genovese-fox- la crisis de la historia social

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Texto que aborda desde la perspectiva de la historia social, la crisis de la misma.

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    LA CRISIS POLTICA DE LA HISTORIA SOCIAL. La lucha de clases como objeto y como sujeto Author(s): Elisabeth Fox, Eugene Genovese, J. M. Songel and S. Clark Source: Historia Social, No. 1 (Spring - Summer, 1988), pp. 77-110Published by: Fundacion Instituto de Historia SocialStable URL: http://www.jstor.org/stable/40658133Accessed: 24-04-2015 14:42 UTC

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  • Controvrsias LA CRISIS POLTICA DE LA

    HISTORIA SOCIAL La lucha de clases como objeto y como sujeto

    Elisabeth Fox y Eugene Genovese

    Oxford University Press

    * Se cita segn la traduction de W. Roces, Grijalbo, Barcelona, 1974(4." ed.).

    "Toda clase que aspire a implantar su domi- nacin, aunque esta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolicin de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominacin en general, tiene que empezar conquistando el poder pol- tico, para poder presentar su inters como el inters general, cosa a que en el primer mo- mento se ve obligada."

    Karl Marx, La Ideologia Alemana *

    I

    La historia social, reciente fanfarria y a pesar de ello moda, apenas se puede calificar como nueva: data de Herodoto. La novedad no deriva ni de su contenido ni de la creciente sofisticacin tcnica de sus mtodos, sino de su status. Cronistas e historiadores siempre han descri- to costumbres y comportamientos, aunque no siempre sistematicamente, pro desde la II Guerra Mundial la historia social ha suplantado gradualmente a la historia poltica como tema dominante de Ia academia. La histo- ria social contempornea en sus prestigiosas, por no decir pretenciosas, nuevas formas puede ser primitivamente hallada en los pioneros trabajos de Lucien Febvre y Marc Bloch durante los anos treinta. Ellos y sus seguidores, ahora numerosos, intentaron renovar, ms que repudiar, el positivismo extremo mediante el abandono de Ia narrativa poltica que encontro Ia quinta esencia de su I expresin en la gran Histoire de la France dirigida por Ernest Lavisse. Febvre y Bloch dirigieron su atencin a la mentalit o textura cultural y social de una poca, y su mtodo y sensibilidad, en la cima de su rendimiento, | 77

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  • produjeron trabajos tan impresionantes como el ya clsi- co de Bloch La sociedad feudal La tendncia que ellos inauguraron, imprecisamente identificada con los Anna- les, todavia legitima la panplia general de esfuerzos amparados por Ia rubrica de Ia historia social en su actual y elegante apariencia.

    La historia social, particularmente en los dias de su preestablecimiento, tena un antepasado prvio: el traba- jo conjunto de Karl Marx y Friedrich Engels. Lo "social" de esta historia social acarre un compromiso socialista poltico, o cuando menos anticapitalista. Aqui, lo social tambin se referia menos a la totalidad de la sociedad que a Ias clases que contendan por el poder dei estado y especialmente a los trabajadores y otras gentes obreras. En sus primeras fases, Ia historia social coincidi, casi completamente, con la historia del trabajo, complemen- tada con alguna atencin a los campesinos. Trs el innovador El dieciocho Brumrio de Luis Bonaparte de Marx, esta corriente convergi con el reinante positivis- mo de finales del siglo xix y princpios del xx.

    Esa historia del trabajo en su extension apareci como la historia del trabajo organizado o Ia historia dei movimiento socialista. n trabajo de historia "social" podia, por su manifestacin de nombres, fechas e inicia- les generosamente esparcidas, rivalizar con una historia de monarcas y partidos polticos burgueses. La sensibili- dad socialista por si sola, no podia vencer Ia hegemonia metodolgica o Ia aceptada prctica histrica.

    Las primeras historias del trabajo y los movimientos socialistas apenas son ms ledas hoy en dia que Ias historias de los monarcas Capetianos de los primeros partidos polticos liberales, aunque lo ms notable de cada categoria merece un destino mejor.

    Esas primeras historias dejaban ver un compromiso que transcendia ai positivismo burgus.

    Concretamente los primeros historiadores sociales se- guan preocupados por el acceso de Ias clases obreras ai poder. O por el grado de xito en la lucha para mejorar los intereses de Ias clases. Reflejaban un compromiso hacia el proceso poltico y el papel decisivo dei poder en las relaciones humanas. Cualesquiera que fueran sus limitaciones, no solan caer en la filistea indiferencia frente a la centralidad de la poltica. Por el contrario, asumieron que el estdio de Ias relaciones de clases en general y la vida de las clases ms bajas en particular producira una comprensin ms profunda y extensa de Ia historia poltica.

    La primera historia social aporto su mayor contribu- cin en la documentacin y la crnica de los esfuerzos conscientes de las clases trabajadoras en sus luchas polti- 78 I

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  • cas y econmicas. En trminos actuales, tendia hacia un marxismo "economicista" con orientacin intelectual, al tiempo que se emparejaba con una poltica apropiada a la Segunda Internacional. Convencida de la realidad de la lucha de clases, tal y como la elaboraron Marx y Engels, y suficientemente segura de los objetivos, se sinti muy poo inclinada hacia la innovacin terica. Tal y como todavia est clasificada en la Biblioteca de Londres, "Capital y Trabajo" definia su contenido. Aunque cruda, unidimensional y -admitmoslo- sosa, gran parte de esta historia podra hacerse hoy, por ello debe ser evaluada dentro dei paradigma epistemolgico ai que perteneca. Estos historiadores sociales, al igual que sus oponentes ideolgicos, pensaban en los caminos del poder. La historia "desde el principio" incorporaba una fuerte y saludable dosis de hierro y sangre.

    En aquellos felices dias prvios a Ia I Guerra Mundial y en los severos e ideologicamente cargados anos que siguieron, los historiadores de Ia mayora de Ias tendn- cias, siguieron estando seguros de que podan apoyarse en la realidad de los hechos. La incertidumbre epistemo- lgica inaugurada en los ltimos anos dei viejo siglo mediante Ia simultnea publicacin de Ia Teoria cunti- ca de Planck y de la Interpretation de los suenos de Freud, as como por los perturbadores trabajos de Hus- serl, Rusell y otros, todavia no haba permitido Ia con- ciencia colectiva de Ia inteligncia acadmica. Los histo- riadores, suficientemente protegidos por su organizacin corporativa y su predisposicin colectiva, disfrutaron de un amortiguador institucional y emocional contra tales e inquitantes comentes intelectuales. Durante Ias dcadas en las que la antropologia, sociologia y psicologia se desarrollaron como disciplinas acadmicas, los historia- dores continuaron en gran parte "contando Ia historia tal y como sucedi".

    Lenin, comprendido como poltico, pro de xito molesto, podia ser ignorado sin problemas. Antonio Gramsci, el ms afortunado heredero de Lenin en el Oeste y que efectuo el mayor avance terico en la problemtica marxista, elaboraba sus ms importantes aportaciones intelectuales en el inhspito ambiente de la prisin de Mussolini y en italiano. El Stalinismo en la Union Sovitica y el virulento anticomunismo de la academia del Oeste durante aquellos felices dias no hicieron nada por animar una reconsideracin pblica de Ia teoria marxista. As los liberales americanos aclama- ban la version local de los "Juicios-Espectculo", en los cuales los lderes del Partido Comunista fueron encarce- lados por Harry Truman, acusados de cargos a todas luces inventados. Prcticamente hasta el golpe de Ia 79

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  • contrarrevolucin hngara, las dolorosas exigncias de su supresin, y el reconocimiento oficial dei "Padre de los Pueblos", calificado hasta un extremo inquitante como su director de pompas fnebres, los marxistas dei Oeste disfrutaron de un lujo cada vez ms negado a sus colegas liberales y radicales democrticos: una combinacin de fe, esperanza y propsito. Poseedores de un fin para la historia, siguieron comprometidos a contaria. Podan discernir el principio, el transcurso y el final del proceso histrico.

    Los historiadores, que una vez fueron los orgullosos poseedores de una gran tradicin de aprendizaje y sabi- dura, abrazaron los mtodos sociolgicos como si de alguna manera pudieran compensar Ia perdida de sentido y de significado de Ia historia, de la vida. Y abrazaron totalmente Ia sociologia en el preciso momento en que esta se estaba despojando de su indispensable mtodo histrico. Las genunas tradiciones de Ia historia sociol- gica haban florecido en el siglo xviii y durante ms de otro siglo ayudaron a dar forma a Ia conciencia histrica dei Oeste. Pro durante el siglo xx, Ias extensas visiones de Ia Escuela Histrica Escocesa, el utopismo francs de princpios dei siglo xix y la ingeniera social junto con el marxismo, fueron vctimas de una desconfianza en las teorias de progreso, causalidad y proceso histrico. Todo ello fue homogeneizado y estigmatizado como mecanis- mo y teleologa. Esta crisis epistemolgica coincidi aproximadamente con Io que Hajo Holborn calific como "el colapso poltico de Europa".

    El persistente compromiso, consecuencia de Ia I Gue- rra Mundial, de una u otra vision liberal dei progreso ordenado e ilustrado, sucumbi por Ia perdida de con- fianza frente a Io que parecia una inevitable y nada atractiva "sociedad de masas". Esta ola de desilusin tomo aqui una severa visin del fascismo y del comunis- mo como caras intercambiables de algo llamado totalita- rismo. Y all, una visin ms benigna de todas Ias sociedades industriales como productores de un cierto tipo de gerncia econmica, burocrtica y despersonali- zada. Visiones que ms bien recibieron el riguroso apoyo de los cientficos sociales que divertidamente pretendan una neutralidad poltica e ideolgica. El estdio de Ia sociedad era cada vez ms el estdio de cualquier cues- tin, sin importar su trivialidad, que pudiera dar como resultado respuestas cuantificables.

    Hoy, el cientfico e historiador social, en total aban- dono de los ltimos vestgios de antropomorfismo, se lanza en busca de una teoria que consagre el oscurantis- mo de una espcie de abstraccin sin costuras, inmune a los caprichos de Ia voluntad humana. Bajo Ia apariencia 80

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  • Mujeres trabajando en una ca- dena de remches en los astille- ros de la Marina, Puget Sound, Washington, 1919. (Foto de Mi-

    chael Lesy)

    de funcionalismo, estructuralismo, o de anlisis de siste- mas, la cincia social persigue una lgica que trasciende a Ia incertidumbre de Ias acciones humanas colectivas o individuales. La rgida despersonalizacin dei proceso histrico, cada vez ms frecuentemente presentado como eterno, no ha impuesto Ia completa repudiacin de Ia experincia personal, pasada o presente. -Cmo podra hacerlo cuando el mtodo en si mismo es radicalmente subjetivo?-. Sin embargo ha forzado una ruptura entre los procesos objetivos y la experincia subjetiva.

