gestionar los espectros, una cuestión de imágenes

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Gestionar los espectros: una cuestión de imágenes. Dr. Hernán Ulm Desde su etimología latina, las imágenes remiten a la muerte: imago era aquel molde del cual se extraía la última presencia de lo que atravesaba las fronteras de lo existente. En el límite material que en ellas se define, en su existencia liminar, toda imagen se instala en una frontera en la que lo vivo y lo muerto tanto se unen como se separan. Paradoja del límite: en ellas pertenecemos desperteneciéndonos. Frontera material que nos deshace y que nos contiene como los que ya no podremos ser: lugar de paso, de contaminación en que la vida y la muerte realizan sus intercambios. Lejos de retenernos, en ellas desaparecemos. Por ello las imágenes, aun las más simples, nos fascinan: lo que vemos, en lo que nos mira, es la muerte que nos espera y desde la que miramos a aquellos que no somos. La imagen que vemos es la muerte que nos deshace. En las imágenes nos mira un tiempo que no nos pertenece. En ellas nos mira el despertenecimiento del tiempo: estamos ante un tiempo que no nos incumbe, tiempo que nos excede, que se vuelve inútil (¿que hacer con esa muerte que nos hace pasar del lado de lo que ya no puede producir nada?) y que desde su inutilidad nos revela como aquello que secretamente somos: las imágenes revelan la muerte que nos habita. Relámpago furioso que nos hunde, de golpe, en lo sagrado. Por ello nos conjuran (nos llaman a una confabulación) tanto como nos embrujan (nos hacen destinatarios de un hechizo): esa es su doble magia. Allí, en ese límite indecidible (la ambigüedad que nos asalta), en ese límite indecible (no hay palabra que se apropie de eso que sale hacia la nada) se señala la tenue frontera que no se deja atravesar. Ellas son el espectro que nos aguarda: en ellas sobrevive el fantasma que somos. Ellas son el tiempo de la sobrevivencia. En ellas queda la presencia de aquellos que permanecen entre nosotros y que ya no están. Por ello, como diría Blanchot, frente a las imágenes estamos frente a la presencia incontestable de aquellos que en verdad nunca estuvieron: en la muerte aquel que fue ya no es y lo que en la imagen se nos muestra es el resto que nunca llegó a ser. Un resto, es decir, un cadáver, un despojo: las imágenes no son sino los restos de una luz que pasa, que nos pasa y lo que de esa luz nos resta: al mismo tiempo lo que nos sustrae y lo que queda de nosotros para un futuro porvenir. Somos restos de luz. Al mismo tiempo, los despojos de un tiempo que nos pasa, lo que se lanza para el futuro y del tiempo que se nos quita. En las i mágenes, en esos restos, el tiempo se congrega para resolverse

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Gestionar los espectros: una cuestión de imágenes.

Dr. Hernán Ulm

Desde su etimología latina, las imágenes remiten a la muerte: imago  era aquel

molde del cual se extraía la última presencia de lo que atravesaba las fronteras de lo

existente. En el límite material que en ellas se define, en su existencia liminar, toda imagen

se instala en una frontera en la que lo vivo y lo muerto tanto se unen como se separan.

Paradoja del límite: en ellas pertenecemos desperteneciéndonos. Frontera material que nos

deshace y que nos contiene como los que ya no podremos ser: lugar de paso, de

contaminación en que la vida y la muerte realizan sus intercambios. Lejos de retenernos, en

ellas desaparecemos. Por ello las imágenes, aun las más simples, nos fascinan: lo que

vemos, en lo que nos mira, es la muerte que nos espera y desde la que miramos a aquellos

que no somos. La imagen que vemos es la muerte que nos deshace. En las imágenes nos

mira un tiempo que no nos pertenece. En ellas nos mira el despertenecimiento del tiempo:

estamos ante un tiempo que no nos incumbe, tiempo que nos excede, que se vuelve inútil

