo sea geólogo.

No basta, sin embargo, simplemente con saber que las formas del terreno son resultado de la interacción de fuerzas internas y externas, es decir, de fuerzas que deforman la corteza terrestre y fuerzas que erosionan la superficie de ésta: es preciso recalcar también que los procesos de evo­lución se producen en su mayor parte de forma ordenada y que los pro­ductos resultantes de ellos están sistemáticamente relacionados, ya que, por desordenada que pueda resultar la acción de las fuerzas internas, las fuer­zas que erosionan la superficie actúan de una forma regular y como conse-

* Davis, W. M. (1904): «Complications of the Geographical Cycle», Compt. Rend. 8em. Congris International de Géographie (Washington), pp. 150-163. Traduc­ción de Julio Muñoz Jiménez.

183

(* /

184 Antología de textos

cuencia de ello dan lugar a una sucesión sistemática de formas superficiales. Las formas que vemos son siempre miembros de esta sucesión y, por lo tanto, pueden ser adecuadamente descritas dentro de su contexto.

El Ciclo Ideal

Cualquier sucesión completa de formas de relieve se puede _ interpre­tar en el marco del ciclo geográfico ideal. Dicho ciclo comienza con unos movimientos corticales que colocan una determinada masa de terreno a una cierta altura con respecto a un nivel de base. Las formas superficiales que aparecen como consecuencia directa de ello se denominan iniciales. Los procesos destructivos comienzan a actuar sobre estas formas iniciales y lo siguen haciendo hasta reducir finalmente la superficie a su forma definitiva, uña llanura baja de relieve imperceptible. Estas sucesivas for­mas constituyen, por lo tanto, una serie normal en la que están enlazadas desde la primera hasta la última. En consecuencia, las formas existentes en un momento determinado dependen básicamente de la importancia de la acción que sobre ellas se ha ejercido y son susceptibles de una descripción sistemática en términos de la etapa del ciclo en que se hayan, alcanzado. Por otra parte, la correlación de todas las formas concretas asimilables a cualquier etapa del ciclo resulta tan marcada y constante, que cualquier forma individual se puede designar por medio de una terminología apro­piada y estable en cuanto miembro del grupo de formas correlacionadas al que pertenece, y de este modo, mejor que de ninguna otra forma, se pueden definir sistemática y efectivamente los caracteres de los territorios.

Normalmente los geógrafos no admiten la correlación de formas pro­puesta y, en consecuencia, no utilizan el principio de correlación como base de sus observaciones y descripciones. Y lo más deplorable es que esto ocurra cuando está claro que el desprecio de las ventajas de dicho prin­cipio no se basa en objeción alguna acerca de su corrección, sino simple­mente por falta de atención hacia el mismo.

( - )

La naturaleza deductiva del ciclo

Se ha llegado a sugerir que un esquema que tuviese menos proporción de elementos imaginados o deducidos y un mayor número de ejemplos reales podría resultar más aceptable para los geógrafos. He de responder que el esquema del ciclo no tiene por qué incluir ejemplos reales, porque es expresamente un esquema de imaginación y no un tema de observa­ción; sin embargo, se puede acompañar, apoyar y corregir mediante un repertorio de ejemplos reales que se adapten del modo más preciso posible a sus elementos. Se puede añadir que el temor manifestado por algunos de que en él la deducción vaya demasiado lejos sólo indica que se tiene un punto de vista muy diferente del de quienes encuentran provecho en la

(V

William M. Davis 185

aplicación del esquema del ciclo. La deducción puede ser erróna si es ilógi­ca, atrevida o incompleta, pero, si es correcta, en modo alguno va dema­siado lejos. Creo que lo mismo es decir «En este trabajo la observación ha ido demasiado lejos», que «En este esquema la deducción ha ido dema­siado lejos». Los dos procesos son básicamente distintos, y sus resultados nunca se deben confundir. Y sería tan deseable que se llevase hasta el final el uno como el otro, ya que ni uno puede sustituir al otro ni tiene por qué esperar a que sea cubierto todo el campo abierto a su avance. Teniendo en cuenta las verdaderas diferencias entre observación y deduc­ción en cuanto a método y resultados, resulta esencial para cualquier ciencia que pretenda explicar lo que se ve por medio de lo que no se ve el empleo al máximo de estos procesos mentales. Desde mi personal punto de vista, tan positivo es llevar el esquema del ciclo hasta sus últimas consecuencias como llevar la recopilación de hechos reales hasta el último extremo mediante el libre uso de métodos rigurosos de observación. No se puede decir que, mientras los resultados de ambos métodos tienen que ser cuidadosamente separados, los propios métodos deban desarrollarse de forma paralela. Un uso inteligente de uno y otro método es la mejor base para la investigación fisiográfica, lo mismo que lo es para la Físicao la Astronomía, y tan favorecida resulta la observación por una rigurosa deducción como la deducción por una rigurosa observación. Objetar al esquema del ciclo que es demasiado deductivo me parece una falta de lógica tan grande como objetar a un informe de campo que está demasiado basado en la observación.

La presunta rigidez del ciclo

Se ha aducido que el esquema del ciclo es tan rígido y forzado que es incapaz de servir de base a la descripción de los múltiples fenómenos de la Naturaleza. Esta crítica resulta de considerar de forma aislada el ciclo ideal, sin fijarse en las modificaciones mediante las que se puede adaptar fácilmente a las condiciones naturales. Y como esta desfavorable opinión puede deberse al desconocimiento de un desarrollo más completo del tema o a un excesivo énfasis en la sucinta exposición del esquema hecha en el artículo antes citado, parece conveniente presentar ahora el esquema de forma más amplia y considerar las modificaciones con las que se puede adaptar a las complicaciones de los casos reales.

Los postulados elementales y sus modificaciones

La presentación a grandes rasgos del dcló ideal plantea un rápido levantamiento de una masa terrestre, seguido por una prolongada estabi­lidad. La masa terrestre puede tener cualquier tipo de estructura, aunque la más simple es la constituida por estratos horizontales; el levantamiento,

186 Antología de textos

por su parte, también puede ser de diferente Upo e intensidad, aunque el más simple es el definido por un ascenso rápido y completo; por ello las llanuras y las plataformas figuran al comienzo de una clasificación sis­temática de las formas de relieve. Sin embargo, se han de considerar todos los tipos de estructuras y todos los tipos de levantamientos para que el esquema se desarrolle por completo. En mi planteamiento del tema el pos­tulado de un levantamiento rápido es en gran parte un asunto de como­didad, tendente a facilitar la comprensión del proceso secuencial .'y de los sucesivos estadios de desarrollo — juvenil, maduro y viejo— mediante términos con los que después fuese cómodo describir ejemplos típicos de formas de relieve. En lugar de un levantamiento rápido se puede plantear un levantamiento gradual con igual coherencia en el esquema, pero con menos facilidad para quien lo estudia, puesto que un levantamiento gra­dual requiere la consideración de la erosión durante el levantamiento. Es, pues, preferible hablar de levantamiento rápido en una primera presenta­ción del problema y después modificar esta visión elemental y provisional mediante un enfoque más cercano a la realidad probable; y éste ha sido desde hace años mi método de enseñanza.

(...)El postulado de una estabilidad del territorio, que permanecería quieto

hasta su transformación en llanura, es, lo mismo que el postulado del levantamiento rápido, algo derivado de la comodidad para una primera presentación, pero es también algo más. Es básico para el análisis del esquema en su conjunto, ya que sólo en el caso ideal de una masa de terreno que se queda quieta tras su levantamiento se puede seguir toda la serie normal de hechos sucesivos en que consiste la validez real del esquema del ciclo y la subsecuente observación de la correlación sistemá­tica de formas que caracteriza a cada estadio del ciclo. Sólo después de haber analizado las series normales se puede tratar de las peculiares com­binaciones de formas que resultan de dos o más ciclos de erosión. El reco­nocimiento de la correlación sistemática de las formas concretas con deter­minadas etapas del ciclo constituye un marcado avance sobre el período anterior de la Geografía Física, en el cual los diversos elementos morfo­lógicos eran descritos como si nada tuviesen que ver los unos con los otros. Uno de los más claros testimonios de este avance es el gran creci­miento que ha registrado el interés por su estudio. Este aumento del interés es en un cierto grado resultado natural del método recientemente planteado, pues siempre se suscita interés por una aproximación más direc­ta adaptada a la verdadera naturaleza de las cosas y por la intuición de que no debe ser descartado que formas consideradas inertes se ensamblen dinámicamente en una grande y significativa serie de cambios. La espec­tacular interdependencia de los diversos elementos de un sistema maduro de drenaje, cuando es plenamente aprehendido, es capaz de suscitar ver­dadero interés y admiración; pero sólo en el supuesto de una básica esta­bilidad del territorio puede llegarse a una organización madura del sistema de drenaje. En consecuencia, aunque parezca improbable una estabilidad

(

William M. Davis 187

prolongada en un territorio, las consecuencias de tal situación se deben seguir con todo cuidado para obtener la norma del esquema y para elaborar la introducción básica a todos los modos de complicación que puedan encontrarse. Sólo después que se ha llegado a establecer la norma es el momento de analizar los efectos de diversas acciones, como levantamientos, hundimientos, plegamientos, fracturas, etc.

( - )

Cambios climáticos normales y cambios climáticos accidentales

El ciclo ideal normal parte de la inexistencia de cambios climáticos, con excepción de los derivados de la disminución de la temperatura y el aumento de las precipitaciones provocados por el (relativamente) rápido levantamiento inicial y el gradual aumento de las temperaturas y descenso de las precipitaciones' que acompañan el lento rebajamiento de la región hasta su transformación en una llanura baja. Que tal tipo de cambios climáticos haya tenido lugar parece en principio fantástico, pero una con­sideración más seria hace que la fantasía se convierta en realidad. Fue sin duda un valiente alarde de imaginación científica el que llevó a Tyndall a la brillante idea de que la glaciación alpina ha disminuido a consecuen­cia de que los glaciares han hecho descender la altura de los Alpes. Pero el famoso físico confundió un accidente climático de corta duración con una extensa parta de un ciclo. No hay, sin embargo, por qué dudar que muchas cadenas montañosas de anteriores períodos geológicos hayan po­dido ser rebajadas en mayor o menor medida y que el clima de sus res­pectivas regiones haya experimentado cambios capaces de dar lugar a tales cambios en su topografía. La distribución, y también la propia configura­ción, de plantas y animales terrestres han sido influidas repetidamente por estos cambios en el relieve; los accidentes climáticos cortos, como algunos episodios glaciares de los tiempos posterciarios, han sido capaces de provocar rápidas migraciones o extinciones de formas orgánicas, pero el lento cambio del clima normal en el ciclo ideal sólo puede provocar adaptaciones a las nuevas condiciones.

Así pues, parece claro que los cambios de condiciones climáticas que se han analizado en la literatura geográfica son independientes del cido ideal. Tanto si consisten en el paso de condiciones no gladares a glaciares como de subáridas a áridas, ello acontece en cualquier estadio de un ddo, y, por lo tanto, se pueden englobar bajo el nombre semitécnico de «accidentes». Las suaves orillas del lago Bonneville, en las sobreexca- vadas vertientes del macizo montañoso de Wasatch (Utah), o la relati­vamente pequeña morrena que cruza la superficie cretácica, los valles terdarios y las torrenteras posterciarias en los Apalaches de Pensilvania son sufidentes para dar idea de la brevedad que tienen estos acddentes en comparadón con los ddos de erosión que arrasan las montañas.

(/

Mbrecht Penck *PROPUESTA DE UNA CLASIFICACION CLIMATICA BASADA EN LA FISIOGRAFIA **

En lugar de la tradicional división de la superficie terrestre en zonas climáticas enmarcadas por paralelos, en los últimos tiempos se tiende a plantear clasificaciones basadas en las temperaturas y las precipitaciones. Sin embargo, hasta ahora las delimitaciones de regiones climáticas se han realizado desde puntos de vista muy diferentes.

(...)En el estudio de la superficie terrestre parece posible usar como base

el clima (es decir, la interacción de todas las condiciones atmosféricas), ya que se imprime tan claramente en el paisaje que hace posible la distin­ción de regiones climáticas sin tener que partir de largas series de obser­vaciones meteorológicas. La influencia del clima en la configuración de la superficie terrestre se realiza ante todo por medio de la forma en que se producen las precipitaciones. Que éstas adquieran en último término la forma de ríos o de glaciares es algo que depende por completo del clima. A. Woeikof (1885-87) ha afirmado rotundamente que los ríos son pro-

* Albrecht Penck (1858-1945). Además del artículo traduddo en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Penck, A. (1894): Morphologie der Erdoberflache, Stuttgart, Engelhoms, 2 vols.Penck, A. (1905): «Glacial features in the surface of the Alps», Journal of Geology,

X I I I , pp. 1-17.Penck, A. (1914): «Die Formen der Landoberflache und Verschiebungen Klimagürteí»,

Preussen Akademie der 'Wissenchaft Sitzungsbericht der physicalisch-mathematis- chen, Klasse 14, pp. 236-246.

Penck, A., y Bruckner, E. (1909): Die Alpen im Eiszetalter, Leipzig, Tauchnitz, 3 vols.* * Penck, A. (1910): «Versuch einer Klimaklassification auf physiographischer

Grundlage», Preussen Akademie der Wissenchaft Sitzungbericht der physicalisch-ma: thematischen, Klasse 12, pp. 236-246. (Versión inglesa en Derbyshire, E.: Climatic Geomorphology, Londres, McMillan, 1973, pp. 51-60. Traducción de Julio Muñoz Jiménez.)

188

(

Albrecht Penck 189

ductos del clima. En el aspecto climático lo importante es saber si el agua precipitada se evapora por completo, dejando el suelo seco, o no.

División en provincias climáticas

En mi opinión, se pueden distinguir en la superficie terrestre tres pro-' vincias o regiones climáticas de primer orden:

1) Los climas húmedos, en los que la precipitación (N) es mayor que la pérdida de agua por evaporación (V), de modo que el excedente corre en forma de ríos (F).

2) Los climas nivales, en los que el aporte de nieve (S) es mayor que la fusión de ésta (A), de modo que ha de ponerse en movimiento en forma de glaciares (G).

3) Los climas áridos, en los que la evaporación absorbe toda la pre­cipitación y, potencialmente, aún más, impidiendo así que corran las aguas de los ríos.

Estos tres climas se pueden definir por medio de las siguientes fór­mulas:

1 )N — V = F > 0 ; 2) S — A = G > 0 ; 3) N — V < 0

Dos importantes límites separan nuestras tres provincias principales: uno, consistente en un cierto balance entre evaporación y precipitación, y otro, consistente en un cierto balance entre aporte nival y ablación. Este último límite es la conocida línea de nieves perpetuas (SG), que se puede expresar como S = A. El otro se ha denominado límite de ari­dez (TG), para el que es válido N = V.

(...)

Las zonas freáticas

Dentro de los climas húmedos se pueden distinguir dos grandes zonas. En la primera el agua de precipitación puede infiltrarse en el terreno y, según la permeabilidad de éste, le ocupa en mayor o menor proporción, formando las aguas subterráneas. En la segunda esto no es posible, porque el suelo está congelado; en esta provincia climática polar el manto freáti­co está constituido por hielo subterráneo, no por agua subterránea. El límite de la presencia de este hielo subterráneo ha suscitado un repetido interés. Fritz (1878) lo ha representado en un mapa reproducido con fre­cuencia y en el que coincide aproximadamente con la isoterma media anual de — 2o según Wild (1881). En el clima polar no sólo faltan los manan­tiales de agua subterránea, sino que no existe esta misma agua subterrá­nea. Solamente en verano hay un poco de agua resultante del deshielo de los niveles más superficiales y que enseguida se infiltra; ello, sin embargo, afecta a dichos niveles y da lugar a movimientes que no tras-

190 Antología de textos

denoten de ellos. En este proceso de deslizamiento y fluxión pardal de la capa exterior del suelo la meteorizadón es mecánica: con su repetido rehielo el agua ocasionalmente presente en los niveles superficiales rompe las capas rocosas superiores y las descohesiona. Los ríos se alimentan prindpalmente de aguas de fusión de la nieve, y esto normalmente pro­duce grandes cantidades de agua en un período de tiempo relativamente corto; de ahí que un reducido episodio de aguas altas en verano y un dilatado período de aguas bajas invernales caracterice a los ríos’ polares. Aunque la nieve cubre durante meses gran parte del terreno, ello no es suficiente para impedir el desarrollo de árboles.. Redentemente se ha com­probado que el crecimiento arbóreo no se relaciona con el límite de los suelos helados, como en prindpio se había supuesto.

En las regiones climáticas donde existen verdaderos mantos freáticos, una parte mayor o menor de la precipitadón (según la permeabilidad) es absorbida por el suelo, y sólo llega al río después de una circuladón subterránea; así la alimentadón fluvial sólo en parte depende de las lluvias. Además, el agua que percola va descohesionando, mientras circula, el roqueado y atacando a las rocas susceptibles de serlo por medio del áddo carbónico (H 2C O 3) que lleva en disolución: da lugar a la aparición de la capa superfidal de regolita, y dentro de ella forma la característica capa lavada o eluvial.

Los sectores de las regiones freáticas

Dentro de estas últimas regiones freáticas se pueden distinguir sec­tores individualizados con base en la distribución de las predpitaciones. Si la pluviosidad es regular a lo largo del año, la alimentación de los ríos, directamente por las precipitadones o indirectamente por el agua subterrá­nea, se realiza de modo regular y continuo, y las corrientes circulan con gran persistencia. Si, por el contrario, las predpitaciones presentan tina distribución irregular, apreciándose una dara distinción entre estaciones lluviosas y secas, los ríos registran un marcado período de aguas altas separado por períodos de aguas bajas y una periódica desecación de los lechos.

(...)

Los sectores de las regiones áridasDel mismo modo que las regiones húmedas se pueden dividir en subre-

giones donde la predpitación se infiltra en el suelo a lo largo de todo el año y subregiones donde este proceso está temporal o continuamente in­terrumpido, también las regiones áridas se pueden dividir en dos sectores según la aridez sea importante durante todo o parte del año. Como se ha visto, las precipitaciones nunca faltan del todo en las regiones áridas; siempre existen, aunque no en cantidad sufidente como para permitir que los ríos corran con regularidad. No obstante, tienen una gran importanda

C

Albrecht Penck 191

en el funcionamiento de torrentes y permiten el desarrollo de alguna vege- tadón adaptada a la sequía ambiental. En los sectores climáticos semiári- dos el agua caída en esporádicos aguaceros se infiltra pardalmente en el suelo, aunque no llega a organizarse una circuladón subterránea generali­zada, porque durante la estadón seca se evapora. En ésta el agua asdende a superfide por capilaridad. El «agua de infiltradón» no tiene, por lo tanto, un desplazamiento regular hacia abajo, como en las regiones freá­ticas, sino que retorna a la superficie, se evapora y deposita materiales que ha disuelto en profundidad. En consecuencia, el lavado del suelo que se da en las citadas regiones freáticas está ausente y se encuentra reempla­zado por una deposición de sales solubles, particularmente carbonato de caldo, en los horizontes superiores del suelo. Este carbonato de caldo es el que forma las costras superficiales' tan características de las regiones semiáridas.

En los sectores completamente áridos desaparece este ascenso y des­censo del agua en el suelo y, en consecuencia, no se registra la formación de costras. La superficie del roquedo sólo queda expuesta a la meteori­zadón mecánica, ya que no cuenta con una cubierta de vegetación, como en las regiones húmedas, ni con las duras costras de las regiones semiári­das para protegerse de las acciones atmosféricas. De aquí que el viento desempeñe un papel de suma importancia, erosionando en unos lugares y depositando en otros. Con base en las condiciones térmicas, la provinda climática propiamente árida se puede dividir en dos subprovincias: una subprovincia árida templada, con marcada variación estacional de la temperatura, y una subprovincia subtropical, en la que la mayor variadón térmica es la diurna. Una clasificación similar es aplicable a la provinda semiárida.

Las regiones nivalesLas regiones nivales se caracterizan por la acumulación de masas de

nieve, tanto en los sectores nivales propiamente dichos, donde las preci­pitaciones son exclusivamente sólidas, como en los sectores seminivales, donde éstas alternan con lluvias. Tales lluvias, sin embargo, no son ca­paces de hacer disminuir el espesor de la nieve; al contrario, dan lugar a un humedecimiento de los niveles superficiales que resulta favorable a la compactación de la nieve y a su transformación en hielo (glaciar). Estas costras resistentes que se forman en la cubierta nival de nuestras tierras altas juegan un papel de particular importancia, pero también se pueden desarrollar en las regiones plenamente nivales como consecuencia de la insolación; debido a ella la superficie de la nive se funde y el agua resul­tante se vuelve enseguida a congelar a escasa profundidad.

En las regiones nivales la superficie del terreno está protegida de la meteorización atmosférica. Pero son varios los procesos de ataque a las rocas que se pueden desarrollar bajo el peso de la cubierta de nieve y hielo, como han estudiado Blümke y Firstenwalder (1890). Donde un

192 Antología de textos

aumento local de peso da lugar a un efecto de deslizamiento en la base del hielo se produce una fragmentación del basamento rocoso. Sin embar­go, al volverse a solidificar, también se congela éste, provocando una ge- Hfracción en derrubios de menor calibre. Pero esta meteorización sub- glaciar no significa casi nada en comparación con la acción mecánica direc­ta del hielo glaciar.

( . . . )Los glaciares que se forman en las regiones nivales frecuentemente

se desplazan fuera de estas regiones y penetran en las provincias po­lar y subnival, donde se produce su fusión. E l efecto de los glaciares más allá de los límites de las regiones nivales y el resultante de gla­ciaciones anteriores no coincide con la extensión de las respectivas áreas nivales. Lo mismo que se encuentran lagos glaciares fuera de la región nival, los ríos de las regiones húmedas penetran en las zonas áridas; en consecuencia, la presencia de una actividad fluvial típica en un determi­nado lugar no se puede considerar indicativa de que forme parte de una región húmeda. Los ríos que entran en las zonas áridas reaccionan exac­tamente de la misma manera que los glaciares en las áreas húmedas: se consumen y pierden su contenido hídrico, en parte por evaporación su­perficial directa y en parte infiltración en el suelo, que de este modo obtiene un aporte continuo de agua. Desde muchos puntos de vista resultan elementos extraños en las regiones donde se encuentran.

Las áreas kársticasSi la presencia de ríos de curso regular no es indicativa de un régimen

húmedo, tampoco la ausencia de ríos define necesariamente un área árida. Hay sectores en las regiones húmedas donde la naturaleza permeable del terreno no sólo favorece la percolación de las aguas de lluvia, sino que llega a hacer desaparecer todas las corrientes. Las áreas kársticas son un buen ejemplo de ello. Aparte de ellas se pueden encontrar otros ejemplos en zonas pedregosas (schotter) y regiones arenosas, en las que las aguas de lluvia y las fluviales se pierden. Estos territorios pseudoáridos se pue­den distinguir de las verdaderas regiones áridas por el hecho de que la ausencia de agua superficial se combina con la presencia de abundante, agua subterránea, que aflora en numerosas fuentes. Esta agua de manan­tiales no existe en las verdaderas regiones áridas: en ellas sólo hay agua infiltrada que con frecuencia se extiende más allá del límite del agua superficial en los lechos de los ríos alóctonos.

No hay, pues, un rasgo único que defina una región climática: por el contrario, la caracterización de una región resulta de la suma de todas sus partes, y es posible diferenciar regiones por medio de la observación directa de estas características. Esta observación es válida para todas las áreas que aquí se han tratado.

(

EL TERRITORIO, LA SOCIEDAD Y EL ESTADO **

Friedrich Ratzel *

I. El territorio y la sociedad

Como no es concebible el Estado sin territorio y sin fronteras, se ha constituido bastante deprisa una geografía política, y, aunque en las cien­cias políticas en general se ha perdido a menudo de vista la importancia del factor espacial, de la situación, etc., queda, sin embargo, descartado que el Estado pueda perscindir del territorio. Hacer abstracción de él en una teoría del Estado es una tentativa vana que nunca ha podido tener más éxito que pasajero. Por el contrario, ha habido muchas teorías de la sociedad que han permanecido completamente extrañas a cualquier tipo de consideración geográfica; éstas ocupan incluso tan poco lugar en la socio­logía moderna que es absolutamente excepcional encontrar una obra en la que desempeñen algún papel. La mayoría de los sociólogos estudian al hombre como si se hubiera formado en el aire, sin vínculos con la tierra. El error de esta concepción, bien es verdad, salta a la vista para todo lo que concierne a las formas inferiores de la sociedad, dado que

* Friedrich Ratzel (1844-1904). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Ratzel, F. (1882-1891): Anthropogeographie. I : Grundzüge der Anwendung der

Erdkunde auf die Geschichte, I I : Die Geographische Verbreitung des Menschen, Stuttgart, J . Engelhorn, 2 vols.

Ratzel, F. (1896): «The Laws of the Spatial Growth of States». Translated by R. Bo-, lin, en Kasperson, R. E., y Minghi, J . V., Eds. (1969): The Structure o f Political Geography, Londres, University of London Press, 1970, pp. 17-28.

Ratzel, F. (1897): Politische Geographie. Durchgesehen und Erganzt von E . Oberhum- mer, Munich y Berlín, R. Oldenbourg, 3 * ed., 1923.* * Ratzel, F. (1898-1899): «Le sol, la société et l ’Etat», UAnnée Sociologique, I I I ,

pp. 1-14. Traducción de Josefina Gómez Mendoza.

193

(

/

194 Antología de textos

su extrema simplicidad las asemeja a las formas más elementales del Estado. Y , en efecto, si los tipos más simples del Estado no son representables sin un territorio que les pertenezca, lo mismo tiene que ocurrir con los tipos más simples de la sociedad; la conclusión se impone. En ambos casos, la de­pendencia respecto del terreno es un efecto de las causas de todo tipo que unen al hombre con la Tierra. Sin duda, el papel del suelo aparece con más evidencia en la historia de los Estados que en la historia de las socie­dades, aunque sólo sea por la mayor amplitud de espacio que él Estado requiere. Las leyes de la evolución geográfica son menos fáciles de percibir en el desarrollo de la familia y de la sociedad que en el desarrollo del Estado; pero es precisamente porque están más profundamente arraigadas en el suelo y cambian de él con menos facilidad. Constituye incluso uno de los hechos más considerables de la historia la fuerza con la que la so­ciedad permanece sujeta a la tierra, aun cuando el Estado se haya des­arraigado. A la muerte del Estado romano, el pueblo romano le sobrevive bajo la forma de grupos sociales de todo tipo, y es precisamente por medio de estos grupos como se transmitieron a la posteridad multitud de propiedades que el pueblo había adquirido en el Estado y por el Estado.

De esta forma, se considere al hombre aisladamente o en grupo (fami­lia, tribu o Estado), por doquier donde se le observe se encuentra algún pedazo de tierra relacionado tanto con su persona como en el grupo del que forma parte. En lo que se refiere al Estado, la geografía política está desde hace tiempo habituada a tener en cuenta, junto al tamaño de la población, el tamaño del territorio. Incluso los grupos, c o h m la tribu, la familia, la comuna, que no constituyen unidades políticas autónomas, sólo son posibles sobre su territorio, y su desarrollo no puede ser comprendi­do más que con relación a ese territorio; al igual que los progresos del Estado son ininteligibles si no se les relaciona con los progresos del espacio político. En todos estos casos, estamos en presencia de organis­mos que entran en relación más o menos duradera con la tierra, .relación en el curso de la cual se intercambian entre ellos y la tierra todo tipo de acciones y de reacciones. ¡Y esto, en el supuesto de que, en un pueblo en crecimiento, la' importancia del suelo no sea tan evidente como la que se observa en el momento de la decadencia o de la disolución! En este caso, no se puede entender lo que ocurre si no se considera el territorio. Un pueblo retrocede mientras pierde terreno. Puede tener menos ciudadanos, y mantener sin embargo sólidamente el territorio en el que están sus re­cursos de vida. Pero cuando su territorio disminuye es, en general, el principio del fin.

II. Vivienda y alimentaciónBajo diversas variaciones, la relación de la sociedad con la tierra per­

manece siempre condicionada por una doble necesidad: vivienda y alimen­tos. La necesidad de vivienda es tan simple que ha dado lugar a una

(

Friedrich Ratzel 195

relación, entre el hombre y la tierra, que ha permanecido casi invariable en el tiempo. Las viviendas modernas son, en su mayoría, menos efímeras que las de los pueblos primitivos; pero el habitante de las grandes ciuda­des se construye con piedras talladas un refugio artificial que no siempre es tan espacioso como las cavernas de la edad de piedra; de la misma manera, muchas aldeas negras y polinesias se componen de chozas más confortables que las de un pueblo europeo. En nuestras capitales, los representantes de la más alta civilización que haya jamás existido, dispo­nen, para su alojamiento, de menos espacio que los miserables habitantes de un kraal hotentote. Las viviendas entre las que existe mayor diferencia son, por una parte, las de los pastores nómadas, con su extrema movili­dad exigida por las continuas migraciones de la vida pastoril, y, por otra, los alojamientos amontonados en las monstruosas casas de nuestras grandes ciudades. Y , sin embargo, hasta los mismos nómadas están unidos a la tierra, aunque los vínculos que les unan sean más laxos que los de la sociedad sedentaria. Tienen necesidad de más espacio para moverse, pero vuelven periódicamente a ocupar los mismos emplazamientos. No existe, pues, razón fundada para contraponer a los nómadas al conjunto de los pueblos sedentarios, por el simple motivo de que después de una estancia de algunos meses en un lugar, el nómada levante su tienda y la traslade, a lomo de camello, hacia otro lugar de pastos. Esta diferencia no tiene nada de fundamental; ni siquiera tiene la importancia de aquella que se deriva de su gran movilidad, de su necesidad de espacio, consecuencia de la vida pastoril.

Se ha descrito igualmente a los nómadas como completamente despro­vistos de toda organización política en el sentido de la antigua máxima Sacae nómades sunt, civitatem non habent. Hasta se ha llegado a cuestio­nar si están interesados por el territorio que ocupan y, en consecuencia, si lo delimitan. Pero, en la actualidad, el hecho no ofrece dudas: el territorio de Mongolia está tan delimitado y dividido como el de Arabia. Montañas, riquezas, cursos de agua e incluso montones de piedras artificialmente edificadas representan las fronteras de las tribus, y hasta las más pequeñas divisiones están delimitadas. En cuanto a la aptitud de estos mismos pueblos para crear Estados, se puede medir hasta qué punto es grande a través de la historia de las sociedades sedentarias que se encuentran rodea­das de tribus nómadas; cuando los Estados de las primeras caen en ruinas, son precisamente los nómadas vecinos los que les incorporan una vida nueva de la que resultan nuevos Estados.

Por lo demás, no son los pastores nómadas los que mantienen una relación mínima con el territorio; porque vuelven siempre a los mismos pastos. Es mucho más débil entre los agricultores del Africa tropical o de América que, cada dos años aproximadamente, abandonan sus campos de mijo o de mandioca para no volver nunca más. Y aún es menor entre los que, por temor a pueblos que amenazan su existencia, no se atreven a vincularse con demasiada fuerza a la tierra. Y , no obstante, una clasifica­ción superficial no incluye semejantes sociedades entre las nómadas. Si se

(

196 Antología de textos

clasifica a los pueblos de acuerdo con la fuerza con la que se adhieren a la tierra, hay que situar en lo más bajo de la escala a los pequeños pueblos cazadores del Africa central y del Asia del suroeste, así como a esos grupos que encontramos errantes en todo tipo de sociedades, sin que les pertenezca un territorio determinado (por ejemplo, los bohemios de Euro­pa o los fettahs del Japón). Los australianos, los habitantes de la Tierra de Fuego, los esquimales'“que, por sus cacerías, sus cosechas de raíces, buscan siempre ciertas localidades, y delimitan sus territorios de caza, se encuentran a un nivel más alto; después, los pueblos pastores que, en diferentes regiones de Asia, se mantienen desde hace siglos sobre el mismo suelo. Y sólo entonces vienen los agricultores sedentarios, establecidos en aldeas fijas, y los pueblos civilizados, igualmente sedentarios, cuyo símbolo es la ciudad.

La alimentación es la necesidad más urgente, tanto para los particu­lares como para la colectividad; por ello las necesidades que impone tanto a individuos como a grupos prevalecen sobre todas las demás. Ya obtenga el hombre su alimento de la caza, de la pesca, o de los frutos de la tierra, depende siempre de la naturaleza para su alimento, del lugar donde vive y de la extensión del terreno que produce los alimentos. La duración de los asentamientos en un mismo lugar varía también según que las fuentes alimenticias circulen de forma duradera o se vayan agotando con el tiempo. La caza emplea preferentemente hombres, mien­tras que la cosecha de frutos es sobre todo tarea de mujeres y de niños. Cuanto más productivas son caza y pesca, más mujeres y niños hay dis­ponibles para el trabajo doméstico; más sólidamente puede ser, en con­secuencia, construida la casa y convenientemente organizada. Por último, cuanto más capaz es la agricultura de cubrir de forma satisfactoria las necesidades alimenticias, más posibilidad existe de asentarse sobre un hábitat limitado. Hay, pues, una multitud de fenómenos sociales que encuentran su causa en la necesidad, primitiva y apremiante, de la ali­mentación. Y para explicar este hecho, no es necesario recurrir a la teoría de la «urgencia» de la que habla Lacombe, de acuerdo con la cual las instituciones más primitivas y más fundamentales serían las que res­ponden a las necesidades más urgentes.

Cuando sólo se explota el terreno de forma pasajera, la sujeción tam­bién es pasajera. Cuanto más estrechamente unen las necesidades de vi­vienda y alimentación la sociedad a la tierra, más apremiante es la exi­gencia de mantenerse en ella. De esta exigencia extrae el Estado sus me­jores fuerzas. La tarea del Estado, en lo que concierne al suelo, es siempre la misma, en principio: el Estado protege al territorio contra los ataques exteriores que tratan de disminuirlo. Al más alto nivel de evolución po­lítica, no es únicamente la defensa de las fronteras la que persigue este objetivo: el comercio, el desarrollo de todos los recursos que contiene el territorio, en una palabra, todo lo que puede acrecentar el poder del Estado, contribuye a ello. La defensa del país es el fin último que se persigue a través de todos estos medios. Esta misma necesidad de defensa

(

Friedrich Ratzel 197

es también el resorte del más considerable desarrollo que presenta la historia de las relaciones del Estado con el suelo; me refiero al crecimiento territorial del Estado. El comercio pacífico puede preparar esta expansión porque tiende en definitiva a fortalecer al Estado y a hacer retroceder a los Estados vednos. Ya se considere una gran o una pequeña sodedad, busca ante todo mantener íntegramente el suelo sobre el que vive y donde vive. En cuanto asuma específicamente esta tarea, se transforma automá­ticamente en Estado.

Es necesario observar las formas más simples de sociedades para en­tender debidamente esta relación. Si se examina más de cerca la reladón de la sociedad con el suelo y esta necesidad de proteger el suelo que es la razón de ser del Estado, se observa que, de todas las formas sodaies de agruparse, la que presenta mayor cohesión es la casa cuyos miembros habitan juntos, comprimidos en el más exiguo espacio, unidos en el mismo

. rincón de la tierra. Los habitantes del pueblo, de la dudad, todavía están, por la misma razón, fuertemente vinculados unos a otros. Incluso cuando estos últimos tipos de sociedades adquieren formas políticas, conservan aún dertos rasgos familiares en la manera en que se constituyen y todavía no vemos aparecer al Estado porque se confunde con la familia. El carác­ter doméstico de la asodación encubre d carácter político. Sólo cuando la familia se fragmenta, los arreglos sodaies, necesarios para la defensa, se separan de los otros; y vemos entonces aparecer al Estado desde el momento en que fuerzas procedentes de esos diversos grupos familiares se aúnan para la defensa del territorio. La idea de que la tierra tiene algo de sagrado porque los antepasados están enterrados en ella, contribuye a obtener ese resultado; porque el apego a la tierra que entraña crea entre las sociedades, distintas y separadas, una comunidad de interés que cons­tituye un camino para la formadón del Estado.

III. El territorio y la familia

Tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista político, la relación más simple que una sodedad pueda sostener con el suelo es la que se observa en el caso de la familia monogámica; entiendo por ello el grupo formado por una pareja y sus descendientes que, a partir de una choza común, se extienden sobre un espacio limitado que explotan para la caza o la pesca, a fin de extraer su alimentadón. Si la familia aumenta por multiplicación natural, aumenta entonces también el territorio que necesita para poder vivir. En el caso más sencillo, este aumento se hace sin solución de continuidad, es decir, el dominio explotado se extiende alrededor de la casa familiar. Al aumentar, la familia monogámica puede convertirse en familia compuesta o en dan que, como en América del Norte y en Oceanía, continúa habitando en su integridad bajo un mismo techo, en la «casa del dan». Como es natural, esto sólo puede ocurrir allí donde el suelo es particularmente productivo, como ocurre cerca de los ríos

(

1 f 1

198 Antología de textos

ricos en pesca de América del Norte, o también en las regiones donde la agricultura ha alcanzado un alto nivel de desarrollo. Este tipo de familia o de clan desempeña entonces el papel del Estado. Pero cuando el grupo familiar se divide a fin de asegurar a los recién llegados una parte deter­minada del territorio, entonces aparecen nuevos habitantes y cada uno de ellos es la sede de una nueva sociedad doméstica. Es entonces cuando comienzan a advertirse los* efectos del desigual valor de las tierras; están más o menos alejadas, no tienen todas la misma situación, la rdisma fe­cundidad, y todas estas diferencias influyen en el desarrollo de las familias. Los parientes no pueden formar grupos económicamente cerrados unos a otros; pero el vínculo que los une en virtud de su comunidad de origen se mantiene y aproxima entre sí varios establecimientos, varias aldeas, varias casas de clanes. De esta forma nace un Estado. Y en este caso es un hecho la separación de las unidades políticas y de las unidades económicas. Pero, a este nivel de desarrollo, el Estado coincide todavía con el clan. Ahora bien, por esencia,, tiene que hacerse con un territorio que sobrepase el que ocupa el grupo familiar. Este último es y sigue siendo un organismo monocelular; el Estado, por el contrario, atrae dentro de su radio de acción un número cada vez más considerable de estos or­ganismos elementales y los desborda a todos. Existe así, entre estos dos tipos de agrupamientos, una diferencia de magnitud que es profunda y esencial.

IV. El territorio y el Estado

Por encima del nivel del clan, toda expansión de la sociedad es, en realidad, una expansión del Estado. Si varios clanes contraen una alianza ofensiva o defensiva, la confederación que forman a través de su unión no constituye todavía un Estado. El Estado se va desligando, pues, suce­sivamente, del grupo económico, y más tarde del grupo familiar, para dominarlos y contenerlos. Hemos llegado así a la fase en la que el Estado es el único grupo que puede recibir una extensión territorial continua. De esta forma se ha ido incrementando progresivamente hasta formar im­perios que casi ocupaban continentes, y el límite extremo de este desarro­llo no se ha alcanzado aún.

Por tanto, al igual que los grupos económicos, compuestos por una vivienda con los territorios de caza, de pesca o de cultivo que de ellos dependen, representan formas primitivas del Estado, son ellos también los primeros en perder todo carácter de este tipo. Pero se desarrollan activamente en otros sentidos y, si el Estado al que pertenecen se disol­viera, estarían dispuestos a retomar su antigua función en cuanto fuera necesario. Y esto porque comprenden, al igual que el Estado, un territorio y unos hombres. En cambio el grupo de parentesco no comprende más que hombres, no tiene raíces en la tierra, por lo que se le ve desaparecer entre la aldea y el Estado, en cuanto el Estado sobrepasa al dan.

í

Friedrich Ratzel 199

Aunque la tendencia a la expansión territorial sea como innata en la naturaleza misma de los Estados, los hay que, situados en condiciones especiales, deben, para poderse mantener, renunciar a extenderse. Pero cuando el Estado se asigna así límites a su tamaño, el crecimiento natural de la población la hace necesariamente muy densa, si no intervienen fuer­zas políticas y sociales para obstaculizar esta condensación. Si no se pro­duce esta intervención, la relación de hombres con el territorio se habrá modificado por doquier en el mismo sentido; serán cada vez más nume­rosos, mientras que la porción de espacio, ocupada por cada uno, será cada vez menor. El Estado, firmemente unido a su territorio y que no quiere salir del aislamiento, garantía de su seguridad, se ve pues obligado a emprender una lucha contra la sociedad. Le impide su crecimiento na­tural, imponiendo migraciones. En todo caso, mientras que la humanidad no ha sobrepasado el estadio de la barbarie, son los medios más simples y los más rápidamente eficaces los empleados preferentemente. Todas las prácticas que tienen por efecto disminuir artificialmente el número de vidas humanas y que la sociedad se ve obligada a aceptar, desde la ex­posición de los recién nacidos a la antropofagia, la vendetta, la guerra, contribuyen a producir este resultado. La necesidad de esta disminución es particularmente evidente siempre que los pueblos ocupan un dominio netamente circunscrito por la naturaleza, como los oasis y las islas; es lo que ya había señalado Malthus. No es tan evidente en los pequeños Estados de los pueblos primitivos, ya que la naturaleza no los separa tan radicalmente del resto del mundo; pero la voluntad de los hombres está tanto más alerta para mantenerlos aislados. Uno de los más apremiantes desiderata de la sociología es que los métodos por los que se ha impedido el crecimiento de la población, métodos cuya práctica es unas veces cons­ciente y otras inconsciente, sean por fin expuestos de forma sistemática. La forma en que las sociedades languidecen y mueren cuando entran en contacto con pueblos de civilización superior ha sido descrita en nume­rosas monografías, y, sin embargo, este fenómeno está lejos de haber desempeñado en la historia de la humanidad una función tan importante como la tendencia de los grupos sociales a concentrarse en espacios res­tringidos y a aislarse unos de otros, tendencia a la que miles y miles de pueblos, pequeños o grandes, han sacrificado las fuerzas que les hubieran permitido crecer.

El progreso de la humanidad, que sólo es posible gracias al contacto de los pueblos y a su competencia, tenía necesariamente que ser obstacu­lizado al máximo por prácticas de este tipo. En el exiguo y siempre homogéneo círculo del Estado familiar, ninguna personalidad original podía constituirse y eran imposibles las innovaciones. Suponen, en efecto, que se ha producido una primera diferenciación en el seno de la sociedad y que, además, se han establecido relaciones entre diferentes sociedades de forma que pueda existir entre ellas una cierta excitación mutua hacia el progreso. Y es necesario que el hecho no se produzca una sola y única vez, sino que se repita. Es la misma idea que expresaba Comte cuando

(' ¡

200 Antología de textos

decía que, fuera del medio, había otra fuerza, capaz sea de acelerar o sea de retardar el progreso: la densidad creciente de la población, la necesidad creciente de alimentos a que da lugar, la división de trabajo y la coope­ración que resultan de ello. Si Comte se hubiera elevado a una concepción propiamente geográfica, si hubiera comprendido que tanto esa fuerza como ese medio tienen el territorio por fundamento y no pueden ser separados porque el espacio les es 'igualmente indispensable, habría a la vez pro­fundizado y simplificado todo el concepto que se hizo del medio.-’

La sociedad es el intermediario a través del cual el Estado se une al territorio. De ahí que las relaciones de la sociedad con el territorio afecten a la naturaleza del Estado, sea cual sea la fase del desarrollo en la que se le considere. Cuando la actividad económica se ha desarrollado poco, al mismo tiempo que el territorio es extenso y, en consecuencia, fácil­mente enajenable, se produce una falta de consistencia y de estabilidad en la constitución del Estado. Una población poco densa, que tiene nece­sidad de mucho espacio, incluso cuando está encerrada dentro de fronteras muy claramente definidas, produce el Estado de los nómadas, cuyo rasgo característico es una fuerte organización militar, imprescindible por la exigencia de defender amplias extensiones de tierra con un pequeño nú­mero de habitantes. Si, a través de la práctica de la agricultura, la sociedad se une más estrechamente al terreno, entonces imprime al Estado todo un conjunto de caracteres que dependen de la manera en que las tierras estén distribuidas entre las familias. En primer lugar, el Estado está más sólidamente establecido sobre un territorio muy poblado, por lo que puede disponer de más fuerzas humanas para su defensa y una mayor variedad de recursos de todo tipo que si la población fuera escasa. Motivo por el que no se debe medir la fuerza de un Estado tan sólo por la ex­tensión de su territorio; se mide mejor en la relación que la sociedad mantiene con su territorio. Pero hay más; esta misma relación actúa tam­bién sobre la constitución interior del Estado. Cuando el suelo está dis­tribuido igualitariamente, la sociedad es homogénea y se inclina hacia la democracia; por el contrario, una distribución desigual constituye un obs­táculo a toda organización social que quisiera conceder preponderancia política a los no propietarios y que fuera, por consiguiente, contraria a todo tipo de oligocracia. Esta alcanza su máximo de desarrollo en las sociedades que se fundan sobre una población de esclavos sin propiedad y casi sin derechos.

De donde procede una gran diferencia entre dos tipos de Estado: en uno, la sociedad vive exclusivamente del territorio que habita (indiferen­temente que sea a través de la agricultura o de la ganadería) y el dominio de cada tribu, de cada comuna, de cada familia tiende a formar un Estado en el Estado; en los otros, los hombres se ven obligados a recorrer tierras diferentes y a veces muy alejadas de aquellas en las que están estable­cidos. Allí donde la densidad es más elevada, sólo una pequeña parte de la población vive únicamente de la tierra; la mayoría van a buscar la ali­mentación y la vestimenta necesarios para vivir a un territorio extranjero

Friedrich Ratzel 201

En los distritos industriales más poblados, una buena parte de los traba­jadores habitan lejos del lugar donde trabajan; es una población flotante que va de un sitio a otro según las ofertas de trabajo que reciba. Pero los que no viven de la tierra que ocupan tienen naturalmente necesidad de entrar en relación con otras tierras. Para eso sirve el comercio. Tan sólo el cuidado de situar esas relaciones al amparo de posibles problemas es una relación que incumba al Estado; de esta forma, éste último extiende su campo de acción por medio de colonias, de confederaciones aduaneras, de contratos de comercio, movimiento de extensión que ha tenido siempre, por lo menos en algún grado, un carácter político. Encontramos, pues, incluso en los estadios más elevados de la evolución social, la misma división de trabajo entre la sociedad que utiliza el territorio para habitarlo y vivir de él, y el Estado que lo protege con las fuerzas concentradas en sus manos.

Se nos puede objetar que esta concepción menosprecia el valor del pueblo y sobre todo del hombre y de sus facultades intelectuales, porque exige que se tenga en cuenta el territorio sin el que un pueblo no puede existir. Pero la verdad no puede dejar de ser la verdad. No se puede conocer exactamente el papel desempeñado por el elemento humano en la política si se ignoran las condiciones £ las que la acción política del hombre está sometida. «La organización Ue una sociedad depende estric­tamente de la naturaleza de su suelo, de su situación; el conocimiento de la naturaleza física del país, de sus ventajas e inconvenientes, perte­nece, pues, a la historia política.» La historia nos muestra, de una manera mucho más penetrante que el historiador, hasta qué punto el suelo es la base real de la política. Una política verdaderamente práctica tiene siem­pre un punto de partida en la geografía. Tanto en política como en historia, toda teoría que prescinda del territorio está tomando los síntomas por las causas. ¿Cómo no comprender lo estéril que es una lucha en la que sólo el poder político está en juego y/en la que la victoria, recaiga sobre quien recaiga, dejaría no obstante las cosas aproximadamente en el mismo estado en que se encontraban al principio? Tratados que no tengan por efecto distribuir este poder de acuerdo con la situación respectiva de los Estados, no son más que expedientes diplomáticos abocados a no durar. Por el contrario, la adquisición de un territorio nuevo, al obligar a los pueblos a emprender nuevos trabajos, al extender su horizonte moral, ejerce sobre ellos una acción verdaderamente liberadora. Es eso lo que determina el renacimiento de pueblos que, tras una guerra feliz, se enri­quecen con nuevos países, premios de su victoria. De ahí viene también ese efecto de renovación y de rejuvenecimiento que profundos historia­dores como Mommsen atribuyen a toda expansión política. Rusia ha desarrollado su poder en el curso de las mismas luchas que Europa occi­dental ha sostenido durante las cruzadas. Pero estalla, aquí, la gran dife­rencia entre la historia que se muere sobre su tierra natal y la que se disipa en expediciones lejanas hacia países extranjeros. Es en Rusia donde se ha fundado ese gran imperio cristiano del Este que las cruzadas trataron

(t

202 Antología de textos

en vano de crear en otro lugar, pero prescindiendo de toda base territorial. Allí se ve crecer sin interrupción un Estado que saca sus fuerzas de un suelo recién adquirido; aquí se asiste a un rápido malogro debido a que se estaba lejos de las fuentes mismas de la vida nacional. La guerra de Crimea, el tratado de París de 1856 y su ruptura en 1871 son otros tantos ejemplos de un mismo fenómeno: las condiciones geográficas han desem­peñado el mismo papel. »

En esta poderosa acción de la tierra, que se manifiesta a través de las fases de la historia al igual que en todas las esferas de la vida actual, hay algo misterioso que no puede dejar de producir pierta angustia espiritual; porque la aparente libertad del hombre parece aniquilada. Vemos, en efec­to, en la tierra el origen de toda servidumbre. El territorio, siempre el mismo y siempre situado en el mismo lugat del espacio, sirve de soporte rígido a los humores, a las volubles aspiraciones de los hombres, y cuando se les ocurre olvidar este sustrato les hace sentir sii autoridad y les recuer­da, mediante serias advertencias, que toda la vida del Estado tiene sus raíces en la tierra. Regula los destinos de los pueblos con ciega brutalidad. Un pueblo tiene que vivir sobre el territorio que le ha tocado en suerte, tiene que morir en él, tiene que soportar su ley. Por último, el egoísmo político que hace del suelo el objetivo principal de la vida pública tiene que alimentarse del suelo; egoísmo que consiste, en efecto, en conservar siempre y a pesar de todo el territorio nacional, en hacer todo lo posible para permanecer como su único beneficiario, incluso cuando los vínculos de sangre, las afinidades étnicas inclinan a los corazones hacia gentes y cosas situadas más allá de las fronteras.

V. El territorio y el progreso

Es natural que la filosofía de la historia haya mostrado siempre una especie de predilección por buscar la base geográfica de los acon­tecimientos históricos. En efecto, en su calidad de ciencia más elevada, que se distingue únicamente de las demás disciplinas históricas por su ten­dencia a desentrañar preferentemente las causas generales y permanentes, encontraba en el territorio, que siempre es idéntico a sí mismo, un funda­mento inmutable de los acontecimientos cambiantes de la historia. De la misma forma, la biología que, en definitiva, es la historia de los seres vivos sobre la tierra, tiene que volver siempre a la consideración del territorio sobre el que esos seres han nacido, se mueven y luchan. La filosofía de la historia es superior a la sociología, en tanto en cuanto ha procedido por comparaciones históricas y que, por este motivo, ha sido abocada por sí misma a comprender la importancia del suelo. El territorio, por el hecho mismo de que ofrece un punto de referencia fijo en medio de los incesantes cambios de las manifestaciones vitales, tiene ya, en sí y por sí, algo de general. Este es el motivo por el cual los filósofos han reconocido antes, mejor que los historiadores propiamente dichos, la función del territorio en

(

Friedrich Ratzel 203

la historia. Montesquieu y Herder no se proponían resolver problemas so­ciológicos o geográficos cuando se preocuparon de estudiar las relaciones de los pueblos y de los Estados con sus respectivos territorios; pero, para comprender el papel del hombre y su destino, sentían la necesidad de repre­sentárselo sobre ese suelo que sirve de teatro a su actividad y que, de acuerdo con Herder y Ritter, ha sido creado para él, a fin de permitirle desarrollarse en él en conformidad con los planes del Creador.

Lo que sorprende es que, en las consideraciones relativas al progreso histórico, se haya tenido tan poco en cuenta al territorio. ¡Cuán oscuras son esas teorías en las que se nos presenta el desarrollo humano bajo la forma de una ascensión en línea recta, o de una especie de flujo y de reflujo, o de un movimiento en espiral, etc.! Apartemos estas fantasías y atengámonos a la realidad, obligándonos a sentir siempre bajo nuestros pies el sólido suelo. Vemos, entonces, la evolución social y política reproducirse bajo nuestros ojos, en el seno de espacios cada vez más extensos. Es evidente que, por lo mismo, la evolución, ella también, se eleva siempre más alto. Á medida que el territorio de los Estados se hace mayor, no es sólo el nú­mero de kilómetros cuadrados lo que crece, sino también su fuerza colecti­va, su riqueza, su poder y, finalmente, su duración. Al igual que el espíritu humano se enriquece cada vez más a medida que los caminos recorridos por la evolución humana sobre esta tierra se alargan, el progreso puede ser representado, con aproximación suficiente, por una espiral ascendente cuyo radio va aumentando más y más. Pero la imagen está tan lejos de la reali­dad que carece de utilidad. Por ello, baste mostrar, en la extensión pro­gresiva del territorio de los Estados, un carácter esencial y, al mismo tiempo, un poderoso motor de progreso histórico.

Halford J. Mackinder *

EL OBJETO Y LOS METODOS DE LA GEOGRAFIA **

¿Qué es la geografía? No deja de ser una extraña pregunta para plan­teársela a una Sociedad Geográfica, pero existen, por lo menos, dos razones por las que debe ser contestada, y contestada ahora. En primer lugar, los geógrafos se han mostrado, desde hace algún tiempo, muy activos en reivin­dicar para su ciencia una posición más honorable en los planes de estudios de nuestros colegios y universidades. El mundo, y en especial el mundo de la enseñanza, replica con la pregunta: «¿Qué es la geografía?» Hay una cierta ironía en el tono. La batalla de la enseñanza que actualmente se está librando suministrara la respuesta que puede ser dada a la siguiente pre­gunta: ¿Puede la geografía convertirse en una disciplina en lugar de ser un simple cuerpo de informadón? Pero esto no es sino un añadido a la exten­sa pregunta sobre d objeto y los métodos de nuestra dencia.

La otra razón para presentar este tema a vuestra atención es semejante. Durante medio siglo varias sociedades, y, en particular, la mayoría de las nuestras, han promodonado de forma activa la exploración del mundo.

* Halford J . Mackinder (1861-1947). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Mackinder, H. J . (1902): Britain and the British Seas, Oxford, Clarendon Press 2 * ed

1907. ' ’’Mackinder, H. J . (1904): «The Geographical Pivot of History», Geographical JournaL

X X III , pp. 421-437.Mackinder, H. J . (1931): «The Human Habitat», Scottish Geographical Magazine,

X L V II, pp. 321-335.Mackinder, H. J ., Myres, J . L., y Heure, H. J . (1943): «The Development of Geo­

graphy», Geography, X X V III , 3, pp. 69-77.* * Mackinder, H. J . (1887): «On the Scope and Methods of Geography», Pro-

ceedings o f the Royal Geographical Society, IX , pp. 141-160. Traducción de Josefina Gómez Mendoza.

204

c

Halford J . Mackinder 205

Como resultado natural, nos encontramos hoy próximos a finalizar los grandes descubrimientos. Las regiones polares son las únicas zonas que permanecen en blanco en nuestros mapas. Un nuevo Stanley ya no podrá nunca revelar de nuevo el Congo al mundo deslumbrado. Durante un derto tiempo se puede seguir haciendo buen trabajo en Nueva Guinea, en Africa, en Asia Central, a lo largo de los márgenes de las regiones heladas. Du­rante un cierto tiempo todavía, un Greely podrá volver a ser objeto de viejas y entusiastas bienvenidas, y poner de manifiesto que no son héroes lo que falta. Pero a medida que los relatos de aventuras van disminuyendo, que su lugar es progresivamente ocupado por los detalles de los estudios topográficos y cartográficos, los socios de las Sociedades Geográficas se pre­guntarán con desánimo: «¿Qué es la geografía?»

No es necesario decir que este artículo no habría sido escrito si yo cre­yera que la Real Sociedad Geográfica tiene en fechas próximas que cerrar su historia — como si se tratara de un Alejandro corporativo lloroso porque ya no tiene más mundos que conquistar. Nuestro trabajo futuro lo prefiguran artículos tales como el de Wells sobre Brasil, el de Buchanan sobre los Océanos, o el de Bryce sobre la relación de la Historia y la Geografía. No obstante, sacaríamos grandes ventajas de orientarnos por los nuevos cami­nos con los ojos abiertos en todos los sentidos. Una discusión del tema en el momento presente tiene probablemente la ventaja adicional de suminis­trarnos nuevas armas en nuestra batalla educacional.

La primera pregunta que debe retener nuestra atención es ésta: ¿la geo­grafía es uno o varios temas? Más exactamente: ¿la geografía física y la política constituyen dos etapas de una misma investigación, o, por el con­trario, se trata de temas diferentes que deben ser estudiados con distintos métodos, la una como apéndice de la geología, la otra como apéndice de la historia? Esta cuestión ha merecido un gran interés por parte del Presidente de la Sección Geográfica de la Asociación Británica. En su conferenda de Birmingham adoptó una postura muy definida. Dijo:

«Es difícil reconciliar la amalgama de lo que debe ser considerado geo­grafía "científica” con la historia. Están tan totalmente separadas la una de la otra como la geología de la astronomía.»

Sólo muy a pesar mío, y con gran modestia, me atrevo a mostrarme en desacuerdo con una persona de autoridad tan justamente reputada como Sir Frederic Goldsmith. Y lo hago tan sólo porque tengo la firme convicción de que la posición adoptada en Birmingham es fatal para un futuro favora­ble de la geografía. He tenido, además, conocimiento de la declaración de Sir Frederic Goldsmith en el sentido de que está dispuesto a renundar a la conclusión a la que había llegado, ante argumentos de mayor peso. En un debate tan difícil sería extremadamente presuntuoso por mi parte considerar que mis argumentos son más sólidos. Los expongo porque, hasta donde yo sé, no han sido ni discutidos, ni rebatidos en la dtada conferen­cia. Quizá Sir Frederic Goldsmith no ha hecho sino expresar los puntos de vista impredsos sobre el tema habituales en muchas mentes humanas. Esto

(f

206 Antología de textos

es lo más probable, puesto que en su propia exposición utiliza argumentos que avalan un punto de vista opuesto al que él mismo formula.

En la misma página de la que hemos extraído la cita anterior se puede encontrar un párrafo en el que se expresa la aprobación más total de la obra de Bryce: La Geografía en su relación con la Historia. La tesis prin­cipal de este trabajo es precisamente que el hombre constituye en gran parte «un producto de su medio». La función de la geografía política con­siste en trazar la interacción entre el hombre y su medio. Sir Frederic Goldsmith plantea como función de la geografía política el suministrar a nuestros futuros hombres de Estado «una comprensión total» de «las con­diciones geográficas». Nada se puede objetar a este punto de vista. Pero parece considerar que la «comprensión total» de la que habla se logrará con lo que quede después de que la geografía «física y científica» haya sido eliminada.

Antes de seguir adelante conviene saber si no podemos afinar más nuestra definición. La fisiología respondería a la definición de la ciencia que describe la interacción del hombre y de su entorno. Corresponde a la fisiología, a la física y a la química trazar la acción de las fuerzas inde­pendientes en su mayor parte de una localización precisa. Es especialmente característico de la geografía insistir en la influencia de la localización, es decir, de las variaciones locales del medio. Mientras no lo hace no es otra cosa que fisiografía, y el fundamental elemento topográfico ha sido omitido. Propongo, por tanto, definir a la geografía como la ciencia cuya principal función consiste en poner de manifiesto las variaciones locales de la interacción del hombre en sociedad y de su medio.

Antes de que pueda ser considerada la interacción, deben de ser ana­lizados los elementos que interactúan. Uno de estos elementos es el medio en su diversidad, y su análisis corresponde, yo creo, a la geografía física. El otro elemento es, naturalmente, el hombre en sociedad. Su análisis será más breve que el del entorno. Las comunidades de hombres deben ser consideradas como unidades en la lucha por la existencia, más o menos favorecida por sus diversos medios. Nos encontramos de esta forma colo­cados en una posición en directo antagonismo con las nociones comúnmente aceptadas. Sostenemos que no puede existir una geografía política racio­nal si no se construye sobre la base de la geografía física y consiguiente­mente a ella. En los momentos actuales estamos sufriendo los efectos de una geografía política irracional, es decir, que su principal función no con­siste en trazar las reladones causales, por lo que tiene que mantenerse como cuerpo de datos aislados para ser conservados en la memoria. Una geografía de este tipo nunca puede ser una disciplina, nunca puede, por consiguiente, ser honrada por el profesor, y tiene forzosamente siempre que fracasar en la atracción de mentes lo suficientemente amplias como para pertenecer a líderes.

Pero, se nos puede replicar: Para los propósitos de la geografía política, ¿no puede usted darse por satisfecho con un análisis más superficial y más fácil de aprender que el suministrado por la geografía física? En contesta-

(

Halford J. Mackinder 207

dón, nos remitimos a nuestra última postura. Estos análisis han sido intentados y no han resultado satisfactorios. Es más fácil, prácticamente, aprender d análisis profundo de la cienda, que alcanza y satisface en todos los aspectos los instintos que nos llevan a plantear siempre la pregunta de «¿dónde?», que obtener informadón sufidente a partir de las listas de nombres de'los viejos libros escolares o de las descripciones de la llamada geografía descriptiva. La topografía, que es geografía con las «razones por qué» eliminadas, es rechazada unánimemente tanto por profesores como por alumnos.

Existen otras razones para nuestra posición de mayor importancia que la simple conveniencia práctica de la enseñanza. Mendonaré tres de ellas. La primera es la siguiente: Si se estudia lo que los viejos geógrafos llaman «rasgos físicos» en sus relaciones causales, se hace cada vez más fácil progresar. Nuevos hechos se adaptan de forma ordenada al esquema gene­ral. Proyectan una luz nueva a todo d conocimiento previamente obtenido, y este conocimiento los ilumina a su vez desde diversas perspectivas. Por d contrario, cuando se sigue el método de la descripdón, o con mayor motivo aún el de la enumeración, cada hecho adidonal no hace sino añadir un elemento más al fardo que debe ser almacenado en la memoria. Es como tirar otra piedra a un montón de ellas. Es como estudiar matemáticas tra­tando de recordar las fórmulas en lugar de captar los principios.

Nuestra segunda razón es, en pocas palabras, la que sigue. Un análisis superficial puede conducir a error: por un lado, al no lograr ir más allá de la similitud superficial de cosas esencialmente diferentes; por d otro, al no conseguir detectar la semejanza esencial entre cosas que son super­ficialmente diferentes.

En cuanto a la tercera razón, se trata de que la mente que ha captado de forma vivaz los factores de su medio en sus verdaderas relaciones, está muy abierta a la sugerencia de nuevas reladones entre el medio y el hombre. Incluso si no hubiera intención de hacer avanzar la ciencia, las mismas condiciones conducirán a una rápida, eficaz y, por tanto, permanente apreciadón de las relaciones que han sido detectadas por otros.

Conviene, llegados a este punto, detenernos para sintetizar nuestra posición en una serie de enunciados:

1) Se acepta que la función de la geografía política consiste en des­entrañar y demostrar las relaciones que existen entre el hombre en sodedad y las variadones lócales de su medio.

2) Con carácter previo deben de ser analizados los dos factores.3) Corresponde a la geografía física analizar uno de estos factores,

el medio con sus variaciones.4) Nadie más puede realizar esta fundón de forma adecuada.

Porque:

Ningún otro análisis puede presentar los hechos en sus rdadones cau­sales y en su perspectiva verdadera.

(

4

208 Antología de textos

Por consiguiente:Ningún otro análisis podrá:— en primer lugar, servir al profesor como disciplina;— segundo, atraer de entre los discípulos a las mentes más elevadas;— tercero, economizar el poder limitado de la memoria;— cuarto, ser igualmente fiable, y,— en quinto lugar, ser igualmente sugerente.teLlegados a este punto, es de esperar que se nos haga observar que,

si bien se admite la conveniencia de lo que pedimos, quizá estemos pidien­do lo imposible. Nuestra contestación sería qtie no se ha intentado. La geografía física ha sido cultivada por los que ya estaban previamente car­gados con la geología; la geografía política, por los que se ocupaban de la historia. Es hora de que aparezca d hombre que, adoptando el punto de vista geográfico como punto de vista central, atienda con el mismo interés tanto a las partes de la ciencia como a las partes de la historia que revistan importanda para su investigación. El conocimiento es, después de todo, único, pero la extrema especializadón de la actualidad parece ocultar el hecho para cierta clase de mentes. Cuanto más nos espedalizamos, más espacio y más necesidad hay de estudiosos cuyo objetivo constante sea poner de manifiesto las relaciones entre temas especializados. Una de las mayores lagunas es la existente entre las dendas naturales y d estudio de la humanidad. Es tarea del geógrafo tender un puente sobre un abismo que, en opinión de muchos, está rompiendo el equilibrio de nuestra cultura. Córtese cualquier miembro de la geografía y habrá sido mutilada en su parte más noble.

Al decir esto no estamos negando la necesidad de una especializadón dentro de la propia geografía. Si se quiere hacer un trabajo original dentro de la ciencia, hay que espedalizarse. Pero para este fin, tanto la geografía física como la política resultarían tan inmanejables como la totalidad de la disdplina. Más aún, el tema de espedalizadón no tiene por qué caer enteramente dentro del campo de una u otra de las dos ramas; puede estar en el límite de ambas. La geografía se parece a un árbol que se divide muy pronto en dos grandes ramas, pero cuyas ramas secundarias están intrincadamente entrelazadas. Cada cual selecciona unas cuantas ra- mitas adyacentes, pero éstas arrancan de diferentes ramas. No obstante, como materia de enseñanza, y como base de toda especializadón fructífera dentro de la disciplina, insistimos en la enseñanza y en la consideradón de la geografía como un todo.

Este tema de la posibilidad nos conduce de forma natural a preguntar­nos por las relaciones de la geografía con sus dendas vecinas. No podemos hacer nada mejor que adoptar la rudimentaria clasificación del medio de Mr. Bryce. En primer lugar, tenemos las influencias debidas a la configu­ración de la superficie terrestre; en segundo lugar, las que pertenecen a la meteorología y al clima; y, en tercer lugar, los recursos ofreddos por un país a la actividad humana.

(

Halford J . Mackinder 209

Consideremos, por tanto, en primer lugar, la configuración de la super­fide terrestre. Nos encontramos aquí ante una manzana de la discordia entre geólogos y geógrafos. Los primeros sostienen que las causas que determinan la forma de la litosfera pertenecen a su cienda, y que no hay en ellas ni lugar ni necesidad de geógrafos físicos. En consecuencia, él geógrafo ha perjudicado a su dencia renunciando a induir entre sus datos resultados de le geología distintos de los elementales. Esta rivalidad es bien conocida para todos los aquí presentes. No ha causado sino daño a la geografía. Dos ciencias pueden partir de información en parte idéntica, y no por eso tienen que andarse peleando, puesto que los datos, aunque idénticos, son considerados desde distintos puntos de vista. Son dasifica- dos de forma diferente. El geólogo, menos que nadie, debe dar muestras de esta debilidad. En efecto, a cada paso, en su propio campo, depende de ciencias hermanas. La paleontología es la clave para la edad relativa de los estratos, pero está separada de forma irracional de la biología. Algunos de los más difíciles problemas de la física y de la química caen dentro del campo de la mineralogía, especialmente, por ejemplo, las causas y los métodos dd metamorfismo. El mejor intento de hallar una medida común del tiempo geológico e histórico lo constituye la interpretación astronómica del doctor Croll de las épocas glaciales recurrentes. Pero baste así. La ver­dadera distindón entre la geología y la geografía me parece que descansa en lo siguiente: el geólogo mira al presente porque tiene que interpretar el pasado; d geógrafo mira al pasado porque tiene que interpretar el pre­sente. Esta línea distintiva acaba de ser trazada para nosotros por uno de los más grandes geólogos.

Quizá en ninguna otra parte se advierta mejor que en la geografía física el daño causado a la geografía por la teoría que le niega su unidad. El tema ha sido abandonado en manos de los geólogos, y tiene, en consecuencia, un giro geológico. Fenómenos tales como los volcanes, los veranos cálidos y los gladares han sido incluidos en capítulos sin reladón con las regiones en las que tienen lugar. Desde el punto de vista dd geólogo, esto es suficien­te — está mirando su piedra de Rosetta; la comprensión de cada uno de los jeroglíficos es de gran importancia, pero el significado del pasaje completo, el relato del acontecimiento registrado, carece de importancia de cara a la interpretación de otros registros. Pero una dencia de este tipo'no es real­mente geografía física, y el doctor Archibald Geikie nos dice claramente en sus Elementos de Geografía Física que utiliza estos términos como equivalentes de fisiografía. La verdadera geografía física trata de suminis­trarnos una descripción causal de la distribudón de las configuraciones de la superficie terrestre. Los datos deben ser clasificados sobre bases topo­gráficas. De aventurarme a formular estos hechos de forma algo tajante, cabría decir: Ante una determinada configuración, la Fisiografía se pregun­ta: «¿Qué es»; la Topografía: «¿Dónde está?»; la Geografía física: «¿Por qué está ahí?»; la Geografía política: «¿Cómo actúa ante el hombre en sociedad y cómo reacdona éste ante ella?». La Geología se pregunta:

(

!

210 Antología de textos

«¿Qué enigma del pasado ayuda a resolver?» La fisiografía constituye una base común para el geógrafo y el geólogo. Las cuatro primeras pregun­tas corresponden, al geógrafo. Las preguntas están ordenadas. Cabe pregun­tarse en cualquiera de ellas, pero, en mi opinión, es imposible contestar positivamente a una que sea posterior antes de haber contestado a la que le precede. En este sentido estricto, la geología propiamente dicha es inne­cesaria a la secuencia del ajgumento.

Daremos dos ejemplos de la inadecuación para los propósitos: geográ­ficos de las geografías físicas presentes (geológicas) aun cuando se con­sideren fisiografías. t

La primera es la prominencia indebida concedida a temas tales como volcanes y glaciares. Vuestro secretario Mr. Bates ha llamado varias veces mi atención sobre eso. Es perfectamente natural en libros escritos por geó­logos. Los volcanes y los glaciares son fenómenos que dejan muchas huellas características tras sí. Por consiguiente, son muy importantes desde un punto de vista geológico y merecen un estudio especial. Pero el resultado recuerda a un libro sobre biología escrito por un paleontólogo. En él podemos esperar encontrar una descripción detallada de la concha del ca­racol, por ejemplo, pero, en cambio, y en términos relativos, estará des­cuidada la descripción, mucho más importante, de las partes blandas.

Mi segundo ejemplo es un ejemplo práctico que apela a la experiencia de todos los viajeros atentos. Supongamos que viajamos aguas arriba del Rhin; hay que estar particularmente falto de curiosidad para no hacerse preguntas como las siguientes: ¿Por qué, tras atravesar muchas millas en tierra llana sobre la que el río describe numerosos meandros a nivel de la tierra aledaña, llegamos repentinamente a una parte del curso en la que atraviesa una garganta? ¿Por qué al llegar a Bingen, cesa más bruscamente aún la garganta y en su lugar hay un valle que parece un lago rodeado por filas paralelas de montañas? Ninguna geografía física de las habituales que yo haya consultado responde adecuadamente a preguntas de este tipo. Si ustedes desean tener un conocimiento especial sobre el tema, deben saber que si consultan el Journal of the Geological Society encontrarán un artícu­lo delicioso al respecto de Sir Andrew Ramsay. Pero esto implica tener tiempo y oportunidad para poder buscar en la obra original de autoridades, y aun así lo que se obtiene no es mucho. En efecto, sólo unas cuantas re­giones aisladas han sido estudiadas de esta forma.

Voy a concluir esta parte de mi exposición con un intento construc­tivo. Elegiré una región que a todos nos resulta familiar, a fin de que vuestra atención se concentre más en el método qué en el objeto. Consi­deremos el Sureste de Inglaterra. El método habitual que tiene la geografía de tratar una región de este tipo consiste en describir desde un punto de vista físico primero la costa y después la superficie. Se enumerarán en orden los cabos y pequeños golfos de la primera, las colinas y valles de la segunda. Después se suministrará una lista de las divisiones políticas, y otra posterior de ciudades principales, con los ríos a cuyos bordes se asien­tan. En algunas ocasiones se añadirán algunos pocos casos, interesantes,

(

Halford J. Mackinder 211

pero aislados, puntos de referencia mentales sobre los que situar los nom­bres. La porción política de un trabajo de este tipo no rebasa, incluso en el mejor de los casos, el rango de un buen sistema nemotécnico. Y en cuanto a la porción física, todos los manuales coinciden en cometer lo que, desde mi punto de vista, es un fundamental error. Separan las descripcio­nes del litoral y de la superficie. Esto es fatal para la demostración con la debida perspectiva de la cadena de causas y efectos. Los accidentes de la superficie y del litoral son como los resultados de la interacción de dos fuerzas, la variable resistencia de los estratos rocosos y los variables pode­res erosivos de atmósfera y mar. Los agentes de erosión, sean superficiales o marginales, actúan sobre el mismo conjunto de rocas. ¿Por qué tiene que haber un cabo Flamborough? ¿Por qué tiene que existir una llanura de Yorkshire? No son sino dos niveles del borde de una misma y única masa de estratos de creta.

( - )A partir de la consideración del plegamiento de los materiales calcá­

reos y de su carácter abrupto en comparación con las formaciones supra e infrayacentes, se pueden demostrar las causas de los dos grandes pro­montorios, las dos grandes ensenadas y las tres grandes zonas de tierras altas y abiertas que han determinado la localización, el número y la impor­tancia de las ciudades principales y de las divisiones del Sureste inglés. Puede prolongarse el mismo proceso de razonamiento al nivel de detalle que se requiera. El tratamiento geográfico de cualquier otra región puede ser similar. Lo que es más: en cuanto se dominan las pocas ideas geológicas simples involucradas en el tema, se puede ya transmitir en unas cuantas frases un esquema y una concepción precisa del relieve. El esfuerzo reque­rido para aprender a manejar la primera aplicación del método es proba­blemente mayor que el que requieren los viejos métodos. Su belleza radica precisamente en el hecho de que cada nuevo hallazgo confiere una incre­mentada facilidad de adquisición.

Resumiendo nuestras conclusiones en lo relativo a la relación entre geología y geografía bajo la forma de las siguientes proposiciones:

1. Es esencial conocer la forma de la litosfera.2. Esta forma sólo puede ser recordada con precisión e intensidad si

se conocen y comprenden las causas que la han determinado.3. Una de estas causas es la dureza relativa de las rocas y su dis­

posición.4. Pero no se debe admitir ningún tipo de dato O razpnamiento geo­

lógicos si nó son pertinentes para la argumentación geográfica. Deben ayudar a contestar a la pregunta: «¿Por qué una determi­nada configuración terrestre está donde está?»

Las dos restantes clases de factores del entorno señaladas por Mr. Bryce requieren una menor consideración. La distinción entre meteorología y geo­grafía ha de ser práctica. Todo lo que en meteorología, y es mucho, se

(i

212 Antología de textos

refiere a la predicción del tiempo no puede ser reclamado por el geógrafo. Tan sólo son de su competencia las condiciones climáticas medias o recu­rrentes. Y aun en este caso debe muy a menudo contentarse con adoptar como datos los resultados de la meteorología de la misma manera que la propia meteorología acepta los de la física. Es un error, especialmente de los alemanes, el incluir tanta meteorología en la geografía. La geografía tiene relaciones con muchas temas, lo que no quiere decir que tenga necesa­riamente que incorporarlos orgánicamente. Incluso el gran Peschel incluye en su Physische Erdkunde una discusión del barómetro y una demostración de las fórmulas que se necesitan en las correcciones barométricas. Digre­siones de este tipo son la causa de la tantas veces repetida acusación de que los geógrafos no son sino simples entrometidos en todas las ciencias. Nosotros afirmamos que la geografía tiene una esfera de trabajo específica. Sus datos pueden superponerse a los de las demás ciencias, pero su función consiste en poner de manifiesto ciertas nuevas relaciones entre estos datos. La geografía tiene que tener una ilación continua, y la forma de verificar si un determinado punto debe ser incluido o no, puede ser ésta: ¿Hace falta para el hilo argumental? Hasta qué punto son permisibles digre­siones respecto al objetivo de demostrar determinados datos es, evidente­mente, una cuestión práctica. Como regla se puede sugerir que deben ser evitadas si corresponde a otra ciencia el demostrarlas.

La última categoría de Mr. Bryce se refiere a los productos de una región. La distribución de minerales es, como es obvio, incidental a la estructura litológica, y sólo es necesario referirse a ella para insistir en lo que ha sido remachado previamente. Por lo que se refiere a la distribución de animales y plantas, debemos aplicar la verificación a la que nos hemos referido en el último párrafo: ¿Hasta qué punto se necesita para el hilo conductor de la argumentación geográfica? La distribución de animales y plantas es muy pertinente si estos animales y plantas constituyen un factor de primera importancia en el medio humano. También es oportuna cuando la distribución suministra la evidencia de cambios geográficos, como, por ejemplo, la separación de las islas del continente o una retirada de la línea de nieves. Pero no tiene sentido como parte de la geografía el estudio en detalle y como ayuda para comprender la evolución de sus especies de la distribución de animales y plantas. Esto es una parte de la zoología y de la botánica, para cuyo análisis adecuado se requiere un estu­dio geográfico previo.

La realidad es que los límites de todas las ciencias deben, por natura­leza, ser compromisos. El conocimiento, como ya hemos dicho, es único. Su división en temas es una concesión a las limitaciones humanas. Como último ejemplo de ello, nos referiremos a la relación de la geografía con la historia. En sus niveles elementales, deben, como es obvio, ir de la mano. En los niveles más elevados divergen. El historiador se ocupa plenamente de la crítica y estudio comparativo de documentos originales. No tiene ni tiempo, ni probablemente la conformación mental necesaria para considerar la ciencia por sí misma a fin de seleccionar los hechos y las ideas que re­

(

Halford J . Mackinder 213

quiere. Corresponde al geógrafo facerlo en su lugar. Por otra parte, el geógrafo debe dirigirse a la historia para tratar de verificar las relaciones que sugiere. El conjunto de leyes que gobiernan estas relaciones, que habrá ido evolucionando con el tiempo, habría hecho posible escribir mucha historia «prehistórica». La obra de John Richard Green Making of England es en gran parte una deducción a partir de las condiciones geográficas de lo que ha debido ser el curso de la historia.

Me queda por desarrollar lo. que opino sobre el hilo conductor del razonamiento geográfico. Lo haré'en dos fases. La primera será de carác­ter general, tal como puede encontrarse en un programa de un curso universitario, o en el índice al principio de un libro. En la segunda fase se hará una aplicación específica a la solución de un problema definido — las razones por las cuales Delhi y Calcuta han sido respectivamente la vieja y la nueva capital de la India.

Presuponemos un conocimiento de fisiografía. Empezaríamos entonces a partir de la idea de un globo sin relieve, y construiríamos una concep­ción de la tierra por analogía con la mecánica. En primer lugar, las leyes de Newton son demostradas en su simplicidad ideal sobre la hipótesis de absoluta rigidez. Sólo cuando estas ideas estén muy firmemente adquiridas, se introducirán las tendencias de-acción contrapuestas de elasticidad y fricción. Así abordaríamos el estudio de la geografía. Imagínese nuestro globo en una condición sin relieve, esto es, compuesto por tres esferoides concéntricos — atmósfera, hidrosfera y litosfera— . Dos grandes fuerzas universales estarían en acción — la energía solar y la rotación de la Tierra sobre su eje— . Como es obvio, el sistema de vientos alisios tendría un movimiento oscilatorio no obstaculizado. Se introduce después el tercer conjunto de fuerzas planetarias — la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita y la revolución de la Tierra en torno al Sol— . El resultado sería un desplazamiento anual de trópico a trópico de la zona de calmas que separa los alisios. La cuarta y última de las causas que hemos denominado planetarias sería la variación secular en la elipticidad de la órbita terrestre y en la oblicuidad de su eje. Lo que produciría varia­ciones similares en el desplazamiento anual y en la intensidad del sistema de los alisios.

Hasta ahora hemos evitado las variaciones longitudinales. Dada la lati­tud, la altitud, la estación del año, tanto el año en un período secular como las condiciones climáticas son deducibles de muy pocos datos. Aban­donemos ahora nuestra primera hipótesis. Concibamos ahora a la Tierra tal como es, tal como está calentada, tal como se enfría, tal como se con­trae, tal como está plegada. Estaba caliente, se está enfriando; por tanto, se está contrayendo y su corteza más superficial está, en consecuencia, plegándose. La litosfera ya no es concéntrica con la atmósfera y con la hidrosfera. El lecho del océano se accidenta con dorsales y fosas. Las dorsales se proyectan hacia la hidrosfera y, a través de la hidrosfera, hacia la atmósfera. Actúan como obstáculos en el curso de los alisios. Pueden' ser comparadas a piedras en el lecho de una torrentera con las que tro­

(

/

1

214 Antología de textos

pieza la corriente y es desviada: o bien pasa por encima o se bifurca para sobrepasar el obstáculo. ( . . .) .

La acción de «elevación por encima» es visible en el caso de los vientos que alcanzan cadenas montañosas y, como consecuencia, riegan vertientes. Pero, además de las causas mecánicas de variación, existen causas térmi­cas, debidas en su mayoría a las diferencias específicas de temperatura entre la tierra y el agua — comg en el caso de los monzones— . La disposición de las grandes montañas tiene un significado especial. Allí donde’ los con­tinentes se extienden de este a oeste en lugar de tres grandes bandas a través del ecuador, el clima estará casi totalmente determinado por la latitud.

De esta forma progresamos firmemente en el análisis de la superficie terrestre. Si se concibe a la Tierra como si no tuviera relieve, se pueden ver los poderes motores de la circulación del aire y del agua. Si se reem­plaza esta concepción por la de una Tierra plegada, se puede entonces comprender cómo las corrientes iniciales simples son diferenciadas, por obstrucción mecánica e irregularidad térmica, en corrientes de complejidad infinita pero, sin embargo, ordenadas.

Pero tenemos que avanzar un paso más. La forma de la litosfera no es fija. La contracción todavía está progresando. Viejos plegamientos se están reactivando y otros nuevos se están iniciando. Tal como empiezan a levantarse se inicia su destrucción. Las corrientes trabajan siempre para remover los obstáculos que obstruyen su curso. Tratan de alcanzar la sim­plicidad ideal de la circulación. De esta manera las formas de la superficie terrestre están continuamente cambiando. Su configuración precisa está determinada por su historia pasada tanto como por sus condiciones pre­sentes. Los cambios recientes son objeto de uno de los más fascinantes capítulos de la geografía. Se construyen las llanuras por acumulación de­trítica. Las. islas nacen de los continentes. Existe evidencia de ello a partir de un centenar de fuentes: desde las rutas de migración de las aves, a la distribución de los animales o las profundidades de los mares vecinos.

Cada capítulo sucesivo prolonga el anterior. No se rompe la secuencia del razonamiento. De la posición de los obstáculos y el curso de los vientos se puede deducir la distribución de la lluvia. A la forma y distribución de las vertientes montañosas y a la distribución de las precipitaciones sigue la explicación del sistema de drenaje. La distribución de los suelos depende en gran parte de la estructura de los materiales, y a partir de la consideración del suelo y del clima se obtiene la división del mundo en regiones naturales basadas en la vegetación. No me estoy refiriendo aquí a la distribución de las especies botánicas, sino a la de los tipos genéricos de lo que cabe llamar el revestimiento vegetal de la Tierra — los desiertos polares y tropicales, los bosques de las zonas templadas y tropicales, y las regiones que pueden ser reunidas bajo la denominación de llanuras her­báceas.

Pasando ahora a la segunda etapa del estudio, convendrá utilizar dos términos técnicos. «Un medio» es una región natural. Cuanto más

(

Halford J . Mackinder 215

pequeña es el área, mayor tiende a ser el número de condiciones de unifor­midad o casi uniformidad sobre, ella. Tenemos, por tanto, medios de diferentes órdenes, cuya extensión y comprehensión, utilizando una frase procedente de la lógica, varían en relación inversa. Lo mismo ocurre con las comunidades. «Una comunidad» es un grupo de hombres que tienen ciertas características en común. Cuanto más pequeña es la comunidad, mayor tiende a ser el número de características comunes. Las comuni­dades son de diferentes órdenes — razas, naciones, provincias y ciudades— , utilizando las dos últimas expresiones en el sentido de grupos corporativos de hombres. Con el uso de estos dos conceptos se puede dar cierta pre­cisión a discusiones tales cornos los efectos de exponer dos comunidades a un mismo medio, y una comunidad a dos medios. Por ejemplo, una dis­cusión de este tipo: ¿Cómo ha resultado diversificada la raza inglesa por las condiciones geográficas de tres medios, británico, americano y aus­traliano?

Las cuestiones políticas dependerán en todos los casos de los resultados del estudio físico. Se necesitan ciertas condiciones de clima y de suelo para la densificación de la población. Una cierta densidad de población parece a su vez necesaria para el desarrollo de la civilización. A la luz de estos principios, pueden ser discutidos problemas tales como los contrastes entre las antiguas civilizaciones de las altas tierras del Nuevo Mundo, Perú y Méjico, y las antiguas civilizaciones de las bajas tierras del Viejo Mundo, Egipto y Babilonia. Una vez más, los materiales comparativamente no dis­locados permiten habitualmente el desarrollo de amplias llanuras, y las amplias llanuras parecen especialmente favorables al desarrollo de razas homogéneas, como rusos y chinos. Una vez más también, la distribución de recursos animales, vegetales y minerales ha tenido mucho que ver con la determinación de las características locales de civilización. Obsérvese a este respecto las series presentadas por el Viejo Mundo, el Nuevo Mundo y Australia en lo que se refiere a salud comparada en cereales y animales de carga.

Uno de los capítulos más interesantes se refiere a la reacción del hombre ante la naturaleza. El hombre modifica el medio, y la acción de este medio sobre su descendencia resulta, por tanto, modificada. La importancia rela­tiva de las configuraciones físicas varía de una época a otra de acuerdo con el nivel de conocimiento y de civilización material. El adelanto en la ilu­minación artificial ha hecho posible la existencia de una gran comunidad en San Petersburgo. El descubrimiento de la ruta del Cabo hacia la India y del Nuevo Mundo determinó la decadencia de Venecia. La invención de la máquina de vapor y del telégrafo eléctrico ha hecho posible el gran tamaño de los Estados modernos. Se pueden multiplicar ejemplos al res­pecto. Pueden también ser clasificados en categorías, pero nuestro propó­sito actual no pasa de indicar las posibilidades del tema. Una cosa, no obstante, debe de ser tenida en cuenta. El curso de la historia en un determinado momento, sea en política, sociedad o cualquier otra esfera de la actividad humana, es producto no sólo del medio, sino también de la

(I

216 Antología de textos

velocidad adquirida en el pasado. Debe reconocerse que el hombre es en 'gran parte producto del hábito. El inglés, por ejemplo, es capaz de soportar buen número de anomalías hasta que adquieren peligrosidad con cierto grado de virulencia. La influencia de esta tendencia debe siempre tenerse ipresente en geografía. En la situación actual, Milford Haven ofrece mu­chas más ventajas físicas que Liverpool para el comercio americano; es,- sin embargo, improbable que, en un futuro inmediato al menos, Liverpool vaya a dejar paso a Milford Haven. Es un caso de vis inertiae. ■

( . . . )Completamos así nuestro estudio sobre los ¿nétodos y el objeto de la

geografía. Creo que con líneas como las que he esbozado, puede elaborarse una geografía que satisfaga tanto los requerimientos prácticos del hombre de Estado y del comerciante como los requerimientos teóricos del historia­dor y del científico y los requerimientos intelectuales del profesor. Su amplitud y complejidad inherentes deben de ser invocadas como su mérito |principal. Al mismo tiempo, tenemos que reconocer que éstas son también las cualidades que convierten a la geografía en «sospechosa» en una época de especialistas. Sería como una protesta permanente contra la desintegra­ción de la cultura a la que estamos expuestos. En tiempos de nuestros padres, los clásicos de la antigüedad eran los elementos comunes de la cultura de todos los hombres, un lugar de encuentro para los especialistas.El mundo está cambiando, y parece como si los clásicos se estuvieran con­virtiendo también en una especialidad. Tanto si lamentamos el giro que están tomando las cosas como si nos alegramos de él, es igualmente nuestro deber encontrar un sustituto. A mi modo de ver, la geografía combina al­gunas de las calidades requeridas. Para el hombre práctico, tanto si trata de obtener una posición en el Estado como de acumular una fortuna, puede constituir una fuente insustituible de información; para el estudiante, re­sulta una base estimuladora desde la que dirigirse hacia un centenar de líneas de investigación; para el profesor puede constituir un instrumento para el desarrollo de los poderes del intelecto, excepto sin duda para toda esa vieja clase de maestros que mide el valor disciplinar de un tema por la repugnancia que inspira al alumno. Todo esto lo decimos en la asunción de la unidad del tema. La alternativa es dividir lo científico de lo práctico.El resultado de adoptar esta decisión constituiría la ruina de ambos. Lo práctico sería rechazado por el profesor y hallado indigesto en la vida . posterior. Lo científico sería descuidado por muchas personas en virtud de que carece de elemento de utilidad para la vida cotidiana. El hombre de mundo y el estudiante, el científico y el historiador perderían su pla­taforma común. El mundo sería más pobre.

C

Élisée Reclus *

EL HOMBRE Y LA TIERRA **

Prefacio

Hace algunos años, después de haber escrito las últimas líneas de una larga obra, la Nouvelle Géographie Universellej expresaba el deseo de poder estudiar un día al Hombre en la sucesión de las edades, de la misma forma que lo había observado en las distintas regiones del globo, y establecer las conclusiones sociológicas a las que había llegado. Trazaba el plan de un nuevo libro en el que se expondrían las condiciones del terreno, del clima, de todo el ambiente en el que se han producido los acontecimientos de la historia, en el que se mostraría el acuerdo de los Hombres y de la Tierra, en el que se explicarían las actuaciones de los pueblos, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del planeta. Este libro es el que presento ahora al lector.

Desde luego, sabía por adelantado que ninguna investigación me haría descubrir esa ley de un progreso humano cuyo atractivo espejismo se agita continuamente en nuestro horizonte, y que nos huye y se disipa para

* Elisée Reclus (1830-1905). Además del que corresponde al texto traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Reclus, E. (1868-1869): La Terre. Description des phénoménes de la vie du globe,

París, Hachette, 2 vols.Reclus, E. (1876-1894): Nouvelle Géographie Universelle. La Terre et les hommes,

París, Typographie Lahure, 19 vols.Reclus, E. (1897): Evolución, revolución y anarquismo. Traducción de A. López Ro­

drigo, Buenos Aires, Proyección, 1969.* * Reclus, E. (1905-1908): L’Homme et la Terre, París, Libraire Universelle, 6 to­

mos; «Préface», t. I , pp. I-IV ; «Histoire Contemporaine. I I . Répartition des Hom­mes», t. V , pp. 335-376! Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

217

ít

218 Antología de textos

volverse a rehacer. Aparecidos como un punto en el infinito del espacio, sin saber nada de nuestros orígenes ni de nuestros destinos, ignorando incluso si pertenecemos a una especie animal única o si varias humanida­des han nacido sucesivamente para apagarse y resurgir de nuevo, no po­dríamos formular reglas de la evolución hacia lo desconocido, remover la niebla con la esperanza de darle una forma precisa y definitiva. No, pero podemos al menos reconocer, en esa avenida de los siglos que los arqueó­logos prolongan constantemente en lo que fue la noche del pasado, el lazo íntimo que une la sucesión de los hechos humanos a la acción de las fuer­zas telúricas: nos está permitiendo seguir en «1 tiempo cada período de la vida de los pueblos que corresponde al cambio de los medios, observar la acción combinada de la Naturaleza y del propio Hombre, reaccionando sobre la Tierra que lo ha formado.

La emoción que se siente al contemplar todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y en la armonía que les da la acción de las fuerzas étnicas siempre en movimiento, esa misma dulzura de las cosas, se siente al ver la procesión de los hombres bajo sus vestimentas de fortuna o de infortunio, pero todos igualmente en estado de vibración armónica con la Tierra que los lleva y los alimenta, el cielo que los ilumina y los asocia a las energías del cosmos. Y, de igual forma que la superficie de las regiones nos ofrece continuamente parajes cuya belleza admiramos con toda la fuerza del ser, el desarrollo histórico nos muestra en la sucesión de los acontecimientos escenas sorprendentes de grandeza cuyo estudio y cuyo conocimiento nos ennoblecen. La geografía histórica concentra en dramas incomparables, en realizaciones espléndidas, todo lo que la imaginación puede evocar.

En nuestra época de crisis aguda, en la que la sociedad se encuentra tan profundamente quebrantada, en la que el remolino de la evolución se hace tan rápido que el hombre, presa del vértigo, busca un nuevo punto de apoyo para la dirección de. su vida, el estudio de la historia es de un interés tanto más precioso cuanto que su dominio incesantemente acrecen­tado ofrece una serie de ejemplos más ricos y más variados. La sucesión de las edades se convierte para nosotros en una escuela cuyas enseñanzas se clasifican ante nuestro espíritu e incluso acaban por agruparse en leyes fundamentales.

La primera categoría de acontecimientos que constata el historiador nos muestra cómo, por efecto de un desarrollo desigual en los individuos y en las sociedades, todas las colectividades humanas, exceptuando las tribus que han permanecido en el naturismo primitivo, se desdoblan, por decirlo así, en clases ó en castas no sólo diferentes, sino opuestas en intereses y en tendencias, incluso francamente enemigas en todos los períodos de crisis. Tal es, bajo mil formas, el conjunto de los hechos que se observan en todas las regiones del universo, con la infinita diversidad que determinan los parajes, los climas y el enredo cada vez más entremezclado de los acon­tecimientos.

Elisée Reclus 219

El segundo hecho colectivo, consecuencia necesaria del desdoblamiento de los cuerpos sociales, es que el equilibrio roto de individuo a individuo, de clase a clase, oscila constantemente alrededor de su eje de reposo: la violación de la justicia grita siempre venganza. De ahí, incesantes oscila­ciones. Los que mandan intentan seguir siendo los amos, mientras que los sojuzgados se esfuerzan por reconquistar la libertad, y arrastrados por la energía de su impulso, intentan reconstituir el poder en su provecho. Así, las guerras civiles, complicadas con guerras extranjeras, aplastamien­tos y destrucciones, se suceden en un continuo enmarañamiento que termi­na de diferente manera según el empuje respectivo de los elementos en lucha. O bien los oprimidos se someten, habiendo agotado su fuerza de resistencia: mueren lentamente y se extinguen, al no tener ya la iniciativa que constituye la vida; o bien es la reivindicación de los hombres libres la que vence y, en el caos de los acontecimientos, se pueden discernir auténticas revoluciones, es decir, cambios de régimen político, económico y social, debidos a la comprensión más clara de las condiciones del medio y a la energía de las inciativas individuales.

Un tercer grupo de hechos, que va unido al estudio del hombre en todas las edades y todos los países, nos atestigua que ninguna evolución en la existencia de los pueblos puede ser creada si no es por el esfuerzo individual. Es en la persona humana, elemento primario de la sociedad, donde hay que buscar el choque impulsivo del medio, destinado a tradu­cirse en acciones voluntarias para extender las ideas y participar en las obras que modificarán el aspecto de las naciones. El equilibrio de las sociedades no es inestable más que por la traba impuesta a los individuos en su franca expansión. La sociedad libre se establece por la libertad dada en su desarrollo completo a cada persona humana, primera célula funda­mental, que se agrega después y se asocia como le place a las demás células de la cambiante humanidad. En proporción directa a esa libertad y a ese desarrollo inicial del individuo ganan las sociedades en valor y en nobleza: del hombre nace la voluntad creadora que construye y reconstruye el mundo.

La «lucha de clases», la búsqueda del equilibrio y la decisión sobera­na del individuo son los tres órdenes de hechos que nos revela el estudio de la geografía sodal y que, en el caos de las cosas, se muestran suficien­temente constantes para que se les pueda dar el nombre de «leyes». Ya es mucho conocerlas y poder dirigir de acuerdo con ellas la propia conduc­ta y la propia parte de acción en la gerencia común de la sociedad, en armonía con las influencias del medio, conocidas y escrutadas desde enton­ces. Es la observación de la Tierra la que nos explica los acontecimientos de la Historia, y ésta nos lleva a su vez hada un estudio más profundo del planeta, hacia una solidaridad más consciente de nuestro individuo, a la vez tan pequeño y tan grande, con el inmenso universo.

(...)

220 Antología de textos

Distribución de los hombres(...)

Antes de haberse tomado la molestia de reflexionar, se puede imaginar fácilmente que las ciudades se han distribuido al azar y, de hecho, nume­rosos relatos nos hablan de fundadores de ciudades que confían al destino la elección del emplazamiento en el que se establecerán los hogares do­mésticos, en el que se levantarán las murallas protectoras: del .'vuelo de los pájaros, de la parada de un ciervo forzado a correr, del naufragio de un barco depende la construcción de la ciudad. La, capital de Islandia, Reyk­javik, nació así por la voluntad de los dioses. En el 874, cuando el fugitivo Ingolfr, al llegar a ver Islandia, lanzó al mar las imágenes de madera que representaban los ídolos del hogar, intentó en vano seguirlas: se le esca­paron, y tuvo que fundar en la orilla un campamento temporal hasta que, tres años más tarde, volvió a encontrar las maderas sagradas, cerca de las cuales trasladó su ciudad, situada lo mejor posible, por lo demás, en este temible «país de los hielos».

Si la Tierra fuese completamente uniforme en su relieve, en la calidad del terreno y las condiciones del clima, las ciudades ocuparían una posición que podemos denominar geométrica: la atracción mutua, el instinto de sociedad, la facilidad de los interecambios las habrían hecho nacer a dis­tancias iguales entre sí. Suponiendo una región llana, sin obstáculos natu­rales, sin río, sin puerto, situada de una manera particularmente favorable, y no dividida en Estados políticos distintos, la mayor ciudad se habría levantado directamente en el centro del país: las ciudades secundarias se habrían repartido en intervalos iguales en el contorno, espaciadas rítmica­mente, y cada una de ellas habría tenido su sistema planetario de ciudades inferiores, con su cortejo de pueblos. La distancia normal de un día de marcha debería ser, sobre una llanura uniforme, el intervalo entre las distintas aglomeraciones urbanas: el número de leguas recorridas por un caminante corriente entre el alba y el crepúsculo, es decir, doce o quince, correspondiendo a las horas del días, constituye la etapa regular de una ciudad a otra. La domesticación de los animales, posteriormente la inven­ción de la rueda, y más tarde las máquinas, han modificado, gradual o bruscamente, las medidas primitivas: el paso de la montura y después la vuelta del eje determinaron la distancia normal entre las grandes reuniones de hombres. En cuanto a los pueblos, su distancia media tiene el recorrido que puede hacer el agricultor empujando su carretilla cargada de heno o de espigas. El agua para el ganado, el transporte fácil de los frutos de la tierra es lo que regula el emplazamiento del establo, del granero y de la choza.

En numerosas regiones pobladas desde hace mucho tiempo y que muestran todavía en la distribución urbana de sus habitantes las distancias primitivas, se encuentra, en el desorden aparente de las ciudades, un orden de distribución que fue, evidentemente, regulado antaño por el paso de los caminantes. En la «flos del medio», en Rusia, donde los ferrocarriles

Elisée Redus 221

son de creación relativamente reciente, en Francia incluso, se puede cons­tatar la sorprendente regularidad con que se distribuyeron las aglomera­ciones urbanas antes de que las explotaciones mineras e industriales viniesen a perturbar el equilibrio natural de las poblaciones. Así, la ciudad capital de Francia, París, se ha rodeado, hacia las fronteras o las costas del país, de ciudades cuya importancia no cede más que ante la suya: Burdeos, Nantes, Rouen, Lille, Nancy, Lyon. La antigua ciudad, fenicia y posterior­mente griega, de Marsella pertenece por su orígenes a otra fase histórica distinta a la de las ciudades de la Galia, luego francesas; sin embargo, su posición se armoniza con la de éstas, pues se encuentra en la extremidad mediterránea de un radio que es el doble de la distancia normal de París a los grandes planetas urbanos de su órbita. Entre la capital y las capitales de segundo orden se fundaron, a intervalos sensiblemente iguales, ciudades menores, pero todavía considerables, separadas por una doble etapa, entre veinticinco y treinta «leguas»: Orleáns, Tours, Poitiers, Angulema. Final­mente, a mitad de camino de cada uno de esos centros de tercer orden se han formado ciudades modestas, indicando la etapa media: Etampes, Amboise, Chátellerault, Ruffec, Libourne. Así, el viajero, al atravesar Francia, encontraba alternativamente una ciudad de simple descanso y una ciudad de completa confortación: la primera bastaba al caminante, la segunda convenía al jinete. En casi todas las rutas, el ritmo de las ciudades se produce de la misma manera, cadencia natural regulada por la marcha de los hombres, de los caballos y de los coches.

Pero en una sociedad en la que los hombres no tienen asegurado el pan, en la que los miserables e incluso los famélicos constituyen todavía una fuerte proporción de los habitantes de toda gran ciudad, no es más que un bien a medias transformar los barrios insalubres, si los desgra­ciados que los habitaban antes son expulsados de sus antiguos tugurios para ir a buscar otros en el suburbio y llevar más o menos lejos sus emanaciones envenenadas. Por mucho que los ediles de una ciudad fuesen sin excepción hombres de un gusto perfecto, aunque toda restauración o reconstrucción de edificios se hiciese de una forma irreprochable, todas nuestras ciudades no dejarían de ofrecer el penoso y fatal contraste del lujo y de la miseria, consecuencia necesaria de la desigualdad, de la hos­tilidad que cortan en dos el cuerpo social. Los barrios suntuosos, insolen­tes, tienen como contrapartida casas sórdidas, que esconden detrás de sus muros exteriores, bajos y alabeados, patios húmedos, espantosos montones de grava, miserables tablas. Incluso en las ciudades en las que los admi­nistradores intentan tapar hipócritamente todos los horrores ocultándolos con tapias decentes y blanqueadas, la miseria no deja de atravesarlas: se siente que, detrás, la muerte lleva a cabo su obra más cruelmente que en otros lugares. ¿Cuál de nuestras ciudades modernas no tiene su White- Chapel y su Mile-End road? Por muy bella, grandiosa que pueda ser una aglomeración urbana én su conjunto, tiene siempre sus vicios apa­rentes o secretos, su tara, su enfermedad crónica, que arrastra irrevocable-

(I

222 Antología de textos

mente la muerte, si no se consigue restablecer la libre circulación de sangre pura en todo el organismo.

¡Cuántas ciudades están todavía alejadas de ese tipo de salubridad y de estética futuras! Un diagrama publicado en el anuario de Petersburgo para el año 1892 da un sobrecogedor ejemplo del consumo de vidas humanas en esa capital: partiendo del año 1754, época en la que la población de Petersburgo era de 150?Q00 individuos, la curva de crecimiento se eleva en ciento veintiséis años a 950.000 personas, mientras que la curva de po­blación hipotética, calculada según la mortalidad y sin tener en cuenta los inmigrantes, desciende a 50.000 por debajo de cero. La natalidad no sobre­pasa algo la mortalidad más que desde 1885, año de la gran limpieza.Y en el mundo, ¡cuántas ciudades, Budapest, Lima, Río de Janeiro, esta­rían todavía decayendo rápidamente si las gentes del campo no viniesen a rellenar los vacíos dejados por los muertos! Si los parisinos se extinguen tras dos o tres generaciones, será a causa del olor pernicioso de la ciudad; si los judíos polacos son declarados inútiles como reclutas en mayor nú­mero que los jóvenes de otras nacionalidades, será también a causa de las ciudades en las que vegetan pobremente en el ghetto.

¡Y cuántas aglomeraciones cuyo cielo parece cubierto de un velo fune­rario! Al penetrar en una dudad ahumada, como Manchester o Seraing, Essen, Le Creusot o Pittsburg, se dará uno cuenta de que las obras de los liliputienses humanos bastan para empañar la luz, para profanar la belle­za de la naturaleza. Pues una pequeñísima cantidad de carbón escapado a la combustión, un vdo continuo de una fracdón de milímetro de espesor basta, sobre todo si se alia a la niebla, para contrarrestar la luz solar. La atmósfera opaca que a veces pesa sobre la dudad de Londres es célebre, con razón.

Por lo demás, el saneamiento de los centros urbanos suscita muchos otros problemas además dd humo, en realidad fácil de resolver. El sistema de evacuación de las basuras y restos caseros, la depuradón de las aguas de las alcantarillas, ya sea por procedimientos químicos, ya sea por su empleo racional en agricultura, están lejos de haber recibido soluciones felices o aceptadas, e induso demasiadas munidpalidades parecen no preocu­parse por estos temas. La elección de un suelo para d tráfico que no produzca ni polvo ni barro, la organización eficaz de los transportes en común tienen también su iníluenda sobre la salud general.

Numerosos indicios muestran que el movimiento de flujo que lleva hacia las ciudades la población de los campos puede detenerse e induso transformarse en un movimiento de reflujo. En primer lugar, la carestía de los alquileres urbanos condujo naturalmente a los trabajadores a despla­zarse hacia el extrarradio, y los empresarios no podían más que favorecer el éxodo, puesto que debía producir una baja en el predo de la mano de obra. La bicicleta, los tranvías de servicio matutino, los trenes obreros han permitido a millares de obreros y pequeños empleados vivir con alguna ventaja pecuniaria en un aire menos cargado de áddo carbónico. Así, en Bélgica, las comunas rurales de numerosos distritos han conservado su

(

Elisée Redus 223

población, gradas a la extensión de los «cupones de semana». En 1900, no había menos de 150.000 obreros que residían por la noche y el domin­go en su pueblo, yendo todos los días de la semana a trabajar incluso a 50 kilómetros de distancia — abono semanal de 2,25 fr.— , a una fábrica o una manufactura de alguna ciudad alejada. Pero ia solución es bastarda, pues el cabeza de familia se agota en largos trayectos, en malas comidas, en descansos nocturnos acortados, y, por lo demás, el saneamiento de los pueblos plantea los mismos problemas que el de las ciudades.

Esto no es todo: la electricidad, que procura el agua corriente, tiende a reemplazar al carbón y a dispersar las fábricas a lo largo de los ríos. Así se ha visto a la ciudad de Lyon, tan fuerte sin embargo por su poder de atracción desde d punto de vista del trabajo y de las artes, disminuir en varios miles de habitantes por año, no porque su prosperidad esté mermada, sino, por el contrario, porque sus ricos tejedores y demás indus­triales habían extendido su dominio de actividad a todos los departamen­tos vecinos, hasta los Alpes, allí donde las cascadas o rápidos les procura­ban la fuerza motriz necesaria.

Mirando las cosas más de cerca, toda cuestión municipal se confunde con la propia cuestión sodal. ¿Conseguirán todos los hombres sin excep­ción poder respirar aire en cantidad suficiente, gozar plenamente de la luz del sol, saborear la belleza de las umbrías y el perfume de las rosas, alimen­tar generosamente a su familia sin temer que les llegue a faltar el pan? Si así ocurre, pero sólo entonces, las dudades podrán alcanzar su ideal y transformarse de una manera exactamente conforme a las necesidades y a los placeres de todos, convertirse en cuerpos orgánicos perfectamente sanos y bellos.

A este programa pretende responder la ciudad-jardín. Y , de hecho, in­dustriales inteligentes, arquitectos innovadores han conseguido crear en Inglaterra, donde los tugurios urbanos eran más atroces, cierto número de centros en condiciones tan perfectamente sanas para el pobre como para el rico. Port-Sunlinght, Bourneville, Letchworth contrastan desde luego fe­lizmente con los slums de Liverpool, de Manchester y dudades análogas, y las tablas de mortalidad de estas localidades rivalizan por su débil tasa con las de los barrios más suntuosos de nuestras capitales — de 10 a 12 defun­dones anuales por 1.000 habitantes— , pero son siempre privilegiados los que viven en las ciudades-jardín, y la buena voluntad de los filántropos no basta para conjurar las consecuendas del antagonismo que existe entre el Capital y el Trabajo.

No es necesario llegar a estas creaciones de nuestra época para encon­trar pruebas conmovedoras del deseo de belleza que sentían numerosos pueblos de nuestros antepasados y que no se encuentra satisfecho más que por un conjunto armónico. Se pueden citar especialmente las comunas de los polabos, gentes de origen eslavo que viven en la cuenca del Jeetze, afluente hannoveriano dd Elba. Allí todas las casas están dispuestas a distandas regulares alrededor de una gran plaza ovalada, en la que se

(

rr

224 Antología de textos

encuentra un pequeño estanque, un bosque de robles o de tilos, unas mesas y asientos de piedra; cada casa, dominada por un alto aguilón su­jetado por un armazón saliente, vuelve su fachada hacia la plaza y muestra, sobre su puerta, una inscripción biográfica y moral. El verdor de los jar­dines exteriores se desarrolla en un bello círculo de árboles, interrumpido solamente por el camino que une la plaza a la carretera principal; sobre esta línea de enlaces con los^demás pueblos se han construido la iglesia, la es­cuela y la posada.

La población está tan concentrada en ciertas grandes ciudades que supera los mil habitantes por hectárea, sobre*todo en algunos barrios de París; en Praga, las masas se aprietan mucho más todavía; en Nueva York, en 1896, la pululación de los seres humanos alcanzó su mayor den­sidad, 1.860 individuos por hectárea, en una extensión de 130 hectáreas. Alrededor de las ciudades que el cuerpo militar no ha rodeado de una marca prohibida al poblamiento, el propio campo se cubre de villas y de casas. Atraídos hacia lo que es su centro natural, los agricultores se acercan cada vez más al macizo continuo de construcciones y forman en su contorno un anillo de población densa; obligados, por tanto, a contentarse con un menor espacio para su casa y sus cultivos, se dedican a un trabajo más intenso: de pastores se convierten en labradores, y de labradores en jar­dineros. Los mapas demográficos muestran bien este fenómeno del reparto anular de los campesinos que se transforman en horticultores. Así es como la ciudad de Bayreuth está rodeada por una zona en la que la densidad de población es de 109 habitantes por kilómetro cuadrado; alrededor de Bamberg, la densidad kilométrica alcanza la cifra de 180 individuos, y el terreno sobre el que esta muchedumbre se ha apilado era, sin embargo, en principio, de muy escaso valor; mezcla de arena y de turba, no servía antes más que para el crecimiento de las coniferas: se ha transformado en un incomparable suelo hortícola. En la región mediterránea, sucede que • el amor a la ciudad, en vez de poblar el campo de suburbio, lo despuebla, por el contrario. El gran privilegio de poder discutir los intereses públicos ha convertido, por tradición, a todo el mundo en ciudadanos. La llamada del agora, como en Grecia, de la vida municipal, como en Italia, atrae a los habitantes hacia la plaza central, donde se discuten los asuntos comu­nes, más aún en los paseos públicos que entre los muros sonoros del ayuntamiento. Así, en Pro venza, el pequeño propietario, en vez de vivir en sus campos, sigue siendo, a pesar de todo, un «urbano» empedernido. Aunque tenga masía o quinta, no se instala en esa propiedad rural, sino que vive en la ciudad, desde donde puede ir, paseando, a visitar sus árboles frutales y a cosecharlos. Los trabajos del campo son, para él, cosa secundaria.

• Por un movimiento de reacción muy natural contra el terrible consumo de hombres, el envilecimiento de tantos caracteres, la corrupción de tantas almas ingenuas que se agitan en la «cuba infernal», algunos reformadores piden la destrucción de las ciudades, el regreso voluntario de toda la

t

Elisée Redus 225

población hacia el> campo. Sin duda, en una sociedad consciente, que de­sease decididamente el renacimiento de la humanidad por la vida campe­sina, esta revolución sin precedentes sería estrictamente posible, puesto que, evaluando solamente en cien millones de kilómetros cuadrados la superficie de las tierras de residencia agradable y salubre, dos casas por kilómetro cuadrado, conteniendo cada una entre siete y ocho habitantes, serían suficientes para albergar a la humanidad; pero la naturaleza humana, cuya ley primera es la sociabilidad, no se conformaría con esa dispersión. Ciertamente, necesita el susurro de los árboles y el murmullo de los arroyos, pero necesita también la asociación con algunos y con todos: el globo entero se convierte para ella en una enorme ciudad, la única que puede satisfacerla.

Nada hace suponer actualmente que esas prodigiosas aglomeraciones de edificios hayan alcanzado su mayor extensión imaginable: muy al con­trario. En los países de nueva colonización, en los que el agrupamiento de los hombres se ha hecho espontáneamente, de forma que concordase con los intereses y los gustos modernos, las ciudades tienen una población proporcionalmente mucho más considerable que las aglomeraciones urbanas de las regiones envejecidas de Europa, y algunos de los grandes focos de atracción tienen más de la cuarta o de la tercera parte, a veces incluso la mitad de los habitantes del país. Comparada con el conjunto de su círculo de atracción, Melbourne es una ciudad mayor que Londres, porque la po­blación circundante es más móvil, y porque no hace falta arrancarla, como en Inglaterra, de los campos donde había arraigado durante siglos. Sin embargo, este fenómeno excepcional de plétora en las ciudades australianas procede en gran parte del reparto del territorio de los campos en vastos dominios en los que los inmigrantes no han encontrado sitio; han sido expulsados de los latifundia hacia las capitales. Sea lo que fuere, el trabajo de transplante se hace cada vez más fácil, y el crecimiento de Londres podrá llevarse a cabo sin cesar con un menor gasto de fuerzas. A comienzos del siglo xx esta ciudad no tiene más que una séptima parte de la población de las islas Británicas; no es posible que adquiriera, también en este caso, la tercera o la cuarta parte de los habitantes del país, tanto más cuanto que Londres no es sólo el centro de atracción de Gran Bretaña y de Irlanda, sino que es también el principal mercado de Europa y de una gran parte del mundo colonial. Una próxima aglomeración de diez, veinte millones de hombres, ya sea en la cuenca inferior del Támesis, ya sea en la desembocadura del Hudson, o en cualquier otro lugar de atrac­ción, no tendría nada de sorprendente, e incluso hay que preparar nuestras mentes para entenderlo como un fenómeno normal de la vida de las socie­dades. El crecimiento de los grandes focos de atracción no podrá dejar de funcionar más que en la época en que se haya establecido el equilibrio entre el poder de atracción de cada centro sobre los habitantes de los espa­cios intermedios. Pero entonces no se detendrá el movimiento: se trans­formará cada vez más en ese incesante intercambio de población entre las

(/

226 Antología de textos

ciudades que se observa ya y que puede compararse al vaivén de la sangre del cuerpo humano. Sin duda el nuevo funcionamiento dará lugar a'nuevos organismos, y las ciudades, ya tantas veces renovadas, habrán de renacer todavía bajo nuevos aspectos de acuerdo con el conjunto de la evolución económica y social.

(

Piotr Kropotkin *

LO QUE LA GEOGRAFIA DEBE SER **

Era fácil prever que el gran resurgir de la Ciencia Natural al que nues­tra generación ha tenido la suerte de asistir desde hace treinta años, así como la nueva orientación dada a la literatura científica por un grupo de hombres eminentes que se han atrevido a presentar los resultados de las más complejas investigaciones científicas en forma accesible al público en general, debían necesariamente provocar un resurgir equivalente de la Geografía. Esta ciencia, que toma en consideración las leyes descubiertas por sus ciencas-hermanas y pone de manifiesto su acción y sus consecuen­cias mutuas en relación con las superficies del globo, no podía permanecer al margen del movimiento científico general; y asistimos en la actualidad al despertar de un interés por la Geografía que recuerda el interés que suscitó en una generación anterior durante la primera mitad de nuestro siglo. Es verdad que no hemos contado con un viajero y filósofo tan capaz como lo fuera Humboldt; pero las recientes expediciones al Artico y las exploraciones del las profundidades abisales, y todavía más, los repentinos

* Piotr Kropotkin (1842-1921). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran;Kropotkin, P. (1898): Fields, Factories and Workhops, Nueva York, G. P. Putnams,

1901-Kropotkin, P. (1902): El apoyo mutuo. Un factor de la Evolución. Introducción de C. Díaz. Prólogo de A. Montagu, Madrid, Zero-Zyx, 2.“ ed., 1978.