    Brevemente, la tan lamentada crisis del individualis- mo burgus dei siglo xx ha dado un golpe particularmen- te fuerte a Ia academia y ha devastado Ia profesin histrica. Ninguna teoria conspirativa nos ayudar a 81

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  • comprender las causas o reconocer la extension y profun- didad de los danos, porque gran parte de la historia social "radical" y de "izquierdas" ha sufrido el mismo hecho como historia social generalizada. La crisis de individua- lismo, debido a la profunda confianza en las determina- das acciones del sujeto consciente, ha cuestionado no solamente noiones como la intencin poltica sino in- cluso la naturaleza de la epistemologia y su interpreta- cin vlida. Caracteristicamente, el proverbial hombre o mujer de la calle -la subjetiva conciencia de una cara en la multitud- percibe la dominacin, no como una o varias caras sino como "El Sistema".

    La gran moda disfrutada actualmente por Ia historia social refleja ms que Ia bsqueda de nuevos objetos de estdio, ms que Ia democratizacin de Ia conciencia histrica, ms incluso que la necesidad de temas de disertacin frescos y manejables: refleja una genuna, aunque desordenada, sensibilidad cultural y un vasto civismo poltico. La historia social en todas sus manifes- taciones constituye Ia historia que, parafraseando Lord Acton, "nuestra generacin est escribiendo para ella misma". La retirada de Ia historia poltica e intelectual constituye una negativa, indefendible, ai centralismo dei poder poltico y a Ia cultura de lite en el desarrollo de la sociedad. Como tal, ofrece un espejo de los valores contemporneos.

    No existe ningn tipo individual de historia social: Ia categoria abarca una multitud de pecados y virtudes. Los historiadores sociales adoptan cada vez ms "nuevos y sofisticados" mtodos sin prestar mucha atencin a con- sideraciones especificamente histricas y sin darse cuenta de que muchos mtodos estn recibiendo ataques en las disciplinas de las cuales estn siendo tomados prestados.

    No es de sorprender pues, que en aquellos trabajos de historia social, autoconcienzudamente relacionados con el mtodo, los problemas metodolgicos frecuentemente dominan ai material histrico. En general, Ia preocupa- cin por Ias cuestiones sociolgicas y antropolgicas ha disminuido el inters sobre los acontecimientos reales en la historia y ha creado una pasin por abstracciones tales como industrializacin, urbanismo y algo llamado mo- dernization. Como resultado, el papel activo de los seres humanos ha ido desapareciendo de Ia historia, y con l cualquier intento de reflexion terica en si misma.

    II

    Al principio, Ia historia social derivada de Ia escuela de los Annales compartia gran parte de Ia perspectiva 82 I

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  • intelectual marxista, aunque poo de Ia poltica. El trabajo de Bloch,1 especialmente el enfoque sobre Ia cuestin de Ia periodizacin en La Sociedad feudal, revela hasta qu punto Ias preocupaciones narrativas de su aprendizaje formaron su sentido histrico. En efecto, el trabajo de Bloch produjo dos logros: extendi el campo de visin histrica hasta incluir una gran variedad de temas normalmente ignorados y envolvi Ias relaciones de superordenacin y subordinacin -de autoridad- den- tro de un extenso lienzo social descrito como sistematica- mente interdependiente. La sociedad feudal proporciono el tema de Ia narrativa de Bloch, mientras que en las manos de sus predecesores, Ia Casa de Capet u otros respetables, haba prevalecido improbado.

    El tema colectivo, metodologicamente relacionado con las fuerzas histricas, acarreaba una densidad de textura y un sentido de interconexin histrica ajena a los ms unilineales relatos de cancilleras y palcios.

    A este respecto, y como relacin contrapuntual entre gobernantes y gobernados, Ia conexin entre relaciones de produccin y su formulacin jurdica, el trabajo de Bloch se aproximo ai punto de vista marxista. De cual- quier manera, el trabajo marxista de este perodo todavia no haba obtenido ni mucho menos Ia medida de sofisti- cacin de Bloch. Tampoco l se adhiri a un anlisis de clases explcito. La distancia temporal dei perodo me- dieval mitigo parcialmente Ia urgncia de pasin poltica y moral a Ia vez que permiti una ms desapasionada valoracin de Ia sociedad en conjunto.

    El vigor dei trabajo de Bloch derivo inmediatamente de su visin de Ias relaciones integrales entre todas Ias facetas de Ia existncia humana y de su anlisis de Ia dinmica histrica -los cmbios, en relaciones internas y en la totalidad social, con el tiempo-. Contena un nmero de temticas o caminos de investigacin que consecuentemente daran lugar a Ias preocupaciones ca- ractersticas dei grupo de historiadores de Ia posguerra, generalmente conocido como Ia escuela de los Annales. Particularmente, el uso por parte de Bloch de Ia fotogra- fia area y su preocupacin por el entorno material -prctica, tcnica y relaciones humanas de Ia produccin agrcola-, se bas el trabajo preliminar de aquellos histo- riadores rurales. Sus magistrales "grandes thses" ilumi- naron muchas caractersticas de Ias provncias francesas durante el perodo feudal y el antiguo regimen. Su atencin ai ritual, ai aspecto simblico de los vnculos polticos, a Ia densidad psicolgica y cultural de Ias relaciones sociales y su codificacin institucional, refleja- ban una sensibilidad antropolgica y artstica e indicaban nuevos caminos hacia Ia comprensin de Ia premoderna,

    1 Gran parte dei esplndido tra- bajo de Bloch est ahora dispo- nible en su version inglesa. Ver especialmente Feudal Society (London) [La sociedad feudal, Akal, Madrid, 1987]; French Rural History: An Essay on 1st Basic Characteristics (London) [La Historia Rural Francesa, Crtica, Barcelona, 1978]; The Ile-de-France: The country around Paris (Ithaca, 1966); Land and Work in Medieval Europe: Selected Papers by Marc Bloch (London, 1966). Para una discusin extensa de la escuela de los Anales desde un punto de vista diferente al nues- tro propio, ver Traian Stoiano- vich, French Historical Method: The "Annales" Paradigm (Itha- ca, 1976). 83

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  • y ultimamente moderna prctica poltica e institucional. Su nfasis sobre los lazos de parentesco y su fluctuante fortaleza en el tiempo y en relacin a la dinmica poltica, fueron el principio de las preocupaciones con- temporneas sobre el parentesco y modelo de famlia. La lista podra extenderse indefinidamente puesto que el trabajo de Bloch abarco prcticamente todas Ias facetas de Ia experincia humana. Pro, a diferencia de su creciente ejrcito de seguidores actuales, l nunca permi- ti que Io sincrnico o espacial predominara sobre Ia diacrona o Ia narrativa, y nunca permiti que su sofisti- cacin metodolgica y terica usurpara el papel princi- pal dei proceso histrico en si mismo. El trabajo de Bloch constituy, en la prctica histrica, un momento privile- giado, pro dej a sus herederos Ia labor de forjar su legado. El trabajo de Bloch domina los conflictivos requerimientos sobre Io espacial y Io temporal, Io sustan- tivo y Io terico, Io estructural y Io dinmico. Por contra, en el trabajo de sus sucesores esa tension aparece destro- zada. La historia social post-blochiana, o ms bien de posguerra, ha proliferado y se ha fragmentado a un ritmo acelerado.

    La crisis de Ia profesin histrica, de Ia cual el estado actual de Ia historia social constituye una prueba palpa- ble, tiene tanto que ver con las comentes intelectuales y culturales actuales en la conciencia del Oeste en conjun- to, como con los problemas especficos de Ia construc- cin de Ia historia. Las profundas incertidumbres en cuanto a Ia duracin, objetos de observacin y comunica- cin son todas transmitidas, aunque en una moda mucho ms diluda, ai trabajo histrico. La ansiosamente mane- jada crisis de eurocentrismo, de fe en el progreso, de compromiso a Ias gratificaciones retrasadas -en suma, Ia perdida de propsitos- ha forzado una reexaminacin, y en muchos casos una profunda repudiacin de Ia misma nocin de Ia historia. La elaboracin de Ia historia como orden creativo o como ficcin transportadora de sentido ha perdido cada vez ms el contacto con los mitos estticos y de rechazo al conflicto. En palabras de Frank Kermode, "El mito funciona dentro de los diagramas del ritual, Io cual presupone una explicacin total de Ias cosas tal como son y como fueron, es una secuencia de gestos radicalmente invariables. Las ficciones son para averiguar cosas, y cambiar cuando cambia Ia necesidad de creacin de sentido. Los mitos son los agentes de Ia estabilidad, Ias ficciones son los agentes del cambio". 2

    La empresa estructural influyente que tomo forma en manos dei antroplogo Claude Lvi-Strauss, favoreci Io "frio" e invariable de Ia experincia humana en detri- mento de Io "caliente" o dinmico. Basndose en la

    2 Frank Kermode, The Sense of an Ending: Studies in the Theory of Fiction (New York, 1967), p. 39. 84 I

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  • problemtica desarrollada por los linguistas modernos y anadiendo una sensibilidad de artista a los detalles de Ia actividad humana, gestos y hechos, Levi-Strauss desarro- ll un mtodo casi textual de decodificacin dei compor- tamiento humano. Su trabajo ha provocado un fuerte impacto en las disciplinas, desde Ia crtica literria a travs de varias cincias sociales hasta Ia historia social.

    La introduccin de una sensibilidad estructuralista y antropolgica -espacial- en la historia puede quiz ser evaluada de Ia mejor manera mediante el trabajo dei reconocido decano de los Annales, su durante largo tiempo director y cabeza de Ia prestigiosa sexta seccin, Fernand Braudel.3 Indiscutible heredero de Bloch y Febvre, Braudel llev sus esfuerzos ms all de Ia balanza de la estructura y Io dinmico a un decidido nfasis sobre Ia estructura. En su importante libro El Mediterrneo, empez con el encuadre topogrfico y pas por Ia rutina de Ia vida material con una esmerada y carinosa atencin en los detalles. Detalles que recapturaban maravillosa- mente Ia textura de Ia existncia material de un rincn privilegiado dei mundo. Sus pausadas pginas, por toda la opacidad de su lenguaje, evocan aquel rincn, desde el mar a Ias rocas y el polvo que se levanta dei seco suelo. El olor a lavanda, el brillo de Ias olivas, el laborioso movimiento de los bueyes, el gesto encorvado, sembran- do, segando, de unos hombres y mujeres atados ai pro- ducto de ese suelo, en su evocacin de un entorno total.