(¿que hacer con esa muerte que nos hace pasar del lado de lo que ya no puede producir

nada?) y que desde su inutilidad nos revela como aquello que secretamente somos: las

imágenes revelan la muerte que nos habita. Relámpago furioso que nos hunde, de golpe, en

lo sagrado. Por ello nos conjuran (nos llaman a una confabulación) tanto como nos

embrujan (nos hacen destinatarios de un hechizo): esa es su doble magia. Allí, en ese límite

indecidible (la ambigüedad que nos asalta), en ese límite indecible (no hay palabra que se

apropie de eso que sale hacia la nada) se señala la tenue frontera que no se deja atravesar.

Ellas son el espectro que nos aguarda: en ellas sobrevive el fantasma que somos. Ellas son

el tiempo de la sobrevivencia. En ellas queda la presencia de aquellos que permanecen

entre nosotros y que ya no están. Por ello, como diría Blanchot, frente a las imágenes

estamos frente a la presencia incontestable de aquellos que en verdad nunca estuvieron: en

la muerte aquel que fue ya no es y lo que en la imagen se nos muestra es el resto que nunca

llegó a ser. Un resto, es decir, un cadáver, un despojo: las imágenes no son sino los restos

de una luz que pasa, que nos pasa y lo que de esa luz nos resta: al mismo tiempo lo que nos

sustrae y lo que queda de nosotros para un futuro porvenir. Somos restos de luz. Al mismo

tiempo, los despojos de un tiempo que nos pasa, lo que se lanza para el futuro y del tiempo

que se nos quita. En las imágenes, en esos restos, el tiempo se congrega para resolverse

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como memoria. Gestionar pues la luz de las imágenes, es gestionar los restos que en la que

somos. Es gestionar la memoria que nos contiene. Lo que la imagen nos presenta es, por

eso, una desemejanza radical con nuestro presente. En la imagen se presenta la muerte

como diferencia con lo que en ella se retiene. En las imágenes, en su carácter liminar, la

ausencia se presenta. Lo sabemos bien: los espectros no pertenecen a este mundo. Su

tiempo y su espacio son otros, inconciliables con nuestro aquí y ahora: ellos son los que

atraviesan las fronteras y llegan, desde un antes sin lugar, desde donde deshacen las

continuidades. Las imágenes, como los espectros, crean un espacio y un tiempo que no son

los nuestros: por ello ninguna semejanza es posible entre nosotros y ellos, entre la vida y la

muerte, entre su presencia y lo que nos representa. Hay entre la muerte, entre las imágenes,entre los espectros y nosotros, una radical desemejanza que no cesa de marcar su distancia

como diferencia del tiempo y como distancia del espacio. Por ello, en su absoluta

identidad, cada imagen (cada espectro) rechaza toda semejanza. Por eso nunca nos

parecemos a nuestras imágenes: desde ellas nos miran los espectros que somos. En las

imágenes se gestionan los espectros: en ellas se gestiona la diferencia de la muerte con la

vida. Por ello, gestionar las imágenes es gestionar la muerte. O mejor, es gestionar esa sutil

frontera en que lo vivo se hunde en lo sagrado y en que la muerte se entremezcla con lo

vivo. Se trata pues, a través de las imágenes de una gestión de la frontera que decide ese

pasaje por el que nos condenamos a ser los que no somos. Dominar las imágenes es, de ese

modo, dominar los espectros que nos perseguirán o bien borrarlos de la memoria

arrastrándonos a la muerte definitiva de un olvido sin retorno. O también, fijar la memoria a

un monumento. Hacer de los monumentos el emblema de una memoria cristalizada.

Dominar las imágenes es inscribirse en el régimen espectral desde donde subyugar la

distancia que en ellas se presenta nuestra diferencia radical. Tal fue la sospecha de Platón

delante de los simulacros que se negaban a mostrar su identidad. Tal fue el misterio en el

que se desenvolvió la crisis iconoclasta y que definió el cisma bizantino (como lo muestra

Marie Jose Mondzain) frente a economía crística como clave de la cristiandad.