Kropotkin, P. (1913): «Gencia moderna y anarquismo», en Kropotkin, P. (1971): Folletos revolucionarios. Edición, introducción y notas de R. N. Baldwin. Traduc­ción de J . M. Alvarez Flores y A. Pérez, Barcelona, Tusquets, 1977, 2 vols., vol. 1, pp. 163-219.* * Kropotkin, P. (1885): «What Geography Ought to Be», The Nineteenth Cen­

tury, XXI, pp. 238-258; reproducido en Antipode, X , 3 - X I , 1, 1979, pp. 6-15. Tra­ducción de Josefina Gómez Mendoza.

227

228 Antología de textos

progresos experimentados por la Biología, la Climatología, la Antropología y la Etnología Comparada, han concedido a los trabajos geográficos una atracción tan considerable y un significado tan profundo que los propios métodos de descripción de la Tierra han experimentado desde hace algún tiempo una profunda modificación. Reaparece de nuevo en la literatura geográfica el mismo nivel de razonamiento científico y de generalizaciones filosóficas al que Humb&ldt y Ritter nos tenían acostumbrados. No debe extrañar, por tanto, el que los libros, tanto de viajes como de descripción geográfica general, estén volviendo a ser el tipo más popular de lectura.

Era también totalmente natural que el rebrote de afición por la Geogra­fía dirigiera la atención del público hacia la Geografía en la escuela. Se efectuaron encuestas, y descubrimos con estupor que habíamos conseguido que esta ciencia — la más atractiva y sugestiva para gente de todas las edades— resultara en nuestras escuelas uno de los temas más áridos y carentes de significado. Nada interesa tanto a los niños como los viajes; y nada es más árido y menos atractivo en muchas escuelas que lo que en ellas es bautizado con el nombre de Geografía. Lo mismo puede decirse, casi con las mismas palabras, y con muy pocas excepciones, con respecto de la Física y de la Química, de la Botánica y de la Geología, de la Historia y de las Matemáticas. Una reforma en profundidad de la enseñanza de todas las ciencias es tan necesaria como una reforma de la educación geográfica. Ahora bien, mientras la opinión pública ha permanecido bastante indiferen­te respecto de una reforma general de nuestra educación científica — aun cuando los hombres más eminentes de este siglo la han preconizado— , pa­rece, en cambio, haber entendido en seguida la necesidad de reforma de la enseñanza geográfica: la discusión recientemente iniciada por la Sociedad Geográfica, el Informe, antes mencionado, de su Comisión Específica, su exposición, han sido acogidos con general simpatía por parte de la prensa. Nuestro mercantilizado siglo parece haber entendido mejor la necesidad de una reforma en cuanto se le han puesto de manifiesto los llamados intereses «prácticos» de la colonización y de la guerra. Una discusión rigurosa debe forzosamente demostrar que no se puede llegar a nada serio en este sentido mientras no emprendamos una correlativa, pero mucho más amplia, reforma general de nuestro sistema de educación.

Es casi seguro que no existe otra ciencia que pueda resultar tan atrac­tiva para el niño como la Geografía, y que pueda constituir un tan pode­roso instrumento tanto para el desarrollo general del pensamiento, como para familiarizar al estudiante con el verdadero método del razonamiento científico y para despertar su afición por la ciencia natural. Los niños no son verdaderos admiradores de la Naturaleza mientras no tiene que ver con el Hombre. El sentimiento artístico que desempeña un tan importante papel en el deleite intelectual de un naturalista es todavía en el niño demasiado débil. Las armonías de la Naturaleza, la belleza de sus formas, las admirables adaptaciones de sus organismos, la satisfacción obtenida por la inteligencia en el estudio de las leyes físicas — todo esto puede venir después, pero no en la primera infancia. El niño busca por todas partes

(

Piotr Kropotkin 229

al hombre, por su lucha contra los obstáculos, por su actividad. Los mine­rales y las plantas le dejan frío; está atravesando una etapa en que la imaginación prevalece. Quiere dramas humanos, por lo que los relatos de cazadores y pescadores, de navegantes, de enfrentamiento con los peligros, de costumbres y hábitos, de tradiciones y migraciones constituyen obvia­mente la mejor manera de desarrollar en el niño el deseo de estudiar la naturaleza. Algunos «pedagogos» modernos han tratado de matar la ima­ginación en los niños. Los que son mejores serían conscientes de hasta qué punto la imaginación constituye una ayuda excelente para el razona­miento científico. Entenderán también lo que Mr. Tyndall trató una vez de grabar en sus oyentes, a saber, que no es posible un razonamiento cientí­fico capaz de profundizar sin la ayuda de un poder de imaginación fuerte­mente desarrollado; y utilizarán la imaginación del niño no para atiborrarle de supersticiones, sino para despertar su amor por los estudios científicos. La descripción de la Tierra y de sus habitantes constituirá con toda segu­ridad uno de los mejores medios para alcanzar este fin. Relatos del hombre luchando contra las fuerzas hostiles de la Naturaleza — ¿qué mejor se puede encontrar para inspirar en el niño el deseo de desentrañar los secretos de estas fuerzas?— . Se puede inspirar muy fácilmente en los niños la afición a «coleccionar», transformar sus cuartos en tiendas de curiosidades, mientras que, a una edad temprana, no es fácil inspirarles el deseo de penetrar las leyes de la Naturaleza: nada es más fácil que des­pertar en una joven mente la capacidad de comparación mediante el relato, de historias de países lejanos, de sus plantas y animales, de sus paisajes y fenómenos, siempre que plantas y animales, ciclones y tormentas, erup­ciones volcánicas, guarden relación con el hombre. Esta es la tarea de la Geografía en la primera infancia: tomando como intermediario al hombre, interesar a los niños en los grandes fenómenos de la Naturaleza, despertar su deseo de conocerlos y explicarlos.

La Geografía debe cumplir, también, un servicio mucho más importan­te. Debe enseñarnos, desde nuestra más tierna infancia, que todos somos hermanos, cualquiera que sea nuestra nacionalidad. En estos tiempos de guerras, de vanaglorias nacionales, de odios y rivalidades entre naciones hábilmente alimentados por gentes que persiguen sus propios y egoístas intereses, personales o de clase, la Geografía debe ser — en la medida en que la escuela debe hacer algo para contrarrestar las influencias hostiles— un medio para disipar estos prejuicios y crear otros sentimientos más dignos y humanos. Debe mostrar que cada nacionalidad aporta su propia e indis­pensable piedra para el desarrollo general de la comunidad, y que sólo pequeñas fracciones de cada nación están interesadas en mantener los odios y, rivalidades nacionales. Debe reconocerse que, aparte de otras causas que nutren las rivalidades nacionales, las diferentes naciones no se conocen suficientemente bien entre sí; las extrañas preguntas sobre su país que se le hacen a un extranjero; los absurdos prejuicios mutuos que se extienden a ambos extremos de un continente — y hasta a ambos lados de un canal— son prueba suficiente de que incluso entre los que se suele llamar gente

230 Antología de textos

culta, la Geografía es conocida sólo por el hombre. Las pequeñas diferencias de caracteres nacionales que aparecen especialmente entre las clases me­dias, tienden a ocultar el inmenso parecido que existe entre las clases trabajadoras de todas las nacionalidades, parecido que, cuando se tiene un mayor conocimiento, se convierte en el hecho más significativo. Es tarea de la Geografía poner de manifiesto esta realidad, con toda su fuerza, en medio de las mentiras- acumuladas por la ignorancia, la presunción y el egoísmo. Debe reforzar en las mentes de los niños que todas' las nacio­nes son valiosas unas para otras; que cualesquiera que sean las guerras que hayan mantenido, subyacía siempre en el fondo de ellas el más miope de los egoísmos. Debe poner de manifiesto que el desarrollo de cada nación ha sido consecuencia de varias importantes leyes naturales, im­puestas por los caracteres físicos y étnicos de la región que habita; que los esfuerzos realizados por otras naciones para impedir su desarrollo natural han constituido simples errores; que las fronteras políticas son reliquias de un bárbaro pasado, y que el intercambio entre los diferentes países, sus relaciones y su mutua influencia, están sometidos a leyes, que dependen tan poco de la voluntad individual como las leyes que regulan el movimiento de los planetas.

Esta segunda labor es suficientemente importante; pero hay una terce­ra, que quizá lo sea aún más: la de disipar los prejuicios en los que somos educados respecto de las llamadas «razas inferiores» — y esto en una época en que todo hace pensar que los contactos que vamos a tener con ellas van a ser más intensos que nunca. Cuando un político francés procla­maba recientemente que la misión de los europeos es civilizar a las razas inferiores usando los medios recientemente utilizados por él para civilizar algunas de ellas — es decir, con las bayonetas y las matanzas de Bac-leh— , no hacía sino elevar al rango de teoría los mismos hechos que los europeos están cometiendo a diario. Y cómo podría ser de otra manera cuando, desde su más tierna infancia, se les ha inculcado el desprecio de los «sal­vajes», se les ha enseñado a considerar las verdaderas virtudes de los paganos como crímenes encubiertos, a tratar a las «razas inferiores» como un simple cáncer — cáncer que sólo debe ser tolerado mientras la moneda no lo penetre— . Uno de los mayores servicios que ha suministrado recien­temente la Etnografía ha consistido en demostrar que esos presuntos «salvajes» han entendido cómo desarrollar en alto grado' en sus socieda­des los mismos sentimientos humanitarios de sociabilidad, sentimientos que nosotros, los europeos, estamos tan orgullosos de profesar, pero que prac­ticamos tan rara vez; que las «bárbaras costumbres» que tan prestos esta­mos a denigrar o de las que sólo oímos hablar con disgusto, responden sea a una brutal necesidad (como es el caso de la madre esquimal que mata a su recién nacido, a fin de poder amamantar a los demás, a los que cuida y atiende mucho mejor de lo que lo hacen millones de nuestras madres europeas), sea a unas formas de vida a las que nosotros, los orgu­llosos europeos, todavía estamos- asistiendo, después de haberlas modificado lentamente; y que las supersticiones que encontramos tan divertidas entre

Piotr Kropotkin 231

los «salvajes», todavía perviven entre nosotros al igual que entre ellos, con sólo un cambio de nombre. Hasta ahora los europeos han «civilizado a los salvajes» con whisky, tabaco y secuestros; los han inoculado con sus propios vicios; los han esclavizado. Pero ha llegado el momento en que nos debemos considerar obligados a aportarles algo mejor — es decir, el cono­cimiento de lás fuerzas de la Naturaleza, la forma de utilizarlas, y formas superiores de vida social. Todo esto, y muchas otras cosas, debe ser ense­ñado por la Geografía si realmente trata de convertirse en un medio de educación.

La enseñanza de la Geografía debe, pues, perseguir un triple objetivo: debe despertar en los niños la afición por la ciencia natural en su con­junto; debe enseñarles que todos los hombres son hermanos cualquiera que sea su nacionalidad; y debe enseñarles a respetar a las «razas infe­riores». Si esto se admite, la reforma de la educación geográfica es inmen­sa: consiste nada menos que en la completa renovación de la totalidad del sistema de enseñanza de nuestras escuelas.

Implica, en primer lugar, una completa reforma de la enseñanza de todas las ciencias exactas. Estas últimas, en vez de las lenguas muertas, deben convertirse en la base de la educación en nuestras escuelas. Ya hemos pagado durante demasiado tiempo nuestro tributo al sistema esco­lástico medieval de educación. Es hora de inaugurar una nueva era de educación científica. Es obvio, en efecto, que mientras nuestros niños de­diquen las tres cuartas partes de su tiempo escolar al estudio del Latín y del Griego, no les quedará tiempo que dedicar a un estudio serio de las Ciencias Naturales. Un sistema mixto constituiría necesariamenté un fracaso. Los requisitos de una educación científica son tan amplios que sólo el estudio riguroso de las ciencias exactas puede absorber por sí mismo todo el tiempo del que dispone el estudiante, sin mencionar las necesidades de la educación técnica, o más bien de la enseñanza de un futuro próxi­mo — lo que se llama la instrucción integral— . Si se adoptara un sistema bastardo, que combinara el sistema de educación clásico con el científico, nuestros chicos y chicas recibirían una enseñanza mucho peor que la que están recibiendo actualmente en los liceos clásicos.

Es evidente que ni un solo naturalista solicitará la exclusión de la es­cuela de todas las ciencias relativas al hombre, a favor de aquellas que tratan los restantes temas orgánicos e inorgánicos. Por el contrario, se mostrará a favor de conceder una parte mucho más importante de la que se le ha concedido hasta ahora al estudio de la Historia y de la Literatura de todas las naciones. Solicitará que la ciencia natural se extienda al hombre y a las sociedades humanas. Pedirá que la descripción comparativa de todos los habitantes de la Tierra ocupe un lugar mucho más importante dentro de la enseñanza. En esta concepción de la enseñanza, la Geografía debe ocupar el lugar que le corresponde. Manteniendo su carácter de cien­cia natural, debe asumir, junto con la Historia (la historia del arte al igual que la historia de las instituciones políticas) la inmensa labor de cubrir la

232 Antología de textos

faceta humanitaria (humanística) de nuestra educación — hasta dnnrU la escuela sea capaz de cubrirla.

No más, por descontado; porque los sentimientos humanitarios no pueden desarrollarse a partir de los libros si toda la vida exterior al colegio obra en sentido opuesto. Para ser reales y para convertirse en cualidades activas, los sentimientos humanitarios deben arraigar de la práctica cotidia­na de cada niño. La función de la enseñanza propiamente dicha es muy limitada en este aspecto. Pero por muy limitada que sea, nadie debe ser tan inconsciente como para rehusar al menos esa modesta ayuda. Tene­mos tanto que hacer para elevar el desarrollo,moral de la mayoría al alto nivel Icanzado por unos pocos, que ningún medio puede ser menosprecia- do, y, sin lugar a dudas, no negaremos la importancia del elemento mítico de nuestra educación en la persecución de esta meta. Pero, ¿por qué en­tonces limitar este elemento a la historia de Roma y Grecia? ¿Acaso no tenemos cosas que relatar y volver a relatar de nuestras propias vidas, relatos de abnegación, de amor por la humanidad, no inventados, sino reales, ni distantes, sino próximos, que vemos todos los días en torno a nosotros? Y si está establecido que el folklore impresiona más a las mentes infantiles que los hechos de la vida cotidiana, ¿por qué limitarnos a las tradiciones griegas y romanas? A efectos de educación, ningún mito griego — casi siempre demasiado sensual— puede sustituir a los mitos y cancio­nes artísticos, castos y altamente humanitarios de, por ejemplo, lituanos o finlandeses; encontramos en el folklore de los turco-mongoles, de los indios, de los rusos, de los germanos — en una palabra, de todas las na­ciones-— relatos tan artísticos, tan recios, tan cargados de humanidad, que uno no puede sino lamentar que nuestros niños se nutran de tradiciones grecorromanas en lugar de familiarizarse con los tesoros encerrados en el folklore de otras nacionalidades. De hecho, bien considerada, la Etnogra­fía puede ser a justo título comparada con cualquier otra, como instrumento para desarrollar en los niños y en los jóvenes el amor por la humanidad en su conjunto, los sentimientos de sociabilidad y solidaridad con cual­quier ser humano, así como la generosidad, el valor y la perseverancia — en una palabra, todas las mejores facetas de la naturaleza humana— . Todo ello suprime, en mi opinión, la última objeción que se pueda hacer en favor de una enseñanza basada en el estudio de la antigüedad griega o latina. E introduce necesariamente a la educación basada en las Cien­cias Naturales en el elemento humano.

Si se le da este significado a la Geografía, cubrirá, tanto en la ense­ñanza inferior como en las universidades, cuatro grandes ramas del conoci­miento, lo suficientemente amplias para constituir en los niveles superiores de la enseñanza cuatro especialidades separadas, o más aún, pero todas intimamente relacionadas entre sí. Tres dé estas ramas — orogenia, clima­tología y zoo y fitogeografía—• corresponden, en términos generales, a lo que se conoce hoy como Geografía física; mientras que la cuarta, al incor­porar algunas partes de la Etnografía, puede corresponder a lo que se enseña parcialmente en la actualidad bajo el título de Geografía política;

(

Piotr Kropotkin 233

pero deben hasta tal punto diferir de lo que en el presente se enseña bajo ambas denominaciones, tanto por su contenido como por sus métodos, que hasta sus nombres tendrán pronto que ser reemplazados por otros más adecuados.

El mismo derecho de la geografía a ser considerada una ciencia espe­cífica ha sido a menudo discutido, y el informe de Mr. J . S. Keltie men­ciona algunas de las objeciones realizadas. Incluso aquellos, sin embargo, que plantean esas objeciones, es seguro que estarán de acuerdo en reco­nocer que existe una rama del conocimiento específica — la que la menta­lidad sistemática francesa describe como Física del Globo, y que, aun reuniendo una amplia variedad de temas íntimamente relacionados con otras ciencias, debe ser cultivada y enseñada por separado para mutua ventaja de sí misma y de sus otras ciencias-hermanas— . Persigue un objeti­vo definido: el de descubrir las leyes que rigen el desarrollo de la Tierra.Y no es tan sólo una ciencia descriptiva — no sólo una grafía, como ha dicho un geólogo bien conocido, sino una logia— ; porque descubre las leyes de cierto tipo de fenómenos después de haberlos descrito y siste­matizado.

La Geografía debe ser, en primer lugar, un estudio de las leyes a las que están sometidas las modificaciones de la superficie de la Tierra: las leyes — porque existen esas leyes por muy imperfecto que hasta ahora sea nuestro conocimiento de ellas— que determinan el creciminto y des­aparición de los continentes; su configuración presente y pasada; las direc­ciones de los diferentes levantamientos — sometidos todos ellos a leyes telúricas, de la misma manera que la distribución de los planetas y de los sistemas solares está sometida a leyes cósmicas. Por tomar un ejemplo entre cientos: cuando consideramos los dos grandes continentes de Asia y América del Norte, el papel desempeñado en su estructura por sus colo­sales mesetas, la antigüedad de estas mesetas, las series de edades durante las cuales han permanecido como continentes, y la dirección de sus ejes y estrechas extremidades apuntando en una dirección en la proximidad del Estrecho de Behring; cuando además tomamos en consideración el paralelis­mo de las cadenas montañosas y la constancia con la que los dos rumbos principales de levantamientos (el noroeste y el noreste) se repiten en Europa y en Asia a través de una serie de edades geológicas; cuando constatamos la actual configuración de los continentes con sus extremos apuntando hacia el Polo Sur — debemos reconocer que ciertas leyes telúricas han recogido la conformación de los grandes abombamientos y aplanamientos de la corteza terrestre. Estas leyes todavía no han sido descubiertas: la misma orografía de los cuatro grandes continentes se encuentra en un estado embrionario; pero percibimos ya una cierta armonía en las grandes líneas estructurales de la Tierra, y debemos ya preguntarnos por sus causas. Este amplio tema de estudio atañe, naturalmente, a esa parte de la geología que ha recibido recientemente la denominación de geología^dinámica; la primera permanece como rama distinta con suficientes diferencias de la segunda como para ser tratada por separado. Cabe incluso decir, sin tratar de herir

(

X

234 Antología de textos

ni a geógrafos ni a geólogos, que el estado atrasado de la orogenia se debe precisamente a la circunstancia de que ha sido cultivada por geógrafos demasiado pendientes de los geólogos, en vez de ser el objeto de un deter­minado tipo de especialistas:- de geógrafos suficientemente familiarizados con la geología; mientras que la situación de atraso de la propia geología diná­mica (el incierto estado del período cuaternario da suficiente derecho para hacer esta afirmación) se debe al hecho de que nunca ha sido suficiente el número de geólogos que eran a la vez geógrafos, y de que demasiados geólogos menosprecian esta rama dejándola en manos de los geógrafos. De esta forma los geógrafos tienen que hacerse cargo de todo el trabajo, pro­porcionando a la geología los datos que necesita.”

La Geografía debe, en segundo lugar, estudiar las consecuencias de la distribución de los continentes y mares, de las elevaciones y depresiones, los efectos de la penetración del mar y de las grandes masas de agua sobre el clima. Mientras que la meteorología descubre, con ayuda de la física, las leyes de las corrientes oceánicas y aéreas, la parte de la Geografía que puede ser denominada climatología tiene que determinar la influencia de los factores topográficos locales sobre el clima. En sus partes generales, la meteorología ha experimentado recientemente enormes progresos; pero el estudio de los climas locales y de las diversas causas secundarias, geo­gráficas y topográficas, que influyen sobre el clima — la climatología pro­piamente dicha— sigue sin hacer. Esta rama requiere también sus propios especialistas, esto es, geógrafos-meteorólogos, y el trabajo realizado hace algunos años, en este sentido, por los señores Buchan, Mohn, Hahn, Woyeikoff y muchos otros, pone bien de manifiesto lo que queda por hacer.

Una tercera y enorme rama que también requiere sus propios especia­listas, es la de la zoogeografía y fitogeografía. Mientras la botánica y la zoología fueron consideradas como simples ciencias descriptivas, podían referirse incidentalmente a la distribución de las plantas y los animales sobre la superficie de la Tierra. Pero se han abierto nuevos campos de in­vestigación. El origen de las especies seguirá sin ser explicado si no se tienen en cuenta las condiciones geográficas de su distribución. Las adap­taciones de las especies al medio que habitan; sus modificaciones; su mutua dependencia; su lenta desaparición y la aparición de otras nuevas — el es­tudio de todos estos fenómenos se tropieza cada día con obstáculos insupe­rables, debido precisamente a que el tema no ha sido enfocado desde un punto de vista suficientemente geográfico. Wallace, Hooker, Griesbach, Peschel y muchos otros han señalado el camino que hay que seguir en este campo. Pero para hacerlo debemos contar nuevamente con una combi­nación especial de capacidades, en hombres que reúnan un amplio conoci­miento geográfico, con conocimientos botánicos y zoológicos. Por tanto, lejos de dudar de la necesidad de una ciencia específica que estudie las leyes del desarrollo del globo y la distribución de la vida orgánica en su superficie, nos vemos obligados a reconocer que hay sitio para tres ciencias diferentes, cada una con su objetivo específico, pero que deben de permanecer más

(

Piotr Kropotkin 235

unidas entre sí que con cualquier otra ciencia. La física del globo debe ser, y será, promovida a la altura de una ciencia.

Y ahora queda la cuarta gran rama del conocimiento geográfico — la que se refiere a los grupos humanos sobre la superficie de la tierra. La distribución de los grupos humanos; sus rasgos distintivos y las modifica­ciones de estos, caracteres acaecidas bajo distintas condiciones climáticas; la distribución geográfica de las razas, de los credos, de las costumbres, de las formas de propiedad, y su íntima dependencia respecto de las condicio­nes geográficas; cómo se ha adaptado el hombre a la Naturaleza que le rodea, y la mutua influencia entre ambos; las migraciones de troncos familia­res en lo que dependan de causas geológicas; las aspiraciones y sueños de las diferentes razas en cuanto que estén influidos por fenómenos de la naturaleza; las leyes de la distribución de los asentamientos humanos en cada país, que manifiesten la constancia de los asentamientos en los mismos lugares desde la edad de piedra hasta nuestros tiempos; la construcción de ciudades y las condiciones de su desarrollo; la subdivisión de los territorios en «cuencas» naturales manufactureras, a pesar de los obstáculos que supo­nen las fronteras políticas: todos éstos constituyen una amplia gama de problemas que recientemente han surgido entre nosotros. Si consultamos los trabajos de nuestros mejores etnólogos, si recordamos los ensayos realiza­dos por Riehl y Buckle, así como los de varios de nuestros mejores geó­grafos; si somos conscientes de la información acumulada y de las diferentes sugerencias que se pueden encontrar en la literatura etnológica, histórica y geográfica para la solución de estos problemas, no dudaremos segura­mente en reconocer que también en este caso existe un amplio campo para una ciencia específica, y muy importante, una verdadera logia y no sólo grafía. Está claro que también en este caso, el geógrafo tendrá que gravar a muchas ciencias afines para recopilar su información. Se debe requerir la contribución de la antropología, de la historia, de la filología. Muchas especialidades surgirán, algunas de ellas íntimamente relacionadas con la historia y otras con las ciencias físicas; pero es el deber reunir en un cuadro lleno de vida todos los diferentes elementos de este conocimiento; representarlo como un todo armónico, cuyas partes son consecuencia de unos cuantos principios generales y se mantienen unidas por mutua acción.

( ...) Existe actualmente en pedagogía, debemos reconocerlo, una ten­dencia en el sentido de cuidar demasiado la mente infantil, hasta el punto de frenar el razonamiento individual y de restringir la originalidad; y existe también una tendencia dirigida a facilitar demasiado el aprendizaje, hasta el punto de desacostumbrar a la mente a la realización del esfuerzo intelectual, en lugar de acostumbrarla. gradualmente a irlo realizando. Am­bas tendencias existen, pero deben ser consideradas ante todo como una reacción contra métodos que antes eran usuales, y seguramente tendrán una vida efímera. ¡Concedamos a nuestros escolares más libertad para su des­arrollo intelectual! ¡Dejémosles más espacio para su trabajo independiente, sin más ayuda por parte del profesor que la estrictamente necesaria! ¡Pon­gamos en sus manos menos libros de texto y más libros de viajes! Pongamos

236 Antología de testos

a su alcance más descripciones de países, escritos en todas las lenguas y por los mejores autores: éstos son los puntos fundamentales que nunca deben perderse de vista.

Es obvio que la geografía, al igual que otras ciencias, debe enseñarse en una serie de cursos concéntricos, y que en cada uno de ellos se debe poner el esfuerzo en aquellas partes que son más asequibles para las dife­rentes edades. Subdividij^ a la Geografía en Heitmaskunde para las edades más tempranas y en Geografía propiamente dicha para las edades más avanzadas no es ni deseable ni posible. Una de las primeras cosas que un niño pregunta a su madre es: «¿Qué ocurre con el sol cuando se pone?», y tan pronto como haya leído dos relatos de viaje, por tierras polares y tropicales, necesariamente preguntará: «¿Por qué no crecen palmeras en Groenlandia?» Estamos obligados a suministrar nociones de cosmografía y de Geografía física desde las edades más tempranas. Es evidente que no se le puede explicar a un niño qué es un océano si no se le enseña un estanque o un lago vecinos; ni qué es un golfo si no se llama su atención sobre un arroyo en la ribera de un río. Sólo con los pequeños desniveles de terreno podemos dar una idea a los niños de lo que son las montañas y las mesetas, las cumbres y los glaciares; y sólo sobre el plano de su pueblo o ciudad, el niño puede llegar a entender los convencionales jeroglíficos de los mapas., Pero la lectura favorita de los niños será siempre un relato de viajes de tierras remotas, o la historia de Robinson Crusoe. E l pequeño entrante de un estanque, la corriente de un pequeño río, sólo adquieren interés para la imaginación del niño cuando los puede imaginar en un dilatado golfo, con barcos anclados y hombres desembarcando en una costa desconocida; y los rápidos de un río cuando le evocan los rápidos de los fjander canadienses con el enflaquecido Dr. Richardson tirando por sí mismo a tierra una soga desde la otra orilla.

A menudo cosas que el niño tiene a mano le resultan menos compren­sibles que cosas lejanas. Es frecuente que el tráfico en nuestros propios ríos y ferrocarriles, el desarrollo de nuestras industrias y de nuestro comercio marítimo resulten, sin comparación, menos comprensibles y menos atrac­tivos a determinadas edades que las partidas de caza y las costumbres de pueblos primitivos distantes. Cuando recuerdo mi niñez, descubro que lo que hizo de mí un geógrafo y me indujo a los dieciocho años a inscribirme en el regimiento de Cosacos del Amur, y no en los guardias a caballo, no fue la impresión que me causaron las excelentes clases de nuestro excelente profesor de Geografía de Rusia, cuyo libro de texto tan sólo ahora estoy en condiciones de apreciar, sino con mucho mayor motivo la influencia de la gran obra de Defoe en mis primeros años y más tarde — lo principal de todo y por encima de todo— el primer volumen del Cosmos, de Humboldt, sus Tableaux de la Nature, y las fascinantes monografías de Karl Ritter sobre el árbol del té, el camello, etc.

Otra observación que debe quedar grabada en las mentes de los que preparan planes de reforma para la educación geográfica es que no puede haber una enseñanza sólida en geografía mientras siga como está en la ma­

C

Piotr Kropotkin 237

yoría de nuestras escuelas la enseñanza de las ciencias matemáticas y físicas. ¿De qué sirve dictar brillantes lecciones en climatología avanzada sí los alumnos nunca han tenido una concepción concreta de superficies y ángulos de incidencia, si nunca han hecho superficies y nunca han trazado lineas de intersección a diferentes ángulos? ¿Podemos hacer comprender a nues­tros oyentes, las nociones de masas de aíre, de corrientes y de torbellinos mientras no estén familiarizados con las leyes principales de la mecánica? Hacerlo significaría simplemente participar en ese tipo de instrucción que, por desgracia, se extiende con demasiada rapidez, el conocimiento de simples palabras y de términos técnicos, sin que debajo exista verdadero conoci­miento. La enseñanza que se da en ciencias exactas debe ser mucho más amplia y profunda de lo que es actualmente. Y también debe volverse más concreta. ¿Acaso se puede esperar que nuestros alumnos nos escuchen con atención cuando les hablamos de la distribución de las plantas y de los animales en la superficie de la tierra, de los asentamientos humanos, y de otros hechos análogos, si no se les ha acostumbrado a realizar por sí mismos una descripción completa de una determinada región, a mapÜicarla, a des­cribir su estructura geológica, a mostrar la distribución de las plantas y de los animales sobre su superficie, a explicar por qué los habitantes de los pueblos se han instalado en un emplazamiento determinado, y no mSs arriba, en un calle, y, sobre todo, si no se les ha enseñado a comparar su propia descripción con otras semejantes realizadas para otras regiones de otros países? Por muy buenos que sean los mapas en relieve de conti­nentes que pongamos en manos de nuestros niños, nunca les acostumbra­remos a una comprensión completa y nunca les aficionaremos a los mapas si no han hecho mapas por sí mismos — esto es, hasta que no hayamos puesto una brújula en sus manos, les hayamos llevado a campo abierto y les hayamos dicho: «Aquí tienes un paisaje; recorriéndolo con tu brújula tienes todo lo necesario para cartografiarlo; ve y cartografíalo.» Y no es necesario insistir en qué placer es para un chico de quince años deambular solo por los bosques, por los caminos, por las orillas de los ríos, y tenerlos todos — bosques, caminos y ríos— dibujados en una hoja de papel; ni tampoco es necesario decir lo fácilmente que se obtienen buenos resultados (lo sé por propia experiencia escolar) cuando el conocimiento geométrico se ha vuelto concreto al haberle sido aplicadas mediciones en el campo.

(...)Pero esto no es todo. Incluso si toda nuestra educación se fundamentara

en las ciencias naturales, los resultados alcanzados serían todavía muy pobres si el desarrollo intelectual general de nuestros niños fuera descuida­do. El resultado final de todos nuestros esfuerzos en materia de educación debe ser precisamente ese «desarrollo general del intelecto»; y, a pesar de ello, es lo último que se enseña. Se pueden ver, por ejemplo, en Suiza, ver­daderos palacios que albergan colegios; se puede encontrar en ellos las más selectas exhibiciones de materiales pedagógicos; los niños están muy adelan­tados en dibujo; conocen perfectamente los datos históricos; señalan en el mapa, sin vacilar, cualquier ciudad de consideración; determinan con fa-

í

238 Antología de textos

dlidad a qué especie pertenecen muchas flores; conocen de memoria algunas máximas de Jean-Jacques Rousseau y repiten ciertas críticas de «las teorías de Lassalle»; al mismo tiempo, están completamente desprovistos de «desa­rrollo general»; a este respecto, la mayoría se encuentra rezagada con relación a muchos alumnos de los colegios más atrasados y más anclados en los viejos sistemas de enseñanza.

Tan escasa atención se presta al desarrollo general del escolar que no estoy seguro de ser completamente entendido en lo que estoy diciendo, por lo que voy a poner un ejemplo. Váyase, por ejemplo, a París, Ginebra o Berna; éntrese en un café, en una cervecería donde los estudiantes tengan costumbre de reunirse, y particípese en su convefsación. ¿De qué hablan? De mujeres, de perros, de alguna característica de determinado profesor, quizá de remo; o — en París— de algún acontecimiento político del día, intercambiando algunas frases tomadas de los periódicos de moda. Y váyase ahora a un cuarto de estudiantes en el Vassili Ostrov de San Petersburgo, o al célebre Sivtseff Ravine de Moscú. La escena cambia, y aún más los temas de conversación. Los temas de discusión son, en primer lugar, la Weltanscbauung — la Filosofía del Universo— pacientemente elaborada por cada estudiante por separado o por todos juntos. Un estudiante ruso puede no tener botas con que ir a la Universidad, pero tendrá, en cambio, su pro­pia Weltanscbauung. Kant, Comte y Spencer les son familiares y, mientras consumen innumerables tazas de té, o mejor dicho, de agua de té, la im­portancia relativa de estos sistemas filosóficos es cuidadosamente debatida. La Anschauungen económica y política puede diferir en Vassili Ostrov o en Sivtseff Ravine, pero Rodbertus, Marx, Mili y Chemyshevsky son discutidos y comentados con interés por todas partes. Es seguro que la «Moral evolu­cionista» de Spencer es ya un libro familiar en el Sivtseff Ravine y que se considera una vergüenza no conocerlo. Este ejemplo explica lo que entiendo por «desarrollo general»: la capacidad y la afición por razonar sobre temas muy alejados de la mediocridad de nuestra vida cotidiana;, el más amplio desarrollo de la mente; la aptitud para percibir las causas de los fenómenos, para razonar sobre ello.

¿En qué radica la diferencia? ¿Se nos enseña mejor en las escuelas rusas? Claro que no. Las palabras de Pushkin: «Ninguno hemos aprendido demasiado y lo hemos hecho de forma azarosa» siguen siendo tan ciertas en lo que respecta al estudiante del Vassili Ostrov que al del Boulevard Saint- Michel o del Lago Lemán. Pero Rusia está viviendo una fase de su vida de mucha tensión impuesta al desarrollo general de los jóvenes. Un estu­diante de Universidad, o de los cursos superiores de instituto, que se limite a leer los libros de clase, será despreciado por sus compañeros y no respe­tado por la sociedad. Como consecuencia de una peculiar fase de despertar intelectual que estamos atravesando, la vida fuera del centro de enseñanza impone esta condición. Hemos tenido que someter a revisión todas las formas previstas de nuestra vida; y, al estar íntimamente relacionados entre sí todos los fenómenos sociales, no podemos hacerlo sin considerarlos desde una perspectiva superior. La escuela, a su vez, ha respondido a esta nece­

(.

Piotr Kropotkin 239

sidad creando un tipo especial de profesor — el profesor de literatura rusa. El utchitel slovesnosti constituye un muy peculiar y muy simpático tipo de la escuela rusa. Casi todos los escritores rusos están en deuda con él, por el impulso que de él han recibido para su desarrollo intelectual. Da a los estudiantes lo que ningún otro profesor puede dar en sus clases es­pecíficas: recapitula el reconocimiento adquirido; proyecta una visión filo­sófica de él; hace razonar a sus alumnos sobre los temas que no se ense­ñan en la escuela. ( .. .)

( .. .) En cada etapa de desarrollo de un joven alguien debe ayudarle a recapitular el conocimiento adquirido, a poner de manifiesto la relación existente entre las diversas categorías de fenómenos que son estudiados por separado, a ampliar horizontes ante sus ojos, a acostumbrarle a las gene; ralizaciones científicas.

Pero el profesor de literatura se ocupa forzosamente tan sólo de una categoría de instrucción filosófica — el mundo psicológico; mientras que se requieren las mismas generalizaciones, la misma capacidad filosófica para el conjunto de las ciencias naturales. Las ciencias naturales deben de tener su propio utchitel slovesnosti que debe poner de manifiesto las relaciones que existen entre todos los fenómenos del mundo físico, y desarrollar ante sus oyentes el tema de la belleza y la armonía del Cosmos. La filosofía de la naturaleza será, con toda seguridad, considerada algún día como parte necesaria de la educación; pero en el estado actual de nuestras escuelas ¿quién mejor para hacerse cargo de esta labor que el profesor de Geografía? No en vano el Cosmos fue escrito por un geógrafo.

( . . . )¿Dónde encontrar profesores para llevar a cabo esta inmensa tarea de

educación? Esta es, se nos dice, la gran dificultad que conlleva todo in­tento de reforma de la enseñanza. ¿Dónde encontrar, de hecho, varios cientos de miles de Pestalozzis y Frobels, que den una instrucción ver­daderamente sólida a nuestros niños? Seguramente no en las filas de ese triste ejército de maestros a los que condenamos a enseñar toda su vida, desde la juventud hasta la tumba; que son enviados a un pueblo, donde carecen de toda relación intelectual con gente culta, y que pronto se acos­tumbran a considerar su trabajo como una maldición. Seguramente no en las filas de aquellos que ven en la enseñanza una profesión asalariada, y nada más. Sólo caracteres excepcionales pueden seguir siendo buenos profe­sores en estas condiciones hasta una edad avanzada. Estos hombres y mu­jeres inapreciables deben constituir, valga decirlo, los hermanos mayores de un ejército de enseñantes, cuyas filas deben nutrirse con voluntarios orientados en su labor por aquellos que han consagrado toda su vida a la noble tarea de la pedagogía. Jóvenes, hombres y mujeres, que dediquen unos años de su vida a la enseñanza — no porque vean en la enseñanza una profesión, sino porque les mueve el deseo de ayudar a sus jóvenes amigos en su desarrollo intelectual; gente de más edad que esté dispuesta a consagrar un determinado número de horas a enseñar temas de su pre­ferencia — unos y otros constituirán probablemente el ejército de ense-

240 Antología de textos

fiantes en un sistema de educación menos organizado. En todo caso, está claro que no es precisamente convirtiendo a la enseñanza en una profesión asalariada como conseguiremos una buena educación para nuestros niños, y mantendremos en nuestros pedagogos ese espíritu abierto y receptivo que es imprescindible para acomodarse a las crecientes necesidades de la cien­cia. El profesor sólo será un verdadero profesor cuando sienta verdadero amor tanto por los niños como por los temas que enseña, y este senti­miento no puede perduf&r durante años si la enseñanza es tan sólo una profesión. Personas dispuestas a dedicar sus energías a la enseñanza y su­ficientemente capaces para hacerlo no faltan en nuestra sociedad. Falta saber cómo descubrirlas, cómo interesarlas por la educación y combinar sus esfuerzos; y en sus manos, con la ayuda de gente más experimentada, nuestros colegios serán muy pronto diferentes de como son ahora. Serán lugares donde las- jóvenes generaciones asimilarán el conocimiento y la experiencia de las más viejas, mientras que éstas, al contacto con las pri­meras, recuperán nuevas energías para un trabajo conjunto en beneficio de la humanidad.

EL PENSAMIENTO GEOGRAFICO CLASICO

Capítulo 2

I

(

t

Paul Vidal de la Blache *

LAS DIVISIONES FUNDAMENTALES DEL TERRITORIO FRANCES **

Una de las dificultades que hacen vacilar frecuentemente a la ense­ñanza geográfica es la incertidumbre sobre las divisiones que conviene adoptar en la descripción de las regiones. El asunto tiene más alcance de lo que en principio podría creerse; se refiere en realidad a la propia con­cepción que se tiene de la geografía. Si esa enseñanza se entiende como una nomenclatura que hay que añadir a otros conocimientos prácticos del mismo tipo, la búsqueda de las divisiones convenientes resulta muy sen­cilla. El mejor método será el mejor memorándum. Pero para quien pre­tende, por el contrario, tratar a la geografía como una ciencia, el asunto cambia de aspecto. Los hechos se aclaran según el orden con el que se agrupen. Si se separa lo que se debe aproximar, si se une lo que se debe separar, se rompe toda relación natural; es imposible reconocer el encade-

* Paul Vidal de la Blache (1845-1918). Además de los que corresponden a los textos traducidos en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Vidal de la Blache, P. (1911): «Les gentes de vie dans la géographie humaine»,

Annales de Géographie, X X , 111 y 112, pp. 193-212 y 290-304.Vidal de la Blache, P. (1913): «Des caracteres distinctifs de la géographie», Annales

de Géographie, X X II , 124, pp. 289-299.Vidal de la Blache, P. (1971): La France de l’Est (Lorraine-Alsace), París, Amand

Colin.Vidal de la Blache, P. (1922): Principes de géographie humaine. Publiés d’aprés les

manuscrits de l’Auteur par E . de Martonne. Avertissement de E. de Martonne, París, Armand Colin.* * Vidal de la Blache, P. (1888-1889): «Des divisions fondamentales du sol fran-

$ais», Bulletin Littéraire, I I , pp. 1-7 y 49-57; reproducido en Vidal de la Blache, P ., y Camena d’Almeida, P. (1897): La France, París, Armand Colin, nueva edición total­mente refundida e ilustrada, 1909, pp. V -XXX. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

243

244 Antología de textos

namiento que enlaza, sin embargo, los fenómenos de los que se ocupa la geografía y que constituye su razón de ser científica.

Se nos permitirá considerar como indiscutible en principio que la geo­grafía debe ser tratada en la enseñanza como una ciencia y no como una simple nomenclatura. Vamos a intentar, pues, no tanto discutir los pro­cedimientos como aclarar un principio metodológico. Lo más seguro y lo mejor en semejante matejria es elegir un ejemplo: lo natural es que sea el de Francia.

I) Los programas conceden con razón una gran importancia al estudio de Francia. Nuestro país es una región suficientemente variada como para servir de tema a estudios muy fecundos. Quien penetrase a fondo en la geografía de Francia poseería datos desde luego insuficientes, pero ya muy valiosos y susceptibles de aplicación a las leyes generales de la vida terrestre. Los maestros habrán de recurrir a veces a la geografía de los países vecinos para explicar ciertos rasgos del nuestro. Pero, en general, podrán limitarse sin lamentarlo al estudio de este territorio que, aun no siendo más que alrededor de la 965a parte de la superficie terrestre, ofrece, sin embargo, abundante materia para sus observaciones. Se puede uno pre­guntar, ante todo, si es necesario dividir en regiones el país que se quiere estudiar, y si no sería más sencillo examinar separadamente y uno detrás de otro sus principales aspectos, costas, relieve, hidrografía, ciudades, etc. Es fácil mostrar que un sistema así iría directamente contra la finalidad que se propone la geografía. Esta ve en los fenómenos su correlación, su encadenamiento; busca en ese encadenamiento su explicación: no hay que empezar pues por aislarlos. ¿Puede describirse de forma inteligible el lito­ral sin las tierras del interior, los acantilados de Normandía sin las mesetas de creta de las que forman parte, los promontorios y los estuarios bre­tones sin las rocas de naturaleza diferente y de desigual dureza que constituyen la península? Ocurre lo mismo con la hidrografía y la red fluvial, que dependen estrechamente de la naturaleza del terreno. ¿Por qué aquí las aguas se concentran en canales poco numerosos, mientras que en otras partes se dispersan en innumerables redes y discurren por todas partes? ¿Por qué el mismo río cambia, durante su curso, de aspecto y de ritmo, unas veces encajado, otras ramificado, claro o turbio, desigual o regular, adoptando, sucesivamente, en resumen, los caracteres de las re­giones que atraviesa? El geógrafo estudia en la hidrografía una de las expresiones en las que se manifiesta una región, y actúa de igual manera con la vegetación, con las viviendas y los habitantes. No debe ocuparse de estos distintos temas de estudio ni como botánico ni como economista. Pero sabe que de estos diferentes rasgos se compone la fisonomía de una región, es decir, ese algo vivo que el geógrafo debe aspirar a reproducir. La naturaleza nos pone pues en guardia contra las divisiones artificiales. Nos indica que no hay que. parcelar la descripción, sino que, por el con­trario, hay que concentrar sobre la región que se quiere describir, y que

Paul Vidal de la Blache 245

hay que delimitar entonces convenientemente, todos los rasgos propios ne­cesarios para caracterizarla. La naturaleza, dice Cari Ritter, «ist keine tote Maschinerei»; Francia, diremos nosotros siguiéndole, no es una maquinaria que se pueda desmontar y exponer pieza por pieza.

Pero hay que elegir bien estas divisiones regionales; y henos aquí de nuevo en el tema. Sería poco razonable tomar como guía, en materia geo­gráfica, divisiones históricas o administrativas. No hablo de nuestras 86 ■unidades departamentales, que no podrían tomarse seriamente como marcos de una descripción geográfica. Pero se ha afirmado a veces que las anti­guas provincias ofrecían un sistema de divisiones acorde con regiones na­turales. Hay que señalar que esta opinión ha sido emitida fundamental­mente por geólogos; quizá los historiadores tendrían dificultades para compartirla. Cuando se repasan mentalmente los incidentes históricos, los azares sucesorios, las necesidades circunstanciales que han influido sobre la formación de estos agrupamientos territoriales, surgen dudas sobre la concordancia que puede existir entre una provincia y una región natural. Esta concordancia existe, sin embargo, hasta cierto punto en determinadas provincias. Champaña y, sobre todo, Bretaña pueden servir de ejemplos. Pero lo más frecuente es que las provincias nos ofrezcan una amalgama heterogénea de regiones muy diversas; la composición territorial de Nor­mandía o del Languedoc no responde en absoluto a una división natural del territorio.

Las divisiones geográficas no pueden proceder más que de la propia geografía. Esto ha quedado claro; pero entonces se ha imaginado esa di­visión por cuencas fluviales, a la que, a pesar de las justas críticas que provoca, no es seguro que la enseñanza haya renunciado en todas partes, pues no se renuncia en un día a costumbres inveteradas que libros y mapas llamados geográficos han acreditado a conciencia. Este sistema de divisiones es sencillo en apariencia, pero no tiene más que la apariencia de la sencillez. En realidad no puede ser más oscuro. Lo artificial no puede ser claro; pues al destruir las relaciones naturales de las cosas se condena uno a no darse cuenta de nada: es ponerse en contradicción con realidades que saltan a la vista. Aplicada a Francia, la división por cuencas fluviales separa comarcas que la naturaleza ha unido, como los «países» * del curso medio del Loira y los del Sena. Destruye la unidad del Macizo Central. ¡Un geólogo dijo en cierta ocasión que la existencia del Macizo Central, partiodaridad bastante importante del territorio francés, había pasado des­apercibida para los geógrafos! Para ciertos geógrafos, al menos, estas palabras no eran demasiado severas. Estaban muy justificadas ante los mapas en los que, para uso escolar, se representaba no sé qué esqueleto imaginario cuyas articulaciones se prolongaban hasta los extremos del te-

* Se ha preferido respetar, entrecomillándolo, el término «país» (pays), aiando se refiere a pequeñas unidades espaciales, ya que el autor acepta para ese téimino, frecuente en la literatura geográfica francesa clásica, un significado que no coincide exactamente con el que babitualmente se atribuye al término castellano «comarca». (N. del T.)

246 Antología de textos

rritorio. Hemos conocido todos, en nuestra infancia, esas sigulares imáge­nes que recortaban a Francia en compartimentos distintos, desconocidos para los geólogos y los topógrafos. Se obtenía una fisionomía totalmente falsa del territorio francés.

II) Intentemos pues clarificar lo que hay que entender por región natural. El mejor medio gara ello será librarnos de toda rutina escolástica y situarnos, siempre que sea posible, ante realidades. La geografía no es precisamente una ciencia de libros; necesita la colaboración de la observa­ción personal. Sólo será buen maestro quien uga cierto interés de obser­vación personal a las cosas que tiene que describir. La naturaleza, en su inagotable variedad, pone al alcance de cada uno los objetos de observa­ción, y se puede garantizar a los que se dedican a ello menos esfuerzo que placer.

Entre Etampes y Orléans, atravesamos en tren un «país» llamado la Beauce; e incluso sin bajar del vagón, distinguimos algunos caracteres del paisaje: un terreno indefinidamente llano, sobre el que se desarrollan campos cultivados alargados, muy pocos árboles, muy pocos ríos (durante 65 kilómetros no se atraviesa ninguno), sin casas aisladas; todas las vi­viendas están agrupadas en aldeas o pueblos.

Si atravesamos el Loira encontramos, al sur, un «país» igual de llano, pero cuyo terreno tiene un color diferente, en el que abundan los bosques y las lagunas: es la Sologne. Al oeste de la Beauce, entre las fuentes del Loira y del Eure, aparece un «país» accidentado, verde, fragmentado por cercas y por hileras de árboles, con viviendas diseminadas por todas partes, es el Perche. Entremos en Normandía. Si en el departamento de Sena Inferior, examinamos los dos distritos contiguos de Yvetot y de Neufchátel, ¡qué diferencias! En el primero todo es llanura, campos de cereales, granjas cercadas cuadrangularmente por grandes árboles, amplios horizon­tes. En el segundo no se ven más que pequeños valles, setos vivos y pastos. Hemos pasado del «país» de Caux al «país» de Bray. La forma de vivir de los habitantes ha cambiado con el terreno. Si, en el departamento de Calvados, abandonamos el campo de Caen para entrar en el Bocage, se nos presentan contrastes diferentes, pero no menos acusados. Los hom­bres difieren como el terreno; y el instinto popular que distingue entre las poblaciones de los dos «países» no es de hoy. El viejo poeta normando del Román de Rou sabía ya muy bien distinguir «Cil des bocages et cil des plains».

A veces no es sólo un «país», sino una serie continua de «países» designada por los habitantes con un nombre que señala al observador la analogía de sus caracteres. Así, entre Caen y Le Mans se desarrollan, de norte a sur, una Campagne de Caen, una Campagne de Alen?on, una Campagne Mancelle. Para el geólogo, esta sucesión de Campagnes repre­senta un zona de terrenos de caliza oolítica formando un reborde a lo largo de los esquistos y de los granitos que se suceden del Cotentin al Anjou. Se ofrece a la vista como una superficie débilmente accidentada,

(

Paul Vidal de la Blache 247

cultivada de cereales, que las carreteras y los ferrocarriles eligen preferen­temente, mejor que los «países» más accidentados que la bordean tanto al este como al oeste. Este nombre de Campagne o Champagne se vuelve a encontrar en el límite norte del Macizo Central: allí también designa una superficie .uniforme de llanura que bordea un «país» totalmente dife­rente: la Champagne de Cháteauroux confina a la Marche, cortada por innumerables accidentes de terreno, cultivada en pequeños campos con los que se mezclan praderas, bosques y landas.

Las denominaciones características no faltan casi nunca en el punto de contacto de regiones francamente diferentes. Pero las circunstancias que llaman la atención varían y se expresan de forma distinta en el vocabulario local. En el extremo occidental del Macizo Central, el nombre de 'Tenes froides designa al «país» de Confolens, mientras que el «país» de Ruffec, situado también en el departamento de la Charente, se denomina T erres chandes. El nombre del primer «país» perteneciente al Macizo Central procede de la impermeabilidad del terreno, en cuya superficie la permanen­cia del agua produce la humedad y las nieblas. En el otro, las calizas fisuradas mantienen la sequedad en la superficie, mientras que las aguas se infiltran en el subsuelo.

No temamos multiplicar los ejemplos. En otra parte de Francia, donde los terrenos calcáreos se presentan también contiguos a los granitos, en­contramos una distinción claramente establecida, la del Morvan y del Auxois: éste, «país» de tierras fuertes y fértiles, que ningún campesino confundirá con el frío y estéril «país» limítrofe al suroeste.

No tenemos pues más que mirar a nuestro alrededor para recoger ejem­plos de divisiones naturales. Estos nombres, en efecto, no son términos administrativos o escolares; son de uso cotidiano, el propio campesino los conoce y los emplea. Como productos que son de la observación local, no pueden abarcar grandes extensiones: son restringidos como el horizonte de los que los utilizan. Son «países» más que regiones. Pero no por ello tienen menos valor para el geógrafo. La expresión «país» tiene la carac­terística de que se aplica a los habitantes casi tanto como al terreno. Cuando hemos intentado penetrar en la significación de estos términos, hemos visto que no expresan una simple particularidad, sino un conjunto de caracteres extraídos a la vez del terreno, de las aguas, de los cultivos, de la disposición de las viviendas. ¡He aquí, pues, tomado del natural, ese encadenamiento de relaciones que parte del terreno y que desemboca en el hombre, y del que decíamos al comienzo que debía constituir el objeto propio del estudio geográfico! Instintivamente adivinado por la observa­ción popular, este encadenamiento se precisa y se coordina mediante la observación científica. Para comprender lo que la enseñanza geográfica le exige, un maestro no podría encontrar mejor ejercicio y mejor guía que estos nombres de «países». Aquí están, en efecto, las que yo llamaría fuentes vivas de la geografía. Sería muy sorprendente que este estudio no le hiciese rechazar para siempre las malas divisiones artificiales, que no sirven más que para desconcertar a la vista y a la mente.

248 Antología de textos

Pero, se dirá, ¿cómo aplicar una división por «países» a la enseñanza de la geografía de Francia, para que pueda practicarse en las escuelas? No recomendamos, en efecto, su aplicación directa. Además de las dificul­tades frecuentemente insuperables que supondría su delimitación, hay en la propia exigüidad de estas divisiones una razón perentoria. El estudio del territorio estaría fragmentado más allá de toda medida admisible en una enseñanza dirigida a escolares; las relaciones generales correrían el riesgo de desaparecer en el análisis demasiado fragmentario del detalle. ■’

Pero aconsejamos a los maestros que utilicen estas divisiones, que les ofrecen los propios habitantes, de una forma indirecta, es decir, que se inspiren en ellas para elevarse hasta los agrupamientos más generales que les son necesarios. El principio de estas divisiones más generales debe buscarse en el orden mismo de los hechos naturales. ¿En qué se basan, en definitiva, estas divisiones de «países»? Resumen un conjunto de fe­nómenos que dependen casi siempre de la constitución geológica del te­rreno. La geología y la geografía son, en efecto, dos ciencias distintas, pero que se relacionan estrechamente. El geólogo se propone, al estudiar los terrenos, determinar las condiciones en las que se han formado; intenta reconstruir, capa tras capa, la historia del suelo. Para el geógrafo el punto de partida es idéntico, pero la finalidad difiere. Busca en la constitución geológica de los terrenos la explicación de su aspecto, de sus formas exteriores, el principio de las influencias diversas que ejerce el terreno tanto sobre la naturaleza inorgánica como sobre los seres vivos. Otras causas concurren sin duda también a determinar la fisionomía de las regiones. Si en lugar de estudiar una región restringida como Francia, se estudiasen amplias superficies continentales, habría que fijarse primero en el clima; eni la fisionomía de las grandes zonas terrestres las conside­raciones procedentes del clima son incluso más importantes que las causas geológicas. El régimen de las lluvias, por la influencia que ejerce sobre la vegetación, puede, independientemente de toda diferencia geológica, modi­ficar la fisionomía de las regiones.

Pero, sin renunciar a beber en otras fuentes, la Geografía no pierde nunca de vista a la geología. Incluso cuando ias dos ciencias gemelas parecen divergir, no se mantienen extrañas entre sí. No se comprende exactamente el terreno más que cuando se está en condiciones de remon­tarse hasta los orígenes de su formación. Ocurre con la historia de la tierra como con la de los hombres; el presente está demasiado estrecha­mente ligado al pasado para que pueda ser explicado con exactitud sin él.

(El apartado I I I describe las «cinco grandes regiones» de Francia: Bassin de París, Platean central, Ouest, Midi y Vallée du Rbóne et de la Saóne.)

IV ) En el conjunto del territorio francés hay otros grupos regio­nales que yo llamaría periféricos. Se extienden, en efecto, como glacis a lo largo de nuestras fronteras. Pero las grandes regiones cuyo rápido esbozo

(

Paul Vidal de la Blache 249

se acaba de trazar son las divisiones fundamentales dd territorio francés. A su correspondencia debe éste su carácter armónico.

No es una casualidad que se asemejen a las divisiones geológicas hasta el punto de coincidir más o menos con ellas. Pero hay que reconocer que se justifican también por razones procedentes del aspecto del terreno, del carácter de la vegetación, del agrupamiento de los habitantes, es decir, de orden esencialmente geográfico. Tal es, en efecto, la concordanda íntima y profunda de ambas ciencias. En esta concordancia deben los maestros buscar los principios metodológicos que, en nuestra opinión, son los únicos capaces de conferir a la enseñanza de la geografía un carácter de precisión y de verdad.

(

í

Paul Vidal de la Blache

PANORAMA DE LA GEOGRAFIA DE FRANCIA: PROLOGO *

La historia de un pueblo es inseparable del territorio que habita. Sólo se puede representar al pueblo griego en torno a los mares helénicos, al inglés en su isla, al americano en los amplios espacios de los Estados Unidos. Se ha intentado explicar en estas páginas de qué manera ha ocu­rrido lo mismo con el pueblo cuya historia se ha incorporado al terri­torio francés.

Las relaciones entre el terreno y el hombre están impregnadas, en Francia, de un carácter original de antigüedad, de continuidad. Los pobla- mientos humanos parecen haberse estabilizado muy tempranamente; el hombre se ha detenido aquí porque ha encontrado, junto a los medios de subsistencia, los materiales de sus construcciones y de sus industrias. Du­rante largos siglos ha llevado así una vida local, que se ha impregnado lentamente de las esencias de la tierra. Se ha producido una adaptación, gracias a costumbres transmitidas y mantenidas en los lugares donde habían nacido. Hay un hecho que frecuentemente se puede observar en nuestro país, y es que los habitantes se han sucedido desde tiempos inmemoriales en los mismos lugares. Los niveles de manantiales, las rocas calizas pro­picias para la construcción y para la defensa, han sido desde el principio focos de atracción, que no se han abandonado posteriormente. Se puede ver, en Loches, el castillo de los Valois levantado sobre restos romanos, que a su vez coronan la roca de toba perforada por grutas, que pudieron ser viviendas primitivas.

* P. Vidal de la Blache: Tablean de la géographie de la France (en Lavisse, E., Dir.: Histoire de France depuis les origines jasqu’i la Révolulion, tomo I , 1 * parte), París, Hachette, 1903; «Avant-propos», pp. 3-4. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

250

(

Paul Vidal de la Blache 251

El hombre ha sido durante mucho tiempo, en nuestro país, el discí­pulo fiel del terreno. El estudio de ese terreno contribuirá, por tanto, a ilustrarnos sobre el carácter, las costumbres y las tendencias de los habi­tantes. Para conseguir resultados precisos este estudio debe ser razonado; es decir, debe relacionar el aspecto que presenta el terreno actual con su composición y su pasado geológico. No temamos dañar así la impresión que se desprende de las líneas del paisaje, de las formas del relieve, del contorno de los horizontes, del aspecto exterior de las cosas. Todo lo contrario. La inteligencia de las causas permite saborear mejor su dispo­sición y su armonía.

He intentado hacer revivir, en la parte descriptiva de este trabajo, una fisionomía que me ha parecido variada, amable, acogedora. Me gustaría haber conseguido plasmar algo de las impresiones que he sentido al reco­rrer en todas las direcciones esta región profundamente humanizada, pero no envilecida por las obras de la civilización. Sentimos en ella una llamada a la reflexión, pero volvemos sin cesar, como a una fuente de causas, al espectáculo, a veces risueño y a veces imponente, de esos campos, de esos montes y de esos mares.

(

rr

Jean Brunhes *

EL CARACTER PROPIO Y EL CARACTER COMPLEJO DE LOS HECHOS DE GEOGRAFIA HUMANA **

Alguien dijo — y fue Taine: «Miremos un mapa. Grecia es una penín­sula en forma de triángulo que, teniendo su base apoyada sobre la Turquía europea, se destaca de ella, se alarga hacia el mediodía, se adentra en el mar, se afila en el istmo de Corinto, para formar más allá una segunda península más meridional aún, el Peloponeso, especie de hoja de morera unida al continente por un fino pedúnculo. A esto debe añadirse un cen­tenar de islas, con la costa asiática enfrente: una franja de pequeños países cosida a los grandes continentes bárbaros, y un enjambre de islas dispersas sobre un mar azul rodeado por la franja; ésta es la tierra que ha alimentado y formado a ese pueblo tan precoz y tan inteligente. Era sin­gularmente adecuada para esta obra... Un pueblo formado por semejante clima se desarrolla más rápida y armoniosamente que otro; el hombre no se encuentra agobiado o aplanado por el excesivo calor, ni envarado y paralizado por el rigor del frío. No está condenado a la inercia soñadora

* Jean Brunhes (1869-1930). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Brunhes, J . (1902): L’irrigation dans la Péninsule Ibérique et dans l'Afrique du Nord,

París, Naud.Brunhes, J . (1910): La géographie humaine. Essai de classification positive. Principes

et exemples, París, Félix Alean. (Existe traducdón de la versión abreviada de esta obra: Brunhes, J . : Geografía humana. Edición abreviada por Mme. M. Jean- Brunhes Delatnarre y P. Deffontaines. Traducción de J . Comas Ros, Barcelona, Ju­ventud, 1948.)

Brunhes, J ., y Vallaux, C. (1921): La géographie de l’histoire. Géographie de la paix et de la guerre sur terre et sur mer, París, Félix Alean.* * Brunhes, J . (1913): «Du caractére propre et du caractére complexe des faits de

géographie humaine» (Lección inaugural del curso de Geografía Humana, pronun­ciada en el Collége de France, el 9 de diciembre de 1912), Annales de Géographie, X X II, 121, pp. 1-40. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

252

(

Jean Brunhes 253

ni al continuo ejercicio: no pierde el tiempo en contemplaciones místicas ni en la barbarie brutal.»

Otro dijo, como para replicar — y fue Hegel: «Que no me vengan a hablar del cielo de Grecia, puesto que son los turcos quienes habitan ahora donde antes habitaban los griegos: que ya no se siga con eso y que nos dejen tranquilos.»

Los dos juicios se enfrentan. Desde luego, no habría que reducir la Filosofía del Arte tan sólo a esta Geografía explicativa, y ya tendremos ocasión de volver sobre ello; pero es sabido que la preocupación deter­minista de Taine le condujo a pensar que las leyes de las ciencias del hombre son las mismas que las de las ciencias naturales: «La filosofía de la historia repite como una fiel imagen la filosofía de la historia natural.»

Para otros, por el contrario, el hombre es completamente independiente del medio físico: unas veces es la consecuencia del espíritu, otras es la raza el secreto de todo el desarrollo económico, histórico y geográfico de los diversos grupos humanos. Gobineau declaró: «El grupo blanco, aunque viviese en el fondo de los hielos polares o bajo los rayos de fuego del Ecuador, haría inclinarse de su lado el mundo intelectual. Allí con­vergerían todas las ideas, todas las tendencias, todos los esfuerzos y no habría obstáculo natural que pudiese impedir que llegasen las mercancías, los productos más lejanos a través de los mares, los ríos y las montañas.»

Reivindicar o más bien establecer los derechos de la geografía humana exige librarse de la seducción del estilo ampuloso y de la explicación demasiado simplista y sistemática de Taine, y librarse también de los doctrinarios de las influencias étnicas.

Era importante confrontar primero y oponer esas interpretaciones ex­tremas de las modalidades de la actividad humana en la Superficie de nuestra tierra, interpretaciones que vienen avaladas, sin embargo, por nom­bres tan notables: se aceptará con más facilidad que todo lo que hemos intentado precisar, en este curso de geografía humana, no es tan evidente como a veces podrían hacerlo creer nuestra exposición, y se considerará legítimo nuestro deber, que es recordar modestamente, con algunos hechos muy claros, en primer lugar, cómo la historia se traduce en la geografía; en segundo lugar, cómo la geografía se traduce en la historia; en tercer lugar, cómo, en qué medida y bajo qué formas los seres humanos son factores geográficos.

( - )

E l c a r á c t e r p r o p i o d e l o s h e c h o s d e g e o g r a f ía h u m a n a

(...)

La geografía se traduce en la historia ( .. .)

Después de Montesquieu, Turgot, Daunou, Heeren, cuyos presenti­mientos geográficos tendremos ocasión de analizar, fue Michelet el primer

(1

254 Antología de textos

historiador que sintió y expresó muy claramente que la historia dependía en cierta medida de la geografía: «Sin una base geográfica, el pueblo, el actor histórico parece andar en el aire, como en las pinturas chinas en las que falta el suelo. Y hay que subrayar que la tierra no es sólo el teatro de la acción. Por la alimentación, el clima, etc., influye de mil maneras.»

Pero la dificultad ha surgido cuando se ha querido precisar el papel de los hechos naturales "Sn la historia de los destinos humanos. Intentare­mos ver cómo la historia se ha acercado poco a poco a la tierra hasta la aparición de ese Tablean de la géographie de la France, debido a P. Vidal de la Blanche; éste es el modelo más perfecto de este método explicativo, y permítanme declarar aquí y ahora con qué orgullo me con­fieso y sigo siendo el alumno de semejante maestro: le debo más que ideas; le debo la inspiración, la iluminación primera, el gusto por todos los matices delicados del juego subaéreo de la tierra y de los hombres, y, por decirlo en una palabra, la pasión por la geografía.

Hay que salir pues resueltamente de las generalidades y de las rela­ciones vagas entre la naturaleza y los hombres.

Es necesario buscar el porqué de esas conexiones. Si los hechos na­turales tienen una cierta acción sobre las aptitudes o las vocaciones de los grupos humanos, es porque hay hechos intermediarios, hechos de pesca o de caza, hechos de cultivo, hechos de enfermedad, etc., en los que se revela el contacto entre las actividades terrestres y las actividades humanas, y mediante los que puede explicarse la influencia de las primeras sobre las segundas. Es acertado, pero insuficiente, decir con Napoleón: «La política de los Estados está en su geografía»; y para hacerles com­prender bien en qué sentido conviene orientar las investigaciones histórico- geográficas, les citaré una frase que revela de manera mucho más completa una de las formas realistas del poder político; fue escrita en 1902, a pro­pósito de Madagascar. «La exactitud de esta fórmula se confirma cotidia­namente: el dueño de los bueyes es dueño del país. La tribu más refrac­taria se somete inmediatamente cuando se controlan sus rebaños.» Estas líneas, muy dignas de un conquistador pacífico, son las de un oficial que ya estaba acostumbrado a la victoria en el Tonkín, y después en Madagas­car, el general Lyautey.

Cuando, al venir hacia París, se franquean las últimas crestas de los escarpes en aureola que son uno de los rasgos esenciales de la cuenca parisina, se percibe, mirando el horizonte, delante de esta línea de cresta, la silueta de la colina y de la ciudad de Laon, mesa colgada que una capa resistente de 12 metros de caliza grosera mantiene plana y alta, por encima de capas arenosas; es una especie de acento circunflejo, limitado por todas partes por lo abrupto del escarpe, y que dominaba antaño una zona malsana, pero muy protectora, de terrenos pantanosos. No puede uno evitar el recuerdo de toda la historia de Laon, bastión avanzado del cristianismo en el norte de la Galia, isla fuerte que escapó a los vándalos, refugio de los últimos carolingios. ¿No estaba esta excepcional configura­ción predestinada a albergar una plaza fuerte, muy fuerte? Vayamos in­

(

Jean Brunhes 255

cluso más lejos. ¿No es lógico que esta comuna tan claramente delimitada, que encontraba a sus propias puertas una cuesta pronunciada que podría utilizarse favorablemente para la defensa, haya sido la primera dotada de bastante audacia y de una conciencia suficientemente fuerte de su realidad colectiva como-para rebelarse contra su obispo soberano? ¿No es acaso un ejemplo admirable de la influencia ejercida sobre la historia no sólo por la posición, sino por la estructura, por la configuración del terreno?

Sin embargo, incluso en este ejemplo, aunque los hombres han depen­dido manifiestamente de la tierra, también han dependido de lo que han creado ellos mismos sobre ese punto del espacio. Una vez elegido el em­plazamiento por los primeros habitantes, lo que ejerce una acción sobre los siguientes es a la vez la naturaleza geográfica y la obra geográfica iniciada por el hombre. La relación no es sencilla; no olvidemos la conclu­sión de este hecho analizado: lós hombres se ligan al marco natural no sólo en función de las aptitudes originales de ese marco, sino en función de los hechos geográficos humanos que proceden de su elección y de su propia actividad.

De la misma forma, cuando se trata del clima, todo el mundo, desde Montesquieu, tiene la impresión de que las modalidades de la actividad de los hombres están en relación con los hechos climáticos; pero ¿cuáles son en realidad esas relaciones? ¿Cómo actúa sobre nosotros el clima? Actúa en primer lugar sobre nuestro organismo; actúa por los huéspedes intermediarios cuyo desarrollo permite, y que son los agentes transporta­dores de esta y de aquella enfermedad; actúa también por los cultivos y por medio de la alimentación que esos cultivos .nos procuran. Aquí, tanto o quizá más que en otros terrenos, hay que renovar mediante el análisis los datos demasiado corrientes, demasiado fáciles y demasiado superficiales. Existen ciertas relaciones entre el total y la serie de los acontecimientos climáticos de un año y la producción en cantidad y en calidad de las cose­chas de tal o cual cereal. Pero hay trigo y trigo, y cada uno de estos trigos se adapta al suelo y tiene un temperamento climático, que le convierte casi en otra planta y que le convierte, en todo caso, en otra planta desde el punto de vista de la geografía humana. Los americanos desconocían to­talmente los trigos duros; han descubierto, hace cuatro o cinco años, el trigo de Cherson. La región de Cherson ya no pertenece a las tierras negras, es ya la estepa seca; este trigo les ha hecho ganar, para el cultivo de la gran planta alimenticia, cien millas sobre el Gran Desierto. Hoy, los Esta­dos Unidos producen sesenta millones de celemines de trigo duro.

Los hombres como agentes geográficos

La superficie de la tierra ofrece a nuestra observación asperezas con­tinentales y mantos líquidos, olas inmóviles de piedra, que son las monta­ñas plegadas, y ondulaciones pasajeras y renovadas de las partes cons­tituidas por elementos más móviles, aguas o arenas; los glaciares, los

C

256 Antología de textos

torrentes y los ríos, los fenómenos eruptivos, no sólo accidentan por su mera presencia la corteza terrestre, sino que la modifican, la esculpen y, en cierto sentido, la renuevan incesantemente. Pero, al lado y en medio de todos esos agentes, cuyas acciones, racionalmente analizadas o explica­das, son el objeto mismo de la geografía física, hay otro agente modificador de la superficie terrestre^ que, sin duda, supera a todos los demás — si no por la potencia máxima de que dispone, por lo menos por,el efecto global que realiza; si no por la definición rigurosa de su forma de operar, al menos por la flexibilidad de la adaptación de su acción propia a los diversos marcos naturales; si no por el carácter localizado de una mani­festación prodigiosa, al menos por la generalidad y la indefinida multipli­cación de una serie de pequeños gestos, cuya suma renueva, también por su parte, sin tregua y con fuerza, las superficies continentales: es la mul­titud de los hombres, son los mil seiscientos millones de seres humanos en continua actividad y en perpetuo crecimiento.

En total, hay. una parte muy grande de la superficie del globo a la que podría llamarse «superficie humana». La geografía humana puede de­finirse en la forma más sencilla y más clara: el estudio de esta superficie humana, o más exactamente todavía, humanizada de nuestro planeta.

(. . .)La geografía física está hoy constituida gracias al desarrollo de las cien­

cias vecinas, geología, meteorología, botánica, biología general. A su vez, la historia, la arqueología, la prehistoria, la antropología, la etnología, las ciencias económicas y estadísticas son cada vez más ricas en documentos verdaderos y maestras de sus propios métodos; comprenden y expresan todas que el hecho aislado puede ser susceptible de interpretaciones tan contradictorias que no debe estudiarse aisladamente; hay que volverlo a colocar en la corriente de vida que lo ha creado; es el eslabón de una cadena, y la materia de la que está hecha esta cadena, si se nos permite esta expresión, es siempre, bajo formas diversas, ese imponderable, ese algo que no se puede reducir a ninguna fórmula simplista, y que es la vida.

Emile Boutroux observaba muy acertadamente no hace mucho: «Un ilustre filólogo, uno de nuestros más queridos maestros, Michel Bréal, en su célebre Essai sur la Sémantique, expone que no hay que considerar el lenguaje como una cosa que existe en sí y que evoluciona por sí, según leyes independientes del hombre. Todo lo que es condición exterior, señala, juega únicamente, en la evolución del lenguaje, un papel de causa secun­daria y ocasional. La única causa verdadera es la inteligencia y la voluntad humana.» Ocurre lo mismo a fortiori para la geografía humana. Todos los fenómenos vivos dependen de un medio, pero de un medio que evoluciona y evolucionará siempre. Siguiendo esta concepción, y bajo el impulso de los que, queriendo ser algo más que acumuladores de fichas, intentan llevar a cabo en todos los terrenos la maravillosa «resurrección» de la que habla Michelet, las ciencias de observación económicas, morales y sociales deben convertirse en estudios de medios, de medios que modifica y reforma cons­tantemente la vida.

(

Jean Brunhes 257

A la luz de esta iluminación general de las ciencias que atañen a la vida, y especialmente a la vida humana, deben ser abordados los estudios de geografía que se refieren al hombre. Pero se debe empezar, como con­viene, por la observación más positiva; el rigor de la observación debe ser la primera y fundamental garantía del posible acierto de la explicación ulterior.

Uno de los mejores geógrafos contemporáneos, el profesor Woeikof, de San Petersburgo, ha formulado la acertada observación de que el hombre ejerce sobre todo su acción sobre la tierra porque tiene ascendiente sobre los cuerpos muebles. Se puede llevar esta observación hasta sus límites extremos. Una de las partes más importantes de la obra humana consiste en manejar las moléculas de agua, es decir, en dirigir el reparto de las gotas de lluvia, cortar las vías de agua, construir canales, llevar el agua corriente o estancada, gota a gota, sobre la superficie de los campos para regarlos, o a las profundas cañerías de los tubos de drenaje para desecar las tierras. Ocurre lo mismo con los cuerpos sólidos: el verdadero cultivo es siempre un mullido más o menos perfeccionado de las capas superiores; construir carreteras, casas o minas, es en primer lugar cortar bloques o bosques, hacer móviles, y casi se podría decir muebles, las masas minerales o los troncos y las ramas de los vegetales clavados al suelo por sus raíces. En todas partes, el hombre parte terrones —los terrones son a veces colinas o montañas— , recorta, desplaza y almacena cantos y piedras. En todas partes, intenta conquistar las partículas de arena, y reduce las rocas a partículas. Inversamente, vuelve a tomar esas partículas, recoge el polvo, y con él construye bloques. Funde minerales para fabricar lingotes. En realidad, la obra total de la civilización material es hacer amalgamas y aglo­merados con simples granos.

En un libro cuyo esbozo general se me permitirá recordar brevemente, se ha hecho un esfuerzo para responder a las exigencias primordiales de la observación y para proporcionar el modesto marco de una clasificación positiva.

Nos ha parecido que todos los hechos humanos de la superficie terres­tre podían reducirse a seis tipos esenciales: 1.°) las casas, y 2°) los ca­minos, que están siempre ligados y que se entremezclan y se combinan para componer no sólo los pueblos y las ciudades, sino, como hemos indicado antes, las expresiones materiales de esos todos políticos más complejos, Estados e imperios; estos dos primeros tipos de hechos forman un primer grupo, al que se puede llamar «hechos de ocupación improductiva del suelo». Después vienen: 3.°) los jardines y los campos, y 4.°) los animales uncidos y los rebaños, plantas cultivadas, animales domésticos, que cons­tituyen el segundo grupo: «hechos de conquista vegetal y animal». Final­mente, los hombres destruyen y desplazan de forma irreversible riquezas orgánicas o inorgánicas de esas regiones de la tierra o de las aguas que nuestros medios de destrucción nos permiten alcanzar: 5 ° ) las devasta­ciones vegetales o animales, y 6.°) las explotaciones minerales componen

(

258 Antología de textos

el tercer y último grupo de los hechos esenciales, los de «economía des­tructiva».

Ocupación improductiva del suelo, conquista vegetal o animal, economía destructiva. Podríamos decir aún más sencillamente y de una forma más antitética: ocupación estéril, ocupación productiva, ocupación destructiva. La ocupación destructiva marca, en general, el primer momento de la ins­talación humana en un -punto del globo; la ocupación productiva es la condición permanente de la subsistencia, y la ocupación estéril-o impro­ductiva es el último término y constituye la revelación más estable y más característica de su actividad. He renunciado hasta ahora a utilizar en mis libros estas expresiones, para evitar que pudiese parecer que había buscado fórmulas demasiado construidas y más verbales que reales.

Veamos, veamos con nuestra mirada más perspicaz la realidad, intente­mos analizarla y clasificarla: las palabras vendrán después. Por lo demás, con la mayor franqueza y con esta libertad crítica que debe ser la carac­terística de todo esfuerzo por la verdadera ciencia y que debe dirigirse pri­mero hacia uno mismo, les confesaré que no estoy muy satisfecho del término que designa los dos primeros hechos esenciales de esta clasifica­ción: casas y caminos; esas palabras de «ocupación estéril o improductiva del suelo» son exactas en lo que se refiere a la tierra que, en estos dos casos, permanece, bajo la acción del hombre, sin productividad directa; pero el término es ambiguo en lo que se refiere a los esfuerzos del hombre, los cuales en relación a ese hombre y a la civilización, son ver­daderamente, en este sentido, muy productivos. Si encuentran ustedes algo más acertado seré el primero en alegrarme. Buscaremos juntos, sin dete­nernos demasiado en problemas de palabras. Si estuviésemos satisfechos de nosotros mismos, y si hubiésemos abdicado de esta fecunda inquietud que es el comienzo de la sabiduría científica, no deberíamos estar aquí, ni ustedes, ni yo.

Esta clasificación, que es, sin embargo, debo decirlo en honor a la verdad con la misma franqueza, el primer ensayo de este género, se la propongo pues sin ningún dogmatismo, como un «medio»; es, una vez más, un procedimiento cómodo para desenredar la madeja de las huellas de la actividad humana en la superficie de la tierra. Pero en lo que real­mente creo, con toda la fuerza de mi pensamiento convencido, es en el principio inspirador y en el resultado objetivo de esta clasificación. Los que hayan leído la segunda edición, se darán cuenta, honestamente, de que nunca he querido reducir la geografía humana a ese único orden de hechos «visibles y fotografiables»; pero he dicho, y lo repito: hechos de ocupación estéril del suelo, hechos de conquista vegetal y animal y hechos de econo­mía destructiva son, por una parte, los intermediarios y los intérpretes indispensables que confieren la consagración humana a todos los demás hechos de la geografía natural, y, por otra parte, son los puntos de partida o los signos visibles de todo lo que, en la esfera de la actividad humana, debe relacionarse legítimamente con la geografía. Todas las ciencias mora­les y sociales se ocupan, en el fondo, de los mismos complejos de actividad

(

Jean Brunhes 259

humana; pero los etnógrafos o los estadísticos no hacen la obra de los historiadores, ni los historiadores la de los estadísticos o la de los etnógra­fos, aunque los trabajos de los unos deban ayudar a los otros. Los geógrafos no deben repetir ni los unos ni los otros. Deben tener un terreno de exa­men y de análisis que les sea propio. La geografía humana está situada en uña encrucijada, en la que se encuentran muchos hechos que proceden de diversas direcciones; pero no debe ser, por ello, un bazar donde todo se venda: es, debe ser, un establecimiento muy especializado, donde sólo se aceptarán los hechos con legítimo derecho de admisión.

( . . . )

E l c a r á c t e r c o m p l e j o d e l o s h e c h o s d e g e o g r a f ía h u m a n a

Hay pues hechos que se relacionan con la política, con la historia, con el arte, con la lingüística, con la etnografía, con la economía política, con la sociología y que no pertenecen ni a unas ni a otras de estas disciplinas: son esos hechos, cuyo carácter propio ha sido definido, los que deben ser el objeto de los primeros estudios de los antropogeógrafos.

Pero los antropogeógrafos ( .. .) están obligados a ocuparse de hechos más complejos, y deben estudiarlos en la misma medida en que esos hechos propiamente geográficos nos introducen, por la puerta de la realidad más positiva, hasta dominios más amplios y también más vagos.

Todo hecho de geografía humana encierra e implica un problema social

Consideremos, en efecto, que los geógrafos no deben sólo apelar a los resultados de la etnografía, de la historia o de la estadística, para manifes­tar ciertas conexiones generales. Deben dar un paso más. Pretendo que en el análisis profundo de todo hecho de geografía humana está incluido, en primer lugar, un problema no sólo de orden económico, sino de orden social. Si enumeramos una manada de caballos o de camellos, si descen­demos al fondo de una mina de cobre o de carbón, si examinamos el botín de zada de un fang o los mercados de pescado de Bergen, extraemos obligatoriamente de nuestra observación o de nuestro análisis hechos de orden social. Estos hechos se encuentran allí no sólo yuxtapuestos, sino que han penetrado esa realidad material, hasta el punto de que es imposible comprenderla, en el sentido profundo de este término, sin discernir el hecho social que se ha desarrollado en ella.

Dime cómo es tu arado y cómo trazas tu surco, te diré si tu reja, que araña apenas la tierra, es la de un nómada pastor, cuya propiedad primera es un rebaño, y que va con prisa y casi a hurtadillas a sembrar un campo que sólo volverá a encontrar en la época de la recolección; te diré si tu reja de madera, todavía débilmente penetrante (bien adaptada a un limo cargado de sales, que da miedo mover demasiado profundamente, si no se tiene bastante agua para lavarlo abundantemente y disolver todas las

¡

"I í ' ¿ ■( i

260 Antología de textos

sales), es la de un fellah egipcio y corresponde a un cierto tipo de orga­nización del riego; te diré si eres un campesino de nuestras tierras trigueras más viejas, de las mesetas de Beauce o de Brie, o de goldene Auen, que revela a la vez, por la tradición milenaria de sus surcos, la ocupación en forma de propiedad privada, grande o pequeña, y una de las formas más pertinaces y más perfectas de la conquista cultural; te diré si cavas más que ningún otro en la tierra rica, para plantar remolachas que te procura el grupo capitalista poseedor de la azucarera vecina, y para cosechar plantas azucareras, cuyo total está, por adelantado, comprado y vendido; te diré finalmente que, al mostrar la hilera y casi batería de las rejas reunidas y al trabajar juntos al lado de las sembradoras — labranza de vapor o labranza eléctrica— , nos expresas la mano de obra escasa o enrarecida, pues perte­neces a las grandes extensiones de cultivo rápido y perfeccionado de los países nuevos o a los islotes modelos de los países viejos.

Utah y el Colorado están poblados de la misma forma, sobre todo por mormones (en Utah se encuentra uno de los más fervientes apóstoles del dry farming, Widtsoe); sin embargo, hay una gran diferencia entre los dos Estados desde el punto de vista del cultivo. E l Colorado es mucho más próspero, pues sus tierras han sido distribuidas con mucho más juicio. Hay entre Colorado y Utah la diferencia que existe entre Túnez y Argelia. En Colorado, las tierras no han sido distribuidas de oficio a gentes que, muy a menudo, no tenían «los riñones suficientemente fuertes», sino que se ha esperado a que las tierras fuesen pedidas por hombres con el deseo, el interés y los medios de llevar a buen término una explotación nueva.

Toda una serie de hechos de orden social se expresa así por el detalle o por el conjunto de los «hechos esenciales». En todo movimiento de migración o de emigración, ¡cuántos fenómenos sociales en el punto de partida, cuántos fenómenos sociales en el punto de llegada!

Desde luego, intentaré demostrarles un día cómo lo que hay realmente de geográfico en los problemas etnográficos se revela, en materia de geografía humana, en forma de problemas sociales.

Todo hecho de geografía humana requiere e implica un problema estadístico

Un hecho de geografía humana, por muy curioso que sea, no adquiere ante nosotros la perfecta significación de dato científico más que cuando conocemos y podemos apreciar su coeficiente de valor estadístico.

¡Cuántos viajeros e incluso observadores exageran el alcance de un hecho aislado y falsean así la visión de la realidad! Juzgan una raza sobre un individuo rigurosamente medido y fotografiado; consideran a todo un pueblo hospitalario porque han sido, en un lugar, muy bien recibidos por algunos habitantes, y, a la inversa, reniegan contra otra nación, porque su propio mal humor o su torpeza les han creado auténticos problemas; ejemplos de orden moral, pero que nos hacen presentir todos los errores

Jean Brunhes 261

que pueden acumularse tras el velo mistificador de una fotografía riguro­samente auténtica o una indiscutible observación individual o local.

No se repetirá nunca bastante: lo que nos interesa sobre todo en geografía no es el hecho excepcional, es el hecho habitual; no es el peso anormal de una espiga de trigo, es el número de hectolitros por hectárea; no es la muestra rara de un mineral, es el valor medio. «Hechos habitua­les», «valores medios», esto equivale a decir que una sabia y racional medida estadística de los hechos observados en singular debe conferirles la importancia complementaria e indispensable de su exacto carácter ge­neral.

Pero los resultados valen lo que valgan las bases y los métodos de suputación estadística.

Hecha esta reserva sobre las cualidades intrínsecas, a veces insuficien­tes, de las evaluaciones estadísticas, debemos reconocer que toda la geo­grafía humana debe estudiarse con la ayuda de ese precioso auxiliar que es la estadística. Hay en este sentido frecuentemente puntos de vista casi antinómicos: el punto de vista de la observación monográfica detallada y el punto de vista de la consideración total: pero el uno corrige al otro.

No imaginemos, por lo demás, que esta oposición es sólo aparente: de uno se pasa y se debe pasar al otro; toda perspectiva que no los asocie es incompleta; sin embargo, son tan distantes y tan distintos que hace falta mucha ciencia y mucha honestidad para acomodarse sucesivamente a estas dos perspectivas.

(. . . )Es importante recurrir, todo lo que se pueda, al «esprit de finesse» y

oscilar, con una extrema prudencia, de los hechos, en número siempre restringido, que se habrán observado a esos cálculos totalizadores que, aisla­dos, podrían resultar tan frecuentemente decepcionantes. La verdad resulta de la confrontación de unos y otros: no será una verdad geométrica, pero será una especie de verdad relativa, que valdrá lo que hayan valido las observaciones y lo que valga el juicio crítico encargado de establecer el compromiso entre las realidades directamente percibidas y las cifras de conjunto, sumas o medias. Digo arriesgada y claramente que toda verdad relativa a las conexiones entre el marco de la naturaleza y la actividad humana no puede ser más que de orden aproximativo: querer exagerar la precisión, es falsearla, es hacer obra anticientífica en el más alto grado. Por eso mostraremos más adelante en qué aparecen viciados desde el co­mienzo los sistemas que han exagerado la dependencia de los hechos humanos y que han hecho de una especie de deducción lógica el mecanismo de explicación de los acontecimientos de la historia o de los hechos sociales.

Abusando de las palabras, se habla de la verdad de un hecho; un hecho tiene dimensiones, tiene un color, tiene una duración; no tiene una verdad: es la percepción que tenemos de ese hecho la que es falsa o verdadera, es el juicio que emitimos sobre ese hecho lo que es más o menos acertado. No hay ciencia más que de las relaciones que establecemos entre los hechos. Ahora bien, toda verdad científica es similar por su naturaleza,

262 Antología de textos

en un grado más o menos elevado, a lo que llamamos aquí una verdad de geografía humana. Y lejos de pedir a la estadística, como tantas mentes superficiales, la ilusión del falso rigor aritmético, que produce la ilusión del falso rigor deductivo, pidámosle ese justo sentido de la verdad objetiva, lla cual es, desde luego, muy real, pero que se basa siempre, confusa o claramente, conscientemente o no, en un cálculo de probabilidades.

( . . . ) ~ ,Todas las conexiones biológicas, todas las verdades ecológicas no son

y no pueden ser más que verdades estadísticas. Un ejemplo tomado de la botánica, y que me recuerda ahora las montañas del admirable país hospi­talario al que me ligan dieciséis años de trabajo y de excursiones alpinas, va a hacernos comprender hasta qué punto una verdad de orden aproxi- mativo es una verdad, sea del orden que sea, y cómo querer exagerar su precisión es alterar su propia naturaleza.

A medida que vamos escalando las vertientes de los Alpes, la flora se modifica, y se pueden resumir así las particularidades más generales, signi­ficativas y decisivas de la flora de altura: 1.°) órganos aéreos reducidos, desembocando en muchos casos en tipos enanos; 2.°) órganos subterráneos, raíces y rizomas, proporcionalmente más desarrollados; 3.°) dispositivos variados que permiten hacer más lenta la transpiración, es decir, la pérdida de agua, y sustraer las partes aéreas a los peligros derivados para la planta del hielo, de la irradiación nocturna o de la insolación diurna demasiado intensa (vellosidad, carnosidad, epidermis reforzadas, diámetro de las célu­las reducido, tensión osmótica de jugo celular acrecentada); finalmente,4.°) flores de tamaño a menudo más grande y de coloración más oscura y más fuerte. Con los ojos llenos de ese azul profundo, aterciopelado, intenso, brillante de gencianas de las altas altitudes se adquiere conciencia de toda la verdad de esas transformaciones vegetales. Sin embargo, ¿se trata de un conjunto de transformaciones que obedezca a una ley simple y rigurosa? Desde luego que no. A medida que se va ascendiendo, el tapiz 1vegetal se modifica poco a poco, sin transición brusca y radical; no hay una línea límite donde estos fenómenos comienzan y terminan. Sin embargo, no deja de ser cierto que estas modificaciones caprichosas, abigarradas, va­riables, representan, en su conjunto total, uno de los más impresionantes 1 hechos progresivos que puedan constatarse en la naturaleza. Es ésta una verdad estadística en el orden de la fisiología y de la geografía vegetales que es en todo semejante a lo que podremos llamar verdades, al hablar de las conexiones, en el orden de la geografía humana.

Todo hecho de geografía humana recubre e implica un problema psicológico■

Convencidos de estos principios, recogeremos y reuniremos, en geo­grafía humana, múltiples verdades: servirán nada menos que para acla­rarnos el problema más enigmático y más oscuro, el que se dibuja apenas | en las profundidades casi inaccesibles de toda la historia y la prehistoria,

(

Jean Brunhes 263

y de la etnología y de la sociología, a saber, el problema de las condiciones de la implantación progresiva del hombre sobre la tierra y de esa parte de transformación del planeta que le compete: primeros cultivos, primeras aleaciones, primeras industrias, primeras ciudades. Pero conoceremos el exacto grado de verdad de esas verdades. No seremos ni crédulos, ni fáciles de engañar, pues nada en este terreno es absoluto ni permanente. Toda conexión de la actividad humana con la naturaleza, y todo hecho de geografía humana, resultado y expresión de esta conexión, dependen de ese agente en perpetuo movimiento, intencionado o determinado, el ser humano.

Ahora abordamos, al terminar, la explicación capital implicada en todo lo precedente; y me permitiré ser breve, pues el tema es demasiado amplio y éstos son, por lo demás, puntos sobre los qüe tendremos que volver.

Para hacer una obra objetiva, hemos supuesto en primer lugar, en La Geografía humana, que nos elevábamos en globo por encima de la super­ficie terrestre, y hemos intentado discernir y clasificar todos los hechos «visibles y fotografiables» que proceden de la presencia del género hu­mano. Pero, en cuanto hemos tomado tierra y hemos tenido que añadir el análisis causal al primordial esfuerzo de observación directa y de clasi­ficación positiva, hemos constatado, en todas partes y bajo todas las formas, que los hechos de geografía humana obtenían su especialidad original — no he dicho ni su carácter dominante ni su aspecto esencial— de un hecho humano ligado o a las necesidades fisiológicas de nuestros cuerpos, o a nuestros deseos o a nuestras concepciones, o incluso a nuestras ilusiones cambiantes.

( . . . )Intentemos clasificar los «puntos de partida» humanos, de los que

procede toda la biogeografía del hombre.En primer lugar, las necesidades fisiológicas fundamentales que se han

tratado ampliamente en La Geografía humana: la necesidad de alimentarse, con todas sus modalidades anejas, la necesidad de beber, el curioso apetito fisiológico de la sal, etc.; la necesidad de dormir, que engendra la necesidad de construir un abrigo y de construir una casa; la necesidad de defenderse contra las variaciones bruscas o extremas de la temperatura, que engendra la necesidad de cubrirse con ropa. La mayor parte de los hechos econó­micos sobre la tierra no deben su nacimiento y su creciente desarrollo más que a la imperiosa tiranía de estas necesidades primeras, cuyas exigencias son cada vez más variadas y repetidas.

Se ha hablado, para los distintos; grupos humanos, dél horizonte geo­gráfico de sus conocimientos, que va aumentando a medida' que el grupo se va haciendo más culto y más poderoso: Ráumliche Anschauung, enge oder weite Horizonte. Se podría hablar, para cada pequeño grupo, del horizonte de su libre elección. Un campesino, para establecer su casa, busca el punto más favorable respecto al sol, respecto al agua, respecto al viento. Pero el espacio en el que está obligado a buscar la solución es generalmente muy restringido. Su «horizonte de libre elección» está muy cerca de él.

(

264 Antología de textos

Sobre las mesetas de creta de Normandía, los primeros colonos buscan emplazamientos, y los vallejos, más abrigados de los vientos, más ricos en fuentes y más cerca del campo alimenticio del mar, se les ofrecen de forma natural: han surgido por todas partes los pueblos en estas depresiones más verdes; esta deserción de las mesetas descubiertas y esta búsqueda de los pequeños talwegs que terminan en una playa implican una especie de visión colectiva, más o menos cóhsciente, de una comarca bastante amplia, y obli­gan a entender semejante cristalización humana regular como lá obra de hombres con un «horizonte de libre elección» bastante extenso. Cuando las ciudades han debido su origen a fundadores conscientes — señores, obis­pos, conquistadores— , han sido ubicadas en lugares de elección que se habían preferido a los demás en virtud de una comparación que abarca verdaderos territorios. Cuanto más avanza la historia, cuanto más se per­fecciona la cultura de los grupos humanos, más parece que nuestro hori­zonte de libre elección alcanza los límites de la tierra deshabitada; todo progreso de comunicación se traduce en una capacidad de elección para cada grupo e incluso a menudo para individuos aislados: doble elección de su punto de implantación terrestre y de su modo de actividad. El archiduque Luis Salvador, tras haber paseado su humor viajero y sus miradas de obser­vador sobre tantas costas mediterráneas, se instala a media altura sobre las magníficas laderas de la costa noroeste de Mallorca y funda el «Miramar» de las Baleares. Todo un Estado, la Confederación australiana, lleva a cabo una larga investigación comparativa para fijar el lugar de su futura capital y convoca un concurso entre arquitectos de los dos continentes para determinar el plano y la estructura de la futura ciudad. En la vida práctica, el auténtico poder de algunos países anglosajones radica, sin duda, en que

han considerado este horizonte de libre elección que nos permite la civiliza­ción presente y en que han intentado aprovechar más que otros la diversi­dad de soluciones existente.

El hecho psicológico cápital es pues éste, que es la antítesis de tina exacta determinación fatalista de los actos humanos por el clima y el terre­no: todos los conjuntos y todos los detalles del marco natural actúan sobre nosotros en la medida y en el sentido en que los escogemos, es decir, en la medida y en el sentido en que los interpretamos.

Un río, una montaña no son fronteras más que en la medida en que tenemos tales o cuales concepciones económicas y políticas de la frontera, concepciones que se modifican a lo largo de la historia. El Mont Blanc: es por excelencia un mojón majestuoso y separador, para los espíritus que están dominados por la concepción absolutamente reciente (no tiene más de dos siglos) de las líneas divisorias de aguas; y, sin embargo, todavía hoy, en la realidad, el macizo del Mont Blanc y sus alrededores no consti­tuyen un límite: una misma lengua, la lengua francesa, ocupa y guarda los valles de todas sus vertientes, tanto el valle de Aosta, que pertenece a Italia, como el Bas Valais suizo y los valles saboyanos: son las dos rutas, tan frecuentadas, tan importantes, del Gran y del Pequeño San Bernardo

(

Jean Brunhes 265

las que han mantenido, contra todas las pretensiones y azares de la vida política, la unidad natural de este gran conjunto.

No hay en la naturaleza más fronteras que las que buscamos. En vez de continuar el espejismo de una clasificación entre fronteras naturales y fronteras artificiales, en vez de correr el riesgo de perdernos en las distin­ciones, todavía más ficticias, entre las Naturgrenzen y las natürliche Grenzen, constataremos que, según los tiempos y los lugares, los mismos hechos de la naturaleza han sido o no han sido límites: antinomias de las fronteras.

Islas con temperamento físico y climático análogo están unas superpo­bladas como Java, y otras más o menos desiertas, como Sumatra y Borneo: antinomias de las islas.

Ha habido lugares que parecían predestinados para albergar grandes capitales, que se han quedado desiertos, e inversamente, en estepas áridas y despobladas se han situado Pekín y Madrid: antinomias de las dudades.

Entre las posibilidades múltiples, pero definidas, que ofrecen a nues­tra actividad cada región y cada parcela de la tierra, los hombres deben, según la expresión de P. Vidal de la Blanche, «tomar partido».. Y, como los hechos que crean sobre la superficie del globo contribuyen a trans­formar, de una forma frecuentemente insensible pero continua, las condi­ciones originarias del marco natural, no hay que sorprenderse de las apa­rentes contradicciones de la vida histórica y geográfica. Se les ocurre de repente interpretar una parte de la realidad que para ellos había perma­necido dormida. Los portugueses se convierten casi súbitamente en marinos, tras el descubrimiento de América. Los holandeses, marinos y urbanos acostumbrados a las grandes obras colectivas, se convierten, trasladados a otro marco, en pastores e individualistas. Los highlanders de Escocia, expulsados de sus granjas agrícolas a las que prenden fuego dueños inhu­manos, se refugian en la costa y se hacen pescadores: antinomias de las razas, antinomias sociales.

(...)Sin abandonar la superficie de nuestra tierra, sin perder pie — los geó­

grafos deben ser siempre realistas positivos— , se percibe en qué medida apelaremos cada vez más a la idea para explicar la cooperación de la tierra y de los hombres. ( ...) .

Hay en nuestro globo territorios, y hay en la vida de las sociedades humanas momentos, en los que cada uno de los hechos esenciales de la geografía humana — el mantenimiento de una carretera, la formación de un surco, el injerto de un árbol, el golpe de pico en una cantera o el lanzamiento de las redes al mar— alcanza, por una serie de esfuerzos minúsculos y casi inocentes, una perfección global impresionante. ¿Por qué? Porque, sobre ese espacio del globo y en ese momento de la historia, un impulso colectivo, siempre de carácter psíquico — cohesión de una na­cionalidad que nace o que se defiende, orgullo de un pueblo que hace su historia o que quiere hacer la historia, fuerza tradicional de un imperioso sentimiento del-deber, celo apostólico para el triunfo de una fe— , acrecienta

'I

266 Antología de textos

el sentido de la solidaridad de los esfuerzos de todos y multiplica por ello mismo la fuerza efectiva de cada uno de los más insignificantes actos indivi­duales; así, sólo la «psicología de las multitudes», la psicología de las masas nos revelará a veces el secreto de una excepcional productividad de la tierra.

El hombre lleva en su ojo y en su cerebro cierta representación del universo, que parcialmente depende de él.

No sólo damos formaba la superfide terrestre, sino que la vemos y podemos interpretarla de un modo muy diferente a la interpretación que han dado de ella los que nos precedieron sobre esta misma parcela de la superficie. Al verla de otra manera, es verdaderamente otra para nosotros. Sin haber sufrido modificaciones, éste es el hecho capital; puede pues convertirse en otra para nosotros.

Por lo demás — ya lo hemos recordado bastante— , al sufrir modifica­ciones fundamentales — América del Norte y América del Sur convertidas en islas por la voluntad humana, y para toda la geografía futura de la circulación— se hace otra para nosotros.

De estas dos categorías de transformaciones, una es a menudo subcons­ciente o inconsciente, y por eso es siempre más o menos colectiva; la otra es mucho más consciente, y antes de hacerse colectiva está frecuentemente determinada por iniciativas individuales. La esencia y el objeto de la geo­grafía humana son, a fio de cuentas, la observación, el análisis y la expli­cación de estas dobles e incesantes transformaciones de nuestro planeta habitado, que se convierte sucesivamente y a menudo al mismo tiempo en: otro para nosotros, otro por nosotros.

«Sucesivamente» y «al mismo tiempo»: ¿Cuáles son las repercusiones renovadas e ilimitadas de cada uno de estos dos órdenes de transformación sobre el otro? ¿Será posible determinarlas alguna vez con certidumbre? Un Estado resulta de una coordinación de los individuos y de los grupos que no puede concebirse sin una coordinación material de las diversas partes del espacio sobre las que viven esos individuos y esos grupos. ¿Cuál es el mínimo de conexión necesaria entre un Estado, Francia o SuÍ2a, y su territorio espacial? ¿Cuál es la conexión necesaria entre una ciudad, con­junto de ciudadanos, y una ciudad, conjunto de casas y de calles?

¿En qué medida la coordinación espiritual es función de la coordinación material, y en qué medida la coordinación material produce la coordinación espiritual? He aquí el problema en su totalidad, y helo aquí planteado bajo su fórmula geográfica.

¿Hay reglas de correspondencia entre estos dos órdenes de coordina­ción que superen los casos particulares y a las que podamos dar un día, en su auténtica acepción, el gran nombre de «ley»? ¿Existe una armonía, no preestablecida, sino postestablecida, prueba de una dominación colec­tiva de la tierra a la vez fecunda, pacífica y duradera, y que pueda reunir en haces, si no idénticos, al menos análogos u homólogos, a todos los pueblos, a todos los conglomerados históricos de razas y de sociedades humanas? No sé, no puedo todavía decirles nada. Es lo que buscaremos juntos, humilde y pacientemente, durante los años venideros.

(

LOS FUNDAMENTOS BIOLOGICOS DE LA GEOGRAFIA HUMANA. ENSAYO DE UNA ECOLOGIA DEL HOMBRE: CONCLUSION **

Max Sorre *

Un libro como éste no implica una conclusión que fuese como un balance de la ecología* del hombre. No cabe en unas cuantas fórmulas un juego de interacciones tan matizado. Pero unas reflexiones generales vienen ■ a la mente al término de esta larga investigación.

La forma de concebir las relaciones entre el organismo humano y el medio geográfico ha cambiado prodigiosamente desde hace siglo y medio. Cambia ante nuestra vista a medida que, por una parte, progresa nuestro conocimiento del medio, y que, por otra, avanzamos en el de la fisiología del hombre. Cambia discontinuamente, porque nuestras conquistas no avanzan al mismo ritmo en todo el frente de lo desconocido. La fuerte luz proyectada por un descubrimiento importante intensifica la sombra en los demás sectores, de forma que uno tras otro cada uno de los elementos del problema ecológico parece el más importante y atrae el esfuerzo de los investigadores. Hasta el momento en que se uniformiza la situación.

* Maximilien Sorre (1880-1962). Además del que corresponde al texto traduddo en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Sorre, M. (1948): «La notion de genre de vie et sa valeur actuelle», Annales de

Géographie, L V II, 306 y 307, pp. 97-108 y 193-204.Sorre, M. (1952): «La géographie de ralímentation», Annales de Géographie, L X I,

325, pp. 184-199.Sorre, M. (1975): Rsncontres de la géographie et de la sociologie, París, Marcel Ri-

viére.Sorre, M. (1962): El hombre en la tierra. Traducción de F. Payarols, Barcelona, La­

bor, 1967.* * Sorre, M. (1943-1952): Les fondements de la géographie humaine. París, Ar­

mand Colin, 3 tomos, 4 vols.; I : Les fondements biologiques de la géographie humaine. Essai d’une écologie de l’homme, París, Armand Colin (reedición de la 3.* ed., revi­sada y aumentada por el autor, de 1951), 1971; «Conclusión», pp. 411-419. Traduc­ción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

267

(

268 Antología de textos

Los trabajos de Lavoisier suponían una revolución en nuestra idea de los intercambios orgánicos. Los descubrimientos de Pasteur, tres cuartos de siglo más tarde, han puesto en primer plano la acción del medio vivo. Hoy el terreno fisiológico, con las modificaciones que sufre a consecuencia del clima, se encuentra recolocado en su lugar eminente. Se podría pensar en movimientos pendulares que devolverían periódicamente al pensamiento científico hacia posiciones abandonadas durante cierto tiempo. Pura ilu­sión: no vuelve a discurrir por los mismos caminos. Lo que se ha Adquirido sobre un punto capital permanece adquirido y transforma para siempre progresivamente nuestra concepción general de las cosas. Por mucho que devolvamos a la tierra lo que le pertenece, no hablaremos nunca de influen­cias telúricas y de miasmas dando a estas palabras el sentido exacto que le daban nuestros antepasados. Y nunca más hablaremos del terreno fisiológico como se hacía antes de Qaude Renard y antes de Pasteur — asociamos a propósito los dos nombres en lugar de oponerlos— . Incluso cuando utili­zamos viejas palabras, hablamos un lenguaje que nunca se ha oído. El interés de un estudio como el que terminamos es concentrar la atención sucesivamente sobre todos los elementos del medio geográfico y sobre todas las respuestas del organismo. Buena garantía contra las modas cien­tíficas: permite superar los inconvenientes de la lentitud y de la dispersión. Es la ventaja habitual de los métodos geográficos.

Se han buscado pues en los caracteres del ambiente las condiciones fundamentales de la constitución del ecúmene. El clima determina sus límites y los márgenes dé tolerancia en los que se desenvuelven las posi­bilidades de adaptación de los organismos humanos. Regula el reparto de las asociaciones animales y vegetales a expensas de las cuales el hombre satisface sus necesidades alimenticias. Explica en parte el de los agrupa- mientos patógenos cuya actividad limita, no ya la expansión, sino el cre­cimiento de los grupos humanos. Sólo en parte, pues la competencia vital en el interior de los agrupamientos patógenos y de los fenómenos de adaptación recíproca intervienen también. Es todo un capítulo esencial de la geografía humana cuyas bases hemos planteado: el que estudia la figura del ecúmene, con sus límites, sus vacíos absolutos y relativos, sus zonas de densificación de fuerte densidad. Solamente planteado las bases, pues ni la situación geográfica ni el clima, ni el potencial alimenticio bastan para explicar la distribución de los hombres. Actúa la antigüedad del pobla- miento que depende de la historia, actúa la perfección más o- menos grande del ajuste de los géneros de vida, actúa la explotación de los recursos minerales y la utilización de las fuentes de energía. Esa vocación que poseen de forma tan desigual las distintas zonas de la Tierra para recibir y retener a los hombres, y sobre la que Fleure ha basado una ingeniosa clasificación, no es ni un carácter simple ni un carácter inmutable. Nuestra finalidad ha sido sólo mostrar qué lugar ocupan en su. definición las rela­ciones del organismo con el ambiente climático y vivo. Pero ha ocurrido que no podíamos escribir este prefacio del capítulo capital de la geografía humana más que entrando bastante ampliamente en el.propio capítulo.

C

Mas Sorre 269

Al ir avanzando, hemos abierto otras perspectivas sobre la geografía humana. A los ajustes espontáneos del organismo, a los cambios de clima, los hombres superponen una protección empírica. La creación de un micro- clima artificial suple los fallos de las capacidades de regulación del orga­nismo y limita su empleo. Hay pues una geografía de la protección, geo­grafía de la. vestimenta y geografía del hábitat. La de la vestimenta es inseparable de la geografía de las industrias textiles, así como la del hábitat está en conexión con la geografía de las fuentes de energía en lo que se refiere a la calefacción y al alumbrado. En ambos casos, los problemas planteados superan en amplitud y en complejidad las consideraciones eco­lógicas. Porque la necesidad fisiológica no es el único motor del hombre en ninguno de los campos de su actividad, porque su ingeniosidad le sugiere formas variadas de satisfacerla, porque, finalmente, hay un margen bas­tante amplio en el grado de la satisfacción aportada a esa necesidad. La geografía de la protección no se reduce a un problema ecológico. Y , sin embargo, es imposible construirla de una forma intelectualmente satisfac­toria si no se plantean primero los datos del problema ecológico que se sitúa en la base de todo lo demás. Las mismas observaciones deben hacerse a propósito de la geografía de la alimentación y de la geografía agrícola.

No es necesario insistir. Nunca se ha pensado restringir el amplio campo de la geografía humana a la ecología entendida en el sentido más estrecho y más material del término. Pero quizá, después de haber leído este libro, el lector pensará que constituye el prefacio necesario de la antropogeografía. Las exigencias del cuerpo del hombre, su estado de salud, la eficacia de su esfuerzo físico y mental, la flexibilidad de sus adaptaciones al ambiente, es en estos datos donde hay que buscar, en primer lugar, las condiciones de la conquista del globo y las razones profundas de la variedad de los pueblos. Y, para conseguirlo, los métodos eficaces son los de los biólogos, la observación y, en la medida en que se pueda practicar, la experiencia. Confieso alguna desconfianza hacia los abusos de los métodos estadís­ticos tal como los ha practicado Ellsworth Huntington. 'Incluso con el cuidado más escrupuloso, es ya muy difícil evitar las confusiones. La ob­servación y la experiencia nos aportan una masa de datos contradictorios en medio de los cuales se tiene a veces alguna dificultad para no perderse. Esto se debe en parte, como se ha dicho, a que las condiciones del labora­torio no son las de la vida. Y también a la dificultad de conocer todos los factores actuantes y de distinguirlos. ¿Cómo, por ejemplo, contabilizar esas secuelas dejadas en el medio humoral y sanguíneo por las enfermedades infecciosas de las que se ha tratado en el último capítulo de este libro? ¿Qué valor tienen en realidad esos métodos que pretenden evaluar la ener­gía humana en función del clima? Temo que se los tache de arbitrarios. ¿Sugiere la comparación de dos curvas algo más que una hipótesis? Mien­tras no se desvele, mediante la observación y la experiencia, el secreto de una variación, persiste la duda. El lector ha podido impacientarse, a lo largo del libro, por la lentitud en los desarrollos, por una cierta repug-

270 Antología de textos

nancia a aceptar fórmulas demasiado sencillas. La probidad no autoriza otro ritmo en un terreno donde es muy fácil caer en la palabrería.

Debo explicarme sin rodeos sobre otro punto. No tengo en cuenta las funciones superiores de la actividad, las funciones mentales, más que con reserva. Y quizá se pensará que habría podido mostrar menos discre­ción. Por una parte, estoy absolutamente convencido de que las disposicio­nes mentales cambian con el medio. Un jesuíta español, Baltasar Gracián, ha escrito esta encantador?frase: «Participa el agua de las calidades buenas o malas de las venas por donde pasa, y el hombre de las del clima donde nace.» Obtenía esta consecuencia un poco demasiado sencilla, pero no exenta de verdad: «España es muy seca, y de ahí les viene a los españoles la sequedad de su complexión y su melancólica gravedad.» Más de tres­cientos años más tarde, un historiador confirma: «Una historia más digna de ese nombre que los tímidos ensayos a los que nos reducen hoy nuestras posibilidades se ocuparía de las aventuras del cuerpo. Es una gran inge­nuidad pretender comprender a los hombres sin saber cómo estaban de salud.» Y M. Bloch atribuye a la mortalidad infantil, a la brevedad de la existencia, a las muertes prematuras, a las terroríficas epidemias, ese tono de precariedad tan sorprendente en los hombres de la alta edad media. Evoca las consecuencias de la-subalimentación en los pobres, del desenfreno en los ricos. Sus preocupaciones enlazan con las nuestras. En definitiva, estos hombres se encontraban como se lo permitía su modo de vida, el momento histórico, el estado del medio geográfico. Me inclinaría a definir a los grupos humanos tanto por sus disposiciones mentales como por sus caracteres somáticos — sin utilizar el término de geografía psico­lógica, pues se han añadido demasiados adjetivos al nombre de una disci­plina que es una.

Inversamente, he evocado a menudo a lo largo de estas páginas el papel importante de los sentimientos, de las ideas, de las disposiciones de los hombres en la explicación de los aspectos geográficos de su actividad. Nada se explica completamente por ecuaciones energéticas. Hay en todas las cosas una parte de sueño y de ilusión. Nuestra forma de vestir, de alimentarnos depende de nuestra imaginación tanto como de nuestras ne­cesidades reales. ¿Puede haber un sinsentido ecológico más acusado que el llevar ropa negra en climas cálidos? Sin embargo, los malgaches llevan en pleno verano túnicas negras que les caen por debajo de la rodilla. Ven en ellas un adorno, signo exterior de la riqueza. Se ha hablado de la fra­gilidad de las explicaciones racionalistas sobre los ayunos y sobre las pro­hibiciones alimenticias. ¿A qué puede responder el uso de los excitantes y de los estupefacientes, esos destructores de la humanidad, si no a una de las inclinaciones más generales y más profundas de nuestra alma, el deseo de evasión?

Ya basta. La ecología atiende a las disposiciones mentales en la me­dida en que reflejan los rasgos del medio y en la medida también en que intervienen en el ajuste de la actividad general al medio. Y esta parte es forzosamente bastante limitada. Pues se trata de elementos difíciles de defi­

(

Max Sorre 271

nir y sobre todo de evaluar. Ya cuando se habla de la repercusión de los cambios atmosféricos en la actividad nerviosa — en la actividad del sistema vegetativo— tenemos alguna dificultad. Aunque se puede concebir que la medida de la cronaxia pueda clarificar este difícil problema. Con más razón, la duda surge ante ciertos ensayos que relacionan las variaciones colectivas de la actividad mental con los elementos climáticos. Pienso en los ensayos de Huntington. A pesar de todos los esfuerzos de los psicotécnicos, de su ingeniosidad en la adaptación de «tests», por lo demás excelentes, para determinar las aptitudes de un aprendiz mecánico, no hay fórmula sintética de la actividad mental. Nada comparable a lo que ocurre con la actividad física, que la medida del metabolismo permite caracterizar. ¡Y aún así! En cuanto a ese consensus sapientium que Huntington ha utilizado para de­terminar niveles de cultura, más vale no hablar.

Volvamos a consideraciones más sólidas. La noción central de todo este libro es la de óptimo — valor de cada uno de los elementos del ambiente para el cual una función determinada se realiza mejor. El óptimo general es la resultante de todos los óptimos funcionales. Incluimos la comida entre los elementos del ambiente. Es fácil percibir la relación entre la no­ción de óptimo y la de constante fisiológica, cuya importancia hemos resaltado desde el comienzo. El hecho de que las constantes fisiológicas no sean constantes en el sentido absoluto del término, que oscilen en general entre valores bastante aproximados, nos advierte de que tampoco el óptimo debe corresponder para cada función a un valor fijo e inmuta­ble. Esta es la conclusión a la que hemos llegado a propósito de la aco­modación a las variaciones térmicas. Hay más bien para cada función y para el conjunto de las funciones una zona óptima. Y cada grupo hu­mano en equilibrio con su medio, es decir, sedentario durante un tiempo bastante prolongado, posee su zona propia: es'la expresión de la adaptación al medio. Si se considera el conjunto de la humanidad, esta zona corres­ponde a la amplitud de las variaciones normales en el interior del ecúmene, y esta amplitud mide la adaptación efectiva de la especie. Entre sus límites extremos y los máximos y mínimos reales, hay una margen bastante amplio en el que puede actuar todavía la capacidad de adaptación funcional del grupo o de la especie. Estas fórmulas generales sugieren que nuestras concepciones ecológicas están impregnadas de un cierto relativismo — al margen del que les asigna la imperfección de nuestros medios de explora­ción y de medida. Es la propia condición de la expansión del ecúmene hasta los límites de la Tierra.

El último punto que hay qué resaltar se refiere a nuestras relaciones con los complejos patógenos. Estos expresan equilibrios en perpetua trans­formación, y su evolución se traduce en cambios en las áreas de las enfer­medades infecciosas. Se ha insistido bastante sobre este punto de vista; basta recordar el ejemplo de la fiebre amarilla y de algunas enfermedades mediterráneas. Nuestras fórmulas en este terreno, muy lejos de abarcar una realidad variable, no encierran más que hechos pasados. Cuando he-

1

272 Antología de textos

mos captado su verdadero alcance, estamos en una disposición de ánimo conveniente para no extrañarnos de los cambios cotidianos.