    Desgraciadamente, tal y como observo J. H. Elliot, la gente que habita esta tierra no Io pas tan bien en la historia.4

    La narrativa poltica, los acontecimientos polticos de su perodo local, ocupan unas poas pginas muy ai final de los dos masivos volmenes.

    En Civilization material, Braudel delimita muy expli- citamente su conception: vida material. La simple rutina de Ia reproduccin de la raza constituye la principal caracterstica de la mayor parte de Ia vida humana durante la mayor parte de su existncia conocida. Con el tiempo, una economia se desarrolla y se imbrica, con la vida material en puntos cruciales. Final y ms bien recientemente, el capitalismo -el cual l define o ms bien describe con sorprendente vaguedad- emerge para apropiarse y organizar, dentro de los limites de sus poderes, tanto Ia economia como Ia vida material funda- mental.

    El gran trabajo antimarxista de Braudel, con su inter- pretacin estructural y sus predilecciones antropolgicas, ecolgicas y arqueolgicas, niega implicitamente el pro- ceso histrico en si mismo y distorsiona la dimension

    3 Parte dei trabajo de Braudel est disponible en traduction in- glesa, y por convenincia nos referimos a tales ediciones cuan- do sea posible. The Mediterra- nean and the Mediterranean World in the Age of Philip II, 2 vols. (New York, 1972) [El Me- diterrneo en la poca de Feli- pe II, 2 vols., Fondo de Cultura Econmica, 1976, 2.a ed., Mxi- co]; Capitalism and Material Life, 1400-1800 (London, 1967) [Civilization material, economia y capitalismo, siglos xv-xviu, Alianza, Madrid, 1984]; After- thoughts on Material Civilization and Capitalism (Baltimore, 1977). [La dinmica del capita- lismo, Alianza, Madrid, 1987]. Los nmeros de pgina sobre la citas que aparecen en el texto se refieren a Afterthoughts. 4 J. H. Elliot, New York Re- view of Books, 3 de mayo de 1973. 85

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  • Grabado de Edimburgo del si- glo xviii. Biblioteca Pblica de Edimburgo. (Foto de A. G. In-

    gram Lid)

    temporal. La preocupacin tradicional de los historiado- res, que desfaso Ia narrativa poltica, figura en su trabajo casi de manera accidental o como ocurrencia tardia. Este tratamiento no solo minimiza la dimension humana o poltica de los cmbios a travs dei tiempo, sino que tambin -y ms pejiiiciosamente para los historiadores locales- niega Ia centralidad de Ias relaciones de produc- cin, de autoridad y explotacin en el momento histrico en cuestin.

    Las conferencias de Braudel en la Universidad Johns Hopkins en 1976, publicadas como La dinmica del capitalismo, condensan elegantemente sus ideas centrales y muestran su sensibilidad histrica. Braudel emerge como un raro y soberbio ejemplar de una gran tradicin histrica, Ia del informado, inteligente y sobre todo apreciador y conformista viajero. Vagando, fisicamente, o sobre el papel por los ms recnditos lugares dei mundo, Braudel capta, investiga, apunta. Con las atracti- vas cualidades de un hombre que sabe como hablar a los ninos y a los animales, y con el peculiarmente moderno ojo de la cmara que captura todos los detalles, l interroga todos los aspectos de la vida diria -su titulada 86 I

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  • civilizacin material- sin perjudicar a nadie. Todo deta- lle, toda faceta de Ia existncia humana encuentra su lugar en su Speculum mundi. La profesin histrica en su totalidad tiene una gran deuda con l, por desarrollar y asegurar institucionalmente la manera de investigar reintroducida en la historiografia por Febvre y, especial- mente, por Bloch.

    La participacin emptica e imaginativa de Braudel en los asuntos dirios de tiempos pasados le conduce desde las consideraciones del viajero al compendio. Y su compendio, como la catedral gtica a la que se parece, necesita una articulacin estructural. Aunque Braudel, como un nuevo Suger, moldea sus sensibilidades huma- nas y aestticas a un modelo formal de significado y propsito, derivado de sus preocupaciones tericas, por no decir metafsicas, sobre la sociedad en la que vive. Sin duda, en esta empfesa estructuradora, Braudel se alina asimismo entre los materialistas. A este respecto, l sigue teniendo fe en la experincia vivida de sus sujetos, con el conocimiento tctil y sensorial de sus propias vidas y adopta una de las vertientes de la interpretacin marxista de la historia, a saber: la importncia de la vida material en el proceso histrico en si mismo. Incluso el vocabul- rio terico de Braudel, en particular su preocupacin por la naturaleza y el papel del capitalismo en la historia humana, testifican su ms o menos dilogo abierto con el materialismo histrico. Pro Ia interpretacin de Braudel de Ia naturaleza y dinmica dei proceso histrico rompe en puntos importantes con la interpretacin marxista.

    Bajo el punto de vista de Braudel, Ia historia debe ser entendida en trminos estructurales, quasi-arqueolgicos. De cualquier manera l divide Ia experincia histrica en trs componentes principales: la economia, el mercado y el capitalismo. Estos componentes incluyen respectiva- mente los asuntos dirios de subsistncia o reproduction, entendida como valor de uso. Tambin el intercmbio orgnico y normal que representa el desarrollo natural de una economia de subsistncia en el comercio mundano de botas y clavos -la division benfica dei trabajo favore- cida por los fisicratas-. Adernas de Ia socialmente dis- torsionadora -a Ia larga distancia- e incluso explotadora industria que abarca Ia produccin, el consumo y la distribucin as como el intercmbio. Este trptico, man- tiene Braudel, "es todavia una explicacin asombrosa- mente vlida, incluso cuando el capitalismo de hoy en dia ha extendido su alcance". Y dentro de Ia clasifica- cin, "capitalismo es el trmino perfecto para designar I Ias actividades econmicas que son llevadas hasta la I cumbre, o que se lucha por llevarlas hasta la cumbre. I Como resultado, el capitalismo a gran escala descansa | g7

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  • sobre la doble capa fundamental compuesta de Ia vida material y la cohrente economia de mercado; representa la zona de alto beneficio. Aunque yo he hecho un superlativo de ello" (pp. 112-13).

    Como dispositivo descriptivo, Ia descomposicin de Ias relaciones econmicas de Braudel, particularmente respecto a Ias sociedades precapitalistas, ilumina mucho. Como modelo explicativo, falia.

    Puesto que en su nfasis sobre el sistema y la estructu- ra minimiza los cmbios y con todo intento y propsito niega Ia causalidad. El mtodo histrico dinmico que comprende todo Io vibrante de la vida -que puede evocar, con la "madeleine" de Proust, los detalles de una vida a partir de una recoleccin de su olor, tal y como hace Braudel en la maravillosa discusin sobre moda y aseo en Civilization material donde titubea es en el paso de la recreacin subjetiva al anlisis del proceso histri- co.

    En algn lugar del camino desde el "Vcu" a la perception sociolgica, los sujetos humanos se transfor- man en una cosa como manifestation de una estructura material. Braudel impaciente, rechaza concisamente a Max Weber: "Para Max Weber, el capitalismo en el sentido moderno de la palabra no era ni ms ni menos que una creacin del protestantismo, o incluso para ser ms preciso, dei puritanismo. Todos los historiadores se han opuesto a esta trama terica, aunque no han conse- guido librarse de ella de una vez para siempre. Aun as, es claramente falsa" (pp. 65-66). Este altivo rechazo podra satisfacer a los deterministas econmicos, burgue- ses y marxistas, pro se salta sin miramientos Ias ms convincentes cuestiones sobre el cambio histrico. Tam- bin falia, singularmente, ai hacer justicia a Ia compleji- dad y sutilidad dei trabajo de Weber.

    Weber, antimarxista, trato de adaptarse a Ia proble- mtica histrica identificada por Marx como el modo de produccin, entendida no como una abstraccin, sino como una comprensin terica objetiva de la red de relaciones sociales capitalistas de produccin que carac- terizaron, cuando no agotaron, Ia experincia central de Ia sociedad moderna.

    De este modo Braudel, al rechazar a Weber, no rechaza tanto una teoria idealista de causacin o proceso, como Ia nocin dei proceso en si misma. Para asegurarse, Braudel, como historiador, se permite cambiar con el tiempo. El ltimo captulo de La dinmica considera especificamente, y condena, el triunfo dei capitalismo en el mundo moderno. Pro el capitalismo que triunfa no difiere en nada esencial dei capitalismo que no consigui 88

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  • triunfar debido a Ia falta de circunstancias auspiciosas durante Ia Edad Media o el Renacimiento.

    Braudel combina el pre-moderno capital dei manejo dei dinero y el capital comercial, en absoluto idnticos entre ellos, con las finanzas y el monopolio del capital, junto con el avanzado sistema capitalista descrito en el Imperialismo de Lenin. Pro despus, refirindose ai "capitalismo mercantil" l expone el terico abismo que le separa de los marxistas, a pesar de Ias aparentes similitudes en el lenguaje.

    As pues, Braudel escribe:

    El capital es una realidad tangible, un conjunto de fuentes financieras facilmente identificables constantemente trabajan- do; un capitalista es un hombre que preside o intenta presidir Ia insercin de capital en el incesante proceso de produccin ai cual toda sociedad est destinada; y el capitalismo es, a grandes rasgos (pro solo a grandes rasgos), la manera en la que esta constante actividad de insercin es llevada a cabo, generalmente por razones no muy altrustas (p. 47).

    Para los marxistas, esto no es vlido. Ellos definen el capital como un conjunto especfico de relaciones socia- les de produccin, no como un conjunto de cosas, y definen el capitalismo como el modo de produccin en el cual ese conjunto especfico de relaciones sociales ha llegado a ser dominante en la sociedad.

    El capitalismo difiere de otros sistemas, en la trans- formacin dei trabajo-poder en una mercancia. La inter- pretacin de Braudel de que el capital mercantil coexista con los modos de produccin no capitalistas, de que alimento estados, sociedades y clases a Ias cuales resulta- ba esencialmente ajeno y con frecuencia hostil, ofrece una importante idea. Aqui Braudel resucita una de Ias grandes ideas de Marx, y en efecto, la defiende del creciente nmero de tericos de dependncia marxista y otros que parecan pensar que Ia comercializacin en los superados sistemas de trabajo servil los transformaban de alguna manera en variantes de Ias sociedades capitalistas, aunque dependientes y subdesarrollados. La formulacin de Braudel, ai contrario que Ia de Marx o incluso que Ia de Weber, oscurece el proceso de transformacin. Me- diante Ia ignorncia dei problema de acumulacin primi- tiva y la sobrevaloracin de las operaciones del mercado, Braudel no consigue distinguir Ia transformacin dentro de Ias relaciones sociales de produccin.

