gilgamesh y la muerte - jose ortega ortega

1352

Upload: tharosw

Post on 06-Jul-2018

238 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega
Page 2: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh es el rey de la ciudad deUruk, en Mesopotamia. Es en dosterceras partes humano y en unatercera parte de naturaleza divina,puesto que su padre, el diosLugalbanda, lo había engendradoen una campesina. Su carácter escaprichoso y violento y no guardarespeto por nada. Hasta que lossacerdotes suplican un castigo y losdioses envían a un personaje deenorme fuerza llamado Enkidu, unhombre salvaje que pasta con lasgacelas, para que lo derrote.

Los acontecimientos enfrentan al

Page 3: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oven Gilgamesh cara a cara con lamuerte, lo que provoca en él unaprofunda reacción. Desde entoncesse propone alcanzar el secreto de lainmortalidad e inicia un largo viajeen busca de Ziusudra, elsuperviviente del diluvio, el únicohombre inmortal.

Este viaje, impulsado por unmisterioso hechicero llamado Kei,está cuajado de aventuras en lasque Gilgamesh aprende las clavesde una vida madura y abandona suanterior carácter soberbio.

Finalmente, después de inmensaspenalidades, se enfrenta con el

Page 4: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gran secreto, que le aguarda sobreel monte Nisir.

Page 5: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

José Ortega Ortega

Gilgamesh y lamuerte

Khol - 1

ePub r1.0Titivillus 02.10.15

Page 6: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Título original: Gilgamesh y la muerte

José Ortega Ortega, 1990

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

Page 7: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

BARRO DE PILOS

Ahora entiendo muchas cosas que nocomprendí aquél día en lo alto del cabo.Traducir y estudiar Khol a lo largo delos años me ha educado sin que loadvirtiera y ahora sé que la voz de u poeta griego de hace tres milenios aú puede educar a los hombres del presente porque la naturaleza humana no hacambiado. Y ahora, cuando me hedecidido a publicar el texto, por primeravez encuentro un instante de reposo paraevocar el pasado, porque estos años ha

Page 8: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sido de continua maravilla y de uasombro sin cesar y lleno de placer.

Ahora entiendo muchas cosas y sé aquien corresponde el misterioso cadáver recientemente exhumado en lassoledades de Cabo Cope. Losarqueólogos de la Universidad deMurcia alzaron planos del recintofunerario y tomaron fotografías delesqueleto y la extraña espada de bronceque yacía junto a él. Después, cuando eldirector de la excavación intentó tomar en sus manos la noble calavera, ésta sedeshizo en un polvo deleznable que pronto se dispersó sobre la mar. Seencogió de hombros, ordenó la recogidade muestras de ceniza para un examen de

Page 9: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

carbono radiactivo y todos semarcharon.

El hallazgo habría sido prontoolvidado de no ser porque se identificóla espada como de un tipo oriental muyantiguo y sabrá el lector por qué lascolinas desiertas de Águilas somisteriosas y por qué uno guarda por instinto un silencio rotundo y respetuosocuando sube a Cabo Cope.

Todo empezó sobre el Cabo.Paseaba yo descuidadamente recreadoen el atardecer y pensando en cosas siimportancia, cuando encontré en mitadde las ondulaciones a un viejo que ibade un lado para otro con la cabezagacha, como si buscara un objeto recié

Page 10: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

extraviado. Cuando me acerqué a él medi cuenta de que era un extranjero,seguramente centroeuropeo. Tenía el pelo castaño y una poblada barba delmismo color. Era menudo y sus ojosazules estallaban de vida.

De pronto me sonrió tontamente. —Aquí es —me dijo sin dejar de

sonreír. Como no entendí, me sentíembarazado y sólo pude emitir ugruñido de apuro.

Él continuó mirando al suelo y pudever que no había perdido cosa alguna,sino que buscaba minerales o algosemejante, pues una y otra vez recogía piedrecitas que examinaba con sumocuidado, a veces las juntaba una co

Page 11: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

otra, las hacía entrechocar y finalmentetiraba todo con un gesto de ansiedad.Entretanto, no dejaba de murmurar cosasen su lengua, que luego identifiqué comoalemán. Deduje que no estaba en suscabales e intenté retirarme con sigilo.Pero cuando le di la espalda me volvióa hablar.

 —Aquí es, hombre joven, por fin heencontrado.

 —Aquí es, hombre joven, por fin heencontrado.

 —¿El… el qué? —pregunté paraseguirle la corriente.

El viejo sonrió con una satisfacció pasmosa y afirmó:

 —Der heilige Berg… ¿Cómo dices

Page 12: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tú…? —No sé… —El… el… —Se esforzó, buscando

las palabras españolas— el sitio, ellugar… ¡santo! —Coronó con alivio.

 —¿Qué quiere decir usted? —  pregunté con toda cortesía y totaldespiste.

El viejo sonreía como el poseedor de un gran secreto, como habría desonreír sin duda el pirata dueño del plano de un tesoro. Sin dejar de sonreír con este gesto de niño, se sentó sobreuna piedra y por primera vez me parecióatractivo y lleno de lozanía. Comenzó ahablar dulcemente, con la convicción deun iluminado y la vehemencia de u

Page 13: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

loco. Yo le entendía a veces y a vecesno, pero sus sublimes palabrasdesecharon mi desconfianza. Me sentédelante de él y escuché su historia dereyes y héroes, de dioses y hombres, unahistoria que comenzaba al otro lado delMediterráneo, en la extinguida Sumer,mucho antes de que la Biblia fuerainspirada, antes de que naciera el Diosque carece de nombre para expulsar delcielo a los otros dioses y gobernar solitariamente el corazón de loshombres.

Cuando retiré los ojos de su efusivorostro me di cuenta de que había caídoalrededor de nosotros una noche sin luna  no pudimos bajar al pueblo, es

Page 14: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

demasiado peligroso sin una linterna.Por eso nos quedamos allí, en lo alto, pero nunca sentí frío o recordé quedebía volver a casa: él me reconfortócon sus palabras hasta el amanecer ycuando clareaba se acercó al borde delCabo y contempló Calabardina, losllanos hacia el interior y el cinturón demontañas calvas que los cerraban. Peroo sabía que estaba viendo el pasado.

Después me miró y dijo: —No me iré sin encontrar su tumba,

aquí, en el cabo que tiene forma de…Dragón.

Le contesté: —¿Por qué? ¿No es una historia

inventada?

Page 15: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Me sonrió con indulgencia, como perdonando mi gran ignorancia, y afirmóvehemente:

Si encuentras poesía en la historiao cuento, no es poesía mía. Si

encuentras poesía, es poesía de ugriego antiguo. Yo no soy poeta, yo soyarqueólogo epigrafista y yo traduzcoesta historia de la arcilla.

 No entendí muy bien esta parte, perocuando volvimos al pueblo, loacompañé a la habitación que ocupabaen la fonda que había en la calle Condede Aranda y que hoy ha desaparecido.Estaba lleno de libros y papelesrebosantes de tinta que ocupaban lasestanterías, las sillas, la cama, el mismo

Page 16: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

suelo. Recogió un fajo de cuartillas y melas mostró diciendo:

 —La arcilla de Pilos. No entendí, pero acepté cuando las

dejó en mis manos. La emoción en srostro decía que aquél era su tesoro, o el plano de un tesoro. Finalmente logrécomprender que la larga historia que mehabía contado no era de su invención,sino la traducción de las tablillas dePilos, escritas en una lengua hastaentonces indescifrada cuyo secreto elviejo al parecer había conseguidodesvelar.

 No sabía una palabra de alemán ytardé dos años en traducir el texto, peroal cabo he conseguido una versió

Page 17: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bastante aproximada. La historia, deépoca micénica es una especie de fusióde los grandes ciclos mitológicosorientales con elementos de la tradiciógriega y también centroeuropea.

El sorprendente anciano no sólohabía traducido línea por línea un texto,que consta de cientos de cuartillas, sinomucho más, se había empeñado edemostrar que la epopeya relatabahechos no inventados, sino reales, y sehabía lanzado a la búsqueda deltestimonio arqueológico cual nuevoSchliemann liada en mano, recorriendocomo un sonámbulo media Europa ytodo el Mediterráneo; habíadespanzurrado las obras clásicas de

Page 18: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Arqueología, metiendo sus inclinasnarices en las monografías y en losmismos trabajos de campo de losmodernos especialistas y no habíacesado de deshidratarse subiendo y bajando montañas fértiles en ruinas, perseguir necrópolis de la edad delBronce y, sobre todo, buscar por el mar de la cultura un cabo cuya formarecordara lejanamente a la de un dragórecostado.

A su juicio, había hallado lostestimonios que buscaba y al parecer contó con el apoyo de variosepigrafistas alemanes a los que por cartahabía confiado parte de susdescubrimientos.

Page 19: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando, lleno de excitación y con lamente en plena creación de poéticasquimeras, acudí a buscarlo al díasiguiente, supe que se había marchadoapresuradamente. Nunca volví a verlo,aunque nunca lo he olvidado. Era la persona más juvenil y asombrosa que heconocido, ebrio de una pasión que leimpedía recordar que tenía más deochenta años y que pronto moriría.

«Khol» es la traducción del «barrode Pilos», la misma narración queescuché de su boca aquella madrugadacasi palabra por palabra, pues laconocía de memoria. Es la historia denuestro pasado y del pasado del mundo  la historia de todo hombre cuando se

Page 20: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

siente preso en los limites del cuerpo yla vida humana y ostenta una ambicióque inequívocamente ha de llevarlo aldesengaño.

José OrtegaCartagena, junio de 1985

Page 21: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

LA VIRGEN DEL

AIRE

Cuando Lugalbanda[1]  caminaba entrelos hombres, hubo en el País de Sumer una primavera llena de esplendor. Lasabejas describían círculos dorados en elaire y la nieve de las Montañas de laLuna se deshacía en arroyos. Por losllanos de la tierra de Kalam[2] las floresde mayo caían desmayadas en el polvo yentre las briznas de hierba jugaba la luz.

Aquél fue el tiempo en que el dios

Page 22: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de los ojos brillantes vio por primeravez a Ni-Inanna, la dulce campesina de bronceada piel que olía a miel y a trigo

 vivía sus días caminando con los piesdesnudos bajo los cielos abiertos[3].

En una mañana cualquiera contemplósu rostro de pálida tristeza y escuchó suscantos cuando estaba sentada frente alganado, como acostumbraba, en lo altode la colina Manu. Desde allí sedivisaba un dilatado panorama de pequeñas parcelas de cebada y el bullicio del pueblo ocupado seadormecía con el eco lejano de loscencerros.

Allí, en la región más transparentedel aire, apareció Lugalbanda bajo la

Page 23: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

forma de un resplandeciente guerrero demiembros vigorosos y rostro noble,como esculpido en mármol del País deAshan[4]. Era la estampa del héroe quehabía caminado por los senderos de laTierra, aquél que había escapado en u pasado insondable del pájaro Imdugudque decreta el destino; el que liberó aUruk, la ciudad de amplios mercados,del sitio de los martu; el ser divinohermanado con los hombres cuyasaventuras eran objeto de todas lascanciones del fiel pueblo de la cabezanegra[5].

Se acercó a la joven, y ésta volvió lacabeza y lo miró mientras su pelo negrose mecía en la brisa. Tenía unos grandes

Page 24: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ojos oscuros y los pómulos resaltabaen su rostro de bronce. Y cuando ellafijó sus ojos en él, Lugalbanda, aunque pertenecía a la estirpe de los dingir inmortales, se enamoró con todo elsentimiento de un pastor ignorante[6].

 —¿Quién eres? —preguntó lamuchacha.

 —Soy un soldado venido de muylejos —contestó el dios con voz suave —, y he llegado hasta aquí para buscarte

 llevarte a mi país. Ni-Inanna sonrió sin acabar de

comprender. Sus manos no habíaacariciado a ningún varón. A sus veinteaños, se había mantenido perfecta e pureza.

Page 25: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No te burles de mí, muchacha — insistió Lugalbanda—. Si me acompañasa mi país vivirás igual que una princesa haré felices tus días. En cambio, si me

rechazas para unirte a un joven pastor ocupado todo el día en ordeñar cabras,tu vida será monótona, y tu horizonteoscuro.

 —Pero —objetó Ni-Inanna— ¿cuáles ese reino tan rico del que hablas?

 —Entonces Lugalbanda seentristeció, pues Enlil, cuya palabranadie puede transgredir, le había prohibido revelar su naturalezadivina[7].

 —Mi país —comenzó— es un paíslejano…

Page 26: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Basta —atajó la joven—, creoque no eres más que un vagabundoadornado que fantasea en exceso. Peroaunque fueras el mismo rey de Uruk nome fiaría de ti. En tus ojos hay algodiferente… distante, que no puedoidentificar. Algo que me inquieta.

 —¿Y si te obligara…? —añadió eldios.

La muchacha lo miró de hito en hito,sorprendiéndolo con su aplomo.

 —Mira abajo… —dijo señalando ala planicie parda—. Ahora voy a llegar hasta allí con mi ganado. En el fondo,detrás de aquel recodo, está la chozadonde vivo con mi familia. Vete a otra parte a inventar historias y no te

Page 27: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

acerques por allí, pues mi padre y mihermano y yo misma, aunque seamoshumildes, sabríamos defendernos bien.

La hermosa joven se incorporó ycomenzó a descender la ladera cubiertade hierba. Los corderos la siguieroremolonamente, como sonámbulos en laluz del atardecer. El dios, perfecto efuerza, completo en belleza, se quedó plantado en lo alto del alcor y dejóvagar su mirada, sin comprender.

A1 cabo de un momento, Ni-Inannase volvió y sintió lastima al ver srostro contrariado.

 —¡Vete a tu país! —gritó—. Yo sólosoy una campesina.

Después, poco a poco desapareció

Page 28: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en el paisaje y Lugalbanda, el dios delos ojos brillantes, se ensimismórecordando sus años construyendoepopeyas junto a los hombres y s prolongada indiferencia ante las hijas delos mortales, ninguna tan hermosa comola menos favorecida de las jóvenes quehabitaban la Upshukina de los dioses[8].Y ahora él, uno del linaje de los dingir inmortales, era rechazado por aquellasimple labriega, con ese extraño orgullode los pobres.

Ascendió hasta el cielo de Anu y lenarró lo sucedido. Anu, el señor de lasinmensidades celestes, le aconsejódejarlo todo y buscar la compañía de lasdiosas que frecuentaban el sagrado río

Page 29: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

umbirdu, aquél en el que el mismoEnlil, el padre de los inmortales, sehabía unido a Ninlil en el principio delos tiempos[9]. Pero Lugalbanda, comouno más de los hombres que vagan por la Tierra, tenía cerrados sus oídos a losconsejos prudentes, y al día siguiente, ela misma hora de la tarde, tornó los ojosa la colina Manu, donde la virgen delmanto gris cantaba otra vez.

Se transformó en un sencillo pastor de piel tostada y desordenados cabellos, vistiendo el kaunakes de lana,

ascendió nuevamente hasta donde ellaestaba.

Pero Ni-Inanna, la dulce campesina,lo volvió a rechazar.

Page 30: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Si eres en verdad un pastor —dijo —, debes apacentar un ganado muyextraño en un reino lejos del país deSumer, porque en tus ojos hay algodiferente, y no eres como la gentesencilla de Uruk [10].

El dios contempló con desolaciócómo la joven volvía a marcharse y lodejaba una vez más en la cima, desoladoe inmóvil como un árbol reseco. Pero usentimiento de rabia se apoderó de scorazón y, como un trueno de plata,recorrió los ámbitos del aire en buscade la Gran Montaña, donde morabaEnlil[11]. Y he aquí que cuando Enlil, eldios amontonador de nubes, supo cuanto

Page 31: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ocurría, su ira fue incontenible[12]. —No reparas en la humillación a

que te sometes —tronó su voz como latormenta—, y contigo a todos los denuestra estirpe. Siempre mostraste unaextraña debilidad por esa raza decriaturas que creamos para que nosalimentaran, pero lo que haces ahora esmucho peor. Desde este instante te prohíbo que te acerques a esa mujer [13].

Enlil había pronunciado la palabraque nadie puede transgredir, pues s palabra era el destino mismo de loshombres y los dioses. Pero un destellode rebeldía alumbró en el corazón deLugalbanda y, haciendo lo que ningúdios había hecho, se rebeló contra las

Page 32: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

órdenes inmutables.Sin embargo, los ojos de Enlil

escrutaban el corazón de los diosescomo el halcón vigila desde el aire a la paloma posada en un árbol.

 —Lugalbanda —clamó su voztonante—, tus pensamientos son claros para mí. Si contravienes mi palabra y temezclas con los mortales, habrás desufrir también su destino.

El dios de los ojos brillantes sealejó entristecido, pues no quería morir   ése era el destino de que hablaba

Enlil. Pero aún suspiraba por aquella piel dorada nacida en un establo de laregión más miserable de la Tierra y se prometió que, aunque mediara el castigo

Page 33: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de todos los Cincuenta, ya no volvería aser rechazado[14].

Fue en una tarde cualquiera de una primavera resplandeciente. Las abejasdescribían círculos en el aireadormecido y el agua recién nacida delos hielos del invierno aún brotaba delas Montañas de la Luna. Ni-Inanna,como atravesada por un rayo de bellezasobrenatural, pisó sus propias huellas detantos otros días y ascendió a la colina.A su alrededor danzaban las golondrinasmensajeras del verano. En el cielo sedemoraban nubes panzudas y el aireestaba en calma.

 No se sentó. Permaneció erguida ela cumbre, atisbando los detalles de u

Page 34: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 paisaje que se deshacía en brumasazules y meditando sobre los extrañosencuentros que había estado teniendoallí.

Súbitamente comenzó a soplar unasuave brisa que se mezcló con su mantogris y con las hebras de sus cabellos,meciéndolos en el aire. La brisa setransformó en un viento de atemperada potencia y el viento la envolvió y pareció enredarse por todo su cuerpo, buscando su cuello, resbalando por sus brazos. Nunca antes aquel viento queocasionalmente soplaba del sur le había proporcionado, como ahora, la dulcesensación de un beso.

 Ni-Inanna nunca supo por qué

Page 35: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 permaneció todo aquel tiempo plantadaen lo alto de la colina Manu, como si euna contemplación extática estuvierarecibiendo en aquel aire toda la esenciade la tierra de Kalam, del país de Sumer de gente bulliciosa y amplios trigales.

Después, el viento cesó y se calló sulular sobre los árboles dispersos. En elatardecer, la luz enrojecida prestaba unaapariencia sanguinolenta a los arbustos.Todo se convirtió en silencio al mismotiempo que el sol se hundía detrás de lasmontañas y a la joven le pareció usilencio sagrado y solemne y tampocosupo por qué.

Descendió con el paso leve de sus pies desnudos y cuando al llegar a la

Page 36: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

majada las estrellas ya dibujaban susconstelaciones en los campos del cielo,aún conservaba en su imaginación laidea del beso del viento.

Y cuando habló con sus padres y shermano, ninguno había notado aquellatarde el más mínimo movimiento de aire,aunque habían subido a las colinascercanas en busca de leña.

Porque en aquel vendaval de primavera saltaba la sangre alborozadade un dios, y el viento que albergaba elespíritu de Lugalbanda había barridosolamente la cima de la colina Manu ysolamente había acariciado las mejillasde la joven de arrebatadora belleza.

La palabra de Enlil había sido

Page 37: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

contrariada. Y en una choza del país deSumer una hija de los hombres cobijabaen su vientre, sin saberlo, la semilla deuno de la estirpe de los dingir inmortales.

Cuando comprendió, huyóavergonzada a las montañas y allí serefugió hasta que los mesestranscurrieron y dio a luz al hijo deLugalbanda. Y fue el mismo miedo quela hizo escapar el que guió sus dedoscuando tomó al niño y lo depositó en unacesta sobre las aguas limosas delÉufrates, abandonándolo en manos de lafortuna.

Pero Ni-Inanna, la dulce campesina,no perdió su virginidad, y por ello,

Page 38: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuando los poetas del pueblo hicierofamoso cuanto ella había queridoocultar, fue llamada la Virgen del Aire ya la colina Manu la llamaron la colinade la Virgen del Aire y así figuraron yfiguran hasta hoy en las canciones y lasleyendas que cantan los bardos del paísde Sumer [15].

Page 39: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO I

«¿Es posible que el hombre

vaya a obstinarse

en amar otra cosa más que a

 sí mismo?».

 Propercio

Uruk 

Era joven, bello y arrogante. A decir demuchos, también estúpido. El poder loaburría, los dioses le eran indiferentes yel sexo nunca lo saciaba. Ejercía sinmenso poder entre bostezos y odiabasometerse a sus servidumbres. Había

Page 40: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

llorado y pataleado cuando lossacerdotes le raparon a la fuerza lacabeza para su participación en lasceremonias, y sólo toleró la cuchilla alescuchar que Lugalbanda así lo quería.Sólo esa palabra, Lugalbanda, el nombredel padre al que nunca conoció, parecía prevalecer sobre su desprecio delmundo.

Había subido sin devoción nirespeto los escalones del zigurat yesperaba con impaciencia el fin de losrituales. El alcohol, que embotaba sussentidos, le impidió escuchar cómo lostenues pasos de la tragedia se leacercaban como lobos que han olfateadola presa y ya nunca descansarán hasta

Page 41: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

abalanzarse sobre ella. Puede decirseque aquél fue su último día de niñez.

Su cabeza iba y venía por efecto dela cerveza, el sol le abrasaba la nuca ylas salmodias sacerdotales loadormecían. Una multitud de fielestemblorosos ocupaba las tres escalerasdel acceso al zigurat y la llanuraadyacente, y sus vestidos de fiestarelucían en la brillante mañana[16].Frente a él, Ninsin, la espléndidasacerdotisa de Inanna, aún no terminabade pronunciar su inacabable discursoritual[17]:

«Esposo, amado de mi

Page 42: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

corazón,Grande es tu hermosura,

dulce como la miel.León, amado de mi corazón,Grande es tu hermosura,

dulce como la miel.Tú me has cautivado, déjame

que permanezca temblorosa anteti.

Esposo, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara.

Tú me has cautivado, déjameque permanezca temblorosa anteti.

León, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara»[18]

Page 43: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cada uno de los silenciosintermitentes de Ninsin era contestado por las confusas plegarias de las milesde gargantas fervorosas del puebloreunido, un poco aliviado de las penas por el gran banquete de Año Nuevo ysus generosos dispendios de alcohol, pero nunca tan borracho como el propiorey, cuyos ojos estaban fijos en la tersa piel de la sacerdotisa y cuyaimaginación se disparaba con cada palabra que salía de su boca[19].

 —Termina de una vez, muchacha — exigió, impaciente—, y pasemosadentro.

Ubartutu, el circunspecto sacerdotesituado junto a él, lo miró con toda la

Page 44: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

severidad y el desprecio que era posibledirigir al representante vivo de losmismos dioses.

 —Ishakku —se atrevió a murmurar  —, concéntrate en la ceremonia. De elladependen muchas cosas[20].

El rey dio un respingo y le dirigióunos ojos sorprendidos. Su cara juvenilestaba excesivamente maquillada colos colores rituales de la realeza, y scabeza rapada relucía al sol como ucanto de río.

 —Ubartutu —contestó entre dientes —, estoy cansado de tu seriedad ¿por qué no te callas y me dejas disfrutar tranquilamente de esta joven?

Pero entonces, en tanto que una nube

Page 45: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

errabunda ocultaba momentáneamente elsol y una ráfaga de aire refrescaba elambiente, Ninsin interrumpió ladiscusión volviendo a sus rezoseróticos:

«Esposo, déjame que teacaricie;

mi caricia amorosa es mássuave que la miel.

En la cámara llena de mieldeja que gocemos de tu

radiante hermosura.León, déjame que te acaricie,mi caricia amorosa es más

suave que la miel.Esposo, tú has tomado placer 

Page 46: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

conmigo,díselo a mi madre, y ella te

ofrecerá golosinas;a mi padre, y te colmará de

regalos.Tu alma, yo sé cómo alegrar 

tu alma.Esposo, duerme en nuestra

casa hasta el alba.Tu corazón, yo sé cómo

alegrar tu corazón.León, durmamos en nuestra

casa hasta el alba»[21]

Gilgamesh, el joven ishakku, elindolente rey de Uruk, no pudo reprimir 

Page 47: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

un gesto de impaciencia. Nada leimportaba lo que aquel ayuntamientosagrado iba a garantizar: la fecundidadde las mujeres, la fertilidad de loscampos y de los animales, la protecciócontra la temida samana, la enfermedadde la cosecha que hacía enrojecer y pudrirse el grano una vez regado[22]. Sinterés se centraba en el cuerpoenjoyado de pies a cabeza de lasacerdotisa. Después de tantas jornadasde amor desordenado con las mujeresmás bellas de Uruk, de refinadas uniones palaciegas, de aventuras en el campocon las esposas de los pastores y de bañarse desnudo en los canales con lascortesanas, la fiesta de Año Nuevo, ta

Page 48: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

repleta de solemnidades e himnos, se leantojaba una fantasía erótica que, unidaal efecto demoledor de la cerveza y elvino de dátiles, acentuaba su deseo ydistraía su existencia abrumada por laabundancia de placeres.

 —Ishakku —protestó el sacerdoteuna vez más, con un tono de cóleraamortiguada en su voz—, te ruego u poco de compostura.

 —¡Calla de una vez! —tronó airadoel rey—. ¡Y no olvides que soy tambiéel sacerdote supremo! ¿Qué hay de maloen que me interese sinceramente por lasacerdotisa? Quizá los ishakkusanteriores pronunciaban muy bien las plegarias a la vista del pueblo, pero me

Page 49: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hubiera gustado verlos en la cámaranupcial. De hecho creo que aquella malacosecha de hace unos años…

Pero una nueva andanada deversículos en la boca de Ninsiinterrumpió sus imprecaciones:

«Tú, ya que me amas,dame, te lo ruego, tus

caricias.Mi señor dios, mi señor 

 protector,mi Shu-Sin que alegra el

corazón de Enlil,dame, te lo ruego, tus

caricias.Tu sitio dulce como la miel

Page 50: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

te ruego pongas la manoencima de él.

Pon tu mano encima de élcomo hace una capa-gishban.

Cierra en copa tu mano sobreél como una capa-gishban-sikin»[23]

En aquel momento, un últimosilencio místico pareció descender delos cielos. El sacerdote ejecutó algunosaspavientos estudiados y la pareja deesposos reales penetró por fin en lacámara del templo, para abrazarse yconseguir la renovación de las fuerzasde la naturaleza.

Page 51: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Durante la media hora siguiente, eespera de que el acto terminara,Ubartutu dirigió a la multitud en urosario de fervientes rezos por el éxitodel matrimonio sagrado. Pero mientrassu boca se movía mecánicamente, smemoria se deshacía en evocaciones.Atrás quedaba un año de luchas contralos pastores nómadas del desierto; deagudas tensiones con las ciudadesvecinas; de inusuales crecidas delÉufrates que desbordaron los diques decontención de los canales, provocandoinundaciones. Un año también repleto,cómo no, de las pequeñas alegríascotidianas; los humildes éxitosfamiliares; la satisfacción por haber 

Page 52: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 podido vender medianamente bien altemplo la cosecha de cebada, y otros placeres mediocres que servían paraseguir navegando día a día en el océanode la existencia.

Un año, sin embargo, tan diferente, porque había traído la muerte del rey yel ascenso al trono de aquel hijastro deextraño origen y comportamiento eabsoluto irreverente. Gilgamesh, uinmaduro ishakku de veintiún años,despertaba en el pensativo sacerdote yen el pueblo mismo un sentimientoagridulce. Por un lado les enorgullecíasu porte y su fuerza sobrehumana, hastael punto de estar tentados de creer comocierta la leyenda que le hacía fruto de la

Page 53: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

unión del mismo dios Lugalbanda couna mujer de Sumer. De hecho, losrecientes éxitos militares obtenidos por Uruk, la ciudad de amplios mercados, sedebían casi exclusivamente a lasincursiones que él había dirigido contralas hordas de nómadas y al carisma deque gozaba entre el ejército[24].

Pero la mayor mácula del joveishakku era su desenfrenada pasiósexual, que mantenía en permanentetemor a la ciudad, sin que ninguna mujer,oven o madura, soltera o no, estaba a

salvo mientras fuera hermosa. Se decíaque cuando en mitad de la noche laguardia nocturna veía la silueta de ugigante embozado saliendo del barrio

Page 54: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del templo, donde vivían las prostitutasde Inanna, no trataban de acercarse, nimucho menos de hacer alguna pregunta, pues no se trataba de otro más que delmismísimo rey.

Sin embargo, el repertorio deoraciones de Ubartutu terminó, y losreales esposos no acaban de salir. Elsacerdote se sintió peligrosamentecomprometido. ¿Debía entrar en lacámara nupcial para velar por el estrictocumplimiento de la ceremonia? ¿Seríaigualmente grato a los dioses si el actoreligioso se prolongaba artificiosamenteen una sesión de placer particular? Altiempo que estas dudas sombreaban smente, más y más nubes se

Page 55: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

arremolinaban en los cielos, y el sol seocultó definitivamente, dejando aflorar el frío retenido por la tierra.

Cuando crecieron los murmullos demalestar entre los feligreses, ya habíatranscurrido una hora, y de la cámara novenía ninguna señal de movimiento. Por tanto, el afligido sacerdote se arriesgó a penetrar.

El lugar estaba oscuro. Avanzó unos pasos y su pie tropezó con algo blando:era el kaunakes del rey, que yacíadescuidadamente en el suelo, como eun lupanar [25].

 —Ishakku, ishakku —murmuró en la penumbra.

 —¡Detente, Ubartutu! —La áspera

Page 56: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

voz de Gilgamesh, desde algún punto dela densa oscuridad, le salió al encuentro —. ¿Qué quieres ahora?

 —Señor —contestó tristemente— tienes que salir ya… el pueblo te espera.

 —¿Por qué? —inquirió el rey coimpaciencia.

 —La ceremonia… el horario —  balbució el sacerdote—, todos espera para la conclusión del ritual. El pueblo…

 —Escucha, viejo —atajóGilgamesh, con tono cansado—: cuantomás tiempo esté aquí con esta mujer mássegura estará la cosecha y todo lodemás. En realidad deberías estarmeagradecido.

Page 57: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ubartutu enmudeciómomentáneamente, al tiempo quereflexionaba para seleccionar debidamente sus argumentos.

 —Pero el pueblo de Uruk no puedeesperar siempre —repusoapesadumbrado—, la ceremonia no haterminado.

 —¡Claro que no ha terminado! Dilesque vuelvan mañana —vociferó elishakku, con visibles muestras de estar  perdiendo su ya escasa paciencia.

 —Mañana… —repitió Ubartutmaquinalmente, y se marchó, buscando atientas la salida.

En el claro exterior, la luz le dañólos ojos, aunque el día empezaba a

Page 58: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

declinar. La congregación de los fielesesperaba una respuesta coherente, ysintió que se encontraba ante la situaciómás comprometida de su magisterio.

 —¡Escuchad! —gritó sin muchaconvicción, tratando de convencerse a símismo de la fuerza persuasiva de smensaje—: El ishakku, el poderosoGilgamesh, hijo de Lugalbanda, hadecidido que, para mayor gloria deUruk, la de amplios mercados… pasarátoda la noche con la sacerdotisa deInanna y así asegurará fértiles cosechas.El rey ha prometido que el año que entraserá el más próspero de la historia denuestra ciudad. La ceremonia terminarámañana. Mañana… seréis convocados.

Page 59: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Una marea de murmullos de disgustosucedió a sus palabras. En todo el paísde Sumer no se conocía un precedentecomparable, y, aunque los más cándidoscreían en efecto que la mayor solidez yduración de la unión real multiplicaríala fertilidad en los campos y losestablos, la mayoría descontentamurmuraba que ni la más sagradatradición detenía la lujuria del rey, y queaquel año, a los males de la tiraníahabrían de sumar la venganza de losdioses por el uso sacrílego de su templo.

La multitud descendió por losescalones de la gigantesca edificación yse dispersó por las calles de la parte baja de la ciudad, buscando refugio e

Page 60: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la intimidad de sus hogares y consueloen su propio tálamo conyugal. El ziguratse quedó solitario, terrible yrelumbrante bajo la luz estelar, comouna montaña mágica entre el cielo y latierra.

Pero en los últimos peldaños,cercanos al templo, Ubartutu, eldesconsolado sacerdote de Uruk,elevaba una plegaria de indignación y protesta hacia la asamblea de los dioses.

unca las cosas habían llegado a talextremo, y nunca un cofrade supremo dela congregación sacerdotal se habíavisto en semejante encrucijada, ni habíallegado a la aparente herejía de rogar con todo el fervor de su corazón que u

Page 61: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vendaval de muerte se llevara parasiempre al ishakku a los insondablesabismos del Kur [26].

En lo alto, las estrellas lejanastemblaban. Ubartutu sabía que podía ser instantáneamente fulminado por un rayode Enlil porque Gilgamesh, supuestohijo de Lugalbanda, era su representantedirecto en la ciudad, y quizá fuera el predilecto de los dioses[27].

Sin embargo, el cielo nada delató, niira ni comprensión. Y el amargadosacerdote se acurrucó allí mismo,cubriéndose con una capa de piel. Todoen él eran miedo y dudas. Finalmente no pudo evitar caer en una inquietaduermevela, arrullada por los gemidos

Page 62: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de la sacerdotisa, que periódicamentellegaban de la cámara del templo. Por eso no vio el resplandor azul quedescendía de las estrellas, al norte de laciudad.

Soñó que Enlil, en toda su majestad,llegaba hasta el zigurat para desterrar aGilgamesh al desierto, y que éste huíavolando en una nube y llevándoseconsigo cien hieródulas como últimotributo. Pero Uruk quedaba al fin en paz,  él, Ubartutu, dirigía una solemne

oración colectiva de todo el pueblo, cola brillantez de las mejores ocasiones.Todo volvía a ser como antes. Pero emedio de la ceremonia se le acercaba uacólito para preguntarle por el tambor 

Page 63: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sagrado. El tambor no era necesario:todo el pueblo estaba allí, frente a susojos. Sin embargo, el acólito continuaballamándolo y preguntándole por eltambor una y otra vez. Al final sintió usobresalto que lo hizo despertar [28].

Las enormes manos del ishakku lotenían sujeto por los hombros,zarandeándolo.

 —¡Ubartutu, despierta de una vez! —volvió a repetir Gilgamesh— toma eltambor y llama al pueblo.

El sacerdote lo miró con ojos pitañosos y se pasó la mano por lacalva, dándose un momento de tránsitoentre el dulce sueño y la realidad.Cuando acabó de darse cuenta de que

Page 64: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enlil no estaba, se levantó con pesadez,como si su cuerpo estuviera cargado decadenas, y se marchó tosiendo en buscadel tambor sagrado.

A su sonido, grupos de gente bulliciosa abandonaron los establos, loscampos y los talleres para acudir nuevamente a los pies del zigurat. Pocoa poco, en la mañana soleada y vibrante,los fieles volvieron a congregarse en losalrededores y llenaron las tresescalinatas de acceso. Ninsin, despuésde adecentar un poco su aspecto, seaclaró la garganta con una tosecilla yrecitó las palabras rituales que poníafin a aquel prolongado fin de año:

Page 65: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

«La ciudad levanta su manocomo un dragón, mi señorShu-Sin

y se extiende a tus pies comoun leoncillo, hijo de Shulgi.

Dios mío, de la doncella queescancia el vino dulce es el brebaje.

Como su brebaje, dulce es suvulva, dulce es su brebaje.

Dulce es su brebajemezclado, su brebaje. MiShu-Sin,

me has concedido tusfavores.

¡Oh mi Shu-Sin, que me hasconcedido tus favores,

Page 66: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que me has mimado!Mi Shu-Sin que me has

concedido favores,mi bienamado de Enlil, mi

Shu-Sin¡Mi rey, el dios de su

tierra!».

A continuación el pueblo entonóhimnos religiosos, como todos los añosdesde que Uruk existía. La comitivaregia, encabezada por el dios y hombre,descendía muy despacio por laescalinata central. Y mientras lossúbditos se apartaban a su paso, elinflamado orgullo de Gilgamesh le hacía preguntarse si, como hijo de uno de los

Page 67: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dingir inmortales, no tendría derecho aunirse en alguna ocasión a la mismaInanna, la diosa del amor desobrecogedora belleza.

oooOooo

En las colinas Kulla, al norte deUruk, empezaba a escasear la luz yUr-Gula, el trampero, levantó el últimode sus cepos, que había resultadoexactamente tan inútil como los demás.Después de toda una vida dedicado aloficio en aquel paraje, donde la caza se

Page 68: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

agolpaba, era la primera vez que algo parecido le ocurría y, mientrasobservaba el animado trote de su hijoladera arriba, se preguntaba qué o quié podría haber espantado a los animales.

 —¡Mira, padre!, ¡doce! —exclamóubiloso el niño, sin dejar de correr.

El pequeño Dudu mostraba colegítimo orgullo un alambre de cobredonde estaban ensartadas una docena deranas que aún pataleaban.

 —Vaya —dijo Ur-Gula comelancolía—, parece que hoy serás túquien proporcione la cena para lacazuela de tu madre.

 —¿Por qué lo dices? —preguntóDudu, advirtiendo la desazón del

Page 69: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trampero.Ur-Gula esbozó un gesto de

frustración, señalando las trampasvacías que transportaba.

 —Ya ves —dijo—, parece como sitodos los conejos se hubieran puesto deacuerdo para emigrar.

 —A lo mejor es cosa de lossoldados de Ur. Como ahora no puedecon nosotros se los habrán llevado todos para vengarse —declaró Dudu.

 —O los han envenenado losnómadas… —pensó en voz alta Ur-Gula, pero desechando inmediatamenteaquella fantasía—. No sé, pero estanoche nos tendremos que conformar coun asado de ranas —añadió—. No es ta

Page 70: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

malo, podemos hacer un sabroso caldocon las cabezas y el resto lo pondremossobre las brasas.

 —Y le diremos a mamá que haga u pastel de cebada y mantequilla — completó el pequeño Dudu festivamente.

 —Eso es —concluyó el atribuladotrampero.

Padre e hijo tomaron el camino deregreso a Uruk conversandoanimadamente. Al fondo se divisaba laciudad de recios muros encendiendo poco a poco sus luces y extendiéndosecomo un oasis de seguridad entre losmares de cereal ondulados por el viento.Pero Ur-Gula, aunque trataba detranquilizar a su hijo hambriento, aú

Page 71: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

seguía rumiando qué habría podidoocurrir.

 —Pero papá… —dijo de pronto elniño—. ¿Esto no tendrá que ver con laluz?

 —¿A qué te refieres? —inquirió el padre, con un gesto de inquietud.

 —Creía que lo sabías… hace poco,en la noche de Año Nuevo, algunosniños vieron como una luz bajaba delcielo, hacia el norte —explicó Dudu,muy satisfecho de sentirse importantefrente a su padre, que lo miraba con losojos muy abiertos.

 —Sería una fogata de pastores o u pequeño incendio —repuso éste.

 —No, no, era una luz azulada, y

Page 72: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bajaba del cielo —insistió el niño.Ur-Gula miró severamente a su hijo

 preguntó: —¿La has visto tú? —No pero me lo han dicho los

niños. Estaban jugando en el canal delnorte porque al día siguiente no habíaescuela, y lo vieron.

El buen hombre volvió a mirar a shijo, como atónito. El chaval no queríani oír hablar de ser funcionario deltemplo o de palacio, y los esfuerzos desu padre se concentraban en hacer de élun hombre juicioso y un buen trampero.Pero no conseguía meterlo en cintura¿Por qué tenía que fantasear tanto?¿Cuándo dejaría de una vez de inventar 

Page 73: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

historias absurdas? A buen seguro pronto empezaría a explicar que umonstruo marino se había comido todoslos conejos y que después iría a Uruk  para hacer lo mismo con la gente antesde volver al cielo en un rayo azul. Sóloque ahora aquellas fantasías llegaban eun pésimo momento y suponían una pequeña irreverencia, pues desdeantiguo se había dicho que eseresplandor azul era el que acompañaba alas manifestaciones de la divinidad, y al piadoso trampero no le agradaban las bromas sobre esa materia[29].

 —Hijo mío —dijo, adoptando unaactitud paternal—, no digas mentiras.Decir mentiras siempre está mal, pero lo

Page 74: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que cuentas es además una tontería ¿Nohas aprendido en la escuela que ésa esla luz de Enlil? ¿Crees que los dioses bajan a diario a pasear por la tierra?

 —Yo sólo te cuento lo que medijeron mis amigos —protestó Dudu—,no sé por qué te enfadas tanto.

 —Pues no lo repitas, no vaya a ser que te oiga algún sacerdote. Los tiemposque corren, después de las últimasocurrencias del ishakku, no soapropiados para jugar con las cosas dela religión.

 —Pero ¿por qué? ¿Qué es lo que hehecho? —preguntó el inquieto Dudu,cuya curiosidad podía resultar taimpertinente como la de cualquier niño.

Page 75: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No lo comprenderías —comenzóa decir el trampero, con evidentesseñales de embarazo—, pero el caso esque los sacerdotes están deseosos dedesagraviar a las divinidades, y comono pueden castigar al rey, buscaráalgún pequeño bribón como tú.

 —Pues no lo entiendo —repusoDudu—. Los sacerdotes entonces somalos, y lo que ocurre es que tieneenvidia de Gilgamesh, que es el rey másfuerte que haya tenido Uruk, y por eso eUr y en Lagash están asustados, y yo,cuando sea mayor seré soldado de…

 —¡Chico, calla de una vez! —atajóUr-Gula—, y no vayas a repetir en laciudad esas palabras. Eres muy jove

Page 76: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 para meterte en política.Ur-Gula estaba en una encrucijada.

Como padre, debía inculcar a su hijo lasumisión a la autoridad, pero le causabaviolencia contra sus propios principiosvelar por la veneración a un rey quecarecía de moral y que utilizaba el poder en su provecho. De todos modoslos jovenzuelos de Uruk parecían haber elegido por sí mismos y, después de las brillantes campañas militares deGilgamesh, habían hecho de él su ídoloindiscutible.

 —Padre —dijo Dudu,interrumpiendo las meditaciones deltrampero—, cuéntame una historia deLugalbanda.

Page 77: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El trampero pensó que esto era ir contra su propia teoría y alimentar lafantasía del joven Dudu, pero a élmismo le encantaba narrar historias yaquello le serviría también para olvidar sus propios problemas y endulzar lamonotonía del camino. Entonces,haciendo uso de su mejor retórica,comenzó a disertar sobre las aventurasde Lugalbanda cuando caminaba entrelos hombres; de cómo, encontrándose prisionero en el lejanísimo país deZabu, supo escapar haciendo regalos alos polluelos del gigantesco pájaroImdugud, aquél que decreta el destino y pronuncia la palabra que nadie puedetransgredir; y de cómo éste, agradecido

Page 78: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 por la miel y la grasa, por el maquillaje  las coronas shuduría que había

regalado a sus hijos, decretó queLugalbanda partiera y que su viaje fuerafavorable. Y narró también cómo sus buenos amigos, que estaban con él prisioneros, trataron de disuadirlo, pueshasta Uruk tenía que recorrer tierras peligrosísimas y el terrorífico río delKur, pero aquello no fue obstáculoseñalable para el héroe de los héroes,que finalmente consiguió llegar a la patria, aunque sólo para encontrarlasitiada por los terribles martu deldesierto. Y entonces el rey Enmerkar…[30]

 —Padre —interrumpió Dudu,

Page 79: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entusiasmado—. ¿Verdad que Gilgameshará proezas todavía mayores que las desu padre, Lugalbanda?

 —Hijo mío —comenzó el trampero,nuevamente puesto en aprietos—,desgraciadamente, nadie espera eso deGilgamesh, y por su comportamiento, lagente duda incluso que tenga la sangrede Lugalbanda, como se dice. Élsolamente…

Pero las palabras se ahogaron en sgarganta. Al principio, Dudu no supo por qué su padre había dejado de hablar 

  sus labios se habían contraído en urictus de horror. Luego, él mismo miródonde aquél, y lo que vio le produjo tal pánico que salió corriendo colina abajo,

Page 80: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

seguido de cerca por el asustadotrampero, como si a ambos los persiguiera una legión de demoniosescapados del infierno.

oooOooo

Un ingeniero de canales no solía podía gozar de tanta atención por partede las más altas personalidades delEstado. Por eso Sin-Adul se recreaba esus espaciosas palabras, consciente dela autoridad de que gozaba su saber.

 —Nuestro problema es el barro — 

Page 81: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dijo con un leve sonrojo y tonovehemente, mirando alternativamente acada uno de sus interlocutores con susojos inquietos y saltones—. En esta parte baja del curso el río arrastramucho limo, y los canales están repletos.Parece que la labor de limpieza sedescuidó en los últimos años, con elresultado de que cada vez llega menosagua para regar y para beber. Ayer vaciécompletamente el canal lateral, y meencontré con que sólo le quedacapacidad para transportar dos codos degua, cuando en origen su profundidadera de seis.

 —Así no es de extrañar que lascosechas se resientan por falta de agua

Page 82: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —intervino Ubartutu, sentadodirectamente bajo una antorcha, por loque su calva relucía con reflejos deámbar.

Gilgamesh se removió, agitando scopa de vino.

 —Vamos, vamos, acabemos pronto.Todo esto me aburre —dijo codesagrado y con el gesto ausente.

 —El caso es —continuónerviosamente Sin-Adul después delanzar una leve tosecilla—, que toda lared de canales debe estar igual, y hayque pensar en una gran limpieza o, de locontrario, en el curso de unos añosestarán completamente colmatados y laciudad sencillamente se quedará si

Page 83: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

agua. —Pero limpiar todos los canales es

un trabajo enorme —intervino Alli-Ellati, el visir de palacio—, nos llevarámeses, siempre que podamos utilizar ugran número de obreros. Y luego está el problema de cómo transportar toda esatierra y a dónde.

 —El lugar adecuado —contestó elingeniero— son los campos de cereales.Esto los hará más fértiles y posiblemente producirá excelentescosechas. El problema, aparte delinimaginable esfuerzo de transportar todo ese volumen de tierra, es que setrata de un limo sumamente fino, que elviento arrastrará con facilidad.

Page 84: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Y entonces? —preguntó Alli-Ellati, con la mirada fija en el ingeniero.

 —Entonces —siguió éste— ese polvo volante azotará a la gentedesagradablemente y se depositará etodas partes, invadiendo calles yedificios, y hasta es fácil que una buena parte regrese a los canales, por supuesto.

 —Pero en ese caso —se apresuró adecir Ubartutu—, el agua potable seensuciaría.

 —Eso es —añadió Sin-Adul—.Cubrir toda la red de canales de agua potable, por otro lado, sería costoso eincómodo.

Alli-Ellati se levantó co

Page 85: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

impaciencia y comenzó a deambular por la habitación pasándose una huesudamano por el mentón. Gilgamesh,mientras tanto, seguía en un rincóvaciando su copa de vino de dátiles,abstraído en remotos pensamientos y counas ganas no ocultas de que la reunióterminase pronto. De hecho, sólo por laespecial gravedad del caso Ubartutu yAlli-Ellati se habían atrevido amolestarlo.

Finalmente, este último afirmó: —No creo que merezca la pena todo

ese esfuerzo, ingeniero. La verdad esque sigue llegando agua, ya que el ríomantiene siempre un buen caudal.Podríamos esperar a un momento más

Page 86: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oportuno, porque las arcas del Estadoestán mermadas debido a las campañasmilitares.

 —Hay una última cosa, visir — contestó el ingeniero con un tanto deagitación—. Es evidente que lacolmatación de los canales favorece lasinundaciones. No importa que lasesclusas se cierren aprisa. Todossabemos que las crecidas del río soimprevisibles, y en la situación actual se puede producir fácilmente unacatástrofe. Lo ideal sería reexcavar loscanales hasta el fondo primitivo ymantener el nivel de agua regulado hastala mitad o las dos terceras partes. Dehecho ya veis lo que ocurre en el barrio

Page 87: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de Hamri cada vez que llueve. No sólose trata de que esta zona esté enclavadaen una pequeña hondonada, como se pensó siempre, sino es que además elcanal de Hamri y el de Avituallamiento,que atraviesan el barrio, estáespecialmente rellenos de limo y sedesbordan muy pronto. Eso significaque, si no se toman medidas, toda laciudad se convertirá en un pantano e poco tiempo.

Las palabras del ingeniero produjeron consternación en elauditorio.

 —Entonces habrá que hacerlo — admitió Ubartutu, abrumado.

 —Pero ¿qué haremos después con el

Page 88: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

viento? ¿Y cómo obtendremos recursos para pagar a los obreros? —murmuróAlli-Ellati, y añadió—: Ishakku, danostú la solución.

Gilgamesh pareció despertar de u profundo sueño. Miró con resentimientoa su senescal, por situarlo en tal aprieto, contestó agriamente:

 —¿Yo? ¿Qué quieres que haga yo?Ya tengo suficiente con matar nómadas ytener asustada a Ur. Ese problema esvuestro.

 —Pero es una cuestión de gobierno —terció Ubartutu— y es preciso hallar una solución. El dinero…

 —¡El dinero puede conseguirse! — gritó excitado el monarca—. Si no hay

Page 89: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

suficiente, subid los impuestos. —Ishakku, los impuestos son ya muy

elevados —objetó el visir. —¿Elevados? ¿Cómo de elevados?

 —insistió el exasperado Gilgamesh. —Puedo decirte, respetuosamente,

que por cada ungüento que compone u perfumista, el ishakku percibe cincosiclos, y por cada divorcio, la mismacantidad; por cada oveja que elcampesino lleva al templo a esquilar…[31]

 —Y eso no es todo —interrumpióUbartutu, antes de que la enumeración deAlli-Ellati se hiciera demasiado prolijaen lo referente al templo—. Hay quetener en cuenta la madera.

Page 90: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Qué madera? —inquirió el rey,después de un breve silencio.

 —La del nuevo templo de Anu — respondió el sacerdoteapresuradamente[32], aunque con vozalgo titubeante—. Habría que organizar una expedición a las Montañas de laLuna para conseguir la maderanecesaria. Y esto también costarácaro… Por cierto, que esperamosorganizar una gran fiesta religiosa el díade la celebración de la primera piedra.

Gilgamesh lo miró con recelo. No leagradaban las ceremonias religiosas.

 —Supongo que yo no tendré queintervenir… —dijo clavando su miradaen la del sacerdote.

Page 91: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ubartutu desvió la mirada, y sfrente enrojeció.

 —Sólo con la breve intervención detodos los ishakkus en todas las ciudadesde Sumer: colocando la primera piedra —declaró[33].

Gilgamesh se levantó y apretó los puños, enfurecido.

 —¿Y encabezar esa tonta procesiócon la esportilla de albañil en lacabeza? —gritó mientras recorría agrandes zancadas la habitación,dirigiéndose a la salida. Y añadió desdeel umbral—: ¡Haced a los dioses lostemplos que gustéis, rezadles todos losdías, si os viene en gana! ¡Pero no meenvolváis en vuestros planes!

Page 92: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando finalmente abandonó laestancia, los tres dignatarios quedaroestupefactos, y el silencio ocultaba laturbulencia de sus pensamientos.

 —¿Por qué tiene ese desprecio por la religión? —preguntó Ubartutu alvacío, con los ojos en blanco.

 —Creo —contestó Alli-Ellati,recogiendo el hilo de su propio pensamiento— que siente rencor hacialos dioses por no haber nacido comouno de ellos[34].

oooOooo

Page 93: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ubartutu estaba confundido. Aquel pobre hombre, mojado de pies a cabeza

 temblando de frío y de miedo a la vez, podía estar diciendo la verdad. Laordalía no podía fallar y, al salvarse delas turbulentas aguas del canal sur, adonde había ordenado arrojarlo, así loatestiguaban los mismos dingir inmortales[35]. Había tenido que recurrir a esta prueba porque era un hombre muymetódico, y no quería concebir esperanzas desmesuradas. De todosmodos, todavía lo asustó un poco más:

 —Eso que cuentas no puede ser…no puede ser —insistió.

 —Pero… la luz —murmuró elhombre mojado entre castañeteos de

Page 94: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dientes. —Ya sé, ya sé —objetó el sacerdote

 —… Los vigías la vieron también, peroes demasiado fantástico. A menos que… —añadió con la imaginación en regiones perdidas.

 —¿Qué… señor? —añadió Ur-Gulael trampero, retirándose el pelo húmedode los ojos para no perderse un gestodel sacerdote.

 —Que mis plegarias hayan sidoescuchadas ¿dónde dices que lo viste? —preguntó por enésima vez.

 —En las colinas Kulla, señor — contestó apresuradamente el trampero.

El hombre era miedoso, pensó elsacerdote, pero obstinado. Y al fin el

Page 95: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rostro de Ubartutu se iluminó con udestello de esperanza. Aunque siemprerestaba una posibilidad de estar siendoengañado por un visionario, no perderíala oportunidad si por un prodigiosovaivén de la suerte sus anhelos seconfirmaban.

 —Tienes que morir, trampero —dijosin embargo, adoptando un tono solemne —, por haber tratado de engañarme, y por jugar con las cosas del cielo.

El rostro de Ur-Gula, yasuficientemente amargado, seensombreció. Sus ojos desencajaron yun sudor frío perló su frente.

 —Pero si no he mentido —protestólevemente, sin atreverse a alzar la voz

Page 96: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —, lo que he dicho es cierto… meestremezco cada vez que lo recuerdo.

Ubartutu dejó pasar un momento,fingiendo deliberar sobre una resolucióque ya había tomado. Suspiró y, mirandoescrutadoramente al trampero, murmurómuy bajo, como transmitiendo unaconfidencia:

 —Escucha, si quieres salir con vida,hay un modo.

 —¿Cuál… cuál? —inquirió Ur-Gula, que hubiera bajado a los infiernos auna orden del sacerdote.

 —Tienes que ir y traérmelo — manifestó éste.

 —Pero… me matará —lloriqueó— … me descuartizará.

Page 97: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Y si no lo intentas lo haré yomismo —dijo Ubartutu—. De todosmodos te enseñaré cómo has de hacerlo.Para empezar tendrás que ir al Zabala traer una ramera.

Ur-Gula lo miró incrédulo y boquiabierto. Pero los rasgos pétreos deUbartutu no dejaban de traslucir ningunaexplicación.

 —¿Una ramera? —farfulló entredientes.

 —Ha de ser a la vez hermosa,valiente y pasional —declaró Ubartut por toda respuesta—. ¿Hascomprendido? Dile que puede pedir cuanto dinero quiera. Tráela aquí, perono digas ni una palabra a nadie de lo que

Page 98: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

has visto en las colinas ni de lo quehemos hablado. De lo contrario, alinstante siguiente estarás muerto.

Ur-Gula abandonó el templo por una puerta lateral, aún tiritando ycompletamente ofuscado. Pensó en huir, pero no podría ir muy lejos. Loscaminos no eran seguros, y afuera,además, acechaba aquello. Nunca tuvomenos deseos de abandonar las murallasde Uruk. Y por otro lado, elcomportamiento de Ubartutu eracompletamente incomprensible. ¿Quétenía que ver en aquél asunto unaramera? ¿No estaría haciendo erealidad el papel de alcahuete? Como siel Sumo Sacerdote no tuviera suficiente

Page 99: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con las sacerdotisas de Inanna. Si él,Ur-Gula, pudiera disfrutar de alguna, pensó… Pero no, lo mejor era siempre para los sacerdotes y los funcionarios de palacio. Los pobres como él no podía pensar en esas cosas. Incluso la mayoríade las prostitutas del Zabalam estabafuera de su alcance.

Pero, sin saberlo, sus pasos lehabían conducido hasta el barrio de la perdición, con sus callejas estrechas ysumido en tenues luces ambarinas; ydesde sus ventanas, jóvenes y viejas yale hacían proposiciones que habríahecho sonrojar al mismo Lugalbanda.

Page 100: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

 —¿Qué es lo que te ocurreúltimamente, hijo? Ayer abandonastegritando una reunión con los visires.Estás muy irascible.

 Ninsun, la madre de Gilgamesh,sentada sobre un regio sillón revestidode pieles de león de las montañas deAshan y con la cabeza ceñida codiademas de oro laminado, no apartabala mirada de su atormentado hijo[36].

Éste miraba por el amplio ventanalal exterior, como aguardando algo, coun gesto de preocupación infrecuente e

Page 101: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

él.Al fin, después de un mutismo

 prolongado, el rey apartó los ojos de laazul claridad, tornándolos hacia los desu madre y, como un infante acongojado,le abrió su corazón.

 —Madre —dijo, dejando traslucir un tono de inquietud—, he tenido usueño. He visto la Asamblea de losCincuenta reunida en la Upshukina parahablar de Gilgamesh[37]. He visto a losdioses furiosos conmigo y he escuchadocosas estremecedoras. Enlil, aquélcuyos ojos recorren el país, tomó la palabra y dijo: «Gilgamesh, el soberanode Uruk, no se porta como el rey de s pueblo y el sacerdote del culto de s

Page 102: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pueblo, sino como un ave de presa queejerce su rapacidad sobre la ciudad yque se burla de sus dioses. Por lo tanto,debe ser castigado». Así habló Enlil.Después escuché a mi padre,Lugalbanda, defenderme con múltiplesargumentos. Pero los que decretan eldestino no lo escucharon y Enlil ordenóque un terrible monstruo fuera creado para matarme[38].

 —¿Cómo es ese ser? ¿Lo viste? —  preguntó Ninsun.

 —Era tan horrible —contestóGilgamesh con voz insegura— quedesperté cuando empezó a cobrar formaen mi sueño. He mandado patrullas avigilar los caminos, y no han encontrado

Page 103: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nada. Pero estoy seguro de que ha sidoun mensaje de los dioses, quizá de mi padre. La visión era demasiado real. Yahora, por primera vez en mi vida, estoyasustado.

 Ninsun era una mujer inteligente yusta que había pasado muchos años a la

sombra del poder y conocía susentresijos, pero que nunca había podidodomeñar el anárquico temperamento deaquel niño que recogió una vez de lasaguas, allá en su lejana juventud, y alque crió como un príncipe, haciéndolosu hijo primero y más tarde heredero deltrono.

 —Te atemoriza un sueño —dijoamargamente—. Nunca temiste

Page 104: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

convertirte en un rey pendenciero einjusto, ni ofender la dignidad de tussúbditos, ni los ritos religiosos. Peroahora te asusta ese sueño que te trae u peligro desconocido. En verdad erescomo los esclavos, que sólo reaccionaante la presencia del látigo.

 —Madre… —repuso elapesadumbrado monarca—, hay algoque me atormenta: ¿Soy verdaderamenteel hijo de Lugalbanda? Y si es así ¿Quéhay en mí de dios? Mi fuerza es mucha, pero todo en mí es parecido a loshombres.

 Ninsun dudó antes de hablar. Cuandole fue revelado el origen y el destino desu hijastro, supo que alcanzaría la

Page 105: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

madurez sólo a través de la pena y el peligro: que llegaría el momento en queuna gran turbulencia se llevara sus días pacíficos. Y sólo cuando aquella etapade su vida estuviera próxima le estaba permitido revelarle su auténticanaturaleza. Aquel tiempo, a juzgar por elsueño de Gilgamesh y por las señales eel cielo, parecía haber llegado, y Ninsuhabló por fin.

 —Escucha con atención —comenzóa decir—, pues hoy sabrás algoimportante para ti. Ya sabes que yosolamente soy tu madrastra, y queLugalbanda te engendró en el vientre deuna campesina muy hermosa. Ahora bien, eres un hombre, y estás sujeto al

Page 106: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

destino de los hombres. Pero en razón atu padre, los Cincuenta te concedierotres dones propios de la divinidad: el primero de ellos es tu fuerza física, que

a conoces; el segundo es éste: estásfacultado para conocer instantáneamentecualquier lengua extranjera. Tú no losabes, pero no tuvimos que enseñarte aleer ni a hablar; el tercer don es el privilegio de estar una vez en tu vidaentre los grandes dioses. Pero no podráselegir el momento. Ocurrirá cuandotenga que ser. Esto es todo. No pretendas saber más, ni comprender másque mis palabras, ni buscar másherencia de tu padre en ti, pues en todolo demás eres como los hombres.

Page 107: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh se dejó caer en un silló ocultó la cabeza entre las manos.

 —Entonces —dijo con el semblantenublado—, puedo morir a manos de estemonstruo.

 —Sé fuerte —dijo Ninsun, con unamezcla de amor maternal y hastío—.Durante todos estos años, especialmentedesde que tu padrastro murió, has sidoun déspota. Ahora tienes unaoportunidad única para ser admirado.Pero no trates de escudarte en másvirtudes divinas. Se valiente con lavalentía de los hombres, que es un virtudmuy noble, y alégrate de poder contar con un adversario digno de tu fuerza.Ten en cuenta que cada día que pasa el

Page 108: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pueblo está más en tu contra y aumentalos focos de un descontento que ya no seoculta.

 —¿Qué quieres decir? —preguntóinquieto Gilgamesh.

 —La gente murmura… lossacerdotes susurran a tus espaldas — contestó la anciana mujer—. Gilgames¡cuándo te darás cuenta de que, aunquetu poder sea absoluto, la tiranía no puede durar siempre! InclusoKulla-Daba, ese exsacerdote medioloco, anda proclamando unas extrañas profecías acerca de un libertador.Seguro que no te has enterado.

 —No, no sabía nada —contestó elishakku, frunciendo el entrecejo.

Page 109: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Naturalmente. Eso te ocurre por estar pendiente sólo de los lechos de lamujeres —añadió Ninsun con unallamarada de reproche—. Gilgamesenmudeció durante un momento, tratandode ordenar las ideas en su mente.Después preguntó:

 —Pero ¿qué es lo que dice esa profecía?

 —No lo sé muy bien —respondió lamujer—, pero parece que habla de u portentoso guerrero que habrá de venir  para traer una época de prosperidad…cuando aparezca en el cielo una estrellaahora oculta. Pero ese futuro brillantedepende de que tú seas destronado yexpulsado de Uruk. Es una estupidez,

Page 110: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pues pretende nada menos que Enki, elseñor del ojo sagrado, le ha habladocomo al mismísimo Ziusudra[39], pero detodos modos la experiencia me haenseñado a ser cauta.

 —¿Dónde puedo encontrar a esehombre? —preguntó el reyapresuradamente, sintiendo que la rabiale subía por la garganta.

 —¿Qué vas a hacer? —preguntó a svez Ninsun con aspereza— ¿traerlo a palacio para que se le pare el corazóde miedo? No seas ingenuo, no dirá una palabra.

 —No, yo iré a él. Quiero saber todala verdad sobre esa profecía — manifestó Gilgamesh.

Page 111: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Quizá no te guste lo que escuches.Suele estar a media mañana tomando elsol en los campos Girsu, donde cueceladrillos. No des demasiada importanciaa sus palabras, porque el problema noradica realmente en que la profecía seaverdadera, sino en que sus seguidores lacrean y se empeñen en convertirla erealidad —declaró sabiamente Ninsun.

 —Puede que no haya nadasobrenatural en ese hombre, pero seestán acumulando demasiados signosextraños y temo que se avecinen grandesacontecimientos —dijo Gilgamesh,abandonando la estancia como unasombra.

 —Yo también —murmuró Ninsu

Page 112: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 para sí—… yo también.

oooOooo

Page 113: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO II

«… de modo que hubiera sido

 preferible no aprender nada».

Cicerón

Enkidu

i la provocativa presencia de Ni-Dadaaliviaba al apesadumbrado trampero,que maldijo la hora en que había salidode caza a aquel malhadado paraje. Derepente, todo el mundo se desplomabasobre su cabeza. No sólo pesaba sobreél la amenaza de muerte de Ubartutu,

Page 114: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sino que ahora sus piernas volvían atemblar con la sola visión de las colinasKulla, en cuyas estribacionescomenzaban a adentrarse. Había tenidoque inventar una historia absurda paracontentar a su mujer, y lo cierto es que, por más que hubiera intentado ocultarse,alguien en las cercanías de la puertanorte, o en las almenas, habríareconocido al honrado padre de familiaUr-Gula acompañando al campo abiertoa la reina de las rameras.

 —¡No tiembles más! —dijoi-Dada mientras caminaba junto al

cazador. Me pones nerviosa.Ur-Gula la miró con un lejanísimo

resentimiento.

Page 115: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Tú no lo has visto como yo… — dijo—, no nos dará la menor oportunidad. Te aseguro —añadió—,que la mente de ese sacerdote no rige bien. Cuando me mandó a buscarte pensé que simplemente desvariaba, oque trataba de utilizarme de alcahuete.Pero ahora creo que está completamenteloco.

 —Debe estarlo, para pagarme comolo ha hecho —respondió Ni-Dada,sonriendo levemente para sí.

Ur-Gula enmudeció un instante.Aquello era injusto, él sólo podíaaspirar a conservar la propia vida, y laramera, en cambio, parecía haber sacado un buen premio. De todos

Page 116: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

modos, no pensaba que la pobre mujer  pudiera disfrutar la recompensa.

 —¿Por qué no coges el dinero y tevas? —preguntó súbitamente.

 —Me ha prometido el doble sicumplo bien mi misión —contestó lamuchacha, con una llaneza que hizoestremecerse al trampero.

 —Pero ¿es que no tienes miedo? — insistió éste.

La prostituta lo miró con sus dulcesojos, que destacaban como relucientesoyas en medio del maquillaje azul

oscuro. —Claro que sí —dijo con suavidad

 —, pero no creas que es algo nuevo. Lavida no es fácil en el templo de Inanna.

Page 117: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Hay que soportar gente desagradable y peligrosa. Algunos se van sin pagar ymuchas veces no se puede hacer nadacontra ellos. Claro, que si alguno es taingenuo como para volver por allí…

 —Aparece muerto en un canal — completó Ur-Gula y añadió—: De todosmodos no puedo comprender cómoaceptas este trabajo por mejor pagadoque esté, pues si el peligro no fuera ya bastante, debe ser repugnante para tihacer lo que quiere el sacerdote.

 Ni-Dada lo miró de hito en hito,como un fantasma.

 —¡Qué poco conoces a las mujeres! —declaró—. Y menos aún a las rameras¿Has estado en el templo buscando

Page 118: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 placer? —Por supuesto que no. Soy u

hombre de familia —se apresuró acontestar Ur-Gula, con una sombra desanta indignación aleteando sobre sus palabras.

 —Un hombre ordenado, ya veo. — Contentó la chica—. Entonces te diréque a menudo nos visitan tiposcompletamente inmundos. Viejosdesdentados, gordos que babean si parar, lecheros que huelen a establo,matarifes grasientos… ésa es nuestraclientela. Los jóvenes y guapos se ve poco por allí.

 —Excepto el ishakku. —Se leescapó a Ur-Gula.

Page 119: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Sí —repuso la ramera—, es ucaso muy especial. No tiene suficientecon las sacerdotisas, ni con las mujeresde los funcionarios… es insaciable.Estoy segura de que tiene algo de dios, yque el señor Enlil no se portó mejor co

inlil cuando la poseyó en la corrienteumbirdu, de lo que se porta Gilgames

con cualquiera… pero sus días estácontados.

 —Y toda esa gente repugnante queacabas de decir… —insistió eltrampero.

 —Sí, ésos… resulta que algunos lohacen muy bien, después de todo — manifestó frívolamente Ni-Dada.

Ur-Gula no creía lo que estaba

Page 120: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

escuchando. Sus ojos dejaron por uinstante las colinas y se volvieron haciala joven llena de desvergüenza.

 —Entonces —balbució— no medigas… no me digas que ahora…

 —Sí, trampero —contestó la jovecon insoportable naturalidad—, soy unamujer degenerada y esta aventura…quién sabe. Tengo curiosidad.

Mientras escalaban ya las laderaslevemente tachonadas de bosque y el solascendía más y más en los cielos, el provecto trampero se preguntó cómodentro de un cuerpo atractivo comoaquél podía esconderse un alma tasumamente corrompida y maldijo sdestino una vez más. No había derecho a

Page 121: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que gente que tenía la desfachatez dedivertirse escandalizando con susinsinuaciones, viviera con el lujo de los príncipes, mientras que él, un perfectociudadano, respetuoso con el templo yguardador de las tradiciones, él, quenunca se había apartado del caminorecto y del respeto a sus semejantes,tenía que mantenerse en permanentezozobra para alimentar a los suyos ysacarlos adelante.

Pero mientras en su interior semezclaban los sentimientos de atracciófísica por aquel cuerpo y de desprecio por la escasa moralidad de la joven,muy en el fondo empezaba a creer quelos planes del sacerdote no eran ta

Page 122: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

descabellados y que la prostituta podríaquizás, después de todo, realizar strabajo a la perfección.

Una vez en las colinas, iniciaron unaminuciosa y atemorizada búsqueda.Durante todo el día registraron losvallecillos, las praderas y los senderos, pero nada encontraron. Ur-Gula empezóa sentir cierto alivio, unido al temor por la segura venganza de Ubartutu. Ni-Dada, por su parte, no podía ocultar que scuriosidad había quedado defraudada.

 —¿Estás seguro de que lo has visto? —preguntó impaciente—. Si esoestuviera por aquí y fuera tan terrible, yanos habría salido al paso, pero empiezoa pensar que ese día estabas algo

Page 123: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 borracho. —Tranquilízate, mujer —repuso el

trampero—, ahora recuerdo que cuandolo vi iba acompañando a unas gacelas.Creo que se puede haber unido a unamanada y entonces bajará al atardecer aalgún abrevadero.

Ur-Gula era un buen cazador. Buscóel paraje donde había visto aquello ecompañía del pequeño Dudu y ambos seocultaron en unos matorrales cercanos,teniendo buen cuidado en situarse contrael viento. Allí aguardaron a que la luzdisminuyera y se acercara el crepúsculo.Entretanto, no cambiaron más frases quelas imprescindibles, en forma deamortiguados susurros. El honrado

Page 124: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trampero soportaba escasamente laviolenta situación que suponía para élestar tanto tiempo, sin nada que hacer, pegado a una mujer tan hermosa ylasciva, pero su prudente criterio y elmiedo que sentía fueron más fuertes quesu deseo.

Al atardecer apareció en la praderaque se extendía frente a ellos una gramanada de gacelas de las llanuras. De pronto, Ur-Gula señaló a la joven algoen mitad del rebaño. Ni-Dada aguzó lavista y advirtió en medio del tumulto delomos y cuernos, entre las nubes de polvo, un ser de apariencia lejanamentehumana, cubierto de pies a cabeza degruesos vellones de pelo castaño, co

Page 125: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

una enorme espalda, un cuello robusto yun rostro que haría estremecer a todoslos demonios del Kur.

 Ni-Dada, la mujer extremadamenteexperta, sintió un escalofrío de pánico por todo el cuerpo. No sabía qué podíaser aquello, si un engendro escapado delinfierno o un dios venido a menos, uhombre o una bestia. Parecía perfectamente hermanado con losanimales y, junto a ellos, como si etoda su vida no hubiera hecho otra cosa,se dedicó a beber las enturbiadas aguasdel arroyo, sin usar sus manos más que para apoyarse en las piedras de laorilla. Después se tumbó en la hierba para masticar algunas hojas tiernas. De

Page 126: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vez en cuando, se giraba sobre sespalda y miraba al cielo sin dejar demover las poderosas fauces. Parecíafeliz y aquella pacífica estampa animó a

i-Dada a vencer su miedo. Como etrance, se alzó del escondite ante lamirada transida de horror de Ur-Gula.Instantáneamente la manada advirtió s presencia y decenas de ojos animales seclavaron en ella expresando un temor milenario. La bestia también la vio.

 Ni-Dada avanzó unos pasos,saliendo del bosquecillo de arbustos yse produjo una desbandada que alzóoleadas de polvo. La amenazadorafigura del monstruo, puesto en pie y e permanente tensión, volvió a aparecer 

Page 127: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ante los ojos de la muchacha, queluchaba por no huir.

¿Qué agitados pensamientoscruzarían la mente de aquel ser? ¿Quésensación viviría en aquel instante, alcontemplar quizás por vez primeraalguien semejante a él, al menos más quelas gacelas? Éstas y otras preguntas parecidas se hacía Ni-Dada mientrastrataba de reunir valor.

La mujer era frágil y estabadesvalida frente a la bestia, pero de pronto cesó el miedo. Su mirada seclavó en la del monstruo y coescalofriante autodominio, avanzó u par de pasos. La bestia tensó susmúsculos y pareció aprestar sus nervios

Page 128: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 para un prodigioso salto de ataque.Enseñaba sus dientes en señal deamenaza y un gruñido áspero escapabade su garganta. Ni-Dada supuso que suscolmillos podrían arrancarle un brazo deuna simple dentellada. Entre losarbustos, Ur-Gula apenas se atrevía amirar, aguardando a que la muchachafuera destrozada.

Fue entonces cuando Ni-Dada, lareina de las rameras, comenzó adesprenderse del vestido muylentamente, como en un rito religioso, para dejar a la luz de los monstruososojos un cuerpo de bronce como tallado por cinceles divinos.

Algo cambió en la expresión de la

Page 129: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bestia. Hizo varios ademanes en falso,evidentemente desconcertado. Quisohuir, emitió unos sonidos dedesorientación… Aunque mantenía lamisma expresión de amenaza, la ramerase dio cuenta de que lo que se leía esus ojos era un miedo instintivo a loextraño, un inmenso temor a todo lo queestuviera fuera de un sencillo y reducidouniverso de gacelas correteantes bajo elsol y de atardeceres buscando la hierbaen los prados.

 Ni-Dada se volvió a acercar y sequedó mirándolo en silencio, escrutandonuevamente sus ojos hasta que, muy eel fondo, entrevió un lejano temblor dehumanidad.

Page 130: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Estaba ya junto a él. Extendió parsimoniosamente un brazo delicado yelegante. El hombre salvaje lo vigiló, pero no movió un músculo. La manofemenina al fin alcanzó a rozar el hirsutorostro con las yemas de los dedos yentonces aquellos ojos felinos, aquellamirada que era como un libro abierto para la ramera, se vio cruzada por una poderosa oleada de agradecimiento.

 —¿Cuál es tu nombre? —preguntó lamuchacha.

El extraño ser dudó nuevamente,entreabrió la boca… y Ni-Dada tuvo laimpresión de que el mismo hombreacababa de descubrir que podíaarticular palabras cuando dejó escapar 

Page 131: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

un hosco rumor que decía: —Me llamo Enkidu.Así fue como la reina de las rameras

de Uruk fue el primer humano queconoció aquel ser chato, fuerte yhorrible. Lo que ocurrió después es unahistoria sencilla. Hay métodos que lasmujeres experimentadas utilizan con losadolescentes tímidos y asustadizos y colos hombres apocados. Ni-Dada losconocía todos y todos los empleó coexquisita sensibilidad en aquel momentocrucial, hasta conseguir enseñar aEnkidu cuáles eran sus propiossentimientos y despertar en él instintosdormidos.

Page 132: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Durante siete días con sus noches,habitaron un refugio de pastorestranshumantes. Enkidu había sido felizente las grandes manadas. Le habíallenado de satisfacción ser plenamenteaceptado después de los días de soledadque siguieron a su creación, y su vidaera alegre cuando corría sin freno en lastierras llanas y en las laderas. El orgullolo inflamaba cuando él, un advenedizosin patria, de oscuro origen y apariencia bien extraña, podía mostrar sagradecimiento poniendo en fuga a los

Page 133: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

leones que asediaban a las manadas.Comía y bebía con las gacelas y tomabaleche de las ubres de las hembras. Nosentía ninguna necesidad, ningunacarencia o temor.

Pero aquello que Ni-Dada le dio eramucho más dulce que una alegre ysencilla existencia en los campos. Lascaricias expertas de sus manos, los besos de una boca semejante a la suya,no estaban al alcance de sus antiguascompañeras. La muchacha lo llevó elas olas de una música extraña y nuevahasta universos superiores quedesconocía. Y él adquirió así unaconsciencia inteligente de sí mismo y dela existencia de seres semejantes a él.

Page 134: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Se sentía como el explorador perdidoque llega a una tierra ignota donde elasombro no encuentra final.

Así fueron los placeres que Ni-Dada puso en manos de Enkidu durante sietedías y siete noches. Y le habló tambiéde Uruk, la ciudad de amplios mercados  le enseñó a comer con las manos, a

cubrir sus partes íntimas y a todo lo quehacen los hombres civilizados.

 —Te gustaría Uruk —repetía laramera con palabras llenas deentusiasmo—. Allí existen todos los placeres y corren la cerveza y el vinoque alegran el corazón y hacedesaparecer la tristeza; allí no existe elfrío, porque hemos dominado el fuego y

Page 135: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

las calles están siempre llenas de gente bulliciosa.

Enkidu la miró con tristeza. Desde la primera noche hubo una luz demelancolía en sus ojos.

 —No creo que todo eso me guste — contestó—. Me asusta la gente… tantagente. Y ellos se asustarán de mí. Notengo frío, las gacelas me dan calor y nonecesito el fuego. Y tampoco siento lanecesidad de esa bebida que dices quehace a la gente alegre. Mi alegría brotade los campos, del brillo de la hierba yel murmullo del agua, y es siempreigual.

 Ni-Dada lo contemplósilenciosamente.

Page 136: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Sin embargo, tus ojos no estáalegres —musitó.

 —Porque sé que estoy condenado a perder todo lo que me has dado… a perderlo para siempre, como si estosdías nunca hubieran existido —dijo coun lamento de amargura—. Tú perteneces a la ciudad y yo a las colinas.

 —Pero tienes que ir a Uruk — insistió la cortesana—, en Uruk metendrás siempre y hay más mujeres comoo. Además… tienes una misión que

cumplir —añadió, no sin experimentar un fuerte sentimiento de culpa.

 —¿Una misión? —repitióapresuradamente Enkidu, indagando elrostro de Ni-Dada—. No me habías

Page 137: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hablado de eso.La joven se arrepintió de su propia

franqueza ¿Qué corriente deinconsciente simpatía había disparadosus palabras, cuando Enkidu debía ser conducido a la ciudad bajo engaño? ¿Noera un cariño fuera de lugar lo que leimpedía andar con mentiras?

 —Hay un hombre malo… —empezóa explicar—, el rey de Uruk. El pueblo,los sacerdotes y también los dioses, loodian. Y cuando el sumo sacerdoteUbartutu rogó para que alguien losuficientemente poderoso lo humillase,los dingir inmortales te crearon. Dime…¿Cómo naciste?

 —No fui engendrado —declaró

Page 138: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enkidu—, ni me formé en el vientre deninguna mujer. La diosa Aruru, con losdedos llenos de barro, es lo primero quevi en mi vida, aquí, en estas mismascolinas. Antes de ella, yo no era más queesta misma tierra que pisamos[40].

 —¿Cuánto tiempo hace de eso? — insistió Ni-Dada.

 —Tiempo… —musitó el hombresalvaje, puesto en un aprieto. Para élaquella dimensión no existía—. No losé, pero he visto una sola luna llena.

 —Entonces es cierto —exclamó la prostituta—, debiste nacer con aquellaluz de la noche de Año Nuevo.

 —No entiendo una palabra de lo quedices, mujer. Vivo feliz en este lugar y

Page 139: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aunque tu amor es dulce, preferiríaquedarme aquí. No voy a cumplir u plan divino que no entiendo, ni lucharécontra un rey que no conozco. —Su voz brotó vibrante y decidida, aunque con ulastre de amargura pesando en cada palabra.

 —No sabes qué estás diciendo — objetó Ni-Dada—, eso es oponerte a losdioses, que te han incluido en sus planes, que te han creado como una parte de sus ocultos proyectos.

Enkidu la miró sin entender. No legustaba el cariz que estaba tomando laconversación y por primera vezexperimentaba la poco grata sensacióde tener que pagar los favores.

Page 140: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡No! —clamó furiosamente—.¿Por qué me haces pensar?, ¿por qué mehaces pensar en lo que soy y me hablasde planes y deberes? Me importan pocoesos dioses de los que nada sé, y elvínculo que me une a las manadas esmás fuerte que la llamada de todos esosdeberes que nombras y que la amistadcon esos dioses extraños.

 —Pero ¿cómo puedes preferir lacompañía de las bestias? —argumentóaún la ramera—. Tú eres humano.

Enkidu respondió con el silencio.Era evidente que la conversación habíallegado a un punto muerto. Se levantó yse despojó del taparrabos de piel que lamuchacha había preparado para él. Ésta

Page 141: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sabía lo que aquel gesto significaba. —Las gacelas me han aceptado. Los

hombres no me aceptarían —proclamóEnkidu con una pesada tristeza—. Ve aUruk y di a los dioses que no busquen aEnkidu para solucionar susdesavenencias. Adiós.

Se perdió con un trote corto peñasabajo, buscando con la mirada el rebañoque pastaba en las cercanías. Ni-Dadase quedó envuelta en las muchassombras de la cabaña. No sabía por quéaquella brusca separación le producíatal desconsuelo. No era sólo lasensación de fracaso o el temor a lasiras de Ubartutu. Había, o eso creyó,algo más.

Page 142: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ocurre que un rostro grotesco puedehacerse hermoso a los ojos que laconvivencia enseña a mirar y que eocasiones puede traspasarse la murallade la fealdad corporal para encontrar uamplio paisaje de bondad interior. Y lahombría extremadamente sencilla deEnkidu había conmovido el corazón dela mujer avezada que pensaba que pocoo nada nuevo podría ya aprender de loshombres. Por eso, cuando unaturbulencia de cientos de gacelas algalope se escuchó en la lejanía, algo queno era amor, sino una sutil línea deentendimiento, sintió que se quebraba esu interior y desfallecía.

Cubrió sus pechos desnudos y salió

Page 143: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

al exterior para mirar al vacío. Pensó eUbartutu. Quizá seguiría insistiendo esus propósitos y volvería a enviar heraldos a las montañas. Pero para ellaaquel trabajo había terminado. Novolvería a interferir la paz de aquel ser de los campos, fuera quien fuera.

De pronto sintió tras de sí un rumor.Volvió la mirada y vio a Enkidu quevolvía. Su rostro estaba inundado por una insondable tristeza y sus ojosquerían deshacerse en llanto.

 Ni-Dada, conmovida, supo que lehabía enseñado todo lo que forma partede la vida de los hombres, también laamargura. Y la amargura parecíahaberse instalado en su alma, antaño

Page 144: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

siempre alegre entre las briznas dehierba.

Enkidu llegó hasta ella desmadejado sin aliento.

 —Huyen de mí —se quejó, mirandoa la ramera como el único afecto al queahora se podía aferrar.

 Ni-Dada enmudeció. No sabía quedecir, consciente de que había quebradola frágil unión de Enkidu con su vidaanterior.

 —No me permiten acercarme, ni que beba la leche de las hembras. Nisiquiera pastar la hierba donde ellas pastan… ¿Por que?

La prostituta bajó la mirada y dijo alfin:

Page 145: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Ahora tienes el olor de loshombres y ya nunca podrás desprendertede él. No podrás volver a ser salvaje, porque el camino que tomaste junto a míno tiene regreso.

Enkidu la miró con ojos incrédulos.Se sentía traicionado, engañado,huérfano.

 —¿Lo sabías? —murmuró. —No —contestó ella—, no lo

sabía… Y no quiero que me guardesrencor.

Él titubeó. —Aunque hubiera vuelto con la

manada, ya nunca sería como antes.Echaría de menos todas estas cosas quetú has llamado amor. Pero ahora el

Page 146: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

futuro es incierto —musitó, con lamirada perdida.

 —¿Qué piensas hacer? —preguntóla mujer.

Enkidu le dirigió una miradaconmovedora en la que se agolpaban ladesesperación y el rencor. Después,tomó con lúgubre gesto el taparrabos delque se había desprendido y se lo volvióa ceñir.

 —La soledad me aterra —declarófinalmente— y no podría soportar elconstante desprecio de las gacelas. Irédonde quieras.

 —Despreocúpate —añadió Ni-Dadasin mucha convicción—. Serás felizentre la gente que es como tú. Has

Page 147: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cambiado, puedes expresarte perfectamente y hacer cualquier cosaque haga un habitante de la ciudad, y aúmejor.

Enkidu bajó la cabeza y miró por  primera vez el valle verdeante que yacíaa sus pies, encinturado de eminenciashumildes y enriscadas. Muy lejosvagaban los grandes rebaños y en sinterior le dijo adiós a todo aquello. Susfacciones se contrajeron en un gesto deresignación y al fin el hombre salvaje yla reina de las prostitutas tomaron elsendero de Uruk, la ciudad de ampliosmercados, donde un singular futuro lesaguardaba.

Page 148: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Kulla-Daba era un ancianoconsumido por los años y el vino dedátiles. Sus ojos estaban hundidos en lasórbitas y las arrugas recorrían su cara, profundas como los arcos del arado. Esu madurez había sido expulsado deltemplo y despojado del sacerdocio, perosu cabeza aún mantenía el rasuradoritual. Con su kaunakes  raído ygrisáceo, tomaba baños de sol en loscampos Grisú, en un extremo de laciudad, mientras las moscas y algunamariposa de las que trae la primavera,

Page 149: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

volaban a su alrededor. Era sumamente pobre y hablaba a media voz coquienes lo buscaban. No perseguía a lasmultitudes con furiosos discursos, perodesde que Enki, el señor del OjoSagrado, le había hablado, más y másgente acudía a escucharlo, y sus palabras eran como un bálsamo para losciudadanos de Uruk, hastiados eimpotentes ante las injurias del poder, porque profetizaban un futuro oscuro para Gilgamesh y una era de liberació

 justicia para la ciudad.Aquella mañana hablaba de éstas y

otras cosas ante una pequeñamuchedumbre, cuando una corpulentafigura se acercó a grandes zancadas

Page 150: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entre los ladrillos que se secaban al sol.El extraño cubría su cuerpo con umanto que le ocultaba también la cabeza  trataba de emboscar su rostro, y

cuando llegó hasta la concurrencia elanciano enmudeció de pronto y sus ojosse dispararon, quedándose fijos en elembozado. Un pesado silencio sedeslizó entre los presentes.

El hombre hizo ademán de acercarsea Kulla-Daba y la multitud le abrió urespetuoso pasillo. A todos lesresultaban familiares aquellos ojos queechaban fuego.

Cuando se plantó frente al anciano yle lanzó una desafiante mirada, éste losaludó con sorprendente sangre fría.

Page 151: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Buenos días —dijo— ¿qué se teofrece, ciudadano?

 —¡Por Enlil!, he venido a escuchar tu profecía —contestó el otro con vozairada.

Entonces, ante la consternación de lamultitud, Kulla-Daba comenzó sin usolo pestañeo a explicar al coléricorecién llegado el contenido de larevelación que le había sido hecha.

 —Uruk, que antes era feliz — declaró pausadamente, sin que el miedohiciera temblar su voz—, vive hoymomentos amargos y padece el gobiernode quien pretende rendir nuestrosánimos en una sumisión más allá de todolímite natural. Yo solamente soy u

Page 152: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

viejo, ya me ves… pero el dios de lasabiduría me ha hablado. Tanto me daque lo creas o no, eso no altera laverdad. Enki, el señor del Ojo Sagrado,me ha revelado el futuro de la ciudad, yes un futuro de esplendor y alegría. Perosólo empezará a existir cuandoGilgamesh, el tirano, se haya marchado.

o me ha sido revelado qué futuro leaguarda, pero sí que estará marcado por los signos del esfuerzo y la pena; queuna mujer, fijaos bien —recalcó—, unamujer, le hará sufrir y que morirámuchas veces para renacer, pero sihaber muerto. Más lo importante es queun día desaparecerá de Uruk y nuncavolverá.

Page 153: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El exsacerdote hizo una pausa, como para permitir que el personaje digiriesecuanto acababa de decir, y luego prosiguió:

 —En cuanto a Uruk, habrá detranscurrir un tiempo hasta que losdingir inmortales se sobrepongan atantos agravios. Ahora bien, si conocesel cielo sabrás que hay hacia occidenteuna estrella que llamamos «ElÁguila»… Pues has de saber que sfulgor oculta el de otra, invisible, quelos dioses harán aparear en elfirmamento cuando su cólera esté por fiapagada y que se llamará «ElGuerrero». Ésta será la señal queindicará que un rey justo, un ishakk 

Page 154: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

radiante de poder y bondad, ha sidoenviado por los que decretan losdestinos para el gobierno de Uruk. Esterey estará casado con una mujer extranjera dos veces viuda y madre deun emperador de occidente. EntoncesUruk florecerá y gobernará en toda latierra de Kalam… ésta es la profecía — concluyó—. Los que decretan el destinohan trazado sus planes y nada los podráalterar. Uruk sólo tiene que sentarse aesperar.

El silencio volvió cuando el ancianoterminó su discurso. Las miradas detodos estaban fijas en el hombre delmanto que, tras un momento de titubeo,estalló a fin.

Page 155: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Estúpido viejo! —tronó— ¿sabesquién soy?

 —Sé quién eres, mi señor — contestó el anciano con indiferencia—,eres Gilgamesh, el tirano de Uruk.

 —Pero ¿Cómo te atreves a hablarmeasí? ¿Cómo te atreves a propagar larebelión en mi propia presencia? — vociferó el monarca, perdida todacompostura.

Kulla-Daba sostuvo su iracundamirada y respondió con una calmainexplicable:

 —Ishakku —dijo—, considera quiéeres y quién es el que te habla. Si creesque no soy más que un charlatán queentretiene al pueblo con mentiras, piensa

Page 156: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en tu naturaleza divina y en mi estirpemiserable. Tú eres el hijo deLugalbanda, mientras que yo espero lamuerte entre la pobreza y mis días sogrises ¿Puede verse ofendido el guerreroante el zumbido de las moscas? Por másque salte el grano en la cazuela¿conseguirá perturbar el ánimo de lacazuela? Por lo tanto, si no crees en mis palabras, debes perdonarme, pues yo nosoy más que una mosca que zumba a talrededor. Pero si mis palabras sociertas y soy un anciano que ya no puedeesperar nada de la existencia y al queEnki, el dios del saber, reconoce unavida de piedad revelándole el futuro dela ciudad y le ordena hacer público el

Page 157: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mensaje para alzar el ánimo del pueblodesfallecido ¿cómo puedo negarme? Ysi el mismo ishakku se presenta ante mí me pregunta por la profecía ¿habré de

ocultarme, atemorizado?, ¿qué otra cosa puedo hacer más que explicársela? Eeste caso también habrás de perdonarme, pues en verdad no hagomás que cumplir con la voluntad de losdioses, y las iras que descargas sobremí, contra ellos mismos las diriges.

Ante estos argumentos, Gilgamesh seabalanzó sobre el anciano y lo asiófuertemente por el cuello al tiempo que profería amenazas y maldiciones. Peroaunque cada uno de los circunstantes eraun alma consumida por el odio al rey,

Page 158: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ninguno osó alzar la mano contra él. —Soy muy viejo, ishakku — 

murmuró a duras penas Kulla-Daba, coel rostro congestionado por la presasobre su cuello—, ya ves que tengo poco que perder. Mátame ahora siquieres, porque ésa será la única formade hacerme callar.

 —¡No! —gritó Gilgamesh—. Si tematara tendrías más fuerza muerto quevivo. Tú mismo te encargarás dedesmentir esa profecía. Si no lo hacesasí…

Pero unos alaridos desordenadosinterrumpieron sus palabras. Gilgamessoltó al anciano para mirar a un hombreque se acercaba repitiendo

Page 159: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ubilosamente el nombre delexsacerdote. Instintivamente. Volvió acubrirse la cabeza con el manto, que sele había deslizado entre los hombros.

 —¡Kulla-Daba, Kulla-Daba! —gritóadeante el sujeto, llegando a donde

estaban los demás—. Tus profecías eraciertas, la leyenda se ha cumplido…

Kulla-Daba reconoció al tramperoUr-Gula, pero nunca lo había visto taexcitado.

 —¿Qué estás diciendo? ¡Explícate! —contestó desorientado—. ¡Enkidu…Enkidu ya se acerca al palacio delrey…! —añadió atropelladamente eltrampero.

 —Pero ¿quién es Enkidu? — 

Page 160: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

interrogó nuevamente Kulla-Daba. —Es… un monstruo… co

miembros como troncos de árboles, cola fuerza de un toro… Sólo su rostro pondría en retirada a un ejército — declaró Ur-Gula, incapaz detranquilizarse, y añadió—: La profecíase ha cumplido. Fue aquel resplandor dela noche de Año Nuevo… la mismadiosa Aruru descendió sobre las colinas para dar vida a esa fiera… yo lo vi… yahora camina por las calles de Uruk. Losguardianes de la puerta norte han huidonada más verlo… es el ocaso deGilgamesh. —¡Vamos, he venido a buscarte porque éste es el fin que túhabías predicado!… Nadie se atreve a

Page 161: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mirarlo a la cara… Ven, vamos todos aver cómo ese monstruo mata al tirano.Después daremos su cuerpo a los buitres elegiremos un nuevo rey.

A aquellas palabras sucedió unuevo silencio opresivo, en el quevibraba el reprimido entusiasmo detodos los congregados. Pero nadie seatrevió a esbozar un gesto, a murmurar una palabra de victoria. El ishakku, lavíctima propiciatoria, estaba allí y su ira  su propia fuerza seguían siendo

terribles. Solamente Kulla-Daba seatrevió a hablar, mientras Ur-Gula seencogía estremecido de terror alreconocer junto a él al mismísimo rey.

 —La historia sigue su curso,

Page 162: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh. Ahora ve al palacio yenfréntate con la venganza de los dioses,si te atreves —dijo con palabras que notraslucían arrogancia.

Gilgamesh sintió que una palabra demuerte había sido pronunciada contra él  caía sobre sus hombros como una

montaña desprendida. Todo el universo parecía aplastarlo contra el polvo eaquella mañana aciaga. Las palabras delanciano exsacerdote borracho seconvertían en una realidad apremiante ymortífera, saludada con entusiasmo por el pueblo. Se encontró atrapado en unared tejida por dedos sobrehumanos y elmiedo casi lo paralizó.

Y sin embargo, de aquel pozo si

Page 163: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fondo nació un coraje ilimitado que diovigor a sus brazos. Como un jabalíatrapado entre cazadores, no tenía yanada que perder y su corazón alumbró uinsondable coraje. Había aprendido lalección y en aquel instante, mientrascaminaba silenciosamente hacia el lugar donde la muerte lo aguardaba, supoextraer de sí mismo la firmeza de uauténtico guerrero.

oooOooo

 —Enkidu, tienes que matarlo.

Page 164: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Recuerda que ésa es la voluntad deEnlil, —repetía una y otra vez Ubartutque, alertado por Ur-Gula, habíaacudido triunfante al encuentro de

i-Dada y del confundido hombre de lascolinas.

Pero Enkidu recelaba de aquelhombre de manos ensortijadas y de susfanáticas palabras. Y no le agradabalas masas de gente que se acumulaban elos alrededores de la puerta de palacio,donde ellos mismos se encontrabaaguardando al rey. No entendía laexcitación de aquel público tumultuosocuyos ojos, que no se cansaban deestudiarlo, se apartaban sin embargocuando él mismo los miraba.

Page 165: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Por ello, levantó la cabeza como uálamo joven del monte y contestó alsacerdote:

 —Yo no obedezco a nadie, anciano.Enkidu es su propio dueño y no havenido por su gusto a la ciudad ni tieneintención de matar a nadie. Pero pareceque mi presencia es muy celebrada aquí  no lo entiendo. Todo esto es muy

confuso para mí. —No te preocupes, yo aclararé tus

dudas —insistió Ubartutu, buscando palabras que no hirieran el orgullo deEnkidu—… De momento debescomprender que tu cometido es eliminar a Gilgamesh. Sólo tú puedes hacerlo.Los dioses…

Page 166: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero las palabras murieron en suslabios cuando un murmullo temeroso sealzó entre las gentes y la erguida figuradel rey atravesó la masa plantándoseante ellos en el atrio del palacio.

Ubartutu se adelantó. Sus brazaletes brillaban al sol y su semblante no podíaencubrir su satisfacción. Aquél era striunfo. Él y sólo él había tramado el fide aquel desgraciado rey.

 —Gilgamesh —gritó, alzando su vozsobre el rumor del gentío—: Hasofendido a los dioses y ellos mismoshan creado a esta criatura para ejecutar su justicia. Prepárate para entrar en lamorada de Nergal[41].

Enkidu no supo qué hacer o qué

Page 167: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

decir. No sabía desenvolverse entre loshombres, sobre todo entre aquellamultitud tan convencida de que deberíaluchar.

Sin mediar palabra, Gilgamesh sedespojó del manto y ante todos apareciósu torso poderoso y sus músculos llenosde una fuerza que parecía habersemultiplicado. Sólo él mismo sabíacuánto miedo tenía, pero ahora que veíaa su enemigo podía controlarse, porquea lo que más había temido era a lodesconocido, a lo que viene de las bocas de la gente convertido en umonstruo invencible. En cambio,comprobó que la estatura de su oponenteera incluso menor que la propia, aunque

Page 168: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su pecho parecía de piedra y sus brazos podrían posiblemente triturar las mismas puertas de Uruk sin gran esfuerzo.