Concebimos entonces la precariedad de los establecimientos humanos. La historia del ecúneme desde el último período glaciar es la de un pro­greso. Considerando muy ampliamente los hechos, este período en la suce­sión de los tiempos geológicos podría ser llamado la era del hombre. En medio del universal discurrir de las cosas, no es más duradera que las que la han precedido: nuestros deseos y nuestras ilusiones no le confieren la eternidad. La flexibilidad de los ajustes que permiten al organismo humano mantener sus características en el campo en ijue pueden oscilar tiene tam­bién sus límites. Incluso si se admite que este campo es susceptible de un cierto ensanchamiento, como acabamos de hacer. La variación de los climas en el pasado muestra que la amplitud de sus cambios puede exceder la variabilidad de todas las especies vivas, incluida la nuestra. El hombre puede ser desterrado de amplias regiones del globo. Por otra parte, los resultados de la aplicación de los datos científicos a la explotación del medio vivo y a la defensa del individuo en la áspera competencia vital han sido favorables hasta ahora a la expansión del ecúmene y, en cierto sentido, a su uniformización. Exceptuando las zonas francamente hostiles al hombre, la evolución parece, desde luego, tender a atenuar las grandes disparidades de densidad — sin hacer, sin embargo, desaparecer las diferencias. Es el sentido actual de la evolución. Pero el conjunto de los medios de alimen­tación es susceptible de disminuir con un deterioro creciente de los climas.Y nada nos asegura que en el futuro estaremos en condiciones de rechazar el asalto multiforme del parasitismo con el mismo éxito. Entre todas las hipótesis que han discutido, los matemáticos que aplican el cálculo a los datos de la vida han concebido algunas que conducen a la extinción de las especies. No hay ninguna razón para creer que la humanidad escapará al universal destino. Muy ligeros indicios nos advierten que los climas deben continuar variando ante nuestros propios ojos. El ambiente natural en el que vivimos se modifica sin cesar, y el destino de las enfermedades infec­ciosas nos lo muestra ingenioso para variar sus modos de ataque. La suma de estas influencias hará inclinarse la balanza un día: hemos visto crecer y unificarse el ecúmene; incluso si el hombre no colabora a ello con sus locuras, se retraerá y se dividirá. Quizá los testigos del declive de la era humana no tendrán de ello más que una conciencia oscura y disminuida.

Esos tiempos no parecen muy cercanos. Nuestra ignorancia de los ritmos cósmicos nos tranquiliza y nos lleva a alejar de nuestra mente una amenaza cuya realización nos parece muy lejana, aun cuando no la consi­deremos como el producto de una imaginación científica desorbitada. Esta­mos más atentos a la cadencia de los descubrimientos biológicos que nos permiten confiar en nuevas victorias en la lucha por la existencia, aunque asalten a la humanidad enfermedades infecciosas desconocidas para nuestras generaciones. En todos los pueblos civilizados la duración media de la vida se alarga; los progresos de la higiene y de la vigilancia sanitaria hacen des­cender en casi todo el globo las tasas de mortalidad. Todo nos reafirma

C

Max Soire 273

en la ilusión de la duración de nuestra especie; todo nos dice que ya no tiene nada que temer más que de sí misma. O mejor dicho, todo nos reafir­maría en este sentimiento de triunfante seguridad si la sobrecarga de ciertos territorios no evocase la posibilidad de un desequilibrio entre los recursos alimenticios del planeta y la cantidad de hombres que viven en su super­ficie, y no nos recordase la precariedad de nuestro éxito.

El geógrafo, por cualquier lado que aborde su disciplina, en cuanto abandona el plano de la descripción regional y considera en su conjunto el ecúmene, siempre se encuentra ante el problema cuyos términos han sido tan firmemente planteados por Malthus a fines del siglo x v i i i . ¿No es significativo que uno de los últimos artículos de Albert Demangeon, artículo denso en materia y en significación, haya estado dedicado al tema de la superpoblación? Este interrogante, al que también nos conduce una investigación de ecología humana llevada a cabo con mentalidad biológica, atormenta, al final de su carrera, al maestro que, entre nosotros, ha enten­dido más claramente las transformaciones económicas y la evolución del mundo contemporáneo. Si las tasas de mortalidad descienden hasta su lí­mite mínimo, hasta las proximidades de los límites definidos por el des­gaste de la edad y las posibilidades de accidente, al seguir siendo las mis­mas las tasas de reproducción, ¿no dejará algún día la Tierra de bastar al hombre? Siempre acaba uno preguntándoselo.

No basta, para librarse de semejante preocupación, señalar la limita­ción automática de los nacimientos observada en los pueblos de civiliza­ción blanca a partir de cierto nivel de vida. Pues esta limitación no es ni universal ni necesaria. Y los fenómenos demográficos están influidos por un conjunto de factores psicológicos en los que la voluntad colectiva de poder puede tener más parte que el egoísmo previsor. No basta tampoco con considerar regionalmente las cosas. Todas las nociones elaboradas por los demógrafos, los economistas, los sociólogos para aclarar la idea com­pleja y confusa de la superpoblación, para evaluar la presión demográfica y explicar las migraciones, óptimo económico, óptimo del bienestar, óptimo.' sintético o proporcionado, son precisas. Ayudan al geógrafo a delimitar más, en el marco de un Estado, realidades humanas que son realidades tan espirituales como materiales. Pues la imagen que se hacen los hombres del bienestar es tan importante como el conjunto de bienes de que disponen. Pero no deja de ser cierto que hay un límite mínimo de alimentación para todo ser humano. Y que, para el geógrafo acostumbrado a especular teniendo en cuenta simultáneamente las individualidades regionales y la unidad terrestre, se plantea el problema del límite de la productividad del globo en substancias alimenticias — la búsqueda de las leyes de creci­miento de la especie, aun perteneciendo a otro terreno, no le son ajenas.

No diremos, con Imre Ferenczi, que estos estudios carecen de actua­lidad. Los geógrafos y los biólogos que han llevado a cabo cálculos sobre la densidad potencial del globo o su habitabilidad no han perseguido vanos fantasmas. Estaban sorprendidos por la disminución de fertilidad de los suelos que se pudieron creer inagotables, por el deterioro de amplias zonas

1

274 Antología de textos

tras una explotación abusiva. Y es quizá tratar con demasiada ligereza las cosas pretender suprimir el problema de la alimentación argumentando milagros prometidos por la química: los fisiólogos lo admitirían, pienso, difícilmente.

Contamos solamente con los alimentos proporcionados al hombre por la tierra y los mares. El cálculo de este potencial alimenticio no es sencillo. En una columna figuran: k°) los espacios vírgenes susceptibles de ser cul­tivados, a los que debe aplicarse un coeficiente variable según él grado de aridez del clima; 2.°) las regiones agrícolas cuyo rendimiento puede aumentarse, ya sea mediante el riego, ya sea con prácticas de cultivo pro­gresivas, ya sea mediante abonos — aquí es donde interviene la química— ;3.c) los productos de una explotación ampliada del océano; 4 °) la econo­mía energética realizada mediante una utilización del stock alimenticio de acuerdo con los criterios de la ciencia de la alimentación. En la otra columna se inscriben 1.°) las superficies cuya productividad se agota y que se desertizan; 2°) las que, en una economía racional, deben ser sustraídas al cultivo; 3.°) los golpes mortales dados a las especies animales y vegetales por una caza, una pesca o una recolección desordenadas; 4.°) las inciden­cias de la universal lucha por la existencia en el interior de las asociaciones del hombre, destrucción total o parcial de las especies útiles por el parasi­tismo. Este último apartado representa una enorme incógnita. Y todo esto suponiendo una estabilidad relativa de las condiciones climáticas. In­cluso haciendo abstracción de los estragos del parasitismo, todos los factores del balance son difíciles de precisar. No hay que extrañarse, por tanto, de que las estimaciones finales varíen con los autores en proporciones elevadas. Mientras uno calcula que la Tierra puede alimentar a 5.500 mi­llones de hombres, frente a los 2.057 millones de 1933 — es decir, un poco más del doble— , otro llega a 11.000 millones — es decir, cinco veces más— . Las estimaciones relativas al tiempo conllevan aún, naturalmente, una mayor parte de hipótesis.

De todas formas, el conjunto de los recursos alimenticios limita el cre­cimiento de los hombres en la superficie de la Tierra. Todas las incerti- dumbres y todas las dificultades encontradas en el cálculo de ese límite no pueden hacerlo desaparecer: es el problema final de la ecología del hombre.

(

ENCUESTAS REGIONALES. TIPO DE CUESTIONARIO **

Mbert Demangeon *

Este cuestionario fue elaborado por A. Demangeon, profesor de geogra­fía en la Universidad de Lille, para una investigación que ha llevado a cabo en el Limousin.

I. Terreno

1. ¿Cuál es la naturaleza de las tierras de su comuna?2. ¿Cuáles son las mejores y dónde se encuentran?3. ¿Qué les falta a las mediocres y a las malas para ser buenas?4. ¿Diferencias de espesor entre las tierras?5. ¿Es accidentado el terreno de la comuna? ¿El relieve y, por tanto,

la exposición influye en el emplazamiento de los campos? ¿Hay campos con exposición buena o mala?

* Albert Demangeon (1872-1940). Además del artículo traduddo en este libro, entre sus trabajos prindpales se encuentran:Demangeon, A. (1927): Islas Británicas. Traducdón de P. Vila (en Vidal de la Bla­

che, P., y Gallois, L., Dirs.: Geografía Universal, t. I), Barcdona, Montaner y Si­món, 1928.

Demangeon, A. (1932): «Géographie poütique», Annales de Géographie, X L I, 229, pp. 22-31.

Demangeon, A. (1942): Problemas de geografía humana. Traducdón de R. de Terán, Barcelona, Omega, 1956.

Demangeon, A. (1946-1948): France économique et humaine (en Vidal de la Blache, P., y Gallois, L., Dirs.: Géographie Universelle, t. V I, 2 “ parte), París, Armand Colin, 2 vols.** Demangeon, A. (1909): «Enquétes régionales. Type de questionnaire», Annales

de Géographie, X V III , 97, pp. 193-203. Traducdón de Isabd Pére^Villanueva Tovar.

275

cr1

276 Antología de textos

1. ¿Vientos dominantes?2. ¿Qué viento trae la lluvia?3. ¿Qué viento acarrea el frío?4. ¿De dónde vienen las tormentas? ¿El granizo?5. ¿Hay en la comuna partes más frías o más calientes que otras?6. ¿Dónde actúa sobre todo la helada?7. ¿Permanece mucho tiempo la nieve sobre el suelo?8. ¿Cuándo se hace la recolección?, ¿la siega del heno?, ¿la siembra?

¿Hay en este sentido, diferencias con las comunas o los «países» * limí> trofes?

9. ¿Epoca de aparición de los primeros brotes, de las primeras hojas?

II. Clima

II I . Hidrografía

1. ¿Cómo se procuran el agua?2. ¿Cuántos pozos? ¿Su profundidad?3. ¿Cuántas fuentes? ¿Su volumen, su situación, su régimen? ¿Se

secan?4. ¿Hay zonas pantanosas, lagunas? ¿Qué se hace con ellas?5. ¿El río? ¿Sus inundaciones?6. ¿Hay molinos? ¿Su uso?

IV. Bosques

1. ¿Qué extensión de bosques comprende la comuna?2. ¿Landas y brezales?3. ¿De qué árboles se componen los bosques? ¿Se ha observado que

ciertos lugares .son favorables o desfavorables para ciertas especies?4. ¿Estaban los bosques más extendidos en otro tiempo? ¿Cuándo

han disminuido?5. ¿Se tala? ¿Se repuebla?6. ¿A quién pertenecen los bosques?

V. Arboles frutales

1. ¿Hay castaños? ¿Dónde se encuentran los castañares? ¿Lejos o cerca de las casas? ¿Se cortan? ¿Se vuelven a plantar? ¿Extensión plantada de castaños? ¿Utilización de las castañas?

* Se ha seguido, respecto al término «país», el criterio expuesto anteriormente: cfr. supra, N. de T. de la p. 245.

2. ¿Hay viñas? Si no las hay, ¿las hubo en otra época en el país? ¿Extensión plantada de viñas?

3. ¿Hay manzanos para sidra? ¿Desde cuándo? ¿Cuántos? ¿Produ­cen mucho?

4. ¿Hay árboles frutales? ¿Su producción?5. ¿Cuál és la bebida habitual del país?

Albert Demangeon 277

VI. Economía rural

1. ¿Se han roturado los terrenos recientemente o hace mucho tiempo?2. ¿Se practica la roza? ¿Cómo se practica?3. ¿Qué abonos se emplean? ¿Se compran? ¿De dónde proceden?4. ¿Se emplea maquinaria agrícola?5. ¿Cuál es la rotación de cultivos más frecuente?6. ¿Hay barbechos?7 . ¿Formas de transporte? ¿Cuál es el an im al de tiro? ¿El vehículo

habitual?8. ¿Cómo se divide, según la clase de terreno, el territorio de la

comuna?9. Que usted sepa, ¿ha variado la proporción relativa de cada clase

de terreno (campos, praderas, landas, brezales, bosques, etc.)?

V II. Cultivos

1. ¿Cuáles son los cultivos de su comuna?2. ¿Su proporción relativa? ¿Su rendimiento?3. ¿Dónde y cómo se venden?4. ¿Dónde se compran las semillas?5. ¿Dónde comienza, en su opinión, la verdadera zona triguera?

V III. Ganado

1. ¿Extensión de las praderas, de los pastos?2. ¿Praderas artificiales, forrajes y tubérculos? ¿Sus progresos?3. ¿Se riegan los prados? ¿Cuándo y cómo?4. ¿Cómo se alimenta al ganado en invierno?5. ¿Se deja fuera a los animales? ¿A partir de qué época?6. ¿Qué animales se crían? ¿Cuántos? ¿Bueyes, vacas, corderos, cer­

dos, caballos, burros?7. ¿Qué producción se saca de cada uno de estos animales? ¿Cómo,

dónde se venden los animales o los productos que se sacan de ellos?8. ¿Dónde nacen las crías?

(' f

278 Antología de textos

IX . Industria y comercio

1. ¿Existe, en su comuna, alguna industria?, ¿o en las cercanías?2. ¿Existen todavía pequeños oficios rurales, como hilado, tejido,

fabricación de zuecos, etc.?3. ¿En qué mercados se venden sus productos agrícolas, sus animales?

¿Ha sido siempre así? ^4. ¿Sabe a qué puntos de Francia se llevan luego?5. ¿Sabe de dónde proceden sus principales objetos de consumo: ha­

rina, vino, ultramarinos, telas, ropa, instrumentas?

X. Propiedades y explotaciones

1. ¿Cuál es la extensión de los comunales? ¿De qué tierras se com­ponen? ¿Para qué sirven? ¿Se desea su reparto? ¿Cuáles son las condicio­nes de ese reparto?

2. ¿A quién pertenecen las tierras de la comuna? ¿A los habitantes de la comuna? ¿A extranjeros? ¿Dónde están y quiénes son esos ex­tranjeros?

3. ¿Cuántos propietarios hay? ¿Extensión de las propiedades?4. ¿Aumenta la pequeña propiedad? ¿Hay tendencia a fragmentar la

tierra? ¿Desde cuándo?5. ¿Cuál es el precio de las tierras? ¿Arrendamiento?6. ¿Cuáles son los modos de explotación de la tierra? ¿Propietarios,

arrendatarios, aparceros o colonos? ¿Proporción del aprovechamiento di­recto y del aprovechamiento indirecto?

7. ¿Cuáles son habitualmente las condiciones de la aparcería?8. ¿Tiene el arrendamiento tendencia a desarrollarse? Si no, ¿por qué?9. ¿Cuáles son las extensiones de las explotaciones? ¿Cuál es, en la

explotación media, la extensión relativa de los diferentes cultivos?10. ¿Importancia de la aparcería ganadera en las explotaciones?11. ¿A qué se llama aquí «campesino acomodado»?12. ¿Quién lleva a cabo los trabajos de cultivo? ¿Quién proporciona

la mano de obra? ¿Se traen trabajadores de fuera?13. ¿Existe la costumbre de cercar los campos? ¿Por qué? ¿Desde

cuándo? ¿Cuidados prestados a las cercas?

X I. Viviendas y pueblos

1. ¿Existe un tipo de vivienda extendido de forma general? ¿Cuál es su organización?

2. ¿Cómo está dispuesta la vivienda del campesino? ¿Qué lugar ocupan, respecto a la vivienda, las dependencias agrarias?

f

3. Materiales de construcción. ¿De dónde proceden? La techumbre: ¿paja, tejas, pizarra?

4. ¿Hay, en las casas, orientaciones más buscadas que otras?5. ¿Hay, en los pueblos, en las aldeas, emplazamientos, exposiciones

más buscadas que otras?6. ¿Es dispersa o aglomerada la población de la comuna? ¿Cuántas

aldeas, caseríos?

X II. Población

1. ¿Cuál ha sido el número de habitantes en cada censo desde el comienzo del siglo xix?

2. Si hay despoblación, ¿por qué?3. Natalidad. ¿Hay exceso de nacimientos?4. ¿Se emigra? ¿Cuánto? ¿Dónde? ¿Para qué? ¿Epocas de la partida,

del regreso? ¿Qué influencias ha ejercido la emigración sobre el «país»?5. ¿Viene gente de fuera para trabajar?6. ¿Cómo se alimentan? Dé, si es posible, ejemplos de menú para

todas las comidas del día.

Albert Demangeon 279

X III. Divisiones territoriales

1. ¿Qué nombre tiene, en el lenguaje de las gentes del «país»; la región en la que se encuentra su comuna?

2. ¿Cuál es, en su opinión, el sentido de la palabra Limousin, la extensión del «país»? ¿Dónde termina?

3. ¿Lo mismo para la Marche?4. Para un habitante del Limousin, ¿qué es la «Auvergne», el «Bas

Pays»?5. Para un habitante del Limousin, ¿dónde comienza, dónde termina

la montaña? ¿Cuáles son los caracteres propios de la montaña: cultivos, clima, habitantes, producciones, etc.?

6. ¿Lugares con nombre particular de la comuna?7. ¿Dialecto? ¿Variantes locales características?

Daniel Faucher *

DE LOS «PAISES» A LAS REGIONES **

Parece inútil legitimar la parte que la geografía puede reivindicar en los estudios regionalistas. Sin querer afirmar que la noción de región com­pete directa y exclusivamente a la ciencia geográfica, es lícito recordar que, desde hace mucho tiempo, es en el marco regional donde los geógrafos franceses han centrado la mayor parte de sus trabajos. Casi todas las gran­des tesis en las que se ha afirmado, bajo el impulso de Vidal de la Blache, la originalidad de la escuela geográfica francesa han tenido por objeto el estudio de una región. Es en el marco regional donde se ejerce habi­tualmente la actividad de los Institutos geográficos organizados en las Facultades de Letras y algunos de ellos editan precisamente revistas que tienen por objeto principal de sus publicaciones la región en cuyo centro se encuentran. La región es en gran parte el «laboratorio» de la geografía, tal como la concebimos.

Por eso, cuando se ha planteado la cuestión — pues ya se ha planteado muchas veces-— de sustituir el cuadro administrativo creado por la Asam­blea Nacional Constituyente por divisiones más amplias, más coherentes, más vivas, más desprendidas de ciertas mezquindades locales, los geógra­

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Faucher, D. (1949): Géographie agraire. Types de cultures, París, Libraire de Médids

y Editions M. Th. Génin.Faucher, D. (1962): La vie rurale vue par un géographe, Toulouse, Institut de Géo­

graphie de rUniversité de Toulouse.Faucher, D. (1968): L'Homme et le Rhótie, París, Gallimard.

* * Faucher, D. (1941): «Des "pays” aux régions» (artículo procedente de una conferencia pronunciada en la Facultad de Letras de Toulouse el 29 de enero de 1941), Bulletin de Vüniversité et de l'Acadétnie de Toulouse, 8, pp. 285-301. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

280

c.

Daniel Faucher 281

fos, y no los menos importantes, han aportado siempre al debate el fruto de sus reflexiones y de su ciencia. Vidal de la Blache, ya en 1910, esta­blecía en la Revue de París los principios de una división de Francia en regiones, en un estudio cuya consulta sigue teniendo gran interés. Insistía en el problema en 1913, para mostrar lo que él llamaba la relatividad de las divisiones regionales, y en el volumen en el que aparecían las páginas que dedicaba al tema geógrafos conocidos, F. Maurette, P. de Rousiers, C. Vallaux, L. Laffite, M. Levainville, etc., aportaban su contribución. Se conocen también los trabajos de Jules Franck, de P. Foncin, de Henri Cavaillés; son incluso anteriores a los que acabamos de citar.

* * *

Para los geógrafos, la región es en primer lugar lo que llaman la región natural. Este dato geográfico elemental no ha sido percibido y de­finido sin esfuerzo. Mientras la geografía se ha limitado a descripciones más o menos cargadas de nomenclaturas, no ha sentido la necesidad de buscar el contenido exacto de esas individualidades naturales, que se han convertido desde entonces en el punto de apoyo esencial de sus especu­laciones. Cuando todavía se dedicaba, por ejemplo, al estudio de los ríos, a seguirlos desde su nacimiento hasta su desembocadura para enumerar sus sucesivas direcciones, para citar las ciudades que habían crecido en sus orillas, no necesitaba apelar a la idea de región considerada como uni­dad coherente.

Progresó estudiando las cuencas fluviales y durante mucho tiempo li­mitó más' o menos todo el conocimiento que tenía de la naturaleza y del hombre al marco del territorio recorrido por las redes hidrográficas orga­nizadas. Se ha recordado en este sentido el informe de Buache presentado a la Academia de Ciencias en 1752: las cadenas montañosas coinciden siempre, en su opinión, con las líneas divisorias, y esta idea se admitió sin discusión hasta mediados del siglo xix. No estoy seguro de que en la memoria de muchos de nosotros no subsista, por ejemplo, el nombre de los Monts Faucilles que había sido necesario inventar para separar la cuenca del Ródano de las del Mosa y del Rin.

A pesar de los errores que ha provocado, esta concepción responde a una cierta realidad geográfica: que el conjunto de los ríos que forman una red tienen dependencias mutuas, que actúan y reaccionan unos sobre otros y que la propia geografía humana no puede ignorar del todo esas unidades hidrográficas.

Más compleja, más completa también, es la idea de una división regio­nal basada en el clima. ¿No es el clima el gran factor de distribución de los vegetales y de los animales en la superficie de la tierra? ¿No es la base de la diversidad que se introduce en los agrupamientos nacionales que la historia ha realizado? ¿No hay en Francia una región mediterránea, una región atlántica, una región continental o semicontinental?

(

282 Antología de textos

Quizá no hay induso factor geográfico más tiránico que el clima. Para referirnos a un ejemplo que tenemos cerca, ¿no hemos visto, durante siglos, cómo los dos Midis franceses, el mediterráneo y el atlántico, han basado sus sistemas agrícolas en principios generales más o menos similares? El cul­tivo del trigo, que era fundamental en ambos casos, al someterse a la sequía del verano, se encontraba obligado a dar a la tierra descansos bia- nuales mediante el barbecho. Introduciendo el maíz, gracias a sus prima­veras lluviosas, Aquitania ha abandonado el barbecho y se ha separado del Midi mediterráneo; explotando a fondo ciertas aptitudes de su clima, éste se ha convertido ante todo en una región vitícola.

Pero, al no considerar más que el clima como principio distintivo de regiones que se consideran naturales, no se pueden determinar más que amplios conjuntos. De uno a otro se ven a menudo, por lo demás, salvo en montaña, pasos graduales, delicadas transiciones. La división climática de un territorio permanece casi siempre- cargada de indecisiones: los már­genes cabalgan unos sobre otros.

Sin embargo, el terreno puede ayudar a fijar los límites. Es, sin em­bargo, muy sorprendente que se haya tardado tanto en descubrirlo. Actúa ya por su altitud e influye a través de ella en el clima, hasta el punto de que las mismas naturalezas del terreno, en la misma latitud, pueden ofrecer a los hombres condiciones de existencia extremadamente variables. Hay mucha diferencia entre los Causses del Quercy y los Causses del Cévaudan; las altas llanuras de Cerdaña, cargadas de aluviones, no engen­dran los mismos géneros de vida que sus vecinas del Rosellón extendidas cerca del mar. La montaña es siempre un medio que, por el mero hecho de su altitud, adquiere una fisonomía aparte.

En las llanuras, donde el relieve cuenta poco, salvo para matizar los climas locales, para crear exposiciones variadas, unas más favorables, otras menos, es la naturaleza del terreno la que introduce un principio de di­ferenciación y, por su continuidad, un principio de unidad. No precisa­mente la naturaleza del terreno tal como la siente en su trabajo cotidiano el campesino inclinado sobre su surco, sino esa naturaleza propia que de­fine la geología. La persistencia de los mismos horizontes geológicos sobre un espacio más o menos extenso tiene como consecuencia la repetición de los mismos aspectos. Aquí es donde los geógrafos han encontrado la no­ción de región natural que está en la misma base de sus análisis morfo­lógicos y de sus investigaciones sobre la actividad humana.

Y, sin duda, no ignoran que la unidad geológica no comporta nece­sariamente la uniformidad absoluta de las características. Incluso en nues­tras investigaciones de geografía física, el conocimiento referido solamente a la estructura actualmente visible no basta para revelar siempre el secreto de las formas del relieve. Hay que apelar a veces a elementos estructurales desaparecidos hoy y se debe entonces considerar como un relieve heredado el que tenemos ante nuestra vista.

Tratándose del hombre, los problemas son aún infinitamente más com­plejos. Sea cual sea el lugar, hay que tener en cuenta la historia y ésta no

C

Daniel Faucher 283

se deja dominar sólo por los caracteres geográficos del territorio. Y tam­poco la vida material, que se agranda o se reduce en función de circuns­tancias que no dependen todas del medio. La influencia de los factores físicos no es nunca tan grande como para que la actividad humana en­cuentre en su presencia sus únicas posibilidades y sus límites infranquea­bles. Sobre un terreno que no les convenía más que a medias, los campe­sinos vauclusianos han creado sus cultivos de hortalizas; en un territorio de naturaleza pobre, los campesinos flamencos han realizado una de las obras agrícolas más fecundas que existen en la superficie del mundo civi­lizado. Y además está la industria, el comercio, cuyas formas y volumen no están siempre en relación estrecha con la naturaleza del terreno sobre el que se implantan...

Pero, en fin, la región natural existe y se afirma a menudo por ciertas identidades de poblamiento, de explotación, de formas de vida. Se producen armonías entre la tierra y el hombre, en el augusto matrimonio de la na­turaleza con el que debe pedirle que provea su subsistencia, fecundándola con su trabajo.

( . . . )

* * *

Frecuentemente sucede que. los propios habitantes han captado esta armonía. La han expresado con un nombre que para ellos encierra muchas cosas: relaciones de vecindad, costumbres comunes, un hablar común, gé­neros de vida semejantes, recuerdos transmitidos por la misma tradición, todo un conjunto de hechos materiales, intelectuales y morales que cons­tituyen el soporte más seguro de la vida social y que son su expresión habitual. El nombre del «país» es un emblema de amistad.

Sólo con pronunciarlo se siente uno vinculado a una tierra, a hori­zontes familiares, a ese ciprés que, solitario, vela cerca del jardín, a esos álamos que se estremecen en el valle a lo largo del río, a esa garriga de aspecto un poco salvaje dominada por un roble respetado por el hombre o el diente de los animales. Es para el montañés la evocación de su mon­taña y para el hombre de las llanuras fértiles la de la riqueza de una tierra que le alimenta como alimentó a sus antepasados. El «país» es para todos una prefiguración de la patria.

Los nombres de «países» son los nombres de las divisiones regionales más vivas que existen, los que están realmente inscritos en el corazón.

Los geógrafos han descubierto esas mismas divisiones inscritas en el terreno. Hay que remontarse sin duda a los escritos de Charles Coquebert de Montbret para encontrar su primer uso sistemático. Cuando el Comité de Minas creado por la Convención decidió publicar el Journal des Mines, confió su dirección a Coquebert, que enseñaba geografía física en el Liceo republicano, y más tarde en la Escuela de Minas. Bien en las notas que publicó en el Journal des Mines sobre las riquezas minerales del país,

C

284 Antología de textos

bien en la descripción general de Francia que concibió al convertirse, tras el 18 Brumario, en Director de Estadística de Francia, se apoyó siempre en divisiones naturales del territorio. Estableció, por ejemplo, en la nota dedicada al departamento del Aisne «lo que se entendía en general por Picardía» y habla con un sentido geográfico muy seguro de las «pequeñas comarcas» que abarcaba; cita la Thiérache, el Vermandois, el Laonnais, el Tardenois, el Soissonnais; sabe que el departamento cubre también una parte del Valois y de la Brie champañesa. ¿No parece que estamos escu­chando a un geógrafo moderno? El pueblo de los campos del Aisne pro­nunciaba habitualmente estos nombres. Por esa, uno de los colaboradores del barón Coquebert de Montbret, d’Omalius d’Halloy, yendo más lejos que Coquebert, podía, en 1835, afirmar que «el pueblo sabe generalmente captar con mucho discernimiento» esas divisiones naturales y que les aplica generalmente una denominación particular. Sin embargo, dice, cuando los geógrafos «sienten la necesidad de citar una división de esta naturaleza, se creen obligados a emplear un correctivo y decir: la comarca vulgarmente designada con tal nombre. Pero — sigue diciendo d’Omalius d’Halloy— lejos de ver en esta aplicación de la palabra vulgar un motivo de desprecio, se debería, por el contrario, ver un títuta de ilustración, pues si una de­nominación que no está sostenida por ninguna disposición del poder puede establecerse o mantenerse en el uso vulgar, es que satisface una necesidad, proporcionando un medio más fácil de designación o estableciendo una división más natural que la consagrada por las denominaciones o las de­marcaciones políticas».

Así, desde el comienzo del siglo xix, se llegaba a la concepción de que los nombres de los «países» cubren frecuentemente regiones naturales. Los geógrafos lo han olvidado durante mucho tiempo posteriormente; ha sido necesario que dispusieran de mapas topográficos y geológicos para volver a encontrar la verdad enunciada por Coquebert o por d’Omalius d’Halloy. El pueblo, por su parte, no la ha olvidado y estos nombres han permanecido tan vivos que sería probablemente impío efectuar cortes ta­jantes sobre ellos cuando se establezca la nueva división administrativa en regiones.

* * *

¿Quiere esto decir que todos los nombres de «países» merecen seme­jante consideración y son para el vocabulario geográfico semejante «título de ilustración»? Desde luego, no. A falta de nombres directamente aso­ciados a datos naturales, surgen otros que han sido forjados con el de la localidad que se consideraba cabecera. Así se habla del Carcassés para de­signar al «país» de Carcassonne, pero ¿quién podría fijar sus límites? ¿Y quién podría definir exactamente el Pédagués («país» de Pamiers)? Algunos de ellos no son más que reminiscencias históricas.

(...)

Daniel Fauchec 285

Podríamos dar muchos ejemplos de nombres de «países» que reflejan así antiguas situaciones, más históricas que geográficas. Pero la historia es el pasado, la geografía es el presente; las regiones actuales pueden no tener relaciones directas y estrechas con las regiones determinadas por las vicisitudes de la. política. En cuanto a las regiones naturales, en cuanto a los «países» que les corresponden, por mucho apego que se les tenga, no es posible considerarlos más que como soporte de la vida local, apenas prolongada más allá del horizonte que el campesino abarca con la vista desde la puerta de su granja o desde lo alto de su campanario. Divisiones administrativas que quieran «crear — como decía L. Gallois en 1908— or­ganismos más conscientes de su unidad y de sus intereses» deben ir más allá de esas pequeñas unidades naturales, cuyos contornos pueden tener en cuenta, con mucho, al reunirías.

* * *

Se había planteado el mismo problema ante la Asamblea Constituyente. Lo resolvió mediante la creación de los departamentos y no me corresponde decir cómo realizó su obra, que era, según el informe de Thouret, «asentar sobre bases comunes el doble edificio de la representación nacional y de la administración municipal y provincial». Consistía también en hacer desaparecer esta especie de anarquía administrativa que hacía, según el mismo informe, que «el reino esté fragmentado en tantas divisiones dife­rentes como diversas especies de regímenes o de poderes existentes: en diócesis, desde el punto de vista eclesiástico; en gobiernos, desde el punto de vista militar; en generalidades, desde el punto de vista administrativo; en bailías, desde el punto de vista judicial». La división en departamentos tuvo a menudo un carácter artificial que ha sido muchas veces denunciado, y no siempre justamente. No había sido, sin embargo, tan arbitraria, puesto que el Comité de Constitución había intentado preservar los intereses económicos y, no queriendo romper brutalmente con el pasado, había invitado a las propias provincias a «manifestar las conveniencias del co­mercio, de la agricultura, de la industria, de las localidades, de los medios de comunicación». Las nuevas circunscripciones administrativas no habían sido mal establecidas, puesto que han durado y han asegurado una gestión conveniente de los asuntos públicos.

Pero de nuevo se vuelve a plantear el tema de proporcionar a Francia otra división territorial. Deseada desde hace décadas, ya no hay razones para posponer su realización. Poco a poco, en efecto, más allá de los de­partamentos, se han revelado conjuntos más amplios. Dos transformaciones capitales de Francia han determinado su nacimiento y definido sus carac­teres: la revolución en los medios de comunicación, el crecimiento de las ciudades. Comenzaron hace mucho tiempo, pero no han alcanzado su pleno auge hasta una fecha reciente.

Las condiciones de la circulación han cambiado totalmente a lo largo del siglo xix y desde el comienzo del xx. En vísperas de la Revolución,

286 Antología de textos

y a pesar de las grandes obras viarias llevadas a cabo sobre todo después de 1750, los transportes de mercancías y de viajeros siguen siendo lentos. Con los ferrocarriles se harán más fáciles, más confortables, más rápidos y menos costosos. Con el automóvil alcanzarán un ritmo precipitado y las distancias serán nuevamente reducidas. Todo ha ocurrido en este campo como si la superficie del territorio francés se hubiese encogido progresiva­mente. Todo ha ocurrida- también de forma que las necesidades económi­cas generales del país, las necesidades de cada porción del territorio han sido cada vez mejor servidas. Durante mucho tiempo la clara disposición de nuestra red ferroviaria y la clara disposición de nuestras grandes ca­rreteras había expresado la preponderancia de los intereses políticos cen­tralizados. Las preocupaciones económicas han vencido progresivamente.

Todo esto se ha organizado poco a poco alrededor de las grandes aglo­meraciones urbanas. ¿Es necesario recordar que las ciudades han crecido considerablemente a lo largo del siglo xix? El movimiento ha continuado en el xx y, se quiera o no se quiera, la relación entre la población del campo y la de las aglomeraciones urbanas ha cambiado profundamente. Alrededor de esos grandes centros se ha reunido la vida regional. De acuer­do con sus necesidades se ha producido frecuentemente la adaptación de la actividad del campo colindante. Y a la inversa, la ciudad, industrial y mercantil, ha encontrado a su alrededor una parte de su clientela, a me­nudo el mayor volumen de sus compradores. Se han creado solidaridades entre productores y consumidores a partir del momento en que se aban­donaron las antiguas economías cerradas de antaño, y encontraron su punto de contacto y de equilibrio en la ciudad donde se realizaban los intercam­bios. Las ciudades siempre han representado un nudo de relaciones, pero el fenómeno de nodalidad, tomando esta expresión, tras Vidal de la Blache, de Mackinder, se ha complicado y reforzado singularmente, con el creci­miento y la organización de las ciudades modernas. Las mayores se han convertido en los centros de la vida de relación para territorios extensos, que ya no pueden prescindir de ellas, de la misma forma que no pueden ignorar sus fuerzas, sean de la naturaleza que sean.

Los progresos de la urbanización de Francia han cambiado, pues, el contenido de la noción de región. La debilidad relativa del factor urbano había permitido la creación del departamento y su mantenimiento, su nueva amplitud, su crecimiento imprevisto y rápido, que rompe los antiguos equilibrios, hace desmoronarse a su vez el marco departamental. La futura división regional registrará esta transformación profunda del poblamiento: será la coronación de una verdadera revolución geográfica, cuyas conse­cuencias en todos los campos se han desarrollado lentamente, pero han minado poco a poco ciertas concepciones, justamente aquellas que parecían basadas en el orden más natural de las cosas. La unidad regional es ahora menos una unidad de terreno, una unidad de clima, una identidad de gé­neros de vida que una diversidad coherente.

i e i t *

(

Daniel Faucher 287

Llegamos, pues, a concebir la región como el territorio que se ordena armónicamente en las formas de su actividad alrededor de una metrópoli que se ha convertido en capital. Actualmente ya se puede hablar de una región de Lyon, de una región de Limoges, de una región de Marsella, de una región de Montpellier, de una región de Burdeos, de una región de Toulouse, por limitarnos a la mitad meridional de Francia. Queda por delimitar cada una exactamente y no es trabajo fácil.

Las preguntas que hay que hacerse son de múltiples órdenes. Se puede agrupar una parte en algunos epígrafes esenciales.

fjay que saber, por ejemplo, cuál es el espacio que participa en el poblamiento de la ciudad, lo que puede llamarse su zona de atracción demográfica. Hay que conocer la extensión de su irradiación comercial, menos la de la clientela de sus industrias, a veces fuera del territorio con­tiguo, que la de su comercio al por mayor e intermedio, es decir, la zona cubierta por sus actividades distribuidoras. Otro aspecto de esta irradia­ción viene dado por la fuerza de sus ventas a la clientela que acude a ella para aprovisionamientos regulares u ocasionales. Y la ciudad es también consumidora; hay que saber de dónde le vienen sus proveedores más nu­merosos y la procedencia de los abastecedores de sus mercados.

Hay que tener en cuenta su irradiación intelectual, la procedencia de los alumnos de sus escuelas, de los estudiantes de su Universidad, la fuerza de los periódicos, el prestigio de sus Sociétés Savantes, etc. No debe escapar una sola forma de las actividades que se propagan a su alrededor a una investigación que quiera ser completa y expresiva.

Pero la densidad de las relaciones ferroviarias o viarias sirve de guía. Llevadas sobre un mapa, dibujan las articulaciones de la región tal como se establece de hecho, tal como se manifiesta en tanto que realidad viva. Si se añade a semejante representación de las relaciones cierto coeficiente de utilización establecido según el número de personas o el peso de las mercancías transportadas, se podría establecer lo que yo llamaría de buena gana mapas de influencia urbana y la solución de los problemas de delimi­tación perdería pronto todo riesgo de arbitrariedad.

Pues es evidente que en los márgenes de estas zonas de influencias se entrecruzan otras, las de la metrópoli vecina. A quien tenga que delimitar, por ejemplo, la región de Toulouse en relación con la de Burdeos, se le presentará necesariamente el problema de saber hasta dónde irá Toulouse en el valle del Garona o en Armagnac. Habrá que dedicarse a sopesar las influencias, a investigar las preponderancias. Y una vez establecido el límite, habrá que dejar a la vida el cuidado de confirmarlo o, por el con­trario, la posibilidad de resaltar sus defectos. «Se trata — como decía Vidal de la Blache— de biología, y no de mecánica.»

Pero entonces se obtendrán, en efecto, grandes organismos vivos, capaces de dar cotidianamente más coherencia a las solidaridades que ya se habrán manifestado. Estimularán su fuerza. Reunirán en haces las acti­vidades productoras; suscitarán otras nuevas. De ellos saldrá todo lo que puede hacer más eficaz la vida colectiva mediante el contacto directo con

c i

288 Antología de textos

la realidad. La región puede crear amplias armonías en beneficio de todos y de cada tino.

Esta coordinación interna de las grandes formas de la actividad implica un sentido preciso de la unidad regional, que se realiza no en la unifor­midad, sino en la concordancia de las actividades complementarias. Cuantas más posibilidades diversas pero solidarias englobe la región, más posibi­lidades tendrá de vivir y'tle durar.

Así, debe apoyarse en el sentimiento de las relaciones necesarias. Este sentimiento es el que realmente crea el verdadero espíritu regionalista. La organización de la región debe, si es necesario, hacerlo nacer o desarro­llarse, con todo lo que puede comportar de vivo y de elevado. No se trata — al menos en nuestro pensamiento— de resucitar el espíritu «pro- vincialista», que es a menudo mezquino apego a un pasado muerto. Se trata, por el contrarío, de desarrollar y de suscitar fuerzas nuevas, actividades eficaces, en un marco en el que cada uno puede ocupar su verdadero lugar y desarrollar sus capacidades, en el que todo esfuerzo puede conseguir un resultado tangible.

Lo cual no quiere decir, es obvio, que el espíritu regionalista deba descuidar las relaciones con las demás regiones y con la nación entera. Esta especie de autarquía regional sería una inmensa regresión. Por encima del pueblo, de la ciudad, está el «país» en el sentido en que lo evocábamos antes; por encima del «país», está el horizonte más amplio de la región agrupada en tomo a su metrópoli; por encima de la región está la patria. El propio individuo quedaría singularmente disminuido si encerrase es­trechamente en límites tan reducidos el espacio en el que debe alcanzar su plenitud; la colectividad regional se volvería anémica si pensase y actuase como si fuera capaz de bastarse a sí misma. La vida moderna necesita aire libre.

Y tampoco el espíritu regionalista debe cortar todo lazo con el pasado. La historia, la vida cerrada de antaño han tejido un lenguaje común; existe el recuerdo de las cosas que se han hecho juntos, a veces un arte, una literatura que expresan esa vida del pasado, toda una poesía colectiva que flota en el más banal de los folklores. Son fuerzas de cohesión, a la vez espirituales y sentimentales, de las que la vida regional no puede sacar más que ventajas. Pero esto no es lo esencial: el renacimiento provincial, en el sentido estricto del término, sería una utopía, algo como un juego mental; la organización regional es una necesidad, un dinamismo reaMsta. El espíritu regionalista puede enraizarse en el pasado; no vivirá más que en la preocupación del presente y orientándose hacia el porvenir.

c

Etienne Juillard *

LA REGION: ENSAYO DE DEFINICION **

La síntesis regional, ya lo dijo Vidal de la Blache, es la realización última del trabajo del geógrafo, el único terreno en el que alcanza su plena identidad. Al explicar y al comprender la lógica interna de un frag­mento de la corteza terrestre, el geógrafo revela una individualidad cuya réplica exacta, es evidente, no se encontrará en ningún otro lugar. ¿Quiere esto decir que es imposible proseguir en este caso el constante y fructífero diálogo que se ha llevado a cabo entre geografía regional y geografía ge­neral? Hay que confesar, desde luego, que si Francia ha sido el país pri­vilegiado para los estudios regionales, la noción de región no ha sido, hasta estos últimos años, objeto de un esfuerzo sistemático de generalización. Difícilmente se deduciría una doctrina de la comparación de las monogra­fías. Sin hablar de las que no son más que enumeraciones yuxtapuestas, las síntesis se presentan en los marcos más dispares, tanto por su naturaleza como por su dimensión. Territorio definido unas veces por una cierta uni­formidad natural, étnica o económica, otras distrito heredado de la historia y que no responde a ninguna realidad actual, la región se concibe gene­ralmente como una especie de «dato» cuyos límites se esfuerzan en jus-

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Gaval, P., y Juillard, E. (1967): Región et régionalisation dans la géographie fran-

faise et dans d'autres sciences sociales. Bihliographie analytique, París, Dalloz. Juillard, E . (1972): «Vílles et campagnes: vers un espace légional intégre», en La

pernee géographique frangaise contemporaine. Mélanges offerts ¿ André Meynier, Saint-Brieuc, Presses Universitaires de Bretagne, 1972, pp. 679-681.

Juillard, E . (1974): La région: contributions a une géographie générale des espaces regionaux, París, Ophrys.* * Juillard, E. (1962): «La région: essai de définition», Annales de Géographie,

L X X I, 387, pp. 483-499. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

289

( 1

290 Antología de textos

tificar en el umbral del estudio. ¿Hay que extrañarse de que esta con­cepción de la geografía no baya Lecho escuela en países como los Estados Unidos, donde los marcos heredados de la naturaleza y de la historia son a la vez menos amplios y menos matizados? Gradas a la geografía general se ponen ahora realidades precisas tras palabras tales como pediment, bos­que galería, openfield, banlieue... No se podría decir lo mismo de la pa­labra región.

Ahora bien, la región ya no es hoy ese terreno un poco confidendal de la investigadón geográfica, ni ese marco folklórico en que se complacen ciertas ideologías reaccionarias. Cada vez más, en los medios de actuación económica y social, se piensa el desarrollo en términos de ordenación del territorio, de regionalización. Esto es verdad no sólo para los países fragmentados de la vieja Europa, sino también para la U. R. S. S., Estados Unidos, para los nuevos Estados africanos en el futuro. En Franda han nacido comités de expansión que se apoyan en espacios calificados como regiones; nuestro 4.° Plan desemboca en planes regionales de acdón eco­nómica. ¿De qué dase de regiones se trata? Al principio, para ir más de prisa y porque se desprende uno mal de las ataduras administrativas, los comités «regionales» se han calcado de los distritos, de los departamen­tos, de los grupos de departamentos; las «regiones-programa» que son objeto de un plan de conjunto abarcan un número entero de departamen­tos. Pero estos marcos son raramente satisfactorios y J . Labasse los ha sometido a juicio en esta misma revista. La necesidad de eficada plantea el problema de la definición de la región.

Los geógrafos no estaban preparados para dar esta definidón. Ofredan, desde luego, un conocimiento íntimo de tal región cuya monografía habían realizado. Pero la geografía regional se encontraba singularmente desarmada ante los problemas generales que se planteaban: criterios de delimitación, dimensión óptima, equipamientos necesarios, etc. Los círculos con capaddad de actuación se han dirigido, pues, a los economistas. Estos acababan en efecto de «descubrir» la región. Tras haber razonado durante mucho tiempo en abstracto, o sobre hipótesis espadales, pero preindustriales (von Thünen), comenzaron a elaborar esquemas regionales. El gran iniciador parece haber sido el alemán Losch. Después es en Estados Unidos donde la regional Science ha adquirido más cuerpo y vuelve hoy a Europa, traída por un Léontief, por un Walter Isard, que han encontrado entre los economistas franceses algunos adeptos entusiastas y eficaces. Han aplicado a la realidad regional su aptitud específica para la generalizadón y la han dotado rápi­damente de un vocabulario, tras el que sitúan estructuras, mecanismos precisos.

Sin embargo, el espacio de los economistas no es el mismo que el de los geógrafos y en esta vía nueva y apasionante que se abre a la inves­tigación aplicada no puede tratarse de una simple sustitución de los unos por los otros. Frangois Perroux ha mostrado muy bien que el economista se dedica a «deslocalizar» a los hombres, las cosas, las actividades, expre­sando las distandas físicas en predo y en tiempo, mientras que el geógrafo

(

Etienne Juillard 291

estudia la organizadón de un espacio diferendado, individualizado. Par­tiendo del modelo más simple y más abstracto posible, el economista lo va complicando; procede de lo general a lo particular y aborda finalmente, con alguna reticencia, un caso concreto. E l geógrafo, por su parte, comienza con casos particulares, localizados, complejos, pero poco extensos; se es­fuerza luego por ampliar su conjunto de observadones y de comparadones para concebir una organizadón planetaria del espado; al hacer esto, se ve obligado a generalizar, a caer en la abstracdón; le parece que se sale de su papel. Se imaginaría gustosamente una fructífera conjunción de las dos disciplinas, en su marcha convergente, en un nivel espacial intermedio que sería la región. Pero las diferendas de óptica y de vocabulario han hecho difícil el diálogo. Sin embargo, ha comenzado, sobre todo desde la última guerra, y especialmente en Alemania, en Polonia, en la U. R. S. S., donde los geógrafos han intentado sistemáticamente generalizar la nodón de región. La aportadón francesa ha sido más tardía.

Espacio uniforme y espacio funcional

La evoludón del mundo ha modificado los términos en los que se plantea el problema regional; más exactamente, ha dado una importancia creciente a un tipo de organización del espado al que, hasta entonces, se había prestado una atención insufidente.

Desde hace mucho tiempo una de las nodones más fecundas de la geografía es la de paisaje, es dedr, una combinadón de rasgos físicos y humanos que da a un territorio una fisonomía propia, que le convierte en un conjunto si no uniforme, al menos caracterizado por la repetidón habitual de dertos rasgos. Lo que se ha llamado región natural es uno de estos conjuntos homogéneos. Pero al haber dejado d hombre en casi todas partes su huella, y a veces desde hace milenios, la mayor parte de los paisajes son paisajes humanizados, lo que los alemanes llaman Kulturlands- chaft. Aunque, gracias a ciertas técnicas como la palinologia, se consigue a duras penas reconstruir lo que era el paisaje primitivo y precisar las aptitudes del medio físico, las rdadones entre región natural y paisaje humanizado están lejos de ser sencillas: dos conjuntos naturales muy seme­jantes e induso muy próximos pueden ver nacer dos paisajes diferentes —así, por ejemplo, los contrastes agrarios de los Vosgos y de la Selva Negra, por el juego contrastado de las presiones demográficas de las formas de industrialización, etc. Con mayor motivo varios paisajes pueden sucederse en el tiempo sobre el mismo espado: pensemos en las mutado- nes agrícolas de las comarcas mediterráneas, en la urbanizadón de las cuencas mineras, etc. Finalmente, la influencia humana puede atenuar hasta hacerlos irreconocibles los matices del medio natural: así, los daneses han conseguido extender sus tierras labradas intensivas hasta las partes más ingratas de su territorio.

292 Antología de textos

El paisaje expresa, pues, el estado momentáneo de ciertas relaciones, de un cierto equilibrio, inestable, entre condiciones naturales, técnicas de transformación de la naturaleza, tipo de economía, estructuras demográficas y sociales del grupo humano. Además, cada paisaje incorpora una can­tidad variable de acondicionamientos heredados de combinaciones ante­riores. La inercia de las formas de organización del espacio confiere así al paisaje una relativa permanencia. Realidad esencialmente visible, el paisaje no puede explicarse sin apelar a factores invisibles, tan diversos como, por ejemplo, la hidrología subterránea, la natalidad, el régimen in­mobiliario, la circulación de capitales, la práctica religiosa. Desde que los geógrafos dedican lo esencial de sus esfuerzos al análisis y a la síntesis de los paisajes, han conseguido explicar su génesis con una precisión cre­ciente y convertirlo en un terreno especializado que no puede discutirles ninguna otra disciplina.

¿Se confunde la noción de región con la de paisaje? Existe, sin lugar a dudas, un modo de «regionalización» y la investigación de los paisajes permite detectar y delimitar sobre un territorio dado, por ejemplo, regio­nes agrícolas, caracterizadas cada una de ellas por una cierta homogeneidad en el acondicionamiento del espacio rural; aglomeraciones urbanas, paisajes a su vez subdivididos en zonas más o menos homogéneas, barrios y banlieues; conjuntos industriales individualizados por la repetición habitual de ciertas formas: valles montañosos de industria dispersa, zonas mineras de industria pesada, complejos portuarios, etc. Los alemanes oponen Land y Landschaft. El primer término designa a un «individuo» geográfico, cual­quiera que sea su dimensión; en su complejidad total, este territorio no será nunca más que un ejemplar único. El segundo, que es el paisaje, es susceptible, a fuerza de comparaciones y dejando a un lado los caracteres individuales, accidentales, de encajar en ciertos tipos. Para M. Sorre, en 1957, la región era el «área de extensión de un paisaje geográfico». Esto es más o menos lo que repite en su obra de 1961, donde traza con maestría un cuadro de las grandes «series» de paisajes humanos que se reparten sobre las tierras emergidas. Y , sin embargo, no oculta sus dificultades cuando se trata de insertar en ellas las zonas más desarrolladas del globo. Se pueden encontrar en este caso, dice, combinaciones de tipos de paisajes: así, la cuenca franco-belga «donde aparecen estrechamente asociadas una agricultura altamente intensiva y una vida industrial próspera». Profun­dizando esta idea al término de su último capítulo, M. Sorre indica que el desarrollo económico y social determina una jerarquía de los espacios organizados, que «cada región tiene su función propia, o más bien sus funciones»; sugiere buscar los centros de gravedad, las regiones de paso, los núcleos de acumulación de hombres y de medios.

Llevando más lejos estas proposiciones, todavía prudentes, digamos que la división del territorio en un mosaico de conjuntos uniformes no es la única manera de abordar el problema de la organización del espacio. El paisaje no es siempre, lo es incluso rara vez en los países altamente des­arrollados, el marco en el que se desenvuelven y se completan mutuamente

Etienne Juillard 293

las actividades del grupo. De la misma forma que la yuxtaposición de «géneros de vida» ha dado paso, en las economías más evolucionadas, a estructuras socioprofesionales complejas, el espacio humanizado, en cuanto se ha superado el estadio de una economía de subsistencia, ve superponerse al mosaico de los paisajes corrientes de intercambio, formas diversas de vida de relaciones que expresan la coordinación de las actividades, que se apoyan en consecuencia sobre una red de centros organizadores — las ciudades— y que estructuran el espacio en conjuntos nuevos. La unifor­midad caracteriza rara vez a estos últimos; la complementariedad de ele­mentos diversos es, por el contrario, la regla. Las migraciones humanas, las corrientes de mercancías, los flujos de capitales, las decisiones admi­nistrativas que constituyen su unidad son elementos menos visibles y menos duraderos que los paisajes. No dejan de determinar por ello formas de organización del espacio que no hay ninguna razón para declarar no geográficas. Ignorarlas sería limitar el estudio regional a una fragmentación en elementos, descuidando lo que los une, es decir, las actividades comple­mentarias de los grupos humanos.

Existen pues dos principios de unidad regional. Uno se basa en un criterio de uniformidad, es el paisaje; el otro en un criterio de cohesión, en la acción coordinadora de un centro. Los territorios individualizados de esta segunda forma se caracterizan menos por su fisionomía que por su función. Hablaremos de espacio funcional.

Génesis del espacio funcional

Desde el momento en que se concibe el espacio no ya como una yuxta­posición de áreas más o menos extensas, sino como el campo de acción de flujos de todo orden, vienen a la mente numerosas «estructuras» po­sibles. Se pueden tomar en consideración sucesivamente las fuerzas más diversas: polarización creada por una industria «motriz» alrededor de la cual gravitan satélites (industrias similares, industrias derivadas); fuerza de atracción migratoria de un centro urbano, que se puede medir a la vez en efectivos y en áreas de reclutamiento; lazos creados por relaciones comerciales, que se expresan en términos de mercado de un producto, de post-país de un puerto, de área de irradiación de un mayorista; fuerzas de cohesión política, social, espiritual; relaciones de dependencia finan­ciera... Sin hablar de las fuerzas de inercia: analfabetismo, gerontocracia, y de los frenos: juegos de la especulación inmobiliaria, malthusianismo demográfico o económico, etc.

Estas fuerzas interesan al geógrafo en la medida en que se combinan para traducirse en una cierta organización del espacio. Ahora bien, el aná­lisis muestra que se enlazan en ciertos centros, que son núcleos de im­pulsión y que modelan una estructura espacial en movimiento, pero que se puede captar en un momento dado. Ya en 1900 Vidal de la Blache, que es decididamente el iniciador de la geografía moderna hasta en sus

(

294 Antología de textos

adquisiciones aparentemente más redentes, había mostrado que Francia estaba adquiriendo estructuras regionales nuevas, que se articulaban en una red de centros. «Ciudades y carreteras, escribía, son las grandes iniciadoras de la unidad.» Y había tomado del geógrafo inglés Mackinder la palabra 1nodalidad para designar a las encrucijadas mayores de donde emana el máximo flujo de todo tipo, y que, por eso, tienen el mayor poder orga­nizador. “■

No se trata aquí más que de metrópolis. Pero el mismo principio de cohesión o de «centralidad» puede aplicarse en todos los grados de la escala dimensional de los espacios. El pueblo Aglomerado rodeado de su término es ya un centro y la red estrellada de sus caminos rurales lo expresa en el paisaje. La pequeña ciudad-mercado en el corazón de su «país» agrícola, la ciudad media, la gran ciudad constituyen una jerarquía de centros que distribuyen servicios cada vez más perfeccionados. Los econo­mistas han elaborado la teoría de esta jerarquización. Han mostrado que procedía del juego combinado de dos factores, mercado y accesibilidad.A medida que el servicio que se ofrece es más caro y corresponde a ne­cesidades menos habituaknente sentidas, requiere para ser rentable una clientela más numerosa y, por tanto, a densidad humana constante, una zona de distribución más extensa. En sentido inverso juega el factor tiempo y coste del transporte (accesibilidad), que tiende a contener esta zona en el interior de ciertos límites máximos de distancia. Para cada servicio se constituye pues un sistema de zonas de distribución. Un tercer factor, la interdependencia de estos servicios, conduce a hacer coincidir en general los centros elegidos por unos y otros con cada grado de la jerarquía. Así se estructura espontáneamente el espacio en zonas cuyas dimensiones están en función de las técnicas de transporte, de la densidad de la población, de las necesidades de esta población y de su aptitud para satisfacerlas. August Losch ha desarrollado un modelo partiendo de una llanura homogénea, sin ninguna diferencia en las densidades de población, los poderes adqui- !sitivos, la productividad de las empresas, la elasticidad de los mercados.Muestra que tenderán a crearse espacios de forma hexagonal, estando cada centro rodeado de seis centros del escalón inmediatamente inferior y si­tuándose, con otros cinco polos de igual categoría, alrededor de un centro * del escalón superior.

Ciertamente la realidad es más compleja, puesto que incorpora toda la diversidad de las condiciones naturales, de las herencias del pasado, todas las desigualdades de la presión demográfica, del desarrollo económico y social. Esto no es obstáculo para que, en cuanto aparece la vida de relacio­nes, haya qué buscar el principio de la organización especial en lo que los geógrafos alemanes han llamado Zentralitat, es decir, en la red urbana o, como ha dicho felizmente G. Chabot, en el armazón urbano. En sus relaciones con su zona de influencia la ciudad juega un triple papel, distri­buidor, coordinador y motor. En los terrenos de la enseñanza, de la salud, del correo y de las telecomunicaciones, etc., es ante todo un cómodo ins- ¡trumento de difusión de los servicios; ocurre lo mismo para el comercio

(

Etienne Juillard 295

a gran escala, el almacenamiento, etc. Nudo de comunicaciones y centro administrativo, coordina las actividades de un territorio más o menos extenso, y sobre todo da impulso a su región reuniendo diversos elementos de dominio: apropiación del suelo agrícola, fábricas que drenan cotidiana­mente una parte de la mano de obra rural, medios financieros concen­trados allí por el mero juego de la polarización, acción sobre la opinión pública mediante la prensa, etc. Marco de actividades coordinadas, la zona de influencia de una ciudad va creando sus costumbres, va estableciendo relaciones duraderas, desarrollando finalmente en sus habitantes un senti­miento de pertenecer a un mismo conjunto que termina de darle su per­sonalidad.

Basado así en la vida de relaciones, el espacio funcional se expresa menos por límitesi que por su centro y por las redes de todo orden que emanan de él. El análisis regional no se apoya ya en el descubrimiento de espacios uniformes, sino en el estudio de la jerarquía de los centros, de la densidad y de la intensidad de los flujos. Mediante el examen de la «centralidad» de las ciudades de la Alemania del suroeste, Christaller ha encontrado, en este espacio relativamente homogéneo, la disposición regula­rizada y las zonas de influencia hexagonales del esquema de Losch. Apo­yándose sobre todo en un conocimiento excepcional de la circulación de los capitales, Jean Labasse ha revelado las diversas polarizaciones que permiten comprender la estructura de la región de Lyon. Al definir la jerarquía de los centros urbanos de Alsacia y al establecer sus zonas de influencia, Michel Rochefort ha dado la clave de la organizadón regional de esta provincia. ( ...)

Es evidente que, basándose así en marcos de actividades más que en una cierta constanda de la fisionomía, la investigación regional se encuentra más cerca de la realidad humana. Esto no disminuye el interés de la nodón de paisaje. Simplemente el objeto de ambas investigaciones es diferente. El íntimo conocimiento de esas combinaciones espadales que son los paisajes resulta indispensable para quien quiere evaluar el potencial de un territorio, las condiciones de su aprovechamiento, los riesgos de ruptura de los deli­cados equilibrios establecidos entre medio natural y grupo humano. Inver­samente un paisaje, induso bien individualizado, no puede separarse de los paisajes vecinos con los que mantiene reladones de complementariedad; no se puede entender un espacio rural sin la ciudad que lo anima, ni una dudad sin el soporte de su Umland. Esta es, indudablemente, la vía de la realidad regional. Pero, ¿a qué llamaremos la región?

La región, marco cambiante

Si se acepta que hay que buscar la región en la familia de los espacios fundonales, hay que predsar también en qué escala se sitúa, para que un contenido predso responda a este término. En la acepción común, la región es una subdivisión territorial extensa que se encuentra en la jerarquía

(

íf

296 Antología de textos

inmediatamente después del Estado. Desde luego, en este sentido la inter­pretan nuestros planes «regionales» y volvemos a encontrar el mismo escalón en la «provinda» italiana, el «Land» alemán, el «supersovnarjoz» soviético, etc. No podríamos encontrar ningún criterio dimensional preciso, ?pues, como hemos visto, demasiadas variantes condicionan el tamaño de las zonas de influencia. Por el contrario, sería bueno dar a la definición un contenido funcional. Propenemos decir: la región no es generalmente un Estado; pero está dotada de una cierta autosuficiencia, desde luego no en el sentido de una autarquía económica, sino en la medida en que la mayor parte de las funciones y servicios más importantes están representados en ella, de manera que la región es capaz de satisfacer la mayor parte de las necesidades de sus habitantes, al poseer su metrópoli un poder de impul­sión y de decisión, y al no ser necesario recurrir al escalón superior más que en terrenos excepcionales o muy especializados. Así, en la Francia actual, París hace sentir su influencia en todo el país, pero sólo en ciertos aspectos, bien porque allí se encuentran el gobierno y la administración central, bien porque París en tanto que única ciudad «mundial» del terri­torio francés lo domina por entero en ciertos sectores: finanzas, información, creación artística y literaria, atracción migratoria... Pero un pequeño nú­mero de grandes ciudades ofrecen la gama completa, o casi, de las funciones y de los servicios superiores que constituyen, por ejemplo, la presencia de sedes sociales de empresas industriales y comerciales, de una bolsa de valores, de los distintos comercios al por mayor, de una gran universidad provista de laboratorios de investigación, de un gran centro hospitalario, de equipamientos tales como un aeropuerto internacional, un palacio de congresos, salas de espectáculos que reciben las grandes giras mundiales, etc.Estas metrópolis se rodean de una red de centros de enlace que permite poner estos equipamientos al servicio de un amplio territorio. La región, en el sentido en que 1? entendemos, se confunde entonces con el espacio organizado por la metrópoli y sus satélites. Es evidente que, aunque los ,criterios observados se refieren todos al sector «terciario» de la economía, la presencia de una base industrial potente es indispensable. Sólo ella ha podido suscitar una urbanización y un poder adquisitivo suficiente para asegurar un funcionamiento rentable de estos equipamientos. Citando una 1frase de un informe de una organización europea, diremos que la región es «el último nivel en el que se estructuran y se coordinan las diferentes fuerzas que intervienen en la vida económica y social del nivel nacional».Habría también que añadir que ciertos Estados son demasiado pequeños, o demasiado poco poblados, o demasiado poco desarrollados para contar con varias regiones.

Así concebida, la articulación regional de un territorio es el calco de su armazón urbano y la región va a la par con el desarrollo económico y social.

Esta definición se basa en la naturaleza de las funciones regionales, pero es evidente que su contenido varía considerablemente según el estadio (alcanzado por el desarrollo, de forma que las dimensiones de la región son

(

Etienne Juillard 297

de lo más variable, en el espacio y en el tiempo, según el grado de indus­trialización y de urbanización, las densidades de población, los niveles de vida, el estado de las técnicas de circulación.

Volvamos al ejemplo de Francia. Las metrópolis regionales que se pue­den detectar hoy se han ido afirmando poco a poco. Erróneamente se piensa que k «departamentalización» ha fragmentado una organización an­terior en regiones más amplias. La Francia del siglo xviii se componía de células «regionales» a la medida de una economía todavía agrícola y de transportes pre-ferroviarios. Cubrían frecuentemente «países» bastante ho­mogéneos agrupados en torno a un mercado. Sobre este espacio funcional se había calcado frecuentemente la administración señorial, después real, y muchos de estos «países» eran bailías o senescalías, antecedentes de la mayor parte de nuestros distritos. En las 300 ó 400 ciudades de 2.000 a10.000 habitantes que eran sus cabeceras se encontraban agrupados, sin gran jerarquización, los servicios bastante elementales que requería una vida de relaciones con un horizonte todavía reducido y que no alcanzaba más que a una parte de la población. Por encima de ellas emergían, desde luego, algunas capitales de provincia que agrupaban 30.000 ó 50.000 ha­bitantes. Pero su competencia era demasiado amplia para que una verdadera vida regional pudiese desarrollarse en ellas, pues el tiempo y los costes de desplazamiento eran demasiado grandes para que consiguiesen irradiar en toda la provincia, exceptuando al sector administrativo y judicial. Sólo algunos altos funcionarios y algunos grandes personajes tenían un horizonte vital que superase el marco de esas bailías.

La creación de los departamentos amplió, en 1790, de forma bastante artificial, y a la vez que suprimía las provincias con fines políticos bien conocidos, el marco administrativo básico. Ciertos departamentos, por lo demás, e incluso algunos de los que tenían menos razón de ser en aparien­cia, habían sido concebidos como espacios funcionales. Así, René Musset ha mostrado que el Bajo Maine no incluía ningún «país» bien caracterizado, pero que al transformarlo en departamento de la Mayenne los comisarios tuvieron la precaución de componerlo con todas las comunas en las que se cultivaba, hilaba y tejía el lino, de forma que «su superficie componía real­mente la amplia manufactura cuyo ceptro era Laval, cabecera del departa­mento, cuyos centros secundarios eran Mayenne y Cháteau-Gontier, cabe­ceras de otros dos distritos». Pero es con la construcción de los ferroca­rriles cuando las perfecturas, convertidas en nudos ferroviarios por su preeminencia administrativa, experimentaron un avance decisivo sobre las otras cabeceras de distrito y fueron capaces de organizar un espacio del tamaño de un departamento. Es el momento también en el que las ciudades dejan de ser una simple consecuencia de las necesidades de coordinación de sus campos, un simple lugar de consumo de la renta de la tierra, para desarrollar una economía específica, drenar una parte creciente de la pobla­ción rural y jugar el papel motor.

Después el movimiento de concentración industrial, a su vez dirigido por las redes de transporte y por las ciudades mayores, ha acusado todavía

(l

298 Antología de textos

la jerarquizadón de los centros, mientras que la aceleradón de los medios de drculadón de los hombres, de las mercancías, de los capitales, del pen­samiento permitía a dertas metrópolis irradiar sobre territorios más amplios que los departamentos, en condiciones de rapidez y de eficada mayores que las que tenían antes las cabeceras de distrito sobre su modesta zona de influenda. Los servicios de categoría superior se han ido diversificando cada vez más a la vez que. se concentraban, por el juego combinado de los factores mercado y accesibilidad. En el estado actual de las técnicas, ciertos equipamientos muy costosos no pueden existir, si quieren ser ren­tables, más que si sirven a un territorio pobladp por varios millones de habitantes: es el caso de las máquinas electrónicas utilizadas por las admi­nistraciones, el casó también de los aeropuertos, de los grandes laboratorios de investigación aplicada, de las giras de espectáculos internadonales, etc. Ciertamente, desde mediados del siglo xix, la evolución de la estructura regional francesa ha sido falseada por la esclerosis de su infraestructura administrativa y por la presencia de una capital desmesurada sobre la que se centró lo esencial de la red de transportes modernos. Por lo demás, Pierre George recuerda en su informe al reciente coloquio de Lyon sobre La región que, «a lo largo del último cuarto del siglo xix y del primer cuarto del siglo xx, las especulaciones de ultramar han alcanzado mayor importanda que el desarrollo económico regional», de forma que «París y los grandes puertos marítimos han drenado los capitales y las iniciativas. Pocos centros provindales han podido resistir a esta competencia, y su capacidad de organización del espacio regional ha resultado disminuida». Pero en los países industriales vecinos, que se beneficiaban también, hay que decirlo, de una savia demográfica mucho más potente, metrópolis de500.000 a 1.000.000 de habitantes han organizado a su alrededor territo­rios de 50 a 100 kilómetros de radio, habitados por poblaciones compren­didas entre 3 y 8 millones de habitantes, que agrupan el valor induido entre 3 y 8 de nuestros departamentos y que representan la dimensión actual de la región en Europa occidental.

Esta evolución no ha terminado. Desde ahora los progresos de la inte­gración europea prohíben concebir la organización regional en el marco de cada Estado separadamente. Se constituyen conjuntos que ignoran las fronteras. Una zona de capitales y de grandes puertos tiende a concentrar alrededor del mar del Norte, de París a Hamburgo, lo esencial de los órganos de decisión de la Europa del Noroeste, recordando lo que consti­tuye ya para los Estados Unidos esa Megalópolis que tan bien ha analizado Jean Gottman. El eje renano agrupa a su alrededor, de Suiza al Benelux, las regiones más fuertemente industrializadas, entre las que se refuerzan los lazos de todo orden. El avance ya conseguido respecto a las regiones atlánticas parece que seguirá acentuándose todavía; sin embargo, sería razonable intentar constituir, en sus márgenes, regiones menos pobladas, menos industrializadas, pero más estrechamente espedalizadas, que podrían asegurar a sus habitantes tanto bienestar, como las demás. En todo caso, la vieja Europa de los «países» que había sido sustituida por la Europa de

(

Etienne Juillard 299

las nadones accede a la edad de los grandes espacios. Esto significa que se prepara una reorganizadón que ignora las fronteras nadonales, pero esto no quiere decir que la ampliadón de las dimensiones regionales prosiga inde­finidamente. El aumento de las densidades de población, los progresos de la urbanización, la mejora de los niveles de vida crean en un mismo marco un mercado constantemente agrandado para los equipamientos y servicios que justifican el mantenimiento de metrópolis relativamente cercanas, apo­yadas sobre una red reforzada de satélites. En definitiva, el tamaño mínimo y máximo de las regiones se expresa en efectivos humanos y en poder adquisitivo más que en kilómetros cuadrados y, cuando se habla de «grandes espacios» europeos, se trata, de hecho, de una espedalizadón creciente de sus regiones, que aumenta su interdependenda sin modificar obligatoria- mnte su tamaño.

La región, marco universal

La flexibilidad de la definidón adoptada permite esbozar una compa- radón del estado actual de la estructuración regional en diversas zonas dd globo. Su grado de evolución traduce con bastante exactitud el del des­arrollo económico y sodal.

Acabamos de ver el caso de Europa ocddental. El de Franda es particu­lar, pues el enorme poder de atracción de París falsea d juego normal de la integradón regional. Sin embargo, es posible constatar que ésta está desigualmente desarrollada de acuerdo con el grado de urbanizadón y de industrializadón. Un índice manejable del área de irradiadón de una dudad viene dado por el volumen credente de la circuladón viaria a medida que nos vamos acercando a ella. Cuando en un itinerario el tráfico cotidiano medio disminuye para aumentar después, se puede decir que se ha tras­pasado el límite entre las zonas de influenda de los dos centros vecinos que une. Si, por el contrario, el crecimiento es continuo de un centro A a un centro B, se puede pensar que A está integrado en la zona de influencia de B. Es pues posible dividir el territorio en «áreas de atracdón de los flujos viarios» que reflejan espacios funcionales. El resultado obtenido para la Franda de 1955 es muy significativo: unos cuantos conjuntos integrados aparecen alrededor de París, de Lyon, de Marsella; otros no superan el tamaño de un departamento; otros, finalmente, se reducen a las dimen­siones de un distrito. Esto quiere decir que la irradiadón de la ciudad que constituye su centro no ha conseguido integrar las áreas vecinas. En buena parte del oeste y del centro de Francia la jerarquizadón de los centros urbanos está todavía poco avanzada; el carácter esencialmente agrícola de la economía y la débil urbanización del campo hacen que en numerosas zonas el marco normal de la vida de reladones siga siendo un espado del tamaño de un distrito y que se confunda frecuentemente con esta circuns­cripción heredada de un lejano pasado. La Franda de hoy presenta pueá ejemplos de los diversos estadios de la evoludón anteriormente descrita;

(i

300 Antología de textos

sólo sus partes más desarrolladas han visto nacer metrópolis suficiente­mente poderosas para constituir regiones integradas. Por eso, cuando cali­ficamos un conjunto de región histórica, se trata o bien de la supervivencia todavía activa de un marco funcional de antaño, o bien de un territorio que ha conservado quizá su nombre, un poco de su fisionomía, algunas tradiciones más o menos vivas, pero cuya realidad funcional se ha disuelto en un conjunto más amplio.

Más sencilla, por más reciente, ha sido la génesis de la estructura regional en los países que llamamos «nuevos», es decir, desprovistos de la herencia agraria tradicional. Mientras que en Jas zonas de vieja civiliza­ción los primeros centros urbanos han aparecido como producto del propio desarrollo del campo, la ciudad, aquí, al menos en sus formas pioneras, ha existido antes que el campo. Los paisajes humanos han nacido de la vida de relaciones. «Su desarrollo está ligado al equipamiento ferroviario de los grandes ejes... Su propia existencia está ligada a las posibilidades de la comercialización.» Desde el comienzo, zonas como el Middle-West ameri­cano, Siberia, Australia han tenido campos poco poblados, pero amplia­mente orientados hacia el exterior, practicando una agricultura especulativa que se apoya en una red de centros. En lugar de tener que digerir difícil­mente toda una herencia de estrecha vida rural, la organización regional se ha iniciado, por el contrario, por marcos demasiado amplios y a veces rápidamente devastados por una economía depredadora; después se han enriquecido, acondicionado, dotado de un semillero urbano más denso. En Europa, las ciudades satélites actuales han comenzado por ser iguales a las futuras metrópolis, antes de ser superadas por un centro más favorecido. En estos países nuevos, un gran puerto, un cruce, Montreal, Chicago, Saint-Louis... han experimentado inicialmente un avance decisivo. Las ciudades medias que gravitan hoy a su alrededor han nacido más tarde de las necesidades de una estructuración más elaborada. Como no había ningún punto de apoyo anterior, cada sector de la economía se ha creado su propia red. Pierre George ha observado las distorsiones, los cabalgamientos exis­tentes en Estados Unidos, por ejemplo, entre las áreas de atracción ferro­viarias, las redes bancarias, etc. Desde hace poco la administración ameri­cana intenta armonizar estas estructuras con vistas a constituir verdaderas regiones, que se situarán desde el principio en la dimensión aconsejada por las condiciones actuales. En Europa, el planificador tiene la tarea previa y delicada — que confía al geógrafo-— de desembrollar la madeja dejada por siglos de historia, muchos de cuyos hilos están caducos. En América, por el contrario, a partir de hilos sueltos ha de componer una red coherente. Recorrido inverso, pero con un objetivo semejante. Y si las «regiones» finalmente decididas en los Estados Unidos tienen dimensiones más grandes que las europeas, su peso es comparable si se expresa en po­blación y en niveles de vida.

Pero, por el contrario, inmensas zonas del globo, a las que se califica de «subdesarrolladas», están lejos todavía de la organización en grandes regiones modernas. Sus actividades tradicionales no comportan más que

Etienne Juillard 301

formas rudimentarias de vida de relaciones. Las únicas subdivisiones po­sibles del espacio corresponden o bien a las condiciones naturales: macizos montañosos, mesetas, cuencas fluviales..., o bien al área de extensión de tal género de vida, al territorio de tal grupo étnico, es decir, a los «paisajes» naturales o humanos. Paul Pélissier observa que en el Senegal la ausencia de red urbana y la homogeneidad de las condiciones naturales en inmensos espacios llevan a buscar el principio de una regionalización en los diferentes grupos étnicos, cuyas extensiones respectivas constituyen zonas uniformes en el interior de las cuales «la explotación del medio es dirigida según técnicas idénticas, asegurando un régimen de autoconsumo». Estas zonas no tienen «ni ciudad-capital, ni centro de gravedad económico». Y añade que «el desarrollo económico y las exigencias de una administración mo­derna conllevan hoy la elaboración de "regiones” centradas en ciudades» y que estas últimas, recientes, se crean en los márgenes de las zonas homo­géneas, irradiando sobre fragmentos complementarios de varias de ellas.

Esta ausencia de estructuración no excluye la presencia de una organi­zación política superior, pero ésta es de tipo autoritario, monarquías del Oriente Medio, dominación colonial o para-colonial, como la de Roma en las Galias, de Francia en su antiguo Imperio, de la United Fruit Co. en América Central. La mayor,-parte de los países subdesarrollados conocen hoy un dualismo económico, al no estar integrada en una economía de intercambio más que una pequeña parte de su territorio y de su población. Sin intervención, la separación entre los dos sectores no hará más que crecer, con la congestión de algunas grandes ciudades litorales, verdaderas «islas» enclavadas en su territorio, filiales, de hecho, de las grandes po­tencias industriales, y sometidas a un coste creciente de su aprovisiona­miento, permaneciendo miserable el resto del país, técnicamente atrasado, presa del éxodo y de la agitación política. Entre estas grandes ciudades y las humildes comunidades campesinas, se encuentra toda la discontinuidad de la organización regional.

Espontánea y progresiva en la vieja Europa, espontánea también, pero por otros derroteros, en los países nuevos, la regionalización no puede iniciar sus procesos cuando entre ciudades y campo las relaciones no son libres relaciones de complementariedad, cuando un corte viene a falsear el juego normal de la vida de relaciones. Puede tratarse de una frontera polí­tica o de ,1a presencia de una autoridad de hecho, grandes propietarios de la tierra, dominación del carácter colonial o financiero. Entonces es nece-. saria una intervención, en forma de ordenación voluntaria del territorio. Esto es lo que deberán concebir todos los nuevos Estados africanos recien­temente emancipados. De esta forma también los países industriales consi­guen reabsorber ciertas supervivencias molestas o compensar ciertos des­equilibrios procedentes de una evolución anárquica. Consecuencia del desarrollo, la organización regional es también su condición. La traduce, de hecho, en el espacio. Es el principio de la ordenación, espontánea o volun­taria, del territorio.

c

ff

302 Antología de textos

Así concebida, la noción de región abre a la investigación geográfica un campo inmenso y todavía bastante poco roturado. Ya han sido experi­mentados métodos nuevos; habrá que poner otros a pinito. Más aún que en el caso del estudio de los paisajes, se impone una estrecha colaboración con las demás ciencias humanas para clarificar las opciones de una política.

c

Henri Baulig *

¿ES UNA CIENCIA LA GEOGRAFIA? **

Problema que aún sin ser nuevo sigue siendo temible. Habría que precisar en primer lugar qué se entiende por «ciencia». Las definiciones proliferan, desde la más restrictiva hasta la más amplia. Mientras que, por ejemplo, para un físico famoso, Lord Acton, la ciencia es «la combinación de un gran número de hechos similares en la unidad de una generaliza­ción, de un principio o de una ley, principio o ley que nos permitirán predecir con certeza la repetición de hechos semejantes en condiciones dadas», para un ilustre fisiólogo, T. H. Huxley, es «todo conocimiento que se basa en pruebas (evidence) y en el razonamiento», y, para un no menos célebre filósofo, Karl Jaspers, «toda noción clara nacida por vía racional, por representación reflexiva».

Comencemos, pues, mejor por ver lo que es la geografía, lo que ha sido, en lo que se ha convertido, lo que puede aspirar a ser. Nos preguntaremos entonces en qué medida, o más bien en qué sentido, puede aspirar al hala­güeño título de «ciencia».

( - )

* Henri Baulig (1877-1962). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Baulig, H. (1928): Le Plateau Central de la France, París, Armand Colin.Baulig, H. (1949): «Causalité et finalité en géomorphologie», Geografiska Annaler,

pp.321-324.Baulig, H. (1952): «Surfaces d’applanissement», Annales de Géographie, L X I, pp.

245-262.Baulig, H. (1959): «Contingence et nécessité en géographie humaine», Annales. Econo-

mies. Sociétés. Civilisations, X IV , pp. 320-324.* * Baulig, H. (1948): «La géographie est-elle une Science?» (conferencia pronun­

ciada en un dclo de iniciación y de cultura científica organizado por el Instituto de Filosofía de la Universidad de Estrasburgo), Annales de Géographie, L V II, 305, pp. 1-11. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

303

í

304 Antología de textos

El siglo xix e induso el xx han conocido un rico florecimiento de las ciencias geográficas, que pueden clasificarse, en un orden lógico, más o menos así. La geografía matemática; la geodesia, que se ocupa de la ver­dadera forma de la Tierra: al no ser la superficie de equilibrio de los océanos un elipsoide perfecto, sino un geoide que se aleja más o menos de aquél, las diferencias se relacionan con las variaciones de la gravedad, con la distribución de las masas en profundidad, lo que conduce a la geofísica. Esta se ha constituido por unión de ciencias bastante diversas: se ocupa de la gravedad, del magnetismo terrestre, de las auroras polares, de las capas ionizadas, de los rayos cósmicos, incluso de meteorología; pero su campo propio es el estudio, mediante métodos diversos, entre los que el más fructífero está tomado de la Sismología, de la constitución interna del globo. La meteorología es la ciencia de la atmósfera, la climatología es su rama más particularmente geográfica. La oceanografía se completa con la hidrografía de las aguas dulces.

La geología, ciencia relativamente antigua, comprende múltiples ramas: la cristalografía no es más que una rama de la física molecular; la minera­logía y su hermana la petrografía estudian, respectivamente, en su constitu­ción y en su génesis, los minerales aislados y los complejos que constituyen las rocas; la estratigrafía, mediante el examen de los._ terrenos sedimen­tarios y de los fósiles que pueden contener, reconstruye la historia física de la Tierra y establece su cronología; la tectónica estudia las deformaciones sufridas por esos terrenos; la paleontología, que, al proponerse buscar la sucesión, la filiación de los seres vivos, pertenece en principio a la biología, está ligada por razones prácticas a la estratigrafía; la geomorfología, la más reciente de las ciencias geológicas, ha permanecido estrechamente unida a éstas en América, mientras que en Europa los geólogos la abandonaban a los geógrafos. La biogeografía se divide naturalmente en geografía de las plantas y geografía de los animales.

Detengámonos aquí. Estas diferentes ciencias merecen el nombre de geo­gráficas. No es que las practiquen normalmente geógrafos: son tratadas por matemáticos, físicos y químicos, naturalistas que les aplican sus mé­todos particulares que, en sí mismos, no son geográficos. Pero son geográfi­cas, no sólo porque se ocupan de ese objeto particular que es la Tierra, sino, sobre todo, porque estudian la distribución, en la superficie de la Tierra, de las fuerzas, de las cosas, de los seres, de los fenómenos con sus variaciones de frecuencia y de intensidad: lo que se traduce casi inevita­blemente mediante el mapa. El mapa: medio de representación preciso, fiel, objetivo; pero también instrumento de investigación: el trazado de las curvas, sus anomalías sobre todo, revelan una perturbación, un fáctor secundario. Profundizando más, las ciencias de la Tierra son geográficas porque inevitablemente se encuentran frente a unos elementos, fuerzas, fenómenos que no les corresponde aislar, pero que se presentan como complejos cuyos elementos se condicionan y se limitan mutuamente, en una palabra, como equilibrios móviles. Veamos un ejemplo. En las latitudes 30°-35°, sobre el borde Este de los océanos, existen altas presiones perma­

(

Henri Baulig 305

nentes, de donde salen los vientos alisios. Ahora bien, la posición de estas altas presiones se debe, en parte, a la baja temperatura del mar en super­ficie; pero ésta procede del ascenso de las aguas subsuperficiales, que a su vez está causado por el impulso del alisio. Está claro: el efecto se convierte en causa, y el círculo se cierra: explicar el fenómeno es captar todos sus factores, no separadamente, sino en su mutua dependencia.

El análisis podrá esforzarse, sin duda, en aislar los factores con el fin de medirlos. Pero, en estas materias, no dispone en absoluto de los medios clásicos del laboratorio, la experiencia y el cálculo. El cálculo puede pro­porcionar órdenes de magnitud y sentidos de variaciones, pero nada más, pues los datos básicos son demasiado inseguros y, sobre todo, las rela­ciones de las fuerzas en juego son demasiado mal conocidas. La experi­mentación proporciona pocas certezas que no puedan alcanzarse de otra manera, y esto por distintas razones: ante todo, porque la escala de los fenómenos naturales no puede reducirse considerablemente sin falsear el resultado, pues es generalmente imposible reducir todos los parámetros en la proporción conveniente; y el tiempo es uno de estos parámetros; muchos fenómenos naturales, al desarrollarse a una velocidad infinitamente lenta, no pueden ser reproducidos, ni siquiera imitados, de forma adecuada, a un ritmo acelerado. La interpretación de fenómenos de este tipo supone una amplia extrapolación, basada en el postulado, tan legítimo como nece­sario, de la permanencia de las leyes de la naturaleza. Pero, ¿qué son para nosotros las leyes de la naturaleza, sino lo que nos revela nuestra experiencia de seres efímeros? Y no hay que contar con los fenómenos excepcionales, que superan en intensidad a todo lo que ha sido observado, e incluso los acontecimientos francamente anormales, como las glaciaciones (cuaternarias y más antiguas), que se han producido con intervalos muy largos y durante un tiempo relativamente breve, sin que hasta ahora se haya conseguido ni entrever la causa: para nosotros son simples accidentes per­fectamente misteriosos.

Se observará que todas las ciencias que acabamos de citar presentan un doble aspecto: analítico, abstracto, general, y en esto se aproximan a las ciencias como la física o la biología; sintético, concreto, particular, y por esto son geográficas. Tomemos como ejemplo la evolución de la geogra­fía botánica, que bien puede considerarse como la más perfecta de las geografías naturales. Los botánicos, de entrada, se encuentran en presencia de agrupamientos, de complejos naturales, que unos descomponen mientras que otros se esforzarán por considerarlos globalmente. Los primeros tratan de la planta aislada, como tipo, la describen, la dibujan, la clasifican, eventualmente se plantean la cuestión del parentesco de las formas, de su sucesión, buscando los secretos de la herencia, las leyes de la evolución: llegan así, incluso sistematizando, a conclusiones generales. Los anatomistas, por su parte, observan, en diferentes plantas, bien la similitud de los órganos correspondientes, bien las formas, diferentes, pero equivalentes en lo que se refiere a la función, que adoptan: disciernen que, aunque la apariencia es múltiple, la realidad profunda es una. Igualmente, también el

306 Antología de textos

fisiólogo reconoce un mismo caudal común de procesos elementales, nutri­ción, crecimiento, reproducción, susceptibles de formulación general e in­cluso de expresión cuantitativa.

Pero el botánico puede asimismo adentrarse en la vía geográfica. Estu­diará primero la distribución de las especies, géneros, familias..., sobre la Tierra, y establecerá el correspondiente mapa. Observará que el límite de una forma o de un grupo^de formas viene dado, a grandes rasgos, por el clima — se podrá hablar de un clima de la viña, del olivo, de la’ palmera datilera— , detalladamente por la posición: suelo, exposición, abrigo, agua subterránea... Esto ya es geografía. Pero las anomalías plantean proble­mas, en particular las de las áreas discontinuas: si el parentesco entre formas separadas por grandes distancias y obstáculos actualmente infran­queables está bien establecido, pueden postularse puentes terrestres — en esto tienen algo que decir los geólogos— , cambios de clima, modificaciones profundas en la circulación oceánica... Se trata, en suma, de reconstruir, de una forma coherente, una situación desaparecida: una reconstrucción perfectamente satisfactoria sería una verdadera geografía retrospectiva, una paleografía.

Pero la geografía botánica se presenta también bajo otro aspecto. Con­siderará los aspectos naturales de la vegetación, las «formaciones»: el bos­que y el tipo de bosque, alto o bajo, denso o claro, de coniferas o de frondosas; la pradera, abundante o rala, alta o corta, de gramíneas o de plantas de grandes flores, etc. Pero estas formaciones merecen ser des­critas y estudiadas como tales, primero porque existen y después porque este estudio puede conducir a resultados enteramente nuevos. En efecto, se reconoce fácilmente que tal formación, con sus «dominantes» y sus «subordinadas», responde, bajo un clima dado, a tal hábitat: la ecología es una ciencia eminentemente geográfica. Pero hay más: las plantas-indi- viduos que componen la formación son solidarias: competitivas para el es­pacio, la luz, el aire, el agua, pero también asociadas, los árboles se pro­tegen mutuamente contra el viento, contra la evaporación, las plantas altas albergan a las bajas, éstas, dotadas de una menor longevidad, man­tienen el manto de humus, renovándolo con sus restos elaborados por las bacterias... Estamos, pues, en presencia de una asociación vital, de una biocenosis (que comprende también a los animales), asociación que pro­duce su propio clima, su propio suelo, en una palabra, un medio particular que hay que conocer para explicar la existencia del bosque, y de deter­minado bosque, o de la pradera, y de determinada pradera.

Demos un pasó más: este medio no se produce de golpe. Sobre un suelo desnudo, en el lugar de un bosque incendiado, se ven aparecer pri­mero plantas humildes, poco exigentes, que tras haber jugado el papel de pioneras, desaparecerán o disminuirán de número. Después vendrán árboles amigos de la luz, que toleran el aislamiento. Finalmente, a la som­bra de éstos, otras especies que podrán terminar suplantándolos. Veremos, pues, sucederse asociaciones diferentes, series que evolucionarán como el propio medio que engendran y modifican mediante retoques indefinida­

(

Henri Baulig 307

mente repetidos: un equilibrio móvil tiende hacia un equilibrio estable, hacia un apogeo, un climax que realiza la plenitud que la vegetación, en condiciones dadas, puede alcanzar. Inversamente, el incendio repetido, la sobrecarga de pastos, un cambio desfavorable de clima llevarán a una de­gradación, introducirán series regresivas. El propio suelo, con la vida mi­crobiana y macrobiana que encierra, está íntimamente asociado a esta evo­lución por las substancias que la vegetación toma de él, por las que le res­tituye, sobre todo por la circulación de agua subterránea activada por la demanda de los vegetales. Tan es así que, con el tiempo, el suelo termi­nará por ponerse en equilibrio con el clima y la vegetación, complejo que traduce en sí mismo la interacción de otros complejos y que reacciona sobre ellos.

Al aparecer el hombre — y por hombre hay que entender no el indi­viduo, sino el grupo— la noción de medio se complica singularmente. El hombre no sufre pasivamente la influencia del medio: reacciona, como por lo demás la planta o el animal, o incluso la fuerza inanimada cuyo equilibrio está amenazado. Pero su reacción puede ser reflexiva, deliberada. A cada problema puede dar soluciones diferentes: los museos etnográficos muestran esta inagotable facultad de invención. Se puede decir, desde el momento en que interviene la libertad humana, que, si la naturaleza fre­cuentemente prohíbe, permite, favorece o contraría, no impone nunca, o casi nunca, una solución mejor que otra. En este terreno hay que renunciar a buscar el determinismo que imaginaban ciertos teóricos políticos, los griegos, Bodino y Montesquieu, o geógrafos, Ritter y Ratzel, o también Taine y los epígonos de Taine. La libertad humana desbarata todas las previsiones.

Esto no quiere decir que esa libertad sea indefinida. En cada estadio de cultura está limitada a lo que es posible y deseable, es decir, a lo que el grupo considera entonces como posible y deseable. De donde se deduce que en geografía humana la noción de medio comporta elementos propia­mente humanos: las aptitudes físicas y mentales, heredadas o adquiridas, del grupo y su patrimonio cultural; la técnica, sin duda, pero también la mentalidad colectiva con su estratificación, sus zonas en luz y su tras- fondo oscuro, casi inconsciente. De ahí la unión indispensable de la geo­grafía humana con la historia social, que, a decir verdad, es toda la historia útil.

Se dice a menudo que con los prodigiosos progresos de la técnica en la época contemporánea, el hombre se libera cada vez más de las servi­dumbres náturales. En particular, la actual revolución en los medios de transporte y comunicación hace que el mundo se contraiga, se haga cada vez más permeable, tienda hacia una uniformidad — los físicos dirían hacia una entropía— desesperante. Esto no es verdad más que hasta cierto punto. Si la técnica de los transportes ha hecho milagros, y continúa ha­ciéndolos ante nuestros ojos, las distancias no han quedado abolidas por ello. Pero la distancia verdadera, práctica, no se evalúa en kilómetros, sino en tiempo —rduración del viaje, frecuencia de las salidas— , en precio de

308 Antología de textos

coste — que depende en particular del volumen del tráfico— , en seguri­dad: la ruta aérea de las Azores, más larga geométricamente, puede pre­ferirse, por más segura, más frecuente, quizá más económica, a la de Terranova durante la estación invernal, y a la del Polo en todo momento, salvo en tiempo de guerra. Los problemas prácticos comportan siempre varios datos: imponen una elección entre ventajas e inconvenientes. Ahora bien, con el progreso denlos conocimientos, los elementos — al menos ma­teriales— del problema son cada vez mejor conocidos, evaluados, cifrados; a medida que el hombre conoce mejor su morada y que está mejor armado por la ciencia y la técnica, dos factores adquieren un valor totalmente nue­vo, a menudo determinante: el factor tiempo y el factor coste, en parte dependiente a su vez del tiempo.

Para el campesino europeo de los siglos pasados, el tiempo y el esfuerzo no contaban nada; el cálculo de un precio de coste le habría parecido un problema insoluble, casi absurdo; sin embargo, había observado — él o su padre o su abuelo— que esta tierra era caliente, esa otra fría, que aquel rincón sufría heladas, y repartía sus cultivos en consecuencia, de ahí el aspecto a menudo variado, armónico, de nuestros campos. La adap­tación a las condiciones naturales se hacía mediante tanteos, a escala del terrazgo. En la agricultura científica, realizada en Estados Unidos en ré­gimen de competencia, en vía de realización en la economía socialista de la U. R. S. S., los factores naturales, situación, distancias, suelo, clima..., no se tienen menos en cuenta: están incluso evaluados con una precisión desconocida hasta ahora. La adaptación se hace como en la agricultura tradicional, pero esta vez de una forma deliberada y, gracias a la capacidad de los medios de transporte, por grandes zonas, zona del maíz, zona del trigo de primavera, zona del trigo de invierno, a escala de un gran país, incluso de un continente. ¿No habían predicho los teóricos liberales que llegaría un tiempo en el que, en una economía mundial unificada, y gracias a comunicaciones idealmente fáciles y económicas, el reparto de las tareas se haría a escala planetaria?

¿Qué es, en definitiva, la geografía? Se puede responder que es en primer lugar un método o, si se prefiere, una manera de considerar las cosas, los seres, los fenómenos en sus relaciones con la Tierra: localización, extensión, variaciones locales y regionales de frecuencia o de intensidad. Por eso el mapa es un instrumento indispensable, no sólo de expresión, sino también de investigación. Si entre dos órdenes de hechos bien defi­nidos, bien caracterizados, hay coextensión precisa o variaciones paralelas en el espacio, se puede afirmar con seguridad una relación causal. Este método se emplea habitualmente en toda clase de ciencias, físicas y hu­manas, desde la sismología hasta la economía y la lingüística. Pero la relación no es siempre directa: normalmente consiste en un encadena­miento cuyos términos pueden ser o físicos o humanos, o ambos a la vez, y competer en consecuencia a toda clase de ciencias. Es, pues, indispen­sable que el geógrafo ocupado en determinado orden de investigaciones tenga una cierta familiaridad con las ciencias conexas, no sólo para captar

Henri Baulig 309

bien sus conclusiones, sino también para ser capaz de apreciar su valor. Esto conduce a dirigir las investigaciones en múltiples direcciones, en el plano local, regional o planetario, con la esperanza de reconstruir suce­sivamente los eslabones de la cadena.

Pero el geógrafo no se contenta con descomponer los complejos natu­rales, con desmontarlos, desplegarlos (explicare) ; se propone también cap­tarlos, comprenderlos en su complejidad y describirlos como tales. Estos complejos se le presentan en forma de aspectos, de paisajes, en el sentido más amplio del término: no sólo lo que la vista percibe desde una óptica bien escogida, incluso desde el aire, sino también lo que la mente abarca en su visión del mundo, paisajes locales, regionales — los «países»— , con­juntos continentales, eventualmente planetarios. Ya se sabe: la geografía conduce a la descripción razonada, explicativa, de los paisajes. Pero estos paisajes son, en una parte que puede ser con mucho la principal, obra de los hombres, de los grupos humanos que se distinguen sin duda por toda clase de rasgos físicos y morales, pero que, geográficamente, se caracterizan sobre todo por sus géneros de vida, noción fecunda inspirada en Vidal de la Blache y fructíferamente explotada, en particular, por la geografía francesa: hay que entenderla no sólo como el conjunto de los medios con los que cada grupo asegura su subsistencia, sino también como su estruc­tura económica y social, y su mentalidad colectiva. Pues es todo esto, tomado conjuntamente, lo que constituye verdaderamente el medio en el que vive el grupo considerado. La geografía es, en cierto sentido, el co­nocimiento de los medios terrestres.

La descripción geográfica recurre ampliamente a la imagen visual, al mapa, al dibujo, a la fotografía, a la película; se puede pensar que se dedica a grabar sonidos, músicas naturales, ruidos de la ciudad o de la fábrica. Pero su medio de expresión habitual sigue siendo la palabra. Se observará que, al contrario que las geografías generales, la descripción regional no tiene vocabulario técnico. Habla el lenguaje de todo el mundo, en cierto modo porque se dirige a todo el mundo, pero también porque invita al lector a una participación activa despertando su memoria y su imaginación: más que describir, evoca. En su grado de perfección, la be­lleza de la forma no hace más que expresar la plenitud, la riqueza secreta del pensamiento. Perfección raramente alcanzada, salvo en las más bellas páginas del Tableau de la géographie de la France. En ese grado, la dis­tinción arte o ciencia, ciencia o arte, se desvanece, de la misma forma que en ciertos escritos filosóficos pensamiento y forma están indisolu­blemente unidos, de la misma forma que en determinada obra de arte pictórica la pureza de la línea recuerda las armonías matemáticas.

Y, ahora, volvemos a la cuestión inicial: ¿es la geografía una ciencia? No, desde luego, en el sentido habitual del término; como máximo, un conjunto de ciencias muy diferentes, provistas todas de sus métodos pro­pios y, en consecuencia, de su autonomía. Pero entonces, a medida que estas ciencias llamadas geográficas se desgajan del tronco común, ¿qué quedará de la geografía? Hay que contestar: una cierta manera de con-

310 Antología de textos

siderar las cosas, un modo de pensamiento, quizá una nueva categoría de la inteligencia, a la que el espíritu occidental, y sólo él, acaba de acceder. De la misma forma que lá historia, recién llegada también, se esfuerza por pensar las cosas del pasado en el tiempo, y cada una en su tiempo, lo que constituye la mejor manera de situar el presente en su verdadero lugar y de prepararse a comprenderlo, la geografía se dedica a pensar las cosas y los acontecimientos terrestres en función de la Tierra, concebida no como un soporte inerte, sino como un ser dotado de una actividad propia que dirige a veces, que condiciona siempre la de los seres que la habitan.

Esto eSj me parece, lo que Vidal de la Blache ha expresado en un fragmento demasiado poco conocido, o al menos demasiado poco citado, del Prefacio a su Atlas General (1894). Se propuso, dice, «mostrar el conjunto de los rasgos que caracterizan una región, para permitir al espíritu establecer una conexión. En efecto, en esta conexión consiste la explica­ción geográfica de una región. Considerados separadamente, los rasgos de los que se compone la fisionomía de un «país» * tienen el valor de un hecho; pero no adquieren el valor de noción científica más que si se los recoloca en el encadenamiento del que forma parte, y que es el único capaz de darles su plena significación... Hay que ir más lejos y reconocer que ninguna parte de la Tierra lleva en sí misma toda su explicación. El juego de las condiciones locales no se descubre con alguna claridad hasta que la observación no se eleva por encima de ellas y se puedan abarcar las analogías derivadas naturalmente de la generalidad de las leyes terrestres.

* Se ha seguido, respecto al término «país», el criterio expuesto anteriormente: cfr. supra, N. de T. de la p. 245.

(

LA NATURALEZA DE LA GEOGRAFIA Y SUS METODOS **

Alfred Hettner *

Muchos investigadores, y algunos de los más capacitados, consideran inútiles, casi como un juego, todas las consideraciones metodológicas sobre los fines y los límites de las distintas ciencias; creen que la investigación positiva se justifica por sí sola. Considero que esta concepción es simplista y miope, un residuo de aquellos tiempos en que el espíritu filosófico pa­recía muerto, cuando sólo se valoraba el puro quehacer científico, quizá incluso tan sólo con fines prácticos. Esta concepción, en sus últimas consecuencias, desatiende la distribución, tan necesaria, del trabajo cien­tífico, y es causa de que se derroche la energía. Cabe, sí, que el investigador aislado salte por encima de los límites trazados entre las distintas ciencias, y hasta que halle el trabajo más fructífero en esas zonas limítrofes; pero la exposición y la enseñanza de cada ciencia han de partir de puntos de vista muy concretos, propios y distintos a los de otras ciencias, para no perderse en lo indefinido, sacrificando toda economía del esfuerzo. La cien-

* Alfred Hettner (1859-1941). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Hettner, A. (1907-1908): «Methodische Streifzüge», Geographische Zeitschrift, X I I I ,

pp. 627-632 y 694-699, X IV , pp. 561-568.Hettner, A. (1927): Die Geographie. Ihre Geschichte, ihr Wesen und ihre Methoden,

Breslau, Ferdinand Hirt.Hettner, A. (1929): «Methodische Zeit- und Streitfragen: Neue Folge», Geographische

Zeitschrift, XX X V , pp. 264-286 y 332-345.Hettner, A. (1935): «Gesetzmassigkeit und Zufall in der Geographie», Geographische

Zeitschrift, X L I, pp. 2-15. _* * Hettner, A. (1905): «Das Wesen und die Methoden der Geographie», Geogra­

phische Zeitschrift, X I , 10, 11 y 12, pp. 545-564, 615-629 y 671-686; I : «Die Geo­graphie Keine allgemeine Erdwissenschaft»; I I : «Das System der Wissenschaften und die Stellung der Geographie»; I I I : «Der Gegenstand der Geographie», pp. 545-557 Traducción de Monika Kielmannsegge.

311

(

1

312 Antología de textos

cia en sí es una sola, pero su creciente volumen ha hecho necesario que se distribuya el trabajo. No queremos que exista una muralla china entre las distintas ciencias, cortando la conexión entre ellas; pero cada ciencia ha de tener su campo de investigación, donde sus cultivadores puedan trabajar con métodos determinados y propios, y la delimitación de ese terreno de investigación y de trabajo no debe ser obra del azar.

El sistema de las ciencias se ha desarrollado históricamente y las de­terminaciones conceptuales de aquellas ciencias que no tienen ’en cuenta ese desarrollo histórico — por desgracia, la literatura metodológica de la geografía es muy abundante en tales enfoques apriorísticos— están con­denadas de antemano a la esterilidad. Pero ese desarrollo histórico no es casual, sino que se debe a determinadas causas; por ello puede funda­mentarse y justificarse. Estos fundamentos son de orden múltiple y en parte exteriores. Algunas ciencias consiguen su unidad por el fin práctico que persiguen. Otras, en cambio, logran su unidad por el modo común de adquisición de la materia que han de elaborar, aun cuando esa materia se componga de elementos heterogéneos. Pero, con el tiempo, la homo­geneidad intrínseca del objeto pasa a ser el factor decisivo para la deli­mitación de las ciencias. Las ciencias van convirtiéndose paulatinamente en un sistema que se justifica lógicamente y, aunque el sistema efectivo de las ciencias muestre aún desviaciones respecto al sistema lógicamente correcto, se pueden reconocer las líneas maestras de un sistema lógico, y cada ciencia debe preguntarse qué lugar le corresponde dentro de ese sistema lógico.

Sin embargo, creo que este objetivo no se ha alcanzado todavía en el caso de la geografía. Las concepciones metodológicas de la geografía ma­nifiestan actualmente una extraña contradicción. Por una parte, nos en­contramos con definiciones que intentan determinar la función de la geo­grafía de forma lógica, conduciendo a una concepción que se contradice con su desarrollo histórico y que, según creo, no corresponde a las ver­daderas necesidades de la distribución del trabajo científico. Por otra parte, vemos que existen definiciones obtenidas del desarrollo histórico de la ciencia, pero que aún no han conquistado una posición consistente dentro del sistema lógico de las ciencias. En las consideraciones que siguen trata­remos de demostrar la justificación lógica de esta concepción históricamente fundada de la geografía y, en relación con ello, investigaremos las carac­terísticas de los métodos lógicos de nuestra disciplina.

La geografía no es uña ciencia general de la tierra

Las definiciones lógico-apriorísticas de la geografía suelen partir del nombre de la ciencia, dejando de lado el viejo nombre de geografía o «descripción de la tierra», en favor de «conocimiento de la tierra», que refleja con mayor exactitud el carácter de la ciencia. La geografía, o el «conocimiento de la tierra», es por tanto la ciencia de la tierra. El objeto

C

Alfred Hettner 313

será la tierra en todas sus relaciones, así como el astro tierra según su situación en el espacio, según su forma, sus dimensiones y sus propiedades físicas, y también las partes individuales o zonas de la tierra: el interior de la tierra, la corteza terrestre, el agua, la atmósfera, la flora y la fauna, y asimismo la humanidad, cuya inclusión estaría limitada por la precisión: en la medida de su dependencia de la naturaleza terrestre.

Dada esta definición, y dados estos límites, tenemos que plantearnos si la geografía es realmente una ciencia homogénea, y también tenemos que preguntamos si en este sentido global la tierra es un sujeto homo­géneo, necesitado y susceptible de recibir un tratamiento científico es­pecífico.

La naturaleza inorgánica de la tierra, por sí sola, es tan rica y tan variada que puede dividirse en varias ciencias. La astronomía investiga los movimientos de la tierra, al igual que los de otros astros. La deter­minación de la forma de la tierra compete a la geodesia. Lo poco que se conoce de la tierra en general y de su composición interna es estudiado por la geofísica, que es actualmente una rama de la física. La corteza terrestre es investigada por la mineralogía y la petrografía, y también por la geología, pero lo fundamental se va desplazando progresivamente hacia la geología histórica. El estudio de las formas es labor de la geomorfología, aunque en este caso hay que dudar de su posibilidad de llegar a alcanzar el significado de una cienda autónoma. Los procesos mecánicos y físicos de la corteza terrestre son investigados de forma creciente por la geofísica. Esta última participa mayoritariamente en la investigadón de los gladares actuales, así como de los ríos y de los lagos, mientras que la oceanografía parece convertirse en una dencia autónoma debido a la versatilidad de sus puntos de vista y al significado práctico de sus investigaciones. Tam­bién la meteorología puede disfrutar actualmente, sin duda, del rango de una dencia autónoma, a la que también podríamos denominar física de la atmósfera.

Muchas de estas disciplinas pueden agruparse en unidades superiores, teniendo en cuenta la similitud de sus objetos y de sus procesos de trabajo; esta unión es deseable por razones prácticas, ya que así pueden ser ense­ñadas en las universidades. De este modo podrían unirse las distintas dis- dplinas físicas: la geofísica en su sentido más estricto, la física de la cor­teza terrestre sólida, la física del agua y del hielo y la física de la atmósfera. Junto a estas disciplinas tenemos la mineralogía, la petrografía y la geología como ramas principales de la geoquímica. Pero la fusión conjunta de estas dos ciencias con la denominada geografía astronómica y matemática, for­mando una denda general de la tierra, no parece tener mucha utilidad, dada la gran diferencia de sus métodos científicos, aunque un resumen ocasional, con puntos de vista comunes, de los resultados obtenidos del contexto originario de los fenómenos sería necesario.

La ciencia general de la tierra también ha de extenderse a la flora y a la fauna. No hay duda de que la naturaleza orgánica depende total­mente de la naturaleza inorgánica de la tierra; Ratzel subrayó prindpal-

/

314 Antología de textos

mente la relación con el tamaño, Gerland la relación con el peso y con el calor de la tierra. Esta dependencia influye en cualquier aproximación botánica o zoológica, porque cualquier propiedad de los organismos puede ser explicada mediante cierta relación con la naturaleza de la tierra. La es­pecial consideración de estas dependencias puede ser objeto de algunas aproximaciones más o menos inteligentes, pero únicamente podría con­vertirse en objeto de un»-ciencia específica si pudiésemos comparar la flora y la fauna de la tierra con la flora y la fauna de otros planetas. General­mente se introduce una matización al señalar que la ciencia general de la tierra no se ocupa de una planta o de un animal, sino del mundo vegetal y animal. Pero también en esa dirección se encuentran problemas lógi­cos y prácticos. La investigación botánica y zoológica se aproxima cada vez más a las asociaciones de fauna y flora. La botánica y la zoología sistemáticas, basadas en la filogenia, no son otra cosa que el entendimiento de la flora y de la fauna desde el punto de vista de las relaciones familiares. La historia de la flora y de la fauna es tratada, junto a la historia de la corteza terrestre y de los climas, por la geología histórica. Así, a la geografía únicamente le correspondería la distribución geográfica de las plantas y de los animales. Pero esta limitación introduce un punto de vista metodológico ajeno a la concepción característica de la geografía como ciencia general de la tierra.

Las mismas dudas se plantean en el estudio del hombre, y aún son mayores en este caso debido a la rica y variada perfección de la vida es­piritual. Las dificultades para concebir al hombre en el sentido de la geografía general son tan grandes que ningún metodólogo se ha atrevido a incluirlo en su conjunto dentro de la geografía. Algunos autores, con Gerland a la cabeza, desean excluir al hombre de la geografía, apoyándose en su espiritualidad y su libre voluntad — ¡si hubiesen obtenido esta mis­ma consecuencia para la fauna y la flora, la geografía quedaría limitada a la naturaleza inorgánica de la tierra!— , otros desean saber qué influencia ha ejercido la naturaleza de la tierra sobre el hombre, cuando en realidad no se trata de la influencia de la naturaleza del conjunto terrestre, sino de la influencia de las diferencias locales de la superficie de la tierra. Esta concepción sólo encuentra razón de ser en un proceso de adaptación al desarrollo histórico de la ciencia. Pero rompe la homogeneidad lógica de la ciencia. De acuerdo con esta interpretación, la geografía es, según H. Wagner, dualista, es decir, aplica métodos completamente distintos en sus diferentes ramas, se trata de un complejo inorgánico de dos o más ciencias.

Vemos así que la definición de la geografía como ciencia de la tierra no puede resolverse de manera consecuente. Sólo puede sostenerse me­diante la introducción de un punto de vísta extraño, procedente del desarro­llo histórico de la ciencia: la acentuación de la distribución geográfica y, en gran parte, la limitación a la distribución geográfica. Si esta definición se hubiese desarrollado a lo largo del desarrollo histórico, habría que aceptarla, intentando clarificarla pacientemente. Pero no es éste el caso.

(

Alfred Hettner 315

Se trata de un producto artificial, impuesto a la geografía por diferentes tendencias, y que todavía actúa, a pesar de su inconsecuencia, como una atadura. Es responsable de la extensión de la geografía sobre terrenos extraños y de la superficialidad causada por esta extensión. No es lógica­mente posible, no tiene fundamento histórico, y en la práctica es dañina — decidámonos, por tanto, a echarla por la borda— .

Solamente la geofísica puede ser considerada, entre las ciencias de la tierra, como ciencia autónoma. Pero la geofísica no es el núcleo de la geografía, podría decirse que no aporta nada a la geografía, sino que se desenvuelve junto a ella. La geografía en sí, históricamente definida como el conocimiento del espacio terrestre, tiene que encontrar su justificación lógica dentro de un punto de vista distinto.

El sistema de las ciencias y el lugar de la geografía en él

El sistema de las ciencias se basaba antanó exclusivamente en la rela­ción o la diversidad de los objetos, es decir, las ciencias se estructuraron de acuerdo con las afinidades concretas de sus objetos. Algunos sistema­tizadores ingenuos, y sobre todo los que proceden de ciencias particulares y no se toman la molestia de considerar el sistema de las ciencias, siguen, aún hoy, haciéndolo así. Pero los filósofos sistematizadores han superado esa concepción y han reconocido que la interpretación de las cosas desde el punto de vista de las afinidades concretas es simplista, así como la posibilidad y la necesidad de otra concepción, basada en puntos de vista completamente opuestos, que permita el nacimiento de ciencias especiales. Los filósofos sistematizadores, sin embargo, tampoco han acabado de desarrollar esa concepción, y han omitido precisamente el punto de vista que resulta decisivo para la integración lógica de la geografía. Se han dejado llevar por la definición, en principio tan lógica, de la geografía como cien­cia de la tierra, incluyendo así la geografía en su sistema, sin tener en cuenta la concepción dual, de forma que la geografía humana queda ex­cluida o, en otros casos, la geografía queda repartida entre los diferentes apartados de su sistema.

La primera distinción fundamental dentro de las ciencias experimen­tales teóricas, que aquí nos interesan, es la establecida por Comte entre las ciencias abstractas y las ciencias concretas. Esta distinción no significa que aquéllas tengan menos relación con los objetos concretos que éstas, en el sentido de objetos reales perceptibles por los sentidos, sino que las ciencias abstractas los despojan de todas sus características especiales e individuales para investigar solamente los procesos o cualidades gene­rales, como, por ejemplo, la gravedad, la luz, el magnetismo, la naturaleza física como tales, mientras que, por el contrario, las ciencias concretas entienden siempre los procesos y condiciones generales como cualidades de determinados cuerpos. Pero la distinción entre ciencias abstractas y concretas no es muy marcada. Podemos decir que existe una transición

c' 7

316 Antología de textos

desde las ciencias completamente abstractas, como la física, la química y la psicología, pasando por las ciencias que tienen alguna relación con la naturaleza o la mente, como la mineralogía, la botánica, la fisiología, la sociología y la economía política general, hasta las ciencias concretas dirigidas hacia los conceptos individuales y colectivos. Esta diferenciación coincide hasta cierto punto con la diferenciación recientemente establecida entre ciencias nomotética&y ciencias idiográficas, o entre ciencias de leyes y ciencias de acontecimientos, y de forma poco afortunada se ha designado esta distinción con las palabras ciencia natural y ciencia cultural o histórica. Pero esta diferenciación produce la falsa impresión de que el fin de las primeras es el establecimiento de conceptos genéricos y legales, y el de las otras el conocimiento de lo individual. Los conceptos y leyes generales tampoco constituyen la finalidad del conocimiento en las ciencias abs­tractas, sino la finalidad de una aproximación analítica a la que siempre sigue la síntesis, tanto la síntesis reproductiva de la ciencia como la síntesis productiva de la técnica y de la práctica. Las ciencias abstractas no cubren el conocimiento completo de la realidad, sino que lo preparan y lo fun­damentan. El conocimiento de la realidad en sí se encuentra repartido entre las diversas ciencias concretas.

Las ciencias concretas se refieren a la realidad de acuerdo con la ver­satilidad del contenido de las cosas y con las diferencias de su comporta­miento en el espacio y en el tiempo. Pueden partir, por tanto, de tres puntos de vista diferentes y de ese modo se configuran tres apartados principales.