    Esa transformacin vinculo Ia metamorfosis dei capi- tal comercial o industrial -produccin- y su absorcin I por parte dei capitalismo. Vinculo Ia conquista, no mera- mente de un poo ms de terreno, sino de Ia reorganiza- I cin y reconceptuacin de Ia sociedad. | 89

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  • El proceso cost ms en explotacin, misria humana e injusticias de clase de Io que Braudel parece dispuesto a admitir -ms por supuesto de Io que l acredita a los villanos capitalistas que tan resueltamente castiga. Pro desde luego funciono en una moda integrada, y, por razones que l tampoco parece estar muy dispuesto a afrontar, alcanz Ia hegemonia. Las aspiraciones indivi- duales de aquellos -frecuentemente protestantes- que absorbieron los nuevos valores dei trabajo, disciplina de tiempo y economia, as como nuevas formas de vida familiar, division sexual dei trabajo y educacin de los ninos, fundamentaron Ias abstracciones econmicas en las vidas de Ias gentes ordinrias. Tambin ayudaron a crear un modelo de bienestar inhibido que hizo que inmediatamente muchos se aferraran a un sistema que tomaba ms de ellos que de Io que ofreca a cambio. Proporciono el critrio por el cual todas Ias subsiguientes crticas socialistas calificaran de fallos Ias promesas capitalistas.

    La apasionada denuncia dei capitalismo de Braudel se basa en una mala interpretacin dei enemigo. Su satnico villano bien podra ser asaltado directamente, tal como fuese, en lucha cuerpo a cuerpo. El enemigo real sigue siendo mucho ms peligroso y escurridizo. Ms si cabe estar -y no puede uno dejar de reconocer a Weber as como a Freud- tan profundamente establecido entre nosotros. Porque el tejido de Ias relaciones sociales no puede ser reducido a sus componentes materiales o entendido como una conspiracin de explotacin. Para bien o para mal, el capitalismo est firmemente asentado en esa economia de mercado con la cual Braudel perma- nece tan profunda y comprensiblemente comprometido. Porque l habla con franqueza ai identificar ese terreno intermdio como el punto original de especializacin -division del trabajo, tal y como Adam Smith Io hubiera planteado. Pro con esa misma especializacin en la tierra, as como en las tiendas y talleres, las nuevas prcticas, valores y relaciones echaron races. Junto con la revolucin agrcola, la cual no menciona Braudel, includa, la separacin del trabajador de la tierra y la experincia en la produccin de artculos de "poca mon- ta", ayudaron a crear el sistema de produccin social en el cual el capital hundi sus races y se convirti en capitalismo. Ninguna transformacin simple. Sin embar- go este proceso permite una lectura causal, a pesar de sus matices y su complejidad. El cambio que engendro trans- formo el aspecto del mundo as como Ia experincia de un creciente nmero de habitantes.

    El trabajo de Braudel, o ai menos su mtodo y sensibilidad, han evocado entusiasmo y emulacin, aun- 90 I

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  • que resulta paradjico, especialmente por su minucioso examen de los detalles de Ias vidas y condiciones mate- riales de los ms humildes miembros de Ia comunidad humana. Tal atencin por si misma solo merece admira- cin, pro Ia comunidad humana bsica en su trabajo, figura ms como parte de Ia naturaleza -como caracters- tica ambiental- que como una colectividad que actua sobre Ia naturaleza. Aun as, Io propiamente humano, Io propiamente histrico comienza con la separacin de Ia conciencia humana dei mundo actual. La primera y ms rudimentaria forma de produccin agrcola con su primi- tiva tecnologia indica esa separacin. Con la explotacin de Ia naturaleza por el hombre se siembran Ias semillas de Ia explotacin dei hombre por el hombre -y de la mujer por el hombre e incluso de Ia mujer por Ia mujer.

    III

    Exactamente en el punto en el que la historia social burguesa se rene con las primeras tradiciones marxistas, en un intento de escribir la historia de las clases ms bajas en general y de la clase trabajadora en particular, abandona las partes ms productivas de la esencia del modelo terico marxista. Marx interesado por los objeti- vos polticos nunca confundi Ias demandas de poder dei proletariado socialista con la idealizacin de modelos de vida de una clase trabajadora previa. l no se Io podia permitir: como gran revolucionrio comprometido a cambiar el mundo y llevar a Ia clase trabajadora ai poder, uno de sus principales proyectos deba ser precisamente Ia crtica despiadada de todos los movimientos populares y de clases, especialmente Ia clase trabajadora, con el fin de endureceria para Ia batalla. Desde aqui, tena que considerar cualquier intento de cubrir los defectos o exagerar Ias virtudes no solo como incoherencia romnti- ca sino como poltica contrarrevolucionaria.

    La bsqueda de una tradicin revolucionaria para Ias clases trabajadoras y oprimidas ha caracterizado en gran medida y durante largo tiempo a Ia historia social mar- xista, y ms generalmente a Ia socialista, distorsionando Ia experincia histrica en trs caminos principales. En principio ha enfatizado excesivamente Ia presencia o Ia ausncia de conciencia de clase en varias clases oprimi- das y ha buscado proletariados revolucionrios con con- ciencia de clase en un sentido virtualmente moderno donde era poo probable obtenerlos. Discerniendo del I contenido poltico de los primeros levantamientos cam- pesinos modernos o de Ias rebeliones de esclavos, bien en el antiguo mundo o en el hemisfrio Oeste, por dar solo | 91

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  • dos ejemplos, permanece una delicada labor histrica y terica. En segundo lugar, tambin gran parte de Ia historia social marxista ha sufrido una influencia quasi- teolgica, derivada de las ideas de progreso dei siglo xviii y de Ias de determinismo dei xix, que seriamente minan la lectura fructifiera y flexible del pasado. Y en tercer lugar, Ia preocupacin por los ms activos segmentos de Ias clases oprimidas y trabajadoras en cualquier momen- to ha conducido al menosprecio de las mujeres y los ninos y la negligencia de importantes fuerzas culturales -incluyendo la religion, costumbres populares, y vida de famlia- por no mencionar el tejido social y cultural y las contribuciones de las clases dominantes.

    En los anos sesenta estas diferencias comenzaron a ser revocadas a Io largo de toda Ia profesin histrica, in- cluyendo su componente marxista. Los "annalistas" fue- ron en realidad los que dieron el impacto decisivo, aunque de ninguna manera el total que a menudo se reclama. Primero Ia teoria sociolgica y luego la psicol- gica, sucedidas ahora por Ia antropologia, fueron llama- das a reajustar Ia ingenuidad mecnica de una prctica histrica osificante. La aplicacin extensiva de mtodos cuantitativos y demogrficos, incluyendo Ia reconstruc- cin de Ia famlia, permitieron una vasta expansion en la cantidad de informacin que podia ser procesada y anali- zada. Como llamada a la nueva historia poltica cuantita- tiva, los estdios demogrficos y la efmera revolucin diomtrica de la "historia social" es, por no decir ms, debatible. Pero sus mtodos y hallazgos indudablemente constituyen una clara e importante dimension dei trabajo de la mayoria de los historiadores sociales.

    Por supuesto, el mtodo estadstico, su denominador comn, ha dado forma a las preguntas y en consecuencia a Ias respuestas, favorecidas por muchos historiadores. En casos extremos, como el de Franois Furet llega incluso a cambiar Ia naturaleza dei hecho histrico. La popularidad de este y otros mtodos, junto con su pers- pectiva social implcita ha reflectado un mayor clima epistemolgico e histrico. No ha ocurrido de manera accidental el que muchos de aquellos historiadores que maduraron o recibieron su primer aprendizaje durante los anos cincuenta, hayan sido preparados para rechazar cualquier relacin con la determinada accin poltica y la vision del mundo como una configuracin de los patrones estadsticos.

    Las series de informaciones como mnimo han ab- suelto parcialmente ai observador de Ia responsabilidad de un inicio consciente. Aunque el prejuicio ideolgico no puede ser exorcitado tan facilmente. Cada vez ms, este prejuicio ha emergido como una voluntariosa preten- 92 I

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  • sin en el anlisis de "valor libre" que elimina cualquier nocin de conciencia o intento. La interpretacin persis- te pero en lugar de estar concernida en los programas polticos autoconscientes y las acciones de las lites, ha pasado a estar concernida en los, averiguables estadstica- mente -y mutilados-, patrones de comportamiento de masas de indivduos. Este punto de vista no solo niega la importncia de la lucha poltica, sino tambin de la social, y, en casos extremos, incluso la lucha intrasquica. Por- que mientras reclama que se reconozca el conflicto, inh- rente niega el conflicto irrconciliable. Su prejuicio me- todolgico, el cual inmediatamente emerge como ideolo- gia, se centra sobre momentos de resolucin de conflictos y generalmente se colapsa ante la negativa de cualquier conflicto digno de un nombre. El fenmeno observado, o mejor la norma estadstica del fenmeno observado, se transforma en la realidad. Los procedimientos para expli- car la peligrosa coyuntura en cualquier momento del tiempo observado, se pierden. El empirismo abstracto tan severamente satirizado por C. Wright Mills, triunfa.

    Nadie, fuera dei grupo de chiflados dogmticos, niega la indispensabilidad del trabajo emprico o estupidamen- te castiga los mtodos cuantitativos, los cuales claramen- te pueden contribuir de una manera estimable si son manejados adecuadamente. Pero las nuevas y mayores formas de empirismo se reflejan sobre cualquier aparato terico que se dirija ai principio dei trabajo. Aparente- mente Ia recuperacin dei comportamiento de gran n- mero de individualidades que no hicieron ningn impac- to autogrfico en el mundo de Ia gran poltica y la gran cultura, hace accesibles dimensiones de Ia experincia humana hasta ahora muy ignoradas.