Cuando Gilgamesh contrajo susmúsculos y se mostró en todo sesplendor, muchos empezaron a dudar que su derrota fuera tan fácil. Los dosenemigos se miraron a los ojos cohostilidad. No se conocían, ni teníarazones para odiarse mutuamente. Peroel destino que los dioses hablan trazadoera superior a sus voluntades o sussentimientos y les obligaba a enfrentarseen un combate a muerte.

Desde una ventana del palacio seescuchó la voz de Ninsun.

 —Hijo, tus armas…

Page 169: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No, madre —contestó el rey—.Este hombre no lleva armamento.Lucharé con él con las manos desnudas.

Este gesto de nobleza confundió a lagente, que no conocía el fondo delcorazón de su ishakku, y dio a entender atodos que su seguridad interior eragrande y no estaba a punto de suplicar clemencia, como se esperaba. Y eEnkidu rebajó aún más la voluntad delucha contra un enemigo que observabasemejantes consideraciones.

Pero finalmente el hombre de lascolinas fue azuzado por una mezcla de promesas y amenazas religiosas queinfluyeron en su espíritu ingenuo y bajoel sol del país de Sumer se desarrolló

Page 170: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

una pelea de titanes.Enkidu fue al principio un ciclón y

arrojó sobre el rey una serie defortísimos golpes. Pero no conocía lastécnicas de lucha cuerpo a cuerpo y susataques eran desordenados. CuandoGilgamesh lo advirtió, saltó como ufelino sobre él y consiguió trabar unadura presa sobre su cuello, intentandoestrangularlo con dedos inflexibles.Pero el de Enkidu era como el cuello deun onagro, como el de un toro de loscampos, y la fuerza del ishakku noconsiguió doblegarlo. De pronto, utremendo codazo hundió el estómago deéste y le hizo retroceder, golpeando lasambas de la puerta de palacio y

Page 171: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 provocando un pequeñodesprendimiento. Los cascotes del dintel  de las comisas superiores cayero

sobre ambos luchadores, haciéndolessangrar. Entonces Enkidu, tratando deacabar pronto, descargó un ataque cofuria animal, pero Gilgamesh se apartóen el último instante y los terriblesmazazos se estrellaron contra la fachada, provocando nuevos destrozos. La genteapenas podía creer lo que estaba viendo.

o solamente la fuerza del monstruo erafabulosa, sino que la del propio rey nole iba a la zaga.

Gilgamesh aprovechó el ataquefallido para golpear a su vez sobre elcostado de Enkidu, consiguiendo al fi

Page 172: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hacerlo tambalear. Entonces, ante elestupor de la concurrencia, lo tomó en elaire y con un gigantesco esfuerzo loarrojó violentamente contra el suelo.Enkidu recibió un golpe tremendo queagrietó el pavimento, pero parecía poseer una ilimitada capacidad derecuperación y se levantó cosorprendente rapidez, pasandonuevamente al ataque.

La lucha se prolongó durante horas,al tiempo que más y más gentes ibaacudiendo a las puertas del palacio para presenciar el singular combate.

Ambos contendientes respiraba pesadamente y habían perdido muchasangre. Después de un último

Page 173: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

intercambio de golpes que los dejóexhaustos, se quedaron sentados el unounto a otro, con las espaldas apoyadas

en la fachada y sin parar de jadear. —¡Agua, agua para el rey! —gritó

uno de los soldados de la guardia.Enseguida apareció un sirviente

 portando una bandeja con una copa dealabastro llena de agua fresca. PeroGilgamesh ordenó inesperadamente:

 —Traed otra copa para él.La orden se cumplió y los aturdidos

espectadores fueron testigos de cómoaquel hombre hirsuto, monstruoso y patizambo bebía con toda naturalidad euna copa idéntica a la de Gilgamesh,tallada en alabastro por los mejores

Page 174: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

artesanos del país para uso de reyes y príncipes.

Los dos enemigos no dejaban devigilarse, pero en sus miradas lahostilidad parecía amortiguada por unamutua admiración. A Ubartutu no se leescapó este detalle y se sintió hundido.Había dejado todo su juego en las manosde Enkidu, convencido de que los diosesestaban de su parte, y ahora parecía a punto de perderlo todo. Aquel diabólicoishakku, pensó, era capaz de transformar a aquel monstruo sin cerebro en samigo con tal de neutralizarlo.

Y sólo vio una salida. Gilgamesestaba extenuado y en aquel instantecuchicheaba algo con Enkidu. Ubartut

Page 175: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desenfundó una daga oculta bajo smanto y se abalanzó como un vengador sobre el monarca.

 —¡Muere de una vez, maldito! — gritó furibundo, al tiempo queGilgamesh, alertado por Enkidu, volvíala cabeza y se encontraba cara a caracon la muerte.

Pero entonces ocurrió un prodigio.Ubartutu no supo nunca de dónde

salió, pero una delgada mano detuvo lasuya en el último instante. Ante élapareció un hombre encapuchado ycubierto por un manto negro y polvoriento.

 —¡Aguarda! Aún no ha llegado elmomento —susurró el recién llegado

Page 176: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con extraña voz.Los huesudos dedos quemaron la

muñeca del sacerdote como si fuerahierros candentes. Pero cuando suslabios se contrajeron para lanzar ugrito de dolor, Ubartutu vio la cara delhombre y fue cromo si una espada leatravesara la garganta. Desencajó losojos, incrédulo ante aquel rostro deextrema delgadez y piel amarillenta, ycayó fulminado.

El desconocido, sin volver los ojosa Gilgamesh, se marchó rápidamente,con la intención de hacerse anónimoentre la multitud.

Pero el rey, agradecido por su gesto  al mismo tiempo intrigado por s

Page 177: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

identidad, se incorporó y salió tras él. —¡Espera! —gritó— ¡quiero saber 

quién eres!Más le habría valido dejarlo ir.

Porque el encapuchado del manto negro polvoriento se volvió y un escalofrío

de terror recorrió el cuerpo deGilgamesh al contemplar aquel rostro etodo semejante al suyo, pero avejentado  enfermizo, con las mejillas

enflaquecidas, los ojos profundamentehundidos y la pálida tez del moribundo.

Fuera quien fuera el desconocido, seencajó le capucha y se perdió entre lasgentes. Y el ishakku se quedó allí,inmóvil como una estatua de barro, cola mirada extraviada y sintiendo cómo la

Page 178: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sangre abandonaba rápidamente scerebro.

Page 179: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO III

«Se puede ser sabio con

modestia, sin orgullo».

 Séneca

Kei

ada sabemos del día de mañana, delminuto siguiente, del momento que seavecina. Mañana un mal hado nos puedeaplastar contra el suelo como sifuéramos hojas secas, o un poderosoviento empujarnos hasta las alturas paraconvertirnos en estrellas de los cielos

Page 180: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

helados. No importa que forjemos proyectos o que nuestras emocionesteman el futuro o lo aguarden coansiedad. Porque el mañana es como unavirgen que nadie ha tocado y a menudose sienta a esperarnos en un recodo delcamino de la existencia con una sorpresaque nunca habríamos esperado. De ahíla hermosura de vivir.

Ésta fue la lección que aprendieroGilgamesh y Enkidu en sus propiasvidas. Destinados por un plan divino adestrozarse mutuamente, el azar quiso,sin embargo, que encontraran la manerade escapar de ese destino y convertirseen inseparables amigos, en almasgemelas que se apoyaban una a la otra

Page 181: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en sus respectivas soledades, eguerreros cuya recíproca admiracióhizo hermanos.

Y junto a esto, Gilgamesexperimentó la comprometedoraexperiencia de tener que explicar aEnkidu todo cuanto éste no entendía dela sociedad.

 —¿Por qué tenéis reyes? En lasmanadas no son necesarios —  preguntaba con candor.

Gilgamesh era puesto así econstantes aprietos.

 —Los hombres… —titubeaba— somalos… A veces necesitan que alguiegobierne para asegurar que todostrabajen en la construcción de cosas

Page 182: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

comunes, como las murallas o loscanales.

 —¿Y por qué unas ciudades luchacontra otras? ¿Por qué un hombre se unea una mujer para toda la vida? En lascolinas no es necesario —preguntabauna y otra vez.

Gilgamesh era un guerrero y no u polemista, por lo que precisabaímprobos esfuerzos para seleccionar losargumentos adecuados. Pero no siemprelos encontraba y a la postre hubo preguntas sin respuesta. Preguntas comoel origen mismo de los hombres y hastael de los dingir inmortales no podían ser contestadas satisfactoriamente. ESumer se vivía al día, sin que nadie se

Page 183: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

detuviera a razonar sobre su propiaexistencia. El cosmos, los dioses, laciudad, eran así y lo habían sido desdeel principio de los tiempos. Y Enkid pensó que aquélla era una extrañamanera de vivir [42].

Pero los dioses lo obsesionaban. Nohabía olvidado que, según todos leaseguraban, la vida le fue otorgada por ellos con el exclusivo fin de matar aGilgamesh y ahora tenía miedo de svenganza.

 —No te preocupes. —Lo calmaba elrey, confiado—, quizá solamente queríaasustarme… y lo consiguieron. Pero siquieren intentar algo contra ti, quevengan si se atreven.

Page 184: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Los dos compartían una especie deindiferencia ante los dioses, perorespondiendo a distinto origen. Enkidno había sido instruido en ningún tipo deculto, pues como una bestia de loscampos nació y había vivido, si preocuparse de lo eterno. Sólo un miedoreciente, instigado principalmente por Ubartutu, el sacerdote caído edesgracia, le inspiraba dudas respecto asu actitud con Gilgamesh. Pero, desdeluego, la solidez de aquella crecienteamistad tenía para él más valor que elrespeto que supuestamente debíaobservar hacia aquellos misteriososseres superiores, infinitamentemisteriosos y lejanos, a los que no

Page 185: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

conocía.Gilgamesh, en cambio, sentía un mal

disimulado despecho por no haber nacido como su padre y por no haber sido arrebatado a los cielos para morar entre los dioses. Y era esta rebelión antesu propia naturaleza, ante sus propioslímites, lo que le hacía a veces mantener actitudes hostiles o irreverentes.

Sin embargo, las cosas del cieloformaban parte de cuanto Enkidu debíasaber, y por eso el mismo ishakku, juntoa Ninsun, su madre, y Ni-Dada, laramera, participó activamente en las prolijas explicaciones de las que elhombre de las colinas fue objeto eaquellos días.

Page 186: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Jornada a jornada, conforme Enkidiba conociendo más y más detalles de lareligión de los hombres, un temor reverencial, mucho más profundo que elinspirado inicialmente por el sacerdote,se le fue alojando en el corazón, provocándole las mismas angustiasinteriores que a un niño que cree que lavida consiste en jugar con los charcos ycorretear bajo el sol y se entera un díaque la Humanidad no es más que urebaño de criaturas que fuerodepositadas sobre el mundo con el únicofin de trabajar para los dioses yalimentarlos, que sólo ésa es la tarea delhombre y que, en el momento de lamuerte, cada uno viajará en soledad al

Page 187: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

terrible abismo del Kur, donde Nergal pronunciará sobre él las palabras de lamuerte y Ereshkigal, señora del mundosubterráneo, colgará su cuerpo de ugarfio, donde se secará en la penumbra por toda la eternidad[43].

Todas estas cosas contrariaban elespíritu de Enkidu, que nunca habríaimaginado algo igual. Él solamentehabía visto gente ocupada en los camposde cebada, en las lecherías, en lostalleres de ladrillos, pero, excepto aAruru, no había visto a ningún dios:Contemplaba el sol levantarse ydescender sin sospechar que se tratabadel dios Utu, que caminaba con pies defuego; miraba la luz vesperal en los

Page 188: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

atardeceres sin conseguir entrever en susresplandores a la hermosa Inanna, ladiosa del amor; veía los veneros por losque manaba el agua desde las entrañasde la tierra, aguardandoinfructuosamente en el suave murmullouna señal de Enki, el señor de lasabiduría y las aguas dulces; en el aireturbulento no encontraba la miradaterrible y escrutadora del Gran PadreEnlil, cuyos ojos llegan a todas partes ycuya palabra nadie puede transgredir.

Él solamente había visto los reflejosdorados de los estanques, las blancasnubes viajeras, la estrella de la tarde ela luz crepuscular y el brillo del sol elas colinas, sin sospechar que allí, en el

Page 189: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cielo, en la luna, en los árboles y losladrillos, habitaban dioses y diosecilloscuyas aventuras eran conocidas y cuya protección se invocabaconstantemente[44]. Para él, todo aquellono eran más que objetos o fuerzas de lanaturaleza cuya beneficiosa influenciahabía degustado y ahora no sabía que pensar del afán de los hombres por  prever cada detalle de lo no visible y desu pretensión de que el cúmulo denociones así reunido era intocable.Hasta Gilgamesh estaba convencido detodo ello. Pero Enkidu era un hombre sife. Su vínculo real con la divinidad sereducía al aliento de vida que la diosaAruru, sin una palabra, sin mediar 

Page 190: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

explicación ni mensaje alguno, le insuflóen las colinas. Por lo demás, sólo creíaen aquello que sus ojos podían ver.

Pero sobrellevaba su desorientació  sus temores a cambio de los dulces

 brazos de Ni-Dada, de la amistadentrañable de Gilgamesh y de la firmeconfianza de Ninsun. Y también de lasmaravillas que las comodidades de palacio ofrecían, de aquella abundanciade comida variada, de la leveinconsciencia que el vino le producía yde los prolongados baños de aguacaliente que se acostumbró a tomar eamplias bañeras de cerámica, donde

i-Dada intentó por todos los mediosque dejara definitivamente su olor 

Page 191: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

animal.Solamente el recuerdo del

misterioso rostro encapuchadoensombrecía el ánimo de Gilgamesh eaquellos días de victoria. Pero conformela normalidad regresaba, su imagen sefue convirtiendo en humo y dejó demolestarle.

El pueblo de Uruk, por su parte,estaba desolado y temía más que nuncaal ishakku, ahora que había conseguidoredoblar su poder sumando al suyo el dela criatura de las colinas, que losatemorizaba con su sola presencia en losmercados cuando paseabasosegadamente junto a Ni-Dada. Peromuchos otros festejaron el valor y la

Page 192: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fuerza demostrada por el rey en elcombate contra Enkidu, e inclusoaprendieron a amar a este último ta pronto conocieron su propia nobleza ysu enorme corazón.

Fue un tiempo de delicias para losdos amigos. Juntos salían borrachos del barrio de Zabalam y juntos lucharocontra los martu[45] y contra los hijos deUr, Larsa y Kutalla. Una leyenda empezóa tejerse en torno a los dos personajesfabulosos, pero el ánimo de Gilgamesse apagaba porque la serenidad lomantenía desolado. Había gustado elsabor del riesgo y del éxito y ahora erainsulso para su paladar acabar con una partida de nómadas o de soldados

Page 193: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rivales, simples hombres. Podría haber construido un imperio en toda la tierrade Sumer, pero la empresa le parecíademasiado modesta.

En realidad Uruk no le importabademasiado. Aún guardaba rencor haciala población, que se congregó como una bandada de buitres ante el palacioaquella mañana en que la llegada deEnkidu sembró el terror en su corazón.Pero la verdadera razón radicaba en elansia que sentía por engrandecer s propio nombre batiendo a enemigos desu talla. Y en esta tarea no queríaarrastrar el peso muerto de un ejércitoregular, sino batallar como un guerrerosolitario, para que ni siquiera Uruk 

Page 194: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pudiera robarle un ápice de gloria. SóloEnkidu sería su compañero.

Fue una de aquellas llamadas a laresponsabilidad de Alli-Ellati, el visir sobre cuyas espaldas recaía laadministración de la ciudad, la quedespertó en él una obsesión. Eranecesario traer madera. La escasez dearbolado hacía imprescindible organizar costosas expediciones a lasmontañas[46].

 —Escucha, visir —dijo Gilgamesen una de las sesiones de trabajo queaborrecía—: dicen que hay un lugar,hacia occidente, donde la maderaabunda. Un bosque donde los árbolesson tan altos que alcanzan el cielo y ta

Page 195: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

numerosos que hasta el mismo Utu, el patrón de los caminantes, se perdería esus senderos.

 —¿El Bosque de los Cedros? — murmuró el confundido visir—. Peroesos árboles pertenecen a los dioses ynadie puede entrar allí, pues estácelosamente guardados por el giganteHuwawa.

 —¡Huwawa! —repitió extáticamenteGilgamesh—. He aquí un enemigodigno.

El invierno era tranquilo en Uruk, yel tedio perfecto. Enkidu, sin embargo,amaba aquella tranquilidad y nocompartía el ánimo de su amigo. Desdeel sitial que ocupaba en un rincón lo

Page 196: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

miró con inquietud, pues ya habíaaprendido a conocerlo.

 —Hermano —dijo Gilgamesanimadamente, al tiempo que devolvíala mirada—. ¿Qué te parece…?

Enkidu contestó con un gruñido. Elishakku también lo conocía bien y sabíaque tendría que luchar para convencerlo.

 —¿No te aburre esta vida siempreigual? ——empezó a perorar—. EUruk un día es igual a otro día y nosconsumimos en los placeres. Pero laaventura es algo hermoso y el únicodestino posible para nosotros. Nuestramedida, hermano, no es la medida de las buenas gentes que se inclinan en lossurcos de la tierra.

Page 197: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero Enkidu acababa de nacer aaquella vida de comodidades que aúestaba descubriendo y su talante pacífico no le impulsaba a retar a ningúgigante y mucho menos si estaba alservicio directo de los dingir inmortales.

Gilgamesh se levantó y se acercó alamigo, dando visibles muestras deimpaciencia y sin dejar de sostener scopa de vino.

 —Enkidu —continuó—, la vida escorta. En estos días se nos muestra placentera y fácil, pero la monotonía escomo una prisión y para mí no hay nadamás insoportable que el aburrimiento.En cambio, en la aventura está el sabor 

Page 198: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de la vida. Un día moriremos y nadienos recordará. Pero si hacemos comoLugalbanda, mi padre divino, viviremos para siempre en la memoria de loshombres y seremos eternos en lascanciones y en las leyendas.

 —¿Y qué más te dará eso, si estarásmuerto? —adujo Enkidu con desgana.

 —¡No! —aulló Gilgamesh, agitandosus brazos como si quisiera golpear a uenemigo invisible—. ¡No aguantaré másestos días malgastados que debilitan mismúsculos! Nada me ata a la ciudad…Ven conmigo, hermano —suplicó eúltima instancia, añadiendo—: seremosinvencibles.

Enkidu alzó los ojos hacia s

Page 199: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

compañero, que estaba de pie junto a él,en actitud expectante.

 —Pero ese enemigo… —Trató deobjetar.

 —¡La madera es necesaria paraUruk! —atajó Gilgamesh convertido eun vendaval de entusiasmo.

A estas palabras trató de contestar elvisir, que se acercó hasta el rey yadvirtió:

 —Ishakku, te ruego respetuosamenteque no utilices el nombre de Uruk paracometer un nuevo sacrilegio… —Hizouna pausa como temiendo haber usado palabras demasiado expresivas. Pero elrugido que esperaba no se dejó escuchar   continuó—. La ciudad no necesita

Page 200: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

robar los cedros de los dioses y nuestra penuria de madera no debería servirtede pretexto para tus ansias de aventura.

Gilgamesh lo miró penetrantemente,como miraría el mismo Nergal a puntode pronunciar sobre él la palabra demuerte. Pero contuvo su ira y se limitó ainsistir:

 —Debemos ir, sea como fuere. Elsabor de este vino —añadió,refiriéndose a la copa que aún sosteníaen su mano—, será distinto cuandohayamos derrotado a ese gigante.Piénsalo, hermano.

Enkidu luchaba contra un mar deindecisión, pero finalmente pesó más ladevoción al amigo, a quien dirigió una

Page 201: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nueva mirada de entendimiento, altiempo que la sonrisa en sus labiosanticipaba la respuesta.

 —Está bien —musitó afablemente— … ¿cuándo marchamos?

Gilgamesh recibió con júbiloaquellas palabras, que le despejaban elcamino hacia la gloria.

 —Haremos los preparativos — exclamó ansiosamente—. Tengo quedejar el gobierno en manos de Alli-Ellati.

oooOooo

Page 202: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Una mañana los dos amigos partieron dejando atrás una ciudadaliviada. Portaban armas forjadas parala ocasión, especialmente dos pesadashachas de bronce destinadas a talar loscedros sagrados. Sin embargo, nadiecreía en la motivación de la madera, niestaba agradecido al rey por estaempresa. Al contrario, todos temían lasiras divinas si por una casualidad de lasuerte los sacrílegos exploradoresconseguían abatir al gigante Huwawa.

Pero el ishakku se había marchado alfin, partiendo hacia un destino incierto yera más de lo que se habían atrevido aesperar. En aquella mañana, muchosrecordaron aún la profecía del anciano

Page 203: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Kulla-Daba. Y, cuando los dos amigosse perdieron en el horizonte siguiendo elcanal que venía directamente delÉufrates, los hombres y las mujeres deUruk celebraron una fiesta de regocijoen su interior y acudieron de nuevo a susquehaceres domésticos con la esperanzade que Gilgamesh nunca volviera y coel mismo sentimiento de un prisioneroque acaba de recibir el beso de lalibertad[47].

Y en el largo camino río arriba, elsol sacaba chispas de la llanura, y losdos hermanos caminaban con el espíritinflamado. Siguiendo el curso fluvial sealejaban de las aglomeraciones humanasde Larsa, Kutalla y Lagash, que

Page 204: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quedaban al este, tratando de dejar asalvo su anonimato y el secreto de sviaje.

Se adentraron en una zona poblada por colonos aislados que habitabachozas de adobe junto a los afluentes,dedicados al cultivo estacional. No lesagradaba ser identificados, pues losreyezuelos de los contornos podríaenviar patrullas a detenerlos o al menosintentarlo. Pero sus siluetas eran muycaracterísticas y aquellos que noreconocían al terrible monarca de Uruk,el auténtico hijo de un dios, y a su amigoEnkidu, el hombre salvaje de lascolinas, veían sin embargo algo singular   atemorizador en aquel gigante

Page 205: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

acompañado de una figura más bierechoncha, pero increíblemente robusta,que trataban en todo momento decircular discretamente y de ocultar susrostros.

A lo largo de los interminables días,siguieron ascendiendo y dejaron atrás al país de Sumer. En aquellas tierras altasel río circulaba con mayor rapidez y el paisaje era distinto, mucho más verde ymás salvaje que en el sur.

Tuvieron que sortear campamentosde nómadas martu, propietarios deinmensos rebaños de ganado. No pudieron, sin embargo evitar algunasescaramuzas cuando los líderes de estos pueblos de pastores trataba

Page 206: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ingenuamente de hacerlos prisioneros.En aquellas ocasiones dejaron loscampos esparcidos de una macabracosecha de cadáveres y las noticias deaquellas matanzas les abrieron el pasoen lo sucesivo.

Así pues, no fueron molestados elos días que siguieron, ni cuandodejaron definitivamente el río paradirigirse, siguiendo corrientes menores,hacia las primeras estribacionesmontañosas de occidente.

oooOooo

Page 207: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pasaron los días y se internaron euna región solitaria. No sabían ladistancia que los separaba del Bosquede los Cedros, ni podrían asegurar siquiera dónde se encontraban, porqueaquello era una maraña de soledades yrocas, y hacía buen tiempo que no secruzaban con ningún humano. Sólociervos y huidizos habitantes de lasmontañas les salían al paso. El horizonteno era visible, pues caminaban por  profundos valles, y se escuchaba usilencio de cumbres solitarias entre losárboles tronchados que titubeaban en los barrancos y las sombras que seagazapaban en los roquedales. Era comouna tierra muerta.

Page 208: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ya no hablaban más de las aventurasde Lugalbanda, que les servía demodelo, ni Gilgamesh fanfarroneabaasegurando que el gigante, como Enkidu,se haría su amigo y se uniría a elloscomo compañero de viajes. Porque hayun momento para soñar y un momento para enfrentarse a la realidad. Y eaquel profundo valle sin nombre,mientras palmo a palmo oscurecía,habían perdido el camino.

Pero el cielo resplandecía al oesteaún después de la puesta de sol, y seacercaron cautelosamente, luchandocontra la oscuridad, hasta que llegaroal pie de una colina en cuya cumbredebía haber fuego encendido, pues de

Page 209: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

allí brotaba la claridad. Su situación eracomprometida, estaban perdidos yhambrientos, y desearon que la luz fuerauna fogata de pastores, aunque en lo más profundo recelaban de lo desconocido.

 —¿Un pastor transhumante? —pensóen voz alta Gilgamesh.

 —No huelo a ganado —respondióEnkidu con cautela—. Y además ¿qué puede hacer un pastor en lo alto de unacolina a esta hora? Si piensa dormir ahíestará toda la noche expuesto al viento.

 —Quizá el fondo del valle esdemasiado húmedo ¿no te parece? — razonó Gilgamesh.

 —Sí, es cierto —concedió Enkid —, pero no me gusta…

Page 210: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Quizá haya un bonito combate — admitió Gilgamesh—… para eso hemosvenido. Pero mejor pensemos en una buena ración de leche y queso de cabra.

De esta manera se animaron aascender a la enigmática cumbre. Fueuna marcha dificultosa, debido a laoscuridad y tensa por la incertidumbrede lo que aguardaba en la cima. Pero locierto es que tenían tanta hambre yestaban tan desorientados que aunque elmismo Huwawa hubiera estado allíesperando para salirles al paso, nohabrían rechazado el combate con tal deacabar con todas sus provisiones.

Conforme se acercaban, Enkidu ibasintiendo una especie de aprensión.

Page 211: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Escucha, Gilgamesh —susurrócomo en un suspiro—: Será mejor queuno de los dos dé un rodeo y ascienda por el otro lado. Presiento un peligro.

Gilgamesh asintió y se perdió en lassombras. Enkidu aguardó un tiempo prudencial y después continuó laescalada. El resplandor de la cima eraahora mucho más brillante, y le pareciósobrenatural. Ningún fuego de pastoresera tan grande. Quedaba la posibilidadde que se tratara de una torre vigíaavanzada de algún ejército desconocido, pero en su fuero interno no le parecíamuy probable. Siguió ascendiendo, elucha abierta contra su instinto deconservación, que cada vez le

Page 212: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

apremiaba más para que se alejara deaquel lugar, y con un supremo esfuerzo brincó a la cumbre levementeamesetada.

Pero lo que vio allí era mássorprendente que todo lo que habría podido imaginar. Había un fuego, eefecto, pero como una gran bola ígneamuy pálida que flotabainexplicablemente en el aire, a escasoscodos de altura. A Enkidu no le gustó.

o se aproximó, sino que dio un rodeo,agazapado en los bordes de la cima, para esperar a Gilgamesh.

Sólo entonces se dio cuenta de lafigura que estaba de pie al otro lado delfuego, mirando hacia éste como e

Page 213: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trance. Por fin el enemigo, el adorador de un dios infernal, o un mago solitariodominador de los elementos.

Enkidu se fijó mejor en scorpulencia, en su consistencia extraña ysu color apagado. El hombre no semovía, ni siquiera lo había oído, ni leoyó cuando finalmente, con un salto de pantera, se plantó en plena claridad ycorrió hacia él dispuesto a todo.

Pero la sangre se le heló en lasvenas cuando contempló el rostro delmisterioso personaje y vio que no eraotro que un Gilgamesh inmóvil y comoen trance.

 —¡Gilgamesh, hermano —gritódesesperadamente cuando advirtió sus

Page 214: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ojos en blanco—… despierta!Pero su amigo no se movió. Todo s

cuerpo, lo mismo que sus vestiduras,eran de color pardo grisáceo y sustonalidades iban y venían con el ritmodel fuego volante. Enkidu trató dezarandearlo, pero los hombros de samigo tenían la consistencia de u bloque de piedra o de bronce. Se asomóinsistentemente a sus ojos, pero éstos noveían nada, porque estaban muertos. Ycuando el rígido monolito que anteshabía sido el rey de Uruk cayó pesadamente al suelo, fue como lacolumna desprendida de un templo, ocomo una roca que cae de lamontaña[48].

Page 215: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

En el mismo instante se escuchó ualarido estremecedor y una forma seabalanzó sobre Enkidu, dando con él etierra mientras afiladas garras seclavaban en su espalda y algo le mordíael cuello. Se revolvió como una fiera,lleno de pánico, para entrever uhorrible rostro negro con pequeños ojosinyectados en sangre y dos cuernosretorcidos que brotaban de su cráneo.Intentó desesperadamente desasirse y acosta de un duro forcejeo lo consiguió, pero no sin que el repugnante ser lemordiera el cuello y la espalda como ulobo hambriento, haciendo manar lasangre de las profundas heridas.

Espantado, Enkidu corrió hasta el

Page 216: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 borde de la pequeña meseta y saltóhacia la pendiente para perderse emitad de la noche. No dejó de correr durante mucho tiempo, a oscuras entrelos peñascales y los barrancos, con la precisión de una gacela atormentada, porque eso es lo que había vuelto a ser.

Sólo pudo contemplar, como en unaúltima visión fantasmal, seis luminariasque brillaban sobre otras seis colinascasi invisibles en la negrura. Una escenasiniestra que no comprendía, pero alcabo significaba que los buscadores dela gloria se habían metido por error entre horribles enemigos que noesperaban.

Al cabo de trotar buena parte de la

Page 217: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

noche, se arrellanó en un rincón, comoun fardo, y, maldiciendo la hora en quehabía abandonado las murallas de Uruk,lloró al amigo muerto.

oooOooo

Lo iluminó un sol extraño y lamañana le llevó una canción devenganza. En el cielo lúgubre la luz palidecía, y en su interior todo era unatormenta de pena, vergüenza y el intensodeseo de dejar la vida luchando con elmonstruo de la colina. Se incorporó y

Page 218: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trató de orientarse, pero estaba perdido.Se recuperó pronto de sus heridas,

 pues sabía qué hierbas debía tomar paraque cicatrizaran. Y, mientras buscaba elcamino de regreso a la montaña, se preguntaba cuál sería la naturaleza deaquel ser horrendo, más horrendo que élmismo; de dónde habría podido salir;cuáles serían sus poderes. Quizá podríaderrotarlo con la fuerza de sus brazos, pero si tenía que morir no le importaba, pues la memoria de Gilgamesh, elhermano, el compañero destruido antesde haber podido entrar en batalla, lomerecía.

Había sido fulminado sin forcejear siquiera, ensimismado seguramente por 

Page 219: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aquel fuego blanco y frío. Había perecido antes de encontrar siquiera elrastro de Huwawa y sin que las leyendas pudieran en el futuro cantar nada deaquel combate, como él ansiaba. Y, pensando en todas estas cosas, Enkid puso todos sus sentidos de animal y dehombre a la tarea de recuperar elcamino hacia el lugar de horror.

 No tenía a quien consultar. Sealimentó de hierbas y raíces y seconvirtió otra vez en un salvaje, pero noconseguía integrarse en aquel lugar  porque algo maligno impregnaba cadaroca, cada hoja seca de árbol caída etierra.

Finalmente, aún de madrugada,

Page 220: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encontró la colina. Era inconfundible ysintió que algo desde ella lo llamaba. Elfuego blanco seguía brillando en lacima, pero esta vez iba prevenido ydispuesto a descargar un ataquesanguinario.

Como un león que se apresta a lacaza, avanzó envuelto en un manto deoscuridad sin que un insignificante tallose quebrara bajo sus pies. Y cuando seasomó nuevamente a la cumbre, noencontró ni rastro de aquel Gilgames petrificado y caído en tierra, pero allíestaba otra vez el fuego flotante, como situviera vida. Se quedó mirándolodurante un momento. Ahora caía en lacuenta de que no había sentido el más

Page 221: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mínimo calor cuando se había acercadoa él la noche anterior. Reparó en lasextrañas volutas que formaban lasllamas en su parte superior y vio cómoel viento las ondulaba suavemente y selas llevaba en el aire. No advirtió cómosu respiración se hacía más y más lenta,ni cayó en la cuenta de que el fuego loestaba fascinando. No hasta que sintióun frío mortal taladrándole lasextremidades y cuando quiso moverlasa casi no le obedecieron. Pero

reaccionó a tiempo y retiró la mirada dela luz.

Así pues, su instinto no lo habíaengañado. Era el fuego el que manabauna magia desconocida que mataba co

Page 222: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sólo mirar. Parecía estar vivo, como user de etérea luz que vigilara siempre elhorizonte. Pero ¿qué era? ¿Y qué teníaque vigilar en aquellas inmensassoledades?

Entonces tornó sus ojos, como buscando una respuesta, a las otras seiscolinas, y lo que vio lo llenónuevamente de terror. Los resplandores blancos que las coronaban habíadescendido y avanzaban juntos por losvalles adyacentes, como en una siniestra procesión de almas. Y el destino deaquel cortejo de otro mundo era lamisma cima donde él se encontraba.

Aquello era algo nuevo con lo queno había contado, y sus ansias de sangre

Page 223: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hubieron de remitir para esperar ycomprobar qué ocurría. Todo en sinterior eran preguntas sin respuesta¿Qué debía hacer? ¿Cómo podría atacar a ese fuego?

De pronto, y como por encanto,apareció aquel oscuro engendro que lohabía atacado y se dedicó a efectuar ucomplicado ritual ante el fuego flotante, pronunciando palabras en un lenguajedesconocido. El fuego osciló y crepitóde forma misteriosa, como respondiendoa la plegaria.

Las otras luces ya ascendían lacolina y pronto llegarían a la cumbre.Enkidu sabía que entonces habría allítanto fulgor que sería detectado

Page 224: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fácilmente, pero se resistía a marcharse porque sabía que algo iba a ocurrir.Además, quería recuperar el cadáver deGilgamesh.

Pensó en atacar por sorpresa al ser de los cuernos. Era sumamente fuerte, pero incluso así se consideraba capaz dederribarlo. Sin embargo, ignoraba quécomportamiento adoptaría aquella bolade fuego, y las demás ya se acercaban.

Cuando llegaron, Enkidu contemplóuna escena increíble. Silenciosos globosde luz ascendían la colina suspensos eel aire e iluminando los despeñaderos asu paso. El viento silbaba en las copasde los árboles, pero éste era el únicosonido de la noche. Muy despacio, las

Page 225: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bolas de fuego ascendieron una a una ala cumbre y, bajo ellas, repugnantesseres cornudos, de grandes orejas ytupida pelambrera negra, que caminabaencorvados con la pequeña cabezahundida entre los hombros.

Los siete globos ígneos se fundieroen uno, y entonces nació un fanal de luzque arrojó cortinas de pálida claridad etodas direcciones, como si fuera elfragmento de una estrella. Enkidu seagazapó aún más en las rocas que loescondían, sin atreverse a mirar.

Escuchó durante un buen rato palabras extrañas y algo que parecía plegarias. Alzó nuevamente los ojos yvio que las llamas habían tomado la

Page 226: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

forma de un rostro lejanamente humano,que hablaba a los siete monstruosnegros, sentados en círculo en torno a él.

En aquella fantástica ceremonia, alos sonidos del rostro llameantesucedían monótonas salmodias de losdemonios y Enkidu seguíamaravillándose de cuanto veía eintentando, sin conseguirlo, unir las piezas de aquel rompecabezas.

Pero el día comenzó a levantar yconsideró imprudente permanecer allí,así que tuvo que empezar a deslizarsesilenciosamente, como sólo él sabía, denuevo colina abajo, sin haber podidocuajar su venganza y con una sensaciócompleta de fracaso. Ya no sabía qué

Page 227: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hacer. Mientras avanzaba pensó evolver a Uruk para pedir ayuda, formar un pequeño ejército… pero nadiemovería un dedo por vengar al reymuerto, ni el pueblo debía pagar por laosadía de Gilgamesh.

Durante la bajada atravesó un parajede rocas que parecían talladas de formasingular, se aproximó a ellas, y cuandolas examinó se quedó atónito, pues los peñascos estaban esculpidos con formashumanas. Con una sospecha en la mente,estudió todo el conjunto. Sobre todasaquellas rocas se amontonaban la tierra  la maleza, pero los rasgos era

demasiado reales. Era imposible queningún cantero hubiera trabajado tanto

Page 228: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sólo para esparcir la ladera con susobras.

Buscó instintivamente una muchomás limpia que las demás y la encontróalgo más arriba. Era Gilgamesh… couna apariencia diferente a los otrosacentes, como una roca joven que aú

no ha sido erosionada por el viento. Unagran araña tejía indiferente en una telaentre la noble mejilla y unas ramas próximas. Nada hacía sospechar que deaquella garganta petrificada hubiera brotado palabras y que aquellos ojos deroca hubieran mirado al mundo. Enkidu,desorientado y lleno de amargura, apartólas impurezas del cuerpo y lo abrazó,tratando de reanimar al camarada. Pero

Page 229: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fue inútil. No era más que un bloque de piedra fría.

Sintió un abatimiento que quebró susiniciales deseos de venganza. Todo en éleran impotencia y llanto, y tuvo queadmitir que él y su amigo habíaabordado fuerzas muy superiores a scapacidad. Quiso transportar el cadáver,llevarlo hasta Uruk, pero era demasiado pesado. Pensó en brindarle una sepulturaen condiciones, como había visto queunos hombres hacían con otros, pero se preguntó qué sentido tenía enterrar u bloque de piedra.

Y así fue como se marchó de aquelsiniestro cementerio. Ni siquiera había podido tomar venganza y ahora, s

Page 230: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 propia existencia carecía de sentido ¿Adónde podría ir Enkidu, aquél que fuecreado exclusivamente para doblegar elorgullo de Gilgamesh? Tenía lasensación de que su vida dependía de lade su compañero y en aquel instante,muertas las últimas esperanzas derevivirlo, se sintió tan desamparadocomo el recental extraviado, cuyos padres pastan ya en praderas lejanas.

 No podía volver con los hombres, porque los asustaba y su único valedor había desaparecido. Tampoco con losrebaños, pues ya no era aceptado. Notenía ataduras, ni patria, ni afectos,excepto Ni-Dada. Pero sin Gilgamesh nose atrevía a ir a buscarla. Hubiera

Page 231: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

uzgado más justo haber sido él quiemuriera, porque ahora no tenía a dóndeir. Su naturaleza era una tierra de nadiecarente de identidad. Pero quizá lo queél se negó a hacer siguiendo el mandatode los dioses lo habían hecho aquellosdemonios, y la soledad que ahora estabaobligado a acarrear era su propiocastigo.

En todo esto pensaba mientras paseaba abiertamente en la mañana quenacía. Tomó el camino de regresosimplemente por rutina, pues tanto ledaba ir a un sitio como a otro. Noguardaba la más mínima cautela, nievitaba los ruidos, ni el ser visto por  posibles enemigos. Hasta una hormiga

Page 232: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que se cruzara en su camino habría podido derrotarlo en aquella hora dedebilidad.

Caminó durante horas, sin hacerseuna idea del tiempo transcurrido ni delespacio avanzado, hasta que u poderoso cansancio lo abatió. Bebió lasaguas de una fuente junto a u bosquecillo de chopos, se tendió sobrela suave hierba junto al manantial ydurmió profundamente para renovar susfuerzas y olvidar su aflicción.

oooOooo

Page 233: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando despertó se encontraba en elinterior de una jaula de gruesos barrotes  un anciano de extrañas vestiduras y

ojos divertidos lo observaba cocuriosidad. Su primera reacción fuerevolverse y destrozar la jaula y alcarcelero, pero un instante despuésrecordó que Gilgamesh ya no estaba y levolvió aquel enfermizo pesar. Por ello,se limitó a sostener con orgullo lacargante mirada del hombrecillo. Éstevestía una estrafalaria y sucia túnicaazul oscuro, con una capucha a laespalda, y de su pecho colgabaamuletos dorados. No se parecía aninguno de los hombres que había vistoantes. Era de una raza diferente a los

Page 234: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cabezas negras y a los martu. Sus ojoseran azules y la desarreglada barba que poblaba su rostro arrugado era gris,aunque conservaba aún reflejos doradoscomo los de la melena de un león.

 —Vaya, vaya —dijo el hombrecillode pronto, en perfecto sumerio—, lacosa ha despertado… Veremos qué prefiere comer.

Se dio la vuelta, acercándose a unaespecie de despensa y tomó algunascosas mientras murmuraba entre dientes.Enkidu pudo ver entonces dónde seencontraba. Era una cueva de areniscaamarilla que parecía haber sidoexcavada por la mano del hombre. Elcentro lo ocupaba un escaso mobiliario

Page 235: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

compuesto por una mesa de troncos yuna única silla. Aparte de la alacenadonde rebuscaba el viejo, nada máshabía en las ocres paredes exceptoamuletos, colgantes y objetosabsolutamente desconocidos paraEnkidu.

El personaje se volvió, ofreciéndoleuna escudilla con un montón dehierbajos. Pero él no quería comer y nohizo ningún gesto. Tan sólo siguiómirando con indiferencia a su captor,que mostraba una decidida tendencia ala charlatanería.

 —Vaya con la fiera —dijo para símismo, pues parecía pensar que Enkidera un animal que no podía entenderle

Page 236: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —. Ahora no quiere comer. Bueno, aquíte dejo el plato, por si acaso… —Hizouna pausa, pensativo, y luego continuó —. No sé, no sé… las crías de zorro ylos pájaros volanderos rehúsan elalimento de la gente cuando están ecautividad. Pero… —murmuró,dirigiendo una mirada de sorpresa aEnkidu—, no, no pienso que esa cosasea una cría, aunque por otro lado, bie pudiera ser. Y si lo fuera… ha deadquirir un buen tamaño de adulto, ya locreo. —De pronto se detuvo, y volvió amirarlo agitadamente—. ¡Por Enlil! —  proclamó—. No te andarán buscando tus padres ¿verdad? Sería horrible quevinieran aquí y destrozaran mi cueva.

Page 237: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero ahora que lo pienso —volvió arezongar para sí—… ¿Y si no le gusta lacomida vegetal? Hum, por su aspecto,debe ser carnívoro. Pero, desde luego,habrá que refinar sus hábitos si piensaquedarse aquí… Escucha, bruto —gritó,dirigiéndose de nuevo a Enkidu—: en lacueva de Kei no se comen animalessuperiores ¿Entendido? Olvídate de losconejos, jabalíes y cosas por el estilo.Será mejor que te metas esto en lacabeza desde el principio.

Enkidu se quedó completamente patidifuso ante semejante monólogo, yno supo qué pensar de aquel viejogesticulante. Lo más probable es quehubiera perdido el juicio hacía ya

Page 238: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tiempo y que se mantuviera vivo eaquellas soledades por estrictacasualidad. Pero cuando el anciano sevolvió para hurgar nuevamente en laalacena, el supuesto animal habló covoz grave y clara:

 —Mi nombre es Enkidu —dijosimplemente.

Al viejo lo sacudió una especie deconvulsión interior y los cuencos quetenía en las manos se le cayeron,haciéndose añicos contra el suelo.Parecía haber quedado petrificado igualque Gilgamesh, a juzgar por la súbitainmovilidad de su cuerpo y por scabeza encogida entre los delgadoshombros, como esperando un golpe de

Page 239: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muerte.Sólo después de unos momentos

recobró el dominio de sus miembros yvolvió muy despacio la cabeza. En srostro se dibujaba una mueca desorpresa e incomprensión.

 —¿Cómo… cómo has dicho? — susurró.

 —Enkidu —repitió éste.El silencio del hombre contrastaba

con su anterior charla sin fin. Miróinsistentemente al prisionero con losojos crispados y las cejas algoarqueadas. Parecía que todos los pelosde su barba se habían erizado a utiempo.

 —¿Enkidu…? —masculló incrédulo.

Page 240: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Éste asintió con la cabeza. —Pero… —balbuceó al fin el

atónito personaje—, pero si sabeshablar. Nunca oí que los animaleshablaran excepto algunos pájaros queson capaces de repetir lo que se lesdice. Pero tú no tienes alas, a menos quelas hayas escondido o te las hayacortado. Y además, no has repetidonada… sabes combinar palabras, puedeque… Pero entonces ¿qué eres tú? — concluyó al fin.

 —La diosa Aruru me formó del barro para combatir al rey de Uruk — contestó Enkidu, armándose de paciencia.

 —¿Uruk?… —repitió el viejo— 

Page 241: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¿qué es Uruk? —Una ciudad que queda muy lejos,

hacia el sur —explicó Enkidu. —O sea —comentó irónicamente el

anciano—, que la mismísima diosa de lavida bajó del cielo para crearte… del barro ¡qué historia! Para ser una bestiadesconocida, tienes mucha fantasía. Perodime ¿por qué viniste aquí desde talejos?

Enkidu intentó fijar la mirada en elviejo al notar que sus ojos comenzaban aenturbiarse de desesperación.

 —Vine con el rey de Uruk, que te henombrado, para luchar contra… — empezó a decir.

 —¡Pero si era tu enemigo! —le

Page 242: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

interrumpió Kei jubilosamente— ¡túmismo lo acabas de decir! Veo que eresun mentiroso, Enkidu o como te llames, pero a este viejo no se le engaña tafácilmente.

La paciencia del hombre de lascolinas se desbordó. Por primera vez,harto de tanta insolencia, sintió unaoleada de coraje y se abalanzó sobre los barrotes, intentando sacudirlos, ytronando:

 —¡Escucha, enano barbudo! ¡Vinehasta aquí con Gilgamesh para luchar contra Huwawa, el gigante que guarda elBosque de los Cedros, pero una especiede bestia negra nos atacó, y una bola defuego mató a mi amigo!

Page 243: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Una sombra cruzó el rostro delhombre, y todo tono de frivolidad cesóen su voz.

 —¿Has… has estado en las colinas? —preguntó en susurros—… ¿En unascolinas donde brillan fuegossuspendidos del aire que no desprendecalor?

 —¡Eso es! —exclamó Enkidu,satisfecho de ser comprendido al fin, y acontinuación le refirió todo cuanto leshabía ocurrido.

Cuando acabó de escuchar lahistoria, el viejo se aclaró la gargantacomo para decir algo importante. Abriódesmesuradamente los ojos y declaró etono lúgubre:

Page 244: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Mal hado es el que os ha traídoaquí. Has de saber que, al contrario delo que pensabais, no habéis errado elcamino. La única ruta practicable al Paísde los Cedros pasa por aquí… Hacia eloeste se abre una amplia depresión demontañas, surcada por nueve colinas. Eel pasado sucedieron cosas… y losdioses, para defender su jardín, pusierosobre cada una de esas colinas a udemonio negro sacado del mismísimoKur. Día y noche vigilan el camino ycierran el paso a cualquiera tan ingenuocomo para adentrarse en estos lugares.Para ello, además de su propia fuerza,cuentan con el fuego…

 —¿Qué es ese fuego? —interrumpió

Page 245: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ansiosamente Enkidu. —Es… es el espíritu de Inanna, la

diosa de la guerra. Todo su poder apoyaa los demonios… así te harás una ideade la importancia que los diosesconceden a los bosques sagrados, cuyamadera les es necesaria para susmansiones en la Montaña del Cielo y laTierra[49].

Enkidu se quedó pensativo,repasando el conjunto de sus erroresdesde que dejaron el río Éufrates ytomaron el nefasto camino del oeste.Pero de pronto, su mente dejó dedivagar y preguntó:

 —¿Cómo me has metido aquí?¿Cómo me has traído desde la fuente?

Page 246: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Y… ¿quién eres tú? —¡Oh!… Soy Kei, una especie de

anacoreta ¿sabes? Como ves soy muchomás humilde que tú. Podría habertedicho que soy el mismo Lugalbanda, locual no es menos fantástico que lo que túme has contado sobre tu origen — declaró el anciano.

 —Pero ¿qué haces aquí? Parecesmuy viejo ya… ¿cuántos años tienes? — insistió Enkidu.

 —¡Años! —murmuró el otro,mirando al vacío—. Sí, no lo había pensado. No sé cuántos años tengo, nilos que llevo viviendo aquí, ni meimporta. Medir el tiempo es una maníatonta ¿no te parece?

Page 247: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Mientras hablaba, y con la mayor indiferencia, se acercó a la jaula y laabrió. Luego se volvió y siguió hurgandoen la alacena, buscando algo pararecoger lo que había caído al suelo.Enkidu, nuevamente desconcertado anteeste gesto de confianza, salió lentamentede la jaula. Kei, entretanto, no paraba dehablar.

 —El caso es —decía, aún deespaldas— que te encontré tumbado ela fuente cuando fui a por agua estamañana y quedé bastante sorprendido¡Ah, ya estás fuera! —dijo al ver queEnkidu estaba de pie, a su lado, sisaber qué hacer—. Toma, ayúdame arecoger los trocitos, si no nos

Page 248: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

destrozarán los pies.Le alargó un cuenco. Enkidu se

agachó tontamente y comenzó arecolectar los trozos esparcidos. Era lasituación más estúpida con la que sehabía encontrado nunca.

 —Pues te encontré —continuó Kei — y me dije: «he aquí un animal bieextraño»… ¡Oh, perdona! —seinterrumpió, sonrojándose levemente—.

o debes ofenderte. Yo entonces nosabía… que hablabas y todo eso. — Enkidu respondió con un gruñido decondescendencia—. El caso es quevolví rápidamente a la cueva y preparéun somnífero para evitar que tedespertaras durante el traslado.

Page 249: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pero —objetó Enkidu— ¿cómo pudiste arrastrarme hasta aquí? Parecesun poco flojo… y tú tampoco temolestes.

 —¡Oh, adoro la educación! — sentenció muy contento el anacoreta—.Descuida, no me molestaré… Bueno, laverdad es que utilicé… ejem, animalesde tiro.

 —Entonces —preguntó— ¿mearrastraste como un paquete por entrelas piedras?

 —Ten en cuenta —se defendió Kei — que yo creía que eras… En fin, losiento mucho. Te ofrezco a cambio u poco de leche.

El excautivo aceptó, pero entonces

Page 250: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el viejo le entregó una escudilla y ledijo alegremente:

 —A la salida hay una cabra. Ya puedes ordeñarla.

Salió, pues, al exterior, donde un solradiante iluminaba el claro del bosquecillo de chopos. No muy lejos, seescuchaba el agradable murmullo delagua y por los alrededores deambulabauna cabra y algunas gallinas. Pero nirastro de caballos u otros animales detiro.

Tomó la cabra y se puso a ordeñarla,mientras trataba de decidir qué debía pensar de aquel pintoresco anciano. Sehabía tomado demasiadas molestiasmetiéndolo en la jaula para ahora

Page 251: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dejarlo salir con total naturalidad. A fide cuentas, no parecía mala persona,sólo un poco loco. Quizás podría ser ucompañero ideal para él, un regalo deldestino para combatir la soledad y la pena. Por sus palabras, parecía como sihubiera decidido ya que se quedara.

Pero la estridente voz del viejovolvió a interrumpir sus pensamientos.

 —¡Enkidu…! —Se escuchó desde elinterior.

 —¿Qué quieres? —contestó éste. —Oye, a propósito de tu amigo, ese

rey de no sé dónde… —¿Qué…? —No creo que esté muerto.Lo primero que se oyó a

Page 252: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

continuación fue el alarido de la cabra, pues las manos de Enkidu, al crisparseen sus ubres, casi las estrangulan.Entonces se precipitó hacia la cueva,mientras el pobre animal corríaespantado.

 —¿Qué es lo que dices? —gritó colos ojos desencajados.

 —Si no me equivoco —empezó Kei,con exasperante parsimonia—, debeestar en una especie de duermevelacercana a la catalepsia, y aunque scuerpo está petrificado, su mente siguediscerniendo y, desde luego, vive.

Enkidu sintió que la ira le hacía perder los nervios, y de un tremendo puñetazo partió en dos la rústica mesita

Page 253: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del anacoreta. —¿Por qué no me lo dijiste antes?

 —rugió como un volcán. —Pues porque no me lo habías

 preguntado, naturalmente —respondióKei con voz airada—. Pero no tealegres. El castigo de los dioses por transgredir sus leyes es peor que lamisma muerte. Ese estado es… unatortura permanente.

Enkidu escrutó los rasgos delanciano a la búsqueda de un gesto deoptimismo, algo que le diera fuerzas para luchar, alguna esperanza. Por alguna razón, sospechaba que el viejosabía mucho más de lo que decía.

 —¿No se puede hacer nada? — 

Page 254: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 preguntó al cabo. —Pues… sí, aunque es

 prácticamente imposible. Te lo puedoexplicar pero…

 —¡Apresúrate! —bramó Enkidu,cercenando lo que temía se convirtieraen una nueva andanada de frases sisentido.

Pero Kei lo miró severamente, comorechazando ser dominado, y respondiócon adustez.

 —No, no me puedo apresurar, yademás no es tarea fácil… Por lo queme has contado —dijo, después de dejar  pasar un desafiante silencio—, pareceque ese fuego lo fascinó. Parareanimarlo hay que utilizar la magia.

Page 255: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Conoces tú acaso algún conjuroque pueda ser útil? —inquirió elexcitado Enkidu.

 —Ningún conjuro sirve para eso… pero hay una manera —empezó acomentar el anciano, con tono decomplicidad—… Escucha, de entre esosdemonios negros, uno es más poderosoque los demás. Por lo que me hascontado, creo que es el que te atacó. Snombre es Krath y es el jefe de losdemonios guardianes. —Hizo una pausa  luego continuó—. Tú no pudiste

fijarte, pero las puntas de sus onduladoscuernos son dos pequeñas piedrasnegras. Estas piedras, llamadas e brujería Ythion, son en realidad

Page 256: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

huesecillos que se encuentran en lacabeza de ciertos reptiles que habita bajo tierra, y tienen gran poder. Entreotros, el de desencantar a los hechizados por ese fuego[50].

Kei enmudeció y miró a Enkidu.Como si éste no acabara de darse cuentade la situación, aclaró:

 —Pero para conseguirlas tienes quematar a Krath y me parece una empresademasiado aventurada para un mortal.

 —¿Es eso todo? —preguntó Enkidlacónicamente.

 —Sí, desde luego —respondió Kei —. Sólo tendrías que cerrar en tu manolas dos piedras, de manera que setoquen, y aplicar el puño sobre la frente

Page 257: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de ese Gilgamesh. Yo me puedo ocupar de todo lo demás desde aquí —añadiócon una misteriosa sonrisa.

De pronto, Enkidu salió como unaexhalación. Kei se asomó al exterior ylo vio internarse en el bosque de choposmientras se colgaba a la espalda la pesada hacha de bronce que aúconservaba. Era como un espíritu de laguerra, como un viento vengador que pronto entonaría una canción de muerteentre sus enemigos, aunque esa muertefuera la suya propia.

Mientras acariciaba el filo de shacha, en camino de nuevo al funestolugar, recordó Enkidu los hombres de piedra caídos junto a Gilgamesh, y

Page 258: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

consideró que quizá fuera llegado elmomento de que un ficticio ejércitotratase de burlar la vigilancia de losdemonios.

oooOooo

Aguardó una vez más a que cayera lanoche para acercarse a la colina, y sóloentonces abordó la ladera, amparado elas sombras. En primer lugar llegó hastael vertedero de estatuas y las contó.Después se aproximó hasta la cima,donde los nueve demonios seguía

Page 259: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

reunidos. La siniestra figura de Krath, el portador de las piedras Ythion, sedestacaba notoriamente de sus acólitos, Enkidu sintió un escalofrío ancestral al

recordar sus colmillos lacerando sespalda. Pero poseía un corazón valiente, mientras clavaba su mirada en el

terrible enemigo, cada fibra de scuerpo se incorporaba pidiendovenganza y guerra.

Era imprescindible actuar cofrialdad y preparar una buena tramoya.Bajó de nuevo hasta los hombres petrificados y comenzó a transportarlos,con enorme esfuerzo, colina abajo. Aúle desconcertaba la aparente facilidadcon que podía desplazarse por la ladera

Page 260: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sin ser detectado.Le llevó casi toda la noche colocar 

cada estatua en su lugar. Cuando todoestuvo preparado se dirigió al núcleo principal de diez hombres de piedra,que había dispuesto en semicírculo en ulugar bien a la vista, y encendió un fuegoentre ellos, de forma que pareciera queun grupo de exploradores hacía un altoen el camino. Le producía una extrañasensación pensar que tras la roca habíamentes acaso despiertas. Hombres que,en una semiinsconciencia de siglos, loverían afanarse y urdir sin comprender cuál era el plan. Y pensó que quizá, sóloquizá, un ímpetu de esperanza y de luchase abriría paso, a través de la roca, e

Page 261: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sus adormecidas conciencias.Todo estaba dispuesto. El fuego

ardía espectacularmente, y Enkidu, aúentre el círculo de falsosexpedicionarios, comenzó a entonar unacanción guerrera que aprendió en Uruk,mientras sus ojos estaban fijos en lacima de la colina. Pronto notó como laluz, allá en lo alto, oscilaba. Entoncescorrió a esconderse en el refugio rocosoque había elegido cuidadosamente.Enseguida vio el temible glóbulo de luzfría elevarse algunos codos, como sicreciera. Pero nunca hubiera sospechadola prodigiosa escena que siguió.

Mientras las fieras siluetas de losguardianes bajaban a toda prisa la

Page 262: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pendiente, el fuego, multiplicado yterrible, cruzó el vacío en un silenciosoinstante, esclareciendo las tinieblas ytransformando la noche en un escenariocomo soñado, con la misma luz que provoca el estallido de un rayo.Después, con un breve y espantosorugido, el espíritu de Inanna dio una pasada mortal sobre el grupo dehombres de piedra, barriéndolos declaridad como si toda la furia de losdioses se volcara sobre ellos.

El fuego que brillaba en las nuevecolinas rara vez descendía de lascumbres. Eran los demonios negros, por sí mismos, los que daban buena cuentade los viajeros. Pero por alguna razón,

Page 263: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los dingir inmortales parecían inquietos,como si la incursión de Gilgamesh loshubiera puesto en guardia, y por elloaquella ficticia expedición fue batidacon ferocidad.

Después de su ataque, la luz oscilósuavemente y ascendió. Su luminosidadremitió y todo pareció serenarse. Enkidse había retrepado en su escondite y elcorazón le galopaba en el pecho. Apenas podía reaccionar, pero alzó los ojos a laladera, por donde saltaban velozmente,acercándose, los demonios negros.

En vanguardia corría Krath, y susojos eran dos gemas rojas queresplandecían de ira. Aún había una graluminosidad en el cielo y por eso la

Page 264: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

acción de Enkidu tenía que ser desesperada. Se arrastró hasta unosarbustos situados en el camino de senemigo, y esperó, con el hacha presta.

Krath ya estaba muy cerca. Enkidtentó por última vez la empuñadura desu arma. Sabía que no podía concederseni un milímetro de error. Todos sussentidos estaban atentos, y hasta le parecía oír los latidos del corazón de senemigo. Éste cruzó finalmente losmatorrales y lo último que oyó fue ualarido desgarrador, el más fiero gritoguerrero que pudiera escucharse. Y susojos de pronto ya no vieron más que unatiniebla permanente, porque el broncereluciente de una hacha forjada en una

Page 265: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ciudad lejana había cercenado su cuelloen un solo instante.

El cuerpo decapitado aún siguiócorriendo unos pasos, como poseído por una rabia sobrenatural, para caer finalmente de bruces a los pies mismosde los hombres de piedra. Del cuelloseccionado manaba una sangre oscura yviscosa.

Enkidu suspiró. Había vencido, almenos de momento. Pero le urgíarecuperar la cabeza. La buscó entre los peñascos y, tomándola en sus manos, deotro brutal golpe de hacha seccionó lasdos piedras Ythion.

Quiso correr hacia Gilgamesh, perodos de los demonios restantes se

Page 266: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

abalanzaron en el último instante sobresu espalda, buscándole como lobos laugular. Instintivamente, apretó en s

mano los dos talismanes y su fuerza semultiplicó prodigiosamente. Lanzó urugido y se sacudió a los enemigos.

Sin embargo, tres demonios másvolvieron a atacarlo por detrás, en tantoque un cuarto lo abordaba de frente y losotros dos, reponiéndose de su confusión,volvían furiosamente a la carga. Eracomo una manada de animalescarniceros prendida de sus miembros,clavando sus garras y colmillos en cadaespacio de su cuerpo. Una y otra vez,Enkidu los repelía, pero una y otra vezvolvían sobre él, minando sus fuerzas

Page 267: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 poco a poco.Se dio cuenta de que su única

esperanza era Gilgamesh, y comenzó acaminar hacia él en un esfuerzo titánico.Su cuerpo de piedra estaba erguido asólo unos metros, pero parecíainalcanzable. Enkidu estaba a punto defracasar, y cada paso adelante le costabaun esfuerzo sobrehumano, arrastrandotras de sí aquella vorágine que losujetaba, lo empujaba contra el suelo yle abría millares de heridas por las quesu vida se vaciaba. Sus miembroscomenzaron a debilitarse y su mente senubló.

En el fragor de la lucha, contemplófugazmente el rostro de granito de

Page 268: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh, alumbrado por ufantasmagórico resplandor,insufriblemente estático, desvalido.Quizá percibía cuanto estaba ocurriendo  su alma estaba en tensión, esperando

el momento en que la mano de Enkidu,investida del poder de las piedrasYthion, rozara al fin su frente.

Aquello le dio fuerzas para seguir forcejeando, para cubrir los últimos pasos y llegar, como un animalmoribundo, hasta la figura impasible delcompañero. Alargó su brazo sangrante,incesantemente mordido, lacerado por innumerables garras. Traspasó al fin elúltimo vacío entre su mano y el rostro deGilgamesh y, confiando en que el

Page 269: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

anciano Kei hubiera cumplido con s parte en el sortilegio, sus dedosabrazaron durante un breve instante elsemblante de piedra. Una corriente decalor pareció trasladarse, a través de smano, desde los amuletos negros a laroca.

Pero a continuación, Enkidu fuederribado. Había dado todo de sí eaquel último esfuerzo. Ya no poseíanada más. Los demonios multiplicarosus rugidos en señal de victoria cuandoel noble cuerpo cayó a tierra, y ya lodevoraban.

Entonces Gilgamesh abrió los ojos.Sus pupilas brillaron de vida, peroindicaban un tremendo distanciamiento,

Page 270: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

como si su mente aún hubiera de ser rescatada de profundos abismos. Enkidtenía horribles heridas en el pecho, loscostados y los brazos, y yacía a mercedde un enemigo sanguinario. Se había preocupado demasiado de Krath,desconsiderando a los acólitos, y elerror habría de costarle la vida siGilgamesh no despertaba, si norecordaba.

Las mejillas del rey de Uruk tomarocolor, sus brazos se movieron codesesperante lentitud. Pero su espíritdormía aún en aquella mezcla de vigilia  sueño, y parecía luchar por recordar,

 por salir de la neblina. —¡Gilgamesh…! ¡Despierta! —gritó

Page 271: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enkidu en un nuevo esfuerzo.Su amigo lo miró, pero no acaba de

entender. No comprendía aquella escenade violencia que se desarrollaba antesus ojos, o bien aún no tenía el debidocontrol de sus miembros.

 —¡Gilgamesh… sálvame! ¡SoyEnkidu… recuerda!

 —Enkidu… —murmuró Gilgames para sí.

Fue entonces cuando sus ojos seenrojecieron de ira y su espada seconvirtió en un torbellino de muerte quedejó esparcir de pronto toda la cóleraacumulada por su humillante captura ysu prolongado cautiverio.

Cuando los seres negros volviero

Page 272: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la cabeza, estremecidos por el grito deguerra de Uruk, uno de ellos ya habíamuerto. La hoja de Gilgamesh le habíadestrozado el hombro, abriéndolelimpiamente el pecho. De inmediato, losdemás olvidaron a un Enkidu casiagonizante para atacar al nuevoenemigo, pero su intento fue inútil, porque el guerrero revivido era uincontenible torrente de mandobles que pronto cercenaron un par de brazos,cuyos dueños se desangrarorápidamente y murieron.

Pero un demonio atacó con inusitadarapidez, y de un zarpazo arrancó laespada de su mano. Fue el momento queaprovecharon los otros dos para

Page 273: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

abalanzarse sobre él como habían hechocon Enkidu.

Sólo entonces una voz nueva y fuertese escuchó a sus espaldas.

 —¡Venid! ¡Venid aquí, malditos! — gritó desafiante un joven guerrero, queempuñaba un arco apostado en lascercanas peñas.

Enkidu, incluso en su mal estado, nohabía perdido el tiempo. Cuando quedólibre, se arrastró hasta otra figura de piedra y utilizó la magia de las piedrasnegras. El joven arquero vuelto a la vidano cruzó palabras con él y supoinstintivamente a quien combatir,corriendo a retar a los demonios,mientras su salvador desfallecía al fin.

Page 274: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

La cautividad no había echado a perder su puntería. Cuando el primer demonio volvió la cabeza ante susgritos, una flecha le atravesócerteramente el cuello. Fue suficiente para que Gilgamesh se incorporase yrecuperase su espada.

Los dos enemigos que aún quedabavivos se sintieron atrapados y, trasintercambiar una mirada de temor,huyeron despavoridos por el margen dela colina. El joven arquero, comoGilgamesh, los miró lleno de alivio ymurmuró:

 —No quisiera ser uno de ellos,amás escaparán de Inanna y su hermana

Ereshkigal, vayan donde vayan.

Page 275: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Se sonrieron. Habían renacidoluchando, en plena venganza. Un pocomás lejos, Enkidu sonrió también.Habían vencido. Gilgamesh se acercó,conmovido, para abrazar al hermano.

Pero de pronto éste notó unavibración en la luz y sintió que el terror  paralizaba su corazón. La celosa diosade la guerra aún no los había olvidado.Enkidu miró al cielo y vio cómo el fuegose disponía a descender sobre ellos. Eratriste haber luchado tanto para morir deaquella manera, en completo desamparoante la majestad de los dioses.

Olvidó sus heridas, lo olvidó todo.Se incorporó como un sonámbulo ycorrió hacia los otros dos, al tiempo que

Page 276: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el fuego se acercaba. —¡No miréis! ¡No miréis a la luz!

 —gritó con voz fatigada.Entonces, como la ira de todos los

dioses reunidos, como una tormenta deodio universal, un relámpago de luz blanca los atravesó. Pero Enkidu habíaconseguido abatir en tierra a suscompañeros con los ojos pegados alsuelo, protegiéndolos con su cuerpomientras apretaba fuertemente en susmanos los dos talismanes unidos.

La claridad cesó y sus ojos seabrieron. Miraron al cielo, pero nodescubrieron más luz que el límpido brillo de miles de constelaciones queresplandecían en los ámbitos celestes. Y

Page 277: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en aquella amplia paz de espaciossilenciosos, se regocijaron ante lamaravilla de estar vivos[51].

Page 278: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO IV

«La virtud, que debieran

respetar aún

cuando no alcancen a

comprenderla».

Cicerón

Huwawa

La situación que se sucedió fue singular.Los durmientes de roca fueron revividos por el poder mágico de las piedrasnegras. Guerreros que habían pasadoaños, a veces siglos, con los miembros paralizados dentro del granito,

Page 279: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

regresaron a la vida.El tiempo había transcurrido para

ellos, pero su envejecimiento fuesumamente lento, por eso todos vivían y por eso allí se congregó un fantásticogrupo de exploradores venidos de todoslos lugares imaginables, de reinoslejanos más allá de las montañas y de países con nombres desconocidos[52].

También los había que provenían del país de Sumer y habían sido enviados por los reyes de Ur, Kish y Lagash; otroshabían llegado desde más allá de latierra de Ashan, en el mítico reino deAratta; algunos eran altivos príncipesnómadas de las corrientes altas delTigris y el Éufrates. Hablaban lenguas

Page 280: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

distintas y no podían entenderse entre sí, pero Gilgamesh los comprendía a todos

 habló largamente con cada uno acercade su tierra de origen y sus aventuras.

Los hombres lloraban al ser liberados y abrazaban al portentosotaumaturgo que veían en Enkidu.Algunos estallaban en gritos de júbilo,otros invocaban la memoria de susfamilias, extraviadas en los espacios dela eternidad, y otros reían como seres privados de razón.

Y todos habían purgado elsacrilegio. Pues era el sacrilegio deejercer su rapiña sobre los mismosdingir inmortales el ideal que les habíaatraído hacia el País de los Cedros.

Page 281: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero unos y otros habían sidoestrepitosamente derrotados por losguardianes antes de haber podido echar la mano a la espada, mucho antes dehaber visto, siquiera en la lejanía, alenemigo al que esperaban ingenuamenteoponerse, el legendario giganteHuwawa.

Y habían recibido el castigo másterrible de todos, mucho peor que lasosegada muerte. Ya no querían saber nada de aventuras, sólo ansiaban volver a sus ciudades para convertirse ehombres piadosos y buscar consuelo eel vino y en el vientre de las mujeres.

Desde aquel punto se dispersaron etodas las direcciones, ignorando que

Page 282: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aquello que buscaban se había esfumadocomo el humo. Sus hogares no existían,sus amigos habían muerto, y sus patriashabían sido demolidas por las oleadasdel tiempo. Pues no sólo se esciudadano de un terruño que nosalimenta con la sonrisa de sus gentes ylas palabras de sus canciones. Tambiéhabitamos el tiempo y los años forma para nosotros un lecho al que despuésllamamos generación, y es también comouna ciudad mística donde vivimos y queconservamos encerrada en el almaaunque viajemos muy lejos sobre latierra.

Pero los guerreros de piedra quecaminaban en busca de sus hogares

Page 283: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estaban desposeídos de todo, hasta de shabitación en el tiempo. Porque eltiempo es un mancebo que tiene lassandalias aladas y en aquella hora,aunque hubieran entrado en la habitaciódonde su madre los dio a luz, habríasido igualmente extranjeros.

El joven arquero, sin embargo, noquiso regresar. Cuando todos semarcharon él seguía inmóvil, la miradaacerada, el rostro casi adolescente, coel encanto de la aventura dibujado esus facciones y la embriaguez de lareciente victoria planeando sobre smente.

 —¿Qué ocurre? —preguntóGilgamesh— ¿es que no te marchas?

Page 284: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Si aún pensáis ir al Bosque de losCedros, quisiera acompañaros — contestó en sumerio.

 —Hablas mi lengua. —Hizo notar Gilgamesh, que en la confusión quesiguió a la victoria había podidocambiar escasas palabras con él—.¿Quién eres?

 —Mi nombre es Enakalli — respondió el joven—. Mi padre era el patesi de Lagash, y mandó a mi hermanoal frente de una expedición para cortar algunos troncos de esa madera selecta.Yo tenía quince años cuando todo estoocurrió. Fui un imprudente al subir esolitario a la colina, sin avisar…

 —¿Cuánto tiempo llevabas

Page 285: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 prisionero? —preguntó Enkidu, que, trasun razonable descanso y ayudadoeficazmente por las piedras mágicas, sehallaba visiblemente recuperado, aunquetodavía débil.

 —No lo sé, muchos años — manifestó Enakalli—. Era muy vivaz, ynunca dejé de estar consciente. Prontodejé de contar los días y sólo recuerdola angustia de la sucesión de amaneceres  anocheceres, de escuchar el canto de

las aves y los sonidos del bosque perosin poder girar la cabeza para abarcar más con la mirada, de la desesperacióde llegar a conocer perfectamente a cada pájaro y cada insecto que cruzabafrente a mis ojos, para distinguir más

Page 286: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tarde a sus hijos y a los hijos de sushijos. También he visto a algunoshombres subir a la colina y os vi avosotros, aunque vosotros, desde luego,no os fijasteis en mi presencia.

 —Tu padre… ¿cómo se llamaba? —  preguntó Gilgamesh, después de una pausa en la que digirió su asombro anteestas palabras y rememoró las escasashoras de su propio encierro.

 —Mi padre era Lugal-Apindu — declaró el arquero[53].

 —Lugal-Apindu… —musitóGilgamesh—, he oído ese nombre.Gobernó cuando yo no había nacido…en tiempos de mi abuelo. Si es así, parece que has estado una generación e

Page 287: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la roca ¿tenías familia, mujer o hijos? — añadió.

 —No, afortunadamente —respondióel joven. No quisiera encontrar a miesposa transformada en una anciana sidientes ¡Por Enlil, qué horribleexperiencia!

 —¿Y dices que quieres venir conosotros? —Dudó Enkidu.

 —Sí… el regreso a Lagash meinspira más temor que deseo. Y laverdad es que empecé una aventura queaún no ha terminado. A fin de cuentas — añadió, tratando de añadir una notafestiva ¿qué son treinta años?

Gilgamesh, echando una mirada alhuesudo muchacho, estuvo a punto de

Page 288: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

negarse. Tanto él como Enkidu eraseres de excepcional fuerza y aqueloven, aunque manejaba bien el arco, no

les era comparable y seguramenteconstituiría un estorbo. Por lo demás, noquería que los advenedizos le robaran lagloria.

Lanzó una mirada interrogativa aEnkidu y por sus ojos supo que éste noera de la misma opinión. Un arquero de precisión podría ser útil contraHuwawa, al que seguramente lesresultaría difícil acercarse.

Así pues, el joven fue aceptado yuna expresión de inigualable gozoapareció en su semblante juvenil altiempo que estallaba en deseos de

Page 289: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

descargar todo su carcaj contra elgigante.

Pero antes volvieron sus pasos haciael este para expresar su agradecimientoal anciano que les había abierto elcamino a la victoria.

oooOooo

Al cabo de unas horas llegaron,siguiendo el curso de un regato, a lafuente donde Enkidu había sidocapturado. Frente a ella había un otero partido que caía en recias escarpaduras

Page 290: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

grises sobre un bosquecillo de choposamarillos.

 —Ahí es —señaló Enkidu—. En uclaro de ese bosque está la cueva.

 —¿Seguro que es de fiar? —  preguntó precavidamente Gilgamesh.

 —Al menos nos ha ayudado — repuso Enkidu—, y eso merece unaconsideración… Entremos.

Se internaron entre los chopos. Lahierba aplastada formaba un senderolevemente trazado por el anciano en susidas y venidas a la fuente. Lo siguieron yhe aquí que Enkidu, que caminaba ecabeza, apartó un álabe medio caído eel camino y al momento una lluvia de polvo azul se precipitó sobre los tres y

Page 291: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los envolvió por completo. Todosempezaron a toser y maldecir y fueentonces cuando se escuchó a un conjuro pronunciado en una lengua extraña.

Y cuando se miraron los unos a losotros, su estupefacción no tuvo límites, pues los tres habían sido convertidosen… ¡cabras!

 —¿Qué es esto? ¿Qué nos ha hechotu amigo? —gritó el iracundo Gilgamescon su nueva garganta de cabra.

 —No lo sé, no lo sé —contestóEnkidu mientras temblaba de miedo—,a te dije que era muy raro… Vayamos a

la cueva de todos modos, quizá puedaarreglarse.

Hicieron como había dicho Enkidu y

Page 292: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

al poco llegaron al claro de las hojassecas, donde la cabra y la gallinatriscaban al pie de un satisfechísimoKei, que estaba de pie, con los brazoscruzados sobre su raído manto azul y susamuletos de color oro sucio brillando alsol de mediodía.

 —¿Quiénes sois y qué buscáis aquí? —preguntó con marcada autosuficiencia.

 —Anciano… Kei. Soy Enkidu, y hevenido con mis amigos. —Se oyó decir a una de las cabras.

 —¿Enkidu…? —inquirió el viejo,arrugando su frente como si hiciera ugran esfuerzo por recordar— ¿quéEnkidu?

 —Me encontraste en la fuente… y

Page 293: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

me metiste en tu jaula ¿no te acuerdas?Kei caviló profundamente durante

unos momentos llenos de incertidumbre para las tres cabras, que deseabaardientemente volver a ser guerreros.

 —¡Ah, ya me acuerdo de ti! — anunció por fin el anciano ¿encontrasteal rey de Uruk?

 —Sí —contestó Enkidu, ya bastantefastidiado—, es éste… ejem, esta cabraque tengo a mi derecha.

Kei lo examinó un instante ycomentó con un gesto de ironía:

 —¡Vaya! Si te vieran ahora e palacio…

Por toda respuesta, Gilgamesh, muyincómodo a causa de todas aquellas

Page 294: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

magias que lo hacían pasar de laconsistencia del granito a pieza deganado, lanzó contra el viejo una seriede blasfemias, maldiciones e insultosque terminaron por hacerlo enfadar. Ohacía como que se enfadaba, que así dedesconcertante era su personalidad. Elcaso es que roció a Enkidu y Enakallicon una sustancia desconocida, altiempo que murmuraba algo entredientes, y los hizo volver a su estadonormal.

 —En cuanto a ti —dijo a Gilgamesh,con un punto de cólera en la voz—,mira, ahí tengo una cabra. Cuéntale tusaventuras si quieres hacer nuevosamigos.

Page 295: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Kei… —empezó a protestar Enkidu, con el horror pintado en elsemblante.

 —¡Déjalo! —replicó el anciano al borde de la ira—. Quizá así aprenda u poco de humildad… A propósito — añadió, trocando la adustez en su voz por un desbordante entusiasmo— ¿qué te parece mi sistema de seguridad? Loestoy ensayando. Consiste en depositar unas bolsitas abiertas con polvo mágicosobre ese árbol con la rama caída.Cuando el intruso trata de apartarla,consigue que todo el polvo caiga sobreél, y el viejo Kei, siempre atento, al oír los gritos de protesta, lanza un conjuroque consigue la maravillosa

Page 296: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

transformación que has visto ¿No esestupendo, hijo?

Enkidu dudó un momento. No parecía fácil hallar una respuesta quecontentara al anciano. Por lo demás, aúestaba abrumado ante el increíble poder de aquel personaje aparentementedesvalido.

 —Es… es… excelente. —Acabó dedecir, sin encontrar otras palabras.

 —Bien, —repuso Kei— entonces pasemos al interior para que toméis algocaliente, y así me explicarás quién eseste joven tan callado. También te daré a beber algo para que te cicatricen esashorribles heridas que… ¡Ahora que lo pienso! —exclamó para sí—. Menos

Page 297: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mal que he ordeñado la cabra estamañana, pues si tratara de buscarle lasubres a ese Gilgamesh por equivocació —añadió con una sonrisa maligna—…se podría enfadar bastante. Perocomprendo que una cabra es igual queotra cabra.

Conteniendo la risa que le producíasu propio chiste y ante la perplejamirada de sus dos visitantes, penetró ela cueva seguido de ellos y los acomodócomo pudo, ya que como sabemos sólotenía una silla, ofreciéndoles unasescudillas de leche y otras con unaextraña pasta de vegetales que los doshombres engulleron con recelo, por si setratara de un nuevo alimento mágico que

Page 298: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los transformara quizá en búhos. —Éste es Enakalli —anunció Enkid

señalando al joven arquero—, hijo delrey de una ciudad cercana a Uruk llamada Lagash. También estaba petrificado. Lo he liberado, como aGilgamesh. Los hemos liberado a todos.Hemos derrotado a los demonios.

 —¿Hablas en serio? —interrogóKei, mostrando un repentino interés.

 —Completamente. Mira esto — añadió orgullosamente Enkidu,extrayendo de una bolsita de cuero lasdos piedras Ythion y mostrándolas alincrédulo anciano.

Éste parecía conmovido ante lavisión de los amuletos. Toda sombra de

Page 299: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ironía cesó en su semblante para dejar  paso a una expresión de admiraciócreciente, multiplicándose a cadainstante conforme se daba cuenta de ladimensión de los hechos.

 —Krath… —murmuró entre dientes,con una mezcla de alegría y turbación.

Miró a los dos guerreros con ojosque veían otros mundos, que adivinabadetalles y atmósferas prohibidas paraellos y, extáticamente, contestó:

 —No sabéis cuanto tiempo heesperado este momento… creí que nuncallegaría.

 —Pero ¿por qué? —se atrevió a preguntar Enakalli, rompiendo smutismo— ¿qué debemos saber que

Page 300: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ignoramos?Súbitamente, Kei pareció despertar 

del trance melancólico y recobró santerior presencia de ánimo.

 —¿Por qué? —repitió coinconfundible cinismo—. ¡Esosdemonios arruinaban mis sembrados deacelgas en sus excursiones nocturnas!

 —¿Cómo dices…? —insistióEnkidu, sin comprender.

 —Tengo más abajo —respondió elanciano— un pequeño huerto y esosmalditos demonios siempre me las pisoteaban sin ningún respeto. Gracias avosotros, el viejo Kei podrá cenar sverdura tranquilamente.

Los dos visitantes quedaro

Page 301: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estupefactos. Era evidente que, bajo susdesvaríos, el viejo ocultaba secretos queno estaba dispuesto a revelar.

 —Bien, voy a liberar a ese valienteguerrero que espera afuera —anunció para evitar nuevas preguntas—. No está bien humillar a semejante héroe.

Así que salió nuevamente al claro.En un rincón del prado, junto a losárboles, estaban las dos cabras.

 —¿Quién de los dos es el rey deUruk? —preguntó lacónicamente.

Gilgamesh, aún arrogante bajoaquella apariencia, volvió a insultar alviejo a modo de respuesta, y éste lodesencantó.

 —Pasa adentro —murmuró—, y me

Page 302: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

contaréis vuestra guerra.Entonces Kei pudo escuchar cómo

Enkidu había cortado la cabeza delmonstruoso Krath y se las habíaarreglado para derrotar a todos losdemás demonios con la ayuda deGilgamesh y Enakalli.

 —Lo que no comprendo —añadióEnkidu—, es cómo no me detectaron etodas mis andanzas por los alrededores.

 —Es sencillo —respondió Kei—,en la oscuridad se guían por el olfato.En las colinas pululan muchas bestias ytú aún hueles a animal, por más bañosque hayas tomado en Uruk. Eso te hasalvado.

 —Es mejor que nos vayamos — 

Page 303: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

interrumpió secamente Gilgamesh—,tenemos mucho camino por recorrer.

 —¿Tan pronto? —objetó el anciano —. Podríais pasar aquí unos días parareponeros y…

 —¡Nada de eso! —rugió elenfurecido monarca, que no estabadispuesto a más vejaciones—. Laverdad es que no me fío de ti. Si un díate levantaras de mal humor, nos podríasconvertir en cabras otra vez, o en algo peor. Además —añadió—, no acabo dever claro todo este asunto. Para decirlollanamente, estoy convencido de quesabes mucho sobre esos demoniosnegros y no lo quieres decir y hasta pienso que tienes algo que ver con ellos.

Page 304: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Kei enmudeció unos momentos,mientras seleccionaba las palabras.Clavó sus ojos de manera terrible eGilgamesh y su voz brotó como latormenta:

 —¡Escucha, rey de lo que seas! Elviejo Kei no suele recibir muchasvisitas y le agrada un poco de charla co buenos amigos. Pero eso, desde luego,no incluye a alguien tan desconfiado ysoberbio como tú, de manera que puedes pensar de mí y de los demonios lo quegustes. La única verdad es que…¡estropeaban mis sembrados de acelgas!

Gilgamesh esbozó un gesto de rabiacontenida ante aquella capacidad delviejo para combinar lo serio con lo que

Page 305: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 parecía el sarcasmo más delirante. Eaquel momento, sus compañeroscomprendieron que la reunión habíatocado a su fin y se pusieron en pie.Pero Enkidu, encariñado con el anciano,se le acercó un momento y le habló.

 —Quería agradecerte todo lo quehas hecho por nosotros —declaró—. Situ ayuda, nada habríamos conseguido.Tal vez te gustaría conservar estas dos piedras negras… para tus hechizos.

 —¡Oh, no! ¡Tengo muchas! — contestó festivamente el anciano.

Enkidu se quedó de una pieza. —¿Cómo has dicho…? —exclamó. —¡Sí, sí…! —insistió Kei, como si

fuera la cosa más natural del mundo y,

Page 306: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

acto seguido, sacó de un rincón un cofremetálico atestado de piedras y amuletosde todas clases, que enseñó a Enkidmuy contento—. ¿Ves? Las hay dedemonio negro y también de escamas dedragón de las Montañas de la Luna, decabeza de lagarto verde y muchas más…¿Por qué me miras así? —preguntó al percibir el descompuesto semblante deEnkidu.

 —Pero entonces… entonces ¿por qué no me diste una? —vociferó, con laindignación interrumpiendo el curso desus palabras y las manos crispadas,como queriendo agarrar en el aire vacíola garganta de Kei— ¿cómo me hicistearriesgar de esta manera la vida para

Page 307: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

matar al demonio…?Kei, a su vez, lo miró como si u

 perturbado mental le dirigiera unaincoherencia tras otra.

 —Cada uno debe resolver sus propios problemas —respondió ¿no losabías? Tú saliste a buscar aventuras¿quién soy yo para impedírtelo? Alcontrario, no quise privarte del placer de una buena victoria.

Aquel vendaval de cinismos fuedemasiado para Enkidu, que, incapaz dearticular palabra o de seleccionar nuevos argumentos, se precipitó en uarrebato de cólera hacia el delgado yfrágil cuerpo del anciano y lo agarró,suspendiéndolo en el aire al tiempo que

Page 308: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gruñía como un animal. Sólo la rápidaacción de Gilgamesh y Enakalli logróimpedir que lo lanzara contra las paredes de la caverna.

Finalmente, lo depositó nuevamenteen el suelo y los tres amigos semarcharon sin que mediara despedida.Pero sus maldiciones todavía seescuchaban cuando, vigilando las copasde los árboles para evitar nuevossortilegios, se internaron en el bosquecillo hacia el río.

oooOooo

Page 309: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Tomaron el camino del oeste, y pronto pasaron nuevamente por el lugar donde en la víspera habían luchado. Delos cadáveres de los demonios sedesprendía un hedor repugnante que la brisa llevaba muy lejos, pero los buitresno querían tocar aquellos cuerposcorrompidos. Ni las moscas siquierahurgaban en los entresijos de las atrocesheridas o bebían en los charcos de negrasangre.

 No hicieron comentario alguno ydejaron atrás el paraje tan aprisa como pudieron. Las siete colinas estabadesguarnecidas y ya no había rastro delfuego asesino. Quizá Inanna tramaseunto a su hermana, la negra Ereshkigal,

Page 310: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

una oscura venganza. Quizá una legióde demonios negros, o de seres aú peores de los abismos, les saliera al paso en cualquier desfiladero. O quizálos dingir inmortales los contemplabadesde su oculta mansión y aguardaran elmomento oportuno para descargar sobreellos un ataque fulminante y definitivo.En ese caso, muy pronto sus huesos secalcinarían al sol, pues grande era el poder de los Siete que decretan eldestino.

Pero el riesgo daba valor a sus vidas aquello era hermoso. Junto a esto, una

confusa mezcla de esperanzas y temor los impulsaba hacia el mítico oeste.Enakalli, el joven arquero de Lagash,

Page 311: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estaba maravillado del poder de suscompañeros de viaje y consideraba uraro privilegio acompañarlos en aquellagesta. Enkidu era simplemente fiel aGilgamesh. Sabía que todo aquello erauna locura, pero un sentido de la amistadcasi desenfocado lo traía por aquelloslugares siguiendo a su camarada. YGilgamesh mismo conservaba su ánimofebril, aumentado por la vergüenza dehaber tenido que ser rescatado por Enkidu como un niño perdido. Él era elhijo de Lugalbanda y debía ser digno desu padre divino. Cuando guardabasilencio, podía oír su nombre cantado elas leyendas y repetido hasta la saciedaden las canciones de la gente sencilla,

Page 312: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

allá en la bendita tierra de Kalam.Poco a poco se fueron adentrando e

un paisaje sumamente extraño donde lavegetación casi había desaparecido y elsuelo pardo estaba formado por  permanentes ondulaciones y farallonesarcillosos de formas singulares, comoesculpidos por un dios borracho. En elcielo, las nubes semejaban pesadasmontañas y se desplazaban con rapidez.La soledad era abrumadora, todo elambiente los oprimía.

Al atardecer del segundo díacomenzaron a distinguir hileras decuevas encaramadas en lo alto de lasladeras de arenisca. Pero su aspectodesolado, que comulgaba con el resto

Page 313: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del paisaje, indicaba que habían sidoabandonadas hacía mucho tiempo. Noimaginaban que los hombres pudieravivir allí. La esterilidad del paisaje, sinfinita sequedad, hacían de aquel lugar un desierto que nada tenía que ver con ellujurioso jardín que esperaban encontrar más allá. Era como una tierra de nadieque los dioses hubieran dispuesto para proteger su bosque.

En aquella especie de olla el calor era infernal y cada vez les resultaba mástrabajoso avanzar. No había caza, sóloconseguían entrever huidizas serpientes  lagartos. Bajo cualquier piedra

anidaban enormes escorpiones, por loque sólo con extremo cuidado se podía

Page 314: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sentar.Por todo ello, una difusa sensació

de extravío comenzó a preocuparlos, altiempo que se preguntaban por losinsondables límites de aquel desierto dearenisca.

Hasta que vieron que en una de lascuevas, perdidas en lontananza, brillabauna débil luz. Todos sus sentidos se pusieron en guardia e inmediatamentedesconfiaron, porque el fuego blanco deInanna los había escarmentado.

 —Sigamos adelante —propusoEnkidu, temeroso de nuevos encuentrosdesgraciados.

 —Creo… que deberíamosinvestigar. —Se atrevió a oponer 

Page 315: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enakalli, para quien los años deinactividad habían representadodescanso más que sobrado—. Quizáhaya alguien que nos indique elcamino…

 —No seas ingenuo —repuso Enkidu,con voz impaciente—. ¿Qué pretendesencontrar? ¿Una honrada familia quesiembra su trigo al pie de la cueva?

 —Enakalli tiene razón —tercióGilgamesh.

Enkidu volvió los ojos hacia él y ledijo con acritud:

 —Estamos como al principio…¿otro pastor con fresco queso de cabra?

 —No —respondió Gilgamesignorando la ironía—, pero quien quiera

Page 316: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que haya encendido esa luz nos podráorientar. Sólo que esta vez andaremoscon más cuidado. Y si es un enemigo loque ahí se oculta… lo siento por él.

Enkidu retuvo en la garganta uúltimo comentario y los tresencaminaron a la cueva mientras lanoche caía. Llegaron al pie de lasestribaciones, ascendieron y sedesplegaron en un semicírculoestudiado. Enkidu se situó frente a laentrada, en tanto que a cada flanco semantenían al acecho Gilgamesh yEnakalli para caer violentamente sobreel enemigo cuando éste saliera.

Enkidu, desde su posición, invocócon voz potente al ocupante de la

Page 317: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

caverna, pero no hubo respuesta. La luzdel interior no osciló. Nada se movíaallá dentro. Estaba claro que no setrataba de un pastor o un viajero y lostres tentaron con inquietud sus armas.

Pero de pronto se escuchó unatenebrosa voz:

 —¡Enkidu, ven aquí! —ordenóalguien desde la cueva.

Enkidu se estremeció. Quizá losAnnunakis[54]  lo llamabadefinitivamente al reino de la muerte.Quizá aquella abertura de la tierra erauna de las puertas del Kur. Se había portado mal, había combatido contra losesbirros de los dioses y ahora todos susterrores religiosos afloraban.

Page 318: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Sin embargo, a continuación seescuchó un tintineo metálico, y su rostrose iluminó. De un salto penetróconfiadamente en la cueva, ante el pasmo de sus compañeros.

Se trataba de una pequeña estanciaexcavada en la arenisca, iluminada por un fuego que no humeaba. Tras éste, seencontraba sentado un personajeconocido, que hizo el siguientecomentario:

 —¡Vaya, creí que no ibais a llegar nunca! Para ser aventureros, resultáis u poco lentos.

 —¡Kei! —exclamó Enkidu, lleno deun profundo desahogo—. ¿Cómo noreconocí tu voz? Hasta que no escuché

Page 319: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el entrechocar de tus amuletos no… —Estabas muerto de miedo,

simplemente —respondió el anciano. —Pero… ¿qué haces aquí? — 

 preguntó el aturdido Enkidu. —¡Menuda pregunta! ¡Supongo que

tengo derecho! —contestó Kei con sacostumbrada indiferencia.

Gilgamesh y Enakalli seaproximaron y sintieron un gran alivio alver a Kei, aunque ciertamente no estabaseguros del papel que jugaba en aquellaaventura.

 —¿Nos estás siguiendo? —espetóásperamente Gilgamesh, y agregó,señalando a la pequeña fogata—: ¿Quées eso? ¿Un fuego sin humo? Esa magia

Page 320: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

se parece mucho a la…El viejo Kei lo miró de hito en hito

con sus ojillos azules, sin mover umúsculo.

 —¡Caramba, caramba! — interrumpió, para añadir—: ¡Cuántas preguntas a la vez!… Este fuego es uencantamiento muy fácil que aprendí deun mago de mi tierra, pero si prefieresuna hoguera normal y corriente, podemos hacerla y pronto esta cueva sehará irrespirable, hijo mío. Perosentaos… sentaos los tres… tenemosque hablar.

Los viajeros, intrigados,obedecieron dispuestos a escuchar loque el anciano quería decirles. Si

Page 321: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

embargo, antes de que pudiera hablar,Enakalli preguntó:

 —¿Cómo has hecho para llegar aquíantes que nosotros?

Kei le dirigió una mirada benevolente. Su rostro era sereno y sactitud demostraba como siempre unadesbordante superioridad sin sombra dearrogancia.

 —Hay otros caminos, desde luego —afirmó—. Se puede elegir el máscorto, como el viejo Kei, o rodear medio perdidos como los intrépidosaventureros que sois.

 —No es posible —murmuróEnakalli, meneando la cabeza… No es posible que haya un camino más corto.

Page 322: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pero si lo había —tercióGilgamesh— ¿por qué no nos avisaste?

 —¡Vaya! —respondió Kei, con losojos llameando sobre su interlocutor—.Tengo por costumbre responder sólocuando me preguntan. Vosotros no os preocupasteis de nada. Parecíaiscompletamente seguros de que bastabacaminar hacia el oeste y os ocupasteissólo de cubrirme de insultos. Y así escomo habéis conseguido meteros en uvalle sin salida, lleno de escorpiones yserpientes.

 —Entonces ¿cómo nos haslocalizado? —preguntó Enakalli, aúdesconfiando.

 —Bueno, hijos míos, tengo ojos para

Page 323: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ver y eso es todo. Creo que sodemasiadas preguntas para una solasesión —contestó el anciano, dandomuestras de estar perdiendo s paciencia.

 —Aún así todo esto me parece muyextraño y no me sorprendería que fuerasun espía —sentenció Gilgamesh.

 —¿Espía? ¿Espía dices? ¿Dequién…? —exclamó Kei, con sorpresaen la voz.

 —De los dioses, claro. De Inanna,de su hermana Ereshkigal, la dueña delinfierno —añadió Gilgamesh no sicierto embarazo.

 —¡Por Enlil que sois imbéciles! — estalló al fin el anciano, colmada s

Page 324: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 paciencia—. ¡Los dioses os vigilaconstantemente, y más en este lugar!¡Toda la asamblea de los cincuenta osescruta a cada instante! ¡Saben hasta dequé lado dormís!

Hizo una pausa para descargar sobreellos una atormentadora mirada. Sabíahacer que sus ojos se convirtieran ealgo insoportable. Luego continuó:

 —Los dioses no necesitan a uanciano como yo, próximo a la muerte.

o dudéis un instante de que cada piedra, cada pájaro, cada ráfaga deviento de este lugar os observa y espía para ellos.

 —En ese caso —intervino Enkidu,vulnerando el terrible silencio—. ¿Qué

Page 325: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

haces aquí con nosotros…? ¿No te estásarriesgando?

El anciano se mesó la grisácea barba, como si hubiera llegado elmomento de dar una explicación.

 —Eso es cosa mía —dijo—. El casoes que… mi conciencia no me dejaba e paz después de lo de las piedrasmágicas y me sentí en la obligación deinstruiros acerca de lo que vais aencontrar. Escuchad con atención: Hacemil años, un ejército entero intentó penetrar en el Bosque de los Cedros. Lomandaba el rey de un país muy poderosoque no conocéis. No encontraron muchosobstáculos, ya que por entonces noexistían los demonios de las nueve

Page 326: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

colinas. Pero uno de los generales de lafuerza los traicionó. Pensaba obtener mayores beneficios al servicio de losdingir inmortales que al de un rey de loshombres. Vendió a quien debía lealtad acambio de protección, y sobre todo, poder. Y cuenta la leyenda que la mismaestrella de la tarde, Inanna en persona,descendió de los cielos para encantar alos extranjeros. Dicen que la noche sevolvió día. Durante aquel momento, lasgentes pensaron que una plaga peor queel legendario Diluvio se cernía sobreellas. Sobre la llanura, ya muy cerca delardín de los dioses, los mil hombres,

excepto el traidor, habían sidoconvertidos en piedra con u

Page 327: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encantamiento mucho más poderoso queel que os retenía a vosotros dos,Gilgamesh y Enakalli. El ejército fuesorprendido mientras preparaba lamarcha antes de amanecer, y así quedó para siempre. Y así permanece y loveréis cuando lleguéis en un par de días,si tomáis el camino adecuado. Nadieantes lo ha visto, porque nadie ha vueltoa pisar estos parajes desde entonces.Por aquí no crece nada más que espinos  el paisaje es extraño y amarillento

 porque la pasada de la estrella de latarde provocó derrumbamientos demontañas y la aparición de otras nuevas agostó la vegetación para siempre.