Una parte importante, tal vez la mayoría, de las ciencias concretas, que en conjunto podrían denominarse ciencias sistemáticas, posponen las condiciones temporales y espaciales y encuentran su unidad en la homo­geneidad o en la afinidad de los objetos de los que se ocupan. La dis­tinción habitual de las ciencias entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu se basa en una diferenciación sistemática de este tipo. Dentro de las ciencias naturales se han desarrollado en primer lugar las ciencias de los minerales y de las rocas (mineralogía y petrografía), de las plantas (botánica), de los animales (zoología), y junto a ellas se han creado por diversos motivos la ciencia de las plantas y de los animales fósiles (pa­leontología). Más tarde se incorporó también el estudio del cuerpo terrestre y de sus fenómenos, cuyo lugar científico hemos determinado en la des­cripción de la geografía general. Las ciencias de las lenguas pueden con­siderarse ciencias sistemáticas del espíritu, así como la ciencia de la religión, la ciencia política, la ciencia económica y otras. Pero con los principios sistemáticos de distribución interfiere aquí otro principio de distribución que define la transición a los dos restantes grupos principales de las cien­cias concretas, el principio que se rige por las diferencias de las áreas lingüísticas y culturales, dando lugar a la filología y a la etnología.

La afinidad del contenido de sus objetos es secundaria para las ciencias históricas. Unen en su estudio una serie de objetos pertenecientes a dis­tintos sistemas y esos objetos reciben homogeneidad mediante ese punto

(

Alfred Hettner 317

de vista tan especial debido a la consideración del desarrollo temporal de las cosas. Si éstas se sucediesen casualmente en el tiempo, y si la evo­lución de los distintos grupos de fenómenos fuese independiente, la ciencia podría quedar satisfecha con la aproximación sistemática. Pero la conexión de las distintas épocas que expresamos con la palabra desarrollo, y la conexión de las diferentes cosas en una misma época, obligan a una con­sideración histórica específica. El . estudio del desarrollo histórico de un solo grupo de fenómenos, correspondiendo así solamente a uno de los dos puntos de vista indicados, como, por ejemplo, la historia de la fauna o del arte, o la historia de las constituciones, se sitúa en una posición intermedia entre las ciencias sistemáticas y las ciencias históricas. Las ciencias ver­daderamente históricas abarcan todos los fenómenos, pero se dividen en tres ciencias distintas. La primera es la cienda de la historia de la tierra o geología histórica, que no es únicamente la historia de la corteza te­rrestre sólida, sino también la historia del clima y del mundo de las plantas y de los animales. La segunda es la prehistoria, que fue durante mucho tiempo una cienda sistemática, mostrando ahora un carácter autén­ticamente histórico debido a la periodización de sus hallazgos. La tercera es la historia propiamente dicha, es decir, la historia cultural del hombre, que últimamente ha comenzado a superar tanto la limitación al área cultural de Asia Menor y de Europa como la limitadón al tratamiento de las condidones de los Estados, aunque todavía sigue luchando para conseguir un método verdaderamente histórico umversalmente aplicable.

Lo mismo que el desarrollo en el tiempo, la ordenación de las cosas en el espado tiene derecho a una consideradón especial, y resulta signi­ficativo observar que los especialistas en lógica que han reconoddo la necesidad de lo primero no se hayan dado cuenta de lo segundo. La reali­dad es un espacio tridimensional que observamos desde tres puntos de vista. En primer lugar, vemos las conexiones de una interreladón material, desde el segundo punto de vista vemos el desarrollo en el tiempo y desde el tercero la distribución y el orden en el espado. Mientras renunciemos a la utilización de esta tercera perspectiva, la realidad es bidimensional. No la vemos en toda su extensión y variedad. La consideradón de las relaciones espadales se pierde. Por tanto, deben aparecer dencias coro- lógicas junto a las ciendas sistemáticas y cronológicas.

Existen dos dendas corológicas.Una de ellas se ocupa de la ordenadón de las cosas en el espacio uni­

versal; es la astronomía, que antaño se entendió indebidamente como una mecánica aplicada, es decir, como una ciencia de leyes abstractas, cuando su verdadero objeto es la consteladón de los astros y la naturaleza de los distintos astros. La otra dencia corológica es la dencia de la ordenación del espado terrestre o, puesto que no conocemos el interior de la tierra, podemos decir de la superfide terrestre. Una cienda corológica de este tipo es necesaria por razones muy parecidas a las que justifican la denda cronológica de la historia. Si no hubiese relaciones entre los distintos puntos de la tierra, y si los diferentes fenómenos situados en

(

318 Antología de textos

un mismo lugar de la tierra fuesen independientes entre sí, no se nece­sitaría ninguna concepción corológica; pero la existencia de tales relaciones, que las ciencias sistemáticas e históricas eluden o apenas pueden tratar, hace necesaria una ciencia corológica especial de la tierra. Esa ciencia es la geografía.

La consideración del desarrollo histórico de la geografía como ciencia nos muestra que en todo, momento se ha referido al conocimiento de los distintos espacios de la tierra, y que a lo largo del tiempo sólo ha cam­biado el método de estudio, debido al progreso de los resultados científicos. Los metodólogos que no han perdido el contacta con el desarrollo científico, siempre han situado por ello en lugar preferente el punto de vista de la ordenación del espacio. La geografía de Ritter se encuentra induda­blemente dominada por esta concepción, a la que se refiere cuando de­nomina a la geografía la ciencia de los espacios y de su función. Después de la confusión metodológica introducida en la geografía por Peschel, al tiempo que aportó su revolucionaria transformación de la geografía física, F. von Richthofen ha vuelto a resaltar el verdadero punto de vista de la geografía, denominándola ciencia de la superficie terrestre, y refiriéndose a la superficie terrestre sólida. Inmediatamente después de Richthofen, Marthe amplió ese concepto y subrayó con fuer2a el punto de vista co­rológico, aunque en un sentido equivocado, denominando a la geografía la ciencia del dónde de las cosas. En las conferencias posteriores de Richthofen, en Leipzig, se presenta una concepción de la geografía que configura el programa de la geografía actual, ajustando el concepto de Marthe y aceptando a la vez el planteamiento de Ritter, ya que el concepto superficie terrestre ha perdido su sentido restringido e incluye la corteza terrestre sólida, el agua, la atmósfera, la flora, la fauna y el hombre. Numerosos metodólogos modernos han adoptado las líneas generales de esa perspectiva y la aproximación corológica ocupa un lugar preferente incluso en el caso de aquellos geógrafos que, en teoría, parten del concepto de la geografía como ciencia de la tierra, y que rinden culto a la opinión «dualista». Entre estos geógrafos se encuentran A. Kirchhoff y H. Wagner.

Resumiendo los resultados de nuestras consideraciones, podemos afirmar que no se debe renunciar a la concepción, históricamente válida, de la geografía como la ciencia corológica de la tierra, o la ciencia de los espacios de la tierra, que se organiza basándose en sus diferencias y en sus relaciones espaciales, y no sólo porque la sistemática lógica de otra concepción no resulte ni históricamente comprobada ni prácticamente rea­lizable, sino porque, por el contrario, constituye la exigencia de una sis­temática de las ciencias lógicamente completa.

El objeto de la geografía

La geografía es la ciencia corológica de la superficie terrestre. Partiendo de la situación de la tierra en el universo y de la composición de la

(

Alfred Hettner 319

misma, condiciones previas absolutamente necesarias para la comprensión de la superficie terrestre, la geografía estudia esta superficie terrestre e n sus diferencias locales. No es una ciencia de la tierra o de la superficie terrestre como tal, porque todas las aproximaciones que no tienen en cuenta las diferencias locales de la superficie terrestre, o que las consideran únicamente como fenómenos perturbadores, no pertenecen a la geografía. Es más bien la ciencia de la superficie terrestre según sus diferencias regionales, es decir, entendida como un complejo de continentes, países, paisajes y localidades. Si queremos utilizar la palabra país para estas dis­tintas clases de espacio terrestre, podemos denominar a la geografía co­nocimiento de los países en lugar de conocimiento de la tierra, porque la denominación conocimiento de la tierra, prácticamente impensable en boca de Ritter, ha arrastrado a los nuevos metodólogos a falsas especulaciones teóricas sobre la naturaleza de la geografía.

La versatilidad material de los objetos geográficos

La geografía no se limita, por tanto, a un determinado dominio de la naturaleza o del espíritu, sino que se extiende sobre todos los círculos o formas de comportamiento de la realidad que puedan darse sobre la superficie terrestre.

No es ni ciencia de la naturaleza ni del espíritu — utilizo ambos términos en su sentido habitual— , sino que es ambas cosas al tiempo. Kirchhoff hubiera denominado a la geografía en su estado actual ciencia de la naturaleza con elementos históricos integrantes, lo que no es inco­rrecto, pero casi con igual propiedad podría haberla llamado ciencia del hombre con elementos integrantes de las ciencias naturales. Durante mu­cho tiempo, los aspectos humanos ocuparon un lugar preferente en el estudio geográfico, porque la ciencia de los pueblos, de los Estados, de las ciudades dice mucho sobre la naturaleza de los países. A finales del siglo xvm se llegó a un conocimiento físico-geográfico más rico, que situó el estudio de la naturaleza en un lugar de igualdad respecto al del hombre. La exigencia teórica de excluir totalmente al hombre de la aproximación geográfica nunca se ha hecho realidad, y el hombre siempre ha sido ob­jeto del estudio geográfico, aunque de numerosas y diferentes formas. La naturaleza y el hombre forman parte inseparable de la caracteriza­ción de los países. El hombre desempeña en algunos países papeles más importantes que en otros y unos investigadores prefieren dedicarse a la naturaleza y otros al hombre. En consecuencia, el elemento humano en la geografía es unas veces mayor y otras menos. Teóricamente el hombre puede ser considerado como un reino más junto a los tres reinos orgá­nicos y a los dos inorgánicos de la naturaleza, aunque en realidad requerirá casi siempre un tratamiento extenso. En mis trabajos he concedido tanto lugar al hombre como a la naturaleza, y creo haber constatado una re­lación similar en otros autores.

(

320 Antología de textos

Precisamente a cansa de este entendimiento unificador de la natu­raleza y de la humanidad se ha conferido un carácter «dualista» a la geografía. Pero sólo es lícito hablar de ese carácter cuando la unión dentro de una ciencia conlleva una distinción de concepciones, una parti­ción. Y eso es lo que sucede, como vimos, en la unión del hombre y de la naturaleza dentro de la geografía general. Pero si concebimos la natu­raleza y el hombre desde el punto de vista corológico, resulta igual en todos sus puntos fundamentales, y no permite hablar de dos direcciones distintas dentro de la geografía.

La situación de la geografía entre o, mejor dicho, al mismo nivel que las ciencias de la naturaleza y del espíritu, lleva consigo, sin duda, ciertas incompatibilidades prácticas. Al geógrafo se le considera como un intruso, tanto en las facultades de filosofía como en las de ciencias naturales. Para los geógrafos procedentes de las ciencias naturales, es frecuentemente difícil adoptar lo que corresponde a las ciencias naturales, y para los que proceden del campo de las ciencias del espíritu resulta todavía más difícil acostumbrarse a las ciencias naturales. Pero esta posición intermedia de la geografía es compartida por otras ciencias, como, por ejemplo, la etno­logía y la misma filosofía, que podría aportar a nuestra formación total, y así sucederá cuando se la deje de considerar con menosprecio, un valioso puente entre ambas líneas de nuestra vida intelectual, muy a menudo incomunicadas.

La necesidad de considerar igualitariamente la naturaleza y el hombre' sólo ha sido puesta en entredicho por personas ajenas a la geografía, que no han profundizado en los problemas geográficos o que únicamente han cultivado una parte de la geografía. Sin embargo, los geógrafos, en gene­ral, aceptan plenamente esa necesidad. No es posible llevar a cabo una reducción del material geográfico mediante limitaciones de la naturaleza o del hombre.

Pero tal vez fuera posible limitar de otro modo el material geográfico y, en particular, la variedad de los objetos del estudio geográfico. Algunos metodólogos lo han intentado, partiendo del concepto de paisaje tal y como se nos ofrece a la vista y limitando la aproximación geográfica a las cosas que pueden percibir los sentidos. Posteriormente veremos que a veces es suficiente contemplar la superficie terrestre sólo desde el punto de vista estético, y en ese caso habría que limitarse a lo perceptible por los sentidos; pero creo que esa limitación no es conveniente para la geografía en general. Hablando rigurosamente, todos los objetos del estudio geográfico son perceptibles por los sentidos, porque el más delicado estado de ánimo del hombre sólo puede hacerse patente mediante manifesta­ciones perceptibles. Habría que distinguir, por tanto, según la clase y la fuerza de la impresión sentida. Resultaría así que la geografía debería considerar solamente aquellos fenómenos que podemos reconocer mediante nuestro sentido del tacto o de la vista, dejando de lado los que corres­ponden al oído, al olfato o al sentido del calor. Con una concepción de este tipo habría que excluir de la geografía la mayor parte de los fenó­

c

Alfred Hettner 321

menos climatológicos. ¿Y cómo podría calcularse el volumen de la im­presión sensorial? ¿Sería útil que la geografía considerase el tráfico tan sólo desde el punto de vista de los caminos y no de las personas y mer­cancías transportadas? ¿O considerando la producción económica, pero no el comercio? ¿O excluyendo su rama más antigua, la geografía política, o la consideración geográfica de la religión o del arte? Con esta selección de hechos se pierde necesariamente su contexto interno, porque los fe­nómenos perceptibles por los sentidos no son siempre los que dependen en mayor grado de la naturaleza de los países, sino que muchas veces dependen de otros fenómenos menos perceptibles sensorialmente y sólo a través de éstos son aquéllos comprensibles. La consideración estética, que únicamente concede importancia a los efectos sobre los sentidos y que considera que el contexto interno de los objetos es indiferente, no tiene en cuenta el nexo intrínseco tan importante para cualquier ciencia.

La concepción del tiempo

Al igual que todas las cosas de la naturaleza y del espíritu, todas las épocas pueden ser objeto del estudio geográfico. La geografía, como estudio del presente, ha sido a veces enfrentada a la geología, como estudio del pasado; pero esa oposición es incorrecta, porque en teoría puede darse una consideración geográfica tanto de períodos pasados como del presente, aunque raramente la llevemos a cabo. La verdadera diferencia no consiste en que la geografía prefiera un tiempo determinado, el presente, sino en que para ella el tiempo se sitúa en el fondo de la escena, ya que no estudia el paso del tiempo como tal — regla metodológica frecuentemente olvidada, por cierto— , sino que sólo tiene en cuenta el desarrollo histórico con el fin de explicar las condiciones del momento elegido.

Aunque se haya entendido correctamente la necesidad de prescindir del transcurso temporal en sí, se ha pretendido ceñir todo el quehacer de la geografía humana a captar únicamente lo constante en el tiempo, lo «permanentemente eficaz». Pero lo constante en el tiempo y lo per­manentemente eficaz no existe; sólo una parte de los cambios registrados se producen en forma de oscilaciones en torno a un punto cero; los demás muestran un. desarrollo progresivo en el que a veces se modifica total­mente el tipo de dependencia geográfica. No es posible mostrar un cuadro que prescinda de los cambios temporales. El estudio geográfico debe di­rigirse siempre hacia un tiempo determinado.

No tiene sentido, por tanto, preguntarse sobre qué espacio de tiempo, sobre qué tiempo histórico o tiempo humano en general debe extenderse el estudio geográfico. Al margen de que al basar en las relaciones humanas la delimitación del tiempo se plantea un punto de vista ajeno para la limitación de la materia de nuestra ciencia, sólo es posible tener en cuenta un tiempo más amplio en la consideración corológica o espacial cuando las relaciones no cambien o lo hagan respecto a cosas insignifi-

(

4

1

322 Antología de textos

cantes y parecidas. Por ello esa extensión varía considerablemente en función de los diferentes factores. Respecto a la estructura interna de la tierra, el estudio geográfico suele iniciarse en el terciario medio, pues desde entonces se han producido variaciones importantes en la corteza terrestre. Los cambios más recientes en la corteza terrestre, en el clima, en el mundo animal y de las plantas requieren una descripción histórica, y la geografía del presente sólo puede considerar sus resultados, no lo que ha sucedido anteriormente. Y en geografía humana han ocurrido tantos cambios en los últimos años y decenios que el término presente geográfico debe ser utilizado con cuidado. »

La geografía estudia el presente. La consideración de épocas pasadas en la historia de la tierra o del hombre corresponde a la paleogeografía, a la geografía prehistórica o a la geografía histórica.

(...)

(

EL PAISAJE GEOGRAFICO Y SU INVESTIGACION **

Cari Troll *

Desde hace tres decenios se nota en la ciencia geográfica una marcada tendencia a la síntesis, de acuerdo con las ideas generales de la época. Si se define la geografía como la ciencia que trata de los fenómenos de la superficie terrestre, es decir, de la litosfera, la hidrosfera y la atmós­fera en sus diferentes configuraciones e intercambios funcionales, la sín­tesis geográfica significa la observación de los fenómenos que se dan en la superficie terrestre y de sus convergencias en la unidad del espacio, esto es, en el paisaje. Naturalmente, es preciso conocer los diversos as­pectos para comprender el conjunto. De un geógrafo moderno se espera menos el conocimiento de la dinámica de los glaciares, de las áreas flo- rísticas del mundo o de la estadística comercial de los países que la capacidad de explicar un paisaje basándose en sus caracteres y de hacer comprensible la concordancia causal de sus diversas partes. Con los paisa-

* Cari Troll (1899-1975). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Troll, C. (1947): «Die geographische Wissenchaft in Deutschland in dem Jahren 1933

bis 1945: Eine Kritik und Rechtfertigung», Erdkunde, 348.Troll, C. (1955): «Der jahreszeitliche Ablauf des Neturgeschehens in den verchiedenen

Klimagültern der Erde», Sudium Generóle, pp. 713-733.Troll, C. (1966): Landscape Ecology, Delft, ITC-UNESCO (Center for integrated

surveys).Troll, C. (1970): «Landschaftokologie (Geoecology) und Biogeocoenologie. Einer ter-

minologische Studie», Revue Roumaine de Géologie, Géophysique et Géographie, Série de Géographie, pp. 9-18.

Trojl, C. (1971): «La Geoecología y la diferenciación a escala planetaria de los eco­sistemas de alta montaña». Traducción de J . J . Sanz Donaire, Geograpbica, 1973, pp. 143-155.* * Troll, C. (1950): «Die geographische Landschaft und ihre Erforschung», Studium

Generóle, 4/5, pp. 163-181. Traducción de Benjamín Díaz González.

323

( .

324 Antología de textos

jes la geografía ha encontrado su objeto propio, un objeto que, como dijo Hassinger en 1919, no le puede disputar ninguna otra ciencia, al tiempo que el interés por sus diversos elementos (geofactores, componentes del paisaje) la relaciona con ,las ciencias naturales, humanas, económicas y sociales. Cada vez se tiende más a considerar un paisaje como una «unidad orgánica» y a estudiarlo «en el ritmo temporal y espacial de sus numerosos y diversos- factores» (Volz). También se ha planteado la cuestión de si el paisaje es algo más que la suma de objetos geográficos, es decir, una «totalidad» o una «configuración». Esta idea, que data de la Edad Antigua y aparece en Goethe y, en la* geografía, en Ritter, hace poco ha sido ampliamente desarrollada en la psicología (H. Benusse, W. Kóler, K. Koffka, F. Krüger) y en la biología (H. Driesdh, W. Troll). Generalmente los geógrafos alemanes consideraban los paisajes como con­juntos o configuraciones, pero en ningún modo como «organismos» o formas biológicas en el sentido de W. Driesch, y como unidades psico­lógicas, sólo dentro de un enfoque estético-subjetivo, debido, como señala Banse, al cientificismo de la geografía. Pero, lo mismo que a partir de los distintos tipos de seres vivos se constituyen biocenosis y a partir de los individuos humanos surgen grupos como las familias o los pueblos, los espacios geográficos, como los paisajes, pueden organizarse en grupos de diferente escala y considerarse unidades de una taxonomía geográfica.

El paisaje y la ciencia del paisaje

En la literatura geográfica alemana fue S. Passarge el primero que usó la denominación «geografía del paisaje» y, desde 1913, propugnó en varias conocidas obras el concepto de «ciencia del paisaje», ya utilizado en 1884 y 1885. Esto lo presentó como una nueva rama de la geografía «que ha tenido que conquistar con dificultades su sitio, un sitio que se la debía haber reconocido hace tiempo». Pero, al no definir desde un principio con claridad el concepto de paisaje, especialmente en relación con el concepto de «país» o región, según señaló Waibel en 1936, se suscitó una larga discusión sobre el sentido y la razón de ser de esta nueva ciencia. La palabra alemana Landschaft (paisaje) existe hace más de mil años y ha tenido una evolución lingüística muy significativa.

Hoy día el concepto de «paisaje» está presente en la ciencia y en el arte. Sin embargo, sólo la geografía ha dado a su uso un valor científico y le ha hecho eje de toda una teoría de investigación. A partir de ello el movimiento de protección de la naturaleza y la jardinería han acuñado los conceptos de protección, conservación y creación del paisaje. Todo paisaje se le presenta al geógrafo dotado de una cierta fisionomía. Sus distintos aspectos o elementos, tanto visibles como no visibles, se en­cuentran en una determinada relación funcional, mientras que no varíe uno de ellos y, como consecuencia, todo el paisaje. Se puede, por lo tanto, distinguir un concepto fisionómico o formal y un concepto funcional (fi­

c

Cari Troll 325

siológico o ecológico) del paisaje. Al primero se refirió Oppel cuando definió' un paisaje como «un espacio que se presenta como una totalidad desde cualquier punto de vista». Hoy el hombre puede observar el paisaje desde los aviones de una forma más precisa, sin la distorsión de la pers­pectiva desde el suelo; por ello es lógico que la observación aérea haya fomentado mucho los estudios de paisaje. Esto se manifiesta incluso en Isj terminología, donde los rusos en su afán investigador han creado la expresión «paisaje aéreo», que viene a significar «complejo de fenómenos de la superficie terrestre que se pueden reconocer desde el aire como ca­racterísticos de un determinado territorio fisicogeográfico».

El enfoque funcional es resultado de la apreciación de que todos los geofactores, incluidas la economía y la cultura humanas, se encuentran en interacción. Según la importancia de la intervención del hombre, se distinguen paisajes naturales y paisajes culturales. Estos últimos incluyen, además de los fenómenos naturales, los pertenecientes a la economía, el cultivo, el tráfico, la población con su lengua, su tradición y su naciona­lidad, la estructura social, la cultura artística y la religión. Actualmente se está hablando mucho de paisaje económico y de configuración eco­nómica, desde los paisajes vacíos hasta los paisajes de elevado uso agrario o industrial, los paisajes densamente poblados, los paisajes urbanos, etc.

Todos los paisajes reflejan también transformaciones temporales y conservan testimonios de tiempos pasados. Pero mientras que los paisajes naturales sólo varían a un ritmo secular o geológico, los paisajes econó­micos cambian relativamente deprisa de generación en generación, e in­cluso durante la propia observación del geógrafo.

Científicamente considerado, el paisaje es, por lo tanto, un concepto de geografía regional y comparativa. Pero hasta el momento no se ha conseguido llegar a un acuerdo sobre «la relación de la ciencia del paisaje y la ciencia de los países» y sobre el enlace de los conceptos de «paisaje y país», a pesar de que en 1938 expertos de varios países pusieron todo su interés en resolver este problema. No es convincente la afirmación de N. Krebs de que «paisajes son tipos que se repiten a menudo, países son individuos». Actualmente es normal que se dividan los continentes, estados y provincias en «paisajes naturales», que vienen a ser espacios individuales (paisajes reales, según Passarge). Incluso el propio Krebs realizó en 1923 un mapa con la regionalización del sur de Alemania basándose en sus paisajes, para después tratar de todo este espacio. En el concepto de países se incluyen generalmente grandes divisiones políticas, como Escocia, Irlanda, Inglaterra, Grecia, Finlandia, Laponia y Alemania, o territorios más pequeños, como Braunschweig, Oldemburg, Ermland, Münsterland, etc. En cambio, son paisajes naturales el Harz, Spessart, la Selva Negra, Ries, la llanura de Munich, la Cuenca de Viena, Maifeld, Goldene Aue, Ósling, etc.

El significado del término «país» no está plenamente definido. Por ejemplo, en Alemania existen ciertos países que antes eran territorios

(

326 Antología de textos

históricos o circunscripciones administrativas y hoy, tras determinadas variaciones de sus límites, se consideran paisajes geográficos. ( .. .)

De acuerdo con lo dicho se debería cambiar la definición de paisaje geográfico propuesta por K. Bürgers, que también era aplicable a país, por la siguiente: «Bajo el término "paisaje geográfico” se incluye un sector de la superficie terrestre definido por una configuración espacial deter­minada, resultante de su^aspecto exterior, del conjunto de sus elementos y de sus relaciones externas e internas, que queda enmarcado por los límites naturales de otros paisajes de distinto carácter.» Países, en cambio, son territorios delimitados con base en hechos políticos, administrativos, en ciertos casos históricos, o por estar habitados por determinados pueblos.

( . . . )

Morfología del paisaje

Lo primero que hay que hacer es detectar y delimitar los diferentes paisajes del mundo y de cada país. Mediante la observación del contenido y los límites del paisaje se llega a comprender la «estructura del paisaje». A partir de ella se puede plantear una clasificación de territorios a dis­tinta escala. En principio, cada paisaje es un individuo, pero, al tener una determinada situación dentro del conjunto de los paisajes, se ensambla con todos ellos. En relación con los elementos culturales del paisaje,O. Schlüter habló de una «Morfología del paisaje cultural». Y , por su parte, E. Winkler ha basado en estos aspectos su sistema de geografía general, que denomina «morfología del paisaje o teoría de la estructura del paisaje», asignando a la «corología del paisaje» el análisis de la dis­tribución espacial de los paisajes en el mundo.

(. ..)

Estructura y división del paisaje

Las unidades de paisaje en el mundo son de tamaño muy variado. A la escala del conjunto de las tierras emergidas se distinguen cinturoneso zonas de paisaje, que se corresponden espacialmente con las zonas cli­máticas y de vegetación. S. Passarge desde 1921 ha dedicado varios libros a estas unidades mayores; A. J\ Herbertson en 1905 las denominó «re­giones naturales principales» y en ello le siguieron otros geógrafos ingleses como L. D. Stamp y J. F. Unstead. En el otro extremo, la maravillosa diferenciación del espacio en el mundo permite una división de paisajes a una escala muy reducida, cuyas unidades se denominan pequeños pai­sajes o paisajes parciales. Existe, en consecuencia, un escalonamiento di­mensional, una jerarquía de paisajes de diferentes dimensiones...

(

Cari Troll 327

Si se comienza a subdividir un cinturón de paisaje adaptado a una zona climática en unidades definidas por sus configuraciones espaciales, se tienen que separar en primer lugar los sectores de dicho cinturón que corresponden a cada continente; después habrá que pasar a divisiones basadas, además de en la zonación climática, en la estructura, el relieve, el suelo y la humedad, sucesivamente.

En resumen, cuanto más pequeñas son las divisiones, más importancia adquieren las condiciones del suelo frente a los aspectos climatológicos en la delimitación de los paisajes, ya que, mientras en las primeras se dan cambios nítidos, en los segundos siempre se producen amplias transicio­nes. Pero, ¿hasta qué escala se puede efectuar una división geográfica del espacio?, ¿cuál es la dimensión mínima de un paisaje geográfico? Se puede intentar dar respuesta a estas preguntas analizando mapas topo­gráficos y geológicos o fotografías aéreas de diferentes zonas de la super­ficie terrestre. Yo mismo he intentado aclarar estos puntos mediante un estudio concreto del Macizo Renano. Al definir paisajes cada vez más pequeños, siempre se llega a un nivel en que el espacio se presenta como un rompecabezas, cuyas piezas nunca aparecen de forma independiente, sino que, en gran número, constituyen asociaciones individuales mínimas caracterizadas por una configuración y una localización determinadas. Estas asociaciones son los «tipos de espacio más pequeños».

' .Para designar estos pequeñísimos espacios de un paisaje geográfico he escogido desde 1945 la denominación de «ecotopo», variante de la de «biotopo», que utilizan los biólogos con finalidad similar. El ecólogo inglés A. G. Tansley ya utilizó en 1939 el término «ecotopo», al tiempo que los autores rusos comenzaron a hablar de «unidades topo-ecológicas». K. H. Paffen propuso que en alemán se utilizase la expresión «célula de paisaje» (Landschaftszelle), con lo cual estoy de acuerdo. ( ...)

Estas células o ecotopos, entendidos como divisiones mínimas del pai­saje geográfico, no sólo son importantes en la labor científica de la geo­grafía, sino que, al expresar la distribución de los diversos elementos de los paisajes, tienen también una gran importancia práctica. El ingeniero de montes los necesita para evaluar el crecimiento de las masas forestales y para delimitar y medir los sectores homogéneos de éstas (tasación fo­restal). El edafólogo los necesita para apreciar la calidad de los suelos agrarios, cuyas características cambian en distancias muy reducidas. La car­tografía de la vegetación, la hidrología, la parasitología y la higiene, es decir, todas las ramas de la planificación regional, tienen en ellos su base más rigurosa. Por lo tanto, no es de extrañar que diferentes ciencias hayan llegado a las mismas conclusiones sin tener contacto entre sí y por diversos caminos. Es conveniente para todas conocer los resultados de las investigaciones de las demás y adaptarles sus terminologías propias.

(. . .)

(

4 íi

328 Antología de textos

Ecología del paisaje

Dentro del ecotopo se produce el máximo nivel de interacción entre los diferentes elementos del paisaje. Para agrupar éstos, normalmente se usan los conceptos de clima, suelo y vegetación, aunque hay que tener en cuenta que el mundo animal es tan importante como el de las plantas, que el suelo incluye su propia fauna y que casi tan importante como la estructura de éste es su hidrología y su microclima, altamente influido por la cubierta vegetal. El suelo con sus diferentes horizontes no sólo se compone de materia mineral alterada bajo la influencia del agua y el clima, sino también de materia orgánica vegetal y animal. La disposición de estos elementos, que se manifiesta en el perfil del suelo, depende, pues, muy estrechamente de la vegetación. La interacción de la vegetación y las biocenosis con la capa edáfica conecta muy profundamente la investiga­ción geográfica del paisaje con la edafología y los estudios sobre vege­tación. A. G. Tansley llama a este conjunto interconectado «ecosistema».

Con la palabra suelo, en el sentido más amplio, nos referimos a todos los fenómenos desarrollados por debajo de la superficie topográfica con excepción de la fauna y las raíces de las plantas, es decir, substrato rocoso, aguas subterráneas, etc. Por encima de dicha superficie se encuentra el componente climático, que comprende el macroclima y el microclima del paisaje; este último llega hasta el límite superior de la vegetación. En el caso de una vegetación boreal típica, el microclima se puede dividir, según R. Geiger, en clima inmediato al suelo, clima medio y clima supe­rior. La vegetación se sitúa en el centro del ecosistema, ya que determina con su existencia el microclima, influye en la erosión del suelo por medio de la aportación de sus restos, regula la estructura hídrica e influye a través de ésta en el clima del suelo. Pero, a su vez, el conjunto de la vegetación depende del macroclima y del suelo en su más amplio sentido. ( .. .)

Si en un ecosistema se altera o se destruye la vegetación como con­secuencia de un hecho natural o artificial, de una forma espontánea cam­bia toda la estructura geográfica y toda la interacción de los elementos del paisaje: el microclima, el clima del suelo, la composición de éste, las condiciones erosivas, etc. La naturaleza se regula a sí misma y tiende a recuperar el equilibrio perturbado, mediante la regeneración de la ve­getación y, como consecuencia de ella, la del suelo y así sucesivamente; esto se ha podido comprobar muchas veces en llanuras fluviales sujetas a inundaciones, dunas, deltas, zonas afectadas por aludes, etc.

Si la observación pasa de un ecotopo aislado al conjunto de todo un paisaje, se aprecia cómo los cambios de disposición topográfica se mani­fiestan no sólo en los caracteres del suelo, sino también en variaciones climáticas de escala media, situadas entre el macro y el microclima. Tales diferencias, debidas a las distintas condiciones que presentan a la insola­ción, la pluviosidad, los vientos, la persistencia de la nieve, etc., las hon­donadas, vertientes, crestas y cimas, se engloban bajo el término «clima local».

(

Cari Troll 329

Cuando se analiza la estructura interna del paisaje se comprende lo lógico que es atribuirle el carácter del conjunto, de totalidad; y no a un elemento del paisaje, sino sobre todo al ecotopo. Porque de la unión es­pacial de los diferentes elementos del paisaje en un ecotopo no surge solamente una configuración, sino un conjunto armonioso formado por componentes que se ayudan mutuamente y que no pueden existir por sí solos.

(

Hans Bobek y Josef Schmithüsen * EL PAISAJE EN EL SISTEMA LOGICO DE LA GEOGRAFIA **

El objeto de la investigación geográfica es el espacio lito-bio-atmosférico de la superficie terrestre en su contenido y configuración totales, tanto en conjunto como en sus divisiones. La geografía no se limita a la ob­servación y descripción de lo visible, aunque parte de ellas, sino que pretende comprender la naturaleza del conjunto de elementos constitutivos del ámbito que, con cierta impropiedad, se denomina superficie terrestre.

En esencia este ámbito consta de los siguientes elementos:

A) Los fenómenos espaciales, materiales y perceptibles, con sus di­mensiones, forma, calidad material, estructura y organización interna.

B) El entramado de relaciones que existe tras ellos y que sólo en pequeña parte es accesible a la percepción inmediata. Puede estar rela­cionado con hechos externos, pero que siempre tienen características espa­ciales o locacionales.

* Hans Bobek (1903) y Josef Schmithüsen (1909). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Bobek, H. (1948): «Stellung und Bedeutung der Sozialgeographie», Erdkunde, pp.

188-125.Bobek, H. (1959): «Haupstufen der Gessellchaft- und Wirtschaftstentflatung in geo-

graphischer Sicht», Die Erdeí pp. 259-298. . 'Schmitüiüsen, J . (1959): «Das System der geographischen Wissenchaft», én Festscbrift

Tbeodpr Kraus, Bad Godesberg (s. e .),pp . 1-14.Schmithüsen, J . (1963): Was ist eme Landschaft?, Wiesbaden, Franz Steiner (Erdkundli-

ches Wissen. n.° 9).* * Bobek, H., y Schmithüsen, J . (1949): «Die Landschaftsbegriff im logischen

System der Geographie», Erdkunde, 2/3, pp. 112-120. Traducción de Benjamín Díaz González.

330

Hans Bobek y Josef Schmithüsen 331

C) La sucesión temporal, que da razón del presente y se proyecta sobre el futuro.

Los espacios de la superfide terrestre, en cuanto objetos de investiga­ción, se han de concebir no como entidades simplemente tridimensionales, sino como entidades cuatridimensionales, como complejos de fenómenos espaciotemporales, y son los que, tanto en sus partes como en su totalidad, constituyen d campo de estudio geográfico.

Dada su naturaleza, participan del mundo inorgánico, del mundo de la vida y del mundo del espíritu.

La estructura y d fundonamiento de estos tres mundos están regidos por otros tantos tipos de leyes: físicas, biológicas y espirituales. De ello resulta que el objeto del estudio geográfico es complejo en cuanto a leyes y ello dificulta su comprensión.

Dentro del mundo inorgánico, por ejemplo las formas de relieve de­penden al tiempo de Jas fuerzas tectónicas, de las fuerzas atmosféricas y de la constitución de la corteza terrestre, derivada no sólo de su actividad actual, sino básicamente de la pasada, y también dependen de la acdón dd hombre.

En toda comunidad viva, por ejemplo un bosque, no sólo actúan las condiciones físicas, sino también las que en alto grado crea la propia co­munidad en tanto que unidad biótica; así actúan factores biogenéticos, cuya explicación no se puede realizar hasta d momento sobre la base de una causalidad puramente física.

El hombre puede además por medio de su inteligenda modificar su entorno según leyes que no son físicas, sino que constituyen creadones autónomas.

Los elementos correspondientes a los tres mundos están en el objeto geográfico no sólo yuxtapuestos o interconectados, «sino esendalmente integrados». De esta integración resultan componentes nuevos, que per­tenecen a dos o tres de los mundos o reinos y partidpan de sus leyes. Los componentes naturales y culturales no están superpuestos o sumados. La naturaleza y la cultura en la mayoría de los objetos geográficos, como los espados económicos, se hallan integradas. Las fuerzas correspondientes a los distintos dominios no son independientes, sino que se integran en complejos, a veces desde un principio.

La naturaleza animada e inanimada y d espíritu, fundidos, constituyen la materia geográfica. En ella se basa la unidad interna de la geografía y a ello se debe que no pueda ser ni ciencia natural ni dencia del espíritu. Dados los caracteres de su objeto, no existe tal dualismo. En todo caso,

, se podría hablar de trialismo, teniendo en cuenta d tipo de causalidad dominante.

Sí existe, por d contrario, un dualismo de otro género: el de los en­foques idiográfico y nomotético, característicos,, respectivamente, de la geografía de los países (Landerkunde) y de la geografía del paisaje (Land- schaftkunde).

(/

332 Antología de textos

La geografía de los países se enfrenta idiográficamente con su objeto de estudio, es decir, como si fuese único en el espacio y en el tiempo, y dependiese de unas específicas circunstancias de lugar y momento his­tórico. (...)■ El concepto de país (Land) es independiente de su dimensión y puede abarcar desde un lugar hasta un continente, o la tierra entera.

La geografía del paisaje procede de forma normativa o nomotética, comparando las distintas partes de la superficie terrestre y ordenándolas en tipos y géneros haciendo abstracción de sus peculiaridades individuales. A esta clase de unidades, definidas con base en su apariencia fenoménica, en su trama de relaciones y en su desarrollo histórico, se les llama paisa­jes, con independencia de su nivel dimensional.

En uno y otro caso (país y paisaje) siempre se trata de fragmentos, o sectores, de la superficie terrestre considerados en la complejidad de sus fenómenos.

Atendiendo a las grandes categorías de materia, espacio (o forma), energía y tiempo, se aprecian los distintos modos en que se conciben la ciencia de los países y la ciencia del paisaje.

La materia y la forma permiten definir el paisaje en función de su estructura y de su dimensión espacial, es decir, en función de su imagen (fisonomía y estructura). Desde el punto de vista de la energía le podemos definir por su trama funcional o dinámica interna y por su ecología. Desde el punto de vista del tiempo, le podemos definir por su historia o su génesis. Así es un objeto que puede ser considerado desde tres puntos de vista, que dentro de la metodología científica corresponden a tres modos de investigación: el fisonómico (incluyendo el análisis de la estructura), el ecológico y el histórico o genético.

( .. .) El componente espiritual queda comprendido dentro de los tres aspectos mencionados, pues, como espíritu objetivado, es perceptible en la imagen de los fenómenos, en la estructura, en la función o ecología y en el devenir histórico. Las ideas sociales o religiosas, las innovacio­nes, etc., están presentes en el objeto geográfico.

Estos tres aspectos sirven de base tanto a un enfoque idiográfico como nomotético. En éste, sin embargo, sólo son válidos una parte de los fe- nómeños, concretamente los que poseen una cierta regularidad o tipi- cidad. ( ...)

El significado de una propiedad o de una función en un paisaje geo­gráfico depende de la escala del objeto: el Brennero es importante como ejemplo de paisaje de paso montañoso, pero la importancia que pueda tener en relación con otras comarcas es irrelevante. Sin embargo, este paisaje unido a otros pasos de montaña o integrado en un sector territorial mayor sí tiene valor. De ello se deduce el principio de que, en el análisis de paisajes, cuanto mayor es la dimensión del objeto más aumenta su contenido normativo. Sí, por el contrario, la materia de estudio geográfico se reduce, sólo le va quedando valor idiográfico, pues van disminuyendo o desaparecen las posibilidades de comparación y no existe posibilidad

(

Hans Bobek y Josef Schmithüsen 333

de referir elementos, propiedades o funciones singulares a conceptos ge­nerales. ( .. .)

El concepto de paisaje se refiere, por consiguiente, siempre al conte­nido total de un sector de la superficie terrestre en tanto que es accesible a una comprensión nomotética.

En el dominio de lo inorgánico el interés de la geografía no llega hasta las unidades elementales, sino que se detiene en los sistemas o com­plejos que en el paisaje desempeñan el papel de elementos básicos. Un ejemplo es el aire, que es un complicado sistema de materia y energía; otros son las rocas y también los sistemas de carácter no estable, como el tiempo atmosférico. Resultan de un tipo de análisis específico y cons­tituyen el escalón más bajo en el edificio del paisaje, presentando, como los cristales de las rocas, diferentes niveles de integración.

Todos estos complejos abióticos elementales (o parciales) al estar reuni­dos en un lugar, en un determinado espacio, se encuentran enlazados entre sí por múltiples relaciones, cuyo funcionamiento se rige por las leyes de la causalidad. De esta acción recíproca resulta un complejo abiótico total, que es un escalón más alto que los complejos parciales en la integración del paisaje. ( .. .)

Al contrario que los componentes abióticos, que entran siempre en el paisaje como complejos, los individuos del mundo orgánico pueden entrar directamente a formar parte del paisaje como verdaderas unidades elementales del mismo. Por ello los individuos del mundo biótico con­trastan con los del abiótico en cuanto a aspectos esenciales. Las leyes que rigen su configuración no depende sólo de relaciones causales con su en­torno, sino en gran parte de principios cuyas normas últimas aún no ha llegado a comprender la investigación. Los seres vivos no son simples productos de su medio; tampoco son propiamente autónomos con res­pecto a él, pero pueden en mayor o menor grado resistir y contrarrestar su influenda y acomodarlo a sus condiciones de vida. Los biotipos se acomodan a los biotopos, y esto vale también para los hombres que se encuentran en los más bajos niveles de cultura.

La asociación en un lugar determinado de organismos que viven juntos es una biocenosis. Las biocenosis son las unidades biológicas de mayor rango y tienen propiedades que trascienden las de los elementos que las forman y derivan de la integración entre éstos. La integración de las biocenosis se realiza por la común acomodación de distintas especies de plantas y animales a los mismos complejos abióticos mediante acciones recíprocas inmediatas de unos organismos sobre otros, mediante acciones indirectas a través de sus respectivas producciones y, por ultimo, me­diante la tendencia biológica a establecer una cierta armonía, un equilibrio biodinámico.

La estructura total del paisaje constituye un nivel de integración más alto que el de los individuos bióticos de los que se compone. Pero su cohesión interna es más débil que en éstos, ya que sus componentes no

(

334 Antología de textos

son organismos ni complejos, sino comunidades. En las biocenosis los miembros son intercambiables y pueden cambiar de posición sin que la citada biocenosis se destruya. Este menor grado de cohesión de los paisajes se traduce en un mayor grado de normatividad.

( . . . )La humanidad pertenece al mundo biótico y participa de sus caracteres

y leyes hasta el punto _en que pueden ser modificadas por la libertad. Con relación a su medio los hombres tienen una autonomía mayor que la del resto de los organismos. No existe una vinculación rígida a un biotopo y el propio concepto de biotopo se queda muchas veces sin posibilidad de aplicación cuando se trata del hombre; resulta más adecuado en este sen­tido el concepto de espacio vital, que posee unos límites más precisos y ejerce una influencia más clara. El conjunto de los factores abióticos y bióticos no humanos (Landesnatur) son para el hombre sólo un poten­cial, tanto en sí mismos como en sus influencias.

Si el mundo biológico no humano es ya capaz de modificar su medio, esta capacidad en el hombre es enorme, al poder actuar de forma cons­ciente y racional. Los complejos bióticos poco estables e integrados del paisaje natural no resisten el ataque del hombre; algo más resistentes a su impacto son los dotados de mayor estabilidad. Pero incluso en las comunidades más cerradamente integradas de plantas y animales inter­viene el hombre por medio del cultivo y la domesticación. Las biocenosis naturales son sustituidas por biocenosis artificiales en las que se da el más alto grado de integración entre naturaleza y hombre, llegándose a lo que se denomina paisaje cultural.

Las formas de vida de los hombres son en alto grado autónomas y, en consecuencia, pueden estar más o menos condicionadas por la naturaleza o el medio social.

La autonomía de los individuos queda limitada por su pertenencia a grupos. Los grupos humanos son un entramado de acciones regido, en parte, por leyes espirituales y, en parte, por leyes biológicas, cuya interre-* lación se puede llamar ecología social. La presencia y la acción humanas está altamente influida por la ecología social. Desde luego que se puede oponer a ella la personalidad individual, pero ésta sólo tiene importancia en casos excepcionales y no suele tener significación en el paisaje, es decir, no suele afectar al aspecto nomotético de la geografía.

(...)Desde el punto de vista de la progresiva integración de elementos en

el paisaje, la sociedad tiene un papel comparable al del complejo abiótico- biótico (Landesnatur). De la integración de las fuerzas y fenómenos de ambos surge el paisaje propiamente dicho.

( . . . )El paisaje es un sistema dinámico con estructura espacial. La natura­

leza aporta una infraestructura que, a pesar del hombre, permanece. Los límites naturales son muy estables.

Hans Bobek y Josef Schmithüsen 335

Para que un paisaje se pueda considerar cultural lo decisivo es que la fisonomía y la dinámica ecológica de sus elementos espaciales se en­cuentre determinada en gran medida por la acción de los hombres en sociedad. En este tipo de paisaje se alcanza el mayor grado de integración, pero su cohesión interna es débil. Cada uno de sus componentes tiene su propio grado de cohesión, que puede variar sensiblemente de uno a otro. Estos son, en parte, sistemas cerrados con elevada cohesión eco­lógica y relativamente estables y, en parte, sistemas abiertos e inestables, cuyos rasgos permanentes se manifiestan a través del propio cambio. Es por ello comprensible que los continuos intentos de elaborar una imagen in­telectual de la naturaleza del paisaje hayan fracasado. Normalmente la naturaleza del paisaje es más fácil de sentir o percibir que de comprender de modo conceptual. Los objetivos fundamentales del análisis geográfico del paisaje son descubrir el orden dentro de la multiplicidad y desentrañar y explicar con claridad el entramado de relaciones recíprocas que en él se dan.

c4

Harían H. Barrows *LA GEOGRAFIA COMO ECOLOGIA HUMANA **

La geografía como madre de ciencias

Sólo hace algunos años que la geografía ha sido reconocida en Amé­rica, hasta cierto punto, como materia apropiada para la enseñanza y la investigación universitarias, como una ciencia capaz de contribuir con verdades vitales al conocimiento humano y como un arte susceptible de ser aplicado en forma amplia a las cuestiones prácticas. No resulta por ello sorprendente oír a menudo calificar a la geografía como la más joven de las materias dentro de los estudios superiores. Es evidentemente inne­cesario recordar a este auditorio que la geografía puede, por el contrario, reclamar con toda propiedad el título de Madre de las Ciencias. Siglos antes de Cristo era admitida como un estudio cuyo campo abarcaba el universo entero. A medida que el tiempo fue pasando, la geografía tuvo muchos hijos, entre ellos la astronomía, la botánica, la zoología, la geolo­

* Harían H. Barrows (1877-1960). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Barrows, H. H. (1921): «The Purpose of Geography Teaching», The Journal of

Geography, X X , pp. 151-154.Barrows, H. H., y Parker, E. P. (1924): Geography, Jourtieys in Distant Lands,

Boston, Silver Burdett and Co.Barrows, H. H. (1931): «Some Critical Problems in Teaching Elementary Geography»,

The Journal o f Geography, X X X , pp. 353-364.Barrows, H. H. (1937): «A National Plan and Policy for the Control and Use of

Water Resources», en Geographie Aspects of International Relations, Chicago, University of Chicago Press, 1937, pp. 99-123.* * Barrows, H. H. (1923): «Geography as Human Ecology» (conferencia presiden­

cial ante la Asociación de Geógrafos Americanos, Ann Arbor Meeting, diciembre de 1922), Annals o f the Association of American Geographers, X I I I , 1, pp. 1-14. Traducción de Josefina Gómez Mendoza.

336

Harían H. Barrows 337

gía, la meteorología, la arqueología y la antropología. Algunos de estos vástagos han proseguido carreras independientes en el mundo de la ciencia durante tanto tiempo que, de forma natural, su relación con la ciencia madre se ha ido olvidando casi por entero. Cada uno de ellos alcanzó su independencia llevándose una parte, con objeto específico, de la dencia materna y desarrollando esta parte más intensamente de lo que lo había hecho la dencia madre. De esta forma cada hijo se ha convertido en un especialista de éxito, mientras que la madre, aunque ha abandonado gran parte de su terreno original y muchas de sus primitivas funciones, todavía mantiene intereses múltiples. No obstante, la geografía ha contraído re­petidas veces nuevas obligadones de forma que temas marginales se han convertido en nuevos centros de investigación, por lo que ha ganado en complejidad y extensión de su dominio. En otras palabras, sus fronteras se han ampliado en ciertas direcdones, aunque se hayan restringido en otras.

De esta forma, el alcance de la geografía ha cambiado varias veces en el pasado y, sin lugar a dudas, se pueden anticipar nuevos cambios en el futuro. La geografía quizá continúe siendo durante muchos años una «denda vibrante».

En estas circunstancias es, sin duda, inevitable que existan opiniones divergentes respecto del contenido y del objeto de la geografía, y que se planteen preguntas en reladón al futuro de la disciplina. No se circuns­cribe en modo alguno la discusión de estos temas a América como algunos parecen pensar. Por ejemplo, Hogarth dijo, con motivo de su discurso presidencial el año pasado a la Sección E de la Asociadón Británica: «Tanto perdiendo continuamente temas de su campo y de sus funciones originales, como incorporando otras secciones, la geografía puede, plan­teando dudas, ayudar seriamente a las demás y a sí misma. Siempre tiene que haber un nivel de indefinidón en un campo cuyas especializaciones fronterizas se están continuamente desarrollando hasta el momento en que rompen los lazos para convertirse en nuevas ciencias. La madre mantiene al hijo durante cierto tiempo, compartiendo sus actividades, resistiéndose a dejarle ir, quizá induso un poco celosa de su credente independenda. No ha sido fácil decir, en un momento dado, dónde terminaban las fun­ciones de la geografía y dónde empezaban las de, por ejemplo, la geografía y la etnología. Es inevitable, además, preguntarse respecto de esta denda fisipara de la que se van segregando una tras otra las distintas fundones para vivir su propia vida: ¿qué le va a quedar a la geografía, tarde o temprano, si el proceso continúa como todo parece indicar? ¿No estallará en las distintas especialidades y acabará por convertirse en objeto de vene­rable memoria?» Aunque estas cuestiones han sido discutidas en distintas partes, quizá en ninguna otra hayan merecido más atención últimamente que en este país. Los miembros de esta Asociadón recordarán especialmente el discurso presidendal de Fenneman en que se planteaba la pregunta: «Supongamos que la geografía hubiera muerto, ¿qué quedaría?» y procedía a considerar una posible distribudón del dominio geográfico. Hogarth,

(

338 Antología de textos

Fenneman y, hasta donde yo sé, todos los demás geógrafos competentes que han hablado del tema, nos aseguran que no existe posibilidad de que la geografía esté moribunda porque tiene una tarea necesaria y específica que cumplir de la que no se pueden hacer cargo las demás ciencias. Sin duda todos los geógrafos coinciden en este aspecto, pero es también cierto que existe desacuerdo entre ellos sobre la naturaleza precisa de esta tarea es­pecífica. No es en absoluto peculiar de la geografía, como a veces se ha sugerido, el que la zona crepuscular por la que está rodeada sea a la vez vaga e imprecisa. Esto es también verdad para la geología, la botánica, la economía, la historia, la sociología y varias qtras materias. Pero lo que quizá sí es peculiar de la geografía, son las diferencias radicales de opinión que existen entre los geógrafos respecto de sus funciones distintivas, res­pecto de su núcleo por tomar prestada la expresión utilizada por Fenneman hace cuatro años.

La ecología humana como único campo de la geografía

¿Cuál es entonces el concepto que señala un campo específico para la geografía? Me parece que la respuesta a esta pregunta se presagia en ten­dencias recientes del trabajo geográfico en varios países europeos, en particular en Francia y en Gran Bretaña, y también en trabajos americanos.El desarrollo de lo que nos enorgullecemos en llamar geografía moderna científica americana ha tenido lugar en poco más de un cuarto de siglo. Se inició con los brillantes trabajos de Davis, de Gilbert y de algunos otros en fisiografía — o en geografía física, como a veces se la llamaba— . Resulta sorprendente el hecho, y debe ser señalado de pasada, de que la geografía, aun siendo la madre de la geología, haya sido apadrinada por ésta en este período reciente de desarrollo que ha tenido en América como materia de estudios superiores. En una universidad tras otra, el trabajo en geografía ha sido realizado primero en los Departamentos de Geología. A medida que este trabajo se fue incrementando, el nombre oficial de estos departa­mentos fue cambiando y convirtiéndose en no pocos casos en «Departa­mento de Geología y Geografía». Esta es la situación en los momentos t actuales en siete u ocho de las universidades líderes del interior del país.Apenas se había establecido la geografía física, o quizá deba decir apenas se había rejuvenecido y reestablecido, cuando se suscitó una insistente de­manda en el sentido de que fuera «humanizada». Esta demanda encontró una pronta respuesta, y el centro de gravedad dentro del campo geográfico se ha trasladado progresivamente desde el extremo físico hasta el extremo humano, al mismo tiempo que un número creciente de geógrafos definían su objeto de estudio como relacionado exclusivamente con las relaciones mutuas entre hombre y medio. Por «medio natural» entienden evidente­mente los entornos físico y biológico combinados.

Así definida, la geografía es la ciencia de la ecología humana. Las implicaciones del término «ecología humana» expresa de inmediato lo que

(

Harían H. Barrows 339

a mi modo de ver debe ser en el futuro el objetivo de la investigación geográfica. La geografía deberá tratar de poner de manifiesto las relaciones que existen entre los medios naturales y la distribución y actividades del hombre. Yo creo que los geógrafos deben de ser lo suficientemente sen­satos como para considerar este problema desde el punto de vista de la adaptación del hombre al medio, y no desde el de la influencia medioam­biental. El primer enfoque resulta más adecuado para lograr un reconoci­miento y una evaluación apropiados de los factores involucrados, y, en especial, para minimizar el peligro de conceder a los factores medioambien­tales una influencia determinante que no ejercen.

Se ha dicho por parte de algunos que, a pesar de que las definiciones anteriormente enunciadas señalan un campo para la ecología humana, no pueden servir en el caso de la geografía porque el último término tiene una connotación determinada. Todo lo contrario. Si la historia de la geografía enseña alguna lección más claramente que otras, ésta consiste en que la etimología de la palabra no delimita el campo al que se aplica. En el futuro, al igual que en el pasado, el objeto de la geografía se determinará en gran parte por la labor constructiva de sus seguidores, así como por la labor de hombres de campos afines.

La relación de la geografía con otras disciplinas

La concepción de la geografía como ecología humana me parece que podría ayudar a resolver el tan discutido problema de su pretendido sola- pamiento con otras materias. A fin de poder mostrar las interacciones entre el hombre y un determinado complejo medioambiental, la geografía tiene que tratar evidentemente con los diferentes elementos de este com­plejo — con las formas de relieve, los suelos, el clima, la vegetación, y demás apartados de la lista que nos es familiar— . No debería, sin embargo, ocupar la atención de la geografía la explicación del origen, del carácter y de la forma de presentarse estos rasgos físicos, ni tampoco sus relaciones mutuas, sino el examen de las respuestas que el hombre les da, sea consi­deradas por separado, sea combinadas. Permítaseme ser más explícito. La fisiografía, entendida como estudio abstracto de la evolución de las formas de relieve, ha sido reclamada por la geología, mientras que la fisiografía re­gional ha sido considerada por algunos como parte de la geografía. Nunca me ha resultado claro que un cuerpo de hechos y de principios pueda ser trasladado de una a otra ciencia simplemente porque se le confiere una aplicación territorial. En ningún caso, la geografía definida como ecología humana puede ocuparse de la génesis de las formas de relieve ni en áreas particulares ni en general, sino de la adaptación del hombre a las formas de relieve como elemento del medio físico. En otras palabras, el interés de la geología y de la geografía por las formas de relieve debe ser mutuamente exclusivo. De la misma forma, la geografía como ecología humana no de­bería ocuparse de la aplicación del carácter y distribución de los diferentes

(

340 Antología de textos

climas en la superficie de la tierra, sino de las relaciones humanas con el clima, la mayoría de las veces como mero elemento de un complejo ambiental. Y , también, la geografía no debería ocuparse de las relaciones de las plantas y de los animales con su medio físico, sino de las plantas y de los animales como elementos del medio natural que afectan al hombre. En suma, la geografía considerada como ecología humana no se aferrará a las especialidades periféricas a las que se ha hecho referencia — a la fisio­grafía, a la climatología, a la ecología de las plantas y a la ecología de los animales— , sino que las cederá tranquilamente a la geología, a la meteoro­logía, a la botánica y a la zoología o les dará vía libre como ciencias inde­pendientes.

Puede resultar conveniente afirmar de forma explícita a esta altura lo que ya ha sido dicho de forma implícita. Sólo se tiene derecho a estos campos si se los cultiva con éxito, y, en la mayoría de los casos, la inves­tigación productiva en estos terrenos no está siendo llevada a cabo por geógrafos. Las afirmaciones anteriores no tratan en absoluto de significar que el geógrafo no necesite un conocimiento técnico de estas características ambientales, cuyo origen, carácter y forma de presentación es explicado por las otras ciencias. Por el contrario, este conocimiento es un prerrequi- sito indispensable para un trabajo geográfico con posibilidades de éxito. Hay que añadir, no obstante, que en muchos casos el tratamiento de estas características del medio físico por las otras ciencias no corresponde a las necesidades del conocimiento geográfico. La fisiografía, por ejemplo, no ha logrado establecer una clasificación de ciertas formas de reheve adecuada a los propósitos geográficos.

Al considerar las relaciones externas de la geografía, se ha prestado, creo, mucha atención por parte de los geógrafos americanos a sus puntos de contacto con las ciencias físicas y biológicas a las que se acaba de hacer referencia. Esto se ha producido como consecuencia natural de la historia de la disciplina en este país. En el futuro inmediato, sin embargo, se prestará sin duda alguna mayor atención a sus relaciones con las ciencias sociales. No es de nuestra incumbencia tratar de definir estas ciencias con exactitud — ésa es una labor que, aparentemente, los propios cientí­ficos sociales no han logrado todavía a entera y mutua satisfacción— pero es esencial que tratemos de diferenciar estas disciplinas de la geografía, y también es necesario que nos forjemos una idea clara de la fase particular de las cuestiones humanas a la que cada una de ellas confiere una atención exclusiva o dominante. ¿Desde qué punto de vista específico consideran la economía, la historia, la sociología y la ciencia política el desarrollo del hombre y su civilización, los aspectos complejos e interrelacionados de la actividad humana?

El problema específico de la economía es, aparentemente, el análisis de la estructura económica de la sociedad y la formulación de generaliza­ciones o leyes económicas para orientación de individuos y grupos. En este sentido, la economía considera las actividades que el hombre lleva a cabo para apropiarse o adaptar los recursos naturales a sus necesidades mate-

Harlan H. Barrows 341

ríales desde el punto de vista específico de entender aqeullas instituciones y procesos sociales a que han dado lugar estas actividades, y por las que a su vez éstas se encuentran en parte condicionadas. En definitiva, la eco­nomía trata de explicar ciertas relaciones entre los hombres, muchas de las cuales surgen de la utilización por parte del hombre de los recursos de la tierra, mientras que la geografía trata de explicar ciertas relaciones entre el hombre y la tierra.

Algunos historiadores aseguran que el objeto de la historia es describir y explicar el total desarrollo de la civilización. Quizá no merezca la pena entrar a discutir este programa para lá historia, que sin duda negaría a las demás ciencias sociales y a la geografía sus campos específicos, puesto que a fin de cuentas se trata de un ideal inalcanzable. El historiador no puede explicarlo todo por muy grande que sea su ambición. La historia científica trata de trazar el desarrollo evolutivo a través del tiempo de grupos, institu­ciones, movimientos e ideas sociales específicas. Por tanto, la historia se ocupa ampliamente del pasado. La geografía, en cambio, se ocupa amplia­mente del presente. La investigación histórica comienza con la indagación de las huellas del hombre en la noche de los tiempos; la investigación geográfica encuentra su punto de partida más efectivo, tal como recomendó Brunhes, en esas manifestaciones de la ocupación actual de la tierra por el hombre que constituyen el paisaje cultural. En otras palabras, el historiador comienza sus estudios con lo que vieron nuestros remotos antepasados; el geógrafo comienza en lo que nosotros vemos. A la historia le interesan las relaciones temporales-, la cronología es su principio organizativo. La geografía se ocupa de las relaciones de lugar-, la ecología puede bien ser su criterio de organizadón. La historia y la geografía, por tanto, se ocupan de los asuntos humanos desde puntos de vista distintos, emplean métodos diversos y llegan a generalizadones de diferente naturaleza.

Los sodólogos han encontrado particularmente difícil definir un campo propio para su materia, y, sin embargo, las contribudones de la sociología al conocimiento han sido de primera magnitud. Al igual que la historia, traza y ayuda a explicar los procesos y el progreso del desarrollo social. Al hacerlo, no obstante, se ocupa en gran medida de tipos de organiza- dones e instituciones sodaies. Analiza las relaciones del hombre con el hombre, dd hombre con el grupo, del grupo con el hombre y del grupo con el grupo, tratando de poner de manifiesto la existencia y la obra de leyes de asodadón. Para ello no se refiere a individuos particulares, sino a cada individuo en una determinada etapa de su desarrollo. Analiza el des­arrollo social, caracteriza en términos de generalidad los procesos que le conciernen, y define los estadios involucrados, todo ello de forma que sus hallazgos actúen de forma esencial en la interpretación histórica dd des­arrollo social de cualquier grupo de personas. De esta forma, la historia se convierte, en cierta medida, en sociología aplicada. La sociología trata también de suministrar una técnica para el estudio de la vida social contem­poránea, y a través de este estudio intenta desarrollar prindpios de gobier­no que sean de utilidad sodal. Aunque la sodología ha otorgado derta

c

342 Antología de textos

atención a la relación de la sociedad con su medio, en especial a los orígenes sociales tales como se expresan en la vida de los pueblos primi­tivos, esta rama de la ecología humana no ha sido sistemáticamente estu­diada, ni puede serlo, mientras que tanto la sociología como la geografía no hayan efectuado grandes progresos. No está claro si este trabajo lo deben hacer principalmente geógrafos o sociólogos. Es evidente que la sociología tratará siempre de una», forma muy amplia las relaciones culturales entre los hombres, lo que significa el entorno social del hombre, y- este hecho diferencia de forma clara el centro de atención de la sociología del de la geografía. ,

Es quizá la ciencia política, de entre todas las ciencias sociales, la que ha delimitado su campo de forma más precisa. Se ocupa de la estructura política de la sociedad, de la regulación, restricción y promoción de la actividad humana por la ley y la acción gubernamental, y trata de ofrecer un entendimiento de los principios que subyacen a todas las funciones de gobierno. Sólo se interesa por el medio político del hombre, y en este sen­tido se encuentra distante de la geografía.

La geografía encuentra, por tanto, en la ecología humana, un campo sólo escasamente cultivado por alguna o todas las demás ciencias naturales y sociales. Limitada de esta forma en su alcance, adquiere una unidad de la que, si no, carecería, y un punto de vista único entre las ciencias que se ocupan de la humanidad. A través de un estudio comparado de la adapta­ción humana a medios naturales específicos, ciertas generalizaciones o prin­cipios fiables han podido ser elaborados, mientras que muchos otros han sido propuestos a título experimental. Estos son los requisitos de toda ciencia: un campo específico y un punto de vista de control con el que organizar la información en relación al descubrimiento de verdades o prin­cipios generales.

Las divisiones de la geografía sistemática

Si se considera a la geografía como ecología humana, se advierten inme­diatamente tres divisiones sistemáticas principales: geografía económica, geografía política y geografía social, que corresponden a los tres grandes tipos de actividad humana que se relacionan con la tierra.

De acuerdo con este esquema, la geografía económica trataría de ex­plicar las formas de adaptación del hombre a su medio orientadas a la obtención de recursos vitales. Entre sus subdivisiones estarían la geografía agrícola, la geografía de la ganadería, la geografía de las industrias extrac­tivas (minería, explotación forestal y pesca, etc.), la geografía comercial, y la geografía industrial. La geografía económica es la parte más desarro­llada de la geografía, sin duda porque muchas de las actividades que inte­resan al geógrafo económico suponen la utilización directa de los recursos terrestres y se plasman en diferentes configuraciones superficiales fácil­

Harlan H. Barrows 343

mente discernibles que ayudan a elaborar el paisaje cultural. La geografía económica es también la parte más importante de la disciplina.

Si se considera a la geografía como ecología humana, el punto de vista de la geografía política resulta evidente. Trata de explicar las relaciones que existen entre las actitudes, actividades e instituciones políticas del hombre por un lado, y el medio natural por el otro. Estas relaciones se establecen la mayoría de las veces mediante hechos de geografía económica, y no directamente. El negarse a reconocerlo y a proceder de acuerdo con ello, da lugar a generalizaciones insostenibles, e invita a convertir en gran parte la llamada geografía política en historia política, con, todo lo más, un sesgo geográfico.

Teóricamente al menos, existe un campo definido para la geografía social, que estudiaría las reladones que puedan existir entre la vida social de los pueblos y sus medios naturales. Pero los hechos de «las formas de vida» son intangibles y en su mayor parte se relacionan con el medio natural a través de los hechos incluidos en «las formas de ganarse la vida». Al igual de lo que se acaba de decir para la sociología, este conjunto de relaciones constituye más un campo potencial para la geografía, que un campo efectivo.

Geografía regional

Llegamos ahora a la geografía regional, considerada con razón la rama culminante de la ciencia, ya que engloba hechos y principios de todas las divisiones y subdivisiones de la geografía sistemática. Como cabría esperar de los enunciados realizados hasta ahora, creo que a la geografía regional, incluso en su sentido más amplio, le concierne tan sólo las relaciones mutuas entre hombres y medios naturales de las regiones o áreas en las que viven. Me doy perfectamente cuenta de que una vez más difiero en esta cuestión considerablemente del punto de vista de la ma­yoría de los geógrafos. Se ha señalado que todo elemento del medio (topografía, suelo, clima, vegetación, etc.) puede ser estudiado en relación con los hechos y causas de su distribución, y se ha sugerido este tipo de tratamiento como función de la geografía regional. Pero, ¿acaso le pide el mundo de la ciencia este tipo de servicio a la geografía? ¿Acaso no explica la geología, por ejemplo, la distribución de los volcanes y la zoología, la de los peces? ¿Puede alguna ciencia aspirar realmente a explicar la distribución de todos los fenómenos de la superficie de la tierra, que interesan a la ciencia en general? ¿Acaso no son los métodos técnicos de investigación demasiado diversos y el campo demasiado amplio? ¿Cuánto podrían conocer las demás ciencias sobre la causa de las distribuciones de las que se ocupan si tienen que esperar a que la geografía les suministre esta información? ¿Cómo pueden ciertos geógrafos seriamente «reclamar para la geografía, con exclusión de toda otra ciencia, todo el estudio de las distribuciones espaciales sobre la superficie de la tierra»? Una vez más

344 Antología de textos

se insiste en que la geografía regional recupera su función cuando se introduce el elemento sintético y cuando los diferentes fenómenos son estudiados a la luz de sus mutuas interacciones. Quienes proponen este enfoque sostienen, no obstante, que el estudio de las interrelaciones en un área deshabitada pertenecería también a la geografía. No me parece, sin em­bargo, que la geografía tenga ninguna función que cumplir respecto de este tipo de estudios de relaciones no humanas. Todas las interacciones más significativas de los elementos de la superficie natural son considerados por las demás ciencias sin necesidad de recurrir a la geografía. Así, por ejemplo, la fisiografía considera la influencia de la vegetación sobre el desarrollo de las formas de relieve, y la botánica tiene en cuenta el efecto sobre la vida de las plantas de la topografía, del suelo y del clima Una consideración de una región deshabitada gana en calidad geográfica, a mi modo de ver, tan sólo cuando los elementos del medio allí presentes son considerados, sobre todo en su conjunto, desde el punto de vista de las ventajas y desventajas que presenta la región para la ocupación y el uso humanos. Incluso cuando las condiciones medioambientales de una región excluyen la ocupación humana, se puede sacar provecho de su estudio desde el enfoque del ecólogo humano. La tesis que estoy tratando de mantener es que el tratamiento regional tiene calidad geográfica sólo cuando el con­cepto rector sea el de la ecología humana. El tratamiento usual tiene capí­tulos de fisiografía, de climatología, de botánica, de economía, de histo­ria, etc., y, aunque cada uno de ellos tenga unidad específica por sí mismo, no existe unidad científica en el conjunto y, seguramente, tampoco existe conexión geográfica que prevalezca de parte a parte, de forma que, como ha sido señalado por algunos de mis predecesores en esta cátedra, capítulos enteros puedan ser materialmente transferidos a monografías, por ejemplo, de economía o de historia. La posibilidad de esta transferencia imprime a este tratamiento un carácter no geográfico. Existirá, sin duda, una de­manda de tratados eruditos sobre muchas regiones que presenten todo lo significativo que se sepa de éstas, pero permítasenos no ñamar geografía a esta información diversificada, ni creer que puede ser suministrada tan sólo por geógrafos o por seguidores de cualquier otra ciencia por separado. Fenneman dijo que «el centro de la geografía es el estudio de las áreas». Incluso un estudio extenso de un área no necesita, sin embargo, englobar ningún tipo de geografía real. Me gustaría, por tanto, proponer como idea sustitutiva que «el centro de la geografía es el estudio de la ecología hu­mana en áreas específicas». Tan sólo esta noción confiere a la geografía re­gional un campo específico, un concepto organizativo y la posibilidad de desarrollar un único grupo de principios básicos.

Los dos problemas fundamentales en geografía regional económica, ambos íntimamente vinculados entre sí, pero, sin embargo, distintos son:1) ¿cómo usa el hombre la tierra y sus recursos, y por qué los usa como lo hace? y 2) ¿cuáles son las ventajas y desventajas, las oportunidades y obs­táculos que presenta la región para su uso por el hombre? El primer problema engloba una interpretación de las adaptaciones económicas exis­

c

Harían H. Barrows 345

tentes; la solución del segundo suministra una base para adaptaciones más eficaces. Una investigación del primer problema empieza, naturalmente, con un examen de las manifestaciones superficiales de la ocupación de la re­gión por el hombre, esto es, con un estudio de los rasgos del paisaje cultu­ral. Debe advertirse, de pasada, que ninguna otra ciencia confiere una atención sistemática al desarrollo del paisaje cultural.

El tratamiento detallado y riguroso de estos problemas requiere trabajo de campo, en especial la confección de mapas que muestren el uso actual del suelo, el mayor rendimiento de la tierra, y la distribución de todos los rasgos culturales significativos. Algunos de estos rasgos no son mapifica- dos por los demás investigadores de campo, mientras que otros, aunque mapificados, no son tratados de forma apta para los propósitos geográficos. Ninguno de estos problemas básicos puede ser solucionado recurriendo únicamente a los factores naturales y el geógrafo debería mostrarse muy cauto en no atribuir un peso indebido a estos factores. Los hábitos y aptitudes de la gente, los mercados para sus productos, los precios, las facilidades de transporte y las tasas, los precios del suelo, la disponibilidad y coste de la mano de obra, la competencia de otras regiones, las leyes y la política gubernamental — todo estos y otros varios factores pueden ayudar a desentrañar las modalidades de la adaptación al medio— . La solución del problema geográfico requiere el recurso a estos y otros hechos psicológicos, económicos y políticos. Así utilizados, adquieren categoría geográfica, de la misma forma que hechos geográficos, cuando son usados de determi­nadas maneras, adquieren el carácter, por ejemplo, de fenómenos econó­micos o históricos. Ninguna ciencia goza de la propiedad en exclusiva de la información que maneja, y el que un dato sea o no geográfico depende, a mi modo de ver, de la forma en que sea utilizado. Estudios regionales detallados del tipo de los que me he referido se necesitan casi en todas partes; no sólo en territorios más nuevos en los que una población inmi­grante trata de adaptarse, sino también en áreas más antiguas donde, en ciertos casos, la gente está desadaptada a su medio. Se necesitan asimismo en áreas consagradas principalmente a la industria, tanto como en áreas dedicadas a la agricultura y a la ganadería, y en las primeras requieren un tipo especial de habilidad, ya que allí donde la estructura industrial de la comunidad es compleja, los contactos con el entorno son intrincados y poco claros. Estudios de campo detallados de áreas restringidas suminis­trarán, yo creo, el principal camino para el avance de nuestra ciencia. Especialmente si establecen en poco tiempo un fundamento firme para estudios fecundos en los campos más o menos nebulosos de la geografía política y social de regiones específicas.

Geografía urbana

La geografía urbana es realmente una fase de la geografía regional, y los estudios de ciudades individuales pueden proseguirse con no menos provecho que los de otras áreas desde el punto de vista de la ecología

C/

346 Antología de textos

humana. Dos problemas fundamentales en la geografía de cualquier ciudad pueden ilustrar de forma suficiente este método de aproximación: 1) La interpretación del paisaje urbano, que es tan sólo un tipo especial de paisaje cultural. En lo relativo a este punto, se deberían considerar aspectos del tipo de la estructura o plano de la ciudad; su red viaria; la localización de sus líneas de transporte; la distribución y el carácter de sus industrias; el comercio mayorista?, el comercio minorista, las áreas residenciales, de vivienda y otras; y la localización de sus parques y otras zonas verdes. Explicar el uso del suelo de estas diferentes formas dentro de un área urbana es tan verdaderamente geográfico como explicar el uso de la tierra entre diferentes aprovechamientos en un área agraria. 2) Una evaluación de las actividades presentes y de las perspectivas futuras de la ciudad a la luz de su entorno. Su etapa de desarrollo, las ventajas y desventajas de su emplazamiento y situación, sus relaciones con su área de abastecimiento y con los centros urbanos rivales: éstos son algunos de los factores que deben tomarse en cuenta al hacer la evaluación.

Geografía histórica( . . . )

La geografía histórica se ocupa principalmente del pasado y de la evolución en el tiempo de aquellos fenómenos de los que trata, y de esta forma comparte las características distintivas de la geografía. Limita su atención a las relaciones del hombre con su entorno, y por ello es también ecología humana. Posee, por tanto, las cualidades distintivas tanto de la/ geografía como de la historia.

De la misma manera que, con anterioridad, he aconsejado a mis estu­diantes que empiecen el tratamiento de una región en todos los casos, con una descripción explicativa de sus rasgos físicos, uno tras otro, les aconsejé también que, cuando al fin llegaran a la consideración del hombre, empezaran invariablemente con los primeros asentamientos de la región y fueran trazando, paso a paso, el desarrollo de su geografía humana. Creo ahora, por el contrario, que en todos los casos deberíamos empezar por la consideración de las relaciones del hombre con el medio, y proce­der a su análisis, clasificación e interpretación; que en los estudios pro­piamente geográficos, deberíamos comenzar por las relaciones presentes, e invocar al pasado tan sólo cuando sea necesario para interpretar al pre­sente; y que en los estudios de geografía histórica deberíamos comenzar por las relaciones de la etapa de adaptación primitiva e ir considerando, por turno, las etapas sucesivas.

ha zona limítrofe indefinida

Puesto que las diferentes fases de la actividad humana están interco- nectadas orgánicamente, puede decirse que todos los hechos relativos a

c

Harían H. Barrows 347

la vida de la comunidad tienen una significación geográfica más o menos próxima o remota. A mi modo de ver, este hecho constituye una amenaza real para un nuevo desarrollo de la geografía de forma ordenada y cientí­fica. Como en años anteriores hemos estado insistiendo cada vez más en el estudio dd hombre, se ha producido el peligro real de que todos ios fenómenos humanos sean reclamados por la geografía sin establecer relación alguna con la tierra. No necesitan citarse ejemplos de esta tendencia, ya que son evidentes para cualquier observador atento. No es el hecho huma­no el que es geográfico, como tampoco lo es el natural, sino más bien la relación entre ambos. La geografía es una ciencia de relaciones. No tengo inconveniente en aceptar que en el estudio de los asuntos humanos desde el punto de vista geográfico, es particularmente difícil determinar cuándo se pasa de la geografía a las ciencias sociales. Las fronteras nunca son líneas; como mucho son zonas indefinidas. Las aplicaciones más remotas de las relaciones terrestres son, sin duda, muy importantes en muchos casos, y los geógrafos tienen tanto derecho a establecerlas como, por ejemplo, los economistas o los sociólogos. Pero no aparezcamos reclaman­do como parte constitutiva de la geografía los remotos dominios en los que podemos aventurarnos. Y especialmente, construyamos, como acaba de ser instado, nuestras investigaciones de forma cuidadosa y metódica, a fin de no dejar lagunas en la secuencia de relaciones que puedan invalidar nuestras conclusiones. Tampoco pretendamos reclamar exclusivamente para la geografía funciones que comparte con otras disciplinas. Por ejemplo, se ha reivindicado recientemente que sólo la geografía puede suministrar una comprensión de las condiciones y problemas de los pueblos de otras tierras. Es evidente que esta pretensión no puede promover una actitud comprensiva hacia la geografía por parte de historiadores, economistas y otros que saben bien que sus disciplinas también pueden hacer importantes aportaciones en este campo. En este caso particular, esforcémonos en mostrar, a través de la calidad de nuestros estudios regionales, que consi­derar la vida de las naciones y de las comunidades en relación con su entorno suministra un prerrequisito indispensable para entender sus pro­blemas y sus actitudes, y de esta forma ayuda a abrir camino para un acuerdo inteligente y una cooperación efectiva. Las pretensiones de utilidad que la geografía puede legítimamente invocar son suficientemente per­suasivas.

Conclusión

Voy a resumir mis convicciones de la forma siguiente:

1) Creo que la vieja disciplina geográfica, aunque ha perdido muchas especialidades, todavía trata de cubrir mucho espacio y que sería ventajoso para ella abandonar decididamente fisiografía, climatología, ecología vegetal y ecología animal.

348 Antología de testos

2) Creo que se requiere un tema impulsor, un concepto organizador, que penetre la geografía y confiera a todas sus secciones un punto de vista distintivo. Creo que el problema de las causas de la distribución de los fenómenos superficiales, invocado por algunos, y la tarea de descrip­ción explicativa de regiones, abogada por otros, fracasan por igual en el intento de lograr este requerimiento, y que el problema de la ecología humana debe tener la gecesaria influencia vitalizadora y unificadora.

3) Creo que las relaciones entre tierra y hombre, resultantes de los esfuerzos humanos para obtener un sustento, son en general las más di­rectas e íntimas; que muchas otras relaciones se establecen a través de ellas; que, por consiguiente, debería promoverse con asiduidad el desarrollo de la geografía regional económica y que la mayor parte de las otras ramas de la disciplina deben apoyarse sobre la geografía económica.

4) Creo que la geografía ha sido, en demasía, una disciplina libresca y no suficientemente de campo. Sostengo que el campo es el laboratorio del geógrafo. Creo que apenas hemos iniciado el desarrollo en geografía de métodos rigurosos y científicos de trabajo de campo, y que la puesta en marcha de técnicas verdaderamente efectivas en trabajo de campo es quizá nuestra más urgente necesidad. Puesto que la mayor parte de nos­otros somos «geólogos reconvertidos», ¿no será que estamos estudiando los aspectos geológicos y simplemente observando, de forma más o menos aventurada, los aspectos geográficos? Precisamente, ¿cómo estudiar sobre el terreno esas relaciones que son las auténticamente geográficas?

5) Creo que mucho de lo que se llama exposición geográfica es algo diferente, y que para que un estudio sea verdaderamente geográfico debe incluir, desde el principio hasta el fin, un tratamiento explicativo en orden secuencial de las relaciones humanas, y que el desarrollo de una técnica satisfactoria de exposición sólo es menos importante que la perfección en los métodos de campo.

6) Creo, por último, que a pesar del espíritu iconoclasta del que puedan parecer impregnadas mis observaciones, tenemos buenas razones para felicitarnos sobre las perspectivas de la geografía. Está realizando considerables progresos en América, aunque todavía se encuentra sometida a continuos cambios. Por un camino u otro, acabará realizándose plena­mente gracias a nuevas experimentaciones. El camino que a mí me parece más prometedor es el señalado por la ecología humana.

(

Cari Sauer *LA GEOGRAFIA CULTURAL *

En el siglo pasado los geógrafos fueron desplazados de su primitivo y despreocupado estado enciclopédico, en el que manifestaban preferencias tan sólo en función del interés personal y trabajaban allí donde quisieran investigar. Las tendencias científicas de la época dieron lugar a críticas externas y a presiones internas de tal forma que una larga literatura me­todológica fue poniendo de manifiesto el proceso de repliegue dentro de un dominio reconocible. Los primeros volúmenes del Geographische Jahrbu- cher (Gotha, 1866— ), en especial los artículos de Hermann Wagner, tratan en gran medida temas de objeto y método. La epistemología más completa es la de Alfred Hettner. En estas controversias no se ha alcanzado la in­dispensable unidad y, hasta la fecha, existen campos irreconciliables. Por este motivo, hay que seguirse preguntando qué es la geografía, ya que la

* Cari O. Sauer (1889-1975). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Sauer, C. (1925): «The Morphology of Landscape», University of California Publica-

tions in Geography, I I , 2, pp. 19-53.Sauer, C. (1927): «Recent Developments in Cultural Geography», en Hayes, E. C.,

Ed. (1927): Recent Developments in the Social Sciences, Nueva York, Lipincott, pp. 154-212. .

Sauer, C. (1952): Agricultural Origins and Dispersal, Nueva York, American Geographi- cal Society, Bowman Memorial Lectores, Series 2.

Sauer, C. (1956): «The Agence of Man on the Earth», en Thomas, W. L. Jr., Ed. (1956): Man's Role in Changing the Face o f the Earth, Chicago, University of Chicago Press, pp. 1131-1135.

. * * Sauer, C. (1931): «Cultural Geography», eñ Encyclopedia of the Social Sciences, V I, Nueva York, MacMÜlan, pp. 621-623; reproducido en Wagner, P. L., y Mike- sell, M. W., Eds. (1962): Readings in Cultural Geography, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 5 * ed., 1971, pp. 30-34. Traducción de Josefina Gómez Mendoza.

350 Antología de textos

respuesta determina las premisas bajo las cuales los datos deben ser recopilados.

En la manera de aproximarse a la geografía se dan diversas formas y diversas finalidades. Por un lado, existe el intento de tratar de limitarse al estudio de una relación causal particular entre el hombre y la naturaleza; por el otro, el esfuer20 se dirige a tratar de definir el material de obser­vación. Esta escisión ha ido aumentando en sus dimensiones año tras año y amenaza quizá con formar un golfo a través del cual sea imposible mantener una comunidad de intereses. La situación data de los principios de la geografía moderna, pero se ha agudizado tan sólo en el siglo actual. El primer grupo mantiene directamente su interés preferente por el hom­bre: es decir, por la relación del hombre con su medio, habitualmente en el sentido de adaptación del hombre al medio físico. El segundo grupo, si se acepta dividir a los geógrafos en clasificaciones simples, dirige su atención a aquellos elementos de cultura material que confieren carácter al área. Para simplificar, llamaremos a la primera postura geografía hu­mana, a la segunda geografía cultural. La denominación es usual, aunque no exclusiva.

Cari Ritter, que ocupó la primera cátedra académica de geografía, hizo especial hincapié en el condicionamiento físico de la actividad humana. La tesis del medio que conforma la civilización es evidentemente muy antigua, pero recibió especial atención desde el racionalismo del siglo xix y encontró portavoces competentes en Herder, Montesquieu y, más tarde, en Buckle. La postura de Ritter fue duramente atacada por Froebel y Peschel, que la tacharon de impresionista y no científica. Incluso a me­diados del siglo pasado existió una literatura polémica relativa al medio físico como campo del estudio geográfico.

Friedrich Ratzel en su Antropogeographie edificó el armazón concep­tual en el que se ha movido desde entonces la geografía humana en su sentido restringido, un conjunto de categorías del medio físico — orde­nadas desde conceptos abstractos de posición y espacio a los de clima y costas— y de su influencia sobre el hombre. Con este solo trabajo se convirtió en el gran apóstol del ambientalismo, y sus seguidores han des­cuidado en gran medida sus estudios culturales posteriores, en los que se refirió a los movimientos de población, a las condiciones del asentamiento humano y a la difusión de la cultura a través de las rutas principales de comunicación. El efecto de las categorías ambientalistas de Ratzel no fue considerable en su propio país; en Francia, fue dulcificado por la aguda sustitución que realizó Vidal de la Blache del original determinismo por el posibilismo; pero en Inglaterra y en los Estados Unidos, el estudio del medio físico como objeto de la geografía se convirtió en la señal de identidad casi exclusiva del geógrafo. Aparentemente Ratzel no conside­raba su Antropo geographie más que como un estímulo y una introducción a una geografía humana que debía fundamentarse en un estudio de la cultura. Mientras que los antropólogos han utilizado ampliamente sus aná­lisis de la difusión de la cultura, los geógrafos occidentales piensan en

C

Cari Sauer 351

él sólo como un ambientalista. En Estados Unidos, los Annals of the Association of American Geographers (publicados desde 1911) muestran el rápido desarrollo de la geografía humana. Hasta ahora el punto culmi­nante de esta invasión lo constituye el discurso presidencial de H. H. Ba- rro-ws ante la asociación en 1923, una abierta defensa para elaborar la disciplina exclusivamente sobre la base de la adaptación al medio. Tan predominante se ha hecho este punto de vista en los países de habla

•inglesa, y tan diferente es el objetivo de la comunidad continental de geó­grafos que ambos grupos ignoran mutuamente sus trabajos.

El rechazo de la postura ambientalista en geografía no se basa en negación alguna de la importancia de los estudios del medio, sino simple­mente en las siguientes causas metodológicas: 1) ningún campo científico se expresa a través de una relación causal particular; 2) la investigación ambientalista carece de tipo de hechos como objeto de estudio, puesto que no hay selección de fenómenos sino" tan sólo de relaciones, y una ciencia que no tiene categoría de objetos de estudio tan sólo puede tener, en palabras de Hettner, una «existencia parasitaria»; 3) ni tampoco se salva con un método que pueda reclamar como propio; 4) es difícil sustraerse a argumentaciones falaces debido a que el éxito está aparentemente, o por lo menos más fácilmente, en la demostración de la adaptación al medio. Teóricamente la última objeción es la menos seria; en la práctica ha ocu­rrido a menudo así, como lo pone de manifiesto el diluvio de fáciles ra­zonamientos en el sentido de que ciertas instituciones son el resultado de determinadas condiciones ambientales. Desde este punto de vista aque­llos estudiosos que menos se han inquietado por adquirir conocimientos son los que han cosechado los mayores éxitos aparentes. La polémica contra la concepción de la geografía como estudio de las relaciones con el medio ha recibido sus más punzantes aportaciones por parte de Schlüter, Michotte y Febvre.

La otra escuela continúa la tradición principal de la disciplina. Por consiguiente no pretende representar una nueva ciencia, sino que más bien trata de cultivar un viejo campo en términos aceptables para la época. No es antropocéntrica, más bien ha dado muestras en determinados mo­mentos de tendencias excesivas en sentido contrario. La geografía cultural es tan sólo un capítulo de la geografía en su sentido amplio y siempre el último capítulo. La línea de sucesión va de Alexander von Humboldt a través de Oskar Peschel y de Ferdinand von Richthofen a los actuales geógrafos continentales. Parte de una descripción de los rasgos de la superficie terrestre para llegar, mediante un análisis de su génesis, a una clasificación comparada de las regiones. Desde Richthofen es costumbre utilizar también el término «corología», ciencia de las regiones. Durante la segunda mitad del siglo pasado el trabajo realizado fue abrumadoramente físico, o geomorfológico, no porque la mayor parte de los geógrafos pensara que el estudio de la génesis de las formas físicas de relieve agotaba el campo, sino porque se estimaba necesario desarrollar primero una disci­plina a la que se acoplara después la diferenciación física de la superficie

(

352 Antología de textos

cerrestre. Los geógrafos se encuentran ahora en posesión de un método con el que pueden ser determinados el origen y la agrupación de las áreas físicas y en el que se identifican las sucesivas etapas de su desarrollo. Los procesos han sido identificados, las mediciones de la intenhsidad y du­ración de su actividad han sido determinadas, y la clasificación de las formas de relieve en conjuntos que constituyan áreas unitarias comparables desde un punto de vista genético está avanzada.

El último agente que modifica la superficie de la tierra es’ el hombre. El hombre debe ser considerado directamente como un agente geomor- fológico, ya que ha ido alterando cada vez más las condiciones de denu­dación y de colmatación de la superficie de la tierra, y muchos errores se han deslizado en la geografía física por no haber reconocido suficientemente que los principales procesos del modelado físico de la tierra no pueden ser inferidos con seguridad de los procesos actualmente vigentes bajo la ocupación del hombre. En realidad, tipos de hechos que Brunhes calificó de «hechos de ocupación destructiva», tales como la erosión del suelo, constituyen expresiones literales de la geomorfosis humana. Toda la cues­tión de los cada vez más restringidos límites de subsistencia a los que se enfrenta el hombre en muchas partes del mundo, además del tema del gran número de situaciones humanas en las que la subsistencia debe ser dividida, corresponde directamente al hombre como agente de modifica­ción superficial. Incluso los geógrafos más físicos se ven por tanto forzados en este sentido a examinar la actividad humana.

Nunca se ha producido, sin embargo, ningún intento serio de eliminar los trabajos del hombre del estudio geográfico. Los alemanes han repetido durante mucho tiempo una frase: «la transformación del paisaje natural en paisaje cultural»; expresión que suministra un programa de trabajo satisfactorio en el que el conjunto de las formas culturales en el área merece la misma atención que el de las formas físicas. Toda geografía es, con propiedad y desde este punto de vista, geografía física, no porque el trabajo humano esté condicionado por el medio, sino porque el hombre, por sí mismo objeto no directo de la investigación geográfica, ha con­ferido expresión física al área con sus viviendas, talleres, mercados, cam­pos, vías de comunicación. La geografía cultural se interesa, por tanto, por las obras humanas que se inscriben en la superficie terrestre y le imprimen una expresión característica. El área cultural constituye así un conjunto de formas interdependientes y se diferencia funcionalmente de otras áreas. Camile Vallaux considera que el objeto de la investigación es la transformación de las regiones naturales y su sustitución por regiones enteramente nuevas o profundamente modificadas. Considera los nuevos paisajes creados por las obras humanas como modificadores en mayor o menor grado de los paisajes naturales y estima que el grado de su de­formación constituye la verdadera medida del poder de las sociedades humanas. En este sentido llega a la conclusión de que el área física se expresa a través de dos tipos de modalidades, las que limitan y las que ayudan a los esfuerzos del grupo. La inquietud continua por la significación

c

Cari Sauer 353

del medio no significa obligación alguna de resaltar la importancia del mismo. Los hechos del área cultural deben de ser explicados por cualquier causa que haya contribuido a crearlos y ningún tipo de causalidad tiene preferencia sobre otro.

Este método de aproximación es totalmente adecuado para el geógrafo. Está acostumbrado a considerar la génesis de las áreas físicas, por lo que puede extender el mismo tipo de observaciones al área cultural, que tiene una configuración algo más simple y más exacta que el área de cultura del antropólogo. El área cultural del geógrafo consiste únicamente en las expresiones del aprovechamiento humano de la tierra, el conjunto cultural que registra la medida integral del uso humano de la superficie — o, si­guiendo a Schlüter, los rasgos visibles, realmente extensivos y expresivos de la presencia del hombre— . El geógrafo mapifica la distribución de estos rasgos, los agrupa en asociaciones genéticas, los traza desde el origen y los sintetiza en sistemas comparativos de áreas culturales. La experiencia de la investigación geomorfológica suministra la técnica necesaria de ob­servación y una base para evaluar las modalidades señaladas por Vallaux. Una geografía de este tipo es desde luego ciencia de observación que utiliza la habilidad en la observación de campo y en la representación car­tográfica y, sin embargo, es también geográfica tanto en sus métodos como en sus objetivos.

El desarrollo de la geografía cultural procede necesariamente de la reconstrucción de las sucesivas culturas de un área, empezando por la originaria y continuando hasta el presente. El trabajo más riguroso reali­zado hasta la fecha se refiere no tanto a las áreas culturales actuales como a culturas anteriores, ya que éstas constituyen el fundamento del presente y su combinación suministra la única base de una visión dinámica del área cultural. Si la geografía cultural, engendrada por la geomorfología, tiene un atributo fijo, éste es precisamente la orientación evolucionista del tema. Un lema del tipo «la geografía es la historia del presente» carece de significado. Se introduce, por tanto, necesariamente un método adicional, el específicamente histórico, con el que se utilizan los datos históricos disponibles, a menudo directamente en el campo, para la re­construcción de las condiciones anteriores de poblamiento, de uso del suelo y de comunicación, tanto si se trata de testimonios escritos como de arqueológicos o filológicos.

El nombre de Siedlungskunde fue dado por los alemanes a este tipo de estudios históricos y han sido especialmente impulsados por Robert Gradmann, editor de Forschungen zur deutschen Landes- und Volkskunde, y por Otto Schlüter. Una densa visión de las realizaciones y de los pro­blemas ha sido dada por el primero en «Arbeitsweise der Siedlungsgeogra- phie». August Meitzen confirió gran impulso a los estudios agrarios al subrayar la extraordinaria persistencia del parcelario (Flurformen) y de los planos de aldeas y pueblos como reliquias culturales. Aunque muchas de sus conclusiones han perdido vigencia, la inercia de las líneas de pro­piedad ha demostrado ser de inestimable ayuda para la determinación

(

fi

354 Antología de textos

de las condiciones heredadas. Mientras que mucho se ha logrado en la reconstrucción de las áreas culturales rurales, la anatomía y la filogenia de la ciudad como estructura geográfica están menos avanzadas hasta la fecha. Hasta el momento se han realizado numerosos estudios pioneros, en particular procedentes de Francia y Suecia. Todavía no han aparecido generalizaciones importantes, pero la técnica de análisis está surgiendo.

También está realizándose un desarrollo lógicamente integrado de la geografía económica como parte del programa de geografía cultural. La lo­calización de la producción y de la industria ya no es el principal objetivo como ocurría en la geografía económica familiar, que señalaba las dis­tribuciones de los productos comerciales y los analizaba. La localización pasa a ser un instrumento para la síntesis, no un objetivo en sí mismo. La geografía económica que se está haciendo no es otra que la geografía cultural llevada hasta los momentos actuales, ya que el área cultural es esencialmente económica y su estructura la determina el crecimiento his­tórico tanto como los recursos del área física. A este respecto la calidad de pionero le corresponde a Eduard Hahn que rompió con los estádios culturales puramente especulativos de recolección, nomadismo, agricultura e industria y formuló un conjunto de formas asociativas económicas, de las que el sistema de cultivo de azada se ha convertido en el más conocido. También refutó una sucesión general de estadios culturales y demostró el carácter tardío del nomadismo como forma cultural.

La geografía cultural implica, por tanto, un programa que está unifi­cado con el objetivo general de la geografía: esto es, un entendimiento de la diferenciación en áreas de la tierra. Sigue siendo en gran parte observación directa de campo basada en la técnica del análisis morfológico desarrollada en primer lugar en la geografía física. Su método es evolutivo, específicamente histórico hasta donde lo permite la documentación, y, por consiguiente, trata de determinar las sucesiones de cultura que han tenido lugar en un área. De ahí que suelde la geografía histórica y la geografía económica en una sola disciplina, interesada la segunda por las áreas culturales presentes que proceden de las anteriores. No reivindica una filosofía social como lo hace la geografía del medio, sino que encuentra sus problemas metodológicos principales en la estructura del área. Sus objetivos inmediatos son suministrados por la descripción explicativa de los hechos de la ocupación del área considerada. Los problemas principales de la geografía cultural consistirán én el descubrimiento de la composición y significado de los agregados geográficos que reconocemos de forma algo vaga como áreas culturales, en poner más de manifiesto cuáles son los estadios normales de su desarrollo, en interesarse por las fases de auge y de decadencia, y de esta forma, en alcanzar un conocimiento más pre­ciso de la relación de la cultura y de los recursos que son puestos a dis­posición de la cultura.

(

LA NATURALEZA DE LA GEOGRAFIA: CONCLUSION **

Richard Hartshorne *

El examen que hemos efectuado de la gran variedad de ideas diferen­tes que han sido propuestas para la geografía nos ha conducido repetidas veces hacia vías secundarias que han demostrado ser vías muertas o ca­minos que conducen fuera de la geografía. Tampoco cabe duda de que nos hemos detenido en otros puntos a lo largo del camino recorrido que permiten investigar con cierto detalle problemas importantes dentro de la disciplina. Conviene, por. .tanto, resumir brevemente las conclusiones positivas a las que hemos llegado en relación a la naturaleza de la geo- grafía.

En su desarrollo histórico la geografía ha ocupado una posición lógi­camente defendible entre las ciencias como uno de los estudios corográ- ficos que, al igual que los estudios históricos, trata de considerar, no tipos particulares de objetos y fenómenos de la realidad, sino verdaderas sec­ciones de la realidad, que trata de analizar y de sintetizar no procesos

* Richard Hartshorne (1899). Además del que corresponde al texto traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Hartshorne, R. (1950): «The Functionnal Approach in Political Geography», Annals

of the Association of American Geographers, X L, pp. 95-130.Hartshorne, R. (1958): «The Concept of Geography as a Science of Space from Kant

and Humboldt to Hettner», Annals of the Association o f American Geographers, X L V III, 2, pp. 97-108.

Hartshorne, R. (1959): Perspective on the Nature o f Geography, Chicago, Rand McNally.

Hartshorne, R. (1979): «Notes Toward a Bibliobiography of The Nature of Geogra­phy», Annals o f the Association of American Geographers, L X IX , 1, pp. 63-76.* * Hartshorne, R. (1939): The Nature o f Geography. A Cntical Survey o f Current

Thought in the Light of the Past, Lancaster, Pennsylvania, Association of American Geographers, reedición corregida por el autor, 1961; «Conclusión», pp. 460-469. Tra­ducdón de Josefina Gómez Mendoza.

355

c

356 Antología de textos

de fenómenos, sino asociaciones de fenómenos tal como se presentan en secciones de la realidad.

Mientras que los estudios históricos consideran secciones temporales de la realidad, los estudios corográficos consideran secciones espaciales; la geografía, en particular, estudia las secciones espaciales de la superficie de la tierra, del mundo. La geografía es, por tanto, fiel a su nombre; estudia el mundo, tratando de describir, y de interpretar, las diferencias entre sus diferentes partes, tal como son vistas en cualquier ;época, en particular en el momento presente. Este campo no lo comparte con ninguna otra rama de la ciencia; más bien al contrario, reúne en este campo partes de muchas otras ciencias. No se trata, sin embargo, de que se limite a reunir estas partes en algún tipo de organización adecuada. Los fenómenos heterogéneos que estas otras ciencias estudian por clases no están simplemente mezclados unos con otros en términos de yuxta­posición física sobre la superficie de la tierra, sino que están interrela- cionados causalmente en combinaciones territoriales complejas. La geo­grafía debe integrar los materiales que las otras ciencias estudian por separado, en los términos de las integraciones actuales que los fenómenos heterogéneos forman en las diferentes partes de la tierra. Como ya esta­bleció de forma específica Humboldt, tanto en la práctica como en la teoría, aunque algún fenómeno estudiado por la geografía puede ser al mismo tiempo objeto de estudio de alguna determinada disciplina siste­mática, la geografía no constituye un cúmulo de piezas de las ciencias sistemáticas: integra estos fenómenos de acuerdo con su específico punto de vista corográfico.

Desde el momento en que la geografía corta una sección a través de todas las ciencias sistemáticas, existe una relación íntima y mutua entre ella y cada uno de estos campos. Por un lado, la geografía toma de las ciencias sistemáticas todo el conocimiento que puede utilizar eficazmente para realizar sus descripciones de fenómenos y las interpretaciones, tan rigurosas y certeras como sea posible, de las interrelaciones entre ellos. Este conocimiento tomado a préstamo puede incluir conceptos genéricos o clasificaciones de tipos desarrollados en las ciencias sistemáticas, pero cuando unas y otros demuestran ser inservibles para los propósitos geo­gráficos, la geografía debe desarrollar sus propios conceptos genéricos y sistemas de clasificación.

En reciprocidad, la geografía ha contribuido en gran medida, y sigue contribuyendo, al desarrollo de las ciencias sistemáticas. En su examen ingenuo de la interreladón de los fenómenos en el mundo real descubre fenómenos que la sofisticada perspectiva académica de las ciencias siste­máticas puede no haber observado, muestra que son dignos de estudio por sí mismos y de esta forma enriquece el campo de los estudios siste­máticos. Y lo que es más, la geografía hace hincapié en un aspecto de los fenómenos que, a menudo, no es tomado en suficiente consideración por las aproximaciones más teóricas de las disciplinas sistemáticas, el aspecto geográfico. Sirve, por tanto, de crítica realista cuya función consiste

C

Richard Hartshorne 357

en recordar constantemente a las ciencias sistemáticas que no pueden comprender enteramente los fenómenos de su incumbencia considerán­dolos tan sólo en razón de sus características y procesos comunes. Tienen también que observar las diferencias de estos fenómenos resultantes de su actual localización en diferentes áreas del mundo. Para interpretar estas diferencias correctamente, y para interpretar las distribuciones mun­diales resultantes de sus respectivos fenómenos, las ciencias sistemáticas toman de la geografía algunas de las técnicas particulares que su pers­pectiva le han hecho desarrollar, en particular las técnicas de mapas y de interpretación de mapas.

La geografía, al igual que la historia, es esencial para la comprensión total de la realidad. El estudio desnudo, esquemático, de las ciencias sistemáticas divide a la realidad en compartimentos estancos, y por ello destruye necesariamente algo de su carácter esencial. ( .. .) La geografía añade, como dijo Vidal, «la aptitud de comprender la correspondencia y la correlación de los hechos, ya sea en el medio terrestre que los engloba a todos, ya sea en el medio regional en que están localizados». Se infiere de esta afirmación que, en la aplicación de la ciencia a la sociedad, como observa Finch, la geografía como ciencia corológica puede funcionar direc­tamente, ya que los problemas de la sociedad — y, en particular, los que refieren a la organización más eficiente del uso del suelo— son, de hecho, problemas regionales. Pero este enunciado no significa — y entiendo que Finch no trata de significarlo— que el punto de vista corológico requiera la justificación de la utilidad. Por el contrario, cualquiera que sea el valor de la geografía en relacionar a la ciencia con los problemas de la sociedad, tan sólo confirma el hecho de que se necesita en la misma ciencia pura — es decir, la persecución del conocimiento para obtener más conocimiento— una ciencia que interprete las realidades de la diferencia­ción en áreas del mundo tal y como se presentan, no sólo en términos de las diferencias de ciertas cosas de un lugar a otro, sino también en términos del total de las combinaciones de los fenómenos en cada lugar, diferentes de las de cualquier otro lugar.

La geografía, al igual que la historia, es, por su carácter, tan totaliza­dora, que el geógrafo completo ideal, al igual que el historiador completo ideal, deberían tener que saber todo acerca de cada ciencia que tenga que ver con el mundo, tanto de la naturaleza como del hombre. La recíproca de este enunciado, sin embargo, es que un estudioso de cualquier ciencia sistemática se encuentra en cierta forma en su ambiente en la rama co* rrespondiente de la geografía. Además, tanto la geografía como la historia, se esfuerzan por describir e interpretar secciones de la realidad tal y como existen, y en estas secciones observan fenómenos con métodos que, en general, son asequibles al hombre común. En consecuencia, la geografía, al igual que la historia, es un campo aparentemente abierto al profano. De la misma forma que el estudio de la historia, salvo el de la historia reciente, requiere, por lo menos, el nivel de conocimiento suficiente para utilizar los documentos del pasado, la geografía debe ser estudiada por

cfi

358 Antología de textos

alguien que tenga oportunidad de viajar y habilidad para describir lo que ve. En consecuencia, la geografía ha sido de hecho estudiada por profanos mucho antes de haber sido organizada de alguna forma como objeto de estudio, e innumerables viajeros no profesionales han contribuido desde siempre en mayor o menor medida, aportando informaciones útiles a la literatura geográfica. Esta característica la comparte igualmente, para bien o para mal, con la histojia.

En consecuencia, como observó Richthofen, «muchos cometen el error de pensar que la geografía es un campo en el que se cosecha sin haber sembrado. Se piensa que, puesto que gran p^rte de lo logrado por in­vestigadores serios resulta fácilmente inteligible, se puede trabajar con éxito sin verdadera preparación, y ganar laureles por el fácil procedimiento de fugaces observaciones de viaje o de recopilaciones de noticias despro­vistas de todo sentido crítico. Un inagotable caudal de literatura superficial al que, a pesar de sus deficiencias, no se le debe negar el mérito de cumplir un servicio de vulgarización, ha conseguido enturbiar el juicio de gran parte del público, induso cultivado, en lo relativo al contenido cien­tífico de la geografía. Pero, al igual que en la historia, la aparente facilidad con la que una gran parte de los resultados obtenidos pueden ser enten­didos, se contradice con la dificultad de la investigadón rigurosa». Alien Johnson, entre otros muchos, ha expuesto la importanda de esta misma contradicción en el terreno de la historia.

Puesto que la vulnerabilidad que muestran tanto la geografía como la historia a ocasionales desafueros por parte de profanos errantes resulta del carácter esencial de cada una de las dos disciplinas, poco puede lograrse tratando de levantar barreras en forma de términos técnicos eruditos diri­gidos a evitar estas transgresiones. Es de suponer que pocos geógrafos desearán obtener prestigio para su disdplina a costa de ocultar sus co­nocimientos detrás de cortinas de humo. Por el contrario, en una disd­plina cuyo campo de estudios supone que pocos profesionales tienen ocasión de explorar, la ayuda de los aficionados interesados debe de ser acogida con agrado. La única precaución que podemos sugerir es que el aficionado, al igual que en cualquier otra actividad de la vida, reconozca su necesidad de recurrir en la medida de lo posible al conocimiento y a la práctica de los profesionales, a fin de que sus esfuerzos produzcan resultados de mayor rigor e interés por sí mismos y de valor más permanente para la ciencia geográfica.

La geografía y la historia se asemejan en que ambas son ciencias inte- gradoras interesadas en el estudio dd mundo. Existe, por tanto, una re­lación universal y mutua entre ellas, incluso si sus bases de integradón son, en cierto sentido, opuestas — la geografía en función de los espacios de la tierra, la historia en función de los períodos de tiempo— . La inter­pretación de las configuraciones geográficas presentes requiere cierto co­nocimiento de su desarrollo histórico; en este caso, la historia constituye un medio para un fin geográfico. De la misma manera, la interpretación de los acontecimientos históricos requiere derto conocimiento de su con­

c

Richard Hartshorne 359

texto geográfico; en este caso, la geografía supone un medio para un fin histórico. Estas combinadones de los dos puntos de vista opuestos son posibles si se mantiene de forma dara y continua un mayor énfasis en uno de los dos. Combinarlos de forma coordinada supone dificultades que, hasta ahora por lo menos, parecen rebasar las limitadones del pen­samiento humano. Es posible que una aproximación a semejante combina­ción pueda realizarse en geografía a través del método de proyecdón de sucesivas imágenes de geografía histórica de un mismo lugar. Un intento de desarrollar una imagen en movimiento produdría una variación continua tanto en el tiempo como en d espado que reflejaría, en efecto, la realidad en toda su complejidad, pero parece estar por encima de nuestra capaddad induso de visualizar y, a buen seguro, de interpretar.

Aunque el punto de vista con el que la geografía trata de adquirir el conocimiento de la realidad es distinto, los ideales fundamentales que dirigen esta búsqueda de conocimiento son los mismos que los de todas las partes de ese campo total del conocimiento para el que no tenemos otro nombre que denda.

La geografía trata de -adquirir un conocimiento completo de la dife­renciación en áreas de la tierra y, por consiguiente, selecciona entre los fenómenos que varían en diferentes partes de la tierra sólo en razón de su significado geográfico —por ejemplo, su relación con la diferenciación total de áreas— . Los fenómenos significativos para la diferenciación en áreas tienen una expresión territorial — no necesariamente en términos de extensión física sobre el espacio, sino como característica de un área de mayor o menor extensión definida— . En consecuencia, al estudiar la interreladón de estos fenómenos, la geografía depende en primer lugar y fundamentalmente de la comparación de mapas que representan la ex­presión regional de los fenómenos individuales, o de los fenómenos inte- rrelacionados. En términos de técnicas científicas, la geografía está repre­sentada en el mundo del conocimiento en primer lugar por sus técnicas de elaboración cartográfica.

No existen reglas para determinar qué tipos de fenómenos tienen, en general, significadón geográfica. Esta se debe fijar, en cada caso particular, en función de la importanda directa de los fenómenos para la diferencia- dón de áreas, y de su importanda indirecta por su relación con otros fenó­menos. En cada caso particular, el estudioso individual debe depender, a fin de determinar sus investigaciones lo más rigurosamente posible, de aquellos de entre los fenómenos significativos para los que es capaz de obtener algún tipo de informadón mensurable. Los fenómenos no mensu­rables, pero geográficamente significativos, deben de ser estudiados indi­rectamente a partir de cualquier efecto mensurable que hayan produddo.

Estos principios generales no permiten ninguna exdusión general de ningún tipo de fenómenos, ni de ningún aspecto de la disdplina. En un estudio determinado de geografía sistemática o en un estudio pardal de una región, tipos particulares de; fenómenos deben de ser lógicamente exduidos sólo cuando no resulten significativos para las interrelaciones

(

360 Antología de textos

de los que son estudiados. Finalmente, el ideal de totalidad requiere que la geografía considere no sólo los rasgos y las relaciones que pueden ser expresados en conceptos genéricos, sino un gran número de rasgos y re­laciones que son, por esencia, únicos.

A fin de que su conocimiento de los fenómenos interrelacionados sea lo mási riguroso y cierto posible, la geografía considera todo tipo de hechos involucrados en estas relaciones y utiliza todos los medios posibles para determinar los hechos de tal forma que los resultados adquiridbs a partir de un conjunto de hechos, o a través de un método de observación, deben de ser confrontados con los obtenidos de otros hechos y de otras ob­servaciones.

Con el mismo fin, la geografía acepta las normas científicas universa­les de razonamiento lógico preciso, basado en conceptos definidos espe­cíficamente, cuando no estandarizados. Trata de organizar su campo de forma que sean posibles procedimientos científicos de investigación y de presentación, no un acúmulo de fragmentos inconexos de evidencia indi­vidual, sino más bien el crecimiento orgánico de una investigación repe­tidas veces confrontada y constantemente reproductiva.

A fin de simplificar el amplio detalle del conocimiento del mundo, la geografía trata de establecer descripciones generalizadas de combinaciones de partes diversas de áreas que, no obstante, sólo serán lo correctas que las limitaciones de la generalización permitan, y de establecer conceptos genéricos de características comunes de fenómenos, o complejos de fenó­menos, que describan con certidumbre las características comunes que estos rasgos actualmente poseen. Sobre la base de estos conceptos gené­ricos, la geografía trata de establecer principios de relación entre fenómenos que están superficialmente relacionados en la misma o en diferentes áreas a fin de interpretar correctamente las interrelaciones entre estos fenómenos en un área determinada.

Por último, la geografía trata de organizar su conocimiento del mundo en sistemas interrelacionados, para que cualquier fragmento particular del conocimiento pueda ser relacionado con todos los demás que se apoyan en él. La diferenciación en áreas de la tierra supone integrar, para todos los puntos de la superficie terrestre, las resultantes de muchas variables interrelacionadas, aunque en parte independientes. La integración simul­tánea sobre toda la tierra de las resultantes de todas estas variables no puede ser organizada en un sistema simple.

En la geografía sistemática cada elemento particular, o complejo de elementos, que sea geográficamente significativo, se estudia en función de su relación con la diferencia total de áreas, según cómo varíe de lugar en lugar sobre la tierra, o alguna parte de ella. Lo que no significa el estudio completo de ese fenómeno particular, como lo haría la ciencia sistemática correspondiente, sino su estudio tan sólo por su significación geográfica — es decir, por sus propias conexiones regionales y por las relaciones de sus variaciones con aquellos otros rasgos que determinan el carácter de las áreas o regiones— : Aunque el estudio de cada configura-

Richard Hartshorne 361

dón terrestre simple se organiza de esta forma en un sistema completo dentro de la geografía sistemática, es claro que cada punto de la tierra se conecta con los sistemas coordinados referidos a las otras configu­raciones.

En geografía regional todo el conocimiento de las interrelaciones de todas las configuraciones en lugares determinados — obtenido, en parte, de los diferentes sistemas de la geografía sistemática— se integra, en fun­ción de las interrelaciones que estas configuraciones mantienen entre sí para suministrar la geografía total de estos lugares. La integración en áreas de un número infinito de integraciones locales de factores que varían en cierta manera de forma independiente con relación al lugar, es posible tan sólo por el medio arbitrario de ignorar las variaciones entre las pe­queñas áreas unitarias de forma que estas unidades superficiales finitas, cada una de ellas arbitrariamente distorsionada dentro de un área homo­génea, debe ser estudiada en relación con todas las demás como partes de áreas más amplias. Estas áreas más amplias no son en sí mismas sino partes de áreas todavía más amplias — en última instancia, divisiones del mundo— .

El problema de dividir el mundo, o una parte de él, en subdivisiones en las que centrar el estudio de áreas, es el problema más difícil de orga­nización de la geografía regional. Es una tarea que supone una división completa del mundo en un sistema o sistemas lógicos de divisiones y subdivisiones, hasta, en ultimo extremo, unidades superficiales casi homo­géneas. No obstante, por muy difícil que sea, los principios de totalidad y organización exigen que la geografía trate de lograr la mejor solución posible.

Un método de lograr esta organización supone un eslabón intermedio entre la geografía sistemática y la regional. Sobre la base de algún ele­mento o complejo de elementos — este último puede suponer un gran número y variedad de elementos muy íntimamente relacionados— podemos construir un sistema lógico de división y subdivisión del mundo de acuerdo con tipos. Cada uno de estos sistemas de división, determinados a partir de conceptos genéricos de complejos de elementos, para suministrar las grandes Éneas sobre las que organizar gran parte de nuestro conocimiento regional del mundo. En cada caso, sin embargo, se están organizando por separado diferentes aspectos de la geografía de las regiones, no se está organizando la geografía completa de las regiones.

Un sistema simple para organizar la geografía completa de las regiones del mundo debe basarse en el carácter total de las áreas, incluida su loca­lización como parte de áreas más extensas. Este sistema de regiones es­pecíficas requiere la consideración de todas las características significativas en geografía, algunas más significativas en determinadas áreas, otras en otras. La determinación de las divisiones a cualquier nivel plantea, por tanto, la necesidad de juicios subjetivos sobre qué características son más o menos importantes para determinar las semejanzas o diferencias y para determinar la relativa proximidad de las interrelaciones regionales. A cual-

( 1

362 Antología de textos

quier nivel, por tanto, las regiones son fragmentos de la tierra, determi­nadas de manera que se pueda describir con economía el carácter de cada una de ellas, es decir, que en cada región se debe disponer de un número mínimo de diferentes descripciones generalizadas de unidades aproxima­damente similares, incluyendo cada descripción el mayor número posible de caracteres casi comunes y aplicables al mayor número posible de uni­dades similares.

Aunque todos los icíeales fundamentales de la ciencia se aplican de la misma forma a todas las partes de la geografía, existen diferencias en el grado en que pueden ser alcanzados por las diferentes partes. Estas diferencias entre las divisiones especiales de la geografía — física, econó­mica, política, etc.— son diferencias en grado que corresponden a las diferencias similares en el grado en que las diversas ciencias sistemáticas son capaces de alcanzar esos ideales.

Las mayores diferencias de carácter dentro de la geografía se encuen­tran entre los dos métodos principales de organizar el conocimiento geo­gráfico — geografía sistemática y geografía regional— , cada una de las cuales incluye su parte correspondiente de todos los campos específicos. Además de la diferencia formal de organización de las dos partes, existe una diferencia radical en la forma en que el conocimiento debe ser ex­presado en proposiciones universales, sea en forma de conceptos genéricos, sea en la de principios de relación.