Ahora bien, con la aparición de los medios técnicos de producción de imágenes, la

gestión de la vida y de la muerte será también una gestión técnica de las imágenes. Desde

su inicio, el proceso técnico de producción de imágenes se presenta a sí mismo como

inocencia de la luz. La mano humana en retirada garantiza la objetividad y la trasparencia

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de lo que se da a ver. Analógica, electromagnética o digital, la imagen es el resultado de

una inscripción automatizada, por un dispositivo cuya intervención se limita a capturar el

propio movimiento de la luz desplegándose en el tiempo. Haluros de plata, celuloide, onda

electromagnética o célula digital, la imagen es simplemente apresada como duplicado

exacto de lo que se despliega como luz. De tal forma lo que en ellas se da a ver es la verdad

de lo que es. El proceso técnico, es la inocencia de la verdad, la verdad de la inocencia

capturada por el dispositivo. Así, de ahora en más, la gestión técnica de las imágenes será la

gestión técnica de la vida y la muerte que en ellas se despliega como pura inocencia. En ese

sentido, la imagen técnica, indiferente a lo que pasa ante ella, se presenta a sí misma como

puro proceso técnico de producción.

Sin embargo, la imagen técnica, como muestra Flusser, es el resultado de un cálculo

material preciso: basta saturar o sustraer haluros y la imagen se ocultará en su sombra, basta

alterar la frecuencia de ondas y la imagen se distorsionará, basta calcular los bits y nuestro

rostro desaparecerá en las pantallas planas de nuestro mundo digital. Desde entonces, lo

“real”, el “referente” de la imagen, no será otro que el propio proceso por el cual la imagen

se produce e invade el orden de nuestro visible. Mirar una imagen técnica es mirar el

dispositivo que la produjo y el cálculo que la hizo posible: el mundo no es sino el resultado

de ese cálculo técnico. Autorreferencial, ella es la presencia de la muerte como proceso

técnico automatizado. De ese modo, las imágenes técnicas, que calculan la captura de la

luz, gestionan tecnológicamente nuestra muerte haciéndola objeto de un cálculo. En ellas se

da a ver, una y otra vez, la muerte automatizada del hombre. Hacer da la muerte y de la

vida un objeto de cálculo técnico, es el sueño extremo de las sociedades de control. Los

dispositivos técnicos de producción de imágenes son dispositivos de captura de luz y, con

ellos, dispositivos de captura de los espectros que en ellos se inscriben: hay un dominio

técnico de los restos, de nuestros restos, de eso que nos resta. Se trata de saber, pues, que

nos resta en esto que nos resta, y qué tipo de restos serán esos en que restaremos.

Las imágenes técnicas son ahora la materia dónde la muerte se conserva para el

futuro, es decir para ese mañana donde nuestro ayer insiste en ser recordado. En que el

tiempo (magia extrema de la técnica) se deja tocar por nuestras manos (acaricio en la

superficie de cristal de una pantalla el rostro que ya a nadie pertenece): acariciamos las

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imágenes, tocamos las pantallas táctiles: esas frías superficies nos devuelven rostros que

nunca fueron los nuestros, que no fueron de nadie: tal vez porque en esas pantallas

alcanzamos el roce insólito de nuestra propia muerte: en ellas devenimos nuestros propios

fantasmas. Allí la diferencia se reduce a cálculo.

Brevemente quiero mostrar aquí la foto por la que se nos ha mostado “el momento

en que los miembros del gobierno estadounidense, asisten al exacto momento en que se

asesina a Bin Laden”.