Kei enmudeció un instante y luego

Page 328: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

continuó: —Ahora deberíais seguir por lo alto

de la planicie, arriba de estasescarpaduras. Está libre de escorpiones en poco tiempo llegaréis donde está el

ejército de piedra. Tratad a esossoldados con respeto, a ser posible.Creo que, para su desgracia, aún viven.Cuando hayáis traspuesto su vanguardia,veréis unas montañas azules a lo lejos…ése es por fin el Bosque de los Cedros.

 —¿Cómo sabes todo eso con tantodetalle? —preguntó desconfiadamenteGilgamesh, rompiendo el abrumador silencio.

 —Son historias que se cuentan. Yosoy viejo y conozco muchas — 

Page 329: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

respondió Kei, sin convencer a nadie. —¿Y qué fue del traidor? —inquirió

Enakalli, fascinado.Kei se quedó callado un momento,

como si dudara. Aquella noche, por alguna razón, estaba yendo demasiadolejos en sus explicaciones, en contra desu costumbre.

 —Como quería hacerse servidor delos dioses —añadió al fin—, fuellevado al infierno y allí pasó por lasSiete Estancias. Los Annunakis pronunciaron sobre él su palabra demuerte y murió, pero renació al cabo denueve meses en el vientre de la negraEreshkigal, la soberana del Kur insondable, en la forma de un demonio

Page 330: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

negro, el más terrible de todos. Sobresus cuernos brillaban las piedras Ythiode poder. Inanna le entregó un haz defuego estelar para que vigilara eldesfiladero de las siete colinas durantetoda la eternidad, asignándole otrosdemonios salidos de las estancias delKur.

Kei calló y miró alternativamente acada uno de los aventureros.

 —Como ya habéis imaginado — continuó—, este gran demonio es Krath,el mismo que Enkidu acaba de vencer.Durante mil años oteó el horizonte y practicó cacerías con los exploradores.Ayudado por su propia fuerza, por lamagia de las piedras Ythion, por los

Page 331: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

demonios menores y, sobre todo, por elfuego de Inanna, era invencible. PeroEnkidu, aquí presente, terminó con estaetapa de la historia, y abrió otra nuevaque nos deparará sorpresas.

El auditorio quedó boquiabierto. Silo referido era cierto, los dioses no losdejarían escapar vivos. Pero quizá habíauna razón oscura por la que aún nohabían sido fulminados. Quizá lanaturaleza especial de Gilgamesh losforzaba a una actitud más tibia.

 —¿Y dices que esos hombres aúviven en la piedra? —preguntó Enakalli.

 —Eso creo —respondió Kei—, pero es necesario un gran poder paraliberarlos. Se dicen muchas cosas, la

Page 332: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gente divaga… Una bella leyenda queme contó un pastor afirma que lainmovilidad de esos hombres no escompleta y que, gracias a los poderesmágicos de su propio rey, que se sigueresistiendo aún a la fuera del hechizo, elejército se sigue moviendo… coextremada lentitud. Pero llegará un díaen que el primer guerrero de lavanguardia llegue a mojar sus sandaliasen el Río del Sueño, que bordea elBosque de los Cedros, y en ese momentoal fin todos despertarán y un atronador grito de guerra estremecerá al mundo, yse convertirán en una incontenible fuerzaguerrera que combatirá a los mismosdioses y los expulsará de sus santuarios,

Page 333: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

arrebatándoles el don de lainmortalidad.

 —¿Lo crees tú? —comentó Enkidu. —No, no lo creo. Es sólo una

hermosa invención —respondió elanciano—. La gente gusta de inventar leyendas. Hay otra que afirma querevivirán cuando su patria, asolada por un terrible enemigo, los necesite.

 —¿Qué es el Río del Sueño, queacabas de nombrar? —inquirióGilgamesh, con una mente mucho más práctica.

 —Cuando lleguéis al borde delejército debéis cubrir una llanura edeclive que llega hasta el Bosque de losCedros. Pero a su final, cuando ya estéis

Page 334: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muy cerca del jardín prohibido,encontraréis ese río, que no es más queuna nueva trampa dispuesta por losdioses. Está encantado, de manera quequien lo atraviesa se queda dormido coun profundo sueño que lo deja inermefrente al gigante[55].

 —¿Hay alguna manera de burlar smagia? ¿Algún puente? —preguntóEnakalli.

 —Sí, hay una manera. Consiste ecaminar a través de él con los ojos biecerrados, porque son los reflejosdorados del agua lo que inducemágicamente al sueño. Pero no osconfiéis, pues es fácil resbalar yahogarse. Si tenéis algún percance,

Page 335: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aunque aparezca el gigante, recordad:unca abráis los ojos.

 —¿Y después? —interrogó Enakalli. —¿Después? —repitió el anciano—.

Después está Huwawa, que parece ser vuestro objetivo. Por lo que sé, nisiquiera perseguís la exquisita maderade los cedros, como todos los héroesrazonables que vinieron antes. En elcolmo de la arrogancia, habéis llegadohasta aquí sólo para buscar uenemigo… digno de vosotros.

Kei pronunció estas últimas palabrasdirigiendo una mirada de reproche aGilgamesh, que sin embargo la sostuvosin parpadear.

 —¿Cómo es? —preguntó Enkidu.

Page 336: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Horroroso e invencible,simplemente —explicó—. Tiene tresveces vuestro tamaño. Es como udemonio negro, pero multiplicado efuerza y en talla. Maneja una clavaconsistente en una roca puntiaguda atadaa un tronco de cedro, que le sirve demango. Le encanta la carne humanacruda y disfruta mucho preparando yaderezando platos de este manjar. Dehecho, muy a menudo suplica a Inannaque deje entrar alguna expedición dehumanos… Si cruzáis ese río jamás podréis escapar de él.

 —¿Tiene algún punto débil? — intervino Gilgamesh.

 —Ninguno, aparte de su apetito. E

Page 337: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuanto os vea se le hará la boca agua — replicó el viejo.

 —Escucha, Kei —dijo Enkidu,dando un giro a la conversación—, aúno has dicho por qué haces todo esto por nosotros… y tampoco sabemos quiéeres… sabes muchas cosas, y con mucha precisión.

El anciano del manto azul y losamuletos dorados lo miró francamente.Parecía adorar a Enkidu. Pero cuandoéste esperaba por fin una respuestaseria, una nueva ironía se deslizó de suslabios.

 —Soy viejo, naturalmente —aseveró —. Aparte de esto, sé escuchar y heaprendido algunos sortilegios mágicos

Page 338: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que sirven más que nada para divertir… pero no sé tanto como creéis. Todo loque os he contado me lo contaron a mí pastores y tramperos de las tribus quehabitan las montañas del noroeste, nomuy lejos de aquí.

Se levantó, sacudiendo el polvo desu manto. Los colgantes tintinearonuevamente en su pecho. Caminó haciala puerta sin decir nada, miró a lanegrura y después se dirigió nuevamentea los tres aventureros.

 —Os deseo suerte en vuestraempresa. Ahora he de marcharme —dijolacónicamente.

 —Pero Kei —protestó Enkidu,sorprendido, como todos, ante la

Page 339: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 peregrina intención del viejo—, estámuy oscuro… no hay luna.

El anciano le dirigió una mirada decondescendencia.

 —Así, hijo mío —dijo mansamente —, podré contemplar mejor losinmensos campos de estrellas y noerraré mi camino.

Después desapareció,convirtiéndose en una sombra más de lanoche. Los tres viajeros se asomaron ala boca de la cueva, pero nada vieron.

 —Os regalo ese fuego. —Se oyódecir—. Permanecerá encendido paravosotros toda la noche y se apagarácuando os vayáis.

 —Podrías… —titubeó Enakalli— 

Page 340: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 podrías acompañarnos… tu magia…Aún se percibió una risita contenida

  luego la voz cascada, cada vez máslejos, que gritaba:

 —No, no, queridos suicidas. Notengo la intención de que esa bestia metriture con sus asquerosas muelas…

oooOooo

El sol era alegre y en la hermosamañana nada hablaba de asechanzas.Pero el paisaje era siniestro y fantásticoa la vez, mucho más extraño de lo que

Page 341: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

habían imaginado, más maravilloso quecuanto habían visto con anterioridad.

De la arenisca estéril brotabacientos de arruinadas estatuasdiseminadas por la llanura. Era elejército de un imperio desconocido, quedesde hacía mil años continuaba smarcha imperturbable. Algunossoldados empaquetaban bultos, otrosenfundaban sus armas; unos ensillabalos caballos y los de más allá iniciabael camino hacia la montaña.

Mucho tiempo se detuvieron paraexaminar de cerca aquel portentosoespectáculo que, al decir del viejo Kei,nadie excepto él mismo habíacontemplado hasta entonces. Las figuras

Page 342: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de roca estaban integradas a la perfección en el paisaje y los pequeñosmatorrales de espino que crecían a ssombra formaban espesos macizosvegetales. Hilos de innumerables telasde araña brillaban, como había sucedidocon el mismo Gilgamesh, entre lascabezas y los brazos, entre los brazos ylas espadas. Los escorpiones habíaencontrado hogar entre las anchasmangas de algunos y los pájaros habíaconstruido sus nidos en los cóncavosescudos y en los yelmos caídos en tierra.De algún lugar procedía una ciertahumedad que ponía manchas de musgoen las espaldas de los soldados. Quizádel mismo Río del Sueño, que ya se

Page 343: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encontraba cercano.Por un momento pensaron en aquel

día milagroso en que el ejército de piedra despertaría al fin, despojándosede sus vestiduras de musgo y maleza para renacer. Imaginaron que todosdaban hacia delante ese paso titánicoque les hacía recobrar la libertad y lesconducía a la venganza. Y tuvieron lasensación de que en esa jornada hastalos Annunakis temblarían.

Se maravillaron de cada detalle,contemplando los escudos cincelados,las insignias de mando aún visibles, eidentificando una y otra vez el ciervo,que aparecía por doquier en losemblemas y parecía ser la enseña del

Page 344: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mítico imperio del que procedían. Ytambién los exóticos rostros de losguerreros, con sus largos cabellos y pobladas barbas, tan diferentes de lagente de Sumer.

Sin embargo, aunque una y otra vez buscaron un soldado con ostensiblesmarcas de poder, no hallaron al rey.

 —¡Qué extraño me parece esto! — murmuró Gilgamesh pensando en vozalta—. Kei dijo que el mismo reyencabezaba la formación… ¿dónde está?

 —¿Crees posible —aventuróEnakalli— que el viejo haya mentido yel mismo rey fuera el traidor que luegose transformó en demonio?

Pero en esto llegó Enkidu corriendo

Page 345: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desde un extremo del campo. —¡Los he contado! —manifestó—.

Hay novecientos noventa y ochohombres.

 —Entonces —arguyó Gilgamesh—,considerando que el número de mil fueraexacto, faltan dos guerreros… el traidor  el mismo rey —concluyó.

 —El rey ha desaparecido… — intervino Enakalli—… ¡Qué extraño!¿Por qué habrá silenciado esto elanciano?… ¿Qué significado puedetener?

 —¡Quién sabe lo que oculta lacabeza de ese hechicero loco! — exclamó Gilgamesh, para quiedescubrir inexactitudes en la

Page 346: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

información de Kei suponía unairrefutable prueba de su culpabilidad.

 —Eso no importa ahora… ¡sigamos! —zanjó Enkidu, más partidario de laacción.

Y así fue como dejaron aquellallanura desolada y el enigma del reyausente encerrado entre los mudosguerreros. Y, divisando por primera vezlas montañas del País de los Cedros,comenzaron a caminar hacia ellas por lasuave pendiente, que cada vez daba másseñales de verdor ante la proximidaddel Río del Sueño.

Grandes águilas, indudablemente procedentes del bosque, comenzaron avolar sobre sus cabezas, y entonces

Page 347: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

recordaron las palabras de Kei y sesintieron vigilados por la majestad delos dingir inmortales, cuyos ojos seasomarían seguramente a los de aquellosenormes pájaros, intermediarios entre elcielo y la tierra. Sospechaban de cadaavecilla, de cada animal del camino quecorría a refugiarse a su paso.Imaginaban que esos pequeños espías seocultaban en las oquedades para acudir al submundo a dar noticias a Ereshkigal,la señora de las estancias del Kur, o quecorrían por senderos invisibles con umensaje de alerta para Huwawa.

Caminaron gran parte del día, ycuando ya podían distinguir claramentelos magníficos cedros en las laderas, el

Page 348: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Río del Sueño se extendió ante ellos. Eel fondo de sus conciencias, teníamiedo. Se vieron como envueltos en unared que ellos mismos habían tejido,incapaces ya de regresar honorablemente. El río era la fronteraque de nuevo los sumiría en la aventura,  sabían que más allá de sus aguas los

rozaría la muerte. —Bien, aquí estamos —anunció

Gilgamesh, sin poder apartar sus ojos delas verdosas aguas—. Creo que másvale cruzar a ciegas y no mirar losreflejos dorados del agua, por si fueracierto lo que decía el viejo loco.

Los demás estuvieron de acuerdo.Estaban muy cerca del bosque. E

Page 349: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

realidad, los arbustos de lasestribaciones casi tocaban las márgenesdel río y se mezclaban con los juncos yla vegetación de la ribera. Tan prontocomo alcanzaran los macizos de árboles, podrían contar con cierta protección, pero de por medio se extendía una zonaabierta de considerable anchura que lesexponía a las miradas de las águilas ydel mismo gigante y que era mejor cubrir a la carrera una vez salvado elobstáculo.

 —¿Quién pasará primero? —  preguntó Enakalli.

 —Creo que será mejor… comenzóGilgamesh, pero una exclamación deEnkidu ahogó la frase.

Page 350: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Qué ocurre? —preguntaron losotros al unísono.

 —¡Las águilas… Ya no están! — exclamó Enkidu agitadamente.

 —¡Han ido a avisar al gigante! — sentenció Enakalli—. ¡Crucemos ya!

 —¡Pasad! ¡Y apretad bien los ojos! —urgió Gilgamesh—. Yo cruzaré elúltimo…

Sin mediar palabra o gesto, Enkidcerró los ojos y se adentró en las aguas,que apenas le cubrían la cintura. Siembargo, el río era ancho y su lechoirregular. Estuvo varias veces a punto decaer y sólo a duras penas consiguiómantener un precario equilibrio. Suscompañeros lo observaban con el

Page 351: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

corazón en un puño. Tropezaba,resbalaba, buscaba nuevamente la posición… pero finalmente logró tocar la tierra de los sueños. Salió victoriosodel río, abrió los ojos y miró a los otroscon gesto triunfal, invitándolos aimitarlo con rapidez.

 —Cuidado con las piedras delfondo. Son muy resbaladizas —advirtióamortiguando la voz y sin dejar de otear a su espalda.

Sin solución de continuidad,Enakalli penetró presurosamente en elRío del Sueño. Caminó muy despacio,asegurando cada paso y, antes de quellegara al final, Gilgamesh se internó asu vez en la corriente. En la orilla

Page 352: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

opuesta, Enkidu escrutabanerviosamente la espesura.

Enakalli ya llegaba y Gilgamesh,algo atrás, apretados fuertemente losojos, luchaba por no caer. En umomento estarían corriendo a todavelocidad por el terreno descubierto para ganar el amparo de los árboles.

Pero entonces un grito atronó en el bosque y pareció que el mundo seestuviera partiendo en dos.

 —¿Dónde estáis, malditos? ¿Dóndeestáis? —Se escuchó.

La voz del gigante era como elsonido de una montaña al desplomarse,como el tonante relámpago de Enlil, yGilgamesh abrió los ojos. Enakalli,

Page 353: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entretanto, había ganado la orilla y sesalvó.

Algo tronchaba los cedros en laespesura. Pronto lo vieron. Era unaforma que les pareció repugnante yoscura, una figura humana de enormes proporciones cubierta con una ruda piel.Su cabeza estaba prácticamente calva,de sus orejas y su nariz pendían enormesanillos de bronce y tres cráneoshumanos colgaban de su cuello comoamuletos. Con su enorme clava golpeabael suelo, haciéndolo temblar. Cuando alfin divisó a los intrusos, sus malignosojos brillaron de alegría.

 —¡Ah, estáis en el río! ¡Preparaos para convertiros en la comida de

Page 354: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Huwawa! —rugió al mismo tiempo quese abalanzaba sobre ellos.

Completamente horrorizados, Enkid  Enakalli se volvieron hacia

Gilgamesh, pero éste yacía dormido einerme sobre la superficie del río, cuyacorriente lo transportaba suavemente.Fue milagroso que no hubiera caído boca abajo, pues se habría ahogado einstantes. Pero ahora su muerte erasegura, tan desamparado se hallaba.

El angustiado Enkidu hizo ademáde acudir a salvarlo, pero el gigante seacercaba a la carrera, y Enakalli locontuvo.

 —¡Vámonos de aquí o sóloconseguiremos morir! —dijo

Page 355: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

apresuradamente.Enkidu comprendió que huir era

conservar una remota posibilidad derescatar a Gilgamesh y los dos salierocorriendo en el último momento, con elcorazón lleno de pánico.

El gigante divisó a Gilgamesh y por un momento dudó. Verdaderamente,como había dicho Kei, su único puntodébil era el hambre, pues le apetecíatanto la carne humana que decidió tomar el cuerpo dormido en aquel río que erauna especie de tela de araña donde las presas caían con facilidad, y dejar a losotros para más tarde.

Recogió pues a Gilgamesh y cobróun excelente humor ante aquel cuerpo

Page 356: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sano y enorme para el tamaño habitualde los mortales. Riendo como un loco seinternó de nuevo en la espesura.

Enkidu y Enakalli contemplaron estaescena con indescriptible desazón. Sehabían detenido al ver que el gigante lohacía también, y convenientementecamuflados, lo habían visto todo. En suscorazones, la pena sucedía al miedo ynuevamente Enkidu vio cómo el guerreroansioso de gloria sucumbía sin luchar siquiera. Era como si los diosesmovieran con dedos invisibles la tramade su vida y se regocijaran infligiéndoleesa humillación. Y ahora Enkidu, el buecamarada, se sentía una vez másobligado a combatir para rescatar al

Page 357: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

amigo, contra un oponenteinconcebiblemente superior, en uterreno hostil y esta vez sin la ayuda deKei. Pensaba que la buena suerte ya novolvería a acompañarlo y la sola ideade acercarse al gigante le producíaescalofríos.

Sin embargo, antes de que éstedesapareciera definitivamente en laselva, los dos amigos vieron algo quelos sorprendió. Huwawa depositó en elsuelo el cuerpo del durmiente y searrodilló frente a varios cedros jóvenesque en su acometida había desarraigado.Inesperadamente, los tomó y los volvióa hundir en la tierra maternal con elcuidado propio de un jardinero

Page 358: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

experimentado. Mientras tanto,murmuraba para sí frases que noentendieron. Y cuando concluyó su labor  de nuevo siguió su camino, los atónitos

espectadores se aproximaron acomprobar que allí no quedaba rastroalguno de violencia. El bosque estabaintacto.

Huwawa se alejó cantando y sestridente voz se perdió en la lejanía.Así pues ¿qué era el gigante? ¿Un ser sanguinario o un jardinero amoroso y pacífico?… ¿quizá una sutil mescolanzade ambas cosas?

Todas estas preguntas se agolpabaen la mente de Enkidu, pero un instantedespués reaccionó y desechó sus dudas.

Page 359: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Tenía que idear un plan de lucha, pero para ello no debían perder el rastro delgigante y lo siguieron a prudentedistancia, tratando de descubrir su cubil.

La persecución resultó mucho másdificultosa de lo previsto, pues Huwawano dejaba a su paso, como se habría podido pensar, un rastro de destrucción.Al contrario, su cuidado parecía ser exquisito y su desenvoltura y agilidad, perfectos. Fue necesaria toda la periciarastreadora de Enkidu para no perder la pista y durante todo el trayecto,recobrados del miedo inicial, cayeroen la cuenta de la extraordinaria bellezadel Bosque de los Cedros. Al contrarioque en la tierra muerta de los

Page 360: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

alrededores, el lugar era un hervidero devida y multitud de criaturas se asomabaa su paso sin experimentar miedoalguno. Por todas partes se escuchaba elalegre murmullo del agua y los rayos delsol se filtraban entre las hojas,iluminando la danza de las abejas. Perosi había algo más hermoso que todo lodemás, eran los soberbios troncos de loscedros, con razón reservados por losdioses para la construcción de sus palacios.

Enkidu, que amaba la tierra, pensóque aquél habría sido un incomparablehogar para él, e incluso quién sabe quéamistad podía haber alcanzado coHuwawa, de haberlo conocido en otras

Page 361: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

circunstancias. Quizá el gigante ocultabaun corazón sublime tras su terroríficoaspecto. Todo el mundo oculta algo bueno, pensó, pero en aquel momento noimportaba nada, porque el destino leobligaba a destruir al fiel jardinero.

Al fin descubrieron el cubil. Era uclaro del bosque situado al amparo deuna enorme cornisa natural en la roca.Por todas partes había cráneos deanimales y de hombres en racimos quecolgaban de la cornisa o estabaclavados en lo alto de gruesas ramas plantadas en tierra. Restos mediocomidos de jabalíes, ciervos y otrosmuchos se pudrían en los alrededores,impregnando el aire de un olor 

Page 362: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

repugnante.Gilgamesh colgaba cabeza abajo,

aún dormido, en la copa de un cedro aconsiderable altura. El gigante estabamanoseando unas escudillas de barro tagrandes que en ellas Enkidu y Enakalli podrían haber tomado un baño. De pronto se irguió y husmeó el aire. Loshabía olido. Pero, ante el desconciertode los dos amigos, que espiabaagazapados en la espesura, desapareciódel claro por el lado contrario. No parecía que fuera a buscar ingredientes para una ensalada… más bien esperabauna trampa. Pero aún así Enkidu, en ualarde de arrojo no meditado, saltóhacia la guarida y, lo mismo que una

Page 363: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pantera, trató de encaramarse al árboldonde Gilgamesh pendía cautivo.

Pero he aquí que un millón de pájaros comenzó a emitir uinsoportable griterío y colina abajo seescuchó un rugido. El suelo tembló bajolas pisadas de Huwawa, que volvía a lacarrera y Enkidu tuvo que huir  precipitadamente. Consiguió escapar aduras penas, pues justamente cuando seescabullía, volvió a aparecer en el clarola enorme figura.

Sin embargo, Enakalli no estabadonde lo había dejado. Entonces volvióla vista atrás y sintió una sensación de burla y de derrota, pues entre sus manosmonstruosas el gigante sostenía el

Page 364: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuerpo desmadejado del joven arquero.Se marchó de allí y vagó

ensimismado por el bosque mientrasatardecía, experimentando una vez másel amargo desaliento. Entonces setropezó con un antílope muerto que por su aspecto parecía haber fallecido de puro viejo. A pesar de los que utilizabaHuwawa para su comida y de lasfrecuentes cacerías que los dingir inmortales celebraban en el bosque, lainmensa vitalidad de éste parecíasobrada para que los animales pudieradisfrutar de una pacifica muerte por vejez.

Continuó caminando por uvallecillo, lamentándose de que el

Page 365: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

anciano Kei no estuviera allí. Al menos podría haberles explicado cómo matar al gigante, revelar algún puntovulnerable en sus defensas… Pensó ecruzar de nuevo el Río del Sueño para ir en busca del hechicero, pero prontodesechó la idea. No tenía tiempo.Recordó sus aventuras anteriores, laforma en que la fortuna le habíaacompañado contra los demoniosnegros. Y sólo entonces se iluminó smente. De inmediato recordó el antílopemuerto y retornó sobre sus pasos, buscando al mismo tiempo,frenéticamente, un lugar con arcillaoscura en el lecho o en los alrededoresde los varios regatos que acababa de

Page 366: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cruzar.

oooOooo

Huwawa estaba en su cubil picandohierbas con un mortero de piedra. Sus pensamientos se centraban en laabundante carne humana de que ahoradisponía y trató de recordar la últimavez que una expedición guerrera sehabía internado en el bosque. Hacíamucho tiempo. Y después de aquello,Inanna no había permitido que nuevoshombres engreídos se convirtieran en u

Page 367: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

espléndido bocado.En esto discurría cuando,

inopinadamente, una autoritaria vozinvocó su nombre.

 —¡Huwawa! —Se escuchó en lanoche.

El gigante giró sobre sí mismosobresaltadamente.

 —¡Huwawa! —Volvió a escucharseen tono agrio—. ¿Qué haces ahí? ¿Por qué permites que los enemigos de Enlil pululen por el Bosque Sagrado?

Por fin el gigante vio al demonionegro que se asomaba a la cornisa. Dejócuanto tenía en las manos y se puso e pie, examinando al visitante. Enakalli,con todo el cuerpo dolorido, y

Page 368: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh, a quien poco a poco ibaabandonando el sopor, examinarotambién, desde su incómoda posición eel aire, al recién llegado.

 —¡Estás buscando tu desgracia! — clamó el enfadado demonio, sin queHuwawa hubiera dado señales dereconocerlo—. Permites que un enemigoasole el Bosque de los Cedros y losdioses están enojados contigo, puesdescuidas tu deber… ¡Ve ahora mismo aechar a ese maldito que está talandoimpunemente los árboles sagrados!

 —¡Krath…! —murmuró al fiHuwawa, como si acabara de reconocer al demonio.

Gilgamesh y Enakalli no entendía

Page 369: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nada. El individuo se parecía bastante alos demonios de las siete colinas, eincluso las piedras Ythion, u otras parecidas, brillaban en los ápices de suscuernos. Pero Krath estaba muerto, o esocreían… a menos que los empecinadosdioses lo hubieran devuelto una vez mása la vida.

 —Pero Krath… —murmuró elcontrariado gigante—, el rey de los búhos no me ha avisado.

 —¡Te aviso yo, estúpido! —gritó elcolérico demonio—. ¡Ve ahora mismo ycastiga a ese mortal!

Huwawa parecía sumamentenervioso. No era costumbre que losdemonios de las colinas penetraran en el

Page 370: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bosque, ni mucho menos que él, elardinero de los dioses, recibiera quejas

de su labor. Dejó su ensalada y smortero y con grandes muestras desumisión se internó de nuevo entre loscedros. El demonio negro saltóinmediatamente al claro y trepó como ugato al árbol del que colgaban loscautivos, cortando la soga que lossujetaba al tiempo que susurraba:

 —Preparaos para la caída y parasalir corriendo…

Gilgamesh y Enakalli reconocierola voz amiga de Enkidu, pero notuvieron tiempo de reaccionar, porqueun instante después aterrizabaviolentamente y, sin darse un respiro, los

Page 371: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tres amigos abandonaron el claro.Las retumbantes pisadas de Huwawa

se volvieron a escuchar. Quizá habíasospechado algo y volvía adesenmascarar al supuesto demonio.Pero incluso en este momento,Gilgamesh tuvo la sangre fría de dejarsever nuevamente en la guarida. Se acercóa la clava, que su dueño había olvidadoen su atolondramiento, y erosionó con ucuchillo los cordajes que unían elinmenso pedrusco a la empuñadura.

Huwawa llegó resoplando y se plantó en medio del claro. La batalla ibaa comenzar y el resplandor del fuegosobre su cuerpo le prestaba unaapariencia terrible.

Page 372: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Krath… —musitó, en tanto susojos vivaces reconocían cada rincón delcubil.

Cuando vio que el demonio negro noestaba, lo llamó a voces. Fue entoncescuando reparó en que sus cautivostambién habían desaparecido y advirtióque había sido engañado. Con la muerteclavada en la mirada, escrutando lanegrura donde los tres enemigos seocultaban, se agachó para recoger sclava. Golpeó con el suelo, lleno derabia y comenzó a entonar una cancióguerrera que helaba la sangre en lasvenas.

 —Escuchad —dijo entoncesGilgamesh, amparado por el griterío del

Page 373: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gigante—: Éste es el momento de atacar.Está desorientado y sólo ahora podrácometer alguna torpeza. Además,debemos aprovechar la trampa en sarma. Con un poco de suerte no sólo sequedará desarmado a mitad del combate,sino que puede golpearse cuando sedesate la roca.

 —Pero ¿cómo vamos a atacarlo? — Dudó Enakalli.

 —Tendremos que mantenernos adistancia, hostigándolo desde distintos puntos —manifestó Gilgamesh, tratandode infundir confianza.

Los tres guerreros se volvierohacia el gigante para afrontar aquelmomento definitivo. Enkidu estaba

Page 374: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sorprendido de la indestructible moralde Gilgamesh, quien, lejos de perder confianza tras haber sido capturado por segunda vez, asumía de nuevo ladirección, mostrando un arrojo pococomún.

En el claro, el gigante gritabaconvulso:

 —¡Kosh, rey de los búhos!¡Tráemelos! ¡Manda a los tuyos alocalizar a esos malditos!

Sobreponiéndose a su miedo y emitad de la tierra que retemblaba, unaespecie de hormiga llamada Gilgamessaltó a la claridad empuñando su espada  desafiando a Huwawa. De no ser ta

dramática, la escena hubiera resultado

Page 375: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

grotesca. —¡No será necesario: aquí estamos!

 —gritó el rey de Uruk. Nada más verlo, el gigante se

abalanzó sobre él como un huracán,tratado de alcanzarlo con su maza. PeroGilgamesh se guareció rápidamenteentre los árboles, cambiando una y otravez de posición.

Inmediatamente contraatacó. Eranecesario que se situara bajo los mismos pies de su enemigo para que el giro desu brazo fuera bastante amplio como para golpearle cuando la piedra sedesprendiese. Ocurrió al tercer golpe.Las ligaduras terminaron por romperse,  el peñasco cayó sobre el hombro

Page 376: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

derecho del gigante, haciéndolo aullar de dolor. Entonces Gilgamesh dio laseñal de atacar en masa, aprovechandosu desconcierto.

Por la espalda de Huwawaaparecieron Enakalli y Enkidu, que loacosaron con sus espadas. Pero era unaempresa inútil. Su piel era demasiadodura, y sólo algunos mandobles deEnkidu consiguieron escasamentehacerlo sangrar. Enseguida reaccionó yse revolvió, golpeando con el mangodesnudo de la maza, tan terrible como lamaza misma. Ante la furia desatada delgigante, los tres atacantes fuerodispersados con desoladora facilidad.

Estaban como al principio y el

Page 377: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

engaño de Gilgamesh ya había agotadosus posibilidades. Nada se interponía yaentre Huwawa y sus pequeñas presas.Sólo la intervención de Enakalli evitóuna desbandada general.

 —Si salís a contenerlo durante umomento puedo intentarlo con el arco — declaró.

 —¿Con el arco? —repitióGilgamesh—. Es imposible —añadió—,su piel es tan dura que…

 —Tiraré a los ojos —anunció eloven Enakalli con pasmosa seguridad.

 —¿Cómo… cómo podrás acertar?Continuamente se mueve —objetóEnkidu.

 —En mi época se criaban buenos

Page 378: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

arqueros, y los de Lagash eran losmejores… No he venido con vosotros para ser una carga —arguyó.

 —¡Vamos! —sentenció Enkidu por toda respuesta.

Y se lanzó nuevamente a la carga,seguido de cerca por Gilgamesh, etanto que el arquero trepaba a las ramas bajas de un árbol.

El gigante se había entretenidoreparando su arma, y ahora los recibíacon los brazos abiertos. La lucharecomenzó y los dos amigos apenas podían escabullirse de aquel huracán degolpes, cuando las flechas empezaron asilbar.

Al principio Huwawa las ignoró.

Page 379: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Algunas rebotaban en su piel y otras seclavababan de forma superficial y noconseguían molestarlo. Pero de prontoun proyectil se estrelló contra su cara,entre la boca y la nariz. El golpe contrael hueso lo hizo rabiar de dolor.Entonces olvidó a los otros dos y sedirigió hacia Enakalli, que tuvo queabandonar precipitadamente el árbol einternarse en la selva. El gigante lo persiguió enconadamente, pero como elarquero necesitaba luz y espacio libre,volvió al claro, donde aún brillaba elfuego, con su perseguidor pisándole lostalones. No podía dejar la suficientetierra de por medio, y tuvo querefugiarse en una grieta natural para

Page 380: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

escapar de los tremendos golpes demaza que el gigante descargaba sobre él.

Entonces Enkidu se abatió como usuicida sobre uno de los pies deHuwawa y, con un rápido tajo decuchillo, logró dañar su tendón deAquiles. El coloso cayó, pero antessacudió la pierna y Enkidu saliódespedido, yendo a estrellarse contra uárbol. Su cuerpo quedó tendido einerme.

Con Huwawa en tierra. Gilgamessaltó sobre su pecho, pero sóloconsiguió ser atrapado. Cuando sedisponía a aplastarlo, sin embargo, elgigante recibió un nuevo flechazo en elcráneo y tuvo que aflojar la presa. Miró

Page 381: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

al arquero con ojos llenos de odio e,ignorando a Gilgamesh, se levantó y se preparó para saltar sobre Enakalli, sidejar de mirarlo fijamente.

Fue sólo un instante, pero el jovede Lagash supo aprovecharlo. Con elaplomo propio de un auténtico guerrero,sostuvo sin pestañear la mirada demuerte del gigante mientras blandía sarco y en aquel preciso momento en quelos dos monstruosos ojos expresabauna momentánea estupefacción y usupremo aborrecimiento, disparó unaflecha que se hundió certeramente en unade las cuencas.

El aullido de terror de Huwawaestremeció toda la montaña, y casi

Page 382: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ensordeció a Gilgamesh y Enakalli, quese lanzaron nuevamente al ataque.

El gigante se cubrió la cara coambas manos, tambaleándose ygolpeando en sus vaivenes la cornisa de piedra. El arquero aprovechó paralanzar sobre él una lluvia de flechas etanto que Gilgamesh se cebaba en sustalones. Pero nada podía traspasar scoriácea piel y distaba mucho de estar destruido.

Cuando se sobrepuso al dolor,arrancó la flecha de su ojo y se volvióhacia sus enemigos. Su aspecto, eraterrible. De la cuenca vacía brotabasangre que resbalaba en abundancia por su rostro y su pecho. Pero ahora se

Page 383: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 protegía su ojo sano con una mano,atisbando entre los dedos. Aprendía pronto. Había pagado caro un momentode descuido pero estaba dispuesto atriturar a aquellos mortales.

Como una furia enloquecida, comoun temporal enviado por los dioses,como la ira de Enlil agitando lastormentas, se precipitó sobre susenemigos en un vendaval de golpes. Ya no hubo rocas en las que esconderse

ni engaños que emplear. La cornisa de piedra, los cedros más corpulentos, todocuando se interponía entre él y los doshombrecillos en fuga, era fulminado.

En mitad de la noche, en laoscuridad más cerrada, como si

Page 384: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hubieran despertado a un dios devenganza que por largo tiempo dormía,Gilgamesh y Enakalli huyerodesesperadamente, perdidas las armas,tropezando una y otra vez contra milobstáculos, cayendo por los declives,sangrando por multitud de heridas.

Sólo los problemas del gigante cosu talón y su pérdida de visión pudierosalvarlos. Al ver con un solo ojo,calculaba defectuosamente las distancias sus golpes de maza quedaban siempre

cortos. Así fue como los amedrentadoshéroes consiguieron escapar.

Ciegos de pánico, cayeron en unasima que no habían visto, y se aplastarocontra su profundo seno como fardos

Page 385: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inanimados. Se quedaron allí,contemplando el resplandor difuso de laoquedad que, a lo lejos, denunciaba unaleve claridad en el cielo.

 No quisieron ni pudieron pensar,mucho menos hablar. Se quedarotendidos, apoyados el uno sobre el otro,desvalidos, sangrantes, infinitamentedesalentados, y lloraron por Enkidu.

Page 386: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO V

«Nosotros mismos trabajamos

 para aumentar 

la miseria de nuestra

condición».

 Propercio

El corazón del gigante

Sin embargo, Enkidu vivía. Tenía algoroto por dentro, pero no había muerto porque, una vez despojado de su disfrazde demonio negro, había vuelto acolocar las dos piedras Ythion, cuyoverdadero poder todavía ignoraba, en la

Page 387: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bolsita de cuero que pendía de su cuello.Su magia lo había salvado. Pero ahoracaminaba en un mundo donde la luz parecía haber sido destruida, aúconmocionado por la violencia delgolpe y arrastrando un profundo dolor eel costado.

Erró en la mitad de la noche hastaque dejaron de percibirse los gritos deHuwawa y se acurrucó al pie de uárbol donde intentó dormir siconseguirlo, demasiado inquieto por eldestino de sus amigos.

La aurora llegó muy pronto y coella un millón de pájaros volvieron acantar. Había además otro sonido, urumor que conocía… Huwawa rugía

Page 388: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muy lejos.En otras circunstancias se habría

limitado a esconderse. Estaba cansadode todo aquello y solamente queríavolver a casa, a cualquier lugar donde pudiera llevar una vida pacífica, yrecobrar el sosiego que sólo por laamistad hacia Gilgamesh había perdido.

Aún se preguntaba qué había podidosuceder con él y con el joven Enakalli,que por poco no les proporciona lavictoria en la jornada anterior. Por esose incorporó y, amparado nuevamente esu olor animal, acudió a donde seescuchaban los gritos.

Éstos crecían conforme Enkidu seacercaba, y cuando al fin entrevió al

Page 389: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gigante en la lejanía, se acurrucó y sededicó a espiarlo. Ya no vociferaba.Estaba sentado, afilando los extremos deunos cedros que había cortado. Al cabode un rato se incorporó y se dirigió a loque parecía una sima en el suelo. Seasomó con mucha cautela, protegiendosu único ojo, y estudió el interior.

Se mantuvo en esta actitud unosmomentos, apartando la cabeza de vezen cuando, como si un peligro loacechara dentro. De pronto, tomó uno delos troncos afilados, lo empujó como uarma con ambas manos y lo hundió coviolencia en el fondo de la sima.

Repitió esta operación y volvió ahurgar con la mirada. Fue entonces

Page 390: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuando una flecha silbó en el aire y saliódespedida del fondo de la caverna, muycerca del rostro de Huwawa, que seapartó a tiempo.

 —¡Malditos! —rugió—. ¡Tanto meda esperar a que muráis de hambre…!

Enkidu comprendió quiénes eran loscautivos y quién arrojaba las últimasflechas de su maltrecho arco, esperandoque un improbable golpe de la fortunales salvara la vida.

Pero él ¿qué podía hacer ya? Coaquel dolor en el costado no podía pelear. Ni siquiera las piedras Ythio podría prestarle más vigor y, aunque asíhubiera sido, todo intento habría sidoinútil contra aquel formidable enemigo.

Page 391: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Todo había terminado. Los días deGilgamesh y Enakalli estaban contados,  a él, sin aliento, sin armas, le cabía

ahora la amargura de aguardar en laimpotencia a que el golpe de gracia losfulminara o el hambre acabara con ellos.Serían una agonía lenta y una muertehorrible, pero era el destino de losguerreros intrépidos, de los que searriesgan con aventuras más allá de sus posibilidades y sueñan con parecerse alos dioses sin ser más que hombresinsignificantes.

Se retiró de aquel lugar sin el másmínimo coraje, sin considerar siquieraun nuevo ataque, algún modo deresistencia.

Page 392: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Los dingir inmortales habían elegido bien al guardián de su bosque sagrado yaquella batalla que él no había queridotocaba a su fin del modo más amargo.Pero ahora abrazaba las extensiones decedros inmensos y nobles y podía por fin dar rienda suelta a su amor por latierra y todo lo que nace de ella,soñando con transformarse de nuevo eun apacible hermano de gacelas yonagros e imaginando lo bello quehabría sido vivir muchos años en aquel bendito lugar, la tierra más hermosa quenunca viera.

Page 393: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Empleó gran parte de la jornada eestas cavilaciones, caminandodistraídamente a donde le llevaran sus pies, hasta que llegó a una zona donde pastaban grandes manadas de ciervos.Quizá algún dios había recogido el hilode sus pensamientos y, sintiendo benevolencia hacia él, había preparadoaquel encuentro.

Los animales eran enormes y su peloresplandeciente y apretado. Repartidosen inmensas extensiones, transmitían unainigualable sensación de felicidad y

Page 394: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pureza, conmoviendo los mismoscimientos de la personalidad de aquélque había sido una gacela más de lascolinas de Uruk. Para Enkidu, era comovolver a casa, como reencontrar a santigua familia.

De pronto sintió un sobresalto al pensar que alguno de los dingir inmortales anduviera cazando por losalrededores. No olvidaba que aquellatierra era su coto preferido y losciervos, la carne que nutría sus festines.Pero se sosegó, y le invadió una doradaindiferencia, de la que se revistió comouna coraza para no sufrir más y no pensar en lo que había sido su vida, elos amigos que iban a morir, en el

Page 395: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trágico destino que ellos mismos habíatrenzado y al que él se había dejadoarrastrar.

Y una insospechada paz interior afloró en su alma con la visión deaquellas bandadas de ciervos ágiles yadormecidos. Evocó cada detalle de s primera existencia en el seno de losrebaños y resolvió no volver nunca mása la ciudad y a sus placeres. Lamentandono poder recordar más y más pormenores, se concentró en lasevocaciones de su vida salvaje,rememorando la convivencia con lasuprema nobleza de los animales y semocionante fidelidad.

A una distancia prudencial de los

Page 396: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ciervos, en una mañana luminosa que no parecía albergar la tragedia, como siHuwawa no existiera y aquel bosquefuera definitivamente su hogar, se echóen tierra y volvió a probar las tiernas briznas de una hierba carnosa y brillante

  regresó a su pasado como quien pone pie en una patria largo tiempo añorada.Todos los pensamientos huyeron de smente.

oooOooo

Tres días pasó en esta actitud,

Page 397: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

siguiendo a los rebaños, conociendolugares de asombrosa belleza, abrigadosvalles donde todo era quietud, abruptosdesfiladeros de los que colgaban nidosde águilas, ríos donde nadaban lasnutrias.

Pero al despertar de la terceranoche, una cierva estaba de pie junto aél, y cuando se removió paraincorporarse, no se asustó. Sus ojos,llenos de curiosidad y de inocencia almismo tiempo, parecían atravesarlo.Entonces algo extraordinario sucedió.

 —¿Eres amigo de Huwawa? —  preguntó la cierva con voz suave.

La emoción puso un nudo en lagarganta de Enkidu. El paraíso perdido

Page 398: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de sus primeros meses regresaba. Otravez podía hablar con los animales.

 —¿Por qué no dices nada?, ¿eres u pastor enviado por los dioses paraayudar a Huwawa? —insistió la ciervacon candor.

El pasado volvía. Quizá los dingir inmortales perdonarían sdesobediencia y sus afrentas, quizá premiaran tanto sufrimiento soportadoen su corta vida con el regalo de unalarga existencia en aquel lugar, adornadacon la amistad de los seres del bosque yquizá la camaradería del mismo gigante,un ser solitario y monstruoso como él.

 —Soy… soy un amigo —pudo decir al fin, con voz temblorosa.

Page 399: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Te han enviado para cuidar losrebaños… o vas a ayudar a Huwawacontra esa gente mala que ha venido? — volvió a preguntar la cierva.

Enkidu no habló. No podía. Usentimiento de irrefrenable vergüenza leimpedía articular palabra. El orgullo, lavenganza, la traición, no existían en el bendito seno de la naturaleza. Todo esolo había conocido Enkidu en la ciudad yse daba cuenta de que era todo eso loque los tres aventureros habían traídoconsigo, como un equipaje invisible, al penetrar en el bosque. Y él sintió laurgente necesidad de despojarse de eseequipaje, de dejarlo atrás para siemprecomo una carcasa muerta que queda e

Page 400: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el camino. —¿No has visto los hombres que ha

venido de lejos? —Siguió la cierva—.Le han hecho daño a Huwawa. Lo hadejado medio ciego, y está cojo. Pero noconocen su secreto, y Enlil no ha permitido que muriera.

¡Un secreto…! La idea reverberó ela mente de Enkidu y trajo un drama a salma ya atormentada. Probablemente susdos amigos aún viviesen… quizá aú pudiera hacer algo. Pero ¿Cuál era sdeber? ¿Trataría de averiguar aquelsecreto para salvarlos?… ¿A qué debíaser fiel? ¿Por qué había acudido allí para matar a Huwawa, que parecía ser adorado por todas las criaturas del

Page 401: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bosque, a Huwawa, que taamorosamente cuidaba los cedros?Gilgamesh era su amigo, su únicovaledor en un mundo hostil. Lo había protegido en sus peores momentos y laamistad que le profesaba era usentimiento fuerte y sin equívocos. Peronunca compartió su infantil afán degloria, sus desproporcionadasaspiraciones, su inacabable sed desangre enemiga.

Tenía la oportunidad de comulgar con todo lo que le rodeaba, incluso él,que había venido a profanarlo. La cierva parecía aceptarlo como un igual, todo elrebaño lo haría sin duda. En aquelinstante volvía a ser puro y tuvo la

Page 402: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

impresión de que una mano invisiblehabía derramado sobre él el perdón ytodos sus pecados anteriores quedaba borrados. Pero al precio de abandonar asu suerte a Gilgamesh, el amigo delalma, y también al valiente Enakalli.

Así fue como Enkidu experimentó elhorrible pesar de elegir y se sintió prisionero en la cárcel de su propialibertad, pero hizo su elección con lagenerosidad de un alma noble, salvandoun sentimiento desinteresado para dejar que pereciera, en los abismos de latraición, la lealtad a la naturaleza y coella todas sus ilusiones de una vida e paz.

 —Estoy… estoy aquí para proteger 

Page 403: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la vida de Huwawa —murmuró despuésde un largo silencio— y cuidar que loshombres no consigan averiguar ssecreto y matarlo. Pero para ello tengoque conocerlo yo —añadió, con temblor en los labios—. Dímelo, y así podréevitar que nada le ocurra.

El animal no es astuto. Simplementetiene una ancha bondad natural. Lacierva, que de otra manera lo podríahaber acompañado por los secretosvalles durante toda una vida, hablóconfiadamente.

 —El corazón de Huwawa estáescondido en el Cedro Sagrado, es smisma savia. Este cedro es el mayor detodos los del bosque y crece en lo alto

Page 404: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de aquella cima que ves allí —declaró,señalando a una cumbre que se divisabaen la lejanía—. El único modo dematarlo es talar ese árbol, de dondeviene su fuerza[56].

 —Entonces iré allá y no dejaré queningún hombre se acerque —contestóEnkidu con insondable tristeza.

 —Te deseo suerte —dijoovialmente la cierva.

 —Gracias… nos veremos pronto — mintió Enkidu, aquel que nunca se habíaalejado de la verdad.

Al pronunciar estas últimas palabras, mientras corría con todas susfuerzas a través de la maleza, sintió quela inocencia que acaba de rechazar no le

Page 405: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

volvería a ser ofrecida y que la había postergado en virtud de una fidelidadmás allá de la razón.

Se dirigió primero hacia el Río delSueño, donde había extraviado su hachade bronce. Fue un largo viaje, lleno defúnebres pensamientos. Pero cuandosalió del bosque y rastreó hastaencontrarla, tan cerca del otro mundo,volvió a escuchar el lejano vocerío delgigante y su coraje regresó.

Y así, con la mirada fija en lamontaña y el hacha en las manos,comenzó a galopar tan aprisa como le permitía su costado dolorido.

Page 406: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

En el fondo de la sima, Gilgamesh yEnakalli aguardaban el final. Habíaagotado las escasas flechas con quecontaban y su estado, faltos de agua y provisiones, era de postración.

En principio habían creído estar asalvo en aquel oscuro agujero, pero eel bosque sagrado cada criatura estabaaliada con el gigante y a donde quieraque se escapara, habría algún insecto,algún pájaro dispuesto a delatar alfugitivo.

Ahora sus cuerpos estaba

Page 407: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desfallecidos y sus espíritusdesencantados aguardaban una muerteque se demoraba más y más, sin poder oponer la más mínima voluntad de lucha.

Gilgamesh, que al principio habíadirigido invectivas contra Huwawatratando de hacerle perder los estribos ycometer alguna torpeza, ya no hablaba.Estaba acurrucado en un rincón, tratandode ahorrar energía, y de vez en cuandolanzaba una atemorizada mirada alluminoso hueco sobre su cabeza.Enakalli, sin proyectiles para su arco,aún arrojaba piedras a las fauces delgigante cuando éste se asomaba, en udesesperado intento de sorprenderlo,quizá de alcanzarle el ojo sano en u

Page 408: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

golpe de suerte.De pronto, un lamento desgarrado

vino del exterior. Era como una mezclade dolor y pena infinita que lesconmovió las entrañas. Parecía como sialgo hubiera lastimado a Huwawa, algomortífero y terrible que iba más allá delo físico.

Los dos cautivos aguzaron el oído.Después de un silencio expectante,escucharon que la tierra temblaba. Eralas pisadas del coloso, que se alejaba ala carrera con un trote irregular. En scorazón redoblaba un dolor agudo comouna espada y su ánimo estaba calcinado por ecos de traición.

 —¿Se ha ido? —musitó Enakalli.

Page 409: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Eso es lo que parece, pero… — respondió Gilgamesh, al que costaba uenorme trabajo pensar.

 —Puede ser una trampa —sentencióel arquero.

 —Sí, —contestó Gilgamesh— y es probable que lo sea. Ya hizo lo mismocuando te cazó. Pero si hay alguna posibilidad, debemos aprovecharla. Deotra manera moriríamos igual.

Entonces comenzaron a escalar lachimenea que los separaba del exterior.

o les resultó fácil, pues se encontrabamuy débiles y el menor esfuerzo losagotaba. Pero con la fuerza sobrehumanade Gilgamesh por fin consiguieroasomarse a la luz del día.

Page 410: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

En ese instante pensaron que algolos iba a fulminar. Una piedra, umanotazo lanzado por el gigante.Estaban preparados para que suscabezas les fueran arrancadas de cuajo.Pero nada ocurrió y nada vieron. Nadaexcepto la figura de Huwawa queascendía una ladera. A pesar de lalejanía, su enorme talla permitíadistinguirlo perfectamente entre loscedros. Los dos fijaron la vista, tratandode comprender.

Entonces salieron al exterior confiadamente y sólo en aquel momentoescucharon un ruido sordo y rítmico que provenía de las montañas y levantaba ueco tenue en el entorno. Era como si u

Page 411: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

leñador estuviera… talando cedros muylejos de allí.

 —¿Qué puede ser eso? —preguntóEnakalli, desconcertado.

 —No lo sé —repuso Gilgamesh—,es como si alguien tratara de llamar laatención de Huwawa talando árboles.Pero ¿quién puede ser?

 —¿Kei, quizás? —aventuróEnakalli.

 —¡Kei! —repitió Gilgamesh—.Puede ser… aunque no lo creo. No searriesgaría por nosotros.

 —¿Entonces…? —añadió Enakalli,que pensaba, igual que Gilgamesh, eEnkidu, pero sin atreverse a concebir esperanzas.

Page 412: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Creo que debes recuperar todastus flechas. Seguiremos a ese malditogigante… Aún podemos tener un golpede suerte.

Sacaron fuerzas de flaqueza ydespués de recoger un buen número delas flechas que Enakalli había arrojado ala cara de Huwawa, recogieron laespada que Gilgamesh había perdidocerca, y acometieron la ladera tras elrastro del turbado gigante.

oooOooo

Page 413: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

La forma oscura, rugiente,desesperada de Huwawa, con unafortaleza sin límites, se acercaba agrandes saltos por la pendiente. Cadavez estaba más y más cerca. Se le veíasufrir, luchar contra el dolor y eldesfallecimiento, pero su voluntad devivir y su odio hacia la criatura queestaba en la cima lo mantenían en pie.

Enkidu estaba extenuado. Su hachase había mellado innumerables vecescontra el Cedro Sagrado, cuyacorpulencia era inaudita. El costado ledolía y lo debilitaba por momentos y elesfuerzo, realizado contra el tiempo,había agotado sus últimas energías.Cuando vio al gigante, se esforzó más y

Page 414: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

más contra el tronco, ya casi a punto devencerse. Un golpe y otro golpeasestaba, mirando de reojo la sombraque ascendía velozmente. En su cerebrono había más que el ruido monótono delhacha, nada más que las astillas demadera que saltaban a su rostro si parar.

Huwawa estaba cerca. Enkidvolvió el rostro hacia él. Estaba allí.Ascendía a la cima. Sólo tenía tiempo para un último golpe. Quizá el cedrocaería. Golpeó con toda su fuerza, cotoda su alma. Hubiera partido en dos unamontaña, pero el árbol resistió.

Un instante después, saltaba a ulado, esquivando el rabioso embate de

Page 415: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la maza de Huwawa. Éste llegó junto alcedro y lo abrazó, tratando de sostenerloigual que en la batalla un soldado sesujeta las entrañas que la espadaenemiga ha hecho brotar. Gemía dedolor y de miedo, y cuando se serenó,recapacitó y tornó sus ojos agónicos aEnkidu. Éste no pudo soportar aquellamirada de sorpresa, de muerte ymalevolencia, que aún parecía preguntarse quiénes eran aquellosextranjeros, por qué razón no buscabasiquiera la madera, sino su propia vida, quién les había confiado el secreto de

su corazón escondido. No encontró respuestas, pero cada

nervio de su cuerpo le ordenaba matar a

Page 416: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la pequeña figura que permanecíainmóvil a escasa distancia. Todo scuerpo se onduló entonces, como unaola, volcándose en un terrible golpe demaza. Pero volvió a fallar. Enkidu,sorprendido al principio, comprendiódespués de este segundo yerro que lafalta de pericia de Huwawa se debía asu único ojo, y esto le dio un respiro.

Por toda la explanada y lasestribaciones de la ladera, huyó de lamortífera maza y mientras tanto su mentecaviló un plan. Corrió hasta dondeestaba el árbol sagrado y cuando llegóhasta él lo empujó con todo el peso desu cuerpo. El cedro no se movió, pero elverdadero propósito de Enkidu era otro.

Page 417: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

En aquel momento, Gilgamesh yEnakalli aparecieron en escena,maravillándose de verlo de nuevo.

 —¡Enkidu! —gritaron—. ¡Estásvivo!

Huwawa volvió la cabeza y lo quevio le hizo perder los nervios.Gilgamesh se lanzó como un loco contraél, espada en mano, al tiempo queEnakalli volvía a hacerlo el objetivo desus flechas.

Antes de replicar a aquellos dos, elgigante descargó el golpe que tenía preparado contra Enkidu. Pero éste seapartó y el cedro recibió de lleno elimpacto, tronchándose definitivamente.Huwawa lanzó un aullido de

Page 418: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lamentación, como si su interior mismose hubiera desgarrado.

Corrió en medio de gritos agónicos yse abrazó nuevamente al tronco, cuyasmitades cercenadas aún se comunicaba por las últimas fibras. Significaba queaún podía vivir. Y vivió, para dirigir uúltimo ataque contra los hombres que pululaban a su alrededor.

Saltó contra el arquero, que ya habíasembrado de flechas todo su cuerpo, yconsiguió capturarlo con una mano. Loapretó fuertemente hasta que susmiembros se agitaron en convulsionesde muerte. Los huesos al destrozarsecrujieron horriblemente y el cuerpo deEnakalli se deslizó como un saco dejado

Page 419: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

caer.Gilgamesh y Enkidu quedaro

consternados. Golpearon al gigante cosus espadas, pero éste contaba aún cosobrado vigor. Lanzó nuevamente smano y cazó a Gilgamesh como si fueraun insecto, pero éste pudo revolverse yescapar.

 —¡Huyamos! —gritó Enkidu—.¡Nos matará…!

 —Enakalli… —murmuró Gilgamesentre dientes, con los ojos desencajados fijos en el cuerpo yacente.

 —¡Déjalo, está muerto! —urgióEnkidu.

Y se precipitaron colina abajo.Huwawa, cojeando, tuerto, herido de

Page 420: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muerte, todavía los seguía tenazmente, ylos siguió durante mucho tiempo eaquella tarde trágica. Los fugitivos, cosus fuerzas desmayadas, ya no podíahacerle frente y buscaron refugio.Enkidu apenas podía moverse debido asu costado herido y Gilgamesh acusabael esfuerzo supremo de subir corriendola colina y luchar de nuevo después desu prolongado ayuno.

Se introdujeron en una simple grietadel suelo, que apenas cubría suscuerpos, esperando que la oscuridadcreciente los ocultara. Poco a pococalmaron sus jadeos y quedaron esilencio. Igual que en la jornada de lavíspera, estaban tan indefensos como

Page 421: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dos pajarillos caídos del nido y en aquelinstante no hubieran podido resistir ni auna ráfaga de brisa.

Una sola vez escucharon la roncarespiración del gigante. Pero no podría precisar cuánto tiempo merodeó por allí, pues el sonido y la luz se nublaron almismo tiempo en sus mentes cuandocayeron profundamente dormidos.Habían estado muy cerca… muy cerca.Ahora sólo quedaba esperar a ser sacrificados… quizá huir en un momentode suerte. Pero, entretanto, por primeravez, Gilgamesh soñó con una plácidamañana en Uruk, la de ampliosmercados, y con una especie de revistade la recolección de cebada en la cálida

Page 422: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

compañía de Enkidu y seguido por losdignatarios del palacio. Por primera vezañoró la vida ordenada y vulgar, ladorada sumisión que los diosesesperaban de él, y percibió la felicidadque brindaba ser simplemente hombre yocuparse de las pequeñas cosas y lasencilla satisfacción de ser apreciado,no temido, por el pueblo.

Soñó todo aquello durante una larga fría noche, con su cuerpo enflaquecido

dentro de una grieta húmeda en un reinolejano, mientras aguardaba el nuevo día,que le traería la muerte.

Page 423: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Cuando abrió los ojos sólo vio algo blanco, difuso y sin forma. Tuvo quetranscurrir un momento para querecordara quién era y la pesadilla de larealidad, y para que identificara laniebla que flotaba alrededor. Su miradase quedó fija en la luz pálida. Algo noera igual que todas las mañanas… algoen el ambiente sonaba distinto.

Alzó los brazos entre los bordes dela grieta y se incorporó. A su alrededor se extendía un universo fantasmal. Lascapas de niebla, como gasas extendidas

Page 424: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 por dedos invisibles, lo reducían todo asu dimensión de ultratumba. Fueentonces cuando reparó en el grasilencio. Todo se había callado yaquella ausencia del permanente gorjeode un millón de pájaros le hacía sentirseextraño, como en un lugar sacado deltiempo.

 No le gustó. Si tenían que huir deHuwawa, sus pisadas se escucharía perfectamente. Pero era algo más. Habíacomo una opresión en el aire.

Inconscientemente se introdujo en laespesura y caminó por senderos trazados por antílopes. Nada se oía. Pasó cercade dos ciervos y éstos no huyeron. Sactitud fue indiferente… y aún más. E

Page 425: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su mirada se leía algo indescifrable ydoloroso.

Continuó caminando, rompiendo losirones blancos como en trance, hasta

que llegó a un claro y lo que allí vio le produjo un escalofrío. Huwawa, elgigante, yacía allí, muerto. Su cuerpoestaba completamente cubierto por lasflechas del joven Enakalli y salpicadode la sangre de sus múltiples heridas.Acababa de morir y aún en la muerte, ela derrota, era majestuoso. Habríaestado toda la noche errando con su piecojo en busca de los atrevidosextranjeros y ahora, por fin, todo habíaterminado.

Así pues, habían vencido.

Page 426: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Probablemente su agonía fue lenta ydolorosa, y el Bosque de los Cedrosestaba de duelo. Todo aquelhermosísimo lugar parecía estar guardando luto por el jardinero muerto yhasta el rumor del agua había dejado deescucharse. Ya no manaba de las fuentesni saltaba en los regatos. Y sobre elcadáver no se posaba ni un solo insecto.Gilgamesh supo que ningún animalcomería de su carne, que cada criaturadel bosque respetaría el último cabellogris de su cabeza atormentada, porquehabía sido una parte más de aquel lugar,un cedro milagrosamente facultado paracaminar y cuidar de los otros cedros,alguien que saltaba por las laderas si

Page 427: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quebrar ni un delgado tallo.Era como la personificación del

 bosque mismo, de su vitalidad y sfuerza. Y ahora, todo el paisaje parecíahechizado por una tristeza insondable.Él había detenido durante centurias aquienes pretendieron robar en el bosque  de no ser por su fidelidad, los

reyezuelos de los contornos lo habríaesquilmado largo tiempo atrás.

Pero Gilgamesh, el rey errante yaventurero, el que había venido de lejos para matarlo, veía ahora el enemigo

acer a sus pies con una congojainexplicable. Porque de repente supoque habían matado al amigo de cada pájaro, al hermano de cada abeja, al

Page 428: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

compañero de cada criatura de las que pululaban por el bosque. Pero sólo eaquella hora de duelo nació este pesar en su corazón, porque la juventudimpetuosa es mala consejera y elsufrimiento de aquellas jornadas habíaobrado un cambio en el que fuera eldéspota de Uruk.

Se dio la vuelta en medio de estos pensamientos melancólicos, para buscar al indolente compañero. Aún se sentíadébil por el ayuno, aunque no teníahambre. Cuando llegó hasta Enkidu, éstea había despertado y contemplaba la

triste mañana con ojos vacíos. —¿Cómo estás? —preguntó

lacónicamente Gilgamesh.

Page 429: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Mareado aún —contestó Enkid —. Y me duele mucho la herida. No podré caminar bien ahora que se haenfriado ¿y tú?

 —Bien… sólo un poco cansado — murmuró con desgana.

 —¿Qué vamos a hacer? —inquirióEnkidu.

 —Nada… hemos vencido — respondió secamente Gilgamesh.

 —¿Cómo…? —Huwawa ha muerto esta mañana.

 —Acabó de explicar.Enkidu se sintió aliviado, pero no

dio muestras de alegría. Ahora sus ojoseran tan fúnebres como los de scompañero de aventuras, como la niebla

Page 430: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

misma, que crecía y se extendía a las partes bajas, condensándose aún más.

 —Vámonos de aquí —exclamóGilgamesh—. Si quieres verlo está ahíabajo.

Enkidu se incorporódificultosamente y juntos comenzaron acaminar hacia donde yacía el gigantemuerto. Pero cuando llegaron, el claroestaba vacío. En el lugar que habíaocupado el cuerpo de Huwawa, lahierba aparecía aplastada, y en el aire, aescasa altura, brillaba una pequeña bolade fuego blanco del tamaño de un puño,que prestaba al ambiente una dimensiósobrenatural. Era un pequeño haz deestrella, el homenaje póstumo de los

Page 431: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dioses al guerrero muerto por ellos. —¿Dónde está? —preguntó Enkid

como en susurros. —No lo sé —respondió Gilgames

 —. Quizá haya ido a morar con Enlil ysea convertido en un dios menor. Oquizá haya sido transformado en ucedro más… quién sabe.

Por primera vez, Enkidu miró a samigo con rencor.

 —¿Por qué estás triste? —preguntó. —No sé… creo que hemos actuado

 precipitadamente… que hemos hechomal —musitó Gilgamesh, sin apartar losojos del globo de fuego.

Los rasgos del hombre de las colinasse transformaron en una mueca de

Page 432: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

asombro. —¿Ahora? —exclamó con voz

vibrante— ¿es ahora cuando llega tarrepentimiento? Enakalli está muerto…mírate, fijase en mí, en nuestro estado. Y piensa en Huwawa… ¿Es ahora cuandoreparas en lo absurdo de tus sueños?

 —Enkidu… —susurró Gilgamesh. —Alégrate ahora con tu victoria y

no hablemos más. Espero que tus ansiasde gloria estén repletas.

Con esta agria conversación dejaroel lugar y tomaron el camino de lamontaña del Cedro Sagrado, donde aúles aguardaba el penoso deber deencontrar y dar tierra al cuerpo deloven Enakalli.

Page 433: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

La marcha fue pausada y se guiaroexclusivamente por la ladera queascendía, ya que nada se veía más alláde la bruma. Innumerables veces erraroel camino, y rodearon mucho antes dellegar a la cumbre. Y cuando desde allídivisaron el panorama, un nuevo miedolos sobrecogió, pues ni en aquella alturase disipaba la niebla. Al contrario, acualquier punto que se mirase sólo seveía la cortina de luz pálida. Ni el cielo,ni las montañas parecían existir. Por umomento, Gilgamesh pensó que toda laTierra estaba cubierta por la bruma yrecordó con horror el castigo del graDiluvio que los dioses, enemistados coel género humano, habían arrojado sobre

Page 434: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el mundo mucho tiempo atrás. Y seestremeció ante la idea de haber sido elcausante de un mal comparable[57].

Pero una voz lo sacó de sus pensamientos. Un gemido lejano, que procedía de la misma cima. Los dosamigos avanzaron casi a ciegas en laagobiante blancura y pronto encontrarolos restos del Cedro Sagrado, con lacopa caída en tierra y las ramasagitándose en el aire a semejanza de lasgarras de un ser fabuloso.

Rodearon en silencio, y al pie delárbol yacente encontraron el cuerpodestrozado de Enakalli que,inexplicablemente, aún vivía.

 —Enakalli… ¡Enakalli…! — 

Page 435: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

exclamaron, prorrumpiendo acontinuación en lamentaciones, llorandode alegría.

El joven los miró con regocijo, ymostró su cuchillo mientras sonreía esilencio.

 —¿Qué quieres decir? —preguntóEnkidu.

 —He… he estado arañando toda lanoche… las últimas fibras… —explicócon gran esfuerzo.

Gilgamesh y Enkidu cruzaron unamirada de inteligencia y admiración.Entre grandes dolores, con una voluntadde hierro y una inquebrantable fe, elmuchacho se había arrastrado hasta eltronco vencido y había terminado con la

Page 436: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vida del gigante. Él, Enakalli, uovenzuelo que se añadió por casualidad

a la expedición, había sido el artífice dela victoria. Así se lo hicieron saber, y elorgullo se reflejó en sus ojos.

 —¿Cómo te encuentras? —preguntóGilgamesh— ¿puedes andar?

 —No… tengo las dos piernasrotas… todo dentro de mí se haquebrado, yo… —murmuró con un hilode voz, pero se desmayó antes determinar la frase.

Aunque no duraría mucho, no lo podían dejar allí. Aún había un largocamino hasta la cueva de Kei, peroquizás éste lo podría sanar con su magia.Para empezar, Enkidu se despojó de las

Page 437: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 piedras Ythion y, sin dar muestrasexteriores del desfallecimiento que estole produjo, las colgó del cuello delmoribundo, en la esperanza de que almenos lo mantuvieran con vida algunosdías. Para llegar hasta la cueva delhechicero no necesitaban más.

 —¡Vámonos! —dijo Gilgamesh,cargando a la espalda el fardo que eraEnakalli.

 —¡Sí, tengo ganas de ver a Kei! — repuso Enkidu, tratando de sonreír altiempo que iniciaban la marcha.

Sin saber por qué, su mente evocó ai-Dada, la bella prostituta que lo había

metido en todo aquello, y este pensamiento descargó la tensión de los

Page 438: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

últimos acontecimientos. Quizá el saber que en última instancia había sidoEnakalli y no él el verdugo de Huwawa,también lo confortaba. Sea como fuere,experimentó por fin la sensación de quela aventura había terminado y consideró por primera vez la idea de regresar yver otra vez a los que habían quedado eel hogar.

Tardaron tiempo en admitirlo, peroal fin hubieron de reconocer que sehabían perdido. Anduvieron yanduvieron por el bosque sin fin, pero elRío del Sueño no aparecía y ni tasiquiera pudieron encontrar un hueco ela niebla. Ni en las cumbres ni en elfondo de los valles se veía un poco más.

Page 439: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inguno de ellos recordaba una nieblatan espesa.

Y así estuvieron vagando,tropezando continuamente y cayendo elos terraplenes hasta que llegó la noche.Pero hubo más días iguales y, cuandoGilgamesh se dio cuenta de que el bosque mismo se estaba vengando,decidió que tendrían que emplear afondo su paciencia. Para poder comer,dispusieron trampas por losalrededores, pero los animales parecíaestar extrañamente apercibidos y dabala impresión de ayudarse entre sí. Los pájaros avisaban a los ciervos yvenados, éstos a aquéllos y los insectos,incluso, a todos. Hasta se diría que cada

Page 440: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rama de cedro o de arbusto transmitíamensajes de alerta.

Por todo ello, les fueextremadamente difícil conseguir una pieza, y para entonces ya estabadesfallecidos. Sólo Enkidu sabía quehierbas eran buenas para comer, perohasta los vegetales se portaban de unaforma extraña, pudriéndose rápidamenteuna vez cortados. Tenían queconsumirlos recién arrancados de latierra y, aún, así, se agriabarápidamente en sus estómagos. Todoaquello los mantuvo enfermos y débiles.

Los veneros no manaban agua ni loscauces la transportaban. Tenían que beber de los charcos corrompidos que

Page 441: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quedaban en los lechos secos, entre las piedras. Ni las gotas de lluvia sedignaban tocarlos. Toda la naturalezaestaba contra ellos, y aquella suerte delucha pasiva era mucho más mortíferaque el ataque decidido de todo uejército. El bosque estaba tratando dematarlos.

Así anduvieron perdidos durantenueve meses, vagando en completadesorientación, haciendo de cadamomento una lucha por la supervivencia,cargando a sus espaldas el cuerpodestrozado de Enakalli. Nunca hubo umomento en que se consideraran a salvo,siempre rozando la muerte.

Un día pasaron cerca de un cauce

Page 442: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desecado y Gilgamesh vio una piedraroja de diseño caprichoso. La cogió y sela colgó al cuello, como recuerdo.Aquella tarde acamparon muy cerca ydurante la noche nada ocurrió, o almenos nada perturbó a Gilgamesh. Peroa la mañana siguiente la piedra habíadesaparecido.

 Nadie se la había quitado. —Ven, Enkidu —dijo entonces—,

acompáñame a donde la encontramos.Los dos desaparecieron en la niebla,

 cuando llegaron junto al lecho seco, la piedra estaba allí, exactamente en elmismo lugar de donde el ishakku latomara.

 —¡Maldito bosque! —gritó éste si

Page 443: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 poderse contener—. ¡Maldito bosque ymalditos dioses!

Y, diciendo esto, tomó otra vez la piedra y, con ella en la mano fuertementeaferrada, se dispuso a volver.

 —Creo que sería mejor… —empezóa decir el prudente Enkidu.

 —¡No! —exclamó nerviosamenteGilgamesh—. La llevaba cogida con ucordel de esparto trenzado, pero ahorala sujetaré con hilo de cobre y ya no seirá.

Enkidu sabía que semejante actitudno era recomendable, pero nada dijo.A1 fin y al cabo, la crispación deGilgamesh era comprensible porquetodos estaban muy alterados.

Page 444: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Transcurrió un nuevo día, igual por completo a todos los anteriores. Seecharon a dormir, muy fatigados y demadrugada los sobresaltó un alarido.Era Gilgamesh, que se ahogaba. Bocaabajo, se asía como un loco el cuellointentando desembarazarse del hilo decobre. La piedra roja quería volver a slugar, y tiraba hacia arriba impulsada por una fuerza desconocida.

Consiguió abrir el enganche y asíevitó su muerte. La piedra flotóinexplicablemente en el aire y se perdióen la negrura, buscando de nuevo ellecho reseco[58].

Al día siguiente, Gilgamesh quisohacer una comprobación. Se dirigió

Page 445: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hacia un cedro y cortó una rama mientrascon su mano libre rozaba el tronco.Diría que un difuso estremecimiento lorecorrió. Entonces tomó la rama cortada  la devolvió a su lugar. Ante la

maravilla de los tres hombres, quedó perfectamente adherida y las señales delcorte desaparecieron. El sobresalto delárbol, a su vez, había cesado.

Así aprendieron que cada piedra,cada rama, cada hoja de hierba tenía slugar asignado, como parte de un pladivino que nunca entenderían. Y almismo tiempo descubrieron que nohabían podido encontrar leña por lasencilla razón de que los cedros nuncase secaban. Sólo el jardinero Huwawa

Page 446: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 podía contar con el tronco desfallecidode algún ejemplar milenario, cuyaubicación exacta en aquellasinmensidades sin duda conocía… oquizá los dioses habrían regalado algigante un fuego eterno para cuidar queni un solo cedro sagrado tuviera queenfermar o morir desde el principio dela creación.

Así fueron sus días de penosaretirada. La humedad, el frío y elcansancio los iban reduciendo asombras de lo que habían sido, y elsilencio constante los enloquecía.Parecían desenvolverse en una infinitacaja de resonancia donde solamente seescuchaba el sonido multiplicado de sus

Page 447: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pasos y de sus jadeantes respiraciones.Mil veces desearon quedar tendidos

 que todo terminara, pero sin duda esohabría resultado clemente y probablemente el bosque no habríaquerido acoger sus restos impuros.

Un día, por fin, escucharon un rumor de agua. Pensaron en el Río del Sueño yse precipitaron hacia la fuente delsonido, llegando al poco tiempo a unamansa superficie.

 —El Río… el Río del Sueño — murmuró Enkidu.

Pisaban un suelo de arena muy fina.Ya no había arbustos ni cedros, y a pesar de que no alcanzaban a ver la otra orilla,a todos les pareció que era el río.

Page 448: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Cruzamos? —preguntó Enkidu. —Creo que sí. Quizá al otro lado ya

no haya niebla —asintió Gilgamesh. —Pasaré primero otra vez —repuso

el aliviado Enkidu y se adentró cerrandolos ojos en las aguas, que más que fluir, parecían yacer como las de un lago.

Entonces se escucharon unosgraznidos extraños y se detuvo. No sabíaqué hacer, ni tampoco Gilgamesh. PeroEnakalli conocía aquel sonido.

 —Espera, Enkidu, —ordenó.En aquel momento ocurrió algo

milagroso. La niebla comenzó alevantarse con pasmosa rapidez.Gilgamesh y Enakalli quedaro boquiabiertos ante lo que vieron, pero

Page 449: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enkidu aún tenía los ojos cerrados. —¿Qué ocurre? —preguntó si

saber qué actitud tomar. —Abre los ojos, Enkidu —dijo

Enakalli, lleno de gozo—. No es el Ríodel Sueño, Es… el mar.

Page 450: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO VI

«La palabra de Bel es un

hálito, el ojo no la ve; su

 palabra es un diluvio que

avanza, que no tiene final; su

 palabra, sobre los cielos en

reposo, extiende el descanso

 sobre la Tierra; su palabra,

cuando marcha con paso

humilde, destruye la comarca;

cuando su paso es fuerte,

 sucumben las casas, se llena

de hielo todo el país».

 Himno religioso de Sumer 

Inanna

Page 451: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh yacía sobre el lecho de sdormitorio, al fin en su propio palacio,al fin al abrigo de las murallas de laresplandeciente Uruk. Acababa deconcluir el primero de los grandes banquetes que se habrían de celebrar ehonor de sus victorias, pero no estabaebrio. Ya no, ni siquiera del triunfo.Había aprendido mucho y largo tiemporeflexionó sobre su pasado y sobre elfuturo que aún le aguardaba en la tierrade Sumer.

La muerte de Huwawa le habíaocasionado tristeza. Demasiado tarde sedio cuenta de su fanatismo, de que habíaacudido al hogar del gigante sólo para

Page 452: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 perturbar su paz, para encender unatormenta sobre su sosiego de años yaños. Enkidu, el buen Enkidu, pacífico por encima de todo, lo había sentido asídesde el principio. Pero su lealtad habíaquebrantado hasta su sentido común,hasta sus convicciones más profundas.Su actitud era conmovedora yGilgamesh, nuevamente alabado comogobernante de la ciudad de ampliosmercados, nunca lo olvidaría. Se juró así mismo que su amistad sería eterna yque dedicaría el resto de sus días atratar de compensarlo y a endulzar svida.

Desvió los ojos del vacío y miró através de la puerta abierta que

Page 453: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

comunicaba con una terraza. Lasconstelaciones conocidas se dibujabaen el cielo. Era hermoso saborear denuevo el gusto de lo familiar viendocircular delante de los ventanales lasviejas estrellas de siempre, las quehabía contemplado cuando era niño.

Recordó los meses transcurridosdentro de la bruma. Aquél fue un castigocruel bajo el que habrían preferido lamuerte antes que dar un nuevo pasoadelante. Pero al fin ganaron unaclaridad que les pareció llena de pureza  la luz, que interpretaron como la del

 perdón final, brilló en sus rostros, quese habían vuelto grises como las rocas.

¡Cuánta miseria, cuánto sufrimiento

Page 454: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quedaban atrás! ¡Cómo agradecía ahorael contacto con sus ropas de seda, el perfume que emanaba otra vez de scuerpo! Habían llegado al mar enflaquecidos y moribundos, comocaricaturas de seres humanos. Más quehombres, parecían espectros escapadosdel Kur. Estaban lejos, mucho más lejosque al principio, al borde del mítico mar del oeste, que muy pocos conocían y quese extendía inmenso más allá del Bosquede los Cedros y hasta el borde mismodel mundo.

Fue una suerte encontrar aquellascolonias de pescadores y más aún laexpedición de mercaderes de Lagasque comerciaba en aquel paraje.

Page 455: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enakalli pudo convencerlos para que lostransportaran en sus carromatos a travésde una larguísima ruta de regreso alhogar.

En el prolongado viaje de vuelta,hacia el este y luego atravesandocadenas de desiertos, tuvieron tiemposuficiente para reponer fuerzas. Asíevitaron entrar en la ciudad como pedigüeños a quienes nadie habríareconocido.

Sin embargo, Enakalli, a pesar decontinuar muy enfermo y casi no poder caminar, no quiso detenerse en Uruk. Lasconstantes conversaciones que sosteníacon los comerciantes acerca de s propia ciudad llevaron melancolía a s

Page 456: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

corazón y ansiaba ver muy pronto sustorres y sus murallas. Así fue cómo sedespidió de sus dos compañeros deaventuras. Éstos se quedaron en un crucede caminos y vieron alejarse la caravana en ella a Enakalli, que aún conservaba

su arco aunque seguramente nunca más podría usarlo. Pero no era unadespedida definitiva. Volverían aencontrarse tan pronto como cada unohubiese satisfecho su propia nostalgia.

Gilgamesh observó cómo la lunallena aparecía tras los ventanales yevocó el momento en que él mismohabía divisado en la lejanía las murallasde la patria. La satisfacción que esto le produjo no se podría describir, como

Page 457: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tampoco las ansias que lo invadieron decruzar sus puertas y ser reconocido, deentrar en triunfo en Uruk y tocar con lasmanos la gloria por la que habíaluchado.

Así era la vida. Había asumidotodos los peligros posibles para obtener el reconocimiento de los demás. A fin decuentas sólo eso era la fama. Para aquelmomento había sufrido todas las penas; para aquellos días que, mientrasmeditaba recostado en su lecho, sesucedían aún llenos de parabienes; paragozar de la mirada radiante de lasmujeres y la envidia y la sumisión de loshombres; para que su nombre estuvieraen las canciones de los niños y en las

Page 458: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

leyendas que cuentan las viejas tras elfuego, para todo eso había luchado.

Aquél era su triunfo. Había ganadola paz y las míticas piedras Ythioestaban guardadas, pues ya no eranecesarias. Pero la victoria no le sabía anada. Había cambiado. Los nueve mesestranscurridos bajo la niebla fueron comosi su conciencia volviera a gestarse eel seno de una madre nueva. Y cuandosus ojos volvieron a ver el sol, ya noeran los de un monarca caprichoso que busca ser admirado. Junto al mar deloeste, la tierra misma había alumbrado aun ser renovado que ya no volvería aofender a sus súbditos.

Aún le quedaba mucho que aprender.

Page 459: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Su modo de actuar todavía era torpe y sespíritu sólo había empezado a ser  pulido, como el alabastro con el que losartesanos modelaban las copas. Pero la primera de las piedras de un nuevoedificio hecho de carne y sangre ysentimientos nuevos, acababa de ser depositada por el mismo destino que lehizo internarse en el jardín de losdioses.

Amparado por estos pensamientos,se sumergió pronto en un profundosueño, pero a medianoche algo lodespertó. Entreabrió los ojos y vio quetodos los objetos a su alrededor estaba bañados en una luz azul. Buscó con lamirada la fuente luminosa y junto a la

Page 460: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entrada de la terraza vio a una mujer.Estaba envuelta en un halo de la mismaluz y sus rasgos eran de unasobrehumana belleza.

Gilgamesh no soñaba. La visión erareal. Se incorporó y contempló a lamuchacha con los ojos muy abiertos.

 —¿Quién eres? ¿Cómo has entradoaquí? —preguntó.

La mujer adoptó una posturainsinuante. Estaba medio desnuda. Sóloun delgado tul cubría su cuerpo,adornado por riquísimas joyas.

Se movió nuevamente, con expertasuavidad, pero no habló. En la nueva posición, sus senos enhiestos parecíaluchar por romper la leve túnica. El

Page 461: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rostro de la joven, enmarcado en unalarga cabellera oscura y brillante, era perfecto.

Gilgamesh sintió que el deseo loinflamaba. Nunca había visto una belleza tan insultante. Recorrió scuerpo con la mirada y se detuvo aexaminar las joyas que rodeaban scuello y las piedras prendidas en s pectoral de oro. Reconoció aquellosatributos y miró con ojos nuevos aaquellos otros ojos enormes ymaquillados de azul. Sin dar crédito asus sentidos cayó en la cuenta de que lamujer que se le ofrecía era la mismaInanna, la diosa del amor, pero tambiéde la guerra. La misma que había

Page 462: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

instruido a los demonios negros y leshabía prestado fuego de estrellas para petrificar a los intrusos.

 —No… no puede ser… no puedesser tú —musitó estupefacto.

 —Puede ser… como ves tú mismo —musitó la diosa con voz argentinamientras avanzaba hacia él,contoneándose con toda lavoluptuosidad del mundo—. Tushazañas son muy comentadas en laUpshukina —añadió—, te hasconvertido en un hombre célebre inclusoentre los dioses.

 —¿Qué es lo que quieres? — Preguntó Gilgamesh secamente,deteniendo de improviso su avance.

Page 463: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Dicen —contestó ella— que tehubiera gustado nacer como un dios, o almenos gozar de mayores privilegios por razón de tu padre, Lugalbanda. —Sedetuvo, para dar mayor interés en sdiscurso, y continuó—: Ahora te ofrezcoalgo que siempre has soñado… algo delo que sólo algunos pocos dioses ha podido disfrutar.

Gilgamesh contempló los hombroscolor canela, con una textura semejante ala del cobre bruñido, y guardó silencio.En su interior luchaba por no sucumbir.

 —Ven a mí, Gilgamesh… —susurróInanna con voz suplicante.

El rey de Uruk siguió sin hablar, pero su mirada hostil aún detenía a la

Page 464: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

diosa. —Si quieres —continuó

argumentando Inanna mientrascomenzaba a desnudar su pecho de laliviana protección—, iremos a vivir alBosque de los Cedros. Es un lugar hermoso. Enjaezaré para ti un carro delapislázuli con ruedas de oro y de éltirará una docena de demonios de latempestad. Los príncipes de la Tierrate…

 —¡Basta! —tronó de prontoGilgamesh.

Inanna los miró con una súbitaexpresión de odio y su cara se hizo de piedra.

 —¡Mírame Inanna!… ¿Qué ves? — 

Page 465: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

continuó el rey.Pero ahora fue la diosa quié

enmudeció. Su orgullo estaba herido. —¡He cambiado! —insistió

Gilgamesh—. Poco tiempo atrás habríahecho cuando quisieras, pero tu ofertallega tarde. Mírame… ningún dios tedespreció ¿verdad? Pues fíjate bie porque es un hombre quien te dice que tamor es un fuego que se apaga cuandosopla una racha de aire, como un odreque empapa al que lo carga… Hicistedesgraciados a todos tus amantes. ADumuzi lo enviaste al llanto del Kur; alguardián del rebaño, que amontonaba pasteles para ti y que sacrificabacabritos a diario, lo afligiste y lo

Page 466: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

convertiste en lobo para que sus propiosgañanes lo ahuyentaran; a Isullanu, elardinero de tu padre, que te ofrecía

siempre cestas de dátiles, lotransformaste en un topo. —Hizo una pausa y luego continuó—: Si me amas,me tratarás como a ellos. Mírame bien:Soy un hombre, estoy condenado a ser un hombre, ésa es mi naturaleza. Y estehombre prefiere solazarse con unasencilla mujer aunque no te iguale e belleza… ¡Vete de aquí! ¡El rey de Uruk no será nunca un juguete en tus manos!

Inanna tenía el rostro arrebolado por la ira y apenas podía hablar. Perofinalmente acertó a decir, llena de rabia:

 —Toda tu vida te arrepentirás.

Page 467: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cubrió su seno, se dio media vuelta salió hacia la pequeña terraza. Cuando

estaba fuera de la vista de Gilgamesh, urelámpago atronó en toda la ciudad yuna luz cegadora esclareció las torres.Inanna, la estrella de la tarde, volvíacabalgando sobre un rayo a su lugar eel cielo.

En las murallas, los centinelastemieron por sus vidas y los habitantesde Uruk, despertados por el trueno,miraron a lo alto con temor y volvieroa hablar de presagios y de señalesextrañas que no propiciarían nada bueno.

El ishakku se quedó sumido en lassombras, recordando que una vez había

Page 468: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ambicionado aquel cuerpo. CuandoEnkidu apareció en su habitación, lenarró lo sucedido, ordenándole guardar secreto, y terminó diciendo:

 —Hermano mío… temo que la luchano haya terminado.

 —No importa —repuso Enkidu covoz consoladora—. Si intentan algunavenganza nos encontrarán preparados.

Gilgamesh fijó dulcemente sus ojosen los del camarada y pensó que, detener que elegir entre el renombre taarduamente conquistado y la amistad deEnkidu, sin dudar elegiría esto último.Había aprendido a apoyarse en él yunto a él se sentía más seguro que bajo

la protección de todo el ejército real.

Page 469: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Sin embargo la suerte ya estabaechada y nada podrá detener el curso delos acontecimientos, pues como uhuracán vengador se aproximaba larespuesta de Inanna. Transcurrieroalgunos días de calma en la ciudad deamplios mercados. Gilgamesh seaproximó tímidamente a los arduosasuntos de la administración del Estado,ante la satisfacción de Alli-Ellati, el fiel  eficiente funcionario que se había

 preocupado de todo en su ausencia.Hubo más banquetes y el ishakku, junto

Page 470: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con Enkidu y Ni-Dada, paseaba por lasinmensas campiñas de color pardoamarillento que rodeaban Uruk, tratandode convencerse a sí mismo de que todoestaba bien y de que la paz quedisfrutaban sería definitiva. Ningunohablaba de ello, pero cada uno de lostres, los únicos que conocían el secretode la visita de Inanna, aguardaban en sintimidad que algo, una nueva bestia, seabalanzara de pronto sobre sus cuerposdesprevenidos. Quizá por ello, tanto ecampo abierto como en las calles de laciudad, se sorprendían unos a otroslanzando miradas furtivas alrededor.

Pero no hubieron de esperar muchotiempo. Fue en el banquete de la séptima

Page 471: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

noche. En el mayor salón del palacio searracimaban los invitados y su alegría sedesbordaba en vítores y gritos. En bocade todos no había otra cosa que lashazañas de los dos amigos, quecontinuamente recibían miradas deadmiración. Los más viejos, lo mismoque muchos de los sacerdotes, aúconservaban dudas sobre la rectitud desus acciones. Pero la inmensa mayoríafestejaba las victorias del rey y ssingular compañero.

Éstos, siempre juntos, presidían lamesa principal. Junto a Enkidu seencontraba Ni-Dada, cuya presencia etodos los festejos había sido impuesta por Gilgamesh. Todos se abandonaban a

Page 472: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los placeres de la comida y la bebida, sesolazaban con la música y se repetíaunos a otros hasta la saciedad lasanécdotas y detalles del viaje de los doshéroes. El ishakku a veces exagerabasobre el tamaño del gigante Huwawa yentonces Enkidu lo miraba co benevolencia y no hacía comentarios.Tanto la amargura de su victoria como lainquietud ante el castigo de Inanna parecían haberse desvanecido aquellanoche.

Fue en el banquete de la séptimaornada. Aún no había anochecido. De

 pronto, un grito ahogado se elevó entreel murmullo general. Enkidu, en pie, sellevaba las manos al pecho y aú

Page 473: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 parecía buscar con la mirada la manoinvisible que lo había herido. Trató deavanzar hacia ninguna parte, gimiendo ytropezando, pero al fin cayó y quedótendido en el suelo.

Todos se llenaron de miedo. Laestancia quedó en un silencio como demármol, como de estatuas de bronceencorvadas en los cementerios. Eltintineo de la plata que había caído coEnkidu se apagó poco a poco y sólo seescucharon gemidos desgarrados,multiplicados por la quietud.

Gilgamesh, empalidecido, acudió asocorrerlo.

 —¿Qué te ocurre? ¿Quién te haherido, hermano…? —preguntó,

Page 474: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

angustiado.Pero Enkidu no podía hablar y una

rápida mirada a su rostro, que temblabasin cesar, bastaba para leer la másdesconsoladora de las muertes. Nadiehabía dirigido un arma contra él. Notenía heridas, ni sangre. Algo, por decisión divina, había estallado en sinterior.

 —Enkidu… hermano —insistióGilgamesh, pero no obtuvo respuesta. Lacabeza desmadejada del amigo huía una otra vez de sus manos igual que la de

los pájaros muertos por el invierno.En cada uno de los invitados anidó

el horror. Se habían confiado. Había pensado que quizá hasta los mismos

Page 475: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dioses estaban asombrados coGilgamesh y Enkidu, y los dejarían e paz. En todo caso, habían preferidoabandonarse al espectáculo del presentea pensar en el malestar de los dioses ela lejana Upshukina. Pero ahoracomprendían la mentira de todo ello. Loque veían sus ojos era algo sobrenatural,aunque nadie se atrevió a pronunciar evoz alta las palabras que ascendíasolas a sus gargantas: El castigo de losdingir inmortales había llegado al fin.

Se sintieron sucios y experimentarouna apremiante necesidad de lavar susmanos del contacto impuro con la vajillade un rey maldito y de limpiar su almacon los adecuados sacrificios. Mucho

Page 476: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

habrían de implorar el perdón para borrar la mácula de su participación elos banquetes y por cada oleada desimpatía que habían sentido hacia losdos aventureros.

En el extremo de la sala, Gilgamestomó en sus brazos el cuerpo desmayadode Enkidu y avanzó hacia la salida. Nodirigió una sola mirada a los lados nitornó su rostro hacia los dignatarios, quele abrían un generoso pasillo teniendo buen cuidado de no dejarse rozar siquiera por sus vestidos. Lágrimas deira y de impotencia quemaron su rostroinexpresivo.

Cuando desapareció hacia losdormitorios, se desataron los murmullos

Page 477: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

  los invitados abandonaron el lujososalón casi en tumulto. Al fondo quedósolitaria Ni-Dada, la reina de lasrameras, sumida en el llanto, diminutaante la magnitud de la estancia.Sollozaba en voz muy baja, como parano romper el silencio, aquel silenciocomo de piedra, como de estatuas de bronce encorvadas en los cementerios.

Se puso en pie y apagó una a una lasantorchas fijadas a las paredes. El ecode sus pasos resonaba fuertemente y eraun sonido de muerte. Después caminóentre las sillas volcadas y se inclinósobre las mesas apagando las velas quelas adornaban, algunas de las cualeshabían caído y formaban pequeños

Page 478: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

charcos de cera ardiente.Volvió al fin al lugar donde Enkidu,

el valeroso guerrero, y ella misma,habían estado sentados, y se acurrucófrente a la última vela encendida. Elinmenso salón parecía un templo y en elúnico punto de luz resplandecía elhermoso rostro de la prostituta, por cuyas mejillas rodaron lágrimas dedolor.

Su mente voló hacia el pasado, haciaaquel reciente pero antiquísimomomento en que Enkidu, en las colinas,había vuelto a ella ladera arriba, con losojos enrojecidos. Las gacelas lo habíarechazado. El camino que ella le habíaenseñado no tenía regreso. Una oscura

Page 479: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

voz interior repitió esta idea en smente: Un camino sin regreso, que lellevó a mezclarse con las cosas de loshombres y a ser desgraciado; un caminoque ella le había mostrado y un paraísoque ella le había robado.

Alzó los ojos. Su rostro era delcolor del ámbar a la luz de las velas y lahumedad en sus mejillas las hacía brillar. Su mirada buscó algo en lanegrura y en el destello de cada una desus lágrimas se contenía una protestamuda.

 No sabía si debía atreverse a pronunciar una plegaria, quizá ello fueramal interpretado en las alturas. Pero seacomo fuere, haber ayudado a Enkidu no

Page 480: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

le impidió albergar un sentimiento deirreprimible piedad y rezó al fin, por el perdón de aquél que era todo bondad.Rezó sola, a oscuras, incapaz de robar aGilgamesh el privilegio de escuchar lasúltimas palabras del moribundo. Rezótoda la noche en aquel salón de banquetes envuelto en densas sombras,con tal fervor que parecía como si en elsilencio y en las tinieblas decenas dedioses se hubieran congregado a salrededor y escucharan, confundidos cola oscuridad.

oooOooo

Page 481: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

En el dormitorio de Gilgamesh,sobre su propio lecho, yacía Enkidu. Susojos semejaban un vidrio estrelladocontra la roca y su respiración eraadeante. Su vida se extinguía como las

antorchas del gran salón de banquetes,que poco a poco habían sido apagadas.Ahora su cuerpo, que era como aquellaestancia donde una mujer rezaba por él,conservaba sólo una diminuta luz deexistencia, que pronto se confundiría cola oscuridad eterna del más allá.

Sentado junto a él, Gilgamessostenía su endeble mano, que habíatomado el color de la cera. Ahora quetodo parecía haber acabado bien,cuando había conseguido la

Page 482: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

reconciliación con su pueblo y scarácter ya no era el de un tirano, ni buscaba la fama, ahora el dolor volvía,a caballo de la venganza de unos diosesimplacables que no olvidaban y delorgullo herido de una diosa gobernada por el capricho.

Y por él pagaría Enkidu. El castigoestaba bien tramado. Quizá hubiera eGilgamesh algo de invulnerable o puedeque a los dingir inmortales les repugnaraatacar a uno emparentado con ellos.Pero el dolor que la venganza sobreEnkidu le producía era mucho mayor queuna muerte liberadora que hubiera puesto fin a tanta confusión, a tantaesperanza insatisfecha y a una existencia

Page 483: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

como la suya, vivida en la Tierra pero pendiente del cielo, sin saber cuál era sverdadera patria.

Enkidu era el alma más noble quehabía conocido, el guerrero másvaliente, el espíritu más generoso. Habíaen él una pureza que Gilgamesh sabíaque nunca podría alcanzar, porque s propio espíritu no podía evitar laarrogancia a causa de su origen. Era uhombre bueno y, como tal, el mártir cuyosacrificio pondría el desenlace en lahistoria de sus desdichas.

Se sentía con razón culpable y susojos escrutaban una y otra vez el rostrodel amigo, que miraba al techo sicomprender, incapaz de hablar.

Page 484: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh le había vuelto a colocar las piedras Ythion, que tanto les habíaayudado en el pasado, pero ni siquierasu poder parecía capaz de detener elmal.

 —Mi hermano, mi queridohermano… —repetía el rey con voztitubeante…— ¿Qué te he hecho?

Pero Enkidu estaba ausente. Sufríahorribles convulsiones, su frente estabalívida y perlada de sudor. Lejos, en laMontaña del Cielo y de la Tierra, habíasido pronunciada una palabra de muertecontra él y Gilgamesh sabía que nada podría alterar el destino decretado por Enlil, el principal de entre los grandesdioses, aquél cuyas órdenes nadie puede

Page 485: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

transgredir y cuyos ojos penetran etodos los corazones. La muerte habíasido enviada a traición, a oscuras, esilencio, quizás porque ningún enemigode los que los dingir inmortales pudieran dirigir contra el valienteEnkidu era tan poderoso como paraderrotarlo.

Al fin Gilgamesh sintió una presióen su mano. El moribundo le dirigió unamirada que ya no era aquella miradaserena, sino una distinta en la quealeteaba un miedo infinito.

 —Gilgamesh —susurró con un hilode voz—… Gilgamesh… ¿Por qué?

El rey desvió la vista, demasiadoavergonzado para responder, incluso

Page 486: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 para soportar aquellos ojos llenos deangustia.

 —Gilgamesh… hermano… — insistió el agonizante—… ¿Qué haydetrás?