La geografía sistemática se organiza en torno a los fenómenos particu­lares de significación geográfica general, estudiando cada uno de ellos en razón de las relaciones de su diferenciación regional con la de los demás. Su forma expositiva es, sin embargo, similar a la de las ciencias sistemá­ticas. Al igual que ellas, trata de establecer conceptos generales de los fe­nómenos que estudia y principios universales de sus relaciones, pero tan sólo en razón de la significación que tenga su distribución entre áreas. Al igual que las ciencias sistemáticas, por otra parte, tampoco puede la geografía sistemática pretender expresar todos sus conocimientos en tér­minos de proposiciones universales; muchos deben de ser expresados y es­tudiados como únicos.

Aunque no existen limitaciones lógicas al desarrollo de conceptos y principios genéricos en geografía sistemática, sin embargo, la naturaleza de los fenómenos, y de las relaciones entre ellos, que son estudiados en geografía presentan muchas dificultades para establecer principios precisos. Estas dificultades son del mismo tipo de las que se presentan, en diferente grado, en todas las partes de la ciencia. En muchas de las ciencias siste­máticas, tanto naturales como sociales, el grado de dificultad es tan grande, o mayor, que en geografía. En ese campo, llamado historia, que es en cierto sentido la contrapartida de la geografía, las dificultades son en casi todos los casos mayores. La geografía sistemática es, por tanto, mucho más capaz de desarrollar proposiciones universales que una «historia sis­temática». Sin embargo, cualquiera que sea el grado de totalidad lograda, precisión y certidumbre, rara vez permiten, tanto los principios estable­

(

Richard Hartshorne 363

cidos como los hechos conocidos en relación a una situación particular, realizar predicciones definidas en geografía. Esta característica la com­parte la geografía no sólo con la historia, sino también con muchas otras cien cias, tanto naturales como sociales.

La geografía regional organiza el conocimiento de todas las formas interrelacionadas de la diferenciación en áreas en unidades territoriales individuales, teniendo que organizar este conocimiento en un sistema de división y subdivisión del total de la superficie de la tierra. Su forma de descripción incluye dos fases. Cabe primero expresar, a través del análisis y síntesis, la integración de todos los rasgos interrelacionados en unidades locales individuales, y debe después expresar, a través de análisis y síntesis, la integración de todas estas unidades locales dentro de un área dada. Para hacerlo posible, debe proceder a distorsiones de la realidad hasta el punto de considerar áreas pequeñas pero finitas como unidades homo­géneas, comparables unas con otras y agregabies para formar unidades más amplias. Estas unidades más amplias, aunque arbitrarias, se determinan para permitir un mínimo de descripción generalizada de cada unidad «regional», que incluirá una parte de imprecisión e insuficiencia.

Puesto que las unidades con las que trata no son ni fenómenos reales, ni unidades reales, sino, cualquiera que sea el nivel de división, repre­sentaciones distorsionadas de la realidad, la geografía regional no puede desarrollar ni conceptos ni principios generales de la realidad. Para la interpretación de sus descubrimientos depende de los conceptos y prin­cipios generales desarrollados en la geografía sistemática. Además, al com­parar las diferentes unidades regionales que son en parte similares, puede verificar y corregir las proposiciones universales desarrolladas en la geo­grafía sistemática.

El objeto directo de la geografía regional es el carácter variable de la superficie terrestre — que constituye una unidad simple que sólo ar­bitrariamente puede ser dividida en partes, las cuales, cualquiera que sea el grado de división, son como las partes temporales de la historia, únicas en su carácter total— . En consecuencia, los hallazgos de la geografía regional, aunque incluyen interpretaciones de detalle, son, en gran parte, descriptivos. El descubrimiento, análisis y síntesis, de lo único no debe ser rechazado como «mera descripción»; por el contrario, representa una función esencial de la ciencia y la única función que puede realizar en el estudio de lo único. Conocer y comprender el carácter de lo único es conocerlo completamente; no es necesario elaborar proposiciones univer­sales salvo la ley general de la geografía de que todas sus áreas son únicas.

De la misma manera que la ciencia entendida como un todo requiere tanto disciplinas sistemáticas que estudian tipos particulares de fenómenos, como disciplinas integradoras que estudian las formas en que estos fenó­menos se relacionan actualmente en la realidad, la geografía necesita mé­todos de estudio de los fenómenos y de organización del conocimiento a la vez sistemáticos y regionales. La geografía sistemática es esencial para comprender las diferencias regionales de cada tipo de fenómeno y los

(

364 Antología de textos

principios que rigen sus relaciones con los demás. Esto sólo, sin embargo, no puede suministrar una comprensión de las unidades terrestres indivi­duales, sino que, más bien, les resta parte de su color y vida. Para com­prender el carácter total de cada área en comparación con otras, debemos examinar la totalidad de los caracteres relacionados tal como se dan en las diferentes áreas — es decir, debemos hacer geografía regional— . Aunque cada uno de estos métodos representa un diferente punto de vista, ambos son esenciales para el propósito de la geografía y deben, por tanto, in­cluirse en una disciplina unificada. Además, ambos métodos están íntima­mente relacionados y resultan esenciales el uno para el otro. El objetivo último de la geografía, el estudio de la diferenciación en áreas sobre la tierra, se expresa de forma más clara en la geografía regional; sólo man­teniendo constantemente su relación con la geografía regional puede la geografía sistemática alcanzar el objetivo de la geografía y no desaparecer, absorbida por las otras ciencias. Por otro lado, la geografía regional por sí misma es estéril; sin la fertilización continua de los conceptos y prin­cipios generales que proceden de la geografía sistemática, no puede alcanzar niveles más altos de precisión y certidumbre en la interpretación de sus hallazgos.

* * *

Sería un error interpretar el interés actual por la discusión metodo­lógica como un signo de que la geografía americana ha entrado en un período de disensión inusual. No cabe duda que, en amplia medida, re­presenta la cristalización en letra impresa de las desavenencias mante­nidas hasta ahora en la solución más fluida de la discusión oral, pero que se ha precipitado repentinamente debido al primer reto de los prin­cipios fundamentales de la geografía que haya aparecido impreso en más de una década. Aunque ha sido cuestionada la posición básica de la geo­grafía como ciencia corográfica, no parece que el reto haya producido disensión. Por el contrario, ha puesto de manifiesto que aquellos que estaban acostumbrados a encontrarse en campos opuestos con motivo de las discusiones metodológicas, tan sólo están actualmente en desacuerdo sobre cuestiones secundarias mientras que mantienen el acuerdo básico sobre la función fundamental que debe cumplir la geografía entre las ciencias.

Más que en cualquier otra etapa pasada del desarrollo de la geografía americana, existe un considerable acuerdo, tanto en la práctica como en la teoría, en la importancia que tienen los estudios de geografía regional, al mismo tiempo que se mantiene el esfuerzo para desarrollar los variados aspectos de la geografía sistemática. Y más aún, el aparente abismo abierto entre estos dos aspectos de la disciplina se está cerrando: los que practican la geografía regional dependen cada vez más de los estudios de geografía sistemática y los que practican estudios sistemáticos han reconocido que su aportación a la geografía como un todo depende del grado hasta el que

c

Richard Hartshorne 365

sean capaces de mantenerse en relación con los puntos de vista de la geo-

si la geografía americana se está acercando al nivel de entendimiento común de la naturaleza fundamental de la disciplina que fue alcanzado en Alemania con dos o tres décadas de antelación, y si se mantiene además — aunque menos definidamente expresado— por debajo de una gran parte de la geografía francesa, debemos desear que un futuro inmediato en este país ponga de manifiesto una fecunda producción a lo largo de un frente amplio pero común. Se puede alcanzar un acuerdo sobre cuestiones me­todológicas, al igual que sobre otras cuestiones, por aquellos que son libres para pensar por sí mismos, sólo con el examen profundo de los problemas involucrados, con la consideración adecuada y leal de los puntos de vista divergentes expresados por otros geógrafos, tanto del pasado como del presente. Al haber realizado una revisión crítica de los problemas meto­dológicos actuales en nuestro campo sobre la base de la fecunda literatura de más de un siglo de pensamiento geográfico, deseo haber contribuido a una comprensión más general de nuestros propósitos y problemas.

(■ I

Emmanuel de Martonne *

EL CLIMA, FACTOR DEL ~RKT.TF.VF. **

La idea de que el relieve de la superficie terrestre es explicado en su totalidad por la geología se ha hecho un lugar común. Sin embargo, los especialistas saben, o deberían saber, que el relieve depende del clima casi tanto como de la constitución geológica. El objeto de este artículo es poner de manifiesto algunos hechos significativos referentes a este tema e intentar definir la naturaleza de esta inflnenrig

No se necesita una gran experiencia para reconocer las estrechas re­laciones que existen entre el estudio del relieve superficial y el estudio de la estructura geológica. Los progresos de la geomorfología siempre han estado ligados a los de la geología: los primeros geomorfólogos, como Richthofen, Heim, Gilbert y Lapparent, eran geólogos. Basta abrir los ojos para ver el papel primordial que en todas las etapas juega la geología en la explicación de las formas de reheve. En la enseñanza es difícil sacar a los alumnos de la idea muy comprensible, pero excesiva, de que la geología proporciona la totalidad de la explicación. Esto no ocurriría

* Emmanuel de Martonne (1873-1955). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Martonne, E. de (1902): La Valachie, essai de monographie géographique, París, Ar­

mand Colin.■ Martonne, E. de (1909): Tratado de Geografía Física, Barcelona, Juventud, 1964, 1968

y 1974, 3 vols.Martonne, E. de (1940): «Problem.es morphologiques du Brésil tropical adantique»,

Annales de Géographie, X X X IX , pp. 1-27 y 106-129.Martonne, E. de (1946): «Géographie zonale: la zone tropicale», Annales de Géogra­

phie, LV, pp. 1-18.* * Martonne, E . de (1913): «Le climat, facteur du relief», Scientia, pp. 339-355.

Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

366

(

Em m anuel de Martonne 367

si se les pudiese llevar a tierras lejanas y se les hiciese conocer diferentes zonas climáticas.

Cuánto más viaja, más se convence el geógrafo de que el clima es un factor decisivo en la geomorfología. Podría invocar mi propia experiencia para apoyar este punto, pero parece preferible usar las observaciones de geógrafos más renombrados, casi todos los cuales por su primitiva forma­ción fueron geólogos. La totalidad de ellos han llegado a una explicación climática de las formas superficiales.

Sin duda el ejemplo más significativo es el de Richthofen. Los efectos del clima le impresionaron de tal forma que no hay página de su gran obra titulada China en la que no se haga referencia a ellos. Destaca sobre todo su insistencia en el contraste geográfico existente entre las regiones de drenaje interno del Asia Central y las regiones periféricas, con un clima más húmedo y un relieve más destacado. En ello basa la explicación de las enormes acumulaciones de tierra amarilla tan caracte­rística del norte de China que, por el nombre que se da en la llanura del Rin a una marga parecida, han recibido la clásica denominación de loess.

Las teorías de los geógrafos americanos

La gran extensión de los Estados Unidos y la variedad climática que en ellos se da, entre las márgenes glaciares de Canadá y las calurosas tierras de Méjico, ha permitido a los geógrafos americanos, todos ellos originalmente geólogos, adquirir con mucha rapidez una experiencia tan fructífera como la obtenida por Richthofen en sus viajes por Asia. La par­ticular originalidad de los autores teóricos y de las clásicas descripciones elaboradas por Powell, Gilbert o Davis tiene su base en la atención que dedicaron a las diferentes condiciones de la erosión en regiones húmedas y áridas, en regiones de bosque y de pradera, en medios oceánicos y conti­nentales. Fue en la exploración de las Montañas Rocosas y de los territorios del Oeste donde los maestros del método geomorfológico perfeccionaron su enfoque y ampliaron sus concepciones. Se comprende aún mejor el valor de dichos contrastes si se es rápidamente transportado por potentes trenes expresos transcontinentales desde las verdes colinas de Nueva In­glaterra y Pensilvania a las cárcavas del Oeste intensamente zapadas por las aguas corrientes en la tierra desnuda; o desde los profundos valles con vertientes cubiertas de bosque que cortan los Montes Alegheny hasta los tremendos cañones del Colorado y de Arizona con sus escarpes ver­ticales de vivos colores y sus gigantescos taludes. No se puede evitar la impresión de que el relieve de la zona húmeda atlántica y el de las regiones secas del Oeste son esculturas ejecutadas con utensilios diferentes y según un estilo también diferente. Gilbert tradujo muy bien esta impresión al enunciar la ley geomorfológica que establece que, dadas unas condiciones geológicas idénticas, las pendientes son más escarpadas en un clima seco que en un clima húmedo.

(' /

368 Antología de textos

Resulta significativo descubrir exactamente la misma ley salida de la pluma del general De la Noe y Emmanuel de Marguerie en Les Formes du Terrain. La experienda de De la Noe no se extendió fuera del terri­torio francés, y el aspecto de la región mediterránea de Provenza y sobre todo de Argelia fue sufidente para hacerle llegar sin relación alguna con Gilbert a la misma ley, expresada además casi exactamente en los mismos términos.

Desde los tiempos" de Richthofen, Gilbert y De la Noe la geomorfo­logía ha hecho grandes progresos. Parece que se ha llegado a una situación en que apenas se puede esperar el descubrimiento de nuevas interpreta­ciones acerca del sistema de erosión normal tal y como se presenta en los países de la zona templada. Sin embargo, nuevos horizontes se abren ante quienes se dedican al estudio de regiones más exóticas, en las cuales hay un escaso conocimiento de los procesos dominantes bajo condiciones extremas de temperatura y humedad. El avance del conocimiento científico de las regiones desérticas y polares plantea nuevos problemas y nos per­mite vislumbrar nuevas soludones, incluso para la interpretación de las formas de relieve de la zona templada, teniendo en cuenta la existenda de diversos climas.

(. . .)

El clima y los agentes erosivos

Si es importante recalcar la variedad derivada de las diferentes con­diciones de meteorización, no es apenas preciso señalar que el clima controla la distribudón de los agentes de erosión: los gladares y la ero­sión glaciar, los ríos y la erosión fluvial, los desiertos y la erosión eólica.

Las regiones donde predominan las precipitaciones nivales y la tem­peratura es tan baja que no se puede producir una fusión completa tienen un relieve muy bien diferenciado: la acumulación de nieve, trans­formada en hielo, tiende a cubrir el relieve y a ocultar todas las formas; sin embargo, donde el hielo se desplaza debido a una gradual fusión el relieve resulta modelado de forma irregular por la erosión glaciar, com­binada con una meteorización mecánica muy activa de las rocas que que­dan destacadas. Así ocurre que Groenlandia, con una altitud de más de 3.000 metros, tiene la apariencia de una plataforma de estable uniformi­dad, en la que solamente los bordes aparecen accidentados por la alter­nancia de espolones rocosos y lenguas glaciares. En los mismos Alpes, las cumbres más elevadas, como el Mont Blanc o el Monte Rosa, tienen el aspecto de domos cubiertos de hielo; los picos en forma de aguja y las agudas aristas se dan en altitudes más bajas, donde los glaciares funden al descender por debajo del límite de las nieves perpetuas.

Más allá de la zona de deshielo en los mismos climas el paisaje mues­tra aún la impronta de la acción glaciar, porque los derrubios transpor­tados por el hielo constituyen enormes acumulaciones llamadas morrenas

(

Emmanuel de Martonne 369

y los torrentes alimentados por el agua de fusión del propio gladar re- movilizan y extienden dichos derrubios sobre una extensa área. De este modo la acción morfológica de los gladares no queda circunscrita a los límites del clima gladar.

Tampoco los efectos eólicos se limitan a los desiertos. Se registran también en todos los lugares donde falta una cubierta vegetal. La razón de que sean dominantes en los territorios muy secos, como el Sahara, o en los desiertos asiáticos o australianos, es que en ellos la vegetadón está casi totalmente ausente y la regolita, constituida por derrubios finos, carece de toda cohesión al faltar el agua en superfide. La arena transpor­tada por el viento y a veces también los pequeños cantos que pueden ser levantados del suelo, son los instrumentos mediante los que la erosión puede atacar induso al roquedo compacto. Pero las características topo­gráficas distintivas de los desiertos quizá se deban menos a la acción del viento que a la meteorización mecánica y a la acumulación de derrubios derivada de ella al no existir corrientes de agua capaces de arrastrarlos al mar.

( . . . )

Las condiciones erosivas en el pasado

Al tratar de la evolución de las formas topográficas es predso sin duda conceder una credente importanda a las hipótesis que proponen que en el pasado las condidones de erosión eran diferentes de las actuales debido a que las condiciones climáticas también eran distintas. Desde hace aproximadamente medio siglo la geografía física se ha interesado por este tipo de cuestiones a través de los estudios de los gladaristas. Se sabe que los hombres primitivos fueron testigos de una extensión del clima gladar incomparablemente mayor que la actual. Dos tercios de Norteamé­rica y casi la mitad de Europa estuvieron cubiertos durante el período Cuaternario por casquetes de hielo comparables a los de Groenlandia o el continente Antartico. Aunque no existe una datación predsa, se puede saber que el número de años que han transcurrido desde la desapa- ridón de dichos glaciares sólo se cuenta en millares. Dado que la erosión fluvial se ha intensificado en respuesta al más cálido clima actual, sólo ha borrado pardalmente la impronta glaciar; puede decirse que más de la mitad del área ocupada por los hielos glaciares durante el Cuaternario tiene un paisaje que no concuerda con las condidones de erosión presentes. En casi todas las grandes cadenas montañosas — Alpes, Pirineo, Cáucaso, Himalaya— las formas de los valles no se pueden explicar con base en la acción de los ríos y torrentes que hoy están activos. Sólo se puede alcanzar una comprensión de estas formas si se recurre a la acción de gladares que se extendieron hasta las puertas de Lyon, Munich y Milán.

El estudio de los desiertos también debe su avance al progreso del análisis de los cambios climáticos. La extensión de las formas de erosión

(' í

370 Antología de textos

fluvial en el Sahara, por ejemplo, es cada día más evidente y resulta inexplicable en el contexto de las condiciones climáticas actuales. El en­friamiento general que da lugar a la extensión de los glaciares en la zona templada también'se registra en la zona tropical, donde se reduce la eva­poración, aumenta la humedad y se producen lluvias más abundantes y regulares, llegando a circular las aguas por sistemas de valles que ahora permanecen secos. Gautier y Chudeau consideran que la red de grandes wadis del Sahara es resultado de la acción de verdaderos ríos. Passarge también encuentra en el desierto del Kalahari testimonios de un período pluvial en el Cuaternario. Aunque no hay base suficiente para pensar que estos desiertos experimentasen un verdadéro clima húmedo, sí la hay para considerar que se aproximaron a las condiciones climáticas de las estepas.

El estudio de las cuencas interiores del Oeste de los Estados Unidos ha revelado también significativos hechos morfológicos que concuerdan con la existencia de cambios climáticos recientes. Gilbert y Russell han demostrado que el Gran Lago Salado y otros lagos más pequeños cercanos a él son los últimos vestigios de enormes láminas de agua, que en el período Cuaternario cubrían un territorio tan extenso como Francia. La ac­ción de las olas y las corrientes en las márgenes de estos lagos han dejado playas que son todavía perfectamente reconocibles. Se pueden encontrar todos los detalles de formas típicamente litorales, idénticas a las que se dan en las costas actuales: terrazas, barras, deltas, etc., entre otros ele­mentos característicos.

Cuando se conocen todos estos hechos relativos a los efectos morfo­lógicos de los cambios climáticos se está mentalmente dispuesto a asumir nuevos puntos de vista. Si se diese un cambio climático importante en las condiciones climáticas como resultado de la modificación de la com­posición de la atmósfera, por ejemplo una marcada variación en el con­tenido de ácido carbónico, las condiciones de descomposición del roquedo cambiarían sustancialmente. La alteración química se haría más rápida en los climas húmedos y el rebajamiento de las formas de relieve, más marcado. ¿No es más fácil concebir bajo estas condiciones un arrasamiento completo capaz de generar las superficies uniformes llamadas penillanuras? Tal vez es en esta perspectiva en la que se debe buscar la explicación de las superficies absolutamente planas que cortan a distintos niveles los estratos calizos plegados en casi todas las regiones kársticas, tanto en Istria y Dalmacia como en el Languedoc y el Jura.

La influencia de la humedad en la evolución del relieve

Ha quedado clara la trascendencia que tienen los cambios climáticos en el estudio de las formas de relieve. Si se busca cuál es el elemento del clima cuyas variaciones ejercen mayor influencia en la evolución del relieve, se ha de responder sin lugar a dudas: la humedad. La cuantía e intensidad de la precipitación atmosférica determinan el modo de ero­

(

Emmanuel de Martonne 371

sión e incluso las modalidades de descomposición de las rocas. La tem­peratura es un factor que indudablemente no ha de ser olvidado, pero su acción es mayoritariamente indirecta; las bajas temperaturas dan lugar a un p re d o m in io de las precipitaciones sólidas y al establecimiento de un ré­gimen glaciar; las altas temperaturas estimulan la evaporación, tendiendo a disminuir el caudal de los ríos y a desecar el suelo, que queda expuesto a la acción torrencial o incluso, si la vegetación no está suficientementefijada, a la acción del viento.

Quizá se pueda responder a una cuestión aún más difícil: ¿Cómo se puede estimar la importancia relativa del clima y las condiciones geológicasen la explicación del relieve?

Es del todo evidente que las mayores formas de relieve de la super­ficie terrestre están determinadas por hechos geológicos, como plega- mientos, levantamientos, hundimientos o viejos episodios erosivos. La dis­tribución de tierras y mares, de llanuras y montañas no es un hecho climático; al contrario, condiciona los climas. Lo que se debe directamente al clima son las formas de detalle, la escultura o modelado topográfico. El paisaje debe a las cambiantes condiciones del clima no sólo el color del cielo y las aguas y la diversa riqueza y densidad de la vegetación, sino también las propias formas de los valles, colinas y montañas que forman el entramado de toda vida y toda actividad. Creo que se puede hablar de «facies topográficas», igual que se habla de facies geológicas, botánicas o zoológicas; se acepta que las facies topográficas son las huellas del clima en el relieve, cuyas grandes líneas han sido fijadas por la evo­lución geológica.

André Cholley *

MORFOLOGIA ESTRUCTURAL Y MORFOLOGIA CLIMATICA **

Nuestra morfología es esencialmente estructural; se puede decir que éste es su carácter básico, ya que se trata de un esfuerzo por explicar — a partir de los datos de la estructura— una serie de formas, que antes eran enumeradas y descritas individualmente y clasificadas con desigual exactitud. Proporciona una descripción razonada de las diferentes etapas de la puesta de manifiesto o del enmascaramiento del entramado estruc­tural bajo la acción de la erosión normal. Se sabe que hay dos factores capaces de facilitar o dificultar esta acción: la disposición de las rocas resultante de la tectónica (estructura propiamente dicha) y las propie­dades químicas y físicas de éstas (resistencia, cohesión, homogeneidad, permeabilidad, etc.).

Dado que la erosión normal tiene como resultado en la mayor parte de los casos la puesta en relieve de la estructura, se ha acostumbrado a considerar como fase de madurez la morfología en que dominan las formas estructurales, es decir, en la que, hablando con propiedad, las formas del terreno son estructurales. Por el contrario, la desaparición más o me-

* André Cholley (1886-1968). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Cholley, A. (1948): «Remarques sur quelques points de vue géographique», L’Infor-

mation Géographique, pp. 85-90.Cholley, A. (1951): La Géographie. Guide de Vétudiante en Géographie, París, P. U. F. Cholley, A. (1953): «Quelques aper^us nouveaux sur l’évolution morphologique du

Bassin de París», Annales de Géographie, L X II, pp. 92-107.Cholley^ A. (1960): «Remarques sur la structure et l’évolution morphologique du

Bassin Parisién», 'Bulletin de la Association de Géographes Francais, n.° 288-289, pp. 2-25.* * Cholley, A. (1950): «Morphologie structurale et Morphologie climatique», An­

nales de Géographie, L X IV , 317, pp. 321-335. Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

372

(

André Cholley 373

n0s completa del control estructural y el predominio de formas seniles, sin relación con la estructura, se interpretan como la última etapa de la evolución morfológica. En último término, si llega a romperse el equilibrio entre las fuerzas erosivas y la forma del terreno, la superficie de erosión o «penillanura» resulta «rejuvenecida» y la reactivación de la erosión da lugar a una nueva generación de formas estructurales. La sucesión citada se puede repetir hasta que se alcance el substrato cristalino, cuya estruc­tura indiferenciada y su litología sensiblemente homogénea no son capaces de imponer direcciones precisas a la erosión.

Además de resultar lógicamente satisfactorio, al establecer una rela­ción causal entre las formas que se pueden observar y los correspondientes tipos de estructuras, este planteamiento ha permitido precisar el desarro­llo y el mecanismo de la erosión, y, al aclarar la coincidencia que existe entre los grandes conjuntos morfológicos y las principales unidades es­tructurales, ha sentado las bases para ordenar nuestras ideas morfológicas del planeta.

Hay que admitir, sin embargo, que muchas veces la estructura es incapaz de explicarlo todo, incluso bajo el dominio de la erosión normal.

Abundan los ejemplos que apoyan esto: Es conocido que ciertos granitos se comportan como rocas blandas en condiciones climáticas cá­lidas con tendencia a la aridez, de modo que, en medio de afloramientos de pizarra, coinciden con sectores deprimidos, al contrario que en nuestros países templado-húmedos y frescos, donde son ellos los que forman las Eliminaciones. Aunque la textura y la composición química de estas rocas puede explicar en parte su comportamiento, no se puede dudar que el clima es el principal responsable.

Sin duda, el clima es el factor decisivo. Y es lógica la aceptación obtenida por la expresión «morfología climática», que viene a expresar la reacción frente a la actitud de la mayoría de los geógrafos, que han hecho de la estructura el principio de toda morfología.

Sin embargo, quienes han utilizado esta expresión casi siempre se han olvidado de precisar su significado. Ello incluso ha sido un factor de confusión. Bajo ella se han reunido prioritariamente hechos registrados hace tiempo en los tratados de morfología, que, aunque muy imbuidos de los postulados estructurales, reservan un lugar al «relieve glaciar» o al «modelado desértico» debidos, según Cotton, a accidentes climáticos.

Por otra parte, la expresión «morfología climática» no designa con precisión la realidad que pretende aprehender. Engloba cosas muy hetero­géneas. Por ejemplo, en el caso del modelado desértico o del relieve glaciar un agente concreto, el glaciar o la llamada erosion arida (que ya es una abstracción excesiva), se hacen responsables del modelado del relieve. Pero sabemos bien que estos agentes no actúan solos. Muchos otros pro­cesos colaboran con los glaciares en la acción que realizan; en cuanto a la erosión desértica, comprende, además de los procesos mecánicos y quí-

374 Antología de textos

micos, la acción de la arroyada en manto, la de los uadí y, en fin, la del viento.

En realidad no hay dos niorfologías, sino sólo una, y su génesis está ligada a la acción de los factores de erosión determinados por el clima. Pero, sin razón, hemos creído que la acción de un único agente es capaz de modelar toda una topografía. Como ha manifestado el ejemplo de la erosión glaciar y dgsértica, lo que el clima pone en funcionamiento es un complejo de agentes, un verdadero sistema de erosión. No podría ser de otra manera, teniendo en cuenta la estructura de la atmósfera y la naturaleza de los climas: ¿se ha visto algyna vez que un elemento del clima actúe de forma aislada sobre la superficie terrestre? Por lo tanto, es un planteamiento más acorde con la realidad tomar en consideración complejos o combinaciones de factores, que se deberían denominar «sis­temas de erosión», ya que son capaces de generar una morfología todos cuyos elementos están enlazados, son sistemáticamente solidarios los unos de los otros.

( . . . )Se trate de la erosión que sea, no es por lo tanto el análisis de factores

aislados el que puede dar razón de ella, sino la consideración de factores combinados. No hay duda de que siempre existirá un factor predominante, generalmente el responsable de la excavación de los canales por donde se efectúa la evacuación de materiales, pero las modalidades de su acción y la eficacia de ésta dependen estrechamente del trabajo realizado por los factores que están asociados a él. Lo que llamamos erosión corresponde, pues, en realidad a un sistema de factores enlazados de diversa forma; mediante estos sistemas de erosión que desencadenan es como los climas controlan la morfología.

Muchos hechos testimonian esta solidaridad sistemática. En el sistema de erosión correspondiente al clima templado-húmedo evidentemente el trabajo principal está realizado por las corrientes de agua, ya que son ellas las que excavan los valles y efectúan la evacuación de los materiales. El modo de realizar estas acciones responde ante todo a las condiciones del régimen — flujo continuo y sin grandes desequilibrios con respecto al caudal medio— , pero depende al menos en la misma cuantía de la carga de materiales: es suficiente que la cantidad o el calibre de ésta cambien en un tramo para que la acción del río se modifique por completo.

La presencia de un conjunto montañoso dentro de un área donde predo­mina un sistema de erosión templado-húmedo introducirá un excepcional in­cremento de la desagregación mecánica; el desprendimiento se convertirá en la forma dé puesta en movimiento de los materiales sobre las vertientes, en lugar del deslizamiento. La mayor abundancia de materiales groseros aumentará el trabajo de transporte de los ríos y, con el mismo caudal, el lecho fluvial y la superficie modelada a partir de él adquirirán una pen­diente más acusada, como es típico de las llanuras intramontanas o de piedemonte.

(

André Cholley 375

Del mismo modo, el aumento de intensidad de la erosión química en las regiones tropicales húmedas es el responsable de las particularidades que en ellas presenta la escorrentía: frecuentes áreas pantanosas en los tramos altos de los valles por «superabundancia» de fuentes y por dificul­tad de flujo superficial.

En un sistema de erosión, la sucesión de los procesos de descomposi­ción de las rocas, de puesta en marcha de los derrubios y de transporte de los mismos presenta un cierto carácter sistemático; y la morfología resultante expresa esta acción sistemática y coordinada por medio de la homogeneidad del valor de las pendientes, del aspecto de los lechos fluvia­les y de las formas de los valles y las cumbres.

( - )Si realmente existen sistemas de erosión conectados con condiciones

climáticas determinadas, se han de encontrar en la morfología de una región las huellas de tantos sistemas de erosión como climas ha cono­cido, e incluso las huellas indicadoras del paso de uno a otro. Aunque en relación con estos temas es precisa una gran prudencia, no podemos dar otra interpretación a los fenómenos de degradación que hemos observado en el borde de las regiones verdaderamente áridas.

( . . . )Es evidente que aún quedan muchos problemas por resolver. Sería

preciso poder determinar el modo mediante el que un sistema de erosión sustituye a otro, qué modalidades de degradación de las formas y qué discordancias han de aparecer en este momento. También puede ocurrir que un sistema de erosión tarde en establecerse; y ello, evidentemente, depende del clima, pero también de la estructura. La morfología corres­pondiente al sistema determinado por el clima no se manifestará hasta que dicho sistema haya adquirido su máxima eficacia; y el tiempo necesa­rio para ello puede variar considerablemente de un clima a otro.

En ciertos casos la estructura puede desempeñar un papel capital, hasta el punto de que no hay que dejar de considerarla como uno de los elemen­tos esenciales del propio sistema de erosión. ¿No es ella en la mayor parte de las regiones, o al menos en las que existe una escorrentía normal, la que permite que los diferentes factores climáticos o hidrográficos se enlacen y solidaricen para una acción común? Los factores climáticos que compo­nen un sistema de erosión existen tanto en los océanos como en los con­tinentes, ya que dependen de las condiciones atmosféricas, pero no tiene sentido en los primeros hablar de sistema de erosión. Queda, pues, claro que la coordinación, que está en la base de la convergencia, depende en alto grado de las condiciones estructurales y tectónicas. Son las pendientes directamente derivadas de la tectónica las que posibilitan el encadenamien­to inicial de las acciones de desagregación de las rocas, de deslizamiento y de arroyada. El sistema no adquirirá toda su amplitud y no manifestará toda su energía hasta que los cauces se encajen y, como consecuencia de

c /

376 Antología de textos

ello, se amplíe la extensión de afloramiento rocoso y se multipliquen las pendientes favorables al deslizamiento o la arroyada.

Completada de esta forma, la noción de sistema de erosión implica que carece de sentido la distinción entre una morfología estructural y una mor­fología climática. Toda morfología deriva de un sistema de erosión deter­minado por el clima y que se ejerce sobre territorios y relieves diversos como consecuencia de la estructura y la tectónica. Por lo tanto, deben evitarse los términos morfología estructural y morfología clirhática, ya que su significado demasiado absoluto no permite una comprensión adecuada de la realidad. ,

( . . . )Otra noción que parece necesitar algunas modificaciones es la de ciclo

de erosión, presentado como encadenamiento progresivo y continuo de acciones que tienden a la realización de la penillanura. Esta concepción solamente puede darse en la realidad en el caso de que, durante un largo período de tiempo, no cambie el sistema de erosión o, lo que es lo mismo, el clima. Donde estas condiciones parecen estar más cerca de cumplirse es en las regiones tropicales húmedas, dado que en ellas se registra el ritmo erosivo más rápido; por ello todas las penillanuras que conocemos — peni­llanura póstherciniana, penillanura eocena— se encuentran bajo climas de este tipo. Pero éste no es el caso de las regiones templadas ni el de las subtropicales. Ciertamente no es imposible que en ellas se consiga llegar a la penillanura, pero la evolución hacia ella no puede ser progresiva; ha de estar afectada por estancacimientos e incluso por regresiones, que hacen muy problemático el paso de un etapa de juventud a una etapa de madurez y después a una de senilidad.

La noción de ciclo, tal como acostumbramos a entenderla, está excesi­vamente impregnada de finalismo. No se debe considerar la evolución como una marcha hacia un fin determinado. Cada momento de la evolución constituye un fin en sí mismo que nosotros, los geógrafos, estamos interesa­dos en conocer. Si llegamos a diferenciar lo que en la morfología que observamos deriva del clima, es decir, del sistema de erosión actual, y lo que representa una herencia de los sistemas anteriores, estaremos cerca de cumplir nuestro objetivo.

(

i MORFOLOGIA DE ZONAS CLIMATICAS O MORFOLOGIA DE PAISAJES? **

Sigfried Passarge *

El 22 y 23 de septiembre de 1926 se reunió en Dusseldorf la Asocia­ción Alemana de Naturalistas. En esta Conferencia se presentaron una serie de comunicaciones dedicadas a la morfología de las zonas climáticas. La superficie terrestre se dividió en zonas morfoclimáticas y se analizaron las formas de relieve de cada una de ellas. Aunque la zonificación climáti­ca se ha hecho normalmente con base en valores medios de precipitación, temperatura y humedad, es de esperar que un intento de delimitar «zonas morfológico-climáticas» haga surgir plantamientos divergentes. Pero la cues­tión básica puede ser la siguiente: ¿Es el clima o son las zonas climáticas los responsables de la diferenciación de los caracteres geomorfológicos?

Desde mi punto de vista, existen dos errores graves con respecto al citado problema.

En primer lugar, las formas de relieve actuales no son en su mayoría resultado de los climas presentes, sino que fueron modeladas por procesos pleistoeenos. Por lo tanto, los mecanismos hoy activos y su expresión mor­fológica no dependen sólo de las zonas climáticas donde se dan.

* Sigfried Passarge (1867-1958). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Passarge, S. (1904): Die Kalahari, Berlín (s. e.).Passarge, S. (1919-20): Die Grundlagen der Landschaftkunde, Hamburgo, L. Friede-

rischen, 3 vols.Passarge, S. (1923): Die Landschaftgürtel der Erde, Breslau, Ferdinand Hirt.Passarge, S. (1930): «Sesen und Grezen der Landschaftkunde», Petermanns Geogra­

phische Mitteilungen, 209, pp. 29-44.** Passarge, S. (1926): «Morphologie der Klimazonen oder Morphologie der

Landschaftgürtel?», Petermanns Geographische Mitteilungen, 72, pp. 173-175. Tra­ducción de Benjamín Díaz González.

377

ci

378 Antología de textos

Casi sin excepción, en todas partes el clima ha sufrido considerables alteraciones durante el período glaciar, el cual a su vez presenta amplias variaciones climáticas. Hoy es un hecho incuestionable que las fuerzas naturales actúan conjuntamente y tienden a conseguir una relación equili­brada. Mientras que el peso de cualquiera de los factores no sea significa­tivamente modificado, se va logrando de forma progresiva una situación cercana al equilibrio. Pero, tan pronto como se registra un cambio en las » condiciones climáticas, se produce un desequilibrio entre los factores y se ¡ desencadena un episodio de intensa erosión, de intensa sedimentación o de ambas. Actualmente se da un período de relativa calma, en el que la pro­tección de la cubierta vegetal, la presencia de depósitos aluviales y la sua- ‘ vidad de la mayor' parte de las pendientes limitan sustancialmente o incluso impiden la acción de las fuerzas erosivas. Como consecuencia de ello se encuentran grandes páleo-formas, es decir, relieves de grandes dimensiones, que no se pueden explicar como resultado de las fuerzas hoy activas. Sólo ; acciones menores sobre riberas fluviales o sobre vertientes aún escarpadas ! se siguen desarrollando bajo las condiciones climáticas actuales. Nadie puede ya negar seriamente que la pasada glaciación y las condiciones del período de tundra, con sus deslizamientos y fenómenos de solifluxión, son responsables de muchos de los caracteres del relieve alemán. Lo mismo se puede decir del período «pluvial» en la mayoría de las áreas secas; e inclu­so en la zona ecuatorial ciertas vertientes coluviales colonizadas por la *' selva, valles mayores de lo normal y superficies de erosión mal drenadas son testimonio de que la mayoría de las formas superficiales son páleo- ¡ relieves. En consecuencia, parece conveniente plantear el tema así: «Las formas de reheve y sus variantes en cada zona climática».

En segundo lugar, ¿verdaderamente la morfogénesis actual depende ante todo del clima?

En teoría la respuesta es afirmativa, pero en la práctica es negativa. Ciertamente en nuestras latitudes las fuerzas geomofológicas están en reía- ! ción con un clima que tiene un verano cálido, un invierno frío y unas presiones y vientos característicos; pero es la naturaleza de la cubierta vegetal, el tipo de roca e incluso de regolita lo que en la práctica controla el efecto de los procesos de modelado y el desarrollo geomorfológico.

Un ejemplo puede ayudar a demostrar que el planteamiento basado en «zonas morfológico-climáticas» seguido en la Conferencia es insostenible.Los trópicos se han dividido en tres cinturones morfológico-climáticos: el ecuatorial, con un clima continuamente cálido-húmedo, el de la sabana con estación húmeda predominante y el de la sabana con estación seca predominante. Esta rápida subdivisión no va acompañada de una indicación de los criterios utilizados para definir estos paisajes. Los climas lluviosos y húmedos del cinturón ecuatorial se contraponen a los climas periódi­camente secos, por la supuesta presencia de precipitaciones durante todo el año. Pero este régimen de lluvias «durante todo el año» sólo se da en algunas áreas de este cambiante cinturón de las calmas ecuatoriales; salvo en éstas, se registra un período de uno o dos meses en que las precipita-

(

Sigfried Passarge 379

ciones descienden de forma sustancial. Además, ¿dónde se han de incluir los climas con dos estaciones húmedas y dos estaciones secas? Aunque todos los climas con una estación seca poco marcada se incluyan en el denominado clima ecuatorial, queda claro que la clasificación propuesta es inadecuada como base para la investigación morfológica.

Desde Conakry hasta Costa de Marfil ,el área costera recibe entre tres y cinco metros de lluvia al año y sufre una acusada estación seca de cuatro o cinco meses. Sin duda esta área se puede considerar perteneciente a un «clima estacionalmente seco con lluvias predominantes». En ella la cubierta vegetal es una selva sumamente exhuberante y densa; el suelo, alterado hasta gran profundidad, es en realidad una formación blanda de alterita con estructura celular. En estas condiciones se observa la presencia de exactamente los mismos procesos de erosión que se dan en las selvas de los lugares donde no hay estación seca, que consisten básicamente en una vigorosa incisión lineal de las corrientes de montaña, acompañada de deslizamientos de tierra, que, junto con el desarrollo de valles de fondo plano y vertientes muy inclinadas, hacen aguda la forma de las colinas. Los relieves característicos de esta área periódicamente seca con estación lluviosa predominante son exactamente los mismos que en las de clima cálido-húmedo ecuatorial. Por el contrario, en la Alta Guinea se ha desarro­llado, en lugar de selva, una sabana húmeda de altas hierbas con rodales de bosque. ¿A qué se debe esto? Se debe a que aquí el suelo es más compacto al formarse sobre la alterita una costra rica en hierro. Así, pues, es la cubierta vegetal y no el clima el factor decisivo. Lo que realmente importa son las zonas o cinturones de paisaje, no las zonas climáticas.

En el bosque brumoso de montaña de los trópicos (Nebelwald), que no está plenamente afectado por un clima cálido-húmedo, los deslizamientos se producen con más intensidad que en la zona ecuatorial, por la simple razón de que la cubierta forestal y los caracteres hídricos del suelo son más favorables. Todas las dificultades de análisis se resuelven fácilmente si, en lugar de zonas climáticas, se utilizan como criterio las consecuencias del clima, es decir, la cubierta vegetal, la alteración del roquedo y la hume­dad del suelo o, lo que es lo mismo, las zonas de paisaje. Dichas zonaso cinturones son observables y comprensibles directamente frente a las zonas climáticas, que no son en modo alguno tangibles y además cambian a lo largo del año. Aunque exista una cierta dependencia del clima, las di­ferencias morfológicas que resultan de la influencia de la cubierta vegetal y del tipo y la composición del suelo son mayoritarias. Por ejemplo, las costras ferruginosas de laterita, las costras calizas y los suelos moor son formaciones superficiales locales que resisten a la erosión. Dicho ejemplo es otra prueba de la inadecuación de una clasificación de las formas super­ficiales sobre bases climáticas; y hay muchos más. Se nos vienen a la mente algunas claras diferencias en cuanto a erosión que se han constatado: las que se dan en la tundra cuando existe hielo en el suelo y se puede producir solifluxión; las que se dan en las áreas subpolares cuando no hay suelo helado y se desencadena una activa disección y deslizamiento; y las

(

380 Antología de textos

de los bosques subpolares, donde en invierno existe una capa de nieve, en primavera actúan las aguas de fusión, y tanto en invierno como en verano se registran precipitaciones, con suelo helado en un caso y sin él en otro.

(...) ^

También se pueden citar las importantes diferencias que se dan en los subtrópicos entre las regiones de bosque esclerófilo y las sabanas; incluso dentro de estas últimas la presencia o ausencia de costra caliza da lugar a marcadas diferencias morfológicas.

(...) ,Además, las expresiones que se utilizan, ¿ales como «morfología super­

ficial de los desiertos interiores» o «morfología de las zonas altas de los desiertos», implican conceptos referentes al paisaje. ¿Por qué quedarse a medio camino?

Una morfología del paisaje tendrá, inevitablemente, que sustituir a una morfología de las zonas climáticas, porque es más adecuada para conseguir una más simple y clara descripción y explicación de los fenómenos. Obvia­mente no todos los problemas que se presentan en las zonas de transición, los relacionados con los suelos y con la vegetación local se podrán resolver sólo con introducir la morfología paisajística, pero en todo caso el resul­tado será mucho más satisfactorio que si se basa la investigación en las zonas climáticas.

(

EL PAPEL DE LA GEOMORFOLOGIA DENTRO DE LAS CIENCIAS GEOGRAFICAS **

Kirk Bryan *

La geomorfología aplicada a la geografía

Si se acepta la moderna definición de la geografía como ciencia que trata de la distribución del hombre en relación con su medio, obviamente la geomorfología no es geografía. Sólo desde un punto de vista histórico la geomorfología se puede considerar parte de la geografía. Esta ciencia incluía antes muchas disciplinas que actualmente son independientes. La geografía física de la juventud de Davis se ha subdividido en un complejo de especialidades: geodesia, topografía, cartografía, geomagnetismo, ocea­nografía física, meteorología, climatología, hidrología, etc., todas las cuales mantienen una incómoda vinculación en cuanto partes de la geofísica. Este amplio término combinado con el de geoquímica incluye también grandes partes de la geología, las designadas con los nombres de vulcanología y tectónica. Estas vinculaciones se basan fundamentalmente en la aplicación de técnicas físicas y químicas a problemas ya planteados antes en la geolo­gía y la geomorfología. Sin poner en duda la utilidad de tales integraciones

* Kirk Bryan (1888-1950). Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Bryan, K. (1935): «The Formation of Pediments», Compt. Rend. XVI International

Geological Congress, vol. 2, pp. 765-775.Bryan, K. (1935): «William Morris Davis -Leader in Geomorphology and Geography»,

Annals of the Association of American Geographers, XXV , pp. 23-31.Bryan, K. (1940): «The Retreat of Slopes», Annals o f the Association o f American

Geographers, X X X , pp. 254-268.Bryan, K., y Albritton, A. (1943): «Soil Phenomena as Evidence of Climatic Changes»,

American Journal o f Science, pp. 469-490.* * Bryan, K. (1950): «The Role of Geomorphology in Geographie Sciences»,

Annals o f the Association of American Geographers, XL, pp. 196-208. Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

381

(/

382 Antología de textos

para la investigación, están provocando la apertura de una brecha cada vez mayor entre las «ciencias de la Tierra» y la geografía.

Si se considera la geografía tal y como en la actualidad la practican los miembros de esta Asociación, se ve que se mueve en un nivel cualita­tivo. Las relaciones del hombre y la acción humana con el medio son excesivamente complejas. Nuestros geógrafos enfrentan sus problemas me­diante técnicas basabas en gran medida en los métodos de la historia natural. Sólo en el campo de la demografía se han comenzado a utilizar métodos cuantitativos y estadísticos, a pesar de que muchas propuestas en este sentido han encontrado oposición (Stfwart, Zipf). Por otra parte, la geología ha adoptado, sin duda con alguna reticencia, los métodos cuanti­tativos y experimentales de la geoquímica y de la geofísica. En cuanto a la geografía física, ha dejado de lado casi completamente este tipo de me­todología. Hasta hoy la geomorfología es de forma incuestionable una de las ciencias naturales. No obstante, la creciente influencia de las técnicas de la sedimentología y la continuada búsqueda de resultados más precisos va cambiando de forma gradual la situación. La comunicación presentada a este Simposio por Strahler refleja esta nueva actitud e indica cómo sé ha servido del análisis cuantitativo y estadístico. Si no es mediante él, ¿de qué manera se puede evaluar el efecto pluvio-fluvial sobre las pendientes?

Si la geografía moderna queda separada en cuanto a la metodología de una gran parte de la geografía física y la geomorfología, ¿cómo va a obtener el geógrafo un conocimiento básico del medio? ¿Debe también abandonar los métodos de la historia natural y transformarse en un cien­tífico cuantitativo y estadístico? No hay duda de que ya es posible en geomorfología el desarrollo de gran parte de las técnicas cuantitativas. Y, como insistía Davis, lo que hay que buscar es «lo claro, la descripción genética».

Las ciencias básicas se deben aplicar a la geografía moderna según las necesidades de ésta. Y en esto la geomorfología, que se encuentra hoy en una etapa de rápido desarrollo, no es una excepción. Ahora voy a some­ter a discusión su aplicación desde dos puntos de vista: desde el del geo- morfólogo y desde el del geógrafo humano.

Una geomorfología geográficaEl tipo normal de trabajo geomorfológico que se puede considerar geo­

gráfico quedó hace tiempo definido por Davis y sus contemporáneos. Davis no dudó que todos sus ensayos eran geografía. En ellos se expone el análisis genético necesario para la descripción y se proporciona una «terminología clara y explicativa». Sin embargo, dejó a sus contemporáneos la definición concreta de provincias y sectores fisiográficos. La laboriosa recopilación de material descriptivo carecía de interés para él, aunque la descripción de los Estados Unidos sea sin duda la más importante obra geomorfológica de sus discípulos (Fenneman). Y esta labor aún conti­núa. ( .. .) Nuestros colegas extranjeros tampoco han estado inactivos, e in­

(

Kirk Bryan 383

cluso han sido más ambiciosos que nosotros. El «Panorama de Sudáfrica», de King, y la «Fisiografía de Victoria», de Hill, son modelos de destreza profesional. La detallada fisiografía de Bretaña de Guilcher describe un área compleja con una minuciosidad sin precedentes. La «Geomorfología de Holanda», de Hol, que es un capítulo de su libro de geografía, cuenta con unas representaciones gráficas de envidiable calidad. Es evidente que todos estos libros contienen términos geológicos y hacen referencia al remoto pasado geológico. En consecuencia, todos incluyen «materiales ajenos», desdeñosamente rechazados por muchos de los moderno geógrafos. Sin embargo, todos, de acuerdo con las indicaciones de Davis, describen las formas de reheve basándose en su génesis. El mismo recalcó repetida­mente que una descripción meramente empírica aboca a una repetición interminable y difícil de retener. Estos trabajos son descripciones nuevas y actualizadas del terreno en la mejor tradición davisiana, desarrollados, según la información de que dispongo, sin ningún estímulo por parte de la profesión geográfica y por personas que en ningún caso pertenecen a esta Asociación. Desde luego que ellos no se dirigían a los geógrafos, sino a un público compuesto por no especialistas inteligentes, ingenieros, pla­nificadores y geomorfólogos dedicados a la investigación. ¿A quién puede dirigirse el geógrafo?

Hay que reconocer, como ha señalado Russell, que hasta hoy tampoco se ha prestado una gran atención a las más importantes llanuras aluviales, donde se localizan las mayores densidades de población. Por otro lado, muchas de estas áreas están muy lejos de los centros actuales de la acti­vidad geomorfológica, a pesar de la abundante literatura existente sobre las llanuras del Ganges, el Yang-tsé y el Nilo. Quizá todo este material está disperso y no resulta accesible con facilidad. Puede que lo que falte sea demanda por parte de los geógrafos.

De hecho, uno se pregunta: ¿Qué aplicación de la geomorfología es la que necesita la geografía? Todos los tipos de trabajo que a uno se le ocurren se han realizado en algún lugar de Estados Unidos. Y, sin em­bargo, no se ha cubierto todo el territorio. No existen descripdones fisiográficas completas de cada Estado, pero, ¿acaso existe demanda de ello? Que yo sepa, sólo en Wisconsin se están haciendo estudios geográ­ficos locales en los que se han utilizado de forma sistemática divisiones fisiográficas establecidas por Martin.

Si se va a aplicar la geomorfología a la geografía, se necesita una decisión por ambas partes acerca del tipo de planteamiento del trabajo geomorfológico que resulta más útil. Hasta ahora, lós geomorfólogos, bajo el liderazgo de Davis, han sido los que han tomado las decisiones. Los geógrafos humanos han sido excesivamente pasivos.

La formación de los geógrafosSólo serviría para aumentar la confusión la entrada otra vez más en el

clamor formado por las diversas opiniones acerca de los objetivos propios

fi

í

384 Antología de textos

de la geografía. Sin embargo, esta falta de acuerdo sobre el objeto nos ha llevado a la incertidumbre sobre el modo de formación. En una reciente discusión referente al tema de «La geografía física en la formación del geógrafo» he asumido dos opiniones que me parecen sensatas: 1) que la geografía física como entidad unitaria ya no existe y debe ser reemplazada por disciplinas independientes, y 2) que de estas disciplinas especializadas la climatología es, con mucho, la más importante, ya que la distribución del hombre está más influida por el clima que por la topografía.

La atribución a la geomorfología de un papel secundario no concuerda con nuestra autovaloración, y sin duda hubiera sido rechazada irritada- mente por Davis. Sin embargo, está de acuerdo con la situación práctica.

(...) ,El geógrafo humano tiene que ser muy selectivo por lo que se refiere

al material que utiliza. Indudablemente, para él el medio ambiénte es fundamental, pero, ¿qué parte de las enormes masas de hechos científica­mente registrados acerca del medio necesita utilizar en cada momento? ¿Es seguro que en toda esta acumulación se encuentran los factores deci­sivos? Quizá la geografía física no disponga del concretísimo aspecto del conocimiento, que es lo crucial en las relaciones humanas que él pretende comprender. ¿Ha sido el geógrafo adecuadamente formado para compren­der y analizar bien los datos geomorfológicos?

El responsable de ello es el geógrafo humano. Debe estar suficien­temente formado en todos los aspectos de la geografía física, incluida la geomorfología, para poder tener capacidad crítica. Debe estar en condicio­nes de seleccionar, de usar lo que considere necesario y de rechazar lo que resulte inutilizable. Los diferentes aspectos de la geografía física navegan a través de mares desconocidos, cada uno en busca de su propio barco fantasma. Y de vez en cuando un viajero interesado deja caer un destello intelectual sobre los no especialistas. Ocasionalmente aparecen escritos y libros que recopilan temas para el uso de otros científicos, incluidos los geógrafos. El geógrafo competente no puede, sin embargo, depender de estas caridades. Debe estar suficientemente preparado y entrenado para seguir a los especialistas y seleccionar por sí mismo los aspectos esenciales para un análisis ordenado y profundo de los elementos del medio.

William Morris Davis no comprendería que los geógrafos se quejen de que la historia de las formas de reheve implique la introducción de materiales ajenos a la geografía. Para él la historia del paisaje era esen­cial para su comprensión. Y dicha comprensión era un requisito previo imprescindible para establecer la cadena de asociaciones por medio de la cual podían retenerse las repetidas disposiciones del terreno. Para mí este razonamiento es fundamental. La descripción empírica del paisaje es una monótona repetición de colinas y valles, ríos y arroyos, lagos y pantanos, sin que exista otra base de clasificación que la simple dimensión. Davis propugnaba la visualización de los tipos ideales de colinas y valles, cada uno con una denominación genética, cuya fonética y significado ayudasen a su memorización. Le hubieran complacido, por ello, los resúmenes carto-

(

ráficos de este tipo de descripción genética realizados por A. K. Lobeck ® Ensdn Raisz. Sus mapas geomorfológicos son magníficos ejemplos de compendios de hechos y relaciones geomorfológicos. Pero ¿es suficiente con los mapas y diagramas cartográficos? ¿No debe hacerse también la d e sc rip c ió n escrita? Para la enseñanza «lo claro, la descripción explicativa» es lo que siempre se deberá mantener, pues su función es lógica e insus­tituible. Sin embargo, su utilidad es despreciada por los ignorantes o los tardos de inteligencia.

Con toda propiedad, se puede plantear la cuestión de hasta qué punto es necesaria esta «descripción explicativa» en cualquier momento y para cualquier escrito geográfico. La descripción de la Tierra en cualquiera de sus aspectos, geomorfológico, climático o cualquiera que sea, nunca debe ser incluido con la simple finalidad de mostrar la preparación del geó­grafo. Y no se debe incluir porque lo más útil para el lector es un cono­cimiento científico concreto. La destreza del geógrafo bien formado debe conducirlo a la brevedad y al uso de los demás recursos literarios me­diante los que la fundamentación de su estudio pueda en cada momento ser ampliada, al tiempo que impidan la introducción de confusión en el tema. En este tipo de razonamiento y en esta destreza literaria debería ser iniciado el geógrafo por las escuelas de geografía y por el ejemplo de sus maestros.

Kirk Bryan 385

(• !

Lester King *PRINCIPIOS GENERALES DE EVOLUCION DEL PAISAJE **

Enfoque histórico

El estudio dentífico del paisaje comienza a finales del siglo xix y se asoda espedalmente a los nombres de J. W. Powell, G. K. Gilbert y W. M. Davis, en América, y al de Albrecht Penck, en Europa. La obra del trío americano siempre ha oscurecido ante la opinión pública a la del viejo Penck, y las concepdones más redentes todavía siguen rigurosa­mente los pronunciamientos y opiniones del último del trío, William Morris Davis. Davis tenía una excepdonal capaddad de análisis, razonaba con lógica y brillantez y, además, escribía con facilidad, gracia y en abundanda, de modo que sus ideas fueron rápida y fácilmente asimiladas, tuvieron una amplia difusión y resultaron convincentes. Era un maestro inspirado y sus aportadones consiguieron una amplia audienda y una fácil acep­tación.

Esto ocurrió espedalmente con su concepto de «Ciclo de erosión», según el cual un territorio levantado y expuesto a las fuerzas erosivas

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:King, L. (1949): '«On the Ages of African Landscapes», Geológical Society of London

Quart. Jour., vol. 104, pp. 439-459.King, L. (1949): «The Pendiment Landform: Some Current Problems», Geological

Magazine, vol. 86, pp. 245-250.King, L. (1950): «TTie World’s Plainlands: A New- Approach in Geomorphology»,

Geological Society of London Quart. Jour., vol. 106, pp. 101-131.King, L. (1962): T he Morphology of the Earth, Edimburgo, Oliver & Boyd.

* * King, L. C. (1953): «Canons of Landscape Evolution», bulletin o f the Geolo­gical Society of America, pp. 721-752 (pp. 721-725, 740-742 y 747-750). Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

386

(

Lester King 387

subaéreas era en principio vigorosamente disecado por profundos valles generados por el rejuvenecimiento del sistema fluvial, con lo que la ener­gía del relieve resultaba acrecentada, y después reduddo por la meteori­zación y el rebajamiento de los interfluvios a una superfide baja de escaso reheve, denominada penillanura. El tipo de áreas tomado en consideradón para la deducdón de estos cambios fue aquel al que pertenedan los terri­torios donde Davis trabajó al comienzo de su vida profesional, es decir, de Pensilvania a Nueva Inglaterra; como consecuenda de ello los atribuyó el valor de norma con respecto a las demás regiones del globo. Los paisa­jes que no resultaban conformes a dicha norma, como los paisajes desér­ticos, se consideraban «anormales», «acddentales» o excepdonaies.

En sus últimos años, Davis escribió muchos trabajos excelentes, pero, desde mi punto de vista, ninguno fue más profundo y trascendente que su aportadón de 1930, en que se revisaban los primitivos planteamientos y se registraban muchas evidentes homologías entre los paisajes de las re­giones áridas y los de las regiones húmedas. Dicha armonía exige la revisión de varios de sus conceptos inidales, y especialmente el criterio de «normalidad» en los tipos de paisaje; sin embargo, las revisiones que parecen necesarias no han sido realizadas, de forma relativamente comple­ta, ni por Davis ni por ningún otro.

Por ello el tema de este artículo es básicamente la reconsideradón de lo que Davis llamó «Ciclo de erosión»; pero antes de pasar a exponer nuestros argumentos conviene hacer otras reflexiones de carácter histórico.

El concepto ríclico no es original de Davis; fue planteado antes por Powell en su «Exploradón del río Colorado y del Oeste» (1875) en los siguientes términos: «Los agentes subaéreos transportaron 10.000 pies de rocas en un proceso lento, pero inexorable, hasta que de nuevo el mar cubrió la tierra, y una superficie regularmente arrasada se puede consi­derar el resultado del largo período en que el territorio estuvo emergido.» Powell reconoció también con toda precisión que las últimas etapas de arrasamiento deberían ser sumamente lentas: «El rebajamiento de las últimas pulgadas sobre el nivel del mar de un terreno requeriría un período mucho más largo que el que se necesitó para arrastrar los miles de pies que existían sobre ellas, debido a que dicho rebajamiento se realiza por medio de procesos mecánicos, es decir, mediante presión o flotación; pero en el caso de que se trata aquí, la desagregación por disoludón y el arrastre de los materiales por la acción de la fluidez incrementa los lentos procesos de desintegración mecánica y, en definitiva, a ellos les corresponde la parte prindpal del proceso.»

La aportadón específica de Davis a la teoría de Powell fue visualizar y describir las formas de reheve que, bajo la acdón de los procesos erosi­vos, se van sucediendo en la evolución del paisaje hacia su estadio final.

La contribución de Walter Penck (1924), en la que la morfología de las vertientes se relacionaba con continuos movimientos tectónicos, no ha tenido una aceptación duradera. No obstante, el joven Penck interpretó

388 Antología de textos

ciertos tipos de formas de relieve mejor que Davis, y algunos de sus puntos de vista, como el retroceso paralelo a sí mismos de los escarpes y la dife­renciación de paisajes seniles e iniciales, son constatables en la Naturaleza y significan un avance sobre el primitivo planteamiento davisiano.

En la actualidad los estudios de paisaje han llegado a un momento en que se comienza a aplicar el análisis estadístico a cierto tipo de datos (Strahler, 1950). Este método, si se usa con sentido crítico para que no lleve falsas conclusiones a la mente de los científicos, hace posible una definición mucho más exacta de las formas del terreno, de los procesos y de los postulados. Siempre que los datos básicos se puedan obtener de la observación y la medición de los paisajes, no hay duda que es un método ideal para desentrañar complejos de formas y procesos, cada tino de los cuales está determinado por muchos factores o variables. ¿Qué enfoque puede ser más satisfactorio que éste para enfrentarse, por ejem­plo, con las complicaciones de la circulación de las aguas y el arrasa­miento?

(. .. )

Planteamiento del problema

( - >La concepción davisiana no ha estado libre de críticas incluso en su

propia Universidad de Harvard, donde la importante escuela de Kirk Bryan ha aceptado el retroceso paralelo de los escarpes. Algunos autores desta­cados han llegado a rechazar los conceptos cíclicos por completo (Penck, 1924); otros, entre los que nos contamos, han aceptado la idea general de un ciclo de desarrollo de las formas de reheve sometidas a la erosión, aun cuando consideren que las formas y secuencias concretas difieren sensiblemente de las visualizadas y expuestas por Davis. La diferencia esencial de planteamiento está en la interpretación de la morfología de las pendientes y el modo de entender la evolución de las vertientes.

Según nuestro punto de vista, una vez que ha comenzado el ciclo ero­sivo con la incisión de las corrientes de agua sobre la superficie de un territorio levantado, de acuerdo con el modelo de Davis, es preciso deter­minar rigurosamente el valor del rebajamiento de las vertientes mediante el análisis de su inclinación, teniendo en cuenta que tienden a conseguir una pendiente estable (de acuerdo con las condiciones locales) tras el re­troceso paralelo a sí mismo de sus partes más destacadas. Un ejemplo bien conocido de esto lo ha aportado Kirk Bryan (1922). Al pie de las vertien­tes aparecen pedimentos que descienden con suave inclinación hacia los ríos y cuyo perfil es cóncavo. Así, cuando los interfluvios iniciales son destruidos por el retroceso paralelo de los escapes, los pedimentos opues­tos de valles adyacentes llegan a enlazarse, dando lugar a una amplia convexidad en el territorio interfluvial.

De acuerdo con esta interpretación, el último paisaje en la evolución del territorio es una superficie compuesta por muchos pedimentos coales-

c

Lester King 389

centes; esta superficie se denomina pedjllanura, y se puede diferenciar a primera vista de la penillanura davisiana por su carácter multicóncavo, en lugar de multiconvexo, y por la presencia de relieves residuales desta­cados, en lugar de suaves. La diferencia básica entre ambas no está sim­p le m e n te en la forma — que a veces resulta dudosa, pues se pueden en­contrar concavidades relacionadas con penillanuras— , sino en su distinta historia y modo de desarrollo.

Las dos modalidades de ciclo de erosión se excluyen mutuamente. En un determinado territorio, si se da una, no puede darse la otra. Muchos geólogos consideran que el llamado «Ciclo de erosión normal» correspon­de a climas húmedos, y el «Ciclo de pediplanadón», a climas semiáridos y áridos. Esta opinión no deja de ser absurda. Es lógico que se dé un ciclo y un tipo de formas especiales en las zonas frías, donde el agua se en­cuentra en forma de hielo y los mecanismos de erosión cambian por com­pleto, donde bajo condiciones específicas se forman circos por hielo y deshielo (D. W. Johnson) y donde masas de hielo pulen rocas aborrega­das; pero no es tan lógico, y requiere más investigación que simples dife­rencias en la cuantía e intensidad de la lluvia, en la evaporación o en factores semejantes ,sean capaces de tener unos efectos tan destacados que permitan hablar de dos ciclos enteramente distintos. El agente pri­mario que modela el paisaje en ambos casos, húmedo y árido, es el agua en movimiento, y ha de producir resultados comparables en ambos tipos de regiones.

(...)

La «normalidad» en el paisaje

Los manuales de geomorfología comúnmente se refieren a los siguien­tes tipos de ciclo de erosión: el «ciclo normal», tipificado en los territo­rios templado-húmedos, el «ciclo semiárido» y el «ciclo árido». No estoy de acuerdo con el uso que se hace del término «normal».

Los climas templado-húmedos de Europa y Norteamérica se han con­siderado «normales» por ser característicos de las regiones de origen de la civilización occidental; sin embargo, resultan anormales para los habitan­tes de, por ejemplo, las regiones semiáridas, que están acostumbrados a largos períodos de tiempo estable y soleado y suelen referirse despectiva­mente al inestable tiempo de los climas del Norte. Quienes viven en las regiones semiáridas pueden también afirmar legítimamente que, mientras la acción de las aguas corrientes se puede ver y estudiar de forma directa en el medio donde habitan, el proceso de ataque superficial se encuentra obstaculizado en las tierras septentrionales por cubiertas vegetales con fre­cuencia densas de prados o bosques, que hasta hace poco eran aún más extensos. Sólo desde la Edad Media se ha ido generalizando la deforesta­ción tanto en Europa como en América. Además, las partes septentrionales de ambas estuvieron cubiertas por los glaciares del Pleistoceno; e incluso

(

390 Antología de textos

las áreas que no estuvieron cubiertas por los casquetes de hielo fueron afectadas por un régimen perigladar con permafrost y nevadas en lugar de lluvias. La gran abundancia de depósitos que existe en las vertientes es consecuencia de este régimen.

Y nos preguntamos: ¿Pueden ser consideradas estas regiones como «normales» y servir de base de comparación para los procesos y la evo­lución geomorfológicos? ¿Se trata, por el contrario, de standards comple­tamente anormales asumidos de forma injustificada, aunque comprensible, en los estudios clásicos sobre el tema y que desde entonces se han mante­nido acrí ticamente?

Es ya imprescindible un planteamiento no tendencioso del uso del término «normal». Davis y Cotton (1941) consideraron cualquier desvia­ción de las condiciones templado-húmedas como un «accidente climático», y Davis (1930), incluso después de que se hubiesen reconocido las homolo­gías entre las formas de reheve desarrolladas en condiciones epigenéticas y se hubiese comprobado la presencia de pedillanuras incluso bajo regí­menes húmedos, se reafirmó en « ... la anterior opinión de que el ddo dq erosión, con todas sus peculiares consecuencias, debe ser considerado como un modo de realizarse la erosión húmeda». Hoy en día un observa­dor impardal que estudie el mundo en su totalidad puede muy bien llegar a una condusión del todo diferente.

De lo que se trata es de definir qué es lo «normal» en las formas de reheve epigenéticas. Para ello hay que dejar muy daro un punto previo: quien vaya a estudiar los procesos normales de evolución del paisaje, los tipos normales de formas de reheve y el modo normal de desarrollo de la morfología ha de hacerlo en regiones semiáridas. En ellas podrá ver, con drenaje exorreico, el tiempo estable y el tipo de predpitaciones que carac­teriza la mayor parte de la Tierra y el modo en que dichas precipitaciones se distribuyen. En ellas se soslayarán las complicaciones introduddas por los cambios climáticos dd Pleistoceno. En ellas, también, se podrán anali­zar con más facilidad los elementos morfológicos de las vertientes, el activo desarrollo del paisaje consecuente al retroceso de los escarpes y los procesos de pedimentadón; en definitiva, d modo más eficaz de evoludón.

Cualquier desviadón de la semiaridez tanto hacia una mayor humedad como hacia una mayor aridez provoca la acumulación de derrubios en d paisaje, lo que es síntoma de una disminución de la capaddad de evb- ludón del paisaje.

(. . .)

Principios de evolución del paisaje1) El paisaje es fundón del proceso, la etapa y la estructura. La im­

portancia relativa de éstos viene indicada por el orden en que se citan.2) El calificativo «epigenético» aplicado a paisajes quiere decir «en

la superficie» o «subaéreo». Exduye los paisajes modelados bajo una cu­bierta sólida de hielo, y debe sufrir ciertas modificadones en las regiones con permafrost.

(

Lester King 391

3) Existe una homología general entre todos los paisajes epigenéticos. Las diferencias entre formas de reheve de medios templado-húmedos, semiáridos y áridos son sólo de grado. Así, por ejemplo, monadnocks y montes-islas son homólogos.

19) El pedimento es la forma de relieve fundamental a la que tienden a ser reduddos todos los paisajes epigenéticos.

23) Los primeros estudios sobre el ciclo de erosión trataron de Europa y el nordeste de Norteamérica, áreas que en un pasado estuvieron some­tidas a un clima gladar o perigladar. Estos territorios y paisajes se consideraron «lo normal» en la superficie terrestre; ello es una concepdón errónea que no se puede seguir manteniendo.

24) El tipo standard o «normal» de paisaje, tanto en la actualidad como en el pasado geológico, es el semiárido con extensos pedimentos y retroceso paralelo de los escarpes.

25) Como consecuenda de lo anterior, donde mejor se observan los procesos de erosión y la evoludón de las formas de reheve es en las regiones semiáridas.

35) La forma de reheve cíclica final es la pedillanura, que viene a ser una amplia coalescenda de pedimentos. En ella los reheves residuales son escarpados y tienen pendientes cóncavas.

37) La penillanura en el sentido davisiano, resultante de la redue- dón de las pendientes y su arrasamiento, no puede existir en la Natura­leza. Debe ser redefinida como «forma de reheve imaginaria».

44) El paisaje, una vez reducido a pedillanura, puede permanecer en tal situadón durante un tiempo indefinido sin la menor alteradón, hasta que se produzca algún cambio tectónico o climático.

45) No obstante lo anterior, continuamente se registran pequeños cambios como consecuenda de retoques y ligeros desequilibrios entre los pedimentos. Esta dinámica, insignificante en d conjunto del paisaje, ya que sólo alcanza a remover unas pocas pulgadas de material, da lugar a diferendas significativas en los depósitos superfidales de los pedimentos.

46) Las superfides de erosión pueden ser datadas por medio de los depósitos que se encuentran sobre ellas. Son «efectivas» las edades fijadas por datadón directa de depósitos en un lugar determinado. Son «com­parativas» las edades en reladón con d momento en que se produjo d arrasamiento y se obtienen con base en los depósitos más antiguos

47) En las superficies de erosión se pueden encontrar depósitos de cualquier edad, desde la más antigua, usada como datadón «comparativa», hasta d presente.

(. . . )

(

Í

49) Un mayor uso de métodos cuantitativos es necesario en el estudio del paisaje; también es muy necesaria una cartografía morfológica más extensa.

50) Según se vaya disponiendo de mejor información, el análisis esta­dístico se irá haciendo una técnica más útil en el estudio del paisaje.

392 Antología de textos

(

LAS TENDENCIAS ACTUALES DEL PENSAMIENTO GEOGRAFICO

Capítulo 3

' /(

(

LOS LUGARES CENTRALES DEL SUR DE ALEMANIA: INTRODUCCION **

Walter Christaller *

1. ¿Existen leyes que puedan determinar el número, el tamañoy la distribución de las ciudades?

En la bibliografía reciente sobre geografía de los asentamientos, puede apreciarse, de acuerdo con Gradmann, una clara distinción entre asenta­mientos rurales y asentamientos urbanos. Gradmann tiene razón cuando habla de «dos cosas tan sustancialmente distintas como son el pueblo y la ciudad». Es evidente que la vida del pueblo hunde sus raíces fundamen­talmente en el aprovechamiento de la tierras con fines agrícolas. La rela­ción entre el número de personas que habitan en pueblos y caseríos y la superficie territorial también es, por tanto, evidente: hay allí tantos habi­tantes como pueden ser alimentados, usando determinadas técnicas agríco­las y de organización económica para el aprovechamiento del suelo. Lo que

* Walter Christaller (1893-1969). Además del que corresponde al texto traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Christaller, W. (1950): Das Grundgerüst der raumlichen Ordnung in Europa. Die

Systems der europáischen zentralen Orte, Frankfurt am Main, W. Kramer. Christaller, W . (1963): «Some Considerations on Tourism Location in Europe: The

Peripheral Regions Underdeveloped Countries-Recreation Areas», Papers and Pro- ceedings o f the Regional Science Association, Papers X I I (Lund Congress), pp. 95- 105.

Christaller, W. (1968): «How I Discovered the Theory of Central Places: A Report about the Origin of Central Places», en English, P. W., y Mayfield, R. C., Eds. (1972): Man, Space and Environment. Concepts in Contemporary Human Geo­graphy, Nueva York y Londres, Oxford University Press, pp. 601-610.* * Christaller, W. (1933): Die zentralen Orte in Süddeutschland. Eine okono-

mischgeographische Untersuchung über die Gesetzmassigkeit der Verbreitung und Entwicklung der Siedlungen mit stadtiscben Funktionen, Jena, Gustav Fischer; «Ein- leitung», pp. 11-20. Traducción de Monika Kielmannsegge.

395

c /

396 Antología de textos

ya no es tan evidente es si estas personas viven en grandes núcleos, es decir, en grandes pueblos compactos o en pequeños pueblos, en aldeas o en caseríos. Los estudios realizados por Gradmann y otros han aclarado plenamente estas relaciones: casi siempre predomina una determinada forma de asentamiento dentro de un área específica.

Las cosas son distintas en la ciudad. En una misma región encontra­mos ciudades grandes y pequeñas de todas las categorías. En algunas zonas se amontonan de forma espectacular, aparentemente sin motivo lógico, mientras que en otras amplias áreas no existe ninguna población que merezca la denominación de ciudad, muchas veces ni siquiera la de centro de mercado. Se insiste siempre en que las relaciones entre la ciudad y la actividad laboral de sus habitantes no son casuales, sino fundadas en su propia naturaleza; pero, entonces, ¿por qué hay ciudades grandes y pe­queñas?, y ¿por qué están tan irregularmente distribuidas?

Nosotros tratamos de buscar una respuesta a esta pregunta; buscamos la razón por la que una ciudad es grande o pequeña, porque creemos que en la distribución tiene que prevalecer algún principio ordenador que hasta ahora no hemos podido reconocer.

Estas cuestiones son de interés no sólo para el geógrafo, sino también para el historiador, el sociólogo, el economista y el estadístico. Sin embar­go, tan sólo una vez se llevó a cabo un intento importante de hallar auténticas leyes de distribución y tamaño de las ciudades: el autor de este intento fue Kohl, hace casi cien años. Los juicios emitidos a este respecto son curiosamente contradictorios: en la mayoría de los casos se le reprocha a Kohl el haberse alejado demasiado de la consideración de la naturaleza. Así, por ejemplo, Ratzel considera que no hay que alejarse demasiado de la «verdad» (Wahrheit) (entendida como realidad) si se pretende aportar una contribución científica, A su vez, Hassert mantiene que la naturaleza es demasiado variada como para dejarse encerrar en un esquema basado en modelos preestablecidos; por el contrario, Hettner valora el trabajo de Kohl, al sostener que descubrió unas reglas que, «en su mayor parte, siguen teniendo validez hoy en día». Y Schlüter, por su parte, afirma que el problema de fundamentar la red de comunicaciones sobre bases teóricas ha sido resuelto «de una vez para siempre» por Kohl; también Sax trabajó sobre «las leyes normativas de circulación desarro­lladas por Khol». El genial intento de Kohl fracasó, sin embargo, en su objetivo de hallar leyes para el tamaño y distribución de las ciudades: pero no porque su procedimiento fuera demasiado abstracto, sino porque partía de premisas fundamentalmente erróneas; la prueba la encontrare­mos en el trabajo presente.

Pero ¿cómo hallar una explicación general para el tamaño, el número y la distribución de las ciudades? ¿Cómo encontrar leyes?

¿Puede acaso la investigación puramente geográfica suministrar una explicación? Éste tipo de investigación parte generalmente de la investiga­ción topográfica y geográfica, para explicar después simplemente que en un lugar preciso «tenía que levantarse» una ciudad, y que, en caso de

(

Walter Christaller 397

condiciones de situación muy favorables, la ciudad había de tener un d e s a rro llo particularmente favorable; pero, en esta perspectiva, no se tiene en cuenta que existen innumerables localizaciones igual de favora­bles, si no mejores, donde no se ha levantado ninguna ciudad, y que, a la inversa, pueden hallarse ciudades en localizaciones muy poco propicias, a veces incluso ciudades muy grandes. No es posible dar una explicación sobre el número ni sobre la distribución o el tamaño de las ciudades, basándose únicamente en las circunstancias geográficas naturales. Ya en 1902, Hettner había llamado la atención sobre la importancia de la in v e s tig a c ió n del número y de la distancia media entre núcleos de similar nivel económico. Desde entonces, raramente faltan estos cálculos en mo­nografías de geografía de los asentamientos. Pero este camino, sin embar­go, no ha llevado a leyes claras y generalizadas.

¿Puede, tal vez, la investigación histórica darnos una respuesta gene­ral? Si se analizara detenidamente el desarrollo de todas las ciudades desde su origen hasta el momento actual, se podrían obtener reglas específicas con valor definido en el espacio y en el tiempo; se puede introducir un cierto orden en la multiplicidad de los casos, pero la investigación histó­rica nunca podrá suministrar, por sí sola, el principio ordenador. La prueba de ello la tenemos en la escuela histórica de economía nacional: ha sacado a la luz una gran cantidad de hechos documentales, pero no ha podido llegar con el método histórico a formular leyes económicas válidas.

¿Avanzaríamos, entonces, más con el método estadístico? Se puede calcular la densidad demográfica de una zona, la distancia media entre dos ciudades, se pueden definir categorías por tamaño y contabilizar la canti­dad de ciudades que existen en cada categoría de tamaño; de este modo cabe hallar la frecuencia y los valores medios, tal vez ciertas regularidades y combinaciones frecuentes de fenómenos: pero la estadística sola no puede aportar la prueba lógica de que se trata de auténticas leyes.

Llegados a este punto, es necesario establecer si realmente son leyes las que determinan el tamaño y la distribución de las ciudades y si es posible reconocerlas.

Si la geografía de los asentamientos fuera una disciplina de las ciencias naturales, por lo menos en gran parte, como puede parecer de acuerdo con algunos autores, no cabría ninguna duda sobre la existencia de leyes naturales, porque todo fenómeno natural se basa en estas leyes. Pero nosotros somos de la opinión de que la geografía de los asentamientos es una disciplina de las ciencias sociales, claramente determinante para el nacimiento, desarrollo y decadencia de las ciudades, es la actividad de sus habitantes, que encuentran allí su medio de vida. Para la existencia de la ciudad, los factores económicos son, pues, decisivos — y es evidente que también lo son para los asentamientos rurales, donde el hábitat es al mismo tiempo lugar de producción— . Por esta razón, la geografía de los asen­tamientos forma parte de la geografía económica. Hay que recurrir a la teoría económica para explicar la naturaleza de las ciudades, y si existen leyes en la teoría económica, también tiene que haber leyes en la geografía

4

398 Antología de textos

de los asentamientos. Pero se trata de leyes económicas de un tipo particu­lar que podrían ser consideradas leyes geográfico-económicas. Si existe la posibilidad de aplicar leyes económicas es algo que no puede ser contes­tado en este momento; el autor está convencido de ello, manifestándose así de acuerdo con la mayoría de los economistas. Sin embargo, estas leyes son de un tipo distinto que las leyes naturales, pero no por ello menos «váli­das». Tal ve2 sería más correcto denominarlas «reglas» y no «leyes», porque sus efectos no son tan inexorables como los de las leyes de la naturaleza. Pero como no estamos ahora tratando de llevar a cabo una investigación sobre la teoría del conocimiento, creemos que la terminología no es tan importante. Nos parece suficiente’ retener el hecho de que exis­ten leyes económicas que determinan la vida económica, y, en conse­cuencia, que también tiene que haber leyes específicamente económico- geográficas que determinen el tamaño, el número y la distribución de las ciudades. Por lo tanto, no nos parece inútil buscar tales leyes.

Un segundo tema sigue estando planteado: ¿qué entendemos por «ciudad» y entre qué límites se sitúa el concepto? Se dará una respuesta a esta pregunta en la primera parte de este libro.

2. Observaciones sobre los métodos y fuentes de la presente investigación

Parece oportuno dar una razón por la que el presente trabajo se aparta del procedimiento habitual en la investigación geográfica. El procedimien­to seguido aquí es más sintético en la primera parte para hacerse predo­minantemente analítico en la tercera. La finalidad del trabajo, sin embar­go, es muy concreta: descubrir y explicar los hechos relativos al tamaño, número y distribución de las ciudades en la Alemania del Sur. Pero no comenzaremos con una descripción de la realidad, sino con una teoría general, puramente deductiva. Creemos que es necesario partir de tan lejos, ya que no existe absolutamente ninguna teoría coherente acerca de los fundamentos económicos de la naturaleza de las ciudades, teoría que es, sin embargo, indispensable para hallar determinadas leyes.

La razón por la que anteponemos la parte teórica es de orden prác­tico: es necesario desarrollar los conceptos imprescindibles para la pos­terior descripción y análisis de la realidad, y proporcionar una introduc­ción al razonamiento económico. Para esta división del trabajo ha sido también determinante una consideración fundamental: en las disciplinas científico-sociales la teoría no puede ser hallada de modo inductivo, sino de modo deductivo. Por lo tanto, resulta superfluo anteponerle la des­cripción de la realidad; la teoría tiene una validez independiente de la realidad concreta, una validez basada en su lógica y coherencia internas. Confrontando después la teoría con la realidad, podremos saber, en primer lugar, hasta qué punto la realidad corresponde a la teoría y se explica mediante ésta; y, en segundo lugar, qué aspectos de la realidad no coin­ciden con la teoría y no pueden, por tanto, ser explicados por ella. Estos

(

Vfalter Christaller 399

hechos no explicados pueden entonces ser aclarados con el método histó­rico y geográfico. Se trata, en efecto, de «resistencias» particulares históri­cas y naturales de hechos que obligan a desviaciones de la teoría; no tienen nada que ver con la teoría en sí, y, por lo tanto, no pueden en absoluto ser aducidos como prueba contra el acierto de la teoría. Alfred Weber, quien siguió con éxito este camino para el desarrollo de su teoría de la localización, ha popularizado la denominación «verificación de la teoría» gara este procedimiento.

Hay que poner también expresamente de manifiesto que la teoría aquí presentada no es completa. De hecho nos referimos tan sólo a aquellas re­laciones y procesos que resultan particularmente significativos para la aclaración de las preguntas concretas que nos hemos planteado; por ello, la teoría no es estrictamente sistemática, sino sobre todo pragmática.

Entre la parte teórica y la parte regional hemos tenido que introducir otra que actuará de nexo de unión, en la que se desarrollan los métodos y principios con la ayuda de los cuales se puede determinar concretamente los núcleos que en este momento desempeñan una función de ciudades, representar numéricamente su tamaño y hasta dónde llega su zona de in­fluencia. De esta forma, nuestro trabajo se articula en cuatro partes: la primera parte la constituye el intento de elaborar una teoría; en la segunda se expone un método para comprender mejor la realidad; la tercera con­siste en la descripción descriptiva y explicativa de la realidad; en la última parte se procede a la verificación de la teoría y se presentan los resultados generales obtenidos para la geografía de los asentamientos. -

Hay que mencionar de forma expresa la procedencia de los funda­mentos teóricos que se exponen en la primera parte de este trabajo: en su mayoría proceden de la nueva corriente teórica de la economía que, apoyándose en la escuela clásica de Smith, Ricardo y Thünen, se basa de manera especial en los trabajos de la escuela de utilidad marginal (Menger, Von Wieser, etc.) y, por otra, en la orientación sociológica de la Nueva Escuela Histórica, y, sobre todo, en Sombart y Max Weber.

Desgraciadamente, la economía teórica se ocupa todavía muy poco de las relaciones espaciales y de las influencias del espacio, concediendo, en cambio, una excesiva importancia al elemento tiempo. Esto lo podemos observar en los trabajos de Bohm-Ba'werk y, más recientemente, también en los trabajos de Cassel y de la teoría coyuntural. La escuela de Harms está tratando de investigar los fenómenos del espacio para incorporarlos a la teoría económica, después de que el propio Harms llamase la atención sobre la diferencia, ya manifestada en los principios teóricos y que, en parte, se debe a las diferencias en la extensión del espacio, entre la eco­nomía nacional y la economía mundial. Por el mismo motivo, se podría tratar por separado una teoría de las «pequeñas economías» que abarcaría principalmente las relaciones locales de mercado y las relaciones sociológicas de vecindad, con sus propias leyes particulares. Las expresiones «economía espacial» y «teoría estructural» adoptadas en este contexto (y que, en cualquier caso, no son todavía de uso común) son, entre otras cosas, bas-

/

400 Antología de textos

tante poco claras y, por tanto, desaconsejables; la primera sirve para indicar los desarrollos económico-teóricos de las relaciones y procesos espa­ciales, partiendo de la consideración del hecho de que toda actividad económica actúa mediante relaciones espaciales; la segunda se refiere al análisis teórico de los fenómenos económicos concretos («estructura») en toda su interdependencia espacial y temporal concreta.

Prosiguiendo el pensamiento y postulados de Harms, Weigmann ha publicado recientemente su trabajo Ideas para la teoría de la economía espacial, donde el concepto «área económica» ocuparía un lugar preciso en la construcción de la economía teórica. Entre otros autores menos re­cientes, Eugen Dühring se había planteado los temas espaciales desde un punto de vista teórico, mientras Albert Schaffle estudiaba también estas cuestiones, pero sin enfocarlas teóricamente.

No queremos dejar de recordar que P. H. Schmidt nos ha proporcio­nado una excelente puesta a punto del tratamiento de problemas geográ­ficos generales por los estudiosos de la economía.

Sólo muy pocos tratadistas económicos son plenamente conscientes del hecho de que toda relación y todo proceso económicos están vinculados al espacio, y que esta vinculación al espacio también es un elemento consti­tuyente de estas relaciones o procesos, por lo que no pueden ser conce­bidos sin ella. Pero cuando esta vinculación al espacio es aclarada por la teoría económica y descubiertas sus leyes específicas, se obtienen resul­tados de gran utilidad, no sólo para la economía, sino también para la geografía. Por ello tanto los economistas como los geógrafos, cuando de­sean resolver problemas geográfico-económicos, tendrán que referirse siem­pre a la obra fundamental de Thünen El Estado aislado. Thünen se ocupa preferentemente de las condiciones agrarias y trata de buscar una res­puesta a la siguiente pregunta: ¿cuáles son las leyes económicas que rigen la distribución del espacio entre los distintos tipos de producción agraria? El método que utiliza del aislamiento y posterior tratamiento matemático de los elementos aislados es imprescindible en cualquier investigación teó­rica- de la economía. Lo que resulta extraño es que en la literatura geográ­fica rara vez se haga referencia a esta obra tan importante para la geografía económica, con la honrosa excepción de Sapper, quien expone las ense­ñanzas de Thünen en su Geografía general de la economía y del transporte, y de Lautensach, quien se refiere a ella en su Geografía general. En un ensayo de Pfeifer, que da una visión generalizada sobre la aplicación de conceptos «de economía del espado», las referencias a Thünen son breves, casi de carácter secundario; el libro de Hermann Wagner ni lo menciona. Sin embargo, P. H. Schmidt, por el contrario, hace una extensa mención de la importancia de este clásico de la teoría geográfico-económica.

Basándose en las ideas de Thünen y completándolas, Alfred Weber ha desarrollado una teoría de la localización industrial en la que las relaciones espaciales puras quedan por fin reintroducidas en la teoría económica; es por lo que el trabajo tanto de economistas como de geógrafos especiali­zados en geografía económica se apoya ahora sobre este nuevo principio.

Walter Christaller 401

Hasta ahora únicamente Englander ha conseguido relacionar todos los ele­mentos de la teoría económica con las relaciones espaciales, analizando ¿n particular la dependencia de los precios, núcleo de la teoría económica, con dependencia a la distancia del mercado, así como otros factores es­paciales. , . ,

Aparte de los trabajos de estos tres autores, no hay ningún otro tra­bajo de cierta envergadura que se haya ocupado del significado del trabajo en la teoría económica; sólo podríamos, en todo caso, mencionar traba­jos menores: el trabajo de Furlan sobre el «hinterland» de los puertos, así como algunas aportaciones indudablemente importantes de Schilhng, P. Krebs, Dobeler y Schneider sobre problemas específicos publicadas en la revista Tecknik und Wirtschaft bajo el título genérico «Economía de los transportes y geografía económica». Para ciertos aspectos, cabe citar el estudio de Sax: Medios de comunicación en la economía política.

Por último, hemos de recordar el Sistema de la sociología de Oppenhei- mer, que se estructura en gran parte sobre relaciones espaciales. Para Oppenheimer, conceptos como los de «mercado», «cooperación» y otros son concebidos en términos concretamente espaciales. Aunque la obra es muy sugerente, tenemos que reconocer que las numerosas «leyes» que en ella se mencionan, como la «ley del volumen del mercado», la «ley de los flujos», la «ley de la resistencia del transporte», la «ley básica geocéntri­ca», etc., no son de utilidad para nuestra investigación, ya que son dema­siado generales y, por tanto, poco exactas.

Para alcanzar los fines fijados, es decir, descubrir los efectos espaciales de las leyes y reglas económicas sobre la geografía de los asentamientos, tenemos que recorrer un camino nuevo, pero, en gran parte, ya trazado por Thünen, Alfred Weber y Englander. Queremos referirnos una vez más a la obra de estos autores, para evitar repetir en exceso estas citas a cada ocasión. La teoría presentada en la primera parte de este trabajo podría llamarse también «teoría de la localización de las profesiones e instituciones urbanas», y constituir así un complemento a la teoría de la localización de la producción agraria de Thünen y de la localización industrial de Weber, de las que Englander elaboró un marco común.

(/

GEOGRAFIA TEORICA. UNA METODOLOGIA GEOGRAFICA **

William Bunge *

La discusión de metodología que se presenta aquí trata de relacionar a la geografía con la ciencia. El alcance de la discusión se extiende más allá de la consideración de la mera teoría científica, puesto que es necesa­rio establecer las relaciones entre teoría y otros aspectos de la ciencia, especialmente entre teoría y hechos (descripción) y entre teoría y lógica (matemáticas). En la primera parte se introduce una filosofía general de la ciencia, con énfasis en el lugar de la teoría. En la segunda se discuten dos problemas relacionados con considerar a la geografía como una ciencia. Estos dos problemas se refieren al papel de la descripción en geografía y a la predecibilidad de los fenómenos geográficos. La tercera y última parte, que se inspira ampliamente en Schaefer, sugiere una metodología

* William Bunge (1928). Además de los que corresponden a los textos traducidos en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Bunge, W. (1968): «Fred K. Schaefer and the Science of Geography», Harvard

Papers in Theoretical Geography. Special Papers Series, Paper A, pp. 1-21; re­producido de forma resumida en Annals o f the Association of American Geogra­phers, L X IX , 1, 1979, pp. 128-132.

Bunge, W. (1971): Fitzgerald: Geography o f a Revolution, Cambridge, Massachusetts, Schenkman Publishing Company.

Bunge, W. (1973): «La ética y la lógica en geografía», en Chorley, R. J ., Ed. (1973): Nuevas tendencias en geografía. Traducción de J . Hernández Orozco, Madrid, Ins­tituto de Estadios de Administración Local, 1975, pp. 477-500.

Bunge, W., y Bordessa, R. (1975): The Canadian Alternative: Survival, Expeditions and Urban Change, Toronto, York University, Atkinson College, Department of Geography, Geographical Monographs, 2.* * Bunge, W . (1962): Theoretical Geography, Lund, The Royal University of Lund

(Lund Studies in Geography. Ser. C. General and Mathematical Geography, 1), C. W. K. Gleerup Publishers; I : «A Geographie Methodology», pp. 1-13. Traducción de Josefina Gómez Mendoza.

402

(

Vyilliam Bunge 403

científica para la geografía y pone de manifiesto las relaciones entre geo­grafía regional y descriptiva, sistemática y teórica, cartográfica y ma-

A fin de considerar la metodología en la perspectiva que se pretende, hay que tener presentes ciertas reglas fundamentales. Los argumentos históricos que sostienen o atacan posiciones metodológicas no son utiliza­dos. Se citará literatura geográfica contemporánea de preferencia sobre la literatura geográfica antigua por contener la primera la sabiduría acumu­lada de la geografía. Además, no se recurre a la literatura geográfica antigua porque los grandes hombres de nuestro pasado podrían sostener, en la actualidad, a la vista de los acontecimientos más recientes, opiniones dife­rentes de las que sostuvieron. Aunque la literatura contemporánea es útil, la verificación última de una posición metodológica es su capacidad paira producir verdaderos resultados. La pregunta esencial es: «¿Da lugar la metodología a resultados geográficos fructíferos?», una pregunta que será contestada en capítulos ulteriores, no en éste.

I UNA FILOSOFIA GENERAL DE LA CIENCIA.LA FUNCION ESENCIAL DE LA TEORIA

Resulta útil dividir la ciencia en tres elementos: la lógica, los hechos de observación, y la teoría. La lógica incluye las matemáticas y tiene que ver con las relaciones entre símbolos. Los sistemas lógicos no esta­blecen enunciados respecto del mundo real o factual. Los hechos de obser­vación deben de ser designados operacionalmente, ya que sólo a través de la descripción exacta de cómo ha sido hecha una observación se puede identificar un hecho particular. Una teoría se forma por la unión de un sistema lógico con hechos definidos operacionalmente. La teoría es el corazón de la ciencia, porque una teoría científica es la clave para los rompecabezas de la realidad. Se descubre, no ciegamente, como Colón descubrió América, sino con gran ingeniosidad e inventiva, como se des­cubre una regla para salir de un laberinto. La teoría tiene el poder, e incluso la exigencia, de predecir. Si una teoría no es capaz de predecir, es que no ha descubierto una regla de la realidad. La creación de la teoría es difícil, porque el científico debe integrar con éxito los símbolos pura­mente lógicos de las matemáticas con un conjunto de hechos de obser­vación.

a) Requisitos que una teoría debe cumplirPara ser efectiva una teoría debe cumplir ciertos requisitos que inclu­

yen claridad, simplicidad, generahdad y exactitud. La claridad se alcanza cuando una teoría se presenta en forma matemática, ya que la forma matemática asegura la transparencia y la ausencia de contradicción. El lenguaje tiene una estructura lógica y puede suministrar una trama para

c

404 Antología de textos

enunciados sobre hechos sensibles. Sin embargo, una teoría verbalizada tiende a la transparencia incompleta y a no estar totalmente exenta de la posibilidad de contradicción. Así, la ciencia, en su búsqueda de la claridad, se ve obligada en último extremo a utilizar formas matemáticas.

(...)Los otros tres requisitos — simplicidad, generalidad y exactitud— están

íntimamente relacionados. La simplicidad se obtiene minimizando las va­riables. La generalidad es producida por ampliación del alcance de la infor­mación contenida. La exactitud se logra a través de la total especificidad. La tensión se produce porque la simplicidad y la generalidad tienden a producir inexactitud. De hecho, ninguna teoría se ajusta exactamente a los hechos observables. La constante insatisfacción con la simplicidad, la generalidad y la exactitud de las teorías existentes suscita nueva labor teórica. Sin embargo, nunca se abandona una teoría, cualquiera que sea su nivel de deficiencia, hasta que no se ha producido una mejor.

b) Plausibilidad. Un falso requisito teórico

Contrariamente a una opinión ampliamente difundida, la plausibilidad o realidad intuitiva de una teoría no constituye una base válida para juzgar una teoría. El rechazo de esta noción de sentido común ha ejercido un efecto vital en la aceleración tanto de las ciencias modernas como de las matemáticas.

(...)Este concepto es difícil de captar porque contradice la experiencia

diaria. Quizá pueda ser más fácilmente captado si se examinan algunas características adicionales de la teoría. Múltiples teorías que se refieren a un simple fenómeno pueden coexistir en la ciencia si concuerdan. sobre el mundo observable. Cuál de varias teorías es más plausible es una pre­gunta que nunca se hace.

Esta dificultad respecto de la plausibilidad — la realidad intuitiva-- de las teorías confundió a Kant. Sostuvo que los humanos hemos nacido con ciertos poderes para distinguir lo real de lo no real. ¡Como principal ejemplo de ello utilizó la supuesta realidad irrefutable y exclusiva de la geometría euclidiana! A pesar del rechazo del punto de vista de Kant respecto de la plausibilidad, la noción todavía colea. La plausibilidad no parece ser más que familiaridad desde el momento en que los requisitos varían de generación en generación. Las teorías de Newton son conside­radas reales y plausibles en nuestros días, pero fueron consideradas irrea­les y no plausibles en su tiempo.

La pregunta pragmática esencial respecto a la plausibilidad es: «¿Pue­den los científicos confiar en tener éxito si toman prestadas teorías origi­nariamente inventadas en otros campos del conocimiento?» Sin duda, por muy poco plausible que pueda parecer. Es un hecho comprobado que una vez que la teoría ha sido producida, ha sido a menudo utilizada para una variedad de temas. En este sentido, existe una unidad de conocimiento.

(

William Bunge 405

Para dar contenido a esta afirmación, se ofrecen a continuación algunos ejemplos propios de la geografía.

Considérese el artículo de Enke «Equilibrio entre mercados separa­dos espacialmente. Solución a través de analogía eléctrica». ¿Puede espe­rarse, como él sostiene, que la electricidad tenga un comportamiento similar a un sistema económico espacial? Sí, porque se ha hallado que las matemáticas subyacentes pueden ser traducidas en ciertos aspectos cuida­dosamente seleccionados de ambos temas. Un segundo ejemplo de emprés­tito de teorías puede obtenerse en «Un modelo continuo de transporte», de Beckmann. Es sugerido por la hidrodinámica. ¿Puede esperarse que el agua se comporte al igual que un sistema económico espacial? Una vez más son las matemáticas las que pueden ser utilizadas para ajustar las características de ambos tipos de fenómenos. Si los científicos sociales se encuentran a la defensiva por haber estado tomando a préstamo teorías y matemáticas utilizadas antes en otros campos, les puede tranquilizar el hecho de que exista reciprocidad. En efecto, la programación, que fue inicialmente utilizada en las ciencias sociales, está siendo utilizada ahora para diseñar redes eléctricas.

Una teoría formulada originariamente en un campo es habitualmente modificada cuando se aplica a otro. Por ejemplo, Richards en «Ondas de choque en la autopista» se aparta de forma radical de la teoría newto- niana que inspira directamente su teoría. Elimina el concepto de masa y define la velocidad como inversamente relacionada con la densidad: por ejemplo, cuanto más densos son los vehículos sobre la autopista, más despacio circulan. A pesar de alteraciones tan radicales puede resultar preferible para el científico construir nuevas teorías como aspectos de viejas, incluso hasta el punto de retener el vocabulario de las originales. En realidad, al hacerlo está tratando de relacionar la lógica implícita abstracta de una teoría con otra cuyas reahdades cree que son similares. Todo es plausible en la construcción de teorías. Los investigadores que rehúsan tomar a préstamo por lo menos parte de las teorías de otros campos científicos se sitúan a sí mismos en posición desventajosa. Tan sólo las grandes inteligencias son capaces de descubrir una aproximación radicalmente nueva. Se puede incluso argumentar que teorías análogas son superiores al simplificar nuestro conocimiento y que, por tanto, deben ser ellas las deliberadamente perseguidas. Esto no autoriza a los inves­tigadores a razonar de forma difusa a través de analogías expresadas verbalmente. Es indudable que en última instancia la teoría debe soldar rigurosamente los hechos de observación a las matemáticas, de forma que la teoría sea lo suficientemente explícita como para ser verificada, y deben realizarse verificaciones frente al mundo factual para determinar el mérito de la teoría.

La teoría científica, el corazón de la ciencia, es un intercambio entre concepto y objeto percibido. Los científicos tratan de hacer generaliza­ciones convenientes que correspondan a la realidad y cualquier nocion de plausibilidad es considerada como metafísica.

406 Antología de textos

II. DOS PROBLEMAS RELATIVOS A LA CONSIDERACION DE LA GEOGRAFIA COMO UNA CIENCIA

El análisis metodológico se centra en la cuestión de la relación entre geografía y ciencia. No se discute aquí lo que parece ser consenso ge­neral de los geógrafos americanos: definir el objeto de la geografía rnmn ciencia de la superficie de la tierra y de los fenómenos de significación humana. Este acuerdo confiere una amplia unidad a la geografía. Los ar­gumentos que se presentan se refieren a la forma en que este tema debe de ser abordado.

Hay en particular dos problemas que dificultan el tratar a la geografía como una ciencia. El primer problema se refiere a la función de la des­cripción en geografía y el segundo a la posibilidad de predicción de fenómenos geográficos.

a) La función de la descripción en geografía

Una cuestión metodológica a menudo suscitada en geografía se refiere a la cuestión de la descripción. La cuesdón reviste dos formas: primero, ¿es científica la descripción?, y segundo, ¿es la descripción algo peculiar­mente geográfico?

Hay autores que mantienen que la descripción no es científica. Esta posición no es mantenible. Existe una infinidad de hechos a nuestro al­rededor y cualquier descripción de ellos es forzosamente muy selectiva. Puede que se haga esta selección al a2ar, pero los geógrafos siempre están buscando hechos que consideran significantes. La significación sólo puede ser juzgada en relación con algún otro fenómeno. El estableci­miento de esta relación significa que se ha formulado una teoría. Los lla­mados «simples geógrafos descriptivos» no van por el mundo con la cabeza vacía. Tienen la sensación de un área y una bien desarrollada in­tuición espacial. Ello significa que poseen teoría, por muy vaga, implícita y quizá subconscientemente que esté formulada. Fuera de este proceso de descripción ha aparecido teoría progresivamente explícita y rigurosa. No hay lugar a dudas. La descripción es, por naturaleza, científica.

Existen no obstante diferencias operadonales reales entre los intere­sados por la descripción y los interesados por la «ciencia». Mientras que los primeros, que piensan a través de esquemas dasificatorios, gastan tan sólo cierto esfuerzo en teoría implídta, invierten, en cambio, más esfuerzo en inventariar, en completar su dasificación. Su trabajo se vuelve repetitivo. Descubrirán evidentemente tantas categorías y clases en su dasificación como busquen. Confían en que algún día, en alguna forma, alguien encontrará que sus resultados son de gran valor. Por el contrario, los «científicos» concentran sus esfuerzos más en las ideas y en la ima­ginación. Paradójicamente, están mucho menos interesados en estadísticas, en el sentido del World Almanach, que los «descriptores». Los «cientí­ficos» están, sin embargo, mucho más interesados por las matemáticas

(

William Bunge 407

—a menudo altas matemáticas abstractas— que usan como soporté para sus teorías. Imaginan más y repiten menos.

Lukermann y otros consideran que la geografía es particularmente descriptiva y que la descripdón merece un lugar primordial en la inves­tigación geográfica.

En geografía, como en cualquier otra dencia, existe una continua interacción entre lógica, teoría y hechos (descripción). Ninguna puede estar separada de las demás. Debido a su inseparabilidad, es absurdo mantener que una de las tres, en este caso la descripción, sea «más geo­gráfica» que las demás. Las tres son geografía. El problema en geografía, como en cualquier otra dencia, reside en tratar de encontrar la manera más económica de ordenar nuestra percepción de los hechos. En esta continua búsqueda de la eficiencia hay que preguntarse: «¿Dónde está el cuello de botella?» Sin vacilación, hay que contestar que está en la construcción de teorías.

(. . .)

b) La predecibilidad de los fenómenos geográficosLa cuestión de la posibilidad de predicción es crucial desde el mo­

mento en que es el requerimiento básico de toda teoría. La predecibili- dad de los fenómenos geográficos depende a su vez de la respuesta a la pregunta: ¿Son los fenómenos geográficos únicos o generales? Si son únicos no son predecibles y no se puede construir teoría. Si son gene­rales, son predecibles y sé puede construir teoría. La darificación de esta cuestión debe obtenerse de la filosofía de la denda. La ciencia asume que los fenómenos son generales, no únicos. Que un fenómeno sea único o general puede ser considerado como una cuestión de punto de vista o de propiedad inherente al propio fenómeno.

1. La unidad como punto de vista

Imagínese que somos observadores extraordinariamente agudos; si ob­servamos de muy cerca dos objetos cualquiera, encontramos que son totalmente diferentes, ya que nos parecerá que cada propiedad es dife­rente. Supongamos que estamos considerando dos rocas blancas. ¿Su

: color es idéntico? Naturalmente que no. Por lo tanto, llamarlas blancas a las dos es un error. Es evidente que si miramos de cerca a todas las rocas encontraremos que no hay dos del mismo color. Por tanto, para ser precisos, el color de cada roca necesita una denominación específica identificadóra. Pero mejor que inventar un nombre para el color de cada roca en el universo, evitaremos mucho trabajo indicando la roca a la que nos estamos refiriendo y diciendo: «Su color es éste.» El mismo razonamiento se aplica al concepto de roca. No hay dos rocas idénticas.

408 Antología de textos

Por tanto, en aras a la precisión, no deberíamos usar la palabra «roca», sino tener una denominación individual para cada objeto. Si se admite que no hay dos objetos exactamente iguales, se acaba por abandonar nues­tro lenguaje y por decir: «Las cosas son así.» Por consiguiente, de acuerdo con la doctrina de la unicidad, nada puede ser descrito, y mucho menos aún explicado o predicho.

Esta cadena de razonamiento lleva a una conclusión probablemente tan difícil de aceptar para muchos lectores qué buscarán algún error en ella. Sin embargo, este razonamiento es uno de los grandes triunfos in­telectuales del hombre.

( . . . ) . _ 'Esta es la doctrina de la unicidad. Es consistente, lógica y no cien­

tífica.La ciencia se opone diametralmente a la doctrina de la unicidad.

Está dispuesta a sacrificar la extremada exactitud obtenible bajo el punto de vista de lo único a fin de ganar la eficiencia que confiere la gene­ralización. Por consiguiente, la ciencia acepta la clase «rocas blancas». La ciencia se ve estimulada por el hecho de que asume que cada vez puede hacerse más general y estar más próxima a la exactitud a través de sus esfuerzos de inventiva, aunque es' consciente de que nunca puede lograr la total exactitud. Aunque las inexactitudes siempre pueden ser reducidas, la ciencia no atribuye la constante existencia de estas inexac­titudes a la unicidad, sino la condición de arte.

2. La unidad como propiedad inherente de los objetos

Harsthorne ha escrito recientemente sobre el tema de la unicidad como propiedad inherente de los objetos. Sus afirmaciones son tan claras y tan profundas que es necesario plantearse sus argumentos a sabiendas de que son compartidos por otros.

Hartshorne confunde caso único con caso individual. El caso indivi­dual implica generalidad, no unicidad. Por ejemplo, acéptese que existe una teoría que explica la existencia de las islas. Sólo existe una isla de Manhattan. En este sentido, aunque la isla de Manhattan corresponda a la teoría de las islas, es diferente de todas las demás islas tan sólo en el hecho de que las variables se presentan en una combinación cuantitativa peculiar. La isla de Manhattan es un caso individual, como todas las de­más islas, y la teoría sigue siendo aplicable. Pero este caso individual, debidamente definido, no puede ser opuesto a generalidad; a pesar de ello, Hartshorne escribe: «Resultaría más fácil de comprender si habla­mos de forma más sencilla de casos genéricos en contraposición a casos individuales.»

Hartshorne adopta explícitamente la posición de que «todo caso es único». Este parece contradecir sus afirmaciones respecto de la genera­lidad. Quizá quiere decir que cada caso es en parte único y en parte general en el sentidp de que no existen acontecimientos exactamente pre­

William Bunge 409

decibles. Si esto es lo que intenta, no existe desacuerdo, pero no es eso lo que escribe.

Sostiene también que las cualidades de la unicidad y de la genera­lidad son cualidades inherentes que residen en los objetos y que explican tanto el éxito como el fracaso de la geografía en el establecimiento de teorías.

Esta actitud es paralizadora porque nos lleva a distinguir entre lo único y lo general por el siguiente mecanismo. Si somos capaces de cons­tru ir teorías que comprendan a los fenómenos, los fenómenos son ge­n era les. Pero si no somos capaces de construir teorías es porque los fenómenos son únicos. Como los fenómenos únicos no pueden ser expli­cados, no tiene sentido tratar de desarrollar generalidades. Por tanto, estamos derrotados antes de haberlo intentado.

Schaefer tiene objeciones muy serias que hacer al problema de la uni­cidad.

Hartshorne introduce algunos argumentos en apoyo de la postura de la unicidad que deben de ser contestados. En primer lugar sostiene que la geografía está en desventaja porque se encuentra a menudo enfrentada con un número limitado de casos. La solución de este problema, aunque no es fácil, es producir más teoría general, y a partir de ahí más casos. Antes de Newton nadie había advertido que la caída de una manzana y el movimiento de la luna eran casos similares.

Hartshorne argumenta también: «Al estudiar la integración de los fe­nómenos en geografía, aun si nos limitamos a la de los fenómeno natu­rales, nos encontramos enfrentados con situaciones muy complejas que tenemos que observar sin medios de control.»

Al igual que con la complejidad, los acontecimientos siempre parecen complejos hasta que se descubre el orden. Newton lo demostró al des­cubrir el orden en el caos celestial. La carencia de control de laboratorio, por otra parte, es un problema de diseño experimental. Ningún expe­rimento de laboratorio está completamente controlado. El efecto de fac­tores incontrolados es eliminado por técnicas de aleatorización. Cuanto mayor es la varianza, mayor debe ser la muestra diseñada, es una regla que se aplica tanto en el laboratorio como fuera. En el laboratorio es posible disminuir la varianza y, en consecuencia, disminuir el tamaño de la muestra. Esto, a su vez, disminuye el gasto de la experimentación. Por consiguiente, la diferencia entre experimentación de laboratorio y de fuera de laboratorio reduce la diferencia en gasto.

Hartshorne llega a decir, «a priori», dónde se ha de producir el fallo en las predicciones humanas cuando escribe: «La explicación de cualquier problema de geografía humana a través del uso de principios científicos resultará insuficiente en el momento en que sea necesario interpretar los motivos y las decisiones resultantes de personas particulares.»

(

410 Antología de textos

Muchos geógrafos se juegan sus vidas habitualmente a que pueden predecir comportamientos de personas particulares cuando cruzan una calle frente a motoristas detenidos por un semáforo en rojo. La afirma­ción de Hartshorne es refutada por importantes adelantos efectuados pqr psicólogos y sociólogos relativos al comportamiento individual y de gru­pos pequeños.

Quizá el enunciado más relevante de Hartshorne sea el siguiente: «Por tanto, para poder explicar completamente por leyes •’ científicas de causa y efecto una simple decisión de un simple ser humano, necesitaría­mos conocer todos los factores de su hetencia biológica y todas las in­fluencias que, desde la infancia, han ido modelando su carácter — muchos más datos de los que jamás podremos esperar obtener— .»

Pero la ciencia hace mucho que ha renunciado a la pretensión de poder explicar todo «enteramente». Como se ha dicho antes, no se esfuerza por obtener una total exactitud, sino que compromete esa exac­titud en aras de la generalidad. Cualquier intento de llegar a explicaciones plenas debe concluir en la consideración de acontecimientos únicos desde el momento en que la exactitud absoluta requiere una «generalización» de detalles infinitos y, por tanto, imposibles.

Por tanto, las objeciones de Hartshorne a la generalidad en geografía pueden ser contestadas.

Sintomáticamente, a lo largo de la obra de Schaefer circula el término genérico de espacial mientras que Hartshorne utiliza la palabra idiográfica de lugar. La dicotomía espacio-lugar es una consecuencia directa de sus posiciones sobre general frente a único. Hartshorne es pesimista respecto de nuestra capacidad para producir leyes generales, especialmente en lo que se refiere al comportamiento humano. Schaefer nos ha hecho un gran favor barriendo nuestras excusas y liberándonos de nuestra propia autoderrota.

3. La imposibilidad de compromiso en el tema de la unicidad

Una metodología sola no puede integrar a la vez lo único y lo general. A este respecto resulta instructivo considerar el intento de Ackerman de reconciliar ambas posiciones. Ackerman apoya la generalidad al apoyar la geografía teórica.

( . . .)Pero al mismo tiempo Ackerman se agarra a la noción de regionalis­

mo como consideración de lo único y esto le plantea serias dificultades.(...) 'La solución a esta dificultad de la incompatibilidad de lo único en

la geografía regional y de lo general en geografía teórica es suministrada por Schaefer:

« ... la geografía regional es como el laboratorio en el que las genera­lizaciones del fisicista teórico deben someterse a la prueba del uso y de

William Bunge 411

la verdad. Hay que decir, por tanto, en' conclusión, que la geografía regional y la geografía sistemática son igualmente dignas, inseparables y aspectos igualmente indispensables en la disciplina.»

En otras palabras, si la geografía regional se asocia con hechos gené­ricos en lugar de con hechos únicos, si la geografía sistemática se asocia con la teoría, la dificultad de Ackerman se evapora porque no se espera que lo altamente teórico se acerque a lo factual aunque ambos son inse­parables y complementarios. Sólo mediante el total rechazo de la unicidad puede la geografía resolver sus contradicciones.

(

Ian Burton *

LA REVOLUCION CUANTITATIVA Y LA GEOGRAFIA TEORICA **

Durante la pasada década la geografía experimentó una transforma­ción radical de sentido y de finalidad, conocida como la «revolución cuantitativa». Las consecuencias de esa revolución no han terminado todavía y parece que van a implicar la «matematizadón» de gran parte de nuestra disciplina, con una atención especial a la construcción y veri­ficación de modelos teóricos. Aunque los cambios futuros sobrepasen ampliamente las expectativas iniciales de los revolucionarios, la revolución en sí misma ya se ha realizado. Se ha producido en gran parte como el resultado del impacto del trabajo de los no geógrafos sobre la geografía, un proceso compartido por muchas otras disciplinas en las que se ha desterrado un orden establecido mediante una rápida conversión a un enfoque matemático.

( . . . )

* Ian Burton (1935). Además del artículo traducido en este libro, entre sus tra­bajos principales se encuentran:Burton, I., y Kates, R. W. (1964): «The Floodplain and the Seashore. A Comparativo

Analysis of Hazard-zone Occupance», The Geographical Review, LIV , pp. 3Ó8-385. Burton, I., y Kates, R. W. (1964): «The Perception of Natural Hazards in Resource

Management», Natural Resources Journal, I I I , 412, pp. 412-441; reproducido en English, P. W., y Mayfield, R. C., Eds. (1972): Man, Space and Environment. Concepts in Contemporary Human Geography, Nueva York y Londres, Oxford University Press, pp. 282-304.

Burton, I., Kates, R. W., y White, G. F. (1969): The Turnan Ecology o f Coastal Flood Hazard in Megalopolis, Chicago, University of Chicago, Department of Geography (Research Paper, 115).* * Burton, I . (1963): «The Quantitative Revolution and Theoretical Geography»,

The Canadian Geographer, V II , 4, pp. 151-162. Traducdón de Pilar Rubiato Bar­tolomé.

412

(

Ian Biirton 413

El movimiento que llevó a la revolución en geografía empezó por los físicos y matemáticos y se extendió transformando primero las ciencias físicas y después las biológicas. Se encuentra ahora fuertemente implan­tado en la mayor parte de las ciencias sociales, incluyendo economía, psicología y sociología. El movimiento no se encuentra todavía muy im­plantado en antropología ni en ciencia política, y apenas se ha sentido en historia.

Algunos estudiosos han entendido la revolución en términos de dico­tomía cuahtativo-cuantitativo. Plantear así el debate no resuelve las cosas, porque «lo que define filosóficamente la ciencia contemporánea es su desinterés por dicotomías dudosas y dilemas inútiles», que fascinan y en­gañan al producir la ilusión de acercamiento a la naturaleza esencial de las cosas.

( . . . )El deseo de evitar esa confusión refuerza mi inclinación a soslayar el

tema calidad-cantidad y a considerar el movimiento hacia la cuantificación como una parte de la expansión y crecimiento general del análisis cientí­fico en un mundo anteriormente dominado por el interés hacia lo excep­cional y lo único.