    No debera haber necesidad de revisar intensamente Ias crecientes discusiones familiares en cuanto a que gran parte dei material disponible para su cuantificacin toda- via depende de Ias previas colecciones de informacin considerada relevante o til por aquellos -generalmente las lites- que la recopilaron a su momento. Antes dei reciente y sistemtico almacenamiento de informacin por parte de los estados nacionales, comenzando por los registros dei censo, mucha informacin de serie contena fuertes prejuicios, y fue de cualquier manera moldeada por Ias intenciones dei observador, y no dei observado. Los informes de Ia policia, sin importar el nivel de profundidad dei anlisis, han proporcionado un conside- rable ejemplo, puesto que han sido alterados incluso I respecto a los de hroes polticos y villanos, ya que la I detencin siempre ha sido selectiva. Incluso cuando pue- I den obtenerse ms series gnrales -y la reconstruccin I de la famlia y tcnicas relacionadas han hecho avanzar I 93

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  • significativamente nuestra comprensin en infinidad de problemas demogrficos- el programa formulado por el historiador perjudica Ias respuestas obtenidas mediante los ostensiblemente neutrales materiales cientficos. Es un tpico de Ia investigacin cientfica el que Ia hiptesis precede a Ia experimentacin -que el cientfico procede con una idea razonablemente buena de Io que est buscando, por muy dispuesto que est a ser decepcionado.

    En el nivel terico el trabajo cuantitativo difiere en poo, excepto en la cantidad de informacin, de aquellas grandes novelas victorianas que tan resueltamente fue- ron rechazadas como relatos literrios con prejuicios.

    Como cualquier mtodo, el cuantitativo no es ms que esto, un mtodo. La cuantificacin es una herra- mienta que en manos expertas facilita el trabajo de una inteligncia formadora, Ia comprensin humana. Pro los problemas de extrapolacin, el peso de Ias variedades, los importantes mrgenes de error, y la variedad de inevita- bles atrocidades deberan hacer que los historiadores fueran cautelosos al ver en ella a un sustituto de sus propios asuntos, mucho menos una remodelacin de sus cuestiones. Y para extrapolar desde Ia intencin dei comportamiento observado conclusiones sobre actitudes, creencias y procesos sociales, equivale atribuir a todos los residentes de Ia parte alta de Ia costa Oeste de Nueva York Ia estadsticamente observada motivacin de orien- tacin ai logro, motivacin ai trabajo y actitud social.

    Puesto que Ia cuantificacin ya se ha establecido como parte dei aparato de muchos historiadores sociales a travs dei espectro interpretativo, Ias mismas divisiones ideolgicas son tan discernibles dentro dei crculo mgico como fuera de l. El reciente furor causado por Tiempo de Ia cruz, no ha demostrado nada ms que un inevitable recurso de todos los viejos argumentos e interpretaciones en un nuevo lenguaje. Uno de los temas mayores que emergen dei debate sobre Tiempo de Ia cruz ha sido el extraordinrio intento de extrapolar Ia cultura de los esclavos a partir de Ias estadsticas econmicas y sociales, Io cual acabo en una sombria descripcin de Ia cultura negra en general y del trabajo tico en particular como reflejo de Ia cultura de los amos.

    La problemtica naturaleza de Ia relacin entre amos y esclavos y la experincia en la relacin de la esclavitud con la estructura de la personalidad, valores sociales y posibles comportamientos polticos de los esclavos, inclu- so se alude a cuestiones que dominaron el resto del campo de la historia social.

    Las crticas liberales de Fogel y Eugerman han argu- mentado lo inverso: que la conciencia de los esclavos se desarroll en una virtual y completa independncia de los 94 I

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  • valores de sus amos. Este punto de vista enfatizado en los orgenes africanos, la vida familiar, y en alguna medida las costumbres, abstrajo la experincia esclava casi por completo de sus condiciones polticas, de la incipiente violncia y de aquella experincia de trabajo que consumi tantas horas del despertar de los esclavos y constituy gran parte de la razn de ser de su esclavitud.

    Niega la decisiva importncia de la dialctica amo- esclavo, de la especfica e historicamente omnipresente forma de lucha de clases. Y ningn nfasis radical sobre los logros de la raza negra y su autonomia pueden disimular este repliegue de la interpretacin de las clases a un idealismo politicamente anestesiado. Aunque, al negar el poder de las clases dominantes en una sociedad en la cual los esclavos fueron capturados, y al negar la minimamente mediadora experincia de Ia esclavitud sobre Ia conciencia ntima de los esclavos, esta visin liberal, sin decirlo y ocultndose trs las discusiones de las masas, se centra ms en la experincia privada que en la pblica experincia de los esclavos.

    La idealizacin de los logros culturales negros en la esclavitud ha conllevado un severo correctivo sobre Ia antigua visin que presentaba a los esclavos como nuevos objetos de opresin. Pro tambin a menudo ha buscado Ia negacin de las en extremo segursimas formulaciones de Ia misma existncia de relaciones ntimas entre los esclavos y los blancos y as pues, de la poderosa influen- cia, positiva y negativa, de los blancos sobre los negros y viceversa. Es posible leer algunos libros recientes y no encontrar una sola palabra sobre Ias influencias positivas de los blancos en la cultura negra como contrapartida a los relatos sobre influencia negra en la cultura blanca. Pese a ello, hemos completado el ciclo. Donde una vez tenamos negros cuya nica cultura reflejaba Ia de los blancos, tenemos ahora, "mirabile dictu", negros que for- jaron una cultura independiente de Ia influencia positiva blanca a pesar de haber vivido durante vrios siglos -iy como esclavos!- en mdio de una mayora blanca.

    La tendncia que estamos criticando tiene moral reac- cionria e implicaciones polticas a las cuales se recurre con creciente frecuencia e incluso con mayor dejadez en los trabajos de reconocidos historiadores algunos de los cuales tienen excelentes intenciones. Y Io que resulta cierto en el estdio de Ia esclavitud, no es menos cierto en el estdio de Ia clase trabajadora. Los trabajadores tam- bin aparecen cada vez ms, en el amplio cuerpo de la I literatura, como hombres y mujeres que mientras soporta- I ban la opresin, milagrosamente crearon una "cultura I autnoma" y resistieron con xito, y al completo, los I valores y aspiraciones de la burguesia. 95

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  • Si estas fantasias se correspondan remotamente con la historia real de las clases ms bajas y las gentes oprimidas, la historia del Viejo Sur hubiera sido una historia de revolucin esclava continua, masiva y sin descanso, o ai menos, de un sabotaje tan continuo y devastador ai que Ias clases dominantes no hubieran sobrevivido ni un ano. Y cuando la autonomia de la cultura de la clase trabajadora ha sido tan debidamente presentada y alabada, todavia se nos plantea una ener- vante cuestin: si todos estos logros fueron en realidad tan grandes, opor qu Ia clase trabajadora nunca pujo, ni mucho menos, conquisto el poder dei estado?, qu fue Io que le ocurri a Ia revolucin que se supone que puso punto final ai proceso?

    Una visin romntica de los esclavos o de los trabaja- dores que niegue Ia influencia recproca con sus opreso- res, niega en efecto Ia historia que ellos realmente vivie- ron. Empana, si no elimina, Ias relaciones sociales inh- rentes a la sociedad de clases y, virtualmente por defini- cin implcita, la existncia de las clases en conjunto. Representa una poltica imposible mediante Ia elimina- cin, a priori, de la posibilidad de apreciar su trgica complicidad en su propia opresin -una complicidad que podra ser juzgada como trgica precisamente porque fueron conducidos a ella por motivos de riqueza dentro de un complejo sistema social que dirige con xito su enfado y resistncia por canales seguros. Si esa trgica complejidad no existi, entonces Marx, Lenin, Mao, Ho, Fauon, Malcom X, y todos los dems revolucionrios, seran calificados de imbciles o demagogos. Porque, icul de ellos no protesto amargamente contra Ia "escla- vizacin" de su gente y dedico su vida a Ias ms resueltas medidas para combatirla?

    La historia social de izquierda liberal, ocasionalmente honesta en cuanto a sus reivindicaciones de ser "radical", acaba en el mismo lugar que Ia historia social conservado- ra y "no ideolgica", en la negacin de la lucha de clases como centro dei proceso histrico y, paradjicamente, en la disolucin de Io individual y en un pseudo-objetivo anlisis de formaciones agregadas sin ninguna dinmica de cambio y desarrollo. O, por decirlo de otra manera, termina en la negacin de Ia importncia de Ia poltica. Pro el motivo central de Ia poltica significa distinguir las manifestaciones objetivas de las subjetivas de la socie- dad en conjunto. No puede haber una historia social digna de consideracin sin una conexin con la teoria -mediante una interpretacin cohrente del proceso so- cial en general y de Ia economia poltica en particular.

    Al hablar de poltica, no nos referimos simplemente a Ia "alta poltica" de Ia lucha por el poder dei estado, 96 I

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  • aunque eso puede quedar como cuestin decisiva. Los esclavos, por ejemplo, luchaban politicamente de Ia nica manera que podan. Cuando se reunieron alrededor de sus predicadores, adhirindose a su fe y resistiendo all Ia deshumanizacin -resistieron Ia imputacin dei despre- cio anterior a Dios y al hombre- que sus amos trataban de imponerles. Pro los historiadores de esa experincia cultural deben confrontar sus implicaciones polticas o correr el riesgo de deslizarse hacia Ia falsedad.

    Esos particulares mtodos de lucha, como todos los dems, implicaban tanto debilidades como fortalezas. Contribuyeron a un ambguo legado cuyo desenmarana- miento debe dcimos mucho sobre el herosmo y los logros de los negros esclavos -y de los trabajadores bajo el capitalismo-. Pro tambin mucho sobre aquellas persis- tentes debilidades polticas que plagan los actuales gran- des movimientos por Ia justicia social.

    La historia social burguesa, incluyendo su componen- te radical, mira hacia Ia existncia privada para compen- sar Ia impotncia poltica dei pblico. El inters tradicio- nalmente socialista sobre los trabajadores ha emergido transformado en historia de arriba abajo y, adecuada- mente desprovisto de contenido poltico, llama la aten- cin de los estudiosos de todas Ias tendncias polticas. El carcter paternalista, transfigurado como podra estar, nunca ha tenido tal xito ni tantas oportunidades para Ia sublimacin, sin importar Io disfrazado que estuviera de teoria radical.

    Los ms recientes y con mucho los ms modernos mtodos a los cuales se adhirieron los historiadores so- ciales incluyen Ia antropologia y la etnografia. El trazado de los patrones de parentesco, Ia observacin detallada de Ias costumbres, el anlisis de sus fiestas y estruendos y el meticuloso examen de los aparentes y ms irrelevantes retazos de informacin proporciona una vision de Ias vidas de los estratos ms bajos de Ia sociedad. Estos estdios, los mejores de los cuales han sido esplndidos en los terrenos que ellos mismos eligieron, frecuentemen- te dirigen Ia atencin a Ias caractersticas de vida -dei espado- no reclamadas por Ias clases dominantes.