El amigo volvió a mirarlo, mientras buscaba rápidamente una respuesta¿Detrás…? Nunca había pensado eello. Naturalmente, los dogmas de lareligión de Sumer eran sobradamenteconocidos, incluso por Enkidu, pero parecía que, a fin de cuentas, éste nohabía terminado de asimilarlos y eaquella hora de angustia inclusoGilgamesh dudó.

 —¿Es cierto lo que dicen lossacerdotes? —continuó Enkidu—.

Page 487: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¿Entraré en la Casa de la Muerte, en lamorada de Ereshkigal? ¿Habré de vivir en un lugar de sombras, comiendoarcilla en vez de pan, una vida bajo lamirada de los Annunakis?

 —Quizá… —empezó a murmurar elatormentado ishakku, pero sus propiasdudas le impidieron continuar. Cualquier explicación le parecía ahora carente designificado.

Enkidu desasió su mano de la deGilgamesh y, llevándosela al rostro,exclamó:

 —¿O tal vez no haya nada? Quizácuando mis ojos se cierren nunca más sevuelvan a abrir, aunque se sucedaoleadas de siglos. Quizá ni siquiera e

Page 488: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el Kur vuelva a vivir y el viento de lamuerte me devuelva a la nada de la quesalí… Entonces ¿Para qué nacióEnkidu?… ¿Con qué fin existió? ¿Por qué le fueron entregados un corazón quesintiera y un alma con facultad de elegir entre lo bueno y lo malo? ¿Por qué este penar por la tierra?

Se incorporó entonces, en udefinitivo esfuerzo y, mirando a scamarada con los ojos increíblementedilatados, casi gritó:

 —Dime, Gilgamesh… ¿Qué hay másallá?

La pregunta reverberó una y otra vezen el cerebro del ishakku,resquebrajando los muros de sus propias

Page 489: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

convicciones. Enkidu nunca habíasentido miedo, pero era como un niñodesvalido al enfrentarse, solo y desnudo,con el misterio de la existencia.Gilgamesh, por su parte, no encontró palabras de consuelo. Su boca no las podía pronunciar como las dirigiría a umoribundo común y piadoso, sin que le parecieran ridículas.

 —¿Por qué me trajeron los dioses ala vida? —repitió Enkidu, otra vezcaído sobre el lecho, como para sí—.¿Por qué un onagro y una gacela fueromis padres en las colinas?… ¿Cuál es elobjeto de que esté aquí? No fui más queun instrumento en manos de los quedecretan el destino, un monstruo

Page 490: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

modelado para moderarte… No, nomerecía la pena nacer a la vida paraesto. Maldigo a Ni-Dada por enseñarmea convivir con la gente; maldigo la puerta por la que entré en Uruk; maldigoel momento en que te encontré, ojalá mehubieras matado allí mismo, y el día eque salimos en busca de aventuras… Túquerías obtener renombre, tú eras el hijode un dios, aburrido de los placeres… yo te seguí como un perro a su amo,

aunque me hubiera sobrado con disfrutar cada mañana de la luz y del aire, ver como el sol se levantara de nuevo sobrelos campos fríos y la ciudad se llenarade ruido. Yo, que era como un niño queempieza a descubrir el mundo, habría

Page 491: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encontrado un placer sencillo en cada pormenor de esta existencia. Nada mellamaba al Bosque los Cedros… PeroEnkidu no nació para ser feliz, ni parahacer el objeto de su voluntad. Toda mivida no ha sido más que una sombra delo que la vida es… No obtendré ningú premio por mi fidelidad, por haber renunciado a una existencia de sosiegoen el mismo hogar de Huwawa, en lacompañía de los ciervos… Y ahora hede viajar a la casa de las tinieblas, lamansión de la que ya no se vuelve asalir.

Así habló el hombre de las colinasen la hora de su muerte. En el últimomomento sus palabras habían alcanzado

Page 492: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

un tono vibrante y poderoso, pero no eramás que un postrer escape de vitalidad.

En cuanto a Gilgamesh, habíasentido que cada palabra se clavaba esu corazón como un puñal deremordimientos. Su mano tomó otra vezla de Enkidu, que nuevamente dejaba perder su mirada en el techo, y exclamó:

 —Enkidu, mi hermano… por ti me perdonan los dioses… a cambio de latuya salvo mi vida. Ahora que teníamos paz, los dingir inmortales te llevan paraque yo siga viviendo… Pero al menos texistencia ha servido. Contigo he sabidoqué es la amistad y al fin aprendí quésueños hay que perseguir en la vida ycuáles no. Si tú no hubieras cruzado la

Page 493: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 puerta de Uruk aquella mañana, seguiríasiendo un tirano y viviría aún entre elvino y las prostitutas… Ahora ecambio, ahora que tengo un amigo que escomo mi hermano —se lamentó como para sí mismo—, los dioses crueles melo arrebatan. Pero ya no habrá másarmonía entre los dioses y Gilgamesh. SiEnkidu muere, juro enemistad eterna a laestirpe de mi padre.

Pero los dos sabían que nada se podía hacer, que los dingir inmortales notenían por qué asustarse del furor de usimple y diminuto hombre, y que aquellarabia no era a sus ojos másimpresionante que los gritos de un niñoenojado.

Page 494: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enkidu miró a Gilgamesh, y por uinstante hubo un brillo distinto en susojos. Parecía como si su largo discursole hubiera restado un poco de amargura, sonrió.

 —¿Sabes? —murmuró—. Nunca telo dije, pero hubiera podido triturartecon una sola mano… aquella mañana.

El ishakku, conmovido,desconcertado, agradecido infinitamente por el comportamiento impecable deEnkidu, se limitó a esbozar un gesto cosus ojos, y sus labios también sonrierotristemente.

El agonizante hombre de las colinasa no habló más. Se sumió en un sueño

agitado durante el cual no cesó de

Page 495: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

repetir entrecortadas frases sobre losrebaños y las colinas. Gilgamesh velóunto a él, esperando que ya no

despertara para que sus sufrimientos pudieran concluir, que abandonara lavida soñando con un río de aguasserenas, con el sol brillando en lahierba, y con el tumulto inolvidable deuna manada de gacelas de lomosresplandecientes.

oooOooo

Pasaron largas horas que los

Page 496: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

adentraron en la noche, con un silencioaterrador posado en el cuerpo de Enkid  sobre el pecho del rey maldito. De

 pronto, éste sintió un súbitodesasosiego. Todo el vello de su cuerpose erizó y sus músculos se pusieroinstintivamente rígidos. Por sus sienesempezaron a resbalar gotas de sudor.

Sabía que había alguien a sespalda, pero un miedo atroz le impedíavolver la mirada. Nadie había entradoen la habitación. No oyó la puerta, nitampoco pisadas, y sin embargo sentíaaquella presencia. Alguien cuyarespiración ahora empezaba a escuchar,sintiendo que su corazón se paralizaba yque sus propios pulmones inhalaban u

Page 497: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aire extraño, algo como el olor de lamuerte. Pero no se trataba de Enkidu.Era algo mucho más terrible.

Por fin escuchó una voz, lejana ycavernosa:

 —Gilgamesh ¿Qué haces ahísentado? Apártate de él.

Reunió valor y se dio la vuelta. —¡Tú…! —exclamó, aterrorizado y

sorprendido a la vez, mientras uescalofrío le recorría el cuerpo entero.

Frente a él estaba el hombre deaspecto cadavérico y polvoriento mantonegro, cuyos rasgos eran idénticos a losde un Gilgamesh anciano y enfermo.Aquél que un día lejano había detenidoel puñal de Ubartutu.

Page 498: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Quién eres? —se atrevió a preguntar el amedrentado ishakku.

El hombre aguardó un momentoantes de contestar y después preguntó asu vez, con calma exasperante:

 —¿Aún no me has reconocido?Gilgamesh negó con la cabeza,

tratando sin conseguirlo de dominar eltemblor que lo sacudía.

 —Un día te acompañaré y juntoscruzaremos el río del Kur. Será el día eque todas penas hayan terminado,cuando huya todo el dolor —declarósolemnemente el desconocido[59].

Gilgamesh no se atrevió a hablar yretrocedió instintivamente. Abrió la boca, pero de ella no salió sonido

Page 499: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

alguno. Todo aquello era demasiadoterrible.

 —¿Qué buscas aquí? —consiguiódecir al fin—. ¿Qué quieres de mí?

 —Soy tu compañero inseparable — sentenció el ser oscuro—. Nunca estoylejos de ti. Me has llamado muchasveces en el pasado, pero no desesperes.Algún día tu cuerpo será como la carnede ese hombre —añadió, señalando aEnkidu.

 —¿Él…? —rezongó Gilgamesh, coun gesto expresivo.

 —No… no ha muerto aún. Perodéjame que me acerque. Para eso hevenido —contestó el otro, avanzando.

 —¡Nunca! —tronó Gilgamesh,

Page 500: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 plantándose de un salto entre el hombre el lecho donde Enkidu aún respiraba.

El visitante se detuvo y le dirigióuna mirada aterradora.

 —¿Tanto miedo te da la muerte? —  preguntó irónicamente—. Hace umomento querías que todo acabara deuna vez ¿Qué ocurre, valienteGilgamesh…?

 Ni el mismo Enlil hubiera podidoresistir aquella mirada. El abatidoishakku se apartó, incapaz de levantar sus propios ojos del suelo y abrumado por su confusión, su miedo, su sensacióde derrota.

El encapuchado llegó hasta elmoribundo, lo contempló durante u

Page 501: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

instante y luego tocó su frente con eldedo índice. La vida huyó de Enkidu. S pecho se aquietó y sus sueñosterminaron.

Pero para él también habíaterminado la pesadilla de la vida, y salma, que ya estaba muy lejos,descansaba otra vez en el útero de latierra, en algún lugar de luz y deespacios infinitos de donde los dioses lorobaron para encarcelarla en un cuerpogrotesco y arrojarla a una existenciadesgraciada.

Gilgamesh contempló largo rato elcadáver y cuando alzó los ojos encontróla habitación vacía. Afuera había u bello amanecer. La luz de la aurora bañó

Page 502: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su rostro, y durante unos momentosdescansó la mirada en la fría claridad.

Luego miró otra vez a Enkidu. Yasólo era un despojo. Agazapado en eltiempo, el encapuchado del manto polvoriento le esperaba para convertirloen algo semejante. Hiciera lo quehiciera, su fin sería el mismo,transformarse en humo, desaparecer sidejar huella. Seria aniquilado y cuandosu carne se pudriera, de poco le serviríaque su nombre fuera pronunciado en lascanciones, como le había reprochadoEnkidu tiempo atrás.

Page 503: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Pasó todo el día en el dormitorio.o salió, no habló con nadie, excepto

 para pedir ceniza, que espolvoreó sobresu cabeza en señal de luto[60]. En elhabitáculo de su corazón nació unacriatura que le había sido desconocida yque en el transcurso de los años creceríamodelando su futuro. El miedo a morir se instaló dentro de él para devorar  poco a poco sus entrañas. Desde aquellalóbrega noche un enemigo más poderosoque legiones enteras de demoniosdormía en su interior.

Page 504: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Quedó inmóvil y entumecido,mirando a un punto del infinito a travésde la ventana, como si nuevamente sehubiera transformado en una estatua de piedra. El trigo y la cebada crecíaespesos y el humo de las chimeneasascendía como un bosque de columnasgrises. La gente de Uruk no lonecesitaba. El encapuchado no se iba desu memoria y sus palabras martilleabasu mente.

Cuando se incorporó sintió una pesadez creciente, como si su cuerpofuera el de un anciano. Movió loslabios. Todavía conservaba en sussentidos el sabor y el olor de la muerte.

Había tomado una súbita decisión.

Page 505: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Buscó por los rincones un cálamo decaña y dejó escrito sobre la arcilla súltimo decreto. Era su deseo que elcuerpo de Enkidu fuera enterrado, en unaceremonia sencilla, bajo un gran árbolde las colinas Kulla. Sabía que él lohabría querido así. Ninguna inscripción,ningún hito que señalara la presencia deuna tumba. Así su cuerpo setransformaría pacíficamente en hierba.

En cuanto a él, se deslizó al exterior aprovechando la noche y salió de Uruk abismado en una extraña sensación deausencia. Sobre su alma pesaba umiedo espantoso hacia lo sobrenatural y por eso las cosas no le decían nada.Diríase que no escuchaba y que sólo

Page 506: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

veía siluetas desvaídas.Por entre las nubes lejanas saltaba

una luna resplandeciente que volvía sus bordes de plata azulada. Gilgamesh sedetuvo para mirar atrás, a la ciudaddonde dejaba su sonrisa para siempre.Se sentía prisionero y por eso semarchaba. Pero ignoraba que no habíalugar donde refugiarse y que el mundoentero era su prisión, porque ésta no seencontraba en un lugar sino en el tiempo,emboscada en el futuro, agazapada en elinstante en que sus propios ojos setrasformaran en algo como un vidrioentrechocado con la roca, cuando usilencio de mármol, como de estatuas de bronce encorvadas en los cementerios,

Page 507: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

surcara su cuerpo igual que un ave negra  fría y helara su corazón por toda la

eternidad; cuando el viento de la muertedevolviera su alma a la nada de la quesalió.

Una sola persona lo vio partir. Sobreuna torre de la puerta norte meditaba uanciano con el rostro surcado por lasarrugas. Pensaba en el regreso del rey yen los últimos acontecimientos y, cuandovio la figura furtiva que se alejaba comoun malhechor, reconoció a Gilgamesh ysupo en su corazón que nunca másvolvería y que la profecía era cierta. Ylloró.

Kulla-Daba, el sacerdote expulsadodel templo, lloró. Pero sus lágrimas no

Page 508: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

eran de dolor, como las vertidas por el propio ishakku. El profeta del que todosse habían reído lloró de emoción y deagradecimiento porque el dios de lasabiduría había sembrado la verdad esu corazón y porque la profecía eracierta. Y se regocijó en su interior  pensando que desde aquella nocheescrutaría el cielo en busca de la nuevaestrella que habría de aparecer detrás deel Águila, y aguardaría paciente eladvenimiento del rey libertador que leshabía sido prometido.

Page 509: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO VII

«Que no tenga otro techo que

el firmamento,

que viva rodeado de

alarmas».

 Horacio

La espada escarlata

El rey maldito se detuvo sobre unasuave ondulación y contempló losllanos. Muy a lo lejos, una cinta devegetación más frondosa denunciaba la presencia de alguno de los afluentes delÉufrates. El viento susurraba al rozar las

Page 510: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cargadas cabezas de los cereales y una pareja de cuervos graznaba en algúlugar.

En lo alto, las nubes semejaban ureino mágico entre cuyas praderas ymontañas de algodón discurriera laexistencia de otra Humanidad, de laestirpe de los bienaventurados, siemprefelices viajando en los cielos delapislázuli. Mirándolas imaginó unanueva patria, un lugar de pureza dondela zozobra de la muerte no existiera.

Al principio no supo por qué sehabía detenido allí, pero al caboreconoció la llanura de Ulla, donde añosatrás había tenido lugar una sangrienta batalla. Sí, parecía que la muerte lo

Page 511: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

llamara, que el personaje del mantonegro caminara a su lado sugiriéndolelóbregas ideas.

Miró las sombras de las nubesdeslizarse velozmente por la llanura y le parecieron los fantasmas de losguerreros muertos, que se incorporabaal son de una música silenciosa yvolvían al combate cabalgando sobre elcorcel del viento, raseando sobre elgrano y los arbustos hasta perderse devista buscando el sur.

Se fijó en los magníficos plantíos.Desde la batalla había transcurrido uabismo de tiempo. El cereal habíacrecido mucho más frondoso al nutrirsede los muertos, y nada delataba el fragor 

Page 512: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de la lucha. El paisaje no sugería piedad para los guerreros abatidos, admiració por los actos de heroísmo, ni siquiera elrecuerdo de los ejércitos diezmados.Sólo se veía el grano que prontoalimentaría a niños que no habían nacidocuando la batalla ocurrió.

A lo lejos, los campos era pardoamarillentos, y de entre la marañavegetal emergía una choza de adobe.Con toda seguridad una pacífica majadade pastores, pero en aquella jornada deangustia, a Gilgamesh le pareció la torredonde un enemigo imaginaba sus planes.Un enemigo desconocido e invisiblecomo la larga mano de los dioses, comola palabra inmaterial y mortífera de

Page 513: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enlil.De pronto reparó en una figura que

se acercaba desde el norte. Era delmismo color parduzco del paisaje, coel que se confundía, y se aproximabacansinamente tirando de dos mulas.Probablemente un mercader ambulanteque recorría las ciudades haciendo sfortuna, y que quizás pudiera informarlede Enakalli, pues por el trayecto quevenía recorriendo bien podía proceder de Lagash.

Aguardó plantado en lo alto de laloma, mientras el sombrío personaje seaproximaba. Cuando llegó a su altura,Gilgamesh lo saludó. El hombre alzó elrostro, que era cetrino y cejijunto, co

Page 514: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

una prominente nariz y una mirada bovina semejante a la de las afligidasmulas que viajaban con él. Devolvió elsaludo y esbozó una sonrisa profunda devendedor.

 —¿Vas hacia Uruk? —preguntóGilgamesh antes de que el otro tuvieratiempo de ofrecerle alguna de susmercancías.

 —Sí, allá me dirijo —declaró elhombre.

 —Creo que esta ciudad tiene un reyfamoso ¿no es así?

 —¡Por Enlil que no he cesado deescuchar otra cosa en Lagash, en efecto! —exclamó el comerciante con un gestoexpresivo.

Page 515: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Ah! —respondió Gilgamesh,interesándose súbitamente—. ¿Vienes deLagash?

 —Directamente —aseveró elmercader, que parecía parco e palabras.

 —Entonces quizás hayas conocido aEnakalli, uno de los compañeros deGilgamesh… —insistió éste.

El hombre frunció las cejas y ledirigió una larga mirada. Después preguntó en tono mesurado:

 —¿Es que no lo sabes? Haocurrido cosas muy extrañas en Lagash.Ese Enakalli, o como se llame, llegóhace una semana más o menos en unacaravana que se había internado en una

Page 516: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nueva ruta comercial, más allá de losdesiertos del oeste. Su estado eralastimoso, apenas podía caminar. Pareceque se le rompieron varios huesos yluego le soldaron mal, con lo que sdeformidad no tenía arreglo… El casoes que dicen los mercaderes que elchico lloró cuando vio de lejos laciudad, y luego les pidió que lo dejaraen el palacio del rey.

El hombre hizo una pausa paracomprobar que su relato despertaba elinterés adecuado. Cuando vio laansiedad en los ojos de Gilgamescontinuó inmediatamente.

 —El chico estaba bien loco, siduda alguna. Portaba un arco y no

Page 517: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 permitía que nadie se lo arrebatara.Decía que era su arma y que con ellahabía matado a no sé qué gigante. Y siembargo no podía ni siquiera empuñarlodebido a la deformidad de sus brazos.Los mercaderes que lo habían traído locreían a pie juntillas, sobre todo antesde que empezaran los problemas, peroesto no demuestra más que esosdesiertos les han reblandecido elcerebro. A todos juntos. El caso es quelo del arco no es más que una vulgar manía si se compara con lo que vinodespués: El joven decía pertenecer a lafamilia real, pero cuando se presentó e palacio y solicitó ser recibido por elrey, un correcto funcionario le indicó

Page 518: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que tendría que esperar a las audiencias.Él insistió, asegurando una y otra vezque pertenecía a la familia real… Ahora bien, cuando el funcionario, sumamenteextrañado, le preguntó qué parentesco pretendía tener con el rey, él dijo queéste era nada menos que su sobrino.Imagínate: El chaval apenas tenía veinteaños y el pretendido sobrino al menoscincuenta.

 —¿Qué ocurrió después? —apremióGilgamesh, con un brillo colérico en losojos.

 —El funcionario —continuó elhombre, halagado por el interés de sinterlocutor y tratando de dar precisión asu historia— hizo ver al joven que las

Page 519: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cosas que decía carecían de sentido, pero el interesado insistía una y otra vezen que el rey era su sobrino. Creo que perdió los nervios. Nadie en sus cabales puede decir unas cosas tan tontas ymolestas sin que lo azoten… Y esto fuelo que ocurrió, por orden del capitán dela guardia, ya que no se quería marchar   seguía pidiendo ver al rey para

contarle no sé qué historia de demonios  brujos. Sus compañeros de viaje le

hicieron ver que su situación estabaempezando a hacerse comprometida y loinvitaron a pasar la noche en sus casas, pero él se negó y se marcharon, creo que bastante aliviados. La buena gente sehabía molestado en trasladarlo hasta allí

Page 520: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

antes de ir al encuentro de sus propiasfamilias, y él lo pagaba con aquelegoísmo…

 —No te detengas —insistióGilgamesh.

 —Lo que ocurrió luego fue algo queencogió el corazón de todos los presentes, entre los cuales tuve lainmensa suerte de no encontrarme, porque soy un hombre sensible… Elcapitán de la guardia juzgó que las cosashabían llegado demasiado lejos ydecidió dar al pobre hombre unos azotesallí mismo, para que sirviera deescarmiento. Para entonces, el muchachoa había moderado sus peticiones, y

ahora solicitaba entrevistarse co

Page 521: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inkilim, la madre del rey, una mujer demás de setenta años que él juraba queera su hermana. El capitán ya estabacansado y un soldado de la guardiaazotó al chico mientras otros dos losujetaban. Estaba desvalido y no podíadefenderse. Era aterrador verle gritar obstinadamente el nombre de Ninkilimientras el látigo se hundía una y otravez en su espalda y todo su cuerpo secubría de sangre. Fue horrible… perocuando la propia Ninkilim, que habíaescuchado los gritos, se asomó a una delas ventanas del piso superior,ocurrieron cosas inesperadas.

El hombre hizo una pausa y despuéscontinuó.

Page 522: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Esto es lo más fantástico de todo.La mujer profirió un horrible grito desorpresa y se retiró de la ventanacompletamente espantada. Parece quedecía que aquél debía ser el fantasma desu hermano Enakalli muerto hacíacincuenta años… Se organizó tantorevuelo que el mismo rey apareció en la puerta de palacio y se acercó al chico,que yacía en un charco de sangre. Pareceque el rey le encontró cierto parecidocon su madre y algunos dicen que srostro se demudó. Cuando le preguntóquién era, ese loco o lo que sea repitiólo mismo y además añadió mirándolo demanera patética: «Te tuve en misrodillas»… o algo semejante a esto…

Page 523: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Alguien recordó que la noche anterior sehabía oído retumbar un gigantescorelámpago en el cielo del sur ymencionó que los portentos se estabaacumulando y que el individuo bie podría ser un oráculo enviado por losdioses, pues es bien sabido que éstoshablan por boca de los locos. El reydecidió dar entrada al muchacho en el palacio, aunque de ninguna manera ni élni su madre permitieron que aquel ser deforme los abrazara, como era sintención[61].

 —¿Qué es lo que pasó después? —  preguntó Gilgamesh, con las faccionesde su rostro tirantes por la rabia.

 —No debió irle muy bien en el

Page 524: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 palacio puesto que en la madrugada deldía siguiente se las arregló para subir ala torre más alta de las murallas y selanzó al suelo. Murió al instante.

 —¿Cómo sabes que no leempujaron? —inquirió Gilgamesh, quea había esperado aquel desenlace.

 —Dejó una tablilla escrita. En ellase dirigía al rey de Uruk, precisamenteallí me dirijo, como sabes, y a otroindividuo cuyo nombre no recuerdo…Decía algo así como que no vengaran smuerte, que había sido voluntaria, quesólo el amor a Lagash y a su familia lohabía mantenido vivo hasta entonces a pesar de sus heridas, y que ahora que seencontraba sin patria ya no quería

Page 525: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vivir… Ejem, fue una pena porque al díasiguiente llegaron noticias del sur queaseveraban en gran parte las palabrasdel joven. Hablaban de la expedicióvictoriosa de tres prodigiosos héroes aun reino prohibido. Uno de ellos sería elmismísimo rey de Uruk, un tipo bieraro y nada religioso, por cierto… uindividuo gigantesco, mucho más altoincluso que tú… Le acompañaba esteotro cuyo nombre no recuerdo, aunque sisé que se parece al de Ekimdu, vuestrodios de los canales según creo. El otro personaje sería ese Enakalli. Pero nadie puede explicar de manera satisfactoriael súbito rejuvenecimiento de éste, y ami entender la historia que cuentan sobre

Page 526: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estatuas de piedra es pura superchería…Verás, yo vengo del país de Ashan ydesconfío algo…

El hombre se interrumpió y miró aGilgamesh con suspicacia. Éste distabamucho de ofrecer el aspecto de un rey.Más bien el de un mercenario o uvagabundo.

 —Y tú… ¿No habías oído nada deesto? Parece que vengas de Uruk — añadió el mercader.

El dolorido ishakku lo miró con ojosllenos de ira contenida y murmuró algoentre dientes en tanto negaba con lacabeza. Cuando hizo gesto de continuar su camino, el comerciante preguntó:

 —¿No querrías… Ejem, un poco de

Page 527: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

malaquita para tus ojos? El sol tiene unaextraña fuerza esta mañana…

Gilgamesh se detuvo y miró al cielo.El mercader tenía razón. Volvió el rostrohacia él y le dijo:

 —Ve a Uruk y di que Gilgamesh yano quiere ser su ishakku… Te recibirácon alegría —añadió amargamente.

Después continuó su camino,dejando al hombre sumido en un mar de pensamientos contradictorios. Caminódurante un rato y luego se detuvonuevamente para pensar. No muy lejos,la senda apenas dibujada que seguía sedividía en dos. Una conducía a Lagash yla otra se internaba en el norte a travésde los peligrosos territorios de los

Page 528: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nómadas martu.Su primer impulso había sido

castigar a cuantos habían dañado aEnakalli, pero aquélla era una hora deextravío. Carecía de energía interior  para luchar y se convenció a sí mismode que la venganza serviría de poco.Estaba cansado y buscaba consuelo, nomás sangre.

Miró nuevamente alrededor. De pronto, el panorama le pareció bello, yesta sensación lo sobresaltó. Era comosi su alma tratara de abrirse hacia lascosas del mundo y de no naufragar en elluto. Sin embargo, había un abismo entrelos trigales, las nubes y él. Y aquella belleza le pareció inhumana. No

Page 529: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

comprendía que la naturaleza nocompartiera su pena, que el sol calentarala tierra con el mismo esplendor y elagua fuera aún diáfana en las fuentes ysu murmullo fuera igual que una cancióde juventud. Sintió rencor por eluniverso feliz, ya que su propio interior era como un templo a oscuras dondealguien solloza de compasión y demiedo.

Aquél era su país y su belleza le pertenecía como a cualquier hijo de latierra. Pero ya no lo sentía como s patria y no lo podía hacer cuna de susafectos. Allí las lamentaciones deEnkidu en su lecho de muerte y laimagen del látigo en la espalda llagada

Page 530: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de Enakalli, irrumpirían continuamenteen sus sueños. Dejaría atrás la tierra deKalam bendecida por los dioses y buscaría el nuevo solar donde uhuracán de nuevas sensaciones aventaratodas las negruras y le devolviera salegría.

oooOooo

Kei observaba el discurso de lashormigas desde hacía un buen rato y por eso no escuchó al visitante que seacercaba por el sendero de los chopos.

Page 531: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando alzó los ojos, ante él había uguerrero de aspecto apesadumbrado. Srostro estaba poblado de una barbaoscura y desaliñada y se cubría lacabeza con una túnica gris descolorida.

El desconocido no habló. Sólodedicó una dolorosa mirada alhechicero, que lo interpeló diciendo:

 —¿A dónde te diriges por estoslugares? No buscarás a Huwawa, elgigante…

 —No anciano —dijo el hombresombríamente—, te busco a ti.

 —¿A mí? —repitió Kei con ciertosobresalto—. ¿Quién te ha mandado…?

o creo conocerte…El jinete descubrió repentinamente

Page 532: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su cabeza. Durante el largo viaje haciael norte se había dejado crecer la barba  el pelo como un salvaje y sus

facciones estaban desfiguradas por eldolor [62]. El hombre se palpó una bolsitade cuero que llevaba colgada al pecho, pero pareció pensarlo mejor y declaró:

 —Soy Gilgamesh… el rey de Uruk. —¿Cómo…? —murmuró el

sorprendido anciano, y añadió:—…¿Dónde has dejado a Enkidu? ¿No havenido contigo?

 —Enkidu ha muerto… y también eloven Enakalli —replicó Gilgamesh si

 poder evitar que su voz temblara. —¡Muerto…! —repitió Kei con los

ojos muy abiertos—. ¿Cómo es posible?

Page 533: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

… ¿Qué ocurrió con el gigante? — añadió atropelladamente.

Gilgamesh respondió con vozvacilante.

 —Enkidu ha muerto por el caprichode los dioses, por el despecho de Inanna por fidelidad a mí… Lo del joven es

otra cosa: Se suicidó al darse cuenta deque había naufragado en el tiempo… Ecuanto a Huwawa, estará con ellos en elKur…

 —¿Conseguisteis matarlo? — susurró Kei, sin disimular sadmiración.

 —Sí anciano —replicó el reymaldito—, Gilgamesh va sembrando lamuerte allá por donde pasa… Te

Page 534: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuidado tú mismo, quizá mi presencia tecontamine y los dioses tomen venganzasobre ti como hicieron con el pobreEnkidu.

El hechicero se mesó la barba ymiró al vacío tratando de poner orden esu mente.

 —Pero ¿cómo pudisteis acabar coHuwawa? —acabó preguntando.

 —No importa —repuso Gilgames —. Lo matamos… Fue en una época muylejana de nuestras vidas, aunque apenashayan transcurrido unos meses. Fuecuando yo buscaba sólo la fama igualque un niño malcriado y mi espíritu secomplacía en jugar con el riesgo… Yahora la muerte es una palabra que

Page 535: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

resuena en mi cerebro y danza un bailefúnebre a mi alrededor.

 —¿Qué quieres decir? —leinterrumpió Kei, complacido ante elcambio en Gilgamesh.

Éste le dirigió una mirada suplicante  reprodujo la pregunta que el

compañero moribundo le había hecho esu última hora:

 —Enkidu… Enakalli ¿Dónde están,Kei? ¡Por Enlil, dímelo!… ¿Qué haydetrás?

 —¿Qué te ocurre, Gilgamesh? ¿Laidea de morir te ahoga? —preguntó a svez el anciano brujo.

El ishakku no contestó. No eranecesario, pues el miedo estaba

Page 536: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dibujado en su cara. El viejo lo mirócon reproche y sus ojos se clavarocomo jabalinas en los suyos.

 —¿Y cómo es eso? ¿Dónde estaba tmiedo hace un año? —recriminó.

El ishakku movió sus labios, peroestaba demasiado intimidado y de ellosno brotó ningún sonido.

 —¿Y ahora…? —continuó Kei. —Ahora Enkidu es como u

recipiente vacío —se atrevió a contestar Gilgamesh—… Era mi único amigo, coél compartía todo. Y lo he visto morir,convertirse en un cuerpo reseco, susojos transformarse en una ruina paraalimento de los cuervos… Kei, tú debessaberlo… ¿Qué hay detrás? —añadió,

Page 537: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con la persistencia que le dictaba elmiedo.

La mirada del viejo se hizo de hielo.Guardó silencio y después añadió:

 —Esperas demasiado de mí, rey deUruk ¿Cómo quieres que lo sepa?

 —No lo sé, tu poder es grande… Yocreía… —balbuceó Gilgamesh.

 —Estás equivocado —repuso Keicon ademán cansado—. Sólo puedoalargar un poco mi vida… Es unacuestión de autocontrol y de respiración,difícil de aprender. Pero… —Y seinterrumpió como si dudara.

 —Sigue, no te detengas —le animóel ishakku.

 —Hay algo que tengo que decirte — 

Page 538: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aclaró el anciano en un tono más suave —. Me apena la muerte de Enkidu. Letomé cariño porque en su corazón nohabía maldad. Quizá pienses que su vidafue inútil, pero hay cosas ocultas…cosas que debes saber y que yo he deconfesarte como un pecado.

 —Continúa, anciano —musitóGilgamesh, aguzando inconscientementesus sentidos como para entender mejor lo que iba a venir.

 —Has de saber —empezó Keisolemnemente—, que yo mismo he pasado mil años encerrado dentro deuna piedra. Por eso vivo en esteaislamiento: mi época ha pasado ya y nohay lugar a donde pueda ir… Yo era u

Page 539: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

soldado, el general de un imperiodesconocido por ti, muy lejos al norte…el general que mandaba el ejército de piedra. Por encima de mí sólo estaba elmismo rey… Recordarás que Krath noshabía traicionado, y yo nunca perdí laesperanza de poder vengarme. Por eso,cuando encontré por casualidad aEnkidu dispuesto a luchar contra losdemonios negros, en vez de ayudarloentregándole cualquiera de mis amuletosque libran de la piedra, lo lancé alcombate contra mi enemigo… Por esosiempre le estaré agradecido.

 —¿Cómo conseguiste liberarte de la piedra?

Kei suspiró.

Page 540: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Es una larga historia —se limitó adecir.

 —Pero ¿por qué no acabaste túmismo con Krath? —preguntóGilgamesh, que pese a sospechar que elviejo ocultaba algo, jamás hubierasupuesto su verdadera identidad.

 —Tengo un cierto poder… esverdad —admitió Kei modestamente—.Pero el suyo era muy grande también.Los dos nos temimos. Respetábamosnuestro territorio y eso era todo. Debestener en cuenta que Krath noexperimentó la natural decadencia físicade la vejez, como yo.

 —Y el rey de ese ejército… ¿Dóndeestá?

Page 541: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Kei hizo una mueca de sorpresa.Aquel Gilgamesh demostraba ser muy perspicaz si se había dado cuenta de queel cuerpo de piedra del rey estabaausente de la llanura.

 —Eso no te concierne —replicó—.Quien lo castigó se cuidó de esconderlodonde nadie pudiera encontrarlo… por razones que tampoco te puedo explicar.

Gilgamesh se dio cuenta de que elhechicero no haría nuevas revelaciones.Su lengua ya se había aflojadodemasiado por aquel día. Así que en vezde insistir preguntando qué mítico reinoera aquél de donde el ejército provenía,tornó sus recuerdos al amigo muerto ysacó amargas conclusiones.

Page 542: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Entonces Enkidu fue uinstrumento en tus manos… —murmuró.

 —Así es —admitió el anciano co brusquedad.

Gilgamesh empezaba a sentir el pesar de descubrir la verdad que seoculta bajo la superficie de losacontecimientos, el dolor de saber. Peroningún reproche salió de su boca. Sólofrunció aún más su frente y dejó sus ojos perderse en el vacío.

 —Pobre Enkidu… —dijo para sí alcabo de un rato—… Su vida no tuvoningún sentido. Yo también lo utilicé para mis deseos de gloria… Parece quevino para aliviarnos un poco y luego semarchó en silencio.

Page 543: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Kei lo miraba con una expresión delástima. Durante un tiempo, ninguno delos dos habló. Después, el anciano seaclaró la garganta y dijo de pronto:

 —Escucha lo que te voy a decir,Gilgamesh. No tengo ningún deseoespecial de enemistarme con los dioses,aunque creo que tampoco soy precisamente su favorito, pero sientoque debo hacer algo por favorecerte… para purgar mi propia culpa.

 —Si quieres ayudarme sólo hay unamanera —replicó el otroapresuradamente—: enséñame cómoconseguir la inmortalidad… Tengomiedo.

Kei sacudió la cabeza, como

Page 544: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

defraudado por el deseo de Gilgamesh. —Lo que pretendes es una locura…

una locura imposible —manifestó. —¡No! ¡Nada hay imposible! — 

 protestó enérgicamente Gilgamesh—. Ytú has prometido ayudarme.

El viejo dudó unos momentos más.Sabía algo, aunque se resistía a entregar aquel conocimiento a alguien comoGilgamesh, antes cegado por el ansia derenombre, ahora por la fiebre de lainmortalidad. Pero acabó decidiéndose, comenzó por fin a hablar con palabras

 pausadas y seleccionadas con cuidado. —Si así lo quieres —dijo— te

explicaré cuanto sé, que no es mucho.Sobre la tierra sólo hay un hombre que

Page 545: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vivirá eternamente. Su nombre esZiusudra, ése que los nómadas del cursoalto del Éufrates llaman UtnapishtiAtrahasis, el superviviente del Diluvio y padre de la Segunda Humanidad[63].Como sabes, cuando las aguasremitieron, el arca que había construido para salvarse quedó varada en unamontaña a la que tu país llama Nisir, yaún vive allí. Pero esta montaña estásituada en el extremo del mundo, en elmás lejano de los países, y el camino esmuy largo y peligroso… Sólo Utu, elsol, ha cubierto antes ese camino.

 —¿Es un viaje hacia el poniente,entonces? —concluyó Gilgamesh.

 —Ziusudra es el único que te puede

Page 546: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

revelar el secreto de la inmortalidad, sies que te interesa tanto —continuó Kei,ignorando la pregunta—. Por lo demás,encontrarás en muchas partes magos,sacerdotes y astrólogos que intentaráengañarte, pero sólo él sabe. Ahora bien, ningún hombre ha cubierto jamásese camino porque está erizado de peligros y poblado por razas extrañas…Además, los dioses intentarán detenerte,especialmente Inanna, tu diosadespechada. Jamás un mortal ha habladocon Ziusudra, y no permitirán que tú lohagas. Temo que esta vez la empresaesté por encima de tus posibilidades — terminó diciendo[64].

El ishakku meditó en silencio sobre

Page 547: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la ironía de su destino. En el pasadohabía forzado las circunstancias en la búsqueda de aventuras para un fin queno merecía la pena. En cambio ahora,cuando ya sólo ansiaba la paz, paraconquistarla tendría que asumir laaventura más larga y formidable detodas.

¿Era aquélla la verdadera personalidad de Kei? Gilgamesh no lodudó por un instante. Toda sombra decinismo había huido de su expresión y por primera vez sus palabras sonarosinceras.

El viejo lo condujo al interior de shabitáculo y durante todo el día loreconfortó con increíbles historias, pero

Page 548: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rehusó hablar acerca de su país deorigen. Cada vez que Gilgames preguntaba, se encontraba con una agrianegativa y aquello lo manteníaatemorizado y entorpecía laconversación. Nunca conseguía sentirsecómodo junto a Kei.

Pero dime —concluyó el anciano—.¿Qué has decidido sobre tu viaje?

 —Iré al monte Nisir. Nada me ata aUruk ni a Sumer. Ya no tengo hambre degloria, es cierto, ni deseo correr alencuentro de los enemigos, pero miansia es lo bastante fuerte para queningún miedo de la tierra ni del cielo mearredre.

 —Conocí en cierta ocasión a u

Page 549: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

verdadero sabio nacido en un lejanísimoreino de oriente. Era muy aficionado alas frases hermosas y aunque yo siempreme burlaba de él, recuerdo algunas… — Kei emitió una tosecita y dijosolemnemente:—… «El huracán nodesarraiga la hierba tierna que se inclina por todos lados pero destruye losgrandes árboles»… ¿Qué te sugiereesto?

Gilgamesh sacudió expresivamentela cabeza y no habló.

 —Tú eres como un cedro poderoso —explicó entonces el hechicero— y hasde convertirte en hierba: No digas anadie quién eres, escóndete y séanónimo.

Page 550: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pero Kei —objetó Gilgamesh—,tú mismo decías que no había manera deescapar a la vigilancia de los dingir inmortales…

 —Es cierto, pero eso fue antes deque consiguieras coronar con éxito unaempresa asombrosa —repuso el anciano —… Has crecido ante mis ojos, por asídecir.

El ishakku se sintió halagado. Al fiel viejo huraño y sarcástico reconocía,si bien con gran trabajo, algo de smérito. Animado por aquella sinceridadcomentó a su vez:

 —Yo también, aunque cuando teconocí me pareciste un loco, heaprendido a reconocer en ti a un hombre

Page 551: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sabio y un mago poderoso. —No —replicó el otro sonriendo—,

sólo soy alguien que trata de aprender.En cuanto a la conclusión que e principio sacaste de mí, convendrásconmigo en que el hombre que tieneenemigos ha de ser prudente, hacersecomo la hierba y esconder el poder asemejanza de un tigre que retrae susgarras… Mostrar una apariencia tonta esuna medida de precaución pues, comodecía aquel hombre oriental, los quedesconfían, aunque sean débiles, no seven oprimidos por los poderosos, perolos confiados, aunque sean fuertes, pierden así la mitad de su fortaleza y seven oprimidos hasta por los débiles.

Page 552: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Y acercarse al saber como tú…¿Es difícil? —preguntó Gilgamesh,deslumbrado.

Kei volvió a sonreír ampliamente. —Hijo mío —explicó— la

inmortalidad que buscas te llevará por un camino estrecho y peligroso. Peromás arduo es el camino del sabio y lo primero que ha de hacer es ser paciente,virtud de la que tú careces si no meequivoco. En segundo lugar, esimprescindible mantenerse puro y paraeso es necesaria la pobreza, pues es unagran verdad que el poder y el dineroengendran corrupción y desmoronan elcorazón de los hombres justos. En micueva no hallarás manjares, ni adornos

Page 553: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de lapislázuli, ni lujo alguno. Paraejercer mi magia es imprescindible ucorazón limpio. Si te entregara algútalismán para defenderte de tusenemigos, en tus manos sería inútil pues,aunque pareces haber mejorado,necesitas purificarte mucho más. —Keise detuvo y observó la expresión deloven rey. Después continuó, animado al

no descubrir en sus ojos expresión de protesta—: ¡Ojalá no necesitaras laquimera del Nisir para ser feliz! Quizási hicieras algo por los demás, si te preocuparas de cualquier cosa que nosean tus obsesiones… La corta vida deEnkidu fue fructífera, en cambio t propia existencia ¿de qué ha servido

Page 554: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

más que para robar la juventud de tmadre y la alegría de tu pueblo? Hastala hierba que crece en las riberas de losríos es útil a otros pues es el últimoapoyo del hombre que resbala y sehunde en el agua. —Hizo una pausa,aguardando algún comentario, perocomo no llegaba, concluyó diciendo eun tono mucho más dulce—: Pero sé quellevas dentro la promesa de una luz queesclarecerá a los demás. Tu fuego estáoculto entre la leña, pero algún día brotará.

Gilgamesh, desorientado por eldiscurso, apartó la vista. Luego,tornándola otra vez al rostro delanciano, respondió:

Page 555: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No sé… no llego a comprender del todo tus palabras. Pero mideterminación es fuerte y nada podráapartarme de la ruta que me he trazado.

Aquella noche soñó que dejaba alhechicero y emprendía al fin un largocamino hacia un castillo. Entró en él yvio a un hombre que tallaba con ucuchillo figuras de madera. Más allá,otros dos hombres jugaban una partidade ajedrez. Comprobó que las figurasdel tablero le eran conocidas y entreellas figuraban Enkidu y él mismo. Viocómo la imagen de Enkidu era abatida.Entonces se estremeció ante aquéllosque estaban decretando su destino y tocóel hombro del que había eliminado a

Page 556: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Enkidu para ver su cara. El hombre sevolvió, pero no tenía rostro, y entoncesdespertó sobresaltado[65].

Al despertar se dio cuenta de queestaba cayendo un fuerte aguacero.Escuchó las gotas de agua crepitandocon una violencia inusual. Había eaquella lluvia algo sobrenatural quellegó a atemorizarlo y aunque Kei nadadijo a la mañana siguiente, tuvo lasensación de que los dioses jamás le permitirían alcanzar su meta.

Pero la apariencia del día eraencantadora. El agua había lavado loschopos del polvo acumulado durante elverano y sus hojas fragantesresplandecían. Toda la vegetació

Page 557: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 brillaba y los colores eran puros. Elverde de las hojas, el amarillo de lasflores, el blanco grisáceo de los troncos,todo era más intenso. El cielo eravehementemente azul. En el aire habíaun agradable olor a tierra mojada y el paraje se transformó de pronto en uamable hogar. Todo estaba limpio yrenovado y Gilgamesh se dolió de no poder sentir esa misma serenidad en satormentada alma.

Observó furtivamente a Kei. Éstetrataba de aparentar naturalidad, pero lamirada de Gilgamesh ya se había hechoexperta en lo referente a él. Para el viejohechicero aquella lluvia de lamadrugada significaba algo, pero se

Page 558: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

guardó mucho de preguntárselo, almenos directamente. En vez de eso lenarró el sueño que había tenido. Kei loescuchó con expresión preocupada ycontestó:

 —Nada de lo que sé me indica que pueda ser un sueño premonitorio. Quizálos dingir inmortales han tratado deatemorizarte… puede que tengan miedode que hoy inicies ese camino prohibido, pero no te sientas atenazado por la idea, que ese sueño parecesugerir, de que tu destino ya estátrazado, y lucha por hacerte dueño de él.

 —Descuida por eso… creo que partiré ahora —declaró el ishakk lacónicamente.

Page 559: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Así se despidieron. Sabían que no sevolverían a ver, que aquel viaje duraríaaños y que su final era incierto. PeroGilgamesh se consoló pensando que el bueno de Kei pronto se dedicaría otravez a sus acelgas y se olvidaría de él.

Todavía no había alcanzado laserenidad de ánimo que necesita uauténtico guerrero. Aún había en scorazón mucho de alborozada sangreuvenil y esta parte de sí mismo exigía

acción e inmediatez. Tenía prisa, una prisa absurda, por llegar al Nisir.

Avanzó siguiendo el camino del sol,durante días y días sin cruzarse con ualma viviente hasta llegar a un estrechode aguas negras donde no nadaba ningú

Page 560: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pez. Allí encontró a un barquerosombrío y silencioso, sobre un botealargado de fondo plano. El hombre nohabló. Cumplió su trabajo y Gilgamesle ofreció una pequeña pieza de oro, pero el barquero lo miró de arriba aabajo y negó con la cabeza. Sin esperar respuesta se alejó hacia la otra orilla.

El rey lo vio marchar y sintió que laaventura había comenzado. El mundoque conocía quedaba atrás y aquellasaguas muertas lo separaban de éldefinitivamente. Al mirarlas no pudoevitar la evocación del río que habíaque cruzar para llegar al Kur infernal[66].

Sin cavilar más, marchó hacia eloeste, recorriendo un paisaje si

Page 561: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

senderos donde sólo crecían espinos.Para sobrevivir tuvo que cazar reptiles yexcavar profundos pozos hasta alcanzar el agua subterránea. El paisaje erareseco, notablemente distinto a cuantohabía recorrido. Pero en el cielo searrastraban pacíficamente manadas denubes panzudas semejantes a las deSumer, y aquella imagen de familiaridadle daba ánimos.

Poco a poco las escarpaduras delsuelo fueron cesando. Despuésdesaparecieron incluso las suaves lomas  los arbustos espinosos. Sólo quedó

una amplia llanura amarilla y ardiente ela que el caminante solitario semejabaun grano diminuto de arena.

Page 562: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Transcurrieron semanas y en ese tiemposu tenacidad se puso a prueba porqueaquella inactividad era peor quecualquier enemigo. Aquella soledad, lamuda hostilidad del entorno, la ausenciade un compañero de viaje, todo aquellolo hundía en el pesimismo.

Había esperado otra cosa, quealguien saliera a su encuentro, que losdingir inmortales, indignados, enviaracontra él a un enemigo semejante aHuwawa. Pero nada ocurrió y nada sedivisaba a su alrededor excepto aqueluniverso monótono en donde ni una prominencia del paisaje lo distraía.

Una mañana al fin, cerca delmediodía, desaparecieron todas las

Page 563: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nubes. El cielo apareció por primera vezcompletamente despejado y el sol pareció cobrar fuerzas y sacar chispasde la llanura. Gilgamesh notóinstantáneamente este cambio porque dela tierra manaba un calor insoportable yla arena y los riscos quemaron sus piescomo brasas. Todo aquello le recordóaquel otro día en el camino de Lagash,cuando el sol brilló de formaextraordinaria y el comerciante leofreció malaquita para sus ojos. Así quese detuvo a la débil sombra de u peñasco y decidió esperar a laatardecida para continuar su camino.

Continuó caminando y oscureció, pero la noche no lo hizo detenerse y

Page 564: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

avanzó en una noche inmensa, negra ysin estrellas, como un fantasma erranteque ha perdido el rumbo.

Entonces percibió en la lejanía u brillo pálido. Gilgamesh continuó lamarcha, casi aliviado por la novedad, yadvirtió que se trataba de tres jinetescuyas armas y protecciones metálicasdespedían brillos de plata. Sólo que eraimposible saber de dónde venían esosreflejos, porque no había un solo focode luz.

oooOooo

Page 565: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Los jinetes nocturnos eran elenemigo que había estado esperando.Entre la satisfacción y el miedo,desenvainó su espada y continuóavanzando, listo para el combate.Instintivamente se llevó la manoizquierda a las piedras de poder, que pendían de su cuello, invocando s protección.

De pronto, los tres jinetesespolearon sus cabalgaduras con súbitafuria, levantando una nube de polvo quetambién se volvió fosforescente, comouna nube de luciérnagas, y galopandohacia él con las armas prestas al ataque,al tiempo que proferían horriblesalaridos de guerra. Gilgamesh se

Page 566: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 preparó para hacerles frente, perocuando llegaron cerca de él uescalofrío de pánico lo paralizó porque bajo sus yelmos relucientes y tras sus blancas armaduras no habíaabsolutamente nada. Uno de ellos portaba una espada, el otro una maza yel tercero una jabalina, todas armas deun blanco resplandeciente alzadas en elaire por brazos invisibles. Aquellosgritos brotaban de gargantas que noexistían. Se enfrentaba a fuerzasinmateriales convertidas por los diosesen guerreros.

Los jinetes aprovecharon la ocasió para derribar a Gilgamesh. El de la

abalina estuvo a punto de ensartar s

Page 567: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuerpo, pero en el último momentoreaccionó y sólo sufrió un rasguño quesin embargo le hizo caer. La heridaquemaba como el fuego. Mirófugazmente al cielo… La oscuridad no podía ser más negra. Era como si lasestrellas hubieran bajado del cielo paratomar la forma de jinetes.

Se incorporó lleno de ira y sostuvootra vez la espada dispuesto a golpear con fuerza aunque fuera al aire vacío.Pronto fue nuevamente acometido yrodeado, pero comenzó a repartir mandobles que, para su asombro, hacíamella en las armaduras si bien cuandotrataba de cercenar los brazos,atravesaban el vacío limpiamente. Los

Page 568: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inetes parecieron vacilar, quizá tambiésorprendidos porque los golpes lescausaran daño.

La lucha se prolongó largo tiempo,durante el cual se tuvo que limitar amantener a raya a sus enemigos. Pero de pronto, los jinetes se marcharon.Gilgamesh, sangrando por mil heridas,se quedó clavado en tierra y los vio huir hacia la línea del horizonte de la quehabían salido hasta fundirse con laoscuridad. A su espalda, por oriente, laluz del sol comenzaba a tornar el cielosonrosado. Utu, el sol, había salido de lacaverna subterránea y se encaramaba alcielo. Recordó que el dios solar eratambién considerado el patrón de los

Page 569: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

caminantes. Y había salido al cielo para protegerlo.

oooOooo

Descansó nuevamente durante el día  reemprendió la marcha al atardecer,

 pero con la medianoche volvió adescubrir a los jinetes. Era inútilenfrentarse a ellos, pero también lo erahuir. No había a donde ir en aquellainmensidad. Avanzó serenamente haciaellos, que de nuevo iniciaron una salvajecarga. Gilgamesh se defendió como

Page 570: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pudo. Trató de desconcertarlos.Alternativamente simuló escapar y presentó batalla. Llegó certeramente asus yelmos y corazas y los hizotambalear, pero no caer. Cuando lassombras de la noche comenzaron adisiparse, notó sin embargo udebilitamiento en la fuerza de susenemigos, que pronto volvieron grupas yhuyeron. Gilgamesh fue audaz y trató de perseguirlos, sospechando que s potencia disminuía con la presencia deldía, pero él mismo estaba extenuado y pronto abandonó.

A la noche siguiente se repitió elmismo episodio, y cuando los jinetesaparecieron ya estaba muy fatigado.

Page 571: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Además, le desesperaba no poder hacer otra cosa que defenderse. No podríasoportar un combate como el de las dosnoches anteriores. Por eso, coextraordinaria sangre fría, empuñó sarco, extrajo una flecha del carcaj y la preparó. Después dejó que los guerrerosse acercaran. Eligió cuidadosamente s blanco y disparó en el momentooportuno sin demasiada fe. El proyectildio de lleno en la coraza de uno perosalió rebotado y Gilgamesh hubo deagacharse rápidamente para que lafuriosa pasada del jinete de la maza nole separara la cabeza del cuerpo.

El combate cobró la tónica habitual,sólo que ahora los tres extraños

Page 572: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

guerreros parecían advertir la debilidadde su oponente, que ya no duraríamucho. Pero éste tuvo una idea. Simulóun desfallecimiento y cayó con lasrodillas en tierra. Entonces echó mano alsaquito de cuero que pendía de s pecho, como si quisiera comprar su vidacon lo que allí se ocultaba.

 —Esperad… —dijo con un hilo devoz.

Los jinetes prepararon lentamentesus armas para el ataque final. PeroGilgamesh tomó una de las piedrasYthion y consiguió engastarla en unaflecha. Entonces echó mano a su arco ycon un movimiento de rabiosavelocidad, lo disparó contra el jinete

Page 573: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que portaba la espada. La flecha sehundió en el centro mismo de la coraza plateada y se escuchó un gemido. Laespada cayó al suelo y después elguerrero. De la coraza salió una lechuzatotalmente blanca que ascendió al cielo se confundió con la oscuridad.

Los otros dos jinetes vacilaron. Laclaridad comenzaba a filtrarse por eleste y su poder se debilitaba. De prontovolvieron grupas y huyeron a uña decaballo.

Gilgamesh, el rey maldito de losdioses, no pudo reprimir un grito detriunfo. Corrió a donde yacían los restosdel enemigo abatido y recuperó la piedra mágica. Luego tomó en sus manos

Page 574: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la espada plateada y sintió cosatisfacción que la empuñadura seadaptaba perfectamente a su mano.Contempló el arma con admiración y de pronto se sintió con fuerzas nuevas paraconseguir cualquier empresa[67].

Pero entonces ocurrió algoextraordinario. Los fugitivos acelerarosu marcha y del suelo se levantó unagigantesca nube de polvo que brillabacon luz propia.

El polvo suspenso no se aposentósino que tomó forma paulatinamente ydibujó en el aire la imagen de un castillode nueve torres que brillaba con tonos pálidos.

Gilgamesh estaba atónito. Frente a él

Page 575: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

se desplegaba un recinto de luz y arenasuspendido en el vacío. Un palacio dereflejos claros con torres erguidas ymurallas esbeltas.

Los jinetes penetraron en el interior haciendo a sus caballos saltar a laescalinata que llegaba a ras de suelo y élmismo se aproximó como hipnotizado.Sus pasos ciegos lo llevaroirresistiblemente hacia la gran puertacentral, que permanecía abierta.Desenvainó su nueva espada y cruzó elumbral.

Sin saber qué ocurría, como emedio de un sueño, se encontró en unaestancia de lapislázuli y mármol dondeaguardaba en pie un resplandeciente

Page 576: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

guerrero cuyo rostro parecía desprender fuego y estaba envuelto en una casiimperceptible aura de color azulado.

 —Gilgamesh —declaró con voz potente—, vuelve a Uruk, donde losdioses quieren que permanezcas. Lavida que persigues está reservada paraellos y si no obedeces todo lo queconseguirás será sufrir.

 —¿Quién es el que me habla? — respondió Gilgamesh en tono desafiante, pues la conquista de la espada de platalo había vuelto eufórico.

 —Te habla Nusko, el visir de Enlil. —Pues bien. Nusko, ve y di a Enlil

que el hijo de Lugalbanda no se rinde…Y ahora me iré de aquí —añadió

Page 577: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh con resolución, volviéndosesin esperar respuesta.

 —¡Espera! —Nusko trató de detenerlo y

entonces Gilgamesh se volvió y,manejando instintivamente la espada, produjo un leve rasguño en el hombrodel dios. Se quedó petrificado mirandoel hilo de sangre resplandecientementeroja que brotaba de la herida.Significaba que los dioses podían ser heridos… podían morir, al menos e batalla, como apenas se atrevían aadmitir los sacerdotes en Sumer. Y elcamino que aquella revelación abría loalentó y le produjo miedo al mismotiempo[68].

Page 578: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Eres un hombre sacrílego… — murmuró Nusko con amargura.

Pero el rey maldito no lo escuchó.Se dio la vuelta y se marchó a grandeszancadas. Cuando pisó de nuevo el suelodel desierto y miró a su espalda, sólovio leves retazos de polvo en el aire.Pero todo había sido real, y mientras losgranos de arena buscaban nuevamenteaposento en la tierra, discurrió sobre laimportancia del arma que ahora poseía,tintada aún en sangre divina. Se fijó esu diseño… era alargada y esbelta,ligeramente distinta a las que se usabaen Uruk.

Reparó en un peñasco que yacía asus pies y un golpe de intuición lo llevó

Page 579: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a propinarle un arrebatado mandoble.Ante sus ojos incrédulos el bloque de piedra se abrió en dos como mantequillaen un día de verano. Apenas se atrevía aconsiderar el poder de su nueva arma…con ella era invencible. Pero entonces¿Cómo no había causado el mismoefecto sobre él mismo cuando eramanejada por el jinete rojo? ¿Quizá por la protección de las piedras Ythion, quetan portentoso poder demostraban a cadainstante? ¿Acaso estaba alcanzando la pureza de corazón? ¿O, por el contrario,era el más execrable de los hombres, elúnico tan obcecado como para llegar aherir a un dios?

Sea como fuere, fijó sus ojos, muy

Page 580: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

complacido, en el sol naciente. Y losaludó como a un compañero, pues unavez más lo había salvado de susenemigos. En adelante, decidió caminar durante el día y honrar así al patrón delos caminantes.

Page 581: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO VIII

«De la propia suerte que

 saber, también dudar es

meritorio».

 Dante

Los hijos de Egione

Hacia el oeste el desierto cambiaba deaspecto continuamente. Atravesódistintas regiones y, en algunas de ellas, pequeñas colinas oscuras despuntabasobre la arena ocre como cúpulas detemplos enterrados. Después, todo el

Page 582: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

suelo se oscureció y en las cimas de lasdunas sobresalían escarpes agudos comoagujas que apuntaran al cielo. A vecesdejó atrás pequeñas cordilleras pizarrosas donde todo era gris yrecorrió también angostos desfiladerosen cuyo fondo yacían miles de esquirlasde roca desnuda que durante siglos sehabían ido desprendiendo de las paredes. Finalmente, los espinos y otrosarbustos volvieron a aparecer. Eldesierto se humanizaba poco a poco.

Aquella mañana circulaba por u paisaje singular. Sobre una llanura dearena blanquecina descansaban algunos peñascos diseminados. El sol parecíavolcarse sobre ellos y la negrura de sus

Page 583: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sombras sobre la tierra eraimpenetrable. El lugar era bien extraño, pues los gálayos desnudos parecíahaber sido abandonados allí de formaintencionada. No eran afloramientos decolinas enterradas ni había escarpadurascercanas de las que pudieran haber caído. Eran como gigantescas e informes piezas de ajedrez dispersas en lallanura.

Al pasar junto a uno de estos riscos,algo lo sobresaltó. Amparado en ssombra había un hombre. Estabainmóvil, sentado en la arena y con laespalda reclinada en la roca. Larepentina visión hizo a Gilgamesh dar usalto atrás y ponerse en guardia.

Page 584: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El hombre no se movió. Parecía ufantasma en su quietud y en su silencio.Su cabeza estaba casi completamentecubierta por un turbante negro. Vestíauna túnica blanca hasta los pies pero nohabía armas en su cintura ni a salrededor. El sol arrancó un destellomortal en la espada de plata, queGilgamesh seguía blandiendo en ugesto defensivo, en tanto el hombre selimitaba a contemplarlo con sus ojosenrojecidos por las tormentas de arena.

 —¿Quién eres? —clamó el ishakk con voz más bien asustada. El extrañono entendía el sumerio, pero comprendióel significado de la pregunta.

 —Soy un poeta —respondió con voz

Page 585: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

uvenil.Su lengua era extraña, pero el hijo

de Lugalbanda comprendió al instante,maravillándose una vez más del don quelos dioses le hablan entregado a snacimiento.

El hombre le alargó una cantimplora  sus ojos expresaron una ráfaga de

repentina cordialidad. No sin cautela,Gilgamesh se acercó a él, tomó elrecipiente y bajó la guardia. Después bebió. Era la primera vez en muchotiempo que bebía agua sin barrodisuelto.

 —Soy un viajero —manifestóentonces en la propia lengua de sinterlocutor—… mi nombre es

Page 586: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh.Los ojos del hombre mostraro

ahora un profundo asombro. —El mío es Sib… Pero dime ¿Cómo

conoces mi lengua? ¿Has vivido eEgione? —preguntó frunciendo el ceño.

 —No. —Respondió Gilgamesh—.Un… un viejo maestro me enseñó tidioma…

 —¿De dónde vienes, entonces? — volvió a interrogar Sib, con máscuriosidad que desconfianza.

 —Vengo del lejano oeste. —¿Del oeste…? ¿De la Muerte

Blanca? ¡No es posible! ¡Ése es el fidel mundo! —exclamó desconcertado el poeta.

Page 587: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Sin saber por qué, Gilgamesh sintióuna repentina tranquilidad. Sesorprendió de conservar aún la espadaen su mano. La envainó y buscó un lugar en la sombra junto al habitante deldesierto. Apoyó la espalda en la fresca piedra, como él, y dijo:

 —Debes creerme.Sib le dedicó una larga mirada, al

cabo de la cual murmuró: —Te creo.Gilgamesh evocó el tiempo, no muy

lejano, en que él mismo habíaconsiderado que el fin del mundo seencontraba en aquel estrecho de aguasnegras. Ahora una distancia infinita loseparaba de Uruk y de sus gentes y nada

Page 588: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

había tan real como aquel joven de ojosenrojecidos que desconocía laexistencia de la bendita tierra de Kalam.

Los dos quedaron en silencio, codoa codo, dejando sus miradas vagar libremente por el paisaje mineral yagrio. Su entendimiento parecía perfecto  su encuentro había sido tan natural

como el de dos somnolientos pastoresdel país de Sumer en una tardecualquiera. Por un instante, la tragediase desvaneció del corazón de Gilgames  se vio a sí mismo y a su compañero

igual que a dos hombres sencillos quemutuamente se consuelan ante lainclemencia del universo.

Al cabo de un buen rato se dirigió

Page 589: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

otra vez a su nuevo amigo. —¿Qué hace un poeta en este

desierto? —preguntó.Sib dejó pasar un tiempo antes de

contestar. La respuesta no parecíademasiado evidente. Después dijo covehemencia, sin apartar los ojos de u punto indeterminado del firmamento:

 —Es mi patria.El sumerio no acabó de comprender.

Tomó un puñado de arena en su mano yla esparció en el viento.

 —¿Esto es tu patria? —preguntó,señalando al polvo que huía.

El poeta lo miró como sicontemplara a un espectro. Estaba claroque la pregunta había tenido poco tacto.

Page 590: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Hundió los dedos en la arena comoacariciándola y declaró:

 —Esto… es sagrado. —Calló yaguardó una respuesta, pero ésta novino. Gilgamesh aún estaba haciendo uesfuerzo por comprender, así que el poeta continuó—: No comparto la fiebreguerrera de Ketra ni me importan gracosa las fronteras, pero comparto con él todos los demás la devoción por estas

arenas donde nuestras madres nos dieroa luz. Quizá tu propia cuna fue un vergel esto te parece hostil… pero los hijos

de Egione amamos nuestro país aunquesu paisaje sea de rocas desnudas y ssuelo estéril.

 —Pero ¿de qué país hablas? ¿Dónde

Page 591: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

está la gente? —preguntó Gilgamesh,desorientado.

 —Los ojos que ven peor son los queno están adiestrados para mirar — respondió el poeta—. Por la ruta quetraes aseguraría que has pasado por elcentro mismo de una ciudad.

Gilgamesh negó con una sonrisainsinuada. Por supuesto que no habíaatravesado más que paisajes vacíos yabandonados.

 —Tendría que ser una ciudadinvisible… —comentó.

 —Sí —añadió el otro—, invisible para los extranjeros.

Gilgamesh no lo creyó. No estabatan afectado por el calor como para

Page 592: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

haber dejado de advertir una ciudad esu camino, aunque estuviera lejana.Tampoco creía que existieran ciudadesinvisibles, aunque no había entendidodel todo la última frase de Sib. Éste,advirtiendo su desorientación, hizo ugesto expresivo y dijo:

 —Lo comprobarás. Hay másciudades parecidas.

Entonces se levantó y silbó.Gilgamesh se levantó también y pudover que de la sombra de una de las rocasvecinas se alzaba un enorme camello.Juntos montaron en la gran cabalgadura  siguieron viaje hacia las misteriosas

urbes invisibles, que aguardaban a lasombra de la impresionante cordillera

Page 593: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que había empezado a divisarse a lolejos.

Al cabo de dos días llegaron a ulugar donde la tierra era más oscura. Alo lejos resplandecía la nieve de lasmontañas Shaar, que yacían heladashacia el norte, como el cadáver  petrificado de un gigante cubierto deescarcha que aislaba el desierto ycerraba el paso a las comarcasseptentrionales.

Pero en primer término,terriblemente nítido contra el fondo delejana blancura, se elevaba un humilde promontorio coronado por una especiede atrio circular, ruinoso y solemne. Eracomo un mirador instalado en la cima y

Page 594: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estaba construido con grandes bloquesde piedra tallada del mismo color grisáceo que la colina misma, de maneraque parecía formar parte en ella.

El lugar parecía desolado. Por laladera surcada de cárcavas discurría pesadamente un camino apenas marcadoque a media altura enlazaba con lasescalinatas que le salían al paso.

Gilgamesh sintió una repentinacongoja y como para corroborar sussentimientos, una ráfaga de viento, quele pareció majestuosa y llena demisterio, barrió de repente la llanura.

 —¿Qué es eso? —preguntó.El poeta tenía la mirada prendida e

el lugar y, sin apartarla, contestó:

Page 595: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Es una torre de silencio.Gilgamesh lo miró inquisitivamente,

aguardando una ampliación de larespuesta. Sib lo advirtió y añadió:

 —Allí dejamos descansar a nuestrosmuertos. Los sacerdotes de Egioneaseguran que nos aguarda otra vidadespués de morir. Esta vida discurre eun lugar indeterminado del cielo, entrelos grandes dioses. Y para que el almaascienda hasta allá es necesario que seatransportada por los buitres… Cuandoalguien muere, su cuerpo es trasladado auna de estas torres, siempre situadas elugares apartados, y al cabo de utiempo los familiares vuelven paraenterrar los huesos ya descarnados.

Page 596: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Entonces se sabe con certeza que sespíritu está morando junto a Shelon, eldueño del rayo[69].

 —¿Quién… quién es…? —El padre de los dioses… el señor 

de la vida y de la muerte. —Explicó Sibcon voz rutinaria.

El rey de Uruk dudó un instante. —¿No habéis oído hablar de…

Enlil? —titubeó. —¿Enlil? —repitió Sib, tratando de

hacer memoria—. No, nunca. ¿Quién es? —No importa… ¿Y del Kur? ¿No

creéis en una mansión bajo la tierra edonde viven los muertos…?

 —¡Claro que no! ¡Qué idea másabsurda! Ya te he dicho que nuestros

Page 597: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sacerdotes hablan de un paraíso en elcielo.

Gilgamesh no hizo más comentarios, pero las conclusiones que ibaobteniendo no hacían más que embrollar su mente. En Sumer había trabadocontacto con gentes de distintasreligiones, como los nómadas del norteo los habitantes de las montañas deAshan, en el oeste. Pero las diferenciasentre los credos de todas ellas eramoderadas y en muchas ocasiones susdivinidades sólo se diferenciaban en elnombre, como Utu, el dios solar,llamado Shamash por los pastoresnómadas. En cambio ¿quién podía ser ese misterioso Shelon, dueño del rayo,

Page 598: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que recibía las almas de sus fieles euna morada celestial? ¿Qué tendría quedecir Anu, el dios sumerio del cielo, detodo ello?

Ocasionalmente, algunas ráfagas deviento volvían a soplar y se dispersaba por lugares remotos. Arbustosarrancados por ventiscas más poderosasrodaban por la llanura. Pero el susurrode aquel aire cálido no hacía más queresaltar, cuando cesaba, el silenciooceánico que parecía manar del suelo yenvolver cada rama de espino, cada piedra del desierto.

 —¿Qué hacéis con vuestrosmuertos? —pregunto Sib de improviso.

Gilgamesh se sobresaltó.

Page 599: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Los… los enterramos —musitó.El poeta pareció sonreír bajo s

turbante y contestó con una voz siinflexiones:

 —Quizá entregarlos a los buitres seaofensivo para ti, pero para los hijos deEgione es más ofensivo contaminar latierra. El fuego, la tierra y el agua sosagrados y no deben ser ensuciados por las impurezas de los cadáveres.Traemos a los muertos a esas torres y e poco tiempo desaparecen. Los huesosestán limpios y ya no ofenden a la tierra.

La tranquilidad huyó de Gilgamesh.Trató de imaginar los insólitos ritualesfunerarios que se habrían celebrado eaquel promontorio gris y fijó

Page 600: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nuevamente sus ojos en la piedratoscamente labrada y en los escalonesque conducían a la torre. Después los pasó por la abrumadora cordillera y por el llano desolado que acababan derecorrer. Y se sintió perdido en ulaberinto interior. Tan perdido que de pronto necesitó arroparse en alguien, y buscó cobijo en aquellos ojosenrojecidos y aquella voz sincera ysentimental.

 —Escucha Sib —dijo con el rostroconvulso—. No me siento con fuerzas para ocultarte mis intenciones y elmotivo de mi viaje. Soy el rey de unaciudad lejana que prospera tras susmurallas, llamada Uruk… Me exilié de

Page 601: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

allí cuando me transformé en enemigo delos dioses.

El hombre del desierto lo mirósorprendido.

 —¿Por qué? —Porque busco la inmortalidad.Silencio. Ráfagas de viento a ras de

tierra. —Es lo más extraordinario que

había escuchado nunca —contestó al fiel poeta, con inesperado sosiego, coencantadora comprensión—. Y siembargo, no creo que estés loco.Solamente angustiado.

Gilgamesh asintió con la cabeza,incapaz de hablar. Le parecíamaravilloso ser comprendido por aquel

Page 602: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hijo de un desierto ardiente del queapenas conocía otra cosa que sus ojos, pues el resto de rostro seguía oculto bajo el turbante.

Pero ahora aquellos ojos seensombrecían y expresabadesconcierto.

 —¿Qué ocurre? —preguntó elsumerio.

 —Creo que eres sincero — respondió el poeta con un tono más bieamargo—, pero creo al mismo tiempoque luchas contra espectros y que persigues una quimera inexistente.

 —¿Qué quieres decir? —preguntó.Sib suspiró profundamente y

respondió en un lamento:

Page 603: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No creo en ellos.Evidentemente se refería a los

dioses. Las facciones del rey sumerioadquirieron de pronto una expresión dedureza.

 —¿Cómo es eso posible? — interrogó.

 —Te he hablado de Shelon, el padrede los dioses de Egione, y de la vidaeterna. Pero es el dios del que hablasin parar los sacerdotes y la vida en laque creen mis compatriotas, sin que yo pueda compartir esa fe. La mismainmortalidad que tú persigues en vidame parece una idea poco consistente,aunque hermosa… Creo en la pureza delaire, del fuego y del agua, pero por sí, y

Page 604: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

no por la imposición de unos diosecilloso las palabras de un sacerdote que murióhace siglos. Creo en la bondad y en la belleza, pero ésta es una virtud terrenaque no necesita sanción de los que estámás allá, porque más allá no hay nada eabsoluto… Si soy bueno no es porqueespere un premio al morir, sino porquelos seres humanos me inspiracompasión.

 —Pero ¿por qué? ¿Por qué no creesen los dioses? —insistió Gilgamesh.

 —Nunca he visto ninguno — respondió el poeta con una llaneza querecordaba al mismo Enkidu.

 —¿Y el mundo? Ellos lo crearon… —protestó el ishakku.

Page 605: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Eso dicen —repuso el otroescuetamente, como si no quisieratomarse la molestia de rebatir una vezmás argumentos que demasiado amenudo le hubieran sido opuestos.

Avanzaron un poco más y el paisajevolvió a cambiar. La arena escaseaba, elsuelo se hacía más firme y latemperatura algo más soportable. Losdos viajeros conversabaincesantemente, disfrutando de su mutuacompañía. El rey de Uruk habló de sciudad de amplios mercados y de laentrañable amistad de Enkidu, omitiendola discreción que Kei le habíaaconsejado. Sib, el poeta del desierto,explicó la forma de vivir de los hijos de

Page 606: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Egione, cómo gustaban en llamarse losnómadas de aquella tierra, y de lasconvulsiones políticas que la sacudían.Pero la referencia a una persona eraconstante en sus narraciones: Ketra, elmonarca de las arenas, el rey de losorgullosos pastores del desierto.

 —Mi pueblo se ha vuelto loco emanos de ese hombre —decía Sib—. Eel transcurso de unos años haconseguido que las tribus dispersas seagrupen y ha introducido el fervor nacional en el corazón de cada uno. Hatransformado a los pastores en soldados,les ha impuesto una disciplina fiera econtra de sus costumbres individualistas  les ha hecho perder la cabeza

Page 607: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hablándoles siempre de guerra. —¿Guerra? ¿Contra quién? — 

 preguntó Gilgamesh. —Contra Magoor, el imperio que se

extiende tras las montañas Shaar — respondió el poeta y añadiómelancólicamente—: Ellos tienen lo quenosotros nunca hemos tenido. Ellos soricos, nosotros pobres. Ellos tienen unatierra hermosa, nosotros sólo arena.Ellos gobiernan un extenso imperio ynosotros no sabemos más que de cabras ovejas.

 —Entonces ¿cómo espera esehombre triunfar? —comentó Gilgamesh.

 —Magoor lo tiene todo —explicóSib— menos la juventud. Es un imperio

Page 608: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muy antiguo y parece estar en plenadecadencia. El lujo aflojó hace yatiempo los músculos de sus soldados ylos nuestros son aguerridos e intrépidos.Derribar su portentoso poder parece posible, pero inútil y costoso. Ketra piensa en la victoria pero yo imagino elllanto de las madres a las que nada podrá devolverles sus hijos muertos. Élsueña con regalar a los hijos de Egionelas fértiles praderas y los bosquesumbríos del norte y yo en cambiodesconozco qué puede hacer allá uhombre del desierto y sospecho que losque se instalen en Magoor siempreañorarán las llanuras doradas.

Sib detuvo su cabalgadura y miró a

Page 609: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su alrededor. Después esbozó un gestocomo para que Gilgamesh miraratambién. Éste lo hizo, sin comprender, pues en el entorno no había nada dignode mención.

 —¿Qué ocurre? —preguntó. —Estamos en Parnu —respondió el

 poeta con un gesto de triunfo—. Es unaciudad.

El contrariado Gilgamesh volvió aescrutar el paisaje sin encontrar rastroalguno que aseverase las palabras de scompañero, e hizo un ademán dedesconcierto.

 —Vamos —declaró Sib al fin,dirigiendo su camello hacia un puntoindeterminado.

Page 610: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cabalgaron hasta una fosa cuadradade grandes dimensiones. Cuando seasomó, Gilgamesh quedó atónito. Aescasa profundidad y unido a lasuperficie por escaleras talladas en laarenisca, discurría el piso de unaespecie de patio donde los niñosugaban. La escena era tan hogareña que

apenas lo podía creer. —Hay decenas de fosas como ésta

 —aclaró orgullosamente el poeta—. Noson visibles excepto cuando se pasa muycerca y, naturalmente, cuando el humodenuncia que se está usando la cocina.

 —¿Por qué las construís así? —  preguntó Gilgamesh.

 —Son muy útiles contra el calor, las

Page 611: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tormentas de arena y los enemigos — replicó Sib, y añadió—: ven, bajemos.

Cuando se encontró propiamente eel interior, Gilgamesh pudo dar riendasuelta a su admiración contemplando losdetalles de la curiosa estancia. En ellase abrían tres puertas, que sin dudaconducían a dependencias interiores.Las tres estaban marcadas por franjas decal blanca rematadas de guirnaldas,espirales y cruces. El blancoresplandecía sobre la roca rojiza y ledecoración denotaba gusto y alegría devivir.

También había hornacinas pintadasde igual manera y sobre ellas unamaraña de pequeños útiles domésticos,

Page 612: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sobre todo cuencos de cerámica muyusados. En vasijas mayores sealmacenaba el agua potable. En el centrohabía una mesa con un poco de mijo amedio cortar y en uno de los rincones ala sombra dormitaba una anciana echadasobre un jergón cubierto de esteras.

Era la abuela de los niños, segúexplicó Sib. Todos los brazos útiles sehallaban en las estribacionesmontañosas buscando algo de pasto parael ganado y recolectando vegetales.

La mujer se alegró mucho de recibir al poeta, quien le dirigió frasesfamiliares y presentó a Gilgamesh comoun viajero ordinario, solicitando paralos dos un pequeño refrigerio. Pero no

Page 613: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

era necesario pues para los pastores deEgione representaba un título de orgullohalagar al huésped, aún a despecho de lamisma economía familiar.

Cuando la mujer desapareció para prepararlo todo, Sib se dirigió aGilgamesh con un tono de lejanacomplicidad.

 —Comeremos y pasaremos la nocheaquí —dijo—… Hay una historia quedeberías conocer, porque en ciertosentido se parece a la tuya. Esta noche,cuando todos hayan regresado, animaréa la abuela para que la cuente…, quizáte sirva de algo.

Gilgamesh quedó intrigado, pero no preguntó más. Comieron bajo la dulce

Page 614: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mirada de la anciana y después visitaroel interior de la casa, donde latemperatura era agradable, y recorrierolas calles subterráneas que, a escasadistancia de la superficie, unían unasviviendas con otras. En la techumbrefiguraban a espacios regularesoquedades que aseguraban lailuminación, y había lámparas de aceite preparadas para la noche. A través deestas galerías se podía establecer unacómoda comunicación sin necesidad desalir al tórrido exterior y, segúexplicaciones de Sib, en ciudadesmayores había un permanente discurrir de gentes e incluso alegres mercadosllenos de bullicio.

Page 615: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Al atardecer llegaron los hombres ylas mujeres de la casa. Eran gente vital ytrabajadora y saludaron con efusión al poeta, que parecía ser un personaje popular en Parnu. Se encendieron laslámparas y disfrutaron de una agradablevelada en la que unos y otros contaroanécdotas y comentaron la tensasituación política y los preparativosmilitares. Pronto muchos de ellos seríallamados a servir en el ejército. Lainvasión de Magoor era un hecho yaquello era una idea que los entristecía pero al mismo tiempo los excitaba, porque al parecer la propaganda belicista propiciada desde el poder había conquistado sus corazones.

Page 616: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando llegó el momento oportuno,Sib tomó la palabra y, después de adular un poco a la abuela, le explicó que aGilgamesh seguramente le gustaría oír lahistoria de la Piedra Resplandeciente.Dijo que en Parnu solamente ella sabíacontarla bien y que, más aún, sólo ella la podía recitar tal y como estaba escritaen una de las paredes del templo principal de Saane, la capital. Pareceque el redactor había sido el primer  bardo que llegó del norte narrándola elos campamentos y que la historia sehizo tan popular que de esta manera lossacerdotes le dieron una especie desanción religiosa. Por todas lasapariencias, su importancia rebasaba

Page 617: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con mucho la de un simple cuento,aunque en su origen había sido algo parecido.

La abuela agradeció la amabilidadde Sib, y se aclaró la garganta. Despuéscomenzó diciendo:

 —Se trata de una historia muyantigua, sobre hechos que ocurrierohace unos mil o dos mil años, al decir de la gente que se ocupa de contar eltiempo. En aquella época, Magoor todavía estaba gobernada por la dinastíaantigua, pero los hijos de Egione vivíaigual que ahora, arrancando del desiertolo poco que éste les podía dar. Ocurrióque Sytna, una mujer de cincuenta añosque vivía en la aldea de Pakhoi, hacia el

Page 618: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

este, decidió dejar su familia para hacer un viaje… He aquí lo que escribió aquel bardo sobre la piedra del templo:

Cuando las sombras

oscurecieron el aire,

Sytna, la hija de Tavoy

Sakti, se hizo del manto

azul de la noche y se

marchó, buscando el

horizonte, a recorrer

los caminos con los pies

desnudos, la mirada

vehemente y la frente

clara. Nadie en Pakhoi,

la aldea durmiente, lo

Page 619: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

supo. Sólo los perros

nocturnos que ladraban

infinitamente a la luna.

De las cumbres descendía

la acostumbrada niebla

mortecina y en el

ambiente espectral

avanzó su rostro de

pálida tristeza.

Se hizo de los caminos

que cruzaban como

flechas las llanuras, se

hizo del sol y del

paisaje y su piel tomó

el color del bronce.

Cruzó las montañas Shaar

y se internó en la

Page 620: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tierra de Magoor. Como

el rayo quebrado de una

bandada de pájaros dejó

atrás las estepas donde

la mies crecía y el

aroma de muchas tierras

quedó prendido en su

vestido.

Sus pies sangraban y

su rostro era una

muralla cerrada cuando

llegó al refugio de

Math, la hechicera que

años atrás había sido

expulsada de Egione y

ahora vivía en las

playas de la región de

Page 621: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Bork. Un suave

resplandor de llamas

azules iluminaba el

interior de la choza y

se desprendía de sus

toscas ventanucas. Más

allá de toda duda,

avanzó unos metros más

entre la arena mojada y

gritó:

 —Math… Math…

Las luces oscilaron en

la cabaña y algo se

movió silenciosamente.

Un bulto encorvado y

macilento apareció en el

umbral.

Page 622: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Quién eres? — 

preguntó hoscamente la

vieja—. Soy Sytna, la

nieta de Sakti…

El rostro de la

hechicera se conmovió,

pues durante largo

tiempo no había tenido

noticia alguna de

Egione.

 —¡Sytna! —repitió—.

¿Qué te pasa, hija mía?

 —No soy feliz —dijo en

un lamento.

Los ojos de la bruja

se quedaron fijos en los

de la mujer viajera

Page 623: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mientras el viento

azotaba los rostros de

las dos.

 —Pasa y toma algo

caliente —dijo con

inicial desconcierto.

Una vez en el

interior, Math le

ofreció un tazón de

leche y la interrogó:.

 —Dime ¿qué crees que

puedo hacer por ti?

 —Puedes ayudarme a

encontrar la felicidad — 

replicó Sytna

resueltamente, sin la

menor sombra de duda o

Page 624: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

debilidad.

 —No, no… ¿Cómo podría

ayudarte yo? Sólo soy

una vieja.

 —Sí, Math —la

interrumpió Sytna—, por

la amistad que te unió

con mis abuelos… He oído

hablar de un talismán.

 —¿Un talismán? — 

repitió la bruja

fingiendo no entender.

 —Sí, la Piedra de

radawc, la Piedra

Resplandeciente.

Una sombra de temor

atravesó el envejecido

Page 625: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rostro. Ni recordaba

siquiera la última vez

que alguien se había

atrevido a pronunciar

semejante nombre en su

presencia.

 —¿Qué sabes tú de eso?

¡Contesta! —exigió con

voz imperiosa.

 —Nada —repuso Sytna—,

sólo que tiene poderes…

que quien la toca es

feliz para siempre, pero

nada más. Y quiero que

tú me expliques…

 —¿Y por qué habría de

hacerlo? —objetó la

Page 626: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

irritada hechicera.

 —Porque he abandonado

a mi familia y buscaré

el talismán por toda la

tierra hasta encontrarlo

o hasta caer muerta en

el camino.

Math, la hechicera,

tuvo aún un momento de

duda. Pero la mirada

suplicante de Sytna

apelaba a sus últimos

restos de benevolencia y

su resolución la

conmovió. Por eso,

mientras la luz de la

luna centelleaba sobre

Page 627: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

las olas del reflujo, su

rostro ajado y convulso

se acercó al de ella y

le habló con voz

susurrante del dragón,

del Acertijo, de la

búsqueda de los grandes

héroes, como secretos

que fue desgranando en

la alta noche.

En la hora del alba,

Sytna se marchó. Ya no

caminaba errante, pues

para llegar a la región

montañosa de Garm Pesek,

donde vivía el dragón

Kull, le bastaba seguir

Page 628: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a la gaviota que Math

había dispuesto para que

la guiara desde el aire.

Y en esta seguridad

pensó una vez más en sus

hijos, a quienes había

abandonado cuando

consideró que estaban

criados y en Rumnu, su

esposo, al que durante

treinta años había sido

fiel y que en la

madrugada de su fuga

habría encontrado el

lecho vacío. Aquellos

seres a los que había

entregado los mejores

Page 629: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

años de su vida,

negándose a sí misma

para satisfacerlos,

cifrando su propia

alegría en el bienestar

de ellos. Treinta años

era mucho tiempo.

Siempre había estado

aplazando su propia

felicidad, esa chispa

especial de alegría

radiante, de humana

plenitud, que huía

siempre. Casi había

olvidado que una vez fue

una adolescente rebelde.

Pero todo aquello

Page 630: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

brotó de pronto, simple

y poderosamente, como un

manantial que devuelve

el agua que la tierra ha

retenido durante largo

tiempo. Y en aquella

noche vistió su alma de

una juventud que ya no

le correspondía para

recuperar los años

perdidos. La felicidad,

la que no había

encontrado en su

matrimonio, estaba en

alguna parte. En algún

lugar del mundo se

encontraba la Piedra

Page 631: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Resplandeciente.

Al fin, la gaviota

encantada se posó sobre

un roquedal frente a la

cueva de Kull, el dragón

milenario que conocía el

secreto de la Piedra.

Sytna penetró en el

sombrío túnel y, antes

de que sus ojos se

acostumbraran a la

penumbra, apareció una

forma rugiente. Todo su

espíritu se estremeció

de terror, y su alma de

inquebrantable fe quizá

dudó por primera vez.

Page 632: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Qué busca una mujer

aquí? ¿Qué quieres? — 

aulló el dragón.

Su voz consiguió

hacerse audible en la

densa atmósfera.

 —Soy Sytna, hija de

Tavoy Sakti, de la

tierra de Egione, y me

ha mandado aquí Math, la

hechicera.

 —Y ¿qué es lo que

buscas? —insistió el

dragón.

 —La Piedra

Resplandeciente.

Kull rió

Page 633: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desagradablemente. Luego

tronó:.

 —Mujer ¿sabes lo que

dices? Muchos han

buscado ese tesoro y han

perecido. Pero eran

hombres… ¿Te das cuenta?

Guerreros. Todos, todos

se perdieron allí… Korb,

el saltador de Escutari;

Hag Dogav, que podía

respirar nueve días y

nueve noches bajo el

agua; Elk y Elst, los

nietos del rey de

Magoor, a quienes ningún

enemigo se podía oponer…

Page 634: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Todos ellos

desfallecieron y

murieron, y ésta fue su

última empresa.

 —Sin embargo yo lo he

de conseguir —insistió

obstinadamente la mujer.

Entonces el dragón se

irritó mucho más, porque

desde tiempo inmemorial

estaba obligado a dar

una oportunidad a los

arrojados y a someterlos

al Acertijo. Así que

tuvo que tragarse su ira

y dijo:

 —Adivina qué criatura

Page 635: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

es ésta:

En la pradera es

más veloz que las

gacelas y que el

viento

y en la vida

descalabra sin armas

a los hombres.

Es un guerrero

invisible anterior

al Diluvio

y aún cuando los

dioses desfallezcan,

él permanecerá

erguido.

Page 636: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El silencio recayó

sobre la cueva, y Sytna

meditó despacio. Sabía

que su vida dependía de

la respuesta, que el

dragón devoraba a los

que eran incapaces de

resolver el Acertijo.

Transcurrió una

eternidad y ninguno de

los dos habló ni se

movió. Kull deseaba

atacar de una vez, pero

le estaba prohibido

hasta que ella dieta una

respuesta equivocada o

se rindiera

Page 637: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

expresamente.

La estrellas giraron

en el cielo antes de que

los labios de la mujer

se movieran para

pronunciar una sola

palabra:.

 —El tiempo.

Los ojos del dragón se

encendieron de ira, y se

removió lleno de

frustración. Pero aceptó

su deber para quienes

resolvían el Acertijo y

cumplió una vez más lo

que había sido ordenado.

 —Está bien, mujer — 

Page 638: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dijo al cabo de un

momento—. Entrarás en

las Siete Estancias de

la cueva y te enseñaré

cómo luchar contra el

Poseedor de la Piedra

Resplandeciente. Aunque

después, seguramente

preferirías que nunca te

hubiera instruido.

Sytna penetró en las

profundidades y

permaneció durante siete

días y siete noches en

las Estancias,

escuchando las

enseñanzas de Kull, que

Page 639: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

le otorgó el don de la

sabiduría,

transmitiéndole las

enseñanzas de maestros

tan antiguos que su

nombre se perdió hace

tiempo. Porque la

batalla que había de

librar contra el

Poseedor no era a

espada, sino a base de

palabras y de saber, de

igual manera que el

mundo no era gobernado

por los guerreros,

aunque éstos, en su

vanidad, así lo creían,

Page 640: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sino por el conocimiento

oculto de unos cuantos.

  esto se debía que

héroes endurecidos en

todas las contiendas

hubieran perecido en la

lucha contra el

Poseedor.

La última noche, Sytna

preguntó al dragón:.

 —Ya me has dicho todo

cuanto me es necesario

excepto la última cosa

¿quién es el Poseedor?

¿Es ese Aradawc del que

oí hablar? ¿Y dónde

podré encontrarlo?

Page 641: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Has de buscar el

norte —respondió el

dragón—. En el último

norte está la comarca de

veth, donde la tierra

acaba. En su último

confín se alza, sobre

una colina, la Ciudad

Blanca, tallada en una

sola pieza sobre una

vera de mármol. Allí se

levanta la Casa del

Tiempo, donde vive el

Poseedor, el mismo

radawc, de quien nadie

sabe gran cosa… ni

siquiera yo, la Piedra

Page 642: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Resplandeciente está

guardada en esa casa. Ve

y pídesela.

Al día siguiente,

Sytna reanudó su

peregrinar y entró en la

comarca de Oudh, que era

como un mar de

pastizales en lo alto de

los páramos, desde donde

se divisaban las tierras

resecas de los

vallecillos, bordeados

de extrañas formaciones

de rocas, cruzó el Gran

Page 643: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Mar y ganó los llanos de

Ulaid, atravesando

dificultosamente sus

ciénagas hasta las

selvas de la región de

Ham, que recorrió

también para ganar otros

países cuyo nombre ni

conocía ni conoció

jamás. Y conforme ganaba

el norte, ya no había

grillos cantores ni las

ranas croaban en los

estanques. Sólo se

escuchaba el apenado

ulular del viento en los

árboles cargados de

Page 644: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lluvia. Las noches eran

heladas, los días

grises, el paisaje

desamparado. A veces se

cruzaba con el vuelo

lento de algún ave

misteriosa que le

anunciaba que estaba

entrando en un país de

magia y sueño.

Finalmente divisó la

Ciudad Blanca

despuntando de la bruma.

Sus luces parpadeaban a

lo lejos, en medio de la

fría luz de la aurora y

a sus pies bullía el Mar

Page 645: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Tenebroso.

Llegó a la colina y

ascendió hasta las

puertas de la ciudad.

Era un lugar bien

extraño. Los lagartos

deslumbrados que

buscaban el sol de algún

día lúcido y las ratas

que circulaban por los

hogares abandonados eran

la única compañía de los

locos, los vagabundos y

los magos que aún

habitaban por entre

aquellas callejas. Y

sobre todos ellos

Page 646: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gobernaba Aradawc, el

Poseedor.

La Casa del Tiempo se

alzó finalmente ante

ella. Cruzó el umbral y

respiró una atmósfera

cargada que parecía

robarle el sentido.

scendió por una

escalera central. Nadie

salió a recibirla… nada

se oía. Sus dedos se

crispaban al abrir las

puertas y apoyarse sobre

los dinteles fríos.

Comprobó que en las

paredes de mármol no

Page 647: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

había juntas ni fisuras.

En las habitaciones y en

los largos pasillos

colgaban lámparas de

aceite que proyectaban

una luz ambarina y

enfermiza. El ambiente

estaba lleno de algo

parecido a niebla, pero

que no era más que la

misma pesadez del aire.

Al entrar en una

estancia, el horror y el

asco parecieron

detenerle el corazón.

Varios hombres de

aspecto cadavérico

Page 648: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estaban apilados a lo

largo de las paredes.

lgunos, muertos,

llenando la habitación

de un olor nauseabundo;

otros parecían en un

estado indeterminado

entre la vida y la

muerte. Sus ojos

abiertos miraban al

infinito, muy quietos,

sin brillo ni expresión.

Pero algo en sus rostros

delataba un punto final

de vida. Sus cuerpos

yacían contra la pared,

unos de pie, otros

Page 649: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sentados, todos

transportados como por

un dulce sueño.

¿Qué extraño

espectáculo era aquél?

¿Qué horrenda enfermedad

había transformado a

aquellos hombres hasta

hacerles esperar así, en

aquel estado de

postración vegetal, la

más inmunda y

desesperante de las

muertes?… ¿Qué maldad

gobernaba aquel lugar?.

Sytna huyó como un

animal asustado, pero

Page 650: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nuevos cuerpos yacentes

figuraban aquí y allá

por todo el lugar. Y

aquella figura de

guerrero ¿no era la del

mismo Korb, el saltador

de Escutari?… ¿Y aquél

otro de más allá, no era

el famoso Hag Dogav, el

héroe de tantas

leyendas? Sus espadas,

sus armas de guerra,

yacían cerca de ellos y

sus ojos denotaban el

mismo sueño de

enterrados en vida. No

habían muerto buscando

Page 651: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la Piedra

Resplandeciente. Vivían,

aunque de aquella

manera. Allí estaban sus

rostros, antaño de

rasgos puros, juveniles

y decidida marcialidad,

cubiertos de cabellos

blanquecinos,

enflaquecidos y

avejentados.

Continuó adelante, con

el alma en vilo, hasta

llegar a una dependencia

lateral y humilde,

cubierta de polvo y sin

mobiliario. Un hombre

Page 652: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

meditaba sentado en el

suelo, en el centro de

un círculo blanco. A sus

dos lados había sendos

cirios encendidos.

Sytna entró y el

hombre alzó levemente

los ojos.

 —Te esperaba —dijo

brevemente, clavando su

mirada en la de ella.

Sytna pareció dudar un

momento. Aquél era el

Poseedor. Tenía a un

paso lo que tanto había

buscado. Respiró

anhelosamente y se sentó

Page 653: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

frente a él, a prudente

distancia.

 —Me llamo Sytna, y he

venido de muy lejos y he

recorrido muchas tierras

hasta llegar a tu casa.

 —¿Y qué es lo que

buscas? —preguntó el

Poseedor, cuyo semblante

estaba permanentemente

entristecido.

La mujer escuchó el

zumbido de su corazón.

 —Busco la felicidad — 

dijo secamente.

Las facciones de

radawc se contrajeron

Page 654: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en un leve y casi

imperceptible movimiento

de crispación y una

centella de ira

contenida se asomó a sus

ojos. Había oído aquello

demasiadas veces.

Demasiados jóvenes

habían malgastado su

juventud en buscar la

Piedra Resplandeciente.

 —¿No eres feliz?… ¿No

existe la felicidad en

el mundo? —preguntó.

 —No, nadie es feliz en

la tierra —replicó ella

con decisión—. Las vidas

Page 655: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de los hombres son como

un rosario de horas que

los llevan a la muerte,

un manojo de momentos de

vigilia y sueño. Pero

nadie se atreve a

abandonar la mediocridad

para buscar, como yo, la

felicidad perfecta…

Todos esperan… esperan

siempre a que algo

ocurra.

El Poseedor se dio

cuenta de que la mujer

había recibido las

enseñanzas del dragón de

Kull.

Page 656: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Tú no has encontrado

casualmente la Ciudad

Blanca —dijo—, ni te han

indicado este lugar los

campesinos ni los

salteadores de caminos.

 —No —respondió Sytna—,

Kull, el dragón de Garm

Pesek, me indicó el

camino.

Hubo un momento de

silencio. El hombre

sabía que Kull la había

instruido en la

Sabiduría Antigua y que

le resultaría difícil

convencerla de que

Page 657: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

renunciara a aquello que

buscaba.

 —En verdad —declaró

parsimoniosamente— han

girado innumerables

veces las estrellas

desde que contemplé un

espíritu feliz. Era como

un destello de luz en

medio de los campos,

como un águila que se

remontara hacia el sol.

 —Yo quiero ser como él

insistió la mujer—.