La cuantificación como indeterminismo

La geografía ha sido durante mucho tiempo más una disciplina «a la zaga» que una disciplina «puntera». Las principales corrientes de pensa­miento se han originado en otros campos. El enfoque mecanicista de gran parte de la ciencia del siglo XIX estaba presente en cierto modo en los de­terministas ambientales, desde Ratzel (si es que era determinista) hasta Semple, Huntington y Griffith Taylor. Estaban preocupados por la no­ción de causa y efecto y buscaban constantemente «leyes». Un tono meca- nidsta similar se encuentra en gran parte del trabajo reciente de los «cuan- tificadores». Es como si la geografía emergiese de nuevo, después de un lapso en la idiografía que buscaba el abandono del determinismo am­biental. No es casual, desde luego, que la revolución cuantitativa sea con­temporánea de la aparición del neodeterminismo en geografía.

Parece daro que la fuerte reacción contra el determinismo ambiental ha servido para retrasar la llegada del movimiento cuantitativo a la geo­grafía y ha pospuesto el establecimiento de una base dentífica para nues­tra disciplina, base que esperan propordonar los cuantificadores (y que los deterministas buscaban, aunque generalmente no la encontraron).

No es sorprendente, por tanto, que los geógrafos americanos se resis­tieran con más fuerza a la revolución cuantitativa, puesto que fue en Estados Unidos donde la reacción contra el determinismo ambiental se produjo más intensamente. De forma característica, el foco de mayor opo-

(/

414 Antología de textos

sición es ahora el foco de mayor apoyo, y en los Estados Unidos se ha llegado a un equilibrio muy favorable para las técnicas cuantitativas.

Aunque la cuantificación en geografía fue mecanicista, las nuevas téc­nicas utilizadas y otras en desarrollo están en línea con la tendencia con­temporánea de la ciencia, en la medida en que son probabilísticas. El enfoque probabilístico ofrece, como ejemplifican el trabajo de Curry sobre cambios climáticos y el de Hagerstrand sobre simulación de la difusión una perspectiva muy prometedora para la investigación futura. Como seña­la Bronowsld, la estadística «es el método hacia el que se dirige la ciencia moderna... Este es el pensamiento revolucionario en la ciencia moderna. Viene a reemplazar el concepto de efecto inevitable por el de tendencia probable». Es más exacto, por tanto, referirse a algunos de los últimos ejemplos de cuantificación en geografía como indeterministas Con Jerzy Neyman, «se puede aventurar la afirmación de que todo estudio contem­poráneo serio es un estudio del mecanismo de probabilidades que subyace en algunos fenómenos. El instrumento estadístico y probabilístico en estos estudios es la teoría de los procesos estocásticos, que ahora abarca muchos problemas no resueltos».

La escala de análisis es muy significativa en el desarrollo de leyes en ciencias sociales. Como explica Emrys Jones, «la falta de rigor se debe a los números finitos manejados en ciencias sociales, contrapuestos a los números infinitos manejados en ciencias físicas. En este último caso, la regularidad estadística es tal que indica extremo rigor o validez absoluta; mientras que en el otro caso las variaciones estadísticas y las excepciones son mucho mayores y las propias desviaciones justifican el estudio».

El final de una revolución

Aunque sus antecedentes se pueden encontrar mucho más atrás, la revolución cuantitativa en geografía comenzó al final de los años cuarenta o al comienzo de los cincuenta; alcanzó su apogeo en el período de 1957 a 1960, y ahora ya se ha consumado.

( . . . )Una revolución intelectual se ha realizado cuando las ideas aceptadas

se descartan o se modifican para incluir nuevas ideas. Una revolución in­telectual se ha realizado cuando las propias ideas revolucionarias entran a formar parte del conocimiento convencional. Cuando Ackerman, Hart- shome y Spate están sustancialmente de acuerdo sobre algo, estamos ha­blando de sabiduría convencional. De aquí mi convencimiento de que la revolución cuantitativa hace tiempo que se ha consumado. Se pueden encontrar más pruebas en la proporción en que las escuelas de geografía en Norteamérica añaden cursos de métodos cuantitativos a sus requisitos para la graduación académica.

(.. .)

(

Xan Burton 415

El desarrollo de la revolución cuantitativa en geografía

Aunque los orígenes de la revolución se encuentran en el campo de las matemáticas y de la física, la invasión directa se produjo desde domi­nios más cercanos a la disciplina. Una relación de los antecedentes más importantes que tuvieron un impacto directo o indirecto en geografía incluiría a Von Neuman (matemático) y a Morgenstern (economista) por su Theory of Games and Economic Behavior, publicada en 1944; a Norbert Wiener, cuyo volumen sobre cibernética de 1948 insiste particularmente en la necesidad de traspasar los límites académicos; y a Zipf, que publicó en 1949 Human Behavior and the Principie of Least Effort.

Los geógrafos comenzaron a buscar técnicas cuantitativas que pudieran aplicarse a sus problemas, y algunos no geógrafos empezaron a aportar nuevos métodos para aplicarlos a antiguos problemas geográficos. Podemos encontrar un ejemplo en el artículo del físico J . Q. Stewart, «Empirical Mathematical Rules Concerning the Distribution and Equilibrium of Po­pulation», publicado en la Geographical Review ya en 1947.

Stewart fue un líder del desarrollo de la física social, y la declaración de interdependencia firmada por un grupo de científicos físicos y so­ciales en la Conferencia de Princenton, en 1949, marca un hito en el desarrollo de la aplicación de las matemáticas a las ciencias sociales. El hecho de que los economistas se vieran comprometidos en aquel momento en el debate metodológico, como lo estarán cinco años después los geó­grafos, se manifiesta en la controversia de Vining y Koopmans en la Review of Economics and Statistics de 1949.

El impacto de la cuantificación comenzó a sentirse en geografía casi inmediatamente. Se inició con una serie de declaraciones apelando a la cuantificación. Tales declaraciones ya habían comenzado anteriormente. Por ejemplo, en 1936 Johan Kerr Rose, en su artículo sobre rendimiento cerealista y clima argumentaba que «los métodos del análisis de correla­ción parecen ser instrumentos especialmente prometedores para la inves­tigación geográfica». Este alegato fue despreciado durante mucho tiempo. Sin embargo, declaraciones similares hechas en 1950 tuvieron eco. Strahler hizo una temprana apología en su ataque al sistema geomorfológico inter- pretativo-descriptivo de Davis y en su ratificación del sistema cuantitativo- dinámico de G. K. Gilbert.

Geomorfología y climatología cuantitativas

Si el artículo de Gilbert de 1914 era, tan acertado como Strahler pa­rece pensar, ¿por qué no se adoptó como base del trabajo geomorfológico futuro, en lugar de quedar olvidado e ignorado durante más de treinta años? La respuesta puede estar, como el propio Strahler parece dar a entender, en que la geomorfología era una parte' de la geografía. Los hidrólogos y los geólogos no centraron su principal interés en tales asuntos

(

416 Antología de textos

o cuando lo hicieron fue siguiendo a Davis. ( .. .) Strahler mantenía que hicieron «contribuciones espléndidas a la geomorfología regional y des­criptiva» y- «proporcionaron una sólida base a los estudios de geografía humana», pero no contribuyeron mucho al avance del estudio científico del proceso geomorfológico. Esto no quiere decir que no hubiera trabajo cuantitativo en geomorfología con anterioridad a Strahler.

(...)Algunos geomorfólogos, incluyendo a Chorley, Dury, Mafckay, Wolman

y otros, además de Strahler, usan métodos cuantitativos, y la práctica parece extenderse. ,

Ha habido poca argumentación sobre la aplicación de técnicas cuan­titativas en climatología. Esta rama de nuestra disciplina comprende la parte más aparentemente manejable y cuantificable de las que los geó­grafos han intentado estudiar. Thornthwaite y Mather, Haré, Bryson y otros han aplicado técnicas cuantitativas a los problemas climáticos durante algún tiempo y con buenos resultados. La calidad de su trabajo ha silenciado virtualmente las críticas potenciales.

Cuantificación en geografía humana y económica

La lucha más dura para la aceptación de los métodos cuantitativos se ha planteado con mucho en geografía humana y económica. No es sor­prendente teniendo en cuenta la tradición posibilista. Es aquí donde la revolución choca con las nociones de libre albedrío y de imposibilidad de predecir el comportamiento humano. La comparación con la ciencia física nos ayuda en este caso. Los físicos que trabajan en el nivel microscópico encuentran el mismo tipo de problemas con las cantidades y la energía que los científicos sociales con la gente. El reconocimiento de estos para­lelismos es motivo de optimismo y no de desconfianza. La ciencia social necesita, para ser aceptada y conseguir un lugar de honor en nuestra socie­dad, adquirir un valor demostrable como ciencia predictiva sin la corres­pondiente necesidad de controlar, coartar o gobernar al individuo. Una ciencia social que reconoce comportamientos aleatorios en el nivel micros­cópico y un orden predecible en el nivel macrocósmico es una consecuencia lógica de la revolución cuantitativa.

( . . . )

ha oposición a la cuantificaciónLa oposición a la revolución cuantitativa se puede agrupar en cinco

grandes tipos. Hubo algunos que pensaron que la idea era mala en su totahdad y que la cuantificación llevaría a la geografía por un camino erróneo y estéril. Si sigue habiendo tales críticos, no se han dejado escu­char desde hace tiempo. Algunos, como Stamp, argumentaron que los geógrafos habían gastado demasiado tiempo en perfeccionar sus útiles (mapas, cartogramas y otras representaciones con diagramas) y que deberían

Ian Burton 417

e n fre n ta rs e a algún trabajo real. ( . . .) L a idea de que los geógrafos o me­joran sus instrumentos o se comprometen en la investigación con los instrumentos disponibles, parece falsa. Seguramente los adelantos tecno­lógicos pueden darse con más facilidad cuando abordamos nuestros proble­mas más difíciles. Además, argumentar que los geógrafos no deberían usar m é to d o s estadísticos es casi definir la geografía en términos de un útil de investigación, es decir, e l mapa. La debilidad de esta posición ha sido bien demostrada por McCarty y Salisbury, que han señalado que la com­paración visual de mapas de isopletas no es un medio adecuado para determinar correlaciones entre fenómenos distribuidos espacialmente.

Un tercer tipo de oposición mantiene que las técnicas estadísticas son adecuadas para algunos aspectos de la geografía, pero no para la totahdad, porque existen ciertas cosas que no pueden medirse. Esto puede ser cierto para algunas variables. Sin embargo, se pueden realizar observacio­nes nominales incluso con características cualitativas, y hay una creciente literatura sobre el análisis de datos cualitativos. Una variante de este argu­mento se basa en que las variables que interesan a la geografía son dema­siado numerosas y complejas para el análisis estadístico. Los cuantificadores responden que las técnicas estadísticas se emplean precisamente debido al número y a la complejidad de las variables.

Otro tipo de objeción señala que, aunque las técnicas cuantitativas son adecuadas y es deseable su aplicación a los problemas geográficos, han sido, sin embargo, aplicadas incorrectamente; los fines se confunden con los medios; el análisis cuantitativo no ha conseguido distinguir lo significativo de lo trivial; los descubrimientos alegados por los cuantifica*- dores no son muy nuevos, y así sucesivamente. No se puede negar que estas críticas tienen algo de razón, pero para el uso correcto y válido de los métodos cuantitativos (y esto es realmente lo que nos interesa) son prácticamente irrelevantes. Se han hecho aplicaciones incorrectas, y sin duda se seguirán haciendo, y, en ocasiones, por motivos erróneos como la moda, el capicho o el esnobismo. Sin embargo, más frecuentemente son intentos genuinos y honestos de adquirir nuevos conocimientos y comprensión.

Finalmente, un tipo de crítica que hay que tener en cuenta es la que señala que la cuantificación es correcta, pero los cuantificadores no lo son. Son dinámicos, tienen un entusiasmo desmesurado, una desbordante ambición, o simplemente arrogancia. Frente a esta acusación, la respuesta más apropiada es quizá también una alegación de culpabilidad con circuns­tancias atenuantes (y petición de clemencia). Cuando uno se embarca en una revolución, es difícil no ser un poco arrogante.

has consecuencias de la revoluciónLa revolución se ha realizado, en el sentido de que las ideas antes

revolucionarias son ahora convencionales. Desde luego, esto es sólo el comienzo. Existe otra intención distinta al establecimiento de un nuevo

(!

418 Antología de textos

orden. Si la revolución se hubiese inspirado en la fe en la propia cuanti- ficación, o en el capricho o la moda, se hubiera desarrollado rápidamente y muerto pronto. Pero la revolución tenía un fin diferente. Se inspiró en una necesidad genuina de hacer la geografía más científica y en un interés por desarrollar un cuerpo teórico. En las raíces de la revolución cuantitativa se encuentra la insatisfacción respecto a la geografía idiográ- fica. El desarrollo de la geografía teórica, de la construcción de modelos, parece que va a ser la consecuencia principal de la revolución’ cuantitativa.

( . . . )La observación y descripción de regularidades, como las que se refieren

a la disposición espacial de rasgos culturales, actividades humanas o varia­bles físicas, son los primeros pasos para el desarrollo de la teoría. La teoría proporciona el tamiz a través del cual se clasifican millares de hechos, y sin ella los hechos permanecen en un desorden carente de signi­ficación. La teoría proporciona también la medida con la que se pueden reconocer acontecimientos excepcionales y poco frecuentes. En un mundo sin teoría no hay excepciones; todo es único. Por eso es tan importante la teoría.

( . . . )La necesidad de desarrollar la teoría precede a la revolución cuanti­

tativa, pero la cuantificación aumenta esa necesidad y ofrece una técnica con la que la teoría puede ser desarrollada y mejorada. No es cierto que los primeros cuantificadores estuvieran conscientemente interesados en desarrollar la teoría, pero ahora está claro para los geógrafos que la cuantificación se encuentra inseparablemente unida a la teoría. El núcleo del método científico es la organización de hechos en teorías y la verifi­cación y el perfeccionamiento de la teoría mediante su aplicación a la predicción de hechos desconocidos. La predicción no es solamente un valioso producto complementario de la construcción teórica, sino que es además una prueba que permite demostrar la validez de la teoría. La inves­tigación científica puede estar o no motivada por el deseo de realizar predicciones más exactos. Cualquiera que sea la motivación, la habilidad para predecir correctamente es una sólida prueba de la profundidad de nuestro conocimiento.

Dada la necesidad de cumplir los rigurosos dictados del método cien­tífico, la necesidad de desarrollar la teoría, y de probar la teoría con predicciones, las matemáticas son el mejor instrumento a nuestra disposi­ción para ese propósito. Otros instrumentos — lenguaje, mapas, lógica simbóhca— son también útiles y en algunos casos muy adecuados. Pero ninguno cumple nuestros requisitos tan bien como las matemáticas.

( . . . )

Conclusión

Las técnicas cuantitativas son el método más apropiado para el des­arrollo de la teoría en geografía. La era cuantitativa durará mientras sus

(

Ian Burton 419

métodos demuestren estar ayudando al desarrollo de la teoría, y puede que no exista un final para la necesidad de más y mejor teoría. Cual­quier rama de la geografía que pretenda ser científica necesita desarrollar la teoría, y cualquier rama de la geografía que necesite la teoría requiere técnicas cuantitativas.

'El desarrollo y la verificación de la teoría es el único camino para obtener conocimientos nuevos y verificables e interpretaciones nuevas y verificables. Como señala Curry, «los métodos para representar los diver­sos fenómenos de la naturaleza y la especulación sobre sus interrelacio­nes están estrechamente conectados. Se olvida muy a menudo que los estudios geográficos no son descripciones del mundo real, sino más bien percepciones pasadas por el doble filtro de la mente del autor y de sus instrumentos disponibles de argumentación y representación. No podemos conocer la realidad; solamente podemos conseguir un cuadro abstracto de aspectos de la misma. Todas nuestras descripciones de relaciones o proce­sos son teorías, o, cuando se formalizan, pueden denominarse modelos».

Curry relaciona la construcción de modelos con otro elemento en el trabajo geográfico reciente: el problema de la percepción, que puede llegar a ocupar pronto un lugar en la revolución cuantitativa en términos de nuevos puntos de vista significativos.

Nuestra literatura está llena de estudios idiográficos. Resulta muy urgente adentrarse en esa literatura, en la que no se ha planteado ante­riormente una correcta descripción. Si esos estudios idiográficos y esas nuevas descripciones deben tener un valor duradero, hay que mostrar sus implicaciones teóricas. En un número creciente de casos la relación con la teoría se puede mostrar mejor en términos cuantitativos. En algu­nas ocasiones, una simple descripción de un caso excepcional puede servir para destacar defectos en la teoría. La teoría puede ser revisada o modifi­cada para apreciar otra clase de variaciones no advertidas previamente, o, también, la teoría puede tener que ser abandonada. No obstante, las teorías no se abandonan normalmente porque unos pocos hechos moles­tos no se acomoden a ella. Las teorías se abandonan cuando se producen otras más nuevas y mejores para reemplazarlas. Aunque se pueden con­seguir observaciones y descripciones de casos excepcionales sin cuantifi­cación, la incorporación eventual de modificaciones en una teoría reque­rirá normalmente el rigor de las técnicas estadísticas para demostrar su validez.

No existe mucha literatura sobre geografía teórica. Nuestra disciplina ha permanecido predominantemente idiográfica. Sólo una pequeña pro­porción del gran volumen de literatura sobre lugares centrales se puede considerar teórica. Puede hablarse de la teoría de los lugares centrales como de una rama relativamente bien desarrollada de la geografía económica teórica. Una obra reciente de Scheidegger sobre los principios dirige la atención hacia las interrelaciones y disminuye esperanzadoramente la ten­dencia a observar, medir y registrar todo «porque está allí». Esta obser-

(

420 Antología de textos

vación se puede aplicar con igual valor al desarrollo de la teoría en otras ramas de la geografía.

Los geógrafos están haciendo ahora un esfuerzo consciente para desarro­llar más la teoría. ( . . .) Quizá comiencen a surgir intentos de desarrollar la teoría geográfica. Sin embargo, tal desarrollo no parece muy probable. Porque mientras que el uso de métodos cuantitativos es una técnica que puede ser estudiada por la mayoría, pocos parecen tener la capacidad de discernimiento intelectual que conduce a nuevas teorías. North comenta que lo difícil es «el desarrollo de la hipótesis teórica necesaria para defi­nir la dirección de la investigación cuantitativa».

( . . . )La geografía teórica no significa el desarrollo de un cuerpo teórico

enteramente nuevo, exclusivo para la geografía. Scheidegger no ha inten­tado desarrollar nuevas leyes físicas, sino que simplemente las ha perfec­cionado y adaptado al estudio de procesos y fenómenos geomorfológicos. La teoría de los lugares centrales concuerda con algunas escuelas de teoría económica. Una función del geógrafo económico es perfeccionar y adaptar la teoría económica disponible. De esta forma mejorará la teoría adoptada. Si la tendencia económica anglosajona ha sido ignorar los aspectos espa­ciales de la actividad económica, deberíamos acudir al geógrafo para remediarla. No se puede pensar que el crecimiento de la ciencia regional llena completamente el vacío existente. Los geógrafos que estudian redes de desagües y carreteras, sistemas de distribución de energía, problemas de inundaciones, rutas aéreas, organización social y la nervadura de las hojas, tienen todos en común el interés por el «flujo» entre «puntos» en una red de eslabones ordenados en un patrón particular. La teoría de grafos es una rama de las matemáticas que se interesa por las redes y puede adaptarse para convenir a todas las formas de acumulación, distri­bución y sistemas de comunicación. Puede concebirse la construcción de un cuerpo teórico útil en torno a la aplicación de la teoría de grafos a los problemas geográficos. Esto es un ejemplo de lo que se entiende por teoría geográfica. Es la dirección que parece que va a seguir un número creciente de geógrafos. Esperemos que el esfuerzo conduzca al éxito.

LA EXPLICACION EN GEOGRAFIA. ALGUNOS PROBLEMAS GENERALES **

David Harvey *

( . . . )

Algunas controversias metodológicas en geografía

Parece significativo que la mayor parte de la literatura inglesa y am& ricana sobre pensamiento geográfico se haya interesado en la definición de los objetivos, el alcance y la naturaleza, de la geografía. La mayor polémica se ha centrado, pues, más en aspectos filosóficos que metodoló­gicos. Pero, adoptando una posición particular respecto a los objetivos de la geografía, los geógrafos se han visto a veces obligados a aceptar alguna postura respecto a la forma de explicación. En algunos casos, ello ha resultado de una asociación ampliamente falseada entre un entendimien­to particular de los objetivos de la geografía y un modo particular de explicación. En otros, un objetivo particular implica realmente un cierto

* David Harvey (1935). Además del que corresponde al texto traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Harvey, D. (1966): «Theoretical Concepts and the Analysis of Land Use Patterns»,

Annals of the Association of American Geographers, LV I, pp. 361-374.Harvey, D. (1968): «Pattern, Process and the Scale Problem in Geographical Research»,

Transactions. Institute o f British Geographers, 45, pp. 71-78.Harvey, D. (1967): «Behavioural Postulates and the Construction of Theory in Human

Geography», Bristol, University of Bristol, Department of Geography (Seminar Paper. Series A, 6); reproducido en Geographia Polonica, 18, pp. 27-45.

Harvey, D. (1973): Urbanismo y desigualdad social. Traducción de H. González Are­nas, México, etc., Siglo X X I Ed., 1977.

Harvey, D. (1979): «Monument and Myth», Annals of the Association of American Geographers, L X IX , 3, pp. 362-381.* * Harvey, D. (1969): Explanation in Geography, Londres, Edward Arnold; capí­

tulo 6: «Explanation in Geography. Some General Problems», pp. 62-83. Traducción de Pilar Rubiato Bartolomé.

421

422 Antología de textos

compromiso respecto a la explicación. Pero las relaciones son complejas. En la mayor parte de las disciplinas, la interacción entre las preguntas planteadas y la forma de explicación es extremadamente importante. En geografía, esa interacción, generalmente fructífera, ha quedado reducida a una .dependencia unívoca bastante más estéril. En particular, la tenden­cia a la crítica de los problemas planteados con un fundamento apñorís- tico o metafísico, sin examinar la forma de explicación implicada, ha conducido a muchos argumentos innecesarios y a menudo indefinidos. Si, por ejemplo, un tipo particular de problema conlleva una forma de expli­cación que es generalmente entendida como .carente de consistencia — un buen ejemplo podría ser ese tipo de problema que conlleva respuestas en término de «intenciones»— , de ello se puede inferir que o bien se está planteando un falso tipo de problema, o bien, al menos, se plantea un problema de forma que presupone el modo de explicación de la respuesta. En estas condiciones, es posible descartar problemas por dos razones. Primero, porque el objetivo puede parecer irrelevante para las necesidades de la geografía moderna o de la sociedad moderna en general. Segundo, porque el marco explicativo impuesto al plantear ese tipo de problema puede parecer muy débil. Nuestra labor, por tanto, es en parte metafísica desde el momento en que existe una necesidad de identificar problemas que parezcan relevantes para las necesidades de la sociedad, y en parte lógica, desde el momento en que existe una necesidad de enunciar esos problemas de forma que se les puedan dar respuestas más consistentes que las débilmente fundamentadas. Estas dos tareas se han confundido habitualmente en geografía. Para demostrarlo vamos a considerar una serie de polémicas. Puesto que es la forma de explicación la que tan frecuentemente se descuida, consideraremos esas polémicas más desde el punto de vista de la forma de explicación que desde el punto de vista de los objetivos.

La mayor parte de los geógrafos, curiosamente, considerará su disci­plina como una modalidad de ciencia, pero también admite que los pro­blemas que plantea no pueden responderse mediante el empleo riguroso del método científico. Hartshorne afirma: «La geografía intenta lograr un conocimiento del mundo en que vivimos, tanto de los hechos como de las relaciones, que deberá ser tan objetivo y exacto como sea posible. Pretende presentar ese conocimiento en forma de conceptos, relaciones y principios que deberán aplicarse, hasta donde sea posible, a todas las partes del mundo. Finalmente, intenta organizar el seguro conocimiento obtenido en sistemas lógicos, reducido por las conexiones mutuas al menor número posible de sistemas independientes.»

La finalidad general de la geografía no se contradice, por tanto, con la investigación científica en conjunto. Pero frecuentemente se sostiene que los problemas planteados por los geógrafos se sitúan en parte más allá de la ciencia. Se dice que existen límites para la aplicación del mé­todo científico y que esos límites hacen de la geografía una modalidad bastante especial de ciencia. Este entendimiento ignora las limitaciones

(

David Harvey 423

aceptadas de la investigación científica en cualquier contexto, y así asume una perspectiva mucho más optimista de los logros del método científico que la que existe en la mente de todos, excepto los más partidarios de los filósofos analíticos. Existen problemas, por supuesto, en la aplicación del método científico en geografía, pero estos problemas sólo difieren en grado, no en clase, de los que se han experimentado en cualquier inves­tigación empírica. Lo cierto es que la geografía no tiene mayor dificultad que, por ejemplo, la biología, la zoología, la economía, la antropología y la psicología. Sin embargo, existe una importante separación entre la concepción normativa del método científico y la metodología geográfica. Esta separación es más acentuada en la discusión de leyes en geografía.

Hartshorne considera el desarrollo de generalizaciones y principios en geografía, pero su examen de la literatura geográfica anterior a 1939 le llevó a dudar de la posibilidad de desarrollar leyes científicas en un contexto geográfico de condición similar a las empleadas en las ciencias físicas. A veces se dibuja, sin embargo, una distinción entre las ramas física y humana del tema. Así, Wooldridge y Eeast exponen: «Es vano mantener que la geografía "humana” o “social” se puede concebir en términos de categorías formales y principios y procesos universales, como ocurre en geografía física. De lo cual no se deriva ninguna inferioridad; supone más bien admitir que es infinitamente más compleja y sutil, más flexible y variada.»

Wrigley también ha hecho comentarios recientemente sobre la difi­cultad metodológica de que «la geografía física y social corran, por decirlo así, codo a codo.» Aceptando el punto de vista de que la explicación en ciencias sociales es fundamentalmente diferente de la explicación en ciencias físicas, Wrigley indica la existencia de dos marcos radicalmente diferentes para el pensamiento explicativo en geografía. Así, en geografía física el enunciado de leyes es importante, pero en geografía humana esos enun­ciados son irrelevantes. Esta manifestación geográfica de la tesis de Weber- Winch respecto a las leyes en ciencias sociales no debe, sin embargo, ser aceptada, y existen fuertes razones para rechazar semejante punto de vista.

Se puede así afirmar que las leyes pueden establecerse igualmente en geografía física que en humana. Algunos escritores disienten en general de este punto de vista y alegan que no se pueden establecer leyes por la naturaleza variadísima de la materia, porque el número de casos sobre los que se puede generalizar es a menudo pequeño y porque la circuns­tancia excepcional y ocasional puede tener amplias consecuencias. Este entendimiento puede ser puesto en tela de juicio en varios campos:

1) Para mostrar que no pueden establecerse leyes, necesitamos cri­terios claros, con los que juzgar si un enunciado particular es idóneo como ley.

2) Dados esos criterios, tiene que mostrarse que no existe un modo para que tales enunciados puedan ser desarrollados y utilizados en un contexto geográfico.

¡c

424 Antología de textos

3) También tiene que mostrarse que existe alguna alternativa real al uso de enunciados de leyes que proporcione explicaciones razonables y satisfactorias. En este sentido, el razonamiento en términos de leyes, de esquemas explicativos, etc., es sumamente importante para la geografía.

( .. .) Basta con resaltar que los criterios disponibles distan de resultar claros y parecen haber cambiado significativamente en las últimas décadas. Según ciertos criterios, es posible argumentar que las leyes en sentido es­tricto no pueden desarrollarse en ningún contexto empírico, salvo quizá en física. Según otros criterios, es posible demostrar que las leyes pueden desarrollarse en geografía. En ambos casos, hay que abandonar el argu­mento a favor de una existencia de la geografía distinta, por ejemplo, a la de la biología y de la economía. Aceptando el menos rígido de los criterios, podemos asumir que es posible el desarrollo de leyes. En cualquier caso, que esas leyes sean ventajosas y no insignificantes es otro asunto. La mayor parte de los escritores en los años veinte y treinta (excepto los bastante desacreditados deterministas) abandonaron el intento de formular tales leyes y se conformaron con generalizaciones y principios dirigidos hacia el estudio de áreas de la superficie terrestre consideradas como únicas. Este proceder reflejaba en parte las necesidades de los geógrafos que trabajaban en aquel momento, pero era también en parte el resultado de lo que Ackerman denominó una asociación demasiado estrecha entre la geografía y las disciplinas geológica e histórica — disciplinas que (...) fueron dominadas por la noción de singularidad y por el método idiográ­fico— . El resultado final para la geografía fue la adhesión a un particular entendimiento de la naturaleza de la geografía unido a un particular enten­dimiento de la explicación en geografía. Esta asociación entre un conjunto particular de objetivos (descripción y explicación de áreas únicas) y una forma particular de explicación (el método idiográfico) configuró una po­derosa ortodoxia, encontrando los geógrafos grandes dificultades para li­berarse de ella.

Este entendimiento se expresa de la forma más rigurosa en la argu­mentación sobre el excepcionalismo en geografía. Esa argumentación se basa en un enunciado formulado por Kant sobre el lugar de la geografía en el sistema del conocimiento, que se convirtió seguidamente en un principio fundamental de la geografía ortodoxa, según expusieron Hettner y Hartshorne.

( . . . )Kant caracterizó expresamente la posición de la geografía y de la his­

toria respecto a las demás ciencias de la siguiente manera: «Podemos clasificar nuestro conocimiento empírico de dos maneras: o de acuerdo con los conceptos, o de acuerdo con el tiempo y el espacio en los que actualmente se encuentran... Mediante la primera obtenemos un sistema de la naturaleza, semejante al de Linneo; mediante la segunda, una des­cripción geográfica de la naturaleza... La geografía y la historia colman el

(

David Harvey 425

entorno completo de nuestras percepciones: la geografía, el del espacio; la historia, el del tiempo» (Hartshorne).

(••■)La tesis kantiana fue expresamente utilizada por Hettner para estable­

cer que la geografía, junto a la historia y algunas otras disciplinas, era una ciencia más idiográfica que nomotética. Sería necesario investigar hasta qué punto esta posición se encontraba directamente influida por la obra de los historiógrafos alemanes — pero esa influencia no fue, sin duda, insignificante— . Muchas veces se duda si una creencia metodológica particular es tan influyente en el desarrollo de la investigación empírica como acostumbran a sostener los historiadores de una disciplina. La tesis kantiana parece haber sido, sin embargo, particularmente importante, por­que parece adaptarse, en términos generales, a la mayor parte de la actividad profesional de los geógrafos durante los años veinte y treinta. En aquellos momentos se produjo una fuerte reacción contra la denominada escuela determinista y el consiguiente rechazo de las rígidas leyes for­muladas en apoyo de la explicación por escritores como Semple, Hunt­ington y Griffith Taylor. La investigación tendió por ello a centrarse en pequeñas áreas. No resulta extraño, por tanto, que una creencia metodo­lógica que aceptaba la unicidad de las áreas y el método idiográfico como su instrumento principal encontrase amplio respaldo. Al mismo tiempo, resultaba interesante para los geógrafos que su disciplina comenzase a extender su campo de investigación a toda la clase de materias que inte­resaban fundamentalmente a otras disciplinas, tanto físicas como socio­económicas. Esta amplia gama de materias pudo ser alegremente justificada al amparo de la tesis kantiana. Los geógrafos incluso osaron esperar que estos estudios sistemáticos variados no fueran más que el preludio de algunas síntesis finales de todo el conocimiento en términos de estructura espacial de áreas geográficas singulares. La finalidad de la síntesis regio­nal surgió como la teleología de la geografía. Pero al desarrollarse y madurar cada aspecto sistemático de la geografía, ese particular período de felicidad parece alejarse cada vez más. Posteriormente, la tesis kantiana se ha utilizado más específicamente para afianzar una tradición de investi­gación particular (es decir, el método idiográfico), contra el desafío de una generación más joven cuyo trabajo es de tipo más doméstico. Se siente uno tentado en este caso, sin embargo, a mostrarse cínico y sugerir que eso noi es más que invocar el nombre de un eminente filósofo para apoyar el status quo sin considerar realmente si la aseveración formulada por Kant es razonable, tanto desde el punto de vista geográfico c'omo filosófico. Kant era, después de todo, un conferenciante y escritor prolí- fíco, y muchos aspectos de su filosofía, como la noción de conocimiento sintético a priori, estrechamente relacionada con su entendimiento del espacio, han sido profundamente modificados o rechazados durante más de cien años.

La tesis kantiana supone también que el espacio puede ser examinado, y los conceptos espaciales desarrollados, independientemente del conteni-

(

426 Antología de textos

do. Esta suposición no se ha reconocido claramente en el pasado. Supo­niendo un espacio más absoluto que relativo, es posible deducir algunas de las afirmaciones que se han hecho habitualmente sobre el lugar de la geografía entre las ciencias. Pero la filosofía absoluta del espacio no ha sido corriente en el pensamiento científico general desde principios del siglo xrx. Parece, por tanto, como si los geógrafos hubieran aceptado un entendimiento particular del espacio que discrepa del de los filósofos de la ciencia. Lo cual no es necesariamente negativo. Lo que es lamentable, sin embargo, es que la afirmación de un espacio absoluto no haya sido explí­citamente discutida ni reconocida como una de las proposiciones básicas de la tesis kantiana.

( . . . )Del hecho de aceptar un espacio absoluto se deriva que las localiza­

ciones son únicas. Los partidarios de la tesis kantiana han realizado esta declaración directamente, pero han tendido a suponer a priori un conjunto de entidades regionales que existen y, por ello, constituyen individual- lidades geográficas. Muchas de las investigaciones sobre divisiones regio­nales pueden ser consideradas como un intento de identificación de las individualidades geográficas. En otros casos, se ha supuesto que el espacio posee una estructura atomizada que puede en cierta manera ser totalizada en regiones distintas. Sin embargo, partiendo de un entendimiento relativo del espacio, la idea de la unicidad de las localizaciones tiene que ser pro­fundamente modificada. Dentro de cualquier sistema de coordenadas, las localizaciones pueden ser determinadas singularmente, pero el entendi­miento relativo del espacio postula un número infinito de posibles siste­mas dé coordenadas. Así, la distancia entre dos puntos en el espacio variará de acuerdo con el sistema de coordenadas seleccionado. Aquí el concepto de transformación se vuelve extremadamente importante, y la relación entre geografía y geometría adquiere parecida importancia. Exis­ten, sin embargo, transformaciones que no son únicas, y es, por tanto, técnicamente posible transformar un mapa en otro de forma que las loca- libaciones proyectadas no sean únicas.

(.. .)Dado un entendimiento relativo del espacio, el problema es identi­

ficar el sistema de coordenadas más apropiado para un fin geográfico determinado. Los filósofos de la ciencia sostienen a menudo que éste' es un problema empírico y que su solución depende de la clase de actividad que se estudie. La actividad implica discusión de las propiedades, y, por tanto, la elección del sistema de coordenadas depende del fenómeno que se estudie. ( .. .) En la práctica, los geógrafos no estudian todo en el con­texto espacial, sino que se limitan a considerar una selección de fenóme­nos. El problema radica en cómo fundamentar esa selección.

( - >A pesar de la considerable literatura sobre los objetivos de la geogra­

fía, los geógrafos raramente han abordado directamente este problema. El problema básico estriba realmente en preguntarse cómo puede distin­

(

guirse el «punto de vista» del geógrafo. Se caracteriza, como han sugerido Blaut y Berry, por el sistema de conceptos y teorías entrelazadas que los geógrafos han desarrollado sobre su materia. En la mayor parte de los casos la naturaleza de una disciplina puede ser identificada por la teoría explícita desarrollada en dicha disciplina. La teoría define así el punto de vista con' precisión. Esta definición permanece implícita en algunos casos porque la teoría no ha sido desarrollada explícitamente. El punto de vista contenido en el desarrollo de la tesis kantiana respecto a la naturaleza de la geografía contiene así una teoría implícita sobre la estruc­tura absoluta del espacio — reemplaza las nociones sobre objetos y acon­tecimientos por nociones sobre localizaciones— . Hasta hace poco, lós geógrafos se sentían contentos con una definición implícita de su punto de vista y tendían a evitar la teoría específica. Cuando la teoría se ha desarrollado, ha sido puramente especulativa y no científica.

La teoría constituye así el distintivo de una disciplina. Confiere signi­ficación a los objetos y a los acontecimientos, define el marco (p. e., el sistema de coordenadas) dentro del cual los acontecimientos y los objetos pueden ajustarse, y proporciona enunciados generales sistemáticos que pueden ser empleados en la explicación, comprensión, descripción e inter­pretación de hechos. La teoría científica, al contrario de los planteamientos puramente especulativos, asegura la consistencia, la fuerza y la racionali­dad de un enunciado, supeditándolo a una serie de pruebas independien­tes. Es, por tanto, de vital importancia comprender la naturaleza de la teoría científica ( ...) . La teoría en geografía no se ha desarrollado, sin embargo, adecuadamente. Resulta difícil por ello identificar con precisión el «punto de vista» que caracteriza a la geografía y establecer los criterios de significación definidos por dicho punto de vista. El problema de la significación, según lo define Hartshorne, no tiene una solución inde­pendiente de la teoría geográfica.

(...)El temor de los geógrafos a la teoría explícita no es totalmente irra­

cional. Los problemas prácticos al extender el método científico a las ciencias sociales e históricas son considerables. Problemas similares surgen en geografía. El complicado y multivariable sistema que los geógrafos tratan de analizar (sin las ventajas del método experimental) es difícil de manejar. La teoría, en última instancia, requiere el uso del lenguaje matemático, pues solamente se puede manejar la complejidad de interac­ciones de forma consistente usando semejante lenguaje. El análisis de datos requiere un computador rápido y métodos estadísticos adecuados, y la verificación de hipótesis. también requiere métodos. La desgana de los geógrafos para desarrollar teorías refleja en parte el lento crecimiento de métodos matemáticos apropiados para tratar los problemas geográficos. Sin esos métodos los problemas de los geógrafos parecen analíticamente intratables. Los deterministas realizaron toscos intentos de explicación sistemática, pero en los años veinte cayeron en desgracia. Sin embargo, no parecía existir nada capaz de ocupar su lugar.

David Harvey 42/

i

(/

428 Antología de textos

(...)La teoría derivada de otras disciplinas en geografía se encuentra, sin

duda, desarrollada con más fuerza que la teoría autóctona. La mayor parte de la teorización ahora habitual en geografía es de este tipo. La pregunta, por tanto, radica en saber si la teoría autóctona puede desarro­llarse en geografía al margen de la teoría derivada y, si es así, cuáles son las relaciones entre ellas. ( .. .) Una conclusión preliminar es que cuando los geógrafos desarrollan su pensamiento analítico en términos de len­guajes espacio-temporales (el marco espacial para el pensamiento propuesto por Kant, o los posteriores marcos espaciales relativistas), la teoría autóc­tona puede ser desarrollada, pero cuando los geógrafos recurren a len­guajes referentes a las propiedades, la teoría resultante es claramente derivada, actual o potencialmente, de alguna otra disciplina.

De forma general, podemos concluir que no existe ninguna razón lógi­ca para suponer que la teoríá no pueda desarrollarse en geografía o que la totahdad de los métodos empleados en la explicación científica no puedan ser utilizados en los problemas geográficos. Hay que admitir que ello implica serios problemas prácticos. Pero, desde luego, no se pueden invocar esas dificultades prácticas para probar que el pensamiento geográ­fico es esencialmente diferente respecto a la forma de explicación de las restantes disciplinas, excepto la historia y, quizá, la geología.

ha explicación en geografía

De lo anterior puede concluirse que la geografía está «escasa de teorías y sobrada de hechos». Sin embargo, el desarrollo de la teoría parece vital tanto para la exphcación satisfactoria como para la identificación de la geografía como un campo independiente de estudio.

( . . . )La teoría científica puede seguir dos caminos diferentes. El camino

teórico-deductivo se encuentra ahora probablemente más favorecido, puesto que reconoce claramente la naturaleza hipotética de gran parte del pensa­miento científico. En general, este tipo de pensamiento no ha prevalecido en geografía, aunque ha existido gran cantidad de pensamiento a priori. Escritores como Griffith Taylor y Cari Sauer desarrollaron la teoría en cierto sentido; pero las teorías sólo consiguen un status científico si pro­porcionan hipótesis que puedan ser verificadas de alguna manera, y las teorías desarrolladas por esos escritores son, en su mayor parte, poco verificables, aunque resulten estimulantes y vivificantes. Esto ocurre en parte porque estas teorías fueron enunciadas de tal forma que eran inca­paces de elaboración deductiva, y en parte porque los eslabones de la metodología científica, que parten del enunciado de la teoría y continúan con la formulación de hipótesis, la construcción de modelos, el diseño

David Harvey 429

e x p e r im e n ta l y los procedimientos de verificación, se han configurado muy débil y recientemente.

El camino implícito en la ortodoxia de Hartshorne es diferente. Pa­rece ir del estudio de observaciones desordenadas (los hechos), a través de la clasificación y la generalización, a la formación de principios, que pueden entonces ser usados para ayudar en la descripción interpretativa de áreas. La fuerza de tal camino depende enteramente del poder de la lógica inductiva, y resulta ser, por tanto, un camino bastante débil para la formación de enunciados generales válidos que puedan funcionar como leyes totalizadoras. Afirma tácitamente la habilidad para identificar «los hechos» independientemente de la teoría — afirmación que muchos no estarán dispuestos a aceptar— . La mayor parte de la investigación geo­gráfica tendía hasta hace poco a interesarse por la recogida, ordenación y clasificación de datos, y en este sentido estaba de acuerdo con la orto­doxia de Hartshorne sin aceptar necesariamente la tesis de Kant. Esta aproximación a la descripción y a la exphcación parece incluso inferior a la de Bacon, en el sentido de que elude la unificación intentada de los principios generales dentro de una estructura teórica unificada.

( . . . )

MODELOS DE INVESTIGACION Y MODELOS TEORICOS EN GEOGRAFIA **

Jean-Bernard Racine *

Cabe preguntarse, en 1974, si merece todavía la pena interrogarse sobre la naturaleza, la función, los fundamentos y los límites de la noción de modelo en el trabajo del geógrafo. En las escuelas anglosajonas y es­candinavas, una reflexión de este tipo podría parecer en todos los casos caduca, en particular después de la aparición de obras de síntesis tan importantes como las de R. Chorley y P. Haggett, Models in Geography, o de D. Harvey, Explanation in Geography, y, más recientemente, de la excelente puesta a punto, admirablemente ilustrada a lo largo del libro, que han propuesto Abler, Adams y Gould en Spatial Organization, The Geographer’s View of the World, en la primera parte de su obra, al tratar sucesivamente de «la ciencia», de «la exphcación científica» y de «la geo­grafía concebida como ciencia». Con anterioridad y paralelamente a este esfuerzo para poner en orden ideas y conceptos, una cantidad impresio­nante de trabajos demostraba no sólo la utilidad, sino también la necesidad,

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:French, H. M., y Racine, J . B., Eds. (1971): Quantitative and Qualitative Geography.

La nécessité d’un dialogue, Otrawa, Université d’Ottawa (Travaux du Département de Géographie, 1).

Racine, J . B. (1972): «Modeles graphiques et mathématiques en géographie humaine», Revue de Géographie de Montréal, I , 1, pp. 7-34.

Racine, J . B., y Reymond, H. (1973): L’analyse quantitative en géographie, París, Presses Universitaires de France.

Radne, J . B. (1977): Discurso geográfico y discurso ideológico: perspectivas episte­mológicas. Traducdón de A. Redondo, Barcelona, Universidad de Barcelona (Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 7), 1977.* * Racine, J . B. (1974): «Modeles de recherche et modeles théoriques en géogra­

phie», Bulletin de VAssociation de Géographes Frangais, L I, 413-414, pp. 51-62. Tra­ducción de Josefina Gómez Mendoza.

430

(

Jean-Bemard Racine 431

en cualquier proceder geográfico que aspire a ser científico, de recurrir a los modelos y, de forma más específica, a los modelos de construcción matemática.

Sin embargo, los trabajos americanos más recientes evidencian que, tras una década larga de entusiasmo comunicativo, la «nueva geografía» entra en un período de duda, evidentemente en cuanto a sus fines, pero también en cuanto a sus medios. Y la noción de modelo vuelve al centro de las discusiones. En Francia, donde sólo se han seguido las huellas de los geógrafos anglosajones con retraso y reticencia, las obras recientes de Beaujeu-Garnier, Bonnamour y Merlin, acaban de poner de manifiesto que una. geografía que aspire a ser «aplicable» no puede prescindir de recurrir a «modelos». Pero no parece que exista acuerdo más que en un cierto tipo de vocabulario, aun cuando el ultimo de los tres autores citados no asuma las distinciones propuestas por los dos primeros. El modelo de la utilización de los modelos en geografía está todavía por hacer.

La principal crítica que todavía se hace a los modelos en general, in­cluso por geógrafos propicios a su empleo, estriba en que no han sido construidos correctamente, y en que no pueden serlo, «dada la comple­jidad de las componentes», «mientras se confundan los mecanismos fun­damentales y el tejido de variables que los condicionan, y no se disponga de estudios sistemáticos de correlaciones». ¿No se está quizá olvidando que es precisamente en la utilización de modelos de construcción mate­mática donde se buscan los medios para, por fin, poder controlar el aná­lisis de los problemas de correlaciones y de los de multicolinealidad, por ejemplo, problemas ante los que el análisis cualitativo, con sus instru­mentos tradicionales, ha tenido que confesar su impotencia? Pero no se trata en estos casos más que de modelos exploratorios, modelos de inves­tigación, incluso si son tan sofisticados como los que proponen las técni­cas del análisis factorial. Nadie puede ya negar su interés. Pero los modelos pueden ser utilizados para otros fines explicativos, condusorios. Su interés no se limita, por lo demás, a las conclusiones a menudo pardales o pro­visionales, a las que llegan. Lo esendal estriba, en efecto, en el esfuerzo de conceptualizadón y de formuladón teórica que suponen. En uno como en otro caso, la causa nos parece que ya ha sido vista. Es, a nuestro en­tender, inútil defender hoy en día la noción de modelo y la utilización de modelos en una batalla ya resuelta.

Más útil es preguntarnos en la actualidad sobre problemas concretos. Tres de ellos nos parecen importantes:

¿Cómo se inscribe el recurso a los modelos en d proceder normal del geógrafo?

¿Qué valor puede concederse a un moddo teórico en la búsqueda de la exphcación?

¿Cómo construir matemáticamente un modelo de investigación que permita al análisis geográfico responder a la doble exigenda de un conoci­miento teóricamente fundado y empíricamente verificado?

(

ft

432 Antología de textos

Nuestra primera serie de observaciones a este respecto se apoyará en nuestra experiencia personal.

Los modelos y la aproximación metodológica de una geografía científica

El propósito inicial de nuestra tesis sobre la expansión metropolitana del Gran Montreal era clásico: realizar un análisis geográfico de la coyun­tura espacial en el seno de la zona metropolitana de Montreal, y más específicamente un análisis de la corona generada por la expansión metro­politana, de la que teníamos que definir y explicar la diferenciación inter­na, la organización tipológica y la dinámica particular. El crecimiento del Gran Montreal y las formas espaciales resultantes sólo representan, sin embargo, un caso particular del proceso y de las consecuencias de la exur­banización y del conjunto de fuerzas que le están vinculadas y que actúan en el sistema urbano. Por ello, todo el que, tras identificar el proceso, quisiera tratar de explicarlo, tenía que efectuar una elección metodológica importante.

Es conocido el proceder ya clásico de la geografía, tal como lo definió Pierre George en 1970: «observación analítica, detección de las correla­ciones, investigación de las relaciones de causalidad». Incluso si una defi­nición de este tipo, propuesta en la actualidad, exige recurrir al instrumento cuantitativo, no dice nada del marco conceptual y metodológico en el que este recurso debe inscribirse. Sin embargo, eso es lo esencial. En efecto, un estudio orientado de acuerdo con estos tres términos, incluso si utiliza el instrumento cuantitativo, puede muy bien no suponer más que un refinamiento ilusorio con relación al discurso tradicional del geógrafo, que venga a añadir a tantas otras descripciones locales, regionales o territoria­les, un nuevo «sello» en una colección en la que no existe en absoluto preocupación por hacer progresar de forma verdaderamente significativa las modalidades del conocimiento geográfico. El problema no es el del dilema entre «cuantitativo» y «cualitativo», como tampoco el de una dico­tomía expresada en términos de información utilizada, sino más bien en términos de comportamiento intelectual y de actitud fundamental frente a la disciplina geográfica. Como ha mostrado S. Gregory, se trata de la aceptación o del rechazo, por parte del investigador, de la aplicación a los problemas geográficos del proceso normal de razonamiento analítico, tal como es aplicado en las ciencias puras, en las ciencias del terreno y, además, en las ciencias sociales. ¿Es necesario volver, de nuevo, sobre la naturaleza de este conocimiento y sobre sus etapas normales? No lo cree­mos. Digamos tan sólo nuestra elección: hallar, para dar cuenta de la coyuntura espacial montrealesa, una aproximación que hiciera hincapié más en la generalización, en términos de hipótesis y de teorías, cuya validez tendría que ser verificada, que en la particularización en términos de acu­mulación repetititiva de una información descriptiva de la que trataría de inducir (o de deducir... la cosa ya no está muy clara) una exphcación.

(

Jean-Bernard Racine 433

Con este fin hemos recurrido, en nuestro estudio, a la reflexión teórica y a los modelos matemáticos. Después de haber constatado que las ciudades americanas se parecen más entre sí, en sus diferentes categorías dimen­sionales, de lo que se parecen a cualquier otro prototipo urbano, lo que parece demostrar que su desarrollo y estructura dependen de una serie de factores comunes responsables de esta especificidad, dspués de haber mostrado que Montreal era una ciudad típicamente norteamericana, nos ha parecido legítimo renunciar a un estudio estrictamente idiográfico y partir de la teoría ya adquirida y de la bibliografía ya conocida, del «mo­delo» de ciudad americana, para mostrar cómo esta adquisición podía rela­cionarse a la observación empírica, desembarazándonos así de los hechos comunes para mejor poner de manifiesto los hechos específicos y poder situar nuestros resultados dentro de los esquemas generales de exphcación elaborados por la reflexión teórica, aunque hubiera que cuestionarlos, ma­tizarlos o precisarlos: lo particular sólo toma sentido de relación con lo general, la teoría adquirida se convierte en el hilo conductor del estudio.

Se nos planteaba entonces de forma inmediata una cuestión: ¿Cómo verificar si sí o no el desarrollo de Montreal, su expansión metropolitana y la diferenciación de la corona urbana resultante eran susceptibles de interpretarse a la luz de la reflexión teórica, si se era incapaz de definir los hechos observados en términos tales que pudieran servir en un modelo general ligando la realidad empírica al conjunto de hipótesis de estructura y de explicación? Después de haber multiplicado las investigaciones des­criptivas, acumulado mapas y comentarios de mapas sobre el conjunto de atributos espaciales susceptibles de calificar este espacio en curso de com­pleta transformación, la cuestión se planteaba así: ¿qué hacer con esta información de la que no emergía de hecho, desde el punto de vista geo­gráfico, más que una cruel impresión de desorden y de inorganicidad? ¿Iba a contentarse este trabajo en constatarla, no desembocando más que en una sucesión de observaciones? Una reflexión en profundidad sobre el plan de exposición podía lograr en mayor o menor medida poner orden en la exposición de los hechos. Pero, ¿sería este orden el de la lógica de las palabras o el de la lógica de las cosas? ¿Cómo decidirlo con seguridad? ¿Se trataría de la expresión de las cualidades de conjuntar del investiga­dor (cualidad tradicional de los geógrafos) o de lo que otros investigadores habrían a su vez encontrado utilizando los mismos métodos? En otras palabras, ¿sería de orden literario o científico?

El proceder científico, cualesquiera que puedan ser sus etapas, tiene además una exigencia global, lo que se llama transparencia del conoci­miento. Este aspecto ha sido desarrollado por Reymond en nuestro libro común sobre el Analyse quantitative en géographie. Definir la ciencia como una transparencia del conocimiento equivale a decir que un «sujeto» comunica a otros «sujetos» un saber adquirido sobre un «objeto». Esta transparencia implica que el sujeto comunicante y los sujetos que reciben la nueva información puedan seguir juntos el camino que va del contacto subjetivo con el objeto a la extracción objetiva del conocimiento, por la

(/

-f

434 Antología de textos

sucesión de técnicas de extracción, siguiendo un orden esperado por el consenso de otros investigadores: el método científico. Esta transparencia del conocimiento, gracias a este proceder crítico aceptado por todos, «fundamenta el valor del conocimiento al hacer públicos sus errores».Y sin duda eso es lo esencial, lo que no deja de parecerse a humildad sis­tematizada.

La función de los modelos de investigación (inductivos) consiste en reducir y ordenar la información original poniendo de manifiesto y mi­diendo los hechos de interdependencia y de combinación, a fin de efectuar el paso entre las unidades estadísticas cuantitativas y las unidades geo­gráficas cuahtativas a las que se referirán las cuestiones de analogía o de correspondencia tipológica, las cuestiones de causalidad y la reflexión nor­mativa. Modelos esencialmente utilizados con anterioridad a la reflexión puramente geográfica, corresponden más bien a tamices, a filtros, puesto que sirven de hecho como intermediarios, matemáticamente concebidos, entre el hecho estadístico bruto y la realidad que hay que definir.

Vienen después los modelos teóricos que tienen otra finalidad: simular lógicamente la realidad. En la medida en que lo logran, bajo ciertas con­diciones sobre las que volveremos más adelante, pueden ser calificados de modelos explicativos. Sin embargo, al haber estos modelos demostrado la ignorancia de los investigadores dando la medida de la inmensa distan­cia que separa la construcción teórica y la parte de la realidad que cubre, es habitual contentarse con modelos descriptivos, de vocación operadonal, o con modelos estocásticos, que dejan un lugar al azar. En uno como en otro caso permiten fundamentar ciertas previsiones y pueden, por tanto, situarse en un momento anterior al de la reflexión normativa, aunque posterior al del análisis puramente geográfico.

Pueden comprenderse así las razones que nos han llevado a optar, por el recurso a modelos matemáticamente elaborados, en cuanto hemos sido capaces de manejarlos en lo fundamental. Pero el modelo no es nunca la realidad, de la misma forma que el mapa no es el país. Por ello, este recurso no garantiza la pertinencia de nuestros resultados. Ayuda a juz­garlos.

A este respecto nuestro trabajo sobre Montreal ha podido probar por lo menos una cosa en cuanto a la necesidad de emplear un modelo ma­temático de investigación previamente a interrogarse sobre los procesos causales y a la previsión de las coyunturas espaciales futuras a partir de la dinámica de las estructuras actuales. Frente a las simplificaciones abusi­vas de una reflexión teórica, no obstante magistral y coherente, pero basada sobre hipótesis que no tienen nada que ver con la realidad al estar demasiado exclusivamente apoyadas en la teoría económica de utili­zación del suelo urbano, el análisis factorial del conjunto de los atributos espadales que definen el espado geográfico montrealés pone de manifiesto que la complejidad de la ecología humana de un área metropolitana, e induso de una simple corona metropolitana, convierte en inutilizables los modelos de los economistas, cualquiera que sea su nivel de coherenda

(

jean-Bernard Racine 435

lógica. Se descuida el sistema sodal y también el sistema político. Este es un resultado al que llegan todos los espedalistas de ecología factorial, a pesar de no utilizar más que modelos de investigadón. El descubrimiento de los prindpales factores, de acuerdo con los cuales se estructura el es­pado social intrametropolitano, pone de manifiesto que toda modelización ¿el crecimiento' urbano debería tener en cuenta una realidad primaria, específicamente geográfica: la diferendación estructural del sistema intra- urbano. Los factores de la diferenciación espacial están, en efecto, en la base de una gran variedad de tipos de combinaciones, que forman otras tantas unidades que albergan, en un marco construido específico, una po­blación más o menos homogénea cuyos comportamientos obedecen rara­mente a una ley o a una regla general válida para el sistema entero, y esto cualquiera que sea la naturaleza de los comportamientos estudiados, comportamientos del hombre económico más o menos radonales, o com­portamientos de satisficers (el hombre que «desea») motivados más por el deseo de alcanzar un cierto nivel de satisfacción que por la preocupa- dón de maximizar rentas y utilidades.

A pesar de las críticas que los economistas espadales han efectuado en una primera época a la geografía, así como a la ecología humana y a la sociología en general, a las que acusan de darse por satisfechas con proce­dimientos juzgados estrictamente descriptivos, orientados hacia la constatar ción de regularidades más que hacia los procesos que las han engendrado, pensamos que es labor, por lo menos parcial, de nuestra disciplina definir la variedad de estos medios geográficos a partir del descubrimiento de sus principales elementos estructurantes. De ahí nace la importancia, de un modelo de investigación que sirva de revelador de estructura más que de instrumento de simulación y de previsión, un modelo de investigación tipológica en d que la matemática sostenga la tipología al crear referen­cias que, según manifiesta A. Libault, no sean ya descritas por un conjunto de cualitativos, sino enmarcadas entre extremos cuantitativos.

Es evidente que, una vez obtenida la estructura tipológica, debe de ser explicada. La obtención de una estructura óptima plantea problemas que se pueden resolver en la actualidad de forma más o menos objetiva gradas a modelos matemáticos. La explicadón plantea otros, mucho más delicados y que no podemos, desgraciadamente, ilustrar con nuestra propia experiencia, puesto que todos nuestros trabajos se refieren hasta ahora a modelos descriptivos, de la misma naturaleza que los descritos por Pierre Merlin en su capítulo sobre los mecanismos de desarrollo urbano, modelos utilizados en el plano operadonal, pero sin fundamentos conceptuales rea­les; por lo tanto, poco susceptibles de aportar explicadones.

El papel del modelo teórico en la búsqueda de una explicación: el ejemplo del proceder de Christaller

Es conocido el alcance del trabajo de Christaller (1933) en nuestra disciplina. Numerosos geógrafos ven en él el punto de partida de la geo-

(

i

436 Antología de textos

grafía moderna. Induso si se debe poner de manifiesto en la actualidad que la organización de tipo jerárquico de los conjuntos urbanos no es más que una forma entre otras muchas (y, sin duda, una forma que tiende rápidamente a volverse caduca) de los modos de relaciones entre las ciu­dades y que sería peligroso erigir en regla general y universal lo que quizá no fue más que un fenómeno contingente, el trabajo de Christaller sigue siendo interesante y fundamental, aunque sólo sea por la originalidad (con relación al pasado) del proceder intelectual utilizado.'Este merece, pues, ser precisado y comentado, sobre todo para un público de geógrafos francófonos que se ha mostrado, hay que admitirlo, terriblemente reticente frente a ese tipo de reflexión geográfica.

Aunque sólo fuera en función de la riqueza de vocabulario, que clasi­fica los centros humanos en aldeas, pueblos, burgos, villas, ciudades y, más recientemente, en metrópolis o megalópolis..., cada uno de nosotros está familiarizado con la noción de jerarquía de clases urbanas. Ahora bien, para Christaller, la observación de los mapas confirmaba la intuición hgada a la práctica del lenguaje. Fue precisamente a partir de las preguntas que le eran sugeridas por la observación sobre los mapas de la regularidad con la que las ciudades de diferentes tamaños se disponían a lo largo de las carreteras, como buscó el medio para encontrar una explicación del ta­maño, del número y de la distribución de las ciudades. Dicho de otra forma: ¿cómo descubrir las leyes —o las reglas— que rigen la distribución y la estructura de este fenómeno urbano? Debemos a B. Berry y a C. Harris el haber mostrado por qué Christaller llegó a rechazar el procedimiento purámente geográfico, porque «hasta el presente nadie había llegado a definir de una forma clara leyes que tuvieran una validez suficientemente general sobre el tema». De la misma forma se vio abocado a rechazar a la vez la investigación histórica y el método estadístico, ya que las esta­dísticas por sí solas no pueden pretender dar la prueba lógica de que las regularidades empíricamente descubiertas obedecen a leyes auténticas, mientras que la historia sólo puede desembocar en la puesta en evidencia de casos particulares.

Christaller buscó, por el contrario, una teoría que poseyera una validez completamente independiente de lo que la realidad ofrecía a la observa­ción, que tuviera por única virtud su propia lógica, teoría que podría ser confrontada con la realidad a fin de juzgar en qué medida ésta corres­pondía a la teoría, en qué medida era explicada por ella, y en qué aspectos la teoría no correspondía con la realidad. Los hechos inexplicados deberían entonces ser clarificados con la ayuda de la investigación puramente his­tórica y geográfica, puesto que su existencia estaría vinculada a factores de resistencia, personales, históricos o naturales, causantes de las desvia­ciones observadas con relación a la teoría. Por tanto, puesto que no tiene nada que ver con la teoría misma, no pueden ser utilizados como argu­mentos contra la validez de la teoría. En este contexto, los métodos cuantitativos son, pues, simplemente el medio de confrontar la teoría con la realidad a fin de poner de manifiesto todo lo que la teoría no explica,

Jean-Bemard Racine 437

de forma que se susciten y se fundamenten otros tipos de exphcación, que exigen otros tipos de investigación.

Este proceder reposa de hecho sobre la aceptación implícita de una cierta metodología de la explicación, implicada por el modelo. Como ha puesto de manifiesto J . U. Marshall, en una muy importante contribución a la geografía de los lugares centrales, el propio Christaller había obser­vado que la realidad sólo rara vez obedecía a la predicción del modelo, tanto en término de localización como en términos de rango. Y una gran parte de su trabajo, mal conocida, ha consistido precisamente en proponer explicaciones para los casos de centros que tienen sea un buen nivel de centrahdad pero están mal localizados, sea una buena localización pero no un buen nivel de centrahdad. Ahora bien, proponer explicaciones para los casos desviados con relación a las predicciones implica aceptar el impor­tante postulado de que las regularidades del modelo son inherentes a la realidad, que subyacen al caos aparente de la superficie, cualquiera que pueda ser su grado, y que explican la parte de la realidad que se las ajusta. En otros términos, nos dice J. U. Marshall, «racionalizar las des­viaciones con relación al modelo sólo puede ser aceptado como proceso exphcativo si el modelo mismo es aceptado como suministrando una parte significativa, la mitad, por ejemplo, de la exphcación de una configuración observada». La pregunta que hay que plantearse entonces es la siguiente: ¿existen raíces sóhdas que nos permitan considerar el modelo en cuestión como verdaderamente poseedor de un poder explicativo? La pregunta, en lo que se refiere a la teoría de los lugares centrales, se plantea tanto para los modelos más flexibles (como el de Berry y Garrison, 1958) como para el modelo rígido de Christaller.

Para pronunciarnos sobre ello, remitimos a la argumentación de J. U. Marshall, que sitúa sucesivamente las diferentes posiciones lógicas posibles a la luz de la filosofía de las ciencias y admite en conclusión, a partir del doble principio de parsimonia y de plausibilidad, la utilidad del modelo de Christaller que reduce al máximo el rompecabezas de la realidad, con el mínimo de postulados, contrariamente a la solución opuesta, que consistiría en escribir una cantidad de historias idiosincrá- ticas relativas a cada uno de los centros, lo que implicaría de hecho un número de postulados explicativos todavía superior a los que implica la aceptación del modelo posible. Esta exphcación legitima entonces la bús­queda de tina exphcación suplementaria sólo para sus desviaciones. Debe retenerse, no obstante, que los diferentes modelos utilizados por los geó­grafos varían enormemente con relación a este concepto de plausibilidad: una regresión de tipo funcional que ponga de manifiesto el vínculo entre las poblaciones y el número de funciones en un sistema de ciudades es, indudablemente, un modelo en la medida en que presenta, con ayuda de nna formulación matemática, una situación observada en términos de rela­ciones entre distintas variables. Pero la existencia de la relación no es susceptible de ser interpretada plausiblemente por el descubrimiento de su expresión matemática, contrariamente al modelo de los lugares centrales,

(I

438 Antología de textos

tal como fue propuesto por Christaller: «El grado de exphcación que posee un modelo crece con su plausibilidad.»

Otras consideraciones pueden surgir, sin embargo, al encausar las mo­dalidades según las cuales el modelo teórico es verificado. Nosotros mismos hemos realizado investigaciones sobre la definición de centrahdad: ¿qué índice seleccionar?, ¿cuáles son las relaciones entre los diferentes indicado­res propuestos?, ¿cuál es teóricamente el más pertinente para el estudio que nos proponemos?, ¿cuáles son las actividades verdaderamente cen­trales? Responder a estas preguntas exige largos estudios, que utilicen ya modelos de investigación a menudo sofisticados. ¿Cómo puede, entonces, cada investigador construir de forma coherente su laboratorio de análisis, su campo de experimentación? Sobre todo, ¿cómo hacerlo funcionar en relación a las exigencias del modelo? Esta última pregunta tiene mucha importancia, y a ella ha dedicado J. U. Marshall lo fundamental de su tesis. El autor pone de manifiesto que la casi totahdad de los estudios consagrados a la verificación del modelo de Christaller obedece a las premisas, explícitas o implícitas, del modelo y/o que los métodos y téc­nicas estadísticos utilizados no han podido o no podían tomar en cuenta estas premisas. Esta es una acusación lo suficientemente grave como para incitar a los geógrafos a tener cada vez más rigor en el manejo de sus instrumentos, ya sean conceptuales, ya sean técnicos. De ahí una tercera serie de observaciones, estrictamente introductorias, en cuanto a la cons­trucción de un nuevo modelo de investigación en geografía humana.

De la ecología (o de la geografía) factorial a la geografía explicativa moderna

Hemos propuesto ya, en diversos trabajos que se completaban y mati­zaban unos con otros, la definición de una estructura precisa del procedi­miento que debe seguir una geografía fundada sobre el tratamiento siste­mático de la información espacial. Tal como lo expresábamos en nuestro artículo sobre las correspondencias tipológicas del espacio geográfico, nues­tro modelo de investigación reflejaba toda la ignorancia del neófito entu­siasta. Incluso haciendo abstracción de la extraordinaria dificultad para formalizar un modelo conceptual exphcativo global y plausible de los hechos observados (la geografía no ha encontrado todavía a su nuevo Christaller), ¿cómo asegurar en la práctica el paso entre este modelo.teóri­co y la realidad empírica? Hemos creído encontrar un principio de solu­ción en la utilización combinada de los recursos del análisis factorial y del anáhsis discriminante. De hecho, el método de las «correspondencias discriminantes» no representa más que un escaso progreso en esta inves­tigación aun cuando conserve gran interés para los procedimientos de optimización tipológica. Aunque permite comparar dos matrices tipológicas, sólo compara resultados, configuraciones, y, como recuerda B. Berry en un texto de 1973, nada autoriza a inferir directamente de una correspon­

Jean-Bernard Racine 439

dencia entre la configuración de un modelo teórico y la configuración empíricamente descubierta, una relación causal entre ambas. El análisis estático de las configuraciones es incapaz de mostrarnos cuál de las causas, entre una variedad de ellas igualmente plausibles pero fundamentalmente diferentes, ha podido generar la configuración estudiada. No hay que con­fundir estadística y lógica. Además, el geógrafo, cuando llega a trabajar con tipos, ha manipulado ya tanto sus datos, ha «tratado» hasta tal punto su información, que la ha alterado considerablemente, dando lugar, de acuerdo con la expresión de B. Marchand, en su artículo sobre la teoría de la información y la geografía, a una «pérdida de entropía». En rela­ción a los datos ordenados en la matriz de información espacial originada, esta pérdida parece a este nivel máxima. Por ello, el esfuerzo de paso del modelo teórico al modelo empírico debe ser intentado con anterioridad al anáhsis tipológico, en el nivel de las matrices factoriales y de las ma­trices de resultados, mientras que el anáhsis de correspondencias discri­minantes puede todo lo más servir de test en lo relativo al alcance «geográfico» regional de las imphcaciones propuestas.

No podemos presentar aquí un modelo teórico. Debe corresponder al problema estudiado en cada uno de los casos y debe ser presentado de forma no ambigua. Se conoce, sin embargo, hoy en día, la existencia de un modelo de investigación, el de las rotaciones procrusteanas, que permite aproximar de forma analítica los resultados inductivos a los que conten­dría, aunque sólo fuera de forma binaria, una matriz objetivo (target matrix) hipotética. El modelo nace de la reflexión general sobre las posi­bilidades de rotación de los ejes factoriales. Pero más que orientar la rotación en función del criterio de la estructura más simple, como en el procedimiento Varimax, se la puede orientar de forma que se puedan verificar hipótesis específicas o teorías. Estas últimas pueden implicar el uso, como matriz objetivo blanco, de una matriz factorial, que no tenga nada que ver con la estructura latente del conjunto de los datos.

A fin de determinar si la información puede o no soportar una rota­ción de tal tipo que se ajuste a una configuración o a una estructura hipotética (es decir, que una de las bases del espacio vectorial sea la base teórica), pueden seguirse cuatro etapas:

1. Debe construirse, primero, una matriz objetivo y definirse el nú­mero apropiado de factores y las saturaciones hipotéticas de cada una de las variables exphcativas sobre los factores.

2. Una solución factorial inductiva preliminar puede entonces ser descubierta a partir de los datos empíricos introducidos en la matriz de información original.

3. Esta solución inicial puede después experimentar una rotacion hasta que encuentre el mejor ajuste (en términos de mínimos cuadrados) a la estructura hipotética. Si la estructura hipotética corresponde bien a la estructura latente de la información empírica, entonces debería ajustarse completamente la solución con rotación a la matriz hipotética de las satu-

c

440 Antología de textos

raciones tal y como fue definida en la primera etapa: los factores hipo­téticos describen entontes las configuraciones de las relaciones en el seno de esta información. Si, por el contrario, la solución con rotación se desvía de esta solución planteada hipotéticamente, debe cuestionarse la pertinencia de la hipótesis.

4. Es, pues, necesaria una cuarta etapa: consiste en analizar el con­junto de las correspondencias entre las dos matrices fundamentales. Es lo que se llama análisis de transformación, cuyas diferentes etapas (diez sub- matrices en total) permiten verificar y/o descubrir sucesivamente:

a) El grado de correspondencia global (expresado por un coeficiente de correlación) entre un conjunto de factores descubiertos inductivamente y el espacio vectorial definido por otra serie de factores deductivamente evaluados.

b) Las -variables que desempeñan el papel principal en la similitud o en la disimilitud existente entre las dos series de factores.

c) El desplazamiento de las correlaciones entre los dos factores pro­ducidos por la rotación, es decir, el ajuste máximo de una estructura a otra.

d ) Los factores que han cambiado en mayor medida de significación para que la estructura empírica corresponda a la estructura teórica.

La matriz de transformación que, aplicada a la matriz factorial empí­rica, permite terminar la rotación, posibilita, por tanto, también producir una nueva matriz de saturaciones factoriales que a su vez podrá ser utili­zada para una derivación de pesos locales que expresen espacialmente, en cierto sentido como lo harían los residuos en un modelo de regresión, la diferenciación entre la estructura teórica y la estructura empírica. A partir del conjunto de estos valores numéricos referidos al espacio, todos los anáhsis estadísticos multivariados pueden entonces ser reutilizados para fines de previsión o de anáhsis normativo.

Este modelo de investigación ha empezado a ser utilizado por los psi­cólogos y algunos sociólogos. Merece ser profundizado. Es lo que preten­demos en la Universidad de Lausanne. Pero para que la geografía extraiga algún beneficio de él, se debe cumplir una condición previa: que se desarrolle la investigación teórica del tipo de la de Christaller, pero basada ahora sobre razonamientos menos simplistas. Las investigaciones que se están actualmente empezando en geografía en el campo de los compor­tamientos, de la percepción, de la semiología y quizá de forma más signifi­cativa en el de la teoría de la decisión y de las selecciones en el seno de una problemática nueva, relacional y estocática, anuncian quizá la posibilidad de alimentar válidamente, en términos de factores de diferen­ciación y de organización espacial, una matriz objetivo teórica. Por lo menos, es esta hipótesis la que nos incita a proseguir nuestro trabajo.

MATEMATICAS Y CONCEPTOS EN GEOGRAFIA **

André Dauphiné *

Las técnicas matemáticas, que formalizan con igual adecuación, si no mejor, los datos cualitativos que los datos cuantitativos, se consideran a menudo como el estandarte de la nueva geografía. Aunque este instrumen­to no representa la aportación esencial de la nueva geografía, constatación fundamental que hemos afirmado muchas veces, ha modificado, sin em­bargo, profundamente numerosos elementos de la geografía actual.

En primer lugar, las matemáticas han ejercido una influencia directa sobre otras técnicas empleadas por el geógrafo, sobre todo la cartografía. La cartografía ha estado siempre basada en el lenguaje matemático, y es, por tanto, inútil oponer los modelos de formalización cartográfica y los modelos de formalización matemática. Se comprende entonces mejor cómo y por qué las nuevas técnicas matemáticas han valorizado los medios de expresión cartográfica; M. Chapot ha mostrado así el papel de la visuali-zación automática en cartografía.

Estas transformaciones han desbordado el marco técnico; los métodos experimentales, cuya aplicación directa en ciencias humanas resulta impo­sible, han podido ser introducidos en geografía, reemplazando los tests

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Dauphiné, A. (1973): «L’analyse factorielle: ses contraintes mathématiques et ses

limites en géographie», L ’Espace Géographique, I I , 1, pp. 74-80.Dauphiné, A. (1975): «Les régimes pluviométriques et leur distribution spatiale dans

les Midis £tan?ais», L’Espace Géographique, IV , 1, pp. 53-63.Dauphiné, A. (1979): Espace, région et systeme, París, Economica.

* * Dauphiné, A. (1978): «Mathématiques et concepts en géographie», en Géo­point 78. Concepts et construits dans la géographie contemporaine, Avignon, Groupe Dupont, Centre Littéraire Universitaire, pp. 7-24. Traducción de Isabel Pérez-Villa- nueva Tovar.

441

(

442 Antología de textos

estadísticos a la verificación experimental. De la misma forma, el desarro­llo del método sistémico se ha beneficiado del instrumento matemático e informático.

El instrumento matemático ha contribuido también a la renovación teórica de ciertas ramas de la geografía. Gracias a la aportación de las matemáticas, hemos podido evidenciar, y remediar parcialmente, la im­perfección del modelo teórico noruego (de climatología). De la misma manera, A. G. Wilson ha hecho progresar las teorías ’de interacción espacial, al proponer una nueva formulación del modelo gravitadonal ba­sada en la entropía. La teoría de los lugares centrales sigue siendo, sin embargo, el ejemplo más característico. M. Beckmann, al presentar una formalización matemática de la teoría de W . Christaller, introduce nuevas leyes, principalmente la que une la relación población urbana-población rural y el número de ciudades satélites de orden inmediatamente inferior que posee cada centro. B'. Berry crea dos nuevos conceptos; y, más reden- temente, P. Clava1 subraya que: «La teoría de grafos permite también hberar a los anáhsis de lugares centrales de presupuestos irreales — el de la superficie de transporte— y permite entender mejor cómo la atrac­ción de los diferentes centros puede combinarse en un punto.»

Aunque nadie puede discutir estas aportadones, es útil, sin embargo, preguntarse por las reladones poco estudiadas y difusas que existen entre la formalización matemática y la elaboradón de conceptos en geografía.

Este intento es nuevo, y precisamente por ello no pretende ser más que una modesta introducdón. Además, al tener que seguir siendo Géo­point un lugar de debate, del que nacen conjuntos de ideas, se impone un plan maniqueo. En la primera parte se presentan algunos peligros para la conceptualizadón en geografía, peligros que pueden surgir de una actitud cuantitativista demasiado técnica; después, en un segundo mo­mento, se exponen las virtudes de las matemáticas, de su acdón bené­fica sobre la edosión de nuevos conceptos. Pero antes conviene recordar algunas definiciones y algunas afirmadones iniciales sobre las matemáticas y sobre los conceptos, es decir, explidtar nuestro proceder, induso nues­tra ideología.

I. PARA UN PROCEDER CIENTIFICO

Nuestro proceder de geógrafo es, o al menos tiende a ser, dentífico. Rechazamos que la geografía sea un arte o una filosofía, a pesar de lo que pensaban nuestros maestros; y no puede ser una ideología, como desean o temen dertos autores modernos, aunque todo geógrafo o toda teoría geográfica tenga una dimensión ideológica, filosófica, a veces in­cluso artística. Así, la geografía es denda, aunque numerosos geógrafos funcionen todavía con demasiada frecuenda siguiendo esquemas precien- tíficos.

(

André Dauphiné 443

Dos deducdones pueden extraerse de esta postura indal. En primer lugar, sean cuales sean los numerosos problemas planteados por la utili- zadón de las matemáticas, sobre todo en d terreno de la recogida y de la crítica de los datos, es inútil negar su eficacia; todas las dendas han progresado mejorando sus métodos y afinando su teoría gracias al ins­tr u m e n to matemático, y la geografía no puede ser una excepdón. Es cierto que d empleo de las matemáticas no confiere automáticamente marchamo de c a lid a d a una obra geográfica, y basta leer cierta Introduction a l’analy- se de l’espace para convencerse. Sin embargo, los motivos aducidos para rechazar la formalización matemática esconden frecuentemente un profundo desconocimiento de su fundón. ¿Cuántos geógrafos creen todavía que el instrumento estadístico sirve para precisar un fenómeno? Cuando se trata casi siempre de redudr datos y, por tanto, de simplificar, de esquemati­zar, de encontrar la lógica interna de un conjunto de informaciones. Aña­damos finalmente que, con frecuenda, la negadón de la formalización matemática esconde bajo nobles principios ideológicos una perfecta aplica- dón de la ley dd mínimo esfuerzo.

Por otra parte, si la geografía es una dencia, es, por tanto, una cons­trucción abstracta que tiene como objetivo comprender, explicar y actuar sobre la organizadón del espacio; es un conjunto de constructos y de conceptos que deben ser definidos con predsión. Sin invadir la exposidón de C. Raffestin, hay que recordar algunas ideas sencillas, induso simplis­tas, sobre los conceptos geográficos.

En primer lugar, la geografía es una dencia cuyos conceptos proceden generalmente de los lenguajes populares. Muchos términos, tanto en geo­grafía física como en geografía humana, se obtienen del vocabulario coti­diano o del de una región. Así, por ejemplo, la mayoría de los conceptos de la geomorfología de las calizas proceden de la región de Karst, en Yugoslavia.

Lo mismo sucede en geografía humana; los conceptos de dudad, de centro, de banlieue son también de origen popular. Esto tiene la ventaja de hacer muy comprensible la geografía. Pero, como contrapartida, esta denda es pobre en auténticos conceptos específicos. Muy frecuentemente los conceptos están poco definidos y varían según los autores; así, en las jornadas geográficas de Montpellier, ha sido imposible definir el concepto de medio natural, al dar cada uno a este término un sentido diferente. A veces induso se producen disputas dentíficas a causa de esta termino­logía difusa.

Esta constatadón debería conducir al geógrafo a retener los escasos conceptos existentes y a precisarlos. Sirva como ejemplo el concepto de región. Como ha mostrado J. Beaujeu-Garnier, este concepto abarca «rea­lidades» diferentes; pero, en contra de su opinión, no es deseable aban­donarlo, pues, como escribe M. Teitz: «En una ciencia sodal que no es rica en fundamentos conceptuales, no es buena estrategia ( . . .) abandonar d término región.» El porvenir de la geografía no reside en d abandono de conceptos mal definidos, pues términos tan vagos como los de dudad,

(

444 Antología de textos

rural, induso espacio, deberían ser rechazados. Para crear una geografía científica es necesario, por el contrario, precisar los conceptos existentes y crear otros nuevos.

Una segunda idea es esencial. Un concepto no es un ser científico aislado, ( . . .) está ligado al mundo conocido, a una teoría o conjunto de leyes interrelacionadas y a las matemáticas.

En primer lugar, un concepto mantiene relaciones con el mundo co­nocido; debe permitir captarlo, conocerlo y transformarlo. -Esta idea no es nueva, y K. Marx oponía ya, hace un siglo, los conceptos a las catego­rías, constructos esquemáticos aespaciales 55 atemporales, como, por ejem­plo, la categoría de propiedad. Cuántos marxistas han olvidado hoy esta lección de rigor científico y convierten el concepto de clase, mal definido por el propio K. Marx, en una simple categoría.

Además, un concepto no es comprensible, no tiene sentido más que en el seno de una teoría; así, el concepto de balance hídrico designa dos realidades distintas para un hidrólogo o para un dimatólogo, pues no tienen el mismo marco teórico. De la misma forma, el concepto de espacio urbano es diferente para un sociólogo y para un geógrafo, aunque ninguno de los dos disponga de una auténtica teoría.

Finalmente, un concepto debe ser operativo, y se establecen así cone­xiones entre un concepto y las matemáticas. En las dos partes siguientes se estudian únicamente esas relaciones entre concepto y matemáticas, y por eso al indagar sobre las relaciones conceptos-lenguaje matemático no es posible soslayar completamente el tema referente a los conceptos.

II. ALGUNOS PELIGROS DEL EMPLEO INCORRECTO DE LAS MATEMATICAS

Una incorrecta utilización de las matemáticas puede tener repercusio­nes enojosas en la conceptualizadón en geografía. Existen tres peligros que no siempre se han evitado.

A) El modernismo puede ser voluntariamente engañoso

Un primer peligro está representado por geógrafos poco familiariza­dos con las matemáticas, pero que desean dar pruebas de modernismo. Emplean conceptos ya dásicos en geografía cuantitativa, en cualquier con­texto y sobre cualquier hecho.

Un primer ejemplo lo constituye el concepto de factor. En la geogra­fía tradicional, el término factor tiene un sentido preciso: es lo que explica. En anáhsis factorial, el sentido de la palabra factor es muy dife­rente; un factor ordena la información contenida en un cuadro: no explica nada. Pero, a veces, ciertos autores superponen los conceptos del anáhsis factorial a un proceder tradicional. En las jornadas geográficas de Mont- pellier se nos facilitó un cuadro de las correlaciones entre diferentes ele-

(

André Dauphiné 445

¡lientos del paisaje natural; ninguna correlación estaba bien medida, pero el concepto de correlación se considera hoy más digno que el de relación y se utiliza, por tanto, para engalanarse con ropajes científicos.

Este tipo de error no es exdusivo de los geógrafos tradicionales; los geógrafos cuantitativos se equivocan a veces, aunque involuntariamente. Incluso ha habido geógrafos cuantitativos que han creído en la capaddad exphcativa de los factores de un anáhsis factorial.

B) Errores de interpretaciónLa geografía cuantitativa trabaja siempre en dos planos conceptuales:

el del lenguaje matemático y el del lenguaje geográfico. El paso de uno a otro, al llevarse a cabo la interpretación geográfica de los resultados ma­temáticos, puede acompañarse de errores graves. El ejemplo del concepto de independencia es muy significativo.

Dos vectores ortogonales, cuyo producto es igual a cero, son en ma­temáticas, por definición, independientes. Un anáhsis factorial resume, pues, la información respecto a ejes independientes en el plano matemá­tico. Pero, ¿ocurre lo mismo cuando se sitúa uno en el plano geográfico, a partir de las saturaciones y de las magnitudes factoriales? En absoluto, y se corre el riesgo de llegar a interpretaciones sorprendentes.

Así, para R. A. Murdie y los partidarios de la ecología factorial, la estructura de las dudades americanas está ordenada por tres ejes inde­pendientes en los anáhsis: la situadón étnica, la situación familiar y la situación económica. Ahora bien, ¿puede pretenderse seriamente que estos tres «factores» son independientes? ¿No hay reladones en las dudades americanas entre la situadón étnica y la situación familiar, o entre la situa­dón étnica y la situadón económica?

Este error vuelve a encontrarse frecuentemente en los trabajos de los geógrafos cuantitativos. Nosotros mismos nos hemos librado sin duda por casualidad. En efecto, para cada clase de tipo de tiempo, encontrába­mos siempre la situadón y la circuladón como ejes prindpales en nuestros anáhsis factoriales. Es evidente para un chmatólogo, incluso prindpiante, que estos dos conjuntos, la situación y la circulación, son estrechamente dependientes, hasta el punto de que es incluso difícil saber si la situación se encuentra en el origen de la drculación o si sucede lo contrario; de hecho, es un buen ejemplo de causalidad circular.

Este error se vuelve a encontrar induso en los manuales introducto­rios. En el último que se ha publicado en lengua francesa (M.-F. Cicéri, B. Marchand y S. Rimbert) se piensa todavía que: «El papd del anáhsis en componentes principales es justamente clasificar en orden decreciente las combinadones más importantes formadas por variables que varían de forma estrechamente interdependiente, y aislarlas en conceptos diferentes no correlacionados, suprimiendo la redundancia presente en las variables inidales.» Si la primera parte de la frase es exacta, la segunda puede

1

446 Antología de textos

inducir a error, pues los factores encontrados están frecuentemente corre­lacionados en el plano geográfico.

Estos errores proceden de la incomprensión parcial del análisis facto­rial. M. Novi ha señalado que hay que evitar confundir los ejes factoriales y los factores ( ...) . ¿Cuántos geógrafos franceses distinguen entre los ejes factoriales y los factores? Muy pocos, que sepamos.

C) Simplificaciones abusivas

La utilización de técnicas cuantitativas puede también conllevar una esquematizacion a ultranza, una simplificación abusiva de un concepto geográfico.

El ejemplo de la evolución del concepto de región es significativo. Dejemos discutir a los geógrafos sobre la existencia o inexistencia de la región; este debate no es sólo académico, como sostiene A. Meynier, es acientífico. Para un geógrafo científico, la región no <?s un concepto, idea defendida desde hace mucho tiempo por los geógrafos anglosajones.

Ahora bien, los nuevos geógrafos americanos, cualquiera que sea su ideología, reducen la región a una simple clase espacial. La posición de W. Bunge es clara: «Una región elemental es una clase espacial basada en un único carácter de diferenciación. Una región compleja es una clase espacial basada en más de un carácter de diferenciación.» La únira dife­rencia entre clasificación y regionalización se debe al hecho de que la regionalización tiene en cuenta una característica suplementaria, la locali­zación: la región es una clase espacial localizada. Esta localización no reintroduce el principio de unicidad, según W. Bunge, mientras que P- Haggett. subraya que toda región tiene una localización específica. D. Grigg comparte las mismas ideas y concluye su artículo sobre la lógica de los sistemas regionales con esta fórmula: «Esperamos que este artículo muestre la similitud entre los dos procedimientos de clasificación y de regionalización.»

Es verdad que las técnicas de clasificación son útiles en anáhsis regio­nal, sobre todo para abordar, si no resolver, la espinosa cuestión de los límites. Pero asimilar la región a una simple clase espacial es provocar un empobrecimiento importante del concepto de región, excluyendo, por ejemplo, todos los procesos de difusión, que son esenciales para compren­der las teorías del desarrollo regional. Así, en este caso, una visión dema­siado técnica resulta esclerotizadora, aunque es verdad que la clasificación es una primera etapa de todo proceder científico.

Este empobrecimiento del concepto de región se explica relativamente bien. Los algoritmos de clasificación están basados en un principio, el de homogeneidad; las clasificaciones agrupan en clases, subespacios homogé­neos, sean cuales sean las distancias consideradas. Así, el concepto de región queda entonces reducido a ese mismo principio de homogeneidad, principio menos amplio que el de unidad.

(

André Dauphiné 447

Por lo demás, esta esclerosis del pensamiento de los geógrafos ame­rican o s está provocada por la ausencia de una teoría de las regiones. El co n cep to de región e s tá , pues, doblemente mutilado, y se parece, de hecho, a una simple categoría espacial.

Estos pocos ejemplos muestran así los peligros del instrumento mate­mático, o más'exactamente el peligro de un incorrecto empleo de esta formalización. No pensamos que deba discutirse el instrumento; la respon­sa b ilid a d incumbe al investigador. Sin hablar de los geógrafos desprovistos de formación matemática, que no dudan en criticar un tema que descono­cen hay que enfrentarse a nuestras lugunas, y son todavía demasiado amplias.

Sin embargo, a pesar de esas lagunas e incluso de esos errores, un proceder cuantitativo bien entendido puede desembocar en una mejor for­mación de conceptos geográficos.

I I I EL PROCEDER CUANTITATIVO FAVORECE UNA MEJOR CONCEPTUALIZACION

Partiendo de algunos ejemplos, es posible mostrar cómo una correcta utilización del instrumento matemático puede favorecer la conceptualiza- ción en geografía.

A) El instrumento matemático precisa los conceptos existentesLas técnicas matemáticas permiten, en primer lugar, precisar nume­

rosos conceptos empleados por el geógrafo. Este hecho se admite incluso por los detractores incondicionales de la geografía cuantitativa. Dos ejem­plos bastan para apoyar esta tesis.

El concepto de ciudad ha sido matizado, desde hace mucho tiempo, gracias a técnicas cuantitativas muy sencillas, estableciendo un umbral m ín im o de población y un umbral de activos que trabajan en las activida­des agrícolas. Estamos de acuerdo en que estos dos umbrales resultan hoy inadaptados e insuficientes. Pero si el concepto de dudad es hoy inadecuado, como sostiene R. Ledrut eú su obra L’espace en question, habrá que reconstruir un nuevo concepto teórico y operativo. Para ser operativo, tendrá que tener obligatoriamente un fundamento matemático.

El concepto de tipo de tiempo, utilizado en geoclimatología, es un ejemplo todavía más revelador. Ya en 1950, P. Pédelaborde afirmaba con razón que el tipo de tiempo es un complejo; pero al no disponer del instrumento matemático-informático, presenta una clasificación basada en dos criterios, la presión y la trayectoria de las perturbadones, lo que es contradictorio con la definición propuesta. Sólo veinte años después hemos podido predsar este concepto integrando 19 variables, y procediendo a nna nueva discusión del moddo noruego.

(

448 Antología de textos

Sin instrumento matemático es imposible definir con precisión un con­cepto complejo. Pero, si bien la geografía no es la ciencia de síntesis, como ha señalado acertadamente R. Brunet, estudia, sin embargo, comple­jos espaciales. Y es contradictorio querer captar complejos partiendo de conceptos univariados. Esta contradicción explica perfectamente el fracaso del análisis regional clásico. Las obras no podían corresponder al principio director, el de la síntesis regional, pues los conceptos no eran multidi- mensionales; esto ha supuesto directamente la creación de una geografía regional acumulativa, contraria a todo proceder científico.

B) El enriquecimiento de los conceptos mediante el instrumento matemático

Si las matemáticas, mal utilizadas, pueden producir esclerosis, empo­brecimiento de los conceptos, pueden inversamente enriquecer conceptos vagos, y permitir el paso del constructo al concepto.

Este enriquecimiento se observa fácilmente en los conceptos descrip­tivos. La descripción de las redes, redes fluviales, de informaciones, de transporte..., ha sido renovada por la teoría de grafos. Los términos, a menudo vagos, de accesibilidad directa y de accesibilidad indirecta, de centrahdad y de periferismo, de conexión, se han convertido en conceptos operativos, medidos por numerosos índices. La tesis de M. Chesnais es una buena muestra de esta aportación.

Este mismo enriquecimiento caracteriza los conceptos explicativos. El concepto de difusión es un primer ejemplo. La organización, del espacio actual resulta de la superposición de tramas diferentes que se han suce­dido en el tiempo. Durante mucho tiempo, los geógrafos han mantenido un discurso histórico, que privilegiaba la exphcación genética, es decir, el origen del fenómeno; por ejemplo, se explicaba el desarrollo turístico de una ciudad por la persona que lo había iniciado, Napoleón I I I en Biarritz.

El concepto de difusión enriquece considerablemente la exphcación. En primer lugar, da una visión completa de toda la evolución temporal de un fenómeno geográfico, evolución que se ordena siguiendo una curva logística. Por otra parte, el concepto de difusión es espacio-temporal, y los modelos matemáticos traducen esta interpretación del tiempo y del espacio. Así, la exphcación genética que todos los epistemólogos denun­cian como carente de consistencia, no debería seguir siendo la forma de exphcación privilegiada de los geógrafos.

El concepto de dominancia es un segundo ejemplo muy demostrativo. La idea de dominancia aparece muy pronto, ya en el siglo xvm, en la ciencia económica, pero hasta Schumpeter no alcanza una dimensión teórica y se crea el constructo de dominancia. Desde hace veinte años, los eco­nomistas de la escuela de Dijon han enriquerido este concepto. Así, R. Lantner ha presentado una teoría de la dominancia, teoría que está for­malizada mediante la técnica de los grafos de influencia. Esta técnica permite hacer operativo el concepto de dominancia. En primer lugar, es

(.

André Dauphiné449

posible medir la parte de la influencia directa y la parte de las numerosas influencias indirectas que ejerce un polo sobre otro polo. Por otra parte, el autor demuestra cómo la propagación de la dominancia depende de la configuración jerárquica de la red; es, además, posible abandonar el axio­ma de isotropía espacial y temporal, axioma fundamental de todas las teorías clásicas de la organización espacial, tanto la de J . H. von Thünen como la de A. Losch. Los grafos de influencia permiten también tener en cuenta un efecto frecuentemente observado: secuencias diferenciadas al establecer el calendario de influencia. Finalmente, esa dominancia se ejerce con perturbaciones que provocan repercusiones en la red; estas repercusio­n e s pueden ser amortiguadas o ampliadas, y el instrumento matemático re su lta necesario para explicar esta «realidad». Así, «la dominancia de un polo X sobre un polo Y es la conjugación de la influencia directa y de las múltiples influencias indirectas que ejerce X sobre Y; la transmisión de estas influencias depende de la configuración de la red que sitúa a X en relación con Y ; una perturbación producida en X desencadena reper­cusiones en Y, pero mediante un juego complejo de amplificaciones y de amortiguaciones». De la misma forma, F. Perroux define el concepto de poder y el concepto de poder económico partiendo del instrumento ma­temático; y se podrían multiplicar los ejemplos de este enriquecimiento de los conceptos.

C) Aportación de las matemáticas en la formulación de nuevos conceptos

Hay que preguntarse, finalmente, sobre la posibilidad de creación de nuevos conceptos mediante el instrumento matemático. ¿Es posible?

Parece que hay que distinguir tres etapas.La primera, la más sencilla, consiste en trasladar un concepto mate­

mático a la geografía. Los ejemplos son abundantes. En geoclimatología se ha distinguido así una variabilidad estructural y una variabilidad se- cuendal partiendo de parámetros matemáticos. Esta distinción podría re­sultar provechosa asimismo en los anáhsis socioeconómicos. El concepto de concentradón constituye también un buen ejemplo de transferencia; desde hace mucho tiempo, los geógrafos se han ocupado de la concentra­dón fundonal, finandera, industrial, y aplican las curvas de concentración y las fórmulas de Lorenz y Gini. Por el contrario, la concentración espa­cial, salvo escasos intentos poco significativos, ha sido poco estudiada por los geógrafos. Los diferentes índices obtenidos del modelo entrópico o propuestos por C. Raffestin y C. Tricot permiten ahora emplear este nuevo concepto procedente de las matemáticas.

En segundo lugar, la incorporadón de un concepto matemático puede provocar una transformaríón brutal, induso una revoludón. Consideremos la geografía. ¿Qué es? ¿Tiene una «realidad»? ¿Es una dencia con un proyecto? ¿O bien es un término que esconde un movimiento puramente corporativista? Estas preguntas no son provocadoras, y para numerosos

(

450 Antología de textos

geógrafos la geografía no existe. B. Kayser lo sostiene oralmente, pero de forma decidida, y otros geógrafos comparten esta idea, sobre todo ciertos marxistas.

Ahora bien, un debate esencial anima el círculo de los geógrafos cuantitativos; se refiere a la autocorrelación espacial. El concepto de auto- correlación espacial, muy sencillo, indica que una variable espacializada cualquiera tiene un valor que depende de los espacios vecinos, que la den­sidad de una zona periurbana es función de las densidades de la ciudad y del campo que la rodean. Este concepto, simplemente mencionado por P. Claval, es un hecho esencial, pues constituye uno de los axiomas de nuestra cienda. Es la autocorrelación espacial la que justifica la creadón de una denda autónoma, la geografía. En efecto, si no se postula este axioma, las distribudones espadales se deben al azar, no obedecen a nin­guna ley, y la geografía ya no tiene justificación; no existirían más que ciencias físicas, climatología, edafología... y una denda sodal. Cierta­mente, este axioma, necesario, no es sufidente, y se encontraba de forma más o menos implícita en nuestros maestros; pero el concepto matemá­tico de autocorreladón espacial explícita nuestro proceder. Ahora bien, toda denda dene como objetivo explidtar lo que está implícito; las manzanas caían de los manzanos antes del descubrimiento de Newton, pero no se sabía explicar.

Finalmente, el instrumento matemático puede hacer surgir nuevos con­ceptos. Sin embargo, ( .. .) un concepto tiene siempre también un origen teórico, y la creadón de conceptos en geografía es infrecuente cuando no existe teoría, salvo en las «ramas» espedahzadas de la geografía.

Pero, en d marco de la teoría de los lugares centrales, se han creado conceptos matemáticos. En primer lugar, el modelo de Losch es una generalización dd modelo de Christaller, a pesar de numerosas diferen­cias; esta generalización se obtiene a partir del parámetro K igual a 3 para Christaller y variable para Losch. Más tarde, M. Beckmann crea nuevos conceptos al presentar una formalizadón matemática de esta teoría. Así, construye un multiplicador urbano: M = K/l — K. Este concepto esen­cial es una rdadón entre la pobladón de la ciudad y la población rural de su zona de influencia. Posteriormente, B. Berry enriquece ese conjunto teórico, al definir dos nuevos conceptos. En primer lugar, el rango de ún producto, que delimita el área de mercado de un lugar central, para un bien dado; después, el umbral, tamaño de mercado necesario para que un lugar central pueda ofrecer un bien central determinado. Así, cuando una teoría existe, la formalización matemática puede crear nuevos con­ceptos que generalizan esta teoría, y, por lo tanto, la enriquecen.

CONCLUSION

Estas reflexiones constituyen simplemente una introducdón. Sin em­bargo, muestran una vez más la necesidad de la formalización matemática.

André Dauphiné451

Desde luego, igual que algunos aprendices mecánicos pueden querer apre­tar una tuerca con un martillo, dertos geógrafos han utilizado incorrecta­mente las matemáticas, pero no es el instrumento lo que hay que discutir, solamente su utilización es defectuosa. Además, estos errores no molestan, pues todo dentífico tiene derecho a equivocarse; sólo los ideólogos tienensiempre razón.

Por lo demás, no hay que exagerar. Todas las ciendas sodaies fun- donan según d encadenamiento dialéctico simplificado: problema-hipóte- sis-datos-tests-verificación-problema. Pero sólo el instrumento matemático permite verificar las hipótesis y, además, en Franda, sólo los geógrafos llamados cuantitativos fundonan según este esquema, como demuestra la lectura de sus escritos.

REGION Y REGIONALIZACION. UNA APROXIMACION SISTEMICA **

Pierre Dumolard *

No hay práctica más habitual para el geógrafo que la distinción de regiones en diversas escalas, y no hay objeto geográfico tan rico, tan com­plejo, tan impreciso. Imprecisión y complejidad se deben, en buena parte, a la ausencia de vocabulario y de axiomática comunes. Además, la cos­tumbre de buscar entre espacios vecinos diferencias de naturaleza se había erigido en un dogma de la absoluta especificidad de cada uno respecto a los demás. Hoy existe un acuerdo bastante amplio para considerar cada región, más allá de sus particularidades, como combinación, única, pero comparable a las demás al resumirse en una estructura, y como organi­zación, única, pero procedente de procesos comunes. Hay tipos de estruc­turas espaciales y agrupamientos de estos tipos según algunos grandes esquemas. Sin embargo, se regionalizará basándose en diferencias, aunque estas diferencias relativas no tengan la importancia global que se les atri­buía. Teoría regional y práctica de la regionalización se completan, pero corresponden a ópticas diferentes.

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Dumolard, P. (1973): «Disparités spatiales de l’intensivité agricole en Italie», L’Espace

Géographique, I I , 1, pp. 50-62.Chatre, J . , y Dumolard, P. (1973): «Essai de classification synthétique des climats

de la Turquie», Méditerranée, 3, pp. 51-65.Dumolard, P. (1974): «Facteurs de différenciation spatiale et archétypes dans l’agri-

culture italienne», Bulletin de la Société Languedocienne de Géographie, 1, pp. 37-60.

Chamussy, H., Charre, J ., Dumolard, P ., Durand, M. G., y Le Berre, M. (Groupe Chadule) (1974): Xnitiation aux méthodes statistiques en géographie, París, Masson.* * Dumolard, P. (1975): «Région et régionalisation. Une approche systémique»,

LEspace Géographique, IV , 2, pp. 93-111; I : «La région: quelques propositions», pp. 93-98. Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.

452

(

Pierre Dumolard 453

El tema de la región goza de una audiencia creciente entre ciertos geógrafos y no geógrafos; al no ser común su lenguaje, hay que formalizar el concepto en términos sencillos y unívocos para hacerlo operativo.

LA REGION: ALGUNAS PROPOSICIONES

Es impropio llamar región a «lo que no es más que el área de exten­sión de un fenómeno» (R. Brunet). No hay regiones en el sentido temático o univariado, y hay que proscribir este abuso de lenguaje. Puede, sin embargo, ocurrir, a pequeña escala o en países suborganizados, que un área de extensión sea o se convierta en una región, es decir, en un con­junto espacial estructurado y dotado de cohesión, desde el momento en que el fenómeno considerado es suficientemente potente para fundamentar la estructura.

P r o p o s ic ió n 1 :

La región es una realidad observable a varias escalas; a una escala dada, todo punto del ecúmene forma parte al menos de una región.

La región no es una simple superficie, sino un área organizada por grupos humanos. Las disparidades espaciales de los espacios no humaniza­dos son del dominio de otros sistemas taxonómicos distintos de la región.

Así considerada, la región existe: en países de antigua civilización existe incluso desde hace mucho tiempo con límites sorprendentemente estables, a pesar de los cambios de carácter económico y social, a pesar de la revolución de los transportes y de los modos de vida, a pesar del éxodo rural. Por lo demás, no representa un fenómeno residual, sino vivo. Ante toda comunidad «cultural», colectividad de intereses, fenómeno so­cial profundo y duradero, la región se encuentra a todas las escalas, desde el país hasta el subconjunto nacional y hasta la nación.

P r o p o s ic ió n 2 :

La región es un sistema abierto complejo; la estructura regional es el estado interno instantáneo de ese sistema.

a) La región es una estructura, caracterizada, en efecto, por las pro­piedades de sus elementos (lugares habitados), y, más aún, por las relaciones entre ellos. Las propiedades de cada lugar están determinadas por subes- tructuras (estructuras locales) configuradas por los estados, en ese punto, de las diversas tramas, económica, demográfica, social, cultural, física y por las relaciones entre esas tramas, relaciones que R. Brunet denomina verticales. Entre cada punto de la región, dotado de una estructura ver­tical, y todos los demás, existen relaciones horizontales (espaciales), direc­tas o indirectas. La región se produce por la articulación y el ajuste de

(i

454 Antología de textos

dos tipos de estructuras; regionalizar consiste en encontrar, sobre la base de las estructuras verticales, una relación entre lugares o un orden en el conjunto de las relaciones horizontales. Las tramas que hay que considerar, los elementos que hay que tener en cuenta para determinar la estructura regional, son función de la escala de estudio.

b) La región corresponde a un sistema abierto. Sus principales pro­piedades se deben, en efecto, a que es el producto de un sistema. El fun­cionamiento de este sistema está, según R. Brunet, hgado a su consumo de energía, del que distingue cuatro formas: recursos físicos, fuerzas de trabajo, inversiones e información. Los intercambios de la región con su entorno la convierten en un sistema abierto cuyo motor es, creemos, el intercambio de información, base de todas las demás formas de energía y de todos los demás intercambios. En particular, puede hacer disminuir la entropía del sistema, asimilable aquí al grado de clausura y de aisla­miento (entropía: estado de indeterminación, de desorden). Una fuerte entropía corresponde a un grado de organización rudimentario. Por ejem­plo, la débil circulación de la información es también responsable de la organización embrionaria del espacio en países subdesarrollados. La deca­dencia regional se debe frecuentemente relacionar con una esclerosis de las relaciones sociales que provoca una disminución de la aportación y de la circulación de información, es decir, una verdadera clausura. De ahí la importancia de los estudios de difusión geográfica de la información y de la innnovación.

Entre las demás formas de intercambio, las migraciones juegan tam­bién un papel esencial, pero menos sencillo, menos directo, y están indu­cidas por informaciones. La disminución de la población regional, por ejemplo, o su redistribución, pueden provocar, a corto o a medio plazo, el descenso por debajo del umbral de desertización o un aligeramiento «benéfico» (desde el punto de vista de ciertos criterios y de una ideo­logía). Hay que preocuparse también de los efectos a más largo plazo sobre la estructura demográfica y socioprofesional: un aligeramiento que resuelve momentáneamente las dificultades de empleo corre el riesgo de alterar la estructura por edades y sexos y el abanico de cualificaciones profesiona­les, de hacer imposible la nueva puesta en marcha y de convertirse así en' un factor de entropía.

La región no pertenece a uno solo de los tipos de sistemas general­mente admitidos. Es, en parte, un sistema controlado, desde el interior o desde el exterior, en caso de centralización económica, administrativa, mental. Pero tiene también un aspecto adaptativo relacionado con los intercambios de información que provocan efectos de retorno y una cierta capacidad de autorregulación. Es, sobre todo, un sistema en equilibrio dinámico con posibilidad de aprendizaje y de modificación de su compor­tamiento. Esta búsqueda de un equilibrio dinámico no implica un movi­miento perpetuo y continuo; los cambios de estructura de la región parecen efectuarse preferentemente por saltos, separados por fases de estabilidad

(

pierre Dumolard 455

re la tiv a . Estos cambios son discontinuos en las diferentes escalas espaciales y temporales.

P r o p o s ic ió n 3 :

El principio de existencia de la región es su cohesión en el espacio y en el tiempo.

Totahdad duradera, la región participa de varios principios de cohe­sión que se van relevando en diferentes niveles. Se puede plantear la hipótesis de que la cohesión disminuye con la extensión, sin duda esca­lonadamente. La cohesión no implica ausencia de disparidades internas: polarización, gradientes de centrahdad y diferencias ciudades-campos o ciu­dades-espacios atraídos-reservas rurales organizan y jerarquizan, por el con­trario, las relaciones horizontales intrarregionales y son realidades más parciales que la región, aunque sean parte integrante de ella.

Hacer de la región un sistema abierto dotado de cohesión se apro­xima a la analogía organicista, cuyas consecuencias extremas no serían nada defendibles. Este modelo espera otros mejores; es momentáneamen­te válido, abriendo más perspectivas y planteando más problemas de los que excluye. Uno de los principales es el tradicional dilema contenido- límites. Delimitar la región en función de un contenido equivale a plan­tear la hipótesis de ese contenido y de límites incluso vagos (una hipó­tesis fuerte, una hipótesis débil); definir un contenido a partir de límites precisos significa una hipótesis fuerte sobre esos límites y una idea a priori del contenido. No hay, pues, técnica utilizable sin hipótesis previa. Superar el dilema contenido-límites supone otros a priori sobre la natu­raleza de la cohesión regional.

P r o p o s ic ió n 4 :

Funcionalidad y comunidad de «.cultura» son los dos factores de la cohe­sión regional.

Actúan de forma combinada, dominando una u otra: estas dominan­tes se relevan en las distintas escalas.

a) La funcionalidad puede aparecer como un primer factor de cohe­sión regional. Introduce un orden en el conjunto de las relaciones hori­zontales y constituye una'relación entre lugares (cfr. postulado 2). E . Juil­lard ha mostrado que la región no es necesariamente un espacio homo­géneo (por lo menos con los criterios habituales de regionalización). Existen regiones heterogéneas y, sin embargo, funcionales. Esto permite insistir en el papel de las relaciones económicas en la cohesión espacial y en el hecho de que una solidaridad geográfica se mantiene o se modifica o decae: la región, sistema abierto, es un sistema mortal. P. Haggett ha expuesto de forma más sistemática esta concepción. En su opinión, los

456 Antología de textos

movimientos se inscriben sobre el terreno en redes cuyas intersecciones adquieren una cierta nodalidad; estos nudos se jerarquizan en función de los flujos que dirigen y articulan superficies cuyo tamaño es proporcional al lugar de la ciudad en la jerarquía. Del movimiento nace así la vida, del punto, la superficie, de la polarización, la región. El espacio no se dife­rencia más que partiendo de redes y de ciudades, motores o relevos de flujos o de personas, bienes, informaciones, decisiones, capitales, como si se tratase de un sistema nervioso.

Pero, ¿no tiene también el tejido articulado leyes propias de fun­cionamiento y de constitución? ¿No juega el espacio rural en esta concep­ción económico-fisiológica un papel demasiado pasivo? La región es tam­bién, a veces sobre todo, una herencia social, una mentalidad colectiva cuyos valores y puntos de apoyo son tanto rurales como urbanos. ¿Por qué no evocar más que una funcionalidad económica, convertida, como por encanto, en espacial? ¿No existe también una funcionalidad social y espacial, psicosocial y espacial? ¿No son los homines geographici, gru­pos humanos estudiados en sus relaciones con el espacio, más que pro­ductores-consumidores abstractos (no de forma suficiente, después de todo, para que se pueda inferir su comportamiento espacial)? ¿No tienen sus vidas, individuales y colectivas, un marco social y espacial que las con­diciona? ¿Son simples máquinas de producir y de consumir sin ataduras, ni pasado, ni subjetividad?

Esta concepción puramente funcional y económica de la región tiene también el inconveniente de confundir región y área de influencia eco­nómica. Si fuese así, un país tan centralizado sobre sus grandes dudades y su capital como Francia no permitiría la subsistencia de espacios con polarizaciones muy competitivas como realmente existen. ¿No aparecen además formas no económicas de polarización? ¿No hay otros tipos de funcionalidad distintos de la polarización? La funcionalidad económica no es más que un componente, necesario pero insuficiente, de la existen­cia de regiones.

b) La cultura. La región es también, y frecuentemente en primer lu­gar, el espacio de inserción y el componente espacial de una comunidad «cultural». Esta es, desde luego, un factor de cohesión regional, puesto que introduce una relación hombres-lugares y hombres-hombres en una misma región. Esta comunidad no es pasiva respecto a su espacio de inserción, sino que lo vive como un bien común, tiene de él imágenes rivales pero convergentes, participa en las luchas para dominarlo y apro­piárselo. En este sentido se puede hablar de la región realidad social. Esta inserción colectiva en un espacio participa de, y se combina con, otras realidades sociales (categorías socioprofesionales, clases sociales). Los fenómenos sociales están regionalizados, pero esta diferenciación no puede reducirse enteramente a diferencias regionales de estructura social (a es­tructura social idéntica, subsisten diferencias). La región no es una mo­dalidad insignificante de los fenómenos sociales, sino una de sus com­

(

ú

pierre Dumolard 457

ponentes. Como toda realidad social, se siente colectivamente y da lugar a representaciones colectivas del espacio. En este sentido se puede hablar de la realidad sociopsicológica de la región.

La región es, pues, espacio de inserción de una comunidad «cul­tural». Se entiende aquí por cultura no una etnia o un origen racial comunes, sino estilos de vida, costumbres y formas de ser que afectan menos al hombre consumidor-productor que a lo que está fuera de estas dos funciones. Esa comunidad de cultura es el cemento de la unidad regional. Esta concepción corresponde a la definición francesa de nación y tiene el mérito de subrayar que región y nación son realidades de la misma naturaleza. En el pasado, ciertas conquistas políticas o sociales han impuesto a veces que una se diluyese ante la otra: región y nación han participado de una dinámica inversa. ¿Sigue ocurriendo así?

La colectividad vive su espacio de inserción, sus paisajes, sus habi­tantes, sus lugares en torno a los cuales se han creado poco a poco conocimientos, símbolos, arquetipos, mitos. Para cada uno de sus habi­tantes, la región es un espacio subjetivo familiar; cada uno tiene de ella una visión, un mapa mental, a veces muy alejados de la realidad. Estas deformaciones individuales no carecen de interés, pero es más impor­tante captar las deformaciones más corrientes, verdaderas imágenes co­lectivas. La sohdaridad regional nace así de esta familiaridad con hombres y lugares; las condiciones físicas deben ser tenidas aquí en cuenta tanto en sus apremios objetivos y en sus indicaciones como en tanto que cli­mas ' y paisajes percibidos como comunes o como combinación original. Esta noción de espacio colectivamente vivido se sintetiza, en la comuni­dad regional, en una idea de calidad de los lugares de la región y de la propia región respecto a las demás regiones, como demuestran investi­gaciones efectuadas sobre este tema.

No todo espacio de inserción de una comunidad cultural puede con­siderarse automáticamente como una región; es necesario también que las fuerzas económicas centrípetas prevalezcan sobre las fuerzas centrí­fugas, que la funcionalidad y la actividad internas sean suficientes. Puesto que la región es un sistema mortal, las «culturas» pueden no ser más que residuales, la información puede circular mal, movimientos demasiado importantes de capitales y de hombres pueden amenazar el equilibrio y, al final, la vida de la región. El sistema debe ser abierto para sub­sistir, pero no hasta el punto de hacerse «transparente» y colonizado.

P r o p o s ic ió n 5 :

Homogeneidad y heterogeneidad son dos formas extremas de cohesión regional.

Hemos definido dos factores de cohesión regional. Entre dos formas extremas, homogeneidad y heterogeneidad, se describe la región. La ho­mogeneidad puede jugar, por sus efectos, el papel de factor al reforzar

(/

i

458 Antología de textos

en los habitantes la conciencia de la unidad. La heterogeneidad espacial no puede considerarse como un obstáculo si se percibe como complemen- tariedad. De hecho, existen entre homogeneidad y heterogeneidad nume­rosas formas intermedias.

La homogeneidad es uniformidad, semejanza a grandes rasgos, simi­litud de las estructuras locales; al no ser ésta nunca absoluta, pueden existir gradientes y aureolas, es decir, un orden y una organización geo­métrica del espacio. Esto implica que no hay diferencia de naturaleza, sino de intensidad entre estructuras urbanas y rurales. La polarización existe también en regiones heterogéneas, pero implica entonces varios subsistemas polarizados, varios órdenes y eventualmente varias geome­trías. La homogeneidad y la heterogeneidad no son en sí mismas relacio­nes entre lugares ni un orden o una geometría. Salvo si se consideran las estructuras rurales y urbanas como radicalmente diferentes, no hay razón para oponer región homogénea y región polarizada, pues formas y factores se sitúan en niveles diferentes.

En el interior de los grandes espacios homogéneos, la polarización es el factor dominante de diferenciación regional. El ejemplo del interior de los Estados Unidos lo muestra. Es, desde luego, en un tejido uniforme donde se verifican mejor el orden y la organización geométrica del es­pacio: equirrepartición de las ciudades del mismo nivel, isomorfismo de sus áreas de influencia, jerarquía de esos lugares, ajustes de esas áreas, constitución de redes geométricas. Incluso en tejidos más diferenciados, la relativa homogeneidad hace más legible la polarización. Esta, menos estricta que la centrahdad, representa también un orden, pero no una geo­metría. Ambas orientan el espacio y actúan sobre las relaciones horizon­tales: todo lugar emite y recibe una serie de fuerzas de atracción y de repulsión, en todo lugar existen diversos gradientes que se combinan en un gradiente resultante. Centrahdad y polarización son, pues, dos formas de una misma organización de las relaciones horizontales intrarregionales, una en tejido uniforme con equirrepartición de las ciudades del mismo nivel, otra en un tejido menos homogéneo. Ambas manifiestan la tenden­cia de la región sistema a la organización centralizada y jerarquizada, a la perennidad de un orden, que una vez realizado, tiende a conservarse a través de las interrelaciones dinámicas entre tramas de un lugar y entre lugares.