    A partir de aqui, Ia relativa intimidad de Ias celebra- ciones de los pueblos, prcticas comunitrias y los inters- tcios de Ia vida familiar -incluyendo Ias relaciones entre sexos y la crianza de los ninos- ocupan el primer lugar.

    La vision que emerge de los mejores de estos estdios proporciona un saludable y necesitado correctivo a Ia ms estrecha vision que describa a Ia clase trabajadora, as como a las mujeres y a los ninos, como meros objetos de Ia atencin de sus superiores. Rellena los espacios I para los cuales aquellas clases dominantes no vieron la I 97

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  • necesidad de atencin directa. Restaura Ia subjetiva par- ticipacin en su propia existncia de gente que durante demasiado tiempo renuncio a sus justas reivindicaciones de dignidad. Incluso contribuye, a partir de los contornos de sus costumbres, a su perfilacin, a partir de los cuales Ias clases dominantes tuvieron que extraer sus mere- cimientos. Y, cosa seria, los mejores de estos estdios proporcionan una agradable lectura tal y como siempre hicieron los relatos de los grandes viajeros. Despus de todo, Ias prcticas de los nativos han proporcionado interminables horas de relajacin fascinante a Ias clases dominantes durante siglos. As pues, opor qu no debe- ran hacer ahora otro tanto Ia inteligncia liberal y radical? Pro, como demuestra Ia fascinacin por Ias costumbres tambin conduce, particularmente en manos de los liberales de izquierda, al alejamiento del conteni- do poltico de las relaciones entre clases puesto que las costumbres que favorecen a las clases ms bajas dificil- mente pueden ser atribudas a Dios o a la antropologia. Emergen de los mecanismos de equilbrio de la continua lucha entre clases, cuyo anlisis require prestar atencin a los dominantes as como a los dominados y al antago- nismo poltico entre ellos.

    El inters, en la historia del matrimonio y de la famlia, que ahora retorna, debe mucho a la reinante preferencia por la satisfaction privada en lugar del propsito pblico; a Ia percepcin de un estado burocrtico y corrupto sobre el cual los procesos polticos, e incluso Ias revoluciones socialistas parecen hacer poa mella y a los lloros de angustia de Ia propia famlia dei Oeste. Estos mismos temas a pesar de toda Ia desilusin en la vida poltica pblica que pudieran provocar, deberan alertar a los cohibidos practicantes de Ia construccin histrica de Ias ntimas y complejas relaciones entre Io pblico y la vida privada y entre el poder poltico y las condiciones de satisfaccin privada. La famlia, despus de todo, ha funcionado de una u otra manera, no meramente como una "pequena commonwealth" sino como, en frase de Samuel Von Pufendorf, Ia guardera dei estado.

    Cualquiera que fueran los fallos de Origen de Ia famlia, Ia propiedad privada y el Estado de Engels, el propio ttulo y los temas que surgieron situaron esplendi- damente las cuestiones adecuadas y llamaron la atencin sobre el terreno poltico decisivo dei proceso histrico. La cuidadosa atencin a Ia vida familiar, caracterstica de ai menos los trs ltimos siglos, debe mucho ai incremento en las ambiciones del estado en absorber la esfera privada con el fin de, entre otras cosas, asegurar un incremento adecuado en la poblacin y una correcta disposicin psicolgica. 98 I

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  • Un anlisis adecuado e interpretation del papel de la famlia como mediadora entre Ias esferas pblicas y priva- das sigue siendo igualmente difcil, esquivo y necesaria- mente discutible. La cuestin proporciona un campo muy amplio, incluyendo no solo Ias relaciones entre hombre y mujer, sino tambin Ia induccin de los jve- nes hacia Ia tica de Ias clases dominantes, hacia Ia ciudadana o Ia fuerza de trabajo; Ia disposicin de Ia propiedad, y las virtudes y violncia de Ia vida ntima domstica. Pro tambin el tema ms espinoso de Ia relacin causal entre preferencias privadas y estructuras pblicas. La relacin entre Ia famlia y el gobierno debe ser finalmente entendida dialcticamente, teniendo muy en cuenta Ias maneras cambiantes y las relaciones de produccin, as como los cambiantes compromisos ideo- lgicos.

    Para hablar con franqueza, ha sido tan admirable como mucha de Ia reciente historia social sin embargo podra probar a ser tan valioso como muchas de Ias des- cripciones de Ia vida de Ias clases bajas. El tema en con- junto se est hundiendo constantemente en una cinaga neo-anticuaria presidida por idelogos liberales. El peso de su argumento poltico, a pesar de Ia usual pretension de no tenerlo, descansa en una evasion de la confrontation entre clases.

    Nada de entusiasmo superficial por Ia "cultura popu- lar" o Ia representacin simblica dei disentimiento de Ias clases bajas ni mucho menos por los ostensiblemente nuevos mtodos puede oscurecer Ia ofuscacin de Ia continua lucha de clases entre fuerzas sociales conten- dientes como se manifiesta en el decisivo terreno poltico. Para llegar a ser ms que neo-antiquario sentimental, de cualquier manera "ala-izquierda", Ia atencin hacia Ias clases bajas debe centrarse en el poder poltico y demos- trar hasta qu extremo aquella cultura, aquellos smbolos, proporcionan vlvulas de seguridad o, alternativamente, desafios implcitos a Ia clase dominante. Y tales supues- tos desafios implcitos llaman Ia atencin sobre Ia cues- tin primaria: opor qu no fueron explcitos? En cual- quier acontecimiento, se debe analizar el proceso de Ia lucha de clases y extraer las implicaciones polticas. Pro el hacer esto, representa mucho ms que demostrar que el "pueblo" siempre se ha resentido de que se abusara de l. Representa someter su fortaleza y su debilidad a Ia crtica ms severa.

    La ironia es aparente: puesto que Ia mayora de los historiadores de Ia vida de Ias clases bajas desearan contar Ia historia, a menudo en trminos hericos, de I gente con la cual se sienten identificados, rara vez se les ocurre que su propio encuadre ideolgico y su mtodo 99

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  • resulten violentos a las vidas de sus sujetos. Resulta, despus de todo, ms que ridculo pretender que los escla- vos, siervos o trabajadores pudieran desarrollarse como seres humanos inmunes a la influencia, tanto positiva como negativa, de aquellos que ostentaban el poder sobre ellos. Se obtiene como resultado un atropello sobre su humanidad, no importa en que grado bien intencionado, puesto que realiza demandas retrospectivas sobre ellos que ningn ser humano debera nunca afrontar.

    La historia social, y mucho menos Ia historia social marxista, no puede permitir tales imposiciones ideolgi- cas mecnicas y manipuladoras. An as no puede evitar el verse influenciada por alguna ideologia. Cuento popu- lar, fiesta, magia, supersticiones, religion popular, todo ello ofrece mucho ms que una evidencia de autoafirma- cin y autorespeto entre oprimidos. Ellos ofrecen mucho ms incluso que Ia evidencia de su simbolismo particular de Ias tensiones externas de Ia existncia humana -vida contra muerte, macho contra hembra-. Tambin Ia evidencia de Ias complejidades de aceptacin y rechazo de Ia autoridad o dei poder de Ia clase dominante. Los reyes y prncipes populares que aparecen en varias charangas, por ejemplo, indican enseguida una inversion de Ias relaciones de poder -el popular prncipe ridiculiza Ias especiales pretensiones de Ia superioridad real-, y una aceptacin de la estructura de aquellas relaciones. La mujer haciendo el amor encima dei hombre, o Ia ridiculizacin dei marido cornudo, afirma Ia estructura de superordenacin y subordinacin entre los sexos. El mito de Ia armona pastoral confirma enseguida Ia existncia de tension urbana y niega la ubicuidad de la relacin sueldo-trabajo. El mito victoriano de Ia pureza de Ia hembra no niega tanto la sexualidad de la misma como Ia lucha entre los sexos y, ms incluso, entre Ias clases.

    Cualquier ideologia tiene tanto componente negativo como positivo y prsenta alguna imagen de conflicto resuelto. La ideologia idealiza la coherencia del orden social, incluyendo el orden social transcurrido o venide- ro, y mediante esto minimiza los duros conflictos que dieron lugar ai mismo y as continua legitimando su poder. La gente se adhiere y defiende creencias tanto por Io que niegan y protegen como por Io que afirman. Sin esa continua tension nunca podramos explicar comple- tamente el compromiso poltico o Ia frecuente traduccin de Ia experincia de explotacin en lenguaje explicita- mente poltico.

    La ideologia, esa masa de representaciones sociales, se deriva de Ias relaciones sociales de produccin y repro- duccin prevalencientes e influye en el curso y contenido 100 I

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  • de la lucha de clases. A este respecto, el marxismo perma- nece profundamente preocupado por Io individual as como por Ia clase como agente histrico: intenta com- prender Ias condiciones totales de Ia accin humana mien- tras concede un papel decisivo a Ia voluntad humana.

    IV

    La teoria y prctica marxistas difieren de este modo en temas importantes dei tipo de sociologia histrica recogida por Peter Laslett. Este, se ha autopresentado como uno de los ms interesantes y pioneros historiadores de Ia famlia y como lder efectivo dei enormemente inf luyente Cambridge Group for Population Studies. 5 La sociologia histrica de Laslett vincula el estdio cientfico de Ias tendncias demogrficas, sus agrupamientos y caractersticas a travs dei tiempo y del espacio con el fin de facilitar la comparacin y el contraste. Diferencindose firmemente de aquellos que ven que la sociologia, bien politicamente subversiva o idealizadora del status quo, ofrece una seductora elaboracin de cincia en inters de la cincia. As se ocupa de las ms ntimas preocupaciones -nacimiento, muerte, amor legtimo e ilegtimo. Al discutir la orfandad, por ejemplo, Laslett propone dar una respuesta provisional a la pregunta "Hay hoy en dia ms ninos hurfanos de los que habia en la tradicional, preindustrial Inglaterra?". El concluye que no, que por supuesto hay muchos menos, puesto que aunque actual- mente a los ninos les toque "perder" a sus padres al mismo ritmo, los padres continan viviendo. Entre tanto insiste en que "apenas podemos justificamos, en trminos histricos, ai compadecemos a nosotros mismos por Ia prevalncia de los matrimnios rotos en nuestro tiempo y su deplorable efecto en nuestros ninos".6 Todavia, Laslett muestra una nocin especial de trminos hist- ricos.