Para eso dejé atrás a mi

familia, a mis hijos, y

me eché a los caminos

Page 658: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hace mucho tiempo.

La luz de los cirios

parpadeó, y la voz de

hombre brotó suavemente.

 —Te has echado a los

caminos —dijo—, pero

ignoras que todos los

caminos conducen a tu

interior… Te has

empeñado en escuchar una

dulce melodía en un

jardín lejano y lo

buscas por toda la

tierra, sin darte cuenta

de que la única música

es la que fluye como un

río dentro de ti…

Page 659: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Escucha en tu interior…

vete a tu aldea y

encuentra a tu gente.

Besa a tus hijos y

olvídate de este mal

sueño.

Sytna sintió una

punzada de frustración,

pues, a pesar de la

dulzura de aquellas

palabras, había en ellas

un fondo de firmeza.

 —Estás hablando de una

ilusión —protestó airada

. La verdadera

felicidad se esconde en

esta casa…

Page 660: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Aradawc no pudo

reprimir un gesto de

impaciencia. Calló, miró

al exterior por una

especie de tragaluz y

por primera vez se movió

al pasarse una mano por

la barbilla, como si

discurriera o estuviera

tomando en su interior

una importante decisión.

Después volvió el rostro

a la mujer y manifestó:.

 —No te das cuenta de

lo que pides, mujer. Si

conocieras el secreto de

la Piedra

Page 661: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Resplandeciente

renunciarías a ella… Tú

eres una hija de los

hombres y fuiste creada

para llevar una vida de

tristeza y alegría… La

pura felicidad sería

para ti desalentadora.

Sytna calló. No la

convencían sus

argumentos.

 —Lo que buscas es

demasiado potente — 

insistió el Poseedor—.

Los hijos de los hombres

no pueden gozar de su

plenitud. El poder de la

Page 662: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Piedra Resplandeciente…

 —¿Da la felicidad? — 

interrumpió ansiosamente

la mujer.

 —Otorga una suerte de

felicidad… de felicidad

absoluta, es cierto — 

admitió el Poseedor.

 —¿Y cómo puedes

reprocharme que te la

pida? ¿Por qué me

atemorizas? Tú, que eres

sabio, sabes que nadie

puede renunciar a buscar

la felicidad total, que

modela su vida entera

persiguiendo esa luz

Page 663: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lejana… Y si yo estoy

ahora aquí es porque mi

destino final era

alcanzarla.

 —Verdaderamente tu

anhelo es grande, mujer

concedió Aradawc con

voz benevolente—, pero…

¿Con qué derecho te

crees a la Piedra

Resplandeciente?

 —Con el derecho que me

dan mis pies desnudos

sangrantes por toda la

Tierra —respondió Sytna

con aplastante

resolución.

Page 664: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El Poseedor inclinó la

cabeza hacia el suelo

cubierto de polvo. La

mujer estaba poseída por

un instinto como educado

en la persecución

desmesurada de aquel

estado de gracia y

alegría. Al fin, hizo un

gesto de asentimiento, y

un hombre vestido de

oscuro llevó la Piedra

Resplandeciente a su

presencia. Muchos de los

personajes moribundos

esparcidos por los

pasillos, al advertir su

Page 665: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

resplandor, cobraron

movimiento y quisieron

frenéticamente tocarla,

pero otros sirvientes

vestidos con túnicas

negras salieron de la

oscuridad y los

sujetaron sin

contemplaciones.

La Piedra

Resplandeciente fue

depositada en el suelo,

a los pies de Aradawc.

La luz que emanaba de

ella eclipsó la de los

dos cirios y prestó

apariencia sobrenatural

Page 666: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a los rostros de los dos

personajes.

 —Si quieres puedes

tocarla —musitó el

hombre—. Eso será

bastante.

Sytna, emocionada,

avanzó su trémulo dedo

índice hasta el

talismán, y sin decir

nada, lo rozó. Todo se

disolvió entonces a su

alrededor. Aquel

universo de dolor ya no

existía, ni estaba sobre

el mundo Aradawc, ni la

Casa del Tiempo, ni supo

Page 667: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nunca más de su búsqueda

ancestral, de su familia

o de su aldea. La pena

se fue haciendo paz en

su interior, como un

atardecer entre árboles

corpulentos. Toda

angustia, al fin, había

desaparecido y ella era

un ser eterno e

inmortal, hecho de

juventud radiante y

sangre nueva, una niña

que jugaba siempre,

siempre, en una dulce

paz de espacios

silenciosos, bajo un sol

Page 668: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que doraba sus cabellos.

Pero en algún otro

universo, el miedo

seguía existiendo. Y en

un rincón al norte de

aquel ancho lugar de

pasiones había una

mansión tenebrosa donde

el rostro de Sytna de

Pakhoi languideció para

siempre en un éxtasis de

eterna agonía, los ojos

fijos en un ángulo del

techo, entre las figuras

arruinadas de Korb y Hag

Dogav, los héroes de las

leyendas y las

Page 669: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

canciones.

Al concluir el cuento, Gilgames permaneció silencioso. Después preguntó a la abuela:

 —¿Qué significa?La mujer habló con la seguridad del

que no tiene dudas. —Que la felicidad está en el

interior, lo mismo que la infelicidad. Yque puedes llevar el infierno contigoallá donde vayas, incluso a la mansiódivina.

oooOooo

Page 670: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

A la mañana siguiente, Gilgamesh ySib partieron muy temprano y en pocasornadas, después de atravesar y

descansar en otras ciudades invisibles,avistaron la increíble Saane, la capitaldel desierto. Parecía haber brotadoespontáneamente de un pasado demilenios, como un jardín de piedras yarenisca que crece de las entrañas de latierra. Tan sólo la cúpula de su templo principal, de un azul desvaído,destacaba a semejanza de una joyacubierta de polvo del tono siena que lollenaba todo. Las arenas, los muros y losedificios de la ciudad estaban comoteñidos por una lluvia ocre. Al fondo,las montañas eran violáceas.

Page 671: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero fue el interior lo que mássorprendió a Gilgamesh. Nunca hubierasospechado tal derroche de vida eaquella urbe apegada humildemente a latierra, como aplastada por la majestaddel desierto. Se trataba de una ciudad bulliciosa donde el paseante eracontinuamente asaltado por vendedoresambulantes de té que ofrecían una y otravez sus servicios. El té era una bebidamás segura que el agua sin hervir ycalmaba mejor la sed, por lo que loshombres del desierto lo consumían egrandes cantidades.

A la entrada de las viviendas ytambién en las escasas zonas abiertas,las mujeres tejían laboriosamente

Page 672: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mantas, gualdrapas, alfombras y todotipo de prendas. Trabajaban en silencio,con sus grandes ojos negros fijos en slabor y la cabeza siempre inclinadasobre el telar. Sus manos inquietascontinuamente desenredaban yordenaban el hilo. Su imagen transmitía paz y sabor de hogar.

Pero el alma de Saane era smercado, que hizo a Gilgamesh evocar con nostalgia los mercados de Uruk. Lascalles que ocupaba estaban normalmentecubiertas con bóvedas de arcilla y bajosu agradable sombra se discutíaincesantemente, se comparaban unos productos con otros y se cerraban tratos,en cuyo caso el comerciante expresaba

Page 673: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su alegría tomando una cítara ycantando.

Allí se podía encontrar pulseras de plata y bronce, anillos, joyas, racimosde vidrios azules que servían comoamuletos, botellas, vasijas y hasta pájaros exóticos traídos de los bosquesde Magoor. Continuamente entraban ysalían del mercado caravanas decamellos portando las alforjas repletasde productos y muy frecuentemente dehielo, que se arrancaba de las montañasShaar y se transportaba envuelto en paja.

Las casas estaban construidas aescasa altura y apiñadas unas contraotras. Sus muros eran muy espesos y susaberturas las indispensables. Las de los

Page 674: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ricos estaban equipadas con unas torres,especie de chimeneas que funcionabaen sentido inverso, captando el menor soplo de la brisa y enviándolo arefrescar las estancias del interior. Aveces se podía encontrar en recónditas plazas la maravilla de una acacia, perola madera era tan escasa que se habíavisto obligados a construir lastechumbres a base de las bóvedas ycúpulas, idénticas a las dunas deldesierto, que modelaban la extrañaapariencia de lo que llamaban lasegunda ciudad.

La segunda ciudad discurría sobreaquellas cúpulas que se sucedían ehileras y parecían extenderse entre u

Page 675: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bosque de chimeneas. La ropamulticolor estaba allí tendida y los perros ociosos dormitaban. La gentesubía cuando la fuerza del sol empezabaa remitir, para charlar o simplemente para gozar con un poco de espacioabierto.

Ésta era Saane, la capital de los pastores que conquistó el corazón deGilgamesh. Éste gozó de la hospitalidadde sus gentes, que siempre le ofrecían lomejor de sus casas, y pudo recorrer todos los rincones de la ciudad a santojo, pero no le fue permitido entrar en los templos, en especial en el gratemplo consagrado a la majestad deldios Shelon. Hubiera querido leer co

Page 676: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sus propios ojos la inscripción quecontenía aquella extraña historia deSytna y la Piedra Resplandeciente, en laque aún no había dejado de pensar ¿Quién era Aradawc, del que nuncahabía oído palabra alguna? ¿Quétalismán era aquél, que sumía de por vida a los hombres en dulces sueños?Quizá todo aquello tuviera algo que ver con sus propias pesquisas.

 —¿Qué sabes de esa leyenda queoímos en Parnu? —preguntó a Sib en lasmismas puertas del templo prohibido.

 —Poca cosa —respondió—…Parece que esa Ciudad Blanca demármol lleva ardiendo mucho tiempo.

 —¿Arde…? ¿Una ciudad de

Page 677: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mármol? —repitió incrédulamente elsumerio.

 —Dicen que no ha dejado deconsumirse en el fuego desde hacecientos de años y que está encantada por los dioses, que tomaron a mal las prácticas que allí se llevaban a cabo — declaró el poeta—. Yo no lo creo, perocuentan que repentinamente cayerosobre ella y nunca más se volvió a saber del Poseedor ni de la PiedraResplandeciente. —De pronto seinterrumpió y miró a Gilgamesh coexpresión de angustia, diciendo—: Novayas a ese lugar… Sea como sea, laciudad está maldita y quienes se haacercado a ese fuego se arrojaron a él

Page 678: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

como hipnotizados o perdieron el juicio.Sin embargo Gilgamesh, el rey

rebelde, no pudo dejar de pensar en laciudad castigada con el fuego eterno, nilibrarse de la obsesión de que la historiade la Piedra Resplandeciente conteníaun enigma que necesitaba resolver.

 —¿Podré ver al rey? —preguntó de pronto, azuzado por la admiración quelas continuas referencias de Sib habíadepositado en su corazón.

 —Sí, desde luego —contestó el poeta—, pero no aquí. Sólo viene de vezen cuando a la capital… La mayor partede su tiempo la pasa en medio deldesierto.

 —¿Por qué hace eso? —preguntó

Page 679: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh con ademán de asombro. —Ketra mantiene una fuerza

escogida llamada Lobos Grises — aclaró Sib—. Son especie de ascetasque rechazan las comodidades… y él esel más extremado asceta de todos. Amalas arenas, el calor ardiente y lasoledad.

 —Como tú… —murmuró Gilgamessin pensarlo.

El poeta de Egione sonriótristemente y añadió:

 —Sí… Igual que yo.

oooOooo

Page 680: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Durante el nuevo trayecto, Sib hablólargamente acerca de la personalidad ylas ambiciones del rey, pero sus palabras no eran nunca favorables, y pronunciaba su nombre con un lejanoeco de rencor.

 —Mi país era un país de hombreslibres —decía—, pero la disciplinamilitar ha arruinado su libertad. En el pasado, los hijos de Egione iban yvenían a placer por su tierra y ese reylos ha obligado a que obedezcan losgritos de los instructores militares. — Miró a Gilgamesh, como si estuvierahablando demasiado, pero le agradabaconfiarse a él y continuó—: ¿Sabes? Nohace mucho tiempo que existe la

Page 681: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

monarquía… y antes de su advenimientotodos éramos felices…

 —¿Qué quieres insinuar con eso? —  preguntó Gilgamesh, levantando de pronto la cabeza.

 —Quiero decir —continuó el poetacon voz aplomada— que la monarquíano es necesaria, que el poder sólo sirve para aplastar a los hombres yaprovecharse de ellos, que los idealesde la guerra son mentira, y que lalibertad ya nunca volverá a Egione. — Hizo una pausa, pero el sumerio estabademasiado aturdido para responder, asíque añadió, en un tono algo más suave —: Yo no odio a Magoor, no puedoodiarlo… en Eesti, la capital del

Page 682: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

imperio, muy cerca del palacio, hay ucementerio… es un cementerio de poetas. Ese pueblo es sensible, rindeculto a la belleza, no hay ningún otrocementerio en el centro de la ciudad.Pero Ketra me ordena odiarlos porqueson ricos y nosotros no. Me gustaríavisitar ese lugar y conversar en silenciocon las almas de los difuntos, pero élseguramente lo destruirá por constituir un lugar de culto de nuestra religión.

 —Sin embargo —protestóGilgamesh con voz vacilante— lamonarquía es necesaria para protegerosde los bandidos y de las invasiones.

Sib lo miró como a un espectro quese acaba de levantar de la tumba.

Page 683: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Después dirigió una mirada a salrededor y dijo irónicamente:

 —Dime amigo ¿quién crees quequerría conquistar esta tierra? Hasta elImperio la rechazó como un baldío. Ecuanto a los bandidos, todos somosmiserablemente pobres.

Gilgamesh quedó pensativo.Después de un momento preguntó:

 —¿Crees que algún día se suprimirála monarquía?

 —Nunca —respondiófulminantemente el poeta—. No haycamino de vuelta, porque el poder engolfa a los hombres… ¡Oh, no merefiero a Ketra! Él es honrado a smanera. Quiero decir que cree en las

Page 684: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ideas que defiende y lleva adelante sus proyectos con honestidad, aunque estéequivocado. Pero no todos son como él,cualquiera de sus sucesores puede usar ese poder en su beneficio y sentir latentación de tiranizar a su pueblo.

Estas palabras agriaron el corazóde Gilgamesh y le transportaron altiempo en que él mismo, como algosumamente natural, había convertido aUruk de amplios mercados en unaespecie de propiedad particular y a susgentes en muñecos con los que jugabasin reparar ni remotamente en sdignidad. Aunque en su interior ya habíacondenado esa actitud, le resultó brutalescuchar las crudas palabras del poeta.

Page 685: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Y sus ideas de honor y libertadindividual le parecieron hermosas perofrágiles y nunca llegó a acabar deentenderlas.

 —Hay muchas cosas en las que nocrees —dijo después de un rato desilencio.

 —Te escandalizarías de mí sillegaras hasta el fondo de mi conciencia descubrieras todo aquello en lo que no

creo —replicó el otro con airemeditativo.

 —Entonces, si no crees en nada delo que cree la gente común ¿No tesientes desgraciado?

 —Dices bien —respondió el poeta,  en su voz había una expresión de

Page 686: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trágico desaliento—. Mis convicciones producen soledad y me apena la angustiade no poseer dioses a los que confiarme.Es muy preferible la felicidad dequienes se sienten arropados ycastigados por ellos, porque eso esabandonarse a una dulce infancia quedura toda la vida, y en cambio darsecuenta de que se está solo, aterra. Loshombres piadosos creen que cuando lasnubes retumban el Dueño del Rayo estáde mal humor y ha dado un puñetazo esu celestial mesa, quizá porque una desus concubinas se ha acostado con otrodios… Yo miro al cielo y todo eso me parece tonto y no puedo hacer nada por creer. No puedo regresar a ese rebaño

Page 687: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

feliz del que me marché cuando tuve usode razón… No es que no crea en nada.Puede que haya una presencia invisible  magnífica detrás de todo esto, algo

digno de ser llamado padre. Pero es talejano, tan incierto… quizá si esteespíritu puro se manifestara, si mehiciera una señal…

Gilgamesh no entendió. Muchasveces le acontecía que encontraba el pensamiento de su amigo demasiadosutil. Para devolver la conversación a s primitivo cauce, preguntó:

 —En ese caso ¿qué esperas de lavida? ¿De qué obtienes satisfacción?

A Sib pareció encantarle la pregunta.Sus facciones se relajaron y su voz

Page 688: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

adquirió una inflexión imperiosa. —La vida —dijo— es en sí misma

 bastante excitante. Ocurren cosas, setienen experiencias, se sufre, se crece por dentro… No hay nada en la tierracomparable a la delicia de aprender…Por lo demás, de igual manera que lamayoría de los hombres ve dioses por todas partes, yo veo cosas invisibles asus ojos. Es una especie decompensación. El color de las dunasdonde el desierto se hace más áspero,hacia el sur, es de una purezacomparable a la majestad de todos susdioses y hasta las tormentas de arenaresultan hermosas si se las contemplacon los ojos adecuados. También veo y

Page 689: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

extraigo todo lo que de bueno tiene elcorazón de un hombre, y dejo que hastalos niños de pecho me enseñen a vivir.Todo esto es el pan de mi espíritu.

Gilgamesh meneó la cabeza yreflexionó durante otro momento.Después tomó la palabra y declaró:

 —No es suficiente, Un hombrenecesita el sueño de toda una vida, algoen lo que creer para mantenerse en pie,una meta a la que llegar. Lo heexperimentado en mí. Yo tampoco soyreligioso, no tengo ese consuelo, comotú lo llamarías, pero la búsqueda de lainmortalidad tensa mi persona cada día.

El poeta volvió a sonreír bajo elturbante negro y su mirada se hizo

Page 690: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

soñadora. —Eso existe —murmuró

simplemente.El desorientado Gilgamesh reclamó

con un expresivo gesto de sus ojos unaampliación de la respuesta.

 —La gente piadosa tiene sdevoción —empezó a decir el hombredel desierto, muy despacio, con uligero temblor en la voz—, tú tienes esainquietud extraordinaria por lainmortalidad… pero Sib, el poeta, poseetambién su sueño. —Se detuvo,impulsado por un repentino pudor, y alcabo de un momento continuó—: Algoque quisiera alcanzar y que algún díaquizá me lance a los caminos como a ti,

Page 691: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

como a Sytna. Se trata del mar y de unamujer… Tú quizás hayas visto el mar.Yo nunca he tenido esa suerte pero aveces algún viajero extraviado me hahablado de él y para mí se convirtió eun sueño hace ya mucho tiempo. Pero lomás extraordinario de todo es ladoncella que habita en sus profundidades, Sirkka, que significa«Voz que canta». Ella es toda la poesía,una mujer de belleza sobrehumana cuyavoz es igual que la música y que cantasiempre, en soledad, la canción quehabla de su origen y acerca de cómo seconvirtió en un ser submarino. Diceque la canción la compuso su primer yúnico amante, un poeta afortunado que

Page 692: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cayó de la embarcación en la quenavegaba y al que ella salvó de morir ahogado. Vivió junto a la prodigiosamujer unos años, en la mayor felicidad,hasta que murió y su testamento fue esalarguísima canción que Sirkka repitetristemente una y otra vez… Quizá algúdía pueda ir a buscarla.

Gilgamesh lo miró sin entenderlo,sumamente contrariado.

 —¿Y cómo es que derramas toda tfe en la existencia improbable de esamujer y en cambio no te queda nada paralos dioses? ¿Qué te indica que toda esahistoria no es una fábula?

 —Es una excelente pregunta, amigo —admitió el poeta y, después de dudar 

Page 693: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

un instante, añadió—: Creo que lo máshonesto es decirte, que lo ignoro… Sólosé que siento esta fe en mis venas. No séquién la puso ahí.

Gilgamesh se maravilló de lascontradicciones de aquel personaje yaún habiéndose convertido en su amigosincero, se convenció de que de él jamás podría salir nada coherente.

 —¿Por qué no vas a buscarla? —  preguntó intrépidamente.

 —Hay deberes que me atan — respondió con expresión de reserva el poeta, dirigiendo su mirada al infinito.

Page 694: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Cuando el día se estabaconsumiendo, se internaron en profundasgargantas que desembocan en un parajeaislado. Al fondo, en medio de lainmensidad de arena, divisaron a cuatrohombres que cazaban con halcones.Sostenían las aves sobre sus puños yhacían comentarios entre sí. La luz delsol tenía la propiedad rojiza de lasúltimas horas de la tarde y parecíaquedarse prendada de sus túnicas blancas, prestándoles consistenciasanguinolenta. La luz alumbraba tambié

Page 695: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los rostros cetrinos de los cuatrohombres, cuyos ojos parecían expresar una incontenible pasión al hablar de loshalcones. Sib hizo un ademán expresivoseñalando al grupo.

Gilgamesh nunca olvidaría, con eltranscurso de los años, aquella imageque resumía para él toda el alma de loshombres del desierto, y las flameantesvestiduras que el viento ondulaba eaquella hora serían uno de sus recuerdosmás bellos.

Ya se aproximaban… ¿Cuál de ellossería el rey? Todos vestían en formaigualmente austera y hundían en la arenasus pies descalzos. Todos tenía un porteelegante… pero sólo los enérgicos

Page 696: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gestos del monarca de Egione delatabaen él la armadura invisible de laaristocracia.

Cuando llegaron hasta el grupo, el poeta los saludó como si los conocierade mucho tiempo.

 —Ketra el Fuerte —dijo fríamente —, yo te saludo. He traído a t presencia a un hombre notable:Gilgamesh, el rey de un país lejanosituado al sur.

Ketra, un hombre de unos cuarentaaños, de facciones nobles y angulosas,frunció el entrecejo y examinó cocuidado a Gilgamesh. Desde luego no parecía haber nacido en el desierto.

 —¿Al sur? —repitió bruscamente—.

Page 697: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Al sur sólo existe la Muerte Blanca… eldesierto sin fin.

Antes de que Gilgamesh pudieracontestar, Sib respondió con vigor en lavoz y sin un pestañeo.

 —No dudes de mí —dijo—… es urey, aunque está cubierto de polvo comocualquier viajero. Le he hablado muchode ti y quería conocerte… Espero queno olvidarás la hospitalidad de nuestro pueblo.

Ketra le dedicó una dura mirada ydespués se dirigió a Gilgamesh y le presentó a sus tres visires y después a símismo.

 —Extranjero, —dijo al cabo— yo tesaludo. Que la tienda de Ketra, el rey de

Page 698: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los pastores, sea tu hogar.Le alargó la mano izquierda y

Gilgamesh, algo sorprendido, laentrechocó. Pensó que se trataría de unasimple costumbre pero un momentodespués se sobresaltó al ver que de laholgada manga derecha de su túnica sólosobresalía un muñón desnudo.

En este instante hizo su aparición unuevo personaje por completo diferentea los demás. Se presentó como ufantasma, sin que nadie lo hubiere vistollegar. Vestía una amplia túnicacompletamente negra y su cabeza estabarapada a semejanza de los sacerdotes deSumer. Pero su apariencia era siniestra.Se acercó al monarca y le susurró algo

Page 699: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

al oído. Éste asintió y presentó alextranjero. El extraño lo miró con ojosde hielo y le dirigió unas palabrasamables y rutinarias. Sólo uimperceptible movimiento de sus pupilas denunció su interés por laespada de plata. Volvió a mirar escrutadoramente al rostro de Gilgames  se despidió. Se marchó caminando y

en las arenas su túnica negra resaltabaigual que el plumaje de un cuervo contrael cielo azul.

 —Yo también he de marcharme — manifestó Sib de improviso.

Gilgamesh no esperaba tal cosa. Lamirada que le dirigió contenía una pregunta muda, pero no hubo respuesta.

Page 700: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Creía que te quedarías —dijoentonces.

 —El rey y yo no somos buenosamigos y los mares de arena me espera —dijo con melancolía y añadió—:Hasta la vista, Gilgamesh. Ojaláencuentres lo que busques… Quizávolvamos a encontrarnos, pues el mundoes pequeño y el destino caprichoso.

 —Adiós amigo —respondióGilgamesh con resignación—. Siencuentro a esa joven le hablaré de ti.

El poeta sonrió tristemente y seretiró. Ketra tenía clavada en él smirada y bajo la dureza de sus rasgos sedeslizaba un hilo de pena y decepción.

 —Es una lástima perderlo así — 

Page 701: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

murmuró Gilgamesh como hablando sólo —. Creo que es una persona singular.

 —Lo sé —replicó el reyamargamente—. Es mi hijo.

En los días siguientes el rey Ketrallenó el pequeño vacío que el poetahabía dejado en el corazón deGilgamesh, y uno y otro llegaron e poco tiempo a prodigarse mutuaadmiración como guerreros. El sumeriorevivió con alegría el ambiente de loscampamentos militares y peleó repetida  victoriosamente contra los Lobos

Grises en sus entrenamientos. En últimainstancia, llegó a sentirse más cómodocon Ketra que junto a su extravagantehijo y prefirió su franqueza a las

Page 702: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sutilezas del poeta.El rey era un hombre sobrio,

 preocupado escasamente por lo que nofuera la rehabilitación de su pueblo y laguerra. No necesitaba mucha comida omucha bebida, no le atraía la molicie.Era místico por naturaleza y buscaba lasoledad y la aspereza del desierto por vocación, aunque su vida alejada tratabatambién de sortear a los espías deMagoor, de los que sabía infectada lacapital.

Magoor era su obsesión y eaquellos días preparaba el asaltodefinitivo. Amaba el desierto comoningún otro, pero luchaba por dar otra patria a su pueblo, para que los que

Page 703: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

siempre fueron sedientos huérfanos de lafortuna pudieran regalarse en los vallesrepletos de agua del país de los lagos.

Gilgamesh no pudo evitar admirarlodesde que lo vio aquella tarde en la luzcrepuscular. Era un hombre enérgico quehabía encontrado una empresa hacedera  a su medida, y era feliz tramando s

éxito. Era fatalista, como todos los de sraza, como Sytna, que desde el principiose creyó con derecho a la PiedraResplandeciente, como su mismo hijo,que sin duda esperaba encontrarse algúdía con Sirkka. Estaba convencido de smisión y no permitiría que nada humanola interrumpiera. No dudaba, con laciega certeza del instinto, que la caída

Page 704: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del Impero era inevitable, y se sabía elcaudillo de un pueblo sin raíces maduro para la conquista.

 No tenía moral y sin embargo strato era encantador. Pensaba que lonatural no es la benevolencia con el prójimo, sino la rapacería instintiva.Que el altruismo es un invento defilósofos debilitados y que la única leyque debía guiar a los hombres es la del poder y la fuerza. Hablaba, gesticulaba yactuaba con energía y podía llegar fácilmente a la crueldad.

Su aristocracia y orgullo le impedíacualquier blandura o descanso. No podía relajar la tensión de su ánimo nitampoco quejarse o rogar. Jamás

Page 705: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh escuchó de su boca una protesta contra el calor o la sed, nisiquiera contra el dolor físico. Cuandouna flecha le atravesó un brazo en losentrenamientos, él mismo se la arrancóen silencio. Hablaba poco, y de símismo menos que de cualquier otracosa.

Y cuando Gilgamesh le opuso elargumento del tremendo potencial bélicode Magoor, le contestó, con aquelcontinuo estallido de vida en sus ojos:

 —No es lo importante la fuerza, sinoel coraje. El Imperio tiene poder, perocarece de hombres valientes y por lotanto sufrirá el destino de los débiles.En cambio mi pueblo tiene la fuerza de

Page 706: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su ímpetu natural y disfrutará del destinode los poderosos. Recuerda esto,Gilgamesh: Las torres de Magoor soaltas y las armaduras de sus soldados brillantes, pero es como una serpientesin veneno que despliega su caperuza:Es ésta lo que aterra, haya veneno o no.Las armaduras bruñidas y los escudoscincelados ya no asustarán por mástiempo a los hombres del desierto, yMagoor caerá como los dátiles quemaduran y se pudren.

Los Lobos Grises le impresionaro por su capacidad combativa, su valentía

 su ciega disciplina. Podían humillar acualquier enemigo y todos eran como elmismo Ketra, aguerridos y sobrios,

Page 707: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vehementes y místicos. Sólo quinientosformaban la fuerza de élite. El resto delejército de Egione estaba formado por simples soldados, aunque llenos de fe y bien preparados.

Sin embargo el hombre de la túnicanegra no le gustaba. Nunca tuvo un malgesto hacia él, pero había algoincómodo en su cara, y su personaestaba rodeada de misterio. Era elinstructor militar de los Lobos Grises, pero aparte de esto se sabía poco de él.

i siquiera su nombre. CuandoGilgamesh se lo preguntó al rey, éstecontestó lacónicamente:

 —Llámalo «instructor». —¿Por qué no quiere revelar s

Page 708: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nombre? —insistió el sumerio. —Ese hombre es el sacerdote de u

culto extraño y no quiere ser dominado por sus enemigos… de cierta manera. — Explicó el monarca, añadiendo másmisterio al ya existente.

El instructor se llevó una noche acincuenta Lobos Grises. Ketra fue coellos y Gilgamesh fue invitado aquedarse en el campamento. Aquellaocasión fue la única en la que éste faltóa la fidelidad que debía a su anfitrión,escabulléndose de su tienda y siguiendoal grupo amparado en la oscuridad.

Pudo ver que se detenían en un lugar sin aparente significación y se sentabaen círculos concéntricos. El instructor 

Page 709: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estaba de pie en el centro, más hieráticoque nunca, y decía algo que Gilgamesno alcanzaba a oír. Pero a continuacióse desarrolló una extraña ceremonia ela que cada uno de los Lobos Grises secortó un mechón de sus cabellos y loentregó al individuo. Éste los recolectóen una capa y después le hizo un nudo yse marchó con ella. Gilgamesh hubieraquerido averiguar lo que hacía con lasofrendas, pero en ese momento laasamblea se levantó y los reunidoscomenzaron su retorno al campamentocaminando hacia donde él estaba.

Tuvo que retirarse apresuradamente  después no hizo preguntas sobre el

asunto, pero desde entonces le daba

Page 710: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vueltas a la cabeza tratando de imaginar el significado del ritual. Y pensó en lamano ausente en el brazo derecho deKetra… ¿Era disparatado pensar en unarelación?

Cuando al cabo de unos días lointerrogó, con aparente descuido, el reyrespondió con laconismo que había perdido la mano en combate, y acabó por olvidar el asunto.

Este misterio no turbó su amistad ylos dos se entregaron a largas yagradables veladas en las noches deldesierto, bebiendo té y conversandofrente al fuego, hablando de combates yde mujeres como dos soldadoscualesquiera.

Page 711: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero el recuerdo del poeta deldesierto todavía permanecía en lamemoria de Gilgamesh y cuando le pareció más adecuado habló de él cosuma cautela, para no herir lossentimientos de Ketra y con la secretaesperanza de que éste le desentrañaralas razones de su enemistad.

 —Es un asunto amargo, pero biesimple —explicó por fin—. No sé dequién puede haber heredado sus tontasmanías. Desde que aprendió a leer mostró una tendencia enfermiza aencerrarse en la pequeña biblioteca deSaane y pasar el día estudiando a los poetas y los filósofos antiguos. Yo nosupe impedírselo a tiempo. Después

Page 712: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

frecuentó amistades extrañas y tampocome di cuenta del daño que le hacían.Hablaba mucho con algunos viejosvisionarios que hacía tiempo estabaconsiderados fuera de sus cabales. Elresultado es que acabó como ellos…

 —La locura mueve el mundo. —Seescuchó inopinadamente en la oscuridad.

Los dos amigos intentaron penetrar las sombras y quedaron en silencio. Elque había hablado se aproximó yenseguida se hizo visible. Era Sib e persona.

 —La locura —siguió su discursocon voz vibrante— nos lanza afuera denuestros propios cuerpos y nos impideser tan estériles como una espada

Page 713: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

arruinada por el óxido. Si no fuera por los actos irreflexivos, nuestra cobardíaaún nos tendría encorvados y recluidosen el vientre de nuestra madre. Pero por suerte hay locos que transforman lahistoria y locos que cambian a loshombres… Tú eres uno —concluyórefiriéndose a Ketra.

En sus palabras no había asomo dedesprecio y el rey, por su parte, no podía evitar un emocionado ahogo antela repentina aparición de Sib.

 —Hijo ¿qué haces aquí? —dijo coun ligero temblor en la voz.

 —El viento aúlla en la Ciudad delos Murmullos… he venido a decírtelo —replicó.

Page 714: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —La victoria está cerca… — murmuró el monarca por toda respuesta.

Gilgamesh, que había permanecidocallado, no entendió el mensaje ocultoque parecían llevar las palabras del poeta.

 —¿Qué ciudad es ésa que nombráis? —se atrevió a preguntar, temiendoviolar otro tabú.

Padre e hijo lo miraron cosolemnidad.

 —Es la razón del resurgir de Egione —respondió el primero de ellos.

oooOooo

Page 715: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

A la mañana siguiente los tresiniciaron un pequeño viaje hacia laCiudad de los Murmullos, que sólodistaba media jornada. Se trataba de lasruinas de una antigua urbe que habíasido, milenios atrás, la capital de umítico imperio tan poderoso como el deMagoor, y que gobernó el mundo cuandoen Egione aún había ríos y el paisaje eraverde.

Pero Gilgamesh experimentó una profunda decepción, pues todo lo quequedaba en pie de la Ciudad de losMurmullos era una triste pared de piedra. Se hallaba en una llanuracubierta de suaves dunas y guarecidahacia el norte por un desfiladero

Page 716: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

montañoso. El muro se alzaba como perdido en esta extensión, desamparadoante los restos de dos torres, y en scentro se abría una gran puerta con arcode medio punto.

 —Aquí está —murmuró el rey,emocionado.

Gilgamesh abarcó con la vista todala extensión posible, pero por más que buscó no halló otra cosa más queaquella ruina aislada.

 —Ésta es Ispahan, la ciudad de lasdoce puertas desde la cual nuestrosantepasados gobernaron el mundo — exclamó el rey, y añadió—: Mira laGran Puerta, cómo ha soportado hastahoy los ataques del desierto… Ella es el

Page 717: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

símbolo de nuestra lucha.Gilgamesh miró a Sib y ninguno se

atrevió a hablar. Los dos respetaron los profundos sentimientos del monarca, adespecho de parecerles fanáticos.

Había esperado ver siquiera unaciudadela de muros derruidos, pero nohabía nada más. Sólo un exiguo racimode bastiones cubiertos de arena y de pilares sin forma. Su aspecto erasobrecogedor, alzándose como el mástilde un barco hundido entre océanos dearena. Entre los escarpes de piedra yladrillo silbaba el viento.

Se acercaron al umbral. Todo sereducía a un muro renegrido, sombrío,abrumado por el transcurso de las

Page 718: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

generaciones, un harapo de la historiaque los siglos habían ennoblecido, laruina que un día dio entrada a unametrópoli pululante y ahora no era másque el último jinete de un ejércitoaniquilado, un canto a lo efímero.

 —¿No hay más? —se atrevió a preguntar Gilgamesh, tratando derespetar los sentimientos de Ketra.

 —No —respondió éste pausadamente—. El resto de la ciudadfue destruido por las invasiones y por el paso de los años o está sepultado bajola arena. Pero aunque no queda ya nadade lo que fue, mi pueblo sentirá espíritde emulación mientras la puerta deIspahan esté en pie. Es el único hilo de

Page 719: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

unión con nuestro pasado glorioso.Gloria… aquella palabra volvió a la

mente de Gilgamesh después de muchotiempo. Le recordó su impaciencia por convencer a Enkidu para que leacompañara en busca de aventuras, y por fin sus ojos se abrieron y advirtióque Ketra era un buscador de famasemejante al que él mismo había sido,aunque tratara de implicar en ella a todosu pueblo. Y supo también que llegaríael día en que su amigo comprendería queaquélla era una búsqueda vacía.

El viento volvió a silbar. Gilgames  Sib se asomaron tras la puerta. Nada

delataba allí el más mínimo indicio devida, presente ni pasada. Hasta el borde

Page 720: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del desfiladero rocoso sólo se podíacontemplar una llanura de arena estéril ydorada. La fama y el renombre, losmismos de los que hablaba el rey, losmismos que perseguía en vida, estaba para siempre sepultados por el olvido y por el tiempo.

 —Escucha el silbido del viento — susurró Sib con expresión soñadora.

Gilgamesh dejó muerta la mirada yaguzó el oído.

 —Dicen —añadió el poeta— queeste viento son las voces de losguerreros muertos, que de día y de nocheclaman venganza.

 —Aquí el viento nunca se calla — replicó a su vez, vehementemente, el rey

Page 721: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —. La voz de los antepasados nos llama permanentemente a la lucha. Como mihijo decía anoche, su grito es másfuerte… casi un aullido, y este grito queno cesa profetiza una gran victoria y eldefinitivo resurgir de nuestra gente.

Gilgamesh quedó pensativo ydespués preguntó:

 —¿Cómo podéis saberlo? ¿Quiélee en el viento…?

Ketra titubeó un instante y despuéssonrió con una risa cansada.

 —Hay gente experta… mujereshábiles que mascan ciertas hierbas yacuden aquí de noche, cuando están etrance.

Gilgamesh enmudeció mientras

Page 722: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ketra seguía hablando de algo a lo quea no prestó atención. Sus oídos estaba

 pendientes del zumbido del aire entrelas torres. De pronto, su rostro se pusolívido. Se quedó con la boca abierta ylos ojos perdidos en un punto delespacio. Sintió un vahído de emoción ylágrimas furtivas rodaron por sus ojos.

 —¿Qué te ocurre? —gimió el poeta,lo mismo que su desconcertado padre.

Pero el rey de la lejana Uruk, elenemigo de los dioses, no les escuchaba.Sólo tenía oídos para el mensaje que unavoz misteriosa traía en el viento y scorazón estaba conmovido porque eldon del entendimiento sobre todas laslenguas que le había sido concedido,

Page 723: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

incluía también los murmullos deaquella brisa en la que cabalgaban denuevo los guerreros de Ispahan y en laque sus gargantas inmateriales cantabauna y otra vez la caía de Magoor.

 —¡Gilgamesh!… ¿Qué te ocurre? — urgió Ketra.

El sumerio lo miró con ojosatribulados.

 —Nada —murmuró—, quizá elcalor…

 —Entonces será mejor que nosmarchemos —replicó el rey con vozautoritaria—. Este lugar es inhóspito.

Los tres hombres montaron en suscabalgaduras y se alejaro parsimoniosamente. Ketra nunca

Page 724: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

olvidaría la extraña manera en que samigo lo había mirado en aquella hora,ni consiguió librarse jamás de lasospecha de que había escuchado algoque no quiso revelar. Pero Gilgamesh nodiría nada, pues junto a la noticia delvictorioso alzamiento de los hijos deEgione, el viento le había revelado eldestino personal que aguardaba a sheroico caudillo. Y éste era tan terribleque él prefirió callar, al menos hasta quela profecía se hubiera cumplido.

Page 725: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO IX

«Nobles patricios que carecéis

del don de saber lo que

acontece

detrás de vosotros: Ciudad de

que aquéllos a quienes

menospreciáis no se rían a

expensas vuestras».

 Persio

Magoor 

Al día siguiente se encontraron con queel instructor se había marchado. No sedespidió de Ketra, al parecer, ni dio

Page 726: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

explicaciones, ni se llevó monturaalguna. Sólo dejó dicho que laformación de los Lobos Grises habíaconcluido y con ella la razón de s permanencia allí.

Esto recordó a Gilgamesh que aútenía una misión que realizar y que los placeres de la amistad no debíaretrasarlo por más tiempo. Cuandocomunicó su intención al rey, éste lehabló francamente para proponerle quese uniera a su ejército porque era umagnífico guerrero y su sola presenciahabría animado mucho a las huestes.Pero el sumerio no tenía intención dedistraer su propia empresa en una guerraque se prometía interminable, ni tomar 

Page 727: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 partido en querellas que en realidad nole importaban y así lo dijo. Ketra ledirigió entonces una mirada de hielo yno habló. En realidad, Gilgamesconservaba un fondo de duda sobre lasinceridad de su amistad, y nuncaconsiguió sacudirse la impresión de quemuchos Lobos Grises, puede que elmismo monarca, lo consideraban usoterrado espía del Imperio. Quizá laúnica debilidad de Ketra era sexcesivo temor en este punto. Creía ver agentes de Magoor en todos lados. Ydesde que Gilgamesh se negó eredondo a servir en su ejército y decidiómarcharse, ya no pudo ocultar en susgestos y sus actitudes hacia él una

Page 728: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sombra de rencor. —¿Te diriges al norte? —preguntó

con suspicacia—. Cruzarás Magoor… —En efecto —respondió Gilgames

 —, está en mi camino.Ketra meneó la cabeza con un gesto

significativo y sus ojos se hicieron másfirmes, casi duros, sobre los de samigo.

 —Sabrás callar… —dijosimplemente, porque su temperamentoaristocrático le impedía rogar.

El rostro de Gilgamesh no se alteró.Sostuvo la mirada, eligió las palabras ycontestó ásperamente.

 —No tengo deberes militares haciati… pero existe mi honor y por ello no

Page 729: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

diré cosa alguna sobre lo que he visto ysobre lo que sé acerca de la invasión.

Esto pareció tranquilizar a Ketra,que se dio cuenta de lo poco que a fin decuentas sabía Gilgamesh sobre el cómo el cuándo del ataque definitivo.

Ya no hablaron más del asunto, y aldía siguiente se despidieron, deseándosesuerte mutuamente. Gilgamesh partióunto al fiel Sib, que lo acompañaría

durante un trecho. Ante ellos se alzaban,azules, las gigantescas montañas Shaar.

 —Hay cuatro grandes valles que seabren en esa cordillera —explicó Sib—,los de Sakyla, Sakanya, Urd y Totak.Cada uno de ellos está vigilado por unaciudadela militar con el mismo nombre,

Page 730: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enclavadas estratégicamente paraimpedir el paso hacia Magoor.

 —¿Es posible escapar a lavigilancia? ¿No hay otro camino? — inquirió Gilgamesh.

 —Absolutamente imposible. Lasmontañas son demasiado escarpadas — respondió el otro—. Mi consejo es quelo intentes por el paso de Urd, el máscercano, y trates de cruzar de noche bajola ciudadela. Quizá tengas suerte.

Gilgamesh se mostró de acuerdo yambos encararon las estribacionesmontañosas buscando la boca del valle.Durante el trayecto, el poeta interrogódiscretamente a su compañero acerca delo ocurrido en la Ciudad de los

Page 731: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Murmullos, pero éste no quiso dar explicaciones. Sin embargo, pocodespués preguntó:

 —Sib… ¿Conoces bien a tu padre? —El poeta lo pensó. El azul pálido

del cielo se extendía acogedor sobre scabeza y sintió un estremecimiento demelancolía.

 —Creo que sí —respondió. —¿Qué crees que siente ante la

muerte? —añadió entonces el sumerio.Sib volvió a discurrir y contestó,

sopesando sus palabras pero con graseguridad:

 —Nunca piensa en ella, pero no lateme. Y esto no sólo por ser un hombre piadoso, sino porque la considera u

Page 732: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lujo que no se puede permitir. En sfatalismo, está convencido de que esnecesario a su pueblo y de que su tareaes sagrada, incluso agradable a los ojosde Shelon, el dueño del Rayo. De no ser  por eso, la muerte sería probablementelo único ante lo que sintieraindiferencia, ya que confía en el paraíso.

Gilgamesh calló por unos momentos después volvió a interrogar a Sib.

 —¿Cómo es ese paraíso? —Es un lugar en el cielo —declaró

el poeta con voz más bien rutinaria— donde el mismo dios Shelon recibirá alas almas de los difuntos y las protegerácon su propia sombra de los rayos delsol. Allí contarán con rebaños

Page 733: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

innumerables de cabras y ovejas del más puro color blanco, que se alimentarán delos pastos más frescos y cuyas ubresdarán leche y también miel, e inclusootros afirman que de ellas brotará ulicor exquisito llamado el licor de lavida. En este lugar será innecesario eltrabajo y las almas tendrán todo eltiempo para dedicarlo a los placeres…Pero ¿por qué te interesa tanto? —acabódiciendo.

 —Curiosidad de viajero —murmuróGilgamesh.

Éste no añadió nada más y seentregó a sus propios e íntimos pensamientos. El eco de la fuerte personalidad de Ketra reverberaba en s

Page 734: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

interior y lo desazonaba al no haber  podido profundizar en su amistad.Recordó sus agradables conversaciones bajo las estrellas y de pronto lo vio todomás claro y se preguntó por qué lohabría dejado ir. No era normal que uhombre tan empeñado en una empresacorriera riesgos innecesarios como el de permitirle marcharse hacia el territoriodel enemigo, donde podía ser detenido einterrogado. Quizá no le importaba queMagoor se enterase de sus preparativos,o quizá éste fuera incluso su interés. Alfin y al cabo era un gobernante astuto ynadie sabía lo que pasaba por s pensamiento.

Algún tiempo después llegaron a u

Page 735: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lugar de asombrosa belleza. Sib sedetuvo y declaró:

 —Es aquí donde he de dejarte,amigo mío. Este lugar es consideradocomo una frontera y es peligrosoavanzar más allá.

Hacía algún tiempo que estabamarchando por terreno montañoso, yhabían llegado a una vasta llanura cuyasuperficie se encontraba salpicada deescarcha. Frente a ellos se desplegabaun desfiladero de roca oscura por el quese despeñaban infinitas columnas dehielo inmóvil. Era una cascadacongelada. Gilgamesh no acertaba acomprender la hermosura de los efectosde la luz sobre las paredes y los pilares

Page 736: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cristalinos, la pureza de aquel blanco simancha sobre la piedra renegrida, lasenormes lenguas de hielo detenidas e pleno aire, en pleno salto.

Hizo un gesto para que seaproximaran. El poeta sonrió en silencio  juntos se acercaron al pie del

desfiladero. Allí, entre las masas de uhielo opalescente y sucio que se habíaacumulado en los desprendimientos, pululaba el agua cenagosa producto dela lenta fusión de las masas heladas.

Los dos hombres se sintierogozosamente pequeños a la sombra deldespeñadero, mientras en los delgadostabiques helados rielaba una y otra vezla luz solar.

Page 737: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Es un hermoso lugar para unadespedida —dijo al cabo de un ratoGilgamesh, con aire abstraído.

Sib asintió con algo de nostalgia. Elfrío era intenso.

 —¿Sucederás a tu padre como rey? —inquirió el sumerio.

Las mejillas del poeta se pusierorígidas, y tras unos instantes devacilación, respondió con lentitud:

 —Es mi deber, y sin embargo nuncase habrá visto contradicción mayor.

 —Puedes devolver la libertad a t pueblo —apuntó Gilgamesh.

 —Eso es lo que tú crees —dijo Sibcon una mueca de ironía—. Si mi padreconsigue tomar Magoor no tendré

Page 738: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

derecho a decir a las madres de nuestrossoldados muertos que todo era una broma y que volveremos a nuestra pobreza… En el supuesto de quefracase, los generales y los visires noquerrán renunciar al poder que haacumulado. Ya te dije que se trataba deun camino sin retorno.

Una súbita oleada de viento frío losdevolvió a la realidad. El poeta tendió aGilgamesh su mano y dijo tristemente:

 —Adiós, rey de Uruk… Ahora ves por qué yo no puedo escapar y correr alencuentro de aquélla que canta bajo elmar.

Gilgamesh, estrechando aquellamano fraternal y con los ojos

Page 739: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enrojecidos, recordó de pronto que eun lejano pasado, allá en su ciudad, uviejo medio borracho le había profetizado que también sufriría a causade una mujer. Aquello no se había presentado aún, y estaba bien, pues teníasuficiente con su tristeza, su soledad y smiedo.

 —Adiós, mi amigo poeta —dijoesbozando una leve sonrisa—, quizá nosvolvamos a ver.

Sib asintió y después se marchó ycomenzó a fundirse con el paisaje blanquecino de la estepa. Gilgamesh noesperó mucho. Miró al valle que ya sedibujaba claramente delante de él y seintrodujo entre sus riscos grises como

Page 740: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quien entra de lleno en la aventura.Sobre los roquedales, Urd tenía u

aspecto magnífico. Dominaba el valledesde lo alto de una vertiente, y entreella y las gigantescas paredes situadasenfrente se abría un vacío estremecedor.La fortaleza, como sus gemelas, erainexpugnable. No tenía murallas propiamente, sino que los recintosestaban tan apiñados que todo elconjunto resultaba un enclave sin calles,fortificado con las mismas paredes delos cuarteles situados en la periferia. Lavida ciudadana se desarrollaba eamplios patios interiores y en lasterrazas, cuyos desniveles se salvabamediante escalinatas.

Page 741: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Desde allí las patrullas saltaban erápidas incursiones para barrer cualquier presencia de nómadas y susvigías no descansaban ni de día ni denoche. Los soldados que allí servía buscaban hacer fortuna y obtener buenas pagas y rápidos ascensos, pero debido ala inactividad languidecían semana trassemana en aquella soledad, ansiando elcombate y adaptando malamente susrefinados hábitos a las penurias de lavida en aquel lugar hosco y aislado.

Por eso, antes de que Gilgamesdivisara la ciudad, sus centinelas yahabían atisbado una humilde manchaascendiendo el valle penosamente.Rápidas órdenes circularon por la

Page 742: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ciudadela, pues se esperaba la aparicióde espías infiltrados, cuando no unaauténtica oleada de nómadas en pie deguerra, y la vigilancia se habíaextremado. Por fin llegaba la ansiadaactividad.

El viajero advirtió en las almenas eldestello de las armaduras. Había perdido su oportunidad de actuar denoche, pero a decir verdad tampocotenía demasiada confianza en esa táctica.Prefería aparentar normalidad y, si eranecesario, abrirse paso por la fuerza. Demanera que siguió su camino sin u pestañeo, en la inteligencia de quetendría problemas y de que nada podríahacer por evitarlos.

Page 743: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Al poco tiempo le salió al paso unafuerza compuesta por unos quincehombres a caballo. A su mando seencontraba un joven oficial, delgado ymuy pálido, en cuyo rostro se dibujabael entusiasmo militar. La patrulla llegóunto a él y el capitán sintió una especie

de repentino ahogo al ver el magníficoaspecto y la cara de pocos amigos deGilgamesh.

 —¿Quién eres y a dónde te diriges? —preguntó tratando de demostrar autoridad y dominio de la situación.

Gilgamesh lanzó una tosecita paraaclararse la garganta y contestó con vozrugiente:

 —Soy un viajero y me dirijo a las

Page 744: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tierras del oeste, más allá de Magoor.El jovenzuelo se mostró muy

satisfecho de que aquel gigante semostrara cooperador. Lo miró cosuspicacia y preguntó:

 —Vienes de Egione… ¿verdad?Inmediatamente se dio cuenta de la

estupidez de su pregunta. Gilgameshizo acopio de paciencia.

 —Me parece que está claro —dijoaburrido.

 —¿Tu nombre? —inquiriónuevamente el capitán, como al azar,mientras se daba tiempo para meditar una decisión.

 —Gilgamesh. —¿Gilgamesh…? Nunca había oído

Page 745: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esa palabra ¿de dónde viene? —  preguntó el joven arqueando las cejas.

Los ojos del rey de Uruk se dilatarodesmesuradamente y sus manos setransformaron repentinamente en puños.Su respuesta fue rápida, pero demasiadoinmediata como para hacer aconsejablemolestarlo más.

 —Viene de un reino que hay lejos,hacia el este… Y ahora ¿puedo pasar? —vociferó con tono amenazador.

El oficial lo pensó un momento.Cuando había avistado al sumerio delejos pensó que se trataría de un vulgar nómada al que habría mandadorápidamente de vuelta o habríaeliminado sin dificultades. Pero

Page 746: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

semejante individuo no era un habitantedel desierto y la anomalía exigíaaclaración.

 —Tendrás que acompañarnos a lafortaleza —declaró con voz titubeante —. El jefe de la guarnición querráinterrogarte.

Gilgamesh sintió el agradable pesode su espada y consideró a su vez quédebía hacer, calculando el tiempo quenecesitaría en despanzurrar a toda la patrulla. Pero lo cierto es que leapenaba provocar una matanza. Smandoble arrebatado a los jinetes de lanoche habría perforado sin dificultad lascorazas y los pobres soldados nuncasabrían por qué murieron. Pero algo de

Page 747: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la bondad de Sib se internó en s pensamiento y le susurró al oído que eramucho mejor hacer lo posible por pasar desapercibido.

Aceptó ser conducido a la ciudadela  el joven capitán se sintió aliviado,

aunque no se atrevió a desarmar aldetenido. Un certero instinto le decíaque eso habría tenido malasconsecuencias. Y no dejó de sentirseinquieto durante todo el trayecto hastallegar a la guarnición, a causa de laextremada confianza del sumerio, comosi él mismo fuera el captor y la patrulla el oficial los prisioneros.

El comandante de la guarnición eraun hombre de rostro hirsuto. Su tez

Page 748: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

morena y sus rasgos duros denunciabaalgún lejano parentesco con la raza delsur. Tenía la cara atestada de un pelonegro y apretado. Pasaba con amplitudde los cuarenta años y entre los ojostenía profundas arrugas, como las dequienes han estado prolongadamenteexpuestos al sol. Pero su cuerpo eravigoroso y se había jactado muchasveces de poder derrotar en lucha cuerpoa cuerpo a cualquiera de los oficiales osoldados, lo cual por otro lado no eramuy difícil, dada la extremadaexquisitez de los jóvenes de Magoor.

Era uno de los últimos militaresauténticos con que contaba el Imperio,un guerrero curtido en las escaramuzas

Page 749: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de la frontera, y fue el único que notembló cuando vio al detenido.

Éste se encontraba en una sala de piedra de escasas dimensiones decoradacon el sobrio estilo militar. Aunquehabía sido invitado repetidas veces asentarse, permanecía obstinadamente e pie, guardado por una escolta de dossoldados. En la sala había además dosoficiales.

De pronto la única puerta de lahabitación se abrió abruptamente yapareció el comandante.

 —¡Vaya, vaya! —comentó sobre lamarcha—. ¡He aquí a un individuo queviene de un lugar lejano, al este, y sedirige a otro lugar lejano, al oeste!

Page 750: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Parece un poco simple ¿verdad? —Miróa Gilgamesh con sus ojos negros llenosde furia. De pronto lanzó una blasfemia  exclamó—: ¡Pero…! ¿Por qué no le

habéis quitado la espada?Los dos oficiales se sonrojaron y

comenzaron a rezongar una excusa, perosu impetuoso superior desdeñó susexplicaciones y, gruñendo a su vez, sedirigió hacia el prisionero haciendoademán de desarmarlo. Gilgamesh, queno estaba dispuesto a tal cosa, hizo urápido movimiento y atrapó el brazo deldesconcertado militar, sujetándolo euna presa inflexible y haciendo que uescalofrío le recorriera la espalda.

Los rostros de los dos hombres

Page 751: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quedaron enfrentados a escasísimadistancia y ahora era la mirada deGilgamesh la que causaba pavor.

 —¡Hablemos! —propuso éste covoz imperiosa.

El comandante tragó saliva y serevolvió la melena con su mano libre.Asintió con un leve movimiento decabeza y bajando los ojos con sumisión.Gilgamesh le soltó el brazo y el hombre,aturdido, hizo ademán de separarse unos pasos. Pero se volvió como unaexhalación y, aprovechando el únicomomento de distracción de su oponente,le arrebató la espada. Un instantedespués la empuñaba contra él, ante elasombro de sus subordinados.

Page 752: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Qué dices ahora, imbécil? — aulló acercando la aguzada punta a lagarganta de Gilgamesh, que norespondió más que con una mirada desorpresa—. ¡Vamos, empieza a hablar!Te ha mandado ese puerco de Ketra ¿noes cierto?

El militar tenía la sensación dehaber tropezado con algo realmenteimportante que, tratado de maneraadecuada, podría suponer un ascenso.

o le atraía en absoluto un destino en lacapital, pero aún podría ser promovidoa comandante en jefe de las guarnicionesde la frontera sur. Así podría regular lavigilancia en las cuatro ciudades segúsus propias ideas, lo que incluso vendría

Page 753: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bien al comandante actual, un viejo derefinados modales que sufría cada díaque pasaba en aquel abrupto rincón delImperio y suspiraba por las animadasfiestas de su querida Aesthi.

 —¡Habla de una vez, perro! —aullóimpaciente.

La punta de la espada presionófuertemente la garganta de Gilgamesh.Éste se echó hacia atrás de repente ycasi al mismo tiempo el militar embistiócon el mandoble hacia adelante, pero sehabía dejado caer al suelo y el arma sehundió en uno de los sillares de granitode la pared. El comandante perdió elequilibrio y cayó cerca del detenido,ocasión que éste aprovechó para

Page 754: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estrangularlo sin contemplaciones.Los oficiales, estupefactos, dieron la

alarma y se lanzaron sobre Gilgamesh.Éste trató de recuperar su espada,dispuesto a hacer una carnicería, pero eel momento de alargar el brazo recibióuna estocada y de la herida comenzó amanar sangre.

Acudió la guarnición y la sala sellenó de hombres armados. Los dosoficiales se interpusieron entreGilgamesh y su espada, que seguía fijaen la pared. Éste se dio cuenta de que ssituación era desesperada y, tomandouna mesa de grueso tablero que sehallaba junto a él, comenzó a golpear con ella a sus enemigos, utilizándola a la

Page 755: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vez como escudo. De esta maneraconsiguió un momento de respiro, pero poco a poco se convenció de que súnica salida era tratar de escapar olvidándose de la espada o de locontrario moriría. Como paracorroborar esta afirmación, un nuevogolpe lo alcanzó de lleno en laarticulación del hombro derecho. Seabrió camino entre sus atacantes y, cogran dificultad, consiguió huir al patioexterior, donde nuevos enemigos lesalieron al paso. Aplastó el cráneo a unode ellos, alcanzándolo de lleno con sarma improvisada pero mortífera, y seapoderó de su espada. Apenas si podíamanejarla, debido a las heridas en sus

Page 756: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 brazos, y aún a pesar de esto logróabatir a unos cuantos. En vista de esto,los demás, poco aguerridos, se limitaroa hostigarlo dejándole una salida fácil.Era tonto morir a manos de aquelindividuo en un lugar árido, cuandoquedaban largos años por disfrutar ecompañía de bellas muchachas a lasombra de los árboles y junto a loslagos.

Merced a estas facilidadesGilgamesh se hizo con un caballo y salióde estampida fuera de la fortaleza. Todosu cuerpo estaba salpicado de sangre propia y de sus enemigos, algunos de loscuales salieron en su persecución co bastante poca voluntad y abandonaron al

Page 757: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 poco tiempo.Él continuó cabalgando si

interrupción valle arriba. Dejaba atrásuna guarnición llena de muertos yheridos, asombrada ante su paso igualque un torbellino de muerte. Y dejaba sespada, la prodigiosa arma que tanto lehabía costado conseguir.

Llegó a una vaguada entre cumbres yse asomó a la vertiente norte. Un vientomajestuoso lo azotó al mismo tiempoque divisaba un paisaje verde,abigarrado, húmedo, maravilloso, que seextendía entre lomas, colinas y llanoshasta donde se perdía la vista. Era latierra de los lagos, el paraíso que Ketrahabía soñado para los pastores de s

Page 758: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desierto estéril.Miró hacia atrás, al mundo aú

reseco de las vertientes que acaba deatravesar y decidió que era unaestupidez renunciar a su espada mágica.Debía aguardar a la noche e intentar algo para recuperarla.

Pero entonces su pensamiento senubló y fue como si una mano misteriosahubiera cubierto con un tul evanescenteel paisaje en torno y las ideas en scerebro. Sus heridas eran profundas y sehabía desangrado. No habría sido así sihubiera tenido una oportunidad de dejar que se cerraran. Pero la veloz galopadale había perjudicado sin que él loadvirtiera. Ahora, la poca sangre que le

Page 759: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

quedaba escapaba rápidamente de scerebro y poco a poco sintió que no podía mantenerse erguido.

Al fin cayó abatido. Su cuerpoquedó inmóvil, yaciendo en la fronteramisma que separaba los dos países,sobre el vértice de las gigantescasmontañas Shaar. Su mente dormía y esu pecho apenas palpitaba un tenuehálito de vida.

oooOooo

Cuando despertó no tenía idea de

Page 760: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dónde se encontraba. Estaba muy débil ya su alrededor todo era oscuro ¿Cuántotiempo había estado inconsciente?Imposible saber. Intentó un movimiento  se dio cuenta de que estaba

encadenado. Yacía sobre un suelo de piedra y las cadenas, que le sujetaba pies y manos, lo mantenían unido a la pared de manera que apenas podía agitar sus miembros.

Cuando sus ojos se acostumbraron ala penumbra sólo advirtieron un pálidoresplandor a lo lejos, sin duda unamirilla en la puerta de la celda donde seencontraba. Nada más. Ninguna voz.

ingún ruido, excepto el frío eco de puertas que se cerraban ocasionalmente

Page 761: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a lo lejos.Empezó a sentir un hambre atroz.

Llamó, pero nadie acudió. De prontorecordó las piedras Ythion de poder y sellevó las manos al pecho. El saquito decuero que las guardaba no estaba.

Se sintió derrotado. Había perdidosu espada y ahora también las piedrasmágicas que le prestaban vigor y lo protegían. Su cuerpo había enflaquecidoconsiderablemente y su estado era de postración. Y ya no podía contar coEnkidu para sacarlo de apuros.

 Nadie vino en mucho tiempo, por loque tuvo ocasión sobrada de lamentarsede su exceso de confianza, de su falta de previsión, de sus contemplaciones en el

Page 762: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

valle de Urd cuando renunció a diezmar a la patrulla que lo detuvo. En la guerrano se podía ser compasivo ni esperar compasión, y él se había visto envueltoen una y debía atenerse a lasconsecuencias.

 No tenía conciencia alguna de losdías y las noches. Al cabo de un tiempoque no supo calcular se abrió la puerta yalguien entró. Sólo escuchó sus pasos.El hombre no habló, no contestó a losgritos y maldiciones de Gilgamesh y semarchó con la misma rapidez con quehabía venido. Pero a continuación el prisionero escuchó el sonidoinconfundible de las ratas y se diocuenta de que el carcelero le había

Page 763: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dejado comida. Rugió para defenderla ytanteó el suelo. Encontró una escudillallena de algo pastoso que no supoidentificar pero que engulló en uinstante.

Día a día, durante un tiempoinacabable, el silencioso personajecontinuó dejándole la misma ración siarticular una sola palabra. Se trataba deuna dosis calculada para evitar quemuriera pero justa para debilitar susfuerzas y para que el hambre lo torturara  poco a poco su espíritu se volviera

dependiente de quien le daba alimento.Fue después de mucho tiempo que se

abrió la celda y por fin escuchó una voz. —¿Vives aún? —Se escuchó decir 

Page 764: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en tanto que resonaban en el vacío unos pasos distintos, más decididos.

Gilgamesh movió un brazo, y elrechinar de la cadena fue una mudarespuesta.

 —Bien… ¿Hablarás ahora? —dijola voz—. Dime qué instrucciones teníasde Egione.

Gilgamesh enmudeció. Había sidoderrotado justamente, pero estabadispuesto a guardar la dignidad de urey incluso en el cautiverio. La vidafácil y las conversaciones a la luz de lasestrellas habían terminado y ahorademostraría el temple de la estirpe deSumer.

El individuo le buscó el costado co

Page 765: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el pie y le propinó una fuerte patada quele hizo gemir de dolor.

 —¡Habla, perro! —aulló. —¿Dónde estoy? —preguntó el

 prisionero con un hilo de voz. —¡Yo soy quien pregunta! — 

vociferó el individuo, lleno de ira—.Pero no será malo que sepas que teencuentras en los sótanos del PalacioImperial, en Aesthi… ¿Sabes? Elcastigo por lo que hiciste en Urd es lamuerte, pero el emperador te perdonarátu asquerosa vida si revelas los planesde Ketra.

Gilgamesh calló y el hombreaguardó pacientemente. Al cabo, elcautivo decidió que era mejor la muerte

Page 766: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que ceder ante sus verdugos y habló así: —Dile a tu emperador que no sé

nada de los planes de Ketra ni teníaninguna consigna de él. Pero ese hombrees mi amigo, y si supiera algo no lodiría… excepto que uno solo de sussoldados podría acabar con la tropa decobardes que tenéis en Urd.

 No pudo continuar. El hombre blasfemó al oír sus palabras y pateó scuerpo. Sin embargo, Gilgamesconsiguió ahogar sus gemidos de dolor hasta que su interrogador se marchó y lodejó transido y cubierto de llagas.

Page 767: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Los interrogatorios se sucedieron, pero el cautivo no habló y al cabo de poco tiempo fueron abandonados.Transcurrió otro lapso durante el cualsólo sonaron a su alrededor las pisadasdel hombre que le entregaba la comida.Aparentemente sus captores habíarenunciado a arrancarle la información, pero el hecho de que aún lo mantuvieracon vida significaba que no había perdido la esperanza de utilizarlo de unou otro modo, y que las torturascontinuarían.

Page 768: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Un día la celda se volvió a abrir impetuosamente y pasos distintosresonaron en ellas. Eran pasosdecididos de dos o más hombres que lodespojaron de sus cadenas y lo alzaroen el aire bruscamente.

Apoyó con torpeza sus pies en elsuelo y fue conducido hasta el pasillo,donde la difusa luz casi lo cegó. Sihablar, sin quejarse, se cubrió el rostrocon las manos y siguió dejándose llevar a través de corredores y escaleras hastallegar a una sala espectacularmenteadornada.

Poco a poco se atrevió a mirar.Había grandes cristaleras pintadas por las que entraban diáfanos rayos de sol.

Page 769: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Adosadas a las paredes estabadispuestas unas estatuas de mármol muy blanco, sin duda representando a losantiguos emperadores, a juzgar por losemblemas. Sus nombres estaban escritossobre los pedestales con letras de oro.

En el centro de la estancia, una pesada alfombra roja conducía a uentarimado sobre el que un hombrecalvo y mofletudo, de aspectodesagradable, lo miraba sentado en uriquísimo trono de marfil tallado cuyos brazos terminaban en cabezas de ciervo.A la espalda del sitial se desplegaba uenorme tapiz que representaba una pantera.

 —Pasa, Gilgamesh —dijo el hombre

Page 770: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con voz estridente—, no te quedes en la puerta… y abre los ojos paracontemplar el esplendor de Magoor.

El cautivo avanzó hacia la rollizafigura. Era un individuo de unoscincuenta años, de labios gruesos ymejillas inflamadas que colgabaflácidamente. Sus ojos eran claros y demirada huidiza y sobre la cabeza llevabauna soberbia corona de oro en cuyofrontal se dibujaba la testa de un ciervo.

 —Has de saber —continuó perorando— que soy Zek, el emperador.Te pido disculpas si mis súbditos te hacausado alguna molestia, pero ya sabes,son las cosas de la guerra. A partir deeste momento te prometo resarcirte de

Page 771: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

todo e incluso compensarte, puesestamos destinados a ser amigos.

El rey de Uruk lo miródesconcertado y aún no acertó acontestar.

 —Verás —dijo el emperador—, tecreímos un vulgar espía de Ketra y tetratamos como tal. Pero afortunadamenteese error ya ha sido desvanecido y mehe informado acerca de tu verdaderaidentidad. Tú eres Gilgamesh, el rey deuna ciudad lejana, de la que hasta yomismo desconocía la existencia, llamadaUruk. Y sé que en modo alguno estás asueldo de Egione, sino que andas buscando… algo especial.

Gilgamesh se estremeció al darse

Page 772: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuenta de que aquel hombre, al quenunca había visto, parecía saberlo todosobre él.

 —Sí, amigo mío —continuó a guisade explicación, con un tono visiblementeafectado—, Magoor tiene muchos ojos ymuchos oídos, incluso en Saane… Perohablemos de lo que podríamos llamar transacciones —añadió, con una súbitainflexión de su cascada voz—. Yo tengouna información para ti, y tú puedesayudarme a tu vez… ¿Qué dices?

 —Explícate —replicó el cautivo prudentemente.

Zek apartó la mirada, se removió esu trono y carraspeó un poco, como sihubiera llegado el momento de dar una

Page 773: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

larga explicación. —Bien —empezó—… Has de saber 

que hace una semana los malditos LobosGrises asaltaron Sakyla y pasaron acuchillo a toda la guarnición. Cuandoesto se supo en Aesthi, la gente se asustótanto como si el enemigo ya se hallara asus puertas. Unos enterraron sus tesoros,mientras que los más cobardes se losllevaban al norte. Yo traté de calmarlosa todos y movilicé al ejército.Entretanto, un enorme contingente detropas enemigas invadió nuestroterritorio por el valle de Sakyla. Enviéuna fuerza de caballería para hacerlesmorder el polvo, pero mis hombresfueron diezmados. Era lo más selecto de

Page 774: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Magoor. Ahora, el enemigo se haextendido en abanico y, arrasando los pequeños pueblos a su paso y tratandode ahogar nuestras comunicaciones,avanza a marchas forzadas hacia lacapital, en la cual nos encontramos por si aún no lo sabías. Esos hombres soterribles… terribles —repitió elacongojado monarca casi con expresiósuplicante—… Un soldado de Egione nose retira, aunque haya de combatir solo,hasta que reciba la correspondienteorden… Estamos en dificultades ynecesitamos tu ayuda. Sólo tienes que ir a determinado lugar y entregar umensaje de socorro. Puedes utilizar tamistad con Egione para atravesar sus

Page 775: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

líneas, cosa que no han conseguido losemisarios que he enviado hasta ahora…Y donde fallen tus influencias te servirásde tu fuerza y tu habilidad con la espada.

 —¿Dónde hay que entregar esemensaje? —preguntó Gilgamesh,receloso.

 —En una isla situada al oeste. Allíhabitan los magos del Círculo Rojo, quedesde tiempo inmemorial han mantenidouna alianza con el Imperio. Lo cierto esque hace mucho tiempo que no hemostenido comunicación con ellos, perotampoco la hemos necesitado. Ahora, ecambio, nuestra última esperanzaconsiste en su ayuda.

Gilgamesh reflexionó largamente.

Page 776: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

o le agradaba ayudar a quienes lohabían torturado, ni le gustaban elaspecto ni los modales exageradamentecuidados de aquel hombre gordinflón.Pero todavía tenía curiosidad por lacontrapartida.

 —¿Qué recibiré a cambio? —  preguntó con enorme suspicacia.

 —¿Sabes de cuándo data nuestraalianza? —respondió apresuradamenteel emperador—. De hace más de tresmil años. Esos magos son inmortales.

Un tremendo escalofrío recorriónuevamente la espalda de Gilgamesh,que se sentía desnudo ante el hombreque le hablaba. Verdaderamente, lacautela de Ketra para con los espías

Page 777: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

había demostrado no ser nadaexagerada… Después, recapacitó sobreel significado de todo aquello y las posibilidades que la propuesta delemperador parecía ofrecer. Quizáestuviera mintiendo, puede que si hacíaese viaje fuera asesinado por los magos, pero también sospechaba que lasituación militar de Magoor debía ser mucho más apurada de lo que se le habíadicho y, en cualquier caso, siempre podría olvidarlo todo y escapar paracontinuar su camino. Pero si había algo,una minúscula partícula de verdad eaquella historia, aún podía ahorrarse u penoso viaje hacia el monte Nisir yluchar ahora mismo por la inmortalidad.

Page 778: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El emperador, que había respetadosu silencio, metió una mano en su túnica  extrajo de ella una bolsita de cuero

que agitó levemente. Gilgamesh se llenóde gozo y seguridad al escuchar eltintineo familiar de las piedras Ythion.

De repente, Zek arrojó el saquito asus manos y dijo:

 —Toma esto, como muestra de buena voluntad… —Y añadió—: ¿Paraqué sirven?

El cautivo no podía albergar mayor asombro, ni precisar si aquellaingenuidad era natural o fingida. Le parecía inaudito que aquel hombreignorase el inmenso poder que habíatenido en sus manos.

Page 779: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Son amuletos de mi religión —  balbuceó, inventando apresuradamente ymal—… protegen contra los malosespíritus.

El emperador murmuró algo sidejar de mirar fijamente a Gilgamesh.En sus ojos había un brillo de ironía.

 —Acepto tu proposición —declaróel sumerio.

 —¡Bien! —exclamó Zek, satisfecho —. ¡Saldrás en cuanto te hayasrecuperado!

Después de esta entrevista,Gilgamesh fue alojado en un cuartelanejo al palacio, perteneciente a laguardia del emperador, y se le dejó erelativa libertad para visitar la ciudad,

Page 780: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aunque siempre acompañado de uoficial de la guardia que distraía satención de los enclaves militares y loalejaba de los lugares donde se preparaba la defensa de Aesthi frente alsitio que ya se esperaba cercano.

Las conversaciones que mantuvo ytodo aquello que le fue permitido ver lellevaron al convencimiento de queMagoor era un mundo agotado por s propio peso, exhausto después desostener la historia durante miles deaños, cuya nobleza observabacostumbres refinadas e ignoraba el valor del sacrificio.

Pero el aspecto de la capital nodelataba lo frágil de su sociedad. Los

Page 781: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

edificios eran nobles y voluminosos ylas cúpulas de cobre de sus templos brillaban al sol. Era una gran ciudad, pero su gente estaba asustada. El miedoera palpable en sus gestos, se advertíaen sus caras. Muchos habían huido yahacia el norte, como había explicado elemperador, e incluso algunos militaresde alta graduación habían sido procesados por cobardía y ejecutadossumariamente al ser descubiertostratando de escapar. Este hecho, siembargo, y otros síntomas similares dedescomposición, habían sido ocultadoscuidadosamente al pueblo, cuyosvalores patrióticos eran ahoracontinuamente halagados desde el poder.

Page 782: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Por lo demás, la gente se apresuraba se apretaba en las calles, yendo de u

mercado a otro y de un lugar dediversión a otro en turbas tumultuosas.Se trataba de ciudadanos libresdesocupados, cuyos esclavos de laciudad misma y de los establecimientosagrícolas de las comarcas meridionales,trabajaban para ellos. En Egione, ecambio, no había esclavos. La autoridadde Ketra no había llegado a tanto.

Aesthi estaba llena de ruido. Durantelas veinticuatro horas del día lascarretas de los comerciantes, las patrullas militares y los simples viajeroscirculaban a gran velocidad por suscalles empedradas, y sus mercados era

Page 783: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enormes y caóticos. Hasta la paz debidaal cementerio de los poetas eravulnerada por el incesante trasiego.

Incluso así, el cementerio invitaba alrecogimiento y transmitía paz interior. Ala sombra del palacio imperial, bajo smajestuosa torre dorada, se extendía elreducido recinto tapizado de césped ycubierto de álamos cuyas hojas muertascubrían las lápidas todos los otoños.Allí se agolpaba un dédalo de cenotafios  estelas hincadas en tierra, algunas de

mármol, pero la mayoría de granito yotras piedras menos nobles. En sussuperficies había versos en bajorrelieve,a muy desgastados, como el último hilo

de voz de los poetas muertos.

Page 784: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

En el barrio más antiguo de laciudad, Gilgamesh descubrió a losmúsicos pobres. Allí, en las estrechascalles, entre sus escalones o contra lasfachadas, grupos de vagabundos,óvenes y ancianos, tocaban y cantaban a

cambio de unas monedas. La gente losescuchaba y los amaba. Su música erahermosa y cantaban penas de amor yleyendas de los héroes del pasado.

Gilgamesh se quedó medioextraviado escuchando a una de estasdiminutas y humildes orquestas y evocósu propia capital y sus mendigos. No lehabía gustado Magoor, desde su gordoemperador a las turbas de gente alocada, sin embargo fue allí, en el barrio más

Page 785: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pobre y entrañable de la antigua Aesthi,entre los desheredados, donde noencontró un solo pedigüeño que rebajarasu dignidad tratando de mover acompasión como en Uruk y las otrasciudades sumerias. En aquellas voces deóvenes orgullosos encontró a los más

honorables ciudadanos del imperio,aquéllos que, aún en la miseria, seguíamanteniendo intacta su vergüenza.

oooOooo

Al cabo de una semana huyó hacia

Page 786: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los puertos de Haffa, donde habría deencontrar determinada embarcación quelo llevara a la isla de Onud, el apartadorefugio de los magos del Círculo Rojo.Haffa estaba situada hacia el oeste yconstituía una comarca independientedel imperio, aunque le rendía tributo. Setrataba de una confederación deciudades libres unidas por una poderosaasociación mercantil que les permitíacontrolar el comercio marítimo en unavasta extensión. Pero el destino delinete que ya cabalgaba veloz hacia

 poniente no era ninguna de las grandesaglomeraciones urbanas, sino una pequeña villa de pescadores llamadaAmur, a la vez anónima y cercana al

Page 787: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

islote de Onud. No tenía intención alguna de

traicionar a Ketra. Sabía que Zek lohabía dejado partir porque de algunamanera había logrado averiguar sidentidad y todo lo relacionado con sfanática búsqueda, y sin duda pensabaque le estaría agradecido si los magosdecidían revelarle el secreto de lainmortalidad, y que a cambio accederíaa entregar el mensaje de socorro. Todoaquello no era más que una jugadadesesperada, un gran palo de ciego deun emperador aturdido por el ridículo eque los nobles guerreros de Egione loacababan de situar. El plan tenía varios puntos flacos, y no era el menos

Page 788: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

importante el de la identidad de esosmagos y la medida de su poder.Gilgamesh pensaba que si ese poder fuera tan aplastante ya estarían alcorriente de un hecho notorio como lainvasión. Además, le pareció más bieimprobable la idea de aquella supuestaalianza que duraba milenios. Aquelloera más materia de las leyendas quesustancia de la realidad.

Sólo que mientras hubiera una leve posibilidad de que todo fuera cierto, nodejaría de investigar. Entretanto, sólo podía galopar hacia el oeste yenfrentarse con sus admiradosinvasores, porque no disponía desalvoconducto alguno de Ketra y sólo

Page 789: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

conocía personalmente a unos pocosLobos Grises, mientras que el ejércitode los hijos de Egione era inmenso.

Por lo tanto, tuvo que luchar.Mantuvo innumerables escaramuzasantes de llegar a su destino, y saliósiempre victorioso pese a que ya no poseía su espada mágica. En el valle deUrd había aprendido a golpear primero  preguntar después y dejó tantos

cadáveres a su paso que en el ejércitoinvasor corrió el rumor de que unaespecie de gigante endemoniado habíasalido de Aesthi portando un mensajedel emperador y que sembraba ladestrucción entre quienes se le poníadelante, porque nada impediría que el

Page 790: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

misterioso guerrero, en algún lugar,encontrara el último apoyo del milenarioimperio de Magoor.

El rumor llegó pronto a los mismosoídos de Ketra y su alma se llenó deresentimiento, porque sospechaba quié podía ser el mensajero. Conservaba esu tienda un sillar de granito con laespada mágica hundidainexplicablemente en la misma roca. Lohabía hecho sacar de la pared de uno delos cuarteles de Urd cuando la plaza serindió y, como no consiguiera arrancar la espada, había resuelto aguardar alregreso de su propietario paraentregársela. Pero ahora Gilgamesh lotraicionaba, según todos los indicios, y

Page 791: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a no le debía ninguna fidelidad.Mandaría que los hombres más fuertesde su ejército extrajeran la hoja de la piedra y él mismo la empuñaría en lahora final en que la legendaria Aesthicayera en sus manos.

oooOooo

Cuando Gilgamesh entró en Amur, le pareció un sosegado puerto de mar semejante a los que había visto a sregreso del Bosque de los Cedros.Sencillas casas blancas que se

Page 792: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

escalonaban en una ladera hasta la playa, donde dormían las barcas con lasláminas de pintura resquebrajadas por elsol y el mar. Pescadores medioadormilados en el pequeñoembarcadero. El suave flujo y reflujo delas olas.

Buscó a su hombre, pero erademasiado inconfundible y todos lomiraban, a pesar de que había procuradoencubrir su aspecto, incluso encoger sfigura.

 —Es el demonio de Magoor… Es él —susurraba la gente entre sí mientrasmiraban con ojos desencajados sus brazos de hierro.

Se dio cuenta de que tendría que

Page 793: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

haber esperado a la noche, pero sarrogancia le había hecho desechar la precaución. Al fin y al cabo susenemigos eran los dioses y, aunque eUrd cometió una equivocación, pocotenía que temer de simples hombres.Pero al entrar en la taberna «El ancladel pescador», los parroquianoslevantaron asustados sus ojos hacia él ycomenzó a sentirse incómodo y deseóhaber sido más sutil. Sin embargo ya notenía alternativa y sólo podía seguir adelante, de manera que se acercó almostrador de madera donde un hombregordo limpiaba jarras.

 —¡Vaya! —exclamó el hombreovialmente—. Se ven bastantes

Page 794: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

extranjeros por aquí, pero tú eres muchomás grande.

Gilgamesh, desconcertado ante esedesparpajo, no supo contestar.

 —Bien ¿y qué quieres? —continuóel cantinero, cuyos ojos divertidos ymenudos estaban como perdidos emedio de su cara redonda, y no dejabade mirarlo con curiosidad—. ¿Bebes o buscas a alguien?

 —¿Por qué me preguntas si busco aalguien? —inquirió Gilgamesh,alarmado.

 —¡Por qué va a ser…! Siempre hayalguien que busca a alguien,especialmente aquí, en El ancla del pescador —replicó el gordo, sin cesar 

Page 795: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de limpiar sus jarras. —¿Conoces a Yalek? Es u

 pescador… —comenzó diciendo, peroel otro lo interrumpió sobre la marcha.

 —Sí, tenía un barco —dijosecamente.

 —¿Por qué dices tenía? ¿Es que loha perdido? —preguntó Gilgamesh.

 —No, es algo peor: Está muerto — declaró el cantinero de la manera másrutinaria.

 —¡Muerto! —repitió maquinalmenteGilgamesh—. ¿Cómo puede ser?

El gordo dejó de pronto su tarea,apoyó ambas manos sobre el mostrador  arqueó el cuerpo hacia su interlocutor,

sin dejar de mirarlo.

Page 796: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pues de una manera bien natural —dijo sarcásticamente—, con ucuchillo en la garganta. Es una formamuy corriente de acabar en lugares comoéste, especialmente en los tiempos quecorren.

 —¿Quién lo hizo? —preguntóGilgamesh sin saber por qué.

 —¿Eres primo suyo, quizá? — replicó el hombre, fingiendo extrañeza ysin abandonar la ironía—. No lo creo, pues él era más bien flacucho… No, nosé quién pudo matarlo, aunque correrumores, claro.

 —¿Y qué es lo que dicen esosrumores?

 —Que lo mató la gente de Egione,

Page 797: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a sabes —contestó el otro en tono decomplicidad, bajando la voz y mirando atodos lados con temor.

Gilgamesh estaba desolado. En uinstante todos sus planes se habíavenido abajo. Ahora, por su proverbialfalta de previsión, se encontraba en ulugar lleno de confidentes de Ketra ycon todo un mar separándolo de la islade Onud. Necesitaba imperiosamente nosólo un barco, sino también unatripulación porque, con todo su poder,no tenía la más remota idea del arte denavegar. En casos como aquél echaba efalta la astucia de Enkidu y se sentía mássolo aún. Cuando formaba equipo con éltodo salía bien, pero ahora era como una

Page 798: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

especie de tullido que no había cesadode tener tropiezos.

El tabernero advirtió su contrariedad le habló con tono benevolente:

 —Escucha extranjero, si buscas aalguien para alquilar su barco, haymucha gente que se prestaría. No creoque tengas problemas. Sólo tienes queesperar y tomar un poco de mi magníficacerveza. Cuando entren Temme, Sihk oalguno de ésos ya te avisaré. No creoque tarden en aparecer porque son unos buenos borrachos.

A Gilgamesh no le gustó la idea, pero no tenía otra salida. No podía presentarse en el puerto y obligar al primer pescador a que lo llevara. Eso

Page 799: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

alertaría a los agentes de Ketra, que siduda saldrían en su persecucióobligándolo a combatir en un mediohostil. Por una vez, dominó su ímpetu yeligió la prudencia. Se retiró a un rincóoscuro desde el que se podía dominar casi todo el salón y se sentónerviosamente. Al cabo de un momentose acercó el tabernero con una jarragrande de cerveza.

 —Aquí tienes —dijo afablemente,mirándolo con sus ojillos— y no te preocupes. Enseguida vendrán y les diréque estás aquí.

Aunque tanta amabilidad le hacíasospechar, Gilgamesh se sumergió muy pronto en sus propios pensamientos y se

Page 800: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dio cuenta de cuánto necesitaba la lucha.Desde que Inanna consumó su cruelvenganza sobre Enkidu, su corazón nohabía logrado sobreponerse a lacongoja, ni siquiera cuando fue regaladocon la compañía de Sib o del mismoKetra. Sólo el combate le hacía olvidar.Sólo en la batalla contra los jinetes de lanoche, en la sangrienta escaramuza de lafortaleza de Urd y en los constantesencuentros que tuvo en la ruta de Haffa,su rabia se sobrepuso a su angustia y asu sensación de soledad. Pero en aquellahora de espera los temores volvían.Quizá los magos quisieran ayudarle. Siera cierto que vivían en aquella isladedicados a la magia, trataría de

Page 801: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

convencerlos, apelando a su origen, a sfuerza, a todos los argumentos en smano, para que lo convirtieran en uinmortal. Recordó el consejo de Keicuando profetizó que encontraría amuchos falsos sabios en el camino, peroque sólo el mismo Ziusudra podríaenseñarle aquello que buscaba. Siembargo, Kei estaba muy lejos y quizásdespués de todo también un poco loco.Cualquier pretexto era bueno paraustificarse cuando lo que ansiaba

 parecía encontrarse tan cercano. —¡Eh, extranjero! —Una voz hosca

lo sobresaltó. Gilgamesh levantó lacabeza como si despertara de un levesopor.

Page 802: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Soy Temme. Me han dicho quenecesitas un barco —dijo, sentándosecon una jarra de cerveza en la mano.

El recién llegado era un individuoenjuto, de ojos sorprendidos y saltones,nariz afilada y la piel muy oscura, yagrietada por el salitre y el sol. Llevabauna discontinua barba oscura por completo desaliñada y su pelo negro seencontraba permanentementedesordenado. Ahora el hombre lomiraba con sus ojos a punto de caersesobre la mesa, como esperando unarespuesta.

 —Sí, efectivamente, necesito unaembarcación —declaró al fiGilgamesh.

Page 803: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿A dónde hay que ir? —preguntóel tipo con aparente despreocupación.

 —A la isla de Onud. —¡La isla de Onud! —susurró el

 pescador—. No, no iré a ese lugar — exclamó a continuación, poniéndosedecididamente en pie como paramarcharse.

Pero Gilgamesh lo agarró por el pecho y lo volvió a sentar violentamente.

 —Si vuelves a levantarte o se teocurre alzar la voz, te rebanaré el pescuezo —le dijo al oído con tonosumamente persuasivo, mientras toda laconcurrencia los miraba de soslayo ycuchicheaba entre dientes.

Page 804: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Cómo es de grande tu barco? —  preguntó.

 —Es… es pequeño —balbuceó elindividuo—. No resistiría las corrientes los vientos. Y además, yo no iré allá ni

loco. —¿Por qué… por qué? —protestó

Gilgamesh.Pero no pudo terminar la frase. El

gordo tabernero miró con complicidad aTemme, y éste a dos oscuras figuras que,desde el otro extremo del salón, no leshabían quitado ojo. Gilgamesh habíaexperimentado un repentino mareo, de pronto no podía coordinar sus palabras

  sentía que su cabeza caería de umomento a otro al igual que una piedra.

Page 805: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Había bebido una droga, y aunque hacíaenormes esfuerzos por no rendirse yordenar sus ideas, una dulcesomnolencia oscurecía su mente y losrasgos del marinero se hacían más y másnebulosos en su mirada. Le pareció, queen última instancia, Temme lo agarraba por la cabeza y estrellaba una y otra vezsu cara contra la mesa de maderagritando:

 —¡Cae, maldito… Cae de una vez!Pero los nervios de Gilgamesh se

tensaron y de repente se levantó comoqueriendo agarrar el gaznate de Temmeen el aire vacío. Después cayó pesadamente sobre las mesas contiguas

  se quedó inmóvil en el suelo, con la

Page 806: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mejilla pegada a la fría piedra.Oyó voces difusas a su espalda y

después escuchó el claro tintineo deunas monedas de oro. Brazos poderososlo aferraron y tiraron de él tratando desacarlo de la taberna, en tanto quegargantas desconocidas hablaban detraición y pronunciaban el nombre deKetra.

Entonces abrió los ojos y vio a suscaptores. La sangre se le heló en lasvenas cuando reconoció a uno de loshombres que lo sujetaban, un guerrerodestacado de los Lobos Grises cuyonombre ignoraba pero que había visto amenudo en el campamento de Ketra ycon el que había intercambiado algunas

Page 807: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 palabras ociosas. El hombre, al ver quedespertaba, le dirigió una mirada dedesprecio, pero antes de que pudierahablar, Gilgamesh sacudió los brazos yse liberó. Todavía conservaba sespada, ya que todos parecían confiar eque dormiría durante horas con el bebedizo. Pero él poseía las piedrasYthion y en su sangre circulaba el hálitode uno de los dingir inmortales. El sopor se disipaba de su mente como la niebla,el vigor volvía rápidamente a susmiembros y su mano empuñabafieramente la espada.

 —Ketra te quería vivo —rugió el delos Lobos Grises, desenvainando—, pero ahora nosotros mismos te daremos

Page 808: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el castigo apropiado para los traidores.El otro guerrero también aprestó s

arma y ambos se lanzaron enloquecidoscontra Gilgamesh, antes de que éste pudiera decir una sola palabra en sdefensa. Luchó con mucha dificultad, pues aquéllos no eran espadachinesvulgares, como los soldados que se lehabían opuesto durante el camino. Lasespadas echaban chispas cuando losfortísimos mandobles de los de Egioneeran parados por Gilgamesh. Perocuando éste pudo recobrar la perfectacoordinación de sus movimientos, lanzóun estremecedor alarido de guerra y sespada trazó un arco en el aireimpulsada por una fuerza sobrehumana.

Page 809: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El pecho de uno de sus enemigos seabrió y el hombre cayó abatido. La hojale había atravesado el corazón. El de losLobos Grises perdió un brazo del mismogolpe, pero quedó en pie, con ladignidad de los orgullosos pastores deEgione a pesar de que por el muñó perdía abundante sangre.

 —¡Mátame ahora! —exclamó—. Asía no podré servir a mi patria.

Pero Gilgamesh bajó la espada ydijo sombríamente:

 —No. Ve y di a Ketra que soy samigo y que no le he traicionado ni lotraicionaré… Y ahora —añadió, buscando a Temme con la mirada— acabemos de una vez.

Page 810: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ante los atónitos ojos de losespectadores, agarró al pescador por loshombros y se lo llevó, casitransportándolo en el aire, hacia elembarcadero.

 —¡Vamos! ¿Dónde está tu barco? —  preguntó a grandes voces.

El hombre temblaba demasiado paraarticular palabra. Señaló con un dedofebril hacia un punto al tiempo quegruñía algo inentendible.

 —¿Cuál? —volvió a rugir Gilgamesh.

 —Éste… éste —murmuró el otrocon un hilo de voz, señalando a u pequeño cascarón.

Era un bote desvencijado de dos

Page 811: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 palos y velas amarillentas yenmohecidas. Sin perder un momento,Gilgamesh arrojó al interior alaterrorizado marinero y, saltando élmismo a bordo, se deshizo de lasamarras y utilizó el bichero para separar la embarcación del muelle. Cuando sevolvió hacia Temme, éste estabaacurrucado en la proa, temblando eincapaz de reaccionar.

 —¿A qué esperas? —tronó—. ¡Cogelos remos y ayúdame a sacar este trastode la bahía!

 —Pero señor —rezongó elatribulado pescador, que no podíaquitarse de la mente aquella isla dehorror—. Yo solo no puedo gobernar el

Page 812: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 barco y no tenemos comida. —¡Me importa un bledo! —Fue la

respuesta—. ¡Si eres un buen marinerote bastarás, y en cuanto a lo de comer, pescaremos… y si no, ayunaremos!

 —Pero… pero… vamos a morir —  balbuceó aún el hombre.

 —¡Entonces nos veremos en elinfierno! —gritó Gilgamesh, entregandoun par de remos a su nuevo compañero ytomando él mismo otra pareja con la quecomenzó a impulsar el bote como sivolara.

En el embarcadero, una pequeñamultitud llena de espanto los viodeslizarse a increíble velocidad fuera dela ensenada, hasta que el lívido Temme

Page 813: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aparejó las velas y éstas se inflamarollevándoles hacia la isla maldita.

Page 814: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO X

«Enlil, cuyas órdenes llegan

muy lejos, el de la palabra

 santa,

el señor de la decisión

inmutable que decreta siempre

los destinos».

La isla de Onud

Temme no se atrevió a desviarse haciaotro lugar o a intentar otra trampasemejante. Aquel gigante de rostro tristeera demasiado poderoso. Pero no pudodejar de llamarle la atención su perpetua

Page 815: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

melancolía, como si en su atormentadointerior se estuviera tejiendo ydestejiendo sin parar el manto de unaeterna nostalgia.

Durante tres días no hablaron.Pescaban y comían en silencio,conservando uno su miedo y el otro sdesconfianza. Pero la mar es muy ancha,  la soledad que se siente ante sus

inmensidades, mucho mayores que lasdel desierto de Egione, es abrumadora.

Por eso, una tarde, el pescador sedirigió a Gilgamesh con voz aútitubeante y temiendo enojarlo.

 —¿Qué buscas en Onud? — murmuró.

El rey de Uruk, que tenía la vista

Page 816: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 prendada en el lejano horizonte, comohechizado, sintió un inexplicable aliviocuando Temme le habló. Lo miró coojos que luchaban por sobreponerse a ssuspicacia y hacerse benevolentes yrespondió:

 —Busco a los magos.Los dos quedaron en silencio y

después Gilgamesh añadió: —¿Sabes algo de ellos? —No —aclaró el marinero—, sólo

que ése es un lugar al que nadie iría.Sólo por el mero hecho de que un vientodesfavorable desvíe una embarcacióhacia las cercanías de Onud, sustripulantes se vuelven histéricos deterror. Pero en realidad nadie sabe lo

Page 817: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que haya allá.El rey de Uruk sintió por primera

vez una punzada de miedo, porque todoslos indicios sugerían que volvía ainternarse en los umbrales de losobrenatural.

 —¿Vas… vas a entregarles umensaje de socorro del emperador? — titubeó Temme.

 —No —repuso Gilgamesh sobre lamarcha—. Tengo que pedirles un favor  para mí.

Calló y reflexionó sobre lasconversaciones que había tenido con Sibacerca de la inmortalidad y de losdioses. Estuvo así un rato hasta quereparó nuevamente en la figura del

Page 818: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hombrecillo, retrepado sobre la borda yque aún no había superado su temor. De pronto ya no lo vio como un enemigo.Llevaban días navegando solos, aisladosen medio de las vastedades marinas y eruta hacia un lugar macabro. Estabaunidos por el miedo y la soledad.

 —¿En qué crees? —preguntó derepente.

El marinero lo miró con expresióde súbito desconcierto y no supo quécontestar. Se quedó con la bocaentreabierta y un interrogante en losojos.

 —¿Cuáles son tus dioses? —aclaróel sumerio.

Temme, sin salir de su aturdimiento,

Page 819: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

emitió una tosecita y dijo: —Tenemos… tenemos muchos, pero

el principal de todos es Lim, el dios delviento sur. Nos trae de nuevo a casacuando singlamos hacia los ricoscaladeros meridionales. Es un dios de laalegría en el que nos regocijamoscuando el trabajo está terminado yvolvemos, con los barcos repletos de pesca, a donde están nuestras familias.Pero hay también un dios malo, cuyonombre no se puede pronunciar, y habitaen el viento del este, que nos separa denuestras costas y se lleva lasembarcaciones mar adentro.

Gilgamesh pensó instintivamente einurta, el dios sumerio del viento sur,

Page 820: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pero nada dijo al respecto, pues no pensaba que Temme hubiera escuchado

amás su nombre. Como Sib, aquelhombre desconocería todo lo relativo alos dioses de Sumer, pero quizáconociera los de Egione.

 —¿Has oído hablar de Shelon, eldueño del rayo? —preguntó.

 —Sí… creo que es el dios supremode la gente del desierto —contestó el pescador—, aquél que les envía lalluvia muy de tarde en tarde y que hacereverdecer sus pobres pastos, permitiendo así que sus cabras engordeun poco. Pero ése es un dios nacional deEgione, y no es adorado en Haffa.

 —Y si mueres —continuó

Page 821: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh—, si tuvieras algún percanceen esa isla… ¿Tienes alguna esperanza?

Temme miró a su interrogador cocreciente desconfianza y sin acabar deentender el objeto de la conversación…¿No sería aquel individuo un dios menor enviado por el poderoso Lim para probar su fe y su piedad?