Las regiones homogéneas son frecuentes en los extremos de la escala, pero rara vez en todos los niveles a la vez. La región homogénea es sin duda una forma sencilla que corresponde a una economía de predominio rural, minero o con industrias de débil tecnología; ¿no es una concep­ción antigua y demasiado sencilla? Se intenta a veces aprehender la ho­mogeneidad con criterios que se refieren al paisaje y la economía cuando probablemente habría que hacerlo en el terreno de las mentalidades co­lectivas, de modelos y de arquetipos ampliamente compartidos. Puede ocurrir así que regiones económicamente heterogéneas sean cultural mente homogéneas.

pierre Dumolard

P r o p o s ic ió n 6 :

459

formas y factores de cohesión se combinan.

Los dos factores de cohesión regional actúan uno sobre otro y se combinan en una dominante: una región es así sobre todo funcional o sobre todo cultural. En la combinación, las compensaciones son posibles. Así, un espacio funcional culturalmente muy diverso puede convertirse en una región si las relaciones funcionales acaban por hacer comunes las formas de vida, las culturas, las mentalidades colectivas — si no hay fusión de las culturas, sino dominación de una sobre las demás, aparece ya co- ldnización interregional, comparable a la colonización internacional— . De igual forma, un área cultural puede convertirse en una región (o una nación) si la comunidad de cultura, el deseo de vivir juntos refuerzan los vínculos económicos y sociales duraderos. Las relaciones y los efectos recíprocos son esenciales para la comprensión del mecanismo.

La región, combinación de factores, adquiere la forma homogénea o heterogénea. Aunque la relación factor-forma sea compleja y flexible, existe. Por ejemplo, la homogeneidad hace más fácil la supervivencia de la región, la heterogeneidad hace más necesaria su funcionalidad. Existen también relaciones inversas. La funcionalidad creciente de un espacio hace a los diferentes lugares más especializados, por tanto más heterogéneos. La existencia de una comunidad cultural los hace más homogéneos al unificar los modelos de valorización. Esta homogeneidad acrecentada au­menta a su vez el sentimiento de colectividad. Y hay que tener en cuenta que esas interacciones se encuentran aquí muy someramente des­critas. En una escala determinada, factores y formas de cohesión se re­fuerzan o se contraponen con una dominante, variando con la escala (cfr. cuadro).

Ajuste de escalas, factores y formas dominantes

Escalas

Barrio

«País»

Area de influencia (diferentes niveles.)

Factor dominante

Funcionalidad

Comunidad cultural

Funcionalidad

Forma dominante

Homogeneidad

Homogeneidad

Heterogeneidad

Gran región, nación Comunidad cultural Heterogeneidad

i

460 Antología de textos

La homogeneidad disminuye con el aumento de escala, lo que es to­talmente comprensible. También depende del punto de vista: según la visión, nomotética o idiográfica, que se tenga de la geografía, se insistirá en los grandes rasgos o en los detalles.

Un lugar participa de varias regiones de escala diferente. Delimitar de modo conveniente la región equivale, pues, a situarla correctamente sobre el conjunto de la escala, y después a definir su naturaleza y su forma. Para ser totalmente rigurosa, una regionalización debéría eliminar la influencia de las regiones de escalas circundantes.

La disminución de cohesión con el auipento de la escala probable­mente no es regular (monótona), sino escalonada. El aspecto general de las correspondientes curvas varía seguramente siguiendo los grandes tipos continentales de organización del espacio.

Principios de construcción de algoritmos de regionalización

Los postulados enunciados aquí pueden fundamentar dos algoritmos, uno correspondiente a la hipótesis de homogeneidad, otro a la de espacio funcional y cultural. En ambos casos, la región es un conjunto continuo de unidades espaciales: habrá, pues, que preocuparse de la contigüidad en cada momento de los dos algoritmos. Las regiones vecinas se separan por discontinuidades que habrá que descubrir con ayuda de criterios per­tinentes. Estas discontinuidades toman frecuentemente la forma de zonas de interferencia que separan corazones, lo que se expresa correctamente con ayuda del lenguaje de conjuntos y con algunos de sus modelos ele­mentales. La existencia de corazones y de márgenes supone la existencia de gradientes, esenciales para la definición de un orden espacial. La asi­milación de la región a una estructura permite emplear como técnica la teoría de grafos «estudiando todas las reladones en un conjunto». Esta debe permitir también descubrir el «esqueleto» de la región (flujos, redes) y precisar la jerarquía de sus elementos constituyentes. En los dos algoritmos planteados se propondrá un método flexible, ofredendo al­ternativas.

( . . . )

Georges Bertrand *PAISAJE Y GEOGRAFIA FISICA GLOBAL **

«Paisaje» es un término anticuado e impredso y, por lo tanto, có­modo, que cada uno utiliza a su manera, añadiéndole en la mayoría de los casos un calificativo de restricción que varía su sentido («paisaje geomorfológico», «paisaje vegetal», etc.). Se habla también de «medio», aunque esta palabra tiene un significado distinto. El «medio» se define en reladón con algo; está impregnado de un sentido ecológico que no se encuentra en la palabra «paisaje». El problema es de orden epistemo­lógico. El concepto de «paisaje» ha estado casi ausente de la geografía física moderna y no ha suscitado ningún estudio específico. Hay que reconocer que cualquier tentativa en este sentido supone una reflexión metodológica y unas investigaciones especializadas que en parte superan los límites de la geografía física tradicional. Esta, sin duda, se halla desequilibrada por una hipertrofia de la geomorfología y por unas gran­des insuficiencias en el campo de las disciplinas biogeográficas. Y además sigue siendo esendalmente analítica y «separativa», cuando el estudio de

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Bertrand, G. (1966): «Pour un étude géographique de la vegetation», Revue Geogra-

phique des Pyrenées et du Sud-Ouest, pp. 129-143.Bertrand, G. (1972): «Ecologie d’un espace géographique. Les géosystemes du Valle

de Prioro (Espagne du Nord-Ouest», L’Espace Géographique, pp. 113-128. Bertrand, G. (1973): «Les structures naturelles de l’espace géographique. L’exemple

des montagnes cantabriques centrales (Nord-Ouest de l’Espagne)», Revue Géogra­phique des Pyrenées et du Sud-Ouest, XLIV , pp. 172-206.

Bertrand, G., y Dollfus, O. (1973): «Le paysage et son concept», L’Espace Geogra- phique, I I , 3, pp. 161-163.** Bertrand, G. (1968): «Paysage et géographie physique globale. Esqmsse metho-

dologique», Revue Géographique des Pyrenées et du Sud-Ouest, X X X IX , pp. 249-272. (pp.' 249-250 y 255-261). Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

461

c' /

462 Antología de textos

los paisajes no se puede realizar si no es en el marco de una geografía física global.

El paisaje no es simplemente la suma de unos elementos geográficos incoherentes. Es el resultado, sobre una cierta porción de espacio, de la combinación dinámica y, por lo tanto, inestable, de elementos físicos, biológicos y antrópicos que interactuando dialécticamente los unos con los otros hacen del paisaje un conjunto único e indisociable en continua evolución. La dialéctica tipo-individuo constituye el fundamento del mé­todo de investigación.

Hay que dejar claro que no se trata sólo del paisaje «natural», sino del paisaje total incluyendo todas las huellas de la acción antrópica. No obstante, por el momento no se hará referencia a los paisajes fuerte­mente humanizados y en particular a los paisajes urbanos que, al plantear problemas muy específicos, precisan para algunos de sus aspectos méto­dos también muy específicos.

( . . . )Todos los cortes geográficos son arbitrarios y «es imposible encontrar

un sistema general del espacio que respete los límites propios de cada tipo de fenómenos»; no obstante, se puede plantear una taxonomía de paisajes con dominante físico siempre que se establezcan desde el prin­cipio sus límites.

1 “ La delimitación no ha de considerarse un fin en sí misma, sino sólo un medio para enfrentarse a la realidad geográfica. En lugar de imponer categorías preestablecidas, se trata de detectar las discontinuida­des objetivas del paisaje.

2 ° Hay qué renunciar de una vez para siempre a definir unidades sintéticas basándose en un acuerdo a partir de las unidades elementales. Sin duda sería un mal método pretender superponer, mediante cartogra­fía directa o mediante técnicas matemáticas, el mayor número posible de unidades elementales para definir una unidad «media», que no ex­presaría ninguna realidad dada la estructura dialéctica de los paisajes. Hay, por el contrario, que deslindar en el paisaje global tal como se pre­senta. La delimitación, sin duda, será menos nítida, pero las combina­ciones y las relaciones entre los elementos, así como los fenómenos de convergencia, aparecerán con mayor claridad. Así la síntesis viene a re­levar de forma satisfactoria al anáhsis.

3.° El sistema taxonómico debe permitir clasificar los paisajes en función de la escala, es decir, situarlos en la doble perspectiva del tiempo y el espacio. Aunque los elementos constitutivos de un paisaje son casi siempre los mismos, su respectiva situación, y sobre todo sus manifes­taciones dentro de las combinaciones geográficas dependen de la escala temporo-espacial. Para cada tipo de fenómenos existen unos «umbrales de manifestación» y de «extinción», que son los únicos que pueden servir legítimamente de base para una delimitación sistemática de paisa­jes en unidades jerarquizadas. Esto quiere decir que la definición de un

Georges Bertrand 463

p aisa je es función de la escala. Dentro de un mismo sistema taxonómico, los elementos climáticos y estructurales ocupan el primer plano en las u n id a d e s superiores y los elementos biogeográficos y antrópicos, en las unidades inferiores.

E l sistema de clasificación que en definitiva se ha asumido consta de seis «niveles» temporo-espaciales; por una parte, la zona, e l dominio y la región; por otra, el geosistema, la geofacies y el geotopo.

Nuestras investigaciones se han concretado en las unidades inferiores. No obstante, resulta necesario presentar un sistema taxonómico completo. Para las unidades superiores es suficiente asumir el sistema de delimi­tación consagrado por el uso, precisando sólo la definición y el lugar re­lativo de cada unidad.

( . . . )El geosistema se sitúa entre el cuarto y el quinto nivel espaciotem-

poral. Se trata por lo tanto de una unidad comprendida entre unos ki­lómetros cuadrados y unos centenares de kilómetros cuadrados. Es en esta escala en la que se dan la mayor parte de los fenómenos de inter­ferencia entre los elementos del paisaje y en la que se desarrollan las combinaciones más interesantes para el geógrafo. En un nivel superior sólo importan el reheve y el clima y, de forma complementaria, las grandes masas vegetales. En un nivel inferior los elementos biogeográ­ficos tienden a enmascarar las combinaciones de conjunto. Así pues, el geosistema constituye una base adecuada para los estudios de orde­nación del espacio, ya que está a la escala del hombre.

El geosistema responde a valores ecológicos relativamente estables. Es resultado de la combinación de factores geomorfológicos (naturaleza del roquedo y de las formaciones superficiales, grado de las pendientes, dinámica de las vertientes, etc.) e hidrológicos (mantos freáticos epidér­micos y fuentes, pH de las aguas, período de desecación del suelo, etc.). Esta combinación es el «potencial ecológico» del geosistema. ( .. .)

El geosistema se define a continuación por un cierto tipo de explo­tación biológica del espacio. ( .. .) Hay una relación evidente entre el po­tencial ecológico y el aprovechamiento biológico, el cual no obstante de­pende también muy estrechamente del stock florístico regional. ( .. .) El geosistema se encuentra en situación clímax cuando existe equilibrio en­tre el potencial ecológico y la explotación biológica. ( .. .)

El geosistema, en efecto, es un complejo esencialmente dinámico in­duso en un espacio-tiempo relativamente breve, como, por ejemplo, el de. tipo histórico. En la mayor parte de los casos se está lejos de al­canzar el clímax. El potencial ecológico y la ocupadón biológica son elementos inestables que varían tanto en el tiempo como en el espado. La variabilidad biológica es bien conocida (dinámica natural de la ve­getación y de los suelos, intervenciones humanas, etc.); sin embargo, parece que los naturalistas se han interesado poco por la evolución propia del potencial ecológico que precede, acompaña o sigue a las modificado-

c

464 Antología de textos

nes de orden biológico. Por ejemplo, la destrucción de un bosque puede provocar un ascenso del manto freático o desencadenar procesos erosivos susceptibles de transformar radicalmente las condiciones ecológicas. Las nociones de «factor limitante» y de «movilidad ecológica» merecen ser tomadas profundamente en consideración por parte de los geógrafos co­nocedores de los fenómenos de geomorfogénesis y de degradación an- trópica.

Como consecuencia de esta dinámica interna, el geosistema no tiene por qué presentar una gran homogeneidad fisionómica. En la mayor parte de los casos, está compuesto de paisajes diferentes, que representan diversos estadios en la evolución del geosis’tema. En efecto, estos paisa­jes bien delimitados se relacionan entre sí dentro de una serie dinámica que tienede, al menos teóricamente, hacia un mismo clímax. Estas uni­dades fisionómicas están, pues, vinculadas a una misma f am ilia geográ­fica. Son las geofacies.

Dentro de un geosistema determinado, la geofacies corresponde por lo tanto a un sector fisionómicamente homogéneo donde se registra una misma fase en la evolución general de dicho geosistema. Por la superficie que abarca, unos centenares de metros cuadrados por término medio, la geofacies se sitúa en el sexto nivel dimensional de la escala de A. Cailleux y J. Tricart.

Al igual que en el conjunto del geosistema, en cada geofacies se puede distinguir un «potencial ecológico» y una «explotación biológica». En esta escala, frecuentemente es esta última la que resulta decisiva e incide de forma directa en la evolución del potencial ecológico. La geo­facies representa, pues, un eslabón en la cadena de los paisajes que se suceden en el tiempo y en el espacio dentro de un mismo geosistema. Se puede hablar de cadenas progresivas y de cadenas regresivas, así como de una «geofacies climax» que constituye el estadio final de la evolución natural del geosistema. En el territorio de un geosistema, las geofacies dibujan un mosaico cambiante, cuya estructura y dinámica traducen fiel­mente los matices ecológicos y las pulsaciones de orden biológico. El es­tudio de las geofacies se ha de situar siempre en esta perspectiva di­námica.

Algunas veces se necesita llevar el anáhsis hasta el nivel de las mi- croformas, a escala de un metro cuadrado o incluso de un decímetro cuadrado (séptimo nivel dimensional). Una diaclasa ensanchada por la disolución, una cabecera de arroyo, un fondo de valle nunca alcanzado por el sol, un rincón montañoso, constituyen otros tantos biotopos cuyas condiciones ecológicas son con frecuencia muy diferentes de las del geo­sistema y la geofacies en las que se encuentran. Son el refugio de bioce­nosis propias, a veces relictas o endémicas. Este complejo biotopo-bioce- nosis, bien conocido por los biogeógrafos, corresponde al geotopo, esto es, a la más pequeña unidad geográfica homogénea directamente reco­nocible sobre el terreno; los elementos aún más pequeños resultan del anáhsis fraccionado de laboratorio.

LA CIENCIA DEL PAISAJE, UNA CIENCIA DIAGONAL ***

Georges Bertrand

Asociar el «paisaje» a la «ciencia» podría parecer, en 1970, un atre­vimiento, incluso una provocación. En menos de dos años el acercamiento de estas dos nociones ha perdido gran parte de su carácter insólito y el número de publicaciones científicas dedicadas a este tipo de investiga­ciones, aunque muy modesto aún, no ha dejado de aumentar y el debate de ganar en profundidad.

El retraso de la epistemología y de la práctica

La «ciencia del paisaje» es, sin embargo, una realidad antigua. Como tal fue creada a partir de los relatos de viaje de los exploradores cien­tíficos del siglo xvm , en especial A. de Humboldt. Pero fue víctima, sobre todo en Francia, del positivismo decimonónico y de la necesaria división y especializadón del trabajo científico. Es en los países «nuevos», ricos en espacios naturales (Unión Soviética, Estados Unidos, Canadá, Australia), y a veces en relación directa con los problemas de ordenación territorial (República Democrática Alemana, Polonia, Países Bajos), don­de la «ciencia del paisaje» ha podido desarrollarse sobre bases diferentes: planteada como simple conjunto de indicaciones para la ordenación terri­torial, como es el caso de los landscape survey\ como revisión metodo­lógica, según ocurre con la Landschaftskunde y sobre todo con la Land- schafldkologie; o como gran construcción teórica basada en balances ener-

* * * Bertrand, G. (1972): «La Science du paysage, une science diagonales, Revue Géographique des Pyrenées et du Sud-Ouest, X L III , pp. 127-133. Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

465

(' /

géticos y ciclos geoquímicos normalmente acompañados de formulaciones matemáticas (modelos de complejos fisicoquímicos de los sabios soviéti­cos, análisis multifactoriales). En Francia, el reflejo cartesiano y positi­vista, mantenido por la compartimentación universitaria, ha prevalecido.Y el retraso afecta tanto a la investigación de base como a la investigación aplicada.

466 Antología de textos

El medio ambiente; realidad política e incertidumbre científica

Al mismo tiempo, el paisaje, este objeto’perecedero, se ha convertido en un bien de consumo, en una moda y una necesidad, cuya promoción mercantil y paracultural está asegurada por el sesgo de una política moralizante del medio ambiente. «¿Qué es el medio ambiente? ¿Una realidad científica, un tema de agitación, algo que da miedo, una diver­sión, una especulación?» La situación es ambigua, y así lo denuncian los mismos encargados de la planificación territorial. Y los científicos deberían tener la misma mala conciencia. Prisioneros de las estructuras universitarias y de su saber, no han sabido o no han podido — con la excepción de algunos ecólogos en su propio campo— prever y adaptar a tiempo sus investigaciones y enseñanzas a la transformación acelerada, y con frecuencia irreversible, del ecúmene terrestre. En menos de un decenio el medio físico ha evolucionado más de prisa que las ciencias que, de forma dispersa, tenían por objeto su estudio.

¿La geografía física es un lujo?

La responsabilidad de los geógrafos está particularmente comprome­tida. En un principio eran los mejor situados en la bisagra de las delicias del hombre y las ciendas de la naturaleza. ¿No se concebía la geografía, desde finales del siglo xix, como el estudio global del medio ambiente humano? Nuestra ciencia no ha sabido utilizar este avance histórico realizado por P. Vidal de la Blache y mantenido como un eco atenuado por un aislado Max Sorre. Confundiendo la síntesis científica y el end- dopedismo, el estudio integrado y el catálogo madrepórico, la necesaria profundizadón en ciertos problemas particulares con la hiperespedaliza- dón, la geografía regional y la monografía y, en el campo de la geografía física, el estudio del medio natural y el estudio exclusivamente geomor­fológico, los geógrafos han dado lugar a una fragmentación de hecho que imposibilita el planteamiento geográfico dásico. Es derto que la geogra­fía moderna suscita un conjunto de investigaciones de punta, pero éstas son más el resultado de la iniciativa de algunas individualidades que del uso de métodos específicos aphcados a objetos específicos. Además, estos estudios están consagrados a aspectos cada vez más especializados que, considerados en sí mismos, trasciende de la órbita geográfica. Este

(

Georges Bertrand 467

es el caso de la geomorfología, ciencia por sí misma, cuyo mantenimiento en una situación de dependencia, que es la primera en sufrir y que dificulta sus necesarios contactos con la geografía física y la geografía h u m an a, sólo puede ser justificado por la rutina. Y estas incoherencias resultan más graves en un momento en que el mundo político y el den- tífico toman condencia de la dilapidadón del paisaje. ¿Se debe dejar el ©edio ambiente en manos de los técnicos y de los tecnócratas? ¿Hay que resucitar la inútil discusión que enfrentó, en los años dncuenta, a los defensores de la geografía entendida como denda universitaria, n o b le y fundamental, y los partidarios de la geografía aplicada?

¿Es la ecología la forma moderna de la geografía física?Así pues, al menos en Franda, la geografía física no es la denda

que estudia de forma explícita y directa el medio físico. Sólo tiende a eHo a través de diversos anáhsis sectoriales, profundos y más o menos paralelos, que muy pocas veces conduyen en la aprehensión y la definición global del paisaje. ( ...)

De acuerdo con su etimología, la ecología es, por excelenda, la dencia del hábitat, del medio. Su objeto, la biosfera, se encuentra definido y con- ceptualizado desde un principio gracias a la noción de ecosistema. Por medio de la biocenótica la ecología dispone de un modelo general, de una espede de esquema simplificador pero irradiante, es decir, suscep­tible de ser enriquecido lateralmente sin que la idea directriz se ponga en cuestión. Esta estructura exphcativa a priori es lo que le falta a la geografía física (pese a algunos esfuerzos recientes en el campo de la geografía física zonal).

¿Puede continuar desarrollándose la geografía física fuera del pen­samiento ecológico moderno? ¿No sería, por el contrario, provechoso que la ecología ampliase su campo e integrase en el esquema ecosistemático varios elementos que han sido tratados por los geógrafos, como la geo­morfología y sobre todo la morfogénesis reciente, la perspectiva histórica y los fundamentos políticos y socioeconómicos de la evolución de los paisajes? ¿Será la geografía física una ecología humana? Hoy la ecología y la geografía física son dos caminos paralelos, desigualmente trazados y aún sin terminar. Y , mientras se produce su deterioro, el paisaje to­davía no es una realidad científica.

La «ciencia del paisaje», «ciencia diagonal»

El tratamiento científico del paisaje-objeto

El paisaje en cuanto objeto, tal como ya lo hemos definido, exige un tratamiento científico propio. Por un lado, escapa a los diversos anáhsis sectoriales así como a la suma a posteriori de los mismos; éstos no son sino etapas, necesarias pero no suficientes, de un método que, por su

c

misma finalidad, los supera. Y por otro, la investigación interdisciplinaria, que permite plantear el diálogo y articular los nuevos temas, no pasa de ser un paliativo o una fase preparatoria, ya que los intereses chsci- plinarios y las estructuras mentales permanecen.

La «ciencia del paisaje» se sitúa en la confluencia de la geografía y la ecología. Y no es una supersíntesis, sino una opción. ( .. .)

En primer lugar se trata de reagrupar y armonizar todos los elemen­tos del paisaje para definir el objeto que se quiere estudiar. «El cono­cimiento científico — escribe R. Callois— , ramificado hasta el infinito, es en la actualidad fragmentario. Constituye un enorme rompecabezas, del cual cada uno conoce un elemento caprichosa, arbitraria e incluso • f malignamente delimitado, pero cuya fisionomía general, cuya imagen cohe­rente capaz de dar al conjunto unidad y significado, no puede ser apre­ciada, ni siquiera sospechada, por ninguno. Sería preciso que existiesen a todos los niveles enlaces, canales y centros de coordinación, no sólo para conectar los resultados, sino sobre todo para intercambiar .y gene­ralizar las perspectivas. Las ciencias que en 1969 propuse .denominar "diagonales” superan las disciplinas tradicionales y las fuerzan al diálogo, tratando de descubrir las leyes comunes a fenómenos de distinto género y aparentemente sin relación. Descifran complicidades latentes y descu­bren correlaciones no tenidas en cuenta.» La «ciencia del paisaje» no es, pues, sólo una modalidad epistemológica aplicada a las ciencias de la naturaleza, lo que no sería suficiente para conferirla un verdadero ca­rácter científico; es preciso, a continuación, definir sus caracteres propios y ver sus primeras orientaciones especulativas originales.

La «ciencia del paisaje», ciencia del espacio

Un paisaje es, por definición, una porción de espacio material. En consecuencia, el anáhsis espacial tiene un papel básico, particularmente en la clasificación de los medios. Esta taxonomía, global y jerarquizada, debe ser tomada en consideración prioritariamente. Gracias a ella la «ciencia del paisaje» se diferencia inmediatamente de las disciplinas ve­cinas, al plantearse objetos que, aunque no son nuevos, son examinados desde un punto de vista no habitual. Además, fuera de las ciencias na­turales, se ha dado demasiado poca importancia al hecho de que el desarrollo de las ciencias consiste «en cierta medida en el progreso de sus propias clasificaciones». Los métodos y técnicas cartográficas deben reflejar esta preocupación taxonómica y elaborar nuevos modos de ex­presión, particularmente en el campo aplicado.

La «ciencia del paisaje», ciencia de lo actual

La «ciencia del paisaje» estudia los paisajes actuales tal y como se presentan, con su carga de historia humana. Ya no hay prácticamente paisajes naturales, sino espacios ecumenados, según la denominación de

468 Antología de textos Georges Bertrand 469

L-E. Hamelin, regidos por un sistema de evolución antrópico. ( .. .) Es cu­rioso que la geografía física haya consagrado mucho de su interés y de su tiempo al estudio de los sistemas de erosión pasados o poco activos en la actualidad y haya abandonado el estudio de la acción humana, a la vez constructora y destructora, que está modificando, con frecuencia de forma irreversible, la faz de la tierra. La «ciencia del paisaje» se apoya ampliamente en la historia, la economía, la sociología e incluso en la propia estética (ya existe un paisajismo pletórico de ideas y fórmulas nuevas, pero carente de base científica).

La «ciencia del paisaje», ciencia del «medio ambiente»

La «ciencia del paisaje» es, ante todo, el estudio de los paisajes ac­tuales en sí mismos y por sí mismos, sin que la acción antropica sea mas que un elemento entre otros dentro de la combinación ecológica. (...) . Pero la «ciencia del paisaje» es también, y al mismo tiempo, una disci­plina antropocéntrica. Trata del medio ambiente humano, al menos en su forma objetiva según la distinción de P . George, pero se niega en todo caso a separar el aspecto ecológico del contexto socioeconómico. ( ...) .

(I

EL ANALISIS DE SISTEMAS Y EL ESTUDIO INTEGRADO DEL MEDIO NATURAL **

]ean Tricart *

Un nacimiento prematuro... Este fue el caso del concepto de ecología formulado por E. Haeckel a mediados del siglo pasado. Para él la eco­logía era el estudio de las relaciones de los seres vivos con su medio.Y el nacimiento fue prematuro porque precisamente en esa época se asiste a una evolución del pensamiento científico caracterizada por un desarrollo unilateral, y por ello desequilibrante, de los planteamientos analíticos en detrimento de las visiones de conjunto. El medio natural fue dejando de ser tomado en consideración a medida que se iban sub- dividiendo las disciplinas que lo tenían como objeto de estudio: clima­tología, hidrología, geomorfología, biogeografía, edafología, que se frag­mentan a su vez en una multitud de puntos de vista sectoriales cada vez más limitados y parciales, tendentes enseguida a hacerse incompatibles entre sí, e impropios para integrarse en una visión de conjunto. ¿Hay que poner de manifiesto algunas de estas insuficiencias a título de ejemplo? La climatología se concreta en el tratamiento estadístico de mediciones

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Tricart, J . (1965): Principes et méthodes de la Géomorphologie, París, Masson.Tricart, J . (1973): «La géomorphologie dans les études integrées du milieu naturel»,

Annales de Géographie, L X X X II, pp. 421-453.Tricart, J ., y Cailleux, A. (1965): Introduction a la géomorphologie climatique, Pa­

rís, S, E. D. E. S.Tricart, J ., y Cailleux, A. (1962-1969): Traité de géomorphologie, París, S. E . D. E. S.,

4 vols.Tricart, J ., y Kilian, J . (1979): L’Eco—géographie et l’aménagement du milieu naturel,

París, Franfoís Maspero.* * Tricart, J . (1979): «L’analyse de systéme et l’étude intégrée du milieu naturel»,

Annales de Géographie, L X X X V III, pp. 705-714. Traducción de Julio Muñoz Ji­ménez.

470

jean Tricart 471

realizadas en condiciones tan artificiales que poco tienen que ver con los elementos del clima que rigen en parte los procesos morfogenéticos y edafogenéticos e influyen en las condiciones de existencia de los seres vivos. Mide las temperaturas a cubierto por medio de la dilatación pro­vocada por el contacto del aire con un termómetro. Pero los insectos, las plantas, la superficie del suelo, no están protegidos por un abrigo meteorológico. Y la trasmisión dél calor del aire por contacto no es el principal elemento de su régimen térmico: es la radiación incidente, re­flejada y emitida la que juega el papel fundamental en dicho régimen térmico y en el del aire inmediato. El uso de mecanismos de teledetección sólo es posible si se conocen los balances de radiación, que el termó­metro es incapaz de ayudar a determinar... Ciertamente esta dificultad se ha presentado hace poco. Pero también ha influido en investigaciones muy anteriores, como el estudio de los mecanismos de hielo y deshielo en el suelo, el del metabolismo de las plantas (fotosíntesis, transpiración) y de los animales, etc. Los registros de temperaturas normalizados de la climatología son inadecuados para dichas investigaciones. No existe com­patibilidad entre los métodos de la climatología y los de la ecología, la geomorfología, la edafología, la glaciología y la hidrología. Para hacer posible la integración hay que cambiar de método. Lo mismo ha ocurrido durante mucho tiempo con la geomorfolpgía, que al encerrarse en las con" cepdones davisianas, se ha aislado por completo de las otras ciencias de la naturaleza y de la tierra.

No obstante, esta desfavorable evolución ha dejado persistir algunas orientaciones diferentes, que han servido de base a un movimiento re­novador. Especialmente en Europa Central se ha mantenido una visión de conjunto del medio natural, bajo la influencia de los geógrafos ale­manes, con la noción de paisaje (Landschaft). El paisaje es un objeto concreto, directamente observable, compuesto por elementos diversos más o menos variados. Constituye así un marco para conectar observaciones realizadas por distintas ramas o subramas de la ciencia y de este modo puede establecer un enlace entre ellas, contrarrestando los inconvenientes de una atomización del conocimiento derivada de un desarrollo unilateral del anáhsis. Es en el marco conceptual del paisaje en el que Dokuchev, a finales del siglo xix, sienta las bases de la edafología. En la llanura rusa, donde el reheve no es un factor importante de diferenciación, conecta los suelos con las formaciones vegetales y, a través de éstas, con el clima.

Pero la noción de paisaje es vaga. Su contenido es poco preciso y, en consecuencia, la delimitación del ámbito espadal de los diversos paisajes es laxa. Ello susdtó una reacción contra Dokuchev que tuvo sentido, pues reivindicó una mayor precisión en el anáhsis y llevó al desarrollo de la edafología al basarla en la descripción de los perfiles y en los anáhsis mecánicos y químicos en laboratorio de los diversos horizontes de los suelos. Esta reacción tuvo sin duda efectos positivos, pero introdujo también serios inconvenientes: separó el estudio de los suelos dd de

472 Antología de textos

su medio o contexto natural e impidió con ello su integración en la ecología. Estos inconvenientes afectan tanto al conocimiento básico como a la solución de problemas prácticos de ordenación. Para soslayarlos, nu­merosos edafólogos que trabajan en organismos de planificación se han visto obhgados a buscar otros caminos, en especial los del IRAT y algu­nos investigadores del ORSTOM. En el IRAT se realizan mapas «morfoe- dafológicos», que representan unidades caracterizadas por un cierto tipo de substrato cuyas características influyen de forma paralela en la mor­fogénesis y en la edafogénesis. La unidad morfoedafológica se define como una unidad fisiográfica en la que,las relaciones morfogénesis-eda- fogénesis son homogéneas. Proporciona, pues, un marco cómodo no sólo para el estudio de los suelos, sino también para la integración de los mismos en el medio natural. Enlaza así con la concepción de Dokuchev, ya que a pequeña escala en la llanura rusa las unidades morfo-edafológicas coinciden con las grandes regiones biogeográficas. Además la unidad mor fo-edafológica, en los estudios detallados o semidetallados, al poner el acento en la dinámica del medio natural, permite definir las precauciones agronómicas que se han de tomar en la transformación de las tierras y en el tratamiento que han de recibir para evitar su degradación. Se pue­de, sin forzar las cosas, relacionarlas con las unidades de «paisaje» de los geógrafos alemanes. En esta línea se mueven algunos edafólogos del ORSTOM, pero con una óptica más limitada, centrada exclusivamente en los flujos geoquímicos, en la circulación de las soluciones.

Por su parte, la ecología ha permanecido largo tiempo estancada. Se desarrolló principalmente a partir de la botánica, dado el escaso interés hacia ella por parte de los geógrafos. Y con frecuencia se ha dado esta denominación a investigaciones que, sea cual sea su interés, no son de ecología. Tal es especialmeíite el caso de fitosociología. Hacer el inven­tario de las especies vegetales en un territorio dado proporciona unos datos que se han de confrontar con otros para realizar una investigación ecológica, en sí mismo no es ecología; lo mismo que un censo de po­blación no es un estudio de geografía urbana o regional. Para adquirir interés ecológico un anáhsis fitosociológico debe ser rigurosamente co­nectado con un estudio del medio: sólo esta conexión puede permitir la determinación del papel de los diversos factores ambientales en el reparto de las especies y en su abundancia. Se llega así a la biogeografía, cuyas investigaciones tienen un objeto espacial, pero sólo pueden expli­carlo basándose en las relaciones de los seres vivos y su medio, es decir, en la ecología.

Otras investigaciones, más directamente integradas en la ecología, se han centrado en las cadenas tróficas. Aún hoy constituyen la parte esencial del .cuerpo teórico de la ecología, pero tienden a situarse fuera del ámbito de las ciencias de la tierra y del estudio del medio natural. Sus relaciones con el medio natural se limitan prácticamente a la utili­zación de la radiación solar en la fotosíntesis. Esta orientación, cuyo interés e importancia no se pueden subestimar, está muy justificada: los

(

Jean Tricart 473

ecólogos, al proceder exclusivamente de las ciencias naturales, tenían bue­nos conocimientos de biología y sistemática, pero desconocían por com­pleto o casi por completo las principales materias referentes al medio natural, materias que estaban desconectadas entre sí y que, además, proporcionaban datos inutilizables en ecología. Los especialistas en siste­mática han desarrollado la fitosociología, los biólogos el estudio de las cadenas tróficas.

. Estas tendencias sectoriales y divergentes han sido parcialmente rec­tificadas por convergencias recientes, que se han producido de varias formas.

Por un lado, la geomorfología ha sufrido una mutación radical. Se ha centrado en el estudio de los procesos (geomorfología dinámica), lo que la ha llevado a adoptar los mismos métodos que las ciencias naturales. Esta tendencia renovadora ha roto con los planteamientos puramente deductivos de W. M. Davis, en los que la imaginación sustituía la re­cogida paciente de datos. El estudio de los procesos ha abocado a los investigadores a un estudio cada vez más detallado del medio natural en el que los mismos se desarrollan, lo cual ha obligado a integrar la geomorfología en una visión menos sectorial. La geomorfología climática, que pone el acento en las relaciones entre el clima y los procesos, deriva directamente de la geomorfología dinámica, de la cual no es sino un as­pecto. Así se ha constatado rápidamente que la influencia del clima en la morfogénesis era, en su mayor parte, indirecta y se producía por medio de las formaciones vegetales y de los suelos, condicionados ellos mismos en parte por dichas formaciones vegetales. De este modo se hace visible una red de interacciones que no se puede dejar de tener en cuenta para explicar los hechos geomorfológicos. Esta red va desde las estruc­turas geológicas hasta los seres vivos. Así entendida, la geomorfología forma parte del estudio integrado del medio natural.

Este avance intelectual se ha realizado a través de varios ensayos. Hubiera sido deseable una mejor comunicación entre los grupos de cien­tíficos que los estaban realizando. Actualmente, sin embargo, la disci­plina ha entrado en un camino más adecuado. Son los alemanes C. Troll, dotado de una profunda cultura naturalista, primero, y J. Büdel, después, quienes han puesto de reheve las relaciones entre los procesos morfo- genéticos y el clima. Una publicación capital de C. Troll sobre las rela­ciones entre el clima y los procesos periglaciares data de 1944. Sin em­bargo, en esta misma época un gran maestro francés, cuya categoría inte­lectual por desgracia no ha sido suficientemente apreciada, A. Cholley, había creado, ya antes de la guerra, el concepto de «sistema de erosión». Sin duda, el término «erosión» es desafortunado y se explica por las impregnaciones davisianas que durante demasiado tiempo han infectado la atmósfera en Franda. Nosotros lo hemos eliminado al transformar la expresión en «sistemas morfogenéticos», que engloba tanto el acciona­miento como el transporte y la acumulación, los cuales no son sino tres aspectos de un mismo fenómeno, de un mismo flujo. Lo esencial en

474 Antología de textos

esta denominación, desde el punto de vísta metodológico, es el término & sistema, entendido en el sentido del enfoque sistémico. A. Cholley insistía a sus discípulos, entre los que tuvimos la suerte de contarnos, en la in-r terdependenda de los diversos procesos modeladores del reheve. Era la primera aplicadón del concepto de sistema en una de las ramas de la geografía. Nosotros hemos aplicado esta nodón en nuestras propias in­vestigaciones, especialmente en nuestra tesis dirigida por A. Cholley, asodándola a la de geomorfología climática. Pero nuestras innovadones se limitaron entonces a poner de manifiesto la importancia considerable, apenas sospechada en aquellos momentqs, de las acdones periglaciares cuaternarias en la morfogénesis del Este de la cuenca de París.

Bajo la influencia de las investigadones realizadas en Africa ocd- dental con la finalidad de servir de base a grandes planes de ordenadón hidroagrícolas, a partir de 1953, nos hemos visto abocados a tomar en consideración las relaciones entre la geomorfología y los suelos y poste­riormente entre la geomorfología y la hidrología. Pero entonces no ha­bíamos adoptado aún un enfoque sistémico: nos encontrábamos aún en una etapa preliminar, lo que en una parte se explica por las dificultades inherentes a toda orientadón nueva y, en otra, por la insuficiencia de los medios de que disponíamos para la investigación metodológica. Nos limitamos a estudiar enlaces binarios, interferencias entre dos tipos de fenómenos cuyo anáhsis tradicionalmente estaba separado por las barre­ras establecidas entre las disdplinas. Aunque no pretendemos hacer un ejerddo de autosatisfacdón a postériori, hemos de reconocer los resul­tados obtenidos en estas dos líneas, que han llevado a los edafólogos del IRAT a adoptar nuevas concepciones y nuevos métodos de trabajo que han satisfecho a los agrónomos. Se ha elaborado un nuevo planteamiento, basado en la cartografía del medio (cartografía hidromorfológica), que ha permitido consolidar una concepdón naturalista de la hidrología y con­tribuir al estudio de diversos problemas de ordenadón hidroagrícola, espedalmente en Mali, Venezuela y Marruecos, evaluar mejor las dispo­nibilidades de agua y proponer medidas destinadas a protegerlas de la contaminadón y a reducir los transportes sólidos. Estos métodos se han aplicado a varias cuencas de Colombia, Chile y Argentina y han permitido una estrecha colaboración con los hidrogeólogos y los ingenieros en el territorio de la región Alsacia. Se trata de una aplicadón del enfoque sistémico a un subsistema del medio natural, la cuenca fluvial. Analiza las interacdones entre ciertas características del medio natural y el cido del agua, la formación de los caudales líquidos y sólidos. Esta aplicación tiene por objeto el estudio de un flujo en el medio físico, el del agua y los cuerpos asociados a ella, como resultado ya sea de la acdón de fenómenos naturales (transporte de partículas procedentes de la mor­fogénesis), ya sea de la acción del hombre (contaminadón).

Simultáneamente se han realizado otros avances, en gran parte aisla­dos, por parte de los ecólogos. Sistematizando ideas que ya estaban «en el aire», el inglés Tansley ha formulado en 1936 el concepto de ecosis­

(

Jean Tricart 475

tema, que se basa en las interacdones existentes entre los diversos seres vivos entre sí y con el medio en el que viven. Dicho concepto integra las cadenas tróficas (reladones de los diversos seres vivos entre sí), pero recuperan desde todos los puntos de vista el sentido inidal y etimológico de la palabra «ecología» al destacar la importanda de las reladones entre los seres vivos y su medio. Ello ha permitido d reciente desarrollo de la ecología, en el que se ha atribuido una gran importanda a la adaptación de los seres vivos a su entorno. Debido a la pervivencia, sobre todo en Franda, de un tipo de formación cerrado, los planteamientos han seguido mucho tiempo siendo unilaterales. Los ecólogos han abordado el problema desde el punto de vista del metabolismo e induso de la genética y no desde el de la dinámica del medio, que no obstante es parte integrante del ecosistema. Con todo, la introducción del concepto de ecosistema ha significado un- enriquecimiento muy considerable. Si se le acepta con todas sus consecuencias, permite un estudio integrado del medio natural basado en el hecho de que dicho medio es un componente del ecosis­tema.

(...) ^Los biólogos no tienen ninguna razón específica para poner en primer

plano los aspectos espadales y atribuir una importanda primordial a los problemas de extensión y distribución. Por eso el concepto de ecosistema no tiene soporte espacial. Es adimensional. Quizá sea esta la razón del interés muy tardío que por él han tenido los geógrafos. Ha habido que esperar a los años sesenta para que los geógrafos de Alemania orien­tal y, en Franda, G. Bertrand y después nosotros mismos, lo integren en el espado. Desde un punto de vista lógico la complementariedad de los conceptos de ecosistema, dinámico pero carente de base espadal, y de paisaje, descriptivo y delimitable, pero desprovisto de anáhsis diná- mico, era evidente. Son los geógrafos físicos de la República Democrática Alemana los que tienen el mérico- de haberse dado cuenta de esto y de haber realizado la integradón. Los soviéticos trabajan en la misma di­rección y sus contactos con los alemanes del Este son estrechos. Un paisaje se entiende así como la traducción concreta y espadal de un ecosistema. El fundonamiento del paisaje es el del ecosistema, sus evoluciones se confunden. Una concepdón de este tipo hace posible avances muy va­liosos. Se pueden introducir las intervenciones humanas en el sistema, como ha propuesto H. Barsch, aunque, por razones ideológicas, sólo lo haga de forma parcial y «orientada». En este tema G. Bertrand ha adoptado una actitud más abierta, hbre de todo freno ideológico, pero que en el plano metodológico nos parece limitada por el uso de la visión binaria y catastrofista de H. Ehrart (teoría de la biorrexistasia). Como ya demostramos en 1965, lo normal es que no haya alteradón (edafogénesis para Ehrart) y después accionamiento y sedimentación de los productos de alteradón, sino al contrario, simultáneamente alteradón + edafogé­nesis y accionamiento superficial de sus productos. ( .. .) Por ello hemos creado el concepto de balance edafogénesis/morfogénesis, expuesto en

(i

476 Antología de textos

1965. La noción de balance implica una interferencia: se sitúa dentro del enfoque sistémico.

(...)En fin, hemos abordado directamente el estudio del medio natural

de forma integrada para completar el concepto de ecosistema. Nuestro punto de partida ha sido el estudio de las relaciones morfogénesis-edafo- génesis y nuestras investigaciones acerca de la integración de la morfo­génesis en el medio natural. Los útiles intelectuales que hemos mane­jado han sido las nociones de «sistema morfogenético» y «complejo» en­señadas por A. Cholley. Las demandas de, los responsables de la orde­nación territorial han sido un acicate. Se ha elaborado en principio un esquema (modelo) de las relaciones lógicas entre los diversos aspectos del medio natural; después hemos conocido el enfoque sistémico. Entonces hemos constatado que es el instrumento adecuado para analizar las inte­racciones entre los diferentes fenómenos del medio natural y que nuestros trabajos anteriores en cierto modo habían consistido en una reinvención de dicho enfoque. Desde ese momento lo hemos asumido y seguido de acuerdo con el planteamiento metodológico tomado de nuestros prede­cesores.

( . . . )El anáhsis de sistemas es, pues, en la actualidad un instrumento ló­

gico perfectamente adecuado para el estudio del medio natural. Permite reconocer las interferencias entre todos los diferentes fenómenos que forman parte del «complejo» natural, cuya unidad reconocía nuestro maes­tro A. Cholley a pesar de las evoluciones divergentes derivadas de los excesos de las actitudes exclusivamente analíticas. Adoptando el enfoque sistémico somos fieles a la formación recibida en nuestros tiempos de estudiante. De este modo también facilitamos las relaciones transdiscipli- nares con los otros naturalistas y, si lo aceptan, con los especialistas de las ciencias humanas. Sin duda el enfoque sistémico es un instrumento lógico cuyo campo de acción es universal: proporciona un denominador común a investigaciones referidas a objetos diferentes. De este modo nos permite avanzar en nuestro conocimiento básico al penetrar más pro­fundamente en la lógica interna de la naturaleza. Y como consecuencia de ello nos hace más capaces de responder a los problemas que se nos plantean en el campo de la ordenación del medio natural y de la con­servación de nuestro entorno ecológico.

(

LAS IMAGENES MENTALES DEL ESPACIO GEOGRAFICO **

Teter Gould *

Vivimos hoy en sociedades dirigistas en las que generalmente se trata de ampliar el ámbito común de la población en las ciudades, las regiones, las naciones e incluso en las organizaciones supranacionales. El planeamiento se ha constituido en un factor cada vez más importante y aparece en forma legal a todas las escalas geográficas, desde el plan de barrio y la ordenanza de zonificación hasta la legislación estatal que obhga a todas las administraciones locales subordinadas. En unos casos las decisiones planificadoras se basan en cuerpos de conocimiento amplios y profundos, pero en otros no ocurre así. Y, al ponerse en práctica lo decidido, comienzan a producirse resultados y dificultades no previstos al elaborar los planes, de modo que años más tarde resulta evidente que se tomaron decisiones equivocadas, aunque se actuase con las mejores y más humanas intenciones. Utilizando la terminología del anáhsis de sis­temas, muchas de las consecuencias son «contraintuitivas».

* Peter Gould (1932). Además del artículo traducido en este libro, entre sus tra­bajos principales se encuentran:Gould, P. (1965): «On Mental Maps», en English, P., y Mayfield, R . (Eds.): Man,

Space and Environment, Nueva York, Oxford University Press., 1972, pp. 260-282. Gould, P. (1969): «Methodological Development since the fifthies», en Board, C.,

Chorley, R. J ., Haggett, P., y Stoddart, D.: Progress in Geography I, Londres, Amold, pp. 1-50.

Gould, P. (1969): «Problems of Space Preference Measures and Relationships», Geo­graphical Analysis, pp. 31-44.

Gould, P., y White, R. R . (1974): Mental Maps, Harmondsworth, Penguin Books.* * Gould, P. (1975): «People in Information Space: The Mental Maps and Infor­

mation Surfaces of Sweden», Lund Studies in Geography, Human Geography n.° 42, pp. 1-161 (capítulo I : «Mental Images of Geographie Space», pp. 11-20). Traducción de Julio Muñoz Jiménez.

477

(

/

478 Antología de textos

Estos resultados no previstos tienen, en todo caso, efectos negativos, porque vienen a reducir las posibilidades de planificar en el futuro. Y ello es particularmente cierto en el caso de las que se pueden denominar «decisiones geográficas», es decir, las decisiones que dan lugar al esta­blecimiento de las organizaciones y configuraciones espaciales básicas que estructuran un paisaje o región, marcando los límites de su evolución futura. Cualquier secuencia temporal de mapas donde se refleje la acción del hombre sobre la superficie de la tierra .demuestra esta verdad básica. Los paisajes o regiones humanas frecuentemente parecen irse transfor­mando como una sucesión de fotografías. Las formas y configuraciones que se manifiestan con fuerza en un momento determinado pueden pasar en otro a ser una huella tenue, una pervivencia del pasado. Las distri­buciones espaciales de la población, de las ciudades, de las vías de co­municación y de las actividades (la mayoría de ellas fuertemente relacio­nadas entre sí) guían y a la vez limitan las configuraciones geográficas futuras. Aunque desde el punto de vista político no sea popular decirlo, la mayoría de los planificadores regionales o urbanos saben muy bien que las comunidades humanas disponen de un margen de libertad rela­tivamente escaso para cambiar de forma sustancial sus relaciones geográ­ficas básicas, salvo en el caso de que sean capaces de afrontar un elevado coste económico o se resignen a sufrir importantes perturbaciones y su­frimientos psicológicos. Lo normal es que los cambios se produzcan por medio de pequeños incrementos o modestas ampliaciones de la situación anterior, muy controladas por las formas vigentes, las cuales a su vez son resultado de decisiones previas tomadas a lo largo de extensos pe­ríodos de tiempo. A veces parece que ciertos paisajes humanos han cris­talizado y quedado fuera del proceso evolutivo; cuanto más se han pe trificado o congelado, más cerrado se encuentra el paso a posteriores op­ciones de desarrollo. En general, cada vez que se toma una decisión pla­nificadora es como si se cerrase la puerta a una futura alternativa.

Las acciones de planificación son intentos de manipular un entorno sujeto a ciertos condicionamientos presentes. Muchos de éstos son de ori­gen humano, lo mismo que lo es en realidad gran parte del propio en­torno. No es de extrañar que, al mismo tiempo que la planificación se ha constituido en una fuerza cada vez más necesaria en las sociedades modernas, haya ido creciendo paralelamente el interés por el medio am­biente humano. Todas las ciencias de la sociedad y del comportamiento — quizá más exactamente, las ciencias humanas— han explorado aspectos hmitados del entorno creado por el hombre, pero en la actualidad muchos estudiosos de las disciplinas tradicionales comparten estos problemas y este área de investigación. Junto con ellos se encuentra un importante número de profesionales prácticos, que han de afrontar cada día este tipo de cuestiones y necesitan con urgencia datos precisos, claves adecuadas y plan­teamientos bien elaborados. Entre este personal práctico se encuentran

Planeamiento espacial y comprensión geográfica

c

Peter Gould 479

planificadores nacionales o regionales, que intentan detectar recursos siem­pre escasos para crear nuevas actividades y facilitar el acceso a ellas, personas dedicadas a la elaboración de modelos que simplifiquen los ex­traordinariamente complejos sistemas humanos y arquitectos y paisajistas, que se dedican a diseñar complejos urbanos.

Es en el nivel de la práctica, al trabajar a diversas escalas espaciales, donde la insuficiencia de sus enfoques teóricos resulta más evidente. Los planificadores, los diseñadores y los arquitectos tratan implícitamente con el espacio y tanto los modelos y las estructuras como las disposiciones y organizaciones espaciales son objeto de su interés. Pero con frecuencia su manejo de estas dimensiones geográficas es superficial, lo que puede tener consecuencias negativas para la coordinación de muchos intentos planificadores. Incluso no toman en consideración a veces hechos loca- cionales básicos. Pero tampoco los teóricos están siempre en condiciones de prestar ayuda en el momento oportuno, ya que, en cuanto entran en juego dimensiones concretas del espacio geográfico, las asépticas, cien­tíficas y casi siempre unidimensiones soluciones suelen resultar inviables. Tanto desde el punto de vista de la investigación como desde el de la práctica hay un extenso campo en el que no se conoce el modo de dar cabida y articular todos los factores en juego. Muy pocos han sido ca­paces de ver el mundo con ojos de geógrafo.

Percepción y conocimiento ambiental

Una de las áreas compartidas por estudiosos y prácticos como con­secuencia del creciente interés por la planificación ha sido el amplio tema de la percepción y el conocimiento ambiental. La gente reacciona frente al entorno percibido; su comportamiento resulta más un reflejo de las imágenes que se forma del ambiente social y físico que de los verdaderos caracteres de éste, sea cual sea y cualquiera que sea la forma de definirlo y medirlo. Una de las analogías más esdarecedoras en este sentido es la que muestra cómo un comportamiento simple se manifiesta como com­plejo sólo a causa de la complejidad del medio en que se desarrolla. Consideremos, por ejemplo, una hormiga que después de buscar alimento regresa al hormigueo a través de una playa que ha sido ondulada por el oleaje. Si se representan sus movimientos sobre un mapa, la trayectoria parece sumamente complicada, ya que cambia de dirección una y otra vez entre las ondulaciones de la arena que en relación con su tamaño son enormes y la tapan la vista. Sin embargo, el comportamiento de la hor­miga es en realidad muy simple: alcanzar su meta, esto es llegar al hor­miguero lo antes posible. Su tortuoso camino no expresa este simple y rectilíneo comportamiento, sino que deriva exclusivamente de la com­plejidad del medio en el que se desarrolla. Del mismo modo, en términos humanos, el comportamiento espacial de la gente en una ciudad americana se ha demostrado que está muy afectada por una zonificación invisible

/

( 4 .j■

480 Antología de textos

originada por fuerzas ambientales percibidas que subyacen en el área. Los habitantes de la ciudad evitan también los lugares escarpados y pe­ligrosos y buscan los valles abrigados y más seguros.

Este interés por el entorno percibido en la ciudad contemporánea de ningún modo se limita a una sola disciplina. Un importante y vario con­junto de personas trabaja en este campo de investigación aparentemente limitado, pero que rápidamente se ha ensanchado. Psicólogos, interesados en los mecanismos cerebrales, estudian cómo la gente adquiere y utiliza los mapas cognitivos, es decir, las representaciones que han de existir para que se puedan establecer relaciones y conexiones espaciales en el mundo real y desarrollar los movimientos en él de forma adecuada. Otros han analizado cómo las personas perciben su entorno urbano inmediato y el modo en que la aprehensión de éste y de su distancia puede afectar al aprendizaje escolar de los niños. Incluso en un ámbito tan separado de la realidad como un laboratorio psicológico, se han encontrado sor­prendentes regularidades en la forma común de percibir las distancias a lugares importantes, aunque la influencia del desarrollo emocional pa­rece que necesita más comprobaciones. Otros psicólogos han aumentado nuestro conocimiento de las imágenes geográficas que tiene la gente de regiones bien conocidas, al tiempo que se ha acrecentado considerable­mente el interés por la orientación humana y los problemas relacionados con ella, que ya habían sido objeto de atención a comienzos de siglo.

Los sociólogos urbanos han analizado también cómo las imágenes es­paciales de la ciudad difieren sustancialmente según la localización, la clase social y la cultura y muchos de ellos se han basado en trabajos de teóricos y planificadores urbanos referentes al modo de valoración de los hitos y las localizaciones privilegiadas. Otros sociólogos se han cen­trado específicamente en el tema de la percepción del centro urbano, mientras que otros han intentado examinar la capacidad de los moradores de una ciudad para asumir los paisajes urbanos como guía para construir sus imágenes mentales. Incluso algunos ingenieros han tratado de medir la percepción de los barrios y los diversos elementos que influyen en la valoración de los mismos.

No es de extrañar que numerosas disciplinas se interesen hoy por los problemas de la percepción ambiental. La mayoría de los temas se en­cuentran en áreas marginales situadas entre los campos académicos tra­dicionales y varias reuniones interdisciplinarias celebradas en los últimos años ponen de manifiesto la necesidad de compartir e intercambiar infor­maciones útiles, así como puntos de vista nuevos entroncados con dife­rentes tradiciones científicas. Los geógrafos han participado razonablemen­te en estos intercambios y su interés por ello era de esperar. El tema de la percepción y evaluación ambiental ha aparecido de varias formas en la literatura geográfica a lo largo de los años, aunque a veces oculto e implícito en varias líneas de investigación. Sin duda ha sido importante en los trabajos de una serie de geógrafos históricos (Meinig, 1962, 1965; Aiken, 1971), algunos de los cuales lo han hecho el más importante ob­

C

Peter Gould 481

jeto de su estudio (Heathcote, 1965; Wreford-Watson, 1969, 1970, 1971) o han dedicado a su exphcación gran parte de su actividad académica (Glacken, 1967).

En la actualidad existen seis líneas de investigación no del todo des­conectadas que tratan de los problemas geográficos de la percepción y el conocimiento con métodos relativamente distintos. La primera de ellas se ha desarrollado a partir del interés tradicional de los geógrafos cul­turales y de los antropólogos por los modos en que los recursos poten­ciales son apreciados y utilizados por diversas culturas con diferentes ni­veles tecnológicos (Brookfield y Brown, 1967). La percepción del medio se ha constituido en el tema central de estos estudios y la investigación sobre los sistemas etnodentíficos, que se ha ampliado rápidamente, viene a ser la continuación de ese interés tradicionalmente arraigado (Alkire, 1968; Knight, 1971, 1973). Muy reladonado con estos temas de la geo­grafía cultural está el anáhsis de la configuración y la percepción de los paisajes realizada bajo la influencia de grupos culturales diferentes. Comen­zando con una obra básica (Lowenthal, 1961), han apareado una serie de estudios que tratan de la evoludón de los paisajes europeos y america­nos (Lowenthal y Prince, 1964, 1965), mientras que otros se han inte­resado por las formas de ver el mundo no occidentales (Tuan, 1972).

Una tercera e importante tendencia investigadora acerca de la per- cepdón geográfica puede identificarse con la «Escuela de Chicago» y sus estudios de los riesgos ambientales (White, 1945, 1961; Kates, 1962). El comportamiento y las actitudes dé las poblaciones que se enfrentan con la posibilidad de inundadones, maremotos o tifones están claramente afectados por su percepción de tales riesgos y por su experienda previa de esas situadones catastróficas (Burton y Kates, 1969; Sims y Baumann, 1972; Sonnenfeld, 1967). Numerosos problemas de este tipo se han tra­tado mediante el uso de métodos desarrollados en la psicología, en espe- dal el Test de Apercepdón Temática (TAT), para obtener las respuestas de la gente que vive en medios marginales con altas posibilidades de. situadones catastróficas (Saarinen, 1966, 1969).

Los enfoques y planteamientos psicológicos han aparecido también en una cuarta área de investigadón, que trata de cómo los niños desarro­llan las capaddades de comprensión espacial que les permiten hacer uso de mapas y fotografías aéreas (Blaut, 1969; Blaut y Stea, 1969; Sivadon, 1970; Hart, 1971). Estos estudios han demostrado que los niños pe­queños son capaces de adquirir y desarrollar capacidades muy elaboradas y que pueden llegar a captar relaciones espadales relativamente complejas con una facilidad que muchas veces sorprende a los adultos.

Una quinta línea de investigación ha tratado con amplitud del medio ambiente urbano, frecuentemente bajo la influencia de los trabajos de Lynch y Orleans, aunque los geógrafos han tratado de ser algo más ri­gurosos en el intento de obtener más medidas formales de las imágenes ambientales (Dansereau, 1971). En los Estados Unidos una serie de es­critos acerca del comportamiento espacial en la ciudad han suscitado el

i

482 Antología de textos

problema de la evaluación de las distancias, la orientación espacial relativa y los flujos de información en relación con la percepción de las oportu­nidades de compra y alquiler (Lowrey, 1970; Brown y Holmes, 1970; Golledge, Briggs y Demko, 1969; Horton y Reynolds, 1969, 1970, 1971). Otros autores han entrado más directamente en el campo de la percepción ambiental, evaluando las respuestas de la gente a- los diversos itinerarios urbanos (Lo-wenthal y Riel, 1972) y las imágenes que los niños tienen de sus barrios (Tucey y White, 1971). En Nueva Zelanda ;se ha publi­cado una serie de trabajos sobre la percepción del atractivo residencial en la ciudad de Christchurch (Johnston, 1970, 1971, 1972; Jackson y Johnston, 1971, 1972), al tiempo que en Inglaterra se han realizado estudios del mismo tipo acerca de la percepción de los habitantes del barrio londinense de Highgate Village (Eyles, 1968) y las imágenes men­tales de los centros de Birmingham y Hull (Goodey, Duffet, Gold y Spencer, 1971). También se han llevado a cabo estudios planteados direc­tamente como información para proyectos concretos de planificación y en esta colaboración de la investigación científica con la administración ha tenido una gran importancia la actitud de los periódicos locales (Birming­ham Post, 1971).

Dentro de la propia geografía la investigación sobre los problemas de la percepción ha sido diversa y gran parte de ella ha estado fuerte­mente vinculada con trabajos de áreas limítrofes, al tratar de temas donde se solapan dos campos científicos tradicionales. Muchas de estas inves­tigaciones han aparecido en publicaciones especializadas o en forma de documentos de difusión aún más limitada, por lo que han sido varios los que han señalado la necesidad de ordenar y sintetizar los diversos puntos de vista. No han faltado autores que hayan intentado responder a esta demanda (Hart y Moore, 1971; Bordessa, 1969; Downs, 1967, 1968, 1970; Brookfield, 1969; Hagerstrand, 1967; Aldskogius, 1968; Tuan, 1972) y ya se dispone de buenas síntesis e incluso de libros de divulgación (Goodey, 1970; Downs y Stea, 1973; Gould y White, 1974).

La percepción geográfica a gran escala

Hay además una sexta y última línea de investigación perceptual en geografía, que se refiere a los problemas de evaluación espacial en la ciudad y ámbitos aún más reducidos, como el barrio o el espacio personal. El interés por el tema parece haberse desarrollado a partir de la publi­cación de un ártículo puramente teórico sobre el atractivo residencial y el modo que la gente tiene de percibir y evaluar los diversos sectores de un territorio a efectos de establecer una vivienda permanente (Gould, 1965). En principio se han estudiado casos concretos en Estados Unidos, Ghana, Nigeria y Europa occidental y enseguida han aparecido estudios con un planteamiento metodológico similar referentes a otros ámbitos.

En los Estados Unidos se han podido establecer unas imágenes muy precisas del atractivo residencial mediante la cartografía de los puntos

(

Peter Gould 483

de vista compartidos por un grupo como una «superficie de percepción», en la que las elevaciones representan los sectores muy atractivos y las depresiones y los valles, los territorios menos apreciados (Gould, 1967; Doherty, 1968; Goodey, 1968). Estas superficies o planos de percepción se denominaron «mapas mentales». ( .. .)

(...)La investigación acerca de la percepción ambiental, en sus numerosos

y diversos aspectos, se ha realizado a todas las escalas desde el nivel mi- croespacial de una habitación hasta el macroespacial de todo un conti­nente. Este problema de la escala es crucial y así lo han considerado especialmente los geógrafos, que quizá han sido más conscientes de ello que el resto, pues « ... los estudios realizados a una escala hay que des­cartar que puedan aplicarse a problemas cuyos datos se expresan a cual­quier otra escala» (McCarty, Hook y Knos, 1956). En su intento de construir una auténtica teoría geográfica, numerosos geógrafos han ten­dido a moverse en escalas de observación cada vez más pequeñas a la búsqueda de establecer analogías con otros campos, como la biología, y sus importantes componentes microbiológicos, o la economía, y su interés por el comportamiento individual o microeconómico. Esta tendencia a usar pequeñas escalas y la aparición derivada de ella de una «geografía del comportamiento» se explica también por el ya largo interés por los problemas intraurbanos, entre los que hay aspectos geográficos de gran relevancia y trascendencia social (Harvey, 1972; Detroit Geographical Expedition, 1972).

No resulta lógico, sin embargo, el correlativo abandono de la inves­tigación espacial a las grandes escalas tradicionales, ya que, a medida que los «conos de resolución» se reducen, se entra en campos donde los es­tudios más importantes están siendo realizados por especialistas de otras ramas de las ciencias humanas, psicólogos, sociólogos, economistas, etc. Además, al trabajar en escalas cada vez más reducidas, suele suceder que paradójicamente se penetre en áreas de mayor y no de menor complejidad. En la búsqueda de los fundamentos últimos de la geografía humana se puede acabar tratando con modelos de un nivel de agregación y comple­jidad similares a los que tienen los «quanta» en física para comprender la conducta espacial incluso de los grupos más pequeños (Wilson, 1970; Gould, 1972).

La paradoja que acabamos de señalar no debe considerarse una crítica o una descalificación de las investigaciones geográficas realizadas a estas escalas, ya que estamos convencidos de lo fructífero que puede ser in­vestigar en áreas situadas entre las disciplinas tradicionales y, como todo científico sabe, hay que seguir un problema hasta donde sea necesario, incluso ignorando las fronteras y escalas tradicionales de la investigación. Sin embargo, en el caso de la percepción ambiental la paradoja puede resultar especialmente grave y poner de manifiesto que la aportación es­pecífica de la geografía al campo general del conocimiento normalmente ha de proceder de anáhsis a escalas mayores que la urbana, ya que las

f

(i

484 Antología de textos

otras disciplinas casi nunca se mueven a tales escalas, que han sido las más comunes en el trabajo geográfico (Tuan, 1972). También hay que contar con las espectativas de los no geógrafos, tanto en el campo acadé­mico como en el de la Administración, para los cuales la comprensión de estas escalas mayores es asunto de geógrafos. Estas espectativas pa­recen justificadas y difíciles de soslayar.

c

Roger Brunet *ANALISIS DE PAISAJES Y SEMIOLOGIA **

Definiciones

1. Lo mismo que la palabra región, la palabra paisaje acaba por no significar nada. Es normal que se la utilice por diversos especialistas con un sentido claramente restrictivo: ¿por qué se le limita a sus aspectos físicos, incluso únicamente a los vegetales? El abuso es tanto más lamen­table cuanto que tiende a perder de vista el campo propio de la geografía. La actual moda de la biogeografía, su profunda renovación y sus indu­dables éxitos no justifican esta desviación.

Numerosos anáhsis «de paisaje» no pasan en realidad de ser estudios de fenómenos particulares o de carácter seleccionados (de forma más o menos arbitraria), algunos de los cuales ni siquiera están manifiestos en el paisaje; en nada difieren de otros anáhsis basados en criterios múl­tiples referentes a grupos de datos seleccionados.

2. Algunas definiciones del paisaje nos parecen excesivamente am­plias. Hay geógrafos, conscientes de que el paisaje no es sino un aspecto

* Además del artículo traduddo en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran: ^Brunet, R. (1967): Les phénoménes de discontinuité en géographie, París, C. N. R. S. Brunet, R. (1968): «La notion de quartier rural», Bulletin de VAssociation de géogra­

phes Frangais, 362-363, pp. 115-123.Brunet, R . (1972): «Les nouveaux aspects de la recherche géographique: rupture ou

raffinement de la tradition?», L’Espace Géographique, I , 1, pp. 73-77.Brunet, R . (1974): «Espace, perception et comportement», I I I , 3, L'Espace Géogra­

phique, pp. 189-204.* * Brunet, R. (1974): «Analyse des paysages et sémiologie. Eléments pour un

debat», L’Espace Géographique, I I I , 2, pp. 120-126. Traducción de Julio Muñoz Ji­ménez.

485

(/

1

486 Antología de textos

de una realidad infinitamente más rica, que tienden a incluir en él flujos y procesos, así como factores de explicación de todo tipo — «todas las relaciones genéticas y funcionales» que están asociadas a él (P. George).Y esto es confundir un objeto con el modo de estudiarlo o con el sistema dentro del que se encuentra; es tomar una palabra por otra, un concepto por otro y paisaje por espacio, incluso por región. Así pues, no estamos de acuerdo en este tema con P. George, ni con G. Wettstein, ni con al­gunos otros.

3. Se está viendo surgir un nuevo tipo de abuso, relacionado con otra moda: la de la «teoría» de la percepción, que, en algunas de sus tendencias filosóficas, llega a pretender que toda realidad es subjetiva y nos devuelve así a Berkeley — esse est percipi. . .— .

Sin embargo, las formas y el contenido de un paisaje pueden ser objeto de un análisis objetivo: una tasa de cobertura vegetal se m irle del mismo modo que se mide una densidad de explotaciones agrarias por ki­lómetro cuadrado, una pendiente, la extensión de un campo, la altura de una fachada, etc. Que uno sea ciego o poeta, impresionista o cubista, es algo que no afecta al paisaje.

Es cierto e incontestable que el juicio que se emita sobre un paisaje — y en consecuencia el interés o los inconvenientes provocados por tal o cual transformación del paisaje— , así como la percepción que de él tienen los hombres (pero ¿qué hombres?, ¿qué grupos?), son hechos apasionantes y llenos de implicaciones para el geógrafo. Pero eso es otro tema, otro objeto de estudio. Y no se gana nada pretendiendo reducir el uno al otro.

4. Así pues, hay que dejar claro que el paisaje es precisa y simple­mente lo que se ve. Esta definición es tan necesaria como evidente:

a) Lo que se ve existe con independencia de nosotros; por perte­necer al mundo de lo real, puede, en teoría, resultar susceptible de un anáhsis científico objetivo directo por parte de los investigadores.

b) Lo que se ve es, por otra parte, vivido y sentido de forma dis­tinta por los hombres, que de una u otra forma son sus usuarios (con­siderando la contemplación como una forma de uso). Estos usuarios rea­lizan en el paisaje selecciones y juicios de valor. Otro tema de anáhsis es, pues, la percepción del paisaje (o de algunos de sus elementos) y toda modificación (o acción conservadora) debe ser interpretada a través de su percepción.

Las tres caras del paisaje

1. Parece daro que, en realidad, todo elemento del paisaje tiene tres perspectivas y puede ser objeto de tres enfoques diferentes. Todo ele­mento o grupo de elementos es:

(

Roger Brunet 487

a) Un signo para el observador. «Sirve de testigo» y ofrece una posibilidad de alcanzar los significados: los mecanismos que lo han pro­ducido, es decir, los sistemas. Este es el aspecto «remontante». Se en­cuentran aquí los valores positivos del paisaje y, en general, del contacto con el terreno, que permite aprehender diferencias, plantear problemas, descubrir pistas: cualquiera que sea la expresión empleada, se trata de un planteamiento fundamental para el geógrafo, pero que sólo es fecundo si la cultura científica del observador es rica y si éste no se contenta con el simple contacto, sino que busca otras informaciones. Este anáhsis puede, al menos, guiar de forma fructífera la recogida de datos.

b) Un signo para el usuario. Es percibido por éste, el cual le atri­buye connotaciones: bonito, feo, agradable...

c) Un agente de los sistemas. Induso cuando es una pervivencia de sistemas ya desaparecidos, es un elemento (activo o pasivo) de los sistemas actuales. Desde este punto de vista «descendente», y al contrario de los dos casos anteriores, no está vinculado al dominio de la semiología.

2. Aphquemos a algunos ejemplos este anáhsis en tres niveles:El río Garona en crecida a su paso por Agen durante el mes de mayo.

Es:a) Por su caudal, el signo de la fusión de las nieves y, por su tur-

bidez, el de la acción erosiva; es decir, de lo que pasa aguas arriba.b) Un espectáculo y una amenaza.c) Un agente local de erosión, y también de fertilización por medio

de los depósitos de inundación.La plaza del Mercado Viejo de Varsovia (Store Miasto). Es:a) El signo de una rica burguesía medieval deseosa de tener fa­

chada a la calle; de las concepdones arquitectónicas de los siglos xv y XV I, y posteriores al xvi; de un interés por entroncar con el pasado, en el momento de la reconstrucción, y, en consecuenda, de la percepción de la ciudad que tenía tanto sus constructores como sus restauradores.

b) Un espectáculo, un lugar de fervor por el pasado, incluso de na- donalismo desde d momento en que con frecuenda los varsovianos la contraponen a los edifidos «staliráanos» de la ciudad nueva.

c) Un factor de actividad turística y, por lo tanto, un factor de atracción de la dudad.

(...)

3. Se podría continuar el anáhsis multiplicando los ejemplos y pen­samos que en todos ellos se habrían de tener en cuenta los tres puntos de vista señalados, que son otros tantos temas de estudio diferendados.Y hay que resaltar:

a) La importancia de la noción de escala. Sea cual sea la naturaleza del enfoque, es preciso a la vez: 1) Distinguir elementos del paisaje ais­ladamente considerados, agrupaciones de elementos y el conjunto del pai­saje; 2) adaptar el anáhsis a la dimensión propia del paisaje considerado,

/(

488 Antología de textos

ya que los signos y los agentes no son los mismos cuando se trata del paisaje del conjunto de la ciudad o sólo el de uno de sus barrios, del conjunto de las Grands Causses o sólo del paisaje (incluso global) del fondo de una de sus gargantas.

b) El valor muy relativo de los signos para el investigador. Llevan con más o menos claridad a significados de mayor o menor importancia para el campo de estudio considerado; los tres términos que figuran en el párrafo anterior hacen referencia a tres nociones distintas.

La primera está ligada al hecho de que el enlace significante-signifi­cado, es decir, el enlace de efecto a causa, as claro; o, si se quiere, que el código de significación carece de ambigüedad: un círculo rojo atrave­sado por un rectángulo blanco horizontal significa para todo el mundo «prohibido el paso», pero ¿qué «significan» un bosque, un conjunto de granjas dispersas o un bocage? Es preciso en este punto tener en cuenta que la claridad del código es función: I) De la naturaleza de las cosas: un conjunto de rebaños formados exclusivamente de charoleses significa siempre un sistema de ganadería vacuna para carne; una fachada marítima edificada sin solución de continuidad significa siempre una actividad tu­rística destacada; la presencia de Ciperáceas significa siempre turbera; la de olivos, la intervención del hombre bajo clima mediterráneo, etc.; se puede hablar en estos casos de signos (o índices) «característicos».

Por el contrario, como consecuencia de los fenómenos de convergencia, divergencia y remanencia, los códigos pueden ser indescifrables, ya que los enlaces significante-significado (efecto-causa) pueden ser diversos, como es el caso del bocage, del hábitat concentrado, etc. La posibilidad de en­contrar los significados en este caso es función: II ) Del nivel de conoci­miento científico-, estudios repetidos y comparados pueden llevar a la detección de los enlaces más frecuentes, pero en este caso el acceso a los significados es de naturaleza probabilista y no determinista.

La segunda noción es la de -pertinencia: ante la superabundancia de elementos del paisaje es obligado no tomar en consideración más que los signos más activos de los sistemas; o en otras palabras, los que tienen mayor capacidad de exphcación o, simplemente, los más reveladores. La presencia en un pueblo de dos oficinas bancadas es más reveladora de la función central de éste que la residencia de un peluquero o un médico; la agrupación oficina bancaria-almacén general-farmacia es aún más reve­ladora. En ello se manifiesta que los grupos de signos son por lo normal mucho más pertinentes que los signos aislados, precisamente porque los elementos de los sistemas que permiten detectar no se encuentran aislados.

La tercera noción es la de campo. De hecho, el observador retiene signos pertinentes en función de su propia óptica: los ejemplos antes citados ( .. .) muestran cómo un mismo paisaje puede ser analizado desde la perspectiva de ciencias diferentes (geomorfología, botánica, economía, sociología, etc.) y también en función de preocupaciones (o puntos de vista) diferentes dentro de una misma dencia. ¿Es posible entonces hablar de un estudio global del paisaje o de un estudio de «paisaje global»?

(

Roger Bruñes 489

1. ¿Análisis del paisaje o de los signos del paisaje?

a) El paisaje es un dato, extremadamente rico, formado por elemen­tos naturales (pendientes, formas, cubierta vegetal, etc.), humanos (cam­pos, hábitat, ciudades, caminos, etc.) y sus relaciones.

b) ¿Pero en sí mismo el paisaje merece el esfuerzo de un anáhsis limitado a sus apariencias?

Se puede considerar que un objetivo esencial del geógrafo (incluso su objetivo esencial) es dar razón de los paisajes realizados: describirlos, clasi­ficarlos e interpretar sus formas y sus transformaciones. Una parte de la geografía clásica lo ha afirmado con frecuencia. Sin embargo, al hacerlo se ha visto obligado a superar este estadio.

Se puede entonces considerar que la tarea del geógrafo es más am­plia y consiste en dar razón del conjunto de los fenómenos espaciales. En este caso, el paisaje no es sino uno de los grupos de datos producidos por éstos.

c) En la primera hipótesis, es posible:— O bien analizar las variaciones espaciales de un elemento del

paisaje o de un grupo de elementos seleccionados (como es el caso de una gran parte de la geografía clásica al estudiar, por ejemplo, las modalidades de poblamiento, la forma de los campos o la de las cercas, etc.); este esfuerzo no parece abocado al éxito si no es a condición de tener siempre presente que cada elemento sólo existe en relación con un sistema, que ha producido otros muchos elementos, y consecuentemente no descartar nunca a estos últimos del anáhsis. Hay incluso que preguntarse si, en último término, es verdaderamente posible desarrollar tal anáhsis con buenos resultados y superar una simple tipología formal (como también es el caso de una buena parte de la geografía general clásica y algunos de sus modos de tratar el hábitat rural o los «paisajes agrarios»),

— O bien analizar el conjunto de los elementos de forma simultánea, lo cual implica el empleo de métodos de estudio con criterios múltiples, sean éstos los que sean.

d) En la segunda hipótesis, se puede concebir el paisaje a la vez:— Como un conjunto de signos, cuyos significados hay que buscar.— Como un componente del espacio.Por ejemplo, un. bocage puede ser a la vez el signo de una organiza­

ción agraria desaparecida y también un elemento de la estructura actual, que puede actuar como obstáculo a la modernización o, por el contrario, como factor de atracción para la actividad turística y un regulador de los caudales hídricos. Una agrupación de grandes campos, por ejemplo, es a la vez el signo de un predominio de la gran explotación y un dato actual, un factor que incide (positiva o negativamente) en todas las acciones (mecanización, reparcelación, modo de urbanización, etc.). Es el tema suscitado por E. Juillard: el paisaje como soporte y producto (pero el

El análisis directo de los signos

(?

1

490 Antología de textos

término soporte es insuficiente: hay que hablar también de sujecciones e, incluso, de acciones).

2. El paisaje como conjunto de signosPercibido como conjunto de signos, el paisaje plantea los siguientes

problemas:a) Aparece como un reflejo incompleto y deformado del conjunto de

los significados.Incompleto, porque los significados (sistemas naturales, sistemas de

producción, estructuras sociales y económicas, flujos, etc.) se traducen solo de forma parcial a través de los significantes; o lo que es lo mismo, no todos dejan una huella visible en el paisaje.

Deformado como consecuencia de los fenómenos de:— Remanencia: el paisaje incluye supervivencias, rasgos de sistemas

desaparecidos ( ...) . Se ha hablado con frecuencia de «palimsesto», pero se trata de algo que es más que un palimsesto: la situación se comphca desde el momento en que los rasgos arqueológicos son a su vez agentes de los nuevos sistemas (incluso cuando actúan como obstáculos).

— Convergencia: un mismo significante puede corresponder a signi­ficados diferentes (en cierto modo como los homónimos); una misma forma puede ser resultado de mecanismos diferentes (como es el caso del poblamiento concentrado, de los bocages o de los glacis en geomorfología).

— Divergencia: un mismo significado puede ser representado por distintos significantes: el éxodo rural puede dar lugar lo mismo a un baldío que a una mejora del cultivo gracias al efecto positivo de la des­carga demográfica.

b) ¿En qué medida es posible inspirarse a estos efectos en el voca­bulario y los métodos de la semiología lingüística?

¿Los elementos del paisaje son verdaderos signos o, de acuerdo con la distinción propuesta por algunos semiólogos, indicios? Un signo tiene como función aportar información: éste, sin duda, es el caso de los componentes de la leyenda de un mapa, pero no está tan claro que lo sea un elemento del paisaje, que no se ha elaborado voluntariamente con esta finalidad.

¿No es un abuso terminológico decir «la ciudad me dice»? La ciudad no me dice nada, sino que yo me digo algo acerca de la ciudad. Además, R. Ledrut, que utiliza este tipo de formulaciones, de hecho ha aphcado los métodos de la semiología lingüística, no a los elementos de la ciudad en tanto que signos, sino a los elementos de los razonamientos que reali­zan los habitantes acerca de la ciudad: sus signos son palabras y el anáhsis en realidad se aplica al lenguaje, no al paisaje.

Así, por contraposición, el paisaje no sería una lengua, sino un reflejo que ofrece al observador simples indicios — como las huellas de la habita­ción del crimen o las huellas de la caza— . Y si se presenta estructurado, lo es como reflejo de las estructuras que lo han generado, sobre las que él mismo influye por retroacción.

(

4

Hay otros semiólogos que mantienen que el indicio se convierte en signo cuando es correctamente interpretado, momento en que «adquiere sentido»; y verdaderamente, por ejemplo, determinados agrupamientos de establecimientos comerciales y de servicios significan con toda claridad que se está en un cierto nivel de la jerarquía urbana, lo mismo que la ola sería el significante del movimiento del aire sobre la superficie del agua (ejemplo dado por Saussure). Pero esto no quita nada al hecho de que estos signos no se han hecho para significar, son. Sin embargo, en el ejemplo anterior la evidente voluntad de significación de los rótulos, que son «señales», es una información al cliente acerca de la naturaleza del servicio ofrecido y no una información sobre el rango de la ciudad.

c) Estas consideraciones plantean una cuestión fundamental. Nos lle­van a sugerir que, si los elementos del paisaje tienen relaciones, éstas no se definen como interacciones directas, sino como reflejo de las estruc­turas producidas por las interacciones desarrolladas dentro de los sistemas actuantes. No existe interacción directa entre la imagen del paisaje de campos cercados y la imagen del poblamiento disperso, ni enlace necesa­rio, y, sin embargo, hay interacciones entre los sistemas de poblamiento, de uso del suelo y de producción y también entre éstos y los sistemas naturales; campos cercados y hábitat disperso son dos productos y sus eventuales conexiones hay que buscarlas en las estructuras y los sistemas.

Por lo tanto, aunque el paisaje esté formado por signos, no es un sistema de signos. Así pues, incluso las acepciones más ámplias de la semiología (R. Barthes) implican una restricción en la medida en que se aplican de forma explícita a «sistemas de signos» — siendo el primero de estos términos realmente tan importante como el .segundo.

Un paisaje sería, por tanto, una agrupación de objetos visibles, que reflejan (de forma bastante imperfecta) una estructura actual y (muy im­perfectamente) estructuras pasadas representando todas estas estructuras estados de equilibrio sucesivos de los sistemas que las han producido: el paisaje es, pues, incluso un reflejo de segundo grado. Y no está claro que se puedan aplicar a su anáhsis unos métodos que han sido concebidos para un tipo muy diferente de objetos sin someterlos, como poco, a pro­fundas transformaciones.

d) El paisaje proporcionaría, por lo tanto, un conjunto de indica­ciones sesgadas e insuficientes, es decir, unos datos entre otros, lo mismo que las estadísticas, que se presentan también como indicios: es decir, un conjunto que hay que completar.

Desde este punto de vista, no hay duda de que es una fuente particu­larmente rica tanto acerca de las estructuras (uso del suelo, dimensión y morfología de los campos, ganados, explotaciones; tipo y frecuencia de establecimientos y fábricas; intensidad de tráfico, jerarquía urbana, grado de control humano; grado de homogeneidad o diferenciación, etc.) como acerca de los dinamismos (velocidad de transformación) y, desde luego, acerca del medio natural (formas de reheve, drenaje, cubierta vegetal, etc.).

Roger Brunet 491

(

ai

i

492 Antología de textos

Pero en todo caso se trata de un primer esquema que hay que descifrar, con el que no es posible conformarse.

En esta perspectiva, un «análisis de paisaje» propiamente parece ca­rente de objeto: su efecto sería una limitación voluntaria de la informa­ción. Y no se lee un libro tapando la mitad de las páginas. Cuando Wieber o Bertrand dicen que hacen un anáhsis de paisaje, incluso «global», intro­ducen hechos, como la profundidad de los suelos, la pluviosidad, etc., que no son elementos del paisaje — y la suya es una actitüd correcta, incluso la única que resulta fecunda— . Lo que estudian no son paisajes, sino estructuras o, mejor, sistemas. ,

El objetivo es, por lo tanto, «leer» el paisaje junto con otros docu­mentos, que también proporcionan indicaciones (encuestas, estadísticas, mediciones, mapas, etc.); es el conjunto de estas indicaciones el que per­mite acceder a los «significados», si es posible aún utilizar este término, es decir, a las estructuras y a los sistemas.

En este planteamiento — o modelo, según la terminología— el paisaje es considerado la apariencia, el reflejo de una estructura espacial (incom­pleto y deformado, como todo reflejo).

1) Las percepciones del paisaje incluyen las de todos los «lectores»: las del investigador, el habitante, el visitante y también las de las per­sonas con capacidad de decisión en materia de transformación (u ordena­ción). El enlace tiene un doble sentido en la medida en que el paisaje es una construcción mental. Las imágenes de los lectores, variadas, están sustentadas (tanto individualmente como a nivel de grupo) por su cultura (contenido mental o episteme), que es un producto de los sistemas.

Estas percepciones, al menos cuando la sociedad pretende «conservar», «proteger» o «modificar» los paisajes en tanto que tales, conducen a com­portamientos y decisiones (no sin conflictos entre los grupos actuantes), es decir, a una forma de retroacción. Pero los actos que resultan de estas decisiones no pueden actuar directamente sobre esta apariencia que es el paisaje; actúan sobre la estructura espacial y esta acción se refleja en el paisaje. Y puede tener repercusiones notables sobre los sistemas.

De esto resultan dos temas fundamentales de investigación: estudio de las diferentes percepciones; estudio de los comportamientos, decisiones y acciones con respecto a los paisajes.

2) Un tercer tema de estudio es el anáhsis del espacio. Se basa en el anáhsis de los paisajes, que pasa en parte por la percepción que tiene el investigador, pero que también puede ser objeto de medidas directas. Sin embargo, no se puede contentar con esto: debe basarse en el con­junto de todas las informaciones disponibles acerca de las estructuras es­paciales — y engloba, por lo tanto, los resultados de las retroacciones y operaciones que contribuyen a remodelarlos.

3) Algunos elementos manifiestos en el paisaje son agentes (factores, frenos, etc.) de los sistemas (...) . Pero no son los elementos de los «paisajes» los que actúan sobre los sistemas: son los elementos de las

c

Roger Brunet 493

estructuras (más o menos visibles en los paisajes, lo que para el caso no tiene importancia). Un bocage, una gran propiedad o un hipermercado actúan sobre los sistemas, no en tanto que rasgos de unos paisajes, sino en tanto que bocage, gran propiedad o hipermercado. Este estudio de fuerzas y retroacciones es otro tema de investigación necesario.

4) Este-esquema, si es lógico, manifiesta que el estudio directo de los paisajes sólo es una parte de los temas de estudio posibles. Y todavía habría que preguntarse si el enlace paisaje-espacio no debe ser elevado a «estructuras espaciales».

ConclusiónFinalmente, consideramos que existe una confusión derivada de que

no se establece con claridad vina distinción entre lo que es paisaje y lo que es estructura de paisaje y elemento de estructura espacial. Lo que el geógrafo estudia en la práctica, lo que se podrían denominar «los hechos», son los elementos de las estructuras. Algunos de ellos, y sólo algunos, están manifiestos en el paisaje. Sin duda se puede partir de éstos para acceder al conocimiento de los sistemas espaciales y es preciso contar con ellos: son al tiempo objetos y signos, pero no son suficientes.

Habría que distinguir también la visión de conjunto del paisaje en tanto que construcción mental (incluso si se basa en un único o un pe­queño número de aspectos significativos efectivamente percibidos) y la aprehensión de un determinado elemento (o grupo de elementos) enten­dido como hecho objetivo perteneciente al mundo real.

Una tercera distinción se debe hacer por fin entre el paisaje en tanto que fuente de información y el paisaje en tanto que fuente de sensaciones. El anáhsis de las informaciones obtenidas a partir de los paisajes no puede ser un fin en sí mismo, al igual que el anáhsis de las informaciones obte­nidas por medio de un censo de población o de otra fuente documental. El anáhsis de las percepciones del paisaje, sin embargo, puede plantearse en sí mismo como tema de estudio; pero, como todo estudio de percep­ción, proporciona más información sobre el receptor que sobre el emisor, es decir informa mucho más acerca de los hombres que acerca de los paisajes, dando por supuesto que hay todo tipo de receptores, individuales o co­lectivos.

De acuerdo con lo dicho, se podrían señalar varios enfoques posibles del paisaje:

a) Su anáhsis fisionómico, que difícilmente puede pasar del nivel descriptivo y dasificatorio y alcanzar d de una verdadera morfología y que resulta válido sobre todo como toma de contacto.

b) El anáhsis de su percepción, y por lo tanto del sentido y el valor que le atribuyen los diversos observadores (o usuarios). Es un preliminar indispensable, junto con otros, para todo acto de ordenación (...) .

c) La explotación de las informaciones que proporciona dentro de un conjunto de datos para el conocimiento de las estructuras y los sistemas que las han generado y a los cuales, a su vez, influencian.

c

fi

James Anderson *

LA IDEOLOGIA EN GEOGRAFIA: UNA INTRODUCCION **

Durante dos décadas después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental disfrutó de un período de crecimiento económico y de esta­bilidad sin precedentes desde la Revolución Industrial. Los conflictos so­ciales de los años de escasez de la década de los treinta se disolvieron en la nueva prosperidad y las anacrónicas pasiones de la lucha de dases fueron sumergidas en el tranquilo consenso del «pluralismo», la ciencia y la ingeniería social. Se prodamó d «fin de la ideología». En la época de la guerra fría, esto significó, en efecto, la definitiva irrelevancia del marxismo. Se divulgó ampliamente que la sociedad occidental había co­menzado una nueva era que no sólo era postmarxista, sino también post­capitalista e incluso postindustrial. Sin embargo, a medida que iban apa­reciendo y aumentando en gravedad en las sodedades occidentales los problemas económicos y políticos del crecimiento, tales prodamadones de «postcapitahsmo» resultaron ser una ideología en sí mismas. Tan pronto como la «ideología» fue enterrada surgió de nueyo, resultando ser los enterradores nuevos ideólogos. Como resultado del aumento de la oposi- dón a la credente intervendón americana en Vietnam, y de la obtendón

* Además del artículo traducido en este Ebro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:Anderson, J . (1971): «Living in Urban Space-Time», Architeclural Design, X LI,

pp. 41-44.Anderson, J . (1971): «Space-Time Budgets and Activity Studies in Urban Geography

and Planning», Environment and Planning, 3, pp. 353-368.Anderson, J . (1978): «Geography, Political Economy and the State», Antipode, X , 2,

pp. 87-93.* * Anderson, J . (1973): «Ideology in Geography: An Introduction», Antipode,

V, 3, pp. 1-6. Traducción de Pilar Rubiato Bartolomé. Revisión de Josefina Gómez Mendoza.

494

James Anderson 495

por la industria británica de cada vez menores benefidos tras ia primera mitad de los años sesenta, se produjo un recrudecimiento de los conflictos sodaies y de dase y un renovado interés por la ideología a ambos lados dd Atlántico.

Se produjo también un interés cada vez mayor por la calidad del medio ambiente — a medida que se observaba su progresivo deterioro. La contaminación dd medio natural conduda a la «crisis ecológica», la escasez de alimentos parecía inherente y las voces de alarma por «la sobre- población» se hicieron más estridentes. Parecía, cada vez más, que «la calidad de vida» estaba amenazada por cambios en el medio espadal y sodal — por la expansión de los ghettos, por la construcdón de autopistas, por la plaga de la planificadón, por las migraciones masivas de trabaja­dores, por la congestión del tráfico y la decadencia de ciertas regiones. Los problemas regionales adquirieron importancia sufidente como para ame­nazar la cohesión del Mercado Común (...) .

Existieron, sin duda, exageraciones en algunas valoradones del caos y de la crisis, pero, en todo caso, si d medio se estaba acercando a un estado crítico { .. .) , la respuesta de los geógrafos no fue precisamente rá­pida, a pesar de que la geografía humana se interesaba tradidonalmente por las ciudades y regiones, así como por las relaciones mutuas entre la sociedad y el medio natural. Muchos geógrafos mostraban más interés por la «ciencia» y la metodología científica que por la «responsabilidad social» y la consideración científica de los problemas reales. Algunas exageraciones sobre la crisis del medio ambiente fueron fuertemente ideológicas, pero así y todo la mayoría de los geógrafos tampoco mostró interés por la cre­ciente atención prestada a la ideología. ¿Eran acaso inmunes a la ideología, o se encontraban hasta tal punto inmersos en ella como para no darse cuenta de ello?

En arquitectura existen «ideologías estéticas» — metáforas bienso­nantes que enmascaran la realidad de los edificios y de la industria de la construcdón. ¿Existen también ideologías ambientales dd lugar y dd espacio geográfico? Los tres epígrafes siguientes de este artículo tratan de definir la ideología argumentando, a veces con la ayuda de ejemplos geo­gráficos, que las ideologías tienen raíces en la realidad y mantienen com­plejas interrelaciones con la ciencia y con las dases sociales. La última parte describe un debate bastante tardío sobre «la relevancia social» en geografía. La ideología, realizando la definición de «problemas» y de los remedios aportados, condiciona el significado profundo de la rdevancia. Re­levancia ¿para bien o para mal? ¿para quién? Una ideología puede ver­daderamente orientar cuestiones de tanta relevancia," según las asunciones que realiza sobre la sodedad, pasada, presente y futura.

Ideología y realidad

Al encontrar oposición a su política imperialista por parte de una escuda de filósofos franceses interesados en la cienda de las ideas, Napo-

cai

496 Antología de textos

león los denominó de forma despectiva «ideólogos». Desde entonces, el término «ideología» ha sido utilizado con frecuencia con voluntad deni- gratoria, significando decepción política causada por los propios oponentes, algo que los «posee», que les impide ser científicos y objetivos (como uno mismo). Como insulto «napoleónico», el término no resulta muy esdare- cedor y no ayuda mucho a tratar de evitar ese «algo» no científico.

En su significado marxista, la noción se convierte en «un concepto esclarecedor y un instrumento analítico», sin ser políticamente neutro, ya que, en efecto, sé enriquece mucho. Constituye uno de los conceptos más originales y amplios que desarrolló Marx, si bien resulta difícil de comprender enteramente. En su forma más’ simple, «ideología» se refiere a sistemas de ideas que dan información distorsionada y parcial de la realidad, con el fin y el efecto, a veces inintencionado, de servir los intere­ses particulares de un grupo o dase sodal determinados. Lo normal es que esto ocurra, porque estos sistemas parecen representar los intereses de todos los diferentes grupos sodaies. Por ejemplo, puede existir la preten­sión de representar a toda la nadón («en el interés nadonal») cuando en realidad el punto de vista es contrario al de los sindicalistas. O la pre­tensión de universalidad sodal puede estar implídta, como ocurre habi­tualmente con la dencia social que sólo busca la justificadón en los cánones «universales» de «objetividad científica».

Las ideologías esperíficas se usan, más o menos consdentemente, para justificar de forma directa intereses particulares. Pero son más importan­tes aquellas ideologías generales que justifican d statu quo propordo- nando una cortina de humo mistificadora de conceptos superficiales. Y sus aspectos más crudales pueden ser aquellos enundados sobre la sodedad de los cuales d ideólogo está menos enterado y acerca de los cuales es menos explícito. Las ideologías no son necesariamente apologías del statu quo y pueden, induso, mostrarse críticas al respecto. No sirven necesa­riamente los intereses inmediatos de la dase dominante. Pero se puede servir estos intereses con más efectividad cuando existe un enfoque apa­rentemente «radical» que detiene d pensamiento crítico en nivdes super­ficiales, o cuando lo verdaderamente fundamental de una cuestión resulta confuso debido a ideologías en conflicto respecto de temas marginales. A pesar de intuiciones posiblemente críticas, las ideologías impiden un conocimiento real de la forma en que se podría cambiar la sociedad.

En general, la clase dominante ejerce un control sobre las ideas en la sociedad, y su dominio depende de ello. Las ideologías no son simple­mente ilusiones personales o un «clima general» de creenda; están ins­titucionalizadas. Se desarrollan en torno a las institudones sociales y la dase dominante controla éstas, en grados muy diversos, dependiendo de la institución, d tiempo y el lugar. Con algunas institudones (por ejemplo, la familia nudear) su influenda puede ser muy ligera. Con otras, como la educadón, la sodedad de los medios de comunicación de masas o d sis­tema legal, puede ser mucho más directa. Variará en gran medida según las circunstandas, haciéndose más directa si sus intereses se ven amena­

(

James Anderson 497

zados: resulta ejemplar a este respecto la existenda en Irlanda "de censura y de un absolutamente inadecuado servido de información. El control puede casi no disimularse, como en la España fasdsta o en Chile, donde los hudguistas son simplemente incorporados al ejército o asesinados. Cuanto menor confianza ofrece la ideología, más al descubierto se presenta la fuerza física. Sin embargo, una dase dominante nunca ejerce su dominio exdusivamente por la fuerza, sino que su «hegemonía» se apoya siempre en una ideología y en intelectuales que aseguran que la «concepdón dd mundo» propia resulta admisiblemente coherente. El fascismo, por ejem­plo, se apoya, en gran medida, en d chauvinismo y en la ideología racista.

La realidad sodal que las ideologías deforman y mutilan es, en sí misma, engañosa. Está dividida en dases e institudones y éstas expresan una ideología. Las ideologías, contrariamente a lo que mantiene la pers­pectiva idealista que las ve en términos puramente subjetivos, como meras «construcciones mentales», sólo pueden ser entendidas en relación con la realidad que deforman. Si fueran únicamente errores de los ideólogos (o mistificaciones a su medida), ¿cómo podrían explicarse estos errores y la persistencia con la que se cree en ellos? Las ideologías pueden persistir porque tienen una base parcial en lo real, aunque a menudo muy limitada. El radsmo, que puede ser útil a una dase dominante como mecanismo de división, es un «medio» que oculta virtualmente toda la luz de la realidad, pero sus invenciones ganan verosimilitud a partir de hechos abs­tractos determinados, tales como: algunos judíos especulan con la pro­piedad, las apariendas radales varían de hecho, etc. ¡Hasta la idea de «una tierra plana» se apoya en el hecho de que nuestra experiencia directa nos muestra una tierra más plana que redonda! Por su parte, una ideología del tipo del «pluralismo» tiene una base real considerable, y más utilidad general para la dase dominante. Es ideología porque, partiendo de la pluralidad de los «grupos de interés», conduye que éstos compiten en términos más o menos iguales, implicando esto que no existe algo que pueda ser denominado «dase dominante».

Las ideologías tienen un fundamento histórico en la lengua, así como en la división dd trabajo. La lengua es d medio de consciencia y lleva la impronta de pasadas luchas ideológicas — «socialismo» pierde su signi­ficado, «explotación» se reduce a sinónimo de «opresión», etc. Al refractar la experienda presente, las ilusiones pasadas que se filtran a través del lenguaje tienen el efecto ideológico y conservador de impedir el reconod- miento de nuevos problemas.

Las ideologías también persisten como respuestas que se desea dar de forma bienintencionada o autoengañosa a problemas reales. Marx con­sideró la religión — comienzo de toda ideología— como una protesta con­tra la miseria real: « ... el anhelo de los oprimidos, el sentimiento de un mundo sin corazón, y el alma de las condiciones más desalmadas. Es el opio del pueblo.» La ciencia social, en especial el empirismo, ha reem­plazado, en la actualidad, a la religión en muchos aspectos, como vehículo principal para la ideología dominante (posiblemente es la ideología domi-

c 1

498 Antología de textos

nante), y su criatura, la ingeniería social, es una utopía secular. Confundir los deseos con las realidades constituye un elemento esencial de los reme­dios parciales para los problemas globales, desde los experimentos heroi­cos de Robert Owen hasta las nuevas ciudades británicas de posguerra.

Con la ideología tan omnipresente y mezclada con conceptos cientí­ficos, claramente no basta declarar el punto de vista propio, como de­fienden los liberales progresistas. La honestidad no es una garantía de ciencia objetiva; verdaderamente este enfoque tiende a sustituir la «hon­radez» por la «objetividad», incurriendo en relativismo a medida que se aleja del tema de cuál de los puntos de vista mantenidos con honestidad se acerca más a la objetividad.

Ciencia y fetichismo

Las diversas concepciones de «ideología» en las ciencias sociales, por lo general la separan por completo de la «ciencia» — separación de la que se han hecho eco algunos marxistas— . El ideal es la ciencia natural que se supone generalmente que es empírica, objetiva y cautelosa. Se quie­re creer que si se imita su metodología (pero no su radicalismo) se evitan las pasiones pehgrosas y la parcialidad de la «ideología». Los resultados son, sin embargo, invariablemente ideológicos.

Las analogías pueden ser fecundas, pero la aplicación de analogías naturales a fenómenos sociales puede implicar que se presenten camufla- damente los hallazgos de la ciencia natural como resultados en el contexto social, cuando realmente sólo son hipótesis. En el mejor de los casos, ana­logías de este tipo ofrecen una visión parcial; mecanicista en los modelos gravitatorios de «física social» de ordenación del uso del territorio, na­turalista y bastante reaccionaria en aquellas analogías procedentes del comportamiento animal que reemplazan la razón humana por el instinto. Un caso interesante de transferencia de concepto es el darwinista de «lucha por la existencia». Darwin lo tomó en realidad de los planteamien­tos sociales de Malthus y el concepto reapareció en los estudios sociales encumbrado por la autoridad delegada por la ciencia natural.

Los métodos de las ciencias naturales, en particular la cuantificación, han dado lugar a importantes adelantos. Sin embargo, los grandes éxitos de las ciencias naturales se deben a menudo al empirismo que ha sido, en realidad, responsable de algunos de los principales adelantos; la cuan­tificación, en la búsqueda de éxitos similares en las ciencias sociales, es a menudo prematura y poco juiciosa — falsa precisión con números «duros» que representan hechos «blandos» y aislados— . ¡Cuando las cantidades son contabilizadas en una investigación con orientación política, los re­sultados pueden ser tan absurdos como la declaración en el Informe Roskill de que el valor de un hombre para «la comunidad» es de 4.360 libras esterhnas, mientras el «valor medio de una mujer.» resulta negativo en 1.120 libras! Con la exaltación del método a expensas del tema de

c

James Anderson 499

estudio se pueden ignorar importantes problemas de crecimiento y cambio, debido a la falta de datos numéricos, o porque no se adaptan al anáhsis del equilibrio estático. Y como dice Joan Robinson, «la dulce armonía del equilibrio apoyó la ideología del laissez-faire y ( ...) nos mantuvo ocu­pados como para tener tiempo para pensamientos peligrosos».

A diferencia de las ciencias físicas que estudian los hechos externos al hombre, las ciencias sociales estudian las acciones humanas y, además de su significado objetivo, estas acciones implican consciencia subjetiva. Debido a ello, y a los conflictos de interés en la sociedad, el problema de la objetividad es significativamente diferente en la ciencia social.

La oposición rígida de la «ciencia» a la «ideología» conduce al dog­matismo y hace necesaria la pregunta: ¿qué es ciencia social? De acuerdo con Geras, Marx proporciona una respuesta en dos partes. Cualquier ciencia, natural o social, debe distinguir la esencia de la apariencia — el sol parece moverse alrededor de la tierra, la tierra parece plana, etc.— .Y en la ciencia social, los fetiches del capitalismo exigen que las apa­riencias sean demolidas si se quiere ver la esencia. El método de Marx es necesario porque el capitalismo se muestra necesariamente a sus agen­tes como algo distinto de lo que realmente es. Plantea fetichismos en los que las relaciones sociales aparecen como relaciones entre cosas, y las cosas creadas por los hombres llegan a dominar a sus creadores. El «feti­chismo del consumo» ejerce un dominio general encubierto e impersonal (a diferencia del dominio personal sin disimulos del feudalismo); el es­clavo del salario libre se ve forzado a vender su mercancía, su fuerza de trabajo, a alguien, y la competencia asegura a los capitalistas la ob­tención de un excedente de trabajo.

Las relaciones sociales se pueden convertir en fetichismos como pro­ductos de la naturaleza (por ejemplo, a través de las analogías naturales, el determinismo ambiental, o concediendo crédito a la «tecnología» para decisiones de localización); o se puede olvidar el medio objetivo interpre­tando las relaciones sociales de forma idealista simplemente como inten­ciones subjetivas. La primera tendencia olvida que es el hombre quien «hace la historia» (y la geografía), la segunda que las circunstancias en las cuales lo hace no son de su elección. El engaño central en el capita­lismo (origen de muchos otros) es que el valor de la fuerza de trabajo parece falsamente igualar el valor del trabajo realizado, ocultando de esta forma la existencia de plusvalía, la fuente de beneficios y rentas no ga­nadas; se oculta así la explotación, esencia de las relaciones capitalistas y un elemento fundamental al definir la clase social.

El «fetichismo del espacio» es la faceta particular del geógrafo. Las relaciones entre grupos o clases sociales se presentan como relaciones entre áreas, ocultando (como en el chauvinismo) las divisiones sociales dentro de las áreas. Las conceptualizaciones geométricas abstractas de la «forma» espacial, se pueden presentar artificialmente en contra del «con­tenido» social oscureciéndolo por la negación de las relaciones dialécticas entre «contenido» y «forma». Así Chisholm y Manners entienden lo es­

500 Antología de textos

pacial frente a las desigualdades sociales. Escriben que los contrastes es­paciales en el bienestar, complicados por la «dimensión emocional» de las áreas segregadas racialmente, son amenazadoras para la estabilidad social futura de la ciudad. Añaden que el dilema de las «dos naciones» ha pasado de ser un problema de clase a ser, en gran manera, un problema espacial. Pero las «dos naciones» del tiempo de Disraeli existen en el espacio, y hay todavía gente que sufre o se beneficia de la desigualdad. La desigualdad social no es sustituible por la «desigualdad espacial» puesto que este último término no tiene significado independiente del contenido social — no se puede elegir entre «espacial y social», se deben considerar ambos.

Abstracción, objetividad y clase social

Las relaciones sociales aparecen a menudo como relaciones entre áreas — las divisiones espaciales están institucionalizadas—■. Pero el empirismo, autolimitándose a las apariencias superficiales, ignora el fetichismo y ob­jetivamente lo mantiene. Al concentrarse sobre fragmentos aislados de la realidad, sostiene la ideología (por ejemplo, los resultados de_ los tests de cociente intelectual pueden ayudar a mantener el racismo). Los empi- ristas se enorgullecen de ser concretos y realistas, interesados solamente por «los hechos» — un interés que constituye en sí mismo una ideolo­gía— . Los «hechos» existen de forma individual y la experiencia directa del «hecho», que por su proximidad parece concreta, es, aislada de la tota­hdad, en sentido literal (hegeliano) «abstracta». Una parte es «abstraída» de la totahdad mientras que, para ser bien entendida, debe verse concre­tamente, situada dentro de la totahdad que le da su significado específico. Así los hechos empíricos de los cuestionarios parecen muy concretos, pero permanecen abstractos hasta que se interpreten dialécticamente en tér­minos de sus relaciones en el espacio con otros hechos, y en el tiempo, pasado y futuro, incluyendo sus relaciones con su propio desarrollo pa­sado y sus potencialidades inherentes para el futuro. Las consideraciones ahistóricas cortan arbitrariamente estas relaciones, y los hechos de una era determinada se convierten en verdad válida para todos los tiempos; así ocurre, por ejemplo, cuando las relaciones capitalistas son considera­das «naturales», o la verdad parcial sobre el «agotamiento de las ideas políticas en los años cincuenta» se convierte en abolición definitiva de la «ideología». Lo mismo ocurre también con la concepción disgregadóra de la geografía como estudio de las variaciones en el espacio mientras la historia trataría de las relaciones en el tiempo. ¡Qué poco dialéctico se puede llegar a ser!

Los límites disciplinarios son verdaderamente «contrarrevolucionarios», como ha señalado Harvey. La división del conocimiento es útil a los dirigentes como mecanismo de control (aunque puede volverse contra ellos como veremos después). Algunas divisiones (por ejemplo, la de

James Anderson 501

ciencias políticas y ciencias económicas) reflejan las divisiones parciales entre sus objetos de estudio (en el ejemplo dado, respectivamente, las instituciones parlamentarias y las «de mercado»); otras divisiones res­ponden menos al «contenido» y son más «formales», como ocurre con la geografía — y si la geografía y otras «disciplinas ambientales» son, en algún sentido, más integradoras, la integración lograda es, a menudo, bastante formal y abstracta. Las disciplinas constituyen también una di­visión del trabajo entre los científicos, pero mientras «alguna» especiali- zación es indudablemente necesaria y tenemos obviamente que empezar por algún sitio, las divisiones disciplinarias preexistentes tienden a esta­blecer límites arbitrarios sobre dónde termina la investigación y cómo se llega hasta ahí.

La ciencia se mueve desde lo parcial, lo abstracto y lo unilineal hacia el nivel de la totahdad concreta pluralista. Y lo hace a través del uso (consciente) de la abstracción. Así el método de Marx implica avanzar hacia lo concreto eliminando enunciados simplificadores y tomando en consideración un conjunto cada vez más amplio de fenómenos reales (algo similar a lo que hace von Thünen). La abstracción constituye un pro­blema sólo cuando se convierte en el final en vez de en los medios de la investigación. De esta forma, el equilibrio puede ser un instrumento útil, pero como ha dicho Robinson, «se tiene que mantener en su lugar y su lugar está estrictamente en las fases preliminares de la argumenta­ción analítica». Requiere una crítica para mostrar si — y hasta qué punten— un estudio ha avanzado hacia lo concreto, y también una actitud crítica y autocrítica para confirmar que avanza algo. Las críticas son necesarias para desentrañar el conocimiento potencialmente útil existente en una ideología, y estas críticas expondrán el elemento ideológico de la forma más eficaz demostrando la debilidad interna y las implicaciones contra­dictorias. Limitarse a declarar «mala» una teoría es dogmático y, por lo tanto, ineficaz; las teorías «malas» no desaparecen sin más y sus ele­mentos «buenos» no son aprovechados por el dogmático. De la misma forma, se debe reconocer que, aunque las divisiones disciplinarias sean «contrarrevolucionarias», rodean «instituciones» reales del conocimiento. La crítica puede muy bien comenzar dentro de uno de los «círculos», pero el punto importante es que para que avance mucho debe romper el cerco. Dt;

La lucha ideológica forma parte de la lucha de clases, y la participa­ción en la lucha de clases es desmistificadora. La desmistificación resulta en parte de la alteración de las bases materiales de las ideologías (por ejemplo, la superficialidad de las divisiones entre las ciencias políticas y las ciencias económicas, o entre la acción política y la acción industrial, se hace evidente cuando es el Parlamento el que regula los salarios en el «mercado»). Recíprocamente, los cambios materiales requieren una reformulación de las ideologías, trabajo realizado a menudo por los cien­tíficos sociales bajo la apariencia de crítica social. Cuando J. K. Galbraith, probablemente el ideólogo más sofisticado sobre las corporaciones mo­

c: ¡

502 Antología de textos

nopolistas, invierte toda la anticuada ideología del laissez-faire sobre la «bondad» de la competencia y la «maldad» del monopolio, ofrece una argumentación más cercana a la realidad material y a los intereses reales del capital monopolista.

Como arma en la lucha de clases, el marxismo no ha superado la ideología, pero se acerca mucho a la objetividad. Evita el relativismo, porque la objetividad social es considerada, no como una cualidad abs­tracta ahistórica, sino relacionada dialécticamente con las clases sociales y sus papeles en el desarrollo.de la sociedad. Las ideologías corresponden a los puntos de vista de varias clases y grupos cuyo interés en la sociedad existente, o su incapacidad para cambiarla, les impide verla en su tota­hdad. La búsqueda de la objetividad es la búsqueda del punto de vista universal que represente a la sociedad entera, y el problema es precisa­mente que la sociedad está dividida en clases antagonistas. Hegel encontró su «clase universal» en la burocracia del estado (de Prusia), pero para Marx las burocracias estatales significan alienación política; usurpan la «universalidad» aparentando integrar los intereses del pueblo como tota­hdad, cuando realmente sólo sirven a la «clase dominante» como totali­dad. Para Marx y Engels «el poder ejecutivo del estado moderno no es más que una comisión para dirigir los asuntos comunes a toda la bur­guesía» — un punto de vista púbhcamente corroborado por Woodro'w Wilson, probablemente en un momento de descuido ideológico— . Más recientemente Mannheim trató de evitar el relativismo inventando una «intelligentsia de hbre flotación» que integre todos los puntos de vista parciales de la sociedad. Sin embargo, no queda claro cómo reconciliar los intereses antagónicos de explotadores y explotados, y Mannheim trata claramente de mantener la «universalidad» de la ciencia «objetiva» con algunas ficciones sociológicas; lejos de estar «hbre» del sentido de clase, la «intelligentsia» se encuentra, sobre todo, en instituciones controladas por la clase dominante, «flotando» en algunos casos sobre la Fundación Ford y similares.

Más que especificar una clase universal, Marx observó que toda situa­ción histórica produce una clase que aspira a la «universalidad» y cuyo punto de vista se acerca- a la objetividad — la clase revolucionaria— . Las condiciones históricas objetivas permiten, de hecho, a esta dase re­presentar en gran medida a la sociedad por cierto tiempo, pero las con­diciones cambian y se desarrolla la contradicción entre sus propios inte­reses y su apariencia de .generalidad; se vuelve contrarrevolucionaria mien­tras surge una nueva dase revolucionaria. De esta manera, la burguesía revolucionaria en la Revoludón Francesa desterró d Antiguo Régimen en nombre de todos (como habían hecho los seguidores de Cromwell en Inglaterra), pero los sans-culottes se encontraron con que la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad no se extendían a ellos una vez que la bur­guesía hubo consohdado su posidón, ni tampoco después de 1848 cuando el contrarrevolucionario barón de Haussmann desencadenó la ofensiva dd planeamiento urbanístico moderno, demoliendo sus viviendas en el centro

James Anderson 503

de París. Esta contradicción sólo se supera cuando la dase trabajadora toma el poder, porque al contrario de las anteriores clases revoludonarias, no explota a otras dases. Suprime las divisiones de dase y a sí misma como dase cuando suprime la explotación y consigue finalmente el sodalismo. La universalidad tiene su aspecto espacial, porque d sodalismo sólo se puede lograr si es internacional.

Tradicionalmente, los geógrafos han mostrado poco interés por el so­cialismo, y los socialistas no suficiente interés por d medio ambiente. Los estudios regionales desde el punto de vista del movimiento obrero son la excepdón más que la regla. Se acepta, a menudo, sin crítica el criterio de la obtención de beneficios para juzgar las decisiones locado- nales, lo que resulta ser una visión más pardal que objetiva. Por lo gene­ral no se tiene en cuenta que las empresas multinadonales tienden a ins­talarse allí donde los salarios son bajos y las organizadones de trabaja­dores débiles o ilegales; que la localización y rdocalización industrial pueden constituir armas en — y a consecuenda de— la lucha de clases; que los desequilibrios espadales entre vivienda y trabajo, manifestados, por ejemplo, en el caso de los «trabajadores invitados», o en los subsidios a los empresarios que se localicen en regiones en decadencia, son males endémicos de una forma históricamente específica de organizadón social, es decir, el capitalismo. En cuanto al medio natural, los socialistas de­berían considerar las implicaciones de su rápido expolio, en particular en lo que se refiere a la posibilidad de industrialización y sodalismo en los países subdesarrollados. Existe una creciente toma de condencia entre los sociahstas de que el «medio» no es un derto tipo de «opción bur­guesa», y entre los geógrafos de que una perspectiva socialista proporciona puntos de vista nuevos y muy rdevantes sobre problemas del medio am­biente.

Pero la geografía, junto con otras disciplinas del «medio ambiente», ha sido lenta en reacdonar a lo que Hunt y Schwartz llaman «la crisis general de la ideología burguesa de la guerra fría». Si la geografía parece conservadora no es tanto porque sea ideológica (y las ideologías son, en efecto, conservadoras), sino más bien porque sus ideologías tienden a estar desfasadas. Téngase en cuenta, por ejemplo, la persistencia de las noríones del laissez-faire. La geografía es más un «transmisor» que un «productor» de ideologías; debido a los retrasos en la transmisión de éstas a dicha cienda, la geografía parece a menudo menos ideológica que las disciplinas «productoras» tales como la sodología, y las actitudes no críticas se nutren de la preocupadón por las. complejidades de la forma espacial. No obstante, la geografía es muy importante como transmisor, en particular en la educación escolar, donde constituye un medio para la ciencia social general y donde la mayor parte de la gente adquiere su «visión formativa dd mundo».

El elemento ideológico en los estudios ambientales se manifiesta de forma más tangible cuando se aplica a la práctica del planeamiento terri­torial. En este caso, los geógrafos no pueden dudir la responsabilidad

504 Antología de textos

de las implicaciones políticas de su trabajo buscando refugio en la «cien­cia». Como señala C. Wright Mills en sus excelentes apuntes sobre la «Destreza intelectual», un buen científico social no separa artificialmente su «ciencia» de su vida social y política. Además, su intento de evasión resulta contraproducente y «los planificadores» se convierten en el chivo expiatorio de los problemas ambientales — como en el ataque «radical» a los «valores de la clase media» del «planificador», que es un ataque ideológico porque, aunque contiene una pequeña parte de verdad que no carece de importancia, entraña una gran mentira, la de que los plani­ficadores son el grupo que controla el me^io ambiente— .

Como demuestra el debate sobre la «relevancia social» en la revista geográfica Area, a los estudios ambientales les queda mucho camino que recorrer antes de llegar a la objetividad social.

( . . . )

Rodolphe De Koninck *

CONTRA EL IDEALISMO EN GEOGRAFIA **

(. . .)DE LOS BLOQUEOS DE LA GEOGRAFIA CLASICA...