    El, verdaderamente, desea demostrar Ia relevncia de Ia sociologia histrica en la conducta los problemas contemporneos. Pro aparentemente tambin desea repudiar esa idea de significativa disyuncin estructural -revolucin social, poltica o econmica- en la continui- dad histrica. Presta una especial atencin a Ia posibilidad de cambio en la esfera afectiva, aunque reconoce Ia dificultad de intentar ese cambio. De este modo, especula sobre Io poo que podemos saber sobre el "sentir" ai perder un padre en tiempos pasados. Sin embargo tiene problemas ai traspasar Ias opiniones reinantes sobre Ia persuasiva experincia de Ia muerte en los tempranos tiempos modernos. Realmente considera tales resultados

    5 Ver especialmente Peter Las- lett, Family Life and Illiut Love in Earlier Generations (Cam- bridge, 1977). 6 Idem, pp. 162-170. 101

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  • Alumnos de la escuela de Miss Davis de la granja Russell en la plantation Thompson, 1903.

    (Foto de Michael Lesy)

    sociales y econmicos de la orfandad como servilismo y aprendizaje, pro no enfatiza su papel transformador en las cambiantes relaciones entre clases. Para ser justos, poos trabajos histricos plantean desafios ms formida- bles que el de reconstruir las emociones de generaciones previas. Laslett propone profundizar en la comparacin de grupos, vistos en un estdio, a travs del tiempo. A nuestro juicio, tales comparaciones producirian bien poo, a menos que tomaran cuidadosamente en cuenta, no meramente a las clases, sino tambin ai sistema dominante de relaciones entre clases.

    Tal y como aprecia Laslett, ai concluir un ensayo sobre Ias famlias esclavas en La Amrica Antebellum, la vida de famlia para los esclavos representa casi Io mismo para ellos que para los esclavistas. Es en contrastes y comparaciones como estas -comparaciones de semejanza con semejanzas aparentes y comparaciones entre cosas bastante opuestas- sobre lo que descansar la historia sociolgica futura.7 Tal pronstico podra prometemos innumerables y futuras comparaciones entre esto y aquello, pro suena como el toque de difuntos de Ia historia. Con el pasado reducido a material para temas de estdio indiscriminadamente construdos y yuxtapuestos, Ia nocin dei cambio sobre el tiempo, como proceso importante, desaparece completamente. La sociologia en- gulle a Ia historia y nos dj para nosotros la molstia de 7 Idem, p. 260. 102 I

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  • cualquier aspecto poltico, cualquiera que sea su conteni- do histrico.

    El trabajo de Laslett revela definidamente temas in- sertos en el trabajo de otros. El matrimonio de "amor ilcito" con la autoridad sin rostro de una computadora constituye un verdadero modelo de Ia disociacin que caracteriza mucha de Ia historia social reciente. La clara reduccin de Ia historia a historia sociolgica -aquella que otros eruditos reconstruyen como historia antropol- gica- expone Ia amplitud de Ia retirada de Ia considera- cin de Ia economia y de Ias luchas polticas. Pro todas son estratgias obvias, cuyo significado palidece ante Ia total retirada de Laslett de cualquier articulacin de cam- bio social o econmico a gran escala.

    En algn lugar dei camino hacia Ia recuperacin de Ia vida familiar, Laslett perdi Ia revolucin industrial. Para estar seguros, sus primeros descubrimientos sobre ubicui- dad de Ia famlia "nuclear" parecan crear dudas sobre el papel determinante dei cambio econmico en la experin- cia personal y reproductiva. No obstante ese trabajo apa- reci principalmente para hacer surgir cuestiones sobre funcionalismo, causalidad y variables independientes. La aparente periodizacin de sus ms recientes contribucio- nes enfatiza Ia importncia de los cmbios que prctica- mente cayeron en la memria contempornea; as pues, omite todas aquellas embarulladas cuestiones de indus- trializacin. El se desliza en una suave, si bien diversa, continuidad desde Io tradicional a Ia sociedad altamente industrial sin pausa alguna por una supuesta transicin. Y no necesita preocuparse ms por las implicaciones de la licenciosa vida poltica y las luchas sociales. Laslett sustituye un tolerante y eclctico reconocimiento de Ia diversidad en la continuidad estructural por cualquier nocin de revolucin, transicin o transformacin. Lo objetivo o cientfico -Ia formal similitud dei contexto de Ia experincia personal- reemplaza arbitrariamente cual- quier cambio en las condiciones materiales o instituciones pblicas que pudieran llevarse a cabo para afectar a Ia experincia privada o contribuir a su contenido vivido.

    Los marxistas insisten, en contraste, en que esas accio- nes externas a Ia vida dei indivduo, realmente constitu- yen Ia experincia dei mismo. Los marxistas insisten de nuevo, en otras palabras, que un fallo al tener en cuenta Ias aparentemente Impersonales u objetivas condiciones de Ia vida desproveera a Ia historia de todo su contenido subjetivo. As solo dejaran un envoltrio formal, para ser rellenado, bastante a menuclo, con mucha fantasia I personal, de moda y acadmicamente sancionada. Sin mencionar Ia continua atencin a Ia interaccin de lo objetivo y subjetivo en las especificaciones histricas de fl 103

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  • la existncia humana. Cualquier intento de recons- truir Ia existncia pasada, sin importar cun solidrio fuera en el intento y emprico en la prctica, terminaria tratando al hombre y a Ia mujer como cosas: una vida vale por otra, una creencia vale por otra; todo debera apreciarse como igualmente interesante, intercambiable, comparable. Implicitamente, el trabajo de Laslett situa a Ia famlia como una alternativa a Ia transformacin social, como generalmente ha sido aceptada por los historiadores. A este respecto, ello puede ser visto como un ejemplo extremo dei triunfo de Ia conciencia privada sobre Ia pblica. Y desde cierto punto de vista, ello conlleva la inestimable ventaja de reducir la cuestin de clases a Ia irrelevancia.

    Otros historiadores de Ia historia social burgueses no han llegado tan lejos. Reconociendo algn tipo de transi- cin de Ia sociedad senorial a Ia capitalista pro repu- diando Ia nocin de lucha de clases y, atacando cualquier modelo "simple" -como si los marxistas propusieran el modelo Marx-Dobb como algo ms que una primera aproximacin- se han centrado en esas abstracciones -urbanization, industrializacin, modernizacin- de Ias que han estado quejndose. Resulta maravilloso contem- plar como aquellos que no tienen tiempo o inters para los acontecimientos histricos de una revolucin indus- trial nunca parecen tener bastante modernizacin o in- dustrializacin como generalidades sociolgicas. De este modo, han buscado vrios "ajustes" funcionales -por mencionar solo uno de sus barbarismos lingusticos- y multiples formas de pactos sociales, mediante los cuales, pudieron asegurar una transaccin suave y no revolucio- naria a Ia sociedad industrial en el futuro, como se supone que hizo en el pasado.

    Las teorias de "modernizacin" ai menos admiten el cambio, pro su tratamiento de la dinmica es general y abstracto y, as pues, nubla el discreto proceso. Enfati- zando el crecimiento dei mercado, el desarrollo de Ias ciudades, y Io que incluso un historiador de Ia sensibili- dad literria de Lawrence Stone define ahora como "cam- bio de valor", oscurecen Ia dinmica de conflictos entre clases. Cuando ellos reconocen que Ia sociedad no avan- za tranquila y homogeneamente, abstraen grupos sociales particulares dei movimiento general y los tratan comple- tamente como esclavos premodernos en un sistema de creencias indgenas. Por Io tanto el debate que opone a Edward Shorter, y su revolucin sexual, contra Joan Scott y Louise Tilly, con sus persistentes caracteres tradicionales del trabajo de Ias mujeres, nos aclara muy poo sobre el impacto de Ia transformacin econmica y social en la conciencia y praxis de la clase trabajadora. 8

    8 Edward Shorter, "Formale Emancipation. Birth Control and Fertility in European Histo- ry", American Historical Re- view, 78 (1973), pp. 605-40; Louise A. Tilly, Joan W. Scott, and Miriam Cohen, "Women's Work and European Fertility Patterns", Journal of Interdisciplinary History, 6 (1976), pp. 447-76. Ver tambin Edward Shorter, The Making of the Modern Family (New York, 1975); Louise A. Tilly and W. Scott, Women Work and Family (New York, 1978). 104 I

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  • Contribuciones recientes a ese debate, tales como el doble modelo de los patrones del trabajo de la mujer, de Patricia Brauca, y el manifiesto de J. Michael Phayer que observaba el comportamiento sexual, no pueden por si solos revelar mucho sobre el contenido de los valores de Ia clase trabajadora. As introducen nuevos elementos en la discusin pro sin revisar adecuadamente sus trmi- nos. Incluso el sensible estdio de Virginia Yans-Mc Laughlin sobre Ia famlia y los patrones de trabajo de los italianos en Buffalo representa una simple defensa de Ias nociones preferidas. No valua adecuadamente Ias ten- siones y el costo de proteger un terreno contra el asalto, y no explora profundamente los caminos por los cuales Ia cultura americana y sus relaciones entre clases penetra- ron en las famlias italianas de clase trabajadora. 9

    En contraste, el estdio de John Foster sobre Ia lucha de clases en Oldham afronta una ejemplar alternativa marxista, sin importar Ias reclamaciones especficas vli- das en cuanto a sus limitaciones. Notablemente, se man- tiene como una de Ias poas investigaciones sobre Ia vida de Ia clase trabajadora que incluye un captulo sobre Ia burguesia. I0

    La clase constituye una relacin social. Cada clase tiene su lugar en esas relaciones sociales de produccin y reproduccin que forman el ncleo de cualquier socie- dad.

    El estdio de Ia simbologa y articulacin de Ias creencias y valores de Ia clase trabajadora independientes de Ia textura social, que incluye necesariamente a otras clases sociales, demuestra ser tan fructfero como el estdio de Ia zona rural independiente a Ias ciudades. Tal y como George Rude y Eric Hobsbawm, entre otros, han demostrado, el desarrollo dei capitalismo y la llegada de Ia produccin industrial han dejado para Ias reas rurales de Inglaterra algo menos que una armoniosa Arcadia. Todavia, tal y como Raymond Williams ' l ha argumenta- do brillantemente, Ia cultura burguesa permanece empe- nada en mostrar el campo como un tranquilo jardin, un fragante y tranquilo lugar donde refugiarse dei hedor, Ia suciedad y los conflictos de Ia alcantarilla urbana. Tales estratgias ideolgicas deberan hacernos pensar en el descubrimiento de bolsas de inocncia rural, o clases sociales inocentes de, o inmunes a, los sistemas gnrales de dominacin y subordinacin que caracterizan Ia socie- dad a Ia que pertenecen.