 —Cuando muera —declaró con voztemblorosa—, mi cuerpo renacerá algúdía en la Isla de los Bienaventurados,que se encuentra más allá de esteocéano. —Se detuvo, pero los ansiososojos de Gilgamesh lo instaron acontinuar—. El mar que la rodea esverdoso y completamente transparente,sin que las tormentas o el viento altere

Page 822: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nunca su quietud, semejante a la de uestanque de gigantescas proporciones.Allí los peces son visibles desde lasmismas embarcaciones, y el solatraviesa el agua de tal manera que sussombras se dibujan en el fondo… Esos peces, bellísimos y enormes, seránuestro alimento. Saldremos a pescarloscon redes de oro en compañía delmismo dios Lim, y a nuestro regresocelebraremos en las soleadas playasfestines como nunca se vieron en elhogar de los mortales. Eso compensarátodo lo que cuesta sacar un solo pez deesta maldita mar salvaje y estéril, quetantas vidas de marineros se cobra todoslos años.

Page 823: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Eso te han dicho tus sacerdotes? —preguntó de nuevo Gilgamesh.

El marinero esbozó una leve sonrisa añadió, aún con nerviosismo:

 —Sí… renaceremos otra vez en esemar maravilloso que surcaremos enaves espléndidas cuyas velas seinflamarán a voluntad, sin necesidad deviento. Eso es lo que nos han prometido. —Se detuvo un instante, como si unasombra atravesara su semblante, yañadió—: Es duro atravesar el trance dela muerte, pero la esperanza en esa vida,donde ni el recuerdo de nuestras mujereso nuestros hijos nos turbará, consuelasiempre al moribundo.

El rey de Uruk quedó pensativo. La

Page 824: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

suave brisa, fugitiva como la vida,alzaba en el aire su cabellera y unosdelfines asomaron sus lomos en el mar.Al fondo se divisaba una zona de nubes bajas, y tenues jirones de neblinaempezaban a rozar las amuras.

 —No sé cuál es tu nombre,extranjero —manifestó inesperadamenteel pescador.

Gilgamesh volvió de nuevo los ojoshacia él. Era un guerrero por los cuatrocostados, pero temblaba en su alma lanecesidad de sosiego, y ese sentimientode humanidad le hacía sentirsehermanado con aquel individuo que lohabía vendido. No se trataba de ninguna bondad especial que lo impulsara a

Page 825: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 perdonar, sino de la respuesta a unaurgencia interior.

 —Mi nombre es Gilgamesh — declaró con voz suave.

Siempre se estaba a tiempo deaprender. Incluso el más miserable delos hombres guardaba en su interior algode sublime que en un momento de svida podría brillar como una estrella.Hasta un truhán nos podría dar unalección de hombría que nos enseñase avivir, pensó Gilgamesh. El pescador deojos saltones que tenía delante era utraidor bastante cobarde que lo hubieramatado sin parpadear el día delincidente en la taberna. Pero en el fondode su alma era un hombre como él, y

Page 826: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

todos los hombres, los héroes y losasesinos, los poetas y los ladrones,tenían un alma parecida que se alegraba por cosas sencillas y temblaba deinquietud ante el misterio de la vida y dela muerte.

El sol desapareció y el bote fueentrando poco a poco en la zona de brumas, al mismo tiempo que Temmecomenzaba a dar muestras de miedo.

 —Ya estamos cerca de la isla — anunció con un hilo de voz.

La brisa había desaparecido y el barco acabó por detenerse en aquel mar extremadamente calmo y rodeado deneblina. Temme sabía que ya no haríafalta las velas y las desaparejó co

Page 827: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

torpes movimientos. Los dos se pusieronuevamente a remar. A1 cabo de unahora entrevieron enormes acantiladosnegros que caían a pico desde una alturade vértigo, hundiéndose como espadasen el mar. Algunas aves marinas volabadespacio delante de ellos, posándose ydespegando de los huecos entre lasgrandes piedras y graznando de manerafantasmal, y de alguna parte llegaba ueco que devolvía el sonido y lo hacíasemejante a una voz de ultratumba.

Evolucionaron sobre el aguaadormecida, buscando un atracadero, pero el lugar parecía estar preparado para no dejar entrar a nadie. Finalmente, penetraron en una suerte de estrecho

Page 828: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fiordo flanqueado por arrecifesmajestuosos, como una grieta practicadaen la roca. El canal se estrechaba poco a poco y sobre sus cabezas el cielo seredujo a una delgada cinta de un grisdesvaído. El agua que surcaban ahoratambién era negra y tenía la quietud dela muerte.

Al fin llegaron a un lugar donde unaenorme losa natural permitía un atraqueen condiciones, y aproaron la nave haciaella. Gilgamesh saltó a tierra firme y fijólas amarras en unos salientes puntiagudos. Cuando miró a Temme, ésteestaba pálido y su rostro era laexpresión misma del horror.

 —¿Qué te ocurre, marinero? —dijo

Page 829: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tratando de imprimir a sus palabras utono jovial.

 —No… No bajaré. No pienso pisar esta tierra maldita —susurró el otro.

Gilgamesh lo pensó fríamente. Elhombre podía morir de miedo si loobligaba a bajar, pero si lo dejaba allí probablemente huyera. Y no se lo podíareprochar.

 —¡Vete! —le dijo, con una frialdadde ánimo que le sorprendió a él mismo —. Sí consigo lo que he venido a buscar, ya no necesitaré barcos, y deotra manera seguramente moriré.

Temme lo miró con los ojosdesencajados. Estaba asombrado ante ladeterminación de aquel personaje, que

Page 830: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

le pareció más que nunca semejante alos dioses.

Gilgamesh desató de nuevo el bote yarrojó los cabos a bordo. Antes dealejarse, el pescador, con un expresivogesto de intriga, preguntó:

 —¿Qué es lo que buscas aquí? —La inmortalidad —contestó

Gilgamesh resueltamente. Después se perdió como una pantera detrás de unosfarallones ciclópeos mientras Temme sequedaba embobado mirando el lugar donde un momento antes había estadoGilgamesh. Nunca más se volverían aver.

Page 831: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

En la roca había una escalinatalabrada y la acometió impetuosamente,aunque con cautela, en una larguísima yextenuante ascensión. Cuando al fisalvó la impresionante altura y accedióa la superficie, pudo contemplar u panorama como el hogar de colosos sinombre. Fúnebre, macilenta, enorme,con algunos árboles muy desigualmenterepartidos y medio secos y sobre todocon grandiosos gálayos y profundasondulaciones que hacían difícil laexploración, así era la superficie de la

Page 832: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

isla. Un relieve como diseñado paraocultar algo, que tendría que recorrer emedio de la neblina, tras el rastro de losmagos del Círculo Rojo.

 Nada a su alrededor hablaba de s presencia. No había edificios, ni ruinas,ni caminos. Solo, a lo lejos, sobre el borde de los acantilados, grandescolonias de aves marinas cuyo parsimonioso vuelo entristecía aún másel ambiente. Pero estaba resuelto a no perder el tiempo y se puso en marcha, buscando altozanos desde los que poder atisbar mejor. Una a una, fue subiendo atodas las elevaciones y oteando elinfinito, pero no vio más que niebla y pájaros blancos. Una intensa y

Page 833: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aterradora soledad parecía habitar aquella isla de contornos grotescos.

Pasó todo el día en esta búsqueda, ycuando anocheció estaba igual que al principio. Encontró un refugio natural ela piedra y encendió un fuego, preparándose para pasar la noche allímismo. Quizá tendría que dejarse ver,llamar la atención de algún modo, ser descubierto en vez de buscar. Era posible que los magos estuvierademasiado ocupados para vigilar cada palmo de la isla, cuya extensión exacta, por cierto, desconocía. Puede que ufuego grande fuera detectado en pocotiempo… Pero tampoco parecíaimprobable que aquéllos a quienes

Page 834: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 buscaba hubieran muerto mucho tiempoatrás, o que todo fuera un simple engañode Zek, trazado por oscuros motivos queno acertaba a comprender. Lo cierto eraque el gordo emperador ya habíaconseguido enemistarle con Ketra y poner nervioso a todo el ejército deEgione con el rumor de la milagrosaayuda que supuestamente iba a poner emarcha.

Pronto se quedó dormido, pero en s primer sueño sintió la sugerentesensación de que se levantaba en mediode un resplandor fosforescente que noera noche ni luz del día y caminaba co paso decidido, como si conociera sdestino de antemano. Anduvo durante u

Page 835: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 buen rato hasta llegar a una arista de laisla donde los acantilados se precipitaban nuevamente hacia el mar.Una aguja de roca sobresalía de entrelas nubes bajas, y sobre ella, comoformando una prolongación natural de la piedra, había una pequeña torre grisáceade cuyo interior brotaba un leveresplandor. Gilgamesh bajó un declive yentró en la niebla hasta llegar al pie deunas nuevas escalinatas de piedra queascendían hasta la torre. Pero cuandointentó subir se encontró de medio amedio con una figura que le interrumpíael paso.

El hombre se cubría con un manto ysu rostro severo era como de mármol.

Page 836: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Los dos se miraron por un instante,mientras entre ambos flotabadesvanecidos jirones de bruma que unaligera brisa comenzó a transportar.

 —¿No me conoces? —dijo elhombre, casi sin mover un músculo de lacara.

Gilgamesh reconoció al fin aquellavoz y también los rasgos de aquel rostroque había visto en una sola ocasión.

 —¡Nusko! —exclamó admirado—.¡El visir de Enlil!

 —Así es, rey de Uruk —replicó eldios— y ahora sube las escalerasconmigo y prepara tu alma para ver loque no ha visto ningún mortal. Perorecuerda esto: No oses pronunciar una

Page 837: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sola palabra, ni hagas gesto alguno, veaslo que veas.

Se dio la vuelta y los dos subierolos fríos escalones tallados. Prontosobrepasaron el nivel de la nube ytraspusieron el umbral de la torre, queera mayor de lo que desde la lejanía lehabía parecido. Bajo un profundosilencio, penetraron en una sala dondeuna mujer y tres hombres estabasentados frente a un hogar encendido.Dos de los hombres se acomodabafrente a un tablero de ajedrez deextrañas figuras, aparentemente muyconcentrados en el juego. La mujer manejaba un cuchillo con el quemodelaba nuevas figuras sobre ramas

Page 838: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

medio secas, en tanto que el tercer hombre echaba al fogón de cuando ecuando las figuras eliminadas del juego.Al fondo se abría una ventana desde laque se divisaba la eterna neblina querodeaba el lugar. Y nada, nada alterabael silencio, salvo el crepitar del fuego, yel movimiento de las piezas de maderasobre el tablero.

Gilgamesh sintió una repentinaopresión al escuchar este último sonido,como si fueran las pisadas de lairrevocable muerte. Mas cuando seacercó un poco más, pudo ver la formahumana de las figuras de madera y seidentificó a sí mismo en una de ellas,sumergida en el juego como las demás,

Page 839: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entre las que reconoció también al poetadel desierto, al rey de los pastores, alemperador, a soldados cuyo rostro habíadivisado alguna vez fugazmente, aalgunos visires de Uruk…

De pronto recordó que tiempo atráshabía soñado con aquella escena de doshombres sombríos jugando al ajedrez eun castillo remoto, y se dio cuenta deque esta vez no soñaba. La impresióque le produjo advertir que estabadespierto casi lo hizo lanzar unaexclamación, pero en última instancia secontuvo.

En aquel momento vio cómo lafigura de Ketra era eliminada del juego  lanzada al fogón, donde en poco

Page 840: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tiempo se convertiría en ceniza. Así queeso era, los dioses estaban jugando coel destino de los mortales. No se atrevíaa mirar a la cara de los jugadores, queno parecían haberse apercibido de s presencia, pero estaba seguro de queeran los grandes dioses y sabía que

inhursag, la diosa de la vida, era lamujer que tallaba rasgos humanos sobrela madera deforme y que era Nergal, elsoberano de los infiernos, quien hacíaarder las figuras que ya no servían. Ecuanto a los que jugaban con las vidasde los hombres, muchas veces los habíamaldecido, pero en aquella hora no seatrevía ni a evocar sus nombres, tantaera su majestad y tan humilde se sintió

Page 841: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ante ellos. Nusko le hizo ademán de que lo

siguiera y juntos ascendieron hasta lasalmenas, desde donde se divisaba todala isla cubierta de nubes a ras de tierra ydonde el cielo era libre y luminoso.

 —Nusko… ¿Son… son en verdadellos? —preguntó con voz febril.

 —No preguntes, Gilgamesh — respondió el visir de Enlil—. Recuerdaque estás soñando y que lo que has vistoes sólo… una alegoría, para que puedashacerte una idea de tu propio y limitado papel en la vida. No olvides nunca quetu existencia está gobernada por losdingir inmortales, que nada puedescontra ellos y que tu destino está

Page 842: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sellado. —Así que estamos condenados al

fuego —murmuró Gilgamesh con vozlastimosa.

 —Continúa con la imagen —replicóusko— y piensa que yo mismo me

encargo de traer ramas de árbol paraque ella talle las figuras, y de esparcir laceniza por toda la isla. La cenizaalimenta la tierra, y de la tierra brotanuevos retoños que un día se convierteen árboles. Esto es todo cuanto se me ha permitido revelarte.

La insinuación de esperanza queentrañaban aquellas palabras a pesar desu buscada ambigüedad, hizo aGilgamesh guardar silencio mientras

Page 843: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

dejaba su mirada vagar entre lasdiáfanas masas de nubes a sus pies.Súbitamente todo le pareció hermoso.Allí arriba brillaba el sol, y las avesmarinas que ocasionalmente escapabahasta aquel radiante empíreo ya no erasemejantes a heraldos de muerte, sinoque, danzando contra el azul, parecían elespíritu mismo de la gracia.

 —Escucha, Gilgamesh —añadió lagrave voz de Nusko—: No vayas aloeste. No siempre puedes contrariar losdeseos y las prohibiciones de losdioses. Ellos te perdonaron todas tusfaltas, aunque la muerte de Huwawa lescausó mucho pesar, y tu actitud en elDesierto Blanco fue intolerable. No

Page 844: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desafíes por más tiempo su fuerza y séun hombre piadoso. No vayas al oeste…Olvida la inmortalidad.

 —¿Y mi padre? —exclamóamargamente Gilgamesh, mientrasvolvía con violencia su rostro hacia elvisir de Enlil—. ¿Dónde está mi padre,Lugalbanda? ¿Qué tiene que decir detodo esto…? ¿Por qué no me protege…?¿Por qué no me habla…? ¿Por qué meengendró para olvidarse de mí?

Las preguntas habían brotado deforma imprevista, como expresión delgran vacío que experimentabaGilgamesh.

 —Sí, ése es tu problema —murmuróusko, declarando después, como si

Page 845: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tuviera que hacer una importanteconfidencia…— Escucha ahora, rey deUruk, y no olvides nada de lo que te voya decir: Los dingir inmortales hadecidido hacerte un regalo. Me ha sidoordenado que recoja pétalos de todas lasflores que crecen en la isla y lasintroduzca en este saquito de cuero queahora te doy. —Nusko sacó una bolsa decuero oscuro y la entregó a Gilgamescon gran solemnidad—. Tómala y no laabras hasta que navegues de regreso aHaffa. Cuando avistes la costa tecerciorarás de que todos los pétalos sehan secado. Entonces toma en tus manosel contenido y espárcelo en el aire.Cuando desembarques, dirígete hacia el

Page 846: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

acantilado de Ghor, donde el regalo delos dioses te estará esperando. Pero noabras la bolsa antes de tener la costa ala vista y, sobre todo, que no escape niun pétalo si no pudieras vencer lacuriosidad y sopla una racha de viento. —Hizo una pausa y continuó—. Losdioses esperan que aceptes este presentecomo una señal de tu reconciliación coellos y yo te aconsejo que lo hagas así.

unca un hijo tan rebelde fue tamimado como tú, pero si perseveras etu actitud, serás destruido.

La conversación había terminado.Lentamente, como en una liturgia, Nuskose volvió y comenzó a descender por lasescaleras, y Gilgamesh tras él. Tomaro

Page 847: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 por una dependencia distinta a la queocupaban los grandes dioses y salierodel edificio, internándose unos pasos ela niebla hasta el lugar donde se habíaencontrado.

 —Una última cosa —dijo de súbitoel rey de Uruk—: Vine aquí con umensaje del emperador de Magoor paraunos magos…

 —Aquí no hay ningún mago, como puedes ver —replicó Nusko sialterarse.

 —¿Entonces…? —murmuróGilgamesh, ansioso por saber más.

 —Hubo unos magos… es cierto — admitió el dios—… y mantuvieron unaalianza con Magoor, pero hace miles de

Page 848: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

años que se marcharon de aquí, y decualquier manera no habrían ayudado aZek, porque es un falso emperador.

 —Pero ¿cómo…? —rezongóGilgamesh ante la inesperadarevelación.

 —Tampoco puedo hablarte de eso —dijo el visir de Enlil—, pero te puedoconfiar que su impostura tiene que ver con el Bosque de los Cedros… Nodesesperes. En su momento conocerástodas las respuestas.

 Nusko se despidió cortésmente yvolvió a la torre, disolviéndose en laniebla. Gilgamesh, más aturdido quenunca ante aquellas últimasinsinuaciones, luchaba por dar hilazón a

Page 849: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los datos que tenía y ordenarlos en uesquema lógico, pero sólo consiguió queel imperio, el Bosque de los Cedros, elCírculo Rojo, la Piedra Resplandeciente todo lo demás bullera una y otra vez e

su cerebro, enturbiándolo hasta ladesesperación.

oooOooo

Caminó instintivamente hacia lasescalinatas que llevaban al pequeño puerto natural donde lo había dejadoTemme. El estrépito de las aves marinas

Page 850: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

volvía a ser desagradable y el paisajegris, y tenía prisa por abandonar ellugar, aunque no sabía cómo lo haría.

De repente, a escasa distancia,apareció ante él un niño. Gilgamesh sesobresaltó como si acabara de ver uespectro, y el niño mucho más. Teníaunos once años y lo miraba con susenormes ojos negros, sin atreverse amover un dedo.

 —¿Quién eres? —preguntóGilgamesh.

 —Me llamo Dorxemme —dijo elmuchacho, después de un considerableesfuerzo.

 —¿Y qué haces aquí? —añadióGilgamesh.

Page 851: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No lo sé muy bien —replicóDorxemme—. Estaba pescando en la bahía de Amur, hace unos días, cuandoun viento repentino hinchó las velas y noha cesado hasta traerme aquí… ¿Eres — añadió, con una inflexión de la voz—…eres un mago o un gigante…?

 —No —declaró el sumerio—, nosoy nada de eso. Pero llévame a dondedejaste tu barco y vayámonos de aquí.

 —Es que… todo esto es muy extraño —observó el niño—. Ese viento sóloinflamó mis velas, aunque había muchosotros botes cerca de mí. Me asustémucho cuando vi que me traíadirectamente hacia aquí, porque mis padres me han enseñado que en esta isla

Page 852: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hay fantasmas y magos. Pero después de poco tiempo me quedé dormido ysoñé… soñé que Lim, el dios del vientosur, que domina sobre todos los demás,me decía al oído que no me asustara porque él me protegería de losfantasmas. Que debía entrar en u pequeño fiordo oscuro que vi en misueño con mis propios ojos, y atracar laembarcación en una piedra plana que vitambién. Obedecí, y llegué a los lugaresde mi sueño pero ahora no sé que hacer.

 —Entonces. —Dedujo Gilgamesh,maravillado de los designios de losdioses—, has sido enviado arescatarme… pero ¿no te has cruzadocon una embarcación de dos palos que

Page 853: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

volvía de la isla? —No lo sé, iba durmiendo —replicó

Dorxemme.Cada nuevo acontecimiento

embrollaba aún más la mente deGilgamesh, por lo que resolvió no pensar más hasta estar bien lejos deaquella isla donde la sombra de ladivinidad planeaba sobre él.

Encontraron las escalinatas de piedra en el desfiladero y descendierohasta donde estaba atracado el pequeño bote de un solo palo, prácticamenteinútil más que para el uso inocuo de la pesca en las aguas interiores de la bahía.Gilgamesh tomó los remos y los manejócon vigor, conduciendo poco a poco el

Page 854: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cascarón fuera de aquella garganta deroca negra y después los grandesacantilados fueron quedando cada vezmás lejos a su espalda, hasta que seencontraron con la luz y con el viento,aparejaron las velas y la isla de Onud,con su blanco vestido de misterio, se perdió felizmente de su vista.

Fue mientras la embarcaciósinglaba cómodamente rumbo al este,cuando Gilgamesh volvió a discurrir sobre todo lo que le había contado elniño.

 —Tienes que haberte cruzado con él —pensó en voz alta—, y si tú dormías,al menos él te habría visto a ti. Apenassalió ayer…

Page 855: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿De quién hablas? —preguntó elmuchacho.

 —De un pescador de Amur llamadoTemme. Fue quien me trajo aquí con s barco —aclaró Gilgamesh.

 —¿Temme… Temme has dicho? — inquirió el pequeño, como saboreandola palabra en sus labios.

 —¿Lo conoces? —preguntóGilgamesh.

 —No, no… —murmuró el niñodistraídamente—, es sólo que mi abuelose llamaba así.

Dorxemme calló durante un buerato, pero en todo el tiempo no dejó devigilar furtivamente a su acompañante y parecía muy agitado. Muchas veces

Page 856: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

intentó hablar, pero él mismo se detenía,como si quisiera abordar un temadelicado pero no se atreviera.

 —¿Qué te ocurre, qué quieres saber? —preguntó Gilgamesh, advirtiendo sustitubeos.

 —Sólo quería preguntarte si eres…un enviado de los magos para ayudar alos rebeldes —inquirió el niño, con graesfuerzo.

 —No, no soy ningún enviado… pero¿a qué rebeldes te refieres? —preguntóel intrigado Gilgamesh.

 —A los que luchan por laresurrección de Magoor, naturalmente —declaró Dorxemme, como si la cosafuera evidente.

Page 857: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Cómo? —exclamó Gilgamesh—.¿Es que el imperio ya ha caído en poder de Egione?

El niño lo miró de hito en hito yrespondió con el asombro dibujado esu rostro.

 —Eso ocurrió… hace treinta años.El rey de Uruk empalideció

súbitamente y un sudor frío bañó todo scuerpo. Forzosamente tenía que ser una broma, un sueño, una mentira… Sólohabía pasado un día en la isla de Onud.Quizá aún estaba durmiendo en elrefugio rocoso, al calor del fuego, ysoñaba con aquel niño de ojos negros,con el mar impetuoso y con un vientofavorable que lo devolvía a tierra firme

Page 858: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 a la realidad. —¡Tú eres el Guerrero Triste! — 

chilló de pronto el niño, libre de todassus dudas—. ¡Gilgamesh, el mensajerode Magoor que nunca volvió! ¡Aquél alque mi abuelo, en su juventud, transportóa la isla de los magos!

Gilgamesh lo miró con ojosdesorbitados, incapaz de creer lo queoía.

 —Egione triunfó un año después detu desaparición, y el nuevo emperador se convirtió en un tirano mucho peor queel mismo Zek. Todo el imperio tenía laesperanza puesta en la antigua alianzacon los magos del Círculo Rojo, y en umisterioso guerrero que había sido

Page 859: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encargado de renovarla y de acudir a laisla de Onud con un mensaje de socorro.Este guerrero atravesó una tras otras laslíneas del ejército invasor, y se abrió paso hasta Amur sin la ayuda de nadie porque era invencible. En Amur mató aun soldado escogido del rey Ketra de usolo golpe de espada y se embarcó comi abuelo hacia la isla. Eesti resistió ulargo año sin perder la esperanza en elmensajero, pero la ayuda no llegó ysucumbió al fin… Aquel guerrerofabuloso se llamaba Gilgamesh, pero elas leyendas aparece nombrado como elGuerrero Triste, porque triste era ssemblante, como si las victorias no leimportaran, como si un fantasma del

Page 860: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pasado le royera las entrañas. Mataba asus enemigos sin inmutarse y seguíaadelante con indiferencia. —Hizo una pausa, como para tomarse un respiro yobservar mejor la reacción de sinterlocutor, y luego continuó—… Diceque poseía una espada mágica que podíaatravesar la piedra, y que la perdió en lafortaleza de Urd. Ketra la capturó eintentó apropiarse de ella, pero laespada estaba hundida en un bloque de piedra y ni él ni el más fuerte de sushombres lograron extraerla. CuandoAesthi fue conquistada, se la trasladóallí, donde muchos hombres se presentaron para extraerla de la roca siconseguirlo. Como era la espada del

Page 861: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Guerrero Triste, el pueblo sometido dioen pensar qué aquél que realizara la proeza de extraerla sería capaz deconducir a Magoor a un levantamientogeneral, y el nuevo emperador alentósecretamente esta idea porque sabía quenadie más que su dueño podría hacerlo,  los continuos fracasos hundirían la

moral de los vencidos. Se presentarootros muchos, y aún se presentan,asegurando que son el mismo Gilgamesque ha regresado. El emperador se ríe ylos deja probar. Sólo consiguen hacer elridículo… Pero todo eso ha terminado, porque tú eres Gilgamesh, el que echarálos tiranos del país de los lagos. Ecuanto recuperes tu espada, todo el

Page 862: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pueblo se sublevará. —¿Qué… qué fue lo que ocurrió co

Ketra? —preguntó Gilgamesh, comohipnotizado ante un discurso tavibrante, desconcertado ante elrepentino protagonismo que adquiría ela historia de los dos países.

 —Tuvo la muerte de un guerrero, ytambién se convirtió en leyenda entre lossuyos —respondió el niño—. Condujovictoriosamente a sus tropas por todo elimperio y dirigió con maestría el sitiode la capital. Sin embargo, estabaescrito que él no entraría en Aesthi y unaflecha lanzada por la espalda lo mató.Probablemente Zek envió durante lanoche a algún asesino al campo

Page 863: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enemigo. Pero Ketra, vivo o muerto, aúiba a ganar la última batalla. Susgenerales mantuvieron su muerte esecreto y al día siguiente lo vistierocon su armadura de guerra y le calarosu yelmo. Lo ataron a su caballo y lolanzaron al combate al frente a un grupode cuatrocientos Lobos Grises. Ketraaterrorizaba a los de Magoor y cuandoéstos vieron que los impactos de laslanzas no hacían mella en él, creyeroque se había hecho invulnerable y aquelataque se convirtió en el definitivo. Elrey de Egione fue el primero en entrar eEesti, aunque sus ojos ya no veían.

La profecía se había cumplido, pensó Gilgamesh, pues fue esta muerte

Page 864: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

heroica la noticia que había escuchadoaquel lejano día, cuando el vientosoplaba en la Ciudad de los Murmullos.

 —Su cuerpo fue abandonado en loalto de una torre, según las costumbresde su pueblo —continuó el niño sidisimular su excitación—. La torre seconstruyó para él en el corazón deldesierto, sobre una colina desde la cualse dominan unas ruinas antiguas. Cuandosus huesos estuvieron limpios, fueroenterrados al pie de esas ruinas, que parecían tener una significación especial para él. Pero parece que su dios noquiso admitirlo aún en el paraíso, porque su pueblo aún lo necesitaba y nose había hecho a la idea de su ausencia.

Page 865: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Por lo tanto, su alma se convirtió eáguila que vigila todo el territorio desdelas alturas, como un centinela permanente que guardará siempre a loshijos de Egione de las invasionesenemigas.

Finalmente, Gilgamesh hizo la pregunta que él mismo temía formular.

 —¿Quién es el tirano? —murmuró. —Sib, el hijo de Ketra —afirmó el

niño. No podía ser cierto. Todo cuanto le

estaba ocurriendo, todo cuantoescuchaba, le producía una insuperablesensación de irrealidad, pero eraimposible que el poeta de las arenasdoradas, aquél que no admitía ninguna

Page 866: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

autoridad y lloraba por la libertad perdida de su pueblo, se hubieratransformado en un opresor.

Gilgamesh miró a su pequeñoacompañante. Había algo en su rostroque recordaba, en efecto, aquel otroturbulento y asustado, de ojosdesorbitados y barba desarreglada, elsemblante del pescador que le habíagolpeado la cabeza contra una mesa deroble hacía una semana, o quizá hacíatreinta años.

 —¿Cómo murió tu abuelo? —  preguntó de pronto.

 —Se lo llevó la mar. —El niño seinterrumpió, como si recordase algo, yun instante después continuó, con la

Page 867: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fascinación escrita en sus pupilasóvenes—: Ahora estará con el señor de

todos los vientos en la Isla de losBienaventurados. Algún día iré allí areunirme con él y pescaremos juntos otravez.

 —Eso es —musitó Gilgamesh parasí mismo, mientras miraba al infinito couna sonrisa melancólica en los labios.

oooOooo

El viento no varió durante toda lasingladura. Como si una mano divina

Page 868: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

interviniera, sopló constantemente de popa impulsando la embarcación a gravelocidad y haciendo que las costas deHaffa fueran avistadas muy pronto, a lamañana siguiente.

Sólo entonces Gilgamesh recordó elsaquito que le había entregado el visir de Enlil. Lo tomó en sus manos y loestudió con la mirada preguntándose quése encerraría dentro, qué objeto podríaconsiderar los dioses que sería ta precioso para que él abandonara la búsqueda de la inmortalidad por gozarlo. Abrió la bolsadescuidadamente, pero entonces soplóuna racha inesperada de viento y uenorme pétalo rojo voló en el aire.

Page 869: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh lo vio danzar durante uinstante, para luego precipitarse al mar yser arrollado por la quilla. Aquello probablemente habría roto el hechizo, sies que había alguno, pero no le importódemasiado porque desconfiaba de losregalos de los dioses y sospechaba uengaño.

Se puso en pie y arrojó al aire coindolencia el contenido del saco. Almomento decenas de pétalos de todos locolores se perdieron hacia la costa,impulsados por una suave brisa, y pronto los perdió de vista y se olvidó deellos, para volver a reflexionar sobre snueva situación.

Se había convertido en un náufrago

Page 870: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del tiempo, a la manera de aquelloscautivos en la piedra a los que Enkidu yél libraron hacía ya mucho tiempo, a lasombra de las Siete Colinas. Carecía deamigos aún más que antes y ni tasiquiera podía contar con el consuelodel viejo Kei, ni se podía considerar yael rey de Uruk. Quién sabe los cambiosque la ciudad de amplios mercadoshabría sufrido en aquellos años.

i-Dada, la reina de las rameras, casisería una anciana, y sobre la tumba deEnkidu quizá habría nacido un frondosoárbol. Pero a fin de cuentas, pensó, todoesto no hacía más que darle libertad para buscar el Nisir.

 —¡Mira! —exclamó el niño de

Page 871: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pronto—. ¡Mira allá!En un punto de la costa, ya

considerablemente cercana, se veía udestello irregular. Gilgamesh forzó lavista cuanto pudo, pero fue inútil. Sóloacertó a distinguir un acantilado de rocaclara cuyo borde parecía cubierto dehierba abundante.

 —¿Qué lugar es ése? —preguntó elsumerio, sobrecogido ante lo quesospechaba y sin apartar la mirada del brillo plateado.

 —Es el acantilado de Ghor — replicó el niño.

Page 872: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO XI

«No soy desconocido a la

diosa que mezcla una dulce

amargura con las penas del 

amor».

Cátulo

La dama púrpura

Gilgamesh estaba emocionado cuando el bote entró en las aguas remansadas de la bahía de Amur y contempló de nuevo lasedificaciones del muelle que habíadejado treinta años atrás. No habíacambiado mucho. El pueblo había

Page 873: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

crecido moderadamente, ocupando lafalda de una colina que se extendía u poco hacia el este, y había algunas casasde nueva factura en la humilde zona portuaria. El muelle estaba remozado.Pero eso era todo. Los mismos pescadores andrajosos de hombrostostados por el sol reparaban sus redescomo si nada más existiera en el mundo.La misma gente hecha a vivir en el mar entraba y salía de la ensenada en pobresnaves cargadas de aparejos. Era un lugar somnoliento donde treinta años norepresentaban gran cosa. Se habían vistounos a otros envejecer y muchos habíamuerto, pero sus hijos volvían a romper el agua con las quillas de sus barcos y la

Page 874: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

canción de la vida no se interrumpía.En el embarcadero aguardaba una

mujer. Había permanecido allí durantedías, oteando el horizonte en busca de shijo perdido en la mar, como ya habíahecho antes muchas otras madres hastaquebrar su esperanza y dejar que laresignación desmantelara su ánimo. Peroésta se aferraba al frágil maderamen delembarcadero sin dar descanso a susojos. La mar ya se había tragado a s padre, Temme, y si a su hijo le ocurríalo mismo su rencor sería eterno.

Pero reconoció el bote de un solo palo en el que viajaba el sonrienteDorxemme acompañado de un hombrede figura gallarda y rostro triste, y

Page 875: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entonces su alegría estalló y setransformó en gritos de júbilo queatrajeron la atención de los quereparaban redes, de aquéllos que u poco más allá desembarcaban las cajasde pescado y de los pequeños artesanosestablecidos en la explanada del puerto, porque su hijo era devuelto por uocéano implacable y misterioso.

Al fin la embarcación llegó junto aella y el niño saltó a tierra y abrazó a smadre. Un numeroso grupo se habíareunido en torno a ésta y la gente mirabaa Gilgamesh con suspicacia. Éste tratóde pasar desapercibido y deslizarsediscretamente, pero en ese momento elvehemente Dorxemme gritó:

Page 876: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Es el Guerrero Triste! ¡EsGilgamesh, que ha regresado de la islade Onud para luchar al lado de Magoor  expulsar a los invasores!

Las miradas de admiración seclavaron en él como espadas y no supoqué decir. Más y más curiosos acudíaal lugar y lo examinaban como un animalexótico de los que se exhiben en lasferias. Entretanto, el chico no dejaba dedar explicaciones acerca de él y decómo lo encontró en la isla de losmagos. Pero en aquel instante laimaginación de Gilgamesh estaba muylejos de las guerras de los hombres, delas invasiones o de los levantamientos.Por eso sólo habló para procurarse u

Page 877: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

caballo y en cuanto pudo cambiar lasinseguras bancadas del bote por su lomovigoroso, se sintió mejor y, sin mirar atrás, sin escuchar los vítores que la pequeña multitud le dirigía, cabalgó sidescanso hacia el acantilado de Ghor.

oooOooo

Éste era un paraje intensamenteverde, como una leve ondulación quecrecía poco a poco hasta quebrarsesúbitamente y hundirse hasta el mar. Uviento salvaje batía el lugar y sobre la

Page 878: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

espuma de las olas que rompían a su piese mantenían como inmóviles algunasgaviotas.

Y sobre la cima había alguietambién inmóvil, un jinete sobre ucaballo negro brillante, de aspectosorprendentemente ágil. Pero cuando elrey enemigo de los dioses se acercó al personaje, quedó mudo de emoción, porque era una mujer de conmovedora belleza, la criatura con el rostro más perfecto que nunca viera. Se cubría couna túnica roja y su pectoral dorado eralo que había visto destellar desde elmar. Su pelo era negro, oculto en parte por la túnica, y sus ojos verde pálido.Toda la luz del mundo parecía haberse

Page 879: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

refugiado en aquellos ojos que lomiraban serenamente, y Gilgamesh sintióque cada gota de su sangre seincorporaba de emoción, como udiminuto ser vivo, y agitaba sus brazosen el aire para abrazar a la muchacha.Porque era imposible no enamorarse deella.

Durante un tiempo indefinible semiraron. Gilgamesh le dirigió una tímidasonrisa y sintió en su pecho una vagaintimidad sin palabras. En algún lugar del mundo caía la tarde y el sol brillabasobre el dosel de nubes, salpicando srostro de luz dorada. En el aire, eltrueno del mar era semejante a unaconmoción lejana y los agudos gritos de

Page 880: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

las gaviotas parecían llegar de un mundosueños, porque allí, entre ellos, todo erasilencio y el rey hereje de corazóatormentado sintió que los muros de scorazón se derrumbaban y vivió comotoda una existencia aquel simple instantede vida que ni el tiempo más celoso podría arrebatar.

Algo le dio fuerzas y preguntó al fin: —¿Cuál es tu nombre? —No tengo ninguno —respondió la

mujer, con voz argentina—… tú has dedármelo.

Entonces pesó en el alma deGilgamesh aquello que buscaba y, sobrela hierba de Ghor, volvió a concebir unadecisión de rebeldía interior. Ahora

Page 881: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

carecía de raíces, como si acabara denacer, y debía permanecer libre paraalcanzar el Nisir. Si Nusko le había pedido que abandonara sus pesquisas, silos dioses le ofrecían el regalo de aquelser resplandeciente para torcer scamino, es que había una razón para pensar en el triunfo final, que tenía una posibilidad y no debía aceptar elsoborno. Por eso se sobrepuso a todo y,sintiendo que algo se quebraba en sinterior, añadió:

 —Entonces te llamará Issmir, que ela lengua de Magoor significa olvido, porque no te puedo tomar. Te deseo unavida muy feliz entre los hombres.

Hizo un ademán de marcharse si

Page 882: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esperar respuesta, pero ella lo detuvo. —Aguarda —dijo fríamente— y

escucha algo: Nusko te avisó de que no perdieras ni un solo pétalo de los que teentregó en una bolsa. Fui creada cotodas las virtudes, perfecta en cuerpo ymente. Pero la virtud más importante detodas, el amor que debía sentir por ti,era aquel pétalo que dejaste marchar yque sucumbió bajo tu barco. Con él me perdiste, y no creas que ahora eres túquien me rechazas, porque no sientonada por ti.

Y, volviendo grupas, huyó al galopecolina abajo hasta perderse tras losárboles del declive. Gilgamesh volvió aescuchar tal como eran el rugido del mar 

Page 883: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

  los graznidos de las gaviotas y,mientras veía desaparecer a la dulcemuchacha, lo ahogó una mezcla deorgullo herido y sensación deculpabilidad por dejar aquella criatura,creada sólo para él, indefensa ante elmundo[70].

Junto a ello, la belleza de la joven ledolía profundamente. Pero ¿Qué era la belleza pasajera, la juventud fugitiva, ecomparación del alimento de eternidadque había de paladear en el Nisir? Picóespuelas y cabalgó, pues, sin saber adónde.

Page 884: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Pero sus pasos lo encaminaron a lacapital de Magoor. No podía resistir latentación de acudir en busca de santiguo amigo Sib, el poeta que noadmitía la autoridad y buscaba la belleza, enamorado de una idea lejana,de una mujer misteriosa que habitaba u palacio bajo el mar.

Largo fue su camino hacia Aesthi decúpulas doradas, y en cada recodo hubode luchar contra los hombres de Egione  de Magoor, que ahora formaban el

mismo ejército. Porque la noticia de s

Page 885: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

regreso, semejante a un milagro delcielo, se había propagado por la tierrade los lagos más velozmente de lo quecabalgaban los cascos de su corcel y losresistentes de corazón aguerrido losaludaban con vítores por todas partes,robándole la discreción que hubiera preferido.

Y he aquí que, según llegaba a lasmurallas de la brillante Aesthi, loscaminos estaban más vigilados y losdelatores eran más numerosos, y ya nose sintió seguro, pues no podría acabar con todo un ejército. Por tanto, hubo derecurrir a la sencilla estratagema detomar el uniforme de uno de lossoldados abatidos y enfundárselo,

Page 886: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tratando de enmascarar su identidadhasta llegar junto al emperador.

Le intrigaba la reacción que éstetendría al verle. En el fondo de todoaquello yacía un malentendido, puesKetra, el guerrero místico al queadmiraba y había confiado su amistad,había muerto en la amarga convicción deque lo había traicionado, y la sombra deesa sospecha, que aún podía pasar por la mente de Sib, le dolía como unaherida abierta que no puede curar y lehacía sentir la urgencia de reencontrar asu antiguo amigo y aclarar las cosas.

Junto a ello, necesitaba convencersede que eran falsos o exagerados losrumores que instilan en que se había

Page 887: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

convertido en un tirano. Sib no podíaserlo. Pertenecía a la estirpe de los puros y sus convicciones eran muy otras.Su amor por la libertad, su aversión por la prepotencia, su repugnancia inclusohacia la idea misma de autoridad,formaban su carácter y eran inseparablesde la idea que tenía de él. Tendrían quemantener una conversación, una extrañaconversación cuando para uno habíatranscurrido treinta años y para el otrono más que unas semanas. En ella seregocijarían otra vez y acabarían con losfantasmas del pasado.

En esto pensaba cuando divisó ucentelleo de bronce. Era la gran torredel palacio imperial. A sus pies, las

Page 888: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

murallas, la ciudad entera, se extendíamajestuosa y potente, como un sueño. Lacapital de un imperio fabuloso, el rincódesde el que se gobernaba una gra parte del mundo, se desplegaba ante élcomo un pájaro gigantesco que abre susalas doradas.

Cruzó las puertas sin contratiempos.Los guardias esperaban a un gigantefuribundo que quizás tratara de abrirse paso a golpe de espada, y no repararoen él más de la cuenta. Cabalgó parsimoniosamente por las ampliasavenidas que conducían a la sede del poder, y entretanto percibió el pesar elos rostros de la gente. Pequeños signosde opresión aparecían a cada momento.

Page 889: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Grandes contingentes de policíaciudadana, ataviados con túnicas negras  turbantes rojos, patrullaban por todos

lados. Sus miradas felinas carecían defisuras y sus semblantes denunciabaclaramente la raza del desierto. En cadaesquina, los de piel clara huían de losmorenos, desviaban su mirada frente a lade ellos o los vigilaban con temor.Gilgamesh también tenía la tez oscura ysu estampa a caballo era terrible eimponía igualmente un respeto insano yexcesivo.

Después de un rato llegó a la sombradel voluminoso palacio de mármol blanco. Frente al mismo y sobre u pequeño pedestal, había sido instalada

Page 890: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la espada mágica, aún incrustada en elsillar de piedra. Cuatro marcialessoldados la custodiaban, para cuidar quelos intentos de extraerla, respetando lacostumbre, se hicieran sólo edeterminados días, como una especie decelebración. Sib lo permitía porquecada fracaso minaba más y más lavoluntad de resistencia del pueblodominado y en aquellas ocasiones seasomaba al balcón principal y presenciaba el espectáculo entredivertido y melancólico.

Muy próximo a la espada se hallabael cementerio de los poetas. Habíacambiado muy poco. Sus lápidas medio borradas eran las mismas y se

Page 891: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inclinaban pesadamente sobre el suelocubierto de hojas muertas, tal y como lashabía visto la última vez. Losalrededores del recinto estabaguarnecidos por soldados y al fondo,internado en el bosque de cenotafioscubiertos de musgo, se movía una figuraencorvada y de aspecto triste. Parecíameditar solitariamente entre los poetasmuertos y Gilgamesh supo que aquél noera otro más que el emperador.

Trató de acercarse, pero losguardianes le cerraron el paso,empezando a sospechar de sus miradasexcesivamente fijas en la espadaescarlata y en su soberano. Éste aún nohabía advertido la presencia del

Page 892: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

visitante. Estaba abstraído, quizá soñabacon el color puro de las dunas al sur deParnu, o con la Ciudad de losMurmullos, sepultada por una niebla desiglos. Quizás escuchaba las silenciosasvoces de aquéllos cuyos huesosdescansaban a sus pies y se adormecíaen versos mudos que llegaran flotandoentre la hojarasca.

Sí, era su amigo, el poeta, el eternovagabundo de las arenas. Estaba un pocoenvejecido, pero su alma seguía persiguiendo la belleza como entonces.

 —¡Sib! —gritó para llamar satención, e inmediatamente losmiembros de la guardia se removieron,inquietos. El emperador se volvió y

Page 893: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

clavó en él sus envejecidos ojos. Teníaunos cincuenta años y se había dejadocrecer una barba que ya encanecía. Sfrente acusaba el paso de los años, perosu expresión era, o Gilgamesh así locreyó, la misma de siempre, sóloalterada por la emoción del encuentro.

Sib caminó unos metros hasta él yordenó a los soldados que lo dejara pasar. Gilgamesh se internó en el lugar sagrado y los dos amigos seencontraron. Pero antes de abrazarlo ode estrechar su mano, el emperador,mirándolo de arriba a abajo, murmuró,lleno de admiración:

 —¡Hallaste la inmortalidad…! —No —respondió el otro con voz

Page 894: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

suave—… no es eso. La juventud queahora ves en mí obedece a otrosmotivos. Visité… a los grandes dioses,aquéllos que deciden el destino…estuve junto a ellos y los vi con misojos. Eso cambió mi tiempo de algunamanera que aún no he podidocomprender.

 —¿Por qué has vuelto? —preguntóSib fríamente.

Gilgamesh se puso en guardia antesu actitud lejanamente hostil.

 —Vine a buscarte… —dijo cocautela—, necesitaba aclarar las cosasentre nosotros, entre Egione y yo, porquehe oído que se me considera un traidor atu padre, y eso es una falsedad. Y

Page 895: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

también quería verte para desmentir loque dicen de ti.

Sib no contestó de inmediato. Miróal suelo, donde los insectosdeambulaban ente la hierba, y a sguardia personal, que no dejaba devigilar al extraño. Después, volvió losojos a su antiguo amigo y dijo corigidez:

 —Supongo que también querrás tespada…

 —Naturalmente —replicóGilgamesh, que no llegaba a entender lasreticencias de su camarada.

 —Escucha… aún somos amigos — añadió el emperador—, pero si te llevasesa espada el pueblo de Magoor se

Page 896: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sublevará. Toda la nación se levantará ynuestra situación, aunque siempretriunfaremos, puede hacerse muycomprometida… La población, sea por un malentendido, como afirmas, odebido a una genial estratagema de Zek,te considera el talismán viviente de srebelión.

 —¡Qué absurdo es eso! —atajóGilgamesh—. ¡Sabes que lo único queme importa es mi viaje! ¡Nada me une aesta sociedad decadente!

Sib sonrió con ironía y volvió amirar a los soldados de la guardiamientras con el pie daba golpecitosdistraídos a una rama seca. Parecíasentirse en un plano infinitamente

Page 897: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

superior a Gilgamesh, no sólo en años,sino también en sabiduría y dominio dela situación. El paso del tiempo parecíahaber quebrado el entendimiento que unavez hubo entre ambos.

 —Gilgamesh… Gilgamesh —repitiócondescendientemente, como un padreque tiene que reprender a su hijo, pero busca otros caminos para hacerseentender—. ¿Crees que estás solo en elmundo? ¿No te das cuenta de que lavoluntad de los demás conforma tu vida,lo mismo que la mía? El destino hatrenzado sus hilos y te ha convertido eel héroe liberador de un pueblo al queno conoces, al que incluso dicesdespreciar. Lo quieras o no, habrás de

Page 898: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trocar tu sueño de inmortalidad por lailusión de decenas de miles de almasque se sienten esclavas.

Esto sobresaltó al rey de Uruk, quiede pronto evocó el tablero sobre el cuallos grandes dioses decidían el destino asu capricho. Quizá ellos habíadispuesto que las cosas discurrieran así, para retenerlo, y disfrazasen su altadecisión con simples motivacioneshumanas. Y de repente se sintió atado alsueño de libertad de la gente del país delos lagos, tal y como decía Sib, pero laidea le hizo sentirse esclavo a su vez.

 —¿Y tú? —replicó, con un fondo derencor en la voz—. ¿Qué te ha hechocambiar, cuando tanto odiabas la

Page 899: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 prepotencia de tu padre? ¿Por qué nodejas en paz a la gente de Magoor?

El emperador volvió a sonreír demanera exasperante.

 —Mi amigo, mi querido amigo — empezó a decir, pero su voz no resultabacordial—. Me ocurre lo que a ti. Ya tedije una vez que el camino de laorganización militar de Egione y el de laconquista de Magoor, eran caminos siregreso. Que no era mi potestad, aunquellegara a suceder a mi padre, cambiar las cosas, ya que los visires, losgenerales, ciertos comerciantes queresultaban beneficiados, nunca lo permitirían. Estoy envuelto —añadiócon falsa congoja—, en un círculo que

Page 900: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

constantemente se cierra. La rebeldía deun sector de la población me obliga aser duro… y mi dureza engendra nuevasmuestras de rebeldía. —Calló, como para recapacitar, y añadió al fin—: Erealidad me ha sorprendido esta gente.Pensé que serían mucho más mansos.

Todo estaba perdido. Aquel hombreno era el que había despedido aGilgamesh en Hab Halil, la cascada dehielo al pie del valle de Urd. Se habíaconvertido en un gobernante cruel que para mantener su imperio sería capaz decualquier iniquidad. Escrutóinsistentemente sus ojos, tratando dehallar en el fondo algo de aquél queantaño soñaba con imposibles, pero sólo

Page 901: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encontró distancia y desapego. Ydemasiada dignidad imperial.

 —Además —volvió a hablar Sib—,he consultado un oráculo que me haconfirmado las palabras de algunossacerdotes de Magoor. Parece quedespués del cambio de dinastía queaconteció hace unos mil años, más omenos por estas fechas debía ocurrir unanueva sucesión, y una dinastía renovada  poderosa devolvería al país sus

glorias pasadas, sin que sus ejércitossufrieran una sola derrota. Como ves,todo cuanto ocurre estaba escrito, y elfuturo de Magoor bajo mi mando es brillante. Por lo tanto, si te opones a mí, perecerás…

Page 902: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Por qué has de empeñarte everme como a un enemigo! —estallóGilgamesh, cansado de tantorazonamiento vacío, tratandoimposiblemente de superar el asco quesentía ante el cambio experimentado por Sib.

 —No… No —respondió ésteaparentando mansedumbre—. Sólo tratode convencerte de que no lo seas…

 —¡Está bien! —exclamó Gilgames —. Veo que te preocupa tu imperio y quenada tengo que hacer aquí. Ahora tomarémi espada y me marcharé para siempre.

 —Gilgamesh —susurró elemperador en el último momento,cuando su amigo ya se alejaba—… Si

Page 903: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encontraras a esa mujer… a esa mujer que canta bajo el mar…

Un destello de lo que había sido sesobreponía por fin al hombre de Estado.El poeta de veinte años parecíaincorporarse de nuevo de la sepultura ela que el tiempo lo había encerrado.Pero era como un recuerdo de juventud,un vago recuerdo que no hizo aGilgamesh detenerse ni contestar. Dejó asu antiguo amigo clavado en tierra, coun último brillo de adolescencia en sus pupilas, pero sin dejar que las murallasde piedra de su ambición fueracruzadas por el hálito indefenso de unaantigua amistad.

Franqueó la línea de guardianes, a

Page 904: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

los que Sib hizo una señal para que lodejaran pasar, y llegó en un par dezancadas hasta lo alto del pedestaldonde se encontraba la espada. Algunos paseantes presenciaron la escena,extrañados de que aquel sujeto realizarasu intento sin sujeción a horarios ni a permisos imperiales y sin anuncio previo de los pregoneros, como erahabitual. Y lo que vieron los dejó sihabla. El individuo, que vestía uniformede soldado imperial, tomó laempuñadura y tiró de ella, extrayéndolalimpiamente[71].

 No hubo ningún vítor, ni de loscircunstantes ni del guerrero mismo, pero una radiante expresión acudió a sus

Page 905: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rostros. Gilgamesh miró al emperador  por última vez. Éste no se movió. Puedeque un debilitado pero aún persistentesentimiento de lealtad le impidieselanzar a los guardias contra él, o quizásu fe en el oráculo le hacía refractario alos temores.

Sea como fuere, el rey de Uruk saltóa su caballo y, ocultando la espada bajosu capa para burlar tanto a los patriotascomo a los soldados, se dirigió denuevo hacia las puertas de Aesthievitando apresurarse. Entretanto, laexcitada concurrencia desaparecíadiscretamente en dirección a todos losrincones de la ciudad, donde losconspiradores aguardaban, desde los

Page 906: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hechos de Amur, la señal de que la horadefinitiva había llegado.

Pero todo eso era indiferente al reyenemigo de los dioses en comparaciócon su desengaño al comprobar que lafirmeza de ideas en la que confiaba noera más que humo, aunque al mismotiempo se preguntó qué cambios no podrían ocurrir en su propio interior etreinta años. De cualquier manera, susataduras con aquella tierra estabadefinitivamente cercenadas. No leimportaba mucho la causa de losrebeldes, ni lucharía por devolver altrono de marfil a otro individuoregordete semejante a Zek. Era hora dereemprender su viaje al monte Nisir.

Page 907: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Sin embargo, algo le hizo temblar.Antes de salir de la ciudad, se cruzó coun cortejo de soldados y nobles que parecían dar escolta a una mujer envuelta en una túnica roja. Reparó esu belleza extraordinaria, pero cuandose acercó un poco más la sangre parecióhelársele en las venas, pues aquélla erala misma Issmir, que desde el acantiladode Ghor parecía haber seguido su mismocamino hacia Aesthi.

Sus miradas se cruzaron por uinstante y en la de ella sólo descubrióuna desoladora indiferencia. Pronto pasó de largo y Gilgamesh, boquiabierto, interrogó a uno de losviandantes que, como él, se había

Page 908: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

apartado para dejar paso a la comitiva.El hombre, después de echarle una

ojeada y advertir que se trataba de uforastero, quizá un rudo soldadodestinado en la frontera que aún nohabía visitado la capital, contestó:

 —¿Ves a ese hombre de la cararedonda y lleno de sortijas? —señalabaa un personaje vestido con ropajessuntuosos, que parecía presidir la procesión—. Es Zarek, el hijo de Zek,que, como se sabe, desempeña el papelde consejero privado del emperador. Lamujer es una desconocida queencontraron sus hombres en los campos.La ha hecho su esclava y ahora va aofrecérsela a Sib como concubina…

Page 909: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¡Quién sabe, incluso puede hacerla sesposa y se convertiría en emperatriz!

 —¿Qué ocurrirá si el emperador larechazara? —preguntó Gilgamesh,sintiendo una punzada de despecho.

 —¡Oh, en ese caso el mismo Zarek se la quedará! —respondió el hombrefestivamente—. No hay nada que leguste más que una mujer hermosa y bie proporcionada… Y parece que éstarebasa todas las normas.

El apesadumbrado Gilgamesdirigió una última mirada al hijo de Zek,que ya se alejaba. Era la viva imagen desu padre, con las mismas mejillasrepugnantes colgando fláccidamente ysus mismos labios gruesos bordeando

Page 910: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

una boca glotona. Un hombre quecarecía de vergüenza al medrar aún a lasombra del poder que oprimía a s pueblo. Le ponía enfermo imaginar queese hombre tocara a Issmir, de la queaún su propio corazón pugnaba por sentirse dueño. O quizá fuera el mismoSib quien disfrutara de ella… Sib, queaún parecía no haber renunciado alsueño de Sirkka, la dama que canta bajoel mar, y que aquella mañana repleta deacontecimientos encontraría algo másallá de lo que nunca imaginó, la mujer más bella sobre la tierra, la que fuecreada sólo para Gilgamesh y que éstehabía rechazado para seguir  persiguiendo su sueño.

Page 911: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero era un hombre y su corazótenía debilidades. Y sólo él supo cuantoesfuerzo le costó marcharse en aquellahora y darse nuevamente a los caminos para que sus hombros se cubrieran otravez de polvo y su espíritu volviera asoñar con la inmortalidad.

oooOooo

Pero ocurrió que tan pronto comodejó atrás las murallas, los generales deEgione, antiguos Lobos Grises quehabían sobrevivido a todos los

Page 912: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

combates, acosaron a Sib para que les permitiera perseguir y matar aGilgamesh, ya que la noticia de sregreso se propagaba con peligrosarapidez y los síntomas de inquietudcrecían por momentos.

Sib asintió, pero encargándoles quetoda, absolutamente toda la fuerzadisponible fuera enviada contra él.Porque sólo el emperador conocía elauténtico poder de la espada mágica ysabía que con ella Gilgamesh podríadiezmar con facilidad a un simple batallón o una fuerza semejante. Había pagado el tributo de su antigua amistaddejándolo ir para que tuviera laoportunidad de morir en combate. Pero

Page 913: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ahora había guerra entre los dos y notendría piedad.

Como Sib había previsto, sereprodujeron las carnicerías, pero estavez fueron mucho más terribles porquela espada mágica no distinguía entre lascorazas, los escudos y la carne. S poder sobrenatural muy pronto se hizofamoso entre sus enemigos y tambiéentre quienes consideraban a Gilgamessu caudillo, porque necesitabaimperiosamente creer en alguien o ealgo bastante carismático para aunar losesfuerzos de todos y despertar a la gramayoría que aún callaba y permanecíainactiva.

Pero cuando cinco cuerpos de

Page 914: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ejército salieron de distintasguarniciones, trazando una maniobraenvolvente de la que nunca escaparíacon vida, Gilgamesh se sintió perdido.Huir era imposible. Esconderse, ineficaz cobarde.

Fue entonces cuando escuchó por  primera vez el nombre de Angorth de boca de un vivaz patriota, un campesinode miembros fuertes y corazón valienteque no recordaba en nada el tontoorgullo de los de la capital. Angorth, laciudad santa de Magoor. Huyó, pues,directamente en su dirección y aquellamisma tarde se plantó ante sus murallas, pero todo el tiempo llevó muy cerca lavanguardia de sus enemigos y tuvo que

Page 915: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

forzar a su cabalgadura para mantener ladistancia.

Angorth ofrecía un aspecto soberbio,incrustada en la ladera de unaestribación montañosa que se extendíahacia el norte y se deprimía al sur en ladilatada llanura por la que él cabalgaba.Vio las decenas de cúpulas, apiñadasunas junto a otras, brillandointensamente como si su repentino fulgor fuera un anuncio de victoria, y las altasmurallas que protegían la ciudad en la parte meridional, en tanto que al nortelas montañas parecían ofrecer defensasuficiente.

Cabalgó enloquecidamente, pero scaballo desfallecía y un grupo de veinte

Page 916: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

soldados del imperio se le echó encima.Tras ellos, al fondo, el ennegrecidotumulto del grueso del ejército levantabanubes de polvo y asolaba la llanura cosu rumor.

 No tuvo más remedio que detenerse  hacer frente a los de la vanguardia.

Pero ya estaba muy cerca de lasmurallas y los sublevados decidieroenviar un contingente de jinetes en sauxilio.

Pelearon bien y entre todos acabaroen poco tiempo con el enemigo, pero elejército al completo ya se cernía sobreellos y tuvieron que volver grupas a toda prisa y refugiarse nuevamente en laciudad, donde fueron saludados con u

Page 917: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rugido de triunfo que habría conmovidoel corazón del hombre más duro.

oooOooo

El hombre que había capitaneado alos jinetes, y que se encontraba al frentede los sublevados, se llamaba Khost.Era un guerrero de antigua familiamilitar, llevaba el pelo largo y una poblada barba negra y se le veía uhombre experimentado a sus cuarenta ocuarenta y cinco años, aunque a veces ssemblante no ocultaba una cierta

Page 918: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

impresión de cansancio. Su aspecto ysus circunstancias recordaron aGilgamesh a aquel comandante de laciudadela de Urd al que habíaestrangulado en el mismo incidente eque perdió su espada.

Si Ketra no hubiera tenido éxito esu invasión, puede que ahora Khostfuera un general aburrido yexcesivamente obeso, dedicado al ocio,la cacería y la buena mesa, yocasionalmente pondría a prueba su artemilitar con alguna tribu desamparada.Sin embargo, la permanente ocupacióde la patria por un ejército extraño dabarazón de ser a su vida y en cadaescaramuza se sentía sutilmente unido

Page 919: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con sus antecesores de resonantestriunfos.

Ahora hablaba y daba órdenes si parar y se mostraba visiblementeentusiasmado por contar con la presencia de Gilgamesh, de quien todosesperaban mucho, seguramentedemasiado.

Entretanto, el ejército de Sib acampóen la llanura, preparándose sin prisas para un persistente sitio, y en los díasque siguieron al asalto, Gilgamesh tuvoocasión de conocer la ciudad, aunque,como en Saane, la capital del desierto,no le fue permitido entrar en lostemplos, sobre todo en el santuario principal, un edificio de piedra

Page 920: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inmaculadamente blanca junto al que seextendía un estanque de aguas hialinasque al parecer desempeñaba uimportante papel en los ritos de purificación. Lo llamaban el estanqueazul, y su caudal se nutría de un flujo permanente que bajaba de las montañasen canales cuidadosamente cubiertos.

La ciudad estaba llena demisticismo, de símbolos religiosos, derecogimiento y de pálidos sacerdotesque recorrían las calles en silencio. Erala cuna de la cultura de Magoor, el lugar donde se guardaban celosamente las másvastas bibliotecas, el emporio donderesidía el alma del país de los lagos, yahora su sosiego tradicional era

Page 921: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vulnerado por el bullicio de hombres ymujeres que preparaban la defensa y quea Gilgamesh le parecieron espíritusnobles, como aquellos músicos llenosde dignidad que tocaban en las callesviejas de Aesthi.

Durante tres días no hubo ningunanovedad, pero al cabo de ese tiempo seescuchó un rumor en el campo enemigoque se transformó muy pronto en uestruendo ensordecedor. En las murallasde Angorth todos pensaron que era unaseñal de ataque y prepararon sus amas.Gilgamesh y Khost también estaban allí,aprestados para el combate, pero elejército de Sib no se movió. Un solosoldado se aproximó a la ciudad, y

Page 922: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

después de dirigir algunos insultos a susdefensores, vociferó:

 —¡Sabed perros, que vuestroemperador Sib, hijo de Ketra el Fuerte,ha contraído matrimonio en el día deayer! El ejército está de fiesta y no osatacará de momento… Pero cuando esemomento llegue, ofreceremos vuestrascabezas ensartadas en estacas a nuestranueva emperatriz.

Gilgamesh empalideció, lo que no pasó desapercibido para Khost.

 —¿Qué te ocurre? —preguntó—.Eso nos deja un poco más de tiempo para reforzar las murallas…

La respuesta de Gilgamesh se ahogóen su garganta con la aparición en las

Page 923: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

almenas de un anciano venerable ydelgado que vestía los ropajes desacerdote. El hombre dirigió aGilgamesh una mirada benevolente ydespués llegó hasta Khost y le habló coaire solemne.

 —El consejo de los sacerdotes hadecidido sobre la cuestión —anuncióenigmáticamente y, después de mirar denuevo a Gilgamesh, añadió—: Elextranjero tiene permiso para entrar eel Valle de los Reyes, siempre que vayaacompañado de un sacerdote, misió para la que he sido designado.

 —No entiendo… —intervinoGilgamesh—. ¿Qué es el Valle de losReyes? ¿Quién ha pedido ese permiso e

Page 924: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mi nombre? —Yo lo pedí —respondió Khost—.

Sólo los sacerdotes y los guerreros deMagoor tienen derecho a penetrar en eselugar sagrado, pero he considerado queal Guerrero Triste se le deberíaconceder el honor pese a ser uextranjero.

 —Pero ¿qué es ese valle? —insistióGilgamesh.

 —Es el lugar donde yacen losemperadores muertos —apuntó elsacerdote.

 —Iremos inmediatamente —añadióKhost.

Page 925: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

Se adentraron entre dos vertientesrocosas en cuyos escarpes anidaban laságuilas. Era un valle sombrío yrecogido, surcado por un arroyo que sealimentaba de todos los torrentescercanos y que alimentaba a su vez elestanque azul. El suelo estaba tapizadode hierba reluciente y a ambos lados delriachuelo se abrían zonas cubiertas derobles milenarios, de los que entraban ysalían grandes pájaros azules.

Un poco más arriba empezaron a ver ciervos salvajes.

Page 926: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —El ciervo es el tótem de la antiguamonarquía —aclaró Khost—. Dicen queen este lugar, los espíritus de losemperadores muertos, y de los reyes quelos precedieron antes de que Magoor seconvirtiera en imperio, perviven en esosciervos, y por eso son animalessagrados en nuestra tierra.

Gilgamesh recordó entonces lascabezas de ciervo esculpidas en los brazos del trono imperial y su mente se perdió en divagaciones en tanto que smirada vagaba con libertad por el lugar,sin duda el más hermoso que nuncahabía visto.

 —Dime, Gilgamesh —intervino elsacerdote, sacándole de su abstracció

Page 927: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —. ¿Encontraste a los magos de la islade Onud?… ¿Qué ocurrió allí?

Gilgamesh miró al hombre cosorpresa. Hasta entonces nadie le habíahecho esa pregunta tan directa, y por  primera vez experimentó el placer desaber y percibió la autoridad que susconocimientos le conferían.

 —No había magos allí —dijo,midiendo las palabras—, y aunque loshubiera, no habrían acudido en defensade Magoor.

 —¿Por qué… por qué? —preguntóapresuradamente el sacerdote. EntoncesGilgamesh decidió utilizar su posición, preguntó a su vez:

 —Te lo diré si me dices quiénes so

Page 928: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

o eran esos magos y por qué se reuníaen Onud… ¿Qué sabes de ellos?

Al hombre no le gustó la idea dedesvelar su propio conocimiento. Bajóla cabeza y dudó, pero al fin y al caboera bien poco lo que sabía y guardarlocelosamente resultaba ridículo.

 —Desconozco su origen —explicó —, aunque hay antiguas leyendas quecuentan que aparecieron allí cuandoremitieron las aguas del gran Diluvioque asoló al mundo. Por lo demás, sóloconozco el nombre del principal y elmás activo de ellos: Aradawc.

Gilgamesh no habló, pero laexpresión de su rostro lo hacíainnecesario. Sus ojos se desencajaron al

Page 929: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

escuchar de nuevo aquel nombre, elnombre del señor de la Ciudad Blanca,aquél que en un insondable pasado fue el poseedor de la Piedra Resplandeciente,cuya historia había escuchado en unalejana aldea del desierto. Junto a ello, lasugestiva idea de que los sacerdotes deMagoor también conocían el Diluvio dioalas a su imaginación. Quizá hubieraoído hablar de Ziusudra.

 —Ahora es tu turno, extranjero. — La voz del sacerdote lo despertó una vezmás—. ¿Qué averiguaste en la isla?

 —No te puedo decir con quiehablé… no me creerías —anuncióGilgamesh—. Pero sí lo que me fuerevelado… Parece que la alianza que

Page 930: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esos magos sostenían con la monarquíaantigua se rompió cuando el cambiodinástico puso en el trono a uemperador de otra familia.

 —Entonces… era verdad — murmuró Khost—. Lo de las torres decristal era verdad… y ¿Qué haremosahora? Si triunfamos ¿Haremos a Zarek nuestro emperador, como pensábamos?

 —¿Qué son las torres de cristal? —  preguntó Gilgamesh, que sentía nauseasal oír nombrar a aquel gordo sidignidad y empezó a sentirsedescorazonado ante la ingenuidad deaquellos hombres, que pretendíaconsumar una gesta para entregar elimperio a un traidor.

Page 931: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero no hubo necesidad derespuesta. Ésta llegó sola, a la vuelta deun recodo del camino. De entre laespesura de los robles sobresalía y sealzaba ágilmente hacia el cielo unadelgada torre de transparente cristal. Através de sus paredes cruzaban los rayosde sol arrancando reflejos iridiscentes y,en su interior, una escalera de caracolascendía hasta una cúpula superior donde un cuerpo descansaba suspendidoen el aire.

 —¿Qué es… qué es eso? —  balbuceó[72].

 —Es la tumba de Nork —respondióel sacerdote con voz rutinaria—. Reinóhace mil quinientos años.

Page 932: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pero… ¿Qué magia es ésta? — insistió Gilgamesh, completamenteadmirado.

 —La de los magos de Onud — aclaró el sacerdote—. Desde que lamonarquía de Magoor fue fundada por Roth el Antiguo, del que se decía queera un dios rebelde, los magos sevincularon a ella por motivosdesconocidos y una de las muestras dela alianza eran las torres de cristal,donde los reyes muertos eradepositados en un lecho de aire, como puedes ver, y sosteniendo su espada decombate. Dicen que sólo duermen, hastaque una amenaza mortal se cierna sobreel imperio y sea necesario que se

Page 933: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

incorporen otra vez para destruir a losenemigos de Magoor. Es sólo unaleyenda, pero lo cierto es que sus almassobreviven en los ciervos, pues cuandouna delegación militar de Egione,violando las prohibiciones sagradas, seadentró en el valle para inspeccionarlo,los ciervos los atacaron y el trato con losobrenatural les disgustó tanto que novolvieron. Pero se burlaron diciendoque los espíritus de los antiguos reyeseran los únicos que seguían teniendocoraje… Tenían razón y nunca loolvidaremos.

 —¿Quién construía las torres? —  preguntó Gilgamesh.

 —No lo sabemos —respondió el

Page 934: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sacerdote—, pero en la antigüedadnadie se atrevía a venir por aquí cuandoel cielo se oscurecía sobre el valle y laluz disminuía hasta confundir el día cola noche. Era entonces cuando, eapenas unas horas, las torres aparecíaerguidas. Y siempre ocurría dentro delaño en que el rey había de morir, demanera que éste era la única persona del país que gozaba del privilegio deconocer anticipadamente la cercanía desu propia muerte.

 —Se dice —intervino Khost,mientras saludaba con la mirada lasnuevas y extraordinarias torrescristalinas que iban descubriendo en scamino— que los constructores era

Page 935: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enanos. —¿Enanos? —repitió Gilgamesh,

desconcertado—. ¿Qué enanos? —Gente pequeña, mineros que vive

 bajo las montañas, según dicen. Muy poca gente los ha visto, y todo loconcerniente a ellos es misterioso — respondió Khost.

 —El valle —intervino el sacerdote — no tiene salida. En su parte superior acaba en una pared por la que resbalalas aguas que después se reúnen en estearroyo. Hay una pequeña puerta de bronce, del tamaño de un niño, que seabre en esa pared y que nunca ha sidofranqueada, al menos hace siglos. Latradición afirma que es por donde los

Page 936: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enanos entraban en el Valle de los Reyescuando recibían la orden de los magosde construir una torre.

Cada palabra, cada detalle de lasleyendas, cada rama de roble y cadatorre espigada hacia las alturas,aumentaba la admiración de Gilgamesh,que empezó a sentir la mezquindad deltítulo que había ostentado de rey de la pobre e ignorante Uruk.

Conforme ascendían el valle, nuevastorres iban apareciendo. Unas estabaagrupadas, otras aisladas. El vientohabía depositado arena que seagazapaba entre los bloques de cristal,lo que no hacía más que realzar s belleza. En las partes bajas crecía el

Page 937: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

musgo y en las escalinatas interiores seacumulaban las hojas muertas sobre losescalones transparentes.

 —¿Dónde está Zek? —preguntó de pronto el sumerio.

 —¿Zek? —replicó Khost,sacudiendo la cabeza—. ¡Oh, no! Él noestá aquí. Verás… Ya sabes que hacemil años hubo un cambio dinástico. Elúltimo de los descendientes de Roth elAntiguo, llamado llene el Valiente, partió con una tropa de élite hacia u país lejano del que nunca volvió, comotampoco uno solo de sus soldados. Nisiquiera sabemos cómo sucumbieron.Después se habló de una conspiración,de que la familia de los visires había

Page 938: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

llegado a un acuerdo con potenciasoscuras para ocupar el trono… Peronunca llegó a demostrarse nada y elvisir, efectivamente, fue ungidoemperador, pues Ilene carecía dedescendientes.

 —Mira allá —dijo el sacerdote,señalando a otra nueva torre—. Ahídescansa el último de los reyes de laantigua dinastía. Después de él y una vezdesaparecido su primogénito llene, llególa decadencia. La familia de los visiresera cruel y egoísta, y amaba más el lujoque la guerra. Muchos suspiraron por los días antiguos, y aún hoy Ilene elValiente es recordado y los nostálgicosse aferran a la tradición de los libros

Page 939: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

antiguos, que afirma que el auténtico reyaún habrá de volver y que losdescendientes de Roth el Antiguogobernarán el país de los lagos hasta elfin de los tiempos.

 —Pero entretanto —agregó Khost—,las torres de cristal no volvieron aaparecer. Creíamos que era lademostración irrefutable de que laalianza con los magos quedaba siefecto, como tú mismo has venido aconfirmar. Además, ninguno de losnuevos emperadores fue capaz de hacer sonar el cuerno de Roth, que ésteutilizaba para convocar al pueblo a laguerra cuando Aesthi no era más que unaaldea de pastores y que, generación tras

Page 940: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

generación, sólo sus legítimosdescendientes eran capaces de utilizar.Cuando el primero de los impostores lointentó, sólo consiguió congestionarse yhacer el ridículo. Eso demostraba que…

Las palabras murieron en sgarganta. Mudo de asombro, sus ojos sequedaron fijos en la lejanía y un lamentode incredulidad escapó al fin de s boca. La actitud del sacerdote eraidéntica. Ambos miraban una nuevatorre. Una torre como las demás, perosin ocupante alguno.

 —¿Qué ocurre? —preguntóGilgamesh.

 —Esa torre… esa torre —respondióKhost entre balbuceos, no estaba ahí…

Page 941: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¡Es nueva! —¿Qué… qué quieres decir? — 

inquirió Gilgamesh sin acabar decomprender.

 —Muchos decían que llene no habíamuerto —explicó el sacerdote con u brillo de emoción en los ojos y la vozentrecortada por la alegría—, porquelos enanos no habían construido stumba. Pero ahora ahí está… Esa torresólo puede estar destinada a él, ysignifica que morirá dentro del año…¡Que el rey vive![73]

Fue entonces cuando un fanal de luziluminó la mente de Gilgamesh. Unaidea audaz e imparable se abrió paso esu conciencia y exclamó:

Page 942: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Vamos, amigos, cabalguemosrápidamente a la ciudad! ¡Quisiera ver ese cuerno de guerra!

Los tres jinetes volaron de regreso aAngorth mientras el cerebro deGilgamesh, que al fin había empezado acomprender, concebía una esperanzamilagrosa para el imperio y trabajabasin cesar, a marchas forzadas, sin poder reprimir su propio entusiasmo.

Page 943: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO XII

«¡Oh, muerte! ¡Pluguiera a

los dioses que desdeñaras

visitar a los cobardes y que la

virtud sola pudiera

alcanzarte!».

 Lucano

Ilene el valiente

o sin airadas protestas del asustadosacerdote, Gilgamesh y Khostconsiguieron introducirsesubrepticiamente en el santuario principal de Angorth y hacerse con el

Page 944: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuerno de Roth. Gilgamesh no explicósus planes, eran demasiado fantásticos, ysin embargo su fe entusiasta parecíacontagiar a sus dos cómplices.

Se precipitaron a las almenas, perouna vez allí lo que vieron los dejóconsternados. La llanura habíadesaparecido. Hasta su remoto confísólo era visible el hormiguero incesantede decenas de miles de soldados deEgione, igual que un océano oscuro ymortal. Todos los ejércitos de Sibestaban allí, dispuestos a masacrar a losrebeldes y a convertir la ciudad santa ecenizas. El mismo emperador seencontraba al frente de las tropas. Era uhombre feliz después de su matrimonio y

Page 945: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

confiaba en que ninguna empresa se le pudiera torcer. Allá, en una colina delfondo, era visible la gran tienda desde laque dirigía las operaciones.

Y en las murallas, los sublevadossentían de antemano la angustia de unaderrota a sangre y fuego.

 —No entregaremos la ciudad santa —exclamó Khost con recio acento—.Por una vez, seremos dignos de aquéllosque duermen en las cúpulas de cristal.

Entonces Gilgamesh se dirigió a él yle habló en tono confidencial.

 —Escucha Khost —susurró—… voya salir a conseguir ayuda. Hay urompecabezas que empieza a tomar forma y si todo es como imagino y tengo

Page 946: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

éxito, los días de esplendor volverán.Pero tienes que prometerme una cosa: noentregarás la ciudad hasta que yovuelva.

 —No te entiendo —replicó elcaudillo—. ¿Quién nos puede ayudar?

 —Ya lo sabrás… De momento prefiero callar… —respondióevasivamente el sumerio.

 —Pero —insistió Khost— tú eresnecesario aquí. Tu espada…

 —Sólo soy un hombre —argumentóGilgamesh— y, ahí abajo hay más decien mil. Si no hago lo que tengo quehacer, todos moriremos y Magoor novolverá a levantarse nunca más.

 —¿Cómo piensas abrirte paso? — 

Page 947: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

insistió aún el otro, sin quedar convencido.

 —No hay tiempo para esperar a lanoche —repuso Gilgamesimperiosamente—. Dame el caballo másveloz que tengas. —Se detuvo y estudióel contrariado rostro de Khost. Noquería caer nuevamente bajo lassospechas de traición, como unarepentina y no suficientemente explicadahuida podía hacer pensar, y por esoañadió—: ¡Animo! ¡Voy a buscar a Ileneel Valiente!

Khost murmuró algo, peroGilgamesh ya no lo escuchaba. Estabalejos, corriendo hacia las puertas. Uinstante después se lanzaba como u

Page 948: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

suicida enfurecido contra la negra masade soldados del ejército enemigo. Sveloz salida fue vitoreada desde lasmurallas, lo que le impidió gozar de lasorpresa. Sin duda, muchos ingenuos patriotas creían que él sólo acabaría colos sitiadores, aunque algunos otros aúveían con suspicacia aquella huida en uhombre del que se decía que era amigo personal del emperador Sib.

Antes de que supieran qué pasaba,los primeros guerreros de Egione fuero pisoteados por el caballo de Gilgamesh,aunque muy pronto encontró durísimaoposición y sólo consiguió abrirse pasoa costa de gran esfuerzo. Pero la espadadel jinete de la noche era mensajera de

Page 949: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muerte y aquello que rozaba quedaba partido en dos, así que el jinete avanzóentre oleadas de guerreros que una yotra vez, estimulados por la presenciadel mismísimo emperador, se lanzabacontra él. Sib, por su parte, acudió adonde ocurría el tumulto con la espadadesenvainada. Algo en aquellos treintaaños lo había convertido en un guerrero, Gilgamesh, a punto de lanzar un ciego

mandoble, se encontró de pies a bocacon él. Su brazo se detuvo en el aire ylos dos antiguos amigos se miraron por un solo instante. No hubo entendimiento,sólo mudos reproches, rencor. Pero elsumerio nunca alzaría su espada contraSib y pasó de largo, sin rozarlo.

Page 950: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Continuó enviando a los infiernos acuantos se le oponían hasta conseguir romper el cerco y huir hacia el sur,dejando a su paso una brecha de cuerposmutilados.

Cabalgó tan aprisa como pudo,angustiado ante la dilatada distancia quese había propuesto cubrir hasta elBosque de los Cedros, porque ésta erasu meta. Cuando llevaba una hora algalope y las murallas de Angorth ya noeran visibles, un jinete le salió al paso.Era un guerrero vestido como los noblesde la corte de Sib, pero una capuchaoscura ocultaba su rostro y le proporcionaba un aspecto siniestro. Lasúbita aparición lo inquietó, pero él no

Page 951: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

disminuyó la marcha, ni tan siquieracuando vio que el enmascarado seaprestaba para el combate,desenvainando una larga espada ycubriéndose con su escudo. Gilgamesllegó a su altura y atacó, pero eldesconocido se apartó con sorprendentevelocidad, esquivando el golpe a la perfección y golpeando a Gilgamesh ela barbilla con el borde del escudo, todoa un tiempo. Después le asestó un golpeen la cabeza con la parte plana de laespada, haciéndolo caer del caballo y perder la espada de Inanna, que fue adar unos metros más allá.

El guerrero desmontó y Gilgamesh,totalmente abrumado, se preparó para

Page 952: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

recibir el golpe de gracia. Una vez más,se encontró con la muerte cara a cara,desamparado, indefenso, incapaz dereaccionar. Pero en lugar de matarlo, elencapuchado lo ignoró.

Sin mediar palabra, recogió delsuelo la espada mágica y montó en elcaballo de Gilgamesh, dándose a la fuga por la ladera. Un poco más allá había usolo árbol, un roble enorme y antiguo. Elinete misterioso se detuvo junto a él,

miró atrás y, sorprendentemente, dejóclavada en su tronco la espada deGilgamesh, desapareciendo igual que ufantasma.

El estupefacto Gilgamesh, incapazde comprender el incidente, humillado

Page 953: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ante su rápida derrota, tardó un momentoen reaccionar. Pero al cabo hizo loúnico que podía hacer. Junto a él estabaaún el caballo de su enemigo. Era ucorcel negro de soberbio aspecto. Lomontó y recuperó su arma, reiniciando acontinuación su viaje mientras se preguntaba qué poderoso guerrero podíaocultarse detrás de aquella máscara yqué podía pretender con una conductatan desconcertante.

Pero muy pronto se aclararon susincertidumbres. El caballo cabalgabacon soltura y a gran velocidad, yGilgamesh lo espoleaba sin advertir eél muestras de cansancio. Pero cuando,maravillado ante la resistencia del

Page 954: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

animal, le exigió un poco más, loscascos dejaron de escucharse sobre elcamino polvoriento y un viento frío yrepentino le cruzó la cara. El caballoestaba volando. En poco tiempo divisólos lagos y bosques de Magoor,diminutos a sus pies. Su angustia habíadesaparecido. En muy poco tiempoestaría en el Bosque de los Cedros. Y esu alma, el agradecimiento, laincomprensión y la sorpresa semezclaban con un incomparablesentimiento de gozo y poder [74].

oooOooo

Page 955: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El verdor de la tierra desapareció, yésta pareció crecer, como queriendoalcanzar el firmamento por el queGilgamesh se deslizaba, elevarsevertiginosamente en la gigantesca molede las montañas Shaar. Allí estaban loscuatro valles fronterizos, donde lassoleadas ciudadelas militares hablasido prácticamente abandonadas, ya queel desierto de Egione y el país deMagoor estaban ahora bajo la mismaférula.

Cuando las elevaciones montañosascomenzaron a declinar, hacia el sur,dirigió el caballo encantado por entre u paisaje que había aprendido a conocer,hasta una torre humilde y grisácea,

Page 956: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

semejante a una pequeña terraza, casi plana, retrepada sobre un escarpe degranito.

Descendió sobre la torre delsilencio y se posó en su superficie. Al pie del barranco se extendía el dilatadolago de arena donde un día se levantó lalegendaria Ispahan. Allí, al pie de laruinosa puerta de la Ciudad de losMurmullos, los restos de Ketra, que eaquella torre se habían descarnado,reposaban para siempre.

Sobre su cabeza voló un águila. Erael águila en la que residía su almavaliente, vigilando siempre las fronterasde Egione, compañera por toda laeternidad de las huestes de espíritus de

Page 957: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Ispahan que aún susurraban en el viento,quizá aguardando el momento en que eldios Shelon decidiera llamarla al paraíso de los pastores para morar por siempre junto a él sin sombra deinfelicidad[75].

En aquel lugar sintió un sobresaltode emoción, una piedad repentina, de laque él mismo se había creído incapaz.Se acomodó indolentemente sobre elmurete cubierto de escarcha y escuchó laventisca mientras reflexionaba sobre eldestino de Ketra, preocupándose por vez primera de algo que no fuera su propiaangustia. Olvidó su amarga rebeldía, shostilidad hacia los dioses, su perpetuaobsesión, y evocó dulcemente la

Page 958: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

memoria del amigo, condenado a noentrar en Aesthi después de haber conducido a su pueblo a la victoria.Pero si se había transformado en uáguila, si se había convertido en ufavorito de sus dioses y moraba junto aellos en un lugar de manantiales, desdesu nueva existencia habría acabado decontemplar el triunfo de los hijos deEgione. Seguramente, donde estuviera,sería feliz de haber alzado el espíritu desu pueblo y estaría satisfecho de que susrestos descansaran en las entrañas de lamítica Ciudad de los Murmullos, con laincomparable sensación de haber conseguido cuanto en vida se propuso yde haber dado sentido a su existencia.

Page 959: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero él mismo, el atormentado reyde Uruk ¿Cómo podría coronar cofortuna su propia empresa? ¿Llegaríaalguna vez al lejano oeste, que cada díale parecía más inalcanzable? ¿No eraaquélla una tarea demasiado ardua parasus pobres fuerzas humanas?

Las nubes giraron en el cielo, el fríoempezó a brotar de las grietas del pavimento y hacia el oeste se hundía elcrepúsculo. Y el Guerrero Triste, laesperanza de todo un pueblo, que apenas podía encontrar esperanza para sí, sintióel deseo irreprimible de rezar, de rogar como un hijo sumiso la paz para Ketra,la victoria para Magoor, la luz para Sib,no importaba. Sólo quería hacerse niño

Page 960: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 dirigirse reverentemente a aquello quehabitaba en la ventisca, en las prodigiosas pendientes de piedra, en losvastos ámbitos celestiales, quizá uespíritu incorpóreo y de inimaginablemajestad, como Sib había llegado aconcebir, quizá sólo el vacío que sentíaen su propia alma.

Por eso, mientras la noche caíasobre el desierto, su imaginación sedeshizo en oraciones sumisas einocentes, como las de un adolescenteconfundido.

oooOooo

Page 961: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Durante esa noche, Gilgamesh voló por encima del Desierto Blanco y alamanecer avistó el Bosque de losCedros, lleno de tristes recuerdos paraél. Cruzó las inmensas espesuras y, trassobrepasar el Río del Sueño, tocónuevamente tierra en la llanura dondemil soldados petrificados aú permanecían erguidos e inmóviles.

Caminó quedamente entre lasestatuas. Era una radiante mañana y los pájaros trinaban desde sus apostaderos preferidos en el regazo de los soldados.Aquélla era la tropa escogida de Ilene elValiente, no había otra explicació posible. Kei había dicho que el ejércitofue petrificado hacía mil años, los

Page 962: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mismos que habían pasado desde que laexpedición partió de Aesthi. Loshombres dormían o quizá, cada minutoque pasaba, se resistían a perecer gracias a la inquebrantable voluntad desu rey, que, dondequiera que estuvieraescondido, aún no se había rendido,como explicaba el anciano. Ahora s pueblo los necesitaba, no para robar lamadera de los dioses o alcanzar lagloria de un país de sueños, sino para lasupervivencia misma de la patria.

El rey de Uruk abrió el saquito de s pecho y extrajo las piedras Ythion. Elmomento definitivo había llegado. Sóloel poder de las piedras infernales podíadespertar a los soldados, pero no sabía

Page 963: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

como usarlas.Se plantó al frente de la vanguardia

, tomando los talismanes en su manoderecha y apretando ésta fuertemente,gritó con voz poderosa:

 —¡Por el poder del insondable Kur,que estas piedras me confieren!…¡Despertad!

Una bandada de aves levantó elvuelo entre las estatuas, pero aquello fuetodo. Nada más se movió. Los ojos delos guerreros seguían mirando sin ver y por un instante Gilgamesh se sintió uhombre derrotado, equivocado, detenidoal borde del triunfo, incapaz de salvar aMagoor y condenado a regresar con lasmanos vacías.

Page 964: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

De pronto se escuchó una voz entrelos árboles.

 —¡Aún no eres puro!Gilgamesh miró en todas

direcciones. En la linde del bosque,unos arbustos se movieron y de entreellos apareció la renqueante figura de uanciano que avanzaba apoyándose en u bastón.

 —¡Kei! —exclamó Gilgamesh,reconociendo al extraño y corriendo a sencuentro sin dejar de repetir su nombre.

Llegó hasta él y lo abrazó comoquien abraza un sueño.

 —Pero ¿cómo puedes estar vivoaún? —preguntó a grandes voces,incapaz de contener su júbilo—. ¡Ha

Page 965: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pasado treinta años! —¿Y tú? —replicó el viejo,

dirigiéndole una mirada entreinterrogativa y burlona—. ¿A quéextraña magia se debe tu juventud? ¿Hasencontrado a Ziusudra?

 —¡Oh, no! —replicó Gilgamesh—.Me ocurrió algo muy extraño. Estuve euna isla, hablé con Nusko en persona, yvi a los grandes dioses… Cuando memarché de allí al día siguiente, habíatranscurrido todo ese tiempo. Pero tú¿qué has hecho? ¿Cómo has vividotantos años?

 —Pues… me eché a dormir — declaró Kei tranquilamente—. Meaburría ¿sabes? Y decidí entrar en una

Page 966: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

especie de trance para esperar épocasmás interesantes.

 —No, no lo puedo creer. —ProtestóGilgamesh—. ¿Qué ocultas?

Kei lo miró con los ojosdesencajados y fingió indignación.

 —¿Ocultar? ¿Yo…? —Gruñó—. ¿Ytú en cambio pretendes hacerme creer que has visitado a los dioses como quievisita a su tía enferma?

 —Bueno… dejémoslo —respondióGilgamesh, cambiando de tono ydándose cuenta de que el difícil carácter del viejo hechicero no había cambiado —. Ahora necesito que me ayudes adespertar a estos hombres.

 —¿Al ejército de piedra? — 

Page 967: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

respondió Kei—. ¿Para qué? —Magoor está en peligro — 

respondió Gilgamesh, empezando aimpacientarse—. Tú asegurabas ser ugeneral de este ejército. Supongo queeso te afectará… —Se detuvo, pero alno hallar reacción, añadió—: Sólo estossoldados se pueden enfrentar a Egione…sólo el rey legítimo puede levantar al pueblo en armas… Desencántalos Kei,no tenemos tiempo.

 —No puedo —contestó el viejo. —¿Cómo…? —rezongó el

desconcertado Gilgamesh. —Si hubiera podido ¿no crees que

a lo habría hecho? —añadió Kei—.Pero ya te dije que fue la misma diosa

Page 968: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Inanna la que bajó del cieloencolerizado y consumó el hechizo.Ciertamente, aún no eres puro para sacar todo el partido de esos talismanes, perono vayas a creer que unas simples piedras del Kur bastan para deshacer lohecho por uno de la estirpe de losinmortales.

 —Entonces… ¿No se puede hacer nada? —murmuró Gilgamesh, con vozsuplicante.

 —Sí, se puede —declaró el anciano —. Sólo el mismo rey tiene poder paradesencantar a sus hombres, pero como puedes ver, él no está aquí.

 —¿Dónde… dónde está? —inquirióGilgamesh exasperado ante la pasividad

Page 969: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del viejo. —Hay hacia el este una meseta

rodeada de montañas, y en el centro dela meseta una laguna —empezó aexplicar Kei—. Los acólitos de losdioses arrojaron al fondo de esa lagunaa llene para que nunca nadie pudieraresucitar a este ejército hereje. Pero esdifícil sacarlo de ahí. Dicen que elestanque está habitado por horrendosseres que se alimentan de carne humana.

Gilgamesh sintió que ladesesperanza le oprimía el corazón y nohabló. Ya no tenía ideas.

 —Sin embargo —añadió elhechicero, en un tono más vivaz—, sicrees que Magoor está en peligro, hemos

Page 970: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de intentarlo, desde luego.Gilgamesh se movió con gestos

felinos e impacientes y exclamó: —¡Vamos, tengo un caballo muy

rápido que te sorprenderá!El anciano, refunfuñando, siguió a

Gilgamesh y montó con él en el corcelvolador, sin dejar de hacer comentariosocosos, tan pronto como éste se elevó

en el aire, sobre lo mucho que su antiguoamigo había progresado en aqueltiempo.

oooOooo

Page 971: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Había ruinas de mármol desnudoalrededor del lago, pero ni siquiera Kei podía explicar su origen. Los bordes delestanque eran de una roca oscuracubierta de musgo y, en los alrededores,grandes árboles de hojas rojizas parecían murmurar entre sí. Lasconstelaciones rielaban en la serenasuperficie y allí, en medio de aquelsilencio, bajo los cielos negros yabismales, el lugar parecía perfectamente remoto, aislado de otrastierras por la distancia y el misterio.

 —No parece muy sugestiva la ideade zambullirse ahí —susurró Gilgamesen voz muy baja, como sin querer vulnerar la quietud de todo.

Page 972: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No, desde luego… Inanna supohacerlo bien —replicó el anciano, que parecía pensativo, y añadió—: Vámonosde aquí y refugiémonos entre las rocas¿sabes cazar? —preguntó.

 —¡Naturalmente! —respondióGilgamesh.

 —Bien… Tenemos luna llena.Esperemos que no esté nublado — declaró el anciano—. Entretanto, te diréqué harás: dispón algunas trampas paraanimales grandes.

 —¿Para qué? —Lo sabrás a su tiempo — 

respondió Kei secamente, y luego,mirando otra vez a la tenebrosasuperficie—: No me gusta nada…

Page 973: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh, cansado de pedir a Keique le brindara explicacionesrazonables, obedeció con mal humor yse sumergió en la penumbra paradistribuir algunas trampas.

Pero cuando hubo terminado, no pudo evitar acercarse nuevamente allago pera contemplar las serenas aguas.Y lo que vio le hizo sentir un latigazo demiedo: Bajo la superficie aparecían ydesaparecían difusos resplandores,como si las horrendas criaturas que allíhabitaban encendieran cirios o antorchas para alumbrar macabras liturgias.

Corrió con el aliento entrecortadohasta donde estaba Kei y le narró lo queacababa de ver. El mago puso cara

Page 974: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fúnebre y no hizo comentarios. Seríanecesario esperar a que algún animalcayera en las trampas.

Gilgamesh se acurrucó entoncesmansamente frente al fuego y contó alanciano sus aventuras desde que sesepararon, tratando siempre de que élesclareciera sus muchas dudas. Le preguntó por la identidad de losguerreros de la noche que lo habíaatacado en el desierto y, como habíasospechado, supo que se trataba deheraldos de la diosa del amor y laguerra, la estrella de la tarde, que perdían su fuerza al salir el sol. Y lomismo ocurría con la espada mágica,que mantenía sus propiedades en manos

Page 975: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de Gilgamesh debido a la fuerza de las piedras del Kur.

Ahora, en fin, sabía Gilgamesh quelos dioses eran vulnerables y poseía elarma adecuada para herirlos. Pero nodebía envanecerse. En comparación coellos seguía siendo algo insignificante eindefenso, como había comprobado ela isla de Onud.

Un alarido en la noche lossobresaltó. Pero era sólo una alimañaque acababa de caer en alguna de lastrampas.

oooOooo

Page 976: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

A la mañana siguiente Gilgamescapturó al animal. Era un enorme jabalívivo, que condujo a instancias de Kei al borde de la laguna, donde todo parecíadistinto ahora que el sol brillaba y elcielo estaba claro.

 —Arrójalo al agua —ordenó Kei.Gilgamesh obedeció y, haciendo

acopio de sus fuerzas, lanzó lo más lejos posible al jabalí, que enseguidacomenzó a chapotear angustiosamente,tratando de ganar la orilla. Pero de pronto algo, una garra cubierta deescamas brillantes, lo envolvió, tiró deél y se lo llevó a las profundidades.

 —Yoeri… —murmuró el anciano,como si fuera una palabra terrible.

Page 977: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Quién… quién es? —preguntóGilgamesh, que estaba visiblementeaterrorizado.

 —Es el monstruo que habita lalaguna, ahora estamos seguros — contestó el hechicero con los ojos e blanco.

 —¿Qué podemos hacer? —inquiriónerviosamente Gilgamesh.

 —Nada. Esperaremos a la noche — dijo Kei crípticamente y añadió—: Note preocupes, tendremos nuestraoportunidad.

Esperaron, pues durante todo el día.Volvieron a conversar y el ancianosiguió mostrándose remiso erespuestas. Pero algo había cambiado e

Page 978: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

él: faltaban sus bromas. Ahora laresponsabilidad también le pesaba.

Al llegar la tarde, Gilgamesh se diocuenta de que no lo había visto comer nada. Cuando lo interrogó sobre elasunto, el viejo lo miró con severidad ycontestó:

 —Debo ayunar… debo mantenerme puro, porque, si conseguimos sacar deahí al rey, tendré que hacer uencantamiento como nunca hice antes. Yahora, déjame meditar, porque será ugran esfuerzo.

Gilgamesh respetó los deseos de Kei  se retiró a la orilla del estanque,

donde permaneció reflexionando sobretodo cuanto había aprendido en los

Page 979: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

últimos meses, hasta que anocheció y elanciano apareció junto a él señalando alcielo.

 —Mira, Gilgamesh —dijo sonriendo — la luna llena que nos ayudará estanoche. Ven, escondámonos tras las piedras. Pronto ocurrirá algoasombroso.

Así lo hicieron, y vigilaron esilencio durante un buen rato. Bajo lasaguas volvieron a aparecer losresplandores de la noche anterior, peroel reflejo de la luna tocó la superficie yal poco tiempo el portento ocurrió.

Una a una, doce formas repugnantes,enormes, con la piel escamosa, fuerosaliendo a la superficie y se arrastraro

Page 980: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

torpemente hacia unos árbolesretorcidos de la ribera, bajo cuyasombra desaparecieron.

Los ojos de Kei se dilataron desatisfacción.

 —Míralas, Gilgamesh —susurró covoz muy queda—, salen para danzar  bajo la luna. Hemos tenido suerte.

 —¿Danzar…? —repitióincrédulamente Gilgamesh.

 —Ahora verás el espectáculo másextraño que ojos humanos haya presenciado nunca —afirmó Kei—.Dejarán sus pieles monstruosas bajo elárbol y volverán a la orilla bajo laforma de… mujeres.