Aparecen, en los escritos de los «grandes maestros» de la disciplina, incesantes intentos por definir, de una vez por todas, el objeto de la geografía. Pero este «de una vez por todas» resulta inalcanzable, o bien en cada ocasión, insatisfactorio, por lo que la geografía se ha definido más frecuentemente por la forma en que se practica que por la identifi­cación rigurosa de lo que estudia. Subrayar las dificultades, incluso la angustia de la geografía para definir su objeto de estudio, no es muy original; es, sobre todo, insuficiente. Lo qué hay que intentar compren­der es: ¿por qué esas dificultades? Antes de intentar responder a esta pregunta es útil, a pesar de todo, ilustrar esas dificultades. Para ello se puede consultar un artículo, significativo en varios sentidos, en el que Vidal de la Blache (1913) multiplicó las «definiciones»: la geografía

* Además del artículo traducido en este libro, entre los trabajos principales del autor se encuentran:De Koninck, R. (1978): «A propos de la división du travail, des hommes et des

espaces: notes sur la question ville-campagne», Cahiers de Géographie du Québec, X X II, 56, pp. 287-292.

De Koninck, R. (1979): «The Integration of the Peasantry: Examples from Malaysia», Pacific Affairs, L II , 2, pp. 265-293.

De Koninck, R. (1980): «La géographie soviétique est-elle révolutionnaire?», Hérodote, 18, pp. 117-132.

De Koninck, R. (1981): «Enjeux et stratégies spatiales de l’Etat en Malaysia», Hé­rodote, 21, pp. 84-115.* * De Koninck, R. (1978): «Contre l’idéalisme en géographie», Cahiers de Géo­

graphie du Québec, X X II , 56, pp. 123-145. Traducción de Isabel Pérez-ViUanueva Tovar.

505

(

«tiene como tarea específica estudiar las expresiones cambiantes que adop­ta según los lugares la fisionomía de la tierra»; «el campo de estudio por excelencia de la geografía es la superficie»; «la geografía es la ciencia de los lugares y no de los hombres»; «la geografía se distingue como ciencia esencialmente descriptiva»; así, la geografía debe esforzarse «por caracterizar regiones, pintarlas incluso, pues lo pintoresco no le está prohi­bido»; y debe también reconocer que «las propias formas intentan orga­nizarse entre sí, realizar un cierto equilibrio... y que de él (el hombre) depende el equilibrio actual del mundo vivo»; en conclusión, la geografía debe mostrar una «aptitud para no fragmentay lo que la naturaleza reúne, comprender la correspondencia y la correlación de los hechos...» (Subra­yados de R. de Koninck).

Como era de esperar, no aparece aquí nada que permita la definición de un objeto específico y claramente comprensible; aparecen, sin embar­go, nociones importantes, entre las que destacan dos muy claras: la de equilibrio, equilibrio de las formas, equilibrio natural, y aquélla según la cual la misión del geógrafo consiste en describir ese equilibrio. Todos los matices que vienen a añadirse a estos preceptos, tanto en la obra de Vidal de la Blache como en las de sus discípulos, referentes a las inte­rrelaciones, las contingencias, el posibilismo, etc., mantendrán esa nece­sidad de describir un equilibrio. Claval ha mostrado de qué forma se han precisado y han marcado la geografía clásica esas nociones de equilibrio, de armonía y de evolución en la estabilidad. Claude Raffestin califica de «prematemática» a esa forma que a menudo tienen los geógrafos de definir el equilibrio.

Muy importante, e intrínsecamente ligado a esas nociones, ha sido el profundo idealismo de la geografía, en el sentido llamado hegeliano del termino, en el sentido de que son las ideas las que producen la realidad. Es, desde luego, en Jean Brunhes (1913) donde se encuentran los mejores ejemplos de ello: «la única causa verdadera es la inteligencia y la voluntad humana» * ; «un hecho tiene dimensiones, tiene un color, tiene una duración; no tiene una vérdad; es la percepción que tenemos de ese hecho la que es falsa o verdadera, es el juicio que emitimos sobre ese hecho lo que es más o menos acertado»; «el hecho psicológico capital es, pues, éste...: todos los conjuntos y todos los detalles del marco natural actúan sobre nosotros en la medida y en el sentido en que los escogemos, es decir, en la medida y en el sentido en que los interpreta­mos»; «hay hechos psicológicos en la base y en las consecuencias de los hechos esenciales»; «la voluntad humana es el verdadero- pluvióme­tro»; «al verla de otra manera, (la realidad) es verdaderamente otra para nosotros. Sin haber sufrido modificaciones, éste es el hecho capital».

506 Antología de textos

* Esta primera frase se atribuye indebidamente a J . Brunhes, ya que pertenece en realidad a una cita de E. Boutroux incluida en el artículo del primero; cfr., en este mismo libro: J . Brunhes: «El carácter propio y el carácter complejo de los he­chos de geografía humana», p. 256. (N. de T.)

(

Rodolphe De Koninck 507

A juzgar por sus afirmaciones, la posición de Brunhes parece anta­gónica de la siguiente: «No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia» (Marx y Engels). Además, todo el texto de Brunhes del que proceden estas citas, contribuye, parece que contra la voluntad del autor, a apoyar esta afirmación fundamental del materialismo histórico: no se pueden comprender, situar las ideas, más que partiendo de la realidad material que las ha generado. Sin embargo, Brunhes, como muchos otros antes y desde entonces, se niega a reconocer esta reahdad recalcitrante que no quiere plegarse a las categorías del espíritu; y Brunhes es un geógrafo; volveremos sobre ello. Es evidente que todo esto no simplificaba el problema de la cohesión de la disciplina en torno a un objeto específico. A pesar del intento de Brunhes por clasificar los «hechos humanos esenciales» en seis grandes tipos y de algunos más, entre los que se encuentra el más sutil de Max Sorre para definir el dualismo de los fundamentos biológicos y técnicos de la geo­grafía humana, prosigue la investigación de un orden natural e ideal. Semejante ambición plantea un problema epistemológico: ¿cómo circuns­cribir mejor una disciplina tan amplia? Se han impuesto dos soluciones: en primer lugar, definir un método, un ángulo de aproximación a ese objeto tan vago, tan difícil de captar; después, definir la escala en que podrá aprehenderse.

La búsqueda de la primera solución ha llevado a algunos a querer definir la geografía ante todo como una ciencia método, como una dis­ciplina que se define por su punto de vista, por su estilo, por su arte. Es importante añadir que a pesar de las posiciones antagónicas en cuanto al reconocimiento del criterio predeterminante, el objeto o el método, este último era entendido por la mayoría como un arte. Se insistía tanto más en ello cuanto que la búsqueda de. la segunda solución, la de una escala ideal, aludía, desde hacía mucho tiempo, por lo demás, al marco donde ejercer ese arte: la monografía regional. (¿Es necesario recordar que esta consideración de la geografía como un arte o como teniendo que ser practicada como un arte es archifrecuente en la literatura?) Así, la región en ese marco en el que el geógrafo va a pintar, va a bosquejar su cuadro, va a ejercer su arte. Hay aquí más que un juego de imágenes y de palabras: una solución a la que se aferrará durante mucho tiempo y que ha marcado la disciplina hasta en sus variantes «modernas», como se verá. El geógrafo intenta, pues, describir, pintar un cuadro armónico del equilibrio regional. Sautter ha mostrado lo satisfactoria que era la escala de la región, por oposición a la más grande o a la más pequeña de la nación y del terrazgo, para la búsqueda del equilibrio, de la «libre confrontación entre lo físico y lo humano». Los fundamentos ideológicos y toda la influencia que ha tenido ese concepto de región son desvelados por este mismo autor sin que parezca darse cuenta de ello.

La geografía ha sido así bloqueada, ha caído en la trampa, se ha convertido, casi por obligación, en una disciplina profundamente reac-

(/

i

508 Antología de textos

donaría. En primer lugar, porque ha buscado o querido ver en d orden de la naturaleza, inmutable, permanente, incambiable, las explicaciones de los paisajes históricos marcados por las relaciones sin embargo diná­micas que se elaboran entre los hombres en d marco de la tierra: ha reduddo la rdación natural-sodal al aspecto natural. En segundo lugar, porque, predsamente para no tener que reconocer esas condiciones que trascienden de la naturaleza, se ha negado durante mucho tiempo a bus­car leyes; se ha hecho dencia de lo único: Claval ha ilustrado daramente este problema, que no interpreta de. la misma forma. Porque al hacer esto, en tercer lugar, constituía un servido de información ideal para los poderes que la «subvencionaban»; se muerde difícilmente la mano que alimenta. Finalmente, estos caracteres interrelacionados se mantenían gradas a la incertidumbre — ¡qué suerte!— de la geografía respecto a su objeto; no ha podido, pues, desarrollar un auténtico sentido crítico, ha sido por excdencia la denda del statu quo; al concepto de «intdectual tradicional» de Gramsci, se puede añadir d de «disdplina tradidonal». Sí, pero, se añadirá, esto no puede aplicarse a la geografía moderna, muy y poco cuantitativa, que, por su parte, se ha erigido contra la geografía tradicional, esa «denda» que, durante mucho tiempo, sólo se ha querido que fuera practicada por artistas.

... A LOS DE LA «NUEVA» GEOGRAFIA

Descripción, orden natural, equilibrio, armonía, son rasgos determi­nantes de la geografía tradidonal. Este «saber», según expresión de Lacoste, ha sido, al menos en buena parte, financiado y recuperado por los poderes asociados a las diferentes formas de expansión territorial de las sociedades que enmarcan. No hay nada sorprendente en ello, añade Scheibling, puesto que «es propio de toda cienda constituirse en relación con la formación social que le sirve de matriz». Sin embargo, como re­conoce al comentar a Lacoste, este último ha insistido en d carácter de saber de la disdplina, que no ha podido erigirse auténticamente en cuer­po científico. Esto es tanto más evidente cuanto que las condiciones de la inadecuadón entre la disciplina y su objeto han sido mantenidas. Parece que condiciones equivalentes han asegurado el envejecimiento instantáneo de la nueva geografía y su mantenimiento en la situadón de un saber acrítico, recuperable y manipulable. Esto se aplica tanto a la geografía cuantitativa como a la «nueva» geografía cultural.

ha geografía cuantitativa

Esto quizá no es evidente para todos, pues por su afán en afinar, cuantificar, la nueva geografía ha podido hacer creer que haría algo más que describir. De hecho, ahoga aún mejor la exphcación bajo un diluvio

c*

Rodolphe De Koninck 509

de medidas. Además, a pesar de esto, mide o bien parcialmente y con parcialidad, o bien con retraso respecto a la reahdad. Lo que intenta ex­plicar son generalmente fenómenos de distribución de los hombres y de sus actividades e instituciones; fenómenos estáticos y dinámicos de locali­zación y de difusión', he aquí dos palabras clave. Como dice tan daramen­te Lipietz, «la nueva geografía cuantitativa anglosajona, que se dedica a cuantificar la descripción y olvida que “hay que reflexionar para medir y no medir para reflexionar” (Bachelard), no nos hace avanzar nada». Desde luego que no.

Así ocurre en los estudios de localización. Es d caso de la teoría de los lugares centrales y de las teorías de la localización industrial que, a pesar de todos los matices que se le añaden periódicamente, matices que desgraciadamente Lipietz no tiene siempre en cuenta, siguen a me­nudo inspirándose en una racionalidad económica superada: la del capi­talismo competitivo. Se postula un cierto orden jerárquico que, según una especie de fatalidad, conlleva distribuciones desiguales. Pero seme­jantes distribudones y, sobre todo, su consohdación ya no tienen gran cosa que ver con la simultaneidad postulada. Los factores de la distribu­ción de los hombres y de su actividad han dependido siempre de las ar­ticulaciones del o de los modos de producción que engloban las rdaciones que se establecen entre los hombres: concretamente, en d caso que nos ocupa, esto significa que cuando un monopolio (por ejemplo, la ITT, d INCO, el Alean, etc.) decide una localización, el orden jerárquico y la simultaneidad tienen poco que ver en esta decisión. No sólo se trata, pues, de evocar otra «radonalidad» económica, la de los monopolios, también hay que matizarla y reconocer la importancia primordial de las decisiones políticas. Evidentemente, hay formas de implantación, de lo­calización que no tienen nada que ver con la racionahdad económica, in- duida la de los monopolios. Dependen de dedsiones políticas que deben a veces tomar en consideradón d nivel de desarrollo de la lucha de clases y la necesidad de contenerla. ¿Cómo explicar de otra manera los altos salarios pagados a los obreros de los astilleros de la bahía James y de las empresas implantadas en la parte norte dd Saint-Laurent?

Es pues importante subrayar que se «olvida» generalmente, entre los factores considerados, el nivel de desarrollo de la lucha de clases, en los estudios de localización industrial efectuados por los geógrafos. Sin em­bargo, como sabe todo planificador industrial, sea cual sea la escala que considere, macro o micro regional, la «paz social» (léase: la docilidad de los trabajadores) es una variable dave que hay que considerar. Así, parece evidente que la débil cohesión del movimiento obrero regional participa en buena medida en la exphcación de la «prosperidad industrial» de la Beauce de Québec. En otra escala, las transferencias masivas de activi­dades industriales (d movimiento de las runaway industries) hada los países y regiones dominados económica y políticamente desde d exterior, se deben no sólo a la búsqueda de una mano de obra abundante y barata, sino también de una mano de obra dócil. La evidencia de semejante fe­

Ém

510 Antología de textos

nómeno es tal que se oculta en los estudios de localización industrial, efectuados más a menudo, es cierto, a escalas meso y micro regionales en las que el principio se aplica también. En realidad, la ocultación de esa evidencia muestra el necesario «disimulo del carácter de dase de la sociedad» sobre el que tanto ha insistido Lukács:

Pero volvamos a la geografía descriptiva cuantitativa, sin pretender discutir, desde luego, sus progresos respecto a la descripdón de los «pin­tores» del paisaje. En efecto, su valor de pantalla se encuentra predsa- mente a la altura de la complejidad dd andamiaje que levanta ante los procesos de sumisión de los hombres. Tal es el caso de la mayoría de los estudios de difusión, de los que, según parece, es un gran maestro Berry. Este consigue racionalizar las desigualdades regionales desarrollando el principio (¿la necesidad inevitable?) de la difusión jerárquica por olas de intensidad decreciente medible en términos cuantitativos. Semejante descripción de la difusión de las innovaciones no puede calificarse de incorrecta, sino más bien de simplista y de fatalista. Simplista, pues llega a afirmar que los fenómenos de difusión pueden reducirse á procesos puramente espaciales mecánicos, que el espacio — medido de forma más o menos diferenciada, más o menos sofisticada— es independiente de los fenómenos sociales, o al menos, sobre todo, que los trasciende. Aparte del hecho de que haya aquí un problema de escala que permite ahogar la especificidad de los procesos, hay qtro, más grave, de omisión. Se omite preguntar cuáles son las fuerzas que difunden, medir el «feedback» reco­gido por el difusor. ¿Cuáles son la detracción, la sumisión y d despojo que resultan para el receptor, la causa, la intención primera de la difusión? Cuestiones que no se pueden calificar de superfluas, pues toda la teoría de la difusión de Berry está ligada a su concepdón del desarrollo que debe difundirse jerárquicamente; como demuestran los hechos y una im­portante literatura, hay que leer en esta difusión jerárquica: concentra­ción, credmiento exponendalmente desigual, sumisión y programación dd desarrollo del subdesarrollo. El «modelo» de Berry es también fatalista porque postula y reconoce precisamente que semejante proceso, si se reali-' za, conlleva la necesidad de una política de welfare. Parte del prindpio de que sólo el desarrollo desigual es concebible y que cuanto más desarro­llo haya, más distribudón hará falta. ¿Por qué la redistribución? Aquí también es inútil ir más lejos. Ya sabemos en qué, por qué es indispen­sable la redistribudón para d credmiento capitalista. Así, tras haber asistido al desarrollo de la geografía de la difusión, se asistirá sin duda al de la geografía del welfare.

No hay que creer que el estudio de los problemas sodaies repele a los geógrafos modernos. Ni mucho menos, como atestigua la geogra­fía de la pobreza, de las minorías y de los grupos étnicos desfavore- ddos, etc. Un estudio de Morrill publicado en 1965, y que se refiere a los ghettos negros en los Estados Unidos, representa un buen ejemplo de una aphcación de la geografía cuantitativa moderna a un problema crucial. La importanda y la representatividad de este artículo están ates­

C

Rodolphe De Koninck 511

tiguadas por el hecho de que ha sido numerosas veces reproduddo en recopilaciones. Al comienzo, Morrill afirma claramente que: «la inten- dón aquí es primero volver a trazar d origen del ghetto y las fuerzas que lo mantienen y evaluar después las proposidones para controlarlo.» El primer objetivo es daro y, recolocado en su contexto histórico y sodal (la sodedad de los geógrafos americanos), relativamente innovador; el se­gundo objetivo es por su parte más ambiguo, aunque, como se verá, es, por desgrada, totalmente comprensible. Ambos se refieren a lo que Claude Raffestin llama la «dencia-aspirina».

( . . . )En este tipo de estudios, sin embargo muy frecuentes, se evita res­

ponder a las cuestiones evidentes planteadas: ¿una población cautiva por qué, de quién, con qué fines? ¿No está una población capturada por otra en un espacio, mediante instituciones, con un fin preciso? La respuesta a estas preguntas es particularmente clara en los trabajos de Bemier. Sin embargo, son numerosos los autores que prefieren generalmente elu­dir esta cuestión, concentrando su proceder, por lo demás muy sabio, sobre los comportamientos migratorios. Se estudia la pobladón. Salvo que se apruebe ese tipo de cautividad, o que se permanezca indiferente o fata­lista ante' ella, me parece daramente inadecuado limitarse a describir sólo algunas de sus modalidades, a la vez que se huye de la investigación de las causas. Cuando escribo inadecuado, entiendo inadecuado para la lucha contra las causas de esa cautividad. Porque, de hecho, semejante aproxi­mación es adecuada para el mantenimiento — algunos dirían para el con­trol— de esa cautividad.

No se puede evitar asociar esta solicitud — a veces ambigua, a veces claramente mistificadora— hacia los problemas sodaies, y su transfor­mación en juguetes espaciales, a la de los geógrafos coloniales y neoco- loniales. Entre los primeros, el juguete ha llegado induso a ser cínico. Chapuis y Ronai han mostrado muy bien cómo, más allá de su función de informador, el geógrafo colonial sabía jugar con los paisajes, la armo­nía, las opciones de dvilización, para concluir, por ejemplo, que los vietnamitas estaban condenados a la frugalidad; y que así todo ocurría como en d mejor de los mundos posibles. Esta nodón de dvilizadón ha servido para encubrir muchas realidades; Gourou ha intentado in­duso ofrecer una exphcación del declive dd imperio Khmer a través de la descripción de un «cambio de dvilizadón», término bajo d cual «parece cómodo y provechoso reunir» varias acepciones en las que la evocación de las «técnicas de producdón» permite olvidar la de las relaciones de pro­ducción: pero el estudio de las condiciones en las que éstos han evolu­cionado permite una comprensión desde luego más válida de la evoludón de las «civilizaciones» y «géneros de vida». Pelletier y Goblot han mos­trado muy bien la 'insuficiencia de estas nociones puramente descriptivas.

Esta evocación de las «opciones de civilización» es incluso frecuente en Gourou y otros autores respecto a los pueblos «refugiados» en las zonas interiores del Asia dd sureste; pueblos que practican generalmente agri-

512 Antología de textos

culturas rudimentarias. En realidad, este tipo de opción que aparece prác­ticamente en todas partes y en todas las épocas, es mucho más el re­sultado de una reacción defensiva ante la alternativa de desaparecer como pueblo o de sobrevivir como tal, pero en una posición de refugiado. En efecto, la expansión de los modos de producción y, en particular, del modo de producción capitalista no implica necesariamente la destrucción de los modos menos consolidados espacialmente. Al contrario, al recha­zarlos los preserva. Esto es, en mi opinión, lo que ha ocurrido en Asia del sureste durante el período de la más rápida expansión del capitalismo. Pueblos amenazados de extinción han tenido pn reflejo de «conservación innovadora»: los pueblos-refugios han sido conducidos a «innovar» al aislarse con fines de conservación, de supervivencia. Es ésta otra realidad camuflada por la noción de «opción» de civilización. ¿Es necesario subra­yar que, a escala mundial, semejantes poblaciones pueden jugar un papel de apoyo, de sede de la reacción y ser manipuladas con fines contrarre­volucionarios? (Vietnam, Malasia, etc.).

Esta alusión a la geografía tradicional, versión racista y colonial, era necesaria, ya que ésta emparenta con la geografía moderna, los «nuevos» conceptos de anáhsis del subdesarrollo. Especialmente en el caso de la noción de dualidad. Es impresionante constatar cómo esta noción, puesta a punto con fines ideológicos represivos — durante la administración co­lonial neerlandesa de lo que es hoy Indonesia— , ha tenido vida larga y ha sido reproducida sin discernimiento por numerosos geógrafos, como bien ha mostrado Slater. Así se afirma que las sociedades y áreas geográ­ficas de los países pobres están compuestas por dos sectores independientes en evolución paralela: el sector moderno (europeo durante el período colonial) y el sector «atrasado» (indígena). Se concluye que, para moder­nizarse, este último debería seguir las directrices del primero. En realidad, el carácter menos productivo, el desequilibrio del sector tradicional se debe precisamente al hecho de que ha sido despojado, sojuzgado y con­dicionado a las exigencias del sector «moderno», generalmente dirigido hacia la exportación de productos agrícolas de plantación. Hoy todavía, el «sector tradicional» juega en realidad el papel de amplia reserva de mano de obra a bajo precio, hacia el que se debe «difundir la moderni­zación». Inútil llevar a cabo aquí la crítica de la importante literatura (particularmente americana), de una transparencia flagrante, actualmente consagrada a la modernización y a la integración espacial (léase sumisión y desintegración) de los territorios por subdesarróllar. ( ...) .

Ciertamente, la geografía moderna cuantitativa, de inspiración funcio­nalista y neopositivista, con fundamentos más o menos antiguos (ejem­plo: la noción de dualidad, noción que es un producto colonial neerlan­dés), no podría quedar reducida sólo a los ejemplos evocados aquí. Sería ofender su dinamismo y los recursos de los que la practican. Me parece, sin embargo, que bajo todas sus formas esta aproximación responde a los imperativos siguientes, si no simultáneamente, aTmenos por etapas: 1) des­cribir, describir tanto, de una forma tan impresionante, que se hace olvi­

(

Rodolphe De Koninck 513

dar la necesidad de la exphcación; 2) cuantificar, cuantificar tanto que el hombre es sacado del objeto de estudio; 3) construir modelos, construir tantos que puede olvidarse la necesidad del cambio; 4) esquematizar, es­quematizar tanto que todo cambio, en el caso de que fuera necesario admitirlo, cae en la trampa del modelo (dualista u otro). De la descripción al esquema se puede detectar un proceso que responde a la evolución de exigencias históricamente determinadas.

Los sobresaltos de los geógrafos contemporáneos

Pero, se dirá, la geografía moderna no puede reducirse sólo a la geo­grafía cuantitativa. No, hay también esa geografía que, a falta de un término mejor, habrá que calificar de cultural, como desean sus partida­rios. Como antaño la geografía del género de vida, de la contingencia, se había consohdado frente a las tendencias deterministas, inapelables, del ambientalismo (sin escapar a sus influencias), la nueva geografía cultural de los matices, de lo subjetivo, se ha afirmado frente a las tendencias mecanicistas y reduccionistas de la geografía cuantitativa (sin escapar a sus influencias). De hecho, el término geografía cultural cubre un aba­nico muy ampHo de ramas de la disciplina: en último extremo, es sinó­nimo de «geografía humana». Además, bajo el vocablo geografía cul­tural se reagrupan aproximaciones que competen frecuentemente más al neopositivismo de los «quantifiers» que a la geografía retrospectiva de un Cari Sauer o de un Max Sorre. Sea como sea, para tener una idea del eclecticismo de la geografía cultural, se puede consultar a Claval. Las tendencias sobre las que quiero hacer aquí algunas observaciones son las que, por reacción contra el neopositivismo, se inchnan más bien hacia la fenomenología y el estructuralismo ortodoxo de Lévi-Strauss: la geografía de los paisajes (sic), de la percepción, de los valores, del «comportamiento decisional». Lo que ha motivado el éxito de esta geografía frente a aqué­lla contra la que ha reaccionado, son ciertamente, por lo menos en parte, su carácter más contemplativo y la escala aparentemente más «humana» en la que funciona.

Se pueden encontrar excelentes ejemplos de esta «geografía humana» contemporánea agrupados en un libro por English y Mayfield. Uno de los más interesantes es, sin duda, el artículo de Peter Gould sobre los mapas mentales; en él, me parece, se encuentra lo esencial: los paisajes, la percepción, los valores, el comportamiento decisional. Como Morrill, citado más arriba, Gould parte de una proposición clara y que además es irrefutable: el paisaje humano es la expresión espacial de decisiones tomadas por los hombres. Además subraya la insuficiencia de los factores «tradicionales» del anáhsis de localización (distancia, coste de los.trans­portes); crítica de la .que no se puede sino reconocer su necesidad. Pero entonces comienza la gran evasión, la gran huida hacia la primacía de las ideas que los hombres se hacen de la realidad material desde esa misma realidad. Gould habla así de la importancia de «los mapas que

í/

514 Antología de textos

los hombres-clave llevan en su cabeza», y todo su texto va entonces a con­sistir en sustituir la realidad material por estos mapas mentales, en afir­mar que es en la cabeza de los hombres donde hay que buscar la exph­cación de todo, desde la localización de las industrias hasta los efectos de los desastres naturales. Nos acercamos al pluviómetro de Jean Brunhes. Gould es quizá de los que piensan que Marx está superado.

( . . . )La geografía de la percepción, apoyándose o no en mapas mentales,

no debe desde luego rechazarse. Por el contrario, es muy importante: no hay más que pensar en el formidable instrumento de manipulación que puede representar para el poder. Esta manipulación por un poder, sea cual sea, será tanto más fácil cuanto que el estudio habrá eludido la pertenencia de clase de los «perceptores» y, por tanto, las características de las ideologías de clase. ¡Es obvio que no sólo hay que considerar eso! Pero sin partir de ahí, la geografía de la percepción — igual que la psico­logía, en la que se inspira— jugará, como todas las que la han precedido, un papel de ocultación de esas condiciones materiales (que deben ser objeto de un cambio, de la acción) que conforman las ideas que los hombres tienen, que son su ancla. Sin esto, no sólo el estudio de la per­cepción se hace manipulable, es en sí mismo manipulación.

Se impone una observación importante respecto a los fundamentos epistemológicos de la aproximación perceptual. En la medida en que se emparenta con la fenomenología, sufre sus mismas contradicciones meto­dológicas: nada puede verificarse ni demostrarse. Aún más, este auténtico bloqueo científico tiene consecuencias políticas que es necesario conocer: «la fenomenología es una filosofía contemplativa y de ninguna forma una filosofía de la praxis; camufla el impulso natural a la acción y así deja el mundo tal cual.» Hay muchos otros aspectos de la sumisión al statu quo de esas geografías culturales contemporáneas que habría que subrayar; uno de los más inquietantes es sin duda la aproximación que se dibuja entre el estudio perceptual subjetivo y el entendimiento beha- viorista: basado en la observación «objetiva», éste último permanece marcado por el reduccionismo biológico de Konrad Lorenz y Robert Adrey, del que Alland ha hecho una excelente crítica. Se llega incluso a unir «la percepción ambiental y el comportamiento», recordando así ese vaivén sin salida para la geografía entre, por una parte, la causalidad natural más o menos determinista (el orden, la armonía de la naturaleza), desprendida de los medios históricamente caracterizados de aprehender la naturaleza, y, por otra parte, la causalidad espiritual desprendida de las coacciones socioeconómicas específicas.

FETICHISMO DEL ESPACIO Y TRAICION DE LOS HOMBRES

En su incesante preocupación por hacerse un nicho en el panteón de las ciencias del hombre, la geografía corre el riesgo de eludir el objeto

(

Rodolphe De Koninck 515

central, determinante, común a todas las ciencias: el hombre. En efecto, el refugio en el «espacio» ha ofrecido frecuentemente a la geografía una solución ante las incertidumbres de su objeto y de su proceso. Ha habido geógrafos que han querido, quieren el espacio como objeto propio, hasta tal punto que olvidan que «captar el espacio» (¿de quién?), ver «articu­laciones espaciales» (¿de qué?), no es suficiente para convertir a la geo­grafía en una disciplina con autonomía crítica: al querer recuperar el espacio, se puede olvidar a los hombres. Otros, como Anderson, Scheibling y Peet, han mostrado ya los peligros de ese fetichismo del espacio y no tengo intención de detenerme mucho en ello. Sin embargo, se deben recordar o destacar algunos puntos. Es tanto más importante hacerlo cuanto que «el espacio» es el bloqueo último de la geografía, el último escudo de la reacción. «¿No. es prisionera la geografía del espacio?», preguntaba recientemente una estudiante. En muchos aspectos, la res­puesta es sí; además, lo que es seguro es que se intenta encerrarla en él. Conseguirlo permitiría eludir el carácter fundamental de esa sociedad de los hombres que se inscribe en el espacio, que se articula en él: las rela­ciones sociales, de producción y de reproducción, que se elaboran entre esos hombres, y, por tanto, eludir la crítica del capital.

El capital es una relación social antes de traducirse en «relación es­pacial». Las necesidades del capital son en primer lugar de hombres. No es el espacio lo que el capital, en primer lugar, domina, articula, organiza, acondiciona; son los hombres, los hombres en relación con el espacio y el tiempo. El capital no se despliega con vistas a una dominación espa­cial, sino con vistas a una dominación de los hombres. Las geografías, clásica y moderna, han intentado reducir, esconder, si no invertir, esa relación. Por supuesto, como tampoco es un espíritu puro, el capital debe desplegarse en alguna parte. De momento, en la tierra, donde trabajan los geógrafos. Pero sin la sociedad de los hombres, el capital se perdería; peor aún, no existiría.

Es el sentido, la dirección, de esa relación, socialrespacid, lo que se quiere ignorar o diluir, y es en este contexto donde hay que comprender los incesantes intentos para encerrar a la geografía en el puro espacio, y el reciente de Claval para invalidar la utilización de los conceptos marxistas en geografía. El objetivo es claro y se inscribe en la lógica política de los bloqueos que estamos considerando aquí. Se trata de afir­mar, en primer lugar, que todo lo que no es «espacial» no es geográfico; en segundo lugar, que el capital, tal como lo define Marx, no es prime­ramente espacial: por tanto, se puede tranquilamente volver a encerrar a la geografía.

El primer argumento equivale a esto: al no aflorar siempre claramen­te las relaciones sociales en el «espacio», puede (quiere) uno permitirse ignorar lo que no se ve; el problema aquí es que todas las relaciones que ligan a los hombres están integradas y que las relaciones-clave, las relaciones técnicas y sociales de producción y de reproducción, aquellas de las que derivan las demás, están ancladas en el espacio. Su materiali-

516 Antología de textos

zación última depende de la división ciudad-campo, naturaleza, forma y símbolo, esa «espacialidad» que Marx y Engels no dejaron de subrayar en la Ideología alemana, El capital, etc. Por sí sola esta proposición, a la que se podrían añadir todas las proposiciones referentes a la renta inmo­biliaria y, sobre todo, la teoría leninista del imperialismo, basada en él análisis que Marx había hecho del capital, basta para echar abajo el ar­gumento de Claval. Finalmente, Marx no ha caído en el fetichismo del espacio: ni de la cosa, ni de la palabra. Marx quería ante todo cambiar la sociedad de los hombres, que se inscribe en el espacio.

Es su sumisión al poder mercantil y/o tecnocrático lo que explica esta traición de las geografías mencionadas. Para desprenderse de ella, la geografía tiene que reconocer que su objeto de estudio debe definirse, en primer lugar, como «las formas y estructuras espaciales producidas histó­ricamente y especificadas por los modos de producción»; y que una ca­racterística esencial de un modo de producción (o de una mezcla de modos de producción) es su estructura de clases y la naturaleza de las luchas que se establecen entre ellas. Que la función de los intelectuales, tradicionales u orgánicos, colaboradores de un poder estatal opresivo, consiste en camuflarlo o en ignorarlo, está, en mi opinión, notablemente ilustrado por la práctica de los geógrafos soviéticos; con algunos matices formales, esta geografía se inspira sistemáticamente en aquéllas, bloquea­das, que acaban de ser evocadas. En este sentido está también marcada por lo que Gregory llama el «instrumentahsmo».

CAMBIAR LA GEOGRAFIA

( - )

Los que quieran conseguir cambiar la geografía deben reconocer un conjunto de proposiciones que pueden agruparse como sigue:

1. La utilización del concepto de modo de producción permite com­prender mejor el desarrollo de las técnicas de producción y de las so­ciedades de clases y, por tanto, la naturaleza del dominio- territorial. A partir de semejantes conceptos, el «pluviómetro» de Brunhes y «la historia desfalleciente» de Sautter adquieren un sentido que se puede así disociar del ideahsmo. Además estos conceptos permiten comprender mejor el despliegue del capital en varias escalas. Sin recurrir a ellos no se pueden comprender los mecanismos del imperialismo y sus inscrip­ciones frecuentemente flagrantes en el espacio, en particular en los países fuertemente dominados por el exterior y débilmente industrializados (ma­crocefalia urbana, naturaleza de la infraestructura, etc.).

2. Los lazos entre la división del trabajo y la del espacio representan un fenómeno clave para la geografía. Algunos ejemplos han ilustrado cómo pueden reconocerse estos lazos a través de la evolución de los modos y estadios de producción. De ahí la importancia que se Ies ha

( .

Rodolphe De Koninck 517

concedido no sólo en la Ideología alemana, sino también en varias obras de Marx y Engels, como el Anti-Dühring. No reconocerlos es «reducir el materialismo histórico a la historia de las relaciones explotadores/ex- plotados, eludiendo la historia de la división del trabajo». Pues razonar así es no entender nada de las condiciones materiales de la reproducción de las- rela'ciones de explotación, y, en consecuencia, no entender nada de las condiciones de su abolición (es decir, enmascarar el proyecto de instalación de otra forma de capitalismo, «nacionalizado» o «autogestio- nado»). Puede añadirse finalmente que «razonar así» es no ver esos ca­ballos de Troya que el capitalismo «mete» en los países socialistas, igual que en otros países poco industrializados, bajo la forma de grandes in­dustrias (llave en mano si hace falta).

3. La función ideológica de la didáctica de la geografía es crucial, y Lacoste hace bien en fustigar a la geografía de los profesores que pri­vilegia el modo descriptivo. No hay que concluir por ello que esta geo­grafía de los profesores tiene poco impacto en la práctica, ni que su única función sea la mistificación. Sería olvidar que las relaciones entre la geografía de los profesores y la de los investigadores y consejeros de los poderes (planificadores, urbanistas, consultores diversos) pueden ser estrechas. La geografía enseñada es, por supuesto, una versión diluida de las demás, pero no se hmita a ocultar, es normativa, tiene una función operativa. No se hmita a ignorar o camuflar los fundamentos esenciales de las desigualdades y de las opresiones en el espacio, dice también cómo acondicionar, cómo organizar, cómo disponer ese espacio (y, sobre todo, a los que lo habitan) en función de intereses que ya casi nunca se pon­drán en cuestión. No hay que olvidar que los manuales de la geografía de los profesores beben en las propias fuentes de la geografía de los investigadores, cuya envoltura «sabia» simplifican, por supuesto. No es, pues, necesario buscar una división demasiado grande entre las funciones de la enseñanza y de la práctica. La geografía colaboracionista no es es­quizofrénica; enseña lo que aconseja y practica: cómo arreglar «el mundo» en función de los intereses de una minoría. De ahí la necesidad de volver a poner en cuestión el curriculum de la geografía universitaria, fábrica de tecnócratas, es decir, de instrumentos contrarrevolucionarios, colaborado­res del poder del Estado dominador.

4. La puesta en cuestión de los fundamentos ideológicos de la en­señanza impartida implica la puesta en cuestión de las demás relaciones con los poderes. Para hacer la crítica de los intelectuales no basta con denunciar su colaboración más o menos directa y acrítica en la informa­ción, la planificación, etc., sino también el papel que juegan al idealizar las relaciones sociales, halagando los «valores» de los grupos oprimidos, por ejemplo, como si le fuese posible a un grupo evolucionar al margen de la historia material, trascenderla. Esto es quizá lo más sorprendente por parte de los intelectuales que pueden así reproducirse, mantenerse afirmando la separación entre la -materia y la idea que - hay que tener de ella: ideahsmo que miman convenientemente. Ciertos poderes no les

518 Antología de textos

piden más, ( .. .) garantizándoles por su parte, al abrigo de los producto­res, el confort propio de los productores de ideas. La división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual me parece una causa profunda del idealismo y viceversa. Las implicaciones de semejante proposición son in­mensas. ¿No lo entendió así William Bunge? De forma inmediata, en la me­dida en que se está dispuesto a reconocer que la Universidad, que las disci­plinas académicas pueden servir para algo más que el aprendizaje del poder y su práctica, es posible elaborar un análisis que ponga en cuestión las financiadas por el Estado y el capital, y que pueda servir contra ellos.

5. Uno de los terrenos en los que esta acción de los geógrafos pue­de llevarse a cabo con más eficacia es en lo que se ha convenido en llamar la ordenación. Por ahora es precisamente en este terreno en el que la sumisión ideológica y práctica de la geografía (la de una cierta geografía aphcada) es más frecuente, y es precisamente aquí donde hay que echar abajo esta colaboración.

Primero mediante la critica, que es un arma, cualesquiera que sean sus límites. Es indispensable mostrar cómo la ordenación, la planifica­ción, los «planes» sirven generalmente para paliar las contradicciones del capital y, por tanto, que todo proyecto de poblamiento o de despobla­miento es' algo que está ligado a los problemas de la composición orgá­nica del capital. Es importante mostrar cómo ordenar el territorio con­siste generalmente en encerrar, en controlar mejor a los hombres, y que este control está garantizado por el Estado.

(...)Pero más allá del arma de la crítica (que debe llegar a formar parte

integral de la práctica) están sus implicaciones, por tanto su aplicación. ¿Qué hacer? En primer lugar, hacer asequible esta crítica a los que pue­den utilizarla contra los poderes opresivos. De aquí se deriva la necesidad de la función pedagógica contestataria y, después, la de su implicación política progresiva, que conlleva, inevitablemente, el desplazamiento del arma de la crítica hacia la práctica, hacia la acción. En otras palabras, el estudio «radical» de los problemas sociales, encerrados en el espacio y así reproducidos, puede y debe ser difundido eficazmente con fines combativos. Este es uno de los argumentos esenciales de Lacoste cuando afirma que hay que enseñar a la gente lo que los poderes saben ya, el «saber pensar el espacio»; en otras palabras, por qué, dónde y cómo «se dejan-pillar» y, en consecuencia, cómo luchar contra esta opresión. Con esta condición el estudio de las causas de la explotación no es recupe­rable por los poderes del modo que lo es el que racionaliza esta explo­tación o, claramente, la camufla (jerarquía, valores, percepción, etc.). El segundo le es útil por sí mismo y como instrumento de propaganda; el primero le es útil por sí mismo, sin más; hay, pues, que asegurarse que puede también y sobre todo servir a los «estudiados».

En esta función de transformación de la sociedad existe finalmente una característica inherente a la práctica tradicional de la geografía que puede considerarse como una baza: su afición por lo único. En efecto-

Rodolphe De Koninck 519

esta «sabiduría» la protege de las tendencias reduccionistas de todas las aproximaciones nomotéticas (que buscan leyes), protección tanto más im­portante cuanto que la investigación en las ciencias del hombre debe re­conocer siempre lo que la retrasa, es decir, que el grado de previsión es aquí mucho más limitado que en las ciencias físicas. Esto es lo que Marx, autor de úna verdadera aproximación global y por tanto susceptible de (y sometida a) reducción, reconoció explícitamente al escribir: «Esto no impide que una misma base económica (la misma, en cuanto a sus condiciones fundamentales), bajo la influencia de innumerables condiciones empíricas diferentes, de condiciones naturales, de relaciones raciales, de influencias históricas exteriores, etc., pueda presentar variaciones y mati­ces infinitos que sólo un anáhsis de esas condiciones empíricas puede dilucidar.» Negarse a dilucidarlas muestra un grado de pereza intelectual que sólo pueden alcanzar los propios intelectuales.

6. En consecuencia, «el marxismo representa, sin duda, en su varie­dad, un corpus teórico de referencia inevitable»; yo añadiría: necesario, indispensable. Lo que no quiere decir que haya que encerrar a la geografía en el marxismo. De la misma forma que no se trata de encerrar a la geogra- ría en el «espacio», que tiene sus anteojeras, no se trata de encerrarla en el materialismo histórico, que tiene también las suyas. Sin embargo, no creo que porque la geografía se sienta amenazada en su originalidad, como demuestra la incesante búsqueda de «instrumentos geográficos» para captar la reahdad, deba rechazar la aportación de un pensamiento que ha influido más a sus «competidoras» como la economía, la sociología, etc. Prestarse a esta competición (es decir, rechazar un concepto con el pretexto de que no es geográfico) es prestarse al juego de la división de los hombres y de las ciencias que ha convertido precisamente a la geografía, con todos sus bloqueos (mentales), en una disciplina esencialmente reaccionaria, como he intentado demostrar.

Me parece, por tanto, que el que quiera estudiar las «articulaciones del espacio», las «desigualdades del espacio», los paisajes, sus percepcio­nes, los valores, etc., con vistas a un cambio, y que no apele, desde el principio, a los conceptos analíticos — sin perjuicio de mejorarlos— ela­borados por el marxismo, se verá entonces obligado a perpetuar los blo­queos. No existe una «geografía marxista»: el objeto de la geografía no es «marxista». Además, no basta con ser «geógrafo marxista» para llegar a comprender los bloqueos de la geografía. Así no es nada sorprendente que, como escribe Lacoste, incluso geógrafos marxistas hayan caído en la red de la «región vidaliana». Para evitarlo, tendrían que no haber privi­legiado sólo las cuestiones económicas y no haberse dejado influir por el precepto erróneo según el cual la geografía y el estudio de las relaciones de producción son disociables; hubieran tenido que reconocer en catnbio — como he intentado demostrar— las exigencias espaciales de la evolución de los modos de producción.

Finalmente, sigue siendo importante recordar que los principios de aná­hsis y los principios políticos del marxismo son indisociables. Racine ha

520 Antología de textos

intentado, sin embargo, disociarlos. Así, tras haber reconocido la fuerza de los conceptos marxistas — en particular, la del modo de producción— en la exphcación de las «estructuras espaciales», intenta vaciar el marxis­mo de su contenido revolucionario, asociándolo implícitamente a los «nue­vos conceptos operativos» de Brian Berry. Ahora bien, éstos se siguen mostrando reaccionarios y ocultos bajo el «modelo natural», la «reestruc­turación jerárquica», el «comportamiento intencional», el «sistema», etc. El elocuente oscurantismo de este «nuevo» modelo está bien’ ilustrado por el esquema de Berry que Racine reproduce: se trata de un sabio anda­miaje de interacciones, procesos, etc., culturales, naturales, biológicos, etc., que pretende decirlo todo y no dice nada, y que sólo muestra la intención de confundir al lector. Es un prototipo del trabajo de esos artistas fonta­neros del sistema que han sucedido a sus antepasados artistas pintores de la armonía. Racine no parece darse cuenta de que no hay en ello nada útil y de que este nuevo modelo tiene toda la ambigüedad de los «flow charts», laberintos en los que se pierden las mejores intenciones refor­mistas.

7. Una de las afirmaciones fundamentales del marxismo es que la comprensión de la sociedad de los hombres, incluidas las formas bajo las que ocupa la tierra, no puede hacer abstracción, debe partir, de las rela­ciones que éstos establecen entre ellos en la producción y la reproduc­ción de su vida material, y que esas relaciones son diferentes de, irreduc­tibles a, las que se establecen en el seno de la sociedad de los espíritus puros y de la sociedad de los animales. De ahí el materialismo histórico. De la misma forma que no existe una teoría de las formas arquitectóni­cas puras, no hay, fuera de la historia, una teoría de las formas espaciales puras. Desde las Grandes Pirámides a la torre del CN, en Toronto, pa­sando por la torre Eiffel, desde la ciudad de Angkor hasta la de Nueva York (ghettos incluidos), pasando por Viena, las formas arquitectónicas y espaciales están, en primer lugar, históricamente determinadas.

La concreción de las ideas de los hombres no puede entenderse de otra manera. Admito que haya que precisar las referencias espaciales del anáhsis marxista. Pero con ello no hay que vaciarlo de «su» materialismo histórico, ni de su fuerza analítica, ni de su contenido revolucionario. Sólo así podrá superarse y alcanzar la comprensión indispensable para la lucha contra el ideahsmo en geografía, ideahsmo que es una opción polí­tica o, más exactamente, un rechazo político: el bloqueo de la geografía. Sólo así puede también elaborarse una auténtica geografía crítica, una geografía revolucionaria.

PERSPECTIVAS DE LA GEOGRAFIA TEORICA *

WilUam Bunge

¿Cuál es la lógica de la vida? Durante mi período más abstracto como culminación de veinticinco años de intensa lectura, primero en torno a la geografía, después centrada en matemáticas espaciales y, finalmente, en geometría, descubrí la tridimensionalidad de la especie. Esta revelación me llegó envuelta en una ráfaga de otros descubrimientos abstractos de normas eficaces y no la valoré suficientemente. A medida que han pasado los años, ese mapa, el que muestra la superficie de la tierra materialmente ocupada por la Unión Soviética y los Estados Unidos, y que ahora trata de ocupar también China, ese mapa ha constituido una obsesión en mi vida. Siempre que encuentro grandes dificultades y estoy expuesto a la duda, ese mapa me marca el rumbo tan claramente como una brújula. Demuestra mediante la geografía que la guerra ilimitada es un suicidio colectivo para la especie. Para un geógrafo, resulta más persuasivo que los mapas de radiaciones, a pesar de lo persuasivos que éstos son también.

Repitamos la lógica. Sabemos por la topología que una dimensión se define como «uno menos de lo que la delimita», esto es, tres dimensiones están delimitadas por dos, dos por una y una por cero. Las superficies contienen volúmenes, las líneas superficies, y los puntos líneas. El género humano, en la era del espacio en la que vivimos, es una criatura tridi­mensional y, por ello, está limitada por superficies y no ya por líneas. La superficie exterior de la inmensa esfera que contiene a la especie no es tan crítica como la superficie interior, esto es, la superficie de la propia tierra. Aunque parezca increíble somos hombres del espacio, tridimensio-

* Bunge, W. (1979): «Perspective on Theoretical Geography», Annals o f the Association of American Geographers, LX IX , 1, pp. 169-174. Traducción de Pilar Rubiato Bartolomé. Revisión de Josefina Gómez Mendoza.

521

!(

522 Antología de testos

nales, en un planeta políticamente tridimensional, la Unión Soviética, los Estados Unidos y China, todos están «hada arriba». Los tres ocupan la superfide entera de la tierra. La situadón es isomórfica, exactamente comparable a la de Franda y Alemania en la primera guerra mundial — dos poderes bidimensionales y, por tanto, separados por una línea fronteriza, con los niños de ambos países en peligro en la tierra de nadie de la línea fronteriza, y, así, ambos países fueron a la guerra—:. Esto es matemáticamente equivalente a la situadón actual, con todos los niños de la tierra expuestos al peligro sobre su superfide. No hay interiores. La propia superfide de la tierra es una gran extensión de tierra de nadie. Induso una filósofa tan progresista e inteligente como Angda Davis se refirió, en un discurso pronundado en la Universidad de Toronto, a que d socialismo cubano estaba a noventa millas de las costas americanas. Esto no tiene sentido: d sodalismo es la misma superfide de la tierra.Y también el capitalismo. Su intervendón en la Unión Soviética es com­pleta. Nunca anteriormente, ni induso cuando los líderes de Europa pen­saban que la tierra era plana, han estado los políticos tan literalmente per­didos como lo están hoy en rdadón con la realidad geográfica. Su con­fusión espadal nos aterra a todos. ¿Por qué cesé, entonces, de pronto este trabajo abstracto más importante y pasé a ocuparme de la regionali­zación humana a gran escala en mi siguiente trabajo de envergadura?

El Crimen de Vietnam comenzó en serio con los bombardeos de 1965. Yo estaba entonces redactando d segundo borrador de la continuadón lógica de la Theoretical Geography llamado «Geografía, la denda ino­cente». La Comunidad Interuniversitaria de Geógrafos Matemáticos de Michigan, la idea original por la que yo había luchado, estaba en pleno funcionamiento, pero el Crimen había comenzado. La atmósfera política era de escalada hada la guerra de la bomba H. La predicdón horrible de mi mapa estaba cumpliéndose. Me incorporé al movimiento pacifista cuan­do, en aquella época, contaba sólo con el apoyo de menos del cuatro por dentó de la pobladón americana. Habiendo vivido d maccarthysmo, yo es­peraba encontrarme en un campo de concentración al cabo de un año. (En lugar de ello se me forzó al exilio por cinco.) Los sucesos de Selma ocurrie­ron algunos días después de que comenzara d Crimen. Fui a Selma. Fui a todo. Manifestaciones pacifistas en Nueva York, en Washington, manifesta­ciones a favor de los derechos civiles en Jackson, Mississippi. Pero dos lu­gares, sobre todo, ejercieron un profundo efecto sobre mi. Fui a Chicago a las manifestadones de Martin Lutero King en 1966. Ahí estuve en el ghetto negro, en un hotel de la calle 67, y en Stony Island. Aprendí a «estar preparado para matar al mundo» para cruzar la calle y conseguir un bocadillo; lo aprendí en las «calles míseras» — un aprendizaje indis­pensable para la exploradón urbana en sistemas antagónicos— . Trabajé con tina joven negra, René Spears, sindicalista y antigua vendedora am­bulante en la calle 43. Odiaba mi interés por la tridimensionalidad de la espede y nuestra necesidad de proteger a los niños del mundo. Los niños de su gente se morían de hambre. No se identificaba con Madre Coraje

(

William Bunge 523

de Brecht porque era negra, no alemana. Otra joven negra, Gwendoiyn Warren, de Fitzgerald, en Detroit, que se convirtió en directora de la Expedición y dd Instituto Geográfico de Detroit, me estaba enseñando lecdones similares cargadas de odio hada mí porque no me daba cuenta de los niños, que morían bajo los automóviles frente a sus casas o de los niños que morían de hambre frente a alimentos abundantes. «Lo in­mediato» era su lema. «¡Al infierno el mundo!»

Estas dos jóvenes negras, interpretando furiosamente el mundo que me rodeaba y que yo no podía ver' porque había quemado mi vida entre libros, me hideron invertir mi escala de valores y escribir un libro sobre una milla cuadrada en medio de la zona industrial negra de Detroit: Fitzgerald, mi propia vecindad. Pero Fitzgerald no empezó como geogra­fía. Empezó como propuesta de proyecto para recaudación de fondos federales durante el engaño de la Gran Sodedad. Fue una sorpresa para mí descubrir un día que todos los mapas para la propuesta y todas las fotografías requerían un formato poco común, un formato de atlas; ¡Dios mío, esto es una geografía! Había comenzado a ser útil y resultaba que había escrito un libro de geografía. Esto me persuadió de la utilidad social de la geografía, así como de la necesidad de hacer tomar tierra a los problemas globales y situarlos a la altura de las vidas normales de la gente.

Con la represión de Nixon, coinddente con mi interpretadón de la relación entre Marx y Darwin, que me estaba causando problemas con mis compañeros marxistas, una mañana de noviembre de 1970, me di cuenta de que no tenía nada en absoluto que hacer en Detroit, por lo que me fui en busca de mis raíces abolicionistas a Canadá. Fue una mez­cla de retirada y de reorganización para constituir una retaguardia pre­parada para un ataque futuro. Allí la Expedición Geográfica de Toronto era capaz de avanzar con la siguiente lógica, publicada en The Canadian Alternative. Investigaríamos las causas de que la raza humana se ame­nace a sí misma con el aniquilamiento. Establecimos cinco escalas de in­vestigación: 1) una milla cuadrada en el interior de la ciudad de Toronto, llamada Cristy Pits, similar a Fitzgerald, pero sin racismo; 2) la ciudad de Toronto; 3) Canadá como estado; 4) d continente norteamericano, y 5) d mundo. Estas escalas abarcaban desde los niños atropellados por automóviles en calles próximas hasta la tridimensionalidad de la es­pede. Todas las escalas quedaban sucesivamente cubiertas. Establecimos tres espacios para examinar en estas cinco escalas, construyendo una ma­triz de tres por cinco: 1) los hombres; 2) las máquinas, y 3) la natura­leza. ¿En cuál de estos tres espacios se mata a los niños? ¿Es en la con­vergencia del espacio de los hombres con el de la naturaleza? ¿o en la de las máquinas con los hombres? Si las matanzas acontecen en la con- vergenda con la naturaleza, la raza humana está sentenciada, puesto que esto significaría que nuestra naturaleza darwiniana nos mata a nosotros mismos. Habríamos demostrado la maldad innata de nuestra espede más allá de los límites de la supervivenda. Si las matanzas acontecen en la

(t

524 Antología de textos

convergencia con las máquinas, existe esperanza, puesto que Marx tendría entonces razón. Sería, pues, la relación entre género humano y máquinas la que es antagónica, no nuestra naturaleza innata. Puesto que en todas las escalas examinadas encontramos que los niños morían siempre ante la presencia de las máquinas, el trabajo es profundamente optimista. Hazte marxista y a vivir. La sobreexplotación es la muerte; el socialismo es la vida. Pero en términos dialécticos, si no nos hacemos socialistas, lu­chamos al menos contra el mezquino capitalismo, y con ello facilitamos la guerra atómica total, con lo que estaremos sentenciados y el darwinis­mo tomará el relevo; se trata, después de todó, de una especie no capa­citada para la supervivencia.

La tercera expedición es subterránea, la invasión ideológica (la peor clase) de América desde uno de sus estados fronterizos, Canadá. La ex­pedición se llama Expedición Geográfica Americano-Canadiense (CAGE). Es continental en su alcance y tiende a producir más material sindica­lista clásico que refleje el movimiento reciente de la clase trabajadora blanca continental, tal como «el futuro de la industria del taxi» (un pe­culiar tema geográfico) y «la clase trabajadora norteamericana». Emprende la investigación para estimular el establecimiento de campos internacio­nales de refugiados en Canadá, con el fin de salvar a los niños que pasan hambre en Detroit y en cualquier otro lugar. También espera ser respal­dada en parte por un apoyo sindical y elabora mapas con estadísticas tales como porcentajes de la fuerza de trabajo organizada, por zonas geo­gráficas de continente. El lugar de trabajo y el lugar de residencia han sido reunidos, después de años de insistir en el lugar de residencia, para com­pensar su casi total olvido en relación con la concentración industrial. La unión de los dos ambientes de la clase trabajadora (el lugar de trabajo y el lugar de residencia) debería proporcionar a los niños la máxima pro­tección posible.

Yo tengo poca paciencia con los geógrafos académicos, incluso con los marxistas. Los geógrafos universitarios tienden a separar la teoría de la práctica. Leen demasiado y a menudo ni miran ni luchan en abso­luto. Citan, pero no miran. En la atmósfera intoxicante de toda teoría sin práctica se plantean todo tipo de objeciones a nuestro trabajo, pero la más temible es la del reduccionismo marxista ideológico. En la cien­cia, la metodología no se refrenda por sí misma. Sólo el contenido avala la metodología. La teoría requiere experimentación. Si el trabajo real es bueno, entonces habrá que preguntar al científico por sus métodos. Pero en la religión es al revés. La metodología lo es todo. El dogma nunca se pone a prueba. Se permiten quizá citas de los clásicos, que de hecho sí tuvieron contacto con el mundo real, pero en el marxismo dog­mático se dan vueltas sobre lo mismo y se hace encaje de bolillos. Se re­piten considerables banalidades. Los marxistas dogmáticos están tan fuera de lugar como los científicos cristianos. El marxismo es una ciencia que relaciona la teoría con la práctica experimental, pero los seguidores de Marx, en concreto aquellos que nunca han organizado un sindicato o una

C

William Bunge 525

comunidad, que nunca han tirado un panfleto u organizado una mani­festación, sino que se han afianzado con toneladas de libros, reivindican su pureza. Necesitan un escarmiento y, a menudo, engañan a la buena gente con el fanatismo de sus opiniones.

La reducción de Newton, el reduccionismo clásico, consistía en que si s e conociese la posición y velocidad de cada electrón en el universo, se conocerían todos los hechos pasados, presentes y futuros. Esta reducción de toda la ciencia a la física ne’wtoniana se demostró que era absurda. El reduccionismo marxista tiene pretensiones igual de exageradas. Se sos­tiene que existe una geografía burguesa y una geografía proletaria. Es ad­misible. Y que no existe ninguna otra. ¡Falso! Existe la geografía sobre la que ambas partes se muestran de acuerdo. ¿Sostiene la geografía bur­guesa que la tierra es redonda? Ciertamente. Entonces, ¿acaso deberán sostener los geógrafos proletarios que es plana? Evidentemente, no. El ex­ceso revolucionario se traduce en impulsos subjetivos. Permite que la per­sona se sienta a gusto. Pero el efecto objetivo del exceso revolucionario es siempre contrarrevolucionario.'

Los neófitos en dialéctica advierten que todo está cambiando y que todo fluye hacia todo de forma interrelacionada. Provistos de esta con­vicción, anuncian que la geografía descriptiva es estática y, por lo tanto, intrínsecamente contrarrevolucionaria, mientras que la geografía del mo­vimiento es correcta desde un enfoque dialéctico y, por lo tanto, pro­gresista. ¡Librémonos de una aplicación tan rígida de la dialéctica! Para rebatir el argumento del «proceso» hay que tener en cuenta que toda la geografía teórica empieza con flujos y termina con los patrones que estos flujos imprimen en el paisaje humano. Thünen comienza con el movimiento de los bienes, tales como los abonos, y acaba en un modelo circular. Davis, por su parte, comienza con la circulación del agua y llega a los valles fluviales. Christaller comienza con la premisa de hasta qué distancia puede desplazarse en un día un granjero para ir al mercado y termina en redes hexagonales. En una conferencia reciente en la Uni­versidad de Columbia, el distinguido geógrafo marxista Milton Santos planteó el tema de la naturaleza estática de fenómenos de Detroit tales como la Región Sin Médicos. De forma que tuve que volver a mostrar el mapa de flujos de rentas presentado al principio de esa parte del debate.

En el nivel de la práctica, de nuevo la simplicidad de los mapas des­criptivos sirve siempre para mejor propaganda y agitación. Es más fácil hacer recapacitar a los padres y madres de la clase trabajadora sobre mapas que muestran la región en la que los niños se encuentran afecta­dos por la falta de proteínas (en los Estados Unidos hay tres millones de estos niños) que por medio de mapas abstractos que representan los flujos de dinero. En la práctica, en la lucha, la miseria humana actual causada por las transferencias monetarias es más difícil de percibir que los flujos. Por ejemplo, yo aprendí en Selma, Alabama, cuando trataba de pedir prestados lápices a los niños negros para hacer una señal de

(

526 Antología de textos

piquete, que estos niños eran demasiado pobres para poseer sus propios lápices o cualquier otro juguete, y de ahí el concepto de Región Sin Ju­guetes. Tenía conocimiento con anterioridad a Selma del dinero que era detraído, ya que la renta media en Selma, Alabama, en la región de Brown’s Chapel, era ochocientos dólares por familia en 1965. Pero descubrir lo que este nivel de renta supone en términos humanos exige mayor sofis­ticación.

La mejor manera de resolver esta disyuntiva no antagónica entre flujo y forma, es mostrar las dos clases de mapas, el de los abstractos flujos monetarios y el de la descriptiva y concreta miseria humana que los flujos invisibles causan. Pero el mapa de flujos del valor producido por los trabajadores explotados (plusvalía) no es más que un solo mapa, aunque contiene, la interpretación de los otros, mientras que la miseria humana resultante tiene muchas facetas y por ello requiere muchos mapas. En rea­lidad los dos, procesos y estructuras, están dialécticamente unidos y la sofisticación en uno tiende hacia la sofisticación en el otro. (Quizá el orden en el que yo los descubrí, de los flujos a la forma, refleja mi as­cendencia burguesa. Educado como burgués, yo siempre supe que los de mi dase eran ladrones. Lo que tuve que descubrir fue la evidencia de la miseria que esto producía, no el proceso. Quizá si hubiera perteneddo a la clase obrera, mi educación habría invertido la tendencia.)

Otro aspecto de mi perspectiva sobre la Theoretical Geography es d constante intento de desacreditar mi trabajo discutiendo mi personalidad, que, al contrario que la de mis detractores, es naturalmente alegre y ex­trovertida, como se evidenda por mi popularidad como conductor de taxi. En el mejor de los casos, la discusión de la personalidad surge en un contexto ético, y en el peor en un chismorreo malintendonado. Por ejem­plo, un estudiante de derechas, indignado por la lucha de dases, me arrojó por una ventana de un aula de un piso bajo, y esto transmitido de boca en boca se convirtió en el bulo de que yo había tirado al estudiante por una ventana alta. ¡La víctima convertido en acusado! Induido en la lista negra por el Gobierno de los Estados Unidos en 1968, al aparecer en una relación de sólo sesenta y cinco nombres que no podrían hablar en la Universidad (en la inclusión alfabética entre H. Rap Brown y Stokeley Carmichael), yo soy por naturaleza pobre. Siendo pobre, los geógrafos burgueses insisten en que soy un ladrón, más ladrón que ellos. Aprendí de las órdenes de campaña dd general Giap: «No robar ni una aguja, ni un hilo.» Pero para cortar esta difamadón es necesario que yo, apa­sionadamente, deseche la pasión. ¿Cuál es mi personalidad? Los- negros americanos tienen un dicho: «Cuenta tu historia, mañana de gloria.» Todo el mundo tiene una historia de su vida, no importa lo prosaica que esta vida parezca a los demás, y es esta historia, contada y vudta a contar por el individuo para sí mismo, lo que constituye la exphcación del lugar ocupado por esa persona en la vida. Algunas personas viven vidas tan personales que si hubieran estado en Hiroshima d día que

(

William Bunge 527

se lanzó la bomba atómica, y si hubieran sobrevivido, no tendrían incon­veniente en indúir ese hecho en su historia.

Los marxistas y otros humanistas tienden a estar ligados a otros acontecimientos más generales. Pero esto los coloca ante otro dilema. Las personas que viven para sí mismas a menudo parecen ser personal­mente estables, conscientes, induso felices y prósperas. Las personas que tienden a vivir para los acontecimientos, tienden a menudo a alterarse. Casi todo es más estable que d sistema americano actual. Los que luchan contra este sistema se lanzan y se ven burlados por d. La gente cuya meta es su propia protecdón, sin importarle el costo que suponga para los demás, consigue habitualmente prosperar. Son los más corrompidos los que se adaptan mejor a la corrupción. La vida habla a menudo a través de espejos. Por ello es difícil para un marxista establecer una separación entre él y su entorno, al contrario de los oportunistas académicos cuya historia personal es su curriculum vitae.

La descripción que cualquiera pueda hacer sobre mí siempre me re­sulta insultante. Se me ha descrito redentemente como la «conciencia de la geografía», «el Billy Graham de la geografía», incluso «el Solzjenitsyn de la geografía», y ¡todos estos «cumplidos» proceden de «amigos bien­intencionados»!

Soy un científico. Esto es suficiente. No hago juicios de valor en mi trabajo, ni me preocupo por la ética, o por hacerlo bien (o mal). Simple­mente, hago ciencia, geografía. Una vez, tratando de encontrar el polo del paraíso de Ullman en un hotel barato de Pointe-á-Pitre, en Guadalupe, un evidente provocador golpeó mi puerta y anunció que era «un hombre de negocios de Haití» (supongo que era algún código al que se suponía que yo iba a responder) y cuando no mordí el anzuelo, dijo sarcástica­mente: «Todavía sólo un geógrafo, ¡eh!» Sí, soy todavía simplemente un geógrafo.

Esto no significa que no exista una unidad del conocimiento. Un geógrafo que negara la física reduciría su trabajo. Yo no niego ni a Marx ni a Darwin. Soy, después de todo, un hombre culto. Marx, siguiendo a Jesucristo, me enseñó que los ricos roban a los pobres, a la inversa de lo que me enseñaron en la infancia. Darwin no me enseñó tanto sobre el origen de las especies como sobre su tendencia a decaer, y, en virtud de ello, lo crucial que es para d homo sapiens proteger el eslabón de la vida más débil y necesario, los niños. Debemos reproducirnos. ¿Dónde está el juido de valor en esto? Las espedes sin sistema nervioso están pro­gramadas para reprodudr sus propias especies. No pueden pensar, aún menos llegar a comportamientos éticos. Luchar por la existencia colectiva de las especies es simplemente un acto natural. La especie humana se hizo para salir adelante por sí misma. Dicho en forma negativa: ¿Cuál es el Acto Antinatural Ultimo? Para una especie, es destruirse a sí misma. Ninguna especie ha cometido esta perversión darwiniana todavía. Ningún otro acto antinatural se aproxima tanto a la autodestrucción de la espede como una decadencia.

528 Antología de textos

Mi postura es quizá demasiado grandiosa; es decir, que proteger a los niños está más allá de cualquier argumento. Quizá por ello mis amigos siguen tratando de confinarme en la simple moralidad. Dejadme revelar mis debilidades personales. Haría cualquier cosa para proteger a los niños del mundo. Haría cualquier cosa para conseguir el poder — del que ahora carezco totalmente— con este fin. Uso esta filosofía de protección del niño para justificar todas mis pasiones y especialmente el rayo láser de mi alma, el odio. Odio a los que matan a los niños. Es la única cosa razona­ble que se puede hacer.

Esto no quiere decir que no tenga enemigos personales, como, por ejemplo, Richard Hartshorne, que fue mi profesor de juventud y el prota­gonista de toda la vida. Hartshorne tiene razón sobre la unicidad de las localizaciones. Considerando que he publicado una obra bajo el título de «Las localizaciones no son únicas» y que la Theoretical Geography es un ataque a la unicidad, la necesidad de admitir púbhcamente mi error im­preso no me ha sido fácil. Hartshorne es un convencido anticomunista (aunque no un racista), por lo que su debate con Schaefer sobre la unici­dad estuvo repleto de salidas de tono políticas. Si se admite que Harts­horne tenía razón, no solamente en su insistencia sobre el carácter único de las locahzaciones, sino también en que los hombres son, asimismo, únicos, ni las localizaciones ni las sociedades podrían predecirse. Lo que supondría que tanto la teoría de la localización, como el socialismo cien­tífico, son imposibles. El carácter general de las localizaciones y de los hombres es el fundamento de la lucha metodológica necesaria para llegar a una geografía científica y a un socialismo científico. Las localizaciones y las personas son evidentemente generales. Pero también son únicas. No fue Hartshorne quien me persuadió de la unicidad y de la generalidad de las localizaciones y de las personas, fue la lucha en la vida.

La primera idea de la utilidad de la unicidad llegó cuando hacía geo­grafía histórica en Fitzgerald. Algunos grupos del pasado eran fáciles de colocar en mapas. Se trataba de las personas destacadas, los terratenientes, los granjeros más prósperos. En un encuentro de viejas familias de terra­tenientes en la Universidad de Detroit, una mujer rica dijo a propósito de una familia de arrendatarios: «No son de aquí.» No pertenecían a la reunión, ni tampoco a la vecindad años antes cuando se establecieron ahí. Los arrendatarios eran mucho más difíciles de mapificar que los pro­pietarios. Los mapas de la propiedad no representaban a los colonos, cual­quiera que fuera el plazo discurrido desde que se habían establecido en el lugar. Estaban olvidados, resultaban de hecho parcialmente invisibles incluso cuando estaban presentes. Pero luego encontré otras gentes toda­vía más difíciles de descubrir que los colonos: un borracho irlandés, un judío, y después de un terrible esfuerzo, un granjero negro. Sus nombres eran incluso más cortos que los de los colonos. Los ricos tenían nombres completos y formales: «Mr. y Mrs. Frank Sitterlet». Los colonos, cortos y ridículos nombres: «Chiken Thief Phillips». Las minorías, nombres odio­sos: «Berry, el Judío», «El Negro Kennedy» y «Black Jack Cavanaugh».

C

William Bunge 529

La existencia de estas gentes estaba también escondida, y, así, llegué a comprender «los paisajes escondidos». Los paisajes humanos son como capas de mapas; primero, se encuentra la gente rica, después, bajo esta hoja de mapa, gente más pobre, así, hoja tras hoja, capa tras capa, hasta que se encuentra el antagonismo mortal contra las víctimas del negocio. El último paisaje, el mapa inferior, lo constituían los indios que queda­ban. Nadie sabía sus nombres. Pero los agricultores recordaban que en su juventud dos indios hermanos cabalgaban en el show del Oeste Salvaje en el circo P. T. Barnum. Por lo que fui a Baraboo, Wisconsin, donde se guardan los archivos del circo y busqué en sus registros. ¡Encontré la relación de los nombres de todos los caballos, pero no la de los nom­bres de los indios! Si se está padeciendo el genocidio, no se tiene nombre ni identidad. La singularidad significa identidad, y no se puede condenar a los Ojibwas de los Meyer’s Woods de Fitzgerald, comunistas tribales, por hacer gala de individualismo burgués tratando de preservar sus nombres, su existencia.

En Toronto, buscamos, con la ayuda de conductores de taxi y de re­caderos, «Regiones Definidas de Gente». Se trata de regiones que la clase trabajadora reconoce para sus propias comunidades; reflejan la solidaridad de la clase trabajadora. La identidad de estas regiones depende de la sin­gularidad, un nombre distinto a los demás. Así, la lucha, la vida, me forzaron a optar entre estar de acuerdo con Hartshorne sobre el valor de la singularidad de las localizaciones, el valor de los hombres, o no resultar útil para la gente con la verdad; no había elección. Las localizaciones son ambas cosas, únicas y generales, y así lo publiqué: «Las regiones tienen el carácter de únicas.» Hartshorne, en suma, demostró estar en lo cierto sobre la unicidad, pero siguió confundiéndose sobre la generalidad de las localizaciones. Al igual que muchos con los que he coincidido en la polé­mica, aprendí de él, pero él no aprendió de nosotros. Disfruto de un ca­nibalismo intelectual que me beneficia.

Pero mientras aprendía a aceptar la unicidad, aprendía también a re­chazar la definición de la geografía de Hartshorne: «La superficie de la tierra como morada del hombre.» Al principio, esta definición sonaba a humanista, como la unicidad, puesto que esta última se preocupa de cada individuo, y ¿cómo se puede ser humanista si no se es personalmente humano? Suena mejor considerar la superficie de la tierra como morada de la especie humana que definir nuestro planeta como una mina de re­cursos no renovables que se agota rápidamente. Pero la definición de la geografía como estudio de la superficie de la tierra que es la morada del hombre, no ha sido muy afortunada.

Existen muchas definiciones convenientes de la geografía. Una que yo volví a descubrir, al menos independientemente, «la ciencia de las lo­calizaciones», resulta útil para orientar el trabajo abstracto. Estas variadas definiciones no son antagónicas orgánicamente, sino complementarias. Pero d efin ir la geografía como el estudio de la «superficie de la tierra entendida como morada del hombre» tiene la característica perniciosa de incitar a

(i

530 Antología de textos

detener la lucha. Si se es anticomunista, como Hartshorne, se puede tender a admitir que la tierra es ya una morada para el género humano, especialmente sus partes no socialistas. Si se sabe, como yo sé, que el capitahsmo miserable, la clase de capitalismo en el poder en Estados Unidos, es una enfermedad, entonces aceptar el cómodo entendimiento de los Estados Unidos como un «hogar», es mantener la enfermedad.

Es más fácil enfocar las crisis en términos geográficos, que en térmi­nos históricos. A través del tiempo parece como si existieran .tiempos malos y, luego, tiempos prósperos en los que todo el mundo vive bien. Pero en el espacio, queda claro que, en los Estados Unidos, en lugares como Detroit, existe siempre una región deprimida, los barrios pobres, y una región opulenta, los barrios ricos. En los Estados Unidos, los niños pobres nunca comen bien, y los adultos ricos nunca comen mal. Lo que ocurre en tiempos de crisis es que el espacio de la crisis, el barrio pobre, se expande geográficamente para incluir a la clase media, la clase trabaja­dora blanca. El área de crisis es más grande en tiempos de depresión y nunca desaparece en los tiempos buenos. Y, ¿cabe decir, en algún sentido, que es un hogar el horror de los ghettos estadounidenses? ¿Acaso la Región Americana del Niño Mordido por la Rata recuerda un hogar? ¿Acaso la tasa de mortalidad infantil negra, mayor que la del cincuenta y siete por ciento de las naciones del mundo, sugiere un hogar? Engels señaló que somos prehumanos, de donde se deduce que la superficie de la 'tierra es la premorada del hombre. La pregunta frente a la geografía y a la humanidad es: ¿se convertirá el planeta en nuestra morada o en nuestra tumba?

(

ALTAS MIRAS PARA UNA GEOGRAFIA DE FINAL DE SIGLO **

D. R. Stoddart *

Es un honor especial para mí, por varias razones, pronunciar la Novena Conferencia Conmemorativa de Cari Sauer. En primer lugar, siempre es un honor venir a Berkeley. Vine por primera vez hace más de veinte años, de camino en mi primera expedición del Pacífico hacia las islas Salomón: en aquella ocasión vi algo, y desde entonces he aprendido mucho sobre los recursos y los ambientes incomparables que ofrece la Universidad. En se­gundo lugar, es un privilegio rendir homenaje al propio Sauer. Estaba fuera durante mis primeras visitas y hasta 1971 no conseguí verlo: todavía con­servo las ampHas notas que tomé, en aquella ocasión, de nuestra conver­sación. Murió, como es sabido, en 1975 y fue para mí un honor ocupar su viejo despacho cuando enseñé en Berkeley en 1980. No oculto que durante toda mi vida he sentido una profunda simpatía por los puntos de vista de Sauer: de hecho, su Land and Ufe (Tierra y vida) es quizá el más impor­tante de un pequeño grupo de libros que he recuperado al cabo de los años para restablecer la propia fe en el saber que profesamos.

* Además del artículo traducido en este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:Stoddart, D. R .: «Darwin’s impact on Geography», Annals of the Association of Ameri­

can Geographers, 56, 1966, 683-698.Stoddart, D. R ., ed.: Geography, Ideology and Social Concern, Oxford, Basil Black-

well, 1981.Stoddart, D. R .: «The Institute of British Geographers 1933-1983», Transactions of the

lnstitute of British Geographers, 8, 1983, 1-124.Stoddart, D. R ., ed.: Biogeography and ecology o f the Seychelles Islands, La Haya,

W. Junk, 1984.Stoddart, D. R.: On Geography, Oxford, Basil Blackwell, 1986.

* * Stoddart, D. R .: «To daim the high ground: geography for the end of the cen­tury», Transactions of the lnstitute o f British Geographers, New Series, 12, 1987, 327-336. Traducción de Josefina Gómez Mendoza.

531

i

532 Antología de textos

Es cierto que Sauer y yo hemos trabajado en campos muy distintos: Sauer en geografía histórica de Méjico y del Suroeste, y yo en el estudio de la geomorfología y de la biogeografía de los arrecifes de coral y de las islas. Hay, sin embargo, en el archivo de Sauer depositado en la Biblioteca Ban- croft una nota suya en la que dice que no sabe nada acerca de corales, pero que le gustaría saber. Hoy día, una observación de este tipo por parte de un geógrafo histórico o cultural sería casi impensable; para un geógrafo económico o político estaría totalmente fuera de lugar. Entre nosotros se han edificado muros, y demasiados de nosotros dedicamos parte de nuestro tiempo a desdeñar aquello por lo que nuestros colegas están interesados. Precisamente quiero hablar hoy sobre las implicaciones de este estado de cosas.

Voy a empezar mis consideraciones con una paradoja que me parece bastante asombrosa.

En el mundo angloparlante estamos a punto de completar el primer cen­tenario de la Geografía como disciplina académica formal. Desde luego el saber geográfico tiene una dilatada antigüedad. Todos conocemos a Estrabón, Eratóstenes y Ptolomeo. Sabemos de gente como Beda el Venerable o Al­berto Magno, quien, como nos ha mostrado Clarence Glacken, contribuyó a establecer los fundamentos del orden medieval. Conocemos a Hakluyt, Varenio, Humboldt, que condujeron nuestra historia hasta el alba de los tiempos modernos. Ninguno de esos hombres era geógrafo profesional, por­que para ellos la Geografía existía, en buena medida, como cuerpo de saber más que como una actividad profesional. La transformación es sorprenden­temente reciente.

Hace exactamente cien años que John Scott Keltie escribió su informe sobre la educación geográfica en Gran Bretaña para la Real Sociedad Geo­gráfica. Trazó un cuadro sombrío. Las escuelas y universidades estaban dominadas por los estudios clásicos, las matemáticas y la rehgión. El mundo natural y el estudio del hombre en sociedad, así como la historia, eran igno­rados de forma similar. Keltie fue capaz de llamar la atención sobre la dife­rente situación que se daba en Europa. En Alemania, el Kaiser había orde­nado que se crearan cátedras de geografía en toda Prusia durante el decenio de 1870 y lo mismo ocurrió, como consecuencia, en el resto del país. Richthofen había establecido la estructura de la geografía como disciplina académica en su lección inaugural en Leipzig. Los franceses no tardaron en aprender la misma lección, sobre todo después de la humillación que supuso la guerra franco-prusiana. Keltie reclamó una transformación sim ila r en Gran Bretaña. Estaba, sobre todo, interesado en la forma de llevar a cabo el pro­yecto: cómo crear cátedras y cursos formales en las universidades, cómo formar profesores que pudieran enseñar en los colegios de manera que se mantuviera un flujo continuo de estudiantes de segundo grado. Pero ¿qué iban a enseñar y a investigar? La respuesta la dio la geografía de Richthofen, brillante y polémicamente interpretada por Halford Mackinder en una con­ferencia pronunciada ante la Real Sociedad Geográfica de Londres en enero de 1887: «Sobre el objeto y método de la Geografía». Su influencia fue

C

D. R- Stoddart 533

considerable. En irnos meses se fijaron las posiciones de la enseñanza de la geografía tanto en Oxford como en Cambridge, y la geografía inició su carrera como disciplina universitaria en Gran Bretaña. Tardó bastante más en Estados Unidos, aunque hace también exactamente un siglo que William Morris Davis introdujo la idea del ciclo de erosión, que determinó el auge académico dé la geomorfología.

En los decenios siguientes se crearon los departamentos de geografía en los sistemas universitarios europeos, americanos y del resto del mundo. Los primeros títulos en geografía se establecieron pronto en este siglo (mi propio profesor, Alfred Steers, que ha ejercido la docencia en Berkeley, obtuvo su capacitación docente en Cambridge en 1921). El doctorado vino después, como reconocimiento de competencia profesional. (El primer doc­torado de Cambridge lo obtuvo, en 1931, Clifford Darby, un conferenciante anterior en la cátedra de Sauer). Sabemos, a través de todos los parámetros fácilmente obtenibles — número de sociedades profesionales, publicaciones, grados medios y licenciaturas— , que la geografía profesional se ha desarro­llado, en general, de modo similar al conjunto de la labor académica. La situación es mucho más complicada en Estados Unidos, pero en Gran Bre­taña, la geografía continúa siendo uno de los temas más habituales tanto en los exámenes de escuelas nacionales como en los de acceso a la universidad y en la especializadón de primer grado.

Claro está que ha habido mucha más contribución a este progreso que esta simple contabilidad numérica. Las mejoras técnicas han sido considera­bles; los adelantos en elaboración conceptual también. Si no hubiera sido así, no es necesario decirlo, todos estaríamos sin trabajo. Mucho de todo esto ha sido enormemente apasionante. Recuerdo bien la impresión que causó la Geografía Teórica de William Bunge, la manera en que transformó nues­tra forma de pensar acerca de las cosas el libro de Haggett, Análisis locacio- nal en Geografía Humana, así como la introducdón al anáhsis sistémico en geografía física de Richard Chorley; todos estos acontecimiento ocurrieron cuando yo me incorporaba a las filas de los geógrafos profesionales a me­diados de los sesenta. Era la época de apasionamiento de la autodenomi- nada «Nueva Geografía» — la primera Nueva Geografía desde Mackinder, ochenta años antes— .

¿Cuál es la paradoja? La paradoja es la siguiente: en vez de alcanzar la cresta de esta ola, de celebrar el siglo transcurrido, de construir sobre esos logros, encuentro a muchos de nuestros colegas abatidos, apenados, desilu­sionados, casi literalmente carentes de esperanza, no sólo sobre la geografía tal como es hoy día, sino respecto de cómo habrá de ser en el futuro. Induso hay algunos que ya han tirado la toalla: probablemente habrán visto esa triste y sombría obra de Eliot Hurst que decidió llamar «La Geografía no tiene ni existencia ni futuro». ¡Qué toque de clarín! Y todos ustedes saben que no es el único, que nuestras bibliotecas están siendo ocupadas por confesiones de fracaso pesimistas y a menudo autobiográficas de los cabe­zas de fila de los últimos treinta años. Al mismo tiempo, muchos de aquellos que continúan trabajando en d viñedo parecen incapaces de ponerse de

c

4

534 Antología de textos

acuerdo sobre si están recogiendo las uvas o arrancando las cepas. En lugar de tratar de conseguir las finas cosechas del centenario que serían de espe­rar, parecemos estar cohibidos (hablando en términos metafóricos) por los partidarios de la prohibición y por los abstemios de la profesión.

Quiero decir en esta ocasión, con toda franqueza, que ha llegado el mo­mento de hacer un llamamiento para que este proceso se detenga. Necesi­tamos poner de manifiesto que la geografía está viva y goza de buena salud, que los descontentos hablan sólo para sí mismos, que custodiamos una de las mayores tradiciones de investigación intelectual, que se remonta a la más remota antigüedad y que ha sido poderosa y vibrantemente reforzada por los desarrollos de los últimos cien años que acabo de esbozar.

Muy bien, me dirán, pero ¿cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué algunos de los principales miembros de la disciplina están abandonando aquello por lo que todos hemos venido tra­bajando colectivamente durante el curso de nuestras vidas ptbfesionales? Voy a ofrecer, primero, un diagnóstico y, después, un pronóstico.

Primero el diagnóstico. Existe una razón fundamental para los descon­tentos actuales. Es una razón que muchos de los geógrafos que se encuen­tran en este estado de ánimo no desearán oír, y es dudoso que alguno de ellos sea algún día capaz de aceptarla. Es simple y directa y procede del hecho de que el horizonte intelectual que esas personas identifican como geografía, ya no es en absoluto, para mí, identificable como tal. Estas son palabras duras, y pretenden serio, pero al pronunciarlas quiero dejar claro que estoy muy lejos de pretender realizar una acusación de desviación sobre cualquier tipo de definición rígida de lo que es o no es la geografía (Sauer, en particular, saltaría en su tumba si yo fuera capaz de sugerir algo tan burdo). Trato más bien de argumentar sobre el hecho de que si la geografía se encuentra, en el curso de los ochenta, en la mísera situación en la que está, se debe a que demasiados colegas nuestros, o bien han abandonado, o bien han fracasado al identificar lo que yo considero la razón de ser cen­tral de nuestra disciplina y, por tanto, su función evidente en el campo del conocimiento.

Voy a desarrollar esta idea, porque si mi razonamiento es en algún modo correcto, las dificultades que atravesamos en la actualidad son, a la vez, más profundas que las apuntadas por algunos de nuestros envejecidos, cansados y desilusionados colegas, pero también — otra paradoja— más fácilmente solucionables.

Tomo como núcleo intelectual de la geografía la organización del mundo en un armazón comparativo y analítico que caracterizó a los filósofos y humanistas de la Ilustración. Los hombres estaban explorando el mundo en el que vivimos de una forma completamente nueva, recopilando, mi­diendo, comparando, generalizando, con los nuevos medios del racionalismo. Destacaron entre ellos los Forsters, padre e hijo, naturalistas que partici­paron en el segundo viaje de Cook. Johann Reinhold, el padre, era un hom­bre áspero, difícil, desagradable y brillante, al que la Geografía debe su posterior desarrollo en el siglo xix. Georg, el hijo, es, hasta cierto punto, el

D. R- Stoddart 535

más conocido de los dos, ya que el joven Humboldt viajó con él, descen­diendo el Rin y dirigiéndose a Inglaterra en 1790. Fue la narración etno­gráfica de Georg la que estimuló a Humboldt para emprender su gran expe­dición suramericana y, en última instancia, escribir el Cosmos.

El libro de Johann Reinhold es, en mi opinión, el más impresionante: Observaciones realizadas durante un viaje alrededor del mundo, sobre geo­grafía física, historia natural y filosofía ética, y en especial sobre 1. La tierra y sus estratos. 2. El agua y el océano. 3. La atmósfera. 4. Los cambios del globo. 5. Los cuerpos orgánicos y 6. Las especies humanas. El subtítulo enuncia su programa de investigación, el perímetro de su geografía. Se po­drá decir que se trata sólo de geografía física. Evidentemente, salvo el apar­tado 6. Lo importante es que para Forster los límites de la geografía venían dados por el mundo que le rodeaba, su tierra y sus hombres, o como dice el hbro de Sauer, tanto Tierra como Vida. El entramado filosófico de Forster procede de Immanuel Kant — un entramado que tiene una profunda influen­cia en geografía a lo largo de toda su historia reciente, en especial en La naturaleza de la Geografía de Hartshorne. Es un fundamento que no voy a tratar de exponer. Lo que me importa subrayar es que, cuando Kant es­cribió sus conferencias de Geografía física, vislumbró un tema que estaba muy lejos de quedar confinado en los hechos del mundo físico. Su geografía física, al igual que la de Forster, no se oponía a la geografía humana, como ocurre hoy día, más bien la envolvía. La geografía física para Kant era sim­plemente un campo de conocimiento bastante distinto, por ejemplo, de la historia o de la ciencia política.

Es a esto a lo que yo hamo la gran tradición de nuestra disciplina. No debemos dejamos confundir por los interminables debates, propios de una disciplina académica que está naciendo, sobre las regiones, el paisaje, el de­terminismo o el posibilismo, e incluso, para ser más exactos, sobre fenome­nología, estructurahsmo, conductismo y todo lo demás. Sospecho que, den­tro de una década, estas etiquetas nos parecerán tan triviales y pedantes como le parecieron a Sauer, hace cerca de medio siglo, Hartshorne y sus preocupaciones. Para Forster había geografía, una geografía, la geografía.Y no sólo para Forster, sino también para Humboldt, Ritter, Ratzel, Richtho­fen o Hettner, para quienes las murallas chinas que habían de encerrar nuestro objeto de estudio no existían. Cada uno de estos hombres trabajó por igual, y con similar éxito, a través de la diversidad de lo tierra y de la vida.

Para muchos — quizá demasiados— geógrafos actuales ya no ocurre así. Nos llamamos a nosotros mismos no sólo geógrafos físicos o geógrafos hu­manos, sino biogeógrafos, geógrafos históricos, geógrafos económicos, geó­grafos urbanos, geomorfólogos. Cada uno de nosotros desarrolla su propia especialidad, sus propias técnicas, sus propios conceptos teóricos. Y tiene que ser necesariamente así si queremos dejar nuestra huella en el saber. Lo que desapruebo no es esta especializadón dentro dd campo — no podemos ser polifacéticos— , sino sus consecuencias. Y la prindpal de entre ellas es

(

536 Antología de textos

que, para demasiados de nosotros, la idea central de la geografía —una geo­grafía, la geografía— ha desaparecido.

Este hecho se puede explicar de muchas maneras, además de por las meras divisiones académicas del trabajo. Una de ellas es el acto, esencial­mente político, por el que la geografía fue introducida en las universidades. En Inglaterra, sus mayores cultivadores fueron naturalistas, especialmente zoólogos. Tuvo que manifestar una particular cautela hacia la geología por motivos obvios de solapamiento. Por encima de todo, tuvo que mostrarse intelectualmente respetable, lo que significa ser científica. Dé ahí procede el temprano énfasis que se puso en la geomorfología y en el estudio del clima y la falta de interés por estudiar al hombre. Después de todo, el apa­rato conceptual disponible estaba preparado para los aspectos científicos de la cuestión, mientras que los procedimientos de las ciencias humanas se encontraban en un estado mucho más endeble y preliminar. De la misma manera, en Francia, Vidal de la Blache tuvo que abrir un camino autónomo para su tipo de geografía, en competencia con Durkheim y la ciencia social, por un lado, y los historiadores, por el otro. Febvre nos contó toda esta historia en ha Tierra y la evolución humana, un hbro que los geógrafos han interpretado siempre mal, tanto en él momento de su aparición como más tarde: quizá si los geógrafos hubiéramos entendido lo que Febvre estaba diciendo tan alto y tan claro podríamos haber evitado las trampas de ele­fante que él y muchos otros estaban enterrando a lo largo de nuestro ca­mino. Y ambas orientaciones fueron separadas la una de la otra por una temprana insistencia en un determinismo simplista acorde con las ideas deci­monónicas de causalidad, en especial en los Estados Unidos, situación bri­llantemente analizada por John Leighly.

El resultado es suficientemente claro. Dentro de la geografía hablamos lenguajes distintos, hacemos cosas muy diferentes. Muchos han renunciado ya a lá posibilidad de comunicarse con colegas que trabajan no sólo dentro de una misma denominación disciplinar, sino también en el mismo departa­mento. Los geógrafos humanos piensan que sus colegas de geografía física son ingenuos desde el punto de vista filosófico; los geógrafos físicos creen que los geógrafos humanos carecen de rigor, ha Geografía — la de Forster, la de Humboldt, la de Mackinder— ha sido abandonada y olvidada. Y re­sulta inevitable que transmitamos esta situación a nuestros estudiantes. No puede extrañar, por tanto, que el mundo se pregunte qué es lo que hacemos.

Para que no se crea que exagero, se puede ilustrar y desarrollar lo que he dicho con ayuda de la literatura al uso. Es muy necesario hacerlo, porque todos saben que es cierto. Tómese, por ejemplo, la historia de la geografía humana angloamericana desde 1945 de R. J . Johnston. El autor omite hacer cualquier consideración de geografía física y exphca sus razones para ello. En primer lugar, encuentra que los vínculos entre geografía física y geo­grafía humana son «tenues». En segundo lugar, se declara incompetente para escribir acerca de geografía física, cosa que puede ser cierta. Y , en tercer lugar, cree que la geografía física carece de importancia en los depar­tamentos universitarios americanos de geografía, lo que constituye, pura y

(

D. R. Stoddart 537

simplemente, una consideración de mercado. Concluye, por tanto, que, hasta cierto punto, la geografía humana y la geografía física son dos disciplinas separadas, cuando no independientes. Y queda un muy pequeño paso que dar antes de que anuncié que, para él, los términos geografía y geografía humana son sinónimos e intercambiables. Consigue, con este juego de ma­nos, hacer desaparecer, sin más, a la geografía física.

Hay un doble peligro en esta situación. El primero es que, fuera de una trama más general, la geografía física pierde su coherencia. Nos convertimos en especialistas en edafología, en climatología, en geomorfología, en biogeo- grafía, más orientados hacia las disciplinas afines que hacia un núcleo común. Dicho en pocas palabras, la geografía, en el sentido en que la entendían Forster y Humboldt, desaparece. Es verdad que se han llevado a cabo mu­chos esfuerzos para evitar que así suceda haciendo geografía física «aplicada» —ya que no es difícil demostrar la utilidad práctica de estudios tales como los perfiles de pendientes, la erosión litoral o el control de avenidas— . Pero, de hecho, este tipo de justificación se dirige de forma pragmática al mundo en general y no, en un sentido intelectual, a los geógrafos humanos; no contribuye en nada a resolver los problemas que tenemos planteados como geógrafos.

El segundo peligro es incluso mayor. La geografía humana entendida como ciencia exclusivamente social pierde su propia identidad — tiene que competir con la sociología, con la economía, con la antropología— , pero en su favor, no en el nuestro. No puede, en este sentido, extrañar que los geó­grafos humanos estén ahora hablando en el lenguaje y con las categorías de Giddens, y que hayan abandonado los que les son propios.

En algún lugar de este camino, hemos perdido la visión del mundo en el que vivimos. Hace treinta años era nuestra principal preocupación. Los resultados de aquel congreso memorable sobre Man's Role in changing the Face of the Earth {El papel del hombre en el cambio de la faz de la tierra) fueron publicados el año en que empecé mis estudios de licenciatura en Cam­bridge. Cari Sauer desempeñó un papel fundamental en la organización del congreso y, en un alto grado, refleja los valores y los puntos de vista de la geografía de Berkeley en aquella época. Se trataba de un Hbro acerca del medio físico y de la relación del hombre con él, en una escala amplia y pano­rámica. Leyéndolo, se sentía el polvo en los ojos, la arena entre los dedos, la sal salpicar la cara. Es el mundo real palpable, tangible, poblado por hom­bres y mujeres reales que lo han transformado.

Me sigue llamando la atención coger entre las manos libros y revistas actuales que se llaman a sí mismos geográficos, que a menudo realizan enor­mes esfuerzos en favor de este u otro particular tipo de geografía, y encon­trarlos totalmente desprovistos de cualquier interés semejante. Con frecuen­cia tratan del espacio más que del lugar, de lo que ellos llaman agentes humanos más que de personas, de categorías abstractas y símbolos numéri­cos más que de situaciones concretas y de la tantas veces cruda realidad. Muchos de estos estudios se restringen al estrecho horizonte de las áreas y situaciones urbanas e industriales anglo-americanas, donde quizá les resulte

538 Antología de textos

más fácil a los autores persuadirse de que el mundo físico no existe. Los geógrafos han olvidado — y resulta extraordinario tener que decirlo así— que algunas partes de la tierra son altas y otras bajas; que algunas son de­sérticas, otras boscosas, otras herbáceas, o están cubiertas por el hielo. Parece que ya nadie menciona en nuestros días que las dos terceras partes de nuestro planeta están ocupadas por el mar. Esas son las categorías ele­mentales de la existencia humana con las que tiene que ver la geografía. Son también las categorías de Forster. Y , además, está la sexta parte del Hbro de Forster. Algunas partes del mundo están virtualmente vacías y otras están hacinadas más allá de toda medida, y en un progreso de hacinamiento todavía mayor. La geografía tiene que ver precisamente con esto: la diversi­dad de la tierra, sus recursos, la supervivencia humana en el planeta.

Vidal de la Blache escribió en alguna ocasión que no podía concebir una geografía sin el hombre. Estoy de acuerdo con él. Pero, de la misma mane­ra, yo no puedo concebir una geografía en la que no esté presente la tierra y la relación del hombre con ésta. Todo el mundo no es igual a Omaha (Nebraska) o Luton (Inglaterra). Si así fuera la geografía sería un objeto de estudio mucho menos interesante de lo que realmente es. El hecho de pretender que todo lugar se asemeja a Omaha o a Luton es el que ha con­ducido a la geografía al lugar en el que se encuentra. Ha ido, en efecto, perdiendo sus características distintivas, su función histórica, su atractivo. Nadie puede sorprenderse de que la gente no encuentre ninguna utilidad en una geografía que no les dice nada del mundo en el que viven, ni de que, una tras otra, las grandes universidades del país estén llegando a la misma conclusión. Semejante orientación de la geografía simplemente refuerza la ignorancia pública del mundo en el que vivimos, alimenta los prejuicios nacionales e internacionales y desgasta nuestras oportunidades de mejorar la calidad de nuestras vidas: es una orientación que no nos podemos permi­tir seguir.

Puede decirse que son bonitas palabras, pero que cómo se puede hacer algo en este sentido. Cabe preguntar si se trata tan sólo de un nuevo llama­miento para volver a la geografía regional. Si así fuera no sería el primero, puesto que otros han hecho ya el mismo diagnóstico (como, por ejemplo, Robert Steel, John Fraser Hart o B. H. Farmer). Se me puede recordar también que nos costó mucho desterrar el didactismo estéril de cabos y golfos. De hecho no veo ningún mal, sino más bien una ventaja, en saber dónde se encuentra uno sobre la superficie de la tierra. Aprendemos el alfa­beto, el vocabulario, la sintaxis, la gramática, sin protestar, simplemente para ser capaces de comunicamos. Nunca he oído a nadie hablar a favor de suprimir estas materias. La localización, la posición, la distancia, he aquí las piedras sillares básicas sobre las que edificar. Todo depende de lo que hagamos con ellas, pero no se puede hacer gran cosa si se ignora lo que son y lo que significan.

Las ponemos en orden para conocer el mundo en el que vivimos. Para construir geografía regional. Para mostrar la diferencia entre los lugares. No creo, sin embargo, que la descripción regional sea necesariamente el objeto

(

D. R. Stoddart 539

final de nuestros esfuerzos, como se suele decir. Todo el mundo reconoce la calidad de obras como, por ejemplo, el «Tablean» de geografía de Francia de Vidal de la Blache o la Gran Bretaña y los mares británicos de Mac­kinder. Por mi parte, tengo una predilección especial por Los fundamentos geográficos de China de Cressey, o por el Japón de Trewartha y por la India y Pakistán-de. Spate. Pero, una vez escritos — y su alcance debe ser relativamente finito— , ¿qué puede hacerse con estos libros? Creo que tene­mos un trabajo más importante que hacer para el cual estas narraciones regionales nos sirven realmente como trama ordenadora. Esa labor consiste en identificar los problemas geográficos, producto de la relación del hombre y el medio dentro de las regiones, problemas que no son de geomorfología, o de historia, o de economía, o de sociología, sino problemas que son geo­gráficos: y consiste también en utilizar nuestra capacidad de trabajo para aliviarlos, quizá para resolverlos. La geografía regional ayuda a identificar y a especificar estos problemas; es, sin embargo, el principio más que el final.

Voy a ilustrar mi razonamiento con una referencia a la geografía de Bangladesh — un lugar donde el medio físico tiene mucho peso— . Este pe­queño país ocupa los deltas imbricados de los ríos Ganges y Brahmaputra; el territorio se encuentra atravesado por una red de canales de distribución que pueden llegar a tener 30 km. de ancho, pero que, a menudo, apenas alcanzan los cinco metros de profundidad. Los dos ríos tienen un caudal medio anual conjunto de 31.000 m3/segundo, el segundo más importante del mundo después del Amazonas. A causa del monzón, la variabilidad esta­cional es enorme, un coeficiente 20 en el caso del Ganges y 60 en el caso del Brahmaputra. Cuando la descarga es alta, los ríos circulan a más de 5 m. por segundo, de manera que muy extensas áreas del delta inferior están totalmente cubiertas de agua, con pueblos que aparecen como islas sobre pequeñas elevaciones. Con una carga sedimentaria en suspensión esti­mada en 2,2 X 109 toneladas por año, los dos ríos juntos alcanzan el primer lugar en el mundo en lo que se refiere a acumulación fluvial y de ahí, natu­ralmente, que se haya formado el delta. Una gran parte de la costa occi­dental sigue cubierta con mangles (los Surdarbans que cubren 420.000 km2 constituyen el mayor manglar del mundo), pero, en el este, los mangles hace tiempo que han desaparecido con el objeto de obtener leña, madera de construcción o de dejar sitio a la tierra agrícola. Por su parte, la costa es a la vez de gran amplitud mareal, con pleamares que alcanzan los 9 m. en las primaveras. Está afectada, además, por depresiones ciclónicas de ca­rácter catastrófico que provocan inundaciones de las llanuras costeras. El ciclón de 1970, que dio lugar a una onda de temporal de 10 m. de altura, tuvo como resultado 280.000 muertos, y es considerado el mayor desastre natural del mundo en términos de consecuencias humanas: un aconteci­miento de este tipo tiene en Bangladesh un intervalo de recurrencia de aproximadamente 300 años. Y un acontecimiento de este tipo hace más incisiva la frase atribuida a Charles Fisher en el sentido de que los debates académicos acerca del determinismo físico tienen un sentido distinto cuando se está trabajando en la carretera de Burma (como a él le ocurrió) que cuan-

(

' /

540 Antología de textos

do se está en el bar del hotel Raffles de Singapur (de lo que, sin lugar a dudas, también tenía experiencia).

Pero Bangladesh es también un lugar muy humanizado, uno de los paí­ses más pobres del mundo. Con un PNB «per capita» y año de menos de 100 dólares USA, ocupa el lugar 126 en el mundo, de acuerdo con las esta­dísticas de las Naciones Unidas. La clave de esta situación radica en el creci­miento de población. Durante siglos la población ha oscilado entre 15 y 20 millones de personas, mantenida en este nivel por los clásicos frenos malthusianos del hambre y la enfermedad. Se ha demostrado, de forma significativa, que es más fácil controlar la tasa de .mortalidad que la de nata­lidad. La primera cayó de 40-45 por 1.000 en 1920 a 18 por 1.000 en 1977, mientras que la segunda ha permanecido alta y estable en niveles de 45-50 por 1.000. El resultado ha sido un incontrolable crecimiento de población con tasas que se acercan al 3 por 100, lo que supone una duplicación de la población cada 25 años. En comparación con el principio de siglo, al final del mismo vivirán en el área de Bangladesh 100 millones de personas más:

Fecha Población (millones) Densidad por km2

1900 ..................................... 30 215Actualidad............................ 100 7402000 ..................................... 130 95020i20 ..................................... 170 1.250

Se puede expresar de otra forma: en 1900 cada persona disponía de 59 X 59 m. de superficie; hoy día, ésta se ha reducido a 30 X 30 m.; y hacia 2020 será tan sólo de 25 X 25 m. A medio plazo, el incremento de la población es literalmente incontrolable; las estadísticas sobre estruc­turas demográficas ponen de manifiesto que el 53 por 100 de la población, es decir, 45 millones de personas, tienen menos de 19 años y, por tanto, van a entrar en los grupos en edad de reproducción. Las proyecciones guber­namentales creen que se va a triplicar en el año 2000 el tamaño de estos grupos de 20 a 49 años, grupos formados por personas que ya han nacido.

Al mismo tiempo, el total de la tierra cultivada en el país permanece básicamente estable, en torno a los 10 millones de hectáreas. La única razón para que el país no se colapse es la ayuda extranjera, que alcanza, actual­mente, el billón de dólares USA. No es de extrañar que el ministro de Plani­ficación termine su introducción a un reciente plan provisional con las pala­bras «¡Que Dios nos ayude!». Para Bangladesh esta expresión es algo más que una invocación islámica: parece realmente que Dios está mirando hacia otro lado.

Estos son los elementos de la geografía tradicional. Si yo estuviera escri­biendo una geografía regional de Bangladesh seguramente los incluiría to­dos, aunque no en el orden tradicional. Pero, como geógrafos, necesitamos hacer algo más: no es bastante con estar atentos y describir. Debemos pre­guntarnos qué se puede hacer.

(

D. R. Stoddart 541

Voy a describir un proyecto para las tierras litorales, el área más ex­puesta a la devastación por los ciclones y por las ondas de temporal, donde se deben proteger vidas humanas y salvaguardar las tierras de labor de la salinización. El primer esfuerzo para conseguirlo se llevó a cabo a través de lo que se puede llamar la solución holandesa, es decir, la creación de polders enormes con diques de tierra, con una altura media de 5 m. y una longitud total de 3.650 km. Constituyen en conjunto la mayor construcción de tierra del mundo y hay que reconocer que la totahdad fue transportada por las mujeres sobre sus cabezas. Cabe preguntarse qué tipo de calidad de vida es aquella que requiere semejante empeño y qué tipo de relaciones entre el hombre y la tierra se dan alH donde empresas de esta magnitud se justifican simplemente por el hecho de ofrecer a millones de personas algo que hacer. El programa fue llevado a cabo con ayuda extranjera y demostró ser de demasiada envergadura como para que campesinos de los lugares más remotos de Bangladesh fueran capaces de asegurar su mantenimiento. Los diques eran demasiado largos y su mantenimiento demasiado caro; in­cluso el manejo de las más sencillas compuertas resultaba demasiado com­plejo. La desmoralización cundió cuando la inundación marina de 1970 desbordó los márgenes, convirtió los polders en lagos salados y ahogó a muchos de aquellos que habían creído que sus vidas estaban ya a salvo.

Se sugirió entonces que la línea de costa podía ser considerablemente protegida con la restauración natural del cinturón de mangles. El manglar ofrecería una protección natural contra las olas, el viento y las ondas de temporal. Tendría, además, la ventaja de suministrar madera y leña (libe­rando, en este último caso, el excremento de vaca para que pudiera ser uti­lizado como fertilizante nitrogenado); podría también contribuir a estabilizar nuevo suelo, promover la sedimentación y, por último, permitir la transi­ción de la madera al arrozal; los propios mangles suministrarían abundantes subproductos, como, por ejemplo, miel, crustáceos y pesca. El Servicio Fo­restal de Bangladesh llegó a la conclusión de que la especie Sonneratia apétala era la más apropiada para la repoblación: sus semillas se siembran y germinan en almácigas y, después, se transplantan exactamente de la misma forma que hacen los agricultores locales con los plantones de arroz. Desde 1980 se han plantado aproximadamente 10.000 Ha. por año, siendo la superficie total actual nuevamente aforestada de 65.000 Ha. Como em­presa de aforestación el esfuerzo ha cosechado un enorme éxito.

Ciertamente los problemas son inmensos. Hay problemas a corto plazo, de propiedad de la tierra, en particular en el momento de transición a la agricultura, cuando los controles del mundo rural de Bangladesh — poder, dinero y corrupción— alcancen su máximo. Existe la posibilidad de que, como ha ocurrido en otros proyectos de desecación mediante mangles, se desarrollen suelos ácidos sulfatados que resulten inútiles para la agricultura. Existe el temor, a largo plazo, de que, a medida que el programa vaya teniendo éxito, cada vez más gente caiga en la trampa de irse a vivir a las zonas de costa que son las que corren mayor riesgo de verse afectadas por los ciclones, y de que las medidas de prevención y protección de los mismos

542 Antología de textos

no resulten ser las adecuadas para las expectativas suscitadas en áreas tan remotas. Y lo más importante de todo: un proyecto como el descrito, aun­que constituya una fuente de materias primas madereras, energéticas y ali­menticias, e incluso de nuevo suelo agrícola — el más escaso de todos los bienes— , no tiene absolutamente ningún efecto sobre el mayor de todos los problemas, el del crecimiento descontrolado de la población.

Este problema permanece irresoluble por un conjunto de razones. Algu­nas son de carácter social y tienen que ver con la aceptación de las políticas de control de nacimientos por parte de una población islámica en una alta proporción, predominantemente rural, virtualmente analfabeta e inaccesible, en la que la situación de las mujeres pone de manifiesto que aquellos que más necesitan la asistencia son los menos receptivos a ella. Otras tienen carácter técnico y se refieren a que los métodos a través de los cuales el control debe ser efectuado no están resueltos. Hay razones de tipo admi­nistrativo que atañen a la provisión e incluso a la utilización de los fondos con fines de control. En el Primer Plan Quinquenal, los programas de con­trol de población apenas fueron financiados con 0,5 dólares USA por per­sona. Esta cifra ha subido a 2 dólares, pero incluso esta menguada cantidad no ha podido ser gastada por razones estructurales: algunos años el 25 por 100 de los fondos disponibles para control de nacimientos no han sido hecho efectivos. Como resultado, en algunos distritos litorales, los Planes ofrecen la posibilidad de menos de 0,5 preservativos por persona y año. Por tanto, ni siquiera el programa de repoblación con mangles puede salvar a Bangladesh del desastre.

De manera que la geografía de Bangladesh es literalmente una geografía de la vida y de la muerte. Está dominada por los enunciados de nacimiento, reproducción y mortalidad; por la necesidad de encontrar alimentos sufi­cientes para sobrevivir; por la presencia constante de la enfermedad: lepra, elefantiasis, diarrea, malnutrición y desnutrición. Es un país ampliamente dominado por los prejuicios y por la tradición (según el punto de vista que se adopte), por la corrupción, la crueldad, la miseria desesperada y la degra­dación humana. Pero es, también, un país que realiza heroicos esfuerzos para ganarse la forma de vivir, sobre todo gestionando y cambiando la faz de la tierra en Bangladesh.

La conclusión que saco de esta escueta presentación es que no existe una geografía física de Bangladesh separada de su geografía humana, siendo la recíproca aún más cierta. Una geografía humana divorciada del medio físico constituye pura y simplemente algo carente de sentido.

Para ser más exactos, la geografía que defiendo es una geografía que merece la pena, y que conduce a otro punto central de mi razonamiento en relación con la continuidad histórica de aquello que nos atañe. Hace poco más de un siglo que Piotr Kropotkin, sobrino del Zar y eminente anarquista, escribió, mientras estaba en prisión en Francia, su notable ensayo: «Lo que la geografía debe ser». Debe ser un conocimiento que suministre medios para engendrar sentimientos dignos en la humanidad; debe luchar contra

(

D. R. Stoddart 543

el racismo, la guerra, la intolerancia y la opresión; debe desmentir las false­dades que resultan de la ignorancia, de la opresión y del egoísmo.

Mi visión, por tanto, y de nuevo de forma paradójica, es, en este sen­tido, una visión muy conservadora, que encuentra sus raíces en el pasado. Pero está en las antípodas de constituir una geografía obsoleta. Se trata de una geografía real — que se reafirma como geografía unitaria, basada en Forster y Humboldt, y al mismo tiempo una geografía comprometida, que trata de hacer honor a las aspiraciones de Kropotkin. Es una geografía que mira hacia el futuro, y el futuro está todavía en nuestras manos para poder construirlo bien. Es una geografía que nos enseñará las realidades del mundo en que vivimos, cómo vivir mejor en él y con los demás. Es una geografía que debe enseñar a los que nos son próximos, a nuestros estu­diantes y a nuestros niños, cómo entender y respetar el diverso patrimonio terrestre. He aquí palabras familiares, parte de la enseñanza de Sauer du­rante los años de Berkeley y la razón de ser y el sentido de la obra El papel del hombre en el cambio de la faz de la tierra.

Sauer pensaba que estas cuestiones eran urgentes hace tres, cuatro o cinco decenios. Son mucho más urgentes ahora. Si como geógrafos somos capaces de mantener la cabeza hbre de nuestras variadas preocupaciones del momento, podremos vislumbrar mejor la crisis que hemos sufrido durante nuestras vidas profesionales. La historia de la población del mundo es, en grande, la descrita para Bangladesh: en 1759, en la época de Cook, 730 mi­llones; en 1850, durante los tiempos de Darwin, 1.200 millones; en 1950, en el momento de El papel del hombre..., 2.500; en 1986, hoy día, 5.000 millones; y al final de este siglo, 6.000 millones. A medida que la población crece, la distribución cambia, siendo el continente asiático el que con mucho soporta la mayor proporción de incremento del siglo xx.

¿Qué debe hacerse? Los viejos mecanismos tradicionales de control— de­sastres, epidemias o hambrunas— no son opciones políticas ni admisibles ni viables para estabilizar la situación, y tampoco lo son las perspectivas de guerra nuclear o de pandemia vírica. La gente tiene que ser alimentada si se quiere prevenir la sublevación social. Hay posibles soluciones técnicas del tipo de las que el propio Sauer vislumbró. Mientras tanto, el equilibrio medioambiental ha sido roto. La selva tropical ha sido destruida a un ritmo de 1.200 hectáreas por hora. La lluvia ácida mata los bosques templados y convierte en tóxicos lagos y ríos. A causa del efecto invernadero, el cas­quete polar se está fundiendo y el nivel del mar en el conjunto del planeta aumentará en los próximos cien años a un ritmo de 0,5 a 2 metros. Hechos como éstos son los que deben inspirar nuestras preocupaciones profesiona­les como geógrafos.

Debo decir con' franqueza que tengo muy poca paciencia con los que se autodenominan geógrafos e ignoran estos desafíos. No puedo tomar en serio a aquellos que promueven como temas dignos de investigación cues­tiones tales como las influencia geográficas en el cine canadiense o la distri­bución de las expendedurías de comida rápida en Tel-Aviv. Tampoco quiero dedicar mucho tiempo a lo que sólo puedo calificar de autoindulgencia

544 Antología de textos

chauvinista, nuestra obsesión contemporánea por las minucias de nuestra rica y urbanizada sociedad: la financiación de viviendas, las pautas electora­les, las ayudas gubernamentales para esto o para quello, y cómo conseguir más ayudas. No nos podemos permitir el lujo de dedicar tanta energía a cosas marginales. Entretengámonos, si se quiere, pero por lo menos estemos atentos a si Roma se está quemando mientras tanto.

Nuestro saber se formalizó como disciplina académica precisamente en el momento en que tenían lugar sobresalientes cambios en la transformación de nuestro mundo. Estos cambios han tenido un carácter conceptual, pro­fesional, organizativo, tecnológico y social, han sido asombrosamente recien­tes y se enfrentan con la espiral de población que escapa a todo control. Asusta recordar que hace sólo treinta años, en el primer capítulo de El papel del hombre..., E. A. Gutkind calificara como «megalomaníaca» la idea de reconocer la tierra situando en su órbita satélites espaciales: prefería la tec­nología del avión biplano de Wright que le era más familiar; era tan sólo un año antes de que el primer Sputnik fuera situado en el espacio.

Se deduce fácilmente de esta anécdota que la gente que fundó nuestra disciplina — gente como Griffith Taylor, Ellsworth Huntington o L. Dudley Stamp, por no dtar más que a tres— vivieron en un mundo muy diferente del nuestro. Juzgados con valores presentes, quizá fueran conceptualmente ingenuos y técnicamente poco sofisticados: sería desastroso que no hubiéra­mos adelantado nada desde ellos. El propio Sauer sería el primero en reco­nocer la obsolescencia de algunas de sus conjeturas sobre los orígenes de la agricultura, con la aparidón de la datadón a través del C14, la palinología tropical y la mayor información de la que disponemos hoy sobre la mayor complejidad de los cambios climáticos durante d Pleistoceno. Pero estos addantos no justifican el divertido desdén con d que muchos geógrafos actuales consideran a los pioneros, como simpáticos viejos chochos en el mejor de los casos, pero ni la mitad de inteligentes de lo que nosotros somos. En realidad, se atrevieron a hacer algo que nosotros, con nuestra sofistica­ción, raramente hacemos: se formularon las grandes preguntas, sobre el hom­bre, sobre el territorio, sobre los recursos, sobre d potencial humano. No hay mejor ejemplo de esto que Sauer con su intrépidas especulaciones acerca dd fuego, de la fundón de la costa, dd origen de la agricultura. Necesitamos recordar que la ciencia tiene que hacerse preguntas atrevidas como éstas.

Ya no nos hacemos este tipo de preguntas: pero éstas permanecen. En gran medida, gente distinta de los geógrafos se las está formulando ahora, y las está contestando. Resulta asombroso pensar que haya sido Leroy Ladurie y la escuda de los Annales los que hayan dirigido toda la investiga­ción sobre las rdadones del clima y de la historia. Braudel escribe lo que es, de hecho, geografía, aunque sin mapas, y la llama historia: los geógrafos históricos le siguen los pasos en respetuoso homenaje. Se pueden multipli­car los ejemplos sin fin.

Necesitamos elevar las miras de la geografía; abordar los problemas reales; adoptar el punto de vista más amplio; hablar alto, por end- ma de nuestras fronteras disciplinares, sobre las grandes cuestiones ac­

D. R. Stoddart 545

tuales (con lo que no quiero significar las políticas evanescentes de Thatcher, Reagan o Gorbachov). Necesitamos recordar el carácter banal y aburrido de mucho de lo que ha figurado como investigadón geográfica en los últimos veinte años. Necesitamos recordar espedalmente la desilusión de muchos de nuestros colegas, que ha minado nuestra autoestima profesional y d en­tusiasmo de nuestros estudiantes.

La geografía se ha ocupado siempre del territorio y de la vida. Hora es ya de retomar al mundo grande y amplio, de reencontrar su retos y de reencontrarlos en una forma que hubieran aprobado Forster, Humboldt y Cari Sauer.