Pues bien, nada vemos. La arrogancia del poder, se apropia para sí de una imagen

que no se dará a ver: pornografía extrema del gesto del poder imperialista: uds no verán lo

que nosotros podemos ver. Nos verán a nosotros viendo la muerte hecha imagen: esa queserá sustraída sus ojos. Esa que será ciega para uds. Uds nos verán viendo lo que no les

permitiremos ver: no habrá imagen del asesinato, no quedarán restos, no habrá fantasmas.

El espectro será borrado. Es el modo técnico de la desaparición. Que no haya monumento

posible, que no haya recuerdo. La desaparición por imágenes. La imagen misma de la

desaparición: sólo nuestra propia imagen monumentalizando un hecho que no tendrá

testimonios. No habrá memoria de aquel que se ha sustraído all orden de lo visible: el

crimen no se muestra como imagen. La muerte no tiene víctimas.

Brevemente también, una segunda foto y la polémica que ha suscitado que casi

exime de mayores comentarios1:

1 La Fundación World Press Photo anunció que sometió al análisis forense la fotografía de Paul

Hansen ganadora del primer premio de su edición de 2012, para "confirmar la integridad" de las imágenes,

al tiempo que señaló que los expertos no han considerado que sea un montaje.La decisión de la

organización se produce después de que surgiera la polémica sobre que la foto ganadora del prestigioso

premio internacional de fotografía había sido un montaje."Tras las recientes discusiones y especulación enlos medios de comunicación sobre el fotógrafo Paul Hansen, seleccionado ganador del World Press Photo de

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La imagen parece exponer una imagen de la muerte. Sin embargo la autenticidad de

la imagen pasa rápidamente a plantearse en términos de las condiciones técnicas de la

producción fotográfica. La cuestión ya no tiene que ver con lo que en la foto se nos muestra

sino con las condiciones técnicas de la tomada fotográfica. El artículo propone hacer un

análisis forense de la foto: la foto resulta auténtica, no porque el crimen que allí se nos

muestra haya sucedido, sino porque las condiciones técnicas, una vez analizadas, resultanincontestables.

Ya nada nos queda para ver aquí sino la foto repitiendo la escena de una muerte que

ella provoca ocultando: inocencia técnica de una foto que produce una muerte de la que se

exime. Nada sabemos: ¿quién, por qué, bajo qué circunstancias alguien ha sido muerto?

Nada, apenas queda la imagen, el cadáver reducido a bits, los llantos a sistemas raw y el

espanto de una vida destrozada criterios jpeg. Verdad de la técnica.

De tal manera, el hecho político, la guerra desigual entre un pueblo y un estado, deja

de ser tema de la confrontación política, deja su lugar a las condiciones técnicas por las que

un acontecimiento es producido o no. La foto no inscribe la memoria de un horror, sino su

proceso de producción como garantía de autenticidad: lo que en ella permanece como

fantasma que atraviesa el mundo no es la muerte de la infancia, sino el espectro técnico de

2012, hemos decidido someter las imágenes a un análisis forense", señaló la organización con sede en

Amsterdam, mediante un comunicado de prensa.Agrega que "el objetivo de la investigación es determinar la

autenticidad y el procedimiento de edición de la foto para cortar cualquier especulación sobre la

integridad de la imagen y establecer que no es un montaje".El sueco Paul Hansen fue galardonado en febrero

pasado con el primer premio en la edición de 2012 del certamen de fotoperiodismo más importante del

mundo, el World Press Photo, por una instantánea que muestra la desesperación de un grupo de hombres en el

funeral de una familia en una calle de Gaza.Hansen, según World Press Photo, "ha descrito con anterioridad

en detalle cómo procesó la imagen y World Press Photo no tiene ninguna razón para cuestionar su

explicación".Agregó que el reportero gráfico ha colaborado plenamente en la investigación lanzada conexpertos independientes, que no han hallado manipulación de la imagen."Hemos revisado la imagen RAW, tal

como nos la entregó World Press Photo, y su publicación en formato JPEG. Está claro que la foto publicada