Como para corroborar estas

Page 981: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 palabras, doce jóvenes esbeltas, decuerpo dorado y larga cabellera azul,aparecieron otra vez a la luz blanquecina y comenzaron a danzar ecírculo sobre la hierba. Los doshombres las contemplaron asombrados,mudos e inmóviles[76].

 —Escucha, Gilgamesh —dijo elviejo al cabo de un momento—, no teequivoques. Eso que estás viendo es ugrupo de monstruos de las aguascenagosas gobernado por Yoeri, s princesa. Que no te engañen… Ella es…la más hermosa ¿la distingues?

El sumerio no contestó. Sus ojosestaban hacía tiempo prendados de sforma voluptuosa.

Page 982: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Gilgamesh —insistió el anciano —, tienes que matarla. Si no meequivoco, muerta Yoeri las demás seráinofensivas. Ésta es nuestra únicaoportunidad. Si la perdemos, habrá queesperar otro mes y será tarde paraMagoor… ¿Has entendido?

Gilgamesh, ausente, hechizado,asintió como sonámbulo, sin volver lacabeza.

 —Presta atención —siguió Kei—, para liberar a llene se necesita unaescama de la piel de Yoeri. Tienes quematarla y luego arrancar una escama desu piel. Cuando la tengas ven a mí¿comprendido? Después esperaremos aque amanezca para entrar en el agua.

Page 983: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Sin hablar, Gilgamesh dejó elescondite de un salto, y corrió hacia laorilla herbosa. Rodeó y se arrastró hastadonde habían sido depositadas las pieles, arrancando de la mayor de todasuna escama que era como de plata.Después, con la espada lista para matar,se dirigió hacia el círculo de mujeres.Éstas, al verlo aparecer, huyeroespantadas hacia el árbol. Gilgamesvio cruzar frente a sí a la hermosa Yoeri, su brazo se paralizó. No pudo matarla.

Estaba indefensa y era demasiadohermosa.

De pronto, su rostro centelleantecomo las cúpulas de Angorth había borrado los recuerdos de Enkidu, que

Page 984: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

siempre lo acompañaban, la urgencia por socorrer a los rebeldes de Magoor,aquello tan semejante a un dulce yviolento amor que había empezado acrecer en su interior por la sublimeIssmir, la ansiedad por el destino que leaguardaba en el Nisir… todo seconvirtió en niebla, como la queemanaba de la superficie del lago.

Vio con aplastante indiferencia cómolos cuerpos monstruosos se arrastrabacerca de él de regreso al agua y se diocuenta de que lo había perdido todo.Tenía la escama plateada, pero aquellosseres volvían a guardar a Ilene. Lo queno habían logrado los demonios, losgigantes ni las espadas enemigas, la

Page 985: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 belleza de una mujer lo había alcanzado.Se quedó contemplando la

ennegrecida superficie y saboreando sfracaso final, pero inesperadamente, unavoz a su espalda lo sobresaltó de pronto.

 —Has estropeado mi piel. —Seescuchó.

Se volvió. Ante él permanecíaerguido, grácil y misterioso, aquel ser de cuerpo dorado y cabellos azules.Para él el mundo dejó de existir. Sóloreparaba en los ojos oscuros como elestanque, que lo miraban con miedo, ylos brazos que resplandecían en la luz plateada de la luna. Quizá era unamortífera criatura… Puede que estuvieraa hechizado por ella, pero no le

Page 986: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

importaba. —Has estropeado mi piel —repitió

ella con un gesto quejumbroso. —Le he quitado una escama

solamente, Yoeri —repuso Gilgamescon suavidad.

 —Sabes mi nombre… ¿Quién eres? —preguntó ella, sin moverse.

 —Soy un guerrero venido de muylejos.

 —¡No! ¡Estás mintiendo! —exclamóYoeri—. Eres un ser muy extraño,seguramente un dios del exterior.

 —No, no… Sólo un hombre —latranquilizó él.

 —¿Hombre? ¿Qué es un hombre? —  preguntó la mujer con un gesto de

Page 987: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desconcierto. —Pero… pero ¿es que no has salido

nunca de ese lago? ¿No conoces nadadel mundo? —inquirió el incréduloGilgamesh.

 —No entiendo tus palabras, seasquien seas —repuso la muchacha—. Ellago es el mundo y más allá de lasmontañas que lo rodean no hay nada. Nosé por qué pretendes confundirme. Eldios del estanque te castigará si sigueshablando así.

 —Ese dios… ¿Lleva el emblema deun ciervo?

 —¿Cómo lo sabes? ¿Acaso loconoces? —replicó Yoeri.

 —Tengo que cumplir una misió

Page 988: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aquí —exclamó Gilgamesh con toda lasinceridad que se podía permitir—.Esconderé tu piel y tú me esperarásaquí. Me zambulliré en el lago y cuandohaya hecho lo que tengo que hacer te ladevolveré.

Pero Yoeri, la hermosa Yoeri,compuso un gesto de infinita tristeza.Tomó la mutilada piel en sus manos y,acercándose a la orilla, la arrojó al aguacomo un despojo inútil.

 —Mi vida toca a su fin —se lamentósin volverse.

 —¿Por qué? —preguntó Gilgamesh,que temía haber hecho algo irreparable.

 —Has estropeado mi piel —repitióuna vez más—. Sin ella no puedo volver 

Page 989: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

al estanque. No puedo sobrevivir fuerade él. Esta noche moriré.

 —¿Estás segura? ¿No hay solución? —preguntó Gilgamesh, sobresaltado.

 —No hay solución. Esta nochemoriré —repitió la muchacha doradacon expresión de desamparo.

El rey rebelde también seentristeció. Aquélla era una criaturasemejante a Enkidu, alumbrada por losdioses como simple instrumento de sus planes inescrutables. Nunca pararegalarles la existencia, una existenciarepleta de experiencias, una vida paraforjarse un alma, sino para cumplir unamisión que les era ajena, paralanguidecer sobre la Tierra y morir 

Page 990: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuando fuera necesario. Y como Enkidu,aquel espíritu cándido y manso hallabasu muerte por culpa de Gilgamesh.

Y se preguntó cuándo tendría fiaquella locura. A cuántas otras criaturastendría que dañar para conseguir su fin.En qué momento tanto frenesí cedería acambio de un poco de paz.

Por eso, no fue el deseo encendidolo que guió su mano a acariciar la cálidamejilla de Yoeri, ni sus dedos a rozar casi imperceptiblemente sus pómulosagonizantes. No fue el deseo lo que lellevó a tocar su misterioso pelo azul, aacercar su grácil cabeza y a besar s boca con infinita ternura.

Y cuando, un momento después,

Page 991: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

acía junto a ella sobre la hierba rasa yla luna ascendía en los cielos y bañabade luz sus cuerpos desnudos, no eradeseo sino un acto de apoyo íntimo, decomunicación de incertidumbres, demutuo consuelo entre dos seres que nosabían por qué estaban sobre la tierra,abrumados ante el peso de unos diosesdemasiado lejanos y de una vida quenunca llegarían a entender. Y todo sorgullo herido, todos sus frustradossentimientos hacia Issmir, sedesbordaron aquella noche en un brotede repentina dulzura que duró hasta elamanecer.

Después Yoeri se quedó tendidaentre las briznas de hierba lacia y suave,

Page 992: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mirando al cielo esclarecido. Unaextraordinaria serenidad afloraba decada detalle de su piel. Gilgamesh no podía dejar de mirarla, así era s belleza.

 —¿Por qué? —se preguntó o preguntó al cielo. Y después de un largosilencio—: ¿Por qué me ha sidodestinada esta vida en el fondo de uestanque? Yo no había conocido a uhombre. No sabía qué era el amor, nique fuera del lago existe un mundo y otragente.

 —Yoeri —musitó Gilgamesh—. Loque adoráis no es un dios. Es uhombre… Un hombre castigado por losauténticos dioses y yo he venido a

Page 993: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

salvarlo.La muchacha le dirigió una mirada

de asombro. —¿Cómo es posible? Lleva mil años

en el fondo de la laguna y desdeentonces lo adoramos y practicamosliturgias para él.

Gilgamesh sufrió ante su rostrodesesperado. Toda su vida había sidouna mentira. Y por un momento le dio por pensar si no existiría un universomucho mayor que comprendiera el suyo propio, lo mismo que éste comprendía elreducido mundo del estanque. Se preguntó si el mismo Enlil no sería, eesa otra instancia superior de laexistencia, poco más que un rey

Page 994: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

comparable a los reyes de los hombres. —Cuando muera —anunció la

muchacha, con la voz atravesada por lamelancolía—, prométeme que mellevarás al fondo del lago y me dejarásen una cueva verde que verás frente a laestatua. Quiero que mi cuerpo quede allímientras mi alma huye al estanque silímites, donde el agua nunca se enturbia  el sol y la luna llegan hasta las

 profundidades. —No te preocupes, te llevaré a esa

cueva —aseguró.Pero Yoeri, la hermosa doncella de

 piel dorada y cabellos azules, nocontestó. Sus ojos se habían cerrado y salma había volado hacia el estanque

Page 995: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lleno de luz.Abrazado a su cuerpo muerto,

Gilgamesh se repitió las mismas preguntas que ante el cadáver de Enkid¿Por qué todo aquello? ¿Habría un lugar más allá de la muerte donde seconservaran intactas la bondad y la belleza de su alma?

Le contestó un arrebol en elhorizonte y el despertar de miles de pájaros en las copas de los árboles dehojas rojizas. Amanecía. Todo empezabade nuevo y Gilgamesh sintió el repentinodeseo de arrojar al fondo de la laguna laespada mágica y descansar por fin,dejando que el olvido inundara smemoria.

Page 996: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Se incorporó, sin embargo, con uesfuerzo gigantesco, y se dirigió hastadonde estaba Kei, que ya lo esperabacon los ojos muy abiertos.

 —Ha muerto —murmurósimplemente.

El anciano no pareció hacerse ecode su pena. Se levantó súbitamente, coel clásico tintineo de sus amuletos, ydijo:

 —Vamos Gilgamesh, muévete… Nosiempre vas a hacer como esta noche, loque te venga en gana.

La protesta de Gilgamesh murió esus labios. Era inútil discutir con aquelviejo insensible y egoísta que siempre loexasperaba. Lo siguió sombríamente

Page 997: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hasta la laguna y, una vez allí, Keivolvió a tomar la palabra.

 —Y ahora atiende —declaró covoz autoritaria—. No conocemos la profundidad del lago, ni dónde estáexactamente la estatua. Por otro lado, simis cálculos no fallan, esas cosas no tetocarán en ausencia de Yoeri, aunque noes seguro. Cuando encuentres a Ilene,aplica sobre su frente la escama de plata. Yo lo sentiré y pronunciaré elconjuro adecuado. Una vez revivido,debes traerlo a toda prisa a lasuperficie. No dejes que se ahogue.

Gilgamesh, sin hablar, tomó en sus brazos el cuerpo de la muchacha dorada

  entró en las aguas verdosas. Se

Page 998: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sumergió usando como lastre el mismocadáver y conforme descendía sus ojos percibieron un abigarrado desfile de peces enormes y plateados, seresvivientes minúsculos e inimaginables,algas de brillantes colores ydesfiladeros de roca rojiza.

Al fin llegó al fondo. A escasadistancia se adivinaba la confusa figurade un guerrero de piedra, pero entre loshuecos que dejaban las enormes rocasacechaban ojos grandes y fríos. De pronto, uno de los monstruos se deslizó,saliendo de un refugio somero yentrando en una oquedad más profunda.Los ojos saltones no dejaron devigilarlo, agazapados en la oscuridad, y

Page 999: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

él trató de ignorarlos, nadando según s plan hacia la estatua del rey, desde lacual encontró por fin la cueva que buscaba. Tenso ante la posible presenciade nuevos monstruos escondidos, avanzóhacia ella y, penetrando en su interior,depositó allí el cuerpo de la joveamada por una sola noche, para quedurmiera eternamente y para que scuerpo fuera para siempre mecido por elincesante vaivén de aquel universoespectral.

Después de dedicar una últimamirada al rostro al que había condenadoa la sombra, se volvió y fue entoncescuando un alarido se ahogó en sgarganta. La estrecha boca de la caverna

Page 1000: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

submarina estaba bloqueada por una delas formas repugnantes y tras ella seagolpaban algunas más, sin dudadispuestas a cobrarse una justavenganza. Era la muerte segura. Casi notenía aire en los pulmones y solamente podía adelantarse y morir.

Apretó, pues, los dientes y nadó edirección a la salida pero,misteriosamente, los extraños seres nose movieron. Sus ojos estaban fijos en la princesa muerta. Así fue cómo escapó asus terribles garras y así fue tambiécómo conoció el dolor de las criaturassubmarinas.

 Nadó hasta la estatua de Ilene y,mirándolo a los ojos, le aplicó la

Page 1001: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

escama de plata en la frente. Al cabo deun momento de espera, en el que creyóque el pecho le iba a estallar, un súbitoestremecimiento recorrió las aguas yhasta las montañas submarinas vibrarocuando de la garganta invencible delmago brotó el conjuro que desmoronabalo dispuesto por el dios del sol. Ileneabrió los ojos y ejercitó sutilmente losmúsculos de sus mejillas.

Gilgamesh, haciéndole señas, sedejó arrastrar hacia la superficie y elmonarca recién nacido lo imitó. Los dosnadaron por un sendero cada vez másclaro, más cercano a la luz, hacia elmundo de tierra, aire y fuego que por espacio de un milenio había estado

Page 1002: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esperando al rey. No había tiempo que perder. El

hechicero los ayudó a salir del agua einmediatamente se dirigió a llene elvaliente.

 —Magoor está en peligro —dijo covoz preocupada y vibrante a un tiempo —. El imperio ha sido invadido y uextranjero se sienta en el trono demarfil. Pero nadie después de ti haconseguido tocar el cuerno de Roth elantiguo. —Y sacándolo de su mantoazul, se lo entregó a su legítimo dueñodiciendo—: Aquí lo tienes. Gilgamesh,el hombre que te ha salvado, lo ha traído para ti. Y ahora, —añadió, dirigiéndoseal rey de Uruk— monta al rey en t

Page 1003: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

caballo y llévalo junto a su ejército.Cuando toque el cuerno de guerra, lossoldados despertarán. Mientras tanto, yotrataré de hacer el encantamiento para elque me he estado preparando y despuésharé lo posible para reunirme contigo eAngorth.

Así habló el viejo Kei, pero nomencionó que Ilene el Valiente debíamorir dentro del año, porque los enanosque vivían bajo las montañas ya habíaconstruido su tumba en el Valle de losReyes.

El caballo negro voló nuevamentehacia el este y durante el trayectoGilgamesh sólo se dirigió al rey para preguntarle acerca de Kei, porque había

Page 1004: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

llegado el momento de medir ssinceridad.

 —¿Recuerdas a ese anciano? — inquirió en tono aparentementedescuidado—. Es Kei, uno de tusgenerales.

Ilene calló unos momentos, haciendomemoria, pero pronto contestóresueltamente:

 —No había visto a ese hombre en mivida, ni había oído su nombre. No tengoni idea de quién puede ser.

Aquello fue todo. El maldito viejoseguía engañándolo. El pretendidoarranque de sinceridad que tuvo alhablarle de su verdadera personalidad,antes de encaminarlo al monte Niir, era

Page 1005: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 perfectamente falso y también podíaserlo todo lo relativo a Ziusudra y a lainmortalidad.

oooOooo

El rey lloró de emoción al ver laestampa que ofrecían sus hombresescogidos, y entre sollozos, repitió losnombres de cada uno evocando susantiguos servicios. Después, plantándose frente a ellos, con laespalda al Río del Sueño, hizo que elcuerno de Roth volviera a sonar después

Page 1006: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de un milenio de silencio.Y el ejército revivió. Mil hombres

salieron de su largo encierro y llorarotambién y se abrazaron unos a otros,incapaces de lanzar vítores de júbilo porque sólo podían sollozar.

Pero entonces el rey arengó denuevo a sus tropas.

 —¡Soldados de Magoor! —gritó covoz poderosa y todo otro sonido cesó ela llanura. Se diría que los guerreroshabían vuelto a convertirse en piedrainanimada—. Hace mil años que losdioses nos castigaron por tratar deadentramos en su jardín. Pero hemos pagado nuestra culpa con creces. Fuimosencerrados en cuerpos de roca sin poder 

Page 1007: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

luchar en el momento en que nuestroánimo se preparaba para el inminentecombate… Espero que hayáisconservado intacto ese ánimo, porque la patria está en peligro. Dejamos atrás ureino floreciente y respetado, perodurante nuestro cautiverio la familia delos visires estableció una nuevamonarquía y dejó a la inmortal Magoor inerme ante los nómadas de Egione, queen poco tiempo la conquistaron. Ahoramismo, un puñado de hombres heroicosestá defendiendo de los invasores laciudad santa de Angorth, la que ningúextranjero debe hollar ¡Corramos a susmurallas para aniquilar a Egione yexpulsar a los extranjeros! ¡Vamos, el

Page 1008: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

momento de volver a la patria hallegado!

Le respondió un estremecedor gritode guerra, como Gilgamesh nunca habíaescuchado ni tan siquiera entre losLobos Grises. Pero entonces, sin quenadie comprendiera qué pasaba, los milhombres se vieron envueltos en utorbellino irresistible que los arrancódel suelo y los llevó cabalgando sobrelas nubes.

En un lugar lejano, Kei, el mago deoscuro origen ya purificado por su largoayuno, se apropiaba de las fuerzas de lanaturaleza para producir el mayor milagro de que jamás fue capazhechicero alguno. Y mil guerreros

Page 1009: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vengativos, vueltos por fin de carne ysangre, agitaban en las nubes de algodósus espadas como un huracán de guerra ymuerte.

Pronto sobrevolaron las primerasciudades del país de los lagos y fueentonces cuando Ilene el Valiente volvióa soplar el cuerno de la guerra. Y lagente sometida sentía como la sangreque golpeaba sus sienes se convertía eun clamor de libertad y de formainstantánea se propagó la noticia de queel último de los reyes legítimosnavegaba en las alturas celestiales alfrente de su tropa de hombres fieros y deque Ilene había vuelto con su ejército para echar a los invasores. Entonces,

Page 1010: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desterrando en su interior la esclavitud,los habitantes de Magoor se sintierootra vez los descendientes de un pueblode señores.

 No pasó mucho tiempo antes de queel ejército vuelto a la vida divisara lasdoradas cúpulas de Angorth y susmurallas medio derruidas,incesantemente atacadas por hordas deenemigos.

El cuerno sonó otra vez sobre elestruendo de la batalla, y, cuando todosalzaron la vista, el combate se paralizó para contemplar cómo una tropa con elestandarte del ciervo bajaba de loscielos. Para los de Magoor, era el mayor milagro de la historia del país y no hubo

Page 1011: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

defensor que no se estremeciera deemoción y de agradecimiento, no hubosoldado que no vertiera lágrimas dealegría, porque el rey ausente habíavuelto.

Poco pudieron hacer los sitiadoresante semejante ataque. Su formacióestaba desarticulada, sus supersticiososguerreros aterrorizados y los capitanesapenas podían poner orden en eldesconcierto general en el que unoshuían abiertamente mientras otrostrataban de oponerse imposiblemente ala carga del ejército de piedra.

Pero Egione aún contaba con unaaplastante mayoría. Los desertoresfueron implacablemente acuchillados

Page 1012: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 por las fuerzas de retaguardia, que selanzaron a la batalla dirigidas por lostemibles Lobos Grises. Sólo el templede Sib y sus oficiales pudo evitar unarápida derrota y una infinita vergüenza.

Los defensores de Angorth,encabezados por el temerario Khost,abandonaron las almenas dejando ureducido retén y salieron a campoabierto para sumarse a la gran batalla.Ésta fue sangrienta, pues las fuerzas econflicto eran igualmente empecinadas.Ilene recibió un tajo en el costado, perosiguió luchando. Gilgamesh, después dematar decenas de enemigos, recibió delleno el impacto de un caballo que cayósobre él y le partió el brazo derecho,

Page 1013: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

impidiéndole continuar.Murieron muchos hombres de ambos

 bandos antes de que la lucha sedecidiera, pero Ilene el Valiente nohabía perdido una sola batalla y frente alas murallas de Angorth conoció una vezmás la victoria. Los efectivos de Egionemenguaron sensiblemente y los oficialescada vez eran más incapaces de imponer disciplina, hasta que se produjo unadesbandada. A los soldados siguieron ela huida los mismos capitanes ansiososde salvar la piel, excepto unos cuantoshombres fieles y todos los Lobos Grises,que lucharon hasta la muerte.

Sobre el campo de batalla sóloquedó Sib, sangrando por múltiples

Page 1014: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

heridas. Había participado en elcombate como uno más y ahora lasnobles espadas de Magoor se inclinabaante él pero nadie quiso rematarlo.

Miró a Ilene, a Khost. Ninguno semovió. Arrojó su espada al suelo en loque muchos interpretaron erróneamentecomo una rendición, y sacando un puñalcurvo de su vaina, se abrió sin dudarloun instante las arterias de las muñecas ylos tobillos antes de que Gilgamesh, quellegaba corriendo con su brazodestrozado, pudiera hacer nada por evitarlo.

Los dos antiguos amigos quedarofrente a frente mientras la sangre manabade los miembros del antiguo poeta, y

Page 1015: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

éste se mantenía persistentemente en pie.Gilgamesh sabía que cualquier intentode salvarlo sería ya inútil.

 —Nunca me entendiste… —selamentó Sib, con un hilo de voz y unaespecie de deseo frustrado en los ojos.

 —No… —admitió Gilgamesh—.Tendríamos que haber hablado muchomás. Pero como tú decías, losacontecimientos nos envuelven…

 —Quizá… quizá llegues acomprender alguna vez por qué la vidame obligó a convertirme en soldado… —susurró Sib, cuyo rostro empalidecíarápidamente… Pero ya nada importa. Emi corazón nunca dejé de quererte y eesta hora… te deseo que encuentres lo

Page 1016: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que tanto has buscado. —Muere en paz, amigo, —dijo

Gilgamesh consoladoramente—, mañanaestarás en ese lugar de manantialesdonde volverás a ser poeta y encontraráslos sueños que perdiste al entrar eAesthi.

 —Gilgamesh —añadió Sib con vozcasi imperceptible—, haz, si es posible,que me entierren en el cementerio de los poetas, si eso no ofende a Magoor y…cuida de Issmir. Eres el único hombredigno de ella…

Aquellas últimas palabras fuerocomo un puñal en el corazón deGilgamesh y Sib nunca supo, nunca podía saber, la ironía y el profundo

Page 1017: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

significado que entrañaban. —Haré lo que dices… —respondió

Gilgamesh, temblándole los labios.Sólo entonces, el antiguo vagabundo

de las arenas cayó pesadamente sobre ucharco de su propia sangre.

En la desolada escena, se escuchó uruido de cascos de caballo. Un jinetesombrío se abrió paso entre losentristecidos guerreros. Vestía como lanobleza de la corte de Sib y una capuchaoscura ocultaba su rostro. Su autoridadera tal que nadie lo detuvo. Llegó juntoal caído y descendió del caballo. Era elcaballo de Gilgamesh. Se inclinó ante elcadáver de Sib y lo contempló duranteun instante. Después, con los ojos

Page 1018: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

enrojecidos, acarició el corcelencantado, dirigió una miradasignificativa a Gilgamesh, montó ydesapareció con parsimonia, como habíaaparecido.

Pero en aquel instante, cuando todosestaban pendientes del extraño que sealejaba, Ilene se desplomó. Su herida eel costado también le había hecho perder mucha sangre y se estabainfectando. Los alarmados generales lorecogieron y lo transportaron a la ciudad para que fuera atendido por los médicos.

Khost y Gilgamesh, cuyo brazotambién necesitaba cuidados, sequedaron solos por un instante en elcampo de batalla. Sólo ellos sabían que

Page 1019: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la tumba de Ilene ya estaba preparada. —Pero si muere… no tiene

descendientes. Todo nuestro esfuerzohabrá sido inútil —exclamó el primero,con preocupación.

Gilgamesh no contestó. No teníasolución para ese problema. En su lugar,un fabuloso grito colectivo de victoriallenó el silencio.

oooOooo

Esa tarde, ambos guerreros seencontraban junto al lecho de Ilene, e

Page 1020: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sus habitaciones del pequeño palaciocon que contaba la ciudad santa. El reyconvalecía de sus mortales heridas yunto a sus fieles planeaba una marcha

sobre Aesthi cuando, inesperadamente,le fue anunciada la visita de Issmir,reina de los Pastores de Egione y aún,de hecho, emperatriz de Magoor.

 —¿Qué clase de mujer es? — inquirió el rey—. ¿La conocéis?

 —Nadie sabe mucho de ella — anunció Khost—, pues se casó con Sibhace días apenas. Sólo hemos oído queno pertenece a la nobleza de Egione ni ala de Magoor. Es un caso bien extraño.

 —Y tú, Gilgamesh ¿tampoco sabesnada? —inquirió Ilene.

Page 1021: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Nada —respondió él,lacónicamente y con un nudo en lagarganta.

 —Está bien —concedió al fin el reycon un gesto de aburrimiento—. Khost¿querrás traerla hasta aquí?

Éste obedeció y Gilgamesh se quedóa solas con Ilene. La inquietud eravisible en su rostro.

 —Seguramente esa vieja brujavendrá a ofrecerme una paz honorable oalgo parecido —se burló el rey,rompiendo el pesado silencio—. Nosabe lo equivocada que está. Nodescansaremos hasta devolverlos atodos ellos al desierto de donde saliero¿verdad Gilgamesh?

Page 1022: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —En efecto —murmuró éste comosonámbulo. Estaba enamorado de Issmir,ahora lo sabía, desde que la vio en elacantilado de Ghor, y le entristecía verlaotra vez y soportar su expresión dedesapego.

 —Me auxiliaréis los dos durante laentrevista. —Dispuso el monarca—.Conocéis mejor que yo la situació política y no quiero cometer errores.

El semblante de Gilgamesh era frío einexpresivo como el mármol. Ilene seapercibió de ello, pero cuando iba a preguntar el motivo de su malestar, las puertas se abrieron y apareció en laestancia la sublime Issmir, seguida de uKhost empalidecido.

Page 1023: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El rey empalideció también. Aquellamujer parecía escapada de un universode ángeles. Su rostro irradiaba belleza.Su nobleza y su equilibrio era perfectos.

 —Soy… soy el rey Ilene. —Acertóa decir éste torpemente—, y el que vesaquí es Gilgamesh.

Ella lo miró. Fue como aquella primera vez, junto al mar de Haffa,cuando le habló del pétalo rojo dejadomarchar, como la breve ocasión en quesus miradas volvieron a cruzarse eAesthi. En sus ojos no había orgulloherido, ni ira contenida. Sólo desprecioe infinita lejanía.

Se saludaron con rigidez,

Page 1024: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aparentando no conocerse, y despuésIlene, contraviniendo sus planesiniciales, ordenó que los dejasen solos.El aturdido Khost y un Gilgamesh ciegode celos abandonaron las habitacionesreales y nadie supo lo que allí se hablóaquella tarde. Pero cuando las puertas seabrieron de nuevo, Issmir salió sin mirar a los lados y la voz de Ilene los llamóubilosamente, y llamó también a los

sacerdotes y a los generales parahacerles saber su decisión. Cuandotodos los convocados rodeaban almonarca en su lecho, éste tomó la palabra y habló así:

 —Sé que voy a morir. —A esteanuncio sucedieron unos murmullos de

Page 1025: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 protesta—. Callad, por favor… el reytiene ojos en muchos sitios y aunqueestoy recién llegado a Angorth sé que eel Valle de los Reyes está preparada mitumba y que la herida de mi costado nose cerrará. Es penoso para mí dejarostan pronto, pero éste es el destino de uguerrero. Sin embargo, antes de morir hede cumplir un último deber hacia elreino. Sabéis que no tengodescendencia… también sabéis que laenemistad entre nuestro pueblo y el pueblo de Egione nunca tendrá fin… amenos que se tome una medida atrevida.Soy un rey guerrero, pero hoy headoptado una decisión de paz. Contraerématrimonio mañana por la mañana co

Page 1026: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la viuda de Sib para que el heredero queMagoor necesita sea también el hombreque aúne en el futuro a las dos naciones bajo una sola corona.

Calló, pero no hubo comentarios.Entonces añadió:

 —La ceremonia se celebrará en laintimidad. He terminado.

oooOooo

Todo sucedió como él habíadispuesto. Muy temprano, y en la mismacámara de Ilene, un sacerdote ofició la

Page 1027: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sencilla ceremonia que servía para unir al rey y a la hermosa Issmir con elsagrado vínculo del matrimonio.

Una vez terminado su cometido, elreligioso dejó solos a los esposos y losnobles esperaron en la antecámara a quela unión se consumara, según lacostumbre. Gilgamesh, por su parte, seretiró a su dormitorio, enfurecido nosólo por el matrimonio, sino porque nitan siquiera marcharse le era posibleahora que su brazo herido le impedíaluchar.

Pero la espera de la nobleza se viointerrumpida por un nuevoacontecimiento. Un capitán de la guardiallegó a donde estaban e informó de que

Page 1028: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

algo enorme se aproximaba volandodesde el este y, fuera lo que fuera,arrojaba fuego y parecía hostil.

Como para reafirmar sus palabras,un creciente y repentino griterío seescuchó en el exterior y todos se precipitaron hacia los ventanales,excepto el valiente Khost, que corrió alas almenas, para ver algo que lo dejósin respiración. Un enorme dragón seencontraba frente a la ciudad, ya habíacalcinado dos torres con el fuego queexhalaba por su nariz y parecíadispuesto a no dejar piedra sobre piedra.

 —¿Quién eres? —gritó Khosttemerariamente—. ¿Qué quieres?

Page 1029: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El dragón se fijó en su diminutafigura sobre una muralla mediodestruida y rugió, con horrible voz:

 —Soy Kull y busco al que llamáisGilgamesh. Apartaos y entregádmelo oquemaré todo el país.

 —¿Qué quieres de él? —preguntó elestremecido guerrero.

 —He de aniquilarlo, como me hasido ordenado. Aquél que escondéis esun proscrito de los dioses que mató algigante Huwawa, que cuidaba su jardín,  a Yoeri, la reina del estanque verde.

Entregádmelo o moriréis todos.Khost tuvo que pensar 

apresuradamente. Con un poco de suerte,Gilgamesh no habría oído nada. Ordenó

Page 1030: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a un soldado que informara al rey decuanto ocurría. Gilgamesh no podíadefenderse con su brazo herido y bajoningún concepto se le podía permitir talcosa. Después, se preparó para morir ydesafió al dragón.

 —Escucha —gritó— aunqueGilgamesh fuera el enemigo de todos losdioses y de todos los demonios, losguerreros de Magoor lo defenderemossiempre con nuestra vida ¡Vete de aquí osufre las consecuencias!

 —¿Cómo te atreves a hablarme deguerreros? —bramó el dragón—. Puedoacabar con ejércitos enteros de una solallamarada. Más os vale que meentreguéis al que busco. Sé que está e

Page 1031: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la ciudad. Puedo olerlo.Entonces, el aguerrido Khost, el

digno heredero de la época de la queIlene provenía, bajó de las almenas y,cruzando las puertas de la ciudad, searrojó como un suicida hacia elinvencible dragón, seguido de lostrescientos hombres que habían quedadocon vida del ejército de piedra.

En el interior de palacio losacontecimientos también se sucedíaapresuradamente. El médico del rey sedirigió a la habitación donde Gilgamesdescansaba y le administró un bebedizoso pretexto de que ayudaría a lacuración de su brazo. En realidad era usomnífero. Él bebió confiadamente y

Page 1032: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuando preguntó por la causa de losamortiguados sonidos que llegaban delexterior, sintió que sus párpados secerraban y que un invencible deseo dedormir le ganaba el cerebro. Finalmente,cayó sobre el lecho y el médico ordenóa unos soldados que lo depositaran euna camilla.

Cuando salía de la habitación,apareció en el umbral Ilene en persona.

 —Escóndelo tras la puerta de bronce del Valle de los Reyes —ordenó —. Es el único lugar seguro. Ahora…dame su espada.

 —¡Majestad! —protestó el médico,que temía que el rey hiciera una locura —. ¡Estás muy débil! No debieras…

Page 1033: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Silencio! —atajó enérgicamenteel monarca—. Sabes que a losauténticos reyes de Magoor les fueconcedido el privilegio de morir ecombate. No creas que me he olvidadoni que voy a languidecer en un lecho.

El médico se sintió amedrentado, pues aún moribundo, la autoridad deIlene era terrible. Lo vio marchar haciael exterior del palacio, buscando lamuerte, como el testimonio de una épocadonde la dignidad no era algoextraordinario y los hombres se medíaentre sí por su valor, como el únicohombre vivo capaz de empuñar cohonor la espada del mítico GuerreroTriste.

Page 1034: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando Ilene se plantó, con grandesdificultades para mantenerse en pie, eel campo de batalla, la mayoría de loshombres habían sido diezmados y sóloKhost y unos cuantos se defendían aúempecinadamente. Entonces gritó:

 —¡Detente, Kull! ¡Yo soyGilgamesh!

Y en prueba de sus palabras, agitó laespada mágica y la esgrimióamenazadoramente.

El dragón dudó por un instante.Todos los que presenciaban la escenacontuvieron la respiración y el silenciocontinuó mientras Kull olfateaba a Ilene.

De pronto, rugió: —¡No! ¡No eres Gilgamesh!… ¿Qué

Page 1035: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

es esto? ¡Ya no lo huelo! ¡Lo habéisescondido, malditos! ¿A dónde lo habéisllevado?

Alzó el vuelo pesadamente con susgigantes alas, y los súbditos de Magoor suspiraron de alivio al ver que su reysalvaba la vida. Pero en el últimoinstante, el dragón se volvió y lanzó unallamarada de fuego con la que abrasó atodos los combatientes. Nadie advirtióla serena sonrisa de Ilene el Valientecuando la oleada de calor quemó srostro y le franqueó el camino hacia unadorada eternidad en el Valle de losReyes.

Hacia él se dirigió el dragósiguiendo el rastro de Gilgamesh y

Page 1036: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nunca más fue visto en la ciudad santa.Los soldados, consternados, bajaron alfin de la seguridad de las almenas pararecoger el cuerpo sin vida de su rey ydel resto del ejército de piedra.

Y fue entonces cuando un alaridodescomunal, horrible, que no podía proceder de garganta humana ni de bestia conocida, se escuchó en todo el país.

Más tarde, cuando los sacerdotesinspeccionaron el Valle de los Reyes,encontraron el cuerpo del dragómutilado, muerto, sangrando por cientosde heridas ¿Quién lo había hecho?

ingún humano entró en aquel lugar ela hora del combate pero en las tumbas

Page 1037: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de cristal, las espadas de los reyesmuertos se encontraron tintas en la negrasangre y la leyenda contó después quelos ciervos se quedaron dormidos y lasalmas inmortales de los reyes regresaroa sus cuerpos para vengar al último desu estirpe, salvar la vida del protector del país y cuidar que ninguna malignidadviolara la pureza de aquel lugar sagrado.

 Nunca más se supo de Gilgamesh eel país de los lagos, pero su recuerdo nose empañó en la memoria de sushabitantes, y su espada sería empuñada por las calcinadas manos de Ilene elValiente hasta que Magoor volviera anecesitar a sus reyes o hasta que elviento del olvido barriera para siempre

Page 1038: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la memoria del imperio.

Page 1039: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO XIII

«De modo que siga sin

detenerse jamás

en el camino que se ha

trazado».

Cicerón

Aradawc

Al despertar, Gilgamesh se encontróaciendo en el interior de una estancia

de paredes de piedra, quizá una cueva,iluminada por los inciertos destellos deuna sola antorcha. Tras un esfuerzo de lamemoria, recordó difusamente que

Page 1040: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

alguien de palacio lo había burlado paraquitarle su espada ¿Se trataba de unatraición? No sabía que para él el sueñode Magoor había terminado y que brazosextraños lo habían trasladado muy lejos bajo las montañas.

Al volver la cabeza vio que junto asu lecho había un extraño personaje quele causó un sobresalto. Era un ser  barbudo y enano, vestidoestrafalariamente con un delantal decuero y tocado con un capuchón rojo. Alos pálidos reflejos de la antorcha, saspecto era grotesco.

 —Vaya ¿has despertado ya? —  preguntó el individuo con un sentimientode hastío.

Page 1041: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Quién… quién eres? —balbuceóGilgamesh.

 —¡Silencio! —atajó el otro—.¿Puedes andar? Entonces levántate ydisponte a comparecer ante elgobernador.

Gilgamesh se incorporódificultosamente, sin entender una palabra, y siguió al extraño personaje,cuya cabeza escasamente le llegaba a lacintura, a través de lo que se leantojaron sórdidos pasillos de paredesrocosas. Parecía encontrarse en usubterráneo, pero las preguntas que hizoen este sentido sólo obtuvierogruñidos.

Finalmente, llegaron a una sala más

Page 1042: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

amplia, de forma circular, iluminada co profusión de antorchas. En un sillósorprendentemente rico para la rudezadel lugar, se sentaba un enano de barbacana y ojos fieros, alrededor del cual searracimaban algunos funcionarios derostro aburrido.

 —¿Quiénes sois? ¿Donde estoy? — empezó a preguntar Gilgamesh simayores miramientos.

Los enanos no respondieron.Siguieron estudiándolo, incrédulos deque un hombre tan desvalido mantuvieratal arrogancia ante el mismo gobernador de las galerías del sur.

 —¿Dónde estamos? —insistióGilgamesh—. ¿En los sótanos de la

Page 1043: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ciudad santa? —¡Silencio! ¡No balbucees más! — 

ordenó un dignatario con irritación—.Te encuentras en la presencia delgobernador.

 —¿Gobernador? ¿Gobernador dequé?… ¿Qué hago aquí? —repusoGilgamesh, contrariado, transformandosus manos en puños al tiempo que srostro se crispaba peligrosamente.

 —Dos guardias de inspección por las galerías del este te encontraron en la puerta de Nerth, te trajeron hasta aquí yhas estado durmiendo algún tiempo…eso es todo —explicó un enano enjuto atítulo conciliador.

Gilgamesh calló un momento para

Page 1044: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ordenar sus ideas. Si aquello no era una broma, parecía que, tras perder elconocimiento en el palacio, alguien lohabía trasladado al interior de la galeríaque se abría en el Valle de los Reyes, pero ¿con qué objeto?

 —¿Cuál es mi situación entonces…? —preguntó con el rostro ensombrecido,sin dejar de pensar en su espada.

 —Eres un prisionero, naturalmente.Tendrás que explicar satisfactoriamentequé hacías en nuestro territorio si permiso —replicó el primer funcionario, con mal disimuladaautosuficiencia.

 —No tengo la menor idea. Pensabaque vosotros me lo explicaríais — 

Page 1045: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

contestó Gilgamesh con descuido. —Bien… bien —intervino por fin el

gobernador, tratando de adoptar un tonomayestático—, en ese caso no puedodejarte libre. Por suerte para ti hay aquíalguien que te conoce, y parece saber más acerca de tu persona que tú mismo.

 —¿Quién es? —inquirió Gilgamesh,después de un instante de duda.

 —Ahora lo verás. Traed al chiflado —ordenó con voz chillona, y añadió—:La verdad es que últimamente no se puede gozar de paz ni debajo de latierra. Al poco tiempo de aparecer misguardianes periféricos contigo dormidocomo una marmota, nos visitó ulunático que dice conocerte.

Page 1046: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh albergó una rápidasospecha. Un instante después, delcorredor que se abría a la izquierda dela estancia llegaron los comentariosdesabridos de una voz familiar, y al punto apareció en el lugar la desgarbadafigura de un viejo vestido de azul, coamuletos dorados que tintineaban sobresu pecho.

 —¡Kei! —gritó embobado, mientrasexperimentaba una fuerte sensación deseguridad—. ¡Eres tú…!

 —Hola hijo… ¡Vaya, por fidespiertas! —comentó el anciano conegligencia—. Creía que iba a tener quemeterme dentro de otra piedra mientrastú dormías…

Page 1047: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pero ¿qué haces aquí?… ¿Qué esesto? —preguntó Gilgamesh.

 —¿Esto? Caramba ¿no lo ves? ¡Losdominios de los enanos! —declaró coel mayor desparpajo. El viejo sedesenvolvía con tal naturalidad como siel gobernador de ojos felinos fuera uamigo de la infancia.

 —¿Estamos bajo Magoor? — aventuró Gilgamesh.

 —¿Magoor? —repitió Kei, comoevocando una idea lejana—. ¡No, esoqueda muy lejos! Por si no lo sabes,ovenzuelo, he tenido que caminar de lo

lindo para localizarte. —¡Basta de charla! —interrumpió

violentamente el gobernador, que debía

Page 1048: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hacerse respetar y no juzgabasuficientemente comedido el tono de Kei —. ¡Hemos de hablar de vuestro futuro!

El hechicero le dirigió una mirada,como si acabara de reparar en s presencia, y dijo, con la mayor sumisión.

 —Estamos a tu disposición, por supuesto.

 —¡Vaya! ¡No faltaba más!… Por míos dejaría en un calabozo hasta la horade vuestra muerte, pero por alguna razósu majestad el rey de los enanos tienecuriosidad por vosotros dos y quiereveros…

 —¿Y por qué es eso, si puedesaberse? —preguntó Kei.

Page 1049: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No lo sé. Parece que le interesa elexterior. Dice que algo ha cambiadodespués de mil años y que quiere másnoticias sobre el asunto —manifestó elenano, y añadió—: A mí no me importalas cosas de la gente de arriba, perocomo tengo orden de trasladaros a lacapital, eso es lo que haré. Saldréis paraallí inmediatamente, custodiados por una patrulla. Os aconsejo que no tratéis deescapar, aunque por si acaso viajaréisencadenados.

 —¡Oh, señor gobernador! — exclamó Kei, adoptando un repentinotono teatral—. ¡Eso es una graignominia para gente pacífica comonosotros! ¡Haced cuenta de que hemos

Page 1050: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entrado en vuestros dominios novoluntariamente, sino impelidos por lascircunstancias!… Conceded al menos aeste pobre viejo el beneficio de caminar en libertad. Las cadenas me daaprensión, y para colmo, seguramenteestarán húmedas y eso es fatal para mireuma… En cambio —señaló alaturdido Gilgamesh— a este joven deaspecto repugnante y malévolo podéisencadenarlo, y muy cuidadosamente, pues su naturaleza es violenta y, por másque trato de convencerlo de que sea bueno, siempre se rebela y me deja emal lugar. Pero no os preocupéis,eminencia, yo me ocuparé de que noescape.

Page 1051: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿A qué tanta preocupación por sconducta? ¿Eres su padre acaso? — Gruñó el gobernador.

 —No, su ilustrísima, sólo sconsejero espiritual —respondióalegremente el anciano.

El enano frunció el ceño y reflexionóun momento. Era evidente que Kei loestaba liando. Pero, después de cavilar sobre sus extravagantes argumentos,contestó agriamente:

 —Nada de eso, anciano. Aunquetrates de seducirme con tus adulaciones,no te servirá de nada. No he llegado aGobernador Mayor de las GaleríasMeridionales a causa de miingenuidad… Marcharéis los dos

Page 1052: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encadenados, pues no me fío devosotros.

 —Como vos ordenéis, eminencia — repuso a su vez el mago.

Acto seguido, el enano hizo un gesto apareció una pequeña tropa al mando

de un severo y corpulento capitállamado Udd, gente disciplinada y pocohabladora que inmediatamente procedióa encadenar a los cautivos para el largoviaje.

oooOooo

Page 1053: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Éste se desarrolló pesadamente, por estrechos corredores, unos naturales yotros excavados en la roca viva. De vezen cuando les llegaba el rumor de los picos de los operarios que extraíametal en las cavidades cercanas yocasionalmente se cruzaban co patrullas de vigilancia que iban yvenían. Pero Udd evitó las grandesgalerías por las que incesantementecirculaba una enorme densidad detráfico, ya que el rey de los enanos, al parecer, había ordenado discreción.

Después de un buen rato de marchaen silencio, Gilgamesh se animó ahablar.

 —¿Por qué no los conviertes e

Page 1054: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cabras? —preguntó animadamente aKei, recordando un incidente que ahorale parecía divertido.

El anciano lo miró de hito en hito. —¿Qué piensas? ¿Qué después de

arrastrar por el aire a todo ese ejércitode pedruscos podrían haberme quedadofuerzas como para transportar hasta aquítodos mis talismanes y ungüentosmágicos? No, jovencito, habríanecesitado una caravana de mulas paraeso, y soy un mago pobre. Además,como puedes ver, aquí, no hay pasto para cabras.

Udd los mandó callar, no siinquietarse al escuchar la palabra«mago». Continuaron en silencio, pues,

Page 1055: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pero Gilgamesh advirtió que Kei dabamuestras de inquietud, como si perdieraseguridad a medida que el viaje progresaba, cosa insólita en él, quedespués de un momento susurró:

 —De todos modos, debemosdeshacernos de estos individuos. Eserey de los enanos no hará más quecausarnos problemas.

 —¿Tú crees? —respondióGilgamesh en el mismo tono—.Seguramente querrá hablarnos de laantigua alianza con Magoor, si en verdadson ellos los constructores de las torresde cristal.

 —¡Eso es lo que tú piensas! — contestó apresuradamente el hechicero

Page 1056: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —. Nadie puede saber lo que pasa por la mente de un enano.

Gilgamesh se preguntó qué podíamotivar la excitabilidad de Kei. Nuncale había parecido una personarazonable, pero su actitud hacia el reyenano le parecía sorprendente, cuandono sospechosa.

Sin embargo, pronto se olvidó delasunto, e interrogó al viejo acerca de loocurrido en Angorth. Éste lo apercibióde que su espada no le había sidorobada, sino sólo tomada en préstamo por Ilene el Valiente para salvar la propia vida de Gilgamesh, pues alguiehabía liberado contra él al terribledragón Kull.

Page 1057: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Kull has dicho…? —exclamólentamente Gilgamesh—. Pero ¿no es eldragón de las Siete Estancias? ¿Aquélque instruía a los novicios que buscabala Ciudad Blanca?

 —¿Qué estáis diciendo de la CiudadBlanca? —intervino súbitamente Udd,que había escuchado las últimas frases.

 —Sólo decía que… que hace muchotiempo algunos iban allí para buscar aAradawc —explicó Gilgamesh.

 —¡No lo nombres! —chilló elcapitán con repentino enfado.

 —¿Por qué no lo dejamos? —adujoKei conciliadoramente—. Mi buecapitán, este hombre es un ignorante y noha querido ofenderte. Mejor será que…

Page 1058: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pero ¿por qué no puedo nombrar aAradawc? —prosiguió Gilgamesh,repitiendo el nombre prohibido de formaconsciente, pues tenía la sensación dehaber dado con una inesperada fuente deinformación que el mago quería a todacosta cegar.

 —¡Su nombre es sagrado! — vociferó el enano—. ¡Él nos creó!

 —Lo que quiere decir este buecapitán es que… —empezó a decir Kei,nuevamente dispuesto a que todo elasunto fuera olvidado. Era evidente quehabía cometido una imprudencianombrando al dragón. Sin embargo,Udd, herido en sus sentimientosreligiosos, lo interrumpió abruptamente.

Page 1059: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —… Que Aradawc no era un simplehombre —declaró—, como se empeñaen afirmar vuestras leyendas, sino udios. El dios que creó a los enanos,quien nos enseñó la minería y a trabajar el oro y las joyas, quien nos entregóherramientas para que construyéramos laCiudad Blanca mientras él permanecíaen la isla de Onud… ¡La generaciórecién nacida de enanos produjo unaobra que nadie podrá imitar! ¡Unaciudad entera tallada en un solo bloquede mármol!

Gilgamesh discurría intensamente.La inclusión de la isla de Onud en lahistoria arrojaba nueva luz sobre todo elasunto. Nunca se le hubiera ocurrido

Page 1060: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

relacionar al viejo Aradawc, el poseedor de la Piedra Resplandeciente,con los magos del Círculo Rojo, peroahora esta relación parecía evidente.Miró interrogativamente a un Keicontrariado.

 —¿Sabías tú todo eso? —preguntó —. No, no creo que un simple generalde Magoor tenga por qué estar muyinformado ¿no es cierto? —añadióirónicamente, y aún remachó—: ¿Y por qué no quieres que te vea el rey de losenanos?

Kei lanzó una tosecita nerviosa y nosupo qué decir. Por primera vez estabaen apuros.

 —¿Qué fue de vuestro dios? — 

Page 1061: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 preguntó Gilgamesh al enojado Udd. —¡Vive! —se apresuró éste a

contestar—. ¡En algún remoto lugar vive protege a su pueblo!

 —Aradawc fue aniquilado — murmuró de pronto el mago, con lamirada perdida y como un sonámbulo,hablando para sí mismo.

 —¡Mientes! ¡Mientes! —vociferó elcapitán al tiempo que golpeaba a Keicon su lanza.

 Nunca debió hacerlo. El hechicerose volvió y lo miró con ojos que producían terror, dejando al enanocompletamente intimidado. En esemomento dejó caer una piedrecitasemejante a un canto de río, de un color 

Page 1062: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

muy blanco, de manera de que el capitáno advirtiera que lo hacíaintencionadamente.

Éste, encontrándola sospechosa, larecogió para inspeccionarla. Al instante,su cara perdió el color y sus ojos setornaron vidriosos. El hombre se quedósin habla y Kei, con un rapidísimomovimiento, le hurgó en el uniformehasta arrebatarle las llaves de losgrilletes.

Los demás enanos no reaccionaron,asombrados ante la poderosa magia delanciano. Habrían combatido con fierezaa un enemigo perfectamente mortal,indudablemente humano, pero los magosles producían aversión y se mantuviero

Page 1063: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sumisamente inmóviles mientras los prisioneros se liberaban y huían galeríaadelante. Sin embargo, uno de ellosmurmuró:

 —Están perdidos. El gobernador ordenó bloquear todas lasramificaciones, que sólo se abrirán coel santo y seña. —Y añadió, mirandofijamente a sus compañeros, como si loque iba a decir tuviera una especialsignificación—: Sólo está expedito elcamino del túnel prohibido.

Los demás suspiraron de alivio, porque sabían que, por más poderosaque fuera la magia del hechicero,ninguno de los dos fugitivos escaparíade las fauces de aquello que les

Page 1064: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esperaba en la oscuridad.

oooOooo

Para entonces, Kei estaba dandoexplicaciones. Carecía de fuerza moral para seguir ocultando a Gilgamesalgunas cuestiones, y por lo tanto, se vioobligado a admitir que Aradawc era el principal de los magos de la isla deOnud, y que era él el sostén de la alianzacon los reyes de Magoor, aunqueignoraba el origen de dicha alianza.Mantuvo apasionadamente la idea de

Page 1065: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que era un mortal, si bien había llegadoa ser un mago muy poderoso, y repitióque fue aniquilado, pues los dioses seescandalizaron de sus prácticas en laCiudad Blanca.

Inmensidad de preguntas seagolparon entonces en la mente deGilgamesh ¿Cuántos eran los magos y dedónde salieron? ¿Cuál era la naturalezade la Piedra Resplandeciente? ¿Qué pasó con los demás integrantes delCírculo Rojo? Pero una se abrió pasoentre las demás.

 —Kei, de una vez por todas ¿quiéeres tú? —preguntó, convencido de quehabía llegado la hora de las respuestas,sin atreverse a considerar la idea que s

Page 1066: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

imaginación le dictaba, la asombrosaidea de que Aradawc podía ser aquelmismo anciano de amuletos dorados, yque su encuentro cerca del Bosque delos Cedros no fue casual, sino que, por algún motivo, el viejo quería gobernar sus pasos.

Este puso los ojos en blanco y sedetuvo, al tiempo que sujetaba alsumerio por el hombro. Parecía estar escuchando algo.

 —¿No oyes? —preguntó en voz muy baja.

Gilgamesh contuvo la respiración yaguzó el oído. Con los ojos cerrados, alcabo de un momento un gesto mudoindicó que percibía algo, como un tenue

Page 1067: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

temblor de la roca. —Sí —musitó, parece como si algo

se moviera. —¿Sabes qué hay sobre nosotros?

 —dijo Kei—. El mar. Un gran océanoque separa dos continentes, si no meequivoco.

 —¿Crees que lo que escuchamos puede ser su rumor? —aventuróGilgamesh y, de pronto, comosobresaltado—. ¿Y no será unainvención tuya, un truco para evitar contestarme?

 —No seas ridículo —respondió elviejo con cierta indignación—. Para nocontestarte me basta con callar ¿No te parece?

Page 1068: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh decidió que sinterrogatorio podía aguardar, ycontinuaron caminando sigilosa, casifurtivamente, intentando no rozar elsuelo siquiera, escuchando en el abismode silencio el propio torrente sanguíneogolpeando las sienes, abarcando cadavez más calidades de flujo inmaterialque recorría las galerías como un corcelinvisible.

De pronto, Gilgamesh exclamó: —¡Es música!Sí, la podían oír, era una música de

 belleza inhumana que emanaba de ulugar remoto e inundaba las soledadesde una inexplicable armonía,sumiéndolos en el bienestar al tiempo

Page 1069: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que avanzaban como intentando atrapar con sus manos, con el gesto, aquellamelodía que hacía que el aire ya noestuviera estancado y húmedo, sinodoblándose perpetuamente sobre símismo o siendo tallado por unainteligencia desconocida para arrancar sonidos de su misma sustancia.

 —Pero… ¿Qué belleza es ésta? —  balbuceó Gilgamesh—. ¿Cuál puede ser su origen?

 No hubo respuesta. Kei estabaabstraído. Quizá era la música, sólo lamúsica, que existía en aquellos espacioscomo idea pura. Quizá la música habíanacido en un remoto origen de las profundidades.

Page 1070: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero todo indicaba que había unafuente, aunque infinitamente lejana, pues,tras horas y horas de caminar, notaroque el sonido aumentaba en claridad yfirmeza.

Así anduvieron durante tres días,gobernados por sentimientoscontrapuestos de placer y de inquietudante el enigmático autor del conciertoque no cesaba. Pero la música fuecreciendo, y tan cerca llegaron a estar que conocieron todos sus matices, y fueentonces cuando Gilgamesh, el reyvagabundo, el enemigo de los dioses,lanzó un gemido de emoción al darsecuenta de que, de manera semejante elviento de la Ciudad de los Murmullos,

Page 1071: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 podía entender el significado de aquellamelodía.

La música narraba una historia, y elconmovido Gilgamesh supo que era laleyenda que un antiguo poeta caído almar había escrito para Sirkka, la mujer mítica a la que Sib había evocado,aquélla que habitaba un palaciosubmarino y cuya voz era como lamúsica, y repetía obsesivamente el mitode sus propios orígenes.

Una luz dorada temblaba en las paredes. Los dos viajeros, mudos ante elmisterio, avanzaron hasta su origen yalcanzaron a ver que provenía de laembocadura de una galería. Se miraron yKei habló primero.

Page 1072: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Pasemos de largo —susurró—.Esta ramificación es nuestraoportunidad.

 —Pero ¿es que no te atrae como amí esta música, la belleza de la historia? —repuso Gilgamesh con un gesto dedecepción.

 —Mucho, y me parece irresistible, pero es eso lo que no me gusta. Creo quedebemos alejarnos.

La música ganó intensidad y s belleza era aterradora. Parecía que, ecada inflexión de su garganta, Sirkkaquisiera arrebatar la voluntad de losviajeros, urgir de ellos una decisión.

 —¡Voy a entrar! —exclamófinalmente Gilgamesh.

Page 1073: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡No, no lo hagas! —gritó Kei,intentando sujetarlo.

Pero el joven peregrino de Uruk yano era dueño de sus actos. Su exageradasensibilidad hacia la belleza lo hacíamás vulnerable a la prisión de sonidosque aguardaba del otro lado. Por eso sesacudió al anciano y entró en el túneliluminado.

Kei apenas pudo pronunciar unanueva protesta, y la figura de Gilgamesdesapareció de su vista, bañada por laluz ambarina, en la primera curva deltúnel.

Page 1074: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

oooOooo

La música era hermosa. Cada vezmás. Pero cuando Gilgamesh entró en laSala de los Ecos, creyó descubrir uuniverso nuevo. La enorme estancia seabría inesperadamente, como labrada por canteros expertos, y en ella la luz notenía un punto preciso de origen. Parecíaemanar de todas partes y prestaba unatextura especial a las cosas. En elcentro, un solio de piedra lo dominabatodo y en él se sentaba la mujer quecantaba. Era una hermosa criaturavestida con una túnica blanca, descalza,

Page 1075: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

casi tan bella como la música. Pero éstaahora bailaba una danza de espíritus,rebotando en cada faceta de las paredesde roca, precipitándose una y otra vez, yel aire mismo parecía vivir. Nunca anteshabía tenido esa sensación, y nunca lavolvería a tener.

El sonido, atronador y sutil a utiempo, creció, osciló y finalmente sefue perdiendo en un lentísimocrepúsculo, a cuyo fin percibióGilgamesh una nueva dimensión delsilencio.

 —¿Quién eres? —se atrevió a preguntar con voz tonante, que tambiéreverberó en las paredes.

La muchacha abrió la boca para

Page 1076: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hablar, pero de ella no salió una palabra. Sólo música. Y el rey rebeldecomprendió la respuesta:

 —Soy Sirkka. Fui traída aquí paracantar.

 —Yo soy Gilgamesh, un viajero e busca de la tierra que se abre al oeste.

Ella calló un momento. Despuésañadió.

 —Acércate, viajero… hace muchotiempo que nadie viene por aquí.

Él avanzó con paso tembloroso, yuno a uno fue subiendo los nueveescalones que ascendían al trono de piedra, hasta que sus ojos estuvieron ala altura de los brillantes ojos azules deella. De pronto, se desvanecieron todos

Page 1077: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sus temores, y su vida anterior pareciódiluirse en aquella blanda mirada. Sesintió atado a la maravillosa mujer por cadenas eternas y, bajo las inmensasaguas del océano, supo que su amor notendría fin.

 Ninguno habló durante un momento.Luego, de la garganta de Sirkka brotóuna música que hablaba de maravillasmás allá de la Cueva de los Ecos, deenjoyadas estancias nupciales, de salascon techumbre de cristal que dejabaver el océano con sus criaturas marinas  denunciaban la presencia del sol

cuando éste navegaba sobre el mar.Los dos se retiraron, llenos de amor,

  Sirkka lo llevó a sus estancias de

Page 1078: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

música y roca, y allí se amaron sobre ulecho de delgadas fibras de oro, y elaturdido amante escuchó de la bocadivina nuevas leyendas, y le narró a svez, en noches como aquélla, sus propias aventuras en muchas tierras.

Ya no había inquietud. El dolor por el amor perdido de Issmir, ladesesperanza ante la idea de morir, laantigua obsesión por Enkidu… todas lasfogatas que habían calcinado su espíritempalidecieron y se esfumaron comoceniza gris que lleva el viento.

Durante años se meció en estesueño, y en todo ese tiempo no sintiódeseos de ver el sol, ni tristeza por laausencia de otra gente. El amor 

Page 1079: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

consumía la mayor parte de su actividad  su dulce esposa lo abrazaba siempre

de manera irresistible, envolviendo scuerpo con ternura. Le besaba loshombros y el cuello. Siempre loshombros y el cuello.

En aquellas jornadas sólo había algoque lo inquietaba. Una oscura llamada,una voz remotísima que lo reclamaba aun mundo de dolor. No entendía quédifusa sombra del pasado se alzabacontinuamente dentro de él, pero aquellavocación fue creciendo día a día, y laodiaba, porque envenenaba su bienestar  le costaba grandes esfuerzos olvidarla,

deshacer su angustia y apacentar sespíritu.

Page 1080: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Pero una vez, cuando se hallabafelizmente abrazado a Sirkka, quién sabecuantos años habían pasado ya, una solavez la voz se convirtió en un alaridodesesperado, en un grito que brotó desus propias entrañas. Entonces sintió unaconvulsión.

Cuando volvió nuevamente la vistahacia su amada, se vio abrazado a algoinnombrable que le hizo empalidecer derepugnancia. Sirkka, la sublime mujer,era una enorme serpiente que loenvolvía con su cuerpo ondulado en uabrazo mortal, y su cabeza de trescuernos iba y venía de su hombroderecho, dando cortas dentelladas que loestremecían de dolor y lamiendo s

Page 1081: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sangre muy despacio.

Page 1082: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO XIV

«La besa y cree que la estatua

le devuelve los besos;

 se acerca más, y la abraza, y

 se imagina que sus dedos

 se hunden cual si tocaran un

cuerpo vivo».

Ovidio

La puerta de Luth

Un momento antes de que se desmayara,alguien volvió a repetir su nombre y, almirar, pudo ver a un anciano que lerecordaba a alguien… a alguien que

Page 1083: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

conoció muchos años atrás, en su remotauventud.

 —¡Gilgamesh! —volvió a gritar elhombre, haciendo aspavientos—.¡Despierta!

 No entendía. Muy despacio, unacortina de brumas parecía ir cayendo esu mente, pero aún trataba de recordar quién podría ser aquel anciano deamuletos dorados y aún temía estar soñando, envuelto en una pesadillaturbulenta que lo separaba de su amante.Quiso despertar, pero las imágenes nodesaparecían, y la serpiente seguíamordiendo su hombro.

El hombre le lanzó un saquito, queGilgamesh atrapó con su única mano

Page 1084: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

libre. —¡Mezcla esos polvos con t

sangre! ¡Rápido! —urgió Kei.El reptil, que hasta ahora parecía

haber ignorado al viejo, embistió de pronto, tratando de atemorizarlo. Pero élmismo estaba atrapado anudando aGilgamesh y nada consiguió.

 —¿No me recuerdas? —gritó elviejo angustiosamente—. ¡Soy Kei, elmago de las nueve colinas!

Los ojos del cautivo se quedaron e blanco, como si fuera a sufrir uinminente desmayo.

 —¡Soy Kei! ¡Recuerda el monteisir! ¡El oeste, el monte Nisir!

 —El oeste… —musitó

Page 1085: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

inexpresivamente Gilgamesh—,mientras el monstruo seguía lamiendo lasangre que manaba sin parar de shombro.

 —¡Acuérdate de Enkidu! —Acabóde decir Kei.

Al escuchar el nombre de Enkidu, ulatigazo de vida atravesó el rostro deGilgamesh, y sólo entonces recobró s pasado. Las angustias volvieron y pudosaber que el sueño no era eldesesperado Kei, no era la serpiente quelo consumía, sino todos aquellosvoluptuosos años junto a la dulceSirkka, que nunca existieron[77].

 —¡Los polvos! ¡Utiliza los polvos! —tronó el mago una vez más.

Page 1086: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Por fin, el cautivo abrió la bolsita ydejó que los polvos azules que conteníase mezclaran con la sangre que anegabasu pecho. El monstruo, demasiadoobcecado para reparar en el engaño,lamió aquella sustancia.

 —¡Aguanta! ¡Aguanta! —le animóKei—. ¡No te desmayes!

Gilgamesh trató de luchar contra eldolor y el desvanecimiento, pero laserpiente seguía comiéndole el hombro.Sin embargo, al poco tiempo una seriede espasmos recorrieron su cuerpo y susojos expresaron una rabia insondable.Pero ya era tarde, no pudo acabar con lavida de su cautivo en una últimadentellada mortal, como hubiera

Page 1087: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

querido. Cuando el veneno la mataba, urugido partió de su garganta al tiempoque todo su cuerpo se contrajo en uúltimo sobresalto que casi acaba con svíctima.

Pero al fin, la cabeza inerte de la bestia cayó pesadamente sobre la roca,al mismo tiempo que Gilgamesh sedesmayaba, abrumado por el dolor ydesvanecido por la pérdida de sangre.

oooOooo

Cuando recuperó el conocimiento,

Page 1088: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Kei estaba sentado a su lado, mirándolocon gesto benévolo. Aún sentía un dolor lacerante en su hombro, pero cuando fuea tocárselo advirtió que la carne comidahabía sido sustituida por una pieza demarfil.

 —Yo lo hice —explicó el viejo—,con uno de los cuernos de tu amante.

Gilgamesh, sin dejar de palpar aquella placa extraña a su cuerpo, seincorporó y sacudió la cabeza en uexpresivo gesto de derrota.

 —¿Cómo ha podido ocurrir esto? — se dijo—. ¡Era tan real…! ¡Esamúsica…! Creí haber pasado años juntoa esa muchacha.

 —Ya ves que las cosas no son como

Page 1089: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 parecen, y que el tiempo mismo escapa anuestra comprensión —contestó Kei cosuavidad—. Y ahora, si crees que puedes caminar, pienso que no debefaltar mucho para alcanzar el exterior.

Gilgamesh se levantó, levementemareado, y continuaron el viaje, aú perturbados por el extraño incidente,abrumados por lo mucho quedesconocían de aquellos rincones ydesconcertados por la misteriosanaturaleza de todas aquellas criaturasmaravillosas.

Recordó muy pronto el punto en quehabía interrumpido la conversaciócuando empezaron a escuchar la música, pero ya no quiso proseguir. Estaba

Page 1090: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

demasiado amedrentado y temía unarevelación estremecedora en cuanto a la personalidad de Kei, que, si seconfirmaba, le haría temblar de respeto  perder la familiaridad que había

conseguido con quien gustaba de hacerse pasar por un humilde mago mediochiflado.

Renunció, pues, a acosarlo, y seconcentró en el significado de aquellaúltima aventura, evocando en smemoria al poeta del desierto, quemantuvo toda su vida despierto el sueñode Sirkka, la dama que cantaba en u palacio submarino, y que murió con sesperanza insatisfecha y sin saber que lafabulosa mujer no era más que un juego

Page 1091: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de los sentidos, el engaño tramado por una inteligencia desconocida.

En cuanto a Issmir… ¿Qué habríasido de ella? Si era verdad que Ilenehabía muerto, habría heredado ufabuloso imperio y de seguro muy prontoun apuesto príncipe llegaría paradesposarla nuevamente. Era sólo ufantasma del pasado, un vano recuerdoque quería matar pero que siempre serevelaba y anegaba su consciencia. Detodos modos, prefería tenerla lejos. Noquería ver cómo otro hombre la hacía sesposa y sobre todo, así evitaba lainsuperable sensación de estar de sobra,que es lo que sentía siempre en s presencia.

Page 1092: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Cuando al cabo de poco tiempodivisaron un punto de luz en laoscuridad, se alegraron en el fondo desus corazones y se arrojaron al exterior  para darse al aire y al cielo como pájaros enjaulados que recobran lalibertad.

Pero aquél era también el momentode una nueva despedida. Kei era a losojos de Gilgamesh como un espíritmisterioso que iba y venía, quemarchaba y volvía a presentarseinesperadamente.

 —Éste es el fin de mi camino —dijoel viejo con un gesto de cansancio—.Desde aquí puedes hacer sólo tu viaje,si es que aún pretendes continuar. Y

Page 1093: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ahora, presta atención: todavía es muyextenso el trayecto que te queda por recorrer. Habrás de atravesar lasMontañas de Hierro, hechas de lasescorias del mineral que los enanosextraen de la tierra; cruzarás los pantanos de Ylia y el sombrío país delos místicos y si no has errado elcamino, llegarás después al acantiladode Luth, donde la tierra se estrecha haciael oeste en un istmo semejante a una punta de lanza, y a un cuarto de legua seextienden las tierras llanas de más allá,el lugar desolado donde se alza el Nisir.Cuando estés en lo alto del acantiladode Luth, bajarás a la playa. Frente a ella a escasa distancia de la orilla, hay u

Page 1094: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pequeño islote que tiene una puertarectangular labrada en su base. Ésta seabre hacia el otro lado en un pasillo por donde sólo cabe un hombre —seinterrumpió un momento, y despuéscontinuó—: Y ahora presta atención: elúnico punto por donde puedes penetrar en la tierra que buscas es esa puerta, pero no creas que de cualquier manera, pues hay un hechizo mágico con el quelos dingir inmortales protegen la entradaen ese país. Cuando el sol se pone en elsolsticio de verano, y solamente en esedía, sus rayos siguen paralelamente laslíneas del pasillo en el islote. La luzrojiza forma un corredor mágico en elaire que reproduce el pasillo en la roca

Page 1095: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hasta tocar la pared del acantilado, ysólo entrando por ese pasillo luminosola vía queda expedita.

 —¿Qué ocurriría si trato de pasar detodos modos? —preguntó Gilgamesh.

 —Te ahogarías o serías devorado por alguno de los monstruos marinos quenadan en aquellas aguas. Pero si lohaces como yo te digo, nada te ocurrirá, pues acudirá a recogerte un pezencantado que te transportará sobre slomo hasta la otra orilla —aclaró Kei.

 —¿Y cómo llamaré a ese pez? —No tendrás que llamarlo. Estará

allí —aseguró el anciano, y sacando desu manto azul una resplandecienteespada que hasta entonces había

Page 1096: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mantenido oculta, dijo solemnemente—:Toma esto… me lo dio para ti uguerrero de Egione.

 —¿De Egione? —repitió Gilgames¿Quién puede ser? ¿Quizá alguno de losLobos Grises?

 —No lo sé… llevaba la cara ocultatras una especie de capuchón oscuro — aclaró el otro.

El rey de Uruk empuñó su nuevaespada sin dejar de pensar en elenmascarado que tan fácilmente lo habíaderrotado cuando escapaba de Angorth,  que acto seguido lo sorprendió

 prestándole su caballo mágico. Elmismo que, lleno de majestad, pocodespués de la muerte de Sib, apareció e

Page 1097: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el campo de batalla a recuperar lo queera suyo, y a quien nunca más volvió aver.

 —¿Ya no te molesta el brazo? —  preguntó Kei, al ver cómo Gilgamesh seejercitaba con la espada.

Éste se palpó el brazo, que se lehabía roto en la batalla de Angorth, ymiró al anciano con redobladaadmiración.

 —Una cura de urgencia. —Se limitóéste a decir.

 —Gracias —dijo Gilgamesh, con usentimiento que no era capaz deexpresar.

Pero de pronto recordó que Keihabía hablado de un lugar llamado el

Page 1098: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 país de los místicos, y quiso saber quétipo de paraje era aquél, y si debíatemer nuevos peligros al cruzarlo.

 —No es un lugar recomendable — declaró el viejo—. Allí se esconden losúltimos monjes negros, sacerdotes de uculto olvidado… el culto del diosAradawc, que dominan el arte de matar  por la palabra. Lo mejor es queatravieses sus dominios con la mayor discreción.

 —Dijiste a los enanos que Aradawcno era un dios, sino un hombre ¿En quéquedamos?

Kei dejó escapar una tosecita, que aGilgamesh le pareció nerviosa.

 —Que los monjes negros lo

Page 1099: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

consideren un dios no quiere decir quelo sea, como pasa con los enanos — concluyó Kei.

Otra vez Aradawc planeaba en elcamino de Gilgamesh y su mítica estelareunía elementos aparentementedispersos. Pero no quiso preguntar más.La expresión del viejo y entrañable Keile decía que, como siempre, no habríarespuestas.

Habría querido que éste loacompañara, pues siempre se sentíaseguro a su lado y en la hora de aquellanueva separación sintió repentinamenteuna cruel soledad y una especie denostalgia anticipada por las regañinasdel anciano.

Page 1100: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Entonces —murmuró comelancolía—, ésta es la despedida…¿Crees que volveremos a vernos?

 —¿Todavía más? —exclamó elmago componiendo un gesto de asombro —. ¿Qué es lo que quieres? ¿Extenuar aeste pobre viejo? No, no… a no ser quecuando hayas encontrado esa tontería deinmortalidad vayas a visitarme a micueva… Entonces serás poderoso ysabio: Espero que recuerdes que teayudé y te dignes participarme algo de tciencia.

Así era Kei. Siempre encontrabaocasión para dejar a los demás eridículo. Ni el mismo Enlil sabíaseguramente qué era lo que en realidad

Page 1101: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pensaba mientras discurseabacomplacido.

 —Iré a verte —dijo Gilgamesh cocálida expresión—. No sé qué meespera más allá, pero si puedo regresar,no dejaré que vivas en un lugar solitario… He llegado a tomarte afecto,a pesar de tu carácter insoportable.

 —Vaya, vaya —repuso, incómodo,el viejo—, no nos pongamos ahoramelancólicos. Para mí es mucho mejor que no te tome cariño, pues nadie en suscabales daría por ti una moneda. Aún tequedan muchas dificultades antes dellegar al Nisir, por si no lo sabes.

¿Era un destello sentimental lo quehabía brillado en los ojos del anciano?

Page 1102: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¿No temblaba su voz de emoción? No,seguramente eran sólo imaginaciones deun Gilgamesh demasiado necesitado decompasión.

 —Triunfaré —declaró éste coseguridad.

 —Lo veremos —replicó elhechicero—. De momento, mientras túluchas contra todos los dioses y losdemonios, yo vuelvo a mi casa, dondeme dedicaré a plantar unas hiladas decebollas.

 —Kei, eres desconcertante —dijoGilgamesh sin sombra de rencor.

El anciano lo miró fingiendo enfado. —No sé por qué dices eso —replicó

 —. La cebolla es un excelente alimento

Page 1103: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que protege de los constipados y losviejos como yo hemos de tener cuidadocon lo que comemos. Pero supongo queno se puede esperar otra cosa de uovenzuelo ignorante como tú… En fi

 —añadió, ya retirándose—, nosveremos en alguna parte. Adiós.

 —¿Cómo vas a volver? —preguntóGilgamesh—. ¿A pie?

 —No, no, de ninguna manera — contestó Kei mientras se alejaba—.Silbaré para que baje un dragón volador ¿Te parece bien?

Se alejó refunfuñando. Hasta que se perdió de vista detrás de unas encinas,Gilgamesh no apartó sus ojos de él.Desde que lo conoció no había dicho

Page 1104: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

más que abundantes mentiras acerca desí mismo. Quizá algún día tuviera laoportunidad de desvelar su auténtica personalidad.

oooOooo

Viajó obstinadamente y en soledad por los parajes que el mago le habíaanunciado. Atravesó el país de losmísticos sin ver a nadie, aunqueesperaba desgraciados encuentros colos monjes negros. Transcurrierosemanas y semanas y cuando llegó el

Page 1105: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

solsticio se encontraba en el borde delacantilado de Luth.

Atardecía, y desde la altura secontemplaba todo el mar. A su pie, una playa de arenas blancas, espigada haciael oeste y en el agua, la isla oscura cola puerta excavada en su seno, lamida por la espuma. Al fondo, un dilatado panorama blanco, verde y parduzco seextendía en tierras llanas, y más allá,sobre la línea ligeramente curva delhorizonte, un sol de oro se descolgabamuy despacio.

En poco tiempo llegaría la hora delcrepúsculo y la luz solar traspasarla el pasillo mágico, por lo que Gilgamesh, preso de la excitación del que ve que

Page 1106: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sus planes se cumplen, bajó hasta la playa y se plantó frente al islote. Comoen trance, aguardó el momento oportuno.Observó la roca puntiaguda y llena deriscos, ennegrecida a sus ojos por elcontraluz, y contempló la puertaencantada.

Los rayos del sol se fuerodesplegando horizontales y, a través del pasillo, la amarillenta luz se deslizó yllegó a tocar la pared del acantilado,dorando la espuma y dando uresplandor sobrenatural a la arena.

El momento había llegado. En elaire, el corredor mágico se hizo visibledebido al agua pulverizada que saltabauna y otra vez sobre las olas. Gilgamesh,

Page 1107: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el rey rebelde, el héroe del hombro demarfil, se dejó tocar por la luz ycomenzó a caminar hacia la entrada del país del oeste[78].

Pero cuando el agua bañaba susrodillas, de la inmensidad negra de laisla se destacó una figura como un riscoque se ponía de pronto en pie. Tenía elsol detrás, y su cara era invisible. Ssúbita aparición le heló la sangre en lasvenas.

Gilgamesh se quedó clavado dondeestaba, como un condenado a muerte queaguarda la llegada del verdugo.Finalmente, el desconocido se plantóentre la puerta y él, y los dos dejaroque un largo e insoportable silencio

Page 1108: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hiciera más horrible el estrépito de lasaves marinas.

El recién llegado habló de pronto. —¡No pasarás por esta puerta! —¿Quién eres tú? —preguntó

retadoramente Gilgamesh, echando demenos la seguridad de su espadamágica.

 —Soy el dueño del dragón Kull, deYoeri, de Sirkka… de todos los que túmataste o que murieron por tu causa — replicó el hombre con terrible voz.

 —Entonces, seguramente sabesquién soy y qué es lo que quiero… ¿Ytú? ¿Cuál es tu nombre? —preguntóGilgamesh, estudiando a su enemigo yordenándose a sí mismo prudencia.

Page 1109: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El guardián no respondió. Despuésde un momento, Gilgamesh volvió ahablar.

 —¿Por qué quieres detenerme? —Es la voluntad de los dingir 

inmortales —respondió el desconocido —. Ellos me han ordenado que guardeesta puerta de los intrusos,especialmente del rey de Uruk, ytambién de otro guerrero que seaproxima hacia aquí. Mis enviados no pudieron destruirte, pero yo lo haré si note marchas.

Gilgamesh sintió un nuevodesasosiego ante la noticia de que teníaun competidor, otro guerrero que tratabade vulnerar la puerta de Luth y sin duda

Page 1110: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encontrar a Ziusudra antes que él.Por lo demás, el sol se hundía y aú

no acababa de decidirse a atacar aldesconocido, que se expresaba coexcesiva calma, como si no tuviera lamenor duda de que podría derrotar aGilgamesh rápidamente.

 —Pero ¿quién eres tú? —preguntóéste— ¿un dios, un demonio…?

 Nuevo silencio. Desde su posición,Gilgamesh podía ver a través de la puerta cómo el sol perdía fuerza y seaprestaba a desaparecer bajo las tierrasdel oeste. Al mismo tiempo, le pareció percibir la silueta de algo que se movíaen el mar, algo voluminoso, como ellomo de un gran pez, el pez encantado

Page 1111: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que habría de llevarlo a la otra orilla.Se dio cuenta de que perdía el

tiempo conversando y atacó con furia, pero el extraño detuvo sus golpes siaparente dificultad, como si los tuviera previstos de antemano. Al cabo de unosmomentos de enconada lucha, eldesaliento, la rabia, la desesperanza,turbaron a Gilgamesh cuando la luzdesapareció y el pasillo dorado se perdió como por un arte mágico. Lanoche llegaba y la oportunidad estaba perdida.

Fue entonces cuando el desconocidoadoptó una actitud inesperada ydesconcertante. Una vez que el paso a laotra tierra era imposible, abandonó la

Page 1112: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lucha y se volvió, comenzando acaminar a lo largo de la roca y dejandoexpedita la puerta. En las violáceasaguas ya no afloraba el lomo del pez, yel aire era gris y frío. Gilgamesh había perdido su oportunidad, y le costaría, eel mejor de los casos, todo un añovolver a intentarlo.

Pero, por encima de todo, su espíritguerrero se sublevaba contra eldesprecio. Atacar ahora a su enemigo denada le serviría, excepto de venganza, pero la indignación hizo nido en sgarganta y dio poder a su voz cuandogritó:

 —¡Espera, la lucha no ha terminado!El guerrero sin nombre se detuvo,

Page 1113: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pero no se volvió. Nada dijo. —¡Sigue luchando, maldito lacayo!

 —vociferó Gilgamesh, fuera de sí. —Vete a Uruk, Gilgamesh. Es todo

cuanto quieren los dioses —respondióel otro sin darse la vuelta.

 —¡Lucha, maldita sea! ¡Deja quevea tu cara!

El desconocido no movió umúsculo.

 —¡Pelea de una vez, o te corto lacabeza de un tajo! —amenazó elenfurecido Gilgamesh.

Entonces ocurrió algo asombroso. Elhombre se transformó en un torbellinoimparable de golpes, y, con la rapidezdel relámpago, atacó e hirió a

Page 1114: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh antes de que éste pudieralevantar su mandoble para defenderse,antes de que advirtiera que se habíavuelto, antes de que consiguiera ver scara.

Cayó como un plomo en las aguassomeras mientras el guerrero misteriosocontinuaba alejándose. Estupefacto,avergonzado, humillado, consiguiórecuperar su espada y arrastrarse hastala playa. Sus heridas no eran profundas,como si el guerrero sin nombre sólohubiera querido ahuyentarlo y darle unainolvidable lección.

Fuera quien fuera, ya habíadesaparecido, y el héroe del hombro demarfil se quedó allí tendido, brutalmente

Page 1115: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

derrotado, rotundamente despojado de laesperanza y con la amarga sensación deque su largo viaje había terminado.

oooOooo

Sólo pudo volver sobre sus pasos.Le quedaba la remotísima esperanza deobtener alguna información de losmonjes negros, de que accedieran aenseñarlo a luchar para vencer alguerrero sin nombre.

Caminó ensimismado durante díashasta divisar una cordillera de montañas

Page 1116: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que azuleaban a lo lejos. En la neblinagrisácea parecían florecer gigantescas paredes desnudas y de una cortina de polvo suspendido se alzaban al cielodesdentadas e imponentes torres de piedra gris. Y Gilgamesh, el impenitente buscador, se sintió pequeño alcontemplar aquel universo de cortaduras  desniveles que era el país de los

místicos.Se adentró en él penosamente y

 pronto abandonó la ruta que habíaseguido en su anterior viaje y quetranscurría por una comarca marginal, para dedicarse por entero a la búsquedade los monjes. No vio ninguno, pero alcabo de un par de días entró en un valle

Page 1117: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 bordeado de acantilados gigantes ecuyos voladizos había instalados pequeños monasterios como incrustadosen las paredes. Parecían nidos deáguilas en la lejanía y se preguntó quéextraño designio habría llevado ahombre alguno ahí arriba, qué cruel persecución o qué singular deseo desoledad habría recluido a los monjes elos rincones más aislados e inaccesiblesdel mundo.

Dejó atrás la inmensa pared que erallamada Shor Gissar, que en la lengua deMagoor significa «acantilado de loshombres buitre», y que albergaba nomenos de treinta pequeños adminículos,sin que nada en la distancia delatara la

Page 1118: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 presencia de seres humanos.Posiblemente llevaban todos muchosaños muertos y temía, después de subir los escarpes, no encontrar más queosamentas deshaciéndose en polvodesde tiempo inmemorial.

Pero era vital intentarlo, arriesgarseconfiando en la posibilidad de quealguien, un solo monje, continuara covida allá arriba y aceptara tomarlo comodiscípulo para poder al cabo de un añofranquear la puerta de Luth.

Al fin llegó hasta el mayor de losacantilados, en el que una lejanísimamancha blanca denunciaba la presenciade un monasterio cuyo estado exterior le pareció menos ruinoso. No había

Page 1119: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

santuarios alrededor y el instinto le dijoque era allí, en aquel enclave solitario,donde habría de buscar a los maestros.

La pared en cuestión rebasaba comucho las dimensiones de las demás ya desde el principio le pareció una

empresa poco menos que imposiblealcanzar la construcción. Se acercóhasta situarse a sus pies y al mirar arribala altura le pareció inconcebible. Y siembargo, tenía que escalar. En el casode que hubiera existido alguna suerte de pasadizo en el interior de la montaña, sentrada estaría bien escondida, acasoderrumbada con el paso de los años. Nomerecía la pena buscarla.

La escalada era extremadamente

Page 1120: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 peligrosa, pero al fin la acometió,confiando en un ciego tesón más que euna posibilidad real de llegar arriba. No podía permitirse un fracaso ahora,después de todo lo que había sufrido.Conforme los meses pasaban yatravesaba más y más dificultades, máscara le resultaba la retirada y en aqueltrance decidió una vez más jugarse lavida para no morir, mecerse en lossalientes de la roca, siempre al borde deun abismo estremecedor, porque scamino hacia la inmortalidad pasaba por aquel monasterio.

Su ascenso fue una sucesión deesfuerzos sobrehumanos, de escalofríosante la nada que se extendía bajo sus

Page 1121: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pies y de llagas que una y otra vezherían sus manos cuando se agarrabacon desesperación a los salientes.

La noche llegó sin que tuvieratiempo siquiera de alcanzar un pinoretorcido que el azar había puesto en scamino, en pleno barranco. Tuvo que pasarla abrazado a la piedra, igual queun niño asustado abraza a su madre. Ycon la noche vino a visitarle un fríomortal que traspasó sus músculos comouna flecha envenenada.

De pronto, algo lo sobresaltó. Habíavuelto la cabeza levemente hacia lastinieblas que tenía detrás, en el espaciodesnudo, y vio con nitidez un rostro dehombre. Pensó que sufriría una

Page 1122: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

alucinación debido al cansancio, quenunca debió asumir aquella empresa siun descanso previo, pero el hombre, cola cabeza rapada y expresión ausente, loobservaba. Parecía ir cubierto con umanto negro y, si era real, se manteníasuspendido en medio del abismo. No seatrevió a abrir la boca, estabademasiado asustado. Volvió la cabeza asu posición normal para mitigar el dolor que empezaba a sentir en la nuca, ycuando miró una vez más a la oscuridad,a no vio nada. El extraño, o el

espejismo de la noche, se habíamarchado sin mediar palabra.

Por un momento una idea saltó en smente, y creyó que había visto antes, e

Page 1123: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

algún momento, en algún lugar, aquelrostro inexpresivo y enjuto. Pero prontose olvidó. No sabía qué significado podía tener la aparición, ni ya lequedaba inquietud por saberlo. El frío lelaceraba los hombros y se sintió, alláarriba, atravesado por una ventiscainvisible y en medio del opaco vacío,más desamparado que nunca. Y más poderosamente que nunca, su pesquisa,su largo viaje, su permanecer allíretrepado como un búho con las alasheridas, le parecieron carentes desentido. Su corazón dudó y se preguntóqué misterioso miedo del alma lo habíallevado a encararse con aquella pared, a perseguir un premio desmesuradamente

Page 1124: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

elevado, a robar a los dioses lainmortalidad arrastrando unasdificultades sobrehumanas que en aqueltiempo le habían privado de todos los placeres sencillos de la edad. Añoró de pronto la felicidad cotidiana de las pequeñas cosas y envidió por una solavez a los vulgares, a los mansos, a lossumisos, a los indiferentes, a todosaquellos jóvenes de su edad quellenaban las plazas de Uruk, de Aesthi ode Saane, que bebían, cantaban y seocupaban del amor sin pensar en más. Yquiso, en un arrebato de piedad yarrepentimiento, no ser más que un hijode los dioses inmortales y disfrutar de la paz de cada atardecer tras la seguridad

Page 1125: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de los muros de la ciudad donde nació.Pensó una y otra vez con envidia e

quienes en aquella hora de lamadrugada, aún se divertíadespreocupadamente en la alegrecompañía de las amigas que conocíasus corazones, y los comparó con s propio infortunio, con el destino delauténtico hijo de Lugalbanda, para quielos dingir inmortales, con unacondescendencia especial, habíacreado la criatura más hermosa delmundo, comparable en belleza a lamisma Inanna, la diosa cuyo resplandor alumbra los atardeceres de Sumer [79].Él, estúpidamente, sangraba y sedesgarraba en aquella infinita soledad,

Page 1126: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la escarcha cubriendo sus hombros, elviento gélido traspasando sus huesos. Yen aquel instante tuvo la sensación deque la naturaleza, el mundo entero,hombres y dioses al unísono, se reían deél.

oooOooo

Pero por el esfuerzo de su voluntad,  también por encontrarse en un camino

sin regreso donde tan difícil era subir como bajar, vio amanecer, continuóescalando y se plantó al final de aquella

Page 1127: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

tarde en el voladizo donde descansabael monasterio, que comunicaba con elexterior mediante una puerta y tresventanas, todas tapiadas con piedras delfondo del valle, y la obra parecía muyantigua.

Pensó que solamente encontraríahuesos, pero ya que había llegado hastaallí merecía la pena echar un vistazo, por lo que procedió a retirar los bloquesde roca de la entrada principal y al fin,con un suspiro de emoción, entró en elmonasterio.

Por primera vez desde quién sabíacuanto tiempo, un torrente de luz naturalrecorrió el interior. Gilgamesh penetróen las tinieblas espada en mano y pronto

Page 1128: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

se encontró en una reducida estancia de paredes rocosas, a cuya penumbra susojos se fueron acostumbrando poco a poco.

Pero lo que vio allí lo dejómaravillado. En el centro geométrico dela estancia brillaba una pequeña esferade luz. Le recordaba los temibles fuegosencantados de las nueve colinas, aunquesu brillo era mucho más mortecino. A salrededor, repartidos por toda laestancia y también suspensos en el aire,se hallaban fragmentos redondeados deroca, de un tamaño variable perosemejante al de la esfera. Cuando, pocoa poco, se atrevió a tocarlas, comprobóque eran reales y no ilusiones ópticas o

Page 1129: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

apariencias obtenidas mediante lamagia. Trató de moverlas en el aire cosuavidad, pero parecían estar bien fijas,como atadas por vínculos invisibles al punto del espacio donde se encontraban.

Gilgamesh se despojó entonces de smanto y cubrió con él el boquete abiertoen la puerta. El interior adoptó unaapariencia muy distinta, iluminado tasólo por la tétrica esfera de luz, queesclarecía en forma extraña las piedrasa su alrededor. Durante un rato observóla escena, pero nada ocurrió. Al fin latensión se relajó en su cuerpo y, de pronto, sintió el agotamiento acumuladoen los últimos días. Estaba cansado,además, de formularse preguntas, de

Page 1130: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

resolver misterios, cansado de noentender. Buscó un rincón en la penumbra del fondo para detenerse adormitar, pero al hacerlo sintió uescalofrío de terror.

Allá, en aquel extremo de lareducida estancia, yacían los cuerposdesaliñados de nueve monjes cubiertoscon túnicas negras. Eran personajessemejantes a la visión que había tenidode madrugada. Así pues, los habíaencontrado. Corrió a la entrada paradescorrer su manto, y en la claridadexaminó mejor los cuerpos exánimes.

 Nada en ellos hablaba de vida, parecían momificados. Gilgamesvenció su miedo inicial para volver a

Page 1131: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sentir la creciente desazón de noentender, el desespero de no encontrar más que cadáveres incapaces de proporcionarle respuestas y deenseñarle a luchar.

Finalmente, se rindió y, mientrasafuera caía el sol, decidió buscar laesquina más alejada de las momias yecharse a dormir, aguardando la llegadade un nuevo día que le trajera laoportunidad de volver al valle. Ycuando se cerraron sus ojos y lasconstelaciones apuntaban ya en el cielo,visible a través de la pequeña abertura,lo último que miraron fue el conjunto de piedras flotantes, a los que la crecienteoscuridad de la noche había vuelto a

Page 1132: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 prestar apariencia fantasmagórica.

oooOooo

Un rumor agudo y silbante lodespertó antes del amanecer. Abrió losojos y vio cómo las piedras se movíaen el aire. Se quedó en la misma posición, sin mover una parte de scuerpo, para que quien quiera que fuesela inteligencia que gobernaba la danza,no lo descubriera.

Las pequeñas rocas flotantes girabaa los impulsos del sonido, que comenzó

Page 1133: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a hacerse musical, y en su recorridodescribían amplias elipses en torno a laesfera luminosa, cuyo brillo parecíahaber ganado intensidad.

Sin saber por qué, Gilgamesh noestaba asustado. Sólo maravillado por la belleza del espectáculo, por laagradable música que gobernaba el giro,a veces vertiginoso y a veces pausado,de las rocas embebidas de luzamarillenta. Cuando se incorporó a buscar el origen del sonido, encontróque en un extremo de la estancia, unaflauta de blanco hueso flotaba comotodo lo demás y tocaba sola[80].

 No osó acercarse. Contempló ladanza de las esferas tanto tiempo como

Page 1134: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

duró, hasta que la música fue muriendo yel movimiento se hizo más pausado yfinalmente cesó.

Fue en aquel momento cuando elsonido cortante de una voz le heló lasangre en las venas.

 —¿Dónde dejaste tu espada,Gilgamesh?

Se volvió con un sobresalto. Ante élestaban sentados los nueve monjes,como resucitados de una lejana muerte.Pero su desconcierto fue mucho mayor cuando reconoció a uno de ellos y tuvola turbulenta sensación de que el pasadorevivía. Porque aquel hombre de rasgosduros era el mismo cuyo rostro habíavisto la noche anterior en el acantilado y

Page 1135: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

entonces supo por qué le pareció usemblante conocido: Era el instructor, elasesor militar de Ketra que entrenaba alos Lobos Grises, el hombre misteriosoque no quería revelar su nombre y queuna noche desapareció de pronto, siexplicación alguna.

 —Mi espada quedó en Magoor — respondió de forma titubeante, luchando por sobreponerse a su terror.

 —¿Y qué es lo que buscas aquíarriba? —preguntó el instructor.

 —Como sin duda sabes —contestó,contemplando como petrificado a susinterlocutores, que parecían un tribunalde jueces siniestros—, puesto que nosconocimos en Egione, me dirijo al Nisir 

Page 1136: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 mi intención es conocer el secreto dela inmortalidad.

 —Ciertamente —añadió elinstructor—, en esa montaña vive el quesobrevivió de las aguas, el únicohombre que no morirá. Pero pierdes ttiempo al tratar de entrar en ese reino prohibido hasta para los dioses. Nadielo ha hecho desde que cesó el Diluvio.

Gilgamesh percibió la crecienteluminosidad que acudía a la estancia. Eel exterior estaba amaneciendo.

 —Por eso he venido —se atrevió acontinuar—. Quiero pediros que meenseñéis a derrotar a un guerreroinvencible que cierra el camino en la puerta de Luth.

Page 1137: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Por qué hemos de hacerlo? —  preguntó ásperamente el monje.

Gilgamesh no podía dar razones. Erasimplemente un advenedizo que venía asuplicar si era necesario. Pero de prontorecordó la leyenda de la PiedraResplandeciente y contestó como Sytnahabía contestado al mítico Aradawc:

 —No hay motivo ni deber que os pueda obligar —dijo—. Es sólo que herecorrido medio mundo para hablar coel inmortal y ahora necesito vuestraayuda.

Los monjes callaron, y un pesadosilencio los envolvió. Gilgamesh, pálidocomo un muerto, aguardó una respuestasin atreverse a añadir más, sabiendo que

Page 1138: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

toda insistencia no conseguiría más queirritarlos.

De pronto, el más viejo de todos seadelantó. Ni siquiera le llegaba al pecho  estaba tan escuálido que parecía que

un soplo de la brisa se lo habríallevado, pero su proximidad lo aterró.El monje, sin duda el maestro de lacomunidad, respiraba profundamente por la nariz, y sus labios murmurabaalgo incomprensible. Fue entoncescuando Gilgamesh advirtió que eraciego, aunque aquello no parecíarepresentar un gran problema para él, yalgún otro sentido oculto le permitíahacerse una idea más que aproximada decuanto le rodeaba[81].

Page 1139: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Durante años —empezó a decir elviejo—, nadie ha tenido la extrañaosadía de presentarse como tú lo hashecho. Aquí sólo puedes esperar lamuerte, porque el conocimiento no puede ser entregado a cualquiera.

 —¡No! —estalló el sumerio—.¡Enseñadme! ¡Enseñadme o todosmoriremos!

Y, como presa de una repentinalocura, esgrimió la espadaamenazadoramente. Pero entonces elanciano maestro continuó con sus rezosen voz alta. Gilgamesh podíacomprender todas las lenguas, pero eesta ocasión no había significadoalguno. Eran sólo palabras que el viejo

Page 1140: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pronunciaba una y otra vez.Sintió una extraña opresión y u

miedo inexplicable, y la sensación fuecreciendo al compás del tono de voz delmonje, que se elevaba gradualmente.Luchando con toda su fortaleza,consiguió por un momento dominar sahogo y descargar un terrible golpe deespada que iba dirigido a la cabeza delanciano, pero éste lo esquivó con uimperceptible, veloz y casi rutinariomovimiento. Entonces, cuando el monjenegro gritó con atronadora voz las palabras del conjuro, Gilgamesh cayófulminado contra el suelo y lloró deimpotencia y de dolor mientras senemigo tomaba la espada en sus manos

Page 1141: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 la arrojaba al precipicio, en medio dela luz del amanecer.

Inmediatamente, él mismo se sintióflotar en el aire y ser transportado haciael exterior. El sol del nuevo día inundósu cuerpo cuando fue extraído delmonasterio y quedó suspendido en elaire, sobre el insondable abismo. Ecualquier momento, el anciano lo dejaríacaer e, igual que su espada, seestrellaría contra las rocas del valle ytodo habría terminado.

 —Así es como habrías de derrotar atu enemigo —declaró el monje ciegocon tono burlón—, pero lo cierto es queno te merecería la pena el tiempo quetardarías en aprender. Son necesarias

Page 1142: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

docenas de años para conocer sólo ellenguaje de la flauta flotante. Por lotanto, es mejor que mueras.