    Hoy en dia, debera ser obvio, el que veamos Ia actual novedad de "antropologia" en la historia social como una estafa burguesa. No debera ser menos obvio el que no tengamos ninguna objecin justificada a Ia antropolo- gia como tal o a Ia nocin de que todo historiador

    9 Patricia Bramca, "A New Perspective on Women's Work; A Comparative Typology", Journal of Social History, 9 (1975), pp. 129-53; J. Michael Phayer, Sexual Liberation and Religion in Nineteenth Century Europe (Lourdes, 1977); Virgi- nia Jaus-McLaughlin, Family and community: Italian Inmi- grants in Buffalo, 1880-1930 (It- haca, 1977). Para una discusin ms completa sobre los proble- mas de Ia historia de Ia mujer ver: Elizabeth Fox-Genovese, "Placing Women's in History", New Left Review, n. 1 33 (mayo- junio, 1982), pp. 5-25. 10 John Foster, Class Struggle and the Industrial Revolution: Early Industrial Capitalism in three English Towns (London, 1974). 11 Raymond Williams, The Country and The City (New York, 1973). 105

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  • debera llegar a ser un antroplogo tan bueno como su talento le permitiera. 12 Pro Ia nocin de que Ia antropo- logia por si misma ofrece un camino hacia Ia reconcilia- cin de los puntos de vista histricos, resulta tan tonta como Ias similares afirmaciones avanzadas por Ia cliom- trica y otras variadas aplicaciones de mtodos cientficos. Algunos de sus peores enemigos afirman que estn opo- nindose a Ia historia consensuada en nombre del radica- lismo o incluso dei marxismo. Pro proyectan una extra- na y ahistrica -y antimarxista- panormica de la vida de Ias clases bajas autonomamente divorciada de Ia persua- siva influencia de, y consecuentemente influencia sobre, Ias clases dominantes. Ellos coinciden ai igual que sus oponentes de Ia "escuela dei consenso", en obviar el confrontamiento entre clases como Ia dinmica dei pro- ceso histrico (lase: poltico). Al evitar Ia historia polti- ca evitan todo Io esencial para el desarrollo de Ia socie- dad humana, a pesar de sus pretensiones radicales.

    La antropologia, como Ia economia, Ia sociologia y cualquier otra clase de cincia social, se divide interna- mente a Io largo de Ias mismas lneas ideolgicas que Ia historia en si misma. La tentativa de invocar a Ia antro- pologia como un escape a los dilemas de Ia interpreta- cin histrica rapidamente se revela como "sin sentido", a pesar de que muchas escuelas de antropologia y traba- jos antropolgicos especificamente empricos pudieran iluminar los problemas histricos. Al final, Ias mismas escuelas ideolgicas reaparecen. Y, en este caso, mucha de Ia fascinacin "radical" de Ia izquierda liberal por Ia vida de Ias clases bajas, una vez aranada, emerge mucho ms liberal que de izquierda. Intenta colocar cada cosa (raza, cultura, socializacin, y ultimamente el "ergo gluk" de Rabelais) en el lugar de Ia confrontacin entre clases -en el lugar dei problema fundamental de poder y orden- en el centro dei proceso histrico.

    En cualquier sociedad histrica, los problemas de poder y orden reciben una solucin aproximada a travs de instituciones y procesos polticos. El ejercicio de Ia autoridad legtima y la consolidation de Ia hegemonia no pueden, de cualquier manera, ser reducidos a Ias cenizas de Ia vida poltica estrechamente interpretada. Esta mis- ma osificacin de l poltico, cuyo mejor ejemplo es su reduccin a una serie de figuras lectorales, justifica en buena medida el descrdito en el que ha cado y prefigu- ra por si misma el destino de gran parte de Ia nueva historia social. La autoridad organizada y aceptada pasa a travs de millares de tributrios que saturan el terreno social. La cultura en todas sus manifestaciones, particu- larmente el lenguaje, modelos de educacin, rituales de deferncia, patrones de espacio urbano, celebracin de

    12 No nos Io podemos permitir, simplemente porque uno de no- sotros tiene el honor de servir en el Consejo de redaccin de Dia- lectical Anthropology y no de- sea oponerse a sus companeros. Pero sa es la cuestin: hay an- tropologia y antropologia, y al final aparecen las mismas salidas ideolgicas. As pues, el trabajo de Sidney Mintz o Eric Wolf, por ejemplo, puede verse como una contribucin hacia una mayor comprensin de la poltica y del proceso histrico, puesto que ellos son, sobre todo, antroplo- gos de la Historia. En el trabajo de Mintz, ver, por ejemplo, E. D. Genovese, "Class, Culture and Historical Process", Dialectical Anthropology, 1 (1975), pp. 71-79. 106 I

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  • los valores humanos, prcticas religiosas y formas socia- les, todo ello contribuye a Ia plenitud de Ia autoridad disfrutada por Ia clase dominante.

    Desgraciadamente, Ia historia social como conjunto ha tenido problemas en sostener un balance dialctico y una perspectiva netamente histrica -por ejemplo: narra- tiva y poltica- en estas matrias. Con demasiada fre- cuencia el conocimiento de Ia cultura entra en estdios de Ia llamada cultura poltica que sacrifica Ias siempre renovadas tensiones de dominacin por una nueva forma de armona consensuada. O como ocurre frecuentemente, Ia nueva sensibilidad por una determinada resistncia de Ias prcticas populares sacrifica el reconocimiento de Ia lucha continua y las presunciones de Ia clase dominante. El proceso de transmisin mutua entre clases se pierde, mientras proporciona el necesario reconocimiento de que el control de las instituciones de lite proporciona a Ia clase dominante una posicin decisiva en la lucha. El intento de reforzar un lenguaje nacional desde el centro durante Ia Revolucin Francesa, tal y como argumenta- ron Michel Certeau, Dominique Julia y Jacques Revel, refleja una fuerte atencin por los valores polticos de Ias formas culturales por parte de los revolucionrios politi- camente cohibidos. 13

    La acelereda proliferacin de revoluciones metodol- gicas en los estdios histricos tuvo su gran auge trs Ia II Guerra Mundial, cuando Ia historia social obtuvo el xito merecido. Tal conjuncin debi haber hecho pen- sar a todos. En lugar de ello parece simplemente haber alentado Ia idealizacin prematura de Ia virtud intelec- tual. Las credenciales histricas dependen cada vez ms de Ia experincia en una u otra disciplina alternativa, y preferiblemente de varias. Algo llamado "historia inter- disciplinaria" Io ha extendido todo antes. Toda buena historia debe ser interdisciplinar en el sentido de que de- pende de Ia mxima aplicacin de Ia sensibilidad huma- na y el rigor intelectual. Siempre Io ha sido, como podr corroborar cualquiera que haya ledo a Gibbon. El peli- gro est en permitir que los mtodos absorban el conte- nido histrico hasta tal punto que las cualidades de un historiador se base en su aptitud en otra disciplina de presumida relevncia. Y estas tambin son cuestiones polticas. Fue un accidente el que la profesin histrica se viera inundada por novedades en el mismo momento en el que el ms vulgar instrumentalismo estaba siendo difundido por el gobierno federal y las grandes fundacio- nes en una cada vez ms prostituda academia? En el momento en el cual Ia historia y las humanidades esta- ban siendo reducidas a un plan de estdios, y tratados como juguetes por los decadentes snobs? Por qu, por

    13 Michel de Certeau, Domini- que Julia, y Jacques Revel, Une Politique de la langue: La Revo- lution franaise et les patois: L'enqute de Grgoire (Paris, 1975). 107

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  • ejemplo, nadie ha solicitado el que todo antroplogo, socilogo o economista, se haga historiador, siendo que los estdios "interdisciplinares" estn en cuestin? Y opor qu nuestra academia burguesa ha olvidado por cualquier motivo el severo dictamen del gran cientfico marxista e historiador de Ia cincia, J. D. Bemal, de que los cientficos sociales hablan de mtodos cuando ya no les queda nada ms que decir? Varias de Ias disciplinas acadmicas estn siendo utilizadas ahora para asistir a Ia investigacin histrica, Ias cuales produjeron unos aspec- tos pobremente diferenciados de una conciencia simple de sociedad cuando esa empresa secular se desconect por si misma de las trabas residuales de Ia historia sagrada durante el perodo premoderno. Netamente los grandes y tempranos exponentes dei nuevo arte subordi- naron sus diversas formas de investigacin a un proyecto mayor de comprensin de Ia sociedad como conjunto. Consecuentemente, gran parte de su investigacin sopor- taba una relacin explcita a su bsqueda de excelncia poltica dentro de un orden social justo. Uno de los ms importantes e influyentes de sus programas para una comprensin extensa ha pasado a Ia posteridad como Escuela Histrica Escocesa. En los trabajos de los grandes pioneros de Ia historia social moderna dei siglo xvm, figuraban decisivamente tanto Ia sensibilidad histrica como el inters por Ia totalidad social.

    El incremento de Ia especializacin y la ms precisa definicin de Ia experincia intelectual ha erosionado Ia maestria dei conjunto accesible para cualquier simple erudito. La preocupacin por el trabajo interdisciplinario ha, como mucho, intentado vencer esta exagerada frag- mentacin. Las desviaciones epistemolgicas, y por su- puesto Ias ansiedades, han restaurado el antiguo inters por Ia comprensin bajo una nueva apariencia. De cual- quier manera, el sentido dei proceso histrico ha cado vctima de una incomprensible impacincia por Ia teleo- loga. La atencin sobre los cmbios a travs dei tiempo ha perdido mucho de su prestigio intelectual debido a su implcita ecuacin en tantas opiniones sobre el progreso unilineal. Ironicamente, Ia historia social que como el Bho de Minerva, de Hegel, podra estar emprendiendo el ltimo gran vuelo de Ia sensibilidad histrica. Sufre principalmente de su conjuncin sin importar cun gran- de sea la ventaja temporal. La historia social, libre de poltica y de esas luchas y tensiones que estremecen ai mundo, podra facilmente entrar en la antropologia o sociologia dei comportamiento, o en la psicologia funcio- nal. Pro esa poltica y esas luchas y tensiones residen en el ncleo de cualquier sociedad, basadas, como debe ser, en la fuerza. 108 I

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  • La historia poltica -huelga decirlo- sobrevivir, y de manera conveniente, para Ias clases dominantes: una vez liberada de historia social, cuidadosamente reducida a antropologia cultural o