se retocó respecto al color y tono global y local", señalaron los expertos según la organización.Asimismo

afirmaron que "más allá de eso no encontramos evidencias de que haya habido una manipulación de la

imagen o de un montaje. Es más, los análisis que dicen que se manipuló la foto son profundamente

erróneos"."Al comparar el archivo RAW con la versión ganadora veo que ha habido trabajo de post-

producción, en el sentido de que algunas áreas son más claras y otras más oscuras. Pero mirando lasposiciones de cada pixel, todos ellos están en el mismo lugar en el formato) JPEG y en el RAW file", dijo el

experto y profesor Hany Farid."Descarto cualquier cuestión en torno a que sea una imagen montada", afirmó

Farid, que es profesor de Ciencias Informáticas de la Universidad de Dartmouth y cofundador de Fourandsix

Technologies.

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la supervivencia industrial como condición indispensable del capitalismo. En última

instancia se presenta en la foto la condición por la cual la muerte se ha vuelto un simple

asunto de organización técnica de la vida y por la cual aquellos que son sus víctimasquedan borrados de la imagen Estas, tanto como la vida, resultan ahora un efecto de la

inocencia técnica que nada tiene que ver, que nada pretende tener que ver con aquello que

el ojo de la cámara pretende apenas registrar.

Si hay un espectro que hoy recorre el mundo, ese espectro es el de la propia

organización técnica de la vida y de la muerte, atravesando con sus operaciones de cálculo

aquello que se ofrece como pura transparencia de lo visible y aquello que se borra de la

imagen. Con este agregado: aquello que se borra de la imagen, aquello que el pixel no

captura, no podrá tener ni siquiera la etérea existencia del fantasma: no todo sobrevive en la

imagen digital, no todo fantasma adquiere allí la insistencia de lo que no se deja olvidar. Enlas imágenes técnicas no se trata de lo que se olvida y se recuerda, no se trata de lo que

sobrevive y de lo que retorna como espectro fantasmal que asombra el presente. Se trata de

lo que se borra y no vuelve, de lo que se acumula y no se transforma, de lo que se arroja no

al olvido sino al consumo: las imágenes técnicas no organizan una memoria sino una

operación de acumulación de imágenes por la que cualquier transformación, cualquier

actualización y cualquier modificación del presente por la irrupción del pasado quedan

canceladas. La imagen técnica deviene fascista porque su cálculo instrumental impide el

recuerdo. Queda apenas el conjuro, la pócima, el veneno de la técnica condenado a la

borradura a lo existente. Producción técnica de la muerte. Nada para ver. Nada nos mira en

estas imágenes sino el terrorismo de lo que se da a ver a plena luz del día: el enigma sinmisterio, la pura exhibición de un proceso que se ha desculpabilizado. La pura inocencia de

un proceso automatizado. La gestión de los espectros. La gestión de la vida: la última fase

de una sociedad de control que, como repetición de un puro proceso técnico, como

repetición de un puro presente eterno, anula toda recuperación del pasado.

Hay un espectro técnico, una magia de las imágenes, un fantasma digital por el cual

la distancia de lo vivo y lo muerto puede medirse, “pesarse” (el peso de las imágenes

técnicas, el tamaño que ocupan en una memoria, no son sólo metáforas computacionales sin

ser al mismo tiempo definiciones de lo que se resuelve como vida). En suma, junto con la

emergencia de la producción técnica de las imágenes, la muerte se vuelve objeto de uncálculo. Gestionar las imágenes es administrar la muerte y la vida. Lo que en ellas

permanezca o lo que en ellas se borre será cuestión de nuestras intervenciones. Establecer

las condiciones y las consecuencias que esta mutación en la producción de las imágenes ha

tenido para Occidente es el objeto de este trabajo. Establecer las condiciones de nuestra

supervivencia, la condición espectral de nuestros restos, la tarea política que nos resta.