Iba a dejarlo caer, pero en el últimomomento un destello de luz cruzó lamente de Gilgamesh, que dijo:

 —Espera… puedo aprender muyrápido. Más rápido que cualquiera detus discípulos.

 —Ellos llevan cien añosaprendiendo. Incluso el hombre queconociste en Egione es un aprendiz — contestó el viejo, con impaciencia.

 —Haz que la flauta suene, y te lodemostraré —desafió Gilgamesh coinaudita seguridad.

El monje negro no habló. Su rostro

Page 1143: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

no reflejó emociones. Pero, de algunaextraña manera, envió la orden para quela flauta sonara y la música silbante sevolvió a escuchar desde el interior.

Gilgamesh aguardó un momento y, poco después recitó, con expresióansiosa:

 —Que las esferas giren en elespacio, las unas sobre lasotras… que la crisálida seconvierta en mariposa y el potrosalga del vientre de la yegua…que la hierba crezca en lasmontañas y el viento la incline ylas semillas sean transportadas

Page 1144: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 por el aire…[82].

Parecía que un espíritu misteriosohablara por su boca, y el maestro ciegoquedó estupefacto. Después de umomento de reflexión, las mismas manosinvisibles que habían extraído aGilgamesh del monasterio lo ponían asalvo en el voladizo.

 —¿Cómo has podido descifrar elSonido de la Creación? —preguntó elmonje en voz baja y con la sorpresa pintada en el semblante.

 —Soy el hijo de un dios —contestóGilgamesh con voz triunfal.

Page 1145: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO XV

«Vivid persuadidos de que es

bien difícil ser siempre el 

mismo hombre».

 Séneca

Khol

Gilgamesh contó pacientemente shistoria y cuando terminó, el maestromiró a uno de los monjes más jóvenes yéste se levantó y se dirigió a la salida,desapareciendo sin más ¿A dónde habíaido? Gilgamesh se asomó al voladizo,

Page 1146: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pero ya no estaba. Sólo vio un enorme buitre negro que planeaba más abajo yse perdía en la distancia.

 —¿A dónde se ha marchado? ¿Se haconvertido en buitre? —interrogó,desconcertado.

 —Demasiadas preguntas — respondió secamente el instructor.

Gilgamesh sintió que su deber eracallar y esperar, y así lo hizo durantealgún tiempo, pero al cabo volvió a preguntar:

 —¿Puedo saber vuestros nombres?Los monjes se sonrieron co

 benevolencia. —¡Qué ingenuo puedes llegar a ser,

guerrero! —contestó el instructor—.

Page 1147: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¡Claro que no!Al cabo de unos minutos volvió a

aparecer en el voladizo el monje quehabía partido. En sus manos llevaba unacaracola marina que entregó al maestro  éste, sosteniéndola en sus ancianas

manos, se dirigió a Gilgamesh. —Ven —dijo—, acércate al exterior.Cuando estuvieron de nuevo al

 borde del barranco, el viejo aplicó lacaracola al oído de Gilgamesh y lehabló a través de ella.

 —¿Ves esa paloma salvaje? —dijo,señalando a un ave que salía del bosque,a sus pies—. Ha perdido a sus pollos.Esta mañana un vendaval arrastró elnido y se estrellaron contra el suelo…

Page 1148: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

¿Y ese buitre? Viene de una tierra lejana buscando carroña, porque es un buitre

oven, rechazado en los festines quecelebran los maduros… Sé todo eso porque conozco el lenguaje de losanimales y porque tengo un buen oído.Ahora mismo estoy oyendo cómo sedesprenden las hojas de los árboles coel paso del viento, allá en el valle, yoigo también cómo crece la hierba elas mesetas que hay sobre el barranco…¿Te parece maravilloso?

Gilgamesh asintió con umovimiento de cabeza.

 —Pues mucho más lo es el poder detu enemigo, capaz de escuchar cualquier conversación que se hable en la tierra y

Page 1149: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que podría darte si quisiera noticias detu ciudad natal. Por eso te hablo a travésde esta caracola[83].

Gilgamesh se estremeció. Tomó lacaracola y preguntó:

 —¿Es un dios? —No, no es eso —respondió el

maestro—, pero su poder es inmenso. —Entonces ¿no hay manera de

combatirlo? —repuso Gilgamesh. —Tendrás una posibilidad cuando

sepas su nombre —aseguró el monje. —¿Su nombre? —repitió Gilgamesh. —Sí… sólo así podrás elaborar una

magia que acabe con él. Es la que yoacabo de emplear contigo. Me fue fácil porque el monje negro que fue instructor 

Page 1150: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de los Lobos Grises de Egione conocíael tuyo.

 —¿Cuánto durará la enseñanza? —  preguntó Gilgamesh con algo dedesazón.

 —¿Tienes prisa? —interrogó a svez el maestro.

 —Tengo un año.El maestro calló un momento y,

después de componer un gesto decansancio exclamó:

 —El mundo debe andar muyrevuelto últimamente, a juzgar por elinterés despertado por la puerta de Luth.Todo el mundo tiene prisa, pero la prisadel mundo hay que dejarla en el mundo.Si tan importante es para ti matar a ese

Page 1151: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

guerrero, sabrás esperar. —¿Cuánto tiempo? —insistió

Gilgamesh, temiendo despertar nuevamente la cólera del viejo, y sientender el mensaje velado de sus palabras.

 —Varios… varios años —dijo éstecon énfasis—. Antes no se puedeaprender.

Gilgamesh quedó en silencio yreflexionó largamente. Pero al cabo sedijo que necesitaba la iniciación por encima de todo, y confió en lassuperiores cualidades de su naturalezasemidivina para abreviar su estanciaallí.

 —Presta atención —intervino el

Page 1152: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

instructor—. De todas las cosas que teconviene saber, la primera es ésta: Ahíves tres puertas de bronce —señalóhacia tres adminículos situados en elfondo de la estancia—. La de la derechaserá tu celda, la central conduce a salasinteriores de nuestro propio uso y latercera no te incumbe, y nunca deberásabrirla, por ningún motivo. Y ahora, puedes entrar en tu estancia, de donde nosaldrás hasta que se te ordene.

Gilgamesh no contestó y se dirigió parsimoniosamente hacia la pequeña puerta de bronce. Las telarañas que lacubrían indicaban que durante muchotiempo no había sido ocupada. Losgoznes crujieron siniestramente al abrir 

Page 1153: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la hoja y penetró en una estancia oscuradonde sólo una pequeña rendija en la pared dejaba pasar una estrechísimalámina de luz del día. Las pupilas deGilgamesh se dilataron en la negrura, a pesar de lo cual no consiguió ver nada.

 —¿Qué haré aquí? —preguntó. —Ahí hay algo para ti —replicó

crudamente el instructor—.Antiguamente los discípulos eracegados con hierros al rojo, pero seconsideró que no era imprescindible eserigor y lo sustituimos por una oscuridadtemporal. Deja que tus ojos seacostumbren a la oscuridad y cuando puedas ver el objeto, utilízalo.

Gilgamesh cerró la puerta de bronce,

Page 1154: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

lleno de dudas, y las tinieblas locercaron. Sólo podía percibir el leveresquicio de la rendija en la pared, queanunciaba que afuera aún existía el sol.

Tuvo abundancia de tiempo, tiempo para recapacitar sobre su vida, acercade sus aspiraciones y de su antiguorencor hacia el padre que lo engendró, por haberse desentendido de seducación y de su lucha contra los dingir inmortales. Pero mucho más que en otracosa, pensó en Issmir. Le preocupabacómo en su interior ganaba importanciaa despecho de lo que entendía s principal misión, la adquisición de la preciada inmortalidad.

¿Cómo a él, que tanto había

Page 1155: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

disfrutado de las mujeres, le podía perturbar el desprecio de una más? Perono, no era una más. No sólo su belleza,sino su actitud, sus gestos, lo habíaconducido, acostumbrado como estabaal sufrimiento, a un nuevo paisaje detorturas, aquél en el que encallan lasnaves del amor solitario.

Pasaron horas, y sus ojos se fueroacostumbrando a la escasa luz. Tocó atientas el objeto del que había habladoel instructor, una jofaina llena de agua.Se sintió decepcionado, y no imaginóqué tendría que hacer con ella. Cuando pudo verla mejor, la examinó por todas partes buscando algo que flotara en lasuperficie, una inscripción en el barro…

Page 1156: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 pero nada encontró.Sólo el tiempo sin límites le dio la

respuesta. El instructor sabía queenseguida tocaría el objeto, pero le dijoque tendría que ver… ¿Ver para qué?¿Ver qué?

Entonces se acercó a la nítidasuperficie y miró el reflejo de su rostro.Era un rostro cansado y triste, no el delindolente muchacho que tiempo atráshabía despertado la indignación en Uruk.Las preocupaciones habían sembradosurcos en su frente, sus mejillasaparecían hundidas y sus ojos se habíaretraído bajo las cejas.

 —¿Quién era aquel hombre que lomiraba desde el agua? ¿Qué tenía e

Page 1157: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

común con el Gilgamesh que conocía?¿Cuál era la auténtica sustancia del hijode Lugalbanda, qué formaba su carácter,su ser mismo? En la terrible penumbra,se dio cuenta por fin de que eladolescente había muerto. Profundoscambios habían conmovido su interior,aunque los combates, el miedo, el amor,lo habían hecho insensible a todo ello, yentonces, en aquel momento de calma, buscaba dentro de sí algo del caudal

uvenil de aquel ishakku que solíaregresar borracho del barrio deZabalam. No, no era él mismo, sino uextraño a quien los repentinos miedoshabían hecho sombrío, y aquél era elrostro de un nuevo Gilgamesh, de u

Page 1158: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desconocido de sí mismo.Comprendió que ésa era su misión,

observar su propia imagen y discurrir acerca del hombre que veía en el agua, para que se viera desde fuera de sí,como lo veían los demás. Sólo así pudosaber de su egoísmo, de su vanidad y sdesproporcionado amor por la gloria. Yen aquella soledad, sin el concurso deninguna voz, aprendió a reparar en losdemás, a perder gramos de orgullo, a noconsiderar mezquinos los ínfimosanhelos de la gente vulgar, a encontrar ladignidad y la sabiduría escondidas elugares de pobreza.

En las semanas siguientes se le permitió salir a la gran sala y acompañó

Page 1159: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

al instructor a través de la puerta centralhasta una amplia biblioteca en cuyashornacinas de piedra dormían libros cocubierta de hierro de miles de años deantigüedad.

El discípulo habitual necesitabamucho tiempo para descifrar el alfabeto la lengua en que estaban escritos, pero

Gilgamesh carecía de esa dificultad, yasí rebajó mucho el tiempo de siniciación.

En estos libros y en las palabras delos monjes negros aprendió la ciencia delos números, el arte de matar con la palabra, y por fin comprendió por qué elguerrero de la Puerta de Luth no le habíadado su nombre y por qué conociendo el

Page 1160: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

nombre del adversario era posiblederrotarlo[84].

Gilgamesh estudió esta cienciadurante incontables jornadas y practicósin descanso. A menudo, desde su celdaen penumbra, escuchaba cómo losmonjes salían del monasterio y, siexcepción, escuchaba un batir de alas. Aveces se plantaba en la sala principal ymerodeaba alrededor de la puerta de laizquierda. Le intrigaba qué secreto podía guardarse en su interior. Pero nose atrevía a contravenir la prohibicióde abrirla y el misterio continuó.

Sin embargo, con el tiempo sus ideasse fueron aclarando y su percepciómejoró. Las pisadas de los monjes

Page 1161: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

negros le eran familiares y poco a pocofue diferenciando un caminar distintoque le llevó a la conclusión de que en elmonasterio había un desconocido,alguien cuya presencia los monjesquerían ocultarle. Quizá un visitante o umaestro llegado de lejos, pero comucha más probabilidad, otro novicio,lo que explicaría las insinuaciones delguerrero de la puerta de Luth y las delmismo maestro ciego, acerca de otro queandaría buscando lo mismo que él.

Esta inquietud le acompañó durantetodo aquel tiempo y las preguntas quehizo al respecto fueron contestadas cofrías miradas que le hicieron desistir.

Pero el día en que se cumplía un año

Page 1162: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de su derrota en la playa de Luth yestaba dispuesto a marcharse aún con sformación incompleta, se encontró solonuevamente en el monasterio y cedió asu curiosidad. Abrió con dedostemblorosos la puerta prohibida, pero loque allí encontró era lo mássorprendente que se puede imaginar:Sobre un pequeño lecho de pieles,dormía un niño, un indefenso niño de pocos meses.

Pasos en el exterior hicieron que desu frente brotara un sudor frío. Habíasido descubierto. Se volvió. Ante síestaban los monjes negros en pleno,mirándolo con acritud y expresando cosus gestos un mudo reproche.

Page 1163: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Sal! —ordenó el maestro.Inclinó la cabeza avergonzado y

obedeció, cerrando la puerta tras de sí.Después encaró a sus instructores eintentó disculparse, pero sólo consiguióemitir balbuceos y finalmente, anunciósu deseo de marchar.

 —Nadie te lo impide —respondió elanciano desapaciblemente.

 —Antes… antes querría saber algo —se atrevió a murmurar—. Vosotros,los monjes negros, fuisteis lossacerdotes del culto de Aradawc…¿Quién era él? ¿O quién es?

El anciano ciego pareció dudar. Satrevimiento era muy grande después dehaber sido descubierto en flagrante

Page 1164: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desobediencia. Pero el secreto que pesaba sobre la celda de la derecha noafectaba al bebé, como Gilgamesh creía,sino al guerrero que hasta esa mismamañana se había alojado en ella. Uguerrero que también pretendía cruzar la puerta de Luth y que acababa de partir.

El maestro tomó la palabra yexplicó:

 —Aradawc fue un dios expulsado delos cielos junto con algunos otrosdebido a su oposición al castigo delDiluvio. El cabecilla de la revuelta eraEnki, el dios de la sabiduría, pero ésteera demasiado importante para ser desterrado y las represalias cayerosobre sus acólitos menores, que fuero

Page 1165: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

confinados en la isla de Onud, próxima aHaffa, y se llevaron consigo la PiedraResplandeciente, un talismán que lesservía de alimento con sólo tocarlo y les permitía permanecer como inmortales ela tierra. Pero cuando los desterradossepararon sus destinos, Aradawc, sequedó con la Piedra Resplandeciente por común acuerdo, y dio vida a unanueva humanidad. Ahora bien, comodios menor que era, su capacidadgeneratriz era muy inferior a la de lagran diosa Nintu, y el resultado fue el pueblo de los enanos, a los que adiestrócomo canteros y mineros, y les entregóherramientas para que le construyeran lasoberbia Ciudad Blanca, a donde se

Page 1166: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

trasladó a vivir, rodeado de unacorporación de sacerdotes guerrerosreclutados entre los hombres. Habrásoído muchas historias referentes a laPiedra Resplandeciente. Aunque laCiudad Blanca estaba enclavada en ulugar remoto, no faltaron los aventurerosque llegaron hasta ella para rozar eltalismán, cuya existencia conocíaalgunos iniciados. Pero el alimento delos dioses no había sido hecho para losmortales, y al tocar la piedra se sumíaen un sueño dulce y eterno hasta elmomento de su muerte. Más tarde,Aradawc, el talismán y toda la ciudadfueron consumidos por el fuego sin fique enviaron los dioses celestiales y que

Page 1167: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aún perdura. Sus sacerdotes, los primeros monjes negros, huyeron en elúltimo momento y, como la ira de Enlillos perseguía, se refugiaron en este valleescondido, en lo alto de las paredes.

 —Entonces —murmuró Gilgamesh, pensativo—… Si los cuerpos deaquéllos que tocaban la piedra searruinaban tal como se dice… ¿vivíauna muerte en vida…?

 —Sus cuerpos se arruinaban, sí — contestó el viejo—, pero en su interior hallaban la felicidad que habían estado buscando. Cierto que sólo se trataba deuna sensación, pero ¿quién puedeasegurar qué es lo real?, ¿no es nuestravida una suma de sensaciones?, ¿qué es

Page 1168: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

el viento rozando tu rostro?, ¿qué es elvino en tu paladar o la caricia de unamano femenina sobre tu piel?, ¿qué, sinosensaciones con una fuerte impresión derealidad?… ¿cómo podemos asegurar que estemos aquí, hablando en umonasterio de las montañas, y que nosoñamos… que en realidad no somos elsueño de alguno de los héroesadormecidos allí, en la Ciudad Blanca?

Gilgamesh no contestó, abrumado por las sutiles argumentaciones delanciano y por el discurrir de las ideasabstractas que siempre le habíaresultado ajenas.

 —Escucha, Gilgamesh —añadió elmaestro— ahora nos vas a abandonar.

Page 1169: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Tu formación es incompleta, pero esperoque te sea útil. Cuando ya no estés aquí,quiero que pienses en esta palabra:Khol. Antiguamente designaba a unaraza de dragones que regeneraban losmiembros que perdían en combate. Losdragones se extinguieron cuando murióKull, el último de ellos, pero la idea dela regeneración pasó mucho tiempoantes a la mística de los monjes negros,que la adoptamos para designar lamuerte ritual del iniciado y su nuevonacimiento en un plano superior. Por esoadoptamos la mutilación como liturgia yno admitimos a ningún discípulo que noofrezca una parte de su cuerpo comotributo, excepto aquéllos que, como tú,

Page 1170: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

a hayan sufrido esa pérdida. —El viejoseñaló a su hombro de marfil—. Piensaen esta palabra, Khol, pronúncialamentalmente y reflexiona sobre loslastres que dejas atrás en este día, ysobre el nuevo conocimiento que te guía.

 —Entonces. —RecapacitóGilgamesh, a propósito de la mutilació —, a eso obedecía la mano derecha queel rey Ketra había perdido… antes dellevarse consigo al instructor a Egione para dar un ligero barniz a los LobosGrises… ¡Él estuvo aquí!

 —Sí, estuvo aquí —admitió elmaestro lacónicamente.

 —Una última cosa —añadióGilgamesh—: ¿No se esconde en el

Page 1171: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

monasterio otro guerrero? ¿Otro quequiere pasar a la tierra del norte y llegar al Nisir?

 —Ya no. Esta mañana partió hacia la puerta de Luth —respondió el maestrosin perder la calma.

 —¡Entonces he de irme! —gritóurgente, desabridamente, porque sesentía traicionado.

 —¡Aguarda! —le retuvo el anciano —. Aún no sabes el nombre de tenemigo.

Gilgamesh, que ya se marchaba, sevolvió de repente y miró al maestro colas pupilas dilatadas.

 —Su nombre es Enakalli —dijo elmonje.

Page 1172: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¡Enakalli! —repitió Gilgamesh,lleno de turbación, en tanto que el sudor volvía a rodar por su frente—. ¡No es posible!

 —Enakalli de Lagash —reiteró elmaestro, por si hubiera cabido algunaduda.

Un Gilgamesh furibundo, aturdido,engañado, un guerrero que nocomprendía, sorprendido a cadainstante, situado siempre ante loinverosímil, se abalanzó hacia la cornisasin recordar que no podía volar.

Pero un enorme buitre negro, sin que pudiera asegurar que fuera animal omonje transfigurado, se posó de prontounto a él, y, como si aquello fuera

Page 1173: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 perfectamente natural, subió a su lomo yhombre y pájaro se dieron al aire ycruzaron el abismo, descendiendo primero al valle para buscar la espadade Gilgamesh y volando después,rápidos como el pensamiento, hacia la playa de Luth, donde el solsticio pronto pondría un pasillo de luz encendida.

Page 1174: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

CAPÍTULO XVI

«En vez de lamentar nuestra

disolución, dejaríamos

 gozosos la vida;

abandonaríamos nuestra

envoltura como la serpiente

deja la piel que la cubre, como

el ciervo se deshace de su

inútil cornamenta».

 Lucrecio

Ziusudra

Descabalgó de su montura alada y se plantó nuevamente en el acantilado,

Page 1175: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

escrutando el islote negro en busca de senemigo, pero no distinguió su silueta,como esperaba, agazapada entre losescarpes.

En la playa, el corredor luminoso yase había formado, pero cuando miró alagua, vio que estaba tintada en sangre yque en medio de la mancha escarlataflotaba un cuerpo inanimado, sin duda sanónimo compañero de la otra celda,hecho trizas por Enakalli.

Bajó a grandes saltos hacia la playa se aproximó a examinar el cuerpo, queacía boca arriba con una espada

clavada en su pecho. Pero al acercarse ytomar la cabeza en sus brazos, vio que elmoribundo era el mismo Enakalli, que

Page 1176: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sangraba abundantemente, a punto dedesfallecer. El trabajo de su misteriosocompetidor había sido implacable. Miróal oeste, a través de la puerta, y vio sdiminuta silueta recortada contra el sol yhuyendo hacia él.

Bajó después los ojos a su antiguoamigo. En ellos ya no había reproche,sólo una desamparada incomprensión.

 —¿Por qué… por qué lo hiciste,Enakalli, mi compañero de aventuras? —gimió ante el cuerpo casi exánime.

El arquero de Lagash lo miró con lamuerte escrita en la cara.

 —Enlil… —musitó apenas, con uhilo de voz entrecortada—. Enlil soplósobre mi cuerpo y fui despertado del

Page 1177: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sueño de la muerte. Me ungió con ufabuloso poder, me dio señorío sobrelas bestias de la tierra… me convertí ealgo semejante a Krath, el demonio delas nueve colinas. El precio eradetenerte… traicionarte… lo he hecho bien —dijo con amarga sonrisa—…Pero alégrate, porque si yo soy débil,Enkidu, el amigo de tu juventud, te siguesiendo fiel hasta en el más allá… Enlillo despertó antes que a mí… le dio unasegunda oportunidad de luchar contrati… como al principio, pero se negó.Dijo que ya no sería más instrumento demanos misteriosas, y que no traicionaríala amistad que en su vida fue lo únicosagrado para él… Enlil se enfureció y lo

Page 1178: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

devolvió a la muerte, pero no pudocastigarlo más, pues el supremo mal deestar muerto ya le había sido infligido.Pero yo… yo fui llamado de aquel lugar de opaco silencio y sentí nuevamente lasangre en torrente por mi cuerpo y misoídos sensibles al sonido y mis ojos a laluz. Y cuando Enlil me habló… habríahecho cualquier cosa… Puso fuerza emis brazos y conocimiento en mi mente yahora, ahora sé mucho… conozco elsecreto de Ziusudra… sé por qué hasllegado aquí y lo que encontrarás sobrela montaña.

 —¡Dime…! —replicó el excitadoGilgamesh—. Quiero saber…

 —No… Tu aventura no ha terminado

Page 1179: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —contestó Enakalli—, quizáconquistarás ese conocimiento y quizáno… Pero yo aún soy tu enemigo y no telo revelaré… sólo quisiera que me perdonaras, y que entiendas que lo que

o conseguí fue algo semejante a lo quetú andas buscando…

 —¡Nunca! —clamó Gilgamesh—.¡Yo no he mendigado la clemencia delos dioses! ¡Y si consigo lainmortalidad, será por obra de larebeldía y no de la sumisión, y el sabor de esa nueva vida será muy diferente atu existencia de remordimientos…!

 —Gilgamesh… yo… —Las palabras brotaban del moribundo comolamentos ya sin forma. Sus ojos estaba

Page 1180: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en blanco, y su rostro convulsionado. —¡Enakalli! Dime… ¿Quién te ha

matado? ¿Quién es el guerrero que buscacomo yo la inmortalidad, y que quierellegar antes al Nisir?

Pero sus palabras ya no teníaobjeto. Estaba hablando con alguien quea no escuchaba, se dirigía a un espírit

deshecho en el vendaval de la muertecuyas cascadas de sangre se habíaestancado y se secaban como un arroyoen verano.

Instintivamente recordó la prolongada agonía de Enkidu, cuyadesaparición fue el inicio de su largoviaje. La muerte le seguía produciendoel mismo espanto. Al igual que en aquel

Page 1181: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

día primitivo, la conversión de ucuerpo vivo con emociones y pensamientos en una ruina inmóvilcomparable a un tronco caído en tierra,aquella incomprensible metamorfosis leseguía impresionando y aún ledespertaba, como si nada hubieraaprendido, como si de nada le hubieraservido todo lo vivido, un pánicodesesperado.

Abandonó el cadáver a su suerte, sisaber qué sentir ante quien compartiótodo con él para después traicionarlo.Los rayos del sol poniente sedebilitaban y aprovechó el últimoinstante de claridad para cruzar la puertade Luth y, cabalgando en el lomo del pez

Page 1182: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

encantado, entrar por fin en el país delos sueños.

oooOooo

Aquél era un lugar desolado y frío.La desolación se extendía a lo largo demillas y millas, como un mar deescarcha donde la única novedad es elhorizonte. Allí, día tras día, el soldesprendía rayos difuminados que prestaban al ambiente una aparienciairreal y producían una luz reverberante ycegadora al reflejarse en la blanca

Page 1183: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

superficie.Pasó el tiempo y no hubo una

novedad en el paisaje, ni una pieza quecazar. La luz era como uresplandeciente huracán quecontinuamente se precipitaba sobre susojos, el hambre comenzó a debilitar susfuerzas y el frío le mordía la carne comoun lobo. Pronto se encontró agotado yaterido.

Al poco tiempo, cuando Gilgamesa desfallecía, se insinuaron a lo lejos

unas siluetas y hacia él cabalgarocuatro seres desconocidos. Eran, siduda, los mensajeros de otra tierra, quevenían a llevarlo al país de la muerte.Quizá ya estaba muerto… quizá su viaje

Page 1184: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

le llevaba directamente al Kur. Todoaquello no era más que la antesala delinfierno, o el infierno mismo.

Cuando los jinetes llegaron ante él,que escasamente se podía sostener e pie, los miró con ojos atribulados y seconvenció de que algo había fallado y sexpedición era una empresa errada. Eracuatro demonios que lo miraban esilencio, cubiertos con pieles grises de pies a cabeza. Sobre sus caras redondaslucían bigotes y perillas desaliñadas.Puede que fueran los mismos Annunakiscuya mirada es de muerte, quizá se habíaextraviado en su misma morada y elcastigo era morir como Enkidu, morir alfin, después de tanto desvarío.

Page 1185: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Empuñó su espada, pensó en laciencia de los números, hizo acopio defuerzas. Inútil. Estaba extenuado y asínada conseguiría contra los Annunakis.Se desplomó en el hielo, las fuerzashuidas, la esperanza perdida, asumiendoque había sido engañado por unasuprema inteligencia. No intentódefenderse cuando los repelentes dedosenfundados en pieles lo sujetaron y poderosos brazos lo llevaron evolandas hasta el lomo de uno de losanimales infernales, ni cuando éstecomenzó a viajar con un trote rápidohacia lo que pensó que sería su últimamorada. No habló, y los demoniostampoco. Entre la ventisca y la

Page 1186: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

monotonía de la estepa, sintió que lamuerte le subía lentamente a la cabeza.

Al cabo de unas horas llegaron a u paraje singular, donde tres túmulos dearcilla eran la única novedad en lallanura. Se quedó de una pieza cuandoabrió los ojos y vio otra vez la claridad, de los túmulos salir a unos chiquillos y

unas mujeres que saludaron con efusióa los recién llegados. Escuchó yentendió como hablaban de él, pero nole parecieron demonios. A juzgar por sus frases, estaban más asustados que élmismo. Calló y se dejó transportar hastael interior de uno de los pequeñostúmulos y allí se quedó tendido, ante lamirada ansiosa de todos, hombres,

Page 1187: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

niños, mujeres, que lo miraban con ojosafables. En sus rostros no había signoalguno de amenaza.

 —¿Dónde estoy? —preguntó,aturdido y con los ojos dilatados por laangustia.

Los hombres se quedaron perplejos.Si ya era extraño un extranjero en aquellugar, mucho más lo era que hablara slengua.

 —¿Eres un dios? —preguntó el másatrevido, con su rostro carnoso rojo deexcitación, y los demás parecieroagradecer esta iniciativa audaz.

Gilgamesh no pudo evitar unasonrisa irónica y un amplio sentimientode alivio. Las cosas habían cambiado.

Page 1188: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Momentos antes se había creído emanos de los demonios del Kur y ahoraeran ellos mismos quienes lo confundíacon uno de la estirpe divina.

 —No, soy un viajero —declarósimplemente.

 —¿A dónde viajas? —preguntó elmismo de antes, con suspicacia—.Como puedes ver, aquí no hay muchascosas de interés. Si eres un comerciante¿con qué productos traficas?

 —Voy al oeste —afirmórotundamente.

Los circunstantes pusieron entoncesuna fea cara. Las mujeres se asustaron ycuchichearon con los hombres y aGilgamesh le pareció que algunas de

Page 1189: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

ellas querían echarlo. Finalmente, el quehabía estado haciendo de portavoz,carraspeó un poco y dijo con tonoconfuso.

 —¿Vas a la Montaña? —Busco a un hombre inmortal que

vive en una montaña —respondióGilgamesh sin titubeos, pero sintiendoque cada una de sus palabras erarecibida con miradas de angustia.

Algunas mujeres prorrumpieron egritos histéricos y se llevaron a losniños. En un momento, sólo quedaron ela estancia Gilgamesh y los cuatrohombres que lo habían transportado. Elque parecía más viejo acercó el rostroal suyo y lo contempló durante u

Page 1190: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

momento con ojos serenos. Después preguntó con valentía:

 —¿Buscas al Inmortal? —Eso es —respondió Gilgamesh.El hombre se pasó una mano por la

frente, abrumada por la resolución delextraño visitante.

 —¿No sabes que nadie ha entradonunca en el reino del oeste? Es un lugar  prohibido —argumentó.

 —Lo sé —contestó Gilgamesh,armándose de paciencia—, pero iré detodos modos.

 —¿Y qué es lo que quieres de él? — inquirió con vacilación otro de ellos,componiendo un gesto deincomprensión.

Page 1191: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Busco la inmortalidad — sentenció Gilgamesh.

Los cuatro hombres quedaron esilencio, mirándose unos a otros coangustia. Los tres más jóvenescomenzaron a sudar de miedo. Sólo elviejo parecía sereno. Transcurrió ulapso de tiempo antes de que ésteargumentara de nuevo.

 —No puedes ir hacia el oeste, dondese pone el sol. Allí el paisaje es plano yte perderías muy pronto. Y ninguno denosotros te querrá guiar.

Gilgamesh miró alternativamente acada uno de los hombres, con un gestointerrogativo, lejanamente suplicante.Ellos no se movieron, sus facciones

Page 1192: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

rígidas no mostraron una grieta dedebilidad. Aquélla, el miedo de loshombres carcomidos por la superstición,era la última muralla de su viaje.

 —Está bien… entonces iré solo — sentenció al fin.

oooOooo

Por la mañana se aprestó a partir.Tomó un poco de carne cruda, muy roja,ante las mismas miradas atónitas de lavíspera. El sol difuso del amanecer  ponía un resplandor matutino en cada

Page 1193: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gota de hielo de las chozas y hacía brillar las hebras de piel en los vestidosde sus anfitriones. Él mismo recibió elregalo de un manto del mismo material.Miró una vez más a las familias y le pareció una escena perfectamentenatural: gente afable, bondadosa yasustada, como casi todo el mundo.

Ellos, por su parte, lo contemplabacon una mezcla de miedo y admiración.Pensaban que se dirigía a una muertesegura. —Acaso él también lo admitieraen su fuero interno—, pero aún nohabían abandonado la idea de que era udios de camino hacia la Montaña, dondese entrevistaría con el Inmortal.

Gilgamesh dirigió a la gente algunas

Page 1194: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 palabras amables a modo de despedida no atendió a las voces que lo invitaba

a quedarse, a ser prudente, a olvidar sviaje. Y cuando al fin se marchó, y alvolverse miró sus rostros, aunque susojos no parpadeaban, leyó en ellos lacongoja de verlo emprender el camino ala comarca prohibida.

Se internó en aquel territoriodesconocido, tratando de no pensar.Quizá un último golpe de suerte loempujara hasta el final, puede que unamano invisible lo guiara en la inmensaestepa.

De pronto, sintió unas pisadas a sespalda. Giró sobre sus talones y vioque el más viejo de los hombres se

Page 1195: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

aproximaba corriendo. Cuando llegóunto a él lo miró de hito en hito.

 —¿Qué ocurre? —preguntó.El hombre lo observó con su cara

redonda llena de franqueza y respondióefusivamente.

 —Te acompañaré un trecho. —¿Por qué lo haces? —inquirió

Gilgamesh, reconfortado. —Hemos discutido el asunto — 

contestó parsimoniosamente— y no podemos dejarte morir. No memalinterpretes: Es seguro que morirásde frío o de hambre, nada puedeevitarlo.

 —Entonces ¿por qué vienes? — siguió preguntando Gilgamesh.

Page 1196: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Caminaré contigo hasta la zonaoscura, quizá un poco más, pero nomucho. Y si mueres pronto, te tenderé eel suelo y pondré sobre tu boca algo quellevo guardado… una vértebra desalmón. Es una especie de contraseña.

unca habíamos visto a un extranjerocomo tú, por eso no sabemos de ningunoque haya muerto aquí, y no te ofendas síte digo que Aanuk, el espíritu de lamuerte, podría no reconocerte y dejarte para siempre helado en la tierra. Coeste amuleto se fijará en ti, pero, en casocontrario, aún te servirá paratransformarte en salmón y ascender por el río Gaa hasta el paraíso de loscazadores.

Page 1197: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh, conmovido, sintió utorrente de agradecimiento.

Los dos caminaron en silencio, paraahorrar fuerzas, durante horas y horas,sin atravesar otra cosa que páramossiempre iguales. Ni un animal, ni una planta, ni una prominencia en el paisaje.

 —¿Cómo podéis vivir aquí, emedio de esta desolación? —comentóGilgamesh, como para animar elrecorrido.

El hombre pareció no entender la pregunta. Miró a su compañero de viajecomo a un loco y sólo después contestó:

 —Hemos nacido aquí.Gilgamesh aguardó una ampliació

de la respuesta, pero evidentemente, el

Page 1198: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hombre no la consideraba necesaria. —Pero éste es un lugar inhóspito — 

insistió aquél.El hombre, con ademán molesto,

quizá herido en su amor propio, tomó denuevo la palabra para explicar algo queconsideraba innecesario. Era comoexplicar la luz del día o la negrura de lanoche.

 —Hemos nacido aquí, sólo podemosvivir aquí —declaró con voz vehemente —. Amamos este lugar. Amamos ladesolación, como tú la llamas. No podríamos permanecer un solo día sin lacontemplación de estas explanadasheladas. En el pasado algunos fuerolejos en busca de fortuna pero allí la

Page 1199: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

gente es agresiva y desagradable. Losque no murieron por causa de lasenfermedades regresaron contando cosasque ahogaban los ánimos.

Gilgamesh lo miró en silencio. Unaluz de orgullo se había prendido en los pequeños ojos del hombre, que sabía,como todos los bien nacidos, que la propia tierra es sagrada y nadie puedeofenderla. Una lección más paraGilgamesh, que nunca se había sentidohijo de Uruk y que se enorgullecía dehaber hecho su patria de todos loslugares donde había sido feliz, dondehabía luchado y había dejado días de svida, una manera fácil de tener muchas patrias y ninguna, y una forma silenciosa

Page 1200: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de renegar de la propia cuna. —¿No te parece hermoso el paisaje?

 —preguntó el hombre, rescatando aGilgamesh de sus profundos pensamientos.

Éste lo miró con benevolencia ydespués echó una ojeada al universo quese abría bajo sus pies. Entoncescontempló la inmensidad estéril coojos nuevos.

 —Sí —dijo dulcemente—, eshermoso.

Poco después de entrar en latenebrosa zona negra, el hombrecomenzó a dar muestras de inseguridad yde dificultades para orientarse yGilgamesh no quiso pedirle un mayor 

Page 1201: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

sacrificio y le rogó que volviera a shogar.

Una vez más, el honesto cazador loanimó a regresar con él, pero nada podíaquebrar el ánimo del guerrero delhombro de marfil, que volvió a quedarsesolo en la penumbra y continuó errandodurante un tiempo que no pudodeterminar.

 Nada ocurrió. En todo el recorridono vio más que sombras. Allá dondefuera, el paisaje estaba cubierto denegrura y, cuando comenzó a soplar una persistente ventisca, tuvo que reconocer que estaba perdido.

Ya no tenía la menor idea de dóndese encontraba el oeste y vagó en ese

Page 1202: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estado de angustia hasta que en mediodel paisaje divisó una silueta. Sedetuvo, tragó saliva… finalmente seaproximó muy despacio al desconocido.

Éste, con voz distante, se dirigió a élde esta manera:

 —No te he llamado. Tú vienes a mí.Gilgamesh alcanzó a ver su cara y se

sintió perdido: Era el hombre del mantonegro y polvoriento, su misma muerteque volvía a visitarlo en aquella hora.

 —¡Tú! —exclamó en el final de susfuerzas—. ¿Qué haces aquí? ¿Por quéme sigues?

 —Estoy cerca de ti porque teencuentras al borde de la extinción… ¿Oes que crees que sobrevivirás a este

Page 1203: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desierto? —dijo el hombre burlonamente.

 —¡Yo te venceré! ¡Llegaré al Nisir yte desterraré para siempre de mi vida! —gritó Gilgamesh.

El hombre mostró una fría sonrisa. —No te preocupes, he sido enviado

 para que tu sufrimiento termine. Dentrode poco estarás con Enkidu y ya norecordarás más tu amor perdido, lauventud que huyó para siempre, todo lo

que ahora te atormenta. —¡No! ¡Vete de aquí! —exclamó

Gilgamesh, con la energía que le daba elmiedo.

De pronto, la ventisca arrecióterriblemente. Se cubrió el rostro y cayó

Page 1204: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

en tierra para protegerse de las partículas de arena que como dardostaladraban su piel. El vendaval parecíahaber puesto en movimiento toda lanaturaleza, y Gilgamesh se dio cuenta deque si no hacía algo moriría sepultado.Miró al hombre del manto negro. Seguíade pie, contemplando cómo él sedefendía angustiosamente del huracán.

De pronto recordó las chozas dearcilla de los cazadores y manejó coinesperado vigor su espada, cavandouna fosa y, formando un pequeño murocon los bloques extraídos, se acurrucó buscando protección contra la muerteque había sido liberada contra él.

Pasaron muchas horas y cuando todo

Page 1205: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

se calmó, permaneció inmóvil,abrumado, rendido, incapaz de reunir fuerzas para levantarse de nuevo yenfrentarse a la negrura.

Fue entonces cuando una mano letocó el hombro y sintió que su tiempohabía concluido y el hombre del mantonegro y polvoriento estaba listo parallevarlo a su última morada. Perocuando se volvió, sus ojos se anegaroen llanto, pues quien estaba junto a élera Kei… otra vez Kei, que seguramentenunca lo había dejado solo, que entre lassombras, en la lejanía, lo vigilaba ycuidaba de él.

 —Vamos —dijo el anciano coinfinita suavidad—, ha llegado el

Page 1206: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

momento.Gilgamesh se incorporó. El aire

volvía a estar limpio, y a lo lejosdespuntaba el Nisir, como naciendo deuna cortina de bruma. Había estado todoese tiempo a su pie sin saberlo.

En el momento culminante de sviaje, en el vértice de su existencia, elrey de Uruk no reparó en preguntar almago de los amuletos dorados qué hacíaallí, como había podido cruzar la puertade Luth y otras bagatelas. Ya lo aceptabacomo era, con todo su misterio y sólo preguntó:

 —¿Vendrás conmigo? —No. Es tu aventura y tu empeño — 

respondió Kei.

Page 1207: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —¿Qué encontraré? —preguntóGilgamesh, presa de súbita inseguridad.

 —No me está permitido revelártelo  tu incertidumbre forma parte de la

enseñanza —contestó el mago. —¿De qué enseñanza hablas? — 

 preguntó nerviosamente Gilgamesh. —Hijo mío: estás solo —afirmó Kei

con una entonación de gravedad en svoz—. Fue tu decisión personal la que tehizo llegar hasta aquí y ahora debesentrar en ese país de crepúsculo permanente desnudo y solo… porquesolos venís los hombres al mundo ysolos tenéis que enfrentaros con lasgrandes preguntas y con el misterio de laeternidad. Nadie puede ayudarte ahora.

Page 1208: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Kei, me das miedo —replicó elintranquilo Gilgamesh, mientras uestremecimiento recorría todo su cuerpo —, tus palabras hacen que me sientamal. Tanto tiempo he anhelado llegar hasta aquí y ahora me produceescalofríos mirar la montaña… ¿Acasomoriré? ¿No he sido traído por tusartimañas al verdadero Kur deEreshkigal?

 —El verdadero Kur —declaró Keicon dulzura, mientras clavaba sus ojosazules en los de Gilgamesh— está en elcorazón del hombre. Cada uno llevadentro la gloria y el infierno, pero lamayoría, como tú, deja arruinar lafelicidad que hay en su interior… Pero

Page 1209: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

es tiempo de respuestas. Demasiadotiempo ha habido de preguntas sirespuestas para ti: No puedo decirte loque te espera allá, pero sí que en aquellasoledad habita Ziusudra, tambiéllamado Utnapishtim Atrahasis, elLejano, y que ése no es un reino demuerte.

Hizo una pausa y reflexionó.Después continuó hablando.

 —Comprendo que tiembles a lavista de esa montaña terrible. Mientrasla ilusión se mantiene colgada del aire,despegada de las cosas tal como son, puede imaginar sin medida. Pero he aquíque ahora te asusta enfrentarte con el

isir, donde esperas que tus sueños

Page 1210: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

desmedidos por fin se hagan reales, yahora, en el momento de la realidad,reparas en lo desproporcionado de esossueños. Ahora, por primera vez,desconfías de lo que encontrarás allá y pagas tu gratuita fe, tu ceguera dictada por el miedo. Ahora, como te he dicho,debes entrar desnudo y solitario en esereino de sombras y enfrentarte como uhombre a lo desconocido. Sin embargo,me está permitido decirte que lo queencuentres no te hará daño, y que eraimprescindible para ti que hicieras esteviaje.

Gilgamesh se sentía cada vez másconfundido, incluso ahora, en elmomento de las respuestas, que una vez

Page 1211: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

más no venían a ser más querevelaciones a medias.

 —¿Quién eres? —volvió a preguntar, ansioso por desvelar lasnieblas de su cerebro, titubeante yhaciendo al mismo tiempo un graesfuerzo por mantener la calma.

 —Si no lo has sospechado antes — dijo Kei con voz temblorosa—, déjamedecirte que nada es como parece.Alguien radiante se puede ocultar bajola máscara de un viejo medio loco queconoce algunos trucos de magia… Y u padre que engendra a un hijo no loabandona a su suerte… Y ahora,Gilgamesh, abrázame, porque ésta es lahora de nuestra separación.

Page 1212: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Se abrazaron bajo la ventisca, en elcorazón de la penumbra. Una dulceemoción colmó de pronto los grandesvacíos que desde niño Gilgamesh habíasentido en su corazón y algo nubló susojos cuando sintió el pecho del anciano,del padre, junto al suyo. Después, Kei seseparó pausadamente y habló así:

 —Y ahora, hijo mío… haz lo quetienes que hacer, y no reniegues de laasamblea de los dioses, porque ellosurdieron este viaje para ti… Pase lo que pase, aprovecha el viento mientras seafavorable y no olvides que los ojos de t padre están siempre fijos en ti y en nadiemás.

Y dicho esto, muy lentamente, se

Page 1213: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

transfiguró y se convirtió en viento.Como para evitar que Gilgameshurgara en el aire en busca del cuerpohuido, una sola ráfaga de misterioso airehelado sopló en la llanura.

 —Padre… —murmuró mientras losojos se le llenaban de lágrimas. La palabra acudió espontáneamente a s boca, como el lamento de un niño.

Se quedó allí, sólo frente a lamontaña, abandonado en mitad de lallanura, en medio de la tiniebla. En elúltimo instante, había recobrado susraíces perdidas y el dolor de toda sexistencia, la ausencia del padre, habíasido colmado con aquella supremarevelación. Aquél que lo engendró en el

Page 1214: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

vientre de una campesina, el auténticodios Lugalbanda, se había tomado lamolestia de guiar su camino y allanar losescollos a su paso. Mientras él maldecíaa los dioses, mientras dirigía reprochesa su propio padre, éste caminaba junto aél, educándolo en cada momento,limando las asperezas de s personalidad en cada gesto, encauzandosu vida hacia aquella montaña espantosaen un país de desolación.

Padre… qué dulce sonaba entoncesaquella palabra, qué placer pronunciarlasin ira ni rencor, evocando laencantadora memoria del viejo de ojosazules… ¿Y ahora? ¿Qué significaba quelos dioses habían urdido su viaje? ¿No

Page 1215: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

fueron ellos quienes sembraron strayecto de peligros? En verdad lasrespuestas de Kei no hacían más queengendrar nuevas preguntas… Pero erallegada la hora final. Clavado en tierra,escrutando el aire, sintió fijos en él nosólo los ojos del padre, sino también lacentelleante mirada de Enlil y lavigilancia de todas las miríadas dedioses del cielo y de la tierra.

Con los enrojecidos ojos prendadosde la cima del Nisir, comenzó a caminar hacia él cansinamente. En su memoriarenacían una y otra vez las palabras deKei… aprovecha el viento mientras seafavorable.

Poco a poco llegó a las

Page 1216: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

estribaciones y comenzó a ascender por la difícil pendiente. Poco después entróen una zona de brumas, donde todo parecía desdibujado y entonces percibióuna impresionante masa que destacabaen la ladera. Pensó que era una roca, pero al examinarla de cerca advirtió quese trataba de una embarcación cubierta por innumerables capas de hielo, siduda la misma que había embarrancadoen aquel mismo lugar hacía miles deaños.

Mucho tiempo transcurrió antes deque llegase a un paraje donde la nieblalo envolvía como un vestido místico. Y,aunque lo había esperado durante tantotiempo, no pudo reprimir un sobresalto

Page 1217: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

cuando adivinó en medio de la bruma lafigura de un hombre.

A su alrededor parecía girar elviento y las continuas masas de neblinaque iban y venían hacían incierta simagen. Gilgamesh se acercó, pero lafigura permaneció hierática, hasta quede la misteriosa sombra brotaro palabras:

 —Mis plegarias han sidoescuchadas. —Se oyó una voz noble ytrágica.

Gilgamesh, febril ante el encuentrofinal, preguntó.

 —¿Eres Ziusudra, el rey deShurupak?

 —Fui el rey de Shurupak hace

Page 1218: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mucho tiempo… —murmuró la sombra. —Yo soy Gilgamesh, el rey de Uruk 

 —declaró éste, respetuosamente.Ziusudra sonrió con tristeza. —Tú eres el dios de la muerte. — 

Gravemente—, aquél por cuya llegadahe rezado día y noche.

Gilgamesh quedó consternado. Él noera ningún dios, mucho menos uenviado de Nergal.

 —¿Qué significan tus palabras,Atrahasis? Sólo soy un hombre ¿de qué plegarias hablas? —preguntó en sdesconcierto.

 —De las que imploraban un brazoque pusiera fin a mis días inmortales, y por fin el feliz momento ha llegado — 

Page 1219: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

respondió Ziusudra jubilosamente. —¿Tú… tú quieres morir? — 

 preguntó Gilgamesh con incredulidad. —Hace siglos que deseo escapar de

la cárcel del tiempo —declaró con voztemplada—. Soy invulnerable, excepto para un arma prodigiosa que túconquistaste a los heraldos de la diosaInanna. Cuando Enlil decidió perdonarme, me aseguró que el dueño deesa espada sería mi verdugo.

 —Pero… ya no la tengo… se quedóen un reino lejano, en la tumba de un rey —balbuceó incoherentementeGilgamesh.

 —Te equivocas: aquí está —replicóel Inmortal, y sin pestañear extrajo del

Page 1220: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

interior de su manto la espada mágica, lamisma que el rey de Uruk habíaempuñado contra sus enemigos en el país de los lagos, la que podía dañar incluso a los dioses.

 —¿Cómo es posible? ¿Cómo hallegado a tu poder…? —inquirió elaturdido Gilgamesh, al tiempo queexaminaba el arma.

 —Alguien la ha traído… y ahoraacompáñame a mi cueva. He de prepararme para un largo viaje —dijoZiusudra.

Las dos figuras caminaron por laladera a través del aire neblinoso, hastallegar a una profunda caverna iluminada por lámparas de aceite y sin apenas

Page 1221: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

mobiliario.Antes de formular su petición,

Gilgamesh hizo al Inmortal unasemblanza de sus aventuras hasta llegar al Nisir, después de lo cual, Ziusudratomó la palabra y habló de esta manera:

 —Como sabes, existió otraHumanidad. Yo gobernaba pacíficamente en Shurupak en aqueltiempo. Había heredado el trono de mi padre y éste del suyo. Y he aquí que unatarde, mientras me encontraba a solas eun salón de mi palacio, escuché una vozsublime que procedía de una de las paredes maestras, y la pared temblabamientras el sonido fluía por ella. Enki,el dios de la sabiduría, me habló para

Page 1222: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 preservarme del Diluvio que laasamblea de los dioses había resueltoenviar a la tierra como castigo por laimpiedad de los hombres y con ánimo deaniquilar su estirpe. Ya sabes queconstruí una embarcación y me salvé comi familia y los animales y semillas que pude reunir, y que, cuando embarrancóen este lugar, mis hijos y mis nietos sedispersaron por la tierra y engendrarouna nueva Humanidad… Pero yo nosabía las consecuencias que en el cielohabía tenido la actitud de los diosesrebeldes, los que en la asamblea habíadefendido a los hombres junto a Enki.Estos dioses, Aradawc, Roth yLugalbanda, fueron desterrados a la isla

Page 1223: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de Onud, tal y como te contaron losmonjes negros, y allí residieron durantealgún tiempo, asegurando sinmortalidad gracias a lo que loshombres llamaron la PiedraResplandeciente. Estos tres diosessiguieron un destino muy diferente: Rothuyó al continente, donde se convirtió eel fundador de un reino de mortales y fuela cabeza de la monarquía de Magoor.Sabía que mezclarse en los asuntos delos hombres llevaba aparejado elcastigo de la pérdida de la inmortalidad, pero a pesar de ello asumió su destino ycuando llegó el momento, murió comouno más. Aradawc conservó la PiedraResplandeciente y, rodeado de los

Page 1224: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

monjes negros, que adiestró para sservicio, permaneció algún tiempo eOnud y mantuvo una alianza con losdescendientes de Roth, por la cual secomprometía a defender a Magoor desus enemigos, y el pueblo de los enanos,que él creó en su ambición, construiríaen una sola noche la torre de cristal queserviría de tumba al rey. Después, comoa sabes, Aradawc se trasladó a vivir a

la Ciudad Blanca, tallada por losenanos, hasta que todo aquello fueaniquilado por los dioses del cielo,indignados por las prácticas que allítenían lugar y que ya conoces. En cuantoa Lugalbanda, tu padre, abandonótambién la isla de Onud, pues no le

Page 1225: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

resultaba fácil convivir con Aradawc, yse convirtió en un vagabundo,mezclándose en numerosas ocasiones elas aventuras de los hombres, pero siatarse a ellos por vínculos que lehicieran perder su condición deinmortal. Llegó a ser perdonado por Enlil, pero aún después siguió visitandola tierra y se convirtió en el abogado delos mortales hasta que cometió latorpeza de enamorarse de una jovecampesina de la tierra de Kalam y,contra la expresa prohibición del padrede los dioses, te engendró y hubo desufrir, en consecuencia, el destino de loshombres. Pero Lugalbanda era muyquerido por Enlil, y quizás haya sido

Page 1226: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 perdonado, aunque envejece comocualquier mortal.

Yo también fui castigado, y para mí,Enlil imaginó la sutil tortura de nodejarme morir. Me ha mantenido aquí, prisionero durante incontables años, si permitirme el descanso de la muerte,hasta este momento en que, debido a mi piedad, tú has sido enviado a mí.

 —Entonces… ¿se trata de un castigo para ti? —preguntó el aterradoGilgamesh—. ¿La inmortalidad es ucastigo? Tú al menos no te hasconvertido en polvo errante, Atrahasis,como tus hijos y tus nietos… ¡Vives!Todo el mundo, todas las criaturas seaferran a la vida, no sólo la juventud e

Page 1227: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la flor de la edad… Mira los ancianos.En Uruk hay muchos que han perdido lamemoria y no sirven ni para transmitir las tradiciones. Llevan una vida triste ysin relieve, semejante a la de losvegetales. Duermen poco, se levantaantes que el sol y la mayoría pasan laornada sentados y con la boca cerrada.

Son como plantas ajadas… Pero hastalos vegetales quieren vivir. Las hojas delos naranjos quieren vivir, los juncos eel río quieren vivir. Hasta los ancianossujetan el brazo de la vida para que nose vaya, y son llorados igual que losóvenes cuando Nergal se los lleva.

 —Ninguno de ellos ha pensado eserio lo que supone vivir para siempre

Page 1228: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —declaró Ziusudra—. Somos seresapegados a una época, enraizados en uambiente y recordamos con nostalgia losaños de nuestra niñez y la doradauventud. Pero el hombre que no muere

ve desaparecer a sus amigos y sus parientes y se siente solo y fuera delugar cuando le es sustraída la muerte,que da dimensión a nuestra vida; lamuerte, que no es algo distinto del fin dela vida, como todas las cosas tienen sfin… En verdad te digo que toda lasabiduría del mundo se reduce aenseñarnos a morir, a convencernos deque nuestra naturaleza pertenece por mitades a la vida y a la muerte y de quees nuestro deber acoger co

Page 1229: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 benevolencia la llegada de ese sosegadofinal.

 —Entonces ¿qué sentido tiene lavida? —objetó Gilgamesh. Es absurdocrecer, aprender y sufrir, para dejar quetodo ello se disuelva en la noche y,según tú, bendecir ese momento.

 —¿Y qué sentido encuentras tú a unavida sin fin? —argumentó a su vez elInmortal.

 —Vivir… —Dudó Gilgamesh—, esun fin en sí mismo…

 —Pronto te cansarías. El ímpetuvenil tiene su momento y acaba. La

reflexión madura tiene el suyo, y acabatambién —aseguró Ziusudra—. Escucha,rey de Uruk: No pienses que hay algo

Page 1230: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que puedas llamar inmutable. Nada loes, excepto la majestad de los dioses.Todo está continuamente fluyendo. Los perfiles de las montañas se suavizan, losríos cambian su cauce o se secan, el mar araña las costas. El hombre mismoevoluciona siempre en su interior, ysufre incontables muertes antes de hallar la muerte última, al ritmo de susexperiencias. Tú no eres el niño queugaba en la lejana patria, ni el

adolescente irrespetuoso e inseguro quefuiste… ¿A dónde fue todo aquello?¿Dónde está, sino residiendo en unalejana muerte interior? Cuando salgas deaquí, el guerrero que entró en el reinodel oeste lleno de terrores se quedará e

Page 1231: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esta montaña, y será un renovadoGilgamesh el que regrese a la tierra deKalam… Nada es para siempre, no podrías nombrarme ahora algoinmutable. Y tú, un hombre de carne,mucho más débil que estas rocas quetambién se corrompen, pretendes ser inmortal.

 —Entonces —musitó Gilgamesh,cabizbajo y retorciéndose las manos— es que no he conseguido entender nada,una sola palabra de la vida.

 —¿Y qué crees? ¿Quién entiendealgo? —preguntó Ziusudra, abriendomucho los ojos y sonriendo francamente,como hermanándose a Gilgamesh en eldesamparo—. ¿Por qué hemos sido

Page 1232: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

traídos a la vida? ¿Por qué muere elniño en el vientre de su madre y unaoven hermosa en lo mejor de la edad e

tanto que otros consumen una largaexistencia? Te digo en verdad, rey deUruk, que nadie, absolutamente nadiesobre la tierra, conoce este misterio, nilos sabios, ni los astrólogos, ni tasiquiera los sacerdotes que administrael culto. Todos son hombres con miedose incertidumbres y en esta ignorancia seigualan el hombre ilustre y elcampesino. Incluso el generarca de laHumanidad, llamado Atrahasis, en todoeste tiempo no ha conseguido cruzar lamuralla que envuelve ese conocimiento.

 —En ese caso ¿qué he de hacer? — 

Page 1233: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 preguntó un Gilgamesh desesperanzadoque acababa de comprender que todo sviaje había sido vano.

 —Vive —adujo rápidamenteZiusudra y, como el otro no contestara,añadió—: Tu enfermedad es laconsciencia, el pensamiento. Por sculpa haces que la vida que quieresconservar se convierta en algo que nomerece ese cuidado. Recuerda a Enkid  trata de parecerte a él ¿Crees que

sufrió pensando que un día moriría? ¿Nofue más feliz en su fugaz existencia de loque tú lo serías en cien años? Olvídatede la reflexión y entrégate a la maravillade vivir pensando que lo único real es el presente. Piensa en una pradera a la luz

Page 1234: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

del sol ¿Qué es lo más rápido sobreella? ¿El viento sobre la hierba, elgalope de las gacelas? No, lo más velozes el paso del tiempo, y el presente esde cuanto dispones, lo único que puedestomar en tus manos y de lo que te esdado gozar, porque ni el pasado ni elfuturo existen… No pienses en lo quehabrá de venir ni comprometas t presente en aras de un futuro más seguroo más bello, porque sería malgastar túnico tesoro y el instante que despreciasno volverá.

 —Vivir… vivir irreflexivamente… —repitió Gilgamesh como en un trancereligioso. Su mirada vagaba libre por lahabitación en sombras.

Page 1235: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —No importa vivir para siempre.Importa saber vivir y hacerlo ahora — apostilló el Inmortal.

 —Pero lo que dices nos hacesemejantes a las bestias… —objetóGilgamesh.

 —¿Conoces a alguna bestia de loscampos que sea infeliz? ¿Algún ciervodel valle atacado de melancolía? Tecontaré algo: En cierta ocasión un rey seembarcó con toda su corte y durante lasingladura atravesaron una tormenta dela que no creyeron poder salir vivos.Todos se lamentaron creyendo que súltima hora había llegado. Únicamenteconservó la calma el perro del capitán.Veía las nubes negras, pero no conocía

Page 1236: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

su significado, o bien no consideróoportuno preocuparse anticipadamente por una desgracia que aún no habíallegado. El barco no naufragó, y todossus ocupantes quedaron en ridículoexcepto el perro, y ahora te pregunto:¿Es tu inteligencia, el conocimiento delas cosas que te ha sido otorgado, lo queha de causar tu desgracia?

Gilgamesh calló. Se sentíalevemente drogado por el lenguaje deZiusudra y albergaba la sensación deque en toda su vida no había hecho otracosa que estar allí sentado,escuchándolo, de que sus propiasaventuras no eran sino ficción, una largaleyenda que el mismo Inmortal le había

Page 1237: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

narrado. En lo más profundo de smente, algo estaba cambiandoinsensiblemente.

Entre los dos hombres, el ancianosabio que ansiaba la muerte y el joveignorante que esperaba la inmortalidad,descendió el silencio. Había un destellode gozo en la mirada de Ziusudra y srostro cuajado de arrugas expresaba unaincomparable serenidad cuando selevantó y anunció solemnemente:

 —Ha llegado el momento de que mehundas tu espada en las entrañas.

Su voz no tembló. La serenidad nohuyó de su semblante. Gilgamesh, sidejar de mirarlo, se levantó también yempuñó la espada.

Page 1238: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 —Esto es una locura —protestó aú —. Vine aquí para buscar…

 —Todos somos instrumentos deldestino, hijo mío —proclamó el ancianosin inmutarse.

Gilgamesh alzó la espada y atravesóel vientre del anciano, cuyo rostro nohabía perdido la expresión de radianteesperanza.

 No se quejó. Muy pronto, el dolor sefue disolviendo en una agradablesomnolencia, al tiempo que los ojos sele nublaban y lo hacían ciego a laimagen estremecida del joven que lohabía liberado. Su cuerpo cayó a tierrasin convulsiones y sintió que su espíritvolaba en una paz infinita, que navegaba

Page 1239: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

silenciosamente dentro del cuerpo de smadre, que una luz lo penetraba yadvertía que aquellos años vividos en elinterior de la carne y la sangre no eramás que un breve suspiro en el río de laeternidad de la que había venido y a laque por fin volvía gozosamente.

Page 1240: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

EPÍLOGO

De pronto escuchó pasos y se puso eguardia. Los pasos sonaron muydespacio, confiadamente, y en laestancia apareció una joven cuya bellezaresplandecía aclarando la penumbragris.

De un golpe de vista, Gilgamesh locomprendió todo.

 —¡Tú! —exclamó—. ¡Tú trajiste miespada de Magoor! ¡Tú me entregaste tcaballo encantado cuando escapé deAngorth!… ¡Eras tú el guerrero que e

Page 1241: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

la puerta prohibida mató a Enakalli!…¿Por qué… por qué todo eso?

Issmir lo miró con ojos llenos deafecto.

 —El pétalo rojo perdido no era elamor, como te dije en el acantilado deGhor —respondió ella sin una duda—,sino la humildad, la prudencia y elrecato femenino que los diosesdispusieron para mí. En su ausencia, meconvertí en un guerrero orgulloso… pero mi amor por ti fue igual desde elinstante de mi nacimiento.

Gilgamesh, temblando de emoción,alargó su brazo y rozó la maravillosamejilla de la mujer. Sus ojos eran comoen aquel primer encuentro en la colina

Page 1242: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

verde, y parecía que no más que ususpiro hubiera transcurrido desdeentonces, como si todavía estuvieradetenidos junto al mar de Haffa.

 —Cuando me presenté ante losmonjes negros —explicó Issmir— estaba embarazada de Ilene, y me pidieron a mi hijo como ofrenda.Cuando nació, en aquella celda, sequedó con ellos, que lo educarán y loenviarán de nuevo a Aesthi. Entretanto,Khost, que consiguió sobrevivir alataque del dragón, se hace cargo delimperio… Cumplí mi compromiso de perpetuar la estirpe divina de Roth, peroa partir de ahora uniré a ti mis días y novolveré a Magoor.

Page 1243: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Gilgamesh sintió entonces unarepentina necesidad de regresar a Uruk ydeseó vehementemente pasear entre suscampos de cebada y contemplar, comoantes, los largos atardeceres desde susmurallas. Nunca olvidaría a losvendedores de té de Saane, a losmúsicos pobres de Aesthi o la bellezasolemne y silenciosa del Valle de losReyes de Angorth pero ahora nada le parecía comparable a la lejana patria, elsolar donde había nacido y donde un díalo encontraría la muerte.

Y por primera vez pensó en lamuerte sin angustia y sus labios pudiero pronunciar su nombre sin temblar.Recordó el nombre de la antigua estirpe

Page 1244: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de dragones, Khol, y lo evocóadvirtiendo que, como le había dicho elInmortal, una parte de sí acababa demorir, y se quedaría para siempre en el

isir para que otra nueva, serena ysabia, viviera.

Miró alrededor. Nunca le cielo lehabía parecido tan azul, el paisaje talimpio, sus sentimientos tan puros. Laamargura ya no se interponía entre él yla belleza y, cuando poco más tarde,cabalgaba sobre las nubes, buscando elsur junto a Issmir y al mirar al cielo dela noche vio que tras el Águila había brotado una nueva estrella, supo que laantigua profecía se había cumplido y queun nuevo rey de Uruk, pleno de fuerza y

Page 1245: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de bondad, llegaba para libertar a laciudad de la decadencia y alzar hacia elesplendor los cansados hombros de loscampesinos.

FIN

Page 1246: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

JOSÉ ORTEGA ORTEGA nació eCartagena en 1958. Licenciado eHistoria Antigua y Arqueología(Universidad de Murcia 1980) yLicenciado en Derecho (Universidad deMurcia 1983).

Abogado en ejercicio desde 1987.

Page 1247: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Coproductor tres películas de ficción yha dirigido y producido tres seriesdocumentales para TV y otros trabajos.Ha recopilado cuentos populares, participado en congresos y publicado La

resurrección mágica  (Universidad deMurcia 1992) y varios artículos de

istoria de las religiones  en Verdolay(revista del Museo Arqueológico deMurcia). Escribió una serie radiofónicasobre Antropologia para Onda Regionalde Murcia. Es autor de la única novelahecha en español sobre el mito deGilgamesh, integrada en la trilogía Khol 

(Gilgamesh y la muerte, El príncipe

álido y La piedra resplandeciente).

Page 1248: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Como abogado fundó en 2008 laPlataforma Nacional de Afectados por la Ley de Costas y en 2009 consiguióque el pleno del Parlamento Europeocondenase a España por abusosrelacionados con esta ley.

Page 1249: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Notas

Page 1250: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[1]  Lugalbanda es una especie de héroesemejante a Hércules, posteriormentedivinizado y protagonista de varios poemas de la épica sumeria, como severá. En las listas de reyes de Sumer aparece como el rey de la terceradinastía de Uruk. <<

Page 1251: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[2]  Kalam significa «país», esto es, el país por excelencia y por contraposicióa Kur, que designaba genéricamente alos países extranjeros. Los sumeriosllamaban por eso a su tierra Kalam. <<

Page 1252: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[3] Ni-Inanna es un nombre teóforo, estoes, compuesto con el de un dios o diosa.En este caso, con el nombre de Inanna,la diosa sumeria del amor y la guerra.Los nombres teóforos son frecuentes eSumer. <<

Page 1253: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[4]  El país de Ashan se correspondeaproximadamente con el actual Irán. <<

Page 1254: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[5]  Se enumeran aquí algunas de lashazañas que de este dios compañero delos hombres canta la épica sumeria yque en etapas posteriores del texto seexplican más detalladamente. El pueblode la cabeza negra es un apelativo quelos sumerios se aplicaban a sí mismos.<<

Page 1255: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[6]  La voz dingir significa en sumerio«dioses» y el anónimo autor del texto laha usado para referirse genéricamente alos dioses. El hecho de que se añada taa menudo el calificativo inmortalesacerca la expresión a la que resulta tafrecuente en Hesíodo de «diosesinmortales» y favorece la teoría dequienes defienden la filiación griega deltexto. <<

Page 1256: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[7]  La palabra Enlil está compuesta delos términos en, «señor», y lil, «aire»,«viento», «tempestad». Nació de launión entre Anu, el cielo macho, y Ki, latierra hembra. <<

Page 1257: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[8]  La Upshukina es la mansión dondehabitan y deliberan los dioses, asemejanza del Olimpo griego o elKuntarra hitita. <<

Page 1258: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[9] An o Anu significa «cielo» y el signoque lo representa es una estrella.Preside el tercer cielo, el más alto,llamado comúnmente el cielo de Anu.Ocupa formalmente la cabecera del panteón, si bien su misma majestad,lejanía y pasividad lo convirtieroincluso en épocas tempranas en lo queMircea Eliade ha llamado deus otiosus,  fue sustituido en el gobierno del

universo por el más activo Enlil (MirceaEliade, Traité d’Historie des Religions,Payot, París 1964. Versión castellana:Tratado de Historia de las Religiones,Madrid 1974). La violación de Ninlil a

Page 1259: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que se refiere el texto es un popular episodio de la mitología sumeria queexplica el nacimiento del dios lunar llamado Nanna, de la unión entre Enlil ysu diosa paredro Ninlil, «señora aire»,que como otras diosas paredro del panteón, carece de relevancia en lamitología y la religión. <<

Page 1260: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[10] La Erech de la Biblia. <<

Page 1261: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[11] Este epíteto aplicado a Enlil se debe,según Raymond Jestin, a que en Sumer se imaginaba el mundo «como unamontaña que se elevaba hacia los cielos.El dios reside en esa montaña y amenudo se lo denomina Gran Monte».(R. Jestin, La religión sumeria, eHistoria de las Religiones, Siglo XXI,Madrid 1977). <<

Page 1262: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[12]  Amontonador de nubes es usobrenombre del propio Zeus. Si bien escierto que Enlil viaja en las nubes por ser el dios de la tormenta, esta acusadaconfusión entre lo sumerio y lo griego esotro argumento a favor de la teoríaclásica sobre el origen del manuscrito.<<

Page 1263: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[13]  Dentro del pesimismo quegeneralmente se atribuye a la filosofíareligiosa sumeria, se inscribe la idea deque la tarea de la Humanidad no es otramás que alimentar a los dioses y trabajar los campos para que ellos no tuvieraque hacerlo. <<

Page 1264: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[14]  Los cincuenta grandes dioses deSumer son aquellos que forman laasamblea de los dioses. <<

Page 1265: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[15] El nacimiento que aquí se predica esuna repetición del antiguo y extendidomitologema del nacimiento del héroe deuna madre virgen y de su crianza por unanodriza que lo ha encontrado flotando euna barquilla de mimbre. <<

Page 1266: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[16]  El zigurat de Uruk, donde sedesarrolla la escena, se llamaba e-an-na,«el templo de Anu», y era el principalsantuario de Sumer al dios del cielo. <<

Page 1267: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[17] Inanna es la diosa que representa al planeta Venus, y como suscorrespondencias en otras culturas,Isthar, Astarté, Tanit, Afrodita o Venus,es la inspiradora del amor. En Sumer abarca también un aspecto guerrero, pero quizá no el de hieródula celestecomo en la semítica Isthar. <<

Page 1268: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[18]  Traducción de S. N. Kramer,Mesopotamia, Madrid 1976. <<

Page 1269: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[19]  El nombre sumerio de la fiesta deaño nuevo es a-ki-til, «la fuerza quehace vivir al mundo». <<

Page 1270: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[20] Para Frankfort, la voz ishakku es latraducción akadia del título sumerioensi, término ambiguo que podríadesignar tanto al funcionario quegobierna una ciudad en nombre del reycomo los descendientes de la dinastíanativa de un país conquistado. Ensisignifica «gobernador». El lugal osoberano, al retirarse de las tierrasconquistadas, podía dejar un ensi paraadministrar la ciudad (Henri Frankfort,Kingship and the gods, Universidad deChicago 1948. Versión española, Reyes Dioses, Madrid 1976). <<

Page 1271: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[21]  Traducción de S. N. Kramer,Mesopotamia, Madrid 1976. <<

Page 1272: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[22] Ya que todos los años nace de nuevoel mundo, éste es creado cíclicamente y para consumar este eterno retorno elrepresentante del dios y la sacerdotisatrasunto de la diosa se unen a fin de quesu fuerza genésica sea la de la naturalezaen el año entrante. A este matrimoniosagrado se le llama hierogamia. <<

Page 1273: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[23]  Traducción de S. N. Kramer,Mesopotamia, Madrid 1976. <<

Page 1274: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[24]  Entre los pueblos agrícolas queformaron las primeras civilizacionesurbanas es proverbial el cuidado antelos nómadas pastores más atrasados ysalvajes. En este caso, lasciudades-estado sumerias erahostigadas por grupos pastores de origesemita, muchos de los cuales fueron elnúcleo de la civilización de Akkad. <<

Page 1275: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[25]  El kaunakes es una faldilla de pielde cordero que posiblemente seutilizaba con ocasión de ritos como el presente. <<

Page 1276: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[26]  El significado del término kur esmúltiple: a) Designa el lugar detinieblas donde moran las almas de losmuertos, infierno sumerio que gobiernaEreshkigal; b) Designa también un ríoque hay que cruzar para llegar a lamansión de los muertos de igual maneraque se salva un río para acceder alTártaro griego o al Valhöll germánico;c) En la epopeya titulada lugal-e-udme-lam-bir nir-gal, «El rey cuyoesplendor y luz son soberanos», apareceun personaje llamado Kur, la montañacósmica e informe, que mantiene ucombate contra los dioses; d) Kur es

Page 1277: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

también un dragón sumerio e) La mismavoz se aplica a los países extranjeros egeneral. <<

Page 1278: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[27] En Sumer, el rey es el representantedel dios, pero no dios mismo como eEgipto, si bien parece que a su muerte seconvierte en un en o señor, y habita juntoa los dioses. <<

Page 1279: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[28] No es la primera vez que aparece eltambor en los poemas sumerios. Apartede las genéricas alusiones a «convocar al pueblo mediante el tambor», queaparecen dispersas en la épica, existe utexto en el que Gilgamesh corre eayuda de Inanna cuando un árbol queésta ha plantado sufre la invasión dediversos seres indeseables. Finalmente,el árbol acaba convertido en unosinstrumentos llamados pikku y mikku,que probablemente designan un tambor yunos palillos y que están hechos a basedel tronco y de la copa,respectivamente, del árbol de Inanna.

Page 1280: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Por otra parte, se sabe que el tambor esmuy utilizado en las ceremonias de loschamanes siberianos. <<

Page 1281: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[29]  El poema akadio de la creación,Enuma Elis, contiene la siguienteestrofa, que hace referencia alresplandor luminoso que envuelve a losdioses:

«El señor levantó el vendavaltorrencial, su poderosa arma

subió al carro

el irresistible aterrorizador ciclón

como vestido lleva una armadura queinspiraba terror 

su cabeza estaba cubierta de uresplandor aterrador».

Page 1282: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

Si bien es cierto que no se dice que esteresplandor sea azul, como cita nuestrotexto, también lo es que el azul era ucolor sagrado, como lo era la piedraazul de lapislázuli, por evocar el color del cielo. <<

Page 1283: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[30] La historia original a que se refiereel personaje está contenida en el largo poema Lugalbanda y Enmerkar, y cuentaque el primero se encontraba prisionerodel pájaro Imdugud, que con su palabra pronuncia el destino, en el lejano paísde Zabu. Lugalbanda consiguió elagradecimiento del ave cuidando a sus polluelos en su ausencia y por eso fuedevuelto a la libertad, pero cuandoregresa a Uruk, la encuentra sitiada por los nómadas y ha de marchar a Arattacon un mensaje de socorro para Inanna(S. N. Kramer, Mesopotamia,Madrid 1976). <<

Page 1284: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[31] La economía de las ciudades-estadosumerias estaba fuertemente centralizada por el aparato burocrático del templo, ylas numerosas tablillas con anotacionescomerciales que se han conservado permiten acreditar lo elevado de losimpuestos por operaciones de naturalezasemejante a las que cita el texto. Eltemplo era el gran terrateniente y el gradistribuidor de trabajo. <<

Page 1285: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[32]  Como ya se ha dicho, el santuario principal de Anu estaba en Uruk. <<

Page 1286: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[33] Al ser el jefe de la ciudad la máximaautoridad religiosa, es obligada s participación en un acto religioso de laimportancia de la erección de un templo.<<

Page 1287: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[34]  Puede corroborar este desprecio elsiguiente comentario que haceGilgamesh sobre Huwawa en el poematitulado Gilgamesh y el país de losvivos: «Hasta que yo no le haya dadomuerte, aunque sea un dios», actitudsobresaliente en un pueblo piadosocomo el sumerio. <<

Page 1288: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[35]  En la Antigüedad, y hasta la EdadMedia, la ordalía se empleó comomedio oracular para averiguar lavoluntad divina y también paracomprobar la veracidad de unadeclaración, mediante el procedimientode echar al sujeto al agua: Si no seahogaba, esto se interpretaba comosigno de que los dioses habían extendidosobre él su protección. <<

Page 1289: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[36]  Una diadema semejante apareceadornando el tocado hallado en lastumbas reales de Ur. <<

Page 1290: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[37]  Como se ha dicho, los sumeriosimaginaban a sus dioses reunidos en unaasamblea presidida por un monarca. E primera fila debían encontrarse loscuatro grandes dioses creadores y cercade ellos los siete dioses supremos,quienes decretaban los destinos, el restoeran los «cincuenta grandes dioses». <<

Page 1291: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[38]  En toda la mitología antiguaaparecen mensajes de los dioses a loshombres bajo la forma de sueños proféticos. <<

Page 1292: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[39]  Enki es el «señor de la tierra», ytiene una diosa paredro «señora de latierra» llamada Ninki. A pesar delsignificado de su nombre, es el dios querepresenta las aguas dulces y también el patrón de la sabiduría. Su santuario principal estaba en Eridu y se llamabaeabzu, es decir, «templo del Abzu»océano subterráneo. Enki habló aZiusudra para prevenirlo del diluviouniversal. <<

Page 1293: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[40]  Aruru es la importantísima diosamadre de Sumer, llamada tambié

imah, Ninhursag y Nintu. De ella diceun poema:

«Quiero que la colina que yo, el héroe,he amontonado

tenga por nombre Hursag y que tú seassu reina».

Hursag era la montaña que había hechoinurta para evitar que las aguas del

Kur invadiesen Sumer. <<

Page 1294: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[41] Nergal es una divinidad infernal queaparece en época tardía como esposo deEreshkigal, la hermana de Inanna quegobierna el mundo de ultratumba. <<

Page 1295: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[42]  El pensador sumerio estaba, segú parece, convencido de que el conceptoque tenía de las cosas era absolutamentecorrecto, y por tanto sabía exactamentecómo había sido creado el universo ycómo funcionaba. <<

Page 1296: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[43] En Sumer la religión no prometía unavida agradable después de la muerte ytodo parece indicar que los sumeriosesperaban pasar al «mundo inferior»,donde llevarían una especie deexistencia de espectros. <<

Page 1297: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[44]  Los grandes dioses creadores, Ki,An, Enlil, habían engendrado a losdioses menores, que se fueromultiplicando hasta alcanzar cadadetalle de la vida diaria, cuyo patrociniose atribuía a un dios particular, como por ejemplo, el dios de los ladrillos o eldios del azadón. <<

Page 1298: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[45] Los martu son un pueblo de nómadas pastores que aparecen ocasionalmenteen la épica sumeria hostigando a lasciudades civilizadas. <<

Page 1299: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[46]  El país de Sumer es una llanura dealuvión que, a semejanza del valle del

ilo, posee una acuciante ycaracterística sed de árboles que hacíanecesarias costosas expediciones paratalar la madera de las montañas. <<

Page 1300: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[47]  En las tablillas mesopotámicas sedice que Gilgamesh y Enkidu sueltan s pelo en el momento de partir. Como severá, ello puede ser testimonio de scarácter de héroes solares y desde luegotiene que ver con las costumbresguerreras de algunas etnias de la zona,como la tribu hebrea de los nazarenos,quienes soltaban su melena antes deentrar en combate. Quizá no sea ajena aello la expresión «soltarse el pelo»cuando alguien se conduce con furor. <<

Page 1301: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[48]  No existe tradición alguna en laépica mesopotámica sobre hombrestransformados en piedra. Sí, en cambio,en la antigua mitología griega, lo que puede favorecer la teoría del origeexclusivamente griego del texto. <<

Page 1302: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[49]  En el mito conocido como «Elganado y el grano» hay un pasaje quedice así:

«Sobre la montaña del Cielo y de laTierra

Anu engendró a los Annunakis».

Acerca de este pasaje escribe straductor, S. N. Kramer que «haymotivos para suponer que los sumeriosse imaginaban al cielo y la tierra comouna montaña cuya base era la sede de latierra y cuya cima era la cumbre delcielo», afirmando también que cuando la presencia de los dioses no era

Page 1303: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

imprescindible en las diversas partesdel universo encargadas a cada uno deellos, se creía que vivían en la montañadel Cielo y de la Tierra, «allí dondenace el sol». <<

Page 1304: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[50]  Escribe Juan Amadés que, en lascreencias catalanas, las serpientes, alhacerse viejas, pasan de serp a serpent ycambian al sexo masculino, les creceuna mata de pelo y dentro de ellaguardan un gran diamante que no puede perder sin morir. La posesión de uno deellos trae consigo suerte y felicidad y lamanera de conseguirlo es ésta: Laserpiente sólo se desprende del talismá para beber, dejándolo sobre una piedra.Entones hay que arrebatárselo, pero hayque correr mucho porque la serpiente persigue inmediatamente al ladrón.También poseen virtudes mágicas las

Page 1305: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 piedras sobre las que la víbora escupesu veneno, y las que se encuentradentro de la cabeza de la serpiente, laserpentina y la cornalina. Asimismoexiste el granito llamado «ojo deserpiente», que según la leyenda utilizóCaín para matar a su hermano. Además:La piedra de escorpión, que lleva elescorpión en su cola; la piedra delagarto, la piedra de dragón (lagartija),que tiene la virtud de hacer visibles lostrucos de los prestidigitadores; la piedrade dragón legendario, que hacía a s poseedor invulnerable a las armas defuego y a los maleficios y hacíainvisible a su portador; de sapo, queguardan la siguiente relación indefinible

Page 1306: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

con la aventura que el texto acaba dedescribir: «Los sapos nacen en elcorazón de la roca granítica, donde permanecen más de cien años eincubación. Cuando nacen, sigueviviendo inmóviles dentro de la piedrahasta que la constancia los libera de s prisión». (Juan Amadés, Piedras devirtud, revista de Dialectología yTradiciones Populares, tomo VII, cua, 1,1951). <<

Page 1307: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[51]  En el poema titulado «Gilgamesh yel país de los vivos», Gilgamesh viaja aeste país a fin de alcanzar gloria y reúneen Uruk a cincuenta compañeros sin casani madre. Del texto se deduce que parallegar al país de los vivos, que debe ser el mismo Bosque de los Cedros, hay queatravesar unas montañas donde viven losdemonios. El texto se interrumpe antesde que estos demonios entren en escena, por lo tanto no sabemos qué sucedió,

 pero cuando la arcilla vuelve a ser legible es para anunciar que Gilgamesha quedado dormido en un profundosueño del que sus compañeros logra

Page 1308: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

despertarlo sólo con grandesdificultades. Indudablemente estaimagen es muy semejante a laduermevela dentro de la piedra quemenciona el anónimo autor de nuestrahistoria. He aquí, traducido por Kramer,el pasaje en cuestión:

«Lo tocó, pero no se levantaba

le habló, pero no respondía.

Tú que estás yaciendo, tú que estásaciendo.

Oh, Gilgamesh, señor, hijo de Kullab¿Cuánto tiempo permanecerás yaciendo?

El país se ha ensombrecido sobre él, sehan extendido las sombras.

Page 1309: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

El crepúsculo se ha llevado su luz

Utu se ha dirigido, alta la cerviz, haciael seno de su madre, Ninga.

Oh, Gilgamesh ¿Cuánto tiempo permanecerás yaciendo?

o dejes que los hijos de tu ciudad, quete han acompañado

te esperen, erguidos, al pie de lamontaña.

o dejes que la madre que te dio el ser sea conducida a la plaza de la ciudad».<<

Page 1310: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[52]  Este lento transcurrir del tiempo notiene paradigma en la mitología, pero síel efecto contrario, esto es, la visita delhéroe a determinado lugar donde eltiempo transcurre tan de prisa erelación con el exterior que al salir hadesaparecido los lugares y las personasconocidos, efecto habitual de las visitasa los llamados túmulos o colinas de lashadas en el folklore europeo. <<

Page 1311: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[53]  Lugal significa «rey» y «grahombre». Frankfort explica que en elmomento de la coronación tenía lugar ucambio de nombre para adoptar unonuevo compuesto con la voz lugal:«Después que hubo rechazado snombre de insignificancia no hizomención de su nombre bur-gi sino quenombró su nombre de gobierno». <<

Page 1312: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[54]  Los Annunakis son siete dioses deaspecto terrible y funciones infernales,que amedrentan a los mismosinmortales. <<

Page 1313: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[55]  No hay otras referencias a este ríodel sueño, pero sí al «río del Olvido»,que según informes de Estrabón discurre por Galicia y que ningún general romanose atrevía a cruzar por miedo a perder lamemoria. <<

Page 1314: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[56]  El mito del alma o corazóexternado es muy frecuente en loscuentos populares. En el capítulo «Elalma externada y los cuentos populares»de su Rama Dorada, Frazer proporcionaun gran número de ejemplos. Se atieneal concepto primitivo del alma,sustancia de la noche, como un objetomaterial que hay que depositar en ulugar seguro. Mientas el alma permanezca incólume en el lugar dondefue guardada, el hombre será inmortal.El cuento de este tipo más conocido es«El gigante que no tenía el corazón en scuerpo». Normalmente el gigante tiene

Page 1315: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

 prisionera a una princesa, ésta consiguesonsacarle el secreto de su corazóexternado y lo revela al héroe, que sehace con él y de esta manera derrota algigante (James Frazer, The GoldeBough, Nueva York 1922. Versión ecastellano, La rama dorada,México 1944). <<

Page 1316: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[57]  En todo el oriente antiguo fue muy popular la leyenda del diluvio,conservada en las numerosas variantesque nos han llegado, a saber: Las delhéroe sumerio Ziusudra, el acadioUtnapishtim, el armenio Xisuthros, el bíblico Noé y el patriarca posiblementefilisteo Decaulión. <<

Page 1317: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[58]  Existen otras alusiones a estefenómeno. En el Cabo San Vicente, Leitede Vasconcelos y A. Schulten, segúinforma J. M. Blázquez, «vieron unosmontículos de piedra llamadosmoledros: las gentes creían que sialguien levantaba una de aquellas piedras, ésta volvería por sí sola a slugar». (José María Blázquez, Imagen ymito, estudios sobre religionesmediterráneas e ibéricas, Ed.Cristiandad, Madrid 1977). Por otrolado, escribe Juan García Atienza: «Latradición mariana peninsular está repletade historias (…) en las que la image

Page 1318: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

volvía sin la ayuda de nadie al rincódel hallazgo o, según otras versiones,comenzaba a incrementar su peso demanera que no había fuerza, ni humanani bruta, que lograse moverla de dondehabía decidido quedarse». (Juan GarcíaAtienza, Los lugares mágicos, artículo publicado en Historia 16 n.º 130). <<

Page 1319: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[59] Como ya se ha dicho, algunos textosexpresan la idea de que al Kur o mundoinferior se accede cruzando un río,también llamado «el río del Kur». Elloviene a constituir un motivo paralelo alcruce de un río que aparece en lasnarraciones populares para separar elmundo cotidiano donde vive el héroe delmundo donde se desarrolla la aventura ydonde el protagonista creceinteriormente: Todo ello porque dichaaventura es un proceso de iniciación oaprendizaje, lo mismo que la muertemisma puede ser considerada como unainiciación en la verdadera vida. <<

Page 1320: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[60]  Arrojar ceniza sobre la cabeza yarrancarse mechones de cabello soformas estereotipadas de expresar elluto en la Antigüedad. <<

Page 1321: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[61] En el mundo antiguo, tanto los locoscomo los que padecían el «malsagrado». —La epilepsia— eran tenidos por santos y respetados como oráculosvivos por cuyas palabras y gestos losdioses expresaban su voluntad. <<

Page 1322: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[62] Ya se ha dicho que el pelo largo esun símbolo de poder y desatarlo ydejarlo ondear, una acción que precederitualmente al combate. <<

Page 1323: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[63]  Ziusudra, que en la versión acadiadel mito aparece con el nombre deUtnapishtim, figura a un rey prediluvialde Shurupak a quien el dios de lasabiduría, Enki, previene de que laasamblea de los dioses ha decididoenviar un diluvio para castigar a laHumanidad, dándole instrucciones parala construcción de una embarcaciódonde habría de salvarse con sus parientes. Esta embarcación encalló eel monte Nisir al remitir las aguas, y allíZiusudra ofreció a los dioses usacrificio religioso. Los dioses loaceptaron y renovaron su pacto con los

Page 1324: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

hombres otorgando a Ziusudra el don dela inmortalidad. <<

Page 1325: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[64]  En la epopeya de Gilgamesh, ésterealiza un viaje en busca de Ziusudraaparentemente hacia el oeste y no haciael norte. Ello se desprende de lareferencia que hace el poema a que hastael momento ese camino sólo había sidocubierto por Utu, el dios solar, de lo quese deduce que se trata de un recorridode levante a poniente. Veremos quésignificado simbólico tiene estaalteración y cómo en la segunda parte elanónimo autor recoge la tradición comás fidelidad y envía a Gilgamesh anavegar por el Mediterráneo rumbo almisterioso occidente donde moran los

Page 1326: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

difuntos. <<

Page 1327: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[65]  Este sueño de Gilgamesh tiene u paralelo en el cuento galés medieval(«mabinogi») llamado El sueño deMaxen, en el que Maxen, emperador deRoma, sueña que hace un viaje muylejano, a través de mares y ríos, hastallegar a una isla donde encuentra ucastillo en una de cuyas salas tiene lasiguiente visión: «Dos jóvenes morenosugaban al ajedrez sobre un tablero de

 plata con piezas de oro, tendidos en ulecho. Al pie de una de las columnas dela sala vio a un hombre de cabellos blancos en una cátedra de hueso deelefante. Delante de él había un tablero

Page 1328: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

de oro con sus piezas y en la manosostenía una vara de oro y resistenteslimas con las que tallaba las piezas deluego de ajedrez». También en el

mabinogi llamado de Peredur, éste sedirigió al Castillo de los Prodigios,donde encontró un juego de ajedrez codos grupos de piezas enfrentadas(Mabinogion, relatos galeses, versiócastellana de María Victoria Cirlot,Editora Nacional, Madrid 1982). <<

Page 1329: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[66] Habitualmente los cuentos popularessimbolizan la entrada en el país de lossueños donde se desarrolla la aventuramediante el cruce de un río o algún otroaccidente que hace de frontera. Asítambién, y como ya se ha visto, amenudo aparece en la mitología que para llegar al reino de los muertos habíaque atravesar un río o laguna. <<

Page 1330: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[67]  El color rojo aparece edeterminadas mitologías como símbolosolar, y según Loomis, en la tradiciómedieval artúrica aparecen a menudocaballeros que llevan armas rojas cuyafuerza aumenta a mediodía y desapareceal atardecer (Loomis, Arturian tradition,citado por Carlos Alvar, Erec y Enid,Editora Nacional, Madrid 1982). Dichoesto, no es de extrañar que los trescaballeros o heraldos solares aparezcaen el paraje donde el sol se muestra comayor majestad, en mitad del desierto.El hecho de que el águila seageneralmente tomada como símbolo

Page 1331: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

solar refuerza esta teoría, pues el almade uno de los guerreros caídos setransforma en águila y asciende al cielo,donde «se confundió con el sol». <<

Page 1332: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[68]  Escribe S. N. Kramer que, a pesar de su inmortalidad, los dioses tenían querecibir alimentos, podían caer enfermose incluso morir. <<

Page 1333: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[69] Algunas torres del silencio como lasque aquí se describen se alzan en Irán.En la actualidad se acepta que fueroconstruidas por los devotos de lareligión zoroástrica, por motivosidénticos a los que el anónimo autor deeste relato pone en boca de Sib: Loselementos considerados puros, como elfuego, la tierra y las aguas, no debían ser contaminados por las miasmas procedentes de los cadáveres, que paraello se depositaban en lo alto de lastorres a la espera de que los buitresmondaran los huesos. <<

Page 1334: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[70] La figura de Issmir arroja paraleloscon personajes femeninos del folkloregaélico. Una de ellas es Elen Luyddawk («Elen conductora de ejércitos»),hallada por Maxen, emperador de Roma,en el sueño que se relata en una notaanterior. Ella estaba en la sala delajedrez, sentada en una cátedra de ororojo, vestida con una camisa de seda blanca cerrada sobre el pecho cohebillas de oro rojo, un brial de brocadode oro y una copa de la misma tela,cerrada por un broche de oro rojo.Llevaba en la cabeza una diadema deoro rojo con rubíes y gemas que

Page 1335: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

alternaban con perlas y piedrasimperiales. Su cinturón era de oro rojo.Esta doncella, al ver al emperador, sedirigió a él y le echó los brazos alcuello, momento en el que aquéldespertó del sueño. No obstante, en lavigilia consiguió encontrarla y la hizoemperatriz de Roma.

Por otro lado, el parecido es muycercano a Blodewed, que aparece en elmabinogi de Math como creadamágicamente de las flores. Ocurriódebido a que el héroe solar Llew LlawGyffes había recibido esta maldición:«Juro que este joven está destinado a notener jamás mujer de la raza que puebla

Page 1336: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

esta tierra». Entonces Math, hijo deMathonwy, dijo: «Intentemos que de lasflores de retama y las flores de la reinade los prados salga una mujer para él»,  reunieron «las flores del roble, las

flores de la retama y las flores de lareina de los prados y con sus encantosformaron la doncella más bella y más perfecta del mundo. La bautizaron segúlos ritos y la llamaron Blodewed, quesignifica aspecto, rostro de flores».<<

Page 1337: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[71] Esto recuerda el modo como Arturose dio a conocer como rey de Bretaña yevoca seguramente un primitivo sistemade elección. <<

Page 1338: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[72] Robert Gaves afirma que la tradicióeuropea que habla de palacios de cristal  recintos similares se deriva de la

costumbre de cubrir las sepulturas prehistóricas que llamamos túmulos cocristales de cuarzo blanco en honor de ladiosa de la luna (Robert Graves, LaDiosa Blanca, Madrid 1983). <<

Page 1339: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[73]  En los cuentos y en el mito eshabitual el personaje conocido como elfalso héroe, contra el que aún debecompetir el héroe una vez consumada saventura. En las narraciones popularesdel tipo lucha contra el dragón, uimpostor se ha atribuido falsamente laderrota y muerte de aquél mostrando sussiete cabezas cortadas, y ya se estácelebrando los banquetes que anunciasu boda con la hija del rey, cuando elhéroe aparece con las siete lenguas delas siete cabezas del dragón. Asítambién, en la Odisea, Ulises ha deacreditar su identidad tensando un arco

Page 1340: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

que sólo se doblega ante sus brazos.Pero en este caso el texto recuerdamucho más al nórdico Heimdall, queguarda el paso a la residencia de losinmortales provisto de un cuerno quesólo él podía tocar. <<

Page 1341: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[74]  El caballo que vuela es patrimoniocultural del chamanismo. El más famosoes Sleipnir, el caballo de ocho patas deOdín, cuya increíble velocidad lo alzabaen el aire (H. R. Ellis Davidson, Godsand Myths of Northern Europe,Londres 1974). Nótese cómo a medidaque Gilgamesh avanza hacia el norteencontramos más y más símbolos propios de las civilizaciones de la zona.<<

Page 1342: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[75] Suelen transformarse en águilas a smuerte los héroes solares, como el britanico Llew Llaw Gyffes o el mismoHércules, cuyo espíritu se transformó eáguila mientras su cuerpo ardía en la pira en el monte Eta. <<

Page 1343: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[76]  Estas doncellas que salen del mar  para danzar en círculos a la luz de laluna son típicas del folklore europeo detradición celta. <<

Page 1344: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[77]  Una vez más, el texto habla de unadeformación del tiempo, en este casomediante un falseamiento de la percepción obtenido por mediosmágicos. <<

Page 1345: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[78]  Gilgamesh ha viajado ya muchohacia países septentrionales, por lo tantoeste pasillo de piedra por el quecirculan los rayos del sol debe estar orientado siguiendo un eje aproximadoSO-NE. <<

Page 1346: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[79] Se refiere al planeta Venus. <<

Page 1347: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[80] El instrumento capaz de tocar sólo esuno de los elementos típicos de loscuentos populares según Vladimir Propp, y suele aparecer en la cabaña del bosque donde tiene lugar la iniciación.A veces incluso se llama a esta casa «lacasa de las flautas». El escritor rusoescribe: «Se creía que el sonido delinstrumento, cuando es tocado por elhéroe, convoca al espíritu». (V. Propp,Las raíces históricas del cuento,Madrid 1974). Quizá aquí el espíritlatente del dios muerto, Aradawc, aútransmitía mensajes a los sacerdotes desu culto. <<

Page 1348: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[81]  La ceguera del anciano o ancianaque dirige la iniciación es otro de loselementos que se repiten en los cuentos populares. Tratando de explicarla,Vladimir Propp relaciona mediante lasemántica comparada el concepto deceguera que aparece en los cuentos coel de invisibilidad y cita a título deejemplo el doble sentido. —Cegueraactiva y ceguera pasiva o invisibilidad — de las expresiones caecus (en latícaeca nox) y el alemán ein blindesFenstern («una ventana ciega»). De lamisma manera que la maga ciega nomira, sino que oye y también ha de

Page 1349: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

olfatear la presencia de un extraño, asíla expresión del gigante que regresa a scubil y habla así a su mujer: «A carnehumana me huele, si no me la das temato», puede indicar la ceguera en elcuento español. De igual manera, edeterminada fase de la iniciación, elneófito es ritualmente cegado con unacapa de cal u otro agente, para que alquitarle esta máscara pueda afirmar queverdaderamente ha adquirido unaverdadera visión. <<

Page 1350: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[82] Son muchos los textos cosmogónicosantiguos que se refieren a la creaciódel mundo mediante música. El tema fuerecogido y tratado incluso por Tolkieen los papeles que más tarde fuero publicados bajo el título común de ElSimarillion. Este tema volverá aaparecer en la segunda parte. <<

Page 1351: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[83]  Esta facultad recuerda de nuevo aHeimdall, que tenía el atributo de oír crecer la hierba y la lana de loscorderos. <<

Page 1352: Gilgamesh y La Muerte - Jose Ortega Ortega

 

[84]  Constituye una constante en lasculturas primitivas la creencia de que puede dominarse mágicamente aladversario si se conoce su nombre. Por eso todo primitivo oculta el suyo